ENVUD: Entre la percepción y la realidad (2011)

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Entre la percepción y la realidad Jorge G. Castañeda

La encuesta sobre los valores de los mexicanos auspiciada por Banamex y la Fundación Este País, y levantada por Enrique Berumen, viene a sumarse a la creciente lista de estudios sobre las actitudes, percepciones, creencias y convicciones de los mexicanos. Desde las investigaciones de Enrique Alduncin para Banamex en los años ochenta hasta los sondeos más recientes de Manuel Rodríguez y gaussc para Nexos —incluyendo, por supuesto, los trabajos notables de Alejandro Moreno—, disponemos ya de un acervo de buen tamaño de datos confiables sobre lo que pensamos los mexicanos. Este fundamento le da solidez a las intuiciones y especulaciones geniales o exageradas de los estudiosos clásicos de la psique mexicana, desde Gamio, Ramos y Paz hasta Bartra y Lomnitz, sin olvidar a Oscar Lewis y, a su manera, a Malcolm Lowry y Le Clézio. El cúmulo de análisis y de información nos permite hoy armonizar tesis que en su momento fueron excluyentes y confrontadas: la del origen institucional, económico e internacional de los dilemas, fracasos y éxitos del país, y la del punto de partida cultural, sicológico, casi antropológico de nuestra historia. Hoy más o menos sabemos qué tanto acertaron los pensadores y

hasta dónde los factores más “duros”, desde el clima y el régimen pluvial hasta la geografía y la demografía, pesaron y siguen incidiendo en la formación y sobrevivencia de la nación mexicana. Quisiera aprovechar la publicación de la encuesta de Banamex y la Fundación Este País para robustecer algunas de las hipótesis de mi reciente libro, Mañana o pasado. El misterio de los mexicanos, y también para tratar de comprender algunas de las ideas o características peculiares de los mexicanos de hoy, que claramente son o bien contradictorias, o bien de una premodernidad sorprendente. Sobre el individualismo de los mexicanos, y su absoluta resistencia a emprender acciones colectivas de casi cualquier índole, la encuesta es incontrovertible. A

la pregunta “¿Diría usted que se puede confiar en la mayoría de las personas o que no se puede ser tan confiado al tratar con la gente?”, 81% de los encuestados responde lo segundo, una proporción superior a la que cité en Mañana o pasado. A otra interrogante parecida, “¿Cree que los mexicanos suelen trabajar juntos para conseguir metas comunes o cada uno actúa para su propio beneficio?”, 73% contesta esto último, de nuevo un porcentaje mayor que aquél detectado por gaussc en Nexos. Y al confesar los encuestados a qué organizaciones o grupos pertenecen, con la excepción de la iglesia (11%) o las redes sociales (8%, pero muy sesgado hacia la juventud), el mayor número alcanzado es de 5% para grupos de actividad cultural, artística o deportiva; 94% confiesa no pertenecer a ninguna —un rasgo del carácter mexicano sobre el que ha insistido Federico Reyes Heroles. Pero el individualismo mexicano es especial: se trata de un individualismo de la familia. A la pregunta “¿Cuáles son las tres cosas que mejor reflejan el éxito de una persona en la vida?”, “Tener una familia” ocupa el primer lugar, con 25%. De manera que algo que literalmente cualquiera pueda hacer, y que la gran mayoría

J O R G E G . C A S T A Ñ E D A es licenciado en Economía por Princeton y doctor en Historia Económica por la Universidad de París. Ha sido profesor invitado en la unam y las universidades de Nueva York y de California-Berkeley, entre otras. Autor de numerosos libros, es editorialista de Reforma, El País y Los Angeles Times. Entre 2000 y 2003 fue Secretario de Relaciones Exteriores.

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A la luz de la publicación en estas páginas de los resultados de la envud desde el mes de abril pasado, Castañeda vuelve sobre algunas de las tesis principales de su más reciente libro, Mañana o pasado. El misterio de los mexicanos (Aguilar, México, 2011). El autor echa mano de la rica información que arroja la envud para reforzar su visión de nuestra sociedad como una predominantemente individualista, entre otros rasgos.


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Septiembre de 2011

de las personas en México y en el mundo tienen y cuya realización no requiere de mayor mérito, es visto como un triunfo. Probablemente se deba a dos factores: la centralidad de la familia en la vida del mexicano y el número creciente —más de la cuarta parte— de familias encabezadas por una mujer, lo que se percibe en el medio católico y conservador mexicano como familias fallidas. Ahora bien, de la misma manera que una encuesta citada por Federico Reyes Heroles, pero de principios de la década pasada, y que pone en evidencia el carácter aspiracional de la sociedad mexicana, el estudio de Banamex/Fundación Este País confirma tanto la dimensión creciente de la clases medias como el deseo de todos los mexicanos de pertenecer a ellas. A la pregunta “¿Cómo se describiría usted?”, 40% respondió “clase media baja” (el porcentaje más alto, con mucho), 19% “clase obrera” (que en México tiende a querer decir clase media baja también), 13% “clase media alta” y 1% “clase alta”. En otras palabras, casi las tres cuartas partes de los mexicanos se autodefinen como de clase media baja para arriba: una cifra por encima de la realidad pero que se mantiene a lo largo de los últimos 10 años, a pesar de la crisis económica de 2009, y que refleja las aspiraciones mexicanas a la perfección. Por ultimo, el infinito desprecio por la ley, ya no proclamado por políticos o pesimistas sino por los mexicanos mismos. Es quizás el hallazgo —en el sentido casi médico— más interesante de la encuesta. La pregunta es directa y se dirige a los interesados mismos, sin buscar su opinión a propósito de terceros: “¿Cree usted que los ciudadanos respetan las leyes?”. Prácticamente la mitad (49%) responden “rara vez o nunca”, y sólo 6% “siempre”. Dicho de otro modo, los propios mexicanos sabemos que no respetamos las leyes; de allí el carácter absurdo y pueril de la denuncia de los extranjeros, como Graham Greene hace casi un siglo, que se atreven a hablar de los “Lawless Roads” de México. Si sólo fueran ellos quienes lo afirmaran. La encuesta dice mucho más, por supuesto, y tal vez su confirmación de otras encuestas y de tesis repetidas por tantos no reviste la misma importancia que sus innovaciones. Son muchas, pero quisiera detenerme sólo en dos, una técnica y aún no decisiva, y otra de gran calado, aunque desoladora. La primera tiene que ver con uno de los grandes rezagos mexicanos en materia de comportamiento económico micro en relación a otros países de ingreso per cápita análogos. La pregunta es sencilla: “Si tuviera necesidad de pedir un préstamo para cubrir un gasto fuera de lo ordinario, ¿con cuál de las siguientes formas de financiamiento se sentiría más cómodo?”. La respuesta es aplastante: 63% con familiares o amigos, 14%, casi cinco veces menos, con un banco. México sigue siendo uno de los países menos “bancarizados” de América Latina, con uno de los porcentajes de crédito o intermediación financiera sobre el pib más bajos. Aunque el precio del crédito hipotecario y automotriz ha descendido de manera dramática desde mediados de

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los años noventa, y gracias a la transformación del infonavit y del Código Fiscal ahora las hipotecas a tasa fija y en pesos están al alcance de millones de familias mexicanas, seguimos padeciendo una tremenda desconfianza del ciudadano hacia la banca. La mula no nació arisca, ciertamente: las crisis de 1976, 1982, 1987 y 1994-1995 destruyeron los ahorros bancarios de un enorme número de mexicanos que prefieren guardar su dinero debajo del colchón, y deberle a una compadre que a una institución financiera. Esto, sin embargo, en una economía abierta y con

Más de la tercera parte de los mexicanos (35%) le dieron un diez a su felicidad; otro 45% calificó con 9 u 8 la suya, y la calificación promedio fue de 8.5. Se sabe que en comparaciones internacionales debidas a este tipo de pesquisas, México siempre sale muy bien parado una clase media mayoritaria, es insostenible. Pero para mí la revelación más espectacular y desgarradora de la encuesta yace en la terrible contradicción que impera entre la visión que tenemos los mexicanos del país y la que guardamos de nosotros mismos. No me refiero a una evaluación económica: en México y en China la gente tiende a ver su propia situación con ojos más favorables y optimistas que la del país en su conjunto. Pero la contradicción en México que arroja el estudio de Banamex/Fundación Este País va más allá de lo previsible. En una escala del 1 al 10, donde el 1 es un país donde predomina la escasez y 10 es uno donde predomina el bienestar, 44% de los mexicanos considera que en su país impera la escasez, y el promedio de la clasificación es de 4.9: un poco más de la mitad piensa que predomina la escasez. Además de que el dato es falso (no por mucho: según la misma encuesta, a 60% de los mexicanos les alcanza el ingreso, sin lujos), contradice a lo bestia otra cifra, enternecedora pero desconcertante. La pregunta es sencilla, hasta simplona: “En general, ¿qué tan feliz es usted?” De nuevo, 10 es muy feliz, 1 es nada feliz. Más de la tercera parte de los mexicanos (35%) le dieron un diez a su felicidad; otro 45% calificó con 9 u 8 la suya, y la calificación promedio fue de 8.5. Se sabe que en comparaciones internacionales debidas a este tipo de pesquisas, México siempre sale muy bien parado (en una reciente, resultamos ser el país más feliz del mundo), pero aun así, se antoja casi incomprensible el resultado. En efecto, un poco menos de la mitad de los que se consideran muy felices viven en un país donde consideran que predomina la escasez. Si aceptáramos que todo el 57% que califica su felicidad con 9 ó 10 es de clase media para arriba, es decir, gente para la que no predomina la escasez, entonces a ese porcentaje le importa un comino que el otro 43% de la población


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viva en la escasez. Pero si pensamos que una parte, por lo menos, de los mínimamente acomodados no son del todo felices, resulta que el mexicano padece una aguda esquizofrenia: se siente a la vez feliz y habitante de un país donde predomina la escasez: “Go you to know” (“Ve tú a saber”, en una traducción poética). Más allá de la chacota, es evidente que, una de dos: los mexicanos seguimos disociando felicidad y bienestar, otorgándole un valor importante dentro de los causales de la felicidad a otros factores (la familia, los cuates, el terruño, el ocio, la vigencia de tradiciones), o estamos mintiéndole al encuestador, de nuevo en una de dos maneras. O bien exageramos nuestra felicidad, o bien somos lo que algunos hemos llamado “miserabilistas”, es decir, subrayamos y exaltamos la pobreza, la escasez, la pobreza que según nosotros impera en el país, pero en realidad sabemos que no son tan vastas estas lagunas como decimos. También, por supuesto, pueden coexistir ambas

explicaciones: exageramos nuestra felicidad y valoramos fuertemente nuestra felicidad no monetaria (o sea: los ricos también lloran). No seríamos los únicos: todo indica que sociedades muy ricas como la francesa o la italiana también le asignan a

satisfactores no económicos una gran trascendencia en sus vidas. Asimismo, sociedades muy pobres como la india o la china, quizá justamente por la amplia ausencia de satisfacciones no monetarias, le confieren mayor significado en sus vidas a otras consideraciones. Lo extraño es que México —que no se puede permitir todavía el lujo de ser como Francia o Italia, y que ya es mucho más rico que China o la India— se parece a estas sociedades, y no a sus pares, países de renta media superior, parafraseando a Ernesto Cordero. Es uno de los misterios pendientes de los mexicanos, aún por descifrarse. Proviene, probablemente, de la incapacidad de nuestras élites —económicas, políticas, intelectuales— de reconocer y aquilatar las inmensas transformaciones que ha realizado el país en los últimos 20 años, y que han dejado atrás el México que tenemos en nuestra cabeza a favor del México de la vida real. EstePaís

Desde mayo pasado y hasta marzo de 2012, Este País aborda 11 temas que han sido fundamentales en la historia de la revista, de la mano siempre de destacados especialistas. Así, extendemos a lo largo de un año nuestro XX aniversario. Siga los números por venir: O ct ubre

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