SELECCIÓN DE BIOGRAFÍAS DE ASES DEL TOREO
TOMÁS ORTS RAMOS, UNO AL SESGO Prólogo
Jorge Casals
Biblioteca Taurina de la Fundación Toro de Lidia
Colección Textos Biográficos
Título original:
Selección de biografías de ases del toreo
Prólogo:
Jorge Casals
Diseño de la cubierta y maquetación:
Alexandra Larrad
Hugo Gómez
Consejo editorial de la Colección Novelas:
Carlos Ballesteros
Rebeca Fuentes
Domingo Delgado
Guillermo Vellojín
Juan José Montijano
Ángel Antonio Sánchez
Edición:
Álvaro López
Reservados todos los derechos de esta edición para:
© Fundación Toro de Lidia, 2023
Calle Moreto 7, primero izquierda, 28014, Madrid.
SELECCIÓN DE BIOGRAFÍAS DE ASES DEL TOREO
ÍNDICE
Tomás Orts Ramos, Uno al sesgo
Diego Mazquiarán Torrontegui, Fortuna ..........................................25
Manuel Varé y García, Varelito .........................................................53
Manuel López García, Maera 75
Victoriano Roger y Serrano, Valencia II ............................................93
Nicanor Villalta Serres ...................................................................113
José García Carranza, Algabeño .......................................................133
Pedro Basauri Paguaga, Pedrucho ....................................................151
Antonio Posada Carnerero ............................................................173
Manuel Báez, Litri ..........................................................................193
Juan Espinosa y Saucedo, Armillita .................................................215
Francisco Vega de los Reyes, Gitanillo de Triana ...............................233
NOTA DE LA EDICIÓN
En esta edición, realizada para la Fundación Toro de Lidia, se recoge una selección de biografías breves publicadas por el crítico taurino Uno al sesgo (pseudónimo de Tomás Orts Ramos). Este libro constituye una revisión, cuidada y actualizada a los usos actuales de la lengua, de las publicaciones originales —por entonces, de venta independiente cada biografía— editadas en Barcelona entre 1921 y 1929.
Con esta recopilación se persigue que el lector pueda profundizar y conocer datos certeros sobre las trayectorias personales y taurinas de once de los diestros más destacados de los años 20 del pasado siglo. Presentados a continuación por antigüedad de alternativa; si bien, en algunos casos no fueron reconocidos como primerísimas figuras del toreo, sus cualidades taurinas o temporadas de efímero éxito sitúan a todos ellos entre los nombres a destacar del escalafón taurino de entonces.
PRÓLOGO
«Se acabaron los toros». Esta fue la sentencia que Rafael Guerra, Guerrita, escribió en el telegrama que envió a Rafael, el Gallo, para transmitirle sus condolencias por la muerte de su hermano Joselito. El toreo se quedó huérfano cuando aquel 16 de mayo de 1920 ocurrió la tragedia de Talavera. Se sucedían los agoreros pronósticos sobre el futuro de la fiesta de los toros. La prensa alimentaba esa aureola de desesperanza. Aguaíyo escribía en la edición del martes 18 de mayo del Diario de Valencia, dos días después de la desgracia: «La clave de la bóveda taurina, cuya representación era Joselito, ha sido arrancada por el hachazo de un toro de la viuda de Ortega, y el majestuoso edificio de las majezas y gallardías españolas se derrumbará en breve. Sin timonel la nave taurómaca perderá su rumbo, y acaso ahora se inicie una época de decadencia de la fiesta nacional, como las que se registraron en otros tiempos. ¿Quién ha de sostener el interés de la fiesta nacional sin Joselito? Su contrafigura, Belmonte, ya en el ocaso, ¿podrá sostener la pelea con los astados… y con los públicos? ¿Se atreverá Rafael, el Gallo, a seguir arrastrando por los circos taurinos su decadencia? ¿Resucitará el ya casi ido Gaona? ¿Quién va a sostener la fiesta de toros? ¿Bastarán para sostenerla las estocadas de Varelito y
los lances de capa de Chicuelo? Mucho lo dudo; luego hay que creer que la desgraciada muerte de Joselito inicia una era de decadencia del toreo, que acaso termine con la que fue nuestra fiesta más varonil». No se cumplieron las profecías. Con la muerte de José se pone fin a la Edad de Oro del toreo, pero nace la Edad de Plata, donde se construye el toreo moderno sobre los cimientos revolucionaros de Gallito y Belmonte. Eslabón entre la revolucionaria Edad de Oro y la aparición de Manolete con la Guerra Civil, es una época dura, pero de gran esplendor, en la que florece una amplia baraja de toreros, entre los que se encuentran los seleccionados para la recopilación que recoge este libro, Ases del toreo.
Esta edición de la Fundación Toro de Lidia reúne once biografías de diestros de los años 20 del pasado siglo, lo que Corrochano acuñó como la Edad de Plata. Una etapa en la que la editorial catalana Lux publicó decenas de libros biográficos de aquellos toreros, que conformaron la vasta colección titulada Ases del toreo, escritos todos ellos por Uno al sesgo, el seudónimo del periodista, escritor y revistero de la época, Tomás Orts.
El propio Orts no podía ni imaginarse, tras la desaparición de Gallito, que surgiría una generación tan prolífica de grandes espadas, así lo predecía al describir a Joselito, un torero «de tantísimas cualidades para el oficio que emprendió, que se me hace muy difícil admitir que pueda en lo sucesivo reunirlas otro».
Retirado Belmonte, el gran afectado por la terrible pérdida del rival y sin embargo amigo de José, el público comienza a señalar a Manuel Granero como el gran sucesor del Rey de los Toreros por todas esas cualidades gallistas que atesoraba su tauromaquia. Fino y elegante, dominador de todas las suertes, de tez aniñada y mirada melancólica, era el vivo espejo de José. Pero el toro Pocapena, también en el infausto mayo, truncó de lleno su fulgurante ascenso a ese cetro
huérfano que la afición buscaba sustituir con vehemencia. «Manolo Granero pagó la impaciencia de los públicos por encontrarle sucesor al Rey Joselito I», escribe Paco Aguado en su Tomo 1 de Figuras del siglo XX.
La afición ansiaba nuevos ídolos, pero su dureza y exigencia para con esa nueva hornada de jóvenes que intentaron coger el testigo de sus predecesores dificultaba la floración de los mismos. La comparación siempre estaba latente y no era fácil olvidar esa gloriosa etapa del toreo henchida de competencia, con la sombra de los dos colosos muy presente. Eran además tiempos convulsos que marcaron el carácter áspero y agrio de la sociedad. Dureza en el tendido y en el ruedo, donde el cambio de rumbo hacia un toreo de mayor quietud y estilismo, tal y como lo conocemos ahora, hizo derramar mucha sangre. Los toreros pagaron cara esa búsqueda del nuevo lenguaje taurino cimentado en la revolución gallista y belmontista. Una tauromaquia de mayor expresión artística llevó a recortar terrenos, amainar velocidades, añadir quietud y abrir nuevos caminos en el toreo en redondo. En ese laboratorio donde se experimentaba con los cánones actuales, quedó mucha sangre derramada por el camino. Con un toro indómito, de bravura montaraz, en el que todavía no podía verse la mano del ganadero, que eso sí, comenzaba entonces a preocuparse por una selección que debía ir a la par de un cambio de rumbo en el toreo, y que ya Joselito atisbó años atrás con ese interés por cribar la bravura.
A los llorados Gallito y Granero les sucedieron en la infausta lista algunos de los protagonistas de este libro. A Varelito le mató un toro en 1922 por la intransigencia del público sevillano en una Feria de Abril desapacible, que, consternada por la muerte de José y la ausencia de Juan, exigía hasta la imprudencia a los toreros. Varelito cruzó la línea y acabó siendo cogido. Mientras lo llevaban a la enfermería
exclamó: «¡Ya me la ha pegao, estaréis contentos…!», recriminaba al público. Una dura cornada en el ano que le causó una terrible agonía. Curiosamente, Manuel Granero, con quien tantas tardes rivalizó, fue a visitarle para darle ánimos y ante la desesperanza de Varelito, que adivinaba su trágico final, le bromeó: «¡No digas esas cosas, Manuel, que a lo mejor me muero yo antes». Y así fue. El 7 de mayo el valenciano encontró su final en las astas de Pocapena. Varelitó expiró una semana después.
Siguió la lista. El 18 de febrero de 1926 moría Manuel Báez, Litri, a consecuencia de una grave cornada que sufrió una semana antes en Málaga, con los Reyes presentes, un suceso que consternó al país. Pese a la amputación de su pierna, sucumbió a la gangrena.
Francisco Vega de los Reyes, Gitanillo de Triana, torero que cierra el elenco biográfico de esta obra, fue otro de los caídos. Fiel continuador de la línea que marcó Juan Belmonte, ensalzó el toreo a la verónica, con una particularidad esencial que lo diferencia de su admirado paisano El Pasmo: mecer el capote con las manos bajas. Logró un peldaño más en esa senda que buscaba la expresión artística, inspirando a poetas como Gerardo Diego: «Lenta, olerosa, redonda / la flor de la maravilla / se abre cada vez más honda y se encierra en su semilla», escribió de su verónica. Curro Puya, como así se le conocía, falleció por la cornada sufrida el 31 de mayo de 1931 de un toro de Graciliano Pérez Tabernero. ¡Qué curioso! Ganadería esta que, tres años antes, posibilitó que otro trianero, Manuel Jiménez, Chicuelo, pasara a la historia por realizar, con el toro Corchaíto en la antigua plaza de Madrid de la carretera de Aragón, la considerada como la faena precursora del toreo moderno por la ligazón de sus naturales. Dejó testimonio de aquel suceso Federico M. Alcázar en El Imparcial, al titular su crónica: «Chicuelo realiza con el toro Corchaito la faena más grande del toreo». Comenzaba entonces a germinar todo lo
sembrado durante esos duros años, Chicuelo por fin conseguía ser el eslabón que tanto costó encontrar, materializando así las profecías sobre el toreo que estaba por llegar. Una evolución artística que fue a la par con un cambio en la bravura, donde la selección del ganadero comenzaba a atisbar una manera de embestir que permitía la ligazón, el toreo en redondo, la profundidad… El propio Tomás Orts ya lo puso de manifiesto en la biografía que en estas mismas páginas recoge sobre El Algabeño: «Los tiempos han cambiado… y los toros también. Más jóvenes, más bravos, más nobles, más bien criados, más afinados, más de lidia, en una palabra, digan lo que quieran los que no se han hecho cargo todavía de que la tauromaquia ha dejado de ser el empeño del hombre con la fiera que en otra época fue, y ha evolucionado por derroteros de arte y de gracia que no habría podido seguir sin esa modificación del ganando de lidia, tan lamentada por los clásicos (¡!) y que tanta alegría ha llevado a los ruedos».
Todo se vivió como un espejo de la sociedad, guardando cierto paralelismo con la evolución histórico-cultural del momento. La época convulsa por la dictadura de Primo de Rivera, en un país inmerso en la pobreza, marcó el carácter férreo de los aficionados. Pero durante aquella década de los años 20 también comenzaban a aflorar diversas manifestaciones del proceso de modernización de la sociedad española y vanguardias culturales. El toreo no quedó al margen y asentó las bases de la tauromaquia actual, con esa mentada faena de Chicuelo que marca un antes y un después, hasta que Manolete consolida esa manera de interpretar este arte y que llega hasta nuestros días. El toreo moderno.
TOMÁS ORTS RAMOS
La colección de biografías que Tomás Orts Ramos (Benidorm, 1866 - Barcelona, 1939) escribió para la antología de Ases del toreo
resulta cuanto menos copiosa. Innumerable por la cantidad de toreros, primeros espadas algunos y no tanto otros, cuyas trayectorias plasmó con valoración de fino analista, rigor de periodista y tenacidad de historiador. Una vasta lista sobre el escaparate de la mentada Edad de Plata del toreo, que deja marcada para la historia la inmensa pléyade de toreros que se fraguaron en aquella antesala que abría sus puertas a la Edad Moderna del toreo.
Bajo el suedónimo de Uno al Sesgo, desde 1921 hasta 1929, el escritor alicantino, afincado entonces en Barcelona, biografió a toda la tropa de coletudos en cientos de fascículos, once de los cuales recoge esta compilación que tienen en sus manos. En las contraportadas de los mismos, figura una definición de esta colección con un claro mensaje de autopromoción: «Estas biografías han sido juzgadas por la prensa como los estudios más completos hasta el presente hechos de los toreros a que se refieren. Las múltiples ediciones publicadas proclaman el gran éxito obtenido por su autor, el renombrado escritor taurino, UNO AL SESGO».
Las primeras ediciones nacieron de la catalana editorial Lux, en una Barcelona que, quién lo diría, vivía un gran esplendor taurino en una etapa, los años 20, en la que llegaron a coincidir abiertas hasta tres plazas de toros: El Torín, Las Arenas y La Monumental. Allí mismo, en una Barcelona que llegó a ser puntal de la temporada taurina por cantidad y relevancia, fundó Tomás Orts hasta dos semanarios taurinos, El Saltillo -1910- con Mariano Armengol, en oposición a El Miura, de Eduardo Pagés; y Todo Leche -1913-. Estas no fueron sus únicas creaciones, mucho antes, en 1889, fundó, esta vez en Madrid, El Látigo, «semanario medio torero, medio musical, del que quedé como único propietario a contar del segundo número, y en el que la colaboración y la influencia de Carmena y Millán fueron decisivas», según describe el propio Tomás en su obra A los cuarenta y tantos años de
ver toros: recuerdos, reflexiones y cosas por el estilo de un aficionado, (Barcelona, Lux, 1926). En este libro ya advierte, a pesar de la ferviente actividad taurina, una falta de afición a los toros en Cataluña que se manifiesta en las limitadas tertulias taurinas que hay en la Ciudad Condal, los grandes focos de discusión y auténticos viveros de aficionados. Sin embargo, he aquí donde el escritor encuentra el motivo a tanto auge editorial: «Es posible que aquí se lea más de toros que en el propio Madrid, probablemente por eso mismo, porque se habla menos, y los aficionados necesitan recurrir al libro o al periódico para satisfacer su deseo de enterarse de cosas toreras. Esto explicará, tal vez, que sea Sevilla donde menos se lea», reflexiona. Y aunque solo se publicó un número, es digno de reseñar la efímera aparición del semanario ¡A esos! en 1915, que fundó Orts junto al torero Enrique Vargas, Minuto, que por el empeño de este en que combinase la información taurina con la política, que utilizó como arma de despecho, acabó Tomás cortando la edición a las pocas horas de imprimir la primera revista. Existe un auge de publicaciones y cronistas que emerge en Cataluña en plena ebullición editorial taurina. El primer número del suplemento Cataluña Taurina, de El Ruedo (Barcelona, 6 de diciembre de 1966), así lo rememoraba: «Recordemos, por ejemplo, al simpar don Mariano Armengol y Castañé, Verduguillo, fundador del Toreo chico. Él fue, además, un aficionado práctico y apoderó a la famosa cuadrilla de las «señoritas toreras» en 1895. Su hijo, don Mariano Armengol y Roca, fue médico y administró, en ocasiones, la plaza de toros de la Barceloneta; también firmó revistas taurinas con los seudónimos de El Barbian y El Acústico. Don Rosendo Arus y Arderius fundó la revista Pepe-Hillo, siendo revistero del periódico La Independencia. Otro gran periodista taurino barcelonés fue don José Costa Casanovas, Rigores, y fundó la revista taurina El Descabello así como otra, compaginada con la escena, titulada Tauroteatral. No nos
olvidemos de don Juan Franco del Río, Franquezas, fundador de la revista taurina Barcelona Taurina. Redactaba la crítica de El Liberal siendo un acérrimo frascuelista. Tampoco nos podemos dejar en el tintero a don Enrique García Cerralbo Carrasclás, digno revistero de El Noticiero Universal y antecesor de Azares en la crítica de El Diluvio. Otra publicación taurina de renombre fue La Pica fundada por don Miguel Moliné y Roca, revistero del Diario Mercantil: escribió una «Paremiología taurina». Personalidad considerable en el mundo intelectual de los toros fue don Tomás Orts Ramos, Uno al sesgo. Él forma, junto con Don Modesto, El Barqueron y Dulzuras, la cuádriga más importante de la renovación de la crítica taurina española. Aunque nacido en la soleada Alicante, vivió siempre y murió en la Ciudad Condal… En la actualidad, no hay que olvidar, mantiene su magisterio, y todavía se asoma, puntual, a todas nuestras corridas, el veterano de la crítica taurina española Don Ventura.
No cabe más admiración a una etapa esplendorosa de la prensa taurina, con una gran añoranza de las múltiples publicaciones que colmaban los estantes de los quioscos con portadas de toros y toreros, sintiendo un profundo respeto desde la atalaya solitaria de aplausos en la que, a mucha honra, salvaguardamos el último reducto en papel de la prensa periódica taurófila.
La serie Ases del toreo tiene un precedente, otra colección de biografías con un titular semejante: «Los reyes del toreo». Por encargo de un editor, Orts continúa así con su imparable actividad de escritor taurino, con unos folletos en los que retrataba las carreras de toreros de diversas épocas, con predominio de la que acontecía en ese momento. Su conocimiento de la Fiesta, su capacidad para devorar lecturas y la facilidad de escritura hizo que en un mes escribiera hasta treinta fascículos, también firmados bajo el seudónimo de Uno al Sesgo. Su afán por ser notario de su tiempo va más allá de su condición
de cronista, sus libros, biografías, anuarios… recogen datos, cifras y valoraciones. Un testamento exacto de la realidad que vive, de gran valor documental, convirtiéndose así en ricas obras de consulta para otros escritores o periodistas que han pretendido bucear en otros tiempos para entender la historia de la tauromaquia.
En ese anhelo por dejar constancia de la historia que vive, se encarga de publicar los populares anuarios estadísticos Toros y Toreros, que recogen todo lo sucedido en una temporada taurina, de enero a diciembre. Algunas veces lo hace en solitario y otras junto a su gran amigo y compañero Don Ventura, (Ventura Bagüés), otro cronista relevante de la época. Estos almanaques fueron impulsados por Manuel Serrano García Vao, Dulzuras, y los continuaron, además del propio Orts, otros escritores como Bruno del Amo, Recortes, Marcelino Álvarez, Marcelo», Ventura Bagüés, Don Ventura, y en su última época Luis Uriarte, Don Luis, incluso uno de los hijos de Tomás, Edmundo Orts Climent, que firmaba en ocasiones bajo el seudónimo Medi al Sesgo. Por entonces, el escritor ya maldecía que historiar cada temporada era una tarea de gran responsabilidad y pocas satisfacciones. Así lo cuenta en una de sus memorias autobiográficas: «Nos tropezamos con la incomprensión por todos lados. Ganaderos, apoderados, toreros, que no contestan a cartas en que se les piden datos que a ellos más que a nadie interesan, se lamentan luego, y ponen el grito en el cielo, si los datos que nos vemos obligados a recoger de las informaciones periodísticas están equivocadas o no responden a sus deseos. Nadie se hace cargo de lo ardua que es la obligación que nos hemos impuesto ni de lo desinteresadamente que nos la imponemos, pues, en realidad, los beneficios distan mucho de compensar el trabajo, y de ello es prueba el que más de uno y de dos han tenido que abandonarlo, es de suponer que no por haberse retirado enriquecidos por el negocio».
Tomás Orts, que fue un auténtico historiador, le dio mucha importancia a la documentación para dotar de rigor y objetividad a sus escritos. De ahí que reprobara la escritura de todos los que no abrían la despensa de la historia para rebuscar entre sus rincones datos, anécdotas, fechas, tecnicismos, nomenclaturas… que les permitiesen hilar fino en la descripción. Asegura que quienes cultivan la crónica no tienen curiosidad por leer o instruirse, admitiendo que la tauromaquia no se aprende por intuición. Un hecho que no solo lograba corroborar cuando leía a sus compañeros, también cuando les enseñaba su biblioteca, «unos 800 títulos y unos 300 periódicos de diversas épocas, reunido todo a fuerza de dinero y paciencia», y mostraban su indiferencia y poca curiosidad ante ella. Defendía este minucioso escritor que, para explicar el toreo de hoy, había que entender el de ayer, conocer la historia taurina y su evolución hasta nuestro días. ¡Cuánta razón! Los que practicamos a diario tal menester, el de escribir de toros, echamos la mirada atrás constantemente para entender lo que vemos y contarlo con rigor. De ahí que las páginas que tiene usted entre sus manos le harán entender cómo se llegó al toreo de hoy, descubriendo una etapa en la que se experimentaba todavía con la tauromaquia actual.
Tal fue el afán didáctico de Tomás Orts, su preocupación por una educación taurina cabal, que escribió importantes tratados, ensayos, un diccionario… y hasta obras necrológicas e incluso de chistes, de gran valor formativo todos ellos, válidos para los que se inician en esta afición como para los que presumen de buenos aficionados. Algunas de sus obras fueron: El arte de ver los toros. Guía del espectador, todo un manual para entender todos los fundamentos de una corrida; Recortes y galleos: artículos que no son de primera necesidad ni mucho menos, Diccionario biográfico, histórico, técnico y biobliográfico del toreo; El toreo moderno; Historia de las plazas de toros de España; Dramas de el toreo. Relación de las cogidas de
muerte que han tenido lugar desde el principio de estas fiestas hasta nuestros días; Necrología taurina; Chistes taurinos. Colección de chascarridos, dichos y anécdotas chistosas de la gente de coleta; Novísimo diccionario ilustrado de tauromaquia.
Histórico, biográfico, bibliográfico, técnico… Muchas de estas obras son libros, publicados por editoriales diversas, la gran mayoría de Barcelona, y con ediciones corregidas y ampliadas, y otras son folletos, como esta última del Novísimo diccionario ilustrado de tauromaquia, que se vendían semanalmente por fascículos de 16 páginas hasta completar una gran obra. Siempre las firmó con seudónimo, las primeras con «El Niño de Dios», las últimas y casi la gran mayoría con «Uno al sesgo».
A todo ello hay que sumar algunas novelas, sus conocidos anuarios y, cómo no, sus biografías de toreros que abarcan prácticamente varias épocas, desde Lagartijo, que fue el primero que estudió, pasando por la Edad de Oro y esa prolífica Edad de Plata que abarca estas páginas. La obra de Tomás Orts es inmensa y no por ello carente de calidad literaria y espíritu crítico, como algunos se han aventurado a calificar de manera inacertada. El de Benidorm ha sido uno de los más fecundos escritores taurinos, un arte en el que se inició con tan solo dieciséis años, cuando escribió su primer artículo de toros, con tanto éxito que llegó a publicarse hasta en dos ocasiones, primero en la Unión Democrática, de Alicante, el 30 de junio de 1882, y días después en El Toreo, de Madrid. Desde entonces, como él mismo afirma, no dio paz a la mano ni tregua a su pluma, derramando tinta por múltiples cabeceras de toda España. La lista de medios generalistas y taurinos en los que colaboró, escribió e incluso dirigió es inmensa: La Lidia, El Toreo Cómico, El Chiquero, La Muleta, El Toreo, La Vanguardia, La Semana Cómica, El Correo Español, Las Noticias, El Noticiero Universal, El Día Gráfico, El Liberal… por citar solo algunos de temática taurina. Porque, además de toros, se ocupó también de la crítica literaria. De hecho, su crítica publicada el 7 de abril de 1933 en el semanario La Fiesta
Brava (Barcelona, 1926-1934) sobre Death in the Afternoon —Muerte en la tarde — , que el año anterior había publicado Ernest Hemingway, supone la primera crítica española referenciada a este clásico de la literatura estadounidense. Sus conocimientos en literatura le llevaron a traducir obras de grandes clásicos como Théophile Gautier, H. G. Wells, Dostoyevski, Émile Zola, Iván Turguénev, Gabriele d’Annunzio, Arthur Schopenhauer o Stendhal. Tradujo cuarenta y cinco títulos narrativos en inglés, francés y, con mucha menos frecuencia, del italiano, ruso, alemán y húngaro, lo que da muestras de una persona culta.
Un erudito que se codeó con personajes de la generación del 98 como Jacinto Benavente, Pío Baroja, o su gran amigo Valle-Inclán, belmontista acérrimo a quien le espetó aquello de «Solo te falta morir en la plaza», a lo que Juan Belmonte respondió con la histórica frase: «Se hará lo que se pueda, don Ramón». El propio Orts, que frecuentaba muchos cafés de la época donde se reunían aquellos literatos, fue quien presenció y escribió años después de manera inédita cómo Valle Inclán quedó manco por un golpe que le dio con el bastón en la muñeca Manuel Bueno tras una discusión en el Café de la Montaña, en Madrid. Tomás se encargó de atenderle y de recaudar dinero para las curas, pero fue inevitable la amputación días después. Con don Ramón acudió a ver algunas corridas en Barcelona, al igual que con el dibujante Ricardo Marín, o el escritor y también crítico literario, Gómez Carrillo. Era una época en la que los intelectuales se acercaban, sin prejuicios, a las plazas de toros. Con quien no guarda tan buena experiencia es con Pío Baroja, que le increpó llamándole bárbaro y salvaje cada tres minutos durante todo el festejo, que fue a la postre el debut y despedida de una plaza de toros del guipuzcoano.
Pero sin duda, la generación que más lazos unió con la Edad de Plata, cuando se publican todas las biografías de Ases del toreo, es con
la del veintisiete. Un movimiento que, por cierto, inició uno de los biografiados por Orts, Ignacio Sánchez Mejías, que impulsó y apoyó económicamente el acto en el Ateneo de Sevilla en conmemoración del tricentenario de la muerte de Luis de Góngora, que dio paso a ese grupo de poetas que querían crear un lenguaje nuevo, igual que el nuevo lenguaje que nacía de manera paralela en los toros. Esa efervescencia de los años 20 en el campo de la cultura era comparable a la que se vivía en los ruedos. De ahí la conexión de estos dos artes. La generación del 27 fue clave para esa evolución artística y expresiva que vivía el toreo. Federico García Lorca, Rafael Alberti, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Juan Chabás, Jorge Guillén o José Bergamín logran integrar la tauromaquia en los cánones de la cultura.
Sánchez Mejías, que conminó a Alberti para que escribiera un poema inspirado en la muerte de su cuñado Joselito en Talavera, acabaría siendo, siete años después, protagonista de la famosa elegía de Federico García Lorca, cuando ya la Edad de Plata da sus últimos coletazos y Tomás Orts agota sus últimos años de vida.
Jorge Casals Periodista de la revista Aplausos
SELECCIÓN DE BIOGRAFÍAS DE ASES DEL TOREO
TOMÁS ORTS RAMOS, UNO AL SESGO
DIEGO MAZQUIARÁN TORRONTEGUI FORTUNA
ISe trata de un torero vasco-navarro. Él nació en Sestao (Vizcaya) el 19 de febrero del año 1895, y del mismo pueblo era su madre; pero su padre, en cambio, había nacido en Ozalagutía (Navarra). Y no es que yo quiera deducir consecuencia alguna del hecho, ni sacar a colación, a propósito de Navarra, a Martín Barcáiztegui (en el caso que no fuera este guipuzcoano), José Legurregui, el Pamplonés, don Bernardo de Falces, el Licenciado de Falces, y otros prestigios taurómacos de la región, porque, como no fuera para revelar cierto conocimiento de la historia de la fiesta, no sé que con ello probase nada que atañe a nuestro Mazquiarán.
Vasco-navarro, de Sestao, grumete a bordo de uno de los muchos vapores bilbaínos que acaban en Mendi (monte), luego aprendiz en los Altos Hornos Vizcaya, más tarde mozo en una panadería de Sevilla, y todos esos oficios desempeñados con la imaginación embargada por el toreo, es el resumen y compendio de los primeros años de la vida de este joven lidiador que es hoy objeto de nuestra atención.
De sus andanzas como aficionado, además de las aventuras que son comunes a todos los principiantes, y que ya el lector taurófilo
conoce, existe una extraordinaria, y a la que debe el mote de Fortuna.
El día de su alternativa en Madrid le brindó un toro a su amigo don Victoriano Santisteban Capetillo y entonces se vulgarizó la terrible aventura. Al día siguiente de esta corrida, en el ABC se leía: «Fortuna, ayer, recordó en pocas palabras todo este pasado, cuando al brindar el toro al señor Santisteban, le dijo: «Brindo por mi primer amigo». ¿Sabéis en qué condiciones le conoció? Fortuna, que entonces no era Fortuna, en un viaje por etapas, burlando a los empleados del tren, llegó a Valladolid. Se dispuso, en unión de otro compañero, a reanudar el viaje hasta Madrid, y esperaron la salida de un mercancías fuera de la estación. Al ir a tomarlo llevaba ya el tren mucha velocidad, y fueron despedidos al querer asaltarlo; cayeron a la otra vía en el mismo instante en el que por ella pasaba el expreso. Al grito de horror de cuantos lo vieron, siguió otro de sorpresa. Cuando pasó la última unidad del tren, uno de los muchachos estaba destrozado; el otro apenas había sufrido magullamiento; este era Fortuna. Se le condujo al hospital, y el señor Santisteban, que se hallaba en Valladolid, al saber que el tan milagrosamente salvado era paisano suyo, fue a verle, le pagó el viaje a Bilbao y le bautizó con el nombre de Fortuna.
Por esto ayer, al brindarle el toro y llamarle su primer amigo, evocó Fortuna el más grave episodio de su vida, de esa vida errante del torero, en la que tantos caen, unos en el hospital, otros en la plaza pública o en la vía del tren».
Pasemos por alto, pues, la iniciación del torero, sus prácticas en capeas y tentaderos; digamos que, para dar rienda suelta a sus aficiones, se escapó a Sevilla, y que allí, en ambiente a propósito, se consolidó la vocación alternando con los mozalbetes que en la tauromaquia fundaban su porvenir; y comencemos su historia con su
aparición en la plaza de Indauchu, de Bilbao, el día 22 de septiembre de 1912, pues antes solo había vestido el traje de luces una vez, actuando de banderillero.
Para la tarde de ese día 22 se había organizado una novillada sin picadores, en la que se lidiaron cuatro novillos de Saso, que fueron estoqueados por el entonces Rebonzanito, Domingo Uriarte, sin alias al presente, Chico de Basurto, Chatillo de Baracaldo y Fortuna.
Los cuatro torerillos de la tierra vasca se disputaban un traje de luces, que había de concederse como premio al que mejor quedase. El héroe fue Chatillo de Baracaldo y él se llevó el vestido.
De ese día al 16 de noviembre de 1913 es de presumir que Diego volvería a las capeas, con el asalto a los melonares, viajes en los topes de los trenes y todas sus consecuencias. En la fecha citada hizo su presentación en la plaza de Vista Alegre de la capital vizcaína, alternando con Tuñón en la muerte de cuatro bichos de don Amador García.
Mi estimado compañero y querido amigo Ventura Bagüés, dijo a la sazón del novel diestro:
«Fortuna es un joven que empieza bajo buenos auspicios, pues, aunque ignora no poco y tiene un concepto equivocado de algunas suertes del toreo, se le ven maneras y está valiente.
Dio algunas excelentes verónicas, entre otras, que, aunque jaleadas, no merecen nuestra aprobación; clavó un bonito par de banderillas, dio algunos pases de muleta que se aplaudieron con justicia, y esto fue todo, pues matando no tuvo el santo de cara, viéndose que en dicha suerte suprema es donde más tiene que aprender.
Muéstrese siempre valiente, déjese guiar de buenos consejeros y procure ir afianzándose en la ejecución de la suerte de matar, ateniéndose a las buenas prácticas, pues se puede sacar partido de él».
Las predicciones de Don Ventura no fueron desencaminadas, ciertamente. Aquel año actuó otro día como matador y una vez como sobresaliente.
El día 17 de mayo de 1914 hizo su presentación en la placita de Tetuán de las Victorias (Madrid) y he aquí lo que de él dijo El Reserva en Sol y Sombra:
«Fortuna, simpático muchacho bilbaíno, fue el héroe de la jornada. Toreó de capa con lucimiento, banderilleó sus dos toros al cambio y al cuarteo con cortas, de modo superior; se adornó con la bayeta grandemente y con el acero no se hizo pesado, aunque las estocadas no quedaron en las mismas agujas. Lo sacaron en hombros y escuchó grandes aplausos».
Alternaba esa tarde con Algeteño (Remigio Frutos), Pascual Bueno y Bienvenida II. Las reses fueron seis de don Vicente Cortés y dos de don Rufo Serrano.
Toreó en la misma plaza el domingo siguiente y con novillos de Cobaleda (antes Carriquiri); al decir de El Reserva, consolidó la buena impresión. Cortó una oreja y volvió a salir en hombros. Alternó con Minerito y Cantaritos. Emigdio Tato y Amat (Tácito Garreta) dijo de esta segunda actuación tetuaní:
«Y llegamos a Fortuna, que más bien que fenómeno es suicida. Tiene un despego grande de la vida, es un manojillo de nervios que se agita, y cuantas más volteretas da, más valiente se muestra. Como banderillero, ¡estupendo! Es una cosa muy seria este torero. Toreó con la muleta más valiente aun que con la capa, y entre oles de la concurrencia. Al matar el primero resultó enganchado y desnudo, a cambio de media algo delantera, y después otra de la misma clase. También en su segundo entró como él solo hace, a cambio de la voltereta, dejando una estocada hasta el puño. Fue sacado en hombros».
El 31 toreó en Bilbao, y dice Don Ventura que tuvo una tarde superior; de su primero cortó la oreja. Fueron los novillos de Tabernero.
El 14 de junio se pasó de Tetuán a Carabanchel, y con Antoñito Calvache y Antonio Sánchez se las entendió con ganado de don Antonio Sánchez Cobaleda (?), con igual éxito, que se repitió el 28 de dicho mes y el 5 de julio.
Estos triunfos le abrieron las puertas de la plaza de Madrid, en la que se presentó el 2 de agosto con Algabeño II y Ale y novillos de don Eduardo Olea (antes Villamarta).
El Tío Campanita, en la crónica que de esta fiesta hizo, dejó escrito que Fortuna «ni convenció, ni quitó las ilusiones a los que fueron a verle en la creencia de que estaba bien preparado para torear en esta plaza, porque se le vio que es valentón, que tiene buenos deseos y dio pruebas de que no tiene idea mal formada del cómo y del porqué se llama arte a la lidia de reses bravas; pero careciendo de práctica, lo natural es que ocurra lo que a este nuevo matador de novillos, que carece del pleno dominio del capote y de la muleta, y de la seguridad de no equivocarse al escoger los terrenos en los que ha de ejecutar las suertes que intente practicar». Ello es que en esa tarde Diego no pasó de regular.
El 9 de agosto, siete días después, toreó por primera vez en Barcelona, plaza de las Arenas, con Petreño y Alvarito, reses de Veragua, y si en su primer toro no pasó de regular, en el otro salieron los mansos, aunque dobló el animal en la plaza y fue acogotado en ella.
No obstante todo esto, los revisteros locales, teniendo en cuenta las dificultades que presentaron los novillos, disculparon al neófito, al que reconocieron valentía, maneras y buen deseo.
Pero vino la corrida siguiente de este torero en la misma plaza, el 23 de agosto, en la que para seis novillos de Terrones y dos de la viuda
de Soler (hoy también de don Juan Sánchez, de Terrones) estaban ajustados como matadores Alcalareño, Saleri II, Fortuna e Ignacio Rivero, Riverito, y en esa tarde Diego alcanza un triunfo definitivo.
No presencié esa corrida; residía yo por entonces en Madrid; pero tengo a la vista una reseña de Franqueza, que se expresó como sigue: «Séptimo, de Terrones, negro, terciado, como el anterior, aunque de mejor lámina. Se aplauden unos valientes lances del espada bilbaíno. El torete cumple admitiendo tres picotazos, distinguiéndose Diego en los quites, que estuvo valiente y adornado.
Fortuna devuelve la fineza a Saleri y le invita a banderillear. Diego sale por delante y llegando a la cara con suma valentía prende un par superior, escuchando justa y delirante ovación…
[…] Y sale Diego Mazquiarán (Fortuna) a armar el escándalo, pero el escándalo grande, de verdad. El novillo está en inmejorables condiciones, el ideal de los toreros. El joven espada desde los primeros pases logra despertar el interés del público, pues en ellos se vio algo extraordinario. Después del interés, de la expectación de los primeros momentos, se sucedieron las ovaciones, los bravos, las aclamaciones. Su trabajo es de todo punto imposible detallarlo pase por pase. Los hubo ayudados por bajo, colosales, parando y mandando con la bayeta, como el mejor; con la derecha, sacando por delante la tela, magníficos; de pecho, ceñidísimos, peinando el lomo con la franela, asombrosos; con ambas rodillas en tierra, ayudados, suaves como la seda y llenos del mayor clasicismo (¿qué será eso?); de molinete pegándose unas veces a la oreja y cuello del bicho y entre los pitones otras, sencillamente estupendos; y una buena serie por alto con la derecha, cogiendo con la izquierda el pitón derecho y acompañando así al enemigo hasta hacerle pasar la muleta, soberbiamente ejecutado todo y todo llevado a cabo entre una ovación delirante, frenética, prolongadísima, de las mayores
que se han prodigado a torero, grande o chico, y en medio de los acordes de la música. Una ovación de las que hacen época, digna de la magnífica labor del modesto espada. Casual o hecha a conciencia, la faena no la puede mejorar nadie; entiéndase bien, nadie. Y el premio tampoco se puede mejorar, pues se desbordó el entusiasmo como contadas veces he visto. Y cuando el público estaba materialmente rendido, puesto de pie en sus asientos, igualó el novillo en la suerte natural, tercio de la presidencia. Entonces aprovechó Fortuna y, entrando recto y guapamente, dejó un colosal volapié, saliendo rozando el costillar. ¿La ovación? ¡Imponente, indescriptible! Ronca estaba la numerosa concurrencia. Rodó el toro hecho polvo y por general aclamación, por petición unánime, la presidencia concedió las dos orejas de la víctima al modesto matador, que dio dos vueltas al ruedo y salió al centro a recibir una ovación formidable.
El bilbaíno ha armado el escándalo; pero el escándalo grande, de verdad. Quede, pues, esta faena al lado de las mejores ejecutadas por las primeras figuras del toreo. Casual o concienzudamente, doy cuenta de un hecho consumado por mí presenciado».
Esta magna faena tuvo gran resonancia en Madrid y de ella se habló tanto como en Barcelona, haciendo que en el torero bilbaíno se fijara la afición.
Por la importancia que en su historia torera tuvo le he concedido este espacio, pues, a decir verdad, con ella nació Mazquiarán a la fama.
Toreó en la ciudad de los condes cinco corridas más, en las que el buen éxito le acompañó hasta la última, la del 18 de octubre, con la que cerró la temporada, pues en esa corrida no tuvo el santo de cara. El número de fiestas en las que tomó parte en ese año de 1914 fue de 22.
La temporada de 1915 la comenzó en Barcelona el 21 de febrero. Su campaña en ese año la extractan así Recortes y Marcelo en 1915: «Decíamos en el libro del año anterior que este novillero se colocaría enseguida en la primera fila de los de su clase, y así ha sucedido, pues es el que más corridas ha toreado. Continúa tan valiente como antes, pero desigual lo es como él solo.
Hasta ahora era patrimonio de Rafael el Gallo este sistema de capear el temporal, pero ya tiene en el torero bilbaíno un sucesor aprovechado. Vamos a seguirle paso a paso, aun a riesgo de hacer demasiado largo y empalagoso este artículo.
Toreó en Barcelona los días 21 y 28 de febrero. El primer día quedó muy mal y vio cómo los mansos le encerraban el segundo toro; en cambio el domingo siguiente toreó y mató muy bien. En Bilbao el 7 de marzo mató cinco toros, pésimo, en su primero oyó tres avisos, regular en el segundo y quinto y muy bien en el tercero y cuarto. En Madrid se portó como un valiente el 14. No pasó de regular en Barcelona el 19 y quedó muy bien el 21 en Bilbao. De nuevo salió en Madrid el 25, no pasó de mediano su trabajo en el primero y escuchó los tres avisos en el segundo. ¡Vamos viviendo! Gustó su trabajo en Valencia el 28, aunque le afearon su forma de pasar de muleta descabazado y codillero. Fue aplaudido en Santander el 4 de abril y en Valencia le vieron el 11 y 2 de mayo; los valencianos no quedaron satisfechos de su manera de estoquear. Muy bien se portó en Barcelona el 13 y 16, pero en Madrid, el 17, volvió a las andadas y escuchó dos avisos en su primer toro. Otra vez en Barcelona para torear el 24, silencio en un toro y ovación en otro. Valencia 30, bien en los dos. Barcelona 3 de junio, mediano. Zaragoza 6, bien.
Otra vez a Barcelona, donde toreó el 13 y 20; regular el primer día, superior en uno y regular en los dos restantes el día segundo. Bien y regular en Zaragoza el 27, y mal en Burgos el 28. Tres corridas
seguidas en Madrid, los días 4, 11 y 18 de julio; bien el 4, regular el 11 y mal el 18 (fue avisado).
Tampoco pasó de mediano su trabajo en La Línea el 25, ni salió de lo vulgar en sus faenas en Madrid los días 1, 5, 8 y 12 de agosto. Regular y mal quedó en Barcelona el 15, y de nuevo aparece en Madrid el 22; solo mató un toro y quedó bien; hizo alardes de valentía, y, como es lógico suponer, acabó en la sala de operaciones. No le dé usted vueltas, para valientes los toros.
Repuesto del susto toreó en Barcelona el 12 de septiembre, dio una de cal y otra de arena, esto es, quedó regularmente en un toro y muy bien en el otro. En Málaga el 19 quedó regular; en Écija toreó el 21 y 22 y hubo de todo en su trabajo; volvió a Barcelona el 24 y quedó mal en sus tres toros; no pasó de regular como matador en Zaragoza el 26, y fue aplaudido en sus dos toros en Bilbao el 10 de octubre.
Otra vez a Barcelona para torear el 13 y 17; escuchó palmas por su trabajo el primer día y se repitieron el segundo, aunque no tantas ni tan entusiastas. En Valencia el 24 mató tres toros y quedó por lo mediano.
Esta fue la labor del vizcaíno Fortuna, en unas corridas pésimo, en otras superior, y ahora vean ustedes si no tenemos razón para afirmar que a todo hay quien gane en el mundo. Total 42 corridas, veinte más que en 1914».
Hasta aquí Recortes y Marcelo; pero por si algún dato faltara (y falta el muy interesante de lo ocurrido el 14 de marzo en Madrid), tengo a mano el resumen que de esa campaña hizo Sol y Sombra, que es el que va a continuación:
«El pundonoroso matador de novillos Diego Mazquiarán (Fortuna), que merecidamente ocupa un puesto preeminente en la actual novillería en premio a su valentía y grandes deseos de complacer a la afición, que tanto le distingue con sus simpatías, realizó en 1915
una brillantísima campaña. Tuvo contratadas 58 corridas, de las que únicamente los percances y otras causas diferentes le permitieron torear 44, en las que mató 103 novillos.
En la memoria de los aficionados estarán aún presentes las faenas realizadas por Fortuna en la temporada última, y sobre todas, la que en Madrid llevó a cabo con el toro Lolito, de Medina Garvey, la tarde del 14 de marzo.
Fortuna, en cuanto pisó la arena Lolito, a él se dirigió, toreándole de capa, de pie y de rodillas, levantando una tempestad de aplausos en premio a su tranquilidad, arte y elegancia.
Turnó en quites, manteniendo viva la ovación, y en el trance final realizó una faena de muleta tan valiente como artística y variada.
Dio pases naturales muy bien rematados, molinetes de pie y de rodillas que levantaron al público de los asientos, y otros variados pases por alto y de pecho, dando en todos ellos la nota artística, unida a una valentía inconcebible.
Tan enorme labor tuvo un digno remate: un excelente volapié, metiéndose de verdad el diestro. La ovación fue grandiosa; millares de pañuelos dieron típica nota al ser flameados por el entusiasmado público, y el presidente, ante tal manifestación, concedió a Fortuna la oreja de Lolito, primera que era concedida en Madrid a un matador de novillos.
Fortuna, emocionadísimo, rehusó modestamente el premio, oponiéndose a que fuese seccionado el apéndice concedido. En brazos de la multitud salió de la plaza madrileña al terminar la corrida, que había constituido para Fortuna un triunfo muy resonante».
Como dato curioso apuntaremos que en esa temporada toreó 14 novilladas en Barcelona y ese número explica el valor que para los toreros tienen las plazas de la Ciudad Condal. ¡Un éxito en Barcelona le salva la temporada a un torero!
Y ya estamos en 1916. Comenzó a torear el 27 de febrero en Madrid; el 12 de marzo vino a Barcelona, donde repitió el 19, y hasta el 17 de septiembre toreó 31 novilladas, y en la mayor parte de ellas cumplió como bueno.
En Barcelona toreó su penúltima corrida de novillero el 10 de septiembre y en Haro al día siguiente la última. Ocho días después tomaba en Madrid la alternativa, «llegando a ella —al decir de Don Ventura— con el beneplácito de la afición, que ha sabido apreciar en el joven torero de Sestao relevantes condiciones para ocupar un elevado puesto».
II
El 17 de septiembre Rafael el Gallo le cedió en la plaza de Madrid la muerte del primer toro, de Benjumea, llamado Podenquero; y de lo que en esa tarde ocurrió, sea el saladísimo The Kon Leche, o para mejor decir, Curro Castañares, el que dé cuenta al lector:
«¡Fortuna… que tenemos! O como si dijéramos: ¡suerte que tiene uno! Porque en el afortunado doctorado de Fortuna, nos apuntamos nosotros un tanto como puntos agoreros.
Cuando saltó a la palestra el novillero bilbaíno, vimos en él condiciones, que habían de afirmarle más adelante en el camino del éxito. Desde su debut el 2 de agosto de 1914, auguramos a Diego Mazquiarán un porvenir seguro.
Ya en la primavera de 1915 le incluimos en el terceto de ruido. Por aquellas fechas eran Fortuna, Carpio y Andaluz los que monopolizaban el escándalo por esas plazas de Dios. Al llegar el verano habían caído al montón anónimo Antonio Carpio, para resurgir en su efímera campaña del año actual, y El Andaluz, para no levantarse más de la medianía.
Ello es que Fortuna se quedó solo en plena temporada del 15, hasta que de pronto resurgió el maño Ballesteros, que inmediatamente
abrió violenta competencia con el bilbaíno. Y se doctoró el aragonés y siguió Fortuna firme en su puesto brillante, manteniendo a raya a la gente nueva, no obstante el tronío con que vinieron a la pelea Carpio, Pacorro, Hipólito, Angelete, Amuedo y algunos más. Contra todos mantuvo su cartel y defendió sus contratas y con esa brillante ejecutoria llegó el domingo último al doctorado en la plaza de Madrid.
Su éxito fue grande, según reconoce toda la prensa. Nuestros vaticinios se cumplieron. Alguien afirmaba en corrillos y mentideros taurinos que acá éramos padrinos de Fortuna. Nada de eso. Aplaudíamos a Diego por apreciar en él aptitud sobresaliente para el arte de torear. Y sinceramente le clasificamos entre los buenos y predijimos su triunfo.
La verdad no tiene más que un camino. Y la verdad, en esta ocasión, como en tantas otras, nos ha dado de nuevo la razón.
La tarde espléndida, la entrada buena, y el público con sus miajas de impaciencia por la alternativa del bilbaíno Fortuna, en espera del arte de Rafael y los espadazos del maruso Celita.
Todo promete una gran tarde taurina, y a poco que ayuden los Benjumea, así debe ser. Las cuatro son; hay paseíllo y ahí que sale él...
PRIMERO
Podenquero, negro lucero meano, terciado y feo. De salida hace cositas de manso, las que acentúa cuando Fortuna lancea valiente y enterado con el capote, exponiendo el físico en todos los lances. Mansurreando, cumple con los de a caballo. Casares y Compare banderillean muy bien y pronto, oyendo palmas.
Previo su correspondiente monterazo y apretón de manos, toma los trastos Diego. ¡Que tu apodo sea contigo!
Solo, valiente y torero, instrumenta Fortuna una faena buena, en la que sobresalen algunos pases de rodillas. Entrando cerca y derecho, coloca medio estoque ligeramente desprendido.
Sigue la faena tratando de aliñar para el descabello, acertando al primer intento. Hay ovación y vuelta al ruedo.
SEXTO
Calero, berrendo en colorao, con dos pitones. Fortuna veroniquea valiente y torero. Tardeando, pero con poder, toma cuatro varas, matando tres jacas. Rafael y Fortuna se hinchan de oír palmas en el quiterío.
Diego toma los palos, llevando como peón a Rafael, coloca un buen par al cuarteo y medio de dentro a fuera. Compare termina el tercio.
Fortuna brinda a un espectador del 2 y realiza una faena valiente, torerita y adornada a ratos. En cuanto iguala el toro, entra derecho, dando un buen pinchazo; nueva ración de tela, otro pinchazo alto y una estocada delantera. A la querencia de un caballo, intenta el descabello, acertando al segundo intento».
Enrique Minguet y Calderón de la Barca, Pensamientos, al hablar de esta alternativa en su Anuario taurino de 1916, hacen constar que «era justo que se doctorase Diego Mazquiarán; su ajetreo novilleril ha sido excelente, sus adelantos progresivos (sic), sus éxitos magníficos y obtenidos en plazas de importancia y toreando toros con arrobas y pitones; era, pues, llegada la hora, el momento de que ingresase en el escalafón de matadores de toros.
«¿Qué hizo este lidiador en fiesta tan memorable? ¿Preguntan ustedes lo que hizo? Pues, sencillamente, todo cuanto puede hacer un torero enterado y valiente».
Y acaba así el simpático Minguet, después de reseñar las faenas:
«Fue una buena alternativa, sancionada por el respetable, que aplaudió incesantemente al nuevo doctor». Así se expresó la crítica al referirse a la tarde de su alternativa.
Ya con ella, y hasta finalizar la temporada, toreó ocho corridas más, siendo de señalar la de Segovia, el 25 del mismo mes, la de Córdoba, el 27, y el 24 de octubre en Madrid, que obtuvo un gran éxito como torero y como matador.
La temporada de 1917 la resume así Don Ventura en su libro Toreros en 1917:
«Al terminar la temporada de 1916 dejó este diestro muy bien abonado el campo, por los triunfos obtenidos en las primeras corridas que toreó como matador de toros, y esto le permitió firmar abundantes y ventajosos contratos para ese año. La última temporada era de mucho compromiso para Diego y el haber salido airoso de ella ya significa bastante para su reputación.
Hay momentos en los que puede hombrearse con cualquier fenómeno, pues sabe hacer faenas de gran fuerza emotiva, con las que arma un alboroto, pero tiene con frecuencia algunas desigualdades que sientan mal en quien necesita afirmar sus prestigios.
En las grandes corridas veraniegas de las plazas del norte trabajó con éxito, dejando muy agradable impresión, y estos aciertos repercuten bastante por la importancia que tienen los festejos mencionados.
Queda en buena situación para el año próximo, y si en el actual no ha toreado más, ha sido porque un percance que sufrió en Huelva el 6 de septiembre le impidió torear en bastantes corridas que tenía contratadas».
Durante el invierno 1917-18 toreó en Lima con Belmonte y dejó excelente cartel por tierras peruanas.
Empezó la campaña de 1918 en España con las corridas de Feria de Abril en Sevilla.
Seguirá siendo Don Ventura el que diga al lector lo que Fortuna continuó haciendo este año. Copio, pues, de Toros y Toreros en 1918: «Convengamos en que Diego Mazquiarán hace todo lo que puede para tener perplejos a los aficionados.
Sus triunfos de novillero y su rápido encumbramiento como matador de toros, ¿fueron hijos de la casualidad? No. Cierto es que siempre ha tenido desigualdades; pero, de no haber alcanzado verdaderos éxitos, demostrando en repetidas ocasiones que posee el secreto de hacer faenas de esas que dejan huella en el ánimo de los públicos, no hubiera llegado al puesto que hoy ocupa, pues todas las habilidades y manejos ocultos suele destruirlos el toro en un momento dado.
Pero si esto es verdad, no es menos cierto que Fortuna ha tenido este año abandonos sensibles, precisamente cuando más falta le hacía afianzarse en el lugar conquistado y cuando la ocasión se le mostraba tan propicia, puesto que la ausencia de Belmonte a quienes más ha favorecido ha sido a diestros que, como este, han ido pisando los talones a los dueños de la situación.
Si Homero dormía de vez en cuando era porque podía permitirse ese lujo; los toreros que están en una situación tan crítica como la de Diego no pueden hacer eso, porque los públicos no toleran ciertas abdicaciones cuando más falta hacen las energías».
Por su parte, el ya antes citado Pensamientos1 juzgó así la temporada de Diego:
«Para Diego Mazquiarán Fortuna no fue todo lo afortunada que otros años esta temporada de que me vengo ocupando. Fortuna actuó en bastantes corridas, pero el éxito no resultó el mismo de otros años.
Aquí, en la plaza de la Corte, logró hacerse aplaudir, pero también escuchó protestas, especialmente en la última corrida, que fue donde Pacorro confirmó el doctorado.
Diego Mazquiarán está en condiciones de poder desquitarse de su relativa mala campaña y es de presumir que lo consiga en 1919, pues si quiere es de los que pueden, en cuanto a ello se decida».
1. «Desde la grada» (Anuario taurino de 1918).
Fue esta, en realidad, una temporada en la que Fortuna tuvo más desigualdades que de costumbre, que se justificaban por lo quebrantado de su salud; pero yo recuerdo la tarde de toros que dio en Palma de Mallorca, el 14 de julio, alternando con Saleri y Camará, que, como él, se hicieron acreedores a la gratitud de los aficionados, muy especialmente de los que hicimos el viaje desde el continente para verlos.
El 17 de mayo, un toro de Gamero Cívico, en Madrid, le causó lesiones, a consecuencia de las cuales perdió siete corridas, pues hasta el 6 de junio no volvió a torear, en la Monumental de Sevilla.
La temporada de 1919 la comenzó el 2 de febrero en Alicante, con un gran éxito. Era la primera corrida que toreaba Juan Belmonte en España después de haber estado un año ausente de sus plazas, y en esa corrida daba la alternativa a su hermano Manuel. Se trataba de un acontecimiento.
De lo que esa tarde realizó Diego quiero que sean otros los que enteren al lector, pues hasta que el momento sea llegado no quiero hablar por mi cuenta.
Elijo al ingenioso y notable revistero madrileño Pepe Laña y al vehemente y gran aficionado Don Justo, para que digan lo que vieron.
Del primero:
«Acompañando al protagonista2 salieron esta tarde al redondel alicantino Fortuna y el hermano de Juan.
Fortuna toreó de muleta y mató un toro superiormente. Una «cosa redonda», como dicen los profesionales. Con la muleta hizo en ese toro todo lo que quiso, y con la espada aguantó al herir y se fue sobre el morrillo despacio y metiendo el hierro poquito a poco. Le tocaron la música, le dieron la oreja y le hicieron salir a los medios a saludar.
Deja Mazquiarán un buen cartel en Alicante.
2. Juan Belmonte.
Fortuna brindó la excelentísima faena a la señora de nuestro fraternal amigo el distinguido periodista de Valencia don José Thous y Orts, que en unión de su esposo presenciaban la corrida desde un palco».
Habla el querido amigo Isidro Amorós:
«Fortuna mató un cornudo recibiendo a toda ley. Citó a la distancia debida, metió el pie izquierdo despacio y la muleta suavemente; se trajo al bicho bien toreado en la flámula, esperó, reuniendo los pies y cruzó de ole con ole. El toro salió muerto de sus manos y la ovación fue indescriptible. ¡¡Así se mata recibiendo!!
Y como la faena fue sencillamente colosal, con la derecha, porque el enemigo achuchaba por el lado izquierdo, hasta el punto de sufrir un achuchón al dar un natural, el espada fue amenizado por la charanga, cortando las dos orejas del bicho y cansándose de devolver prendías. Este toro, tan magníficamente toreado y matado, se lo brindó al señor Thous y Orts, redactor-jefe de La Correspondencia de Valencia, que se hallaba en el palco número 59 con los plumíferos Pepe Laña, Pepe Estelles y Pepe Caballero. ¡Pa que se enteraran los revisteros Pepes!
En el quinto, difícil y descompuesto, se metió dentro del toro, se hizo con él a los pocos muletazos y lo mató aceptablemente. Nueva ovación y petición de auricular.
Toreando a la verónica y en quites, derecho, oportuno y con mucho repalojero arte. ¡Don Diego! ¡Vengan esos cinco! ¡Nosotros no somos sospechosos! ¡Así se llega arriba en esto del toreo!».
Presencié la corrida; no tengo nada que añadir a lo que mis estimados cofrades relatan, y en todo estoy conforme, y no fue menor mi entusiasmo que el de ellos; pero… ¡no, amigo Amorós!… la estocada no fue recibiendo, fue al encuentro; por eso Gante, al referir lo que vio, cuenta que Diego, así que el toro le acudió al cite, consumó la suerte yéndose sobre el morrillo, que es lo mismo que yo vi, por
lo que en la revista que de esa faena hice califiqué la estocada de al encuentro, por ser la tal denominación la que en mi concepto mejor convenía, aunque por esperar más de lo debido el diestro a arrancar, diera con ello motivo a lo que yo estimo confusión de tan inteligente crítico como Don Justo.
Pero trátese de estocada recibiendo o de estocada al encuentro, en lo que no hay discrepancia es en asegurar que la tarde de Mazquiarán fue redonda.
Hasta el 25 de marzo no volvió a torear; lo hizo en Castellón, para terminar el 19 de octubre en Barcelona, con 36 corridas despachadas.
Acojámonos a Don Ventura, para saber a qué atenernos respecto a la labor de Fortuna en este año. Toros y Toreros en 1919, página 129:
«Comúnmente se clasifica a los toreros en grupos antiestéticos: buenos y malos, cobardes y valientes… Fortuna es de los valientes y de los buenos; sabe torear como el que mejor toree y le hemos visto matar tan bien como otro mate; bajo cualquiera de los dos aspectos, como torero y matador, sabe dar la nota, y al darla acierta a imprimirla de esa fuerza emotiva que provoca el entusiasmo y produce el escándalo.
Todo eso es innegable, y si no se hubieran observado en él ciertas desigualdades, sería ya una figura indiscutible. Pero Diego se tumba de vez en cuando y en ocasiones duerme más de la cuenta.
En los meses de abril y mayo se hallaba dormido, y al despertarse se sintió enfermo; hubo de salir al campo para reponerse, y cuando en el mes de junio reanudó la campaña, curado y despabilado, comenzó a darse cuenta de su situación y apretó de firme. A partir de entonces realiza una labor tan estimable que los éxitos se suceden, y ha terminado la temporada fuerte, animoso y lamentando que no empezara ahora otra nueva para dar rienda suelta a sus buenos deseos.
Y con buenos deseos Fortuna, con ganas de toros y con estímulo, raya donde otro rayó, pues posee el secreto de saber poner de pie a
los espectadores en un momento dado y de realizar con la capa, la muleta y el estoque faenas de torero cumbre».
Estamos ya en 1920 y hay que reconocer que, durante él, el nombre de Diego ha sonado menos y su fama se ha apagado algo.
Y, sin embargo, en Barcelona respondo que derrochó valentía en las corridas que toreó; en Bilbao, en las de feria, alcanzó un gran triunfo; en Madrid estuvo superior casi en todas; y en general en ninguna plaza bajó su cartel.
Por si algo le faltaba, en la tarde del 26 de septiembre cortó Diego en Madrid la oreja del tercer toro de la corrida en la que confirmó la alternativa a Bernardo Casielles.
Murió el toro, que era del marqués de Llen, y se llamó Ropero, de «un pinchazo superior y enseguida arrea —copio a El Maestro Banderilla— atacando colosal, una estocada en los encuentros que mata sin puntilla. Ovación, vuelta al ruedo, petición y concesión de oreja. Unos señores, que por lo visto llevan la contraria toda la tarde, protestan. El torero duda y pregunta al presidente si hubo concesión auricular y le dice que sí. Sin embargo, Fortuna, en un rasgo de noble orgullo, arroja la oreja».
Y he aquí como quiere la casualidad que de matador repita Mazquiarán lo que de novillero hizo en la misma plaza, como páginas atrás se ha consignado.
Este hecho me valió una réplica tan afectuosa como razonada del estimadísimo compañero Ángel Caamaño, el celebrado Barquero, a quien yo aludí en la biografía de Joselito, reprochándole su inquina contra la concesión de orejas, y ya que antes no se me ha presentado ocasión, quiero que conste aquí mi reconocimiento por la transacción a que se aviene el admirado amigo, pues en el fondo no es otro mi criterio tampoco, ni podía serlo.
Partidario de la conservación, porque, ahora que no tengo nada que conservar, soy conservador, querido Caamaño; partidario de la
conservación de ese detalle tradicional, claro está que únicamente cuando repiquen gordo, en casos excepcionales, como un galardón de alto valor, me agradaría que se concediese la oreja del toro al torero, porque prodigarlas como hoy se hace, sobre todo en provincias, equivale a despojar al acto de toda importancia; y de eso a la abolición no hay más que un paso.
Y, como en esto, serían muchas las cosas en las que estaríamos conformes, amigo y cofrade, porque para ello no hay más que ponerse en lo justo, y para ponerse no hay más… que haber pasado de la edad de los apasionamientos, vanidades y demás aflicciones de espíritu de los que habló el pobre Salomón, probablemente en días de postguerra, que es fácil que entonces como ahora tuvieran que torear más de una corrida de Miura, pero de Miura de verdad.
Y volviendo a nuestro torero. ¿Cómo se explica, pues, que haya toreado únicamente 31 corridas y de él se haya ocupado la afición menos que otros años?
Atribuyámoslo a que el público se ha fijado en las nuevas figuras en busca de un heredero de Joselito y ha parado poco la atención en los toreros conocidos, como estos no hayan hecho los mayores esfuerzos, con el toro y sin el toro, para atraer sobre sí las miradas de la desorientada muchedumbre amante de la fiesta. Si no es eso, sigo sin explicármelo.
A cosa parecida lo atribuye Luis Uriarte, que, al hacer el resumen de la campaña de Mazquiarán en Toros y Toreros en 1920, dice que «ha venido a torear aproximadamente las mismas que el año pasado, no habiendo rebasado la cifra, no por falta de méritos, sino por la competencia que para él supone la novedad que ofrecen a los públicos los matadores más modernos, aunque no sean mejores».
En esta temporada, el 26 de septiembre, confirmó en Madrid la alternativa a Bernardo Casielles; y fue esta la primera vez que cedió los trastos a otro torero, y hasta el presente la única.
Y terminemos este capítulo con la estadística de las corridas toreadas y toros estoqueados por el diestro de Sestao.
Así, pues, en los cinco años que ha actuado, hasta hoy, como matador de toros, este es el número de corridas en las que ha tomado parte y el de toros que ha estoqueado, sin contar ni unas ni otros de su excursión a Lima, de que oportunamente se ha hablado.
En 1919 perdió bastantes corridas por enfermedad, y en otros años, como es natural, varias se le suspendieron por lluvia y otras causas, y dejó de actuar asimismo en algunas por lesiones. III
En las páginas que anteceden se ha seguido paso a paso la historia del lidiador de Sestao y el lector ha podido observar que, bueno y malo, no me he privado de nada de lo que a propósito de él se ha escrito, porque yo, que no creo en la imparcialidad, hasta el extremo de parecerme de un cómico subido la actitud de ciertos críticos que de esa cualidad blasonan, acaso con la mejor buena fe y como si en
realidad la poseyeran, lo que para mí equivale a declararse exentos de las mejores cualidades de que el hombre se puede envanecer, por ser las más humanas, las más naturales, y nada es natural que no sea digno de estimación; yo, que no creo en la imparcialidad, decía, como sé, sin embargo, que es en ocasiones necesaria y hay que estar sobre aviso respecto a nuestros apasionamientos cuando de ellos puede redundar perjuicio a un tercero, me he valido del juicio ajeno y me hago la ilusión de que con los elementos aportados, tiene el que leyere más que suficiente para formar opinión exacta de los méritos, cualidades y defectos de Diego Mazquiarán Torrontegui.
Puede haber diversidad de criterio en lo que respecta a determinadas cualidades del diestro, pero casi existe la unanimidad en lo que a sus características se refiere, y, por lo tanto, que se trata de un torero valiente y que sabe torear, de eso no hay duda.
La última vez que tuve el gran placer de departir un rato con aquel egregio poeta que se llamó Rubén Darío, el admirado amigo que sabía cuánto es mi entusiasmo por la fiesta española, y dejándose llevar de su curiosidad infantil, quería que yo le determinase el valor de cada una de las grandes figuras de la tauromaquia comparándolas a las de los grandes maestros de la literatura francesa, tan amada y conocida del poeta, me interrogó:
—¿Quién es comparable a Joselito, de los literatos franceses?
No titubeé. —Víctor Hugo, Emilio Zola y Mirabeau, fundidos, todo lo que Francia ha producido que más se aproxime al genio, darían un Joselito.
—¿Tú crees? —me preguntó como asombrado, yo no sé si de mi contestación o del énfasis con que la pronuncié.
—Lo creo firmemente.
—¿Y Belmonte?
Aquí sí titubeé. Me acudían nombres al recuerdo, y yo sabía
que cualquiera de ellos habría satisfecho a Rubén Darío, le hubiese halagado y su evocación hubiera bastado para hacerle simpática la figura de nuestro maravilloso diestro; pero… yo no creía que Juan Belmonte fuese ninguno de ellos.
En el arte francés, aun en el de aquellos que más atrabiliarios parecen, la técnica predomina siempre; los mismos románticos llevaban un clásico dentro; y no es ese el caso de Belmonte. ¿Cómo, pues, contestar honradamente, con acierto, al genial poeta? Busqué una evasiva.
Sucedía esto allá por el año 1914, en la terraza de la Maison Dorée, como el propio Rubén desaparecida ya; y acude ahora la anécdota a mi memoria porque en una situación semejante me encuentro al querer definir lo que Fortuna es en el toreo.
Si esta honradez de que he hablado antes no presidiera también la confección de estos apuntes, la tarea quedaría muy simplificada; pero pretendo que esta modestísima labor mía cumpla lo mejor que me sea dable el objeto que la justifica, tanto en lo que afecta a la parte biográfica como en lo que a la crítica afecta… y no tan fácil, como parece, se hincha un perro.
Fortuna, que es un torero valiente, que torea muy bien, sufre altibajos en su carrera que no permiten considerarle como definitivamente colocado.
¿Por qué? Me decía, no hace mucho, un torero bilbaíno, retirado ya de la profesión, hablándome del que ha sido su matador:
—Es que Diego no sabe torear mal… y como a la mayoría de los toros no se les puede torear bien…
Acepto la opinión del que no fue «en lo suyo ninguna tontería» y sin querer me viene al recuerdo aquella distinción que el notabilísimo lidiador Ricardo Torres, Bombita , hace entre el buen torero y el que torea bien.
Con efecto, una cosa es ejecutar con gracia, con garbo, con elegancia, con soltura y bien, cuando el toro se presta al desarrollo de esa ejecución, y otra vencer y dominar las dificultades que ofrece el que, por manso, por nervioso, por bronco, por no embestir derecho o por sus malas intenciones obliga al lidiador a emplear mañas y recursos con los que únicamente se le pueda reducir.
Buen torero será el que domine, reduzca y venza a su enemigo adoptando con él aquel toreo que las circunstancias exijan; el otro, el que solo sabe torear bien, estará siempre a merced del azar, de la clase de toro que le salga, y si bien es verdad que una buena breva a todos les gusta fumársela, los hay que se asfixian con una tagarnina, y otros que las hacen tirar y llegan a consumirlas.
Si los hombres nos diésemos cuenta de que cómo somos no es por nuestra voluntad ni por nuestra industria, acaso concediéramos menos importancia a nuestras cualidades buenas, y nos mortificaran menos las malas. Nadie es responsable de sus cualidades, y, por lo tanto, el que en un oficio, profesión o carrera haya quien aventaje a otro en condiciones y aptitudes, no creo que sea ello causa de desdoro para el menos favorecido por la naturaleza, la providencia, el azar, o lo que esté encargado del reparto de armas para que luchemos por la vida.
Digo esto por si a Diego o a sus partidarios les pareciera que no concederle el arte de dominio de que carece es rebajar en algo su valor.
Cada uno vale lo que vale, y no sirven de nada los méritos que se nos atribuyan; como no se convierte en pavo el grajo que se adorna con las plumas de aquel.
Diego, que es valiente, torea bien hasta el extremo de armar el escándalo, y posee un repertorio extenso, necesita del toro, cuando no bravo y noble, dócil por lo menos para su lucimiento; porque… —empleemos el eufemismo de Muñagorri— no ha aprendido a torear mal, o, si el lector prefiere que a las cosas se les den su nombre,
porque, con la muleta especialmente, no ha conseguido adquirir el dominio que se precisa para sacar partido del toro que no embiste derecho o del que no embiste de ninguna manera y hay que hacer que a la fuerza embista.
Si, como muchos sostienen, en tauromaquia el valor, la guapeza, remediase todo, Fortuna no habría sufrido en su carrera esos altibajos que en páginas anteriores quedan señalados; porque valiente, guapo, lo es como el que más.
Pero es que…
Sobre eso de la valentía habría que hablar mucho.
He leído muchas veces que Frascuelo sostenía que las tres cualidades del torero son: valor, valor y valor; y muchísimas más veces de las que lo he leído atribuyéndoselo a Salvador, lo he oído decir a numerosos aficionados como opinión propia.
Pues bien; yo creo que lo mismo el célebre matador de toros que todos los demás no han hecho y hacen otra cosa que repetir un tópico.
Con el valor imprescindible para no asustarse de la proximidad del toro, con ese que da el hábito, y la seguridad de que salvará la acometida gracias al arte que posee, un torero dará más pruebas de intrepidez y arrojo, que otro que, impulsado nada más que por la valentía, quiera pisar terrenos peligrosos e intentar suertes arriesgadas.
Como la práctica nos tiene demostrado lo poco que duran los bravos que solo por bravos quieren vivir del toro, no creo que haya necesidad de insistir en que la valentía es una de las cualidades que necesita el torero, mas no la única, y quizás ni siquiera la más esencial, porque la afición, el pundonor, pueden suplirla en parte y sobre todo en aquellos casos en los que el conocimiento de la profesión ofrece recursos de inestimable valor para la defensa del torero.
Porque así pienso, entre tres lidiadores, uno que toree muy bien, otro que toree bien nada más, pero domine, y un tercero que se coma
a los toros, yo apostaré por el segundo, y ese supondré que a la larga sea el vencedor.
La inteligencia es la que vence al toro y el arte el que da belleza a la lucha; y la inteligencia y el arte reunidos en determinados momentos dan la sensación de la intrepidez, de la mayor de las audacias, que era lo que una tarde y otra hacía Joselito el Gallo, que no gozaba fama de valiente y que llegaba siempre diez pasos más allá de donde los más valientes llegaban, sabiendo como sabía cuán arriesgado era ese alarde de temeridad… para otro que no fuese él, porque él, gracias a su inteligencia, a su arte y a su poder, no tenía terreno vedado ni lance difícil.
La guapeza que, entiéndase bien, yo no menosprecio, porque sería absurdo hacerlo tratándose de fiesta que por antonomasia llamamos del valor, y lo bizarro y gallardo tanto realzan; la guapeza, decía, forma parte del patrimonio de Fortuna que, con ella, buen tipo, mucha afición y estilo inmejorable de torero, solo le falta darse perfecta cuenta del enemigo que tiene delante y con el que ha de luchar, para tratarle con arreglo a sus condiciones. A los toros, como a los hombres, no hay posibilidad de medirlos siempre y a todos por el mismo rasero.
Claro que es mucho más fácil sentar el principio que aplicarlo; pero yo creo que mi obligación se limita a lo primero, y de lo segundo debe preocuparse el simpático diestro vizcaíno, pues en el caso de que lo lograra, nadie sino él mismo había de recoger el fruto.
En las páginas que anteceden se ha ido hablando de lo que Diego Mazquiarán es como ejecutante, y ya sabe, por lo tanto, el lector, que da el cambio de rodillas con el capote, que torea muy bien por verónicas, al costado por detrás, da la navarra y el farolillo, y no hace más seguramente porque no lo ha visto hacer.
Otro tanto le ocurre en materia de quites; emplea para ese menester desde la media verónica al quite triple, se sale a las fueras
abanicando, veroniquea de rodillas, y lo que otro intente él lo intenta, con ángel y tal, y dando siempre la nota de valiente.
Es buen banderillero; pero no se prodiga.
Con la muleta, con la izquierda codillea un poco, y es un toreo más de adorno que de dominio, por lo que no todas las veces le acompaña el buen éxito.
A la hora de matar, como los toros le ayuden algo, sus volapiés, que mejor sería llamar estocadas arrancando, son de seguro aplauso, porque es su estilo el bueno, arranca derecho y pone tensión. Con los toros quedados, la falta de un tranquillo seguro le obliga a pinchar y en ocasiones a hacerlo quedando desairado, a pesar de haber puesto en el lance su habitual valentía.
En Alicante, como ya he dicho, le vi intentar la suerte de recibir, y aunque no resultase muerto aquel toro de una estocada recibiendo, me parece que el éxito obtenido por Diego le debía haber animado a ejecutar esa forma de estoquear, no porque en mi concepto tenga más mérito que el volapié, desde el punto de vista bello, sino porque hoy, como hace veinte años, sigo pensando que matar a toro recibido es ejecutar un lance más de la lidia, en el que se siguen observando las reglas en las que la tauromaquia se basa; matar a toro parado es subvertir las reglas del toreo, como en todas las ocasiones en las que el diestro tome la ofensiva y la res la defensiva.
Eso explica que el volapié clásico, el de Costillares, haya sido transformado en la suerte de arrancar, en la que el toro hace bastante por el diestro, lo cual no es obstáculo para que algunos revisteros llamen igualmente clásica a una forma de herir en la que no se cumple ninguno de los requisitos que Joaquín Rodríguez estableció para emplear su estocada de recurso.
Si Fortuna de vez en cuando intentara recibir algún toro, mucho le había de ayudar a que su personalidad se destacase. Tal el torero,
y el hombre, muy simpático, modesto, amigo sincero y leal, hay que reconocer que le sobran condiciones para ser figura y contar con el voto de los públicos que en él han visto siempre el mejor deseo, la mayor voluntad de complacerle, aun a trueque de un desavío.
Y aquí acaba lo que de Diego Mazquiarán Torrontegui tenía que decir. ¿No lo encuentra suficiente el lector para saber a qué atenerse con respecto a sus cualidades y a sus defectos? Me hago la ilusión de que sí.
UNO AL SESGO
Enero 1921.
MANUEL VARÉ Y GARCÍA
VARELITO
A mi querido y viejo amigo y cofrade, Ángel Caamaño, con un abrazo. El autor
ISuele ocurrir que los hombres cargamos con la responsabilidad de una reputación a un individuo, en muchos casos por el solo deseo de favorecerle y con ello le hacemos un flaquísimo servicio.
Esto, que no existe nadie que no haya podido comprobar, no nos sirve de experiencia, y por gracioso tenemos al señor que un día determinado nos hizo gracia; por valiente, al otro que en cierta circunstancia dio la cara; por erudito, al que tuvo la fortuna de colocar tres citas oportunas en un rato de conversación, y así sucesivamente. Y el gracioso, el valiente o el erudito, o serán eso, como la fama se extienda, o no serán nada.
Las gentes forman un juicio, y de él no se apean, acaso porque complicaría la vida tener que irlo modificando, y todos preferimos ser en la materia simplistas. Se nos vende a un señor como filósofo, por filósofo lo aceptamos, y una vez encasillado, encasillado queda para siempre, aunque por lado alguno aparezca la filosofía.
Si cuando escribo de toros y toreros no sufriera la preocupación de no invadir campos que se me antojan vedados, acaso porque tengo presente que «toda afectación es mala», y por afectación, por prurito de distinguirme podría tomarse la promiscuidad del saber taurómaco con otros saberes, ahora me sería fácil citar ejemplos que coadyuvasen a reforzar lo que acabo de exponer; pero renuncio a ello, y vuelvo a apelar a la observación del lector para dar como sentado el principio de que en lo que a famas y reputaciones se refiere más en cuenta se tienen los dichos que los hechos.
Esto explica que abunden en todas las plazas los aficionados de oído, y que en la mayoría de las veces se impongan a los de vista, y es porque el ver por los propios ojos no es facultad tan general y desarrollada como se nos figura, y en cambio ver con ojos extraños está al alcance de cualquiera.
A los toros, como a muchas otras partes, va el espectador, influido, sugestionado por la Guía, el Baedeker, que le ahorra actividad mental, y gracias a ella, sabe cuándo ha de entusiasmarse con el Gallo, y cuándo ha de reírse de él; en qué lances de Belmonte ha de prorrumpir en ¡olés!; en qué momentos de Freg o Varelito ha de ponerse de pie y lanzar el ¡oooh!; ahora, lo que las guías no dicen es que Gallo, Belmonte, Freg y Varelito no en todas las ocasiones responden a su fama, y cuando esto acontece ya están los aficionados de oído desconcertados, se creen defraudados y manifiestan su desagrado.
El Gallo, o ha de atolondrar a los públicos con sus fantasías sobre motivos taurómacos, o ha de indignarles con sus espantás; si una tarde torea sobriamente, y mata en regla, esa tarde es considerada como gris, por la muchedumbre; y por si alguien lo duda, ahí está lo ocurrido el 26 de junio de 1921 en la Monumental de Barcelona, Corrida de la Prensa, en la que Rafael, en el cuarto toro, ejecutó lo mejor que como torero de verdad ha hecho en su vida, y no se
le aplaudió tanto como otras veces; si Sánchez Mejías no fuerza el toreo, no banderillea de dentro afuera en escaso terreno y no se sienta en el estribo por lo menos una vez al torear de muleta, en esa corrida Sánchez Mejías es otro Sánchez, y gran parte del público se llama a engaño.
Pero en todo eso, es decir, en que Rafael eche mano de las fantasías, e Ignacio de los trucos, no hay gran daño; en cambio, en exigir a Varelito que todas las tardes responda a la fama que se le ha adjudicado hay un riesgo enorme.
Y porque existe ese gran riesgo, decía al principio que, a veces, los hombres cargamos con la responsabilidad de una reputación a un individuo, en muchos casos por el deseo de favorecerle, y con ello le prestamos un flaquísimo servicio.
Varelito ha matado bien muchos toros; tiene un estilo de estoqueador que llega al público, y no está tanto su mérito en el modo de ejecutar la suerte como en el de engendrarla, aunque en todo haya emoción.
Así como hay tranquillos que restan mérito a un determinado lance, porque se advierte que con ellos se obvian dificultades, el tranquillo de Manuel, al matar, más parece que las aumenta, y tiene aun la ventaja de dar la sensación de que no mata con facilidad.
No es la zambullida del Algabeño, en la que bastaba ver enhilado al matador para dar por muerto al toro de una gran estocada que no siempre quedaba en lo alto de las agujas, pues las más de las veces resultaban descolgadas, no; Varelito no tiene nada que ver con Algabeño como estoqueador, ni nada que ver con Machaquito, ni con Vicente Pastor, ni con Malla, ni con nadie, porque eso es precisamente lo que hace de Manuel un torero no vulgar, el que posee estilo, o si se quiere, tranquillo propio.
Pues bien, ese tranquillo del trianero no parece a los ojos del espectador un truco para aminorar el riesgo, y esa ventaja tiene sobre
muchos otros toreros que tarde o temprano, a la hora de la verdad, descubren el cartón.
Más tarde analizaremos el tal tranquillo; de momento digamos que como ni el suyo ni el de nadie dan la inmunidad absoluta, y menos el suyo que el de nadie, sobre Varelito pesa la responsabilidad de una fama que hasta el presente le ha valido serios percances, y por lo tanto sería un bien descargarle en gran parte de ella. Eso es lo que al comienzo quería yo decir, y eso es lo que ahora digo sin ambages ni rodeos.
Ser matador de toros, cuando los toros se han de matar en esa suerte que seguimos llamando volapié, pero que ha dejado de serlo, hasta el punto de que en que los pies no vuelen, estriba actualmente su mayor mérito; ser matador de toros ofrece muchas más dificultades de las que el público en general aprecia.
El espectador, a fuerza de hábito y atenido siempre a la rutina, ya no ve en la estocada sino un lance más, cuando en realidad es algo que se sale de las reglas de la tauromaquia, como puede demostrarse con un ligero examen de lo que podríamos llamar bases de la tauromaquia.
¿Cuáles son estas? El toreo se basa en la acometividad de la fiera y todas las reglas fracasan ante la pasividad de aquella: el lidiador provoca a su enemigo, pero jamás toma la ofensiva, y de ahí resulta la relativa facilidad para ganarle la acción a la res, que, al embestir, al tomar la ofensiva ella, lo hace ciegamente, directa al bulto que no prevé que se le puerta escapar en un cuarteo o con un quiebro o valiéndose simplemente del engaño de la capa.
Troquemos los papeles: sea el hombre el que acometa y el toro el que se mantenga a la defensiva, y no hay lidia posible. Pues esto es lo que ocurre con la forma de estoquear a volapié; el que embiste es el diestro; el que torea, la res.
Joaquín Rodríguez, Costillares, inventor de esta estocada, nunca pudo suponer que andando el tiempo la suerte que había él innovado
como recurso, para los casos en los que los toros no acudiesen, por muy aplomados, al cite de la muleta para ser recibidos a la muerte, había de transformarse en la forma única de matar, claro es que con modificaciones que la convierten en una cosa intermedia entre el volapié propiamente dicho y la estocada recibiendo.
Pepe Hillo, el tratadista más próximo a Costillares, del que fue discípulo, define en su Tauromaquia o Arte de torear, de este modo, el volapié:
«Consiste en que el diestro se sitúa a la muerte con el toro, ocupando cumplidamente su terreno, y luego que al cite de la muleta humilla y se descubre, corre hacia él poniéndosela en el centro, y dejándose caer sobre el toro mete la espada y sale con pies.
Esta suerte es lucidísima, y con ella se dan las mejores estocadas, y se hace a toda clase de toros como humillen y se descubran algún poco. Pero no es siempre ocasión de ejecutarla, sino solo cuando los toros están sin piernas y tardos en embestir».
Fíjese el lector que, para ejecutar el volapié clásico, el de Costillares, son condiciones precisas que los toros estén aplomados y no embistan, es decir, «que no hagan nada por el torero», que «ha de meter el estoque dejándose caer sobre el toro y salir con pies». Téngase esto presente.
Esto es lo que escribía o dictaba o autorizaba José Delgado, Hillo, a fines del siglo XVIII, y se publicaba en 1796 en Cádiz.
Cuarenta años más tarde, Francisco Montes, Paquiro, el que en su tiempo fue llamado Napoleón de los toreros, y en mi concepto con Guerrita y Joselito forma el terceto cumbre de la tauromaquia; ese Paquiro, pues, para el que el toreo no tenía secretos, al escribir o firmar el tratado de tauromaquia de que probablemente es autor D. Santos López Pelegrín, Abenamor, dice de la estocada a volapié:
«Es susceptible de hacerse con toda clase de toros, siempre que se hallen en el estado de aplomados, único oportuno para ejecutarla con toda seguridad.
El modo de practicarla es muy sencillo, pues consiste en armarse el diestro para la muerte sobre corto, por razón de que el toro no arranca, lo cual es requisito preciso para la suerte, que por esto también la llaman algunos a toro parado: estando, pues, armado así, se espera el momento en el que el toro tenga la cabeza natural, y yéndose con prontitud a él se le acercará la muleta al hocico, bajándola hasta el suelo para que humille bien y se descubra, hecho lo cual se mete la espada, saliendo del centro con todos los pies».
«El estado aplomado del toro es absolutamente indispensable para verificar con seguridad una suerte que se funda en su completa inmovilidad. Son funestísimos los resultados que acarrearía el desprecio de este precepto. Si por no estar verdaderamente aplomado arranca hacia el diestro después que este salió hacia él, ¡cuán probable es la cogida!».
Como el lector acaba de ver, en tiempo de Montes todavía, el volapié clásico requería la completa inmovilidad del toro y que el diestro acometiese y saliera de la suerte con todos los pies. Siga tomando nota.
Pasan los años, estamos en 1868, ya la suerte de recibir apenas si algún que otro torero la ejecuta; el volapié triunfa y reina. Pero veamos lo que es ya el volapié, y para ello nada mejor que copiar el consejo que le daba El Mengue, el autorizadísimo periódico, a Antonio Sánchez, el Tato, al apreciar su trabajo en la tarde del 14 de abril de 1868:
«A los toros se los hiere avisándolos con la muleta montada sobre el pico del palo, cuando de la posición natural humillan para cogerlas. Entonces enseñan el morrillo, y los matadores que tienen conciencia para verlos llegar les meten la mano con conocimiento, y se salen fuera de cacho».
Ya no es requisito preciso la inmovilidad del toro; ya necesita el matador conciencia para verlo llegar; ya el toro ayuda al torero.
El clásico volapié, el de Costillares, se transforma en la estocada arrancando, y este es el nombre que El Mengue da a la mayoría de las
de Antonio Sánchez, el Tato. La evolución era fatal, no podía escapar a esa ley el lance torero tampoco, y las razones son obvias.
El volapié, en unos cuantos años, pasó de estocada de recurso, admitida tan solo para las reses que no podían ser recibidas, a suerte apta para estoquear todo género de reses, y por lo tanto ya se hizo preciso revestirla de un cierto lucimiento, de una cierta gallardía, de una cierta vistosidad, que paulatinamente van en aumento hasta crear de Joselito Redondo a nuestros días la categoría de grandes matadores, a la par que las dificultades de ejecución van creciendo.
El volapié actual, muy superior al clásico de Costillares, no es ya ese modo de estoque seguro y fácil de que nos hablan Pepe Hillo y Montes en sus tratados; tan difícil es, que pocos son los lidiadores que sin un tranquillo salvador pueden mantenerse largo tiempo en los ruedos porque, dependiendo el resultado tanto de la condición del toro como del diestro, no siempre aquel responde a las exigencias de este, ni en el momento de acometer mantiene constantemente sus características, es decir, aquellas peculiaridades que el torero ha observado y tiene en cuenta al consumar la suerte.
En la estocada recibiendo, teóricamente cuando menos, como es la fiera la que parte, la que ataca, al hombre le queda el recurso de mejorar el terreno, y hasta de pasarse sin herir, o hacerlo al encuentro si considera que el toro no acomete proporcionado; en el volapié, una vez hecho el avance, el torero queda a merced del toro, y todas las reglas que suponemos infalibles fallan a lo mejor, desde el cruce a meter la muleta en el hocico del animal; como tampoco es raro que los haya que no obedezcan a sus querencias y hagan mucho por el matador cuando se esperaba que hicieran poco, o viceversa, etc.
Decididamente, es una aventura arriesgada matar toros a volapié, y no creo que el lector lo dude. Si así es, considere si me faltaba razón
al asegurar que cargar con la reputación de matador de toros a un amigo es hacerle un flaquísimo servicio, porque ya puede el reputado tratar de manumitirse de esa fama, afinando en el toreo. Matador de toros se le proclamó, y matándolos ha de mantener su cartel. ¡No hay remedio!
Este es el caso de Varelito, que, con mucha afición y mucho pundonor, sufre las consecuencias de su reputación, sabiendo mejor que muchos a todo lo que se expone.
II
Manuel Varé y García es un sevillano nacido en Triana el 20 de septiembre de 1894. Nacer en Sevilla es tener ya algo adelantado para ser torero, no porque todos los sevillanos hayan de ser toreros, ni todos los toreros sevillanos, sino porque en aquella tierra, y ya casi en ninguna, se considera una locura meterse a lidiador de reses bravas, porque existen medios y estímulos para hacer el aprendizaje, y porque es el país de la guapeza y de la gracia, dos cosas muy útiles para la profesión.
Varelito, como tantos otros chicuelos, aprendió a torear cuando aún no estaba en edad de pensar en querer ser torero, y poco a poco se fue haciendo, hasta que un día le dijeron que ya lo era, y se decidió a continuar. Esa decisión es la verdadera causa de tantas coletas; la falta de ella, en el momento crítico, es la que hace perder muchísimas más.
Ni lo lamento ni lo celebro; hago constar el hecho, para repetir una vez más que el nacer en Sevilla o Córdoba, y jugar al toro en la niñez es cosa que ocurre a miles de varones todos los años, y nada dice respecto a los futuros destinos del sevillano o cordobés.
Sea de ello lo que fuere, por lo que atañe al espada trianero, de su vocación y comienzos taurómacos, tengo a la vista un relato publicado
el año pasado en La Corrida, y como es el propio Manuel el que habla, dejando a Armando Cisco la responsabilidad de la autenticidad, me parece muy del caso transcribirlo. Dice así:
«—¿Que cómo empezó en mí la afición? Pues ensayándome con un carnero que utilizaba ante la puerta de mi casa, o sea, en la venta que por aquella fecha poseían mis padres en el camino de San Juan de Aznalfarache. Esto sucedía cuando apenas contaba once años, y todos cuantos pasaban por aquel contorno se fijaban en la forma mía de torear, causándoles gran sensación cuanto realizaba ante aquella terrible fiera, un torero de… ochenta centímetros de estatura.
Por esta época hice mi presentación en una escuela taurina que había fundado Joaquín el del Horno, antiguo banderillero de Quinito.
En la mencionada escuela me vio una tarde Ignacio (un primo de Bombita), y tanto le gustó mi trabajo que me llevó de banderillero en una cuadrilla de muchachos que él dirigía y de la cual eran matadores el hoy Bombita IV , Manuel García y José Puertas, Pepete .
—¿Cuál fue la vez primera que vestiste el traje de luces?
—En Jerez de los Caballeros, con la citada cuadrilla, en cuya fecha todavía no había cumplido los catorce años.
El primer becerro que maté fue en Fuentes de León, pues aquella tarde salieron heridos los matadores de mi cuadrilla, y no tuve más remedio que empuñar los avíos, como tal matador, para salvar el conflicto. Figúrate si a pesar de mi corta edad cómo me portaría de valiente, que el público me ovacionó grandemente, y esto hizo que, desde esa memorable tarde para mí, me señalaran en la indicada cuadrilla como matador para cuando había un becerro pequeño o se presentaba otro conflicto encargarme de echarlo fuera.
—¿…?
—¿El primer dinero que gané y los tres avisos después? La primera
vez que cobré dinero por mi trabajo fue en Marsella, que me dieron una moneda de oro de veinte francos; alternaba en esa corrida con Vázquez Chico de San Bernardo (?). Después de verme con ese capital soñé varias noches que era más rico que… Romanones; pero luego perdí mis sueños tan ricos, porque al regreso de Marsella toreé una corrida de vacas en Barcelona, oyendo… los tres avisos (primera vez que he escuchado tan simpáticas notas de los dos cornetines), que en lugar de colocarlos en el sitio que es costumbre, en todas partes debieran tenerlos en el… patíbulo, según maldición de ciertos afisionaíyos nuevos que no han pasado las morás, como uno, para siquiera ser gente en la profesión.
—¿…?
—Mi primera corrida con picadores fue en Teruel, llevando de compañero a Pepete Chico y logrando un éxito en los dos novillos que me correspondieron.
—¿…?
—El debut en Sevilla se verificó el 15 de septiembre de 1913, matando novillos de Bueno; en dicho debut alternaban conmigo Manolo Navarro (de Brenes) y Juan Belmonte.
Tan franco fue el éxito, que, visto por la afición mi gran estilo de torero valiente y seguro matador, me ajustaron seguidamente para dos novilladas abonándome quinientas pesetas por cada una. De estas dos corridas solo toreé la primera (el 4 de mayo) con Posadas y Pascual Bueno, teniendo la desgracia de ser cogido de gravedad, cuya herida dejó en mi rostro la cicatriz que todos veis; el marrajo era de Campos Varela.
En esa temporada perdí cuatro corridas, de resultas de dicha cogida y así me pasé cerca de cuatro años, toreando y sufriendo serios percances. Por tales causas, parece que llevo diez años de torero, no siendo esa cifra, porque durante esas diez temporadas me he llevado
parte de las mismas curándome las 16 cogidas, todas graves, que me ocasionaron las reses; de una de ellas, tengo partida la clavícula y aparte de este percance me he visto operado en tres ocasiones.
Bien acreditan lo expuesto las señales de mi cuerpo que horrorizan a cualquiera, si se fijan cómo tengo el mismo acribillado de cornadas y bastante pérdida de sangre he tenido durante las mencionadas 16 cogidas.
—Efectivamente, la primera oreja que se cortó en Sevilla fue la que obtuve cuando era novillero; en la tarde del 1º de octubre de 1915, matando el toro Sendieron, de la ganadería de Carvajal, al que después de una buena faena de muleta le entré a matar poniendo toda mi afición y voluntad, y así resultó tan favorable para mí.
Esta tarde creo que fue para mí el preámbulo del porvenir que en la actualidad cuento en mi modesta profesión.
—¿…?
—El debut en Madrid era esperado con entusiasmo, pero no me acompañó la suerte para ganar repetición. Esto ocurría el 27 de julio del año 1913, estoqueando reses de Palha en compañía de Agujetas (hijo) y Pastoret».
Hasta aquí Varelito o Armando Cisco, o los dos al alimón, y como lo principal de la biografía del diestro está dicho, achaquémosle al amigo Rengel los rasgos de inmodestia en que parece que incurre el artista, y digo que parece, porque bien puede tratarse de una sincera opinión sobre sí mismo, y en ese caso no hay puesto de jactancia, sino honrada manifestación de su pensamiento; pero cargue el bueno de Rengel con el mochuelo, y fieles a nuestro procedimiento, sigamos, año por año, las campañas por Varelito realizadas, a contar desde 1913, o sea, el de su presentación en Madrid.
En Toros y Toreros dijo Dulzuras:
«El 27 de julio toreó por primera vez en la plaza madrileña el
sevillano Manuel Varé, Varelito, no Varerito, como dijeron los carteles anunciadores.
En esta corrida estuvo decidido y con deseos de quedar bien, matando mejor el sexto toro que el tercero.
Muy poco ha sido lo que ha toreado fuera de la Corte, pues solo tengo noticia de algunas novilladas en Sevilla, y nada más».
Recortes y Marcelo en Toros y Toreros en 1914 decían:
«Tampoco ha vuelto a Madrid este torero sevillano que la tarde de su presentación no disgustó al público, pues se le vio decidido y mató muy bien el toro de Palha que le salió en segundo lugar.
Ha hecho una regular campaña, y los periódicos de las localidades donde actuó nos dicen va progresando en su arte, y que continúa dando la nota de valentía. Ocho corridas le tenemos anotadas…».
Los mismos autores, en Toros y Toreros en 1915 :
«Continúa sin aparecer en la plaza madrileña, que viene a ser fortaleza inexpugnable para algunos, en tanto se repite una y otra vez a toreros que cuentan los fracasos por corridas.
Pero los empresarios que padecemos son así. Ocho corridas toreó en la temporada… En todas quedó muy bien, pues es valiente y sabe su oficio.
Sufrió una grave cogida en Sevilla el 5 de septiembre, y no ha vuelto a torear, perdiendo cuatro corridas que en dicho mes tenía contratadas».
Marcelo, en Toros y Toreros en 1916 , escribió:
«Este muchacho quedó bien en Madrid (toreó el 4 de agosto), porque sabe su obligación y deben repetirlo, porque, a nuestro juicio, vale mucho. En Sevilla obtuvo un señalado triunfo».
Toreó en este año doce novilladas.
Don Ventura, en Los Toreros en 1917:
«Es de lo mejor en la clase, siendo incomprensible que por rivalidades de empresas no toree en Madrid. En Sevilla y otras plazas de aquella región, así como en Valencia, tiene un gran cartel.
Ha toreado bastante, y a no ser por una grave cogida que sufrió en Morón, hubiera toreado mucho más».
Total: 23 corridas.
En 1918 su campaña de novillero fue brillante de verdad, y en las 28 corridas que toreó, y que hubiesen sido 40 sin el percance sufrido en Madrid el 25 de agosto, confirmó el cartel de excelente matador, que desde los comienzos de su carrera se le había adjudicado.
El 26 de septiembre, en Madrid, y en la misma corrida que Domingo González, Dominguín, recibió la alternativa de manos del malogrado Joselito, que le cedió la muerte del primer toro de la tarde, Flor de Jara de nombre, negro, zaino, y perteneciente a la ganadería que por entonces poseía el Sr. García de la Lama.
Mató después el toro quinto, de Contreras, vacada que hoy pertenece a García Rico, de Salamanca, y bien estuvo en el primero, pero superior en este.
En Sevilla toreó luego los días 28 y 29 como matador de toros, con lo que en 1918 se le apuntan tres corridas y seis toros estoqueados. De su campaña en el siguiente dijo Don Ventura en Toros y Toreros en 1919: «Le han llamado algunos este año el rey del acero y el Mazzantini de Triana por su bravura al atacar con la espada y por el modo de cruzar en el momento supremo; ha dado grandes estocadas, y aun en muchas ocasiones que no logró hundir el sable, puso de pie a los espectadores —admirados de su denuedo— al practicar la suerte de más exposición en el toreo.
Para la próxima temporada han quedado tambaleándose algunas segundas figuras, y esto contribuirá a favorecer a Varelito, quien ha demostrado voluntad, corazón y grandes dotes de estoqueador;
ha hecho a pulso una campaña de valiente y ha dejado muy grato recuerdo en los públicos.
Sus triunfos en Sevilla y Zaragoza al terminar la temporada han sido un digno corolario de la campaña interesante que ha realizado, y su estupendo estilo de matador ha de abrirle en 1919 las puertas de muchas plazas». En este año toreó 37 corridas, y estoqueó 79 toros.
Don Luis, en Toros y Toreros en 1920, opinó de Varelito:
«Su estupendo estilo de matador le abrió las puertas de muchas plazas, como aseguró Don Ventura en su anuario último; pero los toros no le han dejado sumar la cifra de corridas a que seguramente hubiese llegado si no se lo impiden las cornadas.
Entre las varias que sufrió, las más importantes fueron las que recibió en Orihuela, el 30 de mayo; en Santander, el 8 de agosto, y en San Sebastián, el 3 de septiembre, cuya curación, a consecuencia de otra enfermedad que venía padeciendo, ha sido larga y penosa para el valiente diestro».
En este año tomó parte en 32 corridas, y estoqueó 61 toros. Pero de ellos, de esos 61 toros, Carpintero, de Veragua, jugado en Madrid la tarde del 11 de abril de 1920, merece especial mención, porque si bien es verdad que Manuel dio en Sevilla en esa temporada una Feria de Abril superior, contendiendo con Joselito, Belmonte, Sánchez Mejías y Chicuelo, y en otras plazas fue justísimamente celebrada su labor como gran matador de toros, el 11 de abril en Madrid, con el toro Carpintero, dio la nota que venía anunciando como estoqueador consumado.
No vimos esa corrida, pero hemos visto muchas veces al espada trianero, y podemos formarnos idea de lo que en la muerte de ese toro pudo realizar. P. Álvarez, el que por entonces hacía la crítica de toros en La Correspondencia de España, describió de este modo la ejecución:
«Fue en los tercios del 2. En la suerte natural. Juntó las manos Carpintero, negro con bragas, bien puesto de cabeza, gordo, con
morrillo, ancho de pecho y con poder. Varelito, que está más valiente que diez novilleros locos, se perfiló en el centro del testuz, más bien hacia el lado del pitón contrario, y recreándose en los preparativos se enderezó sobre los talones, lio ceremoniosamente la muleta, que colocó baja, y se preparó a entrar. La expectación y los preliminares dieron más realce a la escena, porque esta era continuación de otras dos en las que Varelito había sido ovacionadísimo como matador.
El diestro sevillano, pausadamente, avanzó el pie izquierdo, apoyándose sobre él, y llevando la muleta baja para que Carpintero descubriera las agujas, se volcó sobre él, colocando a volapié neto el más formidable estoconazo que puede darse. La res, herida mortalmente, salió del embroque rozando todo el costillar derecho en los alamares negros del traje de Varés. Pocos segundos después el veragüeño caía muerto, como caen los toros heridos en todo lo alto del morrillo.
Varelito, que había entrado a matar otras dos veces superiormente y que había sido aplaudidísimo, oyó una ovación estruendosa, una ovación de plaza toros, de esas típicas, que solo se ven en los circos taurinos cuando el entusiasmo se desborda y la pasión del momento se sale de su cauce».
Rubores en El Día, se expresó así:
«Carpinero, negro, entrepelao, con menos arrobas que los ya arrastrados. Varelito da varios lances, perdiendo terreno, pero haciéndose aplaudir, al terminar, por su decisión y deseo de complacernos.
Este Carpintero no sabe el oficio y, para que no haga el ridículo dejándose quemar la divisa, hay que recurrir a toda clase de procedimientos, todos censurables, después de convertir de nuevo la plaza en el más lucido de los herraderos. Del segundo negociado se encargan Vito y Prieto, y para los dos hay palmas en abundancia.
De nuevo interviene Varelito, y, después de una buena faena de muleta, se quita la montera, la coloca detrás de sus pies para no ganar un palmo de terreno sin merecer nuestra protesta, y entra muy bien a matar para colocar una estocada atravesadilla, a la que sigue un pinchazo superior, después de unos pases de tirón.
Se enfada el trianero, junta los pies a un metro de los pitones de su enemigo, se deja ir detrás de la espá ejecuta con la más completa perfección los tres tiempos del volapié y sopla una estocada colosalísima por todos conceptos que mata al medio minuto. (Grandísima ovación, petición de oreja, vuelta al ruedo, saludo desde los medios y el delirio; todo, todo, merecidísimo).
Varelito es hoy el primero de los matadores de toros. ¡Paso a Varelito!».
Pepe Laña en La Tribuna:
«Tuvo Manuel Varé un detalle muy significativo y digno del apuntamiento, al perfilarse para el primer pinchazo. Como uno de aquellos estoqueadores que servían de modelos al lápiz del mudo Perea, el sevillano Varelito hubo entonces de quitarse la montera tranquilamente, y sin perder la alineación con el toro, colocándola en el suelo, detrás de sus mismas zapatillas, para que se viera cómo no la tropezaba al entrar a matar; que aquel famoso paso atrás del monstruo taurino de Córdoba, fundamento del título de un semanario cornigráfico, no cabe en su escuela de estoqueador concienzudo y valeroso, cuyo camino, a la hora de la verdad, según unos y del mayor dolor como apuntan otros, es hacia la fiera únicamente sin un retroceso ni una apoyatura que de alivio sirva para pasar el puñal fronterizo con más desahogo y rapidez.
Después de los dos pinchazos preliminares, aplaudidos, muy aplaudidos muy justamente por el público, Manuel cogió, al fin, la estocada de la tarde, como no podía menos de suceder. Adelantó el
pie izquierdo suavemente, con su clásico estilo, hizo el viaje hacia el morrillo, marchando en sleeping-car, y el estoque penetró despacio, centímetro a centímetro, hasta la roja guarnición. Se vio matar un toro con el aire y el compás oportunos, saliendo el diestro del peligroso trance limpio del polvo y paja, como dicen que salen los ángeles del cielo, cuando ensayan, quizá, la bonita y difícil suerte del volapié, con el acreditado berrendo del pundonoroso San Marees, divino patrón de la ganadería brava.
¡Se armó una de palmas en el circo!… Ante el triunfo de la estocada en toda su pureza, se olvidó allí el protocolo relativo a la concesión de desperdicios bovinos a los matadores, y aquí y allá flameaban pañuelos, pidiendo el cartílago auricular del Veragua para Varelito, que parecía reacio a dar la vuelta al redondel, no sabemos si atontolinado por la emoción del clamoroso éxito o ¡todavía! poco satisfecho de sí mismo».
Barbadillo en El Imparcial:
«El matador, tras intentar valiente y repetidamente iniciar la faena sobre la izquierda, en un pase a la antigua, sin trampa ni cartón, tuvo que ir a buscarlo en otra parte, y le dio uno ayudado por alto que fue de veras superior. A este siguieron uno natural; uno grande, de pecho, entrándose siempre en el mismo grado el nervio y la entereza de la res. Allí había toro; había un cornúpeto, con todo su poder, muy finamente armado, de los que no es cosa de juego estoquear. Con solo darle dos o tres pases más, tuvo Varelito cuadrado al enemigo y se tiró recto y despacio a herir; pero el acero, que entró hasta la mitad, cayó bastante atravesado, y hubo que repetir la acometida. Y entonces vimos un pinchazo magno, un pinchazo de aquellos que el maestrazo había ya dado el lunes anterior en la corrida de Beneficencia; los aplausos fueron tan grandes, tan unánimes y grandes como tenían que ser. Pero,
¡bah!, esto había sido un ensayo, un pálido anticipo, un leve e insignificante simulacro adelantado de lo que al punto se iba a ver.
Y lo que al punto se vio fue que el torero, perfilado en los tercios del 2, al hilo de las tablas, frente a mi mismo asiento, para que no me lo tuvieran que contar, juntó los pies a vara y media del cornúpeto; levantó y puso de puntillas el izquierdo; lo adelantó y resbaló despacio hacia la res; dejó ir detrás el cuerpo, suavemente, en línea recta hasta el mismo morrillo; torció la mano izquierda, al dar con ella en el hocico de la fiera, para guiar la embestida hacia un lado; avanzó el brazo armado, al tocar con la punta del acero las cerdas de los rubios, y del perfecto fácil y limpio cruce del hombre con el toro, quedó este tambaleándose, cayéndose, con el estoque clavado hasta el puño, y se desplomó inerte, mientras saludaba al concurso el matador.
Y todo ello no duró ni un segundo; todo este heroico mecanismo de los pies, de las manos, del cuerpo, del engaño, de la espada, preciso, peligroso, que aquí se tarda largo rato en describir, duró nada más que un momento matemático: el momento magnífico que necesita la admirable, perfecta, difícil, incomparable, suerte del volapié. Ya está dicho al principio: jamás habíamos visto practicarlo mejor.
La ovación fue frenética. Dio Varelito la vuelta a la plaza, salió al centro, volvió a ir por ella en triunfo cuando el toro salió, y estaban ya acabando de banderillear los peones al cornúpeto, y todavía seguían sonando los aplausos como una tempestad. ¿Hay que decir que pidió el público la oreja? No fue pedirla, fue rugir; fue llenar los tendidos del unánime y vivo mandato popular de los pañuelos blancos. El presidente no la quiso conceder. Le inspiraría la negativa el asesor. ¡Pobre asesor!».
Tal fue la hazaña de Manuel en Madrid el 11 de abril de 1920, relatada por los primates de la crítica cortesana.
La temporada de 1921, en la que nos hallamos, tampoco ha carecido de triunfos y espinas para Varelito, que, para sostenerse en la altura que ha escalado, necesita poner a prueba un día y otro su temple excepcional y su entusiasmo sin límites.
Hagamos ahora una estadística de las corridas toreadas y toros estoqueados desde que tomó la alternativa, para dar por acabado este capítulo:
En 1921, hasta el 2 de junio, llevaba Manuel toreadas 15 corridas, con 30 toros estoqueados, cuatro orejas cortadas y sufridos dos percances.
Lo dicho: el camino de Varelito no está completamente sembrando de rosas; tiene sus espinas.
Acabamos de ver que Varelito es mucha gente en el momento supremo, y habíamos dicho al principio que en posesión de un tranquillo que en estos menesteres hace el oficio de estilo propio, es justo, por lo tanto, que su nombre figure en la primera fila como matador de toros.
Antes de juzgar a Manuel como torero digamos dos palabras de lo que hemos venido llamando tranquillo, con lo que queremos significar
el ardid, la traza, la maña con que el ejecutante, en ocasiones sin darse cuenta, es lo más frecuente, por un movimiento involuntario, hurta el cuerpo unas veces con un quiebro instintivo, otras con un cuarteo que no hay poder humano que impida, y las más con ciertos trucos técnicos que alejan el riesgo.
La manera de engendrar la suerte Varelito es de las más airosas y artísticas. En corto, por lo general, perfilado en el centro de las dos astas, la empuñadura del estoque a la altura del pecho, un poco inclinado el busto, avanza arrastrando la pierna izquierda, y hasta el momento de emparejar nada hay más leal; en ese momento, cuando ya el estoque ha empezado a penetrar, el cuerpo del matador gira sobre el pitón derecho, el brazo se alarga, y con ayuda del quiebro de muleta, que no suele meter en el hocico del toro, sino que queda más alta de lo mandado, y de la curvatura de la cintura, salva el fielato. Preciso es reconocer que Manuel empieza mejor, más lucido, el lance, que lo acaba.
Si los toros son dóciles y bravos, de la suerte sale airosísimo el matador; pero como en la mayoría de los casos no son los toros nobles y boyantes, y Varé no conoce los recursos, como no sea el de echarse fuera, si no emplea este, se suele encontrar con el percance porque, ¿habré de repetirlo?, matar a volapié, «recreándose, despacio, dejándose ver» solo es posible con muy contados toros, y aun de estos una mitad equivocando al diestro.
Pero su fama de matador de toros le obliga a serlo; en la suerte máxima le espera el público, y, ¡desgraciado de él si lo defraudara!
Como torero, está valiente con el capote, valiente con la muleta, y esa nota de valentía es la saliente que en su labor se puede apreciar. Torea, ciertamente, y habrá días que unos lances suyos con el capotillo, o unos cuantos muletazos entusiasmen a las gentes; pero siempre con vistas a la estocada… Torero sin ella quedaría relegado a un término muy secundario.
Mejores que él, como torero, no las catan; pero como él es mucha gente matando, mientras en eso mantenga su cartel con lo que torea, y siga, aprendiendo, tiene más que sobrado.
Hombre sano, entero, un tanto jacarandoso, se asemeja en algo a los toreros típicos de otros tiempos enamorados de su oficio y satisfechos con él, aunque continuarlo cueste no pocos sinsabores. Pasa por ser un buen muchacho; y las muchas simpatías con que cuenta lo comprueban.
MANUEL GARCÍA LÓPEZ MAERA
A M. Marius Batalla, entusiasta aficionado francés y notable escritor, con todo afecto, Uno al sesgo
IComo generalmente los hombres tenemos la manía de la clasificación, del encasillado, al hablar de Maera involuntariamente pensamos en ese grupo de toreros, tipo Sánchez Mejías, que de la noche a la mañana se improvisaron matadores, después de una larga y bien destacada actuación como banderilleros.
Y esto que hasta hace treinta o cuarenta años era lo corriente, nos parece ahora tan extraordinario que se nos antoja poco menos que un atentado al buen sentido, y consideramos como casos excepcionales los de Ignacio Sánchez Mejías, Maera, Paradas, etc. cuando en realidad nadie mejor preparado que ellos para aspirar a la categoría de espadas, jefes de cuadrilla.
Cierto que, en otros tiempos, los banderilleros con pretensiones de matadores, durante las prácticas en el oficio agregados a una cuadrilla,
con la frecuencia que las circunstancias permitían estoqueaban toros unas veces cedidos por sus maestros, otras en calidad de sobresalientes, algunas actuando en novilladas, y bastantes alternando con sus propios jefes, en corridas celebradas en plazas de segundo orden o bien sin alternar, despachando los últimos toros.
Así con Juan León alternó su banderillero Curro Cúchares; con Francisco Montes, su banderillero Joselito Redondo; con Curro Cúchares el Tato y Currito; con José y Manuel Carmena su hermano el Gordito; con este, Lagartijo; con Lagartijo, Guerrita, etc.; alternaron o mataron muchos toros cedidos por sus espadas, que viendo en ellos disposiciones para la suprema jerarquía les facilitaban el camino y estimulaban con esas pruebas prácticas.
No sucedía ya esto en la época de Sánchez Mejías y Maera; de Mazzantini a la fecha, los matadores de toros cada vez más lo fueron desde sus comienzos, y como, naturalmente, siempre resulta más halagador ser espada que banderillero, a la clase esta ha dado no poco contingente la de matadores fracasados en agraz, pues la primera intención en todo principiante que se ha visto con condiciones físicas y se ha creído con valor suficiente, ha sido manejar la espada y la muleta.
Hay que tener presente que esta nueva forma de hacerse matador no es otra que la que en un principio imperó, pues sin hablar de los Palomo, el Africano, Francisco Romero, y todos los primitivos, en una palabra, que no pudieron ir como banderilleros con nadie, de los que los siguieron son muchos de los que tampoco se puede hacer tal afirmación, pues está averiguado que Costillares tomó la alternativa o fue matador a los diecisiete años, que Pedro Romero él mismo dice que a esa edad también empezó a matar toros, que Curro Guillén no fue nunca subalterno, que Francisco Montes, el famosísimo Paquiro, tampoco; que don Rafael Pérez de Guzmán se estrenó como lidiador
estoqueando él solo ocho toros en Córdoba, su pueblo, el 23 de agosto de 1838; y como no es cosa de hacer un repaso de la historia, basta con los nombres citados. Decididamente Salomón acertó al afirmar que «nada hay nuevo debajo del sol».
Otra prueba de ello es que esa innovación que ahora pretenden introducir en el toreo algunos estimados cofrades por iniciativa del popular e ingenioso Corinto y Oro, de suprimir la alternativa, no es más, en realidad, que un regreso a lo antiguo, pues la historia está llena de toreros que alternaron sin alternativa, que prescindieron de ella cuando bien les pareció, que la volvieron a hacer valer, y se pasaron temporadas enteras actuando como matadores en las novilladas o en las corridas de toros según el contrato que se les ofrecía; y eso tratándose de diestros como Cayetano Sanz y Manuel Domínguez, que fueron gente en el toreo.
Nada, que no hay manera de ser original y que no hay molde; que no esté ya ensayado, por lo que intentar la creación de nuevos es perder lastimosamente el tiempo; mucho más si se tiene en cuenta que todos han dado excelentes resultados y todos han fracasado, según quien haya sido el que los ha utilizado o las circunstancias en las que lo haya hecho.
Por lo que se refiere a Maera, que ya es hora de volver a él, este torero, al igual que Sánchez Mejías, ensayó los dos procedimientos, como más adelante se verá, pues ya desde un principio su intención fue ser matador, solo que fácil y buen banderillero, rápidamente revelado como peón de brega de primera categoría, colocado a su gusto casi enseguida, a Manuel, como a tantos otros hombres en sus respectivas carreras, le ocurrió que la facilidad, la comodidad, hasta el aplauso con que se ganaba la vida le hicieron avenirse con su situación y aceptarla tal vez como definitiva, por aquello de que «vale más pájaro en mano que ciento volando».
Pero vino el encumbramiento de Sánchez Mejías, hecho matador de toros en una temporada, a base de valor, de voluntad y de banderillas; y Maera, que se sintió no menos valeroso, no menos voluntarioso, ni menos banderillero que su émulo, aprovechó la coyuntura de una prolongada ausencia de su jefe, para hacer un ensayo del que salió airoso. No podía ser de otro modo.
Y es que, tanto Manuel como Ignacio, y perdone el lector que una tantas veces estos dos nombres, pues no encuentro manera de separarlos, tuvieron el acierto de dar en el clavo, ignoro si por un acto de reflexión, por intuición o porque a ello les llevara su temperamento; esto último me parece lo más dudoso.
Sea como fuere, diríase que uno y otro se dieron cuenta exacta de que a la edad en la que emprendían la lucha era imprescindible alcanzar la meta de un tirón; y conocedores de que el camino más corto es el de arrimarse al toro en todo momento y en toda ocasión, esa fue la nota que se preocuparon de dar y esa la que llegó enseguida a los públicos, acaso un poco fatigados, un poco hastiados, de toreritos muy finos, muy buenos, muy bonitos, pero que se pasaban todo un verano sin arrimarse, esperando que saliera el toro digno de ese honor.
El triunfo vino a darles la razón; el público se puso de su lado, porque el público se pondrá siempre de parte de los que no le regatean todo su buen deseo y toda su buena voluntad para agradarle, y más en un espectáculo como las corridas de toros en las que ese buen deseo y esa buena voluntad llevan en sí un aumento de riesgo y de exposición que nunca pasa inadvertido ni queda desagradecido por los aficionados.
Tanto no pasa inadvertido ni queda desagradecido, que para los que así proceden tiene tolerancias, tiene indulgencias en lo que respecta a otras manifestaciones de su arte en las que pueden notarse deficiencias, siempre y cuando sepan mantenerse en esa actitud de
modestia tan eficaz para el buen éxito de los hombres que precisan del concurso de los otros para alcanzarlo; porque el que da todo lo que puede, pero no da todo lo que debe, importa que no olvide que siempre queda en deuda, y si lo olvida y por olvidarlo se ensoberbece confundiendo la benevolencia de sus acreedores (el público en este caso) con la absoluta satisfacción y se cree saldado, o convertido a su vez en acreedor, corre el riesgo de provocar la severidad y con esta las exigencias, con grave perjuicio para él.
Al artista en relación directa con el público, en contacto con este, y más que ninguno al torero, le está vedado todo contacto de insumisión, toda gallardía que pueda confundirse con la soberbia, todo alarde de independencia en el que la suspicacia y la susceptibilidad vidriosa del monstruo quiera ver un irrespetuoso desafío. Aun dominando de momento la hostilidad y logrando con un rasgo de valor o de arte el aplauso de las multitudes, no conseguirá congraciarse con ellas quien no aparente colocarse por debajo de los que suponga sus méritos y demuestre aceptar como gracia lo que entienda que no pasa de justicia; pues, aun para aquellos cuyas aptitudes, conocimientos y recursos hacen más fácil el triunfo, creará dificultades una crítica minuciosa, mezquina a veces, espoleada por la antipatía que provoca toda apariencia de altanería.
Esto tal vez explique la razón por que, toreros un día mimados, elevados como la espuma, por las muchedumbres, al otro se hayan visto perseguidos por la inquina popular, haciendo más ahora que antes hacían; y es que si el humilde, si el modesto cautiva el corazón de las multitudes, el satisfecho, el orgulloso, el seguro de sí mismo concita la saña. ¿Quién no sabe esto? ¿Quién no ha tenido ocasión de observarlo? Diríase de aquellos, que no saben suprimir los arranques de soberbia, las jactancias, los ímpetus que tanto les perjudican; y no sería cierto. Lo saben como todos, lo han observado como todos, solo
que no se vence tan fácilmente el carácter ni se modifica a nuestra voluntad una manera de ser.
Lagartijo el grande, que además de todas sus extraordinarias cualidades tuvo la fortuna de poseer una impasibilidad seráfica y una expresión de rostro altamente simpática, sabía todo lo que esto vale, y como Frascuelo, por el contrario, impetuoso y de fisonomía dura, se rebelaba ante las censuras del público y no podía disimular el enojo hasta el extremo de replicar a sus censores, se cuenta que en cierta ocasión en la que Salvador, ayudado de Armilla y Pablo Herráiz, se revolvió contra una parte del público, Rafael se acercó a su compañero pausadamente y en voz baja le dijo:
—«¡Tú te va a perdé por la boca!».
Y dirá el lector: ¿todas estas historias y filosofías tienen algo que ver con Manuel García López, Maera?
Nada en absoluto, querido. Pero no sé si recordarás que antes se había dicho, o se había querido decir, que el público fue indulgente con deficiencias de Ignacio y de Manuel, teniendo en cuenta todo lo que de buen deseo y voluntad de agradar pusieron estos toreros; y como ocurrió que con el primero de ellos esa indulgencia se trocó bien pronto en una severidad meticulosa y en unas exigencias tal vez exageradas… ¡velay!
Si algo de todo esto puede convenir a Maera, es para prevenirle y desearle que su buena fortuna le preserve de toda infatuación y todo engreimiento, para que su carrera se deslice con los menos obstáculos posibles, pues ya son bastantes los que ella en sí tiene, para que el propio interesado los aumente.
Y como de divagaciones, que dudo mucho que al lector le hayan parecido amenas, ya basta, aquí las doy por terminadas, para entrar de lleno en materia, empezando por los datos biográficos de Manuel García, Maera
Ignoramos la fecha exacta de su nacimiento, solo sabemos que fue en 1896, en Sevilla. Aficionadillo de chico al toreo, como todos los muchachos por aquellas tierras, y mucho más entonces en la que el fútbol no había venido todavía a compartir con los toros la predilección de la chiquillería por los ejercicios violentos, tan útiles y necesarios a esa edad, Manuel, como tanto otros, acabó por hacer del juego una profesión: en una palabra, quiso ser torero, y después de probarse como tal tantas veces como le fue posible, en tientas y funciones pueblerinas, logró su deseo de vestir el traje de luces por primera vez en Mérida en una novillada económica, figurando como banderillero en la cuadrilla de Manuel Álvarez, el Andaluz , el año 1913. Todo aquel año siguió actuando por los pueblos, haciendo grandes progresos como banderillero, pues de día en día se notaban en él más condiciones de arte y dominio con los palos.
En Sevilla hizo su presentación como rehiletero el 9 de mayo de 1915, agregado a la cuadrilla de Rafael Toboso, que en ese día también se daba a conocer como matador novillero ante los sevillanos.
Pareó Maera de pareja con el Rolo Chico, y al decir de Onarres sobresalió un par de aquel. Los novillos eran de Gallardo.
En otras novilladas siguió dando la nota de excelente banderillero, hasta que en la corrida celebrada en la noche del 18 de julio del mismo año se decidió a presentarse como matador, alternando con Rafael Navarro, Onubia , García Llanes y Moret, en la lidia de ocho novillos de Gallardo.
El mismo Onarres da cuenta así de las faenas del novel matador:
«Cuarto. —Maera torea de capa movido, pero valiente y con deseos… Coloca un par desigual y otro asombroso. Con la
muleta demuestra buen estilo, pero para poco. No obstante, se le aplauden unos buenos pases. Despacha al enemigo de una estocada perpendicular y media delantera».
«Octavo. —Maera ejecuta faenas con el capote que se ovacionan justamente… Da varios pases con ambas manos y un par de ellos de rodillas que se aplauden mucho. Despacha a la res de un pinchazo y una estocada muy trasera y de cuatro intentos de descabello. Sale en hombros por la Puerta del Príncipe».
El 1 de agosto, en otra nocturna, volvió a actuar, alternando con Calvache y Florentino Ballesteros, que hacía su presentación en Sevilla. En esa corrida hubo de matarle un toro (de J. A. Martín, como los otros cinco) a Calvache; pero su verdadero triunfo fue con el capotillo, compitiendo en quites con Ballesteros y pareando al segundo, en lo que se ganó una gran ovación y música.
Aún toreó aquella temporada como espada novillero alguna otra corrida. La última que tengo anotada es la del 9 de septiembre con García Bejaraño en Torreperojil.
Al año siguiente ingresó en la cuadrilla de Juan Belmonte como banderillero y nada tardó en destacarse como peón notabilísimo el que ya se sabía que era rehiletero formidable.
Cuando en 1918 contrajo Juan matrimonio en Lima y por América permaneció varios meses, Maera, que con el resto de la cuadrilla había regresado a España al comenzar el mes de junio, no quiso aceptar los ofrecimientos de algunos matadores para que ingresase en sus cuadrillas, y de nuevo pensó en ser espada, reanudando su carrera como tal en la plaza de Sevilla (Maestranza) el día 30 de dicho mes, alternando con García Reyes y Manuel Belmonte. Los novillos fueron de don Félix Suárez.
Tres novilladas seguidas más toreó en la misma plaza, sufriendo en la última una cornada en la ingle de bastante importancia; pero
restablecido continuó estoqueando en varias plazas de la provincia, como Cantillana y Cazalla de la Sierra, hasta que una pulmonía vino a interrumpir nuevamente su carrera como matador. Cuando en octubre de dicho año, ya bueno, quiso probar sus fuerzas, un novillo en la plaza de la escuela taurina de Santiponce le infirió una herida de consideración en la pierna derecha y durante dos meses hubo de guardar cama.
En diciembre, el día 26, mató dos novillos de Sotomayor alternando con Guerrita.
En 1919 se incorporó nuevamente a la cuadrilla de Juan Belmonte, no obstante lo cual se presentó como espada novillero en Madrid, el 14 de marzo de 1920, alternando con Carnicerito y Casielles. Con Belmonte permaneció hasta mediada la temporada de 1921, en la que, aprovechando la circunstancia de estar herido su jefe, se contrató para estoquear una corrida en Huelva, el 8 de mayo, alternando con Andaluz y Bogotá, novillos de Surga.
En esta etapa su campaña como novillero fue, además de la corrida de la que se acaba de hacer mención, otra en Huelva, dos en El Puerto de Santa María, tres en Madrid, y una en Zaragoza, Sevilla, La Línea, Sanlúcar de Barrameda y Barcelona.
Sus éxitos repetidos le decidieron a tomar la alternativa el 28 de agosto en El Puerto de Santa María. Rafael el Gallo le cedió el primer toro de la corrida, llamado Peinador y perteneciente a la ganadería de los hermanos Gallardo, de los Barrios, antes Salas. El otro espada fue Bernardo Muñoz, Carnicerito. Fue esta corrida a beneficio de la Cruz Roja, y en ella alcanzó Maera un triunfo resonante.
De él dijo el revistero de El Liberal de Sevilla al hablar de esta corrida:
«La alternativa de Maera ha sido un éxito para este, éxito que hace esperar otros mayores del nuevo matador de toros, dada su juventud,
valor y demás excelentes condiciones taurinas que le adornan. Maera a poco esfuerzo que haga será como estoqueador figura de tanto relieve, como lo fue durante su brillante actuación en la cuadrilla de Belmonte».
En Madrid confirmó la alternativa el 15 de mayo de 1922, cediéndole Diego Mazquiarán, Fortuna, el toro Verdugo, de los herederos de don E. Hernández.
La impresión causada por Manuel ese día en Madrid fue excelente, pues no tan solo dio la nota de valor, sino que con el capote, muleta y espada demostró que podía ser «gente» como matador de toros.
Durante esta temporada en 1922 en la que ajustó 58 corridas, toreó 49 y estoqueó 95 toros, tuvo tardes muy completas, de entre las cuales quiero destacar, por tener a la mano las revistas, una en El Puerto de Santa María, 27 de agosto, en la que alternó con Ignacio Sánchez Mejías en la lidia de seis toros de los hermanos Gallardo. Dicha revista se publicó en El Liberal de Sevilla y dice así:
UNA FAENA CUMBRE
«El diestro se dirige al toro, que está quedado, y a dos pasos de aquel, se arrodilla y lo desafía, avanzando hacia él en esta forma. El bicho retrocede y el espada avanza aún más y sacándose el pañuelo se lo arroja para que se le arranque, cosa que no consigue. El público, emocionado, se ha puesto de pie ante aquellos alardes de temeridad.
Pide Maera la montera a un banderillero y la arroja al bicho que, por fin, le acomete, dando de rodillas un enorme pase por alto; se revuelve rápidamente el toro, en el momento en el que el espada gira hincado de rodillas y da un asombroso pase de pecho. El público rompe en una ovación clamorosa, oyéndose vivas a Triana.
Ya de pie, da Maera otro pase de pecho tan soberbio como el anterior, y a este siguen otros altos en los que hay derroche de arte y
valor, estando el espada quieto y sacando en todos la muleta por el rabo. A la plaza cae una lluvia de sombreros y los gritos de entusiasmo y los aplausos son ensordecedores.
Continúa el espada su enorme faena con pases afarolados y de pecho, y al igualarle el bicho se mete a herir cerca y recto y cobra media estocada corta en las agujas que a los pocos momentos hace doblar al bicho. Al sacarle el estoque lo levanta Perdigón, y Maera coge la puntilla y acierta al primer golpe. Enorme ovación, las dos orejas y el rabo. El espada da la vuelta al ruedo en medio de una lluvia de sombreros y prendas de vestir. Un espectador le arroja un billete entero de la Lotería. Maera sale después a los medios para recoger la clamorosa ovación, que no cesa. El entusiasmo entre los aficionados es grandísimo. Ha sido una faena cumbre de las que perduran».
En ABC se publicó la otra revista o cosa así, firmada por el señor Corrochano, de la cual revista o lo que sea, dejando a un lado ese afán inmoderado de decir cosas sensacionales que caracterizan a dicho revistero impresionista, de un «impresionismo que ya lleva hecho a la plaza», entresaco estos párrafos:
«Un día de junio bajé de Xauen a Tetuán en el momento que unos amigos se iban a ver una corrida a la feria de Algeciras. Me animé. El viaje era rápido, aquí había una tregua en las operaciones y me fui a Algeciras. Salió un toro, salió un torero, se murió el toro, arrastraron al toro y al torero no. Salió otro toro, salió otro, torero también, arrastraron a este toro y tampoco arrastraron a este torero. Yo me preguntaba, viendo aquella manera de torear. ¿Pero he sido yo cronista de esto? Me parecía imposible que yo escribiera con tanto entusiasmo de espectáculo tan anodino. En esta duda estaba cuando empezó a torear Maera. ¡Qué alegría! Aquello era otra cosa; de eso es de lo que yo he sido cronista y seguiré siéndolo mientras haya un torero que lo haga. ¡De eso, sí! ¡Qué escuela tan pura de torero! Muy quieto, muy derecho, sin rigidez, muy
valiente, pasándose todo el toro muy cerca y muy bien toreado, y sin afectaciones ridículas y falsas, sin forzar la figura encogiendo la tripa, ni retorcer el pescuezo, ni juntar los pies bailarines cuando ha pasado la cabeza del toro. Todo muy verdad, entonando la alegría del toreo moderno con la emoción clásica. ¡Qué bien toreó de muleta! Fue una de las grandes faenas que me han quedado, como aquella de Joselito, como aquella de Belmonte, que a ellos hay que recurrir para comparar esta faena de Maera en Algeciras.
Le dio al toro hasta gracia, y mira que es difícil, con su estatura. Como estaría que siendo un excelente banderillero lo que peor hizo fue banderillear. Yo sabía que Maera estaba muy valiente, lo que no sabía es que era tan buen torero».
Al final de la temporada en España marchó a México a reanudar sus hazañas alcanzando un gran cartel no obstante la inquina que una parte de aquel público revela con los toreros españoles y que con Maera extremó.
Don Luis en su libro Toros y Toreros en 1922, al hablar del espada de Triana, se expresó así con su nobleza nunca desmentida.
«A fuer de sincero e imparcial he de confesar que sufrí una pequeña equivocación en mi anterior anuario al decir que era más el ruido que las nueces, pues la verdad es que las nueces han estado por encima del ruido…
Mejor o peor torero, y aparte de sus indiscutibles méritos de banderillero fácil, dominador y de recursos, Maera posee una cualidad sobresaliente que es la que le ha permitido triunfar en la mayor parte de las corridas en las que ha actuado: el valor. Y cuando un torero es valiente, lleva ya ganada la mitad de la partida, para lograr sus aspiraciones».
Otro estirón ha dado aún en la temporada de 1923, en la que ha sido el matador que más ha toreado, alcanzando la cifra de 64 corridas contratadas y 137 el número de toros estoqueados.
Como resumen de lo hecho por este diestro en dicho año, recojo aquí lo que The Times publicaba al dar su cuadro estadístico. He aquí lo que allí se leía:
«Hace un par de años era el rey de los banderilleros, y hoy…
Para saber quién es hoy este magno torero, basta con pasar la vista por el cuadro de las sesenta y tres corridas contratadas por el trianero en el año que fenece y recordar cómo comenzó su temporada en España… y cómo la termina. Desde Murcia a Córdoba, ha recorrido Maera toda la escala social taurina, realizando hazañas como las de Sevilla, como las de Valencia, como las de Almería, en las que el valor, un valor inmenso; el arte, un arte enorme, y el dominio de artista cumbre, le consagraron como preeminente figura de la torería. Ahí queda su labor, la labor de este maestro que torea parando y mata recibiendo, y de quien no es aventurado afirmar que en él tiene puestos sus ojos la afición como en el Redentor de la brava fiesta de los toros.
¡Ese es el torero a quien se quiso destrozar en México! ¡Inútil empeño! El arte y el valor inmensos de Manuel García, Maera, corazón de artista sublime y corazón de hombre, de torero macho, supieron imponerse, haciendo desprecio de la propia vida en cada lance majestuoso y soberbio, en cada par de banderillas, dominador, en cada faena brava y reposadísima y en las enormes estocadas cuyo secreto posee este inmenso matador de toros.
Así se impuso Maera luchando contra la hostilidad de la más formidable banda negra de la torería. Y así se impondrá siempre a quien cortarle el paso quiera: como se imponen los hombres, ¡como se imponen los toreros!».
Entre sus grandes faenas en 1923, son de recordar la realizada en Sevilla, en las corridas de Feria de Abril, con un toro de don Félix Suárez al que toreó colosalmente y mató recibiendo;
igualmente en la feria de Valencia puso su cartel a gran altura, compitiendo con los mejores.
Y hasta el presente, Maera no tiene más historia.
III
El lector que me conozca de trabajos anteriores sabe lo propenso que soy a enfrascarme en digresiones que tal vez a él se le antoje que me alejan del asunto en cuestión y que a mí me parece, en cambio, que me ayudan a establecer con más fundamento mis puntos de vista.
Al comenzar estas páginas se ha dicho que, siempre buscando la clasificación, el encasillado, la gente había dado en asimilar los casos de Ignacio Sánchez Mejías y Manuel García López, para suponer que era este un remedo de aquel, no tan solo por el hecho de haber seguido casi pasos idénticos en su carrera sino en lo que a su arte se refiere igualmente. Grosso modo , algo tiene de exacta la afirmación, pero tan pronto como se analicen a uno y otro artista las diferencias aparecen enseguida.
Muy semejantes en tipo, poco garbosos ambos, con serlo menos Maera, su toreo, su estilo de torear, es más fino, y para sacar partido de su valor no necesita como el otro forzar las suertes, para dar exclusivamente una sensación de valentía que impresione al espectador haciéndole olvidar deficiencias artísticas que en la ejecución natural y regular de esas suertes saltarían a la vista.
Los toreros que en un trance apurado recurren a eso que, en el moderno lenguaje, hemos dado en llamar trucos, han sido numerosos en la tauromaquia; pero justo es reconocer que algunos han conseguido más que Ignacio exponiendo menos, pues si truco hay o había en lo por aquel realizado, algunas de las veces ese truco no consistía en lo que entendemos por ventaja, con respecto al toro, sino con respecto al público a los efectos de distraer su
atención con un rasgo temerario para evitar un examen minucioso de la faena que llevaba a cabo.
A un valiente, a un pundonoroso, a un soberbio, a un ambicioso, en un momento determinado le es posible jugarse la vida: le basta con quererlo; para torear bien, en cambio, se necesita poseer un arte que no se alcanza con la voluntad únicamente.
En eso está la diferencia entre Maera y Sánchez Mejías, que, si en arrojo nada tienen que envidiarse uno a otro, en arte de torero el primero aventaja en mucho al segundo.
Maera conoce el toreo y sabe torear; Ignacio conoce el toreo y no sabe torear. De aquí que aquel haya toreado muchos toros como se torea, como siempre se ha toreado, y el otro sean escasísimas las faenas llevadas a cabo toreando como se debe, por lo cual, para destacarse, se ha visto precisado a recurrir unas veces a alardes de valor, otras de facultades, otras a picardías, que le evitasen el tener que torear, que era lo difícil para él.
Sánchez Mejías, con un toreo arbitrario, fundado en la máxima exposición, en el continuo hacer, manteniendo a la muchedumbre en un estado de nerviosidad, de angustia, de expectación, lograba escamotear las reglas establecidas del arte a las que él no podía sujetarse; Maera sabe y logra adaptarse a ellas y con más o menos elegancia, con más o menos finura, con más o menos gracia, los lances que él ejecuta son los que la práctica ha establecido y como los ha establecido.
No sé si he logrado establecer la diferencia que pretendía entre estos dos lidiadores, pero lo doy por conseguido sin insistir más en el parangón; solo quiero añadir, antes de acabar con Sánchez Mejías, que en ninguna de las observaciones que me he visto precisado a estampar aquí, para intentar la disociación de las dos figuras que el vulgo se empeña en confundir, hay la menor intención de empequeñecer la
del torero retirado, pues si bien me afirmo en que no lo fue en el sentido estricto de la palabra, supo suplir lo que de arte le faltaba con algo que rindió a los públicos, los sometió y los convenció; y eso no lo hace quien no lleva dentro un mérito extraordinario. La justicia exige que así lo reconozcamos.
El toreo de Maera se basa, desde luego, en el valor, en un valor sometido a una firme voluntad que lo administra serenamente, empleándolo en todas las ocasiones en la cantidad necesaria sin regatearlo ni hacer ostentosas dilapidaciones.
Consciente de que ha de pisar un terreno difícil, de que ha de exponer más que otro que ayudado por una figura airosa, por la gracia de su persona puede defenderse, Manuel se arrima de verdad, no rehúye los lances de más riesgo, sabiendo que cuando más cerca está del toro más artístico resulta lo que con él ejecute.
A los toreros de elevada estatura les está vedado distanciarse de sus enemigos si conocen todo el valor que tiene la plástica en ese arte secundario tan próximo pariente del baile; la arrogancia en la actitud es incompatible con la lejanía del toro, porque no hay que perder de vista que la belleza de la apostura siempre va unida, en esta ruda y cruel pantomima, a la idea del peligro desafiado, pues, si el peligro no existe, la guapeza se convierte en ridícula caricatura.
Yo creo que desde que la fotografía instantánea ha puesto en evidencia todo lo que de bello hay en un lance en que la figura erguida del lidiador se destaca graciosa y flexible, y por contra, toda la ridiculez de los encorvamientos y espatarramientos, el toreo ha evolucionado en ese sentido artístico que hoy es su mayor mérito. Los toreros, lo mismo que el público, se han dado cuenta, por la fotografía, de momentos que el ojo no podía coger, y eso ha sido el mayor estímulo para que se creara esa nueva forma de torear que los antiguos no pudieron soñar siquiera.
En los primeros años de la revista Sol y Sombra, y en ciertos álbumes se ven instantáneas de los comienzos de esa aplicación fotográfica, en las que Lagartijo, el Gallo, Guerrita, que tanto nos complacían por su arte y elegancia, dan una pobre idea de lo que por elegancia y arte teníamos en aquellos tiempos; a no ser que entonces los fotógrafos eligieran los peores momentos para tirar la placa.
Esa preocupación de la figura la siente Maera como todos sus contemporáneos, pero como sabe que él necesita de la cooperación de la valentía para componerla, si se estira y yergue es muy cerca de los pitones, por lo que lo mismo toreando de capa que de muleta consigue la emoción del espectador, prodigando el valor que realza su arte.
Con el capotillo ejecuta todo el repertorio que es en la actualidad corriente, desde el cambio de rodillas, a las verónicas, faroles y lances al costado. En quites, el doble y la media verónica son los que más emplea.
Banderillero notabilísimo, fácil, en todas las suertes y en todos los terrenos, el segundo tercio no tiene para él secretos. Con la muleta, conoce la eficacia y el adorno, y ha logrado éxitos rotundos con más de una faena.
Mata a volapié, decidido, sin que por un estilo depurado logre significarse; ha intentado la estocada recibiendo con buen éxito y seguramente insistirá en ello, pues resuelto a conquistarse las simpatías de la afición y a conservarlas, no es aventurado sostener que su entusiasmo y buen deseo le harán buscar todos los recursos que lo mantengan en el envidiable puesto que con su tesón y grandes aptitudes ha escalado.
Conocedor como pocos de la profesión a la que se dedica, formado junto a lidiadores de la magnitud de Joselito y Belmonte, muy enterado de los secretos de un arte cuyos principios ha ido adquiriendo por
sus pasos y sin saltos ni atropellos, si ese entusiasmo y la afición no decaen en este torero, hay en Maera un matador de toros de dura, porque su presencia en los carteles ha de verla siempre con buenos ojos la afición, que gusta de los diestros que unen a la valentía el conocimiento de lo que llevan entre manos, porque sabe lo que de sí llegan a dar estos cuando la ocasión se presenta.
Por estas cualidades, por su modestia, por su simpatía, Maera tiene un puesto bien definido entre los primates de la torería, interesa a los públicos y en su mano está, si la suerte no le vuelve la espalda, no tan solo mantenerse en su actual categoría, sino ascender aún más, que para ello tiene condiciones.
Esto es lo que del diestro trianero pienso hoy día de la fecha, y mucho sentiría tener que rectificar.
FIN
Abril, 1924.
VICTORIANO ROGER Y SERRANO VALENCIA II
A Alfred Degehil, notable aficionado y muy buen amigo. El autor I
Nos hallamos en presencia de un matador de toros que torea muy poco, o casi nada, con la mano izquierda y que, por lo tanto, al decir de los clásicos, no debiera merecer atención alguna de los aficionados; y, sin embargo, lo que son las cosas, entre la afición goza de un cartel preeminente y su papel se cotiza a los más altos precios.
Y es que torear con la mano izquierda es una cosa excelente, sobre todo cuando se torea bien, y nadie más partidario que yo de ese toreo; pero hay algo que es más excelente todavía, y es torear a gusto del que paga, y el que paga recibe gusto cuando en el toreo ve arte, encuentra emoción y nota algo en el diestro que lo separa de lo corriente, en una palabra, cuando descubre en él personalidad, tanto mejor cuanto más destacada.
En eso, y en nada más que en eso, estriba el secreto de haberse encaramado este Victoriano Roger a las alturas del escalafón, sin torear con la izquierda… como mandan los sobados cánones.
Un valor muy grande derrochado de un modo muy personal, con un arte muy personal estaría mejor dicho, que da a sus lances un sello inconfundible, a sus parones un carácter peculiar, exclusivo, propio, hacen de él un torero que se sale de lo corriente y ordinario, y eso le basta, no necesita más, para justificar su puesto elevadísimo en la torería actual.
Conste que al decir «eso le basta» no hago más que afirmar un hecho, y en modo alguno que yo le exima de otras obligaciones, porque, no hay que coger el rábano por las hojas, al defender yo, ahora y antes, el toreo de muleta con la derecha, no he pensado nunca en posponer y menos en denigrar el toreo con la izquierda; lo que hago es reconocer también a aquel su mérito y reírme cuando los clásicos dicen que solo con la zurda se puede torear, lo mismo que cuando afirman, con una seguridad cien veces cómica, que no son pases naturales los que con la de cobrar se dan. Dijeran que el natural por bajo con la izquierda es el natural por antonomasia y que tiene más mérito que el que se da con la derecha, y nada tendríamos que oponer, pero que le nieguen el calificativo de natural es una demostración de lo que puede la rutina cuando va aliada a la pereza mental y a la ignorancia.
Los pases de muleta en su origen eran dos: el natural y el de pecho. El natural, con la izquierda o con la derecha, por bajo o por alto, es aquel en el que se le presenta al toro la muleta en la forma natural o regular, esto es, por la parte anterior o anverso, mientras que para el de pecho se le ofrece por la posterior o reverso. No había más pases, ni se les daba otros nombres que esos dos, en los tiempos del toreo clásico.
¿Se quiere una autoridad? Creo que es indiscutible la de Francisco Montes, Paquiro. Pues bien, en su Tauromaquia completa, o sea, el Arte de torear en plaza, tanto a pie como a caballo, en la página 156, de la primera edición, Madrid, Imprenta de D. José María Repullés, 1836, se lee:
«Para pasar al toro con la muleta se sitúa el diestro como para la suerte de capa, esto es, en la rectitud de él, y teniendo aquella con la mano izquierda y hacia el terreno de afuera: en esta situación lo citará, guardará la proporción de las distancias con arreglo a las piernas que le advierta, lo dejará que llegue a jurisdicción y que tome el engaño, en cuyo momento le cargará la suerte y le dará el remate por alto o por bajo… etc.».
Quedamos, pues, en que hay pases naturales o regulares por alto.
«A este modo de jugar la muleta se llama pase regular, para distinguirlo del de pecho que es aquel que es preciso dar enseguida del pase regular cuando el toro se presenta en suerte y el diestro no juzga oportuno armarse a la muerte. Digo que es preciso dar entonces el pase de pecho porque el salirse de la suerte y buscar otra vez proporción para el pase regular es deslucido, pues da idea de miedo o de poca destreza, y el cambiar la muleta a la mano de la espada para que estando en el terreno de afuera dar el pase regular, aun cuando no es mal visto no es tan airoso».
En resumen: en 1836, hace 89 años, Paquiro admitía el pase regular dado con la mano de la espada y asimismo que ese pase se podía rematar por alto o por bajo. ¿Qué contestan a esto los clásicos, que suponen una baladronada modernista lo del pase natural con la derecha?
Si el espacio no me faltara, es decir, si el que tengo, pero he de dedicar al torero que es objeto de estas cuartillas, pudiera emplearlo en disquisiciones a que mi gusto me lleva, ocasión sería esta de sacar otras enseñanzas de la cita que acabo de transcribir, y poner de relieve lo que era el natural clásico y lo que le diferencia del actual, y el papel que entonces desempeñaba la muleta y que ahora desempeña; pero no es posible y he de conformarme con decir que tal cambio ha sufrido la técnica en la tauromaquia que
resulta verdaderamente absurdo que se quieran hacer prevalecer principios, que bien olvidados están, con el solo objeto de denostar el toreo moderno a cien codos por encima del antiguo.
Cuarenta y tres años de revistero de toros creo que me dan alguna autoridad para hacer la afirmación de que con Joselito y Belmonte ha llegado la tauromaquia a una altura que no pudieron soñar, de Pedro Romero a Lagartijo, ninguno de los grandes toreros que en ese largo período brillaron.
Es que el toro… este torito de ahora… ¿Es al torito de ahora al que debemos el que el toreo haya evolucionado por los derroteros que le han conducido a ese momento cumbre que es la época de Joselito y Belmonte, de la substancia de los cuales sigue aún viviendo la fiesta?
Pues si es ese torito, ¡viva el torito de ahora! y bien desaparecido está el toraco de las no sé cuántas arrobas, y de los no sé cuántos metros de pitones, con que la imaginación calenturienta de unos señores que ante todo proclamaron la seriedad de las corridas y las quieren ejercicio de machos, sueñan, sin duda porque para machos nada les parece mejor que mulos y por los mulos suspiran.
Lo único que hay de verdad en todo esto es que el toro actual, generalmente, es más fino y bravo debido a la selección que han venido haciendo los criadores… Pero de eso queda mucho por decir y no es esta la oportunidad de hacerlo. Ya se presentará y con textos en la mano probaré todo lo que aquí no hago más que apuntar.
No trato de convencer ni con lo que haga entonces ni con lo que digo ahora a los que, aferrados a sus ideales, se duelen de que hoy sea la fiesta española un espectáculo al que acude el público con la intención de divertirse y cuando lo logra le importa poco si es con lances clásicos, románticos… o dadaístas; me dirijo al lector en general, que sin prejuicios asiste a las corridas y cuando Valencia II le emociona con una faena de muleta, no se agua el vino gustoso
que está saboreando, para gritar, atendiendo a sugestiones de los CLASICISTAS: «¡Con la izquierda!». A esos me dirijo y para ellos escribo, aunque no pierda la oportunidad de hacer resaltar la… ¿cómo lo diré sin molestarlos?… la… inconsecuencia… la incongruencia… la… en fin… lo que sea de los otros1 .
1. Escrito esto, y mi estimado colega y amigo Don Ventura está ahí y no me dejará mentir, leo en El Eco Taurino un artículo, en el que con tono doctoral y categórico se niega la existencia del pase natural con la derecha.
No sé quién es el autor de semejante majadería, solo sé que se trata de un señor que no sabe lo que se dice. Probado queda que Montes el año 1836 habla de ese pase; el buen sentido dice que siempre que se ha escrito: «un pase con la derecha», al pase natural con esa mano se ha referido el escritor, haciendo uso de una elipsis que es frecuentísima en nuestra habla. Todo el mundo pide «un café», «un limón», y no hay camarero que no entienda «una taza de café» y «un vaso de limón». La única excusa que tiene el autor del artículo es la autoridad en la que se ampara: ¡don Eduardo Rebollo!
Podrá discutirse el mérito del pase natural con la derecha en nombre de un clasicismo (!!!) que tiene la gracia por arrobas, pero que ese pase existe, como existe el natural por alto y el natural por alto con la derecha, eso solo lo puede negar un discípulo de El Tío Campanita, el cual fue sin duda un aficionado muy entendido, pero que distó mucho de ser un mediano escritor y conocer el buen empleo de los términos técnicos, contribuyendo no poco a la algarabía que en el vocabulario taurómaco se ha ido introduciendo por el afán de inventar caprichosamente lo que por falta de lectura les es desconocido.
¿No asegura crítico de tanto tronío como Corinto y Oro que «el terreno del toro es desde el tercio a los medios»? ¿Puede ignorar cosa tan rudimentaria, como es esa de los terrenos del toro y el torero, un señor que ejerce la profesión de revistero taurómaco en un gran diario de Madrid? Pues sí, lo puede y en nada le perjudica. Y hasta probablemente, si alguien le replicara que el terreno del toro es el que se extiende de donde el animal está a los medios, y el del torero desde donde este se encuentra hasta la barrera, no le faltarían sofismas para probar que su dicho era lo exacto.
En el mismo libro donde esto he leído, Charlas Taurinas, afirma también el notable revistero que cambio y quiebro en banderillas son una misma cosa, esto después de asegurar que ha leído a Montes (que ni habla ni puede hablar de las banderillas al quiebro) y a Sánchez de Neira. Para afirmar la igualdad del cambio y el quiebro, se funda el querido amigo en el que él ha visto, ¡Dios le conserve la vista! que al banderillear en una u otra forma el torero señala al toro la salida por un lado y se la da por otro. Si realmente hubiera visto esto Corinto y Oro, serían banderillas al cambio, pero como no ha visto nunca, NUNCA, ni él ni nadie, semejante cosa, sino darle a la res la salida por el mismo lado que se le señala, de ahí que sean banderillas al quiebro y no al cambio. Para ejecutar el cambio se necesita un engaño, capote o muleta, y no hay forma de darlo a cuerpo limpio ni con banderillas.
Si Valencia II toreara de muleta más con la izquierda, y así como con frecuencia da el pase natural por alto con esa mano, intercalara otros por bajo siempre que tuviera ocasión, mejor sería, sería mucho mejor, porque en alternar ambas manos hay una gran ventaja, por la variedad que se le da a la faena, y hasta por razones de conveniencia para el diestro que, aunque a él solo incumben, da mejor idea de su arte, y aquí empleo la palabra arte en su genuina acepción de técnica; pero de que un torero se acomode más bien a muletear con la derecha, si con ella produce la emoción que el artista se propone, habrá conseguido todas las finalidades, pues la intrascendencia de este bello ejercicio que es la tauromaquia hace que todo empiece y acabe en una impresión momentánea, inconsistente, que no tiene luego ni mañana, ni aun siquiera en el recuerdo que la imaginación se encarga de deformar bien pronto, agrandándolo o achicándolo según obren sobre ella nuestras exaltaciones o nuestras depresiones.
Técnicamente, y para los técnicos, una suerte tendrá un valor determinado, pero solo para los técnicos o los que se pongan al nivel de tales, y para ellos dicha suerte es, desde el punto de vista del oficio, trascendente; pero la masa de espectadores juzgará por la impresión que le produce y nada más, y un lance en el que haya mayor exposición y de ella salga airoso el diestro, cuanto más airoso mejor, adquirirá un ¡Pero si fuera eso solo! No hace mucho don Gregorio Corrachano, o sea, la vulgaridad hecha literatura, tirando de erudición, a propósito de haberse presentado Sánchez Mejías en la plaza de Sevilla a banderillear un toro, evocaba nada menos que al Cid Campeador, cuando —según un romance de don Nicolás F. Moratín, según ese romance nada más—, se presentó en la PLAZA MAYOR DE MADRID a lancear un toro, es de suponer que con gran asombro de Felipe III que, de bronce y todo, debió estremecerse ante la osadía de aquel jinete que se atrevía a competir con él en semejante recinto… ¡cinco siglos antes de haber sido edificado!
Yo no creo que haya necesidad de estudiar tauromaquia, ni siquiera historia, ni siquiera nada, aunque solo sea porque, como dijo Salomón, el que acumula ciencia acumula trabajo; pero empeñarse en saber cosas sin haberlas estudiado me parece insigne insensatez, aun tratándose de sienes de inteligencia e ingenio desmesurados.
mérito extraordinario, tanto más extraordinario cuanta mayor haya sido la angustia que el riesgo corrido le haya causado, y por lo tanto mayor sea la satisfacción que experimente al verse libre de ella. A eso queda reducido todo el espectáculo; esa emoción, esa angustia, y esa liberación es lo que en el espectáculo buscan con avidez los aficionados, en el sentido estricto de la palabra. Todo lo demás son zarandajas… que los otros aficionados, los buenos aficionados cultivan, con grave perjuicio de su deleite y diversión, confundiendo sus intereses con los del profesional y empeñándose en ver con ojos de profesional lo que para ellos tiene un aspecto muy diferente.
¿Emociona, angustia, y nos libera luego, con un remate feliz y airoso, de esa impresión, una faena de muleta de Victoriano Roger, aunque solo haya empleado muy parcamente la mano izquierda? ¿Sí? Pues ha cumplido entonces con su deber de artista taurómaco. Y porque cumple con él, de ahí su fama, de ahí su renombre, de ahí que sea entre los actuales uno de los toreros favoritos de los públicos.
Y a esa conclusión queríamos llegar, y hemos llegado, aunque haya sido por sendas y vericuetos que un cierto interés me ha hecho recorrer, guiado por ese afán que me domina de que el buen sentido prevalezca. Ahora entremos en materia. II
Victoriano Roger y Serrano nació en Madrid el 18 de diciembre de 1898. Hijo de valenciano, de aquel que fue notable banderillero de la cuadrilla de Manuel García, Espartero, y se llamó José Roger, Valencia, de su padre heredó la sangre torera y el apodo, que comparte con su hermano Pepe, el excelente matador de toros actual.
Nacido y criado en un ambiente taurino, no es que en él se desarrollara la afición por esas circunstancias, sino que en ser lidiador de reses bravas debió pensar desde que la idea de su futuro destino
pasara por su mente. Entre las perspectivas reducidas que el porvenir le ofreciera, ninguna podía halagarle tanto ni ninguna le podía parecer más adecuada para él.
Como para seguir esta profesión los aprendizajes son varios, Valencia II no siguió el de las capeas y tentaderos, que tantos autores preconizan, y como Saleri, Juan Sal, Fausto Barajas, Ignacio Sánchez Mejías, Gil Tovar y quién sabe algunos más, se inició en la tauromaquia como monosabio o mozo de plaza, en la de Madrid, donde permaneció desempeñando ese oficio durante ocho años, desde los doce a los veinte.
En ese interregno, siendo todavía un chavalillo, en una becerrada matinal a beneficio de los panaderos, celebrada en la plaza de Madrid, se echó al ruedo, toreó y mató con extrema valentía, pero un becerro vengador de su difunto hermano lo entrampilló y le produjo una herida en la ingle, bautismo de sangre de este torero y primera herida de una serie de catorce que hacen de su cuerpo un muestrario de zurcidos.
Ya el año de 1916, vistió el traje de luces para torear en la plaza de Vista Alegre, de Carabanchel, alternando con Paquito Torres y Juan Luis de la Rosa. Fue esto el 15 de mayo. Otra corrida toreó seguidamente en la misma plaza, alternando con Vicente Pastor II.
El 31 de diciembre de ese año, en una de las corridas invernales organizadas por una empresa subarrendataria formada por los señores Rodríguez y Argomániz, este último el actual apoderado de Victoriano, se presentó este en la plaza de toros de Madrid, para matar un novillo de don Félix Sanz, alternando con Madriles, Faroles y Mora, y todo lo que Valencia II pudo demostrar esta tarde, según el Maestro Banderilla, fue «más maneras que los otros» compañeros.
Indudablemente el muchacho no estaba todavía en condiciones por entonces para torear en Madrid y así lo comprendió él, que quiso ponerse en fiestas de menos compromiso.
El año 1917 rodó durante tres meses por los pueblos y estas han sido las únicas capeas en las que ha tomado parte. En Zarza la Mayor (Cáceres) ese mismo año figuró como sobresaliente de su hermano Pepe que había de matar dos novillos caída tarde —pues eran dos las fiestas— y uno el sobresaliente; pero este, el primer día, anduvo tan prudente durante toda la corrida que el público acabó por darse cuenta de su pasividad y empezó a meterse con él con la mayor dureza. Todo inútil. Victoriano no se dio por aludido y tuvo Pepe que cargar con el novillo que a su hermano le tocaba estoquear.
Acabó la corrida, llegaron a la posada y cuando la cuadrilla se presentó en el comedor a despachar una abundante y sabrosa cena, ya el joven sobresaliente, a quien las emociones de la tarde no habían hecho más que abrir de par en par el apetito, se hallaba sentado en la mesa esperando que su hermano llegase para portarse como bueno en la lidia de unos suculentos pollos con tomate, ya que en la de los novillos no lo había hecho.
¡Más hubiera valido que no esperara a Pepe! Llegar este, encararse con Victoriano y exclamar lleno de indignación:
—¿Qué haces ahí? ¡Los que se visten de torero y no se arriman no pueden comer con los toreros de verdad! ¡Vete a la cama sin cenar!
Y a la cama se fue el buen Victoriano, hambriento y abochornado, y pensando atrocidades para el día siguiente.
Pero al día siguiente, el alcalde se oponía a que el sobresaliente, que tan poco había sobresalido en la fiesta anterior, se presentase en la plaza, pues el público estaba muy irritado con él.
Las súplicas de Valencia II y sus promesas de que se desquitaría, así como las de Valencia I, de que él supliría, en todo caso, las deficiencias de su hermano ablandaron a la autoridad municipal, y Victoriano se vistió de torero.
¡Y se ganó la cena! ¡Vaya que se la ganó! ¡Y con todos los honores! Tantas cosas les hizo a los novillos, tan valiente estuvo, que a pesar de haber pinchado al que le tocó matar una docena de veces con su correspondiente docena de volteretas, en hombros lo llevaron a la posada los que el día anterior lo querían matar.
Y muy digno el hombre, así que estuvo en su cuarto, se desnudó y se metió en la cama, y cuando fueron a avisarle que bajara a cenar, hizo saber al emisario que, si su hermano no iba por él, no cenaba aquella noche tampoco.
Pepe, presidiendo a la cuadrilla, tuvo que personarse en el cuarto de Victoriano, que en previsión de este desenlace se había vestido, y en volandas al son de una marcha, lo condujeron triunfante al comedor.
Esto tal vez haría pensar al joven torero que, decididamente, para comer en el oficio a que se había metido era preciso arrimarse. ¡Y por fortuna para él, todavía no lo ha olvidado!
En 1918 toreó tres novilladas en Tetuán de las Victorias, se presentó en la plaza de Zaragoza y actuó en algunas otras, empezando a destacarse su figura como novillero.
De nuevo reapareció en la plaza de Madrid el 6 de abril de 1919 para estoquear dos novillos de la Vda. de Soler, alternando con Carnicerito y Ernesto Pastor. En general gustó el que podía considerarse como debutante y se le apreciaron cosas de buen torero, especialmente con la muleta.
El 4 de mayo se presentó en Barcelona, con su hermano Pepe y Manolo Gracia, para matar novillos de Benjumea.
Los toros fueron mansos, pero el muchacho, al decir de mi amigo Franqueza, demostró que «maneja bien el capote y la muleta, y está lleno de buena voluntad».
En Madrid, no obstante la actitud de una parte del público que no le perdonaba al novillero movimiento mal hecho, fue sin duda el que
más toreó aquella temporada y en las dos siguientes, como asimismo en las principales plazas de España, en todas las cuales consolidó un gran cartel por su valor seco y su arte personalísimo.
En 1919 toreó 25 novilladas; en 1920, 27; en 1921, 14, hasta la alternativa. Al terminar su campana novilleril, dijo cierto crítico ocupándose de ella:
«Es uno de los artistas que han logrado sumar mayor número de amigos, como igualmente de enemigos. Se le ha discutido mucho y se le discutirá más. Es un torero que puede colocarse.
Como novillero no ha toreado lo que debió torear dados sus méritos. Mereció mejor acomodo por parte de las empresas. Quizás haya obedecido a flaquezas y debilidades de carácter o a faltas de buena administración al uso moderno. En Madrid se ha exhibido mucho y en provincias poco».
Otros, al hacer esta misma observación, lo atribuyeron todo al carácter del diestro. De eso hablaremos luego. Aquí solo dejamos consignado que es unánime la opinión de que Victoriano Valencia debió haber toreado más de novillero por reunir méritos sobrados para ello.
Y con esa aureola llegó a la alternativa. Fue esta en la plaza de Madrid, el 18 de septiembre de 1921. El malogrado Manuel Granero le cedió el primer toro de Darnaude (antes Gregorio Campos), llamado Cigarrito, número 3, negro zaino, de buen tipo, al que mató de dos pinchazos entrando recto y bien y media superior, todo lo cual fue premiado con ovación y vuelta al ruedo. En el sexto, al que había pinchado bien, no tuvo suerte en el descabello, y fue avisado. El tercer espada en esta corrida fue Joseíto de Málaga.
La temporada de 1921 la terminó con tres corridas de toros. En 1922 toreó 30 corridas y mató 62 toros, y de su campaña en este año se lee en Toros y Toreros en 1922:
«Formidable ha sido el avance que ha dado durante la temporada de 1922 este lidiador madrileño, cuyo nombre ocupará seguramente uno de los primeros lugares entre los que más toreen el próximo año.
Habiendo logrado enmendarse no poco en su especial manera de ser, que tan perjudicial le era, los públicos han empezado a prescindir de sus simpatías o antipatías al juzgar la meritísima labor de Valencia II, a quien ha visto progresar de un modo extraordinario en la ejecución de varias suertes del toreo, especialmente en las de capa. Hoy, en efecto, Valencia II es uno de los toreros que con más arte y mayor valentía ejecutan la verónica, no siendo de los que han necesitado caer en afectaciones de estilo para exagerar la nota de emoción.
Quizás haya perdido algo con la muleta, debido en gran parte a su afán de matar pronto, que le impide aprovechar bien las condiciones de los toros buenos que le corresponden. Con la espada, y no por falta de decisión, está peor; pero no le será difícil llegar a dominar lo que ahora no le resulta fácil.
Con su valor a prueba, con su afición, con sus enormes deseos de ser torero, y ya en camino del corregirse totalmente de ciertos defectos personales que le hacían aparecer como un tipo que se moviera siempre a impulsos de un orgullo de que realmente carece, Valencia II será probablemente, si circunstancias imprevistas no se oponen a ello, torero de medio centenar de corridas a media docena de miles de pesetas cada una. Y se me antoja que todavía me quedo demasiado corto…». Así hablaba Luis Uriarte de la campana de Victoriano Roger en el año que nos ocupa.
Su actuación en Sevilla por la Feria de San Miguel y en las plazas del norte durante el verano hicieron subir su cartel desmesuradamente.
De ello es reflejo lo que al acabar la temporada decía Eco Taurino.
Helo aquí:
«Cuando Victoriano fue a torear a Sevilla por la Feria de San Miguel, su padre, el señor Pepe Valencia, el torero de recio estilo y maestro de maestros, le decía, a modo de consejo:
—Hijo mío, Dios quiera que los toros te embistan recto…
Y el mozo, también de recio temple, conociendo la buena intención de la despedida, le contestaba con la firme resolución del convencido:
—Padre, si no embisten, embestiré yo.
Y en efecto, en aquella feria, los toros, de puro mansos, apenas embestían. En cambio, el torero, de puro bravo, se fue para ellos con un denuedo y una decisión formidables. El mismo Quinito, admirado de tanta gentileza, hubo de decirle al terminar la segunda de feria:
—Mira, niño, que los toros te han roto las dos tardes el vestido.
A lo cual le replicó con entereza Victoriano, sin darle ocasión a poner el comentario:
—No importa. Me he traído otro terno para que me lo rompan mañana.
Había ido a eso. A arrimarse, embistieran o no embistieran los toros, como había prometido a su señor padre. Y ahí está el cartel que dejó en Sevilla este torero de Madrid y ahí quedó esa muestra de valor que puso en tensión a toreros tan curtidos como el veterano Quinito.
Victoriano tiene, y aquí está perfectamente definida su natural característica, una valentía estupenda y una serenidad ante los toros fría, tranquila, dominadora. Es, de los actuales toreros, el más decidido intérprete de la línea recta. Arranca de su punto inicial y va derecho, sin desviaciones sospechosas y sin doblegarse ni detenerse en el camino. Quizás por esta admirable cualidad que patentiza todo su carácter, tuvo algunos detractores: los defensores de la línea curva, que es la línea humilladora y cortesana al desviarse de su punto de partida. Pero Victoriano se impuso, como se impone siempre la línea recta, que es noble, que es pura, que jamás engaña porque va derecha
al corazón. Victoriano es todo un torero, una figura grande del toreo actual. Sus lances de capa son de una emoción enorme; sus faenas de muleta escalofriantes y su manera de atacar en la suerte suprema perfecta, como cumple al matador de la línea recta. Este, pues, será su año completo, seguro, definitivo. Será el amo».
De la temporada del 1923 no he podido reunir los datos completos, y le ofrezco al lector el fruto exiguo de mis búsquedas. Empezó la temporada en Barcelona (Plaza Vieja) el 17 de marzo, con toros de Murube, y en el sexto alcanzó gran éxito. El 22 de abril, en la misma plaza, estoqueó tres toros de los hermanos Gallardo (uno por haber sido cogido Méndez) y en los tres dio la nota de valiente y artista, escuchando grandes ovaciones.
Repitió en Barcelona, corrida de la Prensa, con toros de Miura, el 13 de mayo, y el primer toro le ocasionó una cogida que le impidió continuar la lidia. Toreó en Madrid el 28 de junio, toros de Salas, y en el quinto estuvo temerario, y fue cogido, teniendo las asistencias que llevarlo a la fuerza a la enfermería en medio de una gran ovación.
Volvió a torear en Madrid en la corrida de la Prensa. El 3 de agosto toreó en Valencia, sin que los toros salamanquinos le permitieran hacer gran cosa. El 12 toreó en San Sebastián, con el santo de espaldas. Repitió el 19 en la misma plaza y resultó herido. En Bilbao el 25 y 26, oyó muchas palmas, pero no dio su nota.
En Albacete tomó parte en las primeras tres corridas de la feria de septiembre, y una en la de Logroño. En Madrid el 27.
No tengo la pretensión de haber dado ni siquiera la mayor parte de las corridas en las que actuó Valencia II en 1923, pues por no haberse publicado el libro Toros y Toreros, el trabajo de recopilación de fechas resulta enojoso y difícil. Con estos datos solo he querido dejar consignado que Victoriano Roger figuró en los carteles de las principales ferias en esa temporada que en sus comienzos fue de
desconcierto en la torería por la lucha entre matadores, apoderados y empresas, figurando en los primeros meses Valencia II entre los boicoteados, por tener como apoderado a don Manuel Rodríguez Vázquez y por lo tanto imposibilitado de torear en plazas asociadas.
Esto, no obstante, así que recobró su libertad de acción, aún pudo contratar un número relativamente crecido de corridas, llevando al cabo una excelente campaña por todos los estilos.
Su labor en 1924 queda reseñada en lo que mi colaborador Don Ventura escribió de Valencia II en nuestro libro Toros y Toreros en 1924: «Incidentalmente, al ocuparnos de su hermano Pepe, hemos dicho que este es más completo que él, pero que en cambio Victoriano tiene más personalidad. Se debe esta al sello propio que el artista adopta, unas veces per se y otras per accidens, y en cualquier forma, más en la primera, le da un distintivo para destacarse de los demás.
Valencia II lo tiene y, aunque torero corto, le basta para no confundirse con tantas figuras y tantos figurones. Sus verónicas y, sobre todo, la media verónica y el natural por alto con la derecha, tienen en él un aire personalísimo, y con tan poco bagaje artístico ha logrado descollar.
¿Solamente con esto? Con esto solamente, no; sin duda alguna, no hubiera bastado esto si a su ejecución no hubiese incorporado una valentía, muy suya también, que se manifiesta en las demás fases de la lidia.
Valencia II es un torero valiente que tiene arranques y guapezas que llegan mucho al público; generalmente torea muy parado, y aunque no suele emplear la mano izquierda, el público no para mientes en este detalle si el diestro al trastear con la derecha clava los pies en el suelo, como acostumbra, y saca la muleta por el rabo de las reses. Matando, aun estando valiente, peca de inseguro, pero este año hemos creído advertir en él más facilidad en dicha suerte.
La campaña que ha hecho ha sido buena en conjunto, y entre sus tardes triunfales es digna de mención honorífica la del 19 de junio en Sevilla, en cuya corrida, que fue a beneficio de aquella Asociación de la Prensa, realizó con Maera una labor a dúo tan espléndida, tan rica en majezas y bizarrías que fue objeto de la admiración de los sevillanos y de los comentarios de la afición en general.
La cornada que sufrió en Madrid el 21 de abril le hizo perder algunas corridas, ascendiendo el número de las toreadas a 29, a saber:
Abril: 21, Madrid.
Mayo: 17, Madrid; 29, Oviedo; 31, Cáceres.
Junio: 1, 5 y 8, Madrid; 9, Algeciras; 15, Barcelona (M); 19, Sevilla; Barcelona, (A).
Julio: 20, Barcelona (A).
Agosto: 3, Coruña; 10, Santander; 11, Coruña; 15, 16, 17, 24 y 31, San Sebastián.
Septiembre: 9 y 10, Albacete; 14, Bayona; 21, Madrid; 22, Valladolid; 24, Barcelona (M); 28, Valladolid; 30, Madrid.
Octubre: 3, Soria.
Inmediatamente después de esta última corrida, embarcó con rumbo a México, donde se halla realizando una provechosa campaña.
Actuó en el festival del 11 de junio en Madrid en honor de las reinas de Italia y España. En las 29 corridas estoqueó 63 toros».
En México conquistó un excelente cartel, porque también allí apreciaron sus características y hubo tardes en las que tanto valor y tanta serenidad dejó asustados a los aficionados mexicanos.
Y con igual valor y con igual arte continúa llevando a cabo una notabilísima campaña cuando estas páginas se escriben. Tal es la historia hasta hoy del torero madrileño».
III
¡Victoriano Roger tiene un carácter…! Las gentes perdonan que se tengan dos o tres o más caracteres; pero ¡desdichado de aquel que solamente posee un carácter!… ¡Aviado está!… Siempre lleva la de perder; para él no hay equidad ni justicia; la razón está constantemente de parte de los demás y ha de someterse a lo que se les quiera imponer, abdicando de toda dignidad y amor propio o se le abandonará a su suerte, como cosa perdida. «¡Tiene ese carácter…!» ¡Es que tiene un carácter…! Sí, ¡desdichado del hombre al que la gente le descubre un carácter!
A Victoriano, Valencia, se lo han descubierto, y no los que lo tratan y alternan con él, sino las multitudes, las masas que forman el público, hasta las cuales han llegado, exagerados por la fantasía, relatos y anécdotas que han creído ver confirmadas en un arranque en la plaza, en una actitud de arrogancia o desdeñosa, que en el fondo solo es, las más de las veces, un poner del que con harta frecuencia no es responsable el hombre… Pero se le hace y, lo que es peor, el artista sufre las consecuencias.
Algo de eso le ocurrió a Frascuelo y no fue poco lo que se perjudicó también, porque Salvador tenía un carácter asimismo y entonces como ahora lo mejor es no tener ninguno, o más de uno.
Ello es que, de ese carácter, cosa tan fuera de la voluntad del hombre, se ha querido hacer arma contra el artista, llevando la tenacidad cierta parte del público, especialmente de Madrid, hasta espiar los movimientos y gestos del lidiador en funciones, con la malsana esperanza de descubrir una manifestación de ese malhadado carácter en el más inocente e involuntario de los ademanes, haciéndole dos veces ardua la tarea de conseguir el aplauso.
Claro que no exigimos, porque sería absurdo exigirlo, que el espectador, en oficio de tal, juzgase al artista desdoblado en absoluto
del hombre; algo que también es superior al juicio y al razonamiento se lo impide y así como hemos dicho, o querido decir, que Valencia II no es culpable de tener el carácter que se le atribuye, tampoco depende del espectador, del tipo medio del espectador, librarse de la influencia de la simpatía o de la antipatía que enturbia y perturba su buen sentido y da lugar a la pasión.
En la memoria de todo aficionado está que lo que eran excepcionales, únicas, cualidades de Joselito, acabaron por parecer otros tantos defectos; y verle tan fuerte, tan inteligente, tan seguro de sí mismo, fue bastante para crearle una aureola desfavorable, y se le tildó de engreído, de soberbio, por el solo hecho de que salía siempre dispuesto, en beneficio del público que era el que gozaba con ello, a ser el número uno.
Con esto queda demostrado que las multitudes han sido siempre iguales y sería ridículo pretender que ahora se modificasen; pero ya que no eso, al tratarse de emitir un juicio imparcial y desinteresado, séame permitido hacer constar que a Victoriano Roger la leyenda que alrededor de él se ha formado le pone en el trance de haber de conquistar al público todas las tardes que se vista de luces y que solo derrochando valentía logra disipar la atmósfera hostil de que se ve rodeado.
Sus repetidos triunfos tienen por lo tanto un doble mérito. Los aplausos no los arranca una sonrisa amable, una actitud humilde, una mirada de reconocimiento; los arranca un arresto, un alarde de arte o de valor… ¡Compárese la diferencia!
Y, ahora bien: si de su voluntad dependiera, ¿tan obtuso sería ese torero que no procurase modificar ese poner suyo que tanto dificulta sus triunfos? No es de creer.
Y, por otra parte, si fuera verdad todo lo que la leyenda le atribuye, tampoco es verosímil que sus partidarios y amigos fueran tantos;
algo verán en él estos últimos que desvirtúan lo que las hablillas se complacen en divulgar.
No hago más que conjeturar. Mi trato personal con él es tan superficial que, por mi cuenta, solo puedo afirmar que las veces que con él he hablado me ha parecido un muchacho atento, respetuoso, y en el que nada delata el orgullo y la soberbia de que hablan las gentes.
¿Es que en visitas somos todos muy finos? No lo sé, ni tiene gran importancia averiguarlo en estos momentos en los que, si del hombre me he ocupado, es porque lo consideraba necesario para analizar al artista, ya que, en el que nos ocupa, tanto influye aquel sobre este.
La característica de Valencia II como torero es el valor, un valor desdeñoso que le hace pisar terrenos peligrosos y dar parones escalofriantes, con una impasibilidad, con una aparente indiferencia, que hace suponer un desconocimiento del riesgo, o que a este le concede tan poca importancia como si en realidad no existiera. Tal es la sensación que da.
Pero en el fondo no es valor a secas, o por lo menos no es valor inconsciente. Es el valor que transmite al ánimo la seguridad de que lo que se hace se puede hacer, de que hay maña para dominar la situación. Y ese, ese es el verdadero valor, como no me cansaré de repetirlo.
Valencia II no es el torero improvisado, atolondrado, que intenta al azar un lance; conoce su oficio, sabe lo que los toros reservan al que se arrima a ellos a tontas y a locas, y por eso sus alardes y arrestos son los del artista consciente de todo lo que expone; pero también de que al hacerlo cuenta con los medios de salir airoso.
Torea de capa quieto, inmóvil, muy cerca, y por un exceso de valentía, por dar la sensación marcadísima de ella, apenas si carga la suerte, no manda, como ahora se dice; y ese es su defecto. Su media verónica es suya, y por lo estatuaria, por lo arrogante, por lo ceñida,
por el desprecio que parece hacer del toro, al que se diría que no tiene en cuenta, resulta ciertamente de una emoción indescriptible. En quites, poco variado, pero poniendo siempre a contribución su valor y su afán de palmas.
Con la muleta, ya se ha dicho que con la izquierda el pase que da con más frecuencia es el natural por alto; con la derecha ejecuta todos los pases, muy apretados, con soltura, con sello personal, como todo cuanto con el toro ejecuta.
Matador, su estilo no es seguramente de los más depurados, pero acomete con bravura y eso le hace dar muy a menudo grandes estocadas, porque no pertenece al número de los que, buenos toreros, solo tratan de salir del paso en el acto final de la lidia.
En resumen: Valencia II, tal como es, con sus buenas cualidades, con sus defectos, tiene una personalidad relevante, y, como en páginas anteriores hemos dicho, eso justifica que al presente figure en las alturas del escalafón y sea uno de los matadores de toros que ven los públicos con más gusto, pues de él esperan esa nota tan de su exclusividad, que difícilmente en ningún otro podría encontrar.
Y como en él hay juventud, afición, vigor y ganas de ser más, mucho más, puede ser todavía.
FIN
Junio de 1925.
NICANOR VILLALTA SERRES
A don Manuel Velilla, notable escritor taurómaco, entusiasta aficionado y estimadísimo amigo, Uno al sesgo
IToreó Villalta en Barcelona por primera vez el 17 de abril de 1922, alternando con Facultades, Pepito Belmonte y Alcalareño II, en la lidia de dos novillos de Palha y seis de Surga; y esa tarde pensé de él, después de visto su trabajo, que era un torero que por obligación había de estar siempre bien, muy bien, para que el público tomara en cuenta su labor; para decir las cosas por su nombre, para que el público olvidara la impresión que aquel muchacho, zanquilargo y tieso, sin garbo ni flexibilidad, le producía desde el primer momento. Constantemente a dos dedos de lo ridículo, le era preciso al novel lidiador demostrar que, a pesar de todo, no obstante las desventajas del tipo, su pretensión de ser torero tenía fundamento: el fundamento de un arte y de un valor, de un estilo o de una personalidad, que le permitían alentar aquella esperanza. Pero todo esto es lo que
necesitaba poner de manifiesto en cualquier instante, para que la emoción que su trabajo produjera evitara toda veleidad por parte de los espectadores, poco dados a benevolencias y respetos cuando el artista no se ha hecho todavía acreedor a ellos.
Creí haber puesto una pica en Flandes con esta idea mía, pero he de reconocer que como yo opinaron bastantes críticos casi al mismo tiempo, y por lo tanto no puedo alabarme de la originalidad en este caso y he de conformarme con la coincidencia.
De Lagartijo opinaba cierto aficionado que era torero hasta cuando huía; de Rafael el Gallo dijo Guerrita que, si lo tiraban de un quinto piso, al llegar al suelo también era torero; de otro diestro de estos tiempos alguien ha dicho que es torero en la fonda, en la calle, en el café, cuando hace el paseíllo y en todo momento… hasta que sale el toro y se ve nuestro hombre precisado a torear. No es ese, ciertamente, el caso de Villalta; pero sí su mayor mérito.
Villalta únicamente es torero toreando, demostrándolo ante el toro, convenciendo a los muchos que no lo conciben, que no lo creen, todo porque su figura predispone a la duda cuando no a la chacota. Si todos hemos de arrastrar en este mundo nuestra cruz, hay que convenir que la de Nicanor no es pequeña.
Pero con ella a cuestas y sin más cirineo que su entusiasmo, nuestro hombre va Calvario arriba, tropezando aquí, cayendo allá, con ese tesón que no he de incurrir en la vulgaridad de llamar baturro, porque es el mismo de todos los hombres, sean de donde fueren, que llevan algo dentro y están seguros de llevarlo.
Piense el lector aficionado en la diferencia que existe entre el torero que desde que pisa la plaza atrae las miradas simpáticas de los concurrentes, que el traje le cae bien, que se mueve con soltura y gracia, con tipo armónico y bien proporcionado, y ese otro torero que ninguna de esas condiciones reúne; reflexiones en lo fácil que le es el
triunfo a aquel, por poco que haga, y lo difícil que ha de resultarle a este alcanzar el triunfo.
Pues bien, este último es el caso de Villalta, al que en este punto se le ha querido comparar a Juan Belmonte, y yo creo que sin fundamento. A Belmonte, el tipo más le ha beneficiado que le ha perjudicado; más categórico, le ha beneficiado, lejos de perjudicarle, por la sencilla razón de que en Juan eran deficiencias que, al parecer de las gentes siempre impresionables lo mismo en un sentido que en otro, lo colocaban en una manifiesta inferioridad para la lucha con el toro; y lo veían baldado, y lo veían jorobado, y hasta el prognatismo se exageraba, como si el ser prognato aumentara los riesgos y peligros para el torero. Todo esto hacía que gustara más, que maravillara, y que asombrara lo que Belmonte ejecutaba.
En Villalta, lo que en Belmonte eran deficiencias, son excesos en él. Demasiado alto, le falta siempre enemigo, en dos zancadas puede ponerse a salvo, las dificultades para formar un grupo vistoso, bonito, bello, con el toro son enormes; y aquí también exagera el espectador, pero no en favor del diestro sino en contra suya, y si olvida todo lo que hay de grotesco en ambas figuras, cuando se trata de Nicanor es porque se ve obligado a ello, contra su propia voluntad, mientras que cuando se trataba de Belmonte no hacía más que obedecer a su deseo y se rendía enseguida por un sentimiento muy humano de simpatía hacia el que hace más de lo que puede o más de lo que de él se esperaba.
Por eso Juan no necesitaba transformarse todas las tardes para que el público le siguiera viendo con cariño, benevolencia y admiración, yendo de un burladero a otro, o parado en el tercio con el capote colgado entre las manos enlazadas, contemplando las peripecias de la lidia, más como espectador que como actor.
Villalta, no; Villalta necesita transformarse constantemente, emocionar, hacer olvidar su tipo para que solo se vea su arte y su
valor. Más aquel que este, pues para ejecutar lo que de él se exige, el valor no es lo primordial, lo primordial es el arte.
Villalta, valiente nada más, no convencería a nadie; sin el arte, sin su estilo muy suyo, sin una habilidad muy suya, la emoción y la belleza que someten a las muchedumbres no las alcanzaría jamás.
Y no acaban aquí las contras de este diestro; él más que ningún otro necesita de la cooperación del toro. Aun siendo un buen torero, aun conociendo perfectamente el toreo, reducir y dominar al enemigo no le basta, defenderse de él mucho menos; precisa torear bonito, repetir los parones, llevar a la fiera toreada, correr la mano, poner de relieve su extraordinario juego de muñeca, en una palabra, torear bonito, porque esa es la única manera de no estar feo.
¿Y basta para esto con la voluntad y la maña del hombre? Afirmarlo sería incurrir en esa grave necedad de una parte de la afición que supone que, por el hecho de ser torero, se halla en posesión el hombre de todos los secretos suficientes para hacer lo que le venga en gana de un toro, olvidando que, en estos tiempos, como en los pasados, el refrán, proverbio o dicho aquel de que «los toros dan y quitan» está en vigencia.
El arte, el estilo de Nicanor Villalta necesita para ponerse de manifiesto la bravura y la nobleza del toro; sin esas cualidades no es posible que brille este espada a esa altura que la gente se empeña en quererle una tarde y otra.
En resumen, Villalta tiene la desgracia de no poder torear para él, con la aquiescencia del público; ha de torear para este siempre y como siempre no se puede torear así…
Si así, con todos los inconvenientes, con tamaños obstáculos, este torero se ha destacado y ha conseguido figurar en la primera fila, honrado será reconocer que su mérito y sus condiciones han de ser muy notables. Porque tal lo creo, y con el desinteresado entusiasmo
que pongo en estas cosas, me ha parecido que de él debía ocuparme, no porque el que yo me ocupe tenga para nadie ningún valor, ni sea para el torero un certificado de «buena conducta en los ruedos», sino simplemente por haberme impuesto la obligación de formar una galería biográfica con los diestros que más han sobresalido en nuestra época para que en otras sepa el aficionado a qué atenerse y juzgue con algunos elementos de juicio, ya que no me limito al mío y procuro que este sea lo más desapasionado posible.
Y si al lector le pareciera que esto ya lo he repetido alguna vez, perdóneme pero tenga presente que hay cosas sobre las cuales conviene insistir, y una de ellas es que pongo todo el cuidado de que soy capaz en servirle la verdad, por lo menos lo que tengo por verdad, y no influye en mi ánimo otra razón que la de la justicia, si bien para mí esta justicia no está reñida con la benevolencia y la indulgencia. ¡Cuestión de carácter!
II
Nicanor Villalta es de un pueblo de la provincia de Teruel, llamado Cretas, del partido judicial de Valderrobres y por lo tanto, casi rayano a las provincias de Castellón de la Plana y Tarragona, por lo que la lengua que allí se habla es un dialecto especial en el que el aragonés antiguo, el valenciano y el catalán entran por partes iguales.
La fecha del nacimiento de nuestro torero fue el 10 de diciembre de 1899. Su padre, el señor Joaquín, sintió cierta afición al toreo, pero para desarrollarla no tuvo más campo que las capeas pueblerinas, en las que alcanzó esa fama comarcana con la que son conocidos los mozos que se distinguen en semejantes fiestas por su arrojo o por su habilidad.
En esas capeas conoció a Nicanor Villa, Villita, y tanta admiración sintió por él, que más tarde, al casarse y tener un hijo, lo bautizó con
el nombre del que ya entonces era matador de toros popular. He ahí por qué nuestro Villalta se llama Nicanor.
No le iban del todo bien al señor Joaquín las cosas en España; el pequeño Nicanor tenía que ganarse el pan como pastorcillo y el resto de la familia con un trabajo que no acababa de satisfacer las aspiraciones del padre, por lo que decidió este emigrar a América.
En México y Cuba, dedicado al comercio ambulante, pudo ir tirando hasta que reunió el capital necesario para establecerse en la capital de la primera de las dos repúblicas como carnicero, más tarde como panadero y por último, montó una gran casa de huéspedes. En todos estos negocios Nicanor ayudó a su padre y continuó asistiendo a la escuela para completar su instrucción; pero habiendo presenciado en la plaza de toros una corrida en la que actuaba Juan Belmonte, impresionado por lo que había visto, le entró el gusanillo de la afición y decidió ser torero.
Practicando donde podía, especialmente en el matadero, y recorriendo haciendas y pueblos, llegó a darse a conocer, revelando condiciones muy apreciables para llegar a ser buen torero, por lo que su padre, al enterarse, quiso saber hasta qué punto era verdad lo que de su hijo se decía y organizó una encerrona en la plaza del Toreo, en la que Nicanor toreó y mató un sobrero haciéndole una gran faena de muleta con la mano izquierda y despachándolo de una estocada.
Catorce o dieciséis sobreros más adquirió el señor Joaquín para que Nicanor se fuera practicando y en todas estas fiestas íntimas, los que presenciaron el trabajo del muchacho quedaron complacidos. En una encerrona, Juan Silveti le cedió un toro y fue grande su sorpresa al ver lo que el chiquillo hizo con la muleta y el gran volapié con que remató a la fiera.
Como no tuvo facilidades para presentarse ante el público de la capital, hubo de hacerlo en Querétaro, donde por primera vez vistió
el traje de luces, alternando con Rafael Ortega, Cuco y Refulgente Álvarez, con novillos de Espejo, el 22 de junio de 1918. Se apreció en él en esa corrida lo mucho que le paraba a los toros y algo en su toreo y en la forma de matar que se salía de lo corriente.
En Yuriria, donde fue a torear como banderillero con el Andaluz, el cual le cedió el último toro, tal faena llevó a cabo con el bicho que el público le hizo objeto de las más entusiásticas demostraciones, y la empresa le contrató para el domingo siguiente.
El éxito le acompañó en Istacallo, donde con los charros Velázquez y Becerril actuó en dos tardes, y hasta tal extremo fue su toreo del agrado de aquella gente que en hombros lo pasearon por las calles entre vítores y aclamaciones.
A todo esto, la muerte de la madre de Nicanor y la revolución dieron al traste con la casa de huéspedes y los ahorros de la familia, que resolvió marcharse a Cuba y en La Habana vivió un año.
Triunfador Carranza y restablecida la tranquilidad en México, allá volvió la familia Villalta; pero Carranza suspendió las corridas de toros y, como lo que Nicanor quería era torear, padre e hijo se dirigieron a España, dejando en México al resto de la familia, o sea, dos hermanas del torero, la mayor casada, y un hermano, Joaquín, que es hoy su administrador.
Regresaba a la patria después de trece años de ausencia, con la ilusión de ser torero y de que sus compatriotas lo conocieran como tal.
Llegó a Zaragoza y la antigua amistad del señor Joaquín con Villita sirvió para que este organizara una corrida en la que dio cabida al muchacho de Cretas. Fue el día 17 de mayo de 1920, el mismo día en el que moría en Talavera el más portentoso lidiador de reses bravas, el glorioso e infortunado Joselito.
Con Villalta alternaban esa tarde los dos toreros, aragoneses también, Herrerín y Gitanillo, con novillos de Coquilla. Un amigo
estimadísimo, inteligente crítico taurómaco, testigo de esta corrida, me dice de ella en una nota que tuvo la bondad de enviarme:
«Había llovido copiosamente aquella tarde y a punto estuvo de suspenderse la función que se dio por afición de los toreros y con serrín abundante. En ella hizo Nicanor la faena más grande que hizo en su vida, incluyendo las que mejor haya hecho posteriormente en Madrid, que ha sido donde ha hecho lo más enorme de su vida de torero. Yo no lo he visto nunca como aquel día y allí preví lo grande de este muchacho».
Por su parte, el concienzudo revistero del Heraldo de Aragón, Pepe Moros, se expresó así refiriéndose a esta tarde:
«Nicanor Villalta. —Este sí que se ha puesto en camino de empapelar con billetes la pared de su cuarto. Le tocaron en suerte dos mozacos destartalados, y manso de toda mansedumbre el tercero y soso perdido el último. Sin embargo, el hombre de Cretas se llevó todas las palmas, cortó una oreja y se hizo pasear en hombros por el redondel.
Ya saludó con dos superiores verónicas al primero de los novillos retirados por insignificantes. Cuando después de retirar otro novillete recortado y bravito le soltaron un toraco colorao, feo y mansurrón, Villalta volvió a veroniquear, clavados los pies en la arena, erguido el cuerpo, jugando los brazos a la perfección y alardeando de serenidad rayana en la impavidez.
La faena, sobre la mano de cobrar, fue sobria, reposada, valiente, buena de verdad. Escuchó muchas palmas y no escuchó más porque el toraco no obedecía bien a la muleta, jugada por el torero con un aplomo y una soltura impropios de un principiante.
Atacando superiormente, dejó el hierro bastante caído. Sin embargo, le aplaudieron mucho y le obligaron a dar la vuelta, aunque el chico, modesto, se resistió tenazmente.
En el sexto acabó de armar el escándalo. Villalta lo toreó superiormente a la verónica y echándose el capote a la espalda. Brindó al tendido 2 y empezó la faena con un ayudado por arriba al que siguieron tres naturales seguidos y sencillamente estupendos. El novillo describió un círculo completo, rodeando al hombre que giraba sobre los talones doblando la cintura y corriendo la mano como un señor mayor. Tocó la música y rugió el público de entusiasmo. Aún hubo otro natural de la misma marca y otros pases superiores de veras. Y después un gran pinchazo, yéndose Nicanor detrás del hierro, y media en la misma yema, aunque produjo derrame. Ovación, oreja, paseo y salida en hombros.
Hay que darle toros a este chico. Hay que dárselos porque reúne condiciones sobradas para llegar a ser gente entre la torería».
Volvió a torear en Zaragoza, con muy buen éxito también el 30 del mismo mes alternando con Rodalito, Casielles y Granero; y Villita, impresionado por lo que le había visto hacer a su casi ahijado, lo envió impremeditadamente a Sevilla, como un fenómeno, y así se anunció y jaleó con exceso por lo que, aun estando bien, no llegó a entusiasmar al público sevillano, por lo que Villita, sentido de lo que él juzgaba su fracaso, no lo volvió a repetir.
Pasó el año siguiente toreando apenas por los pueblos y en malas condiciones, pero gustando extraordinariamente aquellos parones y aquel dominio de los toros singularmente con los fuertes, precisamente los que no quieren los demás, y así llegó el mes de septiembre.
A don Manuel Velilla, director de El Chiquero, y competentísimo aficionado, se le había encargado por la Cruz Roja la organización de algún espectáculo taurino a su beneficio y como Villita le dijera que no pensaba repetir a Nicanor, ni a Morenito, pensó en hacer un cartel con ellos y Calvache que se le había ofrecido, para que los de casa pudieran rehacerse y seguir adelante, singularmente Villalta al
que veía desilusionado y con cosas bastantes para ser algo en el toreo moderno.
Se pusieron a disposición del señor Velilla, ambos gratis en absoluto y con una novillada que adquirió de las que tenía Villita se dio la función en la que Nicanor recobró todo su cartel, conquistando un puesto para la novillada de Feria del Pilar de aquel año.
En Madrid hizo su presentación el 2 de abril de 1922, después de haberse suspendido esa corrida dos veces ya, alternando con Facultades y Morenito de Zaragoza, novillos de Moreno Santamaría. Cogido al matar a su primero, no pudo apreciarse en él más que su buen estilo en algunos muletazos.
El 2 de mayo fue repetido y quiero dejar la palabra al Maestro Banderilla, que se expresa así al hablar, en El Eco Taurino, del torero de Cretas:
«Villalta comenzó regular y menos que regular. Sus lances un poco llapicerescos y sus navarras completamente originales casi promovieron la hilaridad del auditorio. Hasta la estocada con la que mató al toro fogueado no se tuvo en cuenta.
Y con el mismo ambiente de hostilidad comenzó la lidia del quinto toro, el más bravo y más pastueño de los que van lidiados en la vieja plaza, hasta que llegó la suprema suerte, y entonces el del cuello largo, el torero desgarbado, el de las piernas kilométricas, se irguió gallardo y con maneras de artista, bien entonada la figura, toreó al natural, aguantando y mandando y terminando soberbiamente los pases, y después dio un montón de parones, sin descomponer la figura, sobre la mano derecha, y para complemento una estocada hasta la mano entregándose, un poquito desviada, por cuyo motivo no salió el toro rodando de sus manos. Pero no importaba, porque el público había comenzado a pedir la oreja que se le concedió en medio de una ovación grande, enorme».
Salió de la plaza en hombros de los entusiastas. Alternó esta tarde con Barajas y Sananes, y los novillos fueron del duque de Tovar.
Un detalle triste. El padre de Nicanor, el señor Joaquín, perdió la vista coincidiendo con el gran triunfo de su hijo en Madrid y, por lo tanto, ni pudo presenciar este ni los sucesivos de los que oye hablar como cosa natural, pues está convencido de que el chico puede obtenerlos aún mayores.
Algo parecido debe ocurrirle al muchacho, pues cuentan que cuando después de esta corrida refería a su padre lo sucedido le decía: —«Dice la gente, papá, que le he hecho al toro lo que no se había visto, y yo creo que le he hecho lo mismo que otras veces y lo que se le puede hacer; pero como lo afirman unos señores muy inteligentes, voy pensando si realmente habré ejecutado algo extraordinario».
Extendida la fama de Nicanor, las puertas de las principales plazas de España se le abrieron, y allí donde pudo desarrollar su toreo emocionante y artístico, su nombre ascendió a las nubes, y donde no tropezó con el toro a modo, los públicos se creyeron defraudados y no pudieron apreciar todo lo que hay en este diestro de extraordinario. Esto dio y sigue dando pábulo a grandes discusiones entre los que todo se lo conceden y los que todo se lo niegan.
El 6 de agosto de ese mismo año de 1922, después de catorce novilladas toreadas, Luis Freg le dio la alternativa en San Sebastián cediéndole la muerte del primer toro. Capotero, negro, de don José Bueno; y al mes siguiente, o sea el 21 de septiembre, Diego Mazquiarán, Fortuna, se la confirmó en Madrid, cediéndole el toro podenco, cárdeno oscuro, de don Matías Sánchez.
Como matador de toros actuó en dicha temporada en doce festejos celebrados en San Sebastián, Málaga, Calatayud, Arles, Madrid, Teruel y Zaragoza. Estoqueó en esas corridas 24 toros. En todo el año el percance más grave fue el del 15 de junio en
Madrid, en el que un toro del duque le infirió una cornada en el muslo derecho.
La temporada de 1924, la resume así El Eco Taurino:
«La campaña de Nicanor Villalta tenía que ser eficaz y contundente. El estupendo muletero del año pasado había de colocarse en esta temporada en el lugar que por derecho le correspondía con arreglo a sus relevantes méritos. Ha toreado cuarenta y una corridas y un festival, y ha podido prolongar el número de sus contratos dentro, claro, de lo que dio de sí la temporada, algo corta para todos en relación con la de años anteriores, de haber abierto más la mano en materia de honorarios. En Madrid ha toreado seis corridas y las seis de altura, consolidando en todas su cartel y afianzándose en el concepto popular cada vez más, y distinguiéndose por su actuación en la corrida del Montepío taurino del 21 de junio, en la que obtuvo un éxito personal, y más todavía en la gran corrida de Beneficencia del 17 de mayo, en la que por aclamación general cortó una oreja, y todavía más en la que se organizó a beneficio de la Prensa, celebrada el 11 de junio con toros de Hernández y de Montoya, y en la que también cortó una oreja y le fue concedida por votación popular la de oro, que como premio y galardón había instituido la mencionada entidad para festejar la labor del torero que tuviera mayor éxito en corrida de tanta monta. Y conste que en ella tomaron parte toreros del arte de Chicuelo, de la valentía de Valencia II y de la enjundia de Nacional II, y sobre la labor de estos diestros, que fue meritoria, cada una en su estilo, sobresalió la del maño que, como muletero, estuvo formidable, y como matador, seguro y valiente. Y el gran público, totalmente entusiasmado, le concedió la oreja, primero en la plaza y luego en la votación, y más tarde la Asociación de la Prensa, como así lo había prometido, le hizo entrega con todos los honores de la Oreja de Oro como premio a sus méritos, preciada joya de la
que Nicanor Villalta hizo donación a la Virgen del Pilar, bello rasgo de noble aragonés, amante de sus creencias y tradiciones. Esta fue, sin disputa, la nota saliente de la temporada, y la que sirvió para redondear el éxito y afianzar la reputación de este ilustre maño, que en tan corto espacio de tiempo ha logrado colocarse en las avanzadas de la andante torería. Nicanor Villalta tiene una personalidad propia, que nadie ha de discutirla, y un estilo muy suyo, muy propio también, que se aparta de la manera de hacer de sus compañeros».
Consignado queda lo más saliente de la vida torera de Nicanor Villalta, sin darle ni quitarle, tal como los hechos ocurrieron, pues este capítulo es simplemente un relato, en el cual el crítico nada tiene que hacer. El crítico entra en funciones ahora.
III
De un libro que el estimadísimo cofrade zaragozano don Manuel Velilla pensaba publicar y que ha tenido la amabilidad de darme a conocer inédito, quiero aprovechar, abusando de su bondad, unos párrafos que han de facilitarme mucho la labor crítica y al propio tiempo servirán de regalo al lector aficionado. Dice así el notable escritor taurómaco al juzgar a Nicanor:
«Toreando de capa, con ese valor suyo parando lo que les para a los toros, con lo que juega brazos y muñecas, no es una figura despreciable ni mucho menos, por su verdad a ejecutar; pero aquí es donde más aprenderá y no le será difícil hacerlo, siquiera yo tenga la pretensión de creer que es error grande de los públicos y los toreros el que se toreen todos los toros de capa estén o no en condiciones para ello y convenga o no para la lidia, y por ello quien quiera que el toreo grande de Villalta luzca, que es con la muleta, debe desear que se limite a torear de capa bravamente y se conserven bien los toros para la última parte de la lidia, que es donde vendrán las bellezas de su toreo.
En los quites se ha soltado mucho conforme ha ido toreando y ya los hace variados y valerosos, aunque no tengan la finura de otros por no resultar esta muy apropiada a la manera de ser los toreros aragoneses puros, en su origen.
Una sola vez le vi banderillear y de otra tengo noticia y en ambas ejecutó bien la suerte dando el pecho, pero un afán de adorno en la preparación resultó mal con su figura, y la actitud del público, mordaz y jocosa con los principiantes en todas partes, le quitó las ganas de seguir haciéndolo y lo creo una lástima porque pienso que podía haber hecho algo en esta suerte, dados su valor y condiciones físicas de dominio. Ahora ya no es ocasión de hacer probativas, de no hacerlas en invierno en las tientas.
Y llegamos al mayor mérito de Villalta al que le hace y le ha de hacer aún más ser una figura inmensa del toreo moderno; la muleta. Nicanor, por los revisteros más exigentes, por los toreros y por todo el que haya visto una corrida de toros en su vida con recogimiento digiriendo lo que veía, ha sido proclamado como un muletero inmenso, no visto y que difícilmente será superado por nadie.
Todos, absolutamente todos los pases de muleta tienen un sello marcado suyo, personal, notado en dos cosas; la una, la quietud de su figura, el atornillamiento de los pies al suelo al ejecutar los pases, y la otra, y en ello está el verdadero, el gran secreto del toreo de Villalta, en la manera de jugar la muñeca de ambos brazos, flexible con una flexibilidad no vista en lidiador alguno y a la vez con una fortaleza tal en los movimientos, que la muleta en sus vuelos sale lanzada con rigidez de cartón y pasa el toro bajo ella en el pase de pecho, como bajo un tejadillo que rápido se alzara en el mismo momento de dar el toro con la cara en la tela, con tal precisión en el momento que el toro sigue su viaje, ya por no poderse detener, revolviéndose luego, si es bravo y tiene codicia, o yéndose si le falta nervio.
En el pase de pecho, para hacer eso presenta la mano con la muleta, como es lógico dando al toro la cara dorsal y rápidamente, sin correr la mano por delante del pecho hacia la cadera del lado contrario llevando con ello embebido al toro, como hace el que mejor de los actuales, da él un golpe de muñeca fortísimo, por el cual alza la muleta y pasa por debajo el toro. Basta ver todas las fotografías que del pase de pecho se han hecho a este torero para ver claramente que la posición de la muleta es tal y como describo la forma de dar el pase.
En el pase natural pasa algo parecido y cuya base es igualmente el juego de la muñeca. Merced a esa flexibilidad de muñeca innata en él, al comenzar el pase, con la muñeca solo lleva la muleta y con ella al toro mucho más tiempo que los demás toreros que se ven precisados a girar antes, y cuando él gira la cintura, que tiene también muy flexible, más de lo general, ya lleva medio toro pasado y luego se lo enrosca a la cintura con poco giro y mucha quietud de pies, casi juntos, lo que da a sus pases el sello inconfundible suyo, que tanto y tan justo triunfo le ha dado en cuantas plazas lo ejecutó.
Como esa flexibilidad a la vez le trae una facilidad grandísima en el manejo de la muleta que se pasa de una mano a otra con destreza superior a los demás, todos los pases los liga con naturalidad y prontitud, siempre erguido y parado, por muy pronto que se revuelva el enemigo, que le halla siempre repuesto y preparado para el pase siguiente o el forzado.
Desde que vi la primera vez toreando de salón a Nicanor, me maravilló esta facilidad para manejar el capote y la muleta que se rodeaba por dentro seguidos, que uno suelto alguna vez se han visto en momentos de franco éxito e improvisación.
Nicanor los da por dentro con la misma seguridad y confianza que por fuera, seguro de como si la plaza no tuviera barreras y fuese su manera de ejecutar esta y otras suertes al cuerpo y se cambiaba
de mano sin que se le enredara una sola vez y como si en vez de una tela fuera una cosa rígida; claro que entonces dudé de que eso en la lidia le resultase igual, pero ya fue para mí algo estimable y que podía arrancar aplausos cuando al ejecutarlo le saliera bien.
Otra cosa que ha causado maravilla, sobre todo a los toreros, ha sido los pases naturales, solo una superficie plana, abstraído a cuanto le rodea, en cuanto se hace con el toro, limitándose el mundo para él al terreno que pisa él y su enemigo, atento a dominarle sin preocupaciones, seguro de lo que hace y manda con su arte.
En síntesis, puede decirse del toreo de Villalta que es un toreo exclusivamente de muñeca, sin que los brazos en su avanzar de otros toreros, llamados de toreo de brazos, lleven toreado al toro con ello hasta salvar la cabeza, sino que él coloca las manos y brazos en la posición requerida para el pase y quietos en ella al llegar al centro de la suerte el toro y tomado ya el engaño, juega la muñeca y ejecuta el pase a favor del desmuñecado, lanzando la muleta en la dirección necesaria pasando el toro bajo ella, en los pases cuya ejecución precisa que pasen, o llevándola en vuelo por delante en los naturales o por bajo. Y él sin avanzamiento dislocado de pecho o vientre, ni alargadura de los brazos para formar arco o puente, inmóvil y grácil con su figura que sigue enhiesta y altiva, sereno y sonriente, dominador de sus nervios y hasta de los músculos de su cara que, en fotografías de muchos toreros, de faenas grandes, pueden verse en gestos desencajados como haciendo fuerza y muecas grotescas que quitan a lo bien ejecutado atención en el que las ve, y en las de este no se ven nunca.
Matar Villalta mata con bravura hasta ahora acostándose materialmente en el morrillo y dando el hombre bien, pero es ahí donde espero verle más transformación y mayor avance, y conste que no quiero decir que no mata o no sabe matar, sino que quiero decir
que en eso es donde espero depuración de estilo, porque jugando la muñeca bien y con esa precisión con la que juega la mano izquierda dará de sí lo preciso para poder fijar la atención en el sitio de herir, sin distraerse en el movimiento de esa mano, y se acostumbrará a herir, cosa además que no se improvisa sino que se logra con la práctica. Basta tener idea un torero de la forma de herir a los toros y de mover la mano izquierda, para que ese torero matando muchos toros llegue a matar bien; en cambio, quien de un principio no trae idea, por muchos que mate llegará a lo sumo a encontrar la muerte pronta y segura, pero no perfecta ni aproximadamente.
Villalta la encontrará pronto pues tiene condiciones para ello, y me atrevo a decir que, para recibir toros, mejor que ninguno de los actuales; mucho mejor para matarlos a volapié».
¿Qué digo yo ahora? En primer lugar, que tengo por buenas las afirmaciones de Velilla, pues reconocida su competencia, e indiscutible su afición de buena ley, él, que ha seguido paso a paso a este torero, que lo ha estudiado, puede mejor que nadie opinar en firme.
Por si algún malicioso quisiera advertir que, no obstante esa conformidad que acabo de afirmar con el querido compañero, se destaca una diferencia de parecer entre nosotros al asegurar él que Villalta no necesita toro especial y creer yo que le hace falta que se salga a modo para su completo lucimiento, no hay tal disparidad, si la malicia del lector no interviene.
Velilla dice que Nicanor, con todos los toros, es buen torero; pone su arte, su deseo, su voluntad de agradar, y eso yo no lo niego; en cambio, yo sostengo que, para que luzca su labor, necesita de la colaboración del toro; pero para que luzca su labor en el sentido de la belleza, de la bonitura, de la vistosidad, no en el del arte o maña, y esto tengo la convicción de que Velilla no lo niega.
Villalta, por las razones que en el capítulo primero expongo, para taparse nada más, ha necesitado hacerle más al toro que otros toreros para realizar una gran faena, porque le precisa, para no quedar desairado, poner no tan solo valentía y destreza, sino una buena voluntad, un entusiasmo que muy pocos poseen. He aquí una cosa que no siempre tiene en cuenta el aficionado cuando juzga el trabajo de determinados diestros, y que olvida con frecuencia al tratarse del de Cretas.
Para mi gusto, este muchacho tiene en el ruedo dos momentos que justifican su encumbramiento: su muleteo excepcional, inverosímil, y su amor propio al matar.
De lo primero, de su labor como muletero, dicho está todo con señalar sus grandes triunfos, alcanzados por eso precisamente, y nada tengo que añadir después del detallado examen que hace Velilla de su juego de muleta; en cuanto a lo que al matador se refiere, el pundonor y la decisión de su ataque para coronar una faena merecen tenerse muy en cuenta y son dignos de todo elogio.
Y si este torero, en los comienzos de su carrera como matador de alternativa, ha logrado un puesto tan elevado en la torería actual, y se tienen en cuenta su juventud, su gran afición, grandes entusiasmos, ¿no es lícito augurarle un porvenir cada vez más halagüeño?
Modesto, humilde, sin engreimientos, con ganas de aprender, alejado de todo lo que a su profesión no atañe, con la idea fija de hacerse cada vez más digno de la estimación en que los públicos le tienen, y muy seguro de sí mismo, de su valentía y de su arte, no tan solo me parece lícito confiar en él, por lo que de él conocemos, sino por lo que, de seguir por ese mismo camino, puede todavía desarrollar, para bien de una fiesta que, si hoy pasa por días de crisis, con el esfuerzo y buen deseo de todos, artistas y aficionados, puede resurgir triunfante y avasallar extranjerismos, que si la moda impone hoy, otra
moda mañana acabará con ellos, con auxilio del buen sentido, que, tarde o temprano, nos hará comprender que en nada aventajan esos deportes, como espectáculos, al noble y varonil ejercicio del toreo, cien veces más artístico y mil veces más bello.
Piense en esto Villalta, piensen en esto los toreros que están en las mismas condiciones de Villalta y para ello puede ser, con el dinero, la gloria de haber animado este cotarro taurino, un poco desalentado.
FIN
Febrero, 1924.
JOSÉ GARCÍA CARRANZA ALGABEÑO
A Juan Franco del Río, otro veterano, amigo y compañero estimadísimo. Uno al sesgo
IPor Feria de Abril, en Sevilla, el año 1920, la última feria que el llorado Joselito toreó en su tierra, una mañana nos hallábamos en el café de París mi codecano el Barquero, Don Pío, Azares, Fernando el Gallo y algún otro amigo, que ahora no tengo presente, hablando… ya te lo figurarás, lector… hablando de toros…
De la reunión formaba parte un muchacho alto, fornido, con gran tipo de torero, que intervenía en la conversación con un entusiasmo mezclado con un dejo de amargura que no pudo pasarme inadvertido.
—¿Es torero ese chico? —le pregunté al pobre Fernando el Gallo.
—No le dejan —me contestó el que fue tan excelente lidiador como persona—. Es el chico del Algabeño. Su ilusión sería torear, pero su padre no quiere. Interrogado por mí, luego, eso mismo me confirmó el muchacho, con aquel acento amargo que antes me había chocado.
En tentaderos había probado sus aptitudes, su afición era a eso, y aprovechaba todas las coyunturas para hacerlo, pero… Rico su padre, sabiendo las zozobras, las luchas, los riesgos de la profesión, no quería que su hijo, ya que se hallaba a cubierto de las necesidades que a él le hicieron arrostrarlo todo, se expusiera a un percance.
Tan natural me pareció la actitud del padre como el entusiasmo del hijo. Como padre yo habría opinado lo mismo que José; en la piel del hijo, lo mismo que a este me hubiera pasado.
Ser torero en una familia de toreros, y de toreros grandes, no es que lo encuentre puesto en razón, es que me parece casi ineludible para un chico que ha crecido en un ambiente tan lleno de cosas halagadoras como el que rodea a los triunfadores; y más en una ciudad como Sevilla, donde el oficio adquiere y mantiene prestancias que no son los corrientes en otras regiones, acaso porque allí son apreciados los beneficios que reporta a la tierra de María Santísima la tauromaquia, pues por mucho que se denigre o desdeñe la famosa pandereta, yo creo que los andaluces avisados y comprensivos están bien convenidos de que a esa pandereta, que en nada perjudica a otras manifestaciones de su laboriosidad, arte e industria, debe la deliciosa tierra andaluza el mayor de sus prestigios.
Si un mal aconsejado afán de europeísmo, de civilización (!), de cultura (!!), hiciera de Sevilla y de sus costumbres ese pueblo con que sueñan algunos espíritus progresivos (!!!), y el toreo se sustituyera por el fútbol, la guitarra por la pianola, el pasaje por el bar, y la calle de las Sierpes se ensanchara y el barrio de Santa Cruz desapareciera, yo no creo que Sevilla se beneficiara en nada; y seguramente esos miles de turistas que la visitan cada año y de ella hablan por el mundo con admiración y cariño no apencarían con las fatigas del viaje para ver una Barcelona o una Marsella en pequeño, una ridícula parodia de Marsella o de Barcelona.
¿Y es que acaso Sevilla, siendo lo que es, no puede llegar a ser lo que aspira? Patria de toreros viene siendo de dos siglos a esta parte; ¿pero han entibiado esos toreros la gloria de los más grandes poetas, de los más grandes pintores de España que allí han nacido? ¿Es un obstáculo el toreo al desenvolvimiento y desarrollo material e intelectual de la hermosa ciudad? ¡Tonterías!
Ello es que como en Sevilla ser torero es ser algo, es ser mucho, nada más natural que la idea de llegar a la fama y la riqueza, conseguida por sí mismo, halagara a un chiquillo que sintiéndose con afición y familiarizado con la profesión, en sus pocos años no vio más que el lado bonito de ella: los aplausos, la popularidad, los agasajos, todo lo que deslumbra, en una palabra.
El respeto a las advertencias paternales, el temor a disgustar a su familia, acaso las súplicas maternales, contuvieron por algún tiempo al muchacho que se desfogaba toreando en el campo cuanto podía y corriendo becerros en los acosos, faena en la que llegó a ser notable, aun al lado de Joselito que, tan diestro en esto como en todo lo que al toro se refiere, formó con él collera más de una vez.
La tarde de ese día del café de París precisamente había una fiesta en el cerrado de Cuarto, con la que los hermanos Miura obsequiaban a la reina doña Victoria, y aunque el chico del Algabeño no estaba invitado oficialmente, no por eso dejó de correr y demostrar su pericia, según el infortunado José me dijo al siguiente día.
Del buen mozo del café de París ya no volví a saber nada hasta que, en la temporada de 1921, un buen día, se anunció su presentación en Barcelona, seguida a poco de la noticia de que su padre había telegrafiado al gobernador suplicándole que impidiera que su hijo toreara.
Ocurrió esto el 31 de julio, y la corrida se dio, por lo tanto, sin el novel Algabeño, actuando en ella Fausto Barajas y Marcial Lalanda, que despacharon seis novillos del marqués de Villamarta.
Como dato curioso, quiero consignar aquí las manifestaciones del joven lidiador a un periodista local en aquella ocasión:
«Yo no soy ningún fenómeno ni mi debut debe ser anunciado con bombo y platillos. Soy un aficionado nada más que, al debutar, necesita toda la benevolencia que este buen público de Barcelona ha sabido prodigar siempre a los que empiezan. Humildemente, con toda humildad, me presento. El público fallará y señalará el camino a seguir».
Aquel invierno se dijo que había marchado Pepe a América con intención de hacerse torero allí, y conatos debió haber por su parte, pero la vigilancia paternal pudo evitar que realizaran. ¿Qué pasó luego para que José diera su consentimiento?
Se ha contado1 que alguien que conocía las buenas cualidades taurómacas del muchacho debió decirle al padre: «Ese torea mejor que tú y tiene tu estilo de matar». Aquella revelación debió ser un conjuro mágico, porque el veterano extorero, venciendo escrúpulos propios de un padre amante que conoce los peligros del oficio, levantó la cabeza con altivez y, dudando un poco antes de dar su consentimiento, exclamó con voz resuelta, pero embargada por la emoción: «¡Bueno, que toree!». Dejando a un lado las miajitas de literatura del párrafo, una cosa así debió pasar.
Lo cierto es que el 12 de marzo de 1922, pudo por fin Pepito el Algabeño vestir el traje de luces tan denodadamente conquistado, y en Valencia empezó su carrera como torero profesional.
Quiso la casualidad que en Sevilla me encontrase también cuando se recibió la noticia del triunfo del chico en la ciudad del Guadalaviar.
Un partido de fútbol celebrado esa misma tarde entre sevillanos y barceloneses y las hazañas del nuevo torero eran la comidilla de la gente por la noche y días siguientes, y de ambas cosas se hablaba con
esa pasión y ese entusiasmo tan simpático de los países meridionales, quedando bien demostrado a la vez que una afición no excluye a la otra, mientras se logre interesar a las muchedumbres. El peligro está para el toreo no en que le reste público el fútbol, sino en que, por falta de interés, ese público le vuelva la espalda a nuestra fiesta y busque en otras una emoción y un entusiasmo que los toros no le ofrecen, tal vez porque está haciendo falta una de esas figuras arolladoras que, rompiendo l’entente cordial en la que todos los primates actuales viven, se calce el primer puesto y en él se defienda como gato panza arriba. Eso traería la lucha, eso traería el estímulo y no es aventurado predecir que, con la cantidad de buenos toreros que hoy existen, la fiesta recobraría su animación y su auge, como siempre que tal ha ocurrido se ha observado.
Del entusiasmo ambiente que yo respiré en Sevilla esos días, del recuerdo simpático de aquel mozo comedido y afable que conocí un momento, y de mi necesidad de creer que la raza de grandes toreros dista mucho de estar agotada, nació en mí un interés especial por este diestro, en el que me puse a creer como una esperanza de la tauromaquia, que así somos de empedernidamente optimistas los aficionados, y no hay desengaños ni decepciones que puedan con nosotros…
Hasta el 30 de abril de 1922, día de su presentación en la plaza de las Arenas, no vi torear a Pepe el Algabeño, y puedo asegurar, puedo afirmarlo, que como le vi matar un toro esa tarde, yo no había visto nunca matar a otro.
Hay suertes en el toreo en las que la imaginación del espectador interviene en una proporción grande y se forma de ellas una leyenda, se le inventan reglas, se la exorna con detalles a cuál más meritorio… solo que todo eso era antes, cuando el torero que tales primores ha realizado ya ha desaparecido de los ruedos.
Con el volapié ocurre eso más que con ninguna otra suerte. Hay un volapié literario, es decir, que ha llegado hasta nosotros y de él tenemos conciencia por las definiciones de ciertos escritores y por las hipérboles de algunos revisteros que, poco a poco, se ha ido perfeccionando, siempre literariamente, hasta constituir ese dechado de ejecución que empieza desde el momento en el que el matador arma la muleta, se enhila, dejándose ver arranca recto, despacio, baja la muleta, se trae el toro a la pierna derecha, clava el estoque en el morrillo, centímetro a centímetro, cruza, y sale limpio por el costillar…
Ese volapié, que yo no he tenido la suerte de verle a Frascuelo, a Mazzantini, a Machaquito, a Vicente Pastor, a nadie, y en el cual por lo tanto no creo, aunque me lo juren franciscanos descalzos, quiso mi fortuna que se lo viese dar a Algabeño hijo, ese día al que me estoy refiriendo.
Si de esto deduce el lector que yo antepongo al moderno Algabeño a todos los grandes matadores que he citado, está en un error. Yo no digo eso; lo que digo es que el volapié literario único que he visto iniciado y consumado, con arreglo a esos fantásticos requisitos de que están llenas las historias… de toreros pasados, es el que dio José García Carranza el día 30 de abril de 1922.
Y como en esa tarde misma le vi suelto con el capote y enterado y eficaz con la muleta, aunque un poco codillero, salí de la plaza alborozado, con la esperanza de que aquel torerito novel podía dar días de esplendor a la fiesta española, no porque yo supusiera que siempre había de matar toros en aquella forma, pues estoy plenamente convencido de que así se pueden matar muy pocos, por muy grande que sea la voluntad y la maña del estoqueador, sino porque con todo lo de torero grande que en aquel chiquillo se observaba, en detalles nada más, y una estocada de tal calibre de vez en cuando, bastaban para suponerle en tiempo no muy lejano una figura de mucho relieve en la
tauromaquia, capaz de producir los entusiasmos que, con harto dolor, me veo obligado a echar de menos desde… desde la desaparición de Joselito. Lector, ¿para qué te voy a engañar?
Y relatado todo esto en el que va mezclada la historia con subjetivismos en los que sin querer incurro, y con disquisiciones, yo no sé si de todo pertinentes, entro en el fondo del asunto, prometiéndote ceñirme a él y liármelo a la cintura como con la media verónica se liaba Belmonte a los toros.
II
José García Carranza nació el 26 de febrero de 1902 en Algaba (Sevilla). Como se ha dicho, y todo el mundo sabe, su padre fue el notable matador de toros de mismo nombre y apellido, apodado el Algabeño, por haber nacido en Algaba, pueblo próximo a Sevilla. Queda explicado todo lo referente al nacimiento y desarrollo de la afición del muchacho y no hay que repetirlo.
También he consignado que la vida profesional la comenzó en Valencia el 12 de marzo de 1922, toreando con Gallito de Zafra y Rosario Olmos, cinco novillos de Terrornes, (antes Contreras), y uno de Moreno Santamaría. De esa corrida, el concienzudo escritor taurómaco que firma con el pseudónimo de Don Tioy habló así en El Eco Taurino:
«Había gran expectación por ver al hijo del Algabeño, que se llama y apoda como su padre y desde la semana pasada no se ha hablado de otra cosa. Nadie le había visto torear y todos aseguraban que el muchacho era torero y de los caros.
—Como el muchacho no se asuste, Jesús y Jesús, las cosas que les va a hacer a los toros —me decía el notable banderillero Rosalito.
—Es una cosa grande —me decía el lunes pasado Maera—. Con el capote se pega más que una lapa y con la espá es formidable. Les
coge a los toros la penca del rabo con la mano… ¡Jozú! La de billetes que va a ganar el chaval.
Y así toda la semana no se hablaba de otra cosa en cafés, bares y círculos taurinos. Llegó el sábado, y el muchacho, serio y formalito, paseó su airosa figura por Valencia, luciendo flamante pavero, y elegante traje de americana. A su paso murmuraban las gentes: —¡Ahí va el hijo del Algabeño! ¡Qué simpático es! ¡Y qué buen mozo! Llegó el domingo y amaneció un día tristón, desapacible, frío… A mediodía se arregló algo la cosa, pero momentos antes de comenzar empezó a llover con alguna furia. Todos creíamos que no podría celebrarse la corrida. El hijo del Algabeño, ya en la plaza, cerraba nerviosamente los puños y el coraje encendía sus ojos.
¡Mardita sea la má! ¿Ha visto usté que mala pata?
Pero se hizo el paseo y salió el sol, quedando una tarde espléndida, si bien con un poquito de aire fresco y molesto.
La atención estaba toda reconcentrada en Algabeño. ¿Qué pasará? Y cuando en el primer toro de la tarde, en su turno, hizo un quite pinturero y valiente rematando airoso y fresco, la muchedumbre rugió entusiasmada y se dijo: ¡Aquí hay un matador de toros! No se engañó porque el muchacho recio, de buena estatura, cimbreando graciosamente su cuerpo, dio a su primero cuatro o cinco verónicas reposadas, suaves, estirando los brazos como los buenos y mandando como un profesor. Estalló la ovación. Ya el público se entregó a él y siguió ovacionándole en los quites variados y valientes. El toro llegó a la muerte excesivamente huido, cuya condición demostró desde salida, y así Algabeño le dio unos cuantos pases con la derecha, serios, templados, metiéndose dentro del toro para no dejarle huir… Igualó y entrando y saliendo limpiamente, como dicen que entraba su señor padre allá en sus buenos tiempos, enterró tres cuartas partes de acero en los altos del morrillo. El animal se tambaleó unos segundos y cayó
como herido por un rayo… Eso con un toro manso y huido; si llega a ser con toro bravo y pastueño, le digo a ustedes que nos volvemos majaretas perdidos. La ovación se oye en Algaba y el muchacho da la vuelta al ruedo llevando las dos orejas de su enemigo, saliendo luego a los medios a saludar… ¡Vaya debut y vaya toro bien muerto!
En su segundo toreó de capa colosal nada más y siguió alegrándonos en los quites, gaoneras, faroles, largas cordobesas, afaroladas… ¡Vaya con el chavea! Con la muleta dio un natural y dos de pecho superiores, entre otros ayudados por alto y bajos. Entró con ganas y pinchó en lo alto, y luego, recreándose en la suerte y metiendo el estoque por milímetros, soltó un volapié enorme que por estar la espada un poco tendida no mató rápida. Sacaron el estoque y volvió a pinchar bien; aún necesitó entrar otra vez, cobrando media en la cruz, para que doblara el toro. Ovación grande y salida en hombros entre aclamaciones y vítores. Si con la clase de percal que se ha lidiado, el chavea ha hecho lo apuntado, ¿qué será cuando tropiece con una corrida suave y brava? Ya se habla de que va a la alternativa dentro de dos o tres novilladas y aquí en Valencia también. Juzgándolo serenamente tiene condiciones para ser primera figura. La prueba no ha podido salir mejor. Puede estar tranquilo su padre que el chaval va a ser de los que van a dar que hablar un rato largo. Y que tenemos torero, es como la luz. Ya lo verán ustedes».
En Madrid hizo su presentación el día 31 de agosto del mismo año y no respondió a la expectación que su nombre en el cartel había despertado el éxito que obtuvo. Se le apreciaron buenas cualidades, gracia, empaque torero, mas no se destapó en la forma que se esperaba. Toreó ganado del marqués de Villamarta y le acompañaron Zurito y Montañesito.
En Sevilla se presentó el 3 de septiembre, alternando con Angelillo de Triana y Ferrazano, novillos de Campos.
Al día siguiente, toreando con Correa Montes y Cabecitas de Coria, su primer toro, de Gallardo, le infirió una grave herida en el muslo derecho, que ya otro toro de Conradi le había lesionado gravemente también en Jerez de la Frontera el 4 de junio. Cerró la temporada con 30 novilladas toreadas.
El 31 de mayo del año siguiente reapareció en Madrid y como al buen pagador no le duelen prendas, ahí van dos recortes, uno de Maestro Banderilla de El Eco Taurino y otro de V. Bejarano de La Corrida, para que el lector, por lo que uno y otro dice, forme su composición de lugar. En esa corrida fueron las reses del conde de Santa Coloma, y Zurito y Bombita IV los compañeros de Algabeño.
Dice el Maestro Banderilla:
«El chico del Algabeño tiene tipo, gracia y soltura y arte. Con el capote está colosal. Hay mucho dominio y mucha facilidad para las enmiendas, aunque en algunos remates, por no recoger el toro, se vaya este por un lado y él por otro.
En los primeros tercios, que llevó muy bien, con cosas de torero muy enterado, fue ovacionado con verdadero entusiasmo. Ahora, con la muletilla ya anduvo más atropelladito, unas veces porque el toro gazapeaba, y otras porque llegaba agotado a sus manos. Hubo algún pase aislado, pero toda la faena sobre las piernas. Pero donde realmente está su flaco es con el estoque, pues levanta mucho la mano izquierda; no tiene terreno fijo, y no es ni sombra de lo que su padre fue.
En el toro de la ovación grande no es que el toro no le dejara pasar como han dicho algunos críticos, pues para pasar, hay por lo menos que intentarlo, sino que se quedó ahogadito en la cara. El toro le empujó suavemente por el pecho con el pitón, y salió de la refriega sin montera, muleta y pérdida de una zapatilla.
Descabelló a la primera, y el público aprovechó este momento histórico para pedir la oreja, que se le concedió tras algunas dudas presidenciales».
Y escribe V. Bejarano:
«Durante la corrida, cuando se terminó, horas después y el día siguiente, no se habla en Madrid en el taurino y en el no taurino más que de Algabeño. La opinión es unánime: Algabeño y Fuentes Bejarano son la esperanza de la regeneración de nuestra fiesta; esto dice todo el mundo.
Zurito había estado superiormente en el primer toro, con el capote, con la muleta y con la espada se le había ovacionado frenéticamente. Le cogió con gran aparato y por fortuna solo resultó con un fortísimo golpe en la región escrotal, que le impidió continuar toreando. A partir de este momento, queda de jefe en la plaza el Algabeño.
Se había hecho ovacionar en un quite al primer toro y enloqueció con delirio al completa de la plaza en el resto de la corrida. Estuvimos más tiempo de pie que sentados.
Joselito García dirigió perfectísimamente y con energía, se cuidó de todo, llevó la lidia con inteligencia suprema. Toreó sus toros e hizo los quites con variación de suertes, resucitando la preciosa y fenecida larga. Hubo majestuosidad, valor inmenso, clasicismo, chulería, gracia, valor heroico, conocimiento extraordinario, arte purísimo, estética verdad, clásica, sin retorcimientos ni amaneramientos: torerismo inmenso y así con la muleta y así con el estoque.
Se le dio la oreja del quinto toro por imposición unánime de los 13.542 espectadores. Remoloneaba el presidente, porque aquella faena no había sido la más colosal que hiciera en esta tarde grandiosa para Algabeño. Pero no había que mirar el detalle. El público sabía que frente a él había un torero enorme que hacía muchos años ya que no había saboreado el manjar exquisito y extraordinario que tan gran torero le sirviera y quiso recompensar a su ya favorito, a su ya ídolo, con aquel codiciado premio porque no sabía ya qué hacer con él. Ronco y cansado de aplaudir, ebrio de entusiasmo.
¿Para qué detallar? Es innecesario. Sepa el lector que lo hecho por el Algabeño fue extraordinario, fue sublime».
Este éxito decidió la alternativa de Pepe el Algabeño, y como todas las alternativas hizo opinar a unos que era prematura y a otros que llegaba en sazón. Ambas cosas estaban bien observadas y mucho más desde que la teoría de la relatividad está en vigor. Depende del punto de vista que se adopte para juzgar la cosa.
El mío es que, durando actualmente tan poco los toreros, sería una equivocación perder dos o tres años novilleando si se trata de aspirantes con algo dentro que les destaque de la muchedumbre.
Claro que antes un Gordito… un Lagartijo… Sí, efectivamente, pero los tiempos han cambiado… y los toros también. Más jóvenes, más bravos, más nobles, más bien criados, más afinados, más de lidia, en una palabra, digan lo que quieran los que no se han hecho cargo todavía de que la tauromaquia ha dejado de ser el empeño del hombre con la fiera que en otra época fue, y ha evolucionado por derroteros de arte y de gracia que no habría podido seguir sin esa modificación del ganando de lidia, tan lamentada por los clásicos (¡!) y que tanta alegría ha llevado a los ruedos.
Con toros viejos, poco escrupulosamente seleccionados, que por razón de su poca casta y de su edad se hacían de sentido con mayor frecuencia, el torero necesitaba un aprendizaje más largo para saber defenderse de ellos; pero actualmente, la práctica está demostrando, y a ella me atengo, que no es preciso una gran experiencia para salir airoso en la empresa, y el que en una temporada no ha logrado llamar la atención difícilmente lo consigue en varias. Como los casos abundan y el lector los tiene a la vista ahora mismo, no he de insistir sobre este particular.
Algabeño, pues, decidió hacerse matador de toros, y para ello aceptó el contrato que le ofrecía la Asociación de la Prensa de Valencia
para su corrida que se celebró el día 29 de junio de 1923. Formaban el cartel Rafael el Gallo, Juan Silveti y José García, Algabeño, con toros de Campos Varela.
Tengo a la vista lo que el revistero Chopeti dijo de esta fiesta y entresaco lo referente a nuestro torero:
«Algabeño al primero lo saluda, después de un intento de cambio de rodillas por no acudir el bicho, con unos lances, superiores algunos; en el segundo tercio clava un buen par de poder a poder.
Suena el clarín a las 4:42 y Rafael le hace entrega de los trastos y Pepillo se dirige a Mariposo, negro, número 5 y 232 kilos de carne.
Suena la música y el nuevo espada, valiente y con sabor, realiza una buena faena de muleta sobresaliendo unos naturales, de pecho y ayudados y perfilándose fuera, a un tiempo y estirando el bracito deja media estocada algo delantera que basta y corta la oreja del bicho y hay vuelta y salida a los medios.
En el sexto, un guasón, lo pasa vulgarmente para una tendida, entrando de larguito y estirando el brazo, otra delantera y ladeada sin pasar la trinchera, media algo delantera, otra igual entrando mejor y una ladeada saliéndose.
En quites, lances y brega, bien, sobre todo en verónicas, que tiene gran dominio en ellas por lo apretada y el temple que les da.
Total, que este Algabeño no es aquel que conocimos en la mocedad, este torea más, pero mata mucho menos».
Otro revistero que firma Torero se expresó así en El Eco Taurino : «Algabeño. —Alcanza un triunfo en el de su alternativa, toreando no se puede pedir más arte, más elegancia, estando colosal en unas verónicas, que el público puesto de pie le ovaciona y haciendo quites que remataba gallardamente en los mismos pitones y las ovaciones eran continuas. En unión del Gallo banderilleó superiormente.
Y vino el momento de la emoción, cuando el calvo y Algabeño se unieron, que seguramente el Gallo le diría ¡voy a echarte una poca sal de la mía para bautizarte! y hecho esto quedó doctorado el simpático Algabeño. Suena la música entre una ovación que el muchacho empieza con un ayudado estatuario que produce un alboroto y a continuación liga la faena por naturales, de pecho, de la firma, todo con un arte y un valor que el público lo aclama con delirio. Se perfila y entrando bien lo mata de media superior, sin puntilla. La ovación es de las gordas, concediéndole la oreja, da la vuelta al ruedo y salida a los medios.
Su segundo no se prestaba a lucimiento, siendo muy quedado, y a pesar de esto con la capa y muleta estuvo valiente, obligando al mansurrón, que lo toreó más bien que se merecía; lo mató regularmente». Esta fue la alternativa del chico del Algabeño.
No la ha confirmado todavía en Madrid.
A contar desde el 29 de junio toreó como matador de toros en Bilbao, Barcelona, Vitoria, Mérida, Murcia, Albacete, Salamanca, Valencia, Sevilla, Cartagena, y alguna otra plaza. Perdió las de feria de Bilbao por un percance sufrido en Vitoria.
III
¿Qué es el Algabeño? Una esperanza muy fundada, lector.
Con un gran tipo de torero, con mucha afición, con un gusto enorme por todo lo que con los toros y el toreo se relaciona, familiarizado con el oficio y con las reses desde la infancia, y con algo más, con una intuición clara de lo que es la lidia, desde el primer momento se le vio seguro en la plaza, con desahogo alrededor de los toros, siempre colocado, en su sitio, dueño, en una palabra, de la situación.
Sorprendió a los aficionados, a mí el primero, por su insuperable estilo de matador, y en lo otro, no hicimos más que apreciarle maneras,
muy buenas maneras, mejor con el capote que con la muleta. Sigue toreando, y a poco, con el capotillo asombra a los madrileños, para los cuales el estoqueador queda en segundo término. Así continúa, y así lo hemos visto nosotros luego; pero como lo por él realizado con el estoque no se puede borrar de la memoria de los que han presenciado sus hazañas en Valencia, en Barcelona y en otras plazas, tenemos derecho a opinar esos tales, que en el Algabeño hay un torero grande con el capote y un matador extraordinario…
Solo que… Solo que, matar toros bien matados, bien muertos, que dicen algunos, no es para todos los días, tienen las cosas grandes quiebras, y de eso se ha enterado Pepe prontamente; se lo han demostrado sus enemigos, se lo han hecho aprender como los maestros antiguos aseguraban que se aprendía a leer, cuando afirmaban que «la letra con sangre entra».
Con sangre le han hecho ver los toros a este novel espada todo lo que hay de literatura y fantasía en eso de las reglas del volapié, y naturalmente, listo el muchacho, pronto se ha dado cuenta de la distancia que hay del dicho al hecho.
De momento esto ha producido en él una cierta desorientación, un poco de desconcierto, la duda natural en quien ha estado creyendo en la virtualidad de un procedimiento y de buenas a primeras se encuentra con que ese procedimiento falla, con que no es tan infalible como había supuesto.
Esto le ha hecho perder su sitio de momento; pero qué duda cabe que su afición se lo hará hallar nuevamente. No me lleva el optimismo a creer esto, si optimismo hay será en considerar un enamorado de su profesión a este muchacho. ¿Y no ha dado pruebas bien evidentes de ello? Pues bien, ese amor al oficio, esas ganas de ser torero de categoría, a más de la obligación en que está de serlo, pues para quedarse en el montón no valía la pena vestirse de luces, le harán
buscar la manera de reconquistar un nombre como matador, al que su dignidad no le permite renunciar.
¿Quiere decir esto que yo creo que Pepe el Algabeño va a dar todas las tardes estocadas como la del día de su presentación en Barcelona? Ni por pienso.
Si Pepe el Algabeño es el torero inteligente que yo veo en él, matará bien matados todos los toros que se dejen matar bien y en cuanto a los otros… también los matará. Pondrá en práctica, aplicado a su arte, aquel consejo que según se dice dan los padres yanquis a sus hijos cuando están en edad de ganarse la vida: «Hijo mío, haz dinero honradamente si puedes… y si no, también».
De eso, más que nadie su padre, aquel fácil y seguro estoqueador, que a espadazo limpio se encaramó en la cumbre, en los días de Guerrita, Reverte, Bombita, Conejito; su padre, el bravo José el Algabeño, podrá decirle los toros que bien matados, a gusto, se pueden hacer rodar en una temporada, y lo fácil que es, así y todo, equivocarse y que los propósitos del artista resulten fallidos, porque no basta con que él quiera, ha de querer también el toro, y algunos de los que están prometiendo que querrán, llega el momento crítico y no quieren, se olvidan de colaborar en la suerte, y la suerte queda en desgracia…
De eso su padre puede decirle muchas cosas, y eso que su padre tenía ya adquirida esa confianza en su maña que da el hábito, y tenía además un sitio muy suyo, y en el que estaba afianzado a fuerza de haberlo probado.
Los toros a los que no se puede matar bien matados, basta con enviarlos al desolladero bien muertos. La gran cuestión es que no salgan de la arena vivos.
Pues bien, como yo estoy seguro de que esa magna ejecución del volapié es cosa con que nos puede regalar con más o menos frecuencia el Algabeño, y con el capote cada día está más suelto y más artista y
de la muleta conoce la eficacia y el adorno, por todo eso a mí me parece este torero una fundadísima esperanza para la afición.
¿Exagero? ¿Me quedo corto? Prefiero lo segundo. Me gusta andar con pies de plomo en materia de augurios. Así y todo, las equivocaciones son frecuentes, aunque más de una vez lo tengo dicho, los equivocados no somos los aficionados que por lo que observamos juzgamos; los equivocados son los toreros que de la noche a la mañana se echan para atrás, o se detienen en el avance creyendo que con lo hecho ya tienen bastante para su gloria.
Además, a un espada que está dando los primeros pasos en su oficio, por firmes y seguros que estos sean, y cuanto más seguros y firmes mejor, considerarle una esperanza es suponerle capaz de mayores cosas; y eso es lo que a mí me pasa con el chico del Algabeño.
Se ha dicho ya que tiene buen tipo, un tipo de torero enorme, que es de los pocos que saben llevar la popa, de los pocos que la saben llevar bien, que hay arrogancia y majeza, pero sin perjuicio de la simpatía; y todo esto se ha de añadir a su haber, para en su día, si llegara el caso, amontonarlo en su debe y pedirle estrecha cuenta.
Pues si buen mozo, con planta torera, simpático, valiente, con ese valor consciente del que sabe a lo que se expone y dónde, y cómo, y cuándo se expone, con garbo y repertorio en el primer tercio, lo mismo en las diversas suertes de capa propiamente dichas que en los quites, si banderillea, si con la muleta cada día se le ve más suelto y mejor, y si con el estoque sabemos que llegado el caso mata como el que mejor mate, ¿cómo perdonarle si se queda en la estocada y no le vemos muy pronto en la meta?
Por lo que hace, por lo que sabe, por lo que viene obligado a aspirar, yo creo que cada día más en él se cuajará ese torero grande de que ya, al presente, da la sensación.
Y de que no soy el único en opinarlo es una prueba la expectación que su nombre despierta en todos los públicos y las ganas que hay de verle en todos lados, con la esperanza sin duda de apreciar los progresos que a todos se nos antoja que este chico ha de hacer, pues en la imaginación ya le vemos en la más elevada cumbre. Inmensa será su responsabilidad ante la opinión si nos defrauda.
FIN
Febrero, 1924.
PEDRO BASAURI PAGUAGA PEDRUCHO
Para el buen aficionado y estimado amigo Pepe Martínez, representante de la empresa Balañá, muy cariñosamente, El autor I
Como en el toreo, y como en algo más que no es el toreo, pasan cosas que no obedecen a una estricta lógica, a veces se da el caso de que un diestro como Pedrucho se vista solo de vez en cuando de torero, cuando otros sin sus méritos se ven anunciados con frecuencia, y, lo que es más sorprendente, acogidos por los públicos con gusto. Claro que a algo obedece esto, que tiene todas las apariencias de anomalía.
Pedrucho vive en Barcelona, es un torero de Barcelona, no se ha preocupado lo debido, tal vez, de la propaganda, le ha faltado el apoderado listo y travieso que se ocupase con cariño de él, y eso ha contribuido a que las empresas lo olvidasen; pues sabido es que, descontadas las primeras figuras, unas cuantas, que son las que dan realce a un cartel, el relleno se hace con aquellas otras que más a mano se tienen, y para los que no dan ni quitan, el favor es factor
principalísimo y un apoderado que sepa captarlo de empresarios y valedores puede darle apariencias de torero solicitado ante los ojos de los incautos al que en realidad no es más que un solicitador.
Esto explica que los haya que sumen en la temporada un buen número de corridas, y bastante bien pagadas, y existan otros en cambio que, con más motivos para torear, si a su arte nos atenemos, apenas si logran una contrata. Si no es este precisamente el caso de Pedrucho, poco le falta.
El lector que conoce mi labor de crítico taurómaco sabe que yo no gusto de sacar las cosas de quicio, y que a sabiendas de que miento no lo hago, así, pues, no voy a decir que el diestro cuya biografía hago hoy debiera hallarse colocado a estas horas en la primera fila. No, no voy a decir eso, porque mi pluma, muy modesta, como corresponde a la categoría del que la emplea, no se ejercita en trabajos de encargo si se le encarga que falte a la verdad, y benévolo siempre, no hasta el extremo de que la benevolencia pudiera parecer adulación; lo que voy a decir, lo que digo, es que Pedrucho, porque es valiente, porque sabe torear, porque ha demostrado en toda ocasión y en todo momento su buen deseo y su mejor voluntad, y cuenta con muchísimas más tardes buenas que malas, debiera encontrarse hoy clasificado entre los matadores de toros de segunda fila y torear tanto como el que más toree de ellos.
Que no ocurra eso es lo que antes he dicho que me parece una anomalía, a la que no encuentro otra explicación que la dada antes también. Pero ni la anomalía ni su explicación pueden influir en mí para que yo no le considere una figura que debe de interesar al aficionado, y por lo tanto para que ocupe un lugar en esta serie de biografías, por la que van desfilando poco a poco los principales lidiadores de nuestra época.
Dicho esto, demos comienzo a la tarea con los datos que de su vida y hechos tengo a mano. Por mi cuenta empezaré diciendo que Pedro Basauri Paguaga nació en Éibar (Guipúzcoa) el 30 de noviembre de 1893.
Lo que va a continuación lo encuentro en la biografía que de este diestro publicó hace unos años el señor Torrabadella, y firmó con el pseudónimo de Don Juan. Decía así el buen aficionado:
«Allá por el año 1895 llegó procedente de Éibar (Guipúzcoa) un honrado matrimonio vasco acompañado de tres criaturas de corta edad, dos niñas y un varón. Contaba el pequeñín escasamente dos años y se llamaba Pedro.
Era el marido un laborioso e inteligente maestro armero que contaba con la simpatía y estimación de todos sus compañeros, siendo su único afán poder dar a los pequeñuelos una buena instrucción, único capital que podía y que puede disfrutar un obrero en el día de mañana.
Nadie que hubiera visto la seriedad de aquel chiquillo habría pensado en el cambio radical que se avecinaba. Dócil y sumamente obediente acudía puntualmente a la escuela, siendo uno de los distinguidos de aquel modesto profesor que se desvivía por sus discípulos.
Más pronto, con gran disgusto de aquel paciente maestro, se empezó a notar que el muchacho ya no era tan puntual, atreviéndose, inclusive, a faltar algún día que otro.
Su buena madre también se dio cuenta de que el pequeñuelo llegaba muchos días a su casa con retraso y con el vestidito sucio y roto; sabiéndose por fin, con gran disgusto de todos, que el chaval, junto con otros muchachos, se pasaba horas y horas jugando al toro.
Ni los rigores del viejo maestro ni la rectitud del autor de sus días lograron enmendar al chiquitín, que no desperdiciaba ocasión
para encararse con el cornudo armatoste, manejado con intenciones miureñas por uno de sus compañeros, contemplando los desplantes y la valentía que derrochaba el futuro torero.
Pronto sus camaradas le proclamaron primer espada de la cuadrilla, pues todos convinieron que no había otro que superase al pequeño Pedro, exponiendo su indumentaria.
Viendo su padre que era imposible corregir al muchacho, se vio precisado contra su voluntad a buscarle una sencilla ocupación en la misma fábrica donde él estaba empleado.
[…] La misma docilidad, el mismo carácter estudioso que demostró al principiar sus estudios en la escuela se patentizaron nuevamente, acogiendo Pedro, con el mismo que había demostrado por los libros, su nuevo trabajo.
Su tío, que era encargado y además socio industrial de la fábrica de armas E. Schilling y P. Paguaga, quedó encantado de las buenas disposiciones del muchacho, haciendo concebir a su padre halagüeñas esperanzas respecto al porvenir de Pedro.
Su carácter afable y expansivo le captó muy pronto la simpatía y amistad de sus compañeros de trabajo. Toda su familia estaba satisfechísima de su conducta, pues el muchacho, a medida que iba haciéndose hombre, parecía olvidar su afición favorita.
Todo marchaba a pedir de boca, hasta que un día un amigo suyo le insinuó si quería salir a torear a la plaza de la Barceloneta, donde debía celebrarse una función acróbata-taurina.
Para debutar exigieron al muchacho que pagase cinco pesetas. Aflojó Pedro a gusto los veinte reales ahorrados durante veinte semanas, y en compañía de su amigo se dirigió el domingo siguiente a la plaza burlando la vigilancia de sus padres.
Sufrió la primera contrariedad al saber que tenía que vestirse de indio bravo, pues él había soñado poder enfundar su cuerpo con el
deslumbrante traje de luces. Sin embargo, cuando se convenció de que no era posible lograr su tan suspirado anhelo, accedió rabioso a salir de máscara salvaje.
Salió un becerro al que la tribu debía simular darle caza y se trocaron los papeles, pues el cazador en verdad era el animal que en pocos momentos puso en fuga a todos los caníbales, con gran regocijo del público.
Las consecuencias de la fiesta no pudieron ser más fatales para Pedro, que resultó con el físico deteriorado, veinte reales menos y un escándalo mayúsculo que le dio el autor de sus días.
Cuando el siguiente día en la fábrica su tío le reprendió duramente por su hazaña, el muchacho, muy serio, formal y convencido, le replicó:
—Quiero ser torero, quiero ganar con los toros, por lo menos, las cinco pesetas que he pagado».
He aquí ahora unas declaraciones del propio interesado que también publicó en su día el mismo Don Juan:
«¿Cómo se despertó en ti la afición?
—Dificilísimo es precisarlo; tan solo recuerdo que para lograr mis anhelos tuve que sostener una lucha larga y dura, pues toda mi familia se oponía tenazmente a que fuese torero. Cuando yo leía las peripecias y las fatigas que pasan los aficionados recorriendo las capeas con el ato al hombro y viajando en los topes del tren, sentía envidia, porque ellos, al fin y al cabo, podían dar libremente satisfacción a sus deseos. En cambio, yo tenía que ocultar mis pensamientos porque el divulgarlos equivalía a nuevos disgustos.
—¿Qué sensación experimentaste cuando toreaste por vez primera?
—Sentí una alegría tan grande, una satisfacción tan intensa, que hubiera querido que nunca terminara aquella corrida.
—¿Dónde hiciste tu debut?
—Vestí por primera vez el traje de luces en Éibar actuando de banderillero.
—¿Quién te enseñó a torear?
—De chiquitín empecé a torear sin haber visto nunca una sola corrida; tan solo procuraba imitar a mis compañeros más enterados. Luego, ya mayor, me permití el lujo de asistir como espectador en algunas novilladas; más tarde ingresé como socio en la agrupación Jaquetón y allí en su escuela taurina practicaba todo cuanto había visto ejecutar en la plaza, siguiendo las instrucciones de mi buen amigo el inteligente aficionado don Segismundo Borras. Y así continué hasta que gracias a la protección que me dispensó el pundonoroso oficial don Constantino Panchuelo, y a las recomendaciones de mi gran amigo don Ildefonso García, logré actuar como matador en algunas novilladas económicas que se organizaron en Barcelona durante el año 1915… Por cierto, que eran tan escasos los honorarios que percibía de mi trabajo, que casi siempre me tocaba añadir dinero para sufragar los gastos… Pero, en fin, tuve suerte; el público cada tarde me aplaudía con más calor, yo por mi parte hacía todo lo posible para complacerle y así logré mi tan suspirado anhelo de poder debutar en novillada formal el día 1 de octubre de 1916 en las Arenas de Barcelona estoqueando reses de Pérez de la Concha… Difícilmente podré olvidar el triunfo alcanzado en aquella memorable tarde, para mí una de las más afortunadas.
—¿Conservas alguna crónica o reseña de aquella novillada?
—Sí, señor; ahí va una.
Y nosotros desdoblamos un ejemplar de El Diluvio, en el que firmado por el imparcial e inteligente revistero Segundo Toque, leemos la siguiente apreciación:
«El debut de Pedrucho de Éibar en la novillada formal fue un éxito para el novel torero.
Le tocó de primeras un buen novillo, el segundo de la tarde, negro, fino de tipo y bien puesto de cabeza, al que aguantó y paró muy bien Pedrucho con unas excelentes verónicas, que fueron muy aplaudidas. Con escaso poder, pero con bravura, tomó el novillo cuatro varas, teniendo ocasión Pedrucho de lucirse en los quites, siendo muy bueno uno que hizo rodilla en tierra. Animado por las palmas del público, cogió banderillas, ejecutando una vistosísima preparación, hartándose de jugar con el toro. De dentro a fuera entró valiente y señaló muy bien la suerte, no prendiendo más que un palo. Cogió luego otro y andando de frente al toro, con elegancia, clavó un par que fue un primor de ejecución y valió a Pedrucho una gran ovación.
Con la muleta llevó a cabo una faena de las grandes. Empezó con un pase de pecho, al que siguieron un natural superior y otro en redondo sencillamente colosal. Continuó con naturales y de molinete verdad, en la misma cuna, haciendo que el entusiasmo del público llegase al grado máximo, escuchando Pedrucho una delirante ovación y música.
Más pases, al cual mejor, y más entusiasmo, hasta que se perfiló en corto el muchacho, y volcándose materialmente sobre el morrillo, atizó una gran estocada que mató sin puntilla. Se le concedieron las dos orejas y fue paseado en hombros por el redondel, escuchando atronadores aplausos. Tuvo que salir al centro del anillo.
Hay que hacer constar que la magna faena la hizo Pedrucho sobre la mano izquierda y muy parado y quieto, mandando y corriendo la mano con perfección. Se llamaba el toro Lazarito y ostentaba el número 15».
A contar desde ese día, Pedro continuó como novillero y tanto en la de Barcelona como en otras plazas siguió revelando su valentía y sus notables aptitudes para la profesión.
El 20 de julio de 1919 hizo su presentación en la plaza de Madrid, alternando con Ernesto Pastor y Juan Luis de la Rosa, con novillos de Villamarta. Y la tarde no pudo ser más afortunada.
Tengo a la vista El Eco Taurino de aquella fecha, que se expresó así al reseñar las faenas de nuestro torero:
«El formidable Pedrucho, colosal de valiente. ¡Si no le da importancia al toro! Para él, el toro, por lo visto, es lo de menos. ¿Quieren ustedes faroles? Pues faroles. ¿Quieren molinillos? Pues ahí van molinillos. ¿Hay quién pida más? En los primeros lances se congració con el público, y es que el público aprecia a los hombres de buena voluntad.
Coge los palos, y con lo valiente que está y con lo que domina, le sopló un par al toro, colosal, desprendiéndose luego de ejecutada la suerte un palito.
Y allá va que va el de Éibar. A la faena le echa una clase de valentía que atortola, y eso que el toro se reserva.
Pero el que no se reserva y da todo lo que tiene es el señor de Basauri, que en cuanto lo ve a tiro le suelta un estoconazo grande que tumba patas arriba al animalito. Ovación».
Eso pasó en el segundo toro, primero de Pedrucho. En el quinto, hizo lo siguiente:
«Pedrucho lancea superiormente intercalando un farol. Ovación. […] toma los palos y coloca dos pares regulares al cuarteo. Palmas.
El propio señor brinda a unos señores que ocupan una delantera de grada, y muletea muy valiente intercalando en la faena dos pases afarolados y sus molinetes. En la primera igualada una estocada atravesada calándole el toro; un pinchazo y descabella. Ovación y vuelta».
De ocurrir eso hoy, el Maestro Banderilla habría calificado el éxito de personal y jocundo, seguramente; entonces no era tan variado y pintoresco su léxico.
En esa temporada fueron 21 las novilladas en las que actuó Pedro, de ellas tres en Madrid, ocho en Barcelona, y el resto en Valencia, Zaragoza, San Sebastián, Bilbao, etc.
En 1920 toreó 14; 12 en 1921; 20 en 1922. En esta última temporada obtuvo un señalado triunfo en Barcelona el 19 de noviembre.
De él dijo mi estimado compañero Don Ventura lo que va a leerse a continuación:
«Para Pedrucho se ha prolongado la temporada con una suerte loca. No hay duda de que guardará recuerdo del bravo toro de Villamarta que le tocó el día 5 del actual y de los dos bravos y nobles astados de Nandín que en la tarde del día 19 le correspondieron.
Y el recuerdo de estos toros ideales irá asociado al de los éxitos obtenidos con ellos, tan completos, tan resonantes, que de alcanzarlos al empezar la temporada le hubieran valido numerosos contratos. El triunfo de Pedrucho en la novillada del domingo fue una verdadera apoteosis.
La faena que hizo al bravo y nobilísimo toro de Nandín llamado Zamarro es, sin género de duda, la ejecutoria más brillante que en su historia taurómaca tiene el diestro vasco-catalán, y hasta si ustedes me apuran y prometen guardarme el secreto les diré que tal faena fue la más brillante, la más completa que hemos presenciado este año, incluyendo corridas grandes y chicas.
¿Que el toro se prestaba a todo? Perfectamente; pero téngale en cuenta que en todas las grandes faenas de muleta, donde la intensidad artística pone al rojo los entusiasmos del público, ha colaborado siempre el toro.
Pedrucho estuvo colosal. Su faena de muleta nos ofreció toda la gama, todo el sugestivo colorido del toreo de muleta, en sus más artísticas manifestaciones. Desde el pase natural corriendo la mano admirablemente hasta el adornado molinete. Pedrucho lo hizo todo y
todo lo hizo de un modo impecable, como si toreara de salón, siempre reposado, siempre sereno, confiado, dueño de la situación, poniendo salsa, alegría, empaque de torero grande en cuanto ejecutaba. El entusiasmo del público se lo debió contagiar a él, y así puso en su labor toda esta devoción que nos embarga cuando al hacer una cosa damos rienda suelta a nuestro espíritu, todo el singular y eficaz estímulo que produce espontáneamente la inspiración.
Las ovaciones incesantes, el ruido de la música, los olés y bravos atronadores que salían de todos los ámbitos de la plaza enardecían al modesto torero y prolongó la faena sin perder esta un ápice en valor artístico y sin que el notabilísimo toro adquiriera ni el más leve resabio ni aprendiera nada, ni se observara en él el menor atisbo de recelo.
Pedrucho tuvo un admirable rasgo de dignidad de artista; a aquel toro había que darle una muerte con todos los honores, y entendiéndolo así, al echarse la espada a la cara citó a recibir. Al adelantar el pie, como el astado no le embistiera, mantuvo aquel en la posición del cite alegrando a la res, y en el momento en el que intentaba deshacer la posición para avanzar al volapié, se arrancó el animal y el diestro pinchó en hueso. Aquel intento de dignificación de la suerte suprema con un toro modelo de nobleza bien merece una loa, y el público tributó a Pedrucho una ovación ensordecedora.
Y luego, arrancando a volapié, reuniéndose admirablemente, practicando la suerte con singular limpieza, dejó media estocada magnífica de la que rodó Zamarro como una pelota. El toro merecía una muerte así.
Yo que Pedrucho hubiera mandado cortar la cabeza de Zamarro para colocarla en lugar preferente como recuerdo de la faena más completa realizada en su vida de lidiador.
Pedrucho cortó las orejas, dio la vuelta al ruedo dos veces, salió luego a los medios para corresponder a las ovaciones ensordecedoras
que le tributaban y en aquellos momentos de entusiasmo no olvidó el público que el toro era merecedor de honores póstumos e hizo que los mulilleros lo arrastraran dándole una vuelta al ruedo.
En el primer toro había estado Pedrucho muy bien. Le dio un pase sentado en el estribo, luego algunos altos y de pecho con la derecha y otros de rodillas, dejó media estocada superior, escuchando al final muchos aplausos y dando la vuelta al ruedo.
Toreó muy requetebién de capa a sus dos toros, muy ceñido, muy parado y muy torero; se adornó en los quites y no necesitó de los oficios de los banderilleros porque a sus dos enemigos los pareó él solo. Al primero le clavó un par malo, uno superior y otro bueno, y al cuarto uno bueno, otro delantero, pero el mejor de todos en cuanto a ejecución, y medio de dentro a fuera.
Fue una tarde triunfal, en suma, que tras el éxito alcanzado el día 5, ha hecho subir su cartel, haciendo buena aquella frase de Lagartijo el Grande, cuando dijo:
—Los toreros somos unos cangilones de noria; unas veces vamos p’arriba y otras p’abajo
Nos alegraremos mucho de que Pedro Basauri se mantenga arriba mucho tiempo».
La temporada de 1923 fue para el torero vasco-catalán tan fructífera como las anteriores, y ya en septiembre llegó el momento de la alternativa. Pero del matador de toros hay que hablar en otro capítulo. II Pedrucho es matador de toros con alternativa desde el día 2 de septiembre de 1923. Recibió la investidura en San Sebastián de manos de Saleri II, que le cedió un toro de la marquesa de Villagodio (ganadería que hoy pertenece a los señores Sánchez, don Antonio y
don Ignacio, de Salamanca) en corrida en la que actuaban además don Antonio Cañero y Gavira, y de la que en lidia ordinaria solo se mataron dos reses, por haberse tenido que suspender la fiesta a causa de la lluvia.
La temporada de 1924 casi toda la pasó en el extranjero, bastante en Italia (Roma y Cagliari) y tres corridas en Budapest (Hungría) quedando limitada su campaña en España a una corrida en Barcelona el 3 de agosto, en la que estuvo muy bien, y otra en Palma de Mallorca el 6 de julio.
En 1925 toreó cinco corridas en Vinaroz, Burdeos, Inca, Gerona y Barcelona, y marchó a Venezuela y Colombia donde permaneció hasta febrero de 1927, logrando allí honra y provecho.
Femando Sayos, el notable escritor taurino, más conocido entre los aficionados por Trincherilla, obtuvo del diestro vasco-catalán a su regreso unas manifestaciones que dan idea exacta de lo que fue para él esta excursión; y yo creo que reproduciéndolas íntegramente en este lugar, tal y como vieron la luz en La Fiesta Brava del 3 de marzo de ese año, le proporciono al lector todos los datos que le son precisos para su ilustración en este punto. Escribe, pues, Trincherilla, que en esta ocasión firma Don Fernán:
—¡Perico!
—¡Don Fernán!
Pedrucho, efusivo, me tendió los brazos aprisionándome en un prolongado pechugazo.
—Dichosos los ojos. Ya casi no contábamos contigo. Se conoce que por el otro mundo te han tratado bien.
—Estupendamente, chico, estupendamente; como para quedarse por allí para los restos. Pero estas entrañables y viejas amistades, esta tierra de nuestros amores tiran de uno irresistiblemente. ¡Es mucha España esta!
Y Pedrucho respira satisfecho de verse bajo este cielo que ahora le parece más claro que nunca.
Nos hallamos en las Ramblas, a la altura de la Boquería; para llegar hasta el Lion d’Or empleamos hora y media bien corrida. Por todas partes surgen amigos del torero que le estrujan con el más delirante regocijo. No hay duda de que Pedrucho es uno de los hombres que más simpatías suman en Barcelona. Es materialmente imposible sostener con él un diálogo que dure más allá de dos minutos.
—Perico, eres el hombre del día. Habrá que esperar a ver si pasa tu actualidad para charlar tranquilamente contigo, porque lo que es por ahora no hay Dios que pueda ligar contigo dos palabras.
—Eso será porque no querrás que nos tomemos unos chatos mano a mano.
—¿Es un rentoy?
—Es la chipén.
—Pues a ese envido yo replico: «quiero».
Pues andando.
Ganamos los porches de la Plaza Real y en un periquete nos hallamos en casa del inmenso Pepe Muñagorri. Nunca lo hubiese hecho; la ideica de Pedrucho estuvo a punto de ser mi ruina. El colmado lleno hasta las cachas. La presencia de Pedro alborotó la concurrencia y cien vasos de vino se alzaron en el aire invitando al recién llegado. Yo, asustado ante lo que se me venía encima, quise recatarme, pero fracasé. No pude rajarme y a la «trágala» hube de ingurgitar unos chatos, los bastantes para que a los pocos momentos buscase el refugio de un rincón, herido de media en las agujas; un poco más y ruedo sin puntilla.
Entró Irigoyen, ese asombro de las canchas que en el Frontón del Palace está llevando a cabo una campaña enorme, y como si obedecieran a una consigna el pelotari y el torero entonaron a dúo
un adormecedor tango argentino, y luego otro, y otro. Y así hasta que Muña los llamó a la mesa en la que humeaban unas angulas que hacían perder el conocimiento.
—¡Ladrón! ¿Y para esto me has traído aquí?
—¡Siéntate!
—¡No me da la gana!
Salí a la calle iracundo, maldiciendo la hora que se me ocurrió contar a los lectores de La Fiesta Brava las andanzas de Pedrucho por tierras americanas.
Carlitos López tiene la culpa. Si yo he vuelto a enfrentarme con Pedrucho y he vuelto a dirigirle la palabra, solo a Carlitos le incumbe la responsabilidad. Él sabe por qué medios nos hemos encontrado los tres, cara a cara, en una mesa del Continental, ante unas tazas de oloroso moka. Con Pedrucho no hay quien pueda reñir; además, me lo hace observar Carlitos, «hay que tener en cuenta que este se debe a los amigos, y este para la amistad es un mártir». Me doy por vencido. Además, que a Pedrucho nos lo devuelve América completamente desconocido. Uno tiene que dejarlo pagar el gasto si no quiere pegarse con él. ¡Desconocido!
—No hace falta preguntar que tu excursión ha sido provechosa.
—No puedo quejarme —replica modestamente.
—¡Se puede saber el dinero que has traído, y te advierto que no voy a tirar el sable! ¡Por si acaso!
—Hombre, mejor sería que no lo diga. Los enemigos —que alguno habrá— van a decir que presumo y cloqueo. Quédese el secreto para mí. Ya ves, de lo que traigo vivo; y me parece que no me privo de nada…
Efectivamente; Pedrucho está llevando una vida de gran señor.
Cierto novillero malogrado, muy agudo de ingenio, decía que a los toreros a su regreso de América no había que preguntarles cómo les había ido, sino averiguar el peso de las maletas.
El equipaje de Pedrucho en este caso no puede ser más elocuente; ocho días lleva entre nosotros el torero y ya le hemos visto lucir seis ternos diferentes. Es un detalle.
—¿Estarás satisfecho de tu excursión?
—Satisfecho es poco; encantado. Estos quince meses pasados en aquellas benditas tierras me han proporcionado las emociones más gratas de mi vida.
—Viajaste mucho, ¿no?
—Más que el Judío Errante. Calcula: Venezuela, Bolivia y Colombia las tengo corridas de punta a punta.
—¿Toreando siempre?
—Toreando, y gastando la plata; pues, aunque no lo creas, más de una vez he renunciado a torear por el placer de un viaje prometedor de emociones.
—Pero tú no fuiste a batir el récord de globo-troter; tú fuiste a torear.
—Y toreé. ¡Digo! Si torear es echar fuera cerca de medio centenar de corridas.
—Echar es. ¿Y a buen dinero?
—Algunas a un dinero que a muchos parecerá fantástico.
—Ya sé que por allí se te dio bien, que el público te trató con gran cariño, que la prensa echó las campanas al vuelo elogiando tu arte, y que hasta te dedicaron poemas de una grandilocuencia homérica. Sé que por allí te hiciste el amo, que los hombres se disputaban tu amistad, y las mujeres tus sonrisas…
—Si no cambias el disco me ruborizo.
—Di que es mentira lo que digo y te lo pruebo con textos para ponerte en evidencia.
—Dilo tú, si quieres. Yo solo te diré que me trataron bien en todas partes. En Caracas, punto inicial de mi viaje, toreé seis corridas
con buen éxito. Había curiosidad por verme. Conocían la película que lleva mi nombre y esto había aureolado mi figura de cierta expectación. Por aquellos estados de Venezuela llegué a torear hasta 18 corridas, viéndome obligado en alguna ocasión a torear de paisano para satisfacer los deseos del público.
—Eso se llama popularidad.
—Alguna vez lo hice por compañerismo. En la Victoria saltó Facultades a torear en tan lastimoso estado que daba pena verle hacer esfuerzos para terminar la corrida. Yo que estaba de espectador en el tendido no vacilé en ayudar a mi compañero y salté al ruedo matando el último toro del festejo.
—Una broma que pudo costarte caro.
—Pues fue una broma que me rindió casi tanto como si hubiese cobrado la corrida, porque el brindis de ese toro me valió un obsequio fabuloso.
De Caracas pasé a Colombia, recalé en Cali. Por lo visto había llegado allí mi fama, porque la Troupe Ibérica, que actuaba en el Teatro Principal, al tener noticia de mi llegada quiso que la función de su beneficio tuviera un aliciente y no se le ocurrió otra cosa que venir a invitarme.
—¿A presenciar la función?
—¡Qué va! A tomar parte en ella.
—¿…?
—Lo que oyes. Yo me resistí, pero tanto me rogaron, tantas razones expusieron para convencerme de que de mi consentimiento dependía el buen éxito de la velada, que accedí. Y Pedrucho aquella noche le cerró los teatros de Caracas a Spaventa porque canté unos tangos que no hay Dios que los mejore.
Y Pedrucho que cuando habla de toros nunca le da importancia a su persona, al hacer el elogio de sus facultades tanguísticas se entusiasma. Es una debilidad del mozo.
—¿Pero tú cantaste tangos en un teatro?
—¡Yo! ¿Lo dudas?
—¿Y saliste ileso?
—Salí en hombros y por la puerta grande.
—Pues, chico, ahora sí que veo que esas hazañas que de ti nos han contado son ciertas.
—En Cali llegué a tener un cartel enorme y tan bien me trataron que, entre Cali y Bogotá, llegué a torear 14 corridas.
—Esas son las que dan fama.
—Allí caí de pie, y te aseguro que si decido quedarme a estas horas tenías a Pedrucho alcalde de Cali. No exagero. Cuando notifiqué a aquellos amigos mi deseo de regresar a España pasé un mal rato. ¡Había echado tan hondas raíces mi amistad! Pero no había más remedio. Volví a Caracas, ya de regreso toreé en Valencia, Santa Cruz y ¡a España!
—¿Y ahora?
—¿Ahora? ¡A torear, cuanto antes, mejor! Tengo unas ganas locas de reaparecer ante estos públicos que son los míos, pues, aunque más exigentes, son más justos al juzgar y por lo tanto los aplausos ganados aquí tienen doble valor para el torero.
—¿Tienes algo hecho ya?
—Algo hay; mi apoderado, el inquieto Carlitos López, se ha movido bien y ya tiene en cartera unos cuantos compromisos. Torearé en Figueras, a donde me lleva don Luis Castillo, que quiere dar una corrida de postín; iré a Tarragona, y probablemente me presentaré en Barcelona en una de las primeras corridas que se celebren.
—Eso seguro. Tontos son Balañá y Martínez para no aprovechar tus simpatías para llenar la plaza hasta la bandera.
—Además, mi apoderado está en tratos con varias empresas y creo que llegaremos a un acuerdo.
—Así debe ser, porque tú debes torear por lo menos tanto como otros que valiendo menos que tú se han hecho ricos sin salir de España. Si lo que les haces a los toros se premiara como se merece, este año habrías de ocupar un alto puesto en el escalafón.
—Pues yo te aseguro que este año voy a lograr que las empresas se fijen en mí. Tengo ganas de que se me haga justicia, y ya estoy cansado de ser buen chico y no levantar la voz. Quiero que me oigan. Oye: di que Pedrucho este año quiere empujar fuerte, sin consideración a nada ni a nadie. Y vamos a ver si por fin se enteran las empresas de que han sido injustas conmigo.
—¿Lo digo?
—Dilo.
—Pues dicho está.
Don Fernán».
Con esto y con reproducir además lo publicado en el periódico La Prensa, de Bogotá, tendrá el lector idea cabal del cartel que Pedro Basauri conquistó en Venezuela.
Copio, pues, lo que dice Beldoc, al hablar de la corrida celebrada en la capital colombiana el día 30 de mayo de 1926, en la que alternaban Arequipeño y Pedrucho:
«Pedrucho, en cambio, es el torero de la emoción. Es en la arena todo dinamismo y violencia. Sus triunfos pueden contarse por los latidos angustiosos del corazón del público.
Pocas veces habíamos tenido oportunidad de admirar a un torero de mayor sangre fría, de mayor elegancia y atavío profesionales, como a este muchacho que ayer en la arena de San Diego nos dio todo lo que sabe, todo lo que siente, etc., y nos hizo ver con claridad meridiana cuánto vale.
En su primer toro hizo una lidia de capa, escalofriante. Su especialidad —las verónicas— nos las presentó en abundancia y con
cálculo dejando en el público deseo de verlo en nuevas suertes. Con la espada y la muleta, estuvo a la altura de su fama y aunque sufrió una cogida aparatosa, su coraje lo llevó a rematar el bicho de una magnífica estocada, alta, enhiesta, que terminó en pocos minutos con el animal.
En su segundo se mostró acertado, elegante y valiente y cosechó palmas estruendosas. Pero en el último de la tarde fue donde mayor coraje demostró. Pedrucho sacó de su arte emocional en este toro todo el partido que era de desearse y después de una lidia de capa admirable, llena de brío y de vigor, colgó dos pares adornándose y realizó una emocionantísima faena de muleta, recibiendo al cornúpeto de rodillas, por tres veces consecutivas, entre la ansiedad del respetable. Después, dejó en alto una estocada maravillosa que hizo caer al animal definitivamente, sin necesidad de puntilla. (Ovación estruendosa).
Y aunque el ganado no cumplió en su totalidad y hubo toros mansurrones e inertes, tres de ellos sacaron la corrida adelante que, pese a los pesimistas, fue una espléndida corrida en la que Arequipeño y Pedrucho hicieron todo lo que podían hacer y cimentaron entre nosotros su cartel y su prestigio. Muy bien. Solo felicitaciones merecen y nosotros se las enviamos sin reservas, pues las merecen a granel.
Beldoc».
De regreso en España hizo su reaparición en Barcelona el 17 de abril de 1927, alternando con Gitanillo, de Ricla, con toros de don Florentino Sotomayor, bravos y buenos mozos.
Al hablar de esa corrida en La semana torera, de El Mediterráneo, di mi opinión respecto a cómo volvía este torero, y como no tengo dos opiniones también aquí la emito, sin quitar punto ni coma:
«Pedrucho toreaba su primera corrida después de una ausencia de dos años que ha pasado en América. Esto justificó sus dudas en los
primeros momentos; pero enseguida se rehízo el hombre y toreó bien con el capote a sus dos toros, dando por el lado izquierdo sobre todo algunos superiorísimos, que le valieron abundantes palmas.
Con la muleta ambas faenas fueron de torero enterado, que sabe lo que se hace, rematando muy bien la mayoría de los pases, por lo que también en eso fue aplaudido.
Con el estoque, a su primero, tras un excelente pinchazo, lo mató de media en la yema, saliendo prendido y derribado; y gracias a que el toro estaba muerto no hubo un desaguisado. La ovación fue como se merecía la bravura y pundonor del muchacho, que cortó la oreja.
En el último, una estocada buena, repitió con otra superior, rodando el toro sin puntilla. El público lo despidió con una gran ovación.
Decididamente Pedrucho ha vuelto con los mismos ánimos que se fue, y sería una injusticia que las empresas se olvidasen de él, mucho mejor torero y matador que otros que presumen por esas plazas».
III
Expuesto ya todo lo que a la vida torera de Pedrucho se refiere, aunque haya sido haciendo una síntesis, que es lo que el espacio del que dispongo me permite, aprovecharé el que me queda para decir en dos palabras el juicio que el lidiador me merece.
Ante todo, hablemos de su valentía, una valentía bien probada, pues los toros le han pegado duro, sin hacerle vacilar en su empeño, y volviendo a ellos después de un cornalón, con los mismos arrestos que se lo habían proporcionado.
Con su valor corre parejas su afición, su amor a ese arriesgado oficio, pues no se trata de uno de esos hombres que si no fuesen toreros no podrían ser nada y acaban por ser toreros a la fuerza. Pedro Basauri tiene un oficio muy remunerado, el de armero, y en él categoría de excelente
oficial; así, pues, es torero porque lo lleva dentro, y ni contratiempos, ni olvidos, ni pretericiones han conseguido torcer esa inclinación, sino antes al contrario hacerla más tenaz, arraigarla aún más.
Valiente y con mucha afición, posee las dos cualidades esenciales que le son precisas al lidiador, y como no le falta arte, sabe torear y tiene un excelente estilo de matador, yo sigo pensando que la suerte es lo único que le ha faltado para encaramarse bastante más alto de donde en la actualidad se encuentra.
Toreando lo que de derecho le correspondía, y conste que no hablo de sesenta corridas, hablo de veinte, veinticinco o treinta, puesto que estas son las que torean muchos que no ocupan un puesto en los carteles con tantos o más méritos que él, no es posible dudar de que Pedrucho habría mejorado y aumentado con el ejercicio sus innegables condiciones, pues para nadie es un secreto que no es lo mismo vestirse de torero con asiduidad que hacerlo de vez en cuando.
Yo creo que aún está a tiempo, que aún puede recuperar mucho terreno del que las circunstancias le han hecho perder, si como parece su entusiasmo no ha decaído, y continúa poniendo esa voluntad tenaz, hasta ahora demostrada, en la consecución de sus propósitos, pues bien orientado por el aficionado que hoy le representa, conocedor como pocos del tinglado taurino y hombre activo y de iniciativas — estoy hablando de Carlos López— es de presumir que las empresas se den cuenta de que el diestro vasco-catalán les ofrece garantías que son muy de apreciar en la combinación de un cartel, y reparen de ese modo una injusticia que ha querido el azar que con él se cometiera.
Sea como fuere, pues con lo que acabo de decir no hago más que exponer un deseo —el de una reparación— si Pedrucho no consiguiera pasar de lo que es en la actualidad, podría, después de todo, darse por satisfecho, porque su fama entre los que conocen su trabajo no puede ser más halagüeña para el artista honrado que, luchando con
la adversidad, en todo momento ha puesto a contribución su mejor deseo para congraciarse con el público, siempre dentro del terreno de la verdad, con un arte serio y varonil, como corresponde a su abolengo racial.
Modesto y muy afable en el trato, hombre de grandes simpatías, hay en Pedrucho todo lo que necesita el artista para triunfar.
¿No llegará a conseguirlo? Sería una mala jugada del destino. Lo merece y porque lo consiga hago votos, pues sería yo una excepción si conociéndole y tratándole no le quisiera.
FIN
Abril de 1927.
ANTONIO POSADA CARNERERO
Para el querido amigo y estimado compañero José D. de Quijano, Don Quijote, con un abrazo. El autor I
Los Posada, o Posadas —pues de esta segunda manera se llamó el primero de los hermanos—, han sido tres toreros: Faustino, el mayor, muerto desgraciadamente en la plaza de Sanlúcar de Barrameda, a consecuencia de las heridas que le infirió el toro Agujeto, de Miura, el 22 de agosto de 1907, cuando aún no había cumplido los veintitrés años, había logrado destacarse como novillero y la afición tenía puestas en él grandes esperanzas, porque había mucho valor, mucho arte, y lo hacía todo y todo lo hacía bien, lo mismo como torero que como matador; el segundo, Curro Posada, diez años menor que Faustino, fue el compañero de Juan Belmonte en las temporadas de 1912 y 1913, y consolidó una reputación de torero completo al que los públicos solicitaban y pedían; pero vino una enfermedad a truncar su carrera, y muy
joven todavía bajó al sepulcro; el tercero de los hermanos es Antonio, el matador de toros que es objeto de estas páginas.
No es cosa de señalar este contagio de la afición en los miembros de una misma familia y más cuando la gloria, o gloriola, del primero estimula a los restantes. Tres hermanos matadores de toros fueron los Carmona —los dos Panaderos y Gordito—, tres los Bombita, tres los Torquito, dos los Frascuelo, etc., por no citar más que aquellos que no venían de casta torera y que por lo tanto están en el caso de los Posada. Porque en la familia de estos, con ellos empezó la torería.
El padre era un labrador acomodado y muy bien relacionado en Sevilla, que por reveses de fortuna fue a menos, hasta el punto de que, para sostener a su familia, se vio obligado a aceptar el puesto de guarda de la dehesa de Tablada, donde como es sabido se llevaban los toros que habían de jugarse en la plaza, como ahora ocurre con Tabladilla.
Esto, sin duda, dio ocasión a que se despertaran las aficiones de Faustino, los éxitos de este estimularon a Curro, y ¿cómo no había de seguir Antonio por el camino emprendido por sus hermanos, si se sentía con valor y aptitudes para ser torero también? ¿Qué otro oficio podía proporcionarle en menos tiempo los halagos de la popularidad y las comodidades de la riqueza, para él y los suyos? Hay vocaciones que se imponen.
A los doce años, puesto que el hecho ocurrió en Villanueva del Arviscal en 1917, y Posada había nacido en Sevilla el 15 de abril de 1905, mató por primera vez un becerro, y al año siguiente —1918— vistió ya el traje de luces para torear en La Línea de la Concepción.
A contar desde esta corrida, continuó toreando becerradas y formando cuadrilla a poco con Pepito Belmonte, se dio a conocer en las principales plazas de España, apreciando en él los aficionados
un toreo serio y reposado, con conocimiento de lo que llevaba entre manos, que parecía sorprendente en un chiquillo de tan corta edad. No era bullidor, como Belmonte, ni buscaba efectismos; toreaba honradamente, y eso hacía pensar que era frío de cuello.
Pero de año en año fue entrando más cada vez en el público, que llegó a considerarle como novillero puntero y un futuro excelente matador de toros.
El día 9 de mayo de 1923 hizo su presentación en Madrid como novillero, alternando con Correa Montes y Pepe Belmonte, reses del duque de Tovar, que por cierto resultaron muy difíciles y de malísimo estilo.
Antonio solo mató uno, pues el sexto lo cogió al torear de capa y le dio un fuerte porrazo. No obstante la calidad de los enemigos, Posada causó buena impresión.
Después de haber realizado una buena campaña como novillero durante esta temporada del 23, se decidió a tomar la alternativa de matador de toros en Sevilla por la Feria de San Miguel.
Y el 28 de septiembre, en la plaza de la Maestranza, Rafael el Gallo le cedió el primer toro de la tarde, de don Félix Suárez (hoy del duque de Tovar), llamado Dichoso, número 7, cárdeno y bien puesto. Fue testigo de la ceremonia José García, el Algabeño.
Esta alternativa la confirmó en Madrid el 5 de junio de 1924, en una corrida extraordinaria celebrada un jueves, con seis toros de Sánchez Rico y alternando con Valencia II y Marcial Lalanda. Mi amigo el Maestro Banderilla reseña así lo ocurrido: «Primero. —Mangas verdes, núm. 12; negro, chiquito, escaso de pitones y de poder. Una pera en dulce. Total, cuatro por dos y cero. Posadas, muy bien con la capa. Mucha soltura de brazos y mucha habilidad para pegarse al cuello del toro. Valencia, en su quite estupendo, por poco echa abajo esta habilidad. El toro bueno.
Valencia II entrega los trastos a Posadas, no sin dirigirle una alocución copiosa y efusiva, que el neófito la debió entender bien claramente, y el sevillano empieza su faena toreando en redondo, sin terreno fijo, pero muy torero y muy vistoso. Iguala bien, y arrancando mejor agarra media en todo lo alto que mata. Ovación, vuelta al ruedo, oreja y salida al tercio, pues realmente el muchacho ha estado muy requetebién».
Por su parte, Pepito Reyes se expresó así al hablar de esta corrida en Sol y Sombra:
«Satisfecho puede estar el joven espada de la tarde de la confirmación de su alternativa en Madrid, puesto que obtuvo en ella un éxito resonante y se le abrieron de par en par las puertas del Banco de España y las de los restantes bancos, tanto de la Península como del extranjero.
El éxito fue merecido, por cuanto que Posada demostró ser un torero de cuerpo entero a juzgar por la forma, el estilo y el sabor clásico que dio con el capote y la muleta, ser gente con el estoque, porque mató a sus adversarios pronto y bien.
Escuchó la primera ovación de la tarde al torear maravillosamente por verónicas al toro de la confirmación, en cuyas verónicas el muchacho llevó al toro toreado a placer, quieto, con clasicismo y pasándose todo el enemigo por el pecho. (Olés y palmas).
Y una vez recibidos los trastos de manos de Valencia II, se fue ante el enemigo, que estaba bravo y noble, y dio comienzo al muleteo con un pase ayudado por alto, ceñidísimo. A este siguieron cinco naturales impecables, con un temple grande, y uno de pecho superior. (Olés). Otros pases por bajo y otros de pecho, admirablemente ejecutados, y entusiasmo en las masas.
El torerazo termina su estupenda labor entrando por derecho y recetando media estocada bien puesta. (Ovación, oreja, vuelta al ruedo y salida a los medios).
Al sexto en seis tiempos lo lanceó con vistosidad, y aguantando mucho y ayudando no poco. Trasteó de muleta dando pases por alto y de pecho que se olearon. Media estocada caidilla, entrando con decisión y nueva ovación. Y las masas sacaron en hombros por la puerta grande a un gran torero».
Mi querido amigo Don Ventura, en nuestro libro Toros y Toreros en 1924, hacía constar al referirse a la campaña del novel matador:
«El éxito obtenido en Madrid al confirmar su alternativa el día 5 de junio le favoreció mucho y como novedad fue incluido en muchos carteles de feria para una corrida, a modo de complemento de los mismos, permitiéndole alternar con los diestros de más reputación.
Fue en conjunto la suya una campaña muy estimable y después de la del Algabeño, la más importante entre las que corresponden a los diestros que el año pasado se doctoraron».
Toreó en esta temporada 28 corridas y estoqueó 56 toros. En 1925, fueron 13 las corridas y 24 los toros estoqueados. En 1926, 13 también y 26. En 1927, solamente torea en Madrid y Sevilla, cuatro corridas en cada plaza, y en esas 8 mató 17 toros. En la temporada del 27 al 28 estuvo en México, donde dejó muy buen cartel y ya en España toreó 15 corridas y mató 28 toros.
En Toros y Toreros en 1928, al ocuparme de él escribí:
«Sus desigualdades han sido gran obstáculo para que este buen torero se colocara definitivamente. Este año ha sido más igual, se le ha visto torear con más afición y el triunfo obtenido primero en Madrid y luego en Valencia en su última corrida le han valido un contrato, según dicen muy ventajoso, por un número crecido de corridas.
Que cuaje el contrato y que cuaje el torero es todo lo que le deseamos a Antonio Posada».
De esos dos triunfos de Madrid y de Valencia en 1928, no hay más remedio que hablar con alguna extensión, toda la que su importancia
exige. Pero no lo haré por mi cuenta, me valdré de lo que escribieron críticos consagrados por la fama, para que el lector forme idea de cuál fue la labor del artista.
Don Gregorio Corrochano publicó en ABC del día 9 de junio lo que a continuación se va a leer, refiriéndose a la labor de Posada el día anterior:
«Digamos que lo primero que nos llamó la atención en el cartel de esta corrida fue el ver debajo de los toros del conde de Santa Coloma los nombres de unos toreros modestos. Antes, la corrida de Santa Coloma era un conflicto para la empresa. Todo el que se creía algo en el toreo quería torearla. Ayer fue de otro modo.
Dicho esto, digamos enseguida que a uno de esos muchachos que no pueden exigir le vimos hacer una faena de esas que quedan. Este torero fue Posada. Ya había estado bien en el segundo toro. Un toro que escarbó y arrastró el hocico por la arena. Posada, muy decidido, muy valiente, aunque por el lado izquierdo estaba peligroso el toro, muleteó cerca, sin que le alejara el gañafón, del que sacó rota la taleguilla. Mató de una estocada, aguantando sereno la arrancada. Dio la vuelta al ruedo. Pero salió el quinto. Un toro que salió mal de los caballos, en los que hizo pelea de manso de casta. Pero esto merece párrafo aparte.
El toro, que en varas fue mansote, llegó a la muleta codicioso y tirando muchas cornadas. Y tiraba las cornadas con cuernos grandes, de los que asustan. El toro necesitaba para su dominio un torero más eficaz y valiente que bonito, lo cual en estos tiempos suele ser raro. Pero ayer ese torero era Posada. Se fue decidido, deprisa, hasta donde debió ir. Y cargando la suerte, doblando al toro con la muleta, le hizo la faena adecuada, esa faena que tanto echamos de menos casi todas las tardes, la única que se debe hacer con un toro cuando el toro, como este de Santa Coloma, tiene celo y nervio y remata siempre con
una fuerte tarascada. Posada remataba los pases consintiendo con la muleta y con el cuerpo; con el cuerpo, que debía temblar al roce de aquellos cuernos, que se movían fuertes, amenazadores. Pocas veces me ha interesado tanto un torero y una faena. El dominio y el peligro se daban la mano en la pierna que el torero le dejaba adelantada, quieto, como cebo, para que allí descargase su furia y la rompiera. Bien, muchacho. Faena de torero serio, que en esta época de adorno y efectismo me parecía desenterrada. Entró a matar cinco veces. Alguna encontró hueso. La última hasta el puño del estoque, hizo rodar al toro sin puntilla. Se aplaudió con entusiasmo. No le dieron la oreja. Mejor. Era la única manera de diferenciar la faena de gran torero. Andando el tiempo se irán borrando muchas faenas de orejas, si no se borraron ya. Esta quedará como referencia de lo que se debe hacer con un toro cuando hay valor para hacerlo.
Si no hubiera sido por Posada, la corrida de Santa Coloma hubiera sido una corrida vulgar. Pero la faena de ese quinto toro bien vale un abono. Ahí queda de ejemplo.
G. Corrochano».
Lo que ahora sigue es de Federico M. Alcázar, revistero de El Imparcial, y en ese periódico se publicó el 9 de junio también:
«Decir ahora, en este momento, cuando todavía no se ha extinguido el clamoreo de una multitud entusiasmada, que Antonio Posada es un gran torero, un inmenso torero, una de las primeras figuras del toreo no tiene importancia; lo dice ya mucha gente, y está en la conciencia de unos cuantos cucos que no se atreven a proclamarlo por interés o por cobardía. Son dos pasioncillas igualmente despreciables. Lo difícil, lo temerario —tan difícil y temerario como los toros que ayer le correspondieron y las faenas que les hizo—, es decirlo antes de que el público abriera los ojos y se convenciera. Como la serpiente de la fábula hace dos años que venimos mordiendo la lima fría de la
indiferencia, del desdén y del olvido. Estamos ya cansados —la pluma nos pesa y el corazón nos oprime de congoja— de decir que con Posada se está cometiendo una de las más tremendas injusticias del toreo; que no hay derecho a que este muchacho, que es uno de los pocos grandes toreros que existen, tenga que mendigar una corrida, mientras otros que pasan por figuras y no sirven para mozos de espadas de Antonio, estén firmando contratos a montones y llevándose el dinero como unos despreciables timadores.
El calvario que ha pasado este torero, y con el torero todos los que hemos creído en su arte soberano, es algo tan doloroso, que da vergüenza el confesarlo para vergüenza de los culpables. Posada es uno de los toreros en quien más se han cebado la desgracia y el infortunio, y con el infortunio y la desgracia, el rencor y la injusticia. Ha habido un momento —da pena decirlo— en el que el nombre de Posada lo tomaban a chufla. Nosotros, que le hemos visto torear como a muy pocos en el toreo, escuchamos las burlas con dolorosa resignación, con amarga pesadumbre. ¿Qué íbamos a hacer? El torero no toreaba, y nuestro deber era callar y aguantar en silencio la chacota de unos cuantos imbéciles que habían puesto su admiración en toreros que no servían para peones del nuestro. Ya llegaría el momento de hablar fuerte y claro, de devolver el agravio, de repetirle a la gente que Posada es una de las primeras figuras del toreo y que es injusto, terriblemente injusto, que se le tenga postergado en el montón anónimo. Nos hacía falta que el torero lo demostrara en la plaza. La empresa era difícil, pues el muchacho toreaba poco y en malas condiciones; pero era preciso, urgente, había que aprovechar la primera oportunidad. Si los toros no embestían, tenía que embestir el torero, y con el manso, o con el bravo, salir dispuesto a llevarse la cornada o el triunfo.
Y llegó la corrida de ayer tarde y se llevó el triunfo. Pero no un triunfo falso, aparatoso, en el que hay que partirlo con el toro, sino
un triunfo positivo, rotundo, macizo, sacado a pulso y logrado a costa de la propia vida: un triunfo con dos mulos difíciles y peligrosos, incapaces de lucimiento; un triunfo que correspondiera íntegro al arrojo, al valor y al arte del torero.
Hacía mucho tiempo, mucho, desde aquellas tardes memorables de Gallito, que no veíamos pelear con un manso, dominarlo y torear como ayer lo hizo Posada en sus dos toros. La faena del quinto es de las cosas más serias, más recias, más fuertes, más emocionantes, de más positivo. No se puede torear con más ciego coraje, con mayor desprecio a la cornada, que como toreó Posada con la muleta al quinto toro. ¿Dónde están los dominadores y los estilistas? Ayer Posada se plantó en medio de la plaza de Madrid y demostró que el torero, el verdadero torero, no es el que se defiende por la cara con habilidad y espera el borrego sin pitones para la filigrana, sino el que se arrima, pelea, domina y torea al manso como manso y al bravo como bravo. Para apreciar el valor de lo que hizo Posada es preciso pensar imaginativamente qué hubieran hecho otras figuras con aquellos mansos. De esta forma puede aquilatarse el mérito de las faenas del torero. Pero empecemos por detallar lo que hizo en el segundo:
No pudo lucirse con el capote, pues el toro se declaró manso a la salida, empezó achuchando por el lado izquierdo y llegó a la muleta bronco y descompuesto. Posada salió decidido, se metió dentro del toro y dio varios pases ayudados por bajo enormes. Comenzó el público a jalearle, y el torero se creció en valentía y continuó la faena metido, colgado materialmente en los pitones. Tan cerca estaba y tan rabioso de palmas, que al rematar un pase se quedó colgado de un pitón, sacando rota la taleguilla. Se perfiló para entrar a matar, se le arrancó el toro y, aguantando, dio una gran estocada. Le ovacionaron, y tuvo que dar la vuelta al ruedo. Pero el triunfo grande, clamoroso, vino
en el quinto, otro manso bronco y difícil. Se fue al toro más decidido que en el anterior, se metió entre los pitones y se dobló cuatro veces en cuatro pases ayudados, imponentes. Estalló la ovación, y Posada continuó la faena cada vez más valiente, más rabioso, más temerario, más torero. Cada muletazo era una explosión.
Al ayudado por bajo, parado y ceñido seguía el forzado de frecen, emocionante. Y así alternando estos dos pases, base del toreo de valor y dominio, desarrolló una faena enorme, en la que aguantó, pasó y dominó como hacía tiempo que no se dominaba y toreaba. Punteó tres veces superiormente, y después de cada pinchazo volvía a meterse dentro del toro y a colgarse en los pitones con un valor poco frecuente. Acabó de un estoconazo. Se pidió la oreja, que el presidente no concedió: ¿para cuándo son las orejas? ¿Cuántas faenas ha presenciado de más mérito que esta? Sería curioso conocer su criterio. El público al ver la injusticia tributó a Posada una ovación imponente y le hizo dar la vuelta al ruedo y salir dos veces a los medios a saludar.
Ahora dos palabras finales: ahí está la hazaña del torero, que no se repita la injusticia.
Federico M. Alcázar».
Eso fue lo de Madrid, según Corrochano y Alcázar, he aquí ahora lo que en Valencia según Don Tioy hizo el día 21 de octubre, toreando con Barrera y Torres toros de Urquijo:
«Posada vino con ganas. Sabía que se jugaba una carta muy comprometida, encerrándose con los dos toreros de la tierra que más cartel tienen en Valencia. Ya en el brindis del primer toro a don Paco Mora le dijo: “Ha tenido que ser usted empresa para que yo venga a Valencia. Lo digo para que se entere la prensa”. ¿Qué querría decir con esto?
Me gustó Posada, pero el toro era muy bueno y el sevillano abusó del efectismo, tocamiento de pitones y arrodillamientos. Faena
derechista, valiente y vistosa, y entrando bien a matar colocó una estocada tendenciosa que bastó. Oreja y vuelta al ruedo.
Más me gustó Posadita en el otro toro suyo, que estaba bronco y desarmaba. La labor muleteril fue valiente y eficaz, doblando hábil en los ayudados por bajo, castigando y logrando dominar por completo al toro. Un buen pinchazo, y a renglón seguido una estocada grande, de matador de toros. Otra vez cortó la oreja y dio la vuelta al ruedo entre generales aplausos.
En suma, que ha gustado el trabajo del sevillano y que en esta su primera corrida de matador de toros en Valencia ha logrado un buen cartelito, por lo que es de suponer que si no se pone tonto vendrá el año que viene para más de una corrida».
II
A raíz de esta corrida fue cuando surgió el empresario de que más arriba se hace mención, con el que el torero celebró un contrato por un crecido número de corridas para la presente temporada de 1929.
¿Qué razones tuvo para ello el entusiasta aficionado Vicente Gómez Lobo? ¿Quién es don Vicente Gómez Lobo?
Sea él mismo quien nos explique una y otra cosa, puesto que tengo a mano unas declaraciones suyas publicadas a la cabeza de un folletito recientemente dado a la publicidad. Dice así el señor Gómez Lobo: «Mucho se ha hablado estos días acerca de mi exclusiva sobre el matador de toros sevillano Antonio Posada. Para la mayor parte de los aficionados españoles, mi contrato con el citado diestro ha sido una verdadera sorpresa.
Yo, que hasta estos momentos había permanecido en el anónimo, con mi aparición en el mundillo taurino, he dado una nota discordante —en apariencia—. Y digo en apariencia, porque en efecto no existe la tal discordia en mi decisión.
Fervoroso entusiasta de ese espectáculo grandioso, único, incomparable, como lo es nuestra Fiesta Nacional, llena de bellezas infinitas, en todo momento viví esclavo de su ambiente, en todo momento gocé de su magnificencia y en todo momento me sentí ligado a ella, por ley de herencia, por la fuerza impulsiva de la sangre española…
Y en calidad de espectador, asistiendo a cuantos festejos se hacían donde yo me encontraba, admiré una y otra tarde el toreo clásico de Antonio Posada, pictórico de línea, de belleza conjuntiva... Y encontré plasmada fielmente la injusticia de los públicos en la personalidad del diestro sevillano.
Tomé mi resolución. Obedecí solamente a los dictados de mi conciencia, y… surgió el apoderado. ¿Iluso? ¿Profeta? ¡Nada de ello! Consciente. Defensor de lo justo. Antonio Posada es un torero de ley y tiene derecho a brillar en el arte por mérito propio. Nada de protecciones que rebajarían la dignidad del torero. Posada no necesita de protecciones absurdas. Únicamente campo abierto para desenvolverse en el arte, y a ello se reduce mi intervención en la carrera de tan excelente lidiador.
Jugando con mis intereses he querido poner a su alcance los medios para que triunfe, para que consiga el muchacho ver la realidad de su sueño logrado.
¿Miras interesadas? No las tengo. El triunfo del lidiador será mi mayor recompensa. A ello solo aspiro. Tengo fe en el torero y confío en no equivocarme.
La temporada que comienza se encargará de darme la razón —si es que la tengo— o quitármela si acaso estuviera equivocado. Aunque repito que tengo plena confianza en el arte de Antonio Posada, el cincelador del toreo clásico… El de la depurada escuela sevillana.
Vicente Gómez Lobo».
Y bajo estos auspicios se va desarrollando la temporada, de la que con razón ha podido decir mi estimado amigo y cofrade Eduardo Palacio Valdés, en una de sus glosas taurinas de ABC , al reseñar la corrida de Madrid, del 24 de marzo:
«Camino de flores. —Así está festoneado el que taurinamente viene recorriendo desde la temporada anterior el diestro sevillano Antonio Posada. Su gracia natural, esa gracia especialísima y artística que pone alegría en los momentos de más peligro, no tiene secretos para este muchacho, que torea de capa y muleta con la más envidiable elegancia. En la corrida que reseño, solo a fuerza de todo eso pudo hacer pasar por bueno al toro ciego que le correspondió en primer lugar, al que despachó guapamente de media estocada en lo alto. Por ello se le aplaudió mucho; pero, según mi leal saber y entender, menos de lo que merecía. Porque espanta pensar lo que aquel bicho hubiese durado a cualquier otro diestro. Al toro que cerró plaza lo fijó Posada con cuatro verónicas y media, unánimemente oleadas. Tornó a ser ovacionado en los quites, y a todo el público brindó la faena de muleta, que comenzó por naturales de esos tan suyos y tan verdad como los que diera el pasado año; pases aromados del arte más depurado que puede concebirse. Y así continuó toda la faena, valiente y adornada, en la que cada muletazo era una ovación. Con el acero largó tres pinchazos en lo alto y, al fin, una gran estocada. El premio de todo ello fue ser paseado a hombros por el ruedo y el triunfar gallardamente en una tarde de toros como la que dio Marcial Lalanda. Y esto último es un galardón para ser envidiado por muchas figuras. —E. P.».
¿Y cómo ese torero —se preguntará el lector con extrañeza— que sabe, puede y domina ha permanecido durante varias temporadas poco menos que olvidado?
Antes de contestar, yo por mi cuenta, no quiero privar al lector de otras opiniones, para dejarle luego en libertad de pensar o deducir lo que mejor le parezca. La de mi amigo, el popular revistero de estampa, Carlos Vela, Jerezano , es la siguiente: «Desde su alternativa en Sevilla, en Feria de San Miguel de 1923, que le doctoró Rafael el Gallo , en la que alcanzó un éxito definitivo, hasta el extremo de firmarle la empresa sevillana las cuatro corridas de feria de 1924, en las que cortó orejas de un bicho del Conde de la Corte y otro de Santa Coloma; su alternativa en Madrid, el 5 de junio del mismo año, que le confirmó Valencia II, con ganado de Contreras, en cuya tarde toreó y mató colosalmente al toro Mangas-Verdes, del que cortó la oreja, pasando por la revolución que formó en Alicante, el día de San Pedro, en cuya tarde —alternando con Sánchez Mejías y Marcial Lalanda— cortó cuatro orejas y dos rabos a dos reses de Parladé, por cuyo triunfo fue obsequiado por la empresa con un banquete en el ruedo de la plaza, y recordando sus resonantes triunfos en Cartagena, su grave cornada en Sevilla, su éxito formidable la tarde de los miuras, en Sevilla también, hasta llegar a la consolidación de sus triunfos definitivos en la plaza de Madrid (la que da y quita, y en la que temen torear muchos toreros) haciendo la faena más rabiosa, torera y valiente que se ejecutó la pasada temporada, con aquel difícil Santa Coloma, éxito que repercutió y repitió en Guadalajara, y últimamente en Valencia, donde cortó cuatro orejas formando el alboroto más grande del año; dan como consecuencia de lógica aplastante que en Antonio Posada existe una primerísima figura del toreo.
¿Por qué no ha toreado, cobrado y exigido como figura? ¿Por qué otros que no lo son lo hacen? Misterios insondables del océano taurino.
Antonio Posada, en la actualidad, guiado y administrado por su gran amigo y apoderado don Vicente Gómez Lobo, se encuentra en condiciones de luchar, de desarrollar su toreo maravilloso, de demostrar su facilidad para calar a los bureles, por el hoyillo de las agujas, y ante todo y sobre todo, de empujar y derribar ídolos falsos y ocupar el puesto que por su arte soberano, por su valentía y su completa capacidad taurina, tiene derecho a ocupar. Solo he de añadir: que yo creo en Antonio Posada».
Hasta aquí lo que otros han escrito, hecha una selección, pues son más, muchos más los que han cantado los méritos del espada sevillano. Ha llegado nuestra vez. Pasemos, pues, a otro capítulo.
III
Por todo lo expuesto —hablemos en términos de leguleyo— el lector que no tuviera opinión formada respecto a los méritos de Antonio Posada como lidiador se habrá capacitado de que se trata de un excelentísimo torero, con cualidades tan relevantes que casi no se concibe que haya permanecido, poco menos que obscurecido, durante varias temporadas.
¿Obedeció ello a conjuras y persecuciones, como algunos suponen? Yo no lo creo; y, es más, desearía que el propio interesado tampoco lo creyera.
Lo peor que le puede ocurrir a un artista —a un hombre cualquiera—, es dejarse influir por semejantes ideas, pues con ello se expone a dos riesgos, ambos de consecuencias fatales; y son que: o bien se amilane y desaliente y en ese estado de depresión no puede desarrollar sus posibilidades; o bien que, por comodidad, acepte la sugestión y renuncie a toda lucha declarándose vencido de antemano.
En el toreo, por fortuna para los que lo profesan, las confabulaciones son siempre de efímera duración y de escasísima eficacia, pues aun en
la hipótesis de que se concierten en daño de alguien, hay un elemento, el principal, que jamás entra en ellos. Ese elemento es el público, que podrá dejarse llevar de engañosas propagandas un momento; pero ante la evidencia, todos los prejuicios quedan desvanecidos, y el artista que vale triunfa indefectiblemente.
Y no quiero hablar de otro elemento esencialísimo que tampoco es capaz de intrigas ni complicaciones, ni sabe de partidismos ni entiende de parcialidades: al toro estoy aludiendo. Al toro que descubre lo mismo al bueno que al malo y a cada cual da su merecido.
¿No tiene Posada la prueba de ello con lo sucedido en la anterior temporada? Le bastó arrimarse, poner de manifiesto su indiscutido arte de torero, para que de golpe y porrazo su nombre ascendiera a la altura que le corresponde y su figura reconquistase el prestigio y despertase en la afición el interés; lo que en la práctica se traduce en aumento de contratos con el consiguiente aumento de honorarios.
Si esto es así, y los hechos lo proclaman, ¿por qué no lo hemos de reconocer paladinamente? Disfrazar la verdad en estos casos no resulta nunca beneficioso, y más cuando con ello el primer engañado —con frecuencia el único— es uno mismo.
Es posible que ciertos errores de administración, de eso que hemos dado en llamar administración, hayan sido un obstáculo en la carrera de este torero, y no me sorprendería tampoco que sobre él recayeran, resultando castigado sin motivo, culpas ajenas; pero achaque Antonio a las propias, con un firme y perseverante propósito de enmienda, su indebida postergación; y si sigue mi consejo no habrá de arrepentirse.
Convenido como debe de estarlo de que es un buen torero, con condiciones sobradas para codearse con los mejores, y sabedor de que ambas cosas son muchísimos los aficionados que las creen, eso mismo le obliga ante él y ante sus numerosos partidarios, a demostrarlo en cuantas ocasiones se le presenten, que para un diestro de su arte y
de su dominio son la mayoría, siempre y cuando que la voluntad de triunfar le aliente y la confianza en sí mismo le anime.
Esa voluntad y esa confianza, estimulada aquella y basada esta en un conocimiento profundo del oficio, dejan expedito el camino para que el artista se manifieste con toda la potencia de su personalidad, que por el contrario se disminuye y casi anula, cuando el desmayo y el desfallecimiento se adueña de nosotros. ¿No lo sabe esto Posada por propia experiencia?
Sentirse capaz de realizar una obra es casi tenerla realizada, si se dispone de la técnica necesaria para ello; emprenderla sin esa fuerza oculta que nos impulsa, llámese voluntad, llámese confianza, o désele cualquier otro nombre, es ir resueltamente al fracaso.
Yo no sé si el lector, y aún el propio interesado, encontrarán pertinentes estas manifestaciones, que no son biográficas ni críticas, en un contemporáneo, me sería muy difícil substraerme de lo que considero un deber mío, por lo menos para conmigo, que es el de decir sin ambages ni rodeos lo que siento, piénsese también que al ocuparme de este torero, como igualmente al ocuparme de cuantos le han precedido en esta galería de figuras taurómacas contemporáneas, no es un panegírico lo que me propongo hacer, escamoteando hábilmente aquello que no encaje en ese marco; mi ambición no es tan modesta. Puedo no lograrlo, pero lo que yo quisiera es presentar a la estimación del público, con todos mis méritos, al artista, y a la reflexión de este, sus defectos, para que uno y otro, público y artista, sepan lo que recíprocamente se deben, y toda mala inteligencia cese.
Y hecha esta aclaración por si era necesaria, termino mi cometido insistiendo en que en Antonio Posada hay uno de los mejores toreros de nuestro momento, con aptitudes para sobresalir en todos los lances de la lidia, pues pocos tan completos como él visten en la actualidad el traje de luces.
Notabilísimo con el capote, su toreo tiene sabor clásico dentro del estilo moderno; con la muleta une el dominio a la gracia, o lo que es lo mismo, sabe aunar en sus faenas lo que los toros piden con lo que a la afición de ahora gusta, entremezclando el pase eficaz con el de adorno, con esa justeza y precisión que es el secreto de los buenos artistas.
Como matador, si se decide, pocos son los toreros de su clase y categoría que ejecuten como él esa estocada que aún seguimos llamando volapié y en la que precisamente está vedado que los pies vuelen. Es decir, que mata bien y torea bien, lo que de muy pocos se puede decir.
En este brevísimo juicio, no hago más que resumir lo que en páginas anteriores se ha leído con el aval de firmas aventajadísimas; y no tiene otro objeto esta concisa repetición que la de mostrar mi conformidad con lo dicho por otros, porque lo tengo por exacto y verdadero.
Si Posada, que como todos los artistas tiene su reverso, pone entusiasmo, afición, voluntad en el ejercicio de su profesión, y es el anverso lo que más veces muestra a los públicos, su puesto en el escalafón tauromáquico será de los más altos con gran contento no solo de los que en él han visto siempre un gran torero, sino de la afición en general que lo que está deseando son diestros que le hagan cosas al toro, y se las hagan bien hechas, pues ya empezamos a estar un poco empalagados de ese exceso de estilismo, de plasticismo, de esteticismo, que amenaza con trocar el arte del toreo en un virtuosismo que para colmo de desdichas es rara vez practicable.
Como, por fortuna para él, Antonio Posada pertenece al número, cada vez más escaso, de los que pueden hacerle al toro muchas cosas y bien hechas y eso lo ha demostrado en cuantas ocasiones se lo ha propuesto, tenga siempre muy presente que el público que lo sabe no
le perdonará que le regatee su arte y su buen deseo, y por el contrario le corresponderá con creces si uno y otro pone a contribución para complacerle.
Pocas veces ha tenido un diestro, de las posibilidades del que nos ocupa, oportunidad mejor para encaramarse a las alturas. Querer es todo lo que necesita.
Uno al sesgo
MANUEL BÁEZ LITRI
Al grande y buen aficionado D. Manuel Pineda, en recuerdo de una buena y vieja amistad, Uno al sesgo
IComo este Litri joven, hijo de aquel otro Litri que tuvo sus días de auge y popularidad veintitantos años hace, y nieto de otro torero apodado el Mequi, la fama del cual no se extendió mucho más allá de su región, está clasificado en la categoría de lidiadores valientes, y como de la valentía se tiene en general un concepto no siempre exacto y se suele hablar de ella como de una cualidad especial de ciertos individuos, cuando es más bien el resultado, la consecuencia de una operación mental, consciente o inconsciente, bueno será afirmar, por lo que al joven Báez se refiere, que el valor no basta para hacer de un torero un buen torero. Puede bastar para que un muchacho se vista de torero y salga a torear, pero en modo alguno para que toree bien si no tiene práctica ni idea de lo que es torear bien.
El valor necesario para ser torero está admirablemente definido por el maestro Paquiro en su Tauromaquia completa, al decir que «el verdadero valor es aquel que nos mantiene delante del toro con la misma seguridad que tenemos cuando no está presente, la verdadera sangre fría para discurrir en aquel momento lo que debe hacerse con la res».
Está admirablemente definido, porque sin que en su tiempo se hubiesen podido estudiar los efectos de la autosugestión, hoy tan en boga, el valor de que habla no es otro que aquel que se obtiene y se consigue mediante la idea de que el peligro no existe o poseemos medios suficientes para desvanecerlo y anularlo.
La imaginación es la que nos hace valientes o cobardes. Basta imaginar que no nos atrevemos a hacer una cosa para que esa cosa nos resulte imposible; basta imaginar que la podemos hacer para que la llevemos a cabo o para que la intentemos por lo menos.
Para demostrarlo se han valido los propugnadores de esta teoría, de una demostración en realidad convincente. Todos somos capaces de andar sobre un tablón tendido en el suelo, de una acera a otra de la calle, y el recorrido lo haremos sin el menor temor ni perplejidad; pero ese tablón lo tendemos de una azotea a otra sobre aquella calle misma, y ya no nos atrevemos a dar un paso sobre él. En el primer caso la falta de riesgo nos da la seguridad; en el segundo, nuestra imaginación nos hace suponer que existe un gran peligro, y el tablón que antes nos parecía una pasarela suficiente para ir de una a otra parte de la calle, se nos antoja ahora, siendo igual, un medio imposible para hacer la travesía. Todo obra de la imaginación.
El torero que porque fiado en su arte, en su maña, en su vigor físico, en su ligereza, pisa el terreno del toro, deja que sus cuernos le rocen la barriga, haciendo alarde de una intrepidez que en ocasiones asusta, no realiza todo esto en virtud de la valentía a secas, sino que al verificarlo lo hace porque tiene la convicción de que lo puede hacer,
excepto en aquellos casos en los que es la dignidad, el amor propio, el temor al ridículo lo que te impulsa.
En más de una ocasión he hablado en esta serie de biografías de las diferencias técnicas que existen entre todas las suertes del toreo y la de matar a volapié, haciendo constar que un crecido número de espadas valentísimos en aquellos lances en los que el toro toma la ofensiva (que son la casi totalidad de los que se ejecutan con capote, muleta y banderillas), se les ve, sin embargo, desconfiados en cuanto la res se achanta a la defensiva, como en el volapié ocurre. La explicación, técnicamente, salta a la vista. Cuando el toro embiste, es el diestro el que torea, y de su mayor o menor arte depende el resultado de la suerte. Un torero seguro de su arte, por lo tanto, se atreve a afrontar todas las acometidas en estas circunstancias. Sabe que tiene recursos para evitar el riesgo y esa autosugestión le da la tranquilidad que necesita. Cuando el que ha de acometer es él, cuanto mejor conozca el toreo, más sabe que el resultado no depende totalmente de su maña, pues esta puede quedar anulada por un movimiento imprevisto e inesperado del toro, por no haber este obrado en aquel segundo como se podía esperar, y estas contingencias hacen del volapié algo fortuito, algo azaroso que desconcierta al torero, y le priva de la tranquilidad, y por lo tanto del valor que en cualquier otro instante de la lidia manifiesta.
¿Será necesario hablar de un espada de nuestros días, famoso sobre todo por su indomable intrepidez con el capote más que con la muleta, mucho más con las banderillas, y que llegado el momento de estoquear no revela más que miedo?
Si el valor fuese una virtud, una cualidad, de nuestro modo de ser, no ofrecerían los hombres estas alternativas. La sangre fría es obra y efecto de una autosugestión; quien dude de su valor, carecerá de él; quien no se considere capaz de hacer una cosa no la realizará, y viceversa.
Toreros con fama de cobardes derrochan valentía ante un toro a veces no menos peligroso que otros a los cuales no han querido arrimarse, por la sola razón de que algo en él les ha hecho suponer que era de fácil dominio y se han confiado.
Un toro del Saltillo, de Graciliano Pérez Tabernero, de Suárez, comunica esa confianza; un toro de Miura, de Palha, de Sotomayor, inspira siempre recelo. Pueden ser aquellos, un día, peores que estos; pero la imaginación, en virtud de la autosugestión que el diestro se hace, impedirá lo mismo la desconfianza en los primeros que la confianza en los segundos.
A determinados diestros que clasificamos en la categoría de medrosos, tanto se les ha repetido que lo son, que ellos mismos han llegado a convencerse de su miedo y cada vez lo sienten mayor; indudablemente si se lograse sugerirles que eran valientes, probablemente, mejor dicho, seguramente, creerían serlo y eso bastaría para que lo fueran.
¿Por qué no se habían de ensayar estas nuevas teorías sobre la influencia de la imaginación en algunos de nuestros más grandes lidiadores a los que tanta falta les está haciendo un poco más de decisión?
Pero continuemos nuestro examen: ¿no recuerda el lector a más de un torero, inhábiles y medrosos con la capa y la muleta y que en cambio se muestran intrépidos y valerosos con la espada?
Para estos lo fácil es lo difícil, por la única razón de que lo difícil lo consideran fácil y al contrario. Todo obra y efecto de la imaginación que está por encima de la lógica y de la tan cacareada voluntad.
Si en Manuel Báez no hubiera más que valentía, eso que entendemos por valentía, el torero que se ha revelado en él no se habría revelado. En Manuel Báez hay aptitudes para ser buen torero, deseos de serlo, y la certeza del que puede serlo. Esas aptitudes, esos deseos y esa certeza son la base y fundamento de su valor, de
su valentía, y lo que le induce a intentarlo todo con los toros y le proporciona los triunfos que parecen sorprender a los que del valor y de la valentía tienen el concepto vulgar.
Las apasionadas discusiones que ha promovido desde que en Valencia se reveló en 1923, y que continúan todavía entre los que todo se lo niegan y los que todo se lo conceden, son la prueba más fehaciente de que en el Litri joven existe algo más que el valor, porque toreros valientes sin más que valentía abundan hoy y han abundado siempre, y si por un momento han producido, lo mismo antes que ahora, una cierta impresión, nadie ha creído en ellos y por lo mismo a nadie han apasionado.
Los toreros valientes a secas son de poca dura; y como esto no hay aficionado que lo ignore, si en ellos no se ha revelado alguna otra condición sobre la que fundar esperanzas, se les ha visto aparecer y desaparecer sin pena ni gloria.
Para que Manuel Báez haya armado el escándalo y dividido la afición en dos bandos, preciso ha sido que en él se haya manifestado una peculiaridad, ese algo especial que es necesario poseer para destacarse en cualquier profesión o arte.
¿Cuál es el algo en este caso? Eso es lo que hemos de tratar de averiguar un poco más adelante en estas páginas. Ahora ocupémonos de su historia.
II
Manuel Báez nació en Huelva, barrio de San Sebastián, el 3 de agosto de 1905, y según cuentan sus biógrafos, desde muy pequeño tuvo el buen acierto de pensar en ser torero, ya que es forzoso que algo se sea en la vida. Y digo que tuvo el acierto, porque por lo visto, para torero sirve, y dar con la profesión para la que somos útiles hay que convenir que no todos lo conseguimos.
Su padre, el Litri viejo, Miguel Báez, que sabe de estas cosas del toreo lo suyo, penetrado de que la afición del chiquillo era, o parecía, una cosa seria, quiso, sin embargo, someterlo a una prueba y ninguna le pareció mejor que enfrentar al nene con un casi toro. Un biógrafo de Manuel cuenta así el hecho:
«A mediados del año 19191 se celebró una corrida en Huelva con ganado de don Bernardo de la Lastra, para Pilfo, Bogotá y Rafael Alarcón. El padre, con anticipación, pidió al empresario de dicha corrida que comprase siete novillos en vez de seis, con idea de que su hijo matara uno a la tarde siguiente. Así se hizo. En la plaza había a la hora de comenzar el espectáculo más gente de lo que se pensaba que fuera, pues, aunque solamente el padre había invitado a sus amigos, el público acudió en tropel a la plaza y derribaron las puertas: ¡había mucha expectación por ver el chiquillo del Litri!
Le soltaron un buen mozo, con muchos kilos y muchos pitones. El chaval, aún con el pantaloncillo corto, no alcanzaba ni a la cabeza del cornúpeto. Abrió su capotillo y dio unas cuantas verónicas soberbias. El público aplaudió con entusiasmo. Se le veía al muchacho tranquilo, valiente, muy valiente y coge la espá y la muleta. Realiza una faena en la que en cada pase iba a parar a las nubes. Sin mirarse siquiera, sin arredrarse lo más mínimo, volvía a la carga y cada vez más valiente. Ya el público le gritaba que no se acercase tanto. Se perfiló y agarró una hasta la mano. Aquello fue el delirio, ovaciones, olés, felicitaciones… Y desde aquella tarde, el niño no dijo más «yo quiero ser torero», porque ya lo era. Porque con 11 años y con un toro grande lo había hecho. Ya podía decir con orgullo: ¡soy torero!».
Mi amigo y colaborador Don Ventura no desaprovecharía la ocasión de hacer notar que el padre de Litri en esta ocasión, como la madre del conde de Urgel, cuando este pugnaba por la corona de 1. 20 de junio.
Aragón, vino a decir a su hijo: «Fill meu, o rey u res» o «Torero glorioso, o nada», porque sabe demasiado el señor Miguel lo engañosa que es en esta profesión la gloriola.
Ya probado, vistió el traje de luces por primera en Valverde del Camino, donde alternando con Rafael Posadas mató novillos de don Manuel Castillo, el 15 de agosto de 1920, y bien debió quedar el muchacho cuando ya esa tarde cortó una oreja, la primera de su vida torera, y fue repetido al día siguiente.
Todas estas primeras andanzas del joven Litri no habían trascendido fuera de la comarca onubense. Cuando el nuevo diestro empezó a ser conocido fue en 1923, al hacer su presentación en Valencia el 20 de mayo toreando reses de Félix Suárez, con Chaves y Pepe Belmonte.
La manera como logró esa contrata Manuel Báez es curiosa y la refiere así el biógrafo de que he hecho mención:
«Estaba su padre, el veterano Miguel el Litri, el que durante varias temporadas tuvo encendido el fuego de las discusiones y competencias taurinas, de temporada en su finca de campo, cuando recibió un telefonema de la empresa de Valencia que le decía: «Que venga tu hijo. Torea domingo próximo». Atónito se quedó al recibir la noticia. Él no sabía qué significaba aquello, puesto que no se había dirigido a nadie para que su hijo torease y menos en plaza tan importante como la de Valencia. Con la precipitación y extrañeza naturales llegó a su casa y llamando al mozo le dijo: «Toma, lee el telefonema este a ver si tú sabes lo que significa, porque no sé de esto ni una palabra». El chiquillo, al leerlo, saltó de alegría y entonces contó al padre lo ocurrido. Era que, mientras él estaba en la finca de temporada, había tomado su nombre y se había dirigido a un amigo suyo, persona de gran influencia con la empresa de aquella plaza, rogándole y suplicándole hiciera todo lo posible por saciar a su hijo en aquella plaza en cualquier novillada.
Como pasados unos días no contestaba, volvió a escribirle sobre el mismo particular, hasta que al fin el hombre lo pudo meter en la combinación del 20 de mayo de 1923.
El padre, por no descubrir la trama de la que se había valido su hijo por torear, contestó con otro telefonema dando la conformidad y anunciándole que Manolito salía para Valencia. Encargó a Sevilla un traje arrendado, puesto que ni ropa tenía, y Manfredí le dio un vestido que tenía en su casa hacía más de treinta años.
Llevaba una montera, que más que montera parecía una canasta pintada en negro, y un par de medias de color de higo chumbo. Una verdadera facha. Pero como aquí se cumple el refrán de que «el hábito no hace al monje», aquella tarde con el traje desteñido y roto, la montera grande y las medias higo chumbo, triunfó y armó una verdadera revolución en el toreo».
Lo que esa tarde hizo lo relata el inteligente crítico valenciano que firma con el pseudónimo de Don Tioy:
«Litri, el hijo de aquel matador de toros onubense, se nos presentaba por primera vez y hemos podido apreciar en él que es valiente, muy valiente, y que torea sin trampa ni cartón pero que, tanto con la capichuela como con la pañosa, aunque se estrecha y da el parón, se ve que le faltaba soltura y gracia para dar a los lances la gallardía y vistosidad necesarias.
Toreó a sus dos enemigos cerca y valentísimo, aguantando impávido coladas y achuchones, pero viéndose en cada lance de capa, en cada muletazo, que está poco fogueado en estos menesteres. Dos toritos de paja le cupieron en suerte, y por eso dejamos para otra ocasión, y con otra clase de ganado, el poder juzgarle con más conocimiento de causa.
En su primero vimos un trasteo de muleta emocionante sobresaliendo un pase de pecho colosal, y luego, arrancando en corto
y tumbándose sobre el morrillo, cobró una estocada superior, de la que rodó el bicho hecho polvo. Gran ovación, oreja, vuelta al ruedo y salida a los medios, todo muy merecido. En el que cerró plaza vimos otro muleteo por el estilo del anterior, dando parones formidables y viéndole cogido a cada momento por lo mucho que se apretó en la mayoría de los pases. Mató de un pinchazo y una estocada algo contraria, haciéndolo todo el matador. Dobló el novillejo y Litri, entre grandes aplausos, fue sacado de la plaza a hombros de los que van para acémilas.
En resumen, un debut afortunado. Ha gustado el debutante, pero esperemos verle con otra clase de ganado para poder emitir nuestra opinión en definitiva».
En realidad, era esta la primera novillada seria que toreaba. Nada tiene de particular que en ella se le viera poco suelto.
A esta siguieron seis corridas más en la misma plaza, pero la segunda la toreó el 17 del siguiente mes de junio porque no quería presentarse ya ante el público de Valencia hasta que no le hicieran un traje que se encargó, decidido a no salir más vestido de mamarracho.
En esa corrida, con dos toreros valencianos, Martínez y Chaves, volvió a triunfar nuevamente y ya empezó a sonar el nombre de Litri y las empresas a solicitarlo, logrando sumar en esa temporada 19 corridas en las que estoqueó 40 novillos, cortó 11 orejas y en todos lados gustó el nuevo torero, menos en Barcelona donde la suerte no le acompañó.
No obstante, mi amigo Franqueza dijo de él en esta ocasión:
«Sin alcanzar un éxito, no desagradó el chaval del amigo Miguel. Tiene, como queda dicho, valor tranquilo, sereno, reposado, y ciertas maneritas. Si con la práctica aprende algo de lo mucho que ignora, puede que llegue a comer de los toros si estos le respetan, como lo respetaron en esta novillada los dos de Pérez de la Concha». Alternó
esa tarde de su presentación con Angelillo de Triana y Gatillo de Zafra y fue el día 12 de agosto.
En Sevilla hizo su presentación el 4 de mayo de 1924, alternó con Pepe Belmonte y Rafael Posada y fueron los novillos del Conde de la Corte. Por sus faenas con capote y muleta y la valentía derrochada en dicha corrida mereció calurosas ovaciones.
Sobre todo, en el quinto toro estuvo superior de verdad, pues tras una faena llena de ese valor suyo, tan sereno y frío, logró una estocada grande, ejecutando el volapié limpiamente. El entusiasmo del público se desbordó y el jovenzuelo cortó la oreja de su enemigo tan bravamente toreado y tan perfectamente estoqueado.
Volvió a torear en esa misma plaza cuatro corridas más, el 25 de mayo, 1 y 29 de junio y 13 de julio, y no pudo hacerlo, por una afección a la vista que padecía, en la de la Asociación de la Prensa el 11 de mayo. En la corrida del 13 de julio se lidiaron Miuras y de uno de ellos cortó la oreja.
En Madrid hizo su presentación el 27 de agosto del mismo año 1924, después de haber sido anunciado el 20 de julio y el 10 de agosto. Alternó con Zurito y Agüero, novillos del heredero de don Andrés Sánchez, de Coquilla. Grande era la expectación y grande fue el triunfo del novel diestro.
De entre las diversas reseñas que de esa corrida se hizo, escojo la del notable revistero de El Debate, Kurro Kastañares. He aquí su impresión:
«El eclipse de la suerte suprema dura poco. Colmo que el tercero y cuarto toros son esto en los que Litri y Zurito explican todo un curso de arte y guapeza en el momento culminante de la lidia.
Y eso que no se descuida la filigrana, pues tan pronto sale a la arena el tercer novillo le toma Litri por verónicas y faroles, alborotando el cotarro con su valeroso toreo en los mismos pitones de la res.
Quemados sus compañeros, aprietan en los quites, y el de Huelva, que no cede un palmo de su terreno, cierra la serie con unas gaoneras formidables, que entregan al público por completo.
Ya con palmas a todo pasto tantea Litri sereno, y tira un natural y otro de pecho con la zurda, pasándose el engaño a la otra mano, con la que se ciñe colosalmente, hasta el punto de ser empitonado por el muslo izquierdo, derribado y acosado en el suelo, entre los gritos angustiosos de la multitud. Sin mirarse, se levanta el mozo, y con coraje se tira al morrillo, cobrando una estocada fulminante, que mata sin puntilla. La ovación es clamorosa y unánime la petición de oreja, a la que accede la presidencia con absoluta justicia. ¡Olé los toreros que saben matar!».
Cuatro días después, el 31 de agosto, volvió a torear en Madrid con Gatillo de Zafra y Angelillo de Triana, novillos de D. Matías Sánchez, y confirmó en esa corrida la excelente impresión que había producido.
Según la estadística que en Toros y Toreros en 1924 se publica, las novilladas que Litri toreó en esa temporada son las siguientes:
Abril: 27 y 28, Valencia. —Mayo: 4 y 25, Sevilla. —Junio: 1, Sevilla; 8 y 15, Valencia; 19 y 28, Huelva; 29, Sevilla. —Julio: 6, Huelva; 10, Valencia; Sevilla; 31, Valencia. —Agosto: 3, Huelva; 5, Valencia; 9, Huelva; 15, Valverde del Camino; 17, Játiva; 24, Huelva; 27 y 31, Madrid. —Septiembre: 6 y 7, Huelva; 10, Cartagena; 12, Albacete; 21 y 22, Écija; 23, Fregenal de la Sierra.
Total: 29 novilladas. Perdió alguna del 12 al 21 de septiembre por la cogida que sufrió en Albacete y otras por distintas causas, como pequeños percances y una afección a la vista.
Su última novillada fue la de Fregenal de la Sierra. Cinco días después, el 28 de septiembre, tomaba la alternativa en Sevilla de manos de Manuel Jiménez, Chicuelo, que le cedió el primer toro,
perteneciente a la ganadería de los señores Rufino y Moreno Santa María. Era el tercer espada en esta corrida Pablo Lalanda.
En el momento en el que Litri brindaba a la presidencia la muerte del toro de su alternativa, se cursaban a Valencia y Huelva dos telefonemas que decían: «Al tomar alternativa, pienso que la hermosa región de Valencia fue para mí como una madre. Mi primer pensamiento esta tarde lo dividiré entre Huelva, mi patria, y Valencia, la gran madrina de mi afición.
Para los amigos valencianos y onubenses va el brindis de mi primer toro y va también para la Virgen de los Desamparados y la de la Cinta. —Litri».
Tanto en esa corrida como en la del día siguiente, con ganado manso de Pérez de la Concha, en el nuevo matador de toros se siguieron apreciando sus características y progresos evidentes en el manejo del capote y la muleta.
El 9 de octubre le confirmó en Madrid la alternativa Marcial Lalanda, cediéndole el primer toro Ostioncito, número 44, negro del marqués de Villamarta. La corrida era a beneficio de la Cruz Roja, y además de Lalanda y Litri tomaron parte Villalta y Cañero, que rejoneó dos toros.
No pudo lucirse Litri en el toro de la confirmación con el capote por las malas condiciones del buey de Villamarta, que salió huido de los chiqueros y así hizo toda la lidia.
Con la muleta, después de brindar a SS. MM. que asistieron al festejo, llevó a cabo faena temeraria, consiguiendo a fuerza de arrimarse dar varios pases superiores. Entra a matar y agarra una estocada superior. (Ovación, vuelta al ruedo y regalo de los Reyes).
En toda la corrida derrochó valor y fue premiada su buena voluntad tanto como su arte, con repetidos y calurosos aplausos. Rodaballito, en The Times, hizo así el resumen de la labor del joven Báez en esta corrida:
«Manso su primer toro y difícil el último2 hizo con ambos lo que se podía hacer: arrimarse, arrimarse mucho, hasta lo inverosímil, ofreciendo siempre el cuerpo mimbreño a las buidas astas y prodigando la emoción hasta el paroxismo. ¡Ese es Litri!
Y en la suerte suprema, cuando su último toro, el peligroso, el difícil, el que pegaba fuerte, el que mandó para dentro a Galea y tendió de cuatro cornadas, cuatro caballos, cuando su último toro, repetimos, juntó las manos, dando cara a las tablas del 1, se perfiló cerca Maoliyo, y atracándose se volcó sobre el morrillo del enemigo, hundiéndole el acero en todo lo alto, y saliendo volteado y con la taleguilla destrozada…
¡Emoción! ¡Emoción, hija de un valor inmenso! ¡¡Litri!!».
A más de estas tres corridas actuó como matador de toros en 1924, el 12 de octubre en Huelva, y en Gandía el 26.
III
La temporada de 1925 la comenzó en Sevilla el 12 de abril y hasta el 2 de agosto lleva toreadas Litri 18 corridas, en general con aplauso de los públicos, pues si bien no todas las tardes triunfa, entre otras razones porque no es posible triunfar todas las tardes y ni aun el gran Joselito lo logró, pues de la clase del enemigo con el que se contiende depende una gran parte del éxito, en todas ellas ha patentizado el nuevo matador, su buen deseo, su entusiasmo, poniendo a contribución esa bravura, esa intrepidez, que porque no es loca ni inconsciente, le permite salir airoso de los lances más difíciles en la mayoría de las ocasiones.
Pero entre esas tardes hay dos que se destacan, no porque hayan sido las mejores de su campaña en lo que va de temporada, sino por la plaza en la que el triunfo ha tenido lugar. Me estoy refiriendo a la
2. Del Conde de la Corte.
corrida celebrada el 29 de junio en la plaza de Madrid y la del 6 de julio a beneficio de la Asociación de la Prensa.
Lo que ocurrió en una y otra, sea el inteligente crítico Moya Arpí el que se lo cuente al lector, pues por su entereza e independencia ofrece el máximum de garantías de imparcialidad. He aquí lo que refiere de la primera de las dos tardes:
«Y sucedió que los que fueron, y fueron muy contados, a la extraordinaria celebrada el pasado lunes en la plaza de Madrid dispuestos a entusiasmarse con las faenas de Posadas en recordación de la brillante tarde de toros que dio en Madrid en la confirmación de su alternativa, quedaron gratamente sorprendidos, no de las faenas de Antoñito, sino de las del chico del señor Miguel, que se excedió a sí mismo y estuvo, sencillamente, formidable. Este Litri había toreado una corrida, la de su alternativa en Madrid, y había estado anunciado una vez en el abono sin que pudiera asistir a la cita por reciente percance. Mas como todo llega en la vida, llegó el momento de su actuación, y si no en las de abono, en una extraordinaria con toros de Angoso y Ricardo Nacional y el supradicho Posadas.
En el primer quite se arrancó Litri con cuatro faroles que resultaron una iluminaria completa. Y a partir de aquí, todo seguido. Toreó de capa tan apretado que a veces los toros le empujaban por delante y toreando de muleta metido materialmente en el terreno del toro. Así se explica que los toros que no pasaban con los demás, con él pasaron guapamente. Y si toreando estuvo así, matando estuvo más metido en el toro, hasta quedarse enfrontilado en la cara. Fue esta de Litri una tarde redonda. Empezó brillantemente, y no solo sostuvo esta brillantez, sino que fue a más. En el primero dio la vuelta, salió al tercio y tuvo honores de espléndida ovación. En el último acabaron por entregarse los más reacios. Hubo ovación, corte auricular, paseo por el ruedo y salida triunfal por la puerta grande,
y hasta la fonda lo hubieran llevado las alborotadas masas, a no ser por la pronta intervención de la fuerza armada, que cerró el paso a los entusiasmados espectadores. Fue la jornada más completa, con permiso de los jaleadores de los latigazos de Villalta, que ha tenido torero alguno en la temporada actual. Habrá habido mejores y mayores aciertos en detalles, pero en conjunto, no».
¿Está claro? ¿Es posible sostener que en toda esta labor realizada con los toros de Angoso no hubo más que valentía?
Pasemos adelante, y hablemos de la tarde segunda que el mismo cronista nos reseñará:
«Y vamos con el héroe de la jornada. Sale en tercer lugar un precioso ejemplar negro y finísimo, Candil de nombre, de Martínez.
Litri veroniquea en dos tiempos: bien en el primero y enormemente temerario en el segundo. Se prevé la tragedia. Remata el onubense este primer tercio con dos recortes superiores. Ovación. Candil acude bien a la picandería, y hay concurso de quites entre Villalta y Litri, ganando este por muchos puntos la pelea. Las ovaciones no cesan; parece una sola seguida de ceros. Vito y Galea banderillean, sobresaliendo el segundo.
Y aquí viene la faena cumbre, la que consagra a un matador, la que gusta al buen aficionado. Un ayudado, a modo de tanteo, superior; tres naturales con la mano que se deben dar estos tan fáciles pases, llevando al toro enormemente toreado, colosales; uno de pecho que no tiene adjetivo; dos altos y otro natural que enloquecen a las masas y qué sé yo; el delirio. Es una faena sobria, de macho y de artista. Coloca un pinchazo aligo desprendido, y enseguida un volapié en todo lo alto y hasta la mano. Ovación enorme, vuelta al ruedo, salida a los medios, dos orejas y el delirio.
En séptimo lugar aparece Cotorrino, negro y abierto de cuerna. De don Esteban Hernández. Por resentirse de las patas el público
protesta, pero en cuanto Litri abre el capotillo con inusitado valor y exponiendo la vida de verdad, las lanzas se vuelven cañas. No es posible torear más cerca. Enorme ovación. El toro es bravo y pelea muy bien con los caballos. En los quites vuelve a triunfar el de Huelva.
Litri muletea como él sabe; entre los pitones arrancando en cada pase una clamorosa ovación. La faena es temeraria. Hay un molinete colosal, naturales de torero caro y otras pequeñeces por el estilo. El chico se supera a sí mismo. Corona tan valiente faena con una estocada hasta el puño, ligeramente delantera, saliendo enganchado y despedido contra los tableros. Ovación, vuelta al ruedo y petición de oreja.
Una tarde redonda y un éxito todo seguido y como remate candidato número uno al supremo galardón otorgado por la Asociación de la Prensa».
Con efecto para él fue el galardón del que habla el revistero de El Eco Taurino : la apetecida Oreja de Oro. —En el mismo periódico se daba cuenta del resultado de la votación en esta forma:
«Como era de esperar, le fue concedida a Litri. El lunes, a las seis y media de la tarde, se procedió al escrutinio, en presencia del notario D. José Valiente. Al acto asistieron varios periodistas, reporteros gráficos y varios aficionados.
La votación dio el siguiente resultado: Litri, 5.748 votos; Niño de la Palma, 1.935; Luis Freg, 321, y Villalta, 59. En total votaron 7.863 espectadores.
Una vez conocido el resultado se telefoneó a provincias dando cuenta de él. En Huelva produjo la noticia gran entusiasmo y se organiza una caravana automovilista para llevar la Oreja de Oro ganada por Litri, al santuario de la Virgen de la Cinta, a quien se dice se la ofrecerá el diestro onubense.
Como datos interesantes diremos con qué toro y con cuántos votos obtuvieron este premio los tres agraciados, desde que instituyó este galardón la Asociación de la Prensa.
Villalta, en el año 1923, la obtuvo con un toro de D. Esteban Hernández, lidiado en sexto lugar, consiguiendo 1.040 votos, y el resto, hasta la cantidad de 1.412, se los repartieron Chicuelo, Nacional II y Valencia II.
Al infortunado Maera, en el año 1924, alternando con Marcial Lalanda, que obtuvo 843 votos; Villalta, 209, y Algabeño, 173, se la concedieron por la faena realizada con un toro de D. Francisco Villar, corrido en quinto lugar. Se le otorgaron 4.625 votos. El total de votantes fue de 5.850.
Y en este año se la lleva Litri con un exceso sobre sus compañeros de 4.013 con el Niño de la Palma; de 5.427 con Luis Freg, y de 5.689 sobre Villalta. El éxito lo obtuvo con un toro de D. Vicente Martínez, lidiado en tercer lugar.
Esto prueba, según las anteriores cifras, que el público, a pesar de la molestia que ocasiona tener que ir a votar a un lugar distante de la plaza de toros, ve muy bien el otorgamiento de la Oreja de Oro para estimular a los diestros que toman parte en la corrida que organiza la Asociación de la Prensa.
Buena prueba de ello es el aumento que se observa de un año a otro en el total de votantes: en 1923 fueron 1.421; en 1924, 5.850, y en 1925, 7.863».
Para que el acto de la entrega de la oreja fuese más solemne o por lo menos para darle más importancia, el secretario de la Asociación de la Prensa, organizador de la corrida y revistero de ABC en las ausencias del señor Corrochano, D. Eduardo Palacio Valdés, que había sido precisamente uno de los que al principio no creyeron en el joven Manuel Báez y lo juzgó con la mayor severidad
al presentarse en Madrid, convencido al fin, se pasó con armas y bagajes a su partido y decidió llevarle la Oreja de Oro al domicilio o, si no al domicilio, a la plaza de Huelva, donde se la entregó después de haber estoqueado Litri el quinto toro perteneciente a la ganadería de Juan Belmonte, y corrido en la tarde del 2 de agosto del corriente año. El propio Palacio Valdés, al hacer la reseña de esta corrida, dijo de las faenas de Manuel Báez:
«A su primer toro, manso y gazapón, lo sujetó con unos lances de torero valiente y entendido, aguantando tanto que fue trompicado y derribado en uno de ellos. Después de banderilleado, quedó el bicho en medio del ruedo, desafiando materialmente y negándose a obedecer a los capotes que querían llevarlo al tercio. A su encuentro fue Litri, seguro y dominador, y a los cinco pases el toro, que se vencía del lado derecho y corneaba toscamente, estaba vencido. Siguió el diestro la faena derrochando valor, logrando estirarse y componerse con la mayoría de los pases; en cuanto el bicho juntó las manos se perfiló en corto y recto, y como una bala se echó en el morrillo, enterrando todo el acero en las agujas a costa de un fuerte revolcón. La ovación fue grande, clamorosa; se le concedieron las dos orejas y el rabo, dio la vuelta al ruedo, salió a los medios; todo justo, todo merecido. Huelva tiene un gran torero, un enorme torero.
El segundo toro de Litri clavó los cuernos en la arena y dio la voltereta, quedando congestionado y ciego. Lo advirtió el espada, y tras aliñarle con unos pases, aprovechó la primera igualada para dar el estoconazo de rigor. Otra ovación, otra vuelta al ruedo y otra oreja. Ahora, que esta era la de oro, la instituida por la Asociación de la Prensa de Madrid como supremo galardón taurino».
Hasta la fecha antes indicada en la que la historia de Litri se cierra, tal es su actuación. El torero que al comenzar su carrera hace dos años era juzgado como torpe y desmañado por Tioy al
hablar de él cuando su aparición en Valencia, es considerado hoy por Palacio Valdés como «un gran torero, como un torero enorme». No se puede negar que el muchacho ha hecho camino en esos dos años, y por si alguna duda cabe de la legitimidad de su triunfo y de lo merecido de su encumbramiento, ahí está esa votación para la Oreja de Oro, cuando otro torero que tiene todas las simpatías y ha sabido igualmente despertar el interés y el entusiasmo de la afición alcanza en la misma tarde y junto a él una señaladísima victoria como torero. Al Niño de la Palma me refiero, y a la tarde de toros que dio en esa corrida del 6 de julio.
IV
Dicho todo lo que antecede, casi podría excusarme de emitir juicio respecto a Manuel Báez como torero. Creo que ante todo queda demostrado que no es el valor lo único que en él hay que apreciar, ni que ese valor sea la loca temeridad del inconsciente desconocedor del peligro. En el Litri existe toda la valentía necesaria, según Montes, para estar delante del toro con la sangre fría que permite al diestro discurrir lo que en un determinado trance le conviene.
Existe esa valentía y existe además un arte de buen torero en ese muchacho, porque Manuel Báez no se limita a arrimarse al toro, sino que torea como los grandes llegado el momento y con el enemigo que lo consienta. Torea bien con el capote, a la verónica, de costado por detrás3, da faroles, parando mucho, muy cerca, llevando al toro toreado, es decir, poniendo no solo valentía, sino arte en todo ello. En quites busca el adorno y su media verónica es algo muy notable.
3. Al lance de costado por detrás se empeñan unos en llamarle de frente por detrás, confundiendo lastimosamente las dos suertes, que tanto difieren; otros le llaman gaoneras, creyendo que fue Gaona el inventor, y muy pocos le dan su verdadero nombre… no obstante figurar en casi todos los manuales de tauromaquia. Si mañana un torero resucita la suerte de frente por detrás o aragonesa, ¿cómo la llamarán los que hoy dan ese nombre a la suerte al costado por detrás?
Con la muleta torea bien con la izquierda y bien con la derecha, sacando todo el partido del estilo moderno de torear. Con el estoque trata siempre de ejecutar el volapié con toda perfección y pone su buen deseo en conseguirlo, por lo que son frecuentes en él las grandes estocadas.
Todo esto que ha llevado a cabo ante los públicos más inteligentes de España ¿no basta para colocar al torero de Huelva entre los primates?
Cierto, ciertísimo, que aún le falta al Litri bastante que aprender. Un muchacho de veinte años, que solo hace dos años que torea en forma que pueda recoger alguna enseñanza, forzosamente no debe saberlo todo en profesión donde las reglas tanto distan de tener la fijeza que algunos le suponen. A Manuel Báez le falta bastante por aprender, por fortuna para él; le falta por aprender todo ese lastre que otros a su edad ha sido lo único que han llevado al toreo, y precisamente por eso no han podido avanzar. La práctica le irá enseñando muchas cosas al Litri; en cambio a esos otros la práctica no les puede dar lo que el Litri ha poseído desde el primer momento el valor consciente que nace de la fe en uno mismo y del entusiasmo, y aquel algo especial del que se hablaba al comenzar estas páginas: la personalidad. Esa es la clave del misterio.
Porque su toreo es suyo, personal, inconfundible, vestido de mamarracho se destacó en Valencia y torpe o enterado se ha destacado en todos lados.
Los que no saben apreciar esto en el artista y se empeñan en desmenuzar su labor para juzgarlo, se asombran de algunos encumbramientos y no comprenden ciertos desdenes; y es que no conciben que se pueda torear muy bien de capa, ser muy buen banderillero, muletear superiormente, dar luego la estocada… y no interesar a nadie. El quid no está en hacerlo todo bien; el quid
está en hacer algo, algo nada más, pero como no lo haga nadie. En una palabra, el quid está en tener personalidad; y eso es lo que tiene Manuel Báez, Litri, y eso explica su rápido ascenso a las alturas del escalafón.
Con esa personalidad, con su valentía, con su entusiasmo y con su juventud, se puede hacer mucho camino y yo no dudo que lo haga… No dudo de que lo haga, entre otras razones porque esa bella esperanza que su encuentro con el Niño de la Palma ha hecho concebir a los aficionados es muy halagadora, y el sentirnos optimistas, el ver ya resurgida la pareja apasionadora en esos dos nuevos astros, se me figura casi una obligación para los que tantos entusiasmos hemos gastado en pro de una fiesta que solo por ser española es merecedora de toda nuestra devoción.
FIN
Agosto de 1925.
JUAN ESPINOSA Y SAUCEDO ARMILLITA
Para mi querido amigo el Dr. Paco Fors, gran entusiasta del toreo americano, con mucho afecto.
El autor
ILa semilla que sembró Bernardo Gaviño en México en el segundo tercio del siglo XIX encontró, evidentemente, campo abonado para su desarrollo y si bien es cierto que aún antes de que el torero gaditano llegase a tierras de Nueva España ya existía, como en todos los países de aquel continente en el que dominara el nuestro, la afición arraigadísima al toreo, nadie le puede negar a don Bernardo1, como 1. Gaviño había nacido en Puerto Real (Cádiz) el 20 de agosto de 1813. En 1829 marchó a Montevideo; en 1831 pasó a La Habana y en 1834 a México, donde permaneció hasta su muerte ocurrida el 11 de febrero de 1836.
El toreo en México se mantuvo durante muchos años tal y como lo había introducido Gaviño de lo que había aprendido en España. Y como entonces en España se consideraba como estocada de gran mérito el mete y saca, pues según frase de don José de la Tijera «este (el mérito) se multiplica con exceso cuando el lidiador mete y saca la espada con limpieza y gallardía, bien sea la estocada alta o bien baja», hasta que empezaron a ir toreros españoles, en el último tercio del siglo pasado, y no sin quebrantos y luchas, el metisaca estuvo en su apogeo por aquellas tierras, y bastante costó desterrarlo.
le llamaban en su patria de adopción, el haber introducido en ella las nuevas normas de la tauromaquia que por aquella época habían revolucionado el arte de torear en España, con las aportaciones de Juan León, Francisco Montes, etc.
Claro que esas nuevas normas —conviene hacer la aclaración para evitar toda intervención de los depurativos— no habían hecho más que iniciarse al emigrar Bernardo Gaviño y hubo este de suplir con su propia inventiva deficiencias de técnica de las que lo rápido de su aprendizaje fue causa, por lo tanto, mejor sería decir que sobre la base de aquello que le habían enseñado creó un toreo en gran parte personal, ejecutando los lances a su manera, modificándolos a su capricho, atento a sacar el mayor partido de sus condiciones físicas y de los toros con los que tenía que habérselas, mucho más diferentes que los actuales de los españoles.
Discípulos de Gaviño fueron los primeros toreros de a pie, y desde entonces ha venido dando México una contingente de lidiadores, cada vez más españolizados, hasta perderse todas las características de la lidia americana para adoptar las nuestras, hasta el punto de quedar olvidadas las suertes del toreo a caballo en las que fueron los de allá tan excelentes, sin que se guarde ni memoria de que existió un Ignacio Gadea que por los años 53 y 54 de la pasada centuria, banderilleando a caballo (a dos manos) alcanzó triunfos extraordinarios, pudiéndole considerar como el inventor de este lance2 que hemos visto en España ejecutar a Ponciano Díez, y estupendamente en 1889, cuando hizo su presentación en Madrid, y hoy tanto maravilla verla realizar a algún rejoneador portugués.
Con la aparición de Rodolfo Gaona, adiestrado por Saturnino Frutos, Ojitos, la torería en México adquiere un incremento tal que
2. En Madrid el 18 de octubre y el 8 de noviembre de 1790, Francisco Herrera (Curro) había pareado en esa forma.
a docenas surgen los lidiadores de todas las categorías, espadas, banderilleros, picadores, destacándose alguna que otra figura muy estimable en estos últimos veinte años, y entre ellas, de las más recientes, el matador que hoy nos ocupa.
Los datos biográficos que de él tengo se reducen a que nació en Saltillo, capital del Estado de Coahuila, el 24 de junio de 1905, es decir, hace veintiún años, y que su padre D. Fermín Espinosa, torero también como asimismo otro hermano mayor de Juan, hicieron nacer en este el gusto a la profesión, aunque en ella no hubiesen adquirido sus parientes una gran nombradía, pues no traspusieron los límites de la mediocridad.
Hasta 1923 no había hecho, en realidad, más que ensayarse, toreando casi siempre como subalterno, hasta que una tarde en la que salía de banderillero tuvo ocasión de apreciar sus aptitudes el antiguo matador de toros Eduardo Leal, Llaverito, que viendo en él condiciones para llegar a ser algo en el toreo, le brindó protección y apoyo, y desde entonces empezó a figurar el novel diestro como matador de novillos, confirmando en esta nueva categoría, con repetidos y favorables éxitos, las esperanzas que el veterano lidiador había puesto en aquel muchachito que si como banderillero ya era una cosa muy seria, con la capa y la muleta se daba bonísima maña.
Ello es que en toda la temporada de novillos de 1923-24, su concurso fue imprescindible en la plaza de México, capital, y por los Estados era igualmente reclamado el novillero de moda, que toreó muchas corridas, en general con el beneplácito de la afición que en él vio una segura promesa para un futuro muy próximo.
Así las cosas, al comenzar la temporada de toros de 1924-25, última que había de torear Rodolfo Gaona, los que ya le buscaban un sucesor entre sus paisanos pusieron los ojos en Mendoza, que en algo del toreo de León de las Aldamas tenía también excelencia, a
su modo de banderillear nos referimos, y para el 30 de noviembre se organizó una corrida en la que el gran torero mexicano le dio la alternativa al neófito coahuilense.
Se jugaron esa tarde toros de Zotoluca, propiedad de don Aurelio Carvajal, y alternó con los dos diestros del país el madrileño Antonio Márquez.
Rodolfo cedió a Juan el primer toro, llamado Costurero, número 34, cárdeno, listón, bragado bien puesto y bravo. Brindó el recipiendario a los generales Calles y Obregón, y realizó con Costurero una faena valiente, en la que hubo pases muy aplaudidos; y con una estocada y un descabello terminó con el toro, siendo ovacionado y dando la vuelta a la plaza. A este mismo toro le había puesto dos pares de banderillas superiores, que fueron premiados con nutridas palmas.
Una o dos corridas más toreó en esa temporada en la capital, y alguna por los Estados, embarcando después para España acompañado de su protector, el exespada Llaverito, que al llegar aquí lo puso en manos del inteligente y activo apoderado don Victoriano Argomániz, que ha sabido llevarlo por el camino recto y seguro del triunfo, con la habilidad y celo en él características.
A contar desde ese momento empieza para el diestro mexicano un nuevo período de su historia, y de él es del que nos vamos a ocupar seguidamente.
II
La alternativa en España se la dio a Juan Espinosa Marcial Lalanda el 16 de mayo de 1925, en la plaza de Talavera de la Reina, y en una corrida de cuyas circunstancias y éxito da una completa idea la noticia que dos días después publicaba El Eco Taurino de Madrid, y yo copio en parte porque tiene el valor de un documento. Dice así:
«En la corrida de Talavera hubo un lleno… Rejoneó Alfonso Reyes por pasar el rato y justificar un número del cartel. Después, en la lidia ordinaria, Marcial dio la alternativa al torero nuevo Armillita, de México, que tuvo un éxito personal.
Toreó bien, banderilleó colosal, se dio maña con la muleta y mató pronto. Un éxito de presentación. En el otro fue cogido al torear de capa y lesionado al parecer… Por este motivo, Marcial Lalanda tuvo que matar tres toros y como el que lava. Los toros, sueltos de carnes y con nervio, se revolvían, ¿pero para qué? El joven maestro los aliñó pronto y a otra cosa. Que le echen al pollo galanes sin hierro y sin procedencia directa».
La cogida que sufrió esa tarde le tuvo cerca de un mes sin torear, volviendo a hacerlo el 6 de junio en Trujillo, el 5 de julio en Burdeos, el 30 de agosto en Astorga, el 9 de septiembre en San Martín de Valdeiglesias, el 20 en Madrid, confirmación de la alternativa, el 23 en Tarragona y el 12 de octubre en Zaragoza.
La alternativa de Talavera la confirmó en Madrid en la corrida del 20 de septiembre, y fue Serafín Vigiola, Torquito, el que le cedió el primer toro, y su labor de ese día la relata así El Maestro Banderilla: «Primero. —Rebozado. Número 12, de Bueno, que sustituye a otro de Sotomayor y es negro bragado, con arrobas, como que lleva más de cuatro meses en los corrales y con dos pitones para alivio. El toro, un poco remolón por culpa en parte de los peones, cumple con cuatro, por tres y dos.
Su mijita de lío y tal, y entramos en el segundo tercio a cargo del torero mexicano. Armillita toma los palos, y con soltura y dominio coloca en suerte natural un par, aunque se cae después de prendido un palo, aguantando una enormidad, y sigue con otro, el mejor de la serie, llegándole hasta la cara y metiendo los brazos como un catedrático, y acaba con un par dentro, al uso moderno, modelo de
precisión. Es un artista. Muchas palmas al pelao, que tiene más pelo que el apoderado y el padrino juntos.
El señor de Serafín entrega los trastos al de México con todos los honores del reglamento taurino, y entra en funciones el de Armillita. El toro no está para floreos, pero la faena es breve. En cuanto le iguala, arrea un sopapo caído y se acabó. Como ha dejado buena impresión, hay ovación y vuelta al anillo.
Sexto. —Gallineto, de Sotomayor. Número 6; negro entrepelado, más descargado de carne que ninguno; pero más fino de pelo y de cabos y con más nervio, aunque se le acaba en el tercer puyazo. Armillita, valiente. Al dar un lance es cogido de lleno por la entrepierna y levantado en golpe seco y lanzado al aire. El muchacho se levanta y sigue, aunque cojeando, más valiente que antes, y llegado el turno, toma los palos y con precisión matemática y arrancándose pegado a los tableros, coloca un par de mucha exposición.
Completan el tercio Llopis y Cuco, y Armillita torea sobre las tablas, tratando de que embista el animalito que está más aplomado que un guardacantón. Total, un pinchazo y media. Y se acabó. El de México no ha disgustado.
La entrada buena al sol y regular en lo demás. Armillita resultó con un puntazo que no le impide seguir toreando, aunque otros con menos motivo se hubieran retirado a la enfermería». El otro espada fue en esa corrida Pepe Roger, Valencia
Su última corrida en esa temporada en España fue, como hemos dicho, en Zaragoza, alternando con Villalta y Morenito, en la muerte de seis toros de Darnande.
La impresión que allí produjo el diestro mexicano la expresa el inteligente aficionado Barrachina, en el párrafo que a él le dedica al hacer la reseña de la fiesta, y yo reproduzco a continuación.
«Armillita. —A mi concepto, buen torero y excelentísimo banderillero. El primer par que clavó no lo mejora ni Guerrita ni Fuentes, que yo los he visto en sus mejores días.
Sin embargo, su labor con la muleta no tuvo los arrestos de un jovenzuelo como es él. Hay que tener más arranque ante los toros. El público le aplaudió en todo lo que hizo porque se lo mereció».
Acabada la temporada en España regresó a su patria, donde realizó una campaña provechosa toreando doce corridas. Seis en El Toreo (plaza de México, capital), en noviembre 29, diciembre 13, enero 19, febrero 5 y 14 y marzo 14, y seis en las plazas de San Luis Potosí, enero 10; Tenango, enero 24; Tampico, enero 31; Tenango, febrero 7; Nuevo Laredo, febrero 21 y Saltillo, febrero 28. Alternó con Mejías, Algabeño, Niño, Ortiz, Chicuelo, Joseíto, Danglada y varios novilleros. Mató treinta toros, ganando una oreja en El Toreo.
Esta tarde de la oreja fue la del 13 de diciembre, con toros de Ateneo y alternando con Sánchez Mejías y Niño de la Palma, que también alcanzaron los mismos honores. De las faenas realizadas por Espinosa, dijo por aquellas fechas The Kila:
«Un torillo negro, listón, bragao, descaradito de pitones, pero muy chico, salió en segundo lugar. Guayabo cumplió. Y en quites anotamos una buena verónica de Armillita, dos excelentísimas y una fina revolera del Niño de la Palma y unos lances a la navarra superiores de Sánchez Mejías y una revolera ejecutada entre los mismos cuernos de la res.
Toma los palos Armillita, y Mejías, el peón de brega, le pone el toro en suerte y escucha palmas. Juanito prende un buen par al cuarteo, que se aplaude mucho. Después se va sin clavar dos veces. Una de ellas, saliendo del estribo; por cierto, que esta vez, si no está bien colocado Sánchez Mejías, que otra vez actuó de Divina Providencia, hay hule. Más palmas para el de Sevilla. ¡Y, a todo esto, la porra tragando quina! Sesgando por dentro, a toro parado, mete Armillita
otro buen par, aunque los palos quedaron abiertos, y cierra el tercio José López con un cuarteo de los de buena calidad.
Y Armillita se encuentra con un enemigo algo incierto, pero que, al tercer pase, le toma la muleta maravillosamente. Como sabe el de Coahuila lo que se trae entre manos, se aprovecha, y con la franela en la diestra, torea muy quieto, muy cerca y muy reposado, por altos, de pecho, ayudados y naturales, arrancando oles y ovaciones del concurso. Dos pases de la firma, dos de pecho, muy apretados, y un molinete apretadísimo también, vuelven a encender el entusiasmo en los tendidos. En la suerte natural, muy en corto y muy derecho, entra Juanito muy bravamente y cobra un volapié hasta el mango que tira patas arriba al atenqueño. El muchacho dio el hombro superiormente, y se estrechó tanto que salió rebotado del embroque. Estalla una ovación grande, el presidente concede la oreja del cornúpeto, y Armillita recorre el anillo en triunfo, devolviendo sombreros y escuchando dianas. ¡Muy bien, joven! Así iremos muy lejos».
Y no acabó aquí la tarde de Armillita. Sigamos leyendo a Curro
Faroles:
«Después de encerrar por manso a Copetón y de hacer el público una nueva ovación a Mejías, y de acallar una vez más los gritos estentóreos de la porra, aparece, en calidad de sustituto, Naranjero, un bicho castaño claro, bocinero, más chico que sus hermanos y corniveleto por más señas.
Armillita lo lancea a la verónica, estirándose en una ocasión. Toma los palos Juan Espinosa; y principia con un cuarteo de mucho castigo. Después un sesgo por dentro muy bueno; y, previa una salida en falso, otro par, también por dentro y también de muy buena calidad. Como siempre, esta vez Sánchez Mejías, que estaba muy bien colocado, metió el capote oportunísimamente. Ovación y dianas para ambos.
Brinda Armillita desde el centro de la plaza; sobre manos, torea por ayudados, por altos y de pecho, muy cerca, muy tranquilo y muy sobrio el muchacho. Esos muletazos son de mucho castigo; hubo uno de pecho de torero grande, que valió una ovación al de Coahuila. Vienen luego otros pases de tirón, como aquellos que tan bien dominaba Gaona, y otro de pecho, rematando con una rodilla en tierra. Y vuelve a hacerse aplaudir el joven espada. Al hilo de las tablas se perfila Juan. Y acomete el bruto y Armillita lo aguanta con muchos riñones, y sin desviarse de la recta, receta una buena estocada al encuentro. Gran ovación. Pocos pases más, y, entrando al volapié clásico, haciendo el viaje y dando el hombro superiormente, una estocada entera que tumba a la res. Y la ovación es grande y las dianas suenan y el diestro recorre el ruedo; todo muy merecido, porque mató al toro muy requetebién».
Ese éxito y otros semejantes acrecentaron el cartel de Armillita en su patria, que al regresar en marzo a España dejó allí numerosos partidarios, por una labor en la que paulatinamente se iba manifestando su personalidad, sus grandes dotes de buen torero, de artista en su profesión.
Apenas llegado a España actuó en la plaza de Bilbao el 4 de abril y seguidamente, ya sin parar, continuó toreando, hasta el 21 de septiembre que en Salamanca dio su última corrida por tener que embarcar enseguida para México, sumando en 1926, hasta el momento en el que estas páginas se escriben, 37 corridas según puede verse en la siguiente estadística:
1 de enero en San Luis de Potosí, toros de Guanamé con José Ortiz, mató 3 toros.
10 de enero en México, toros de Ateneos con Mejía y Algabeño, mató 2 toros.
24 de enero en Tenango, toros de Santín, solo mató 4 toros.
31 de enero en Tampico, toros de Tamaluca, con Niño de la Palma, mató 3 toros.
2 de febrero en Salvatierra, toros de Ateneo, solo mató 4 toros.
4 de febrero en México, toros de Zotoluca con Chicuelo, mató 3 toros.
7 de febrero en Tenango, toros de Ateneo con Joseíto de Málaga, mató 3 toros.
10 de febrero en México, toros de San Diego con Chicuelo, mató 3 toros.
21 de febrero en Laredo, toros de Piedras con Danglada, mató 3 toros.
28 de febrero en Saltillo, toros de Malpaso con Belmonte Mexicano, mató 3 toros.
14 de marzo en México, toros de San Nicolás con Chicuelo y Algabeño, mató 2 toros.
4 de abril en Bilbao, toros de Veragua con J. Martín y Chaves, mató 2 toros.
11 de abril en Barcelona, toros de Veragua con Paradas y Niño de la Palma, mató 2 toros.
18 de abril en Madrid, toros de Veragua con Fortuna y Facultades, mató 2 toros.
3 de mayo en Madrid, toros de G. González con Freg y Barajas, mató 2 toros.
9 de mayo en Beziers, toros de Sotomayor con Freg y Chaves, mató 2 toros.
13 de mayo en Oviedo, toros de S. Sánchez con Bejarano y Agüero, mató 2 toros.
16 de mayo en Talavera, toros de Ortega con Márquez y Gitanillo, mató 2 toros.
6 de junio en Astorga, toros de C. Cruz con Márquez y Marcial Lalanda, mató 2 toros.
10 de junio en Lisboa, toros de Infante con Cañero (simulacro).
13 de junio en Lisboa, toros de Cambra con Cañero.
20 de junio en Lisboa, toros de Infante con Cañero y Veiga.
27 de junio en Lisboa, toros de Infante con Emilio Méndez.
4 de julio en Nimes, toros de Tovar con Saleri y Barajas, mató 2 toros.
1 de agosto en Porto, toros de Noveitto con Veiga.
8 de agosto en Lisboa, toros de Coimbra con Veiga.
15 de agosto en Orihuela, toros de Sotomayor con Bejarano y Martínez, mató 2 toros.
29 de agosto en Colmenar Viejo, toros de Melgarejo con Bejarano, mató 2 toros.
1 septiembre en Dax, toros de Federico, con Juan Belmonte y José Belmonte, mató 2 toros.
5 de septiembre en Aranjuez, toros de P. Gómez, con Ventoldrá y José Belmonte, mató 2 toros.
8 de septiembre en Ávila, toros de Resina con Chicuelo y Valencia II, mató 2 toros.
12 de septiembre en Barcelona, toros de Palha con Torquito y Barajas, mató 2 toros.
19 de septiembre en Madrid, toros de Palha con Bejarano y Freg (no pudiendo torear por estar enfermo).
21 de septiembre en Salamanca, toros de Mangas con Lagartito, mató 2 toros.
10 de octubre en México, toros de San Mateo con Barajas y Ortiz, mató 2 toros.
17 de octubre en México, toros de San Diego con Rayito y Angelillo (salió herido Armillita).
14 de noviembre en México, toros de Laguna con Villalta, mató 3 toros.
De esta notable temporada, son bastantes las fechas que se podrían
señalar como triunfos para el joven Espinosa, pero quiero limitarme a consignar solo tres en España, reproduciendo los juicios de críticos solventes que al apreciar su labor he aquí como se expresaron:
De Trincherilla, en el acreditado semanario barcelonés La Fiesta Brava, al hablar de la corrida del 11 de abril, con toros de Veragua:
«Se presentó Armillita y gustó. Lástima que en su segundo enemigo no se confiara más, porque la cosa rodaba definitivamente bien. Claro está que este toro era el único que sacó verdaderas dificultades y que su mansedumbre no pudo y debió confiarse más sobre todo al herir y el público que estaba con él desde los primeros momentos se lo hubiera agradecido espléndidamente. Sabíamos de Armillita que era un formidable banderillero, y en esta corrida dejó bien patente su habilidad. Fija el toro con elegancia y llega con guapeza a la cara reuniéndose y sacándose el par de los mismísimos Países Bajos para colgarlos en lo alto del morrillo. Aquí las ovaciones fueron frenéticas. No es un engaño con el capote ¡qué va a ser! A su primero lo toreó magnamente apretándose tanto que el toro le deshizo la chaqueta en un derrote. En quites se lució cumplidamente faroleando con arte y valor. La faena de muleta en su primero fue sencillamente buena. Remató muy bien algunos pases estando siempre cerca y haciéndose con el toro. Faena de entrado.
Superior con la espada. Un estoconazo fulminante y una apoteosis final oreja; aclamaciones, vuelta y todo el argumento que requiere la obra. Armillita, vuelve cuando quieras, y lo veremos con gusto».
Del Maestro Banderilla, ya citado, en el acreditado periódico madrileño El Eco Taurino, al ocuparse de la corrida del 18 del mismo mes, con toros de Veragua también:
«Tercero. —Miserable. —Cárdeno oscuro y toro largo, bien enmorillado, bien puesto de cabeza y con poder. De salida mete a un picador en el callejón, y sigue duro y con poderío en las tres arrancadas
siguientes, a cambio de otras tantas volteretas y dos penquicidios. Muy bien el mexicano con el capote. Hay dos lances sobre el lado derecho, irreprochables. En el quite está todavía mejor. Es ovacionado Armillita. Se entusiasma Fortuna, que torea por gaoneras, y no está mal Facultades, en el suyo, resultando un bonito tercio de quites. Y con este ambiente de simpatía toma los palos el mexicano, que nos da una sesión completa de cómo se debe banderillear en suerte natural, sin trucos, ni cambios, ni parones, ni martingalas de los tableros. El primer par es superior de ejecución y colocación. El segundo, igualando por el lado izquierdo, colosal y el tercero inmenso, en poco terreno, parando en la cara y bien emparejado con el toro. Las ovaciones se suceden hasta constituir una sola. Armillita, agradecido, toma los palos, y con la venia presidencial, coloca un cuarto par, tan superior como los anteriores. Ha sido un tercio que ha valido la corrida. Armillita, sobrio y eficaz, y sin más preparación que la de Magritas, corriendo al toro suave, con una mano, con fino y elegante estilo. Ha sido un curso completo de cómo se debe efectuar esta suerte, cuando de ella se trata de hacer una especialidad.
Y el ovacionado Armillita, que se ha captado las simpatías generales del auditorio, muletea valiente y eficaz en varios muletazos sobre la mano derecha, y, sobre todo, en los obligados, que tienen excelencia. El toro llega al final con poder y hay que dominarlo a fuerza de valentía. Iguala bien el muchacho y arrancando recto y decidido coloca una estocada en todo lo alto, ligeramente tendida, pero que tumba al veragüeño patas arriba. Y hay ovación, muy cariñosa, vuelta al ruedo y salida al tercio, todo merecido».
«Sexto. —Bizcochero—. Negro chorreado, bien puesto de cabeza, con poder y todo un toro, el más completo. De primeras arrea con la tanda, y luego, en su terreno, acepta cuatro varas, la última superior de Veneno Chico recargando, a cambio de cuatro caídas y dos caballos.
Armillita, que ha estado muy bien con el capote y superior en los quites, toma los palos que le ofrece Magritas, que ha estado a su vez hecho un fenómeno bregando, y coloca un gran par emparejándose admirablemente con el toro.
Armillita valiente con la muleta. Hay tres obligados sobre la derecha colosales. Iguala pronto, mete un pinchazo y media buena.
Ovación de despedida al joven mexicano, que ha tenido una buena tarde, completando su bien ganado cartel de Madrid».
Volvamos ahora a Trincherilla, el concienzudo crítico, para que nos cuente cuál fue la actuación del mexicano el 12 de septiembre en Barcelona, con toros de la poco deseable ganadería portuguesa de Palha Branco:
«Se presentó aquí Armillita con una corrida seria de Veragua precisamente acompañado de Paradas, pero con la pequeña diferencia de que mientras este se despedía del público, fracasado rotundamente, Armillita alcanzaba un éxito ruidoso con corte de orejas y salida triunfal al medio de la plaza. Y en premio a tan excelente labor y mirando con interés el de los accionistas del negocio y contra los deseos de este público que tan bien había recibido al mexicano a los cuatro meses corridos para premiar los méritos de Armillita y satisfacer los deseos del público no se le ocurre otra idea que mandarlo para Barcelona con una corrida de Palha y con unos acompañantes que son la sombra del manzanillo para la taquilla. ¡La de gatos que andan sueltos por el mundo, señor!
Pero Armillita otra vez nos quiso demostrar que su nombre es digno de mejores compañías y lo demostró. Así quedó en ridículo quien quiso quitarle el tipo.
Lo mejor, lo único verdaderamente notable de la tarde Armillita lo hizo; las ovaciones más fuertes él las cosechó. Gracias a él no salió
el público de la plaza renegando de haber nacido. Para todos fue de Palha la corrida, pero Armillita no se influenció por prejuicios y triunfó, aunque la mansedumbre y mal estilo de las reses no ofrecían materia apropiada para triunfos. Pero si a don Juan Tenorio no le faltaba nada con oro, a don Juan Espinosa tampoco le falta nada con valor y voluntad. Huido, saltarín y defendiéndose en tablas encontró a su primero al que trasteó hábilmente exponiendo el tipo, para asegurarle con la espada de media tendenciosa, descabellando al tercer empujón. Le aplaudieron, porque no se suele matar con más decoro huesarrancos como aquel. Antes oyó una ovación formidable por un par que colgó, llegando a la cara y cuadrando en ella como si se tratara de un toro bravo y franco.
A petición del público, que quiso saborear las mieles del arte del mexicano, Armillita cogió las banderillas en el que cerró plaza, otro mansurrón pintiparado para todo, menos para el lucimiento del artista. Armillita aquí nos demostró que como banderillero no tiene rival hoy —y aquí pongan ustedes los nombres de los que brillan en este menester, que a todos los borra— soplando tres estupendísimos pares, levantando los brazos y asomándose al balcón con un arte y un valor imponderables. Las ovaciones fueron ruidosas y tan grande era el entusiasmo del público que al coger los trastos pidió a la música que siguiera tocando.
Con la muleta, Juan empezó superiormente, con un ayudado magnífico y un natural imponente, corriendo la mano con arte. Siguió valientemente la faena entre aplausos y cuando logró la cuadratura se metió con agallas despenando a su enemigo de media estocada que se premió con una gran estocada. Se pidió la oreja y se le aclamó viéndose obligado a recorrer el ruedo recibiendo el homenaje del público que, a última hora, y gracias al pundonor de Armillita daba rienda suelta al entusiasmo».
Ahora, para terminar este capítulo, veamos la impresión causada por nuestro torero al público mexicano al regresar este año, en la primera corrida que actuó, única de la que al escribir estas páginas podemos hablar. El crítico que se oculta tras el pseudónimo de Merced Quiroga da en La Fiesta Brava esta impresión de Juan Espinosa:
«Armillita nos sorprendió extraordinariamente. Esta última temporada llevada por Armillita en España ha sido por él beneficiosa en extremo, artísticamente considerada. Más reposado, más dominador, más torero que antes. Armillita es indiscutiblemente un torero que puede competir dignamente con los de más postín.
La faena de muleta llevada a cabo con su primero fue una labor de verdadero maestro por el conjunto, y con detalles de grandiosísimo torero.
Si con la muleta lució el artista y el bravo, el bravo y el artista lució a la hora de meter la espada. ¡Qué grandeza hubo en aquella soberana estocada, arrancando derecho y doblándose sobre el pitón! Así se justificaron los laureles cosechados en España. ¡Así se consigue la gloria y la riqueza!».
Para lo que nos proponemos demostrar, esto es que en Juan Espinosa hay un torero estimabilísimo, digno de llamar la atención del aficionado, basta con lo transcrito, que si el espacio no faltara podría prolongarse todavía. Pero no es necesario; y hacemos punto final en lo que a referencias atañe, para juzgar por nuestra cuenta con toda la imparcialidad de que seamos capaces.
III
Por lo que de Espinosa han dicho los diversos críticos cuyos juicios acaban de leerse, tiene el aficionado ya casi cabal idea de lo que es este torero, si es que por sí mismo no había formado opinión.
En primer término, un banderillero formidable, con un estilo magnífico, con personalidad, difícil de destacar en un período
taurómaco como el actual en el que los buenos banderilleros abundan, tanto entre los que de ello hacen profesión como entre los espadas. Pero es que lo que más se da es el banderillero fácil, seguro, habilidoso, pronto, valiente a veces para forzar la suerte y vencer las mayores dificultades, en cambio, el poseedor de un estilo en el que la elegancia se une al arte, la exposición a la belleza del lance, eso ya no abunda tanto; y de los pocos, es Armillita de los mejores, hasta el punto de que verle banderillear lo consideran los públicos como algo extraordinario, y de los pares de banderillas del mexicano se habla como de cosa que deja imborrable impresión, como un día se habló de los de Antonio Fuentes, y antes, mucho antes, de los de Lagartijo. Y no cito a otros matadores, grandísimos banderilleros, porque quiero solo evocar figuras de la segunda categoría de las arriba mentadas, que con ser tan largos como los de la primera, fueron más personales, verdaderamente inconfundibles en sus maneras y desconcertantes en la forma de realizar la suerte, pues nada, en verdad, tan sorprendente como eso que con acierto se llama la difícil facilidad de que dan, sin alardes, la sensación los grandes artistas de este y de todos los géneros.
Si como banderillero, insistamos aún, es magno, con la capa torea muy bien, muy bien igualmente con la muleta, y con la espada tiene decisión cuando llega el momento, habrá que convenir que hay en este muchacho de Coahuila un torero muy completo, con notas realmente extraordinarias y que por lo tanto no es aventurado predecirle una brillante carrera. No, ciertamente, no es aventurado; pero no lo tiene todo hecho aún. Lo que le queda por aprender, lo aprenderá, no cabe duda; lo que necesita perfeccionar, lo perfeccionará, seguramente; más para todo eso es necesario que ponga él toda su voluntad, todo su deseo en llegar a ser lo que, dadas sus condiciones, puede aspirar a ser.
Los arranques en la plaza son precisos con gran frecuencia; no basta tenerlos de vez en cuando, porque menudean las ocasiones en las que son imprescindibles y hasta insustituibles, pues el arte, la maña, la habilidad, no los suplen siempre.
Si al diestro mexicano le fuera posible alcanzar esa decisión, con lo que es como artista, entonces sí que se le podría asegurar un puesto muy alto en el escalafón, pues ya lo hemos visto, reúne sobradas condiciones para obtenerlo.
Esto es lo que de Juan Espinosa puedo decir hoy, juzgándolo por lo que en él he visto; y si como es de esperar, dada su juventud y su afición, procura corregir defectos y sabe aprovechar las enseñanzas que proporciona la experiencia y el roce con los diestros de categoría, en el torero de Coahuila pueden tener los mexicanos otra gran figura, que para ello hay primera materia.
Noviembre, 1926.
FRANCISCO VEGA DE LOS REYES GITANILLO DE TRIANA
Para don Indalecio, crítico notable, aficionado entusiasta y amigo muy querido, con sincera estimación.
El autor
ICurro Puya es otro caso de intuición. Esto de la intuición en tauromaquia parece en la actualidad cosa más frecuente que en otros tiempos, y probablemente no hay tal. En todas las épocas han abundado los que en nuestro lenguaje bastante arbitrario llamamos fenómenos; o sea, aprendices que se han revelado maestros desde los primeros pasos en el oficio: y en el número se podrían contar el un tanto legendario Bellón, el Africano, Joaquín Rodríguez
Costillares, Curro Guillén, Curro Cúchares, Lagartijo el grande, como más característicos y para no prolongar la lista, que no acaba ahí ciertamente.
Y es natural: la intuición no es cosa de nuestros días. En todos los de la humanidad ha dado sus frutos y con toda seguridad más cuanto más atrasado intelectualmente se hallase el hombre, cuanto más en
pujanza sus instintos, que dicho sea de paso son los que entran en juego, de modo especialísimo en esto que conocemos con el nombre arte de torear.
El toreo en sus fundamentos es un arte instintivo: el quiebro, piedra angular, lo inventó, sin saber que tal hacía, el primer toreador que por necesidad o por deporte se vio en la precisión de esquivar las acometidas de la res. El instinto le dio hecho el invento. No es posible fijar el número de quiebros que fue preciso para que el hombre se diera cuenta de que ese movimiento inconsciente era salvador y su empleo útil, aconsejando por lo tanto la prudencia su práctica. Y en este caso también, como es regla, el «instinto se hace previsor y se convierte en voluntad». La voluntad, pues, dispone de un recurso soberano para la lidia de reses bravas y del que sacará un inmenso partido.
Así ocurrió, seguramente, con otros hallazgos con que el arte de torear1 se fue enriqueciendo unas veces por obra del instinto y otras de la intuición, aceptando la diferencia de grado entre uno y otra, que sitúa a aquel en el predominio de la animalidad y eleva a la otra a las sumidades de la humanidad. Sin la intuición, pues, no habría tauromaquia.
¿No es lógico, por lo tanto, que los toreros intuitivos hayan sido frecuentes en todos los tiempos? No menos natural encuentro que en esa categoría se hallen los mejores, los que han convertido el toreo en un arte, esta vez en el sentido de productor de belleza, exornándolo con aportaciones de otros, como el baile y la esgrima, de los que ha copiado el ritmo, la compostura, la elegancia y gallardía en la actitud, la justeza y gracia en los movimientos, sin perjuicio de la intrepidez, sino, muy al contrario, poniéndola más de relieve todavía.
1. Bueno será advertir que lo de arte de torear lo empleo la mayoría de las veces en la acepción de «conjunto de reglas para torear».
Para incluir en el número de los intuitivos a Gitanillo de Triana, me fundo en los datos biográficos que de él he recogido.
De ellos resulta, como enseguida se verá, que cuando a los diecinueve años asistió por primera vez a un tentadero y reveló sus aptitudes poco comunes para la profesión de lidiador de reses bravas, solo en otra ocasión se había enfrentado con un novillo, hacía de eso cerca de cuatro años. Es posible, es lo más probable, que en ese intervalo hubiese jugado al toro con otros muchachos y hasta que toreara de salón en algún corral, adquiriendo en tal ejercicio el automatismo tan necesario en el oficio de torero, en el que el inconsciente toma parte tan activa; pero de todos modos hay que convenir que para hacerle al toro de verdad lo que se le hace al casco es de todo punto necesario adivinar, incluir, en una palabra, reglas tauromáquicas que la experiencia ha ido acumulando. Para ello no basta la reflexión, no basta la inteligencia, que, sin la ayuda del instinto, fracasaría la mayoría de las veces, por la momentaneidad de las decisiones, razón para la cual no pueden ser estas conscientes, voluntariamente conscientes, y es la subconsciencia la que las inspira en el instante preciso2.
Pero ya que hemos hecho referencia a la biografía de Gitanillo, puesto que ella nos ha de probar la verdad de lo que afirmamos, lo mejor será que la relatemos seguidamente.
Nació Francisco Vega de los Reyes el 23 de diciembre de 1904 en Sevilla, calle de Rodrigo de Triana, del barrio del mismo nombre, que por entonces era la calle de la Verbena. Sus padres, gitanos puros por los cuatro costados, tenían una herrería en la calle Pagés del Corro, 2. Y esta intervención de la subconsciencia, en el arte de los toreros que llamo intuitivos, explica sus desigualdades muy frecuentes, porque la subconsciencia no está sujeta a nuestra voluntad y obra y procede como y cuando bien le parece o en determinadas circunstancias y condiciones. Si además de intuitivo es inteligente y conoce su oficio, será el torero grande que de vez en cuando aparece en los cosos.
120, y en esa herrería comenzó Curro el oficio como boca de fragua, especializándose en la construcción de unos ganchitos que sirven para sujetar a los postes los alambres de los cerrados de los toros, ganchitos que llevan el nombre de grapas gitanas.
Tendría nuestro hombre sus quince años cuando cierto día, en unión de otros muchachitos de la Cava, que es como la calle de Pagés del Corro se nombra más vulgarmente, entre ellos el actual matador de toros Joaquín Rodríguez, Cagancho, que dicho sea de paso no tiene ningún parentesco con Gitanillo, ni es de familia de herreros sino de cantaores; tendría nuestro hombre quince años, decíamos, cuando se vio por primera vez delante de un novillo en las afueras de Triana, en un sitio llamado Los Gordales. A este novillo, que se había desmandado la noche anterior de un encierro de ganado de media casta que llevaban al matadero, le dio unos capotazos sin arte ni maña; y ya no volvió a acordarse del toreo en una larga temporada nuestro héroe.
Tan larga que no fue hasta el invierno de 1923-24, cuando se le ocurrió asistir al tentadero que en su finca de Barbacena hacía don Narciso Darnaude, y tuvo ocasión de torear una vaca brava, la primera en su vida, con tan buenas maneras de torero y con tanta idea que los aficionados que lo presenciaron le auguraron el mejor éxito si se dedicaba a tal oficio.
Días después repitió la hazaña en el tentadero de los señores Moreno Santamaría, en la Marmoleja, y tal entusiasmo produjo Curro con su estilo de torear que por la noche el matador de toros Angelillo de Triana y el banderillero el Sargento, que habían sido testigos de aquella, le hablaron en términos tales del nuevo torerillo, al competente aficionado don Domingo Ruiz, que este quedó en avisarles para cuando se le presentara ocasión de poderlo ver en algún tentadero.
La ocasión se presentó el 22 de abril de 1924, día en el que hacía la faena el ganadero don Antonio Flores, en la dehesa del Prado, del término de Aznalcóllar y allá fue Curro Puya, con don Domingo Ruiz, y en presencia de este, del ganadero, de Juan Belmonte, de Antonio Cañero, de Angelillo de Triana, de los banderilleros el Sargento, Guerrilla y Mesita y de los aficionados don Leopoldo Matos y don Fernando Gillis Merced, el notable escritor taurino Claridades. Toreó Gitanillo una vaca con tanto arte y tanto sabor de torero que el competente tribunal quedó realmente edificado y por unanimidad se le otorgó al examinado la nota de sobresaliente, comenzando desde aquel día a extenderse la fama del torerillo de la Cava.
¿Dónde y cómo había aprendido a torear Gitanillo de Triana? ¿Quién le había enseñado lo que sabía? Desde luego puede afirmarse que por lo que al estilo se refiere, nadie; y en cuanto al oficio, a la técnica, sería aventurado asegurar que solo la intuición había intervenido.
En efecto, apelar a la intuición tan solo, al subconsciente, para explicar estas, en apariencia, improvisaciones, es algo más que aventurado. La parte mecánica de los oficios no hay manera de aprenderla como no sea con un ejercicio continuado; solo así se llega al automatismo preciso para que la destreza se manifieste. Gitanillo de Triana no habría toreado vacas ni becerros antes de esas probaturas, pero indudablemente había jugado al toro con otros chiquillos como más arriba decimos y lo que en esos tentaderos hizo fue aplicar maquinalmente el oficio aprendido jugando a la lidia de las vacas bravas que sirvieron para su revelación.
Pero no es poco esto, es mucho; es tanto que únicamente al artista de relevantes, de extraordinarias aptitudes le es posible hacerlo; y sin la colaboración de la intuición completamente imposible.
En ese sentido he afirmado al principio que Curro Vega era otro caso de torero intuitivo, en esta época en la que nos sorprende la frecuencia con que se producen, y hasta ocasiones hay en las que lo deploramos, ante la desconcertante desigualdad que en muchos de ellos se advierte, difícil de explicar sin recurrir a la cómoda teoría de la que me estoy valiendo.
Gracias a ella resulta comprensible que determinados diestros que en una tarde se nos aparecen como artistas cumbre, descienden en otras a la vulgaridad y a la torpeza más censurables; que el que ayer fue valiente hasta la temeridad sea hoy cobarde hasta la fuga. Generalmente, y sufriendo una equivocación absoluta, achacamos esas diferencias de actitud a la voluntad del artista. No hay tal. La voluntad es en estos asuntos impotente. No existe torero que no desee triunfar; pero el triunfo no depende de su deseo, en esa categoría de lidiadores, por la razón sencilla de que el subconsciente no se somete a la voluntad y al deseo del hombre, y aun es muy posible que se rebele contra ellas, o por lo menos que sean un obstáculo para que entre en acción.
El torero de oficio, es decir, el que sabe lo que sabe, el que con una práctica más o menos larga ha llegado a dominar la técnica, con esta puede tener lo bastante para salir airoso en la mayoría de los casos que se lo proponga; y en ellos sí que es la voluntad la que manda. Pero en el torero intuitivo, en el que lo que sabe no sabe que lo sabe, porque su arte no es consciente sino inconsciente, el revelarlo es obra de determinadas circunstancias, de un estado de ánimo, que no se crea con solo quererlo, que aparece y desaparece por causas que escapan la mayoría de las veces al propio interesado, que le exaltan o deprimen sin motivo aparente en ocasiones.
La imaginación acaso sea la que más contribuya a estos estados de alma, favorables o desfavorables para la realización de aquello que nos
proponemos. Es muy probable que el torero que sale a la plaza con la seguridad de triunfar, fiando en su arte, consciente o inconsciente, logre lo que le apetece; es muy difícil que dudando de sí mismo, considerándose inferior a su cometido, temiendo el fracaso, no sobrevenga este. De igual manera una actitud alentadora por parte del público puede contribuir al buen éxito, y por lo contrario una actitud hostil precipita el malo. ¿No explicará esto el que toreros que en ciertas plazas triunfan, en otras fracasen, casi de continuo?
Y nos queda por examinar otro fenómeno, que servirá de contera a esta ya larga y tal vez enojosa digresión, de la cual no he querido aliviar al lector, sin preocuparme esta vez de lo que pueda tener de inadecuada en estas páginas, dado el público especial al que se dirigen, poco aficionado en general a ciertas especulaciones que en su opinión nada tienen que ver con el toro, pero que a mí se me antoja que tienen que ver, y mucho.
El fenómeno que antes decía que queda por examinar es el que de vez en cuando se observa en algún que otro torero, de los que seguiremos llamando intuitivos provisionalmente, pues no me parece todo lo concreto que yo quisiera la denominación, los cuales así que van adelantando en el oficio y dominando la técnica diríase que van aminorando su personalidad, o para expresarme en el lenguaje taurino, van perdiendo el sitio, con gran desencanto del aficionado que ve diluirse en la vulgaridad, en una vulgaridad persistente, un arte excepcional, que, aunque solo se manifestase a rachas, era de tal calidad que compensaba en una tarde buena de varias malas.
¿No será que con el predominio del oficio sobre la inspiración, en aquellos a quienes el valor falta, al darse cuenta del riesgo que afrontan, por un exceso de vigilancia del consciente queda anulado el subconsciente?
Téngase presente, por muy estrambótico que a ciertos lectores se les antoje, que sin la intervención de la subconsciencia, del automatismo instintivo3, de algo, en fin, que no obedece a ninguna regla de la técnica tauromáquica, no serían posibles esos lances de capa repetidos en que los pitones pasan a una proximidad inverosímil del cuerpo del lidiador, esos pases de muleta desarrollados con una precisión que no hay arte que enseñe, y que en más de una ocasión son imprevistos e imprevisibles recursos con los que no tan solo se conjura el peligro, sino que dan lugar a un lance bello y a una bella actitud. El mismo diestro que ejecuta una de esas faenas, en la embriaguez del entusiasmo, sería incapaz de explicar lo que ha hecho y cómo lo ha hecho; y aun sabiendo que puede repetirlo, la manera y el momento escapan a su conocimiento, y no podría determinarlos.
De ahí que, como más arriba digo, la excesiva vigilancia del consciente sea obstáculo insuperable para el artista, porque le contiene y le impide entregarse en absoluto a la inspiración, que procura suplir, en balde para los efectos de la emoción, con el oficio, muy eficaz en todo momento, ciertamente, pero como auxiliar y no como sustituto de aquella.
¿Estas consideraciones, disquisiciones o lo que fueren, no le sugieren al lector el nombre de un torero de nuestros días, los comienzos del cual hicieron concebir las más grandes esperanzas, por los destellos de su arte personalísimo, de los que está viviendo todavía, y que cuando por su dominio de la técnica nos parecía que había llegado el momento de su encumbramiento definitivo, ha comenzado, precisamente, su decadencia? Si su nombre acude al recuerdo del
3. La calificación puede parecer también un poco arbitraria, pero la empleo para diferenciar este automatismo del que es un resultado o una consecuencia del hábito, o sea, del automatismo adquirido a fuerza de un ejercicio repetido, como le ocurre, por ejemplo, al pianista, al mecanógrafo, y en general a todo el que practica largo tiempo un oficio.
lector, sirva de ejemplo práctico ese caso, de lo que aquí he tratado de sostener.
Y ahora, pidiendo mil perdones, por estas incursiones a campos poco frecuentados por el simplemente aficionado a los toros, vuelvo a Gitanillo de Triana, del que de todos modos no me he alejado, y reanudo su biografía, con lo demás que a ese artista del toreo atañe.
II
Realizada la prueba de la que queda hecha mención e interesados los valiosos y entendidos aficionados que la presenciaron, de entre ellos nacieron los valedores de torerillo que tan buena maña se dio en el tentadero de Flores, y no pasaron muchos días sin que, vistiendo por primera vez el traje de luces, se presentara en la Isla de San Fernando, para matar, alternando con Manuel Fernández, Cádiz, cuatro novillos, sin picadores, de don Félix Gómez, de El Bosque.
Ocurrió esto el 18 de mayo de 1924. Uno de los novillos le dio una cornada en una pierna y ya no pudo Curro vestirse de torero hasta el 15 de junio, que volvió a torear en la misma plaza reses del mismo ganadero, pero alternando esta vez con Manuel Muñoz, el Chiclanero. Las cosas le rodaron bien a Gitanillo y el éxito fue excelente.
En ese año y hasta el 15 de agosto de 1925 que hizo su presentación en Sevilla, toreó muchas corridas sin caballos por los pueblos, consolidando su buen cartel.
En esa corrida de Sevilla alternó con Andrés Mérida y Cagancho, y fueron los novillos de Curro Molina, antes de Ureola y hoy de Pagés. También fue el éxito completo en esta fiesta, en la que hizo un quite que causó general admiración; y como con la muleta y la espada estuvo superior fue aplaudidísimo y cortó una oreja. Tres novilladas más toreó en Sevilla y cerró la temporada de 1925 con trece con picadores.
En la de 1926 hizo su presentación en Madrid el día 30 de julio, y llegó a actuar en 45 novilladas, las mismas que Félix Rodríguez, siendo ambos, los de su categoría, los que más torearon.
En Toros y Toreros de ese año decía mi querido compañero Don Ventura, entonces colaborador mío en la confección de ese libro:
«…Gitanillo de Triana nos ha producido la mejor impresión cuantas veces le hemos visto torear, pues si el capote lo maneja con arte exquisito, con la muleta ha realizado faenas muy notables y en momentos de compromiso hemos presenciado cómo entra a matar con la preocupación de llegar con la mano al morrillo».
En 1926 empezó como novillero y hasta el momento de la alternativa tomó parte en 32 funciones. De ellas, dos en un mismo día, el 25 de julio, en San Femado y Sevilla, y en la noche del 25 al 26 una tercera en Córdoba.
En Toros y Toreros dijo Don Ventura al juzgar la campaña total de este lidiador:
«Después de una lucida campaña como novillero a la que puso término en el mes de agosto, se hizo matador de toros con el beneplácito de los aficionados que ven en Curro Puya, como le llaman en Sevilla, un torero de relevantes cualidades y un excelente estoqueador. Es decir, que Gitanillo de Triana torea y mata; es valiente y es artista, pues singularmente con el capote hay pocos que le igualen.
Que el doctorado se efectuó hallándose en sazón dicho diestro lo demuestran los éxitos obtenidos por este en las corridas que ha toreado como tal matador de toros, habiendo quedado en situación inmejorable para la próxima temporada, durante la cual puede ser uno de los espadas que más toreen.
A ello, pues, señor Curro, y procure dar a su toreo un poco más de alegría, con lo que sus faenas adquirirán mayor relieve».
La alternativa la recibió en El Puerto de Santa María el 28 de agosto de manos de Rafael Gómez, el Gallo, que le cedió el primer toro llamado Vigilante, berrendo en negro, de la viuda de Concha y Sierra.
En una corrida extraordinaria, celebrada en Madrid el 6 de octubre, y en la que tomaron parte Simao da Veiga, que rejoneó dos toros ,y el Gallo, Juan Belmonte y Gitanillo de Triana, que estoquearon seis de D. Julián Fernández (antes D. Vicente Martínez), confirmó Curro la alternativa del Puerto, al decir del Maestro Banderilla, el querido cofrade Moya, en la siguiente forma, según puede leerse en El Eco Taurino de la fecha:
«Confirmó su alternativa el diestro Gitanillo de Triana. No estuvo mal en su primero, aunque no tuvo suerte en el descabello. Sosote el toro, pero valiente y decidido el matador. Al final, el público le aplaudió con cariño. Luego en el transcurso estuvo admirable con el capote, hizo quites maravillosos, dio lances modelo de arte y de temple que fueron ruidosamente ovacionados, y luego al final, en el último toro, realizó una de las mejores faenas de muleta que se han ejecutado este año en esta plaza de Madrid. Valiente, cerca y, sobre todo, artístico, elegante, suave, con estilo personal. El público lo aclamó con verdadero entusiasmo. De no haber actuado Belmonte, o, mejor dicho, de haber actuado con otros toreros que dicen que fueron y que aún siguen diciendo que lo son, esta hubiera sido la tarde grande de Gitanillo de Triana. Y ahí queda eso para el año que viene. Se ha cumplido la profecía de Belmonte. En Gitanillo hay un torero, y un torero caro. De toda su promoción, este es, sin disputa, el más enterado, el de mejor estilo, el de más gracia torera. Y si lo dudan, aquí están los comprobantes con el toro sexto de don Vicente lidiado en esta corrida».
No hay que decir que también fue Rafael el Gallo el que le cedió el primer toro, puesto que como primer espada actuaba, dándose con
ello una vez más ese caso absurdo de que un mismo torero repita una ceremonia que con una sola vez basta y sobra.
Terminó la temporada Curro Vega con 18 corridas de matador de toros, estoqueando 39.
Los augurios de mi colaborador se cumplieron, y en 1928, Gitanillo toreó en España 69 corridas, y estoqueó 135 toros, o sea, el que más después de Chicuelo, y eso que según hice constar en Toros y Toreros en 1928: «su nombre no lo llevan y traen los periódicos todo lo debido y los buenos éxitos alcanzados en general no han tenido la resonancia que merecían ni acaso la produzcan los resultados, en lo futuro, que se podían esperar».
Al finalizar la temporada marchó a México y aunque la suerte no le favoreció en las cuatro primeras corridas en que tomó parte, en la quinta, la de la Oreja de Oro, por la gran faena que llevó a cabo, fue premiado con «el supremo galardón de la temporada» según expresión de Ojo, el cronista de El Eco Taurino, mexicano.
Por su parte el revistero de Toros y Deportes se expresaba así al dar cuenta de la solemnidad taurina:
«Gitanillo de Triana, lidiando al toro Como Tú, conquistó francamente la Oreja de Oro 1929».
Fue entonces cuando apareció Como Tú, el toro del alboroto. Lo adivinamos, desde luego. Porque Gitanillo salió a su encuentro con visibles deseos de hacer algo. Y a fe mía que lo hizo. Otras verónicas de su marca exclusiva, de ese temple supremo y exquisito que dan personalidad y dan prestigios. Cada lance fue un dibujo. Y cada dibujo un olé. Por supuesto que el conjunto debe haberse oído en la Giralda.
Entonces surgió verdaderamente Gitanillo, en su plena magnitud. Y en el primer quite nos obsequió dos faroles morrocotudos. Y un recorte embarrándose a Como Tú. Luego Pepe Ortiz, con otros
lances bonitos, se lleva otra ovación. Y aún escuchamos más notas entusiastas al margen del último quite del trianero.
Y al final, lo grande, lo supremo, lo más exquisito que pudimos saborear en la temporada. La faena más brillante, más torera. Una faenaza.
Allí se reveló el torero, el lidiador majestuoso y sabio, que sabe torear y sabe exponer, porque Como Tú llegó aplomadote y bronco. Y con ese toro se hizo la faena.
Una hermosa faena seria, hermosa, de admirable serenidad, de valor purísimo; sin tener que llegar a los desplantes y pinturerías de bailarinas. Allí el torero imperó y se impuso. Hubo que tirar del toro y Gitanillo tiró de él, hasta obligarlo a pasar. Y todo esto sobre la mano izquierda, sobre la mano que es de uso exclusivo de los grandes toreros.
El total fue enorme. Y la ovación tremenda. Una sola, desde el principio hasta el fin, hasta cuando Como Tú dobló bien muerto por efectos de un soberbio volapié que fue el corolario de la gran faena de Gitanillo de Triana.
Así terminó Curro Puya en México, y su segunda temporada de matador de toros. De la tercera, la presente, sería prematuro hablar todavía. En lo que lleva toreado continúa dando su nota característica, la de un arte depurado y su cartel se mantiene a la altura a que ha sabido elevarse.
Dentro de unos meses, en Toros y Toreros en 1929, será oportunidad de emitir un juicio que ahora resultaría incompleto. Para entonces queda, pues, aplazado. Pasemos ahora a otro capítulo.
III
Tomándolo de aquí y de allá, ha podido enterarse el lector de lo que prestigiosos críticos opinan del torero que es objeto de estas páginas, y
para terminar solo a mí me falta opinar; pero no lo quiero hacer aún. Antes prefiero cederle el turno a Federico M. Alcázar y reproducir algunos párrafos del artículo que en marzo de 1928 publicó respecto a Curro Vega, y será un elemento más de juicio que ofrezca al aficionado. He aquí lo que encuentro en ese artículo más interesante para mi finalidad:
«¿Cómo torea Gitanillo con el capote? Es muy difícil dar una idea de las verónicas de Gitanillo, porque todo lo que digamos resulta un poco pálido ante la realidad. Es necesario verle para formarse una idea exacta del arte maravilloso de este maravilloso torero.
Esos lances suaves, lentos, largos, interminables, en los que el toro tarda tanto tiempo en pasar, que parece que se para el reloj, se para el corazón y se suspende el tiempo, son algo indescriptible, inenarrable, inexpresable en imágenes y palabras.
¿Y la muleta? No tiene la magia del capote, pero hay en ella momentos prodigiosos. Ese pase natural, ¡natural!, es acabado, perfecto, puro, clásico, y ese forzado de pecho ejecutado con singular arrogancia es lo macizo, la matriz, lo eterno del toreo.
Tiene otros tres pases incomparables: el natural con la derecha, ligado con el de pecho, y ese muletazo ayudado por bajo, que el toro pasa despacio y el torero permanece erguido, inmóvil, sin más movimiento que un ligero quiebro de cintura y un leve juego de muñeca.
Un día le preguntaron a Rafael el Gallo qué entendía por clasicismo en el toreo. El calvo se quedó un instante pensativo y al momento respondió:
—Clásico es lo bien hecho, lo bien arrematao.
En Gitanillo hay también un excelente matador de toros. Todo su gran estilo de torero parece que lo lleva a este momento supremo y ejecuta la suerte de matar con una pureza, una honradez y un estilo
asombrosos. Le ocurre algo de lo que le pasaba a Belmonte, que toro que torea bien, lo mata tan bien como lo torea. Recientes están sus dos volapiés auténticos y verdaderos a los dos toros de Coquilla».
Ha consumido el turno Alcázar, y es a mí ahora, sin excusas ni pretextos, al que le corresponde decir su parecer. No porque ese parecer tenga la menor importancia, sino porque a darlo me he comprometido al escribir este opúsculo que ha de ser crítico a más de biográfico, y no estaría bien que rehuyera el compromiso.
Pero téngase presente la dificultad, puesto que todo lo que importa y le interesa al lector, respecto al arte de nuestro torero, estampado queda aquí, respondiendo de ello firmas del mayor prestigio. Yo puedo asentir o disentir. En el primer caso me vería precisado a repetir, o cuando más a glosar, juicios ajenos; en el segundo a darle un carácter polémico a estas páginas, y no es esa mi intención seguramente.
Me queda un solo recurso, y a él me acojo, y es el de dar por mío lo que los otros han dicho y añadir algunas observaciones.
Así, pues, para mí también, Gitanillo de Triana es un torero completo, con un estilo muy personal, que, además de torear maravillosamente con el capote, torea muy bien con la muleta; y que un diestro con estas condiciones sobresalientes sea además un buen estoqueador es cosa notable, pero muy notable, porque no se suelen aunar en un solo individuo aquellas con la decisión que se necesita para arrostrar el grave riesgo que la suerte de matar ofrece al que la ejecuta a ley.
Con el capote es quizá, y aun sin quizá, en lo que más vigorosamente se destaca la personalidad de Curro Vega. Sus verónicas son modelos de temple y suavidad, tan pausadas y lentas a veces que es posible que por exceso se aminore, si no la calidad del lance, su fuerza emotiva. Y como esto puede tener visos de paradoja, lo aclararé.
Dejando a un lado que el toreo de Gitanillo es ese, en todo momento, lento y pausado, en lo que obedece, sin duda, a su idiosincrasia, a mí
no me sorprendería que, influido por estímulos y sugestiones de la crítica, que le ha señalado esa peculiaridad de su toreo, se esfuerce él en acentuarla todavía más. Si eso sucede —recuerde el lector lo que en el primer capítulo se ha dicho— la preocupación de la lentitud, rompiendo el ritmo que una fuerza, si no desconocida, poco conocida, marca es bastante para trocar en amaneramiento lo que es estilo, en oficio lo que es arte; de donde resulta que la obra —en este caso la verónica— técnicamente impecable carece de esa bella emoción que solo puede producir la belleza artística.
Antes, y más que en Gitanillo, yo he creído ver en algún otro gran torero de nuestros días esa tendencia a prolongar, mejor cuanto más, la duración de los lances de capa, con grave perjuicio para la espontaneidad y gracia de los movimientos en ocasiones, o lo que es lo mismo, renunciando a la intervención de la inspiración coaccionada por la voluntad, incapaz de fijar el límite exacto de «lo que quiere hasta donde lo quiere», por lo que es tan frecuente caer en excesos o amaneramientos.
Hace años, muchos años, un amigo mío, entonces revolucionario del arte dramático español, hoy ilustre, insigne, epónimo dramaturgo, solía decir que «el artista debía cultivar sus defectos», aquello que la crítica le señala como defectos, pues casi siempre en los que se tienen por tales reside la personalidad. No seré yo quien impugne esta teoría, ni está tampoco en contraposición lo que en aquella época sostenía mi amigo —y es posible que lo siga sosteniendo— con lo que ahora digo respecto al toreo de Curro Puya. Precisamente lo que con estas observaciones pretendo es prevenir al artista contra todo prejuicio que pueda ser un obstáculo al libre desarrollo de sus posibilidades. Y conste que hablo de prejuicios, que nada tienen que ver con la disciplina racional y razonable de la técnica que no es posible eludir, por muy genial que se sea, porque aun en este caso
se ampliará, se modificará, se creará una nueva, pero a ella habrá de someterse.
Tiene además otro inconveniente el exclusivo y aún solo habitual cultivo de una determinada forma de torear. Dejando a un lado que con las especializaciones se achica cada vez más el toreo, una cierta categoría de aficionados acuden a las plazas a ver aquello que la fama ha divulgado como caso excepcional en este o en el otro diestro.
¿Depende de la voluntad de Gitanillo, por ejemplo, ejecutar en todo momento el lance de los cinco minutos de silencio?
No hay aficionado que, en teoría, ignore que no todos los toros se prestan a todas las suertes; pero en la práctica, si no lo exigen, creen haber sido defraudados si el torero no ha hecho aquello que era precisamente lo que de ellos querían y esperaban. Todo lo demás que pueda llevar a cabo es secundario; y suele ocurrir que el mismo torero, convencido de eso, si no puede torear como él sabe que el público espera, se desalienta, cuando no se desconcierta, y es incapaz de hacer nada a derechas.
Pero ¿qué remedio —preguntará el lector— tiene eso, si el estilo no es creación del artista y cada cual nace con el suyo?
No, no pido al artista que modifique su estilo, lo contrario es precisamente lo que le pediría si realmente existe esa tendencia. Mi consejo al notable espada trianero, como a todos los que como él están en posesión de ese algo que los destaca en su profesión, sería, en bien de la fiesta y en bien de ellos mismos, que, poniendo a contribución todo lo que saben y todo lo que pueden, sin renunciar a las exquisiteces del arte más depurado, para practicarlo tan frecuentemente como la ocasión se ofrezca, no olvidasen que además de eso son aptos y capaces de hacer más cosas; más cosas de esas otras que la mayoría de los toros consienten, y que si no son tan bellas tienen también su mérito.
Y como al hablar así, claro que no me refiero únicamente al toreo de capa, será cosa de volver a esto para terminar con él, insistiendo en que Gitanillo, con el toro que le embiste recto, es algo extraordinario y sus lances inconfundibles.
Con la muleta es artista y dominador, y con un poco más de alegría, de más fibra, menudearía las grandes faenas, porque puede con todos los toros y conoce como pocos para qué sirve la franela en manos del matador.
Con aquellos que se la toman con bravura, no hay que decir que raya donde los mejores rayen, y faenas como la realizada en México con Como Tú tiene en su haber bastantes en España. Su pase natural es preciso, valiente y gallardo el de pecho, de una elegancia insuperable sus ayudados por bajo; y un muletero enorme, en total.
Como del matador ya se ha hablado de su estilo con el elogio merecido, ¿qué me resta por decir? Todo lo más lo que todo el mundo sabe: que hoy es Curro Vega de los Reyes una de las grandes figuras taurómacas y por lo tanto que su nombre se hace imprescindible en los carteles de las plazas más importantes de España.
Como todos los toreros, más cuanto mejores son, tiene sus desigualdades y por lo tanto no todas las tardes triunfa; pero sonados serán sus triunfos cuando, como ya se ha dicho en páginas anteriores, el año pasado fue el segundo en torear corridas y en esta temporada allá, allá se andará. Después, él dirá.
UNO AL SESGO
Barcelona, mayo de 1929.
Biblioteca Taurina de la Fundación Toro de Lidia
Colección textos Biográficos
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