EL CAMINO DE LA DEMOCRACIA
Bartolomé Miranda Jurado
El camino de la democracia
2ª edición Mayo de 2022
Libros libres Permitida su difusión por el autor
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El camino de la democracia
El camino de la democracia Bartolomé Miranda Jurado Fernán Núñez (Córdoba) Mayo de 2021
© Bartolomé Miranda Jurado. Ilustración portada: Bartolomé Miranda Jurado. Diseño y maquetación: Bartolomé Miranda Jurado. Editado: mayo de 2021.
1ª edición en mayo de 2021 en: Vive Libro ISBN papel: 978-84-18635-96-0 ISBN ebook: 978-84-18635-97-7 Depósito Legal: M. 12.507-2021
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“Una sociedad es democrática en la medida en que sus ciudadanos desempeñan un papel significativo en la gestión de los asuntos públicos”. Noam Chomsky
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Índice Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 7 Prólogo del autor . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 9 1. La democracia “primitiva” . . . . . . . Pág. 12 2. La democracia antigua . . . . . . . . . Pág. 35 3. La democracia moderna . . . . . . . . . Pág. 68 4. El presente de la democracia . . . . . Pág. 105 5. El futuro de la democracia . . . . . . . Pág. 122 Autor
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Presentación El camino de la democracia es una reflexión crítica sobre la democracia, desde sus orígenes hasta hoy, de su contenido, posibilidades, realidad y mitos, con la pretensión de hacer una aportación en el interesante debate sobre la democracia. En este análisis se intenta aclarar el concepto de democracia, su origen histórico como sistema político, su evolución, la actualidad de los llamados sistemas democráticos, sus principales problemas y sus posibilidades en el futuro. Para esta reflexión el autor echa mano, así como de sus propias ideas y opiniones, de conocimientos procedentes de la antropología, la historia y la filosofía política. El objetivo de esta obra no es otro que compartir una preocupación que deberíamos tener todos sobre la convivencia humana, inquietud que podríamos sintetizar en esta cuestión: ¿cómo podemos construir una sociedad y un mundo donde haya justicia social y la dignidad alcance a todos los seres humanos? Parece claro que los sistemas democráticos son preferibles a cualquier forma de sistema totalitario o dictatorial pues suponen un avance social, pero las democracias actuales son más bien oligarquías permitidas por el pueblo, pues aunque se dice que este tiene el poder, en realidad, las instituciones políticas están muy mediatizadas por los intereses del poder financiero – industrial, siendo sistemas muy 7
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mejorables, tanto, que la DEMOCRACIA, en su sentido pleno, sigue siendo una utopía, estando todavía por conquistar. Para avanzar en el camino de la democracia es necesario que se lleve a cabo una socialización del poder mediante una mayor participación directa de los ciudadanos en la toma de decisiones sobre la organización social. También una socialización de los recursos económicos para que podamos hablar de justicia social. Tal vez así se puedan poner remedio a los problemas actuales a nivel global: desigualdad, pobreza, exclusión social, conflictos bélicos, violencia social y crisis ecológica, entre otros.
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Prólogo del autor Aristóteles pensaba que el ser humano es un ser “político” por naturaleza, es decir, está “condenado” o tiene tendencia natural a vivir en la “polis”, en sociedad, porque solo viviendo con otros seres humanos, en comunidad, puede desplegar todo su potencial individual y colectivo. La cuestión es cómo organizar esta vida en comunidad. Por su parte, Kant expone la idea de la insociable sociabilidad según la cual en el ser humano hay una doble tendencia, dos fuerzas naturales que lo empujan. Por un lado, el egoísmo, que lleva al individuo a querer disponer para sí de todo y del máximo de libertad; por otro, la sociabilidad, que lo empuja a vivir con sus semejantes para beneficiarse de la vida en grupo (seguridad, relación, satisfacción de necesidades…). Pero ¿cómo armonizar o compaginar esas dos fuerzas antagónicas? ¿Qué forma de organización política puede hacer que el ser humano se sienta libre, aun viviendo con las restricciones a la libertad que la vida en sociedad supone? Estas cuestiones han encontrado respuestas diferentes en la historia del ser humano. También desde la filosofía política. Si echamos un vistazo a nuestra historia, encontramos sistemas más o menos absolutistas, presencia o no de jefes o reyes, sistemas más o menos comunales o democráticos, aspiraciones imperiales o regímenes más autárquicos, etc. Desde la teoría política, innumerables pensadores, además de los mencionados anteriormente, han intentado dar respuesta a estas cuestiones (Hobbes, Locke, Maquiavelo, Rousseau, Kant, Marx, Bakunin, Mill, Rawls, entre otros). Todavía hoy, el ser humano sigue buscando el mejor sistema político posible, una forma de 9
El camino de la democracia organización social que pueda servir a la dignidad y felicidad de todas las personas. Otra cuestión a debatir es la idea de “bien común”, o en su forma actual, la idea de “interés general”, ideas manejadas por la clase política, sin estar muy claro, pues no se explica lo suficiente, a qué se refieren con ellas. Además, ¿existe realmente el bien común o interés general? ¿Cómo se establecen? Porque es evidente que la sociedad se compone de personas, grupos o clases sociales, determinadas por distintos elementos, con diferentes intereses, muchas veces, contrapuestos. Cualquier decisión política del gobernante seguro que afecta de forma distinta a esas personas y grupos sociales. Seguro que no todos estarán de acuerdo en que esa decisión es conforme con el bien común o interés general. Habría pues que establecer y explicar bien el contenido del bien común (de la colectividad) o del interés general. ¿Es lo mismo el bien común que el bien de la mayoría? ¿En qué consiste el bien colectivo? ¿Cómo establecerlo? En la actualidad predomina la idea de que la democracia, en su forma representativa, concretada en diversos modos de parlamentarismo, es el mejor sistema político posible, la mejor forma de establecer y proteger el bien común o interés general de la sociedad. En nuestro entorno, a través de los medios de comunicación o de formación de masas, desde el poder político y desde determinadas instancias culturales, se nos repite hasta la saciedad que vivimos en un sistema democrático, que este es el mejor de los mundos posibles, que no hay alternativa a este sistema; por ello, debemos cuidarlo, no ponerlo en peligro, no vaya a ser que se debilite, y lo que venga será peor. 10
El camino de la democracia Dicen que a fuerza de repetir una idea muchas veces y durante mucho tiempo se puede convertir en una "verdad" indiscutible; pues eso pasa con esta idea sobre la democracia, aunque se trate, como veremos, de una idea más que discutible. Un sistema democrático, tal como se nos presenta en los países llamados "democráticos", etc., puede y debe ofrecer mayores posibilidades de libertad y bienestar que un régimen dictatorial, pero ello no significa que esta democracia no pueda cuestionarse ni que no haya alternativas que la mejoren como este sistema social. En las páginas que siguen intento hacer un análisis sobre la democracia, desde sus orígenes hasta hoy, de sus contenidos, posibilidades, realidades y mitos, dejando claro que esta crítica solo pretende ser una pequeña aportación en el interesante deba-te sobre la democracia. Invito a los lectores de este escrito a realizar una mirada crítica, desde la reflexión, de las ideas que en él aparecen, porque el objetivo no es otro que compartir una preocupación que deberíamos tener todos, que podríamos sintetizar en una cuestión: ¿cómo podemos construir una sociedad y un mundo donde la justicia social y la dignidad alcancen a todos los seres humanos? Espero y deseo que esta lectura sea de provecho, que ayude a comprender el mundo en que vivimos, a conocer de dónde venimos y a reflexionar sobre la necesidad de mejorar la convivencia social y construir un mundo mejor. Salud. Fernán Núñez, mayo de 2021
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1. La democracia “primitiva” Está claro que resulta difícil aventurar cómo era la forma de organización política de las comunidades humanas primitivas. Hay escasa información al respecto y es difícil interpretar esa información, pero las investigaciones de diferentes ciencias como la historia, la arqueología, la antropología, la etnología y la etnografía, con base en el estudio de la información disponible y de las llamadas comunidades “primitivas” contemporáneas y actuales de diferentes lugares del mundo, han permitido dibujar y reconstruir cómo debieron vivir y organizarse las comunidades humanas del Paleolítico Superior y de las primeras aldeas y pueblos del Neolítico, es decir, en base a todos esos estudios imaginamos cómo parece ser que vivían y se organizaban los humanos de las comunidades ágrafas. Los seres humanos difícilmente pueden vivir de manera aislada e individual. Para poder satisfacer todas sus necesidades materiales, intelectuales y afectivas, necesitan de otros seres humanos, por ello, hay en la humanidad una tendencia natural a vivir en grupo, en comunidad, habiendo en esa convivencia social grandes ventajas de supervivencia y desarrollo, pero también grandes inconvenientes, porque la relación con los demás puede generar conflictos de intereses y cada individuo debe restringir sus apetencias personales, resultando necesario regular esa convivencia mediante reglas o normas, más menos explícitas, que garanticen cierta cooperación entre los miembros de la comunidad, controlando a la 12
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vez las tendencias egoístas y antisociales de los individuos que orientan a cada uno hacia el máximo de libertad, posesión y poder. En el ser humano hay esa doble tendencia hacia la solidaridad y el dominio con respecto a los demás, pudiendo dominar unas tendencias u otras, dependiendo de las circunstancias y del contexto sociocultural. Todo parece indicar que los humanos del Paleolítico Superior (35000 a 10000 a. n. e.) formaban pequeños grupos o comunidades (bandas) que podían oscilar entre cuarenta y cien individuos aproximadamente, grupos que se movían por la geografía buscando alimento, aunque podían permanecer en un mismo territorio, instalados en chozas o cavernas, semanas, meses e incluso años, dependiendo de los ciclos naturales de plantas y animales, de los periodos estacionales y de los recursos disponibles en ese espacio físico, teniendo en cuenta que el desarrollo de ciertas tecnologías, como utensilios de piedra, redes, etc., permitían explotar los recursos de un área geográfica durante más tiempo, pudiendo permanecer en un mismo lugar un periodo prologando. Las actividades económicas de estas bandas iban encaminadas a subsistir; era una economía depredadora que tenía por objetivo la satisfacción de las necesidades básicas de alimentación y protección. Para ello extraían recursos de la naturaleza, mediante la caza de animales, que les permitía conseguir carne y otros materiales (pieles, hueso). También, la pesca en ríos, lagos y costas era una fuente importante de alimento para las comunidades que tenían acceso a estos 13
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ecosistemas. La recolección de frutos vegetales y forrajes del entorno, antepasados del trigo y la cebada, etc., permitían el abastecimiento de alimento distinto a la carne o el pescado. También dedicaban su tiempo a la talla de instrumentos que utilizaban para la caza, la defensa o elaborar alimentos y otros materiales de pieles, madera, etc. El trabajo industrial producía guijarros tallados y bifaces, puntas de lanza y flechas, raederas, cuchillos, buriles, arpones, arcos, flechas, agujas, trampas, redes, hoces, molinos de mano, anzuelos, primeras formas de embarcación y adornos personales como collares y pulseras, utilizando para ello diferentes materiales del entorno como piedra, madera, hueso o asta. Algunas comunidades aprovecharon los refugios naturales como cuevas o cavernas para instalarse. Otros grupos construyeron pequeñas cabañas o chozas de material vegetal para resguardarse de la intemperie y protegerse de amenazas. El descubrimiento y dominio del fuego permitió la elaboración de alimentos, la defensa y la protección del frío en lugares donde este era más significativo y constante, además de favorecer la comunicación alrededor de la hoguera. Posteriormente, el fuego permitiría el trabajo con metales para elaborar diferentes instrumentos, utensilios y armas. También comienzan a desarrollarse las primeras manifestaciones religiosas en las comunidades humanas. Como consecuencia de sueños, visiones y deducciones erróneas, aparece el animismo o época mágico-religiosa, caracterizada por la creencia en espíritus, con los que se podían relacionar mediante rituales ceremoniales dirigidos por chamanes, 14
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hechiceros o “sacerdotes”, que lideraban la magia o el ritual para relacionarse con esos espíritus o los “dioses”, destacando los ritos de caza, asociados a las pinturas rupestres; ritos de fertilidad o fecundidad, relacionados con la aparición de pequeñas estatuillas femeninas que representaban a la Tierra o diosa madre (venus paleolíticas), al parecer, primera divinidad creada por la cultura humana y a la que asocian los ciclos de la naturaleza y la fertilidad; el culto a los muertos y los antepasados, relacionado con la creencia en otra vida y que llevaba a enterrar a los semejantes (o sus cenizas) con todo un ajuar que se suponía necesario en el más allá; así como otros ritos asociados a los ciclos estacionales, fenómenos naturales y la creencia en seres superiores, que podían controlar todo y con los que había que llevarse bien mediante ofrendas y “sacrificios” rituales; estableciéndose también códigos normativos morales sobre el bien y el mal, así como premios y castigos asociados al hecho religioso y las divinidades. El hombre primitivo se sentía afectado por el misterio de la muerte, la procreación o los procesos de la naturaleza. En su precariedad natural sentía una fuerte dependencia de una providencia divina que regía las fuerzas naturales y proporcionaba bienestar, aunque también podía proporcionar sufrimiento; por eso, intentaba establecer relaciones de amistad con dichas fuerzas sobrenaturales, de las que dependía su destino, deseando que no todo terminase con la muerte, sino que hubiese algo más allá de ella.
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Las representaciones artísticas solían estar asociadas a rituales mágico-religiosos y estaban formadas principalmente por pinturas y grabados sobre piedra, hueso o pieles; estatuillas de barro, hueso, asta, marfil o madera, que representaban animales o divinidades. Desde estas primeras manifestaciones religiosas se desarrollarían posteriormente el politeísmo, mediante el cual se unifican aspectos concretos de la realidad en diversas divinidades; y, más tarde, el monoteísmo, al concentrar todos los poderes en una única divinidad. Podríamos decir que el hecho religioso es una creación cultural de la humanidad para dominar intelectualmente el entorno donde vive, dando respuesta a todo aquello que desconoce, ignora o le supone un misterio, produciéndose posteriormente otras creaciones culturales distintas a la religión, como la filosofía, el arte, la literatura y la ciencia. ¿Cómo se tomaban decisiones en estos grupos humanos? ¿Cómo decidían lo que iban a hacer? Parece ser que en ellos había ausencia de jerarquía o dominio de unos sobre otros, es decir, no había dentro del grupo individuos que mandasen a todos los demás o que tomasen decisiones generales por todo. Había cierta división del trabajo (cooperación) atendiendo a criterios de sexo y edad, así, posiblemente, las mujeres, niños y ancianos se dedicaban principalmente a la recolección, a la preparación de alimentos y a las crías pequeñas. Por su parte, los hombres más jóvenes se dedicaban sobre todo a la caza y a la pesca, pero esa diferenciación en el reparto de las tareas 16
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no tenía ninguna significación social, sino que todas ellas eran complementarias para la supervivencia de la comunidad, no asignaban mayor o menor poder social a tal o cual tarea, porque eran igual de importantes para poder sobrevivir. Había periodos de buena caza, pero había otros de escasez o dificultad. En estos casos, la recolección proporcionaba alimentos al grupo de una manera más estable que la caza o la pesca, es decir, la recolección realizada por mujeres, ancianos y niños proporcionaba una mayor seguridad alimentaria a la comunidad. Investigaciones actuales parecen indicar que en las comunidades humanas nómadas no había tanta distinción de género como se pensaba hasta ahora en cuanto a las tareas que llevaba a cabo cada sexo, sino que hombres y mujeres compartían tareas, dependiendo de las circunstancias del momento, es decir, la visión rígida del hombre-cazador y mujer-recolectora parece no responder a la realidad histórica pues las mujeres también participaban en tareas que se pensaban propias sólo del hombre. Dichas investigaciones apuntan a que la diferenciación social de género se desarrolla con el proceso de revolución neolítica. El trabajo, por tanto, basado en la complementariedad y la cooperación de los miembros del grupo, no asignaba rango de ningún tipo. En estos grupos, donde todos se conocen, la reciprocidad y el interés colectivo dominan en la vida social. Las desigualdades en el acceso a los recursos y herramientas son insignificantes, no hay riqueza ni acumulación de alimentos o herramientas, comparten el alimento y se prestan los utensilios unos a otros. La propiedad individual no se ejerce sobre tierras o recursos 17
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alimentarios, se reduce a armas, ropas, recipientes, útiles, redes, flechas, lanzas, etc. Cada uno dispone de lo que produce, pero también los demás miembros del grupo pueden disponer de esos elementos si lo necesitan, basta con pedirlo cuando sea necesario, y cuando ya no lo necesita, puede devolverlo, o tal vez, su dueño anterior, elabore otro. Hay reciprocidad e intercambio para equilibrar lo que a cada uno le falta, la propiedad no suele generar conflictos relevantes. Un aspecto importante a tener en cuenta es que la descendencia tenía un carácter matrilineal, es decir, las mujeres marcaban la línea de descendencia de la prole de la comunidad. En estas sociedades igualitarias no había ninguna autoridad o institución de poder que impusiera decisiones al grupo, sino que estas decisiones se basaban principalmente en el liderazgo. El líder natural era aquel individuo que tenía ciertas aptitudes que destacaban sobre los demás para determinadas tareas, pero no para otras; así, por ejemplo, cuando cazaban, el líder o guía, el que tenía mejores cualidades y habilidades para la caza, era el que organizaba al grupo de cazadores, elegía el terreno, la presa, y los demás lo seguían como a una “autoridad”, porque despertaba su confianza en él, pero una vez terminada la caza, el líder era un miembro más del grupo. Cuando se hacía otra tarea, como construir chozas, recolectar, pintar en las paredes de las cuevas o tablas (ritos), tallar materiales naturales como la piedra o el hueso, hacer figurillas o grabados sobre hueso o piedra, o defenderse, el líder podía ser otro miembro del grupo, hombre o 18
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mujer (menos frecuente), aquella persona con dotes naturales para esa tarea concreta. Por ejemplo, en el tallado, el líder era el que tenía mayores habilidades para ello, los demás seguían sus consejos o instrucciones sobre posiciones, habilidades y materiales para realizar mejor la talla en piedra u otro material. Podemos hablar, por tanto, de roles sociales que se ponen al servicio de toda la comunidad o banda, útiles en momentos determinados de la vida social en comunidad, pero sin relevancia política posterior, porque, al parecer, la solidaridad interna y el mutualismo eran el fundamento de la comunidad. El liderazgo carece de poder para exigir obediencia, va asociado y se fundamenta en habilidades personales y el prestigio que tiene dentro del grupo. Sus decisiones u opiniones cuentan en el momento de realizar la actividad para la que es considerado más competente que los demás. Una vez finalizada esa tarea, sus opiniones no valen más que las de otros miembros del grupo; su “autoridad”, más persuasiva que impositiva o coactiva, desaparece. En caso de “discusión” en un momento o tarea determinada, o en un conflicto entre personas, el líder en ese momento, debe tener en cuenta las opiniones generales que predominan en el grupo para mantener la suya propia, debe procurar convencer a los demás para que colaboren en lo que se está haciendo, porque es bueno para la comunidad. El líder asume la responsabilidad en un momento dado, para unas actividades concretas, por ello puede ser admirado y respetado por los demás, pero esa admiración puede invertirse si el grupo no comparte sus opiniones o decisiones; entonces el líder pierde la auto19
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ridad y el liderazgo. En ocasiones, estos liderazgos adquirían cierta estabilidad social, con cierto liderazgo “político”, pero, lejos de tener prebendas por ello, el líder o cabecilla de la banda tenía que contar con los demás y dar ejemplo, persuadir más que imponer o mandar, mediar en los conflictos con justicia, ser generoso, trabajar más de los demás, etc., para seguir manteniendo la confianza del grupo. Cuando las bandas crecían en población o se agrupaban formando tribus, el liderazgo podía adquirir, a veces, ciertos rasgos de “autoridad” en tareas de redistribución y reparto, pero siempre contando, según el tamaño de la tribu, con el respaldo de los demás miembros de la comunidad o un consejo de ancianos. Cada banda tenía su espacio físico territorial, aunque podía entrar en conflicto con otros grupos por el control de los recursos, pero, en la medida de lo posible, intentaban evitar el conflicto y la guerra entre comunidades, a veces, mediante la fusión de distintas bandas, formando un grupo mayor (tribu), otras veces mediante el alejamiento de una de ellas hacia otros territorios. Es importante tener en cuenta que en esa época la densidad de población era muy pequeña en los territorios habitados, por lo que podemos suponer que, salvo momentos y lugares concretos, estos grupos humanos podrían disponer de espacio físico en el que poder subsistir sin grandes dificultades. Los conflictos internos se resolvían mediante la actuación de un líder mediador, el cabecilla del grupo, la aceptación de recompensas, y, en casos más extremos, una banda podría separarse en diferentes grupos 20
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más pequeños. Otras veces los conflictos internos se resolvían mediante la decisión colectiva, por aclamación o presión sobre los implicados o responsables; también podía imponerse el aislamiento temporal o alejamiento de grupo. Sería una ingenuidad pensar que estos seres humanos vivían en armonía permanente. Seguro que el conflicto y la violencia estaban presentes en el interior de las comunidades y en las relaciones entre distintas bandas y tribus, pero parece que estos conflictos o “guerras”, por las circunstancias antes descritas, eran esporádicos y se podían resolver con un bajo grado de violencia. En los casos más extremos, por ejemplo, en el de asesinato, un líder, un mediador o la comunidad, intenta convencer a quienes han perdido a su pariente más cercano para que acepte una compensación antes que recurrir a la venganza, además de tomar medidas de aislamiento temporal o definitivo contra el responsable, si se considera “culpable”. También podía haber conflicto interno si en el grupo había individuos que pretendían vivir a costa del trabajo de los demás. Son los llamados “gorrones” o “gandules”, personas que no colaboran con la comunidad de manera suficiente, que se hacen los remolones a la hora de “trabajar” para satisfacer las necesidades. La presión social o la opinión pública actúan sobre estos individuos para que colaboren. Si no cambian su actitud, se enfrentan a sanciones de alejamiento e incluso expulsión en los casos irresolubles, aunque, normalmente, estos gorrones, una vez descubiertos, participan más con la comunidad.
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Desde el décimo milenio anterior a nuestra era, las comunidades humanas desarrollan nuevas técnicas de producción de alimentos relacionadas con la pesca y el manejo de cultivos y animales, lo que lleva a un aumento de la producción. Este desarrollo cultural culmina en la agricultura y la ganadería como actividades de supervivencia más importantes; también en la construcción de asentamientos humanos más estables (sedentarismo). Estamos hablando de la revolución neolítica, que llevaría al desarrollo de aldeas y pueblos, nuevas tecnologías más productivas por el uso de instrumentos y herramientas más eficaces, el desarrollo de la cerámica (horno) para elaborar diversos recipientes, la creación del telar para tejer con lino, cáñamo, lana o esparto; el desarrollo de nuevas técnicas de pulimento de piedra, hueso y asta; la construcción de viviendas menos precarias, más estables, utilizando materiales más fuertes como la madera, la piedra y el adobe o ladrillo de barro; construcciones de uso público para el regadío o con significación religiosa para la celebración de rituales; la invención de la rueda, que potenció el transporte y posteriormente el comercio entre distintas comunidades o aldeas; perfeccionamiento de instrumentos y herramientas como hachas, puñales, hoces, azadas, etc., a los que se irían añadiendo el arado, el telar y el torno o rueda alfarera. Parece ser que estas comunidades agrícolas, ganaderas o mixtas, siguieron, en principio, practicando la economía depredadora anterior, basada en la caza, la pesca y la recolección, como complemento para la alimentación. Primero se desarrollaron en 22
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lugares con menos recursos, es decir, en comunidades más pobres, con más población, como una respuesta a nuevas necesidades, aunque también hubo factores culturales y de desarrollo intelectual que incidieron en estas transformaciones. Con respecto a la agricultura, parece ser un descubrimiento por asociación mental. Las mujeres, que junto a niños y ancianos trasladaban los frutos de la recolección de grano a los hogares, observaron que, con el tiempo, donde caía semilla crecían nuevas plantas, surgiendo así la idea del cultivo y comenzando a practicarse el sembrado de manera intencional, en lugares más controlados. La agricultura se convierte en la actividad económica fundamental, añadiendo nuevos cultivos al trigo o la cebada, como las lentejas, los garbanzos y las habas; más tarde, el olivar. Con respecto a la ganadería, los animales se acercaban a los cultivos humanos donde tenían más fácil el alimento. Esto facilitó su control por los “ganaderos”, primero sin obstáculos naturales, pero posteriormente se utilizaron vallados para controlar mejor a estos animales y los cultivos según los intereses. Se cogían los animales según necesidades. Es así como se desarrolla la ganadería, primero con animales como la oveja o la cabra, después con la vaca y el cerdo. Más tarde se utilizarían algunos animales como el asno y el buey para las labores agrícolas (arado) o el transporte. Otros animales se aprovecharon para la extracción de leche. Este proceso de transformación neolítica se desarrolló en diferentes periodos. En Asia comienza sobre el décimo milenio a. n. e. Después, este fenómeno se extiende a otros lugares, a Egipto y próxi23
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mo Oriente sobre el séptimo milenio y al Mediterráneo sobre el cuarto milenio. Aparecen otros focos neolíticos en América y China, al parecer, como fenómenos independientes de otros lugares, entre el sexto y el tercer milenio a. n. e. En principio, las comunidades neolíticas mantienen las estructuras sociales y formas de funcionamiento anteriores, basadas en el reparto del trabajo, pero sin relaciones de dominio o jerarquía. El liderazgo (líder o cabecilla) sigue siendo la base de la organización política, dentro de la diversidad antes explicada. Comienza a desarrollarse una mayor diferenciación de género en el reparto de tareas. Los hombres se dedican sobre todo a la caza, el pastoreo y la defensa. Las mujeres y ancianos, a la recolección, sembrar en los huertos, cuidar las casas y atender a los más pequeños. La mujer también participa en la elaboración cerámica, tejido y reparto de alimentos. La tierra es comunal, se comparte, así como la organización del trabajo y la distribución de los productos obtenidos. En algunas comunidades aparece la pequeña propiedad privada, al distribuirse la tierra comunal en pequeños trozos, para el cultivo familiar del huerto, pero en esta distribución no hay discriminaciones, se hace para todos. Parece ser que la estabilidad de esta nueva forma de vida facilita el crecimiento de la población, lo que lleva a que la mujer estuviera más ocupada en la crianza y tuviera menos tiempo entre parto y parto, impidiendo esto que se pudiera dedicar a tareas que antes sí realizaba. Algunas investigaciones señalan este momento como el punto de partida del patriarcado, asociado al patrilocalismo, donde las 24
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mujeres eran las que se desplazaban a otras aldeas para contraer matrimonios concertados, llevando nuevos genes y conocimientos a otras comunidades. Una primera conclusión que podemos extraer de todo este análisis es que en las comunidades paleolíticas y los primeros pueblos (aldeas) horticultores y ganaderos del Mesolítico y del Neolítico, con los problemas de convivencia antes explicados, predomina una estructura sociopolítica que podríamos llamar como “democracia primitiva”. El poder emanaba de todos los miembros de la comunidad, que participaban de alguna manera en la toma de decisiones que afectaban a todo el grupo. El término democracia aparece mucho después, en la Grecia clásica, pero su contenido sí podemos identificarlo en estas comunidades. Si el significado general de la democracia es que el poder está en el pueblo, entendiendo por pueblo al conjunto de la comunidad, creo que es adecuado emplear el término “democracia primitiva” para definir esta forma de organización social de las comunidades primitivas del Paleolítico y el primer Neolítico; una forma de organización social que se fundamenta en el comunalismo, denominada por el marxismo como “comunismo primitivo”; lo que para algunos antropólogos es una especie de anarquía ordenada, donde no hay jefes ni autoridad política que se imponga al grupo, sino que de forma colectiva, con la participación de todos, se organiza la convivencia social. Una democracia directa, basada en la reunión de aldeanos (asamblea), donde no hay diferencias de
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clases sociales, sino un igualitarismo en el acceso a los recursos disponibles y a la toma de decisiones. Pero esta situación de igualdad y comunalismo iría cambiando poco a poco. El desarrollo económico y cultural del Neolítico va acompañado del desarrollo urbano. Aparecen núcleos de población más grandes, pueblos y ciudades que comienzan a fortificarse. Se desarrolla el regadío, ya utilizado anteriormente, pero con nuevos sistemas de acumulación y distribución del agua; aumentan la capacidad productiva y la población. Aparecen los excedentes de producción, es decir, se empiezan a acumular alimentos, herramientas, tejidos, etc. Se desarrolla la artesanía y el comercio, con nuevos medios de transporte facilitados por la rueda y la embarcación de vela; posteriormente, la minería, con el uso de los metales como el cobre, el bronce y el hierro. Con todo ello se produce una mayor especialización de las actividades económicas y sociales. Se consolidan los grupos de artesanos, comerciantes, guerreros, mineros, sacerdotes, junto a agricultores y ganaderos. Comienza a desarrollarse la escritura como medio de control de excedentes, registro de población, anotaciones sobre tributos y control sobre redistribución. Aparece el dinero como vehículo de cambio en el comercio para sustituir al trueque, primero con el uso de abalorios y conchas, después con la acuñación de moneda de diferentes metales, desde el cobre a la plata o el oro. La moneda facilita el intercambio, también la acumulación, lo que supondrá fuente de innumerables conflictos, porque la riqueza y el
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poder se verán desplazados desde el control de alimentos a la acumulación de dinero. En una mayor complejidad social surgen elites que controlan la producción, los almacenes comunales, la redistribución de excedentes, los sistemas de regadío y el desarrollo técnico. También organizan el trabajo de la comunidad y dirigen los ritos religiosos. Es decir, algunos miembros de la comunidad (líderes o cabecillas), desde la posición o cargo social que ocupan por la confianza que la comunidad les ha dado, empiezan a tomar decisiones sin tener en cuenta a la comunidad. La asamblea popular va dando paso a los consejos locales, donde los ancianos y los cargos de control tienen el poder de decisión. Se desarrolla la desigualdad social y la jerarquía, pues mientras unos mandan, otros tienen que obedecer sin opinar. Mientras unos acumulan riquezas, otros se ven despojados de ellas. Así comienza a desarrollarse una nueva estructura política basada en la “burocracia estatal”. Desaparecen o se reducen los rasgos de igualitarismo y complementariedad, la mujer irá siendo apartada de las tareas productivas más importantes o se da mayor importancia a las tareas productivas realizadas por los hombres, es decir, se desarrolla la jerarquía entre sexos. El poder de los hombres aumenta a la vez que el de la mujer se reduce. El matricentrismo se debilita en favor del patricentrismo, que dará lugar al patriarcado, con el establecimiento de la línea sucesoria paterna sobre tierras y bienes familiares. También se produce la sustitución de las diosas por los dioses como elementos de culto. 27
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Desde estos grupos de poder o elites locales se irá desarrollando una burocracia formada por funcionarios, escribas y guerreros, que irán dando forma al Estado como estructura de poder en la comunidad. En principio se conforman sistemas de jefaturas o cacicatos, en los que algún personaje de una familia o grupo con mayor poder social se convierte en jefe o cacique de la comunidad. Estos personajes, apoyados por los grupos o familias más cercanas, dirigen a la sociedad de manera autoritaria, utilizando diferentes medios de control físico mediante los guerreros (policía) y con diferentes formas de control ideológico y cultural a través de los “sacerdotes”, que dirigen los actos de culto, el pensamiento y la moralidad de los miembros de la comunidad, habiendo siempre una connivencia de intereses entre elites, soldados y sacerdotes, pues serán quienes se beneficien en el reparto de la riqueza, las tierras y el poder. Mediante estos mecanismos de control y dirección se produce una internalización mental de la jerarquía como algo natural, racional y lógico. Se desarrolla la propiedad privada sobre las tierras y otros elementos. Mientras unos individuos y grupos acumulan tierras y riquezas, otros son “desheredados” de la propiedad comunal y de la riqueza social. Los grupos de poder, las elites, consolidan ese poder y el apoyo social con base en favores sobre el control de los recursos, de manera que conceden más tierras y medios a los que prestan su apoyo, discriminando y marginando a quienes cuestionan esa desigualdad sobre los recursos o el poder de decisión. Es decir, el acceso a tierras cultivables y recursos naturales, que 28
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antes era un derecho igual para todos los miembros de la comunidad, se convierte ahora en un favor del jefe y de las elites locales, pero no un derecho. Solo aquellos que son partidarios del jefe y los grupos que lo apoyan pueden disponer de tierras y recursos, convirtiéndose en campesinos, aunque tendrán que contribuir con parte de su producción (tributos) al régimen. Los demás van siendo excluidos del acceso a los recursos. Se consolida la propiedad privada sobre la tierra, otros recursos y excedentes. El igualitarismo social va a dar paso a la estratificación, distinguiéndose diferentes clases sociales, siendo los propietarios, los guerreros y los sacerdotes los grupos más privilegiados y con mayor poder sobre la comunidad. Se conforma así la clase dirigente. El resto de grupos sociales se verán forzados a trabajar para las elites si quieren sobrevivir, tanto si son ciudadanos libres sin recursos, o con escasos recursos, como si son esclavos que han sido sometidos por su pobreza o en conflictos bélicos entre distintas comunidades o pueblos. Poco a poco se va abriendo una brecha que separa la esfera doméstica de la esfera civil. En la mayoría de las comunidades la mujer queda prácticamente excluida de la esfera pública y de decisión social, dominada por los hombres libres de la polis, sobre todo por aquellos que disponen de ciertos recursos y poder. Este tránsito hacia jefaturas, acompañado del desarrollo de la desigualdad y la jerarquía social entre grupos, no se produce en todas las comunidades. Algunas siguen con sus estructuras anteriores, aunque las sociedades con Estado van a colonizar y absorber a las comunidades igualitarias, que por 29
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esa presión también irán tomando formas estatales para defenderse. Hay que tener en cuenta que, aunque en la situación social anterior se producen conflictos internos y externos, la actividad guerrera se intensifica cuando el Neolítico se extiende, ocupando los guerreros una posición de privilegio y poder dentro de las comunidades. El conflicto interior es ahora más agudo y generalizado como consecuencia del desarrollo de la desigualdad y el conflicto entre clases (lucha de clases). Los conflictos externos (guerra entre comunidades) también son más frecuentes y crueles en la lucha por el control de recursos y tierras mejores, así como por la defensa y el saqueo de los excedentes, la tecnología, la toma de esclavos y el control del comercio. La revolución neolítica parece iniciar la era de la guerra que llega hasta nuestros días. El desarrollo económico facilitó la acumulación de alimentos excedentes y otros recursos, lo que supuso cierta tranquilidad y seguridad para las comunidades, pero también potenció la desigualdad, el conflicto y la guerra dentro de las comunidades y entre comunidades. El “bienestar”, el “progreso”, se produce sobre todo para una minoría, una elite, pues la mayoría vive en condiciones de carencia. Muchos viven en una situación de inseguridad alimentaria y vital que podríamos considerar incluso peor que antes. Es decir, la acumulación de riquezas, recursos y poder por parte de unos se cimentó sobre la exclusión, la escasez y las penalidades de otros. El desarrollo de la esclavitud se produce a partir de este momento, pues en el conflicto entre comunidades los vencedores toman como esclavos a los 30
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perdedores y los utilizan para realizar las actividades económicas de agricultura, ganadería, minería, obras públicas o servicio doméstico. Los esclavos son un botín de guerra y un elemento de desarrollo económico para los vence-dores de los enfrentamientos, que se convierten en sus amos. La racionalidad “democrática”, “comunal” o “libertaria”, dominante en las comunidades del Mesolítico y de la primera etapa neolítica, irá transformándose, con todos estos cambios, en una racionalidad jerárquica y autoritaria: unos mandan y otros obedecen. Quien tiene el poder lo usa para su beneficio, para mantener sus privilegios. Quien cuestiona ese estado de cosas, o se rebela a ese poder, es sancionado de diferentes formas, desde el desprecio social hasta la pérdida de su libertad o la propia vida. Las jefaturas darían paso a las monarquías. Los jefes establecen el sistema de linaje familiar, basado en la tradición o en la fuerza, para heredar el poder en las comunidades, aunque, siempre, jefes, caciques y reyes tuvieron que contar con el apoyo de algunos grupos sociales para conservar su poder, habiendo simbiosis de intereses entre todos ellos, con el fin de conservar los privilegios y el dominio sobre los demás grupos sociales. La desigualdad, el dominio y la coacción van impregnando todos los ámbitos sociales. Soldados, funcionarios y sacerdotes, al servicio del poder, se encargarán de ello. Se desarrollan las ciudades-estado, con una aldea o núcleo de población mayor y las tierras cercanas donde hay aldeas más pequeñas. Los grupos dominantes ejercen presión sobre campesinos y otros grupos sociales 31
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mediante tributos, cediendo tierras de cultivo a otros grupos, que aceptan esa dependencia a cambio de seguridad, protección y no tener que irse a otras tierras. A medida que aumenta la desigualdad, el Estado tiene mayores necesidades de control físico e ideológico de la población. Para ello se apoya en el control de la disidencia mediante la represión militar y la coacción física. También mediante el control del pensamiento a través de las instituciones y ritos religiosos, que santifican el poder asignándole un origen divino y mitológico. Podemos hacer distintas hipótesis sobre si este cambio necesariamente tenía que producirse así, es decir, si el tránsito desde comunidades paleolíticas hacia las primeras comunidades agrícolas y ganaderas, y el posterior desarrollo urbano y económico, hubo de suponer, por necesidad, el nacimiento de la jerarquía y la desigualdad en las comunidades humanas; pero no hay obstáculos en el análisis que nos permitan pensar y decir que las estructuras anteriores de solidaridad y complementariedad pudieron también servir para esta transformación neolítica. Si estas estructuras fueron sustituidas por el desarrollo de la jerarquía, la jefatura y el Estado, fue porque algunos individuos y grupos utilizaron ciertos mecanismos de poder, en los primeros desarrollos urbanos, sobre el consentimiento y la confianza de los demás. Cuando estos echaron cuentas, las nuevas formas de poder podían controlar todo intento de volver a estructuras anteriores. Desde entonces, las comunidades humanas viven 32
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en tensión y conflicto entre esas dos formas de ver la sociedad; entre los que apoyan las estructuras jerárquicas de poder y la desigualdad entre clases sociales, y los que defienden una sociedad de iguales, sin jerarquía de dominio político y sin privilegios. Claro que las cosas no son tan simples, porque en todo este proceso se han desarrollado diferentes concepciones e ideologías sobre cómo deben organizarse las comunidades humanas. Con ello, el conflicto social se ha ido haciendo más complejo. No hay motivo para no pensar que el cambio pudo consolidar las estructuras democráticas de las comunidades humanas, la distribución de recursos y el control social de las nuevas actividades económicas y nuevas necesidades. Podrían haber sido las claves de esa evolución neolítica. Entonces las ventajas o beneficios de este desarrollo y progreso habrían sido para todos, no solo para una minoría. Es cierto que la humanidad ha progresado mucho, pero en qué términos y cómo se han distribuido los beneficios de ese progreso es otra cuestión; además de las consecuencias de ese progreso para algunas comunidades humanas y el propio entorno natural. Las investigaciones apuntan a poder decir que la forma de vida del final de Paleolítico y los primeros tiempos del Neolítico garantizaban al conjunto de las comunidades humanas una alimentación superior en calorías de lo que hoy se dispone en muchos países del mundo. Todo podría haber sido de otra manera, pero eso es ficción histórica. Lo cierto es que las estructuras jerárquicas y la desigualdad de clases continuaron su desarrollo en la 33
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historia de la humanidad, tomando distintas formas, en diferentes lugares y épocas, desde la esclavitud a la servidumbre y a la explotación salarial, desde los primeros imperios hasta la colonización moderna. Todas ellas con un factor común: una minoría privilegiada domina y explota a una mayoría desheredada, unos grupos dominan a otros, unas regiones del mundo dominan y explotan a otras. Tanto el pensamiento griego clásico como la cultura hebrea ayudan a consolidar la jerarquía en la cultura occidental. En un caso, el poder de la razón; en otro, el poder de fe, van a fundamentar la desigualdad. El propio Aristóteles justificaba la esclavitud con base en una inferioridad intelectual de algunas personas que no pueden autogobernarse y necesitan que alguien las gobierne y dirija (el amo). Aunque como veremos, en el pueblo griego hay un intento de recuperar la “democracia” perdida, que siempre ha estado ahí, pues los excluidos de todos los pueblos y civilizaciones siempre han reclamado justicia. La llama de la igualdad no se apagó nunca, siempre han existido grupos sociales que quisieron recuperar, en su realidad histórica, el comunalismo perdido. Tampoco podemos olvidar que muchas comunidades indígenas, en determinados lugares del planeta, mantuvieron esas estructuras que podemos denominar de “democracia primitiva” hasta prácticamente nuestros días. Ellas han permitido a la antropología y a la historia poder reconstruir nuestro pasado, pero han ido desapareciendo poco a poco. Incluso hoy, algunas de ellas, en determinados lugares de 34
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Nueva Guinea, África, Australia o América del Sur, se extinguen como consecuencia de la presión sobre sus territorios por parte de la llamada “civilización”, que tiene como finalidad el control y expolio de los recursos naturales de esos territorios. Para terminar este primer capítulo me gustaría decir que no he pretendido dar una imagen o idea del hombre “primitivo” como del “buen salvaje”, que era bueno, vivía muy bien, sin dificultades o conflictos, presentándose esa manera de vivir como una situación deseable e idílica. Cada cual podrá valorar como quiera, desde sus propias estructuras ideológicas, deseos o situación, pues la interpretación es libre; pero el objetivo de este análisis no es ver las posibilidades de volver “allí”, sino la reflexión sobre los procesos humanos, analizar las posibilidades de recuperar algunos de aquellos valores para poder conseguir una auténtica democracia, definida por esencia, a mi modo de ver, como igualitarismo y comunalismo, tanto en lo que se refiere a la disponibilidad sobre los recursos materiales de la comunidad como al acceso a la toma de decisiones que afectan a todos.
2. La democracia antigua En el capítulo anterior hemos visto cómo los sistemas jerárquicos acaban imponiéndose al comunalismo propio de finales del Paleolítico y primeros tiempos del Neolítico. Ahora veremos cómo durante el primer milenio a. n. e. reaparece la llama de la democracia, sobre todo, en Grecia. 35
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Al parecer, algunas ciudades-estado de la India, entre los siglos VII a. n. e. y II tomaron forma de repúblicas (sistemas no monárquicos), o monarquías, en las que los gobernantes o reyes dependían de un consejo, pero hemos de suponer que la participación política solo llegaba a un grupo reducido (elite) de la población de esas comunidades. Parece ser que Herodoto, historiador griego del siglo V a. n. e., utilizó el término “democracia” (demokratía) para referirse al sistema político o forma de organización social que se había desarrollado en Atenas desde el siglo VI a. n. e., que era diferente al sistema aristocrático de Esparta y otras ciudades-estado. Etimológicamente, el término democracia significa “poder del pueblo”, es decir, el pueblo ejerce el poder. Así que tenemos que Herodoto pensaba que en Atenas el pueblo tenía el poder, y llamó democracia a ese sistema político, aunque lo primero que había que aclarar es, la siguiente cuestión, ¿qué es el pueblo? Como veremos después, el concepto de pueblo que hoy manejamos es diferente a la concepción griega, aunque nace en ella. Los demos eran distritos territoriales, demarcaciones o circunscripciones de ciudadanos en las polis griegas, dentro de otra división más amplía, la tribu. El término democracia surge del hecho de que algunos legisladores de algunas polis griegas, principalmente en Atenas, van a reducir los poderes tradicionales de las instituciones aristocráticas y van a dar cierta participación política, en lo que respecta a tomar decisiones y ocupar cargos públicos, a los demos. Es decir, los ciudadanos pueden tomar decisiones en lo que respecta a 36
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los asuntos de la polis o ciudad-estado, compuesta por varios demos distribuidos entre el núcleo urbano principal y las aldeas cercanas. Los demos eran el pueblo o conjunto de ciudadanos, pero el pueblo solo era una parte reducida de toda la población de la polis, pues la condición de ciudadano solo se otorgaba a los varones libres, nacidos de al menos un progenitor griego. Después, cuando se consolida el sistema democrático, se exige que ambos progenitores sean griegos para poder inscribirse en los demos y de esta forma adquirir la ciudadanía, así como los derechos que ello conlleva. No parece que en aquella época hubiera mucha oposición al uso del término democracia para designar a dicho sistema político. En unos casos se utiliza en sentido positivo, para defender esa idea y ese sistema. Serían los casos de Esquilo, Sófocles y los sofistas de la primera generación (Protágoras, Gorgias…). En otros casos, en sentído negativo, para resaltar sus defectos. Serían los casos de Platón o Aristóteles, que usan el término democracia en sentido peyorativo, como demagogia o manejo del pueblo por parte de personajes de fácil palabra. Así nace en Grecia la democracia frente a otros sistemas políticos. Veamos cuáles eran sus características, centrándonos en la democracia ateniense, por ser considerada la de mayor desarrollo de la Antigüedad. La población de Atenas, como la de otras polis griegas, estaba formada por una masa social en la que se incluían los esclavos, que realizaban los trabajos productivos en el campo, minas, artesanías, obras públicas, servicio 37
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doméstico, etc., y los campesinos libres, que dependían de las familias más poderosas, la aristocracia, que era la que detentaba el poder económico y político en la polis. Los campesinos libres podían disponer de tierras y esclavos, pero estaban en régimen de servidumbre con respecto a las familias aristocráticas, que fundamentaban su poder en la polis mediante el linaje y el pasado guerrero o mítico de sus antepasados. Este poder se ejerce mediante una institución local, el Areópago, donde solo están representadas las familias aristocráticas. En principio, estas polis tienen un régimen monárquico, es decir, un rey (basileus) tiene el poder fundamentado en la tradición y el linaje, pero este régimen va a ir dando paso a la aristocracia, pues las familias más ricas de la nobleza exigen compartir el poder con el rey. Es así como se desarrolla el sistema aristocrático de arcontado, en el que varios arcontes ejercen el poder, apoyándose en una especie de senado de familias aristocráticas y nobles, el Areópago, formado por viejos arcontes y representantes de esas clases más poderosas. Al principio hay tres arcontes, uno de ellos el rey, otro que se ocupa de los asuntos militares y otro de los asuntos religiosos. Más tarde el arcontado se amplía a nueve arcontes que asumen más poder legislativo y ejecutivo, aunque con cierto control por parte del Areópago. En las polis griegas existe conflictividad social derivada de la desigualdad de derechos entre los distintos grupos sociales. La presión demográfica y la falta de territorio potencian la emigración y colonización de otras zonas cercanas en el Egeo. Esto va a potenciar a su vez el comercio y la 38
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artesanía, dando lugar a la aparición de una clase emergente que va a acumular riqueza, pero que no tiene poder político. Sería la “burguesía” de la época griega. Esta clase quiere compartir el poder político con la nobleza y la aristocracia militar. Por otra parte, los campesinos sin tierra o más empobrecidos, que están en un régimen de servidumbre con respecto a la nobleza, reivindican el reparto de las tierras de cultivo y ciertos derechos. Esta situación produce tensiones y conflictividad, que a veces se intenta superar delegando en un legislador poderes especiales. Este legislador debía contar con el apoyo de la mayoría de los grupos sociales y no siempre procedía de la aristocracia, sino que a veces se confiaba el poder a un comerciante con gran poder económico. En el año 624 a. n. e. Dracón, miembro del arcontado y legislador de Atenas, consigue la aprobación de un código legislativo escrito para sustituir el derecho de tradiciones que era aplicado con arbitrariedad por la nobleza. En dicho código se establecen una serie de derechos y obligaciones de los ciudadanos y unas penas muy rigurosas, que en la mayoría de los delitos imponía como castigo la pena de muerte. Habría que decir que estas leyes no suponen un avance de derechos importante en su contenido, pero, por estar escritas, disminuyó el abuso por parte de la nobleza a la hora de impartir la “justicia”, entendida como la aplicación de la ley. Solón, de origen eupátrida y enriquecido mediante el comercio, que tiene buenas relaciones con los suyos y con los campesinos más pobres, es elegido en el año 594 a. n. e. arconte y legislador ateniense con poderes especiales, casi 39
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dictatoriales. Este gobernante desarrolla medidas legislativas que suponen un mayor protagonismo para la asamblea de ciudadanos (demos), que ya se celebraban anteriormente. Ahora se llevarían a cabo con mayor frecuencia. En ellas se decidirá por votación de los ciudadanos sobre ciertos asuntos que antes estaban controlados por el Areópago. En las asambleas se decide sobre la guerra y la paz, se votan leyes y se elige a los gobernantes que formarán las distintas estructuras del poder. El poder legislativo recae en el Consejo de los 400 (Boulé), elegidos por sorteo para un año y en la asamblea. El Areópago (senado de la nobleza) mantiene prerrogativas legislativas. El poder ejecutivo recae sobre los magistrados: por un lado los arcontes, elegidos por sorteo cada año, y por otro los estrategos o generales, que son elegidos por las tribus cada año, aunque pueden repetir mandato, teniendo poderes no solo militares, sino también relacionados con la política exterior y el comercio. El poder judicial recae sobre los tribunales populares formados por más de quinientos ciudadanos elegidos por sorteo, aunque todavía el Areópago mantiene la jurisdicción sobre determinados asuntos. En este reparto de poder se tiene como base la proporcionalidad de las diferentes tribus o grandes demarcaciones de la polis. Dicho así parece que los ciudadanos empezaban a tener el poder de las polis, pero, como vamos a ver, esto no era así. Todos los ciudadanos no tenían los mismos derechos políticos, sino que estos dependían de la clase social a la que pertenecían según sus propiedades. Solón, conforme a la 40
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riqueza agraria, establece cuatro clases sociales. Las dos primeras, la de los grandes y medianos propietarios, que disponían de recursos agrarios y militares importantes, tenían acceso a los cargos públicos en el Consejo, podían ser arcontes o formar parte de los tribunales públicos. La tercera clase podía acceder al Consejo, pero la cuarta clase (tetes), formada por los campesinos más pobres y trabajadores que no disponen de tierras, tenía voz pero no voto; en las asambleas solo podían acceder como jurados a los tribunales públicos (Heliea). La asamblea (Ecclesia) de ciudadanos ratificaba a los arcontes (poder ejecutivo), elegía a los miembros del Consejo (poder legislativo) y la Heliea. También decidía sobre algunos asuntos de la polis por aclamación o votación. En principio, las decisiones de las asambleas tenían que ser supervisadas por la institución aristocrática anterior, el Areópago, que tenía que dar el visto bueno a lo que el demos decidía. Hay por lo tanto dos estructuras de poder paralelas: el pueblo, o una parte del pueblo, decide algunas cosas en las asambleas, pero eso debe ser ratificado por la nobleza y la aristocracia militar (Eupátridas). Podríamos decir que es un paso hacia la democracia, aunque muy pequeño, pues la gran mayoría de personas que viven en la polis están excluidos de todo este proceso: mujeres, esclavos y extranjeros. Sin olvidar que los ciudadanos más pobres apenas participan en tomar decisiones y desempeño de cargos públicos. Con las reformas de Solón se consolida un sistema de gobierno plutocrático, donde los ricos tienen el gobierno y
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el poder, aunque se protege al pueblo mediante algunas leyes sociales. El sistema de Solón no fue del agrado general. Sus reformas no consiguen la “pacificación”. Los conflictos sociales continúan. Aparecen nuevos legisladores o mediadores que se convierten en arcontes con poderes especiales. Algunos de ellos imponen y desarrollan el sistema de la Tiranía, una especie de despotismo ilustrado. Las tiranías surgen en el enfrentamiento por el poder entre familias aristocráticas que cuentan con apoyos entre los soldados (hoplitas). Habría que destacar a Pisístrato, sobre todo desde el 546 a. n. e., que intenta seguir las leyes de Solón en lo que respecta al reparto de poder entre aristocracia y grandes comerciantes y artesanos, pero va a gobernar contra el poder de la aristocracia. Este legislador promueve el reparto de tierras a los campesinos pobres, favorece el comercio colonial, las obras públicas, la artesanía, el uso de la moneda y la cultura, pero las instituciones de poder donde participan los ciudadanos pierden importancia. Cuando muere Pisístrato, en el año 528 a. n. e., sus hijos, Hiparco (asesinado poco después) e Hipías, intentan seguir la obra de su padre. En el año 511 a. n. e. la aristocracia recupera terreno perdido, aunque debe hacer concesiones al pueblo, que ahora va a confiar el poder a un miembro de la aristocracia para que desarrolle unas leyes con mayores garantías de libertad. Es así como Clístenes, arconte y legislador de Atenas con poderes especiales, llega al poder en el año 511 a. n. e.
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Clístenes realiza unas reformas con el objetivo de impedir el desarrollo de tiranías. Para ello retoma las reformas de Solón, con algunos cambios. Amplía el Consejo a 500 miembros y aparece la Pritanía, un comité reducido del Consejo, formado por miembros de la misma tribu y que se renueva cada 36 días. Sus funciones son las de dirigir el Consejo y preparar medidas legislativas, habiendo un presidente que cambia cada día. El Areópago sigue siendo un poder fáctico que supervisa las leyes, mantiene algunas atribuciones judiciales y cierto control sobre los arcontes. Estas reformas intentan dar mayor participación a los ciudadanos, pero consiguen pocos cambios al respecto. Quizá la reforma más importante sea la implantación de un sistema que permite el control de los cargos públicos más relevantes, se trata del ostracismo, un mecanismo político y judicial por el que la asamblea puede denunciar a los gobernantes y cargos políticos importantes, que pueden acabar siendo condenados al destierro o la inhabilitación por abusos de poder, corrupción, traición, etc. Esta práctica se extendió después a otras polis griegas. Después de nuevos periodos de inestabilidad, y de la guerra entre griegos y persas, aparece Efialtes como legislador de Atenas en el año 461 a. n. e. Efialtes pretende importantes reformas constitucionales en la búsqueda de un mayor equilibrio entre el poder de la aristocracia y los ciudadanos. Va a limitar las competencias del Areópago, que queda reducido a un tribunal para casos de delitos de sangre o a cuestiones en materia de religión. Además, va a potenciar las subvenciones 43
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económicas a las instituciones democráticas y el desempeño de cargos en dichas instituciones (Consejo, Heliea, magistrados). También potencia el papel de la asamblea con nuevas competencias y abre el Arcontado a la tercera clase social, los zeugitas, campesinos que disponían de pequeña propiedad y aparejo propio, y que podían integrarse como soldados de infantería al ejército (hoplita). Ahora, junto a los grandes propietarios (pentakosi) y los medianos propietarios (hippei), podrían desempeñar el cargo de arconte. Hemos de tener en cuenta que la división social en clases se establecía por las propiedades y por las posibilidades de aportar a la polis en la guerra, de manera que las clases más altas eran las que podían mantener al menos un navío de guerra; después estaban aquellos que podían costearse un equipo para poder integrarse en la caballería militar. La siguiente clase estaba formada por aquellos campesinos de pequeña propiedad que podía costearse un equipo para incorporarse como hoplita o soldado de infantería. Los campesinos pobres, es decir, los ciudadanos trabajadores sin bienes, podían asistir a la asamblea, con voz pero sin voto, no podían acceder a los cargos públicos importantes y solo podían formar parte como jurados en los tribunales públicos, aunque iban a la guerra con los medios que la polis aportaba mediante los otros grupos sociales. Efialtes también pretendía dar mayor poder ejecutivo a los estrategos, nombrados como delegados de la asamblea, reelegibles y con atribuciones ejecutivas en lo militar y en lo civil (mediante la Pritanía). Estas reformas de Efialtes no salen adelante en la práctica, porque es asesinado cuando 44
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empieza a desarrollar su proyecto; se supone que a manos de los sectores más aristocratizantes de Atenas. Sería Pericles, seguidor de Efialtes, quien desarrollara esas reformas desde el año 443 a. n. e., cuando se convierte en legislador de Atenas. Esta época, que se prolonga hasta el año 429 a. n. e., cuando Pericles muere en una Atenas asediada por los espartanos, se considera la de mayor profundidad de la democracia ateniense en la Grecia clásica. Pericles pone en marcha las reformas de Efialtes con el objetivo de consolidar la democracia. Para ello, otorga mayores poderes de decisión a la Heliea (tribunal popular), al Consejo (Boulé), la Pritanía y la Ecclesia (Asamblea), a la vez que reducía el poder del Areópago y los arcontes. Ahora los ciudadanos de la tercera clase pueden ser arcontes y se otorga mayor poder ejecutivo a los estrategos, que asumen atribuciones ejecutivas en lo militar y en lo civil mediante la Pritanía (comité del Consejo). Se subvencionan económicamente las instituciones de poder y se retribuye el desempeño de cargos públicos, incluso la asistencia a las asambleas. De esta manera, Pericles pretende compensar a los partidarios de la democracia para que esta adquiera mayor solidez frente a las pretensiones aristocráticas. Todos los cargos se eligen en sorteo por un año, menos los estrategas, que se presentan o proponen para la elección y pueden ser reelegibles cada año. Pericles es elegido estratega autokrátor (poderes especiales), aunque debe someterse a la reelección ante la asamblea cada año. Este gobernante populariza su poder, potencia la asistencia gratuita a espectáculos 45
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públicos y baños, el comercio colonial, las obras públicas, etc., dando a su legislatura un tono de liderazgo personal que le produjo algunos problemas con la asamblea de ciudadanos, que a veces no compartían sus decisiones o su forma personalista de gobernar en Atenas. Desarrolla un sistema de impuestos para mantener a la “armada” y costear obras públicas y espectáculos. Este sistema de impuestos era jerarquizado, de manera que se pagaba según la clase social a la que se pertenecía. Las clases más altas pagaban más impuestos. Otro cambio importante en esta época es la redefinición de la ciudadanía. Hasta entonces bastaba con ser descendiente de un ciudadano ateniense para adquirir tal condición; a partir de ahora debían ser atenienses los dos progenitores para adquirir la ciudadanía de Atenas y todos los derechos que esto conlleva. Con esta medida Pericles intenta que las asambleas, que ahora tienen mayores atribuciones, estén controladas por los intereses de ciudadanos de Atenas, evitando posibles influencias de otros ciudadanos que, aunque fuesen atenienses, pudieran tener intereses distintos por sus orígenes familiares. Los cargos políticos solo son asequibles a los ciudadanos casados y que tengan propiedades en el Ática. El hecho de que este periodo sea considerado el más radical de la democracia ateniense ha de interpretarse en el sentido de que fue la época donde los ciudadanos tuvieron más derecho a la participación política, pero no nos podemos llevar a engaños, porque en esa época de Pericles se aprobaron muchas leyes que eran más conservadoras de lo que el 46
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optimismo democrático podría hacer pensar. No podemos olvidar que Pericles era de procedencia aristocrática y que, por tanto, los valores de la aristocracia y de la tradición religiosa impregnan muchas de esas leyes. Por ejemplo, no se reconocía la libertad religiosa en sentido moderno, sino que aquel que negase a los dioses tradicionales podía ser condenado por impiedad. En este periodo “dorado” de la democracia ateniense seguían teniendo más peso e influencia los ideales tradicionales de la nobleza y la aristocracia que los nuevos ideales de racionalidad, igualdad y libertad que los sofistas intentaban extender. Los sofistas pusieron en cuestión el sistema esclavista al hablar de la igualdad de todos los seres humanos, también de la igualdad de las mujeres, cuando ni siquiera a todos los ciudadanos se les reconocía la igualdad de derechos. Estos ilustrados de la Antigüedad, en una sociedad esclavista, pensaban que todos los seres humanos están dotados de la misma racionalidad y proponían la igualdad de derechos para todos. El movimiento sofista podría ser una consecuencia del avance hacia la democracia. En sus propuestas van mucho más allá de lo que esa democracia dio de sí y ofreció. El sofista Hipías hablaba a finales del siglo V a. n. e. de igualitarismo de todos los individuos y de cosmopolitismo. Después de la muerte de Pericles, durante la guerra del Peloponeso (431-404 a. n. e.), comienza un periodo de inestabilidad para el sistema ateniense. Las disputas entre sectores partidarios de la democracia y sectores partidarios de la aristocracia (apoyados por Esparta) van a provocar tensiones 47
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permanentes y una guerra civil en Atenas. Hay alternancia de periodos más aristocráticos con periodos democráticos. Trasíbulo reinstaura la democracia después del gobierno de los treinta tiranos, instalado en Atenas por Esparta en el año 404. Este periodo democrático no es comparable a la época de Pericles. Hay una continua tensión y enfrentamientos entre los diferentes partidos, unos partidarios de la aristocracia, otros de la democracia. Por otra parte, la identificación del ciudadano con la polis también entra en crisis al desarrollarse los intereses individuales frente a los intereses del Estado, sin olvidar que aparece una oposición ideológica importante contra la democracia en pensadores como Platón y Aristóteles, que hacen propuestas más aristocráticas y elitistas por considerar que la democracia puede llevar al poder a los ignorantes y que estos, al no saber lo que es la justicia, no podrán desarrollarla. Incluso van más allá, pues en el caso de Aristóteles, llega a justificar la esclavitud con base en el déficit racional (alma) por naturaleza en algunas personas que solo están capacitadas para ser esclavos y obedecer. Algunos pensadores sofistas, sobre todo los eristas (Eubúldes) y algunos políticos (Trasímaco, Lisias...), pierden la cultura más democrática de los primeros sofistas, cayendo en una política demagógica. Hay conflicto de intereses entre aquellos ciudadanos más pobres, partidarios de una política de expansión colonial para poder obtener tierras, apoyados por comerciantes; y los grupos más conservadores, que prefieren mirar hacia la política interior. Todos estos elementos suponen una crisis permanente y un desprestigio para la 48
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democracia, que desaparecerá de Atenas y otras polis griegas cuando Filipo II de Macedonia conquista estas tierras desde el año 338 a. n. e., tierras que posteriormente formarían parte del imperio de Alejandro Magno, hijo de Filipo. En este análisis sobre la democracia hemos de tener en cuenta un elemento importante: se trata de una supuesta relación entre la aparición de la democracia y la guerra. Al parecer, los ciudadanos son llamados por la aristocracia y la nobleza a colaborar en la defensa de la polis en sus procesos bélicos contra otros territorios. En este caso estamos hablando de la guerra que algunas ciudades de Atenas tienen con los persas por la defensa de los territorios coloniales, el control marítimo y comercial de la zona del Egeo. Los ciudadanos organizados por distritos territoriales (demos) se incorporan a la guerra para participar en la defensa de la polis (ciudadestado), ponen sus recursos y sus vidas a su disposición, pero no cuentan para tomar decisiones políticas. En algunas polis, sobre todo en Atenas, estos ciudadanos exigen participación política, quieren contar para decidir, lo mismo que cuentan para morir por la polis. De esta forma pueden obtener derechos civiles y económicos. Parece ser que así comienza el proceso que lleva a desarrollar una serie de instituciones en las que los ciudadanos pueden opinar y decidir, proceso que, como hemos visto, tiene el mayor desarrollo en la Atenas de Pericles. Hay otras hipótesis sobre el origen de la democracia antigua. Se puede relacionar su surgimiento, en algunos lugares, con la crisis del sistema imperante (jefaturas o monarquías primitivas), con su decadencia e incapacidad para dar 49
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respuesta a los cambios y nuevos problemas sociales; momento en el que renace la aspiración popular de recuperar el poder perdido desde un pasado de mayor igualdad (sociedades igualitarias), aspiraciones después gestionadas por una minoría para establecer un régimen acorde a sus intereses. Ahora llega el momento de hacer una valoración sobre este proceso de democracia desarrollado en algunas polis griegas. Desde el punto de vista cuantitativo, es una democracia muy reducida, si tenemos en cuenta al conjunto de la población de la polis. Por ejemplo, en Atenas, los esclavos, que representaban la mitad de la población, no eran ciudadanos, no tenían derechos. Ellos no iban a la guerra como soldados, pero eran botín de guerra y la sufrían como los demás. Tampoco las mujeres, niños y jóvenes, eran ciudadanos. Ni los extranjeros. Todos estos grupos no participan en las instituciones democráticas. Las mujeres estaban relegadas al cuidado del hogar y de la infancia. Sus derechos políticos eran nulos, solo algunas mujeres de la clase más alta, o que se relacionaban con personajes públicos importantes, llegaron a poder participar en esta época, a la sombra, en el ámbito político o cultural. Sería el caso, entre otras, de Aspasia de Mileto, segunda mujer de Pericles; Hiparquia, seguidora del cinismo, o Arete, filósofa del siglo IV a. n. e., que dirigió la escuela cirenaica a la muerte de su padre, Aristipo de Cirene. Es decir, que esto que hemos llamado democracia implicaba a un número reducido de la población. Se calcula que solo el 12% de la población total de Atenas 50
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eran ciudadanos. De este porcentaje, se calcula que la participación real en las asambleas públicas estaría en torno al 10% de los ciudadanos, pues a las asambleas solían acudir, sobre todo, aquellos ciudadanos que tenían voto. Los que solo tenían palabra acudían de manera más esporádica. Esto nos lleva a deducir que la participación real en la toma de decisiones políticas en la democracia griega, en Atenas, estaría, en el mejor de los casos, por debajo del 2% del conjunto de la población de la polis, un porcentaje muy insuficiente para hablar de democracia en sentido pleno. Aunque si lo comparamos con el de la democracia moderna, en términos cuantitativos de participación en la toma de decisiones políticas, ese porcentaje adquiere mayor relevancia, pues, por ejemplo, en España, si suponemos que el Parlamento representa al conjunto de la población y decide por todos (legislativo), el porcentaje estaría sobre el 0,0025 de la población total. Ese porcentaje se reduce todavía más cuando el sistema democrático permite que los gobiernos, unas cuantas personas, al margen de los parlamentos, tomen decisiones. Si esto mismo lo aplicamos a las corporaciones locales como órganos de representación del pueblo, el porcentaje, por ejemplo, para una población de unos 10.000 habitantes, no supera el 0,15% de la población total. Es decir, en cuanto a la toma de decisiones políticas, la participación ciudadana en la democracia moderna está por debajo de la democracia antigua; aunque el concepto de ciudadanía y los derechos civiles llegan a casi toda la población, implicada en el sistema de representación política mediante el derecho al 51
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voto, delegando su capacidad de decisión política en un grupo muy minoritario para que decida por todos. La democracia moderna también contempla el instrumento del referéndum, como consulta popular para cierta toma de decisiones políticas, pero, además de ser un mecanismo poco utilizado por los gobiernos, en muchos casos, tiene el carácter de “no vinculante”, es decir, el gobernante consulta al pueblo, pero no está obligado a ejecutar el resultado de esa consulta. Volviendo a Grecia, si por democracia se entiende que el poder de decisión y la soberanía está en el pueblo, pero resulta que ese pueblo apenas existe porque más del 85% de la población no se considera pueblo, ¿hasta dónde llega esa democracia? En los textos académicos se habla de la democracia griega como de una democracia directa, aunque limitada. Que era limitada está claro, pues la condición de ciudadanía era muy restringida y afectaba a una proporción muy reducida de la población. En lo que respecta a “democracia directa”, también hay que admitirlo con serias reservas, pues desde el punto de vista cualitativo vemos que también hay restricciones importantes en el ejercicio de la participación política de los ciudadanos, incluso en el periodo que se considera más democrático, en la época de Pericles, pues una parte significativa de ciudadanos no participan en igualdad. Los campesinos sin propiedades, es decir, los ciudadanos trabajadores atenienses más pobres, solo podían acceder a los tribunales públicos como jurados, pero tenían restricciones en 52
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su participación en la asamblea, en la que podían hablar pero no votar. También tenían restricciones en el acceso a cargos públicos de magistrados (arcontes y estrategos). Por tanto, las clases más ricas eran las que dominaban el ámbito de las decisiones políticas. No todos los ciudadanos, de forma directa, participaban en dichas decisiones. La conclusión que podemos extraer de todo este análisis es que la democracia griega supuso un paso importante en el camino hacia lo que se llama democracia, pero se mitifica este proceso. Se vende la idea de que la democracia griega era que el poder estaba en manos del pueblo, porque se traduce la palabra democracia como demokratía: demos se toma como pueblo, y kratía, como poder, pero la palabra demos podría llevarnos a confusión. Es cierto que demos hace referencia al pueblo (conjunto de ciudadanos o de población), pero creo que, en sus orígenes, la palabra democracia hacía referencia al hecho de que no solo las clases aristocráticas participaban en la política, mediante el Areópago, sino que también lo hacían los demos, como unidades administrativas, cantones o distritos territoriales en los que se subdivide la población de las tribus, proponiendo candidatos y haciendo propuestas para debatir y votar en la asamblea. Es decir, la democracia supone en Grecia que se controla, limita o restringe el poder las clases aristocráticas. Habría por tanto que traducir el término democracia, cuando nos referimos a algunas polis griegas, no por el “poder del pueblo”, sino por “el pueblo tiene cierta participación” en el poder político que antes 53
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estaba exclusivamente en las familias aristocráticas. Sobre cómo se produce esa participación del pueblo en el poder político es lo que acabamos de analizar en los párrafos anteriores. Y hemos visto que es de una manera muy reducida, tanto desde el punto de vista cuantitativo como cualitativo. Creo que a esta conclusión hemos de llegar si por demos entendemos población, o si por pueblo entendemos población, independientemente del concepto o la condición de ciudadanía, que es un término político que se aplica a una parte muy reducida de la población. Ahora, si pensamos que los esclavos, las mujeres y los extranjeros no son población, esa democracia mejora en su valoración, pero entonces estas personas ¿qué son? La democracia griega hay que interpretarla como un proceso en el que una nueva clase social, que podríamos considerar como una burguesía en términos modernos, comerciantes y artesanos, que se enriquecen en el proceso colonial, no se conforman con tener solo poder económico, también quieren acceder al poder político, al ámbito donde se toman las decisiones políticas con el objetivo de defender y potenciar sus intereses económicos. Por ello, este acceso al poder se hace realidad, sobre todo, para las clases más adineradas. Los grupos sociales más pobres, incluso entre los ciudadanos, van a tener poca influencia política por las restricciones impuestas, o simplemente van a ser excluidos de todo el proceso, en el caso de esclavos y mujeres. También hemos de tener en cuenta que aunque se diga que la democracia antigua era una democracia participativa (directa), 54
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porque en la asamblea se decidía de forma directa, estamos hablando más de un formalismo que de una realidad, pues ni la asamblea eran toda la población ni allí se podía decidir sobre todos los asuntos. Ya hemos visto las grandes restricciones que había al respecto. Pienso que la democracia, en su nacimiento, tiene más carácter representativo que participativo. Son representantes de los demos los que pueden acceder a los cargos políticos importantes; y nace más oligárquica que popular, o más exactamente, nace como timocracia, pues solo la minoría que dispone de poder económico tiene realmente influencia en el poder político y en la toma de decisiones. Es una democracia censitaria en la que los ciudadanos que tienen más renta ejercen el poder político. Tampoco en el terreno de la igualdad social, valor que se asocia a la democracia, avanzó mucho esta democracia griega, pues la esclavitud y la marginación de la mujer eran dos elementos de desigualdad que formaban parte de la realidad social y que no se cuestionaron seriamente desde el punto de vista político, a pesar de afectar a un elevado porcentaje de la población, aunque sí desde el punto de vista teórico, pues algunos sofistas defendieron la abolición de la esclavitud y la igualdad, e incluso el propio Platón, pues su proyecto de república no se apoya sobre estos parámetros de desigualdad, aunque sí sobre otros elementos diferenciales que el filósofo considera desde sus concepciones antropológicas y sociales. En lo que respecta a igualdad ante la ley (isonomía), un factor importante para definir lo que es la democracia, solo se 55
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cumple para un porcentaje muy reducido de población, e incluso entre los ciudadanos no se desarrolla esa igualdad, pues los derechos de unos y otros no son los mismos. Hay distintas clases de ciudadanos y distintos derechos políticos. En lo que respecta a la situación económica, hubo intentos de compensar a los ciudadanos más pobres, mediante el reparto de tierras y la potenciación de la colonización de nuevas tierras, pero todo fue insuficiente para paliar la enorme desigualdad social existente. En la política exterior hay un elemento que algunos historiadores consideran contradictorio con el desarrollo de la democracia. Se refieren al hecho de que mientras en la política interna de Atenas se desea potenciar los elementos democráticos, en política exterior se desarrolla la necesidad de captar el máximo de recursos mediante el control marítimo y la hegemonía en la zona, imposiciones e impuestos en otros territorios, y con estos recursos potenciar la política interior, supuestamente basada en esos principios de igualdad y progreso social. Tampoco hay concesiones de autogobierno a esos territorios controlados. Cuando la hegemonía y el poder ateniense se debilitan también se debilita su sistema democrático. ¿Son compatibles estos elementos “imperialistas” de política exterior con los principios democráticos que se quieren defender y desarrollar en política interna? ¿Se sustenta esta democracia sobre el imperialismo y la colonización? Hay, pues, que desmitificar la democracia griega en cuanto que no era, a mi modo de entender, lo que se desea 56
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que hubiese sido cuando es interpretada desde la democracia moderna. Aunque hay que valorarla en cuanto que supone un paso importante hacia la democracia y establece algunas diferencias políticas con otros sistemas donde el poder estaba en manos de una minoría aún más reducida, como en la aristocracia de Esparta en esa misma época, donde la asamblea popular o Apella, formada por todos los ciudadanos de Esparta (guerreros con lote de tierras, homoioi), nombraba a los miembros de la Gerusía o consejo de ancianos (gerontes), pero solo entre las familias más poderosas, y a los cinco éforos o magistrados (Eforado), encargados de ejecutar la decisiones de la Gerusía, que era la que realmente tenía mayor poder decisión y el derecho de veto sobre la asamblea que, sin deliberación, también votaba por aclamación algunas cuestiones que la Gerusía o el Eforado le presentaba sobre cuestiones judiciales, alianzas, guerra o paz, etc. En cuanto a la población de Esparta observamos las mismas diferencias que en Atenas. Hay una parte importante de ella que no son ciudadanos y por tanto no tienen derechos políticos: los ilotas (miembros de otros pueblos sometidos a esclavitud y que se encargaban del trabajo productivo) y los periecos, gentes libres (descendientes sin lotes y otros), pero sin participación política y con derechos civiles limitados, que se dedicaban principalmente a la artesanía y el pequeño comercio. En definitiva, la participación política de los ciudadanos en Atenas es mayor que en Esparta. Sería una injusticia no saber valorar el progreso en la sociedad griega con la implantación de la democracia, porque 57
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ese progreso seguro que costó mucho esfuerzo y vidas humanas, por las resistencias y obstáculos que estos cambios encontraron en las clases aristocráticas, que se oponían a todo cambio que pudiera suponer una pérdida de su poder. Es una constante histórica, pues, de manera general, quien tiene el poder no lo comparte amablemente. La presión social desde los sectores y grupos sociales desfavorecidos en el reparto de la riqueza económica, o marginados del poder político, puede llevar al cambio social. Pero, aun teniendo en cuenta la distancia histórica en nuestra valoración, también sería un engaño presentar a la democracia griega como un ideal de democracia, sin saber reconocer que solo fue, aunque grande, un “pequeño” avance social, pues la mayoría de la población no participaba en esa democracia. Las mujeres estaban excluidas de toda actividad política y social. Las clases que sostenían a la sociedad desde el punto de vista económico, es decir, los esclavos y los campesinos pobres, los que trabajaban las tierras, en la artesanía, las minas, las obras públicas, el servicio doméstico, etc., tenían escasos o nulos derechos políticos y sociales. La democracia, en su contenido social y económico, en términos de búsqueda de igualdad y justicia social, como hemos visto, tuvo escaso desarrollo en la democracia griega. La preocupación por las cuestiones sociales y por la pobreza no es un elemento fundamental de esta democracia. Como conclusión final sobre el origen de la democracia griega podríamos decir que cuando se usa el término democracia, para llamar al sistema político ateniense, y se inter58
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preta posteriormente como el “poder del pueblo”, habría que aclarar lo que entendemos por pueblo en este caso, que no hace referencia al conjunto de personas o población de una comunidad, Estado o territorio, sino al reducido grupo de ciudadanos que tiene reconocidos ciertos derechos a participar en la vida política de la sociedad en que viven. El rastro de la democracia prácticamente desaparece en el mundo occidental hasta la modernidad, aunque durante la república de Roma hay ciertos elementos que llevan a algunos historiadores a hablar de estructuras democráticas, pero que, como veremos, siempre se quedaron lejos de lo que había sido la democracia en Atenas, sobre todo en la época de Pericles. En Roma, durante el periodo monárquico, el poder está en manos del rey, que es aconsejado por el Senado, formado por ancianos de la aristocracia y por un colegio sacerdotal. Por su parte, la plebe o pueblo, ordenado en unidades militares y administrativas llamadas curias, participaban como grupos en algunos comicios, para aclamar al rey y sobre otros asuntos que el Senado o el rey les consultaban. En el siglo VI a. n. e., el rey reformador Servio Tulio realiza una reestructuración de la población romana mediante la creación de distritos territoriales, que sustituyen a la estructura por gens, apareciendo la nueva división en tribus y centurias, dentro de las cuales la población también queda dividida en cuatro clases sociales según la riqueza económica. Los derechos políticos estaban relacionados con el poder económico y la 59
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aportación al ejército romano. De las cuatro clases sociales, los proletarios, aquellos que no cuentan con propiedades inmuebles, que son considerados únicamente por su capacidad de tener y criar hijos (prole), son excluidos de toda participación política. Por su parte, los pequeños propietarios tienen reducida esa participación. Las reformas de Servio Tulio consolidan un sistema en el que la aristocracia patricia, que dispone de grandes propiedades agrarias, concentra, junto al rey, prácticamente todo el poder político. Su descendiente, Tarquimio, fue destronado por la aristocracia, como consecuencia de querer gobernar de manera dictatorial, abriéndose paso, de esta manera, desde el año 509 a. n. e., la República Romana, que se organiza políticamente mediante el Senado patricio (aristocracia) como asamblea consultiva y de asesoramiento de enorme poder político y moral para los magistrados patricios, que asumen el poder legislativo y ejecutivo, pero con cierto control por parte del Senado. Los magistrados se estructuran de manera jerárquica y con distintas funciones: los cónsules, los más altos cargos, asumen la dirección del Estado y el ejército; los pretores dirigen la administración de justicia; los censores controlan el censo de ciudadanos y los impuestos; los ediles desarrollan una labor policial-militar y los cuestores administran el erario público. La plebe participaba como en época anterior, mediante comicios elige por aclamación a los magistrados y decide sobre algunos asuntos legales que el Senado o los magistrados les presentan, pero sin previa discusión. A veces, también puede actuar como tribunal de apelación. 60
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Dentro de la plebe se desarrolla un grupo social que se había enriquecido principalmente por el comercio y la artesanía, que va a promover tensiones sociales y revueltas, en la exigencia de derechos jurídicos y políticos frente a los abusos del Senado o de los magistrados. A medida que Roma se extiende en sus conquistas tiene nuevas necesidades militares, se hace necesaria la participación de nuevos grupos sociales en la guerra. Los patricios tendrán que ir cediendo derechos a la plebe, sobre todo, a sus elites enriquecidas, para asegurar el poder militar que proporcione la conquista de nuevos territorios. No podemos olvidar que el poder de Roma se asienta en la conquista y saqueo de otros pueblos (recursos, esclavos, comercio, etc.). Los intereses de los patricios y la “nueva burguesía” son los mismos: conseguir nuevos territorios que dominar y abrir nuevas rutas comerciales que aumenten su poder económico y político. La república, controlada por los patricios, va a ir dando paso a una república gobernada por una oligarquía en la que se fusionan patricios y plebeyos ricos. Ahora la contraposición social ya no es principalmente entre patricios y plebeyos, sino entre clases ricas y clases pobres. La plebe accede a las magistraturas, es decir, los plebeyos pueden ocupar cargos de tribunos, ediles, etc., e incluso, desde la reformas de Licinio, en el 367 a. n. e., un plebeyo podía ser cónsul. Se suponía que los magistrados plebeyos tenían la función de representar y defender los intereses y derechos de la plebe, que participa en los comicios ciudadanos que se organizan por centurias o tribus territoriales para nombrar a los magistrados y decidir 61
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sobre las cuestiones que presentaban los convocantes de estos comicios (magistrados o cónsules). La plebe también consigue nuevos derechos como la libertad de matrimonio entre patricios y plebeyos, y eliminar la posibilidad de esclavitud por deudas. Todo este proceso de reformas no está exento de tensiones entre el Senado, poco dado a hacer concesiones a la plebe, y los cónsules y generales militares, que tienen grandes ambiciones de nuevas conquistas que consoliden su poder económico y político. En términos modernos, podríamos hablar de todo este proceso de reformas como de una revolúción burguesa en la que una nueva clase social, la burguesía, formada por plebeyos ricos, con importante poder económico, estaba excluida del poder político. Para conseguirlo, se apoya en el pueblo o plebe (con aspiraciones naturales de lograr sociedades más igualitarias), pero después se fusiona con la clase que antes tenía el poder y entre ambas controlan la sociedad, según sus intereses económicos y políticos, que suelen coincidir. Entre ambas controlan todo tipo de participación ciudadana en la organización política, que toma una estructura aparentemente democrática, en la que el Senado, que tenía el derecho de ratificación o no sobre las decisiones de los comicios populares, se veía obligado a respetar las decisiones de dichas asambleas populares. Pero, en realidad, tal democracia es prácticamente nula, porque el poder social, político y económico está en manos de una oligarquía formada por los nuevos ricos plebeyos y la antigua aristocracia patricia, que son quienes ocupan las 62
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magistraturas y controlan, mediante una especie de “clientelismo”, los resultados de los comicios populares. Las clases más pobres, formadas por pequeños propietarios y proletarios (trabajadores de la agricultura, la artesanía o el comercio), ni en la época de mayor participación política de los ciudadanos podían acceder a magistraturas, teniendo escasa importancia sus opiniones, pues el sistema de elección o decisión no era individual, como persona o ciudadano, sino que se hacía como en épocas anteriores, separando a los asistentes por grupos de tribu, centuria o curia (según el tipo de comicio), y una persona votaba por el grupo si estaba de acuerdo o no con la propuesta que hacía el convocante del comicio, pero, como la mayoría de los votos se asignaban a los grupos más ricos, a veces, los grupos más pobres no llegaban ni a votar, porque cuando les llegaba su turno ya se habían obtenido mayorías. Además, en esos comicios populares, convocados por los magistrados, solo se podía hablar u opinar si se era invitado a ello por quien convocaba el comicio. Al principio solo acudían los hombres, después acudían también algunas mujeres. Estos comicios se desarrollaban, principalmente, en la ciudad de Roma. En otros territorios romanos eran menos frecuentes. Sin olvidar que, desde el siglo IV a. n. e., se había implantado la esclavitud, por lo que una parte importante de la población eran esclavos y esclavas sin ningún tipo de derecho al no ser considerados ciudadanos, aunque podían adquirir la libertad (libertos) como una gracia de sus amos, o comprarla, lo que suponía que el resto de sus vidas estarían pagando tributos a sus antiguos amos. Estos libertos solo así 63
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adquirían ciertos derechos. Sus hijos sí podrían ser considerados ciudadanos de Roma. El control del pueblo, además de por medios políticos y policiales, se realizaba por medio del poder religioso. Los colegios sacerdotales, herederos de antiguos jefes religiosos patricios que guiaban a sus comunidades, formados ahora por una jerarquía que iba desde los pontífices hasta los augures, conservaban poderes culturales importantes. Tenían influencias en las ideas, culto, calendarios, organización de ritos y fiestas, etc., e incluso tenían influencia en las decisiones de magistrados y Senado, que solían hacer consultas a estos colegios sacerdotales antes de tomar decisiones importantes. La plebe pudo acceder a ciertos cargos de los colegios sacerdotales desde el siglo III a. n. e. Las mujeres podían ingresar como doncellas al servicio del templo de Vesta durante treinta años para cuidar el fuego sagrado, guardando castidad y pureza durante ese tiempo. Las necesidades militares eran cada vez mayores para garantizar la pacificación de los territorios ocupados, que se levantaban contra el yugo romano. También para promocionar nuevas conquistas, sin olvidar los problemas internos que la esclavitud plantea, incluso en los territorios más cercanos, mediante sublevaciones para cambiar esa situación de esclavitud (Espartaco, 73-71 a. n. e.). Por ello, el ejército se fue abriendo a nuevos grupos sociales mediante reformas sucesivas que rebajaban los límites censitarios para ingresar como soldado, lo que empobreció a muchos pequeños propietarios, que tenían que abandonar sus tierras para acudir 64
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a las campañas militares. Más tarde, los proletarios también ingresaban en el ejército, incluso extranjeros de las tierras sometidas, pues de esta manera podían adquirir la ciudadanía romana y sus derechos. El ejército romano se fue transformando desde una elite agraria, que participaba en campañas militares para conquistar nuevas tierras que aumentaran su patrimonio, hasta una estructura más profesionalizada, cada vez mayor, controlada por esas elites, que pugnaban por sus ambiciones de conquista y poder político, utilizando para ello a las clases más pobres, que encontraron en el ejército una forma de vida, y en algunos casos veían en esta actividad militar una oportunidad de ascenso social, pues si participaban en conquistas y destacaban ante sus jefes, podían recibir lotes de tierras a cambio, ya que parte de las tierras conquistadas se distribuían entre militares veteranos destacados. Ante las tensiones y conflictos tanto internos como externos, en una Roma que se extendía por el Mediterráneo, la república fue cediendo poder ante los cónsules con poderes especiales desde el siglo I a. n. e., en detrimento del Senado y los comicios populares. Los conflictos entre republicanos, que se resistían a ceder poder del Senado a cónsules, y estos, que asumían poderes dictatoriales; además de las luchas por el poder entre distintas familias que querían controlar el consulado, terminarían con la República, abriéndose paso formas absolutistas de poder a partir de la segunda mitad del siglo I a. n. e. Primero en forma de dictadura (Julio César). Después en forma de Imperio (Octaviano es nombrado por el 65
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Senado emperador augusto en el año 27 a. n. e.). El emperador asume el poder político, militar, fiscal y religioso, controlando todas las instituciones mediante la formación de una burocracia administrativa. El Senado queda reducido a un poder ficticio, en manos del emperador, que otorgará privilegios personales según sus intereses. Las asambleas populares podrán participar para abordar asuntos religiosos y abusos de poder del gobernador, pero en ellas solo participarán los más ricos. Aunque la plebe de la ciudad de Roma y territorios cercanos había perdido todo papel político, los gobernantes procuraban evitar su descontento controlando a la población con algo de trigo y entretenimiento (pan y circo), para garantizar la estabilidad interna en el núcleo del imperio, mientras se extendían sus fronteras. En los territorios alejados de Roma, el poder local recae en manos de una elite aristocrática de guerreros y conquistadores, tanto de origen patricio como plebeyo, que se convierten en los gobernadores de esos territorios, con el apoyo del emperador o el Senado, controlando las magistraturas, el Senado y los comicios locales. Un elemento a destacar durante toda esta etapa romana, que se prolonga por más de diez siglos, es la formación del derecho romano como estructura jurídica. Más que por las mejoras prácticas en el desarrollo de criterios de igualdad en la convivencia social, se considera importante por el desarrollo de las concepciones de ciudadanía y de derechos de esa ciudadanía, que iban a servir de base para el desarrollo del derecho moderno. 66
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La crisis y descomposición de Roma darían paso en Europa y otros territorios a las estructuras feudales, a la servidumbre como forma de organización social en la que los derechos políticos y económicos se asignan por estamentos: caballeros nobles, clérigos y trabajadores. En algunos lugares de Europa, durante la Edad Media, aparecen ciudades y territorios denominados “libres”, bien porque han roto con la servidumbre con respecto a reyes y señores, bien porque han obtenido ciertos privilegios (fueros). En algunas de estas ciudades-estado, sobre todo en Italia, Suiza, Flandes y la Liga Hanseática, el pueblo participaba en asambleas locales, que eran manejadas de acuerdo a sus intereses, por las familias más ricas, que controlaban el gobierno de la ciudad, por lo que no se puede hablar de estructuras democráticas propiamente dichas, sino de regímenes aristocráticos. Por otra parte, determinadas estructuras sociopolíticas de algunas comunidades podrían ser consideradas elementos precursores de la democracia moderna, por algunas de sus características, como el parlamentarismo representativo (consejos), la limitación y separación del poder, establecimiento normativo de cierta igualdad, etc., pero no pueden considerarse como democracias, pues, generalmente, solo alcanzaban a determinados grupos sociales o elites locales. Aquí podríamos nombrar, entre otros ejemplos, el Althing o Parlamento de Islandia, creado en el año 930; los cantones rurales de la Confederación Suiza en el siglo XVI; la República o Mancomunidad de las dos Naciones (Polonia y Lituania), fundada en la segunda mitad del siglo XVI; o la Liga Democrática de 67
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Haudenosaunee en el siglo XVIII, en Norteamérica, una alianza entre distintas naciones indígenas.
3. La democracia moderna Para comprender la democracia moderna hemos de partir del desarrollo urbano, que se produce en las estructuras feudales desde el siglo XI y que va a reactivar los conflictos, pues aparecen nuevos grupos sociales formados por comerciantes y artesanos, que desean compartir las estructuras de poder social con la nobleza local. En principio, los comerciantes (patriciado) obtienen mayor poder, pero los gremios artesanales, sobre todo, sus cabezas visibles más enriquecidas, quieren entrar también en esos círculos de poder. Se producen pugnas entre comerciantes y gremios artesanales, aunque a veces se unen para obtener concesiones de la nobleza local. ¿Y el pueblo llano? Cuando hay sublevaciones populares, los campesinos pobres, aprendices y escalones más bajos de los gremios artesanales apoyan a unos u otros grupos sociales según sus intereses. Otras veces son utilizados por unos y otros, aunque hay mayor coincidencia de intereses con los gremios artesanales, en contra del poder de comerciantes y nobleza local (agraria o eclesiástica). Los conflictos y las sublevaciones populares para exigir una mayor igualdad y participación serán sofocados por coincidencia de intereses entre reyes, nobles y esa nueva burguesía formada por comerciantes y artesanos enriquecidos, que en principio tenía como aspiración ingresar en el círculo de la aristocracia, pero des68
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pués unirá sus quejas a las protestas de campesinos y otros grupos del tercer estado, adquiriendo mayor fuerza todo ese movimiento social, que pondría en jaque al sistema feudal. Hasta el siglo XVI hay cierta disgregación del poder en los reinos que se han ido formando en Europa. Los reyes quieren controlar el territorio, pero las oligarquías locales y los gobiernos urbanos, donde participan, junto a la nobleza, los comerciantes y los gremios artesanales, reducen y limitan esas posibilidades absolutistas del poder real. Los reyes, en sus conflictos con los señores de la guerra, nobles con poder económico, político y militar en sus territorios, se apoyan a veces en la nueva burguesía. En Inglaterra, desde 1215, se establece la Carta Magna, que reconoce el Consejo Real estamental, que luego sería el Parlamento, donde están representados los derechos de la nobleza, el clero y las ciudades (eligen a sus diputados desde 1295), existiendo ciertas limitaciones al poder del rey. En esta situación de condominio se producen continuas tensiones sociales. Poco a poco se irá consolidando el absolutismo como forma de poder, donde el rey, junto a algunos grupos aristocráticos, ejerce el poder político, económico y jurídico en el territorio que está bajo su control, apoyándose en un sistema impositivo, una burocracia y un ejército, para hacer efectivo ese poder. La burguesía, como nuevo grupo social, queda excluída de este círculo de poder, aunque posteriormente, cuando aumente su peso social, luchará contra este poder absolutista. Este sistema absolutista, justificado por el origen divino del poder, en el que el rey comparte ese poder y los privi69
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legios junto a nobleza y alto clero, entra en crisis, porque se desarrolla la teoría de la soberanía popular (teorías del contrato social), que cuestiona esa justificación del poder, al considerar que este no emana de ninguna divinidad, sino del pueblo, de los ciudadanos, que por libre voluntad ceden su poder natural a una “autoridad”, que puede tomar distintas formas, para que lo ejerza por todos, mediante unas leyes que reconocen ciertas libertades y derechos para todos. Los primeros movimientos importantes que conducirán a la limitación del poder absolutista de los monarcas se producen en Inglaterra, donde hay un choque de intereses entre las viejas estructuras feudales y la nueva burguesía, que está promoviendo el desarrollo capitalista industrial como consecuencia de la expansión colonial en América. El rey, junto a quienes lo apoyan, controla la política y el comercio, lo que supone trabas y restricciones a la libertad de movimiento mercantil que la nueva burguesía necesita para desplegar sus estructuras comerciales. Desde 1640 se inicia un conflicto entre el Parlamento y el rey que terminará con la decapitación de Carlos I en 1648 y el inicio de la República de Cromwell. Cuando este muere, en 1658, continúan los conflictos entre monárquicos y republicanos, habiendo un pacto entre burguesía y nobleza para restablecer la monarquía con Carlos II en 1660, dando un giro conservador a todo el proceso revolucionario, aunque estableciendo una monarquía parlamentaria, que supone el final del absolutismo y de los privilegios de la vieja aristocracia, abriéndose paso en el poder la nueva burguesía, quedando en manos del Parla70
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mento la aprobación de las leyes, los impuestos, etc. La llegada al poder de Jacobo II en 1685 supone un intento de retroceso por querer volver a las viejas estructuras absolutistas y aristocráticas, pero de nuevo la alianza entre la burguesía y la aristocracia más liberal llevan a destronar a este rey en 1688 y ofrecer la corona a Guillermo de Orange (Guillermo III), que acepta la limitación de su poder mediante un Parlamento donde están representados la nobleza, el clero y la burguesía urbana, que es la gran beneficiada de todo este proceso, pues consigue acabar con la arbitrariedad del poder real, ejerciendo cierto control sobre las finanzas y el ejército, a la vez que asegurando ciertas libertades constitucionales para los ciudadanos en la declaración de derechos de 1689. El pueblo llano, que participa para avanzar en sus derechos políticos y económicos, ve que queda excluido de todo progreso, pues ni siquiera se le reconoce el derecho al voto, que queda exclusivamente para nobles y alta burguesía. Es decir, de este pequeño paso hacia la democracia el pueblo apenas se beneficia. Las nuevas ideas ilustradas y liberales, donde destacan Locke, con su teoría del contrato social y la defensa de los derechos ciudadanos mediante la ley; Montesquieu, con su teoría de la división de los poderes del Estado; Voltaire, con su defensa de la libertad de pensamiento y la tolerancia; Rousseau, con su teoría sobre la voluntad general del pueblo, que debe participar en el gobierno y en las leyes; la idea ilustrada de progreso, la ideas utilitaristas de Hume; las propuestas políticas de Kant que intentan sintetizar 71
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liberalismo (libertades individuales) y democracia (la soberanía de la voluntad colectiva), etc., se extienden para reforzar todo este proceso que lleva a la crisis del antiguo régimen feudal y la caída de las monarquías absolutas mediante el proceso de las revoluciones burguesas, que irían dando paso a nuevas formas de gobierno, caracterizadas por la soberanía popular, parlamentarismo representativo, separación de poderes, igualdad de los ciudadanos ante la ley y reconocimiento de ciertas libertades públicas. El pueblo llano, en principio, no se benefició de estos cambios. La sociedad seguía bajo dominio de las clases adineradas (vieja aristocracia y nueva burguesía). El proceso de las revoluciones burguesas tiene esquemas similares en diferentes lugares, cada uno con sus peculiaridades, diferencias y protagonistas, teniendo que señalar, por su relevancia histórica, la Declaración de Independencia de Estados Unidos (1776-1787) y la Revolución francesa de 1789. En 1767 comienzan los conflictos entre las colonias inglesas en América y la metrópoli por cuestiones económicas (impuestos), dando lugar a una guerra entre milicias y ejército inglés. A la vez, se inicia un proceso revolucionario de la burguesía contra las viejas estructuras feudales, produciéndose en 1776 la Declaración de Independencia y la Declaración de los Derechos de Virginia; y posteriormente, en 1783, el nacimiento de los Estados Unidos de América, donde se establece un régimen constitucional (Constitución de 1787), con soberanía nacional y sufragio para los ciuda72
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danos, además del reconocimiento de ciertos derechos y libertades individuales (vida, propiedad, juicio justo, libertades de expresión y religiosa…), triunfando, de esta manera, los ideales burgueses de la revolución, aunque los esclavos y las mujeres quedan fuera de esos derechos, pues no se consideran ciudadanos. En Francia se inician los conflictos en 1789 cuando el rey Luis XVI, por exigencia de la aristocracia, a la que le exige impuestos, convoca los estados generales para resolver el problema económico del Estado y se encuentra con la oposición de la burguesía, que ha promovido un movimiento social de masas contra el sistema feudal de privilegios, formándose una Asamblea Constituyente, que quiere terminar con los privilegios de la nobleza, limitar el poder del rey y establecer una constitución que reconozca las libertades políticas (Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, 1789). En este proceso revolucionario hay diferentes sectores sociales con aspiraciones también diferentes. La alta burguesía, representada por los girondinos (Brissot) y los constitucionalistas (La Fayette), no quiere más revolución que la inicial, de la que surge un régimen con sufragio censitario (Constitución de 1791). Los jacobinos (Robespierre y Danton), que representan las ideas republicanas de las clases medias y populares, presionarán para establecer una constitución más democrática (1793), después de la ejecución del rey; haciéndose con el poder, apoyados por el pueblo, en 1794, instaurando un poder dictatorial contra los enemigos de la República, siendo después 73
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derrocados por los girondinos, que recuperan un tono más moderado de la revolución con la proclamación de un Directorio y la Constitución de 1795, que establece un régimen de libertades políticas, sobre todo para los más ricos, pues el régimen electoral censitario solo reconoce el derecho al voto para los propietarios, triunfando los ideales revolúcionarios de la burguesía, que en alianza con parte de la vieja aristocracia se hace con el poder, que después acabaría en manos de Napoleón. Los grupos demócratas (Marat) propugnan el sufragio universal y la soberanía del pueblo, sin llegar a formar parte de la Asamblea. Los igualitarios (Babeuf) quieren dar una orientación socialista a la revolución con ideales de supresión de la propiedad privada, la nacionalización de la producción y la organización social del trabajo, pero desde 1797 son reducidos después de varios intentos revolucionarios. Las aspiraciones imperiales de Napoleón en Europa iban a producir el retroceso de la revolución en Francia, con periodos de restauración de los privilegios absolutistas y periodos revolucionarios en los que la burguesía liberal y el pueblo lucharon por esas conquistas anteriores. La revolución de 1830 contra Carlos X llevaría a una monarquía constitucional con Luis Felipe de Orleáns, donde se reconocen ciertas libertades políticas, aunque con sufragio censitario, habiendo poco beneficio en esta revolución para las clases medias y los obreros. Todos estos procesos revolucionarios de Francia tendrían influencia en gran parte de Europa, habiendo, en muchos Estados, intentos de seguir esos procesos. 74
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Aprovechando la guerra de la Independencia española (1808-1814), en el contexto de los conflictos europeos de esa época (guerras napoleónicas), las colonias de España en América inician, desde 1808, procesos de independencia que darían paso a la formación de nuevos Estados, produciéndose a la vez procesos de revoluciones que llevarían al poder a la burguesía criolla, descendientes de los colonos, ahora enriquecidos por el comercio y la propiedad de la tierra, que inspirados por los ideales de la independencia de Estados Unidos y de la Revolución francesa, desean separarse de la metrópoli, para salir de las trabas políticas y económicas que obstaculizan su propio desarrollo, así como establecer sistemas con características democráticas. Desde 1810 hasta 1829, no sin conflictos bélicos con la metrópoli ni conflictos internos entre diferentes orientaciones políticas, aparecen nuevos Estados en América (Argentina, Venezuela, Chile, Colombia, México, Bolivia, etc.). La Constitución de Venezuela de 1811 es considerada la primera constitución del mundo hispánico. En España aparece la Constitución de 1812, en plena guerra de la Independencia. En todos estos movimientos revolucionarios, la burguesía y todo el tercer estado se levantan en contra de las monarquías absolutas y de los grupos privilegiados que ostentan el poder social (nobleza y clero) para buscar una situación social de mayor igualdad y libertad. No olvidemos que libertad, igualdad y fraternidad eran los símbolos de la Revolución francesa. En las revoluciones burguesas se producen diferentes etapas, y hay diversos grupos en conflicto, con obje75
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tivos e intereses prioritarios distintos. La burguesía ascendente, de acuerdo a sus intereses comerciales e industriales, tiene como objetivo consolidar un liberalismo democrático bajo su control. Los sectores obreros intentan orientar la revolución hacia un tono más socialista. Estas pugnas se reproducen en las diferentes revoluciones burguesas, aunque será la burguesía la que implantará sus criterios, y en alianza con las clases privilegiadas del antiguo régimen irán desarrollando las bases de los sistemas políticos liberales, la llamada democracia moderna, que llega hasta nuestros días, asociada de forma clara al sistema económico capitalista. Los obreros, que en principio están al lado de la burguesía en los procesos revolucionarios, a medida que se vean excluidos del poder y de los beneficios del cambio irán tomando conciencia de ser una clase diferente, la clase trabajadora, que tendrá que hacer sus propias revoluciones para que la realidad cambie para ellos. Como hemos dicho anteriormente, los obreros y las clases medias no perciben claras mejoras tras la revolución de 1830 en Francia. En 1848, las masas obreras y las clases medias se levantan contra la burguesía dominante y la monarquía constitucional de Luis Felipe de Orleáns, que se ve obligado a abdicar, abriéndose paso la República, con un gobierno provisional donde están presentes los obreros. Esta revolución ya no pretende solo cambiar la forma de gobierno, sino que busca alterar todo el orden social mediante grandes reformas que lleguen al pueblo (república, sufragio universal, reformas económicas, etc.). Pero la alianza de las clases medias y la pequeña 76
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burguesía con la alta burguesía reorientan el proceso revolucionario hacia sus intereses de clase, quedando en el olvido las reformas sociales que habrían de llegar al pueblo, marginando del poder a los sectores obreros. A partir de ahora el proletariado se distanciará de la burguesía, buscará sus propias revoluciones, siendo la Comuna de París de 1871 un primer paso a partir del cual los asalariados y los grupos sociales más pobres buscarán, a su manera, su propia “salvación”, pues la burguesía, cuando participa del poder, deja de ser una clase revolucionaria y se convierte en una clase conservadora, que, junto a la nobleza y el clero, obstaculiza cualquier avance de la revolución hacia otros sectores sociales. La democracia moderna se caracteriza por el sufragio electoral para formar parlamentos que toman las decisiones políticas y por el reconocimiento de ciertas libertades sociales en las cartas constitucionales, pero en principio estos derechos políticos serán exclusivos de la burguesía y las antiguas clases privilegiadas, pues este sufragio no es universal, todos no pueden votar ni ocupar cargos políticos, sino que se implantan sistemas de sufragio censitario, de acuerdo a un censo elaborado según rentas económicas. Con estos sistemas, la burguesía, en alianza con la aristocracia y el alto clero, se asegura el control social. Las monarquías absolutas dan paso a otros sistemas de monarquía parlamentaria o repúblicas, con división de poderes y sufragio electoral, pero los trabajadores, obreros industriales y del medio agrario, que junto a otros sectores sociales desfavorecidos quedan excluí77
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dos de todos estos avances políticos y sociales, irán consolidando sus propias ideologías y sus propios sueños. La burguesía liberal irá consiguiendo diferentes cotas de democracia, pero se olvida de quienes la apoyan en sus procesos revolucionarios, aunque esta fiebre democrática contagia a todos los sectores sociales que quieren participar de ella. Así es como el proletariado comenzará a construir su propio camino hacia la democracia, entendida como democracia socialista, aunque desde diferentes perspectivas dentro del movimiento obrero. Vemos, pues, que la “democracia moderna” se ha abierto camino desde diferentes tendencias. Las clases económicamente más poderosas irán consolidando un sistema democrático más formal que real, mientras que los grupos sociales menos favorecidos y la clase trabajadora pretenderán llevar esa democracia hacia una realidad diferente, llenándola de contenido político, social y económico. Esas diferentes visiones de la democracia ha producido luchas y conflictos de todo tipo, enfrentamientos y guerras civiles, siendo la dictadura militar un instrumento de las clases poderosas cuando la situación ha sido crítica para su sistema, porque las masas obreras han querido desarrollar su visión de la democracia, que, como hemos dicho anteriormente, es una visión socialista, aunque, tampoco podemos olvidar que la perspectiva marxista de la democracia dispone, como paso previo, como periodo de transición del capitalismo al comunismo, una dictadura de clase, la dictadura del proletariado, que ha de preparar el camino para la llegada del socialismo; 78
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aunque la realidad histórica de ese proyecto “marxista”, el llamado “socialismo real”, por ahora, no haya conseguido esa pretendida democracia socialista. Las revoluciones burguesas, a lo largo del siglo XIX, irán consolidando un modelo de democracia liberal caracterizado por la separación de poderes, donde, en teoría, debe haber independencia entre los distintos centros de poder: legislativo (elabora las leyes), ejecutivo (desarrolla las leyes) y judicial (vigila su cumplimiento); separación de poderes que muchas veces es distorsionada en la realidad política. Esta democracia también se caracteriza por una igualdad social de derechos entre todos los ciudadanos, aunque, como veremos, esa igualdad, en principio, es más teórica que real, pues las diferencias entre las clases sociales hacen que esa igualdad en derechos quede desfigurada. La burguesía, que se irá consolidando como clase dominante, da prioridad a los aspectos económicos que vienen bien para todo el proceso de revolución industrial, un liberalismo dirigido por un supuesto “libre” mercado, después, en parte, controlado, siendo los demás aspectos secundarios. La igualdad, libertad y fraternidad pregonadas en momentos revolucionarios irán dando paso a otro tipo de políticas más favorables a sus intereses económicos. En el ámbito político, aunque la democracia liberal se apoya en la idea de soberanía popular, la alianza entre burguesía y antiguas clases privilegiadas escatimará toda participación política de las clases obreras. El derecho a voto para todos, es decir, el lógico sufragio universal acorde con 79
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un sistema democrático formal, será una conquista que costará décadas de lucha social. En principio, ese derecho solo será factible para los niveles altos de renta. Durante el siglo XIX los hombres irán adquiriéndolo, en diferentes fases, pero las mujeres accederán a él a lo largo del siglo XX, sobre todo en su segunda mitad; sin olvidar que hoy, en muchos países, bajo dictaduras o que pasan por pseudodemocracias, las mujeres no tienen todavía ese derecho. Sin olvidar tampoco que en ese avance ha habido retrocesos, pues derechos reconocidos han sido eliminados o reducidos por regímenes totalitarios que se han implantado en determinadas etapas históricas en esos países, que ya habían reconocido tales derechos en otros momentos históricos. En España, hasta 1891 no se extiende el sufragio universal para los hombres, mientras que las mujeres tendrán que esperar hasta la II República, en 1931, para tener reconocido ese derecho. En Estados Unidos se extiende el sufragio universal en 1920, aunque hasta 1965 no será efectivo para los afroamericanos. En Grecia, en 1822 se extiende el sufragio universal para los hombres y en 1952 para las mujeres. En Francia, en 1848 para los hombres y en 1944 para las mujeres. En Reino Unido, en 1918 para los hombres y en 1928 para las mujeres. En el ámbito cultural, la clase obrera queda totalmente marginada, pues desde pequeños todos los miembros de la familia deben implicarse en el mantenimiento económico, alejándose de cualquier posibilidad de progreso cultural. Los grupos más conservadores mantienen ese derecho solo para las clases más pudientes, mientras los grupos más liberales 80
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pretenden extender una educación primaria para todos los niños y niñas y acabar con la situación de la infancia, sometida a explotación desde muy pequeños, aunque con miedo a los efectos que una educación para todos tendría sobre la situación social. Por eso, siempre se ha producido un control sobre la enseñanza por parte de los grupos que tienen el poder político. En el ámbito económico y social, la igualdad predicada en las revoluciones burguesas es pura teoría. La burguesía liberal defiende, en principio, la cuestión social, pero se confía a la libertad de mercado para su solución, y esta no llega, sino que incluso empeora la situación en algunos lugares. Muchos derechos, como el de sindicación o reunión, quedarán fuera de los marcos jurídicos, por temor de la burguesía liberal a que puedan ser vías que pongan en peligro su sistema socioeconómico. En el proceso de industrialización, paralelo al proceso de las revoluciones burguesas, el liberalismo económico sustituye a las proclamas de la revolución, siendo las bases de este liberalismo, el mercado y la libre competencia, minimizando, al menos en teoría, la intervención del Estado en asuntos económicos. El papel principal del Estado, según el liberalismo, debe reducirse a la seguridad y el orden en la sociedad. En este contexto, la clase trabajadora, formada por el proletariado industrial, obreros agrarios y campesinos, se beneficia poco de todo progreso, sometida por la burguesía a unas condiciones de vida miserables, con jornadas de trabajo 81
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que sobrepasan las doce horas diarias, sueldos de miseria, sin protección social de ningún tipo, la utilización del trabajo infantil, etc. La burguesía se enriquece a costa de una explotación “salvaje” de los obreros. En esta situación surge la conciencia de clase, es decir, la idea de que el proletariado es una clase diferente a la burguesía, que ahora, en alianza con los viejos grupos sociales privilegiados, controla la sociedad y las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera. Surge también, por necesidad, la solidaridad de clase, las organizaciones obreras y sindicatos, que van a luchar de diversas maneras para mejorar sus condiciones de vida. Se desarrolla así el movimiento obrero, que, en líneas generales y con diferencias internas, aspira a una sociedad socialista (o comunista), donde haya una propiedad social de los medios de producción, una participación del pueblo en la vida política y la intervención del Estado (no como órgano de poder sobre la sociedad, sino como distintos órganos de representación-gestión de la sociedad) en asuntos económicos y sociales para proteger los intereses colectivos. Es decir, el movimiento obrero, en última instancia, pretende desarrollar una democracia socialista en la que el poder, tanto político como económico, esté en manos del pueblo, de los ciudadanos, de la sociedad como colectividad, en una sociedad sin clases sociales. A partir de aquí se produce un enfrentamiento entre estas dos formas de entender la democracia. Por un lado, la democracia burguesa o capitalista, constituida por una práctica de economía liberal y por un control político por 82
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parte de las clases poderosas mediante sufragios censitarios, caciquismo y manipulación. Por otro, la democracia socialista, que desea instaurar el movimiento obrero, que, por su parte, no aparece como algo homogéneo, sino que desde las diferentes tendencias presentes en la propia Revolución francesa se irán formando diferentes corrientes, desde el socialismo utópico de principios del siglo XIX (Saint-Simon, Fourier, Owen, Cabet, etc.) hasta el socialismo de Blanc o Proudhon, y las diferentes corrientes en el seno de la Asociación Internacional de Trabajadores (I Internacional), donde destacan Marx, Engels y Bakunin, durante la segunda mitad de siglo, una AIT que funciona entre 1864 y 1876 como órgano de discusión teórica y estratégica del movimiento obrero, que terminaría por disolverse, principalmente, por el enfrentamiento entre socialistas autoritarios, tendencia liderada por Marx, partidaria de dotar a la AIT de un poder centralizador y rector del movimiento obrero, y anarquistas o socialistas antiautoritarios, que se oponen a una dirección centralizada de la AIT, tendencia liderada por Bakunin, que participó en la creación de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista en 1868, para contrarrestar el poder de los socialistas autoritarios en la AIT. Los anarquistas, que fueron expulsados de la AIT en 1872, crearon la Internacional de Saint-Imier, organización que funcionó hasta 1877. La principal discrepancia entre estas dos tendencias estaría en que Marx y sus seguidores pensaban que para alcanzar la sociedad comunista habría de pasar, como etapa transitoria, por la “dictadura del proletariado”, idea recha83
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zada por la tendencia anarquista, que se muestra en contra de cualquier forma de poder autoritario. Otra diferencia estaría en que los marxistas propugnan la participación electoral en la democracia burguesa mediante partidos políticos obreros, mientras que los anarquistas rechazan esa participación, priorizando la creación de sindicatos. Las diferentes tendencias del movimiento obrero comparten el internacionalismo y, en principio, el mismo objetivo: alcanzar la sociedad socialista, una democracia socialista. Pero difieren en la manera de llegar a ella. Hay organizaciones obreras que van a apostar por la participación en el parlamentarismo burgués, a través de partidos políticos, pensando que al ser mayoritaria en la sociedad, la clase trabajadora, por medio de procesos electorales, irá ocupando el poder. Una vez en las instituciones, irá conquistando derechos mediante el cambio legislativo. En una evolución gradual, podrá acercarse a esa democracia socialista que se pretende, pero evitando la lucha de clases y la revolución para centrarse en la acción política y sindical. Es la vía comúnmente denominada “socialista”. Aquí entrarían los partidos socialdemócratas y laboristas que se forman desde finales del siglo XIX, destacando las ideas de Bernstein, entre otros. Por otro lado, hay sectores obreros que apuestan por la vía de la revolución social para llegar a esa sociedad socialista, formándose así partidos políticos y sindicatos, que, además de llevar a cabo una acción de reivindicación de mejoras sociales para la clase trabajadora, preparan la situa84
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ción social para llevar a cabo esa revolución, mediante la concienciación obrera sobre la necesidad de una transformación total de la sociedad para poder alcanzar el sueño socialista. Dentro de estos grupos revolucionarios aparecen también diferencias, principalmente entre marxistas y anarquistas. El marxismo, entendido como la obra de Marx, las aportaciones de Engels y las interpretaciones posteriores (Lenin, entre otras), propone una “dictadura del proletariado” que ha de instaurarse durante la revolución, periodo dirigido por la clase proletaria, que debe hacerse con el Estado para reducir los obstáculos de la burguesía y llevar a cabo las transformaciones económicas (socialización), políticas y sociales que faciliten la etapa posterior. La dictadura sería la etapa socialista; después, el Estado autoritario perderá su carácter político para asumir, sobre todo, funciones de gestión en una democracia socialista (comunismo). Es la vía comúnmente denominada “comunista”. El concepto de “dictadura del proletariado” ha generado controversia dentro del propio marxismo y de las teorías del materialismo histórico. Hay corrientes que consideran que Marx utiliza este término en contraposición a la dictadura de la burguesía, y que no significa una forma de gobierno autoritaria sobre la sociedad, sino un gobierno democrático controlado por el proletariado para defender sus intereses y poner en marcha una sociedad comunista. Pero ¿cómo se forma ese gobierno del proletariado? ¿Elecciones? ¿Sufragio universal o solo del proletariado? ¿Vanguardia del proletariado? ¿Partido prole85
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tario? Para otras interpretaciones no hay dudas sobre a qué se refiere Marx con esa expresión, resultando incompatible un poder autoritario con la democracia. Otros estudiosos del marxismo consideran que el término “dictadura del proletariado” presenta ambigüedad, por falta de una explicación más concreta del propio Marx o Engels, lo que genera diferentes interpretaciones, predominando en el devenir histórico-político del “marxismo” la interpretación leninista (el denominado “marxismo-leninismo”), que considera que la “dictadura del proletariado” es la dictadura del partido proletario, que para Lenin es el partido de los comunistas, desfigurando en parte la esencia del término, pues el partido de los comunistas representa solo a una parte del proletariado, y en este caso, la dictadura comunista también se ejerce sobre el proletariado que no es comunista, por considerarse contrarrevolucionario. En la interpretación leninista, “dictadura del proletariado” se transforma en dictadura de partido único y, de forma más concreta, en la dictadura del partido de los comunistas (bolcheviques). Hasta qué punto esto corresponde con las aportaciones de Marx y Engels es una discusión incluso dentro del propio marxismo. Por su parte, los grupos anarquistas, también denominados comunistas o socialistas libertarios (Bakunin, Kropotkin…), que se oponen a esa etapa autoritaria, por entender que supone un peligro para el socialismo, ya que los grupos que detenten el poder en ese periodo, que se supone transitorio, no van a querer avanzar hacia ese verdadero socialismo, sino que van a desarrollar un Estado totalitario. 86
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Por ello, el proceso de revolución social debe llenarse de contenido con el desarrollo de las formas comunistas de organización social de manera inmediata, llevándose a cabo la democracia directa, es decir, un control de la economía y del poder político por parte del pueblo, organizado en comunidades descentralizadas, autogestionarias, siendo el “Estado” (autoridad con poder sobre sociedad) sustituido por un conjunto de instituciones u órganos de gestión de las decisiones tomadas por los ciudadanos, en diferentes ámbitos. En eso consiste la democracia para el anarquismo como movimiento social y político. La participación directa del individuo en la comunidad y el federalismo a distintos niveles como bases de la organización social. Es la vía comúnmente denominada “anarquista” o “libertaria”, que también ha dado lugar a diferentes interpretaciones y organizaciones. Las diferencias en el seno del movimiento obrero se sitúan en el ámbito de los principios teóricos y sus lógicas consecuencias en la acción política y social, pero no han sido tan claras en determinados momentos históricos, donde grupos, en teoría, menos revolucionarios, han apostado por la vía revolucionaria, o al revés, grupos teóricamente defensores de la revolución inmediata han tomado vías “más moderadas”, además de la diversidad de matices e interpretaciones en las distintas tendencias y organizaciones del movimiento obrero, diferencias que a veces, a lo largo de la historia, han llevado a conflictos, pugnas y enfrentamientos, siendo la falta de unidad un obstáculo para el avance hacia la democracia
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socialista, que en principio debería ser la aspiración de todo el movimiento obrero. El movimiento obrero se consolida en el último tercio del siglo XIX. Un episodio clave en su historia es la Comuna de París de 1871, en plena guerra franco-prusiana. En este estallido social, desde una situación de penalidades y miseria absolutas, la alianza obrera y la guardia nacional se apoderaron de la capital francesa, haciendo huir al Gobierno burgués y atrayéndose a burgueses liberales radicales, convocando unas elecciones por sufragio universal para formar un Consejo General de la Comuna, que actuaría como poder legislativo y ejecutivo, haciendo un llamamiento a todo el país para que se sumara a la revolución, cosa que no sucedió. Las primeras reformas de la Comuna se dirigieron a la separación entre la Iglesia y el Estado, abolir la propiedad privada, regular los alquileres y prohibir los trabajos nocturnos, reformas que fueron efímeras porque más de cien mil soldados fueron lanzados por el Gobierno contra París, aplastando el intento revolucionario y produciendo una fuerte represión entre los comuneros y comuneras que habían soñado con una república social durante dos meses. El “fracaso” de este intento revolucionario alimentó la controversia dentro de la AIT acerca de las estrategias del movimiento obrero para conseguir sus objetivos. El movimiento obrero irá, poco a poco, consiguiendo derechos políticos y económicos. La tendencia socialista va a luchar por el sufragio universal, con la esperanza de que la fuerza obrera llevaría a los parlamentos a los partidos 88
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socialistas y desde ahí poder realizar reformas y conquistas hacia el socialismo, formándose la II Internacional en 1889, con influencia de Bernstein, que, frente a la revolución, defiende la estrategia de las reformas para llegar al socialismo. Otros personajes de la época, como Rosa Luxemburgo o Kautsky, se oponen a ese revisionismo alemán y defienden la acción de masas en la revolución. En otros países habrá intentos revolucionarios para llegar al socialismo. La burguesía, por su parte, que se resiste a ceder derechos, echará mano de las dictaduras y los sistemas autoritarios para controlar y reprimir esos deseos revolucionarios de las masas obreras. En 1905 se produce una revolución burguesa en Rusia, que llevó a la formación del Parlamento, o Duma, de mayoría liberal, pero obstaculizado en las reformas por el zar y la aristocracia, que disuelven dicho parlamento. En 1914 comienza la I Guerra Mundial. Rusia está en guerra con Alemania y la miseria se extiende entre el proletariado ruso. En febrero de 1917 estalla la revolución rusa, iniciada con el movimiento huelguístico en contra de la guerra, que hace abdicar a Nicolás II, formándose un Gobierno provisional de tendencia liberal, partidario de un sistema burgués. Por su parte, los mencheviques (socialistas moderados) y bolcheviques (comunistas, procedentes del Partido Obrero Socialdemócrata), reclaman reformas sociales profundas que no llegan, lo que provoca conflictos sociales. Se forma un nuevo gobierno con el social-revolucionario Kerenski, que intenta calmar la situación, pero fracasa y cede el poder a los 89
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mencheviques. Hay una situación de gran inestabilidad social, con pugna entre distintas tendencias políticas, unas partidarias de una democracia al estilo occidental, otras de un socialismo moderado, y los bolcheviques, marxistas, partidarios de un socialismo revolucionario y de dar al poder a los soviets. Los bolcheviques, ayudados por las milicias de algunos soviets, se hacen con el poder en la revolución de octubre de 1917. Los soviets eran consejos o asambleas populares que aparecen desde 1905 formados por obreros, campesinos y soldados, controlados por los partidos de izquierda, que desde estructuras locales o de base irán formando estructuras regionales y estatales. El nuevo Gobierno, bolchevique (comunista), encabezando por Lenin, firmó la paz con Alemania y lleva a cabo, a finales de 1917, las pendientes elecciones de distintos gobiernos provisionales anteriores, para formar una asamblea constituyente, pero al perder esas elecciones, que ganaron los social-revolucionarios, disolvió la asamblea a principios de 1918 y afianzó el poder de los soviets. En un contexto de guerra civil, el Gobierno bolchevique, cada vez más centralista, disuelve todos los partidos políticos, menos el partido comunista, y suprime las libertades de expresión y reunión, encontrando una oposición muy diversa, desde generales zaristas, apoyados por potencias extranjeras, hasta campesinos y obreros, muchos de ellos anarquistas, partidarios de mantener el poder de los soviets. En este proceso, que termina cuando el ejército rojo derrota a los generales zaristas, en 1923, se consolida la dictadura bolchevique. Se lleva a cabo la nacio90
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nalización o socialización (estatalización) de los recursos productivos. Los soviets pierden influencia a medida que aumenta el poder de un Estado dictatorial y centralizado, dirigido cada vez más por la cúpula del Partido Comunista, poniéndose fin a la joven democracia e iniciándose un periodo de dictadura, que se prolongaría hasta 1991, reprimiendo toda disidencia y sin llegar a establecerse la pretendida sociedad socialista (democracia socialista). A la vez, Rusia aspira a exportar la revolución a otros países, formándose en 1919, la III Internacional, comunista. A finales de 1922 se formó la Unión Soviética mediante la federación de las repúblicas socialistas de Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Transcaucasia, que terminaría siendo dirigida por el poder centralizado del Partido Comunista de la Unión Soviética, no sin pugnas internas, en las que tras la muerte de Lenin, terminaría imponiéndose Stalin. La revolución rusa, en principio, abre ciertas esperanzas para el movimiento obrero, lo que alentará conflictos no solo en Europa, sino en otros continentes. En muchos países hubo una fuerte movilización social, que no termina en procesos revolucionarios. Entre 1918 y 1924 los partidos comunistas europeos intentaron repetir la revolución rusa en otros países, como en Alemania en 1919, pero fracasan. En 1924 la Internacional Socialista apuesta por el parlamentarismo para consolidar y extender las conquistas obreras alcanzadas hasta el momento.
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En España, el movimiento obrero comienza a desarrollarse con la aparición de organizaciones de carácter laboral (oficios), de ámbito local o comarcal, bien entrado el siglo XIX, en principio, como sociedades de ayuda mutua. La primera de ellas fue la Asociación de Tejedores de Barcelona, en 1840. El obrerismo empieza a tomar fuerza a finales del siglo XIX y se consolida en el primer tercio del siglo XX. Aparecen diferentes partidos políticos y sindicatos, señalando, entre otros, la Federación Regional Española de la AIT (1864), que daría lugar después a la Federación de Trabajadores de la Región Española (de preponderancia anarquista); el Partido Socialista Obrero Español (PSOE, 1879, marxista); la Unión General de Trabajadores (UGT, 1888, marxista); Solidaridad Obrera (1907, en Cataluña, de carácter anarquista), precursora de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT, 1910). Las diferentes sociedades obreras locales y comarcales se asociaban, según sus preferencias ideológicas, a las organizaciones de ámbito nacional (UGT-marxistas o CNT-anarcosindicalistas). Durante el llamado trienio bolchevique (1918-1920) se produce un aumento de la movilización social de campesinos y obreros industriales, con huelgas generales, ocupación de tierras, proliferación de las organizaciones obreras (aparece el Partido Comunista de España, PCE, en 1921), etc. Cabe destacar la huelga de la Canadiense, liderada por la CNT, que en febrero de 1919 paraliza gran parte de la industria y de la economía catalana en una Barcelona declarada en estado de guerra. En abril de ese mismo año, como consecuencia de 92
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dicha huelga, el Gobierno decreta la jornada laboral de ocho horas, un logro importante del movimiento obrero en España. La llegada de la II República en 1930 supone una esperanza para las pretensiones de mejora de la clase obrera, pero los intentos de involución (fallido golpe de Estado de Sanjurjo en agosto de 1932) y los impedimentos que presentan las clases dominantes y grupos sociales conservadores a las reformas republicanas, junto a la insuficiencia o lentitud en el desarrollo de algunas de ellas, van generando un desapego con la República en parte del proletariado, reavivándose el movimiento obrero, produciéndose huelgas y protestas diversas; también hechos como la insurrección anarquista en enero de 1933 (Casas Viejas) o los sucesos revolucionarios de octubre de 1934, sofocados por los Gobiernos republicanos de turno. Con la llegada al poder del Frente Popular, en febrero de 1936, reaparecen las esperanzas de reformas sociales desde el Gobierno republicano para mejorar la penosa situación del proletariado, pero parte del ejército, junto a algunos grupos sociales más conservadores, con poder económico e ideológico, contando con el apoyo de los fascismos de Italia (Mussolini) y Alemania (Hitler), se levantaron en contra de la República en julio de 1936. El golpe de Estado fracasa en gran parte del país, iniciándose una guerra civil que se extendería hasta 1939, contando el Gobierno republicano con el apoyo de la Unión Soviética después de la declaración de “no intervención” de las democracias occidentales (Francia e Inglaterra). Durante este periodo de guerra civil, en algunas regiones de la zona 93
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republicana, el movimiento obrero, sobre todo por influencia anarcosindicalista de la CNT, llevó a cabo una revolución social aplicando, con mayor o menor logro, y en diversas formas, la democracia directa, mediante colectividades que practicaron la socialización de los recursos, la autogestión y la federación. Aunque algunas de estas colectividades fueron disueltas por el Gobierno de la república, otras se extendieron hasta el final de la guerra, cuando la dictadura militar se instaura en todo el país, con Franco en la Jefatura del Estado. La dictadura supone la eliminación de la democracia y la represión de todo intento del movimiento obrero de acercarse a sus objetivos “socialistas”, estando dicho régimen autoritario-fascista al servicio de los grupos sociales que apoyaron la sublevación militar contra la República (clases adineradas, grupos tradicionales, Iglesia…). Aunque hay oposición y resistencia al régimen por parte de distintas organizaciones obreras (partidos y sindicatos), tanto en el interior (clandestinidad) como en el exilio, la dictadura se prolongó hasta la muerte del dictador (1975), cuando distintos agentes políticos, sociales y sindicales, apoyados por los Gobiernos de algunas democracias occidentales, promueven una transición hacia la monarquía parlamentaria que ahora hay en España, sustentada por la Constitución de 1978. La II Guerra Mundial tendría también como consecuencia el desarrollo de procesos revolucionarios en los que el movimiento obrero tiene protagonismo. En algunos países del este de Europa, tras la derrota de Alemania en 1945, se forman gobiernos provisionales con liberales, socialistas y 94
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comunistas. Poco después, estos, con apoyo de la URSS, instalan sistemas de dictadura del partido comunista. En China, el ejército rojo se hace con el poder en 1949, abriéndose paso una dictadura “comunista” (Mao Zedong), sistema que se abre a Occidente desde 1976, intentando conjugar dictadura “comunista” y capitalismo, dirigido por un partido único (partido comunista). Los procesos de independencia en África y Asia tras la II Guerra Mundial fueron acompañados en algunos países de procesos revolucionarios desde principios comunistas (Vietnam, Angola…). En otros, las oligarquías locales terminaron implantando dictaduras militares. Los principios de la revolución marxista influyeron en la revolución cubana de 1959, que terminó en la instauración de una dictadura “comunista” (Castro). Desde unos principios más peculiares se produce la revolución de Nicaragua, en 1979, que, tras un periodo de gobierno revolucionario (FSLN, Frente Sandinista de Liberación Nacional) y la presión de la denominada “contra” (grupos insurgentes financiados por Estados Unidos), se abrió a la participación electoral, ganando las elecciones de 1984 el FSLN, aunque, tras las elecciones de 1990, la Unión Nacional Opositora, que representa los intereses de la burguesía, llega al Gobierno. Todos estos procesos revolucionarios, el empuje del movimiento obrero y las necesidades de adaptación del propio sistema llevaron a los países capitalistas más avanzados a desarrollar nuevas estrategias para dar cierta estabilidad a su sistema económico. Comienza a desarrollarse lo 95
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que se ha venido a llamar el “estado del bienestar”, caracterizado por dar una cara más social al sistema político y económico, mediante una transferencia de rentas de unos grupos sociales a otros, a través de sistemas impositivos, desarrollándose protección social al desempleo, servicios sanitarios, educación básica, regulación laboral, viviendas sociales, jubilación-pensiones, servicios públicos y atención a las familias; así como extender los derechos políticos de asociación, voto, libertad de expresión, etc. De esta manera, mejoran en parte las condiciones de vida de los trabajadores en estos países. Además, el capitalismo necesita consumidores, y si los trabajadores son muy pobres, ¿quién va a comprar los productos que se ofrecen a través de la publicidad y la creación de nuevas necesidades? Esta mejora en las condiciones de vida de la clase obrera, junto al control ideológico llevado a cabo desde la cultura, la educación y los medios de comunicación, en manos de los grupos sociales más poderosos, hace manejable su conciencia de clase, influenciada y adormecida por la ideología de la burguesía. Queda, pues, en gran parte, desactivada, esa clase obrera que en estos países, años atrás, quería transformar la sociedad para llegar al socialismo como forma de salir de la miseria en que vivían. Es la época dorada de la democracia moderna (burguesa), la socialdemocracia, suavizando el capitalismo con influencias del socialismo, desarrollada entre los años 6090 del siglo XX, en algunos países capitalistas con demo96
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cracias más avanzadas. Desde entonces hay un retroceso del estado de bienestar. Esta es la situación en los países que se consideran a sí mismos la punta de lanza en los avances democráticos. Desde sus centros de poder cultural y político se extiende la idea de que este es el mejor de los mundos posibles, que no hay alternativa, que en esto consiste la democracia. La caída del muro de Berlín (1989), la disolución de la URSS y del sistema soviético (1991), así como la situación actual de algunos países que, siguiendo las tesis del marxismo-leninismo, iniciaron procesos revolucionarios (China, Vietnam, Cuba…), el llamado “socialismo real”, se ven, desde el capitalismo y las democracias burguesas, como el fracaso del socialismo; aunque, analizando la evolución y realidad de estos países, podemos decir que, por diversos motivos internos (desigualdad, falta de libertades, corrupción, etc.) y externos (oposición del capitalismo occidental y de las democracias burguesas, la “guerra fría”…), quedaron estancados en dictaduras comunistas, sin llegar a desarrollar un verdadero socialismo (democracia socialista). Estos sistemas, llamados comunistas, repúblicas socialistas o democracias populares, no eran (caso de la URSS) o no son (caso de China o Vietnam) sino sistemas autoritarios dominados por un partido político, sistemas en los que una jerarquía burocrática de dicho partido (en general, el partido comunista de dicho país) dirige y controla todos los resortes del poder de la sociedad, aunque en algunos de ellos los ciudadanos participan en la elección de algunos cargos o de instituciones 97
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“locales”, pero todo muy controlado por el partido en el poder. Rusia, así como otros estados de la URSS, de Europa del Este y de otras zonas del mundo, transitó desde la dictadura “comunista” hacia la democracia parlamentaria y el capitalismo liberal en poco espacio de tiempo, siendo las oligarquías anteriores las que van a mantener un gran poder económico y político. La evolución en China ha sido diferente: desde los años 80 se produce una transición hacia la llamada economía de mercado socialista, un capitalismo con economía de mercado mixta en la que conviven empresas estatales (propiedad social o estatal en creciente proceso de privatización), empresas mixtas (propiedad estatal y privada) y empresas privadas; proceso dirigido y controlado desde el poder de Estado, por la cúpula del Partido Comunista Chino, asociada con la nueva burguesía surgida de la jerarquía del partido y promoviendo la inversión de capital internacional. Aunque existe alguna descentralización, y se ha producido cierta liberalización política, el Partido Comunista mantiene el poder en un Estado autoritario, impidiendo cualquier intento de cambio político (represión de levantamientos populares a finales de los 80 en contra del sistema —revuelta de Tiananmén—). Por otra parte, en Cuba se mantiene la dictadura de corte marxistaleninista, con una economía estatalizada o socializada en sus tres cuartas partes, que ha sufrido el bloqueo/embargo comercial de Estados Unidos desde 1960 y la disolución de la URSS, que había sido un apoyo importante para su 98
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economía. Desde principios de los noventa, la economía de Cuba se está abriendo al sector privado (turismo, inversión extranjera, empleo por cuenta propia…), siempre bajo control estatal. Sus defensores consideran que se trata de un Estado socialista o una democracia popular, porque los ciudadanos participan en la elección de cargos a distintos nivel de organización social, pero todo el proceso socio-político está controlado por el único partido permitido, el Partido Comunista de Cuba, considerado por el propio sistema como “fuerza política dirigente superior”. Estas experiencias y modelos, que se venden como muestra del fracaso del socialismo, creo que no deben interpretarse en esa línea, pues en todo caso mostrarán el fracaso de la vía de la “dictadura del proletariado” hacia el socialismo, porque ningún país con dictadura “comunista” ha conseguido evolucionar hacia el socialismo, entendido como democracia socialista que con todo su contenido político y económico sigue siendo, pienso, una alternativa como proyecto social. Sea como fuere, el capitalismo neoliberal, dominado por las grandes corporaciones financieras e industriales del mundo, que priorizan la economía financiera sobre la economía real, pretende extender su modelo económico y político a todo el planeta mediante la globalización. Entre sus objetivos están el establecimiento de una libre (pero controlada) circulación de capitales y mercancías y desarrollar sistemas políticos basados en una democracia liberal, controlada por los grupos dominantes, regímenes al servicio 99
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de sus intereses, todo ello con la finalidad de acrecentar su poder económico y político. Además, cuentan para ello con la colaboración de algunas organizaciones políticas y sindicales que supuestamente deberían tener como referente la democracia socialista, pero que están tan integradas en el sistema que forman parte de él, pareciéndoles ajenos, en muchos casos, los intereses de los trabajadores. Estas organizaciones, partidos y sindicatos “institucionalizados” tienen parte de responsabilidad en la situación actual porque su actitud ha generado pasividad y conformidad social, lo que ha venido muy bien al funcionamiento del sistema. Dicho de otro modo: el capitalismo mundial ha perdido el miedo al socialismo y a las aspiraciones obreras porque mediante diferentes formas de control económico, político, social y cultural ha conseguido que queden reducidos; es decir, no hay mucha oposición a sus pretensiones. Son pocas, y en la mayoría de los casos minoritarias, las organizaciones que sostienen la bandera del obrerismo de manera digna. El movimiento obrero aparece desarticulado. La conciencia de clase trabajadora queda disuelta en la ideología y la cultura burguesas, que se han impuesto a todas las capas sociales, predominando el individualismo, la competitividad, el consumismo, etc. Por todo ello, en los últimos años, como consecuencia de la globalización capitalista, hay un deterioro del estado del bienestar, con pérdida de derechos de los trabajadores y la reducción de los servicios públicos, que tras procesos de deterioro, se orientan hacia el negocio capitalista, sobre todo la sanidad, la educación, el sistema de pensiones y algunos 100
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servicios a la comunidad. Un ejemplo sería el deterioro de la sanidad pública mediante la reducción presupuestaria, empujando a la ciudadanía hacia el seguro privado. O reducir la enseñanza pública a la vez que aumentan los conciertos educativos y las licencias para la enseñanza privada. Es el neoliberalismo, o la vuelta de un capitalismo de rostro más duro. El estado del bienestar, que en muchos países frenó, en cierto modo, las aspiraciones revolucionarias de los obreros, se está desmontando poco a poco porque el capitalismo ahora no encuentra mucha oposición. Esta vuelta de un capitalismo menos social, marcada por la flexibilidad de los mercados financieros y laborales, está suponiendo la pérdida de derechos conquistados por los trabajadores; además de un menor gasto social y una creciente privatización de servicios públicos. El neoliberalismo extiende una globalización de derechos para los trabajadores, pero lo está haciendo a la baja, lo que supone un empeoramiento en la calidad del empleo que lleva a un empobrecimiento de los trabajadores, que en muchos casos, a pesar de tener un trabajo, viven en el umbral de la pobreza y la exclusión social. Sirva de ejemplo que muchas empresas de los países “desarrollados” están consiguiendo que sus trabajadores acepten reducciones en sus salarios y derechos a cambio de que no se trasladen a otros lugares, donde las ventajas para el capital son todavía mayores. La globalización está extendiendo la docilidad y la pasividad de la clase trabajadora bajo la amenaza del paro y la pobreza, lo que otorga todavía mayor poder a los grupos sociales que ya controlan estas sociedades. Por esto surge la 101
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necesidad de revitalización del movimiento obrero, sindicatos, partidos y otras organizaciones, para recuperar derechos y poder avanzar hacia una verdadera democracia. De todas formas, hemos de tener en cuenta que el estado del bienestar mencionado anteriormente solo ha alcanzado a una pequeña parte de la humanidad, pues solo en algunos países más desarrollados, de Europa sobre todo, este bienestar ha alcanzado logros considerables, pero en otros países se ha desarrollado menos o no se ha desarrollado. Una gran parte de la humanidad sigue sumida en una pobreza generalizada, bajo sistemas autoritarios o pseudodemocráticos, situación provocada, además de por causas internas, por el control que los Gobiernos y empresas transnacionales de los países más desarrollados han efectuado (y efectúan) sobre sus recursos y sus Gobiernos, contando para ello con la colaboración interesada de una elite local que se aprovecha de esa situación. Otras veces interviniendo de forma directa en esas zonas mediante conflictos bélicos y sustitución de Gobiernos. La riqueza generada por el capitalismo, bajo distintas formas políticas, en algunos países, beneficiando principalmente a una minoría, se ha cimentado, y se sigue cimentando, desde el empobrecimiento y el subdesarrollo de otras regiones del mundo, generando grandes desequilibrios, conflictos armados, movimientos migratorios, etc. El imperialismo de tiempos anteriores no ha desaparecido, sino que ha tomado otras formas.
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A España ese estado del bienestar, que desde hace unos años se cuestiona y reduce, llegó tarde, a partir de los años 80, es decir, hace apenas cuarenta años, y nunca ha sido comparable al de aquellos países donde más desarrollo ha tenido (Suecia, Dinamarca, Países Bajos, Luxemburgo, Alemania, Francia, etc.). Tampoco es comparable al de otros países de su propio entorno (Unión Europea). El gasto social en España en 1975 era del 14 % del PIB, en 1993 era del 24 %, en 2004 bajó al 20 %, cuando la media de la Unión Europea (15) era del 27,5 %. La mayoría de los socios de la Unión Europea (15), para 2004, tenía niveles más altos de gasto social en sanidad, educación, protección social, ayudas a las familias, empleo de mayor calidad, etc. Según datos del Anuario Social de España de 2004, elaborado con la colaboración de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, España se situaba a la cola de Unión Europea (15), pues si el PIB per cápita de España era del 86,5% del PIB per cápita promedio de la Unión Europea, el gasto de protección social per cápita en España era solo del 60 % del gasto en protección social promedio de la Unión Europea. Es decir, España gastaba mucho menos que sus socios europeos en protección social, de acuerdo a lo que le correspondería según su renta en el contexto de la Unión. Desde 2004, la cosa no ha mejorado, sino más bien al revés, ha habido un retroceso del estado de bienestar, con un deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores y los grupos sociales más empobrecidos: deterioro del salario, precarización del empleo, deterioro de los servicios públicos y de asistencia social, etc. 103
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Según datos de Eurostat (Oficina Estadística de la Unión Europea), el gasto social en España para 2016 fue del 16,8% del PIB, estando la media de la zona euro en el 20%. Para 2017, la media de gasto social en la Unión Europea se situó en el 27,9% del PIB, mientras que para España fue del 23,4%. En España, que se considera un país desarrollado, rico y democrático, según datos de 2019, hay cerca del 25% de la población (más de 10 millones de personas) en riesgo de pobreza o exclusión social; y más de tres millones de personas que sufren privación material severa. En nuestro país, la democracia y el estado del bienestar se han debilitado, además de por las políticas neoliberales de los últimos años, por los distintos episodios de corrupción que han afectado, desde hace tiempo, a distintos ámbitos políticos (ayuntamientos, comunidades autónomas, Gobierno central y otras instituciones), todo ello mediante el abuso de poder, el desvío de fondos públicos, financiación ilegal de partidos, enriquecimiento ilícito, comisiones ilegales, fraude fiscal, apropiación indebida, puertas giratorias, presiones en la separación de poderes, etc. La corrupción política es el ejemplo más claro del “personaje” que está en política para servirse de la sociedad de acuerdo a unos intereses particulares, y no como debería ser, para servir a la sociedad. Para finalizar este capítulo, decir que el fenómeno de la globalización económica, dirigida por instituciones donde los intereses de las clases más ricas (poder financiero) son los que mandan, permite controlar a los Estados que intenten salirse 104
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de los parámetros que el capitalismo marca, de manera que los propios Estados han perdido capacidad para tomar medidas sociales o económicas diferentes a esos intereses, y cuando esto sucede, es decir, cuando un país o Estado intenta desarrollar algunas políticas más sociales, es advertido por esas instituciones que manejan la economía mundial, corriendo el peligro de ser víctimas, en una economía globalizada, de manejos financieros y comerciales que le provoquen inestabilidad política y social.
4. El presente de la democracia En el capítulo anterior hemos visto el desarrollo de la democracia moderna, claro está, hablando de los países donde mayor progreso ha tenido, porque en el resto esa democracia es todavía de menor grado, o se debaten en sistemas dictatoriales o autoritarios, donde ciertas oligarquías controlan todos los resortes del poder social. Por tanto, parece claro que resulta preferible una democracia, en mayor o menor grado, que un sistema totalitario, autoritario o dictatorial, aunque a veces las democracias pueden degenerar tanto que se asemejan a los sistemas autoritarios. La democracia actual más avanzada se presenta como un Estado liberal de derecho en el que teóricamente se reconocen los derechos humanos y las libertades fundamentales, así como la igualdad de todos los ciudadanos, pero es una ingenuidad creer que la democracia representativa 105
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funciona tal como se predica en teoría, según la cual el pueblo tiene el poder, es decir, es soberano para elegir a los Gobiernos en los que delega su poder. Es una democracia representativa en la que, mediante unas elecciones supuestamente abiertas, los ciudadanos eligen a sus representantes en los distintos ámbitos políticos (ayuntamientos, regiones o departamentos, parlamentos, etc.), que son los que toman las decisiones de organización social. Pero sucede que los ciudadanos solo cuentan en época de elecciones. Se les ha formado la idea de que eso es la democracia, solo tienen que votar y después despreocuparse de todo, pues los elegidos, según unos programas políticos, serán los que gobiernen por todos. Los programas electorales se llenan de promesas de participación ciudadana; después, solo en el ámbito local, se desarrollan algunos órganos o comisiones de participación a las que pueden acudir los ciudadanos o asociaciones, pero todo ello no es más que un “simulador” de democracia, pues solo tienen capacidad informativa o consultiva. Las decisiones importantes no pasan precisamente por allí. En estos sistemas electorales suele ocurrir que, gane quien gane, lo esencial del sistema económico y político no cambiará mucho, porque los partidos que suelen tener más apoyo social son los que el propio sistema ha promocionado como únicas alternativas posibles. Los partidos, que controlan las listas cerradas de candidatos, acaparan tal poder político que la democracia queda convertida en partitocracia, pero además, detrás, en la sombra, los grupos de poder económico suelen controlar a los partidos políticos con posibilidades 106
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de gobernar. Este control se lleva a cabo de diferentes formas, entre ellas, mediante subvenciones y créditos para la promoción social y el mantenimiento de sus estructuras burocráticas. Dicho de otro modo, los Gobiernos elegidos por los ciudadanos están controlados por el poder económico, sobre todo por las grandes corporaciones financieras y empresariales, cuyos intereses condicionan, en gran parte, las decisiones políticas y económicas de dichos Gobiernos. Aunque puedan existir diferencias entre las opciones políticas que se presentan en unas elecciones, esas diferencias no son esenciales entre los partidos con posibilidades de acceder al poder en los países llamados democráticos. El conflicto escenificado por estas opciones, más que por discrepancias políticas relevantes, suele ser una pugna partidista o personalista por el poder. Hay una tendencia más liberal (neoliberalismo), cercana al poder financiero, que mediante la reducción del papel del Estado, intenta menguar la democracia, sobre todo, en los derechos económicos y sociales, con el pretexto de que el mercado debe regular esos ámbitos; y otra tendencia más social, que mediante la intervención del Estado, intenta poner freno a los planes del neoliberalismo, teniendo en cuenta los derechos económicos y sociales que aparecen en las bonitas constituciones democráticas. Pero puede ocurrir que si la tendencia que se hace con el Gobierno intenta profundizar en la democracia, desde una visión algo más socialista, intentando desarrollar una mayor justicia social, cumpliendo los derechos sociales y económicos, dignificando el mundo laboral y los servicios 107
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públicos, desarrollando un sistema tributario justo para responder a las necesidades sociales, etc., enseguida es acusada de radical, comunista, extremista, antisistema, etc., desarrollándose toda una oposición desde el poder financiero que utilizará todos los recursos mediáticos, políticos y económicos para desprestigiar y derribar a ese Gobierno. Por otra parte, si surgen movimientos sociales de protesta contra medidas de retroceso democrático o exigiendo “más democracia”, se intentan encauzar desde el poder para manejarlos, y si no, acallar, amedrentar, criminalizar o reprimir dichos movimientos y protestas, a veces, sin contemplación alguna. Por otra parte, si surgen movimientos sociales de protesta contra medidas de retroceso democrático o exigiendo “más democracia”, se intentan encauzar desde el poder para manejarlos, y si no, son criminalizados y reprimidos, a veces, sin contemplación alguna. En la actualidad, la social-democracia, como sistema que desde la segunda mitad del siglo XX intenta compatibilizar capitalismo y socialismo en las democracias representativas, mediante el desarrollo del estado del bienestar, ya le parece radical y extremista al poder financiero, que nunca ha creído en la democracia más allá de sus propios intereses, utilizándola como instrumento solo cuando le ha resultado más eficaz que el autoritarismo para lograr sus objetivos económicos y políticos. En la España actual parece revolucionario exigir que se cumplan derechos reconocidos en la Constitución como la alimentación, la vivienda, un trabajo y un salario
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dignos, unos servicios públicos y sociales de calidad, unas pensiones decentes, etc. En los niveles más altos, a nivel mundial, mediante grupos de presión (lobbies) o de forma más directa, son las grandes corporaciones de los sectores industriales y financieros los que realmente gobiernan el mundo, dan las pautas y criterios de actuación política a las instituciones internacionales y a los Gobiernos nacionales, que han perdido gran parte de su autonomía e independencia a la hora de tomar decisiones, que si no gustan al “poder real”, tomará medidas contra ese Gobierno o Estado hasta provocar una crisis que lleve a un cambio de Gobierno favorable a sus intereses. La democracia queda desfigurada cuando los gobiernos y parlamentos nacionales pierden soberanía frente a organismos e instituciones de las que forman parte, pero cuyos poderes, alejados de la soberanía popular, están bajo influencia y presión, cuando no al servicio, de las oligarquías dominantes. Un ejemplo puede ser la Unión Europea, en la que los gobiernos nacionales que la componen pierden parte de su soberanía para tomar determinadas decisiones. En otros muchos casos, los mismos gobernantes son los representantes directos de esos poderes financieros que controlan la economía mundial, porque forman parte de ellos, porque han sido promocionados en la política con el objetivo de situar a elementos propios en los centros de poder. También ocurre que personas que han ocupado cargos políticos o tareas de gobierno terminan sentados en los consejos de administración, o como asesores, en grandes empresas o multi109
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nacionales (puertas giratorias). Existe una aristocracia del poder formada por corporaciones financieras, grupos industriales, energéticos, industria militar, sector inmobiliario, cúpulas políticas y dueños de grandes medios de comunicación de los países más poderosos; es la oligarquía que realmente dirige el mundo, mediante el control de los Gobiernos, organismos e instituciones internacionales. Estos grupos de poder, que quieren extender el capitalismo y la democracia liberal a todo el mundo, están detrás de las decisiones importantes en política internacional, siempre en la búsqueda de las mejores condiciones para sus intereses particulares. Para ello preparan intervenciones políticas, económicas, y, si es preciso, militares allí donde esos intereses se cuestionen. En otros casos apoyan regímenes dictatoriales, si es necesario, para salvaguardar esos intereses en un momento dado. También a través de la deuda, que, además de ser un negocio para las elites financieras, se ha convertido en nueva forma de control o chantaje a los Gobiernos y Estados, es decir, en una nueva forma de poder político o de imperialismo. Esta aristocracia, formada por diferentes clubes “selectos” de los que forman parte los grupos financieros más ricos, las grandes corporaciones, son los “dueños del mundo”, los que diseñan la política, la vida social y la economía a nivel mundial. Es la globalización a modo capitalista. Todo lo demás no existe, es marginal, antidemocrático, radical, etc. Y es más, los países que dicen liderar la democracia en el mundo son los que se oponen al avance de la democracia, en el momento en que los intereses 110
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capitalistas que esas democracias representan corren el mínimo peligro. Es decir, la democracia llega hasta donde “los poderosos” quieren, siendo a veces verdaderos obstáculos para la democracia, pues no permiten que ningún país avance en el camino de la democracia (mejor redistribución de recursos, desarrollo de servicios públicos, potenciación del empleo público, implantación de un sistema de impuestos más redistributivo, preservación del medio ambiente, etc.) más allá de sus intereses, relacionados siempre con el mercado y el negocio, alejados, generalmente, de orientaciones éticas. En El miedo a la democracia Noam Chomsky nos dice: “En la democracia capitalista estatal (…), en principio, el pueblo gobierna, pero el poder efectivo reside en su mayor parte en manos privadas, con efectos a gran escala en todo el orden social”. Más claro no se puede decir. En los ámbitos más cercanos al ciudadano, por ejemplo, en los ayuntamientos, con reducidas competencias en la estructura general del Estado, los gobernantes, según su ideología o partido, se mueven con márgenes limitados para gestionar un presupuesto, aunque con diferencias, según los municipios, pues a mayor población, más posibilidades de que ese “juego político” que se da en niveles políticos más altos se repita aquí, y menos posibilidades de que los gobernantes antepongan el bien común o el interés general de los ciudadanos, sus problemas, a intereses particulares o partidistas.
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Una contradicción política que podemos observar está en aceptar, sin mucha controversia, que una democracia puede incluir a la monarquía como forma de establecer la jefatura del Estado, es decir, la institución que formalmente está por encima de todas se pasa por linaje y tradición, pero el pueblo no elige ese cargo de máxima representación política. Si la democracia representativa consiste en que los ciudadanos eligen a sus representantes en las instituciones políticas, ¿por qué esa manera de entender la democracia no se extiende, en estos casos, a este ámbito? ¿Hay incompatibilidad teórica, racional, entre democracia y monarquía? Yo creo que sí. Quienes defienden la compatibilidad argumentan que una monarquía parlamentaria puede ser, en contenido social y político, tanto o más democrática que una república. Puede ser que sí, que así sea en determinados casos, porque la república puede ser autoritaria o democrática, o puede ser más o menos democrática, pero esto no supera la contradicción antes expuesta: en un sistema democrático no parece democrático que la Jefatura del Estado sea un cargo no electo. En el terreno económico, la democracia liberal se fundamenta, al menos en teoría, en una economía capitalista, caracterizada por una concentración de la propiedad privada de los medios de producción, el crecimiento continuo, la libre circulación de capitales y mercancías, el libre mercado y la competitividad, pero luego hay control de mercados, sobre todo en cuanto a mercancías y precios, buscando especulaciones financieras que aporten altos beneficios. Y cuando no 112
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hay beneficios, o hay pérdidas, en época de crisis o desastres, ese liberalismo empresarial se torna, por arte de magia, en “socialismo”, pide ayudas, exenciones fiscales y subvenciones de todo tipo al Estado, que intervenga para salvar sus empresas con recursos públicos (de toda la sociedad). Pero cuando tienen muchos beneficios, no avisan al Estado para pagar más impuestos, sino al contrario, escatiman lo que pueden, de distintas maneras, más o menos legales. Podríamos decir que su idea es “privatizar” al máximo los beneficios, pero cuando haya pérdidas, procurar socializarlas. Es más, hay Gobiernos que se hacen con empresas privadas en quiebra, las “sanean” con recursos públicos; después, cuando vuelven a ser rentables, las venden, a veces, incluso a los dueños anteriores. No podemos llamar democracia a un sistema sociopolítico en el que hay grandes desigualdades económicas, pues mientras algunos disponen de muchos o exagerados recursos, otros apenas cuentan con los medios necesarios para poder vivir dignamente, y otros muchos malviven como pueden, instalados en una precariedad permanente. En las sociedades que se llaman democráticas el fenómeno de la exclusión social es una realidad para sectores de la población que se ven privados de los derechos y recursos más básicos. La democracia moderna más desarrollada toma como elementos fundamentales la defensa de los derechos humanos y las libertades públicas, pero eso, muchas veces, solo aparece en las leyes, pues en la realidad social esos derechos y libertades no son para todos por igual. Hay una estructura 113
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social jerarquizada, con una desigualdad muy acusada en cuanto a la distribución de recursos, de manera que las clases más adineradas tienen muchas más posibilidades que los grupos más desfavorecidos en el marco de esos derechos y libertades públicas. Por ejemplo, en las leyes aparece la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades para poder adquirir una formación académica y profesional, el derecho al trabajo, a la vivienda, etc., pero todos sabemos que eso no es verdad. Las posibilidades de cada uno vienen marcadas por los recursos económicos de los que dispone. Según la ley, todos los ciudadanos tienen derecho a una vivienda, pero hay familias que viven en palacios o grandes haciendas, mientras otras hipotecan toda su vida laboral para comprar un piso de 60 metros cuadrados o tienen que esperar el turno para poder adquirir una vivienda social, o viven en infraviviendas, chabolas, o en la calle. Según la ley, existe igualdad de oportunidades cuando se habla de educación, pero todos sabemos que eso es mentira, que cada uno está condicionado, en gran parte, por el contexto socioeconómico y cultural en que vive, pudiendo aspirar a promocionar en el sistema educativo según sus recursos; lo que a su vez condicionará todo su futuro laboral y social. Y lo mismo ocurre con la sanidad: cada persona, según sus recursos, dispondrá de más medios para garantizarse un mejor servicio sanitario. La libertad de prensa y de información forma parte de los modernos Estados democráticos, pero, en realidad, ¿quién dispone de recursos para poner en marcha un periódico, una radio, una televisión, una plataforma digital o red social 114
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capaces de crear estados de opinión en la sociedad de forma relevante? Aunque las nuevas tecnologías de la comunicación abren mayores posibilidades a la libertad de información y a la diversidad, los grandes medios de comunicación social están “controlados” por el poder financiero, bancos, fondos de inversión, aseguradoras y corporaciones comerciales e industriales, que manejan la información (o desinformación), marcando la línea ideológica y estados de opinión adoctrinando a la población, siempre de acuerdo a sus valores e intereses. Sin olvidar los límites u obstáculos que las propias leyes imponen, más allá de lo razonable, a las libertades de opinión y expresión. Así podríamos seguir con otros ejemplos para analizar la realidad de esa igualdad teórica que aparece en las leyes, con ejemplos de accesibilidad al ocio y la cultura, a unas pensiones dignas, a una atención en caso de enfermedad o vejez, etc. Incluso la libertad individual de los sistemas democráticos puede ser conformada, pues el control ideológico (pensamiento) y de las formas de vida (posibles opciones) que se ejerce desde el poder político y los grupos dominantes en la sociedad es tal que el ámbito de la libertad entendida como capacidad de razonar por uno mismo, de decidir, queda reducida, teniendo que hablar de una desfiguración de la libertad o de una libertad bastante condicionada. Pensamos que somos libres para pensar y querer lo que queremos, pero ¿por qué queremos lo que queremos? Esta manipulación facilita el control social al poder establecido.
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La oligarquía dirigente a nivel global, quienes a la sombra manejan los hilos del poder a nivel mundial, dispone de un complejo sistema de control social, fortalecido por el desarrollo de las nuevas tecnologías. La formación y el control de las poblaciones (masas sociales) mediante el manejo del pensamiento (ideología) y el comportamiento, de acuerdo a los intereses políticos y económicos de esa minoría de poder, se lleva a cabo por medio de diferentes estrategias: el sistema educativo, los medios de comunicación, el control y la manipulación de la información y las comunicaciones, campañas de desinformación, la dictadura digital, la publicidad, las redes sociales, el manejo del miedo ante crisis y catástrofes, el entretenimiento y el ocio, internet y plataformas digitales, la manipulación política, la vigilancia y el “espionaje” a nivel individual y social por distintos medios a los que los ciudadanos se prestan con las nuevas tecnologías, y otras formas de control social que aparecerán en un futuro próximo, intentando incidir de forma directa en la mente humana, condicionando su pensamiento y comportamiento mediante nuevos sistemas electrónicos de acuerdo a unos patrones establecidos según los intereses de la oligarquía dominante. Todo esto lleva a una homogenización social (rebaño) y a la anulación del pensamiento crítico, siendo cada vez más difícil la disidencia, y más fácil el manejo social por parte del poder. ¿Cómo rebelarse ante esto? Pues desarrollando el espíritu crítico, no dejarse manipular, buscando distintas fuentes de información y organizarse con
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otros para cambiar ese horizonte que se presenta tan deshumanizado. El sistema político y económico de la democracia liberal capitalista se construye sobre los principios de la competitividad y el individualismo, el desarrollo de una industria cultural que extiende esos principios como forma de vida y una economía en la que unos grupos sociales explotan a otros, haciendo que la democracia quede desfigurada. Mediante esa industria cultural formada por la educación, la cultura, el espectáculo, el ocio, los medios de formación de masas y las nuevas tecnologías de la información, los grupos que detentan el poder social crean estados de opinión (ideología) favorables a sus intereses, además de controlar, de una manera más o menos directa; y promocionar, a determinadas organizaciones políticas, para que las decisiones de gobierno, a distintos niveles, les sean lo más propicias posible. Y otra cosa a tener en cuenta pudiera ser que detrás de los distintos grupos industriales, financieros, mediáticos y políticos estén las mismas personas y grupos, las más poderosas (elites financieras), los que dirigen y controlan la sociedad según sus intereses particulares. Nunca un grupo tan reducido de personas acumuló tanto poder a nivel mundial. Esta es una conclusión que debemos hacer visible. La “democracia capitalista”, que se ha impuesto en gran parte del mundo como el mejor de los sistemas posibles, no es una verdadera democracia, sino un sistema político basado en el sufragio representativo manejado por y al servicio de los 117
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grupos sociales con más poder económico. Además, debemos ser conscientes de que una verdadera democracia es incompatible con el capitalismo, porque los principios y valores de ambos son diferentes. Creo que hay una incompatibilidad entre la democracia y el capitalismo como sistema económico, pues la igualdad, la solidaridad y la libertad son incompatibles con los pilares del sistema capitalista, basados en la explotación de unos seres humanos por otros, de unos grupos sociales por otros, de unas regiones o países por otros, todo ello con base en los intereses particulares de una minoría dominante, que hace lo posible por mantener su dominio político y económico, por reproducir una situación social que no es verdaderamente democrática. Un sistema que defiende la competitividad, el individualismo, el mercado como elemento regulador de precios de bienes, trabajo y servicios; la mercantilización de aspectos tan esenciales para la vida y la convivencia social como la alimentación, la salud, la educación, los servicios sociales, la vivienda, las fuentes de energía o recursos comunes, como el agua, etc., se aleja de una verdadera democracia. Un sistema basado en un consumismo irracional e irresponsable, en un desarrollismo o crecimiento económico supuestamente ilimitado, pero que resulta insostenible, anteponiendo el beneficio económico de una minoría a los derechos humanos, generando enormes problemas ecológicos, sociales (pobreza y grandes desigualdades) y de salud pública, se aleja de los principios y valores de una verdadera democracia. Hay datos que hablan por sí mismos, que muestran el fracaso del capitalismo, tanto en las 118
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democracias liberales como en las formas políticas autoritarias, su insuficiencia para desarrollar la democracia y la justicia social: el 1 % de los más ricos acumula más del 80 % de la riqueza mundial. Las 26 personas más ricas del mundo acumulan tanta riqueza como los 3.800 millones de personas más pobres, que malviven o sufren extrema pobreza (datos de 2018). Millones de trabajadores sufren pobreza en todo el mundo, también en los países llamados “ricos”, porque, aunque trabajan, su salario es de miseria y su subsistencia depende de ayudas sociales o ayuda humanitaria (ONG). Esta desigualdad sigue creciendo. Más de 150 millones de niños en edad escolar son explotados en el mundo mediante el trabajo infantil, en minas, manufacturas, fábricas, agricultura, etc., la mitad de ellos, en régimen de semiesclavitud. ¿Dónde están los derechos humanos y los derechos de la infancia para estos niños y niñas? Podríamos seguir exponiendo datos que nos hacen ver la deshumanización en la que vive una gran parte de la humanidad, así como la necesidad de desarrollar sistemas sociales, políticos y económicos más justos a nivel global. ¡Cómo ayudarían a esto, cada año, los cerca de dos billones de euros de gasto militar mundial (datos de 2020), en el marco de una alianza global por la paz y la justicia social, auspiciada por la ONU y los organismos internacionales! Muchos hechos muestran la incompatibilidad entre democracia y capitalismo. No tenemos más que mirar el “mercadeo” y el “negocio” que en la actualidad giran en torno al asunto de las vacunas para la COVID-19, donde los intereses económicos de las corporaciones 119
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farmacéuticas, en manos de una minoría, chocan con los criterios democráticos a nivel mundial (salud pública y derechos humanos). Democracia significa que el pueblo, los ciudadanos y las ciudadanas, tienen el poder. Esto quiere decir, digo yo, que entre todos, mediante diferentes mecanismos, decidimos, de manera colectiva, la convivencia social, qué sistema económico (necesidades de consumo y sistemas de producción) queremos desarrollar, qué órganos de coordinación política queremos establecer, etc. Y si el pueblo somos todos, la democracia también debe ser económica, es decir, una verdadera democracia debe buscar la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos, debe poner los recursos disponibles al servicio de la comunidad para que todas las personas puedan llevar una vida digna. El concepto de democracia debe quedar asociado al de dignidad para todos los ciudadanos, derechos humanos, libertad responsable, igualdad, solidaridad y justicia social. Eso es la democracia, socializar derechos, obligaciones y recursos. Por eso pienso que la democracia, por esencia, debe entenderse como “democracia directa” y “democracia socialista”, pero la realidad en la que vivimos, o como se entiende la democracia en nuestra sociedad, se aleja de eso. A su vez, el socialismo debe entenderse como “socialismo democrático”, pues socializar significa poner en manos de la comunidad el poder político y la organización económica.
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Por tanto, creo que la democracia está asociada al socialismo, a al comunismo, aunque con ello no me refiero a los sistemas desarrollados en los llamados países “comunistas” de Europa y otros continentes durante el siglo XX, que, como hemos visto, aunque surgieron como movimientos revolucionarios, que supuestamente pretendían establecer sistemas socialistas democráticos, quedaron estancados, con mayor o menor influencia del socialismo, en sistemas de Estado autoritario o dictaduras de las burocracias de los partidos comunistas de esos países. La democracia socialista supone una socialización o comunalismo, tanto del poder político (participación de los ciudadanos en distintos ámbitos de decisión sobre asuntos sociales y funcionamiento de órganos o instituciones de gestión para desarrollar esas decisiones) como de la economía (propiedad social de los medios productivos así como de los recursos comunes y de interés social, delimitando de forma clara la propiedad privada o personal). Una verdadera democracia exige sustituir las actuales estructuras sociales jerárquicas por unas estructuras cooperativas. Como consecuencia del control cultural ejercido sobre el pueblo por parte de los grupos dominantes, hemos interiorizado la idea de que orden significa jerarquía, es decir, el orden ha de ser por esencia jerárquico, en el que unos mandan y otros obedecen, donde unos seres humanos dominan a otros. Pero eso es falso, un orden puede ser cooperativo. La democracia no debe significar un orden jerárquico, sino un orden cooperativo, donde el pueblo, todos 121
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los ciudadanos, en colaboración, deciden sobre los distintos aspectos de la vida social y se dotan de órganos de gestión capaces de llevar a cabo esas decisiones. La crítica a la democracia que se describe en las páginas anteriores no significa que frente a ella sean preferibles los sistemas autoritarios, sino que se nos dice que vivimos en una democracia y creo que no es así, que no vivimos en una verdadera democracia. Las democracias modernas suponen un avance hacia la democracia, pero no estamos ante el final de la historia, ni ante el mejor sistema sociopolítico posible. Aunque con diferencias entre Estados, estas democracias son más formales que reales. Por sus estructuras y contenidos podríamos llamarlas aristocracias u oligarquías “consentidas”, sociedades controladas por unas minorías con poder económico y/o político. Por todo esto, es necesario seguir avanzando en la conquista de una democracia de verdad, no entendida como algo definitivo o cerrado, sino como algo dinámico. Siempre habrá cuestiones por solucionar y mejorar.
5. El futuro de la democracia Habiendo visto lo que, a mi parecer, debe entenderse por democracia, podríamos preguntarnos si será posible que las sociedades humanas puedan vivir en un régimen de democracia, o se trata de una utopía irrealizable para el ser humano. Yo creo que la democracia habría que plantearla 122
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más como una necesidad universal que como una posibilidad y, por tanto, habría que partir de aquí, de la necesidad de la democracia, a nivel global, para dar solución a los problemas sociales, políticos, económicos y medioambientales actuales. Una vez reconocida la necesidad de la democracia, lo primero es denunciar la realidad social actual, alejada de una verdadera democracia. Es decir, reconocemos la necesidad de la democracia como alternativa para solucionar los problemas que la humanidad tiene hoy, principalmente la miseria y la pobreza de gran parte de la población, la paz entre los seres humanos y la destrucción del medio ambiente del que formamos parte; pero después debemos reconocer que la democracia hay que construirla, porque lo que ahora se nos presenta por democracia no es más que una oligarquía en la que el poder financiero gobierna, porque los mercados financieros marcan el rumbo a los gobiernos. Hay que acelerar la marcha en el camino hacia la democracia, desarrollar su principio fundamental, que es la participación política directa de los ciudadanos en la toma de decisiones sobre aquellos aspectos que afectan a todos, la “res pública”, lo colectivo: producción, distribución, desarrollo científico y tecnológico, medios de comunicación, salud pública, educación, cultura, servicios sociales, protección medioambiental, etc. Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación pueden potenciar y facilitar esta participación. Exigir y “luchar” para que valores como la igualdad, la justicia social, la libertad individual armonizada con los derechos y la dignidad de los demás, el respeto 123
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mutuo, la solidaridad, el diálogo como forma de resolver conflictos para una convivencia pacífica, una vida digna para todos, etc., valores que definen y se asocian a la democracia, comiencen a ser una realidad y no solo conceptos que aparecen en las leyes, que sirven para disfrazar una realidad alejada de la verdadera democracia; sabiendo que todo eso no va a venir por arte de magia, que los grupos dominantes en las estructuras sociales actuales no van a facilitar nada el camino de la democracia; y que esta tendrá que ser una “conquista” del pueblo, de los ciudadanos y ciudadanas organizados. Pero ahora nos surge una serie de cuestiones. ¿Se puede conseguir eso? ¿Cómo? ¿Está el ser humano dotado para vivir de esa manera o hay condicionantes biológicos y culturales que lo obstaculizan? ¿Está el ser humano dotado para la barbarie o para la civilización? ¿Podemos confiar en las capacidades del ser humano para desarrollar comunidades de esas características o se lo impiden su ambición y egoísmo? ¿Qué somos o podemos ser por naturaleza y qué por cultura? Podemos ver la historia de la humanidad como la historia del conflicto, de la pugna, entre tendencias civilizadoras y tendencias de barbarie, que se dan entre individuos, grupos humanos y clases sociales, entendiendo por barbarie el predominio de la violencia y los valores egoístas e individualistas, una situación en la que se imponen los intereses personales de una minoría; y entendiendo por civilización lo que a mi modo de ver debe ser la democracia, 124
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es decir, el hecho de que las sociedades humanas sientan las bases para el bienestar y la dignidad de todas las personas, en libertad, paz, igualdad y cooperación, donde el límite de la libertad de cada uno esté situado en la libertad y los derechos de los demás. Pues bien, si analizamos el devenir histórico humano, y nos preguntamos sobre si ha predominado la barbarie o la civilización, podríamos decir que, por diferentes factores humanos, económicos, ideológicos, sociales, etc., de manera general, la humanidad ha estado viviendo más cerca de la barbarie que de la civilización. Si observamos la situación actual global, no en lugares concretos, sino como generalidad, a nivel mundial, tendremos que admitir que predomina la barbarie (guerras, hambre, pobreza, exclusión, desigualdad, violencia, destrucción medioambiental, etc.). ¿Podrá la humanidad desarrollar una civilización democrática? ¿Hay condiciones para ello o está condenada a un predominio de la barbarie? ¿Es la civilización democrática una utopía inalcanzable porque es más fácil pensar o diseñar un plan que ejecutarlo? A lo largo de la historia del pensamiento humano ha habido corrientes y autores, como Hobbes, que pensaban que por naturaleza el ser humano tiende a dominar y agredir a los demás, habiendo en los seres humanos un afán de poder, ambición y codicia, que les llevan a una situación de conflicto permanente, siendo necesario el establecimiento de una autoridad. Otros, como Rousseau, han defendido lo contrario, que por naturaleza los seres humanos somos libres e iguales entre sí, además “buenos”, pues hay en nosotros una 125
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tendencia innata a la compasión y a la solidaridad, siendo el egoísmo y la violencia un producto de la cultura represiva que nacen con el Estado como estructura de poder social y el establecimiento de las desigualdades dentro de la comunidad. Por su parte, Kant pensaba que en el ser humano hay tendencias naturales al egoísmo y a la sociabilidad; la cuestión es encontrar un sistema sociopolítico capaz de armonizar ambas fuerzas. Yo pienso que el ser humano, por naturaleza, puede tener inclinaciones egoístas para dominar a los demás, para ser-tener más que los otros, afán de poder y dominio, ambición de riqueza, “fama” y “honores”; pero también, por naturaleza, tiene tendencias sociales, solidarias hacia los demás, es capaz de compartir sus sufrimientos, de ayudar y cooperar con los demás. Por su condición hay en el ser humano tendencias a la barbarie y tendencias a la civilización. Un ser humano es capaz de lo peor: quitar la vida a otro ser humano. Pero también puede ser capaz de lo mejor: exponer su propia vida para salvar la de otra persona. Y pienso que de una forma general, la cultura, la vida en comunidad, los valores y la realidad social son fundamentales para que en las personas florezcan, en mayor o menor medida, esas tendencias. En los seres humanos existen “semillas” de esas tendencias; de lo que se trata es que predominen las tendencias a la civilización, de manera individual y de manera colectiva, para avanzar hacia sociedades más democráticas.
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Por ello, sobre si el hombre es capaz de desarrollar sociedades en igualdad y armonía, de vivir en una verdadera democracia, creo que teóricamente tiene “herramientas” biológicas y culturales para ello. Dependerá del devenir de diferentes tendencias, conflictos de intereses y grupos/clases sociales, que triunfen más o menos las tendencias de la civilización o de la barbarie. No podemos olvidar la realidad. Hay muchos intereses y determinados grupos sociales que no desean ese tipo de sociedad, porque ahora ellos son los que dominan. Tienen el poder y harán todo lo posible para impedir el desarrollo de esas tendencias de civilización, porque preferirán, por sus propios intereses, mantener a la humanidad más cerca de la barbarie. Tampoco, que una parte de la población de las sociedades más enriquecidas (mayor consumismo) opondría resistencia a todo cambio que signifique modificar su estilo de vida. Quienes desean una sociedad auténticamente democrática, personas y organizaciones sociales de diversos ámbitos, tendrán que empujar para avanzar en ese camino de la democracia, coordinar esfuerzos para acercarse a la civilización, sabiendo que habrá grandes resistencias, y que deberá ser, sobre todo, una conquista cultural, basada en el conocimiento y en el convencimiento social de la necesidad de esas propuestas; y lo que es más importante, que una mayoría de la población quiera y desee lograrlo. Solo así podrían predominar las tendencias cooperativas y solidarias frente a la competitividad, el individualismo y la insolidaridad. Es improbable que el cambio hacia una sociedad de este tipo venga como 127
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consecuencia de una acción súbita o de una explosión social, más o menos revolucionaria. Si no hay convencimiento social, es decir, si la mayoría de la sociedad no comparte los nuevos horizontes, antes o después, ese cambio está condenado al fracaso, o será aprovechado por una minoría para hacerse con el poder e imponer sus criterios. La base del cambio social no puede ser la imposición, sino la evolución cultural, el convencimiento moral de que las sociedades humanas pueden y deben forjar el camino de la civilización frente a la barbarie en la búsqueda de una sociedad más justa, más igualitaria y más solidaria. Una sociedad en la que todos los seres humanos puedan vivir con dignidad en una democracia de verdad. Toda transformación social tiene que cimentarse desde la base. La mayoría de la gente tiene que desear el cambio y participar en la construcción de la nueva sociedad, porque la fuerza que empuja hacia la democracia está en la gente, es la gente. Por eso es tan importante la extensión de una cultura democrática, para que una mayoría social se convenza de la necesidad de la transformación social, que la desee, que se implique más en ella de manera activa y coordinada, median-te diferentes movimientos asociativos, espacios alternativos comunitarios y proyectos sociales, que en su seno deben funcionar con esos principios democráticos que se buscan para toda la sociedad. Decidir de forma colectiva, sin “jefes” que decidan por todos, los principios de la organización social. Solo de esta manera habrá garantías de que los cambios puedan prevalecer en el tiempo, de que la 128
El camino de la democracia
sociedad, con la participación de los individuos, vaya adaptándose a las nuevas necesidades, deseos y planes. Hay que democratizar las relaciones sociales y exigir participación directa en la vida política, en los servicios públicos, en la organización de la economía, en el desarrollo tecnológico, en la cultura, etc., mediante asambleas, a diferentes niveles, y otros mecanismos que las modernas tecnologías pueden facilitar. Las estructuras de gobierno (Estado) deben asumir un papel más de gestión de las decisiones colectivas que de poder sobre la sociedad. Cuando esto sea así, es decir, cuando la mayoría, por conciencia, voluntad y acción, avance en la conquista de la democracia, y quiera “luchar” para conseguirlo, el camino será más fácil, porque la resistencia a esos cambios será menor. No puede haber una transformación social si no hay una transformación cultural. Las personas, grupos sociales y asociaciones que queremos acercar a la humanidad hacia la civilización, ahora, estamos perdiendo la “batalla” cultural. Los grupos dominantes de la sociedad, a nivel político y económico, manejan los resortes necesarios para que la cultura mayoritaria sea la que viene bien a sus intereses. Mediante su poder en la enseñanza, la cultura, los modernos medios de comunicación, las redes sociales y otros sistemas de control y vigilancia social hacen todo lo posible para crear estados de opinión y estilos de vida favorables a sus intereses, manipulando la información y minimizando o silenciando la crítica a esos intereses. De lo que se trata es de invertir la situación, de abrir y desarrollar canales culturales alternativos 129
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para que los valores cambien, para que la sociedad pueda cambiar. Esto es difícil porque la base social no cuenta con los medios y recursos necesarios para ello. Hay que desarrollarlos, desde los ámbitos más cercanos a los ciudadanos, hasta espacios más amplios, pues solo así se podrá tener alguna posibilidad de cara al futuro. Hay que empezar por desarrollar una actitud crítica, denunciar la hipocresía y la manipulación que se realiza en nuestra sociedad, por parte de los grupos de poder, a través del desarrollo de la industria cultural, medios de formación de masas y vigilancia social, sobre todo. Nos quieren hacer creer que solo porque se escriban en un papel determinados derechos y libertades ya forman parte de la realidad social. Aunque la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por la ONU en 1948, suponga un avance en el camino de la democracia, y muchos estados la hayan asumido en sus constituciones, la realidad, para la mayoría de los seres humanos, queda lejos de esa declaración y leyes, que muchas veces quedan en simples intenciones, siendo utilizadas para ocultar y falsear la realidad. La “revolución” que supone el desarrollo de una sociedad plenamente democrática no tiene sentido si no se apoya en una evolución social, en un cambio en la mentalidad, en las ideas y en las perspectivas de quienes componen esa sociedad. Esta evolución supone que a la vez del cambio cultural debe haber una transformación social que nos acerque a la civilización, a la democracia, sabiendo que esa sociedad democrática no está determinada, sino que habrá 130
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que construirla desde los principios democráticos básicos. Cuando una parte muy importante de la sociedad marque el nuevo rumbo, los demás no tendrán más remedio que seguirlo. Todo lo expuesto anteriormente puede parecer utópico, un ideal irrealizable, una ficción. ¿Ingenuidad? Para otros, esa forma de organización social solo sería posible en pequeñas comunidades. No sé, pero es necesario que esa utopía democrática sea el faro de las comunidades humanas, siendo conscientes de que cualquier paso dado hacia adelante, cualquier mejora, puede ser importante en el camino hacia una sociedad democrática. La democracia, es decir, “el poder del pueblo”, no puede estar en manos de una clase política, que en muchas ocasiones, en vez de estar para “servir a” la sociedad (solucionar los problemas sociales y de los ciudadanos), está en política para “servirse de” la sociedad, según unos intereses particulares, partidistas o de determinados grupos de poder. Además, la actual democracia, en la sociedad del espectáculo y el “postureo”, degenera en una demagogia en la que la clase política se muestra, sin pudor, entre la farsa, el engaño y la propaganda política, utilizada como publicidad para el consumidor (elector), teniendo como objetivo principal, según el caso, obtener o mantener el poder de turno. Por todo lo dicho, el trabajo a realizar para avanzar en el camino de la democracia está en conseguir una mayor participación política efectiva de los ciudadanos, una mayor justicia social, un reparto del trabajo (cada vez más 131
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tecnificado) y una mejor redistribución de los recursos (riqueza social), unos servicios públicos de calidad, así como una mejor protección de la salud pública y el medio ambiente. Hay que oponerse a la privatización (mercantilización) de los servicios públicos y los bienes comunes, pues ello supone un retroceso democrático. Hemos de conseguir que todas las personas puedan tener una vida digna. El interés colectivo y el apoyo mutuo deben prevalecer sobre el individualismo para que la democracia vaya teniendo cada vez un mayor contenido social o socialista (democracia socialista o socialismo democrático). Para empezar, hay que exigir a los Gobiernos, organismos e instituciones internacionales que los derechos humanos, esos que se incluyen en las constituciones denominadas democráticas, sean una realidad, que se cumplan para todas las personas. Es nuestra responsabilidad moral personal y social. Si no es así, ¿para qué están? Kant decía que el progreso no se mide por la moral, sino por el derecho, es decir, no basta con que pensemos en qué consiste el bien moral, sino que eso que consideramos como “bueno” hay que plasmarlo en leyes. Yo creo que hay que ir más allá. No basta con que el bien moral (por ejemplo, los derechos humanos) se plasme en una ley, sino que hay que hacerlo realidad, hay que llevarlo a cabo mediante la acción política. Pues bien, hoy, en pleno siglo XXI, incluso en las sociedades más democráticas, exigir que se cumplan los derechos humanos es considerado por los grupos sociales dominantes como algo radical o antisistema. Reclamar que todas las 132
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personas tengan comida, una vivienda, un trabajo, un salario digno, las necesidades básicas cubiertas, una educación pública de calidad, una asistencia sanitaria pública suficiente, una pensión digna, etc., es considerado por el poder como algo extremista o revolucionario, cuando eso debería ser normal en una sociedad que se considera democrática. Esto dice mucho sobre la tarea que queda para avanzar en el camino de la democracia, para desarrollar un nuevo modelo social que nos acerque a una civilización más humana, donde los valores morales predominen sobre los intereses económicos de una minoría. Uno de los principales problemas actuales está relacionado con la destrucción medioambiental y las catástrofes asociadas que el ser humano está provocando, poniéndose en peligro la existencia de la humanidad como especie y de la vida sobre el planeta. ¿Qué se puede hacer para afrontar la crisis ecológica? ¿En qué medida podrá la ciencia-tecnología ayudar a superar esta encrucijada? Parece claro que la causa principal de esta situación está en el estilo de vida desarrollado por una parte de la humanidad, basado en el desarrollo urbano, un consumismo irracional y en la creación continua, mediante la publicidad, de nuevas necesidades, que son más superfluas que reales. Esta forma de vida, que depende de grandes necesidades de recursos y energía, se asocia a los intereses del sistema capitalista, en sus distintas formas, generando los problemas ecológicos que todos conocemos, además de los desequili133
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brios regionales en el mundo, así como los problemas sociales y políticos ligados a esos desequilibrios (pobreza y precariedad para una gran parte de la humanidad). El planeta puede todavía, si se distribuyen bien los recursos en sociedades más democráticas y justas, ofrecer una vida digna, confortable, a sus habitantes, pero no puede sostener el despilfarro que conlleva el estilo de vida de una parte de la humanidad. Hay que procurar un equilibrio razonable, desde el punto de vista ecológico, entre los sistemas de producciónconsumo y las necesidades reales de la población. ¿Hasta dónde está dispuesto a renunciar el “mundo rico” que despilfarra recursos para participar en la construcción de un mundo más justo y saludable? Aunque tanto la ciencia como la política han asumido el problema medioambiental del que vienen advirtiendo grupos ecologistas desde hace décadas, y se sabe que hay que actuar antes de que sea demasiado tarde (colapso ecológico), no se toman medidas importantes para poner solución ante las catástrofes ambientales. Muchas reuniones, cumbres y congresos que en realidad suponen poco avance real. Ahora se habla de transición ecológica y de economía verde, pero esto parece una quimera si no se modifican las estructuras económicas de producción y consumo actuales, basadas en una idea de crecimiento ilimitado, competitividad, mercado y consumismo, en gran parte causantes del destrozo ambiental actual, además de otros problemas sociales, estructuras controladas por minorías de poder que priorizan sus negocios y beneficios particulares, al margen del bien 134
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común, la democracia, la justicia social y la protección ambiental. Por otra parte, debemos reflexionar sobre el papel del desarrollo científico-tecnológico, sobre su ambivalencia, pues la historia nos muestra que puede generar bienestar y comodidad, pero también que puede generar grandes problemas, sobre todo cuando se pone al servicio de determinados intereses económicos, políticos, industriales o militares de unas minorías de poder. Por esto, hay que exigir que la ciencia y el desarrollo tecnológico sirvan al bien social, potenciando sus aspectos positivos y reduciendo sus aspectos negativos, usándose para mejorar la vida individual y colectiva afrontando los problemas sociales, ecológicos y sanitarios que tenemos. Esto nos lleva a cuestionarnos, a reflexionar, sobre las posibilidades de una verdadera democracia en las complejas sociedades industriales y las grandes aglomeraciones urbanas. A este respecto podemos considerar las propuestas del ecologismo social de Murray Bookchin, según las cuales el futuro de la humanidad y de la vida sobre el planeta pasa por una deconstrucción social que ha de llevar de forma paulatina a una “desurbanización” y descentralización de la organización social, teniendo como base las ecocomunidades semiautogestionarias, federadas territorialmente mediante órganos democráticos de coordinación y gestión para la organización de la vida social, la economía, el intercambio de productos, mercancías, ciencia y tecnología, cultura, etc., teniendo como valores esenciales la cooperación y la 135
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solidaridad entre personas y comunidades. En definitiva, una nueva forma de vivir y organizarse, basada en un mejor trato entre los seres humanos y a la naturaleza. Una nueva forma de civilización, basada en un municipalismo libertario, que puede ser denominada como “democracia ecosocialista”. Algunos sectores críticos con la democracia capitalista piensan que la alternativa está en un asociacionismo desde la base social para ir creando, desde las principios de autogestión y solidaridad, una red de comunidades que funcione con independencia del sistema establecido, para organizarse en los distintos ámbitos de convivencia social de acuerdo a principios democráticos, e ir tejiendo, poco a poco, una sociedad verdaderamente democrática en detrimento del sistema dominante. Hemos de ser conscientes de que los intereses de las elites dirigentes y de determinados grupos sociales, que siempre han tenido miedo a la democracia, además de las limitaciones de la propia condición humana, hacen que el camino hacia la democracia sea difícil y que lo veamos como algo utópico, pero, como dije anteriormente, la utopía democrática debe ser el referente necesario para las comunidades humanas. No solo debemos aspirar a construir un mundo mejor, sino que es nuestro deber contribuir a ello, teniendo confianza en las capacidades del ser humano para avanzar en la civilización. No parece que haya muchas alternativas.
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Autor Bartolomé Miranda Jurado nació en Fernán Núñez (Córdoba) en 1959. Realizó los estudios de Magisterio en la especialidad de Ciencias Sociales, en Córdoba, acabando dichos estudios en 1980. Comenzó a trabajar como profesor de E.G.B. en 1984, estando en distintos centros educativos, queriendo destacar, por las influencias educativas y pedagógicas recibidas en el contexto de “experimentación educativa”, su paso por el C.P. Carmen Romero, de Aguilar de la Frontera, entre 1986 y 1992. Desde 1991 compatibilizó su trabajo en la enseñanza con los estudios de Filosofía en la UNED de Córdoba, terminando dichos estudios en 1996. Desde 1999 trabaja como profesor de Filosofía, primero en el I.E.S. Ategua, de Castro del Río, y desde el año 2006 en el IES Francisco de los Ríos, de Fernán Núñez. Ha publicado diversos trabajos y artículos sobre enseñanza y otras temáticas en diferentes revistas y medios. Tiene como obras inéditas “Senderos de libertad”, en la que aborda cuestiones de política y democracia, ecología y desarrollo tecnológico, educación y libertad religiosa; “Pido la palabra I” y “Pido la palabra II”, dos compilaciones de artículos sobre distintas temáticas escritos desde 1995, además de dos relatos cortos: “El huerto de Zeo”, de 2002, y “Sembrando flores”, de 2009. En 2007 publicó ¿Qué escuela queremos?, realizando en ella una mirada crítica a la enseñanza. 137
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Ahora nos presenta El camino de la democracia, un estudio y análisis de las formas de organización política de los seres humanos desde la Antigüedad hasta el desarrollo de los llamados sistemas democráticos, todo ello desde una perspectiva crítica e intentando dar respuesta a las siguientes cuestiones: ¿Cómo podemos organizarnos los seres humanos para poder vivir en paz y justicia social? ¿Cuál es la mejor forma de organización política para acercarnos a esa “utopía”?
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