COMUNICACIÓN SATELITAL Y DESARROLLO LINO SANTACRUZ MOCTEZUMA Editado por Fundación Manuel Buendía México 1993
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PRESENTACIÓN Los satélites de Comunicación representan la privatización del espacio. Su desarrollo, rápido y espectacular, ha ido adquiriendo paulatinamente connotaciones de poder político y económico. Los países que hoy día se pretenden modernos deben contar con un satélite propio;; es condición indispensable para entrar en el umbral del siglo XXI. Los satélites de comunicación son también redes, en el sentido clásico del término, líneas (frecuencias) a través de las cuales se transmiten informaciones de un punto hacia otro. Lo que resulta sorprendente es constatar cómo a través de los siglos el concepto de canal de comunicación evoluciona y al perfeccionarse se complica. Simplemente hay que observar hasta qué punto se ha incrementado la densidad de las líneas de comunicación del telégrafo al satélite. En el mismo sentido ha evolucionado nuestra capacidad de informar y comunicar. Es común hablar de la tecnología y dejar en un segundo plano a sus creadores. Son científicos e ingenieros quienes han ideado este mundo de interconexiones y ellos representan una cultura, la nuestra. Desde esta perspectiva habría que hablar también de mentalidades. No cabe entonces sino sorprenderse ante la capacidad creativa del ser humano, en este caso el científico, pero también ante la capacidad de respuesta del usuario. ¿Quién puede negar que las imágenes más sobrecogedoras del espacio, de la misma Tierra, han partido de estos artefactos? El satélite es un canal de comunicación, pero es también una nueva perspectiva desde donde vemos a los demás y nos vemos. Este punto significa, indudablemente, un cambio en la mentalidad de nuestro tiempo cuyos alcances aún no podemos medir con certeza. De las redes satelitales deriva una concepción espacio-temporal. Una revolución geo-política que altera el sentido de una comunicación ligada a la territorialidad (el espacio sideral) y a la lengua (su universalidad). De aquí resultan nuevas formas de medir el espacio-tiempo y encuadrarlo en una realidad concreta: disponibilidad de redes y variación de tarifas. Lino Santacruz describe y analiza los factores que han sido parte de la historia de los satélites;; de ahí la importancia de hablar de Intelsat. Para comprender su organización el autor aborda las implicaciones de dicha organización en un punto que se ha debatido en foros nacionales e internacionales sin encontrar hasta el presente una solución al problema que se presenta: Intelsat y los países en vías de desarrollo. Bien se sabe que dentro de la carrera económica y política del mundo moderno la comunicación posee un papel estratégico;; este último calificativo deriva, justamente, de la capacidad que deben tener los países que han quedado fuera de la esfera más avanzada para responder a las iniciativas económicas y políticas emprendidas por los más poderosos. Vivimos una época de cambios profundos y acelerados. Hay transformaciones geo-políticas no sólo en el espacio territorial, físico (nuevos países y fronteras), sino también en el espectro comunicativo (satélites de comunicación). Una doble espacialidad desde donde nos concebimos como culturas, como pueblos, como países y desde donde nos comunicamos. 2
A tales transformaciones debe corresponder un avance también en las conceptualizaciones. Si realmente se ha evolucionado en el pensamiento económico, político y social de este final de siglo es evidente que no se puede seguir hablando de los países del Tercer Mundo como se hacía en 1970. Si las perspectivas del Nuevo Orden Mundial de la Información y de la Comunicación quedaron saturadas en su tiempo y sin solución alguna, es ahora el momento de retomar algunas propuestas -que no por olvidadas deben quedar muertas- y plantearlas a la luz de los acontecimientos que rigen la economía y política mundiales. Una retrospectiva sobre Intelsat y sus actuaciones en los países en vías de desarrollo, como señala Lino Santacruz, es valiosa justamente por oportuna. Aquí radica la verdadera aportación de esta obra: volver a pensar hoy día, a la luz de una realidad económico-política en plena transformación, problemas fundamentales para conformar un mundo más equitativo. Hoy más que nunca los cambios generan un clima favorable para replantear nuestra posición dentro de la geografía -física-espacial- que ya está configurando al próximo milenio. Carmen Gómez Mont
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ÍNDICE PRESENTACIÓN………………………………………………………………..…..…2 Carmen Gómez Mont I. RETROSPECTIVA DE LOS SATÉLITES DE COMUNICACIÓN……………….5 II. LA HISTORIA DE INTELSAT………………………………………………………9 III. INTELSAT Y LOS PAÍSES EN VÍAS DE DESARROLLO……………………..18 IV. TELECOMUNICACIONES SATELITALES MEXICANAS…………………….29 CONCLUSIÓN…………………………………………………………………………42 BIBLIOGRAFÍA……………………………………………………………………….. 45
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Capítulo I RETROSPECTIVA DE LOS SATÉLITES DE COMUNICACIÓN HABLAR DE SATÉLITES de comunicación implica referirse frecuentemente a un mito, aun para la gente que trabaja en los medios y en los campos relacionados con la comunicación. Los satélites representan el vínculo material de dos amplias áreas del conocimiento: la ingeniería y la comunicación. La mayoría de las personas ignora que estas nuevas tecnologías de información no son tan nuevas y que conservan los mismos principios básicos que los métodos de comunicación siempre han tenido. Sin embargo, lo que sí es sobresaliente es el hecho de que la tecnología ha permitido transmitir mucha más información, con mayor exactitud y eficiencia, con gran velocidad y a un precio cada vez más bajo. La investigación y el desarrollo de la industria aeroespacial en los países desarrollados han alcanzado enormes avances tecnológicos, gracias a una gran cantidad de recursos intelectuales y materiales que muy difícilmente una sola entidad podría reunir. Por ello, el desarrollo de los satélites de comunicación significa el esfuerzo compartido de gobiernos y entidades militares e industriales. Los satélites de comunicación no están aislados de lo que pasa en el mundo. Estas maravillas tecnológicas no deben impedirnos el conocimiento. Los satélites de comunicación no sólo son un tema de los científicos. ¿Cuál es el propósito de su creación? ¿Quién los opera y bajo qué principios? ¿Son buenos o son malos? ¿Regula alguien su operación? ¿Qué significa la industria aeroespacial para las naciones del mundo? Estas son sólo algunas de las preguntas que nos conducirán al lado humano de los satélites. Todas las preguntas referentes a su creación, operación y regulación sólo pueden contestarlas las personas que, ya sean presidentes, creadores de políticas, miembros del Congreso, ministros de Estado, líderes de entidades de telecomunicación, empresarios o científicos, han concebido y desarrollado los sistemas de comunicación con un propósito específico y con el fin de cubrir necesidades específicas en sus sociedades. Los satélites de comunicación necesariamente están inmersos en un paquete sociopolítico- económico-cultural (Jayaweera, 1983:15). Entender la dinámica de este paquete es muy difícil, porque los acontecimientos se siguen uno detrás del otro a una velocidad vertiginosa, más rápida que nuestra capacidad de análisis y comprensión. Con todo y eso, la verdad es que los satélites de comunicación afectan la vida cotidiana de todo el mundo. Su impacto dependerá de qué aspecto del paquete de Jayaweera se toque. Las naciones de todo el mundo tienen intereses diferentes en lo que concierne a sistemas de comunicación satelital. Sus posiciones frecuentemente chocan entre sí, pero hay algo que todos han reconocido: que la difusión, de la cual los satélites de comunicación son una parte esencial, es un ejercicio de poder (Powell, 1985:12).
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Gagliardi define a un satélite de comunicación simplemente como “un paquete electrónico de comunicación puesto en órbita, cuyo objetivo principal es iniciar o ayudar a la transmisión de comunicación de un punto a otro. Esta información, por lo general, corresponde a voz (teléfono), video (televisión) y datos digitales (teletipo)” (Gagliardi, 1991:9). McLucas (1991:20) establece que los satélites de comunicación están diseñados para repetir en otra frecuencia cualquier señal que se les envíe: repiten y retransmiten a la tierra cualquier señal. Lo que parece ser un concepto muy importante es el eje de lo que ahora se conoce como comunicación satelital, la más grande y más visible actividad en el espacio. Las áreas más grandes de actividad en el comercio espacial son: a) La construcción de satélites de comunicación y sus estaciones terrestres de control;; b) la venta o arrendamiento de servicios de comunicación que estos satélites hacen posible;; y c) el lanzamiento de satélites a órbita (McLucas, 1991:5). El aspecto comercial es el más pequeño de un trío de actividades espaciales;; el más amplio es el espacio militar, y luego le sigue el espacio civil. Sin embargo, es preciso hacer énfasis en que el espacio comercial debe su vida a las inmensas inversiones en el desarrollo de materiales, estructuras, motores de cohetes, naves, sensores, sistemas de control, computadoras, instalaciones de lanzamiento y estaciones de rastreo hechas para los espacios restantes (McLucas, 1991:8). La era espacial inició el 4 de octubre de 1957, cuando la Unión Soviética puso en órbita el primer satélite artificial del mundo. No obstante, fue en 1945 en Transmisiones extraterrestres de Arthur Clarke, cuando se concibió la idea de un sistema de comunicación mundial: “tres satélites posicionados equidistantes uno del otro sobre el ecuador a una altura de 22 300 millas y conectados el uno al otro y a la Tierra por un radio, permitiría a cualquier individuo contactarse con cualquier otra persona en el planeta –sin importar la distancia– mediante esta red de radio” (McLucas, 1991:16). El camino de órbita particular que Clarke describió se conoce ahora como órbita geosincrónica, lo que quiere decir que un satélite a una altura específica sobre el ecuador gira alrededor de la Tierra a la misma velocidad que ésta. El satélite se encuentra, por lo tanto, en el mismo punto todo el tiempo, permitiendo transmitir señales a través de él sin interrupción y, como sabemos ahora, simplificando su recepción en las estaciones terrestres. Después de la Segunda Guerra Mundial, la gente relacionada con el negocio de la comunicación se interesó en mejorar los sistemas de comunicación para propósitos pacíficos. En ese tiempo no resultó nada práctico. Sin embargo, en 1956, el eslabón entre Estados 6
Unidos y Europa, fue la primera aplicación donde se consideró seriamente la posibilidad de usar satélites, cuando el cable telefónico transatlántico TAT-1 enfrentaba los problemas de incrementar su volumen y la necesidad de transmitir señales televisivas (McLucas, 1991: 18). Durante la primera década después de la guerra, la milicia estadunidense le había dado poca atención a la construcción y al lanzamiento de satélites, en comparación con el esfuerzo que habían puesto en los misiles guiados. El término nave espacial implicaba un vehículo muy grande que llevaría un enorme peso a la órbita y la tecnología aún no estaba lista. Los científicos estaban familiarizados con los cohetes V-2 que los alemanes habían disparado a Londres y que podrían llevar centenares de libras a cientos de millas, aunque no fuesen capaces de lanzar una nave espacial. Hermann Oberth, –siguiendo el trabajo teórico sobre cohetes de Tsiolkovsky, científico ruso, y el trabajo experimental de Goddard en Estados Unidos durante los años veinte–, dirigió al equipo que, en Peenemunde, desarrolló el V-2. El grupo de trabajo de Peenemunde se dividió entre los estadounidenses y los rusos cuando terminó la guerra. Ambos países comenzaron a sacar provecho de los conocimientos de estos científicos para hacer crecer su propio trabajo. Sorpresivamente para los estadunidenses, el desarrollo militar en misiles guiados de los rusos, los llevaron finalmente a lanzar satélites en 1957 (McLucas, 1991:19). El Explorador, el primer satélite estadunidense, se lanzó en enero de 1958. Al principio de la era espacial los norteamericanos, de acuerdo con McLucas, “sufrieron una humillación tras otra”, ya que los rusos pusieron el primer perro, el primer hombre y la primera mujer en el espacio” (McLucas, 1991:20). Los primeros satélites puestos en órbita tanto por los estadunidenses como por los soviéticos, no fueron de comunicación;; Los primeros satélites de este tipo fueron lanzados por los militares en Estados Unidos: Score, en 1958 y Courier, en 1960. En el área civil, siguiendo la idea de un sistema de comunicación mundial, los satélites lanzados fueron el Echo, en 1960, y Telstar y Relay, ambos en 1962. Ninguno de estos satélites experimentales condujo directamente a sistemas operacionales;; sin embargo proveían información sobre factores como selección de frecuencias, propagación y estabilización y control de la orientación de los satélites (McLucas, 1991:22/Gagliardi, 1991:4). En esta etapa, para poder usar y disfrutar las ventajas económicas y tecnológicas de un satélite geosincrónico, se necesitaba un cohete más poderoso y un satélite más pequeño: de ahí que se le concediera a Hughes Aircraft, en 1961, la construcción de este satélite llamado Syncom, lanzado con éxito por la NASA en un cohete Delta en 1963 (McLucas, 1991:27- 30). Mientras estos acontecimientos sucedían, el gobierno estadunidense, bajo la administración Kennedy, moldeaba el futuro de las comunicaciones satelitales mediante la Ley de 7
Comunicaciones Satelitales de 1962, que propició la creación de una compañía privada que más tarde se llamaría Comsat, creada en 1963, y cuya carta constitutiva propondría a la brevedad la creación de un sistema mundial de comunicaciones de satélites (McLucas, 1991: 31). Bajo la filosofía de esta ley que Estados Unidos creó en 1964 Intelsat e inició el proceso de desarrollo de un sistema mundial único de satélites. Gracias a esta acción, Estados Unidos le impidió a la Unión Soviética participar en la evolución de esta red, al demostrarle que ellos podían superarlos en el espacio. Al mismo tiempo, rompió el dominio europeo de telecomunicaciones mundiales que se había logrado mediante el uso de cables submarinos y evitó asimismo el desarrollo de programas de comunicaciones espaciales de Europa Occidental (Tree, 1987:4). Las razones que condujeron a la creación de Intelsat, así como los problemas principales de la organización, la amenaza de que existieran sistemas separados y la competencia, son temas que trataremos en el segundo capítulo. El tercero se enfocará al papel y a la posición de los países en vías de desarrollo respecto a Intelsat, así como su presencia en otros cuerpos internacionales;; también se hará referencia especial a las cuestiones de la órbita geosincrónica (GEO) y el satélite directo de difusión (DBS), así como sus implicaciones para la soberanía nacional. Prestaremos especial atención a los sistemas satelitales mexicanos, como ejemplo de dependencia estructural, en el capítulo cuatro. Finalmente, presentaremos nuestras conclusiones acerca de la operación internacional y el uso de satélites de comunicación, así como su relación con los países en vías de desarrollo.
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Capítulo II LA HISTORIA DE INTELSAT DESPUÉS DE 30 AÑOS de iniciada la era espacial, los satélites de comunicación han demostrado su capacidad para mejorar la calidad de vida y producir ganancias para sus inversionistas. Intelsat es, sin duda, un sistema de comunicaciones que proporciona grandes rendimientos financieros a sus países miembros, al tiempo que cubre sus necesidades de comunicación internacional. Asimismo, se han creado sistemas regionales satelitales. Arthur Clarke afirma que los satélites de comunicación constituyen todo un caso para elaborar un libro de texto, pues gracias a la cooperación internacional se demuestra que los intereses globales pueden coincidir con los particulares (Clarke, 1991:vii,viii). Intelsat surgió y se ha desarrollado en un ambiente de controversia. La declaración de Clark es parcialmente verdadera ya que niega el hecho de que el poder, en todas sus formas, ha sido una constante para planear y crear las políticas de esta organización. Utiliza el término calidad de vida, aunque primero tendría que evaluarse. Declarar que los satélites de comunicación han mejorado la calidad de vida también es parcialmente cierto: la evolución de la ciencia y de la tecnología permite estas mejoras, pero el acceso restringido y el control de la tecnología en muchas naciones del mundo en realidad no difunde esas mejoras. Los satélites de comunicación se han desarrollado bajo la tensión de la competencia militar, política y económica de los estados;; por lo tanto, no es posible hacer referencia a Intelsat como un cuerpo neutral. La Organización Internacional de Telecomunicaciones Satelitales (Intelsat) es una cooperativa global, comercial e intergubernamental de satélites de comunicación. De sus diecinueve miembros originales en 1964, en 1990 ya había aumentado a ciento diecinueve países y ahora es el más importante de todos los organismos internacionales que utilizan los satélites para la comunicación pública. Los satélites geosincrónicos de Intelsat unen entre sí a sus ciento diecinueve miembros, además de otros sesenta y cinco países, principados e islas afiliados. Entre ellos conducen dos tercios de todas las llamadas internacionales;; el noventa y ocho por ciento de toda la televisión internacional;; y las transmisiones de télex, de telégrafos y de toda la información de alta velocidad y facsimilar (Snow, 1990:15 / Tree, 1987:6 / Clarke, 1991/viii / Schmucler, 1984:18). El documento legislativo que sentó las bases para el desarrollo de la comunicación internacional por satélite fue la Ley de Comunicaciones Satelitales de 1962. El efecto de esta ley consistió en crear la Corporación de Satélites de Comunicaciones (Comsat), cuyo propósito era establecer un sistema global de comunicación satelital e invitar a otros países a participar en él. La importancia de Comsat recae en el hecho de que, después de su creación y gracias a 9
la promoción y al manejo de Intelsat, esta corporación, representante de Estados Unidos, controló la organización. Comsat materializó la relación gobierno, milicia y corporaciones privadas en Estados Unidos, a la vez que reforzó la política internacional de telecomunicaciones de ese país. Su propósito de establecer un medio confiable, eficiente y económico de comunicaciones satelitales a nivel internacional, surgió cuando la población estadunidense no exigía comunicaciones internacionales demasiado complicadas (Tree, 1989:14). Como organización comercial privada, Comsat distribuyó sus acciones por partes iguales entre los transportadores comunes de comunicación (tales como AT&T, RCA, Western Union y General Telephone) y el público estadunidense (McLucas, 1991:31). Con todo y que el gobierno no invertiría en la compañía, sí mantendría una supervisión cercana a sus operaciones, además de que proporcionaría, por medio de la Administración Nacional de la Aeronaútica y del Espacio (NASA), los lanzamientos para sus satélites sin que se le impidiera arrendar capacidad en ellos. Así, las actividades de Comsat las supervisaban la Comisión Federal de Comunicaciones, el Departamento de Estado y la Oficina de la Casa Blanca para Políticas de Telecomunicación. Su corporación la dirigía una junta de quince directores;; tres de ellos designados por el presidente, seis elegidos por los accionistas de las compañías transportadoras y los otros seis por el público. Con este arreglo el gobierno se unió con la iniciativa privada para formar una sociedad única que desarrollaría comunicaciones satelitales. La Ley de Comunicaciones Satelitales también fue la primera declaración política del gobierno de Estados Unidos donde asumió que el espacio era un lugar apropiado para la actividad comercial, al tiempo que propició un mecanismo para que participaran tanto el gobierno como las corporaciones privadas (McLucas, 1991:40/Powell, 1985:20). Con esta fórmula híbrida se buscaba era legitimizar a la corporación privada Comsat como “el instrumento elegido por la política exterior estadunidense en comunicaciones satelitales” (Tree, 1987:28). En su Declaración de política y propósito la ley reflejó el conocimiento del Congreso acerca de las implicaciones internacionales que el sistema global de comunicaciones representaba;; para ello afirmó que contribuiría a la paz y al entendimiento mundiales poniendo a la disposición sus servicios y extendiéndose para dar cobertura global en la fecha factible más próxima. Este programa atendería y dirigiría su atención hacia la provisión de estos servicios tanto en países en vías de desarrollo como en los más desarrollados, los cuales se beneficiarían de estos servicios. Comsat se incorporó el primero de febrero de 1963 en el Distrito de Columbia (Powell, 1985:20,21). Permitir que Comsat negociara con gobiernos extranjeros a fin de establecer la red global 10
de telecomunicaciones provocó que algunos críticos liberales del congreso estadunidense se quejaran por una “delegación sin precedente de la prerrogativa presidencial en asuntos exteriores a un monopolio privado” (Tree, 1987:28). Comsat se estableció con el propósito de tomar y mantener una posición de liderazgo para Estados Unidos en el campo del servicio internacional global de comunicaciones satelitales. Al respecto, Herbert Schiller destaca que la índole social de los requisitos políticos de Comsat y el carácter privado de su estructura organizacional crearon una contradicción inherente en el sistema, que eventualmente provocaría grandes dificultades (Tree, 1987:30). Para cumplir con las metas establecidas por el congreso estadounidense en 1962, Comsat, como entidad nacional, trabajó mediante una organización internacional. Los acuerdos interinos se firmaron el 20 de agosto de 1964 y crearon el Consorcio Internacional de Telecomunicaciones Satelitales, que casi diez años después (el 12 de febrero de 1973) se convertiría en un acuerdo permanente con el nuevo nombre de Organización Internacional de Telecomunicaciones Satelitales, aunque conservó las siglas de Intelsat. Su propósito ahora consistió en diseñar, desarrollar, construir, establecer, operar y mantener un sistema de satélites comercial de alcance mundial para las telecomunicaciones (Powell, 1985:21). Su membresía está abierta a cualquier nación que pertenezca a la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) y que siga los acuerdos de la organización. En los acuerdos oficiales del organismo se indica que Intelsat proveerá el segmento de espacio requerido para los servicios públicos internacionales de telecomunicación de acuerdo con las bases comerciales y de no discriminación a todas las regiones del mundo. Por lo tanto, el sistema también fue puesto a disposición de los no socios con los mismos precios (Powell, 1985: 21/Kildow, 1973:5). La propiedad de Intelsat la comparten los países miembros y contribuyen con los requisitos de capital en función de sus propias acciones, cuyo monto se determinó por su uso de servicios satelitales. Las ganancias se comparten entre los miembros después de deducir los gastos de operación según sus inversiones. La organización se divide en cuatro unidades: la Asamblea de Partes, la Junta de Signatarios, la Junta Directiva de Gobernadores y el Órgano Ejecutivo, que representan diferentes aspectos de la organización. El órgano ejecutivo tiene su sede en Washington, DC;; lo encabezan un director general, un ejecutivo en jefe y un representante legal de Intelsat. El sistema global satelital de Intelsat se divide en dos partes: los segmentos espaciales –satélites e instalaciones asociadas–, propiedad de Intelsat;; y las estaciones terrenas, propiedad de las organizaciones de telecomunicación en los países en los que se encuentran (Powell, 1985:22). Tree analiza el rol de Comsat e Intelsat dentro de la hegemonía estadunidense de la posguerra. En el ámbito internacional, Estados Unidos acababa de emerger como la 11
suprema fuerza militar y económica;; como tal, era un país que tenía la posibilidad de iniciar e imponer acciones internacionales, por lo que pudo ejercer su poder en muchos asuntos internacionales. Las telecomunicaciones internacionales expandieron y sirvieron al aparato militar, comercial, diplomático y de propaganda estadunidense alrededor del mundo, al grado de que se identificaron como una vía para mantener los intereses de Estados Unidos. Las nuevas comunicaciones y tecnologías espaciales evolucionaron con aplicaciones militares en mente. Los avances en computadoras digitales, microelectrónica y tecnologías espaciales se derivaron de la investigación y del desarrollo de lanzadores de misiles, de sistemas guiados y de telecomunicaciones. Las raíces tecnológicas de Intelsat se derivan de la militarización de la guerra fría (Tree, 1987:16). Debemos tener esto en mente cuando escuchamos la retórica de que las comunicaciones satelitales mejoran la calidad de vida en el mundo. Los usos satelitales pacíficos son sólo una derivación de los militares y pueden considerarse como tecnología militar comerciable y no-crítica. Al aislar a la Unión Soviética de la red satelital ofreciéndole una participación ridícula dentro de la organización (cerca del 1%), lo mismo que al persuadir a los países de Europa Occidental –potencialmente el tercer poder en el espacio– a participar en el sistema, Estados Unidos aseguró el dominio sobre las comunicaciones satelitales internacionales (Tree, 1987:37,38). Aún así, Intelsat es el primer intento significativo para organizar, desarrollar, operar y reglamentar una importante innovación tecnológica con un amplio nivel internacional. Kildow hace notar que el comportamiento tradicional estadunidense se refleja en sus políticas hacia las telecomunicaciones internacionales;; por lo tanto, los encargados de las negociaciones estadunidenses organizaron lo que ellos conocen mejor: un sistema de telecomunicaciones sobre una base comercial (Kildow, 1973:5). El dominio de Estados Unidos, particularmente en un principio, se debió a su monopolio de tecnología. Comandando una posición dominante de negociación, Comsat fue capaz de dictar muchos de los términos clave en los acuerdos para el sistema. Cuando los demás países acordaron designar a Comsat como el administrador del sistema satelital, lo colocaron en una posición donde no sólo se le pagaría por administrar, sino que también llevaría los libros, negociaría con contratistas aeroespaciales y prepararía las decisiones de los contratos para atender al comité de gobierno. Según los acuerdos, la organización estaría dirigida por un Comité de Gobierno, llamado Comité Interno de Comunicaciones Satelitales (ICSC). La votación en el comité se basaba en las acciones de inversión dentro del consorcio, las cuales a su vez quedaron determinadas por la cantidad de tráfico internacional de telecomunicaciones que generara un país. Para obtener un lugar en el ICSC, una nación necesitaba por lo menos una participación del 1.5%. 12
Este método de cuota le dio a Estados Unidos una participación del 61% en la organización;; a Europa Occidental, del 30.5%;; y a Canadá, Japón y Australia, del 8.5%. Los acuerdos permitieron que las naciones en desarrollo se unieran, sólo que su cuota acumulada no debía exceder del 17%. Bajo estos acuerdos la participación estadunidense nunca bajaría del 50.63%, además de que tendría un completo poder de veto en todas las acciones que decidiera el comité (Tree, 1987:35,36). Además de estas cantidades dramáticas, Comsat, el representante de Estados Unidos en Intelsat, quedaba como administrador del consorcio. Kildow destaca este hecho como la clave para el control estadunidense debido a que Comsat era una corporación estadunidense, sujeta a la legislación de su país. Intelsat automáticamente se sujetó a esta reglamentación. “Cualquier organización bajo el control de las normas legales, políticas y económicas de una nación carece de identidad internacional” (Kildow, 1973:5). Debido al hecho de que la tecnología era nueva y su potencial impredecible, por lo regular les resultaba difícil a las naciones conocer las ventajas o desventajas que esto tendría para ellas. Estados Unidos fue la fuerza dominante de donde derivó poder, ventaja política y ganancias (Kildow, 1973:6). Comsat negó cualquier dificultad para servir simultáneamente a los intereses del gobierno de Estados Unidos y de una supuesta organización internacional (Kinsley, 1991:113). Sin embargo, el papel de Comsat en Intelsat ha sido una constante lucha por parte de otras naciones para disminuir el dominio estadunidense en la organización. De 1964 a 1973 Comsat empezó con una participación del 61%;; para 1973 ya había descendido al 50%. Los acuerdos permanentes que se hicieron efectivos en 1973 requirieron que se reprogramaran las acciones de los propietarios cada año, según el uso del sistema durante el año previo. En la última década más o menos, la propiedad de Comsat se estabilizó aproximadamente en un 25%;; el siguiente propietario más grande es la Gran Bretaña, con aproximadamente el 12% (McLucas, 1991:41). El propósito de Intelsat en el sentido de traer al mundo la paz y el entendimiento mundiales chocan con las contradicciones inherentes manifiestas en los acuerdos institucionales de la organización. Algunas de sus naciones miembro se han quejado de que la intención y el efecto real de Intelsat han sido promover el dominio estadunidense de las comunicaciones satelitales a nivel internacional (Kinsley, 1991:112). Económicamente Intelsat tiene una organización de tipo comercial, a pesar de que la retórica indica que debe ser altruista: sus satélites abastecieron a los militares estadunidenses a pesar de que habían sido creados para promover sus usos pacíficos alrededor del mundo. Internamente a Comsat se le obligó, como representante nacional que era, a promover los intereses de Estados Unidos, mientras que como administrador del Intelsat, tenía que velar por los intereses internacionales. Los militares estadunidenses querían que la tecnología se mantuviera internamente, mientras que las corporaciones pretendían sacar ventaja de los mercados y servicios internacionales. La política exterior y los intereses de comunicación 13
comercial dentro de Estados Unidos terminarían en conflicto (Tree, 1987:41). Los progresos dentro de la economía política internacional en los años sesenta y la era desregulatoria que surgió en los ochenta explican la interacción de las dinámicas políticas, económicas y tecnológicas en conflicto que moldearon la expansión y las operaciones de Intelsat. 1. Entre 1969 y 1971 –periodo en que se llevaron a cabo las negociaciones para los acuerdos definitivos de Intelsat;; como resultado de diversas luchas nacionales independentistas surgieron alrededor de cien países en vías de desarrollo En consecuencia estas naciones comenzaron a ejercer derechos políticos que no siempre se ajustaban a los intereses económicos y políticos de Estados Unidos. Como es natural, estas naciones comenzaron a ejercer sus derechos políticos, no siempre ajustados a los intereses económicos y políticos de los Estados Unidos. 2. En este periodo las economías de Europa Occidental y de Japón se convirtieron en competidoras en materia de nuevas tecnologías informativas y otras esferas de la comunicación en el escenario internacional. 3. En 1983 algunas compañías privadas estadunidenses buscaron permiso para establecer sistemas satelitales separados que compitieran con Intelsat. 4. Los cables transoceánicos de fibra óptica surgieron en 1980 como una amenaza competitiva a los servicios satelitales de comunicación de Intelsat (Tree, 1987:43-45). No obstante, había dos problemas fundamentales que durante los años sesenta y principios de los setenta afectaban tanto a los países miembro como a los usuarios y a los proveedores de Intelsat: uno era reducir el grado de dominio estadunidense que se percibía en la organización;; y el otro atañía a la distribución de contratos para las primeras cuatro generaciones de satélites de Intelsat. Las firmas aeroespaciales europeas se quejaban de no recibir la parte justa de estos contratos. He aquí las semillas que harán que las fuerzas conflictivas de Estados Unidos y las de Europa Occidental adquieran su máxima expresión mediante la creación y la existencia de Eutelsat (Organización Europea de Satélites de Telecomunicaciones). Los países europeos se habían integrado a Intelsat bajo el acuerdo de que se beneficiarían de la experiencia y los conocimientos técnicos de la organización para apoyar sus propias industrias aeroespaciales nacionales. Comsat, como administrador de la organización y representante de Estados Unidos en Intelsat, tenía grandes diferencias con Europa Occidental ya que su intercambio tecnológico era mínimo. Ya dijimos que los europeos occidentales se quejaban de no recibir la parte justa del negocio, pues la mayoría de las ofertas de Intelsat las ganaban las compañías estadunidenses. 14
Durante los primeros años de existencia de Intelsat la amenaza europea para competir con éxito estaba hecha a un lado;; no fue sino hasta 1977, con la creación de Eutelsat como acuerdo provisional (Powell, 1985;;23), cuando significó una competencia real. Uno de los principales problemas que tuvo que enfrentar Eutelsat fue la justificación ante Intelsat para crear un sistema europeo de telecomunicaciones satelitales. Cuando las características monopolísticas de Intelsat impidieron que creciera la actividad espacial en Europa y en otras partes del mundo, inmediatamente se buscó invalidar sus acuerdos. De los factores que favorecían que Intelsat aprobara la creación de Eutelsat, destaca la consideración del crecimiento potencial en la demanda de servicios muy complicados que únicamente podrían proveer los satélites. La red de Eurovisión, por ejemplo, afirmó que ningún servicio terrestre podría alcanzar la calidad, la flexibilidad y la totalidad del servicio satelital. En mayo de 1982. Eutelsat se declaró como organización permanente, formada por 20 miembros y con sede en París. Esto quiere decir que, con todo y sus limitaciones y debido a la presión ejercida dentro de la organización, Intelsat aceptó coordinar el proyecto con los europeos (Powell, 1985:24). McLucas (1991:60) destaca el hecho de que, según los convenios, ningún miembro de Intelsat debería votar para permitirles a otros crear sistemas distintos que económicamente pudieran dañarlo. No obstante, los procesos conflictivos dentro de la organización dieron pie no sólo a la aprobación de Eutelsat sino también de Arabsat. “Vivir en el mundo real” (McLucas, 1991: 60) significaba para los países miembro con derecho a voto tener que pensar en las ramificaciones de oponerse a la creación de alternos. Ese voto pudo haber representado un malentendido que hubiera afectado directamente asuntos de intercambio comercial entre los países implicados (McLucas, 1991:53-60). A pesar de que Eutelsat se justificó diciendo que sólo manejaría el crecimiento de tráfico, ahora se encuentra fuertemente comprometida en la distribución de la programación televisiva satelital, además de que proporciona varios servicios, incluyendo la telefonía. La respuesta de los países europeos al monopolio de Intelsat fue la creación de su sistema, lo que les generó un sentido de orgullo e independencia aparte del crecimiento constante de Eutelsat que amenaza las acciones de Intelsat en Europa (Powell, 1985:26). El dominio de Estados Unidos por medio de Comsat, como ya se mencionó, se redujo aproximadamente a un 25% y las industrias aeroespaciales europeas y japonesas tuvieron capacidad para competir en una base equitativa con las firmas estadunidenses para los subcontratos de Intelsat en los primeros años de los ochenta. La sede de Intelsat, en Washington, DC, cuenta con personal internacional y ya ha desfasado el papel de Comsat como administrador de la organización. No obstante, conforme Intelsat maduró como organización internacional, surgieron nuevos 15
problemas que a la fecha permanecen todavía sin resolver. Como la mayoría de las grandes empresas de telecomunicaciones, la organización enfrenta aún la amenaza de la competencia, uno de sus problemas principales en sus primeros años (Snow, 1990:16-17). Otros de sus problemas son: 1. Sistemas separados. A pesar de que algunos sistemas satelitales regionales y nacionales han operado durante varios años, éstos se han coordinado con Intelsat para evitar un daño significativo en el sistema global, tal y como lo requieren los convenios de la organización. Estos sistemas sirvieron a regiones geográficamente compactas que no dañarían los intereses económicos de Intelsat (Tree, 1987:56). En 1983 varias compañías privadas estadunidenses organizaron su entrada al mercado internacional de satélites comerciales. La autorización del gobierno, en noviembre de 1984, permitió la incursión de compañías privadas solamente para comunicación intraempresarial. Sin embargo, los estudios de Intelsat indican que más del 50% de su tráfico lo generan los negocios. Aunque, en teoría, Intelsat tiene que ver principalmente con el servicio de telefonía pública hacia el extranjero y el gobierno estadunidense le protegió esa posición, las cosas cambiaron en 1986 cuando Intelsat le otorgó permiso a Panamsat (empresa privada) para participar en las comunicaciones públicas internacionales después de haberlo negociado con Estados Unidos. Luego de esta experiencia se esperan más amenazas al tráfico central de Intelsat (Snow 1990:17/Tree, 1987:58). La política desregulatoria de los años ochenta que planteó este importante problema para Intelsat refleja la evolución de las fuerzas dinámicas dentro de la industria estadunidense de telecomunicaciones. Aunque se calificó a Intelsat como monopolio natural, comenzó a abandonar esa posición conforme las acciones desregulatorias en servicios de comunicación satelitales insertaron a la organización en una arena competitiva. Komiya niega que Intelsat sea un monopolio, pero reconoce que el tamaño gigantesco de la organización y su posición única en el mercado la encaminó inevitablemente a ejercer prácticas generalmente asociadas con un monopolio (Komiya, 1990:73). 2. Cables de fibra óptica. Esta tecnología puede convertirse para Intelsat en una amenaza todavía más potente que los propios sistemas satelitales de la competencia. Los cables de fibra óptica ofrecen ciertas ventajas de transmisión sobre los satélites, tales como transmisión precisa de datos y carencia de eco. Además, estas redes de fibra óptica no tienen que coordinarse con Intelsat, de tal modo que pueden competir con los satélites robándoles tráfico. (Tree, 1987:62, 63/Snow, 1990:17). 3. El rol de Comsat en Intelsat. Comsat enfrenta varios retos cuyas soluciones pueden crear dificultades para Intelsat. En general, la falta de transparencia en las políticas y el manejo monetario de Comsat no ha simpatizado ni con los reglamentadores ni con los legisladores ni con los usuarios. Además priva un alto nivel de simpatía estadunidense hacia una política que les permita a los grandes usuarios de ese país el acceso directo a Intelsat, lo que provocaría 16
evitar la intermediación de Comsat, el signatario de Estados Unidos en dicha entidad. 4. Influencia de la desregulación nacional sobre los países miembros de Intelsat. Como regla general, a la presión exitosa para la liberación nacional de la regulación de telecomunicaciones le sigue una presión similar para relajar las reglas internacionales de telecomunicaciones. La evasión potencial (Comsat) y real (British Telecom) de los signatarios de Intelsat en los mercados nacionales, por ejemplo, puede aumentar la simpatía para evadir al propio Intelsat ya sea por operadores de satélites privados o por cables de fibra óptica. 5. Los efectos de la capacidad limitada de lanzamiento. Organizada en un ambiente de pocos satélites y varios lanzadores, Intelsat enfrenta el problema opuesto en la actualidad. No obstante, hay tres factores que reducen los riesgos que la organización enfrenta en esta área: a) Ariane y el transbordador espacial de Estados Unidos, que son sus fuentes convencionales de abastecimiento, parecen haber superado dificultades anteriores. b) Japón, China y la ex-Unión Soviética ahora están en la posición de ofrecer lanzamientos satelitales comerciales a órbita geoestacionaria. c) Debido a su relación con empresas de lanzamiento, es posible esperar que Intelsat reciba tratamiento preferencial en caso de que sea necesario (Snow, 1990:18,19). Intelsat ha respondido a los retos de los sistemas competidores y de los cables de fibra óptica con nuevos servicios y campañas de marketing (Tree, 1987:64). Las nuevas políticas de desregulación que rigen a Intelsat ponen en claro que el gobierno de Estados Unidos pretende privatizar su sistema de telecomunicaciones. Al privatizar las telecomunicaciones satelitales internacionales, los costos para las compañías transnacionales podrían disminuir considerablemente y los proveedores de equipos y servicios de telecomunicación quedarían libres para beneficiarse de este negocio. “Conforme la economía y la política internacional han cambiado y los avances tecnológicos han alterado la infraestructura internacional de comunicaciones, estos viejos arreglos institucionales se han vuelto obsoletos y, de hecho, se han convertido en un obstáculo” (Tree, 1987:71). Así, la cooperación internacional y el desarrollo pueden haber probado que son una táctica para intensificar el liderazgo de Estados Unidos;; de ahí que Intelsat también haya mostrado ser un instrumento de esa misma política. Tree señala que fue esta nación la que administró su fundación y que las fuerzas que ahora la amenazan emergen básicamente del mismo país (Tree, 1987:2). Aún hay otro punto de importancia dentro de Intelsat que merece atención especial: los países en vías de desarrollo. Pero esto lo examinaremos en el siguiente capítulo. 17
Capítulo III INTELSAT Y LOS PAÍSES EN VÍAS DE DESARROLLO LAS ESTRUCTURAS ORGANISATIVA y de administración de Intelsat, tal y como se renegoció en sus tratados permanentes de 1973, proporcionan condiciones ventajosas a los miembros que se encuentran en pleno desarrollo y que no tendrían bajo un régimen comercial privado. Los países en vías de desarrollo constituyen una mayoría numérica dentro de la organización (Snow, 1990:19). Snow (1990) afirma que como usuarios y propietarios de un organismo internacional operado por una cooperativa financiera, tales países son capaces de utilizar a Intelsat como foro para que se conozcan sus necesidades particulares que atañen a comunicaciones satelitales. Además, el investigador enlista tres de las políticas que Intelsat adoptó para ayudar a miembros en vías de desarrollo: 1. La práctica global de establecer precios con un costo promedio ha protegido a estos países de la severa realidad de los precios que resultarían de desarticular la política tarifaria y la alineación de costos con precios por cada servicio. Los servicios que Intelsat suministra han estado disponibles con el mismo precio para todos los países, independientemente de su localización geográfica. Esta disposición se adoptó para promover, mediante el sistema, vínculos de telecomunicación entre los países miembros en vías de desarrollo y regular los costos. Las rutas de tráfico se utilizan para subsidiar en estas naciones las rutas delgadas o de bajo volumen, de tal manera que, mientras más se usa el sistema, más bajo será el costo promedio. En consecuencia, el proceso inverso también procede: si el tráfico se reduce o se desvía, las tarifas promedio aumentan (Tree, 1987:7). 2. Los contratos de arrendamiento a largo plazo de los transpondedores de Intelsat (y de un medio y de un cuarto de transpondedor) para servicio nacional han estado disponibles para todos sus miembros desde principios de los años setenta. 3. Intelsat ha introducido numerosas demostraciones, programas de ayuda y entrenamiento implicando principalmente a sus miembros en vías de desarrollo. Se alega, sin embargo, que las políticas de Intelsat y los proyectos que benefician al mundo en desarrollo se pondrían en peligro si ésta se sintiera obligada a competir con fuerza frente a los sistemas privados para quitarles sus rutas de tráfico más densas y remuneradas (Snow, 1990:19). En la historia de Intelsat vale la pena hacer énfasis en el papel de las naciones en desarrollo ya que podría parecer que la historia de la organización ha tratado principalmente con las fuerzas y con la posición conflictiva de Estados Unidos y de Europa occidental. Durante el periodo de acuerdos interinos, los países en vías de desarrollo estuvieron de acuerdo con los europeos en que Comsat debería tener menos poder, aunque desde 18
diferentes posiciones. Europa occidental tenía una participación del 30.5%, mientras que la participación conjunta de las naciones en desarrollo nunca podría pasar del 17%, lo que demuestra que no sólo fueron excluidas de las negociaciones iniciales sino que también fueron limitadas en su poder, aun antes de unirse a Intelsat (Tree, 1987:36). Poco tiempo después de haber firmado los acuerdos internos, los países en vías de desarrollo emergieron como una tercera fuerza (las otras dos en conflicto eran Estados Unidos y Europa occidental): las naciones en Latinoamérica, África y Asia se multiplicaron rápidamente (Tree, 1987:45). Cuando los convenios definitivos se negociaron y se forjaron los nuevos acuerdos institucionales con Comsat, los intereses entre Europa occidental y los países en vías de desarrollo estaban en plena disputa, especialmente en el caso de la adquisición de satélites. Los países industrializados europeos querían distribuir con mayor equidad los contratos de Intelsat, aunque este proceso retrasara el abastecimiento de los servicios e incrementara los costos. Por su parte, las naciones en vías de desarrollo, sin industrias aeroespaciales y carentes de comunicaciones con cable transoceánico, querían que el sistema fuese menos costoso y se estableciera en el menor tiempo posible. Los países en vías de desarrollo coincidían en este caso con la posición de Comsat. Las naciones europeas se quejaban de no tener la parte justa del negocio, mientras las que estaban en pleno desarrollo creían que la redistribución de los contratos de Intelsat provocaría que los costos de telecomunicación fueran más elevados para poder subsidiar y facilitar el desarrollo de las industrias aeroespaciales europeas (Tree, 1987:48,49). Durante el periodo posterior a la firma de los convenios definitivos, el alto volumen de tráfico internacional en las telecomunicaciones que generaba el mundo en vías de desarrollo, desempeñó un rol muy importante para reducir el porcentaje de participación de Comsat en la organización. Aproximadamente tres cuartas partes de los miembros de Intelsat son países en desarrollo y poseen el 60% de las antenas del sistema. La fuerza del voto de Comsat durante los ochenta, se redujo a menos del 25% (Tree, 1987:55), pero, como hemos señalado, este hecho no impidió que Estados Unidos dominara Intelsat y se convirtiera en un instrumento de su política. Además, debe destacarse el hecho que, desde 1968, los países en vías de desarrollo tenían la opción de unirse a otro sistema internacional de telecomunicaciones: Intersputnik. La Unión Soviética, junto con seis países de Europa del este, Mongolia y Cuba, invitaron al resto del mundo a unirse a esa organización, que representaba una opción para los principios comerciales de Intelsat. Políticamente Intersputnik era más igualitario ya que su votación se basaba en un voto por nación y la organización, a diferencia de Intelsat, estaría administrada por una junta directiva previamente elegida. Pero Intelsat, consciente de esta situación, mantuvo a sus miembros 19
lejos de Intersputnik. Hacer cada vez más accesibles las comunicaciones en los países en desarrollo y resolver sus necesidades en este aspecto al menor costo posible, mantuvo unidos a estos países, no sin problemas, a Intelsat (Tree, 1987:37-42). El año de 1983 significa una nueva era para Intelsat. Algunas compañías privadas estadunidenses comenzaron a representar una amenaza de competencia, lo que generó un extenso debate en el que los países en desarrollo manifestaron su descontento, ya que estas naciones se localizan principalmente en las regiones de baja densidad o de tráfico. Si estos sistemas de propiedad privada lastimaran las ganancias de Intelsat, el régimen de costo promedio dañaría a la mayoría de las economías de los países en desarrollo. Aunque muy preocupadas por las consecuencias económicas, la posible entrada de nuevos transportistas de comunicación satelital a los mercados internacionales generó una nueva situación que dio a los países en desarrollo la posibilidad de crear sistemas satelitales nacionales y regionales para telecomunicaciones, redes de transmisión y servicios de transmisión directa. De los aspirantes que esperaban constituirse en una competencia para Intelsat, Panamsat fue el único diseñado para servir primordialmente a las naciones en vías de desarrollo;; los otros se hicieron para servir a Estados Unidos y a Europa occidental, lo que significa que no tenían nada que ofrecer a los primeros (Goldschmidt, 1986:88-89). Aun así es importante señalar que algunos países en vías de desarrollo han establecido satélites regionales y nacionales, pero sólo después de haber sido coordinados por Intelsat. Al analizar esta situación, Goldschmidt concluye que la nueva entrada a los mercados internacionales satelitales tiene muy pocas probabilidades de amenazar el interés de las naciones en desarrollo de lograr una interconectividad global vía Intelsat y de no causar incrementos significativos en los costos. Las nuevas soluciones de servicio para países en vías de desarrollo a nivel nacional o regional deben probar que son más efectivas en costos que las que ofrece Intelsat. La diversidad de servicios y las distintas estructuras de costo que podrían generarse por una fusión con inversionistas privados ayudarían a expandir los mercados satelitales internacionales, regionales y nacionales en las naciones en vías de desarrollo. La posibilidad de ofrecer nuevos servicios puede tener un enorme potencial de desarrollo. Intelsat no ofrece la capacidad apropiada para suministrar muchos de los servicios que los nuevos transportistas ofrecerían, como tampoco para hacer pública cualquier intención o programa al respecto. Intelsat no necesariamente tiene que ser excluido para competir en este mercado, pero sí parece que su papel tradicional como medio de servicio satelital tendrá que modificarse (Goldschmidt, 1986:102-103).
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Tras esta breve explicación podemos concluir que la presencia de los países en vías de desarrollo dentro de la organización sólo ha sido considerada como un mal necesario, ya que se les ve como la tercera fuerza;; la primera pertenece a Estados Unidos y la segunda a los países industrializados, principalmente Europa occidental. Luego de examinar las razones de esta situación, Kildow (1973) advierte que la creación de Intelsat es una consecuencia directa de la Guerra Fría, cuando la meta más importante del gobierno estadunidense era mantenerse un paso adelante de los rusos en las áreas científica y tecnológica, asumiendo así la defensa del mundo no comunista. La prioridad militar y política del gobierno de Estados Unidos durante la posguerra se refleja claramente en el Plan Marshall, cuyo propósito era ayudar a la recuperación de sus aliados europeos e incrementar la investigación y el desarrollo a un nivel nacional para asegurar el rápido despliegue científico y tecnológico, sobre todo en el área militar, lo que hacía menos probable que sus aliados se volvieran comunistas. La seguridad nacional era el aspecto que dominaba las demás consideraciones del gobierno estadounidense;; de ahí que la organización de Intelsat y sus principales problemas sean un reflejo de ello (Kildow, 1963:20). Es enorme el número de naciones en vías de desarrollo que, mediante este sistema internacional de comunicaciones, fueron alejadas del comunismo, lo que significó una gran victoria política de los estadunidenses sobre la Unión Soviética. Por eso los principales problemas de Intelsat atañían a Estados Unidos y a Europa occidental. A los países en desarrollo –que fueron testigos de estos procesos– se les utilizó para que apoyaran a una de las dos fuerzas contendientes. Aliadas silenciosas al principio, estas naciones aumentaron rápidamente al grado de empezar a ejercer su propio derecho a influir en los destinos de la organización. Los países en desarrollo tienen voz mínima en el negocio aeroespacial pese a disponer de una importante dimensión geográfica y de necesidades específicas y crecientes que el organismo no puede ignorar. Su poder económico puede no ser tan grande como el de las otras fuerzas, pero su posición dinámica redujo la participación de Comsat de manera significativa. Además, el constante intercambio informativo y documental en torno a las comunicaciones satelitales sentó las bases para que sus puntos de vista fueran tomados con mayor seriedad al momento de discutir las políticas de la organización. Ser el tercer poder en la organización no borra la postura compleja de estas naciones con respecto a las comunicaciones satelitales. No obstante, a las comunicaciones satelitales se les considera como herramientas del mundo industrializado, Hudson (1986) afirma que ofrecen más beneficios y crean también mayores dilemas políticos para el mundo en desarrollo, pues su intención es tener el acceso y el control de tales tecnologías. Por tal motivo, la definición e implantación de políticas de comunicación satelital presentan grandes problemas para los proyectos de desarrollo de estos países. 21
Las tecnologías satelitales ofrecen la oportunidad de suministrar comunicaciones confiables alrededor del mundo. Sin embargo, el acceso a esta tecnología para uso nacional ha sido fuertemente limitado a los países de ingreso medio y muy pocos de ellos la utilizan para alcanzar metas de desarrollo. Los dos puntos clave, fundamentales en la política de la nueva tecnología para el mundo en desarrollo, son el acceso y el control (Hudson, 1986:332). Parece ser que la mayoría de los países en vías de desarrollo no tienen tanto acceso a la tecnología satelital como los países industrializados. El aumento de la demanda por servicios especializados de comunicación (intercambio de datos, transmisiones y teleconferencias) en países industrializados, la desregulación de las telecomunicaciones de larga distancia en Estados Unidos y el crecimiento de la industria aeroespacial europea y japonesa, sólo ha dado como resultado la proliferación de satélites que sirven a los países industrializados (Hudson, 1986:333). Como ya hemos destacado, la mayoría de países en desarrollo utiliza el sistema de Intelsat para comunicaciones internacionales. Para las nacionales de voz, de datos y de servicios de transmisión por satélite, estos países tienen tres opciones: 1. Capacidad arrendada de Intelsat. 2. Uso de un sistema satelital regional. 2. Operación de un sistema satelital nacional (Hudson, 1986:33). Los países de ingreso medio han sido los que más se han beneficiado con el mayor acceso a los satélites para comunicaciones nacionales y regionales. En 1986 eran dieciocho los países en vías de desarrollo que arrendaban la capacidad de Intelsat para uso nacional. Los satélites regionales estaban disponibles en el Medio Oriente y en el Sureste Asiático;; nos referimos a Arabsat, que suministra servicios nacionales y regionales para sus veinte miembros en el Medio Oriente y en Africa del Norte;; y a Palapa, el satélite nacional de Indonesia que también ofrece servicios a la región. Algunos países en desarrollo que operan sus propios satélites nacionales son India (Insat), Brasil (Brasilsat), México (Morelos), Australia (Aussat), Nigeria y China. Otras naciones que planeaban sus sistemas nacionales eran Colombia, Argentina, Pakistán y Tailandia. Además, se propusieron sistemas regionales para las naciones andinas y para la región africana fuera del Sahara (Hudson, 1986:334/McLucas, 1991:Capítulo 3). Pero, ¿por qué es tan importante para los países en desarrollo mejorar sus telecomunicaciones mediante el uso de satélites? Goldstein (1976:748) atribuye su interés a las ventajas de poder alcanzar áreas remotas vía televisión, telefonía, télex y transmisión de datos;; todos estos servicios tienen una alta capacidad y bajos costos de mantenimiento. Los estándares confiables de transmisión y la reducción de costos hacen ideal al satélite para que los 22
países en desarrollo mejoren su sistema de telecomunicaciones. Los planificadores de tales naciones reconocen que las instalaciones adecuadas desempeñan una variedad de roles en el desarrollo de cualquier país (Goldstein, 1976:742). La tecnología satelital ha ganado importancia debido al desequilibrio que hay entre los países desarrollados y los que aún están en vías de desarrollo para tener acceso a ella. Las deterioradas condiciones económicas de muchos países tienen un rol crucial Demac (1896: 36). Esta desafortunada situación puede expresarse en datos: dos tercios de la población mundial no tiene acceso al teléfono;; el 87 por ciento está fuera del rango de comunicación urbana e infraestructura de transporte;; por ejemplo, hay más teléfonos en Tokio que en todo África (Demac, 1986:36). Hudson (1986: 334) resalta que la brecha entre los países industrializados y los que están en vías de desarrollo se refleja en su acceso a recursos tecnológicos en materia de tecnológicos en materia de telecomunicación. Cuando se trata de penetrar áreas de difícil acceso en algún país, muchos autores destacan la importancia de un sistema satelital en la medida que reduce costos, a diferencia de líneas terrestres tradicionales o de cables oceánicos. Demac (1986:37) señala que un sistema de satelites suficientemente amplio puede desarrollarse en un periodo de cinco a diez años;; mientras que un sistema terrestre comparable en cobertura, llevaría mucho más tiempo. La comunicación instantánea puede facilitar el proceso de desarrollo al aumentar la eficiencia en costos, la efectividad en el logro de objetivos y la igualdad en la distribución de beneficios en una sociedad específica (Hudson, 1986:35). La posibilidad de una comunicación interactiva puede traducirse en programas de desarrollo en materias tales como el cuidado de la salud, la agricultura y la educación (Chin-Chih, 1991:23). Desafortunadamente el uso de las comunicaciones satelitales en los países en vías de desarrollo implica muchos problemas que no necesariamente tienen que ver con las ventajas tecnológicas del satélite en sí, sino con los elementos que rodean su uso;; por ejemplo la viabilidad económica de la implantación del sistema en estos países, así como las políticas para emplearlo. Aparentemente muchos países en desarrollo no utilizan las comunicaciones satelitales con fines desarrollistas;; también enfrentan problemas para asegurarse un lugar en la órbita geoestacionaria o geosincrónica (GSO), y conflictos derivados de la invasión de su soberanía nacional mediante el uso del satélite de transmisión directa (DBS). Jayaweera (1983:13) destacó con lucidez que el desarrollo era un fenómeno complejo que no podía lograrse sólo dentro de variables simples como ayuda exterior, comunicación, inversión de capital, administración o productividad, entre otros, sino que requería una amplia y profunda estrategia de ingeniería social y política. Al examinar la relevancia de los satélites en el debate desarrollo-comunicación, el autor establece que a través de esta tecnología pueden manejarse con mayor efectividad en costos los problemas de desarrollo en áreas como integración nacional, eficiencia administrativa, 23
educación, extensión agrícola, programas de planeación familiar, información de mercado, servicios de medicina y salud, programación cultural de regiones específicas, pluralismo político y social, participación como herramienta de desarrollo y desastres naturales. Sin embargo, señala que la tecnología está vinculada a una base económica que a nivel global se caracteriza por las grandes desigualdades en la distribución del poder económico. En este contexto Jayaweera afirma que el uso de comunicaciones satelitales sólo fortalece el poder de los intereses dominantes y consolidar y perpetuar de las estructuras existentes, tanto a nivel internacional como nacional (Jayaweera, 1983:16). Siguiendo esta lógica vale asentar que la tecnología satelital no tiene nada que ver con el desarrollo: son las políticas de su uso las que pueden hacer la diferencia. El potencial de los satélites de comunicación fue lo que los hizo convertirse en una promesa para los países en vías de desarrollo, pero considerando su situación social, política y económica, queda claro que no son la solución para los problemas de raíz del subdesarrollo (Kuan, 1991:21). Por lo tanto, pese a las ventajas a largo plazo que representa el uso de estas tecnologías, muy pocos países en desarrollo superan el problema de financiar el lanzamiento de un satélite sin mencionar la falta de fondos para la investigación y el desarrollo, con lo que se crea una cadena siempre creciente de dependencia tecnológica. Las barreras institucionales, las prioridades más inmediatas y la falta de una orientación tecnológica general son dos obstáculos más para el acceso y el control de los satélites de comunicación (Hudson, 1986:37). Las barreras para adquirir satélites, por lo tanto, no son tecnológicas, sino económicas y políticas (Martin, 1978:379). Hay otras dos preocupaciones importantes para los países en desarrollo con respecto a los satélites de comunicación: su espacio en la órbita geosincrónica (GSO) y los problemas relacionados con la soberanía nacional mediante el uso del satélite de transmisión directa (DBS). Cuando hablamos del acceso a la tecnología satelital también nos referimos al derecho de los países en desarrollo para adquirir un lugar en la órbita geoestacionaria, ya considerada como un recurso natural, pues la mayoría de los satélites de comunicación se ubican en esa órbita. Las excepciones más importantes son los satélites Molniya que la ex Unión Soviética puso en otro tipo de órbita por razones geográficas. Por otro lado, los satélites de comunicación operan dentro de límites muy estrechos, lo que les exige una concreta separación entre ellos para evitar interferencias o hasta colisiones. En consecuencia, el número total de estos aparatos que pueden operar dentro de la órbita geoestacionaria es limitado. Si los avances tecnológicos permitieran el envío de un mayor número de satélites a la órbita geoestacionaria, se acentuarían problemas instrumentales y económicos que los países en desarrollo harían su uso extremadamente difícil para los países en desarrollo (Schmucler, 1984: 24).
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La reglamentación del uso de los espectros de frecuencias la lleva a cabo la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), una agencia de las Naciones Unidas que se encarga de coordinar e investigar el uso de frecuencia sobre un rango de tecnologías de radio, de microondas, marítimas y satelitales. Vale la pena hacer notar que por esta razón la Unión Internacional de Telecomunicaciones tiene lazos muy fuertes con organizaciones como la de Intelsat. Las posiciones orbitales se le otorgan al primero que las solicita: desde el momento en el que se registran a la UIT automáticamente se les protege contra posibles interferencias de otros países. Aun así, algunos países han tenido problemas para obtener la posición de órbita deseada, pues ello implica la reubicación de un espacio orbital ya asignado. India e Indonesia tuvieron que alterar sus registros iniciales y se quejaron de que eso les causó gastos considerables. Un problema fundamental consiste en que el número de lanzamientos satelitales se ha incrementado con fuerza en los últimos años, pero no ha crecido significativamente el número de países dueños de un satélite (Demac, 1986:38,39). En 1976, una declaración hecha en Colombia por los países ecuatoriales expresaba esta inquietud: “La órbita geoestacionaria constituye un recurso natural escaso cuya importancia y valor están aumentando rápidamente con el avance de la tecnología del espacio y con las necesidades siempre crecientes de comunicación. Por esta razón los países ecuatoriales proclaman y defienden en nombre de sus respectivos pueblos la existencia de soberanía sobre este recurso natural. La órbita geoestacionaria representa un medio único indispensable para la telecomunicación y otros servicios que proporcionan los satélites geoestacionarios”. Esta posición, sostenida con énfasis por Colombia, fue refrenada por los países llamados ecuatoriales: Congo, Brasil, Ecuador, Gabón, Indonesia, Kenia, Somalia, Uganda y Zaire. De todos modos el problema apareció en los foros internacionales, pero no fue apoyado por el resto del mundo en desarrollo ni, obviamente, por los países industrializados (Schmucler, 1984:24). Quizá el intento resultó muy atrevido en aquél momento, pero ¿qué hubiera pasado si países como Estados Unidos, Inglaterra o Francia estuvieran localizados bajo la órbita geoestacionaria? La relación norte-sur de dominio y de poder podría haber producido un resultado diferente y esta afirmación habría sido respetable y hasta lógica. Este problema se ha analizado ampliamente en las conferencias mundiales administrativas de radio (WARCS) de la UIT, en 1979, en 1985 y en 1988, donde se han propuesto diferentes principios de planeación y métodos para alcanzar el acceso equitativo en la órbita geoestacionaria (Demac, 1986:39). Los países desarrollados afirman que es posible garantizar un acceso equitativo para los satélites de comunicación a la órbita geoestacionaria gracias a los avances de la tecnología. Un espaciamiento más cercano entre satélites haría un uso más eficiente de la órbita geoestacionaria, aunque ello implicaría hacer cambios en las estaciones terrenas. Por otro lado, los países en desarrollo temen que para cuando ellos tengan la posibilidad de lanzar 25
sus satélites, ya no quedará espacio disponible debido a que la mayoría de los satélites de comunicación en la GSO pertenece a un pequeño número de países industrializados. Las preocupaciones de los países en desarrollo están fuertemente relacionadas con su incapacidad financiera para modificar el diseño de las estaciones terrenas;; El cambio a frecuencias más altas para encontrar un espectro más accesible puede resultar infructuoso, ya que son sujetas a interferencia de partículas en la atmósfera como la lluvia, la arena, y el polvo. Es importante señalar que la mayoría de los países en vías de desarrollo depende de las comunicaciones satelitales para cubrir vastas extensiones de tierra, mientras que la mayoría de los países desarrollados tienen resueltas sus necesidades básicas de comunicación. Por lo tanto, el concepto de acceso equitativo garantizado significa que todos los satélites se acomodarán en la órbita geoestacionaria. Aparentemente no ha habido problema hasta ahora, pero tampoco hay garantía explícita de que los recién llegados quedarán ubicados en el caso de que surjan problemas (Hudson, 1986:337). La soberanía nacional, una re-evaluación del derecho de libre expresión y los derechos reservados internacionales son los conceptos más importantes que se derivan de la introducción del DBS (Satélite de Transmisión Directa). Los servicios DBS envían señales de televisión directamente a la casa del usuario e impiden a las instituciones de regulación en los países afectados, controlar la importación de mensajes televisivos de otras naciones. (Montgomery, 1985:ix, x). Al respecto Estados Unidos tiene una importante postura como promotor de uso de DBS y declara que su uso “no perjudica a nación alguna”, así como que un “mercado abierto de ideas e información es esencial para el bienestar de la comunidad internacional”. La protección constitucional estadunidense para la libre expresión prohibe a Estados Unidos convertirse en parte de cualquier acuerdo internacional que restrinja “el derecho a la libre expresión” (Fletcher, 1988: 89). Algunos autores conciben estas declaraciones como una justificación para el libre flujo, que podría renombrarse como imperialismo electrónico o proteccionismo cultural. Los países que reciben señales de televisión DBS solicitan un régimen de consentimiento previo, lo que les daría derecho a participar en las discusiones sobre radiaciones en su territorio con el fin de proteger adecuadamente la autonomía nacional en materia televisiva. Desafortunadamente para ellos, este régimen no siempre llevaría a una concordancia con “el principio del libre flujo de información e ideas” (Fletcher, 1988:90-93). El DBS es una estación de transmisión posicionada en el espacio que permite teledifundir desde y hacia cualquier lugar. Además, la televisión puede llegar a un hogar individual sin intervención alguna. Powell (1985:xii, xiii) explica que este problema no es nuevo, ya que va 26
implícito en las estructuras políticas sociales y culturales existentes;; también afirma que la diferencia radica en que el sistema DBS le permite a la televisión evitar los controles rutinarios con los que los gobiernos han podido regular el flujo de información. Los desacuerdos sobre la reglamentación de transmisión internacional del espacio se vuelven particularmente intensos al centrarse en la televisión. Hay un desequilibrio entre el avance tecnológico y la estructura legal requerida para fomentar su crecimiento y evitar confrontaciones. Los factores sociales implicados, tales como la libre expresión, el libre flujo de información, el mejoramiento de la calidad de vida y la inquietud por la soberanía e integridad cultural, son los conceptos básicos que crean una controversia para justificar, bien o mal, el uso del DBS (Powell, 1985:xv). Para muchos países, la única manera de protegerse contra el DBS es por medio de la regulación internacional. Surgirían problemas para los gobiernos cuyo control de los medios de comunicación se considera esencial para proteger la ideología nacional y la cultura. Es posible influir en la gente para percibir sus roles políticos y sociales de una manera diferente, por lo que pueden imponerse valores culturales extranjeros en una determinada cultura. Estos posibles factores amenazan a los gobiernos cuya estabilidad depende fuertemente del mantenimiento del estatus quo (Powell, 1985:2). En este sentido, en los círculos internacionales transmitir significa mucho más que la distribución y la designación de frecuencias. Las naciones en desarrollo tienen dos actitudes hacia la expansión de los servicios internacionales de DBS: por un lado constituyen la vía más económica y efectiva para llegar a la población superando los problemas geográficos;; pero, por el otro, la influencia de esta tecnología podría afectar su estabilidad política, su herencia cultural y su desarrollo social. La raíz de este problema es el claro desequilibrio del desarrollo global (Powell, 1985:6,7). Las actividades espaciales dan pie a nuevos problemas internacionales de naturaleza política, económica, legal y militar. Los problemas del DBS siguen siendo polémicos porque hay un conflicto en decidir si el flujo de información debe o no ser libre y accesible, igual que un derecho humano básico, reconocido sobre cualquier otro principio político. Al mismo tiempo, cada nación puede escoger entre controlar la información o permitir que fluya libremente dentro de sus fronteras (Powell, 1985:9,12). Estas nuevas regulaciones limitarán las posibilidades de las naciones desarrolladas, representadas por el rol mundial de Estados Unidos, pues cada vez tendrán mayor dificultad para justificar la penetración de ondas aéreas de televisión de otros países sin un consentimiento previo. Las organizaciones internacionales serán el foro apropiado para ello. En Estados Unidos, tanto las políticas nacionales como las relaciones exteriores han sido moldeadas y distorsionadas por más de un siglo con el fin de ajustarse a las necesidades del desarrollo capitalista más que a las necesidades de su sociedad (Fletcher, 1988:146-148). Es muy importante reconocer lo anterior ya que el dominio de Estados Unidos en relación con las telecomunicaciones internacionales ha moldeado la manera como muchos países conciben y 27
utilizan tales tecnologías: igual que instrumentos de dominio y ejercicio del poder. El potencial del DBS, así como de los satélites de comunicación en general, no serán posibles si antes no se reestructura el orden mundial actual para cubrir las necesidades de desarrollo en el mundo (Fletcher, 1988:148). “El presente orden desigual de la comunicación es sólo una señal de una estructura de poder moldeada por la historia y mantenida por el sistema económico[...] El dominio económico y el de la comunicación son las nuevas maneras de ejercer el control y el poder[...] La doctrina del libre flujo de información se vincula fuertemente con la expansión comercial de Estados Unidos” (Chin-Chih, 1991:26). ¿Estas declaraciones no enfatizan la relación entre naciones desarrolladas y en vías de desarrollo? La brecha entre ambos siempre es creciente. El concepto del siglo estadunidense moldeó al mundo después de la Segunda Guerra Mundial. El mundo manejado políticamente, caracterizado por la Guerra Fría, desapareció con el colapso del bloque comunista y creó un camino para un planeta regido por la economía. Pese a ello, la tecnología del mundo actual es el resultado de estas filosofías, tal y como lo fue en los sesenta la creación y, hoy en día, la amenaza de obsolescencia de instituciones como Intelsat y el surgimiento de nuevas fuerzas que finalmente reorganizarán los procesos de dominio y de poder. Los satélites de comunicación en los países en desarrollo son un reflejo claro de estos procesos del imperialismo en todas sus formas: político, económico y, por lo tanto, cultural y tecnológico. Los sistemas regionales y nacionales de comunicación satelital no representan más que una ilusión de independencia tecnológica para los países en vías de desarrollo. Estos sistemas encajan perfectamente en la estructura de dependencia creada por los productores de esta tecnología para incrementar y perpetuar su poder. América Latina tiene una compleja historia en materia de comunicación satelital. Aunque muchos de sus proyectos han fracasado, países como Brasil y México, han tenido éxito con el lanzamiento de sus satélites, no sin antes sortear varios problemas.
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Capitulo IV TELECOMUNICACIONES SATELITALES MEXICANAS HAY FACTORES DETERMINANTES en la transferencia de tecnología espacial a los países en desarrollo: uno de ellos es el mito de la modernización occidental. Algunos sectores de la sociedad ingenuamente piensan que la transferencia de tecnología moderna nos llevará directamente al desarrollo. Otro de los factores está relacionado con la presión comercial que los productores de tecnologías espaciales ejercen sobre nuestros países, que representan un mercado numeroso y cautivo. El tercero es el hecho de que nuestras naciones se ven comprometidas a participar activamente en asuntos espaciales, no solo en cuestiones vinculadas a transferencia tecnológica sino también a serios problemas económicos y militares que se relacionan directamente con la soberanía nacional debido a las misiones espaciales de otros países en las que exploran y observan los territorios nacionales de los países en desarrollo bajo la protección de la ley espacial de cielos abiertos. (Gall, 1986:52- 53). América Latina está profundamente inmersa en problemas de este tipo. Intelsat fue la organización que representó el primer paso de estos países hacia el mundo de los satélites de telecomunicación. Brasil fue el primero en rentarle transpondedores al organismo a fin de cubrir sus comunicaciones internas en 1976. Colombia empezó sus servicios nacionales de la misma manera en 1979. Perú, Chile y Argentina son otros ejemplos (Schmucler, 1983: 35-36). La historia de los satélites en Latinoamérica se remonta a los años sesenta. Tan pronto como empezó la era satelital, se hicieron planes para instalar satélites locales en el área. El objetivo anunciado era preciso: educación para el desarrollo. El proyecto brasileño SACI (Sistema Avanzado de Comunicaciones Interdisciplinarias), cuyo propósito era tener un satélite brasileño, se formuló en 1966 y se hizo una prueba piloto en Río Grande del Norte con el apoyo de la NASA, a través de su satélite ATS-6. A mediados de los setenta el proyecto ya se había abandonado. CAVISAT (Centro Audiovisual Internacional Vía Satélite) y SERLA (Sistema de Educación Regional Latinoamericano) eran dos proyectos creados para la educación regional en América Latina que no tuvieron un final mejor. En junio de 1967 la Universidad de Stanford publicó el estudio ASCEND (Sistema Avanzado para las Comunicaciones y la Educación en el Desarrollo Nacional) sobre el uso de satélites para tele-educación en América Latina. El proyecto de CAVISAT se introdujo en Chile en 1969. Los programas educativos fueron creados en varios niveles para niños y adultos en un esfuerzo de latinoamérica y las universidades, así como de otras compañías estadunidenses. Patrocinado por Comsat y empresas como General Electric, este proyecto provocó una fuerte reacción de los gobiernos de América Latina debido a la interferencia que significaba para la autodeterminación en las áreas culturales y educativas.
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A pesar de esto, la junta directiva de CAVISAT continuó con el proyecto debido a la gratuidad del espacio orbital, a que pronto tendrían satélites DBS que ya no necesitarían estaciones terrenas para distribución de señales y a que tendrían la posibilidad de otorgar títulos estadunidenses a estudiantes latinoamericanos. La respuesta a este proyecto fue la creación de la Convención Andrés Bello, firmada por los ministros de educación de los países de la región andina en Bogotá, Colombia. Esta convención tenía como objetivo desarrollar una “integración educativa, científica y cultural”. Tales países, junto con Argentina, Chile y Paraguay, estudiaron la posibilidad de tener su propio satélite. El proyecto se llamó SERLA (Sistema de Educación Regional Latinoamericano). En 1973 publicaron Diseño y metodología de un estudio de viabilidad de un sistema regional de tele-educación para los países de América del sur. Esa fue su última intervención (Schmucler, 1984:28,29). La educación para el desarrollo perdió fuerza como una razón para que Latinoamérica instalara sus propios satélites. En 1980 varios países planearon la posibilidad de instalar satélites nacionales para telecomunicaciones: Colombia, Brasil, México, Venezuela y Argentina. Los últimos dos países nunca formularon proyectos definitivos. Colombia, después de haber presentado una licitación internacional, la declaró desierta. Los satélites de Brasil y México, fueron lanzados en 1985 (Schmucler, 1984:29-30). La licitación para los satélites colombianos se presentó en 1981. El Proyecto de Satélite colombiano para comunicaciones domésticas, SATCOL, había comenzado en 1975. Tres compañías ofrecieron sus propuestas: ITT y RCA de Estados Unidos y Messerschmett-Bolkow- Bloom de Alemania. De acuerdo con TELECOM (Empresa Nacional de Telecomunicaciones Colombianas), el costo del proyecto se calculaba en 1977, en 120 millones de dólares. En 1980 la suma aumentó a 200 millones de dólares y llegó a 320 millones de dólares en 1982, todavía con más posibilidades de volver a subir. Se proyectó que los satélites SATCOL A y SATCOL B se lanzaran en 1985 en el transbordador espacial Columbia de Estados Unidos. El proyecto lo criticaron severamente las asociaciones de ingenieros y técnicos de TELECOM, además de expertos y periodistas. Las críticas se centraban en cuestiones técnicas y de procedimiento: cobertura satelital, incompatibilidad con la red terrena, capacidad de la red, interconexión y dificultad de sincronizar las antenas rurales con los transpondedores. El uso limitado del 46% de los satélites y los pocos esfuerzos hechos para ofrecer servicios a otras naciones también constituyeron un problema. La nueva junta directiva de TELECOM declaró desierta esta licitación en 1982, por lo que el programa satelital colombiano fue pospuesto indefinidamente (Schmucler, 1984:30-31). La entidad de telecomunicaciones de Brasil, AMBRATEL, en 1982 anunció que se le había otorgado a Spar-Hughes la construcción de sus satélites de telecomunicación y que Arianespace los lanzaría a la órbita. Cada una de estas compañías ganó no sólo por razones económicas, pues sus ofertas eran las más baratas, sino porque tendrían su satélite funcionando en el menor tiempo posible: en febrero de 1985, antes que los satélites mexicanos, previstos para abril de ese mismo año. Las condiciones establecidas para el contrato final del Sistema Brasileño de Telecomunicaciones 30
por Satélite (SBTS) impusieron una serie de condiciones sobre las ventajas de financiamiento, transferencia de tecnología y beneficios comerciales (compromisos de importación de productos brasileños). Telebras, INPE (Instituto para la Investigación Espacial) y el IAE (Instituto para Actividades Espaciales) recibirían entrenamiento tecnológico tanto en el área de lanzamiento de cohetes como en el hardware y software de los satélites por parte de los consorcios vendedores. Arianespace y el Centro Nacional de Estudios Espaciales de Francia establecieron un acuerdo con COBAE (Comisión Brasileña para Actividades Espaciales) para que los franceses cooperaran para el desarrollo e implantación de la nueva base de lanzamiento de Brasil, ubicada cerca de la Ciudad de Alcántara. Por otro lado, el gobierno de Canadá se comprometía a comprar 200 millones de dólares en productos brasileños durante los cuatro años posteriores a la firma del contrato. Aparte del hecho de que Brasil llena todas las características de un país que se beneficiaría de la comunicación satelital, tales como un territorio extenso, la necesidad de integrar y mantener identidad cultural y política, áreas de difícil acceso, población distribuida de forma heterogénea y un desarrollo socioeconómico desigual, uno de los factores más importantes para tomar la decisión fue el uso relevante del satélite para las comunicaciones militares. En esta década Brasil espera convertirse en el primer país de América Latina en lanzar un satélite con su propia tecnología (Schmucler, 1984:32-34). El caso de Brasil lo analiza con mucho detalle Pérez Chavolla (1991). Este país, como todos los países en desarrollo, dependió de tecnologías de telecomunicación extranjeras desde el siglo XIX. Sin embargo, con el advenimiento de la era espacial en los años cincuenta, Brasil implantó una política para la tecnología satelital, para las estaciones terrenas y para cohetes, con el fin de incrementar gradualmente su autonomía en este sector. En 1954 Brasil empezó un proceso de entrenamiento, de investigación y de perfeccionamiento de equipo con aplicaciones civiles y militares en varias áreas científicas y tecnológicas del sector espacial. Es importante destacar la fabricación de misiles exploradores y cohetes, estaciones terrenas de diferentes tamaños y usos, e investigación sobre asuntos atmosféricos y ciencias aplicadas. La tecnología satelital y de cohetes no deja de estar vinculada al desarrollo de la industria militar de la guerra, donde Brasil tiene un lugar privilegiado. La política de transferencia de tecnología satelital ha hecho única la experiencia brasileña en toda América Latina. Durante la adquisición de su satélite nacional, BRASILSAT, el estado diversificó las naciones proveedoras para obtener los máximos beneficios económicos y técnicos. En 1988 firmó un acuerdo con China para construir otro sistema satelital de recursos terrestres con tecnología más avanzada. En el caso de los satélites BRASILSAT, por ejemplo, el estado privilegió el uso de servicios redituables, dejando atrás las aplicaciones sociales. Otra limitación de la política de 31
comunicación brasileña es la falta de un proyecto cultural que guíe el contenido de las transmisiones. De hecho, la legislación en este aspecto favorece a partes técnicas y económicas, dejando el contenido de la programación a las transmisoras, que están guiadas por intereses comerciales. Aunque estos problemas puedan fundamentarse en la necesidad que el régimen militar tenía para mantener su hegemonía y control sobre aspectos clave del país, el satélite se convirtió en un instrumento efectivo para uniformar culturalmente a la sociedad y ampliar la cobertura de los mensajes e ideología del Estado. Por lo tanto, el acceso de voces diferentes a las oficiales y la participación de los grupos sociales en la operación y la toma de decisiones sobre el satélite, fueron imposibles (Pérez, 1991:42-43). La adquisición del primer sistema satelital mexicano en telecomunicación causó una gran controversia dentro de la sociedad mexicana, debido principalmente a por las difíciles circunstancias económicas en que se desarrolló el sistema y a la falta de información al público y de políticas claras para su uso. El caso de México es muy interesante porque muestra claramente cómo la dependencia estructural se refleja en el desarrollo de un sistema nacional de satélites. El desarrollo no es necesariamente el resultado de su instalación. Mody y Borrego (1991) analizan las circunstancias en que se compraron los satélites mexicanos Morelos. El país, entraba en su peor recesión económica y no tenía dinero para financiar el proyecto. México importa casi todo el equipo del segmento terrestre siendo que la habilidad técnica pudo haberse desarrollado cuando el satélite nacional fue oficialmente concebido. Los autores afirman que la creación y el desarrollo del proyecto es el resultado de unas relaciones constantemente renegociadas, basadas en la coincidencia de intereses entre el capital nacional, el extranjero y el Estado mexicano (Mody y Borrego, 1991: 150) De acuerdo con ellos, el caso mexicano muestra a través de un análisis contextual que “la adopción de una economía particular tiene que ver más con fuerzas políticas, económicas y socioculturales en el ambiente que los rodea y en sus interacciones, que con las ventajas técnicas y con la efectividad del costo que promete la innovación. Los actores económicos relevantes y los factores que influyen en la adopción de una tecnología de información incluyen a las corporaciones nacionales de transmisión, a los fabricantes extranjeros de equipo, a la industria de equipo nacional en telecomunicación y a los bancos internacionales. En la arena política los grupos poderosos de intereses nacionales y extranjeros incluyen al partido en el poder, a la naturaleza del estado y a las políticas de las superpotencias. Otro factor importante para la adopción de tecnologías es el temor que los países tienen de perder un espacio orbital en la finita órbita geoestacionaria ecuatorial” (Mody y Borrego, 1991:151). Un análisis histórico de la tecnología satelital en México nos lleva a encontrar diferentes fuerzas que influyeron en su decisión para comprar un sistema satelital. Como respuesta al lanzamiento del Sputnik en 1957, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, (SCT) de México, comenzó un programa experimental de cohetes. Walter C. Buchanan, secretario de la SCT, culminó su proyecto de lanzar el cohete SCT I, que alcanzó una altura de cuatro mil metros en 1959. En 1960, el cohete SCT II fue lanzado desde Begonia, Guanajuato, y 32
alcanzó 25 mil metros. Ambos cohetes le dieron a México alguna experiencia en el área. En ese mismo año, Buchanan firmó un acuerdo que creó la Comisión México-EUA para la Observación Espacial, vinculada con el proyecto Mercurio, uno de los primeros programas espaciales de Estados Unidos. Como resultado de este acuerdo se construyó la estación rastreadora Empalme-Guaymas en 1961 (Monjarrás y Jiménez, 1992:1,2). La investigación espacial en México empezó en 1962, con el establecimiento de un departamento de Espacio Exterior, renombrado como Departamento de Estudios Espaciales en 1976 en el Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). El objetivo principal de la UNAM fue educar científicos de alto nivel para promover actividades de tecnología espacial y así responder a las necesidades de la nación y evitar una relación de dependencia con los países desarrollados. La Comisión Nacional del Espacio Exterior (CONEE) se creó por decreto presidencial ese mismo año. El resultado fue un grupo interinstitucional constituido por miembros de la UNAM, del Instituto Politécnico Nacional (IPN), de la SCT, que era responsable de las telecomunicaciones nacionales y la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE). Debido a diferencias entre las instituciones colaboradoras, la CONEE no funcionó bien y se desapareció en 1977. A diferencia de Brasil y de la India, México no utilizó a sus científicos en el uso nacional de tecnología espacial. Las actividades espaciales continuaron después de la CONEE, aunque manejadas por grupos separados que actuaban de manera independiente. Las ciencias espaciales crecieron en importancia en el país pero sin ninguna política nacional. Una fuga de cerebros de científicos espaciales mexicanos fue el resultado de la falta de una política nacional de autosuficiencia en materias espaciales (Mody y Borrego, 1991:152, 153). En 1966 México se convirtió en miembro de Intelsat. Dos años después se terminó la estación terrena Tulancingo I con el propósito de transmitir los XIX Juegos Olímpicos. Esta estación terrestre, la Torre Central de Telecomunicaciones, la Red Federal de Microondas y el vínculo espacial se inauguraron el 10 de octubre. Los canales de comunicación permanentes con servicios de telefonía internacional y de telegrafía se establecieron en 1969 (Monjarrás y Jiménez, 1992:4,5). La creciente población y la mayor demanda, así como el aumento del número de países que firmaron acuerdos de telecomunicación con México, llevó al país a tomar la decisión de construir otra estación terrena para recepción de satélites en 1975. En 1979 los procedimientos empezaron en la UIT para adquirir ranuras orbitales en la órbita estacionaria para un satélite mexicano. Las estaciones terrenas Tulancingo II y III se terminaron en 1980. Tulancingo III se construyó específicamente para una compañía privada de transmisión con el objeto de enviar y recibir señales de televisión entre el sur de Estados Unidos y el país. Hasta este punto, el uso que México hizo de la tecnología satelital se limitó al arrendamiento de Intelsat y de otros transpondedores de Estados Unidos. La distribución de estas señales sé hacia a través de la Red Nacional de Microondas. Sin embargo, el crecimiento trajo consigo la necesidad de buscar nuevos métodos de telecomunicación, tal como lo había hecho años 33
antes (Monjarrás y Jiménez, 1992:6-9). Los usuarios potenciales concibieron la idea de un satélite nacional mexicano a principios de los ochenta: los ingenieros de Telecomunicaciones en la SCT, que hasta entonces alquilaban transpondedores de Intelsat, y la compañía privada Televisa, que se beneficiaría de los telespectadores nacionales ofrecidos por el satélite. La idea surgió en la SCT, ya que se había sobrecargado su red de microondas y la demanda de servicios de telecomunicación no se podía cubrir con la infraestructura existente (Mody y Borrego, 1991:153-154). En 1980 Japón proporcionó a la Escuela Nacional de Telecomunicaciones de la SCT la primera estación terrena nacional, el equipo asociado y el entrenamiento para su uso. Con esta donación, Japón inició la red nacional satelital en México y, ocho meses después, el presidente José López Portillo autorizó a la SCT planear un satélite que se llamaría Ilhuicahua, que significa Dios de los cielos. México ordenó instalar 31 estaciones terrenas a NEC de Japón y, en 1981, el país arrendó transpondedores de Intelsat para satisfacer las necesidades nacionales de telecomunicación que habían rebasado la capacidad de la red terrena de microondas. No había ninguna limitación legal en ese tiempo para que un conglomerado privado pusiera su propio satélite aunado a los de la SCT. Televisa, contaba entonces con cuatro canales de televisión, un sistema de cable en la ciudad de México, estudios de filmación, una compañía editorial, una disquera y agencias de distribución de videos. El servicio de Univisión de Televisa –distribuidores de programación a los países de habla hispana alrededor del mundo– no podía existir sin el acceso al satélite. Un satélite nacional también beneficiaría a la compañía de cable de Televisa, que toma señales de Estados Unidos de la frontera y las lleva por satélite a la ciudad de México. Era claro que a través de su propio satélite, Televisa evitaría problemas de lidiar con la burocracia mexicana (SCT), con la estadunidense (Comisión Federal de Comunicaciones) y con la de Intelsat (Mody y Borrego, 1991:154). Algunos autores declaran que la adquisición de un satélite nacional se decidió por la presión que significó el anuncio de Televisa, en 1980, de que instalaría su propio sistema de transmisión satelital, particularmente para transmitir la Copa Mundial de Futbol 1986 a un auditorio mundial. Televisa constituye un caso muy especial en México. Se le acusa de predicar valores culturales que a menudo chocan con los proclamados por la élite política e intelectual del régimen. La televisión y Televisa son ahora las influencias principales sobre las actitudes culturales, políticas y económicas de la mayoría de la población, de acuerdo con el Ministerio Mexicano de Cultura, Educación e Información. Se supone que Televisa está desnacionalizando al país desde el momento en el que prescribe el estilo de vida estadounidense sólo alcanzable mediante el alto consumo. Algunos políticos e intelectuales hicieron una campaña para su expropiación, sobre la base de que era el principal enemigo cultural y político de un estado mexicano independiente. Debido a que la televisión es una concesión del estado, tenía que 34
lograrse un acuerdo nacional (Mody y Borrego 1991:154-155). En vez de proponer dos satélites nacionales separados, Televisa acordó cooperar con la SCT en el Ilhuicahua, como una manera de conciliar intereses con el gobierno. A cambio de contribuir a la red nacional de la SCT, con 44 estaciones terrenas, Televisa recibiría servicios de telecomunicación y prioridad para la conducción de las señales. Digisat, SA, compañía del Grupo Televisa, compró estas estaciones terrenas de su socio estadunidense Scientific-Atlanta, que las instaló donde Televisa quiso, para mantener el negocio dentro del conglomerado corporativo. A finales de 1981 México vivía en una economía artificial con una moneda sobrevaluada, debido a la inestabilidad de los mercados internacionales de petróleo. En febrero de 1982, la primera de una serie de devaluaciones drásticas del peso, detuvo muchos proyectos de gobierno (Mody y Borrego, 1991:155). En junio de 1982 México obtuvo posiciones en la órbita geoestacionaria: 113.5 y 116.5 grados oeste. El gobierno mexicano solicitó nuevas posiciones: 141 y 146 grados para los satélites previstos Ilhuicahua III y IV (Monjarrás y Jiménez, 1992:11). El 4 de octubre la SCT anunció que a Hughes Communications International se le había otorgado el contrato para construir el sistema satelital, pues había ofrecido el mejor precio. La carga de trabajo se distribuyó entre compañías estadunidenses de la siguiente manera: Hughes Communications International construiría los satélites y los sistemas de monitoreo, McDonnell Douglas Corporation construiría el módulo de asistencia de carga, la NASA suministraría los servicios de lanzamiento, Comsat General Corporation proporcionaría los servicios de ejecución durante la construcción, lanzamiento y puesta en órbita de los satélites, e Inspace y la Aseguradora Mexicana aportarían el seguro contra posibles fallas (Monjarrás y Jiménez, 1992:13,14). El costo de los satélites fue de 150 millones de dólares (Gómez Mont, 1991:50). En diciembre de 1982 el gobierno mexicano aprobó una reforma constitucional en la que la comunicación vía satélite se convirtió en función exclusiva del Estado, previniendo que Televisa adquiriera aún más poder. En marzo de 1983 los nuevos directores de la SCT modificaron el proyecto Ilhuicahua a un sistema menos costoso de dos satélites (originalmente era un sistema de tres) y lo renombraron como Morelos. La SCT también obtuvo un préstamo del Banco Exim de Estados Unidos debido a la situación económica del país. En junio, la SCT lanzó una campaña nacional de medios para explicar las ventajas de un satélite nacional: la expansión de los servicios de telecomunicación y su uso potencial para aplicaciones sociales (Mody y Borrego, 1991:156/Gómez Mont, 1991:49). El 3 de junio de 1985 se inauguró el Centro de Control Walter C. Buchanan para los satélites Morelos. El 19 de ese mes, el Morelos I fue puesto en órbita desde Florida, a través del transbordador espacial Discovery de la NASA, y comenzó a funcionar en agosto del mismo año. El 26 de noviembre se lanzó el Morelos II a través del Atlantis a órbita de almacenamiento, para uso activo en 1988, expandiendo la vida del sistema (Monjarrás y Jiménez, 1992:14- 16).
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El 22 de enero de 1986 la SCT canceló el contrato que tenía con Intelsat de arrendamiento de transpondedores para la comunicación interna del país. No obstante, las comunicaciones públicas internacionales seguirán utilizando los servicios de Intelsat (Fadul, Fernández, Schmucler, 1986:130). Los Morelos I y II son satélites híbridos de la serie Hughes HS-376, diseñados para transmitir en dos bandas de frecuencia: la C y la Ku. La banda C permite la transmisión de servicios de telefonía y redes digitales públicas, y la banda Ku ofrece servicios para redes privadas, principalmente para la transmisión de voz, de datos y de telefonía rural. Cada satélite tiene 18 transpondedores en la banda C y cuatro en la Ku, lo que hacen un total de 22;; se espera que cada uno opere durante nueve años (SCT, 1988:5-10). Hay 261 estaciones terrenas, de las cuales 246 se utilizan para cobertura nacional y el resto para cobertura internacional. La cobertura de los satélites Morelos es exclusivamente nacional, aunque cubre parte de la zona fronteriza con Estados Unidos y Guatemala. El servicio internacional se logra gracias a la interconexión con satélites extranjeros (Monjarrás y Jiménez, 1992:17). La historia de la adquisición de los satélites Morelos generó un amplio debate público, en el que la mayor crítica al Estado fue la compra de satélites sin un proyecto de desarrollo donde se determinaran las políticas de uso para el sistema. Por otro lado, la participación de Televisa en el proyecto generó desconfianza: los críticos demandaban el uso de los satélites para propósitos sociales (Gómez Mont, 1991:50). Fadul, Fernández y Schmucler (1986) concluyen que la política oficial para el uso de comunicaciones satelitales, innovación o adquisición de nuevos recursos y evaluación de las ventajas e inconveniencias de la incorporación de estas nuevas tecnologías, reflejan una falta de planeación y análisis integral, así como la precipitación de las decisiones. Al respecto hubo una total falta de información en ese tiempo. Sin saber quien tomaría la decisión de instalar un satélite nacional y bajo qué criterio, la sociedad civil quedó completamente marginada de las decisiones adoptadas. El resultado fue que se amplió la dependencia tecnológica con Estados Unidos, ya que Comsat controló el proceso de la construcción de los satélites. Los autores hacen notar que, al grado en el que se mezcla lo público con lo privado, resulta lógico tener un vacío en las políticas estatales relativas a la investigación y al desarrollo, dirigidas a satisfacer necesidades colectivas (Fadul, Fernández, Schmucler, 1986:149-158). Gall, Fadul y Álvarez (1986) advierten un peligro de la creciente dependencia tecnológica de México: la mayoría de su personal técnico sólo está entrenado para operar el equipo importado. Las actividades satelitales en nuestro país dependen casi exclusivamente de las tecnologías de naciones desarrolladas. Su infraestructura científica y tecnológica es malgastada, y podría utilizarse para crear una política espacial nacional a mediano y largo plazos (Gall, Fadul, Alvarez, 1986:216-218). Esteinou (1988) considera que la incorporación del sistema Morelos de Satélites al espacio nacional no correspondió a una propuesta que haya surgido de planes de desarrollo del 36
Estado, sino que se ajustaba a las necesidades de expansión de las industrias privadas más avanzadas y que a fin de cuentas cubrió los requisitos de cobertura de la televisión comercial, llegando a estaciones oficiales con un beneficio indirecto. El autor declara que el proceso que provoca la introducción de tecnologías avanzadas en general no emerge de un sector del gobierno, sino de los intereses de expansión del capital privado. Una vez instaladas, el Estado legisla sólo para renegociar el balance del poder, lo cual quiere decir que el sector monopolístico y transnacional del país es el que trae la dinámica de modernización a México y no el Estado (Esteinou, 1988:444,445). De acuerdo con Mejía y Villalba (1989:37), el Plan Nacional de Desarrollo (1983-1988) y el Programa Nacional de Transportes y Comunicaciones (1984-1988) nos permiten ver los planes del gobierno con respecto a las comunicaciones satelitales. Ambos documentos aseguran que los satélites Morelos deben contribuir al desarrollo y al crecimiento de áreas tales como las finanzas y las actividades de intercambio, el turismo y la administración empresarial. También muestran interés por desarrollar la telemática, la telescritura, el télex, el videotexto y otras tecnologías en el país. La teleinformática es vista como un medio para modernizar al país (Gómez Mont, 1991:51). En el gobierno de Salinas de Gortari (1988-1994), algunas de las funciones de los satélites Morelos son: a) convertirse en la base de un sistema de transmisión de radio y televisión que le garantice al gobierno una mejor cobertura y eficiencia tecnológica en la transmisión de sus mensajes;; b) convertirse en un factor clave para la modernización de la economía, elevando la productividad y abriendo mercados;; y c) convertirse en una fuente importante de ingresos para el Estado. Entre 1983 y 1988 los ingresos por servicios de telecomunicación crecieron en un dos mil 774.4 por ciento (Gómez Mont, 1991:53). Desde 1991 ambos satélites se utilizan a su máxima capacidad. Durante el gobierno de Miguel de la Madrid (1982-1988), la legislación tuvo que modificarse tres veces para permitir a las compañías privadas poseer estaciones terrenas y tomar ventaja de los sistemas satelitales. Durante los primeros años, los satélites fueron subutilizados y causaron grandes pérdidas para el Estado. La crisis económica y la difícil legislación no ayudaron a superar esta situación sino hasta sólo años después. Ahora hay muchos usuarios del Sistema Morelos de Satélites: compañías de televisión, telefonía, grupos radiales, diferentes secretarías de Estado, Pemex, entidades regionales de transmisión, sistemas de cablevisión, bancos, servicios de datos para varias entidades financieras, industriales y educativas (Villalba y Mejía, 1989:37,38).
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Conforme el Sistema Morelos de Satélites se acerca al fin de su vida operativa, México tuvo que tomar medidas para mantenerlo funcionando. Esta nueva experiencia fue una oportunidad para probar que todas las críticas habían sido escuchadas. Aparentemente algunos de los errores no se repitieron, pero eso sólo sucedió en un nivel particular, porque los beneficiarios del sistema satelital continúan siendo los mismos. Este sistema, que cubrirá las necesidades de telecomunicación de México hasta el año 2006, se llama Solidaridad (Cardoso, 1991). El nuevo par de satélites remplazará gradualmente al Sistema Morelos. Son más avanzados, ofrecen más servicios y se prevé que tendrán una vida útil de 14 años (Monjarrás y Jiménez, 1992:20). El costo del Sistema Solidaridad es de alrededor 300 millones de dólares (Notimex, 1991). Arianespace estará a cargo de lanzar estos satélites en 1993 y 1994. Esta compañía ganó la licitación debido a que ofrecía el mejor precio y garantizaba la operación de los satélites por 14 años. El cohete Ariane también demostró ser compatible con los satélites estadunidenses cuya construcción se le asignó a Hughes Communications International, Inc. La compañía también ofreció la mejor participación y los más avanzados programas de asistencia tecnológica para los técnicos mexicanos. Solidaridad volverá a ofrecer servicios en las bandas C y Ku, así como un nuevo servicio en la banda L, utilizada para comunicaciones móviles terrestres, aéreas o marítimas (Ortiz, 1991). En la licitación internacional para los satélites Solidaridad, la SCT expresó su interés a las compañías responsables de obtener la tecnología y transferir los conocimientos a los técnicos mexicanos, así como para obtener cursos de mantenimiento y reparación (Notimex, 1991). El Morelos I fue reemplazado por Solidaridad I en 1993 y el Morelos II, que se activó en 1989, será reemplazado en 1999. Los satélites darán servicio a la mitad del territorio de Estados Unidos, el Caribe, América Central, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, y las ciudades de Buenos Aires, en Argentina, Montevideo, Uruguay y Santiago de Chile (Guadarrama, Hernández, 1991). Hay algunos factores que son completamente diferentes a la experiencia con los satélites Morelos. Solidaridad no sólo privilegió a compañías estadunidenses y. El hecho de que los satélites sean lanzados por Arianespace aumenta su vida operativa. La base de lanzamiento de Kourou se encuentra muy cerca del Ecuador, por lo que al acortar el recorrido hacia la órbita geoestacionaria ahorra combustible, lo que da al satélite un mayor tiempo de vida útil. A México le interesaba un entrenamiento tecnológico real para sus técnicos. Durante el lanzamiento de los satélites Morelos, México ahondó su dependencia tecnológica de Estados Unidos y no obtuvo ninguna ventaja de la transacción. En este sentido se escuchó a la crítica, y la experiencia de Solidaridad fue muy similar a la de Brasil (Pérez, 1991:43). Con los Solidaridad se incrementó la capacidad de las señales, se redujo el costo de la infraestructura terrestre y se entró en la competencia satelital internacional, diversificando la prestación de servicios y ampliando la cobertura geográfica a una extensión de 16.6 millones de kilómetros cuadrados. La capacidad de este sistema es del doble de la anterior generación 38
de satélites y su potencia es ocho veces mayor (SCT, 1994:195-198). A finales del sexenio del presidente Salinas de Gortari, el sistema satelital proporcionaba los servicios de conducción de señales de datos, voz, video y audio a empresas grandes y medianas, a los sectores financiero y comercial del país y sirvió de apoyo para la impartición de la educación, cultura, ciencia, salud y seguridad nacionales. Es importante destacar que los programas de expansión de los servicios satelitales se aplicaron con criterios comerciales, aunque se dio espacio para algunos programas de atención social, entre los que destacan los enlaces telegráficos, servicios a escuelas, instituciones de educación superior e investigación, a hospitales y centros de salud que ocupan servicios móviles y a las flotas de transportación marítima y terrestre. Se implantó también un programa de comunicación de voz en las comunidades rurales del país con menos de 500 habitantes (SCT, 1994:195-198). Después del lanzamiento del Solidaridad II en octubre de 1994, Telecomunicaciones de México (Telecomm) señaló que los satélites mexicanos son “totalmente rentables” y que la renta de los mismos genera aproximadamente un sesenta por ciento de los mil millones de nuevos pesos que esta dependencia recibe anualmente (Hernández, 1994). Por otro lado, la SCT estimó que en cuatro años se recuperaría la inversión realizada en la construcción y puesta en órbita del satélite Solidaridad II, el cual costó aproximadamente 184 millones de dólares (Lince, 1994). Ese mismo mes, ante este panorama tan halagador en materia satelital, el director de Telecom, dependencia operadora de los satélites mexicanos, afirmó que el sistema satelital mexicano no se privatizaría, ya que la comunicación vía satélite, según la reforma constitucional de diciembre de 1982, era una actividad exclusiva del Estado (Ibarra, 1994). El panorama nacional cambia en diciembre de 1994 como consecuencia de una devaluación de la moneda mexicana, la cual origina una de las crisis económicas más graves en la historia contemporánea del país. México puede sentirse confiado en materia satelital, ya que a través de sus satélites se integra el país en los ámbitos político, económico, social y cultural, al tiempo que su operación funciona con números negros. Sin embargo, la primera semana de enero de 1995, el presidente Ernesto Zedillo aprueba que se envíe al Congreso de la Unión, entre otros proyectos, uno de ley de telecomunicaciones con el fin de que los satélites puedan privatizarse (Cuéllar, 1995). Esta ley requeriría de una nueva reforma al artículo 28 constitucional, que definía a esta actividad como estratégica, lo cual implicaba que el Estado era la única entidad facultada legalmente en México para tener en propiedad y operar satélites de comunicación. Al mismo tiempo, el gobierno mexicano anunció ante inversionistas en Nueva York que aspira obtener mil quinientos millones de dólares por este proceso de privatización (Mejía Barquera, 1995a). Este anuncio generó sorpresa debido a que las comunicaciones vía satélite habían funcionado perfectamente y a que existió gran confusión con respecto a las modalidades 39
de la privatización. Aparentemente, sólo se buscaba que se cambiara la denominación de la comunicación vía satélite de función “estratégica” a “prioritaria” para permitir la inversión privada. Ante los diversos reclamos por la definición de las modalidades de la privatización y ante la preocupación de que las políticas de comunicación vía satélite, la soberanía, el espacio orbital y los programas de atención social estuvieran en juego, a mediados de enero, el presidente Zedillo presentó algunas normas incluidas en el proyecto. Propuso que el sector privado pudiera participar en el establecimiento, operación y explotación de satélites, mediante concesiones, pero aclaró que las posiciones orbitales y las frecuencias correspondientes quedarían bajo el dominio del Estado. También afirmó que se mantendría la disponibilidad de la capacidad satelital para las redes de seguridad nacional y la prestación de servicios de carácter social, tales como la telefonía rural y la educación a distancia. Finalmente, aclaró que se permitiría que otros países prestaran el servicio de satélites, previa autorización, y se les obligaría a que las transmisiones por ese medio fortalecieran los valores culturales y los símbolos de identidad nacional (González, 1995). Él haber anunciado la privatización de la comunicación vía satélite por parte del gobierno de México sin haber realizado previamente las reformas necesarias al artículo 28 constitucional originó un debate en el Congreso, donde algunos legisladores comentaron que no había suficiente claridad al respecto o que los cambios al artículo 18 se hacían “al vapor”. Estas dudas pusieron en duda la iniciativa del Poder Ejecutivo (Guadarrama, 1995). No obstante, el 26 de enero de 1995, el Senado de la República, con 105 votos en favor y dos en contra y una abstención, después de un largo debate, aprobó las modificaciones al artículo 28 constitucional, con lo que el sistema satelital podrá recibir inversiones privadas, sin que el Estado pierda su rectoría y control (Camargo y Tornel, 1995;; Ramos, 1995). Mejía Barquera (1995b) analiza este proceso detalladamente y destaca los cinco argumentos manejados por el Senado mexicano para aprobar las reformas que marcarán una etapa completamente nueva en materia de comunicación satelital en México: 1) “El dinamismo del entorno tecnológico y la dimensión comercial de la comunicación vía satélite han superado el concepto legal de la participación exclusiva del Estado en materia de sistemas satelitales”. 2) “Es necesario que el sector de telecomunicaciones este en concordancia con los requerimientos de la economía globalizada y la necesidad de contar con nuevos flujos de recursos para invertirse en esa actividad...”. 3) “Antes de 1998, México deberá sustituir el satélite Morelos II, asimismo durante él último lustro de este siglo comenzarán a operar en nuestro país servicios como el de difusión directa de televisión, que podrán ser proporcionados por satélites de `órbita baja’, para lo cual el país cuenta con cuatro órbitas asignadas por la Unión Internacional de 40
Telecomunicaciones”. 4) “Se prevé que el futuro a corto plazo de las telecomunicaciones será de una gran competencia internacional por captar los recursos que se generen en esta actividad que, se prevé también, será una de las más rentables en el contexto de la economía mundial”. 5) “Esto requerirá que nuestro país cuente con un número de satélites mayor a los tres de que dispone actualmente, debido a lo cual tendrá que solicitar a la UIT más órbita” y “para que México esté en posibilidad de iniciar negociaciones de ampliar el número de sus posiciones orbitales... es necesario contar los proyectos y el financiamiento que den sustento a las negociaciones correspondientes”. Bajo este nuevo marco legal se pondrá en marcha la tercera generación de satélites mexicanos de comunicación en el transcurso de 1995. Al igual que en 1982, la compra de los satélites mexicanos se da dentro de un periodo de aguda crisis económica. Esta vez, sin embargo, se ha comprobado ya que la comunicación vía satélite es sumamente rentable y podría argumentarse que la privatización ayudará al Estado a sobrellevar la difícil situación económica. Esta tercera generación de satélites implica una transición en las formas de propiedad y operación satelital. Es importante señalar que el Estado ha intentado mantener la rectoría de las vías de comunicación, controlar hasta cierto punto los contenidos en favor del interés nacional y mantener los todavía insuficientes programas en favor de la sociedad. Después de este breve recuento de los satélites de telecomunicación de México, es importante destacar que, aunque hay más actores en el juego y la toma de decisiones mejoró sustancialmente para el sistema Solidaridad, y probablemente lo haga en la tercera generación- los satélites mexicanos, como en muchos otros países en vías de desarrollo, no se utilizan primordialmente para propósitos de desarrollo. Mody y Borrego circunscriben de esta manera el problema: “Cuando la adopción de tecnologías sofisticadas de comunicación la inician poderes locales dominantes que no tienen visión nacional para cambiar las relaciones de poder, el resultado final será el refuerzo del estatus quo interno y la dependencia del exterior. El problema y la solución no están en la tecnología sino en la alianza económica y política condicionada por grupos extranjeros en la nación adoptante de tecnología, que perpetúa la relación de dependencia debido a la historia, a la falta de voluntad nacional para cambiar la historia y al propio interés corporativo nacional” (Mody y Borrego, 1991:164).
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CONCLUSIÓN El estudio de la evolución de las telecomunicaciones globales a través de los satélites resulta fundamental para entender por qué los países no se han desarrollado mediante su uso. La estructura desigual que dio vida a las telecomunicaciones satelitales globales durante el periodo de la posguerra ha prevalecido e incluso se ha reproducido en diferentes países repitiendo al mismo tiempo los desequilibrios de su creación, tanto en el acceso como en el control de la tecnología: es decir, subdesarrollo dentro del subdesarrollo. Es evidente que la tecnología satelital de las comunicaciones se desarrolló con propósitos militares: la Guerra Fría soviético-estadunidense fue el motivo fundamental para la innovación y el desarrollo de una carrera espacial que permitiría a las superpotencias estudiar y observar los movimientos de sus enemigos en el planeta y, eventualmente, destruirlos. En este sentido es difícil concebir que las inmensas inversiones hechas para las telecomunicaciones satelitales se realizaran expresamente para alcanzar el dominio de Estados Unidos en el mundo, en el que incluso llamaron el siglo estadunidense. La retórica paralela a la introducción de la comunicación satelital fue completamente contradictoria: paz y entendimiento mundiales, y comunicación satelital como un medio de desarrollo. Actualmente no hay un sistema de telecomunicación satelital en el mundo que no tenga relación con Intelsat, por lo tanto el estudio de esta organización sea imprescindible para entender cómo se concibe el resto de los sistemas satelitales. Las restricciones expresadas los acuerdos del organismo sujetaron a todos sus miembros a aprobar la creación de un sistema satelital regional o nacional. Varias fuerzas en conflicto reorganizan las políticas de la organización, al grado que su propia viabilidad financiera está amenazada. La era de la desregulación, dirigida por Estados Unidos durante los años ochenta, es el último y principal problema para el futuro de la organización. Estados Unidos estableció las políticas y el mundo entero las siguió. La supervivencia de Intelsat depende de su habilidad para hacerle frente a los cambios de las políticas de telecomunicación en Estados Unidos. En caso contrario, los acuerdos de Intelsat chocarán con los intereses de las naciones individuales y serán considerados obsoletos e inútiles, como en el caso de los países de Europa occidental y su creación de Eutelsat. El papel de Comsat en la implantación de satélites nacionales y regionales es muy significativo en el sentido de que supervisa todo el proceso de un proyecto de sistema satelital. Aunque su papel es discreto, sus vínculos con el gobierno estadunidense y los proveedores de tecnología satelital hacen que muchos países del mundo, especialmente los que están en vías de desarrollo, sean muy vulnerables a presiones políticas y económicas. Países como Brasil e India, dueños de satélites nacionales, han alcanzado un alto grado de desarrollo tecnológico, algo poco común para los países en desarrollo, lo que les da la 42
posibilidad de tener ventajas políticas en su toma de decisiones y económicas con respecto a sus ahorros. Aun así, su nivel de independencia siempre estará restringido por otros factores políticos y económicos internos y externos, tales como el desequilibrio socioeconómico en el ámbito interno y su deuda externa. Otros países dueños de satélites como México e Indonesia son tecnológicamente dependientes en esta área. El grado de dependencia aumenta aún en los países que utilizan un sistema regional de satélites para cubrir sus necesidades internas o en los que sólo tienen la opción de arrendar capacidad de Intelsat. Intelsat, entonces, todavía representa la red básica para las telecomunicaciones satelitales. La creación de otros sistemas satelitales puede ser vista como la sofisticación de la red básica, permitida debido a la necesidad de la industria espacial de expandir sus mercados y porque algunos de los actores globales se han hecho más fuertes y han exigido lo que consideran un lugar más relevante en el mundo. Es obvio que las telecomunicaciones satelitales implican no sólo un alto grado de desarrollo científico y tecnológico, sino una gran habilidad para determinar las políticas para su uso. Ellas son las que determinan si la telecomunicación satelital puede ser vista como una herramienta para alcanzar el desarrollo o el refuerzo del status quo. En este mundo globalizado, los países difícilmente pueden evitar implicarse en el negocio. Las presiones políticas y económicas de algún modo llevan a los países a unirse a las comunicaciones satelitales. Este es el papel activo de las superpotencias al moldear el sistema de telecomunicaciones mundial. Supuestamente cada país puede utilizar sus instalaciones de telecomunicación según su propio gusto, y la retórica nos conduciría a pensar que los satélites se usan para traer beneficios a toda la sociedad. Lamentablemente varios casos en el mundo han comprobado exactamente lo contrario: las élites locales, vinculadas a fuerzas dominantes externas, repiten la estructura de desequilibrio en sus propios países. El desequilibrio y la desigualdad son las palabras de nuestro tiempo: norte-sur, países ricos en información-países pobres en información, países desarrollados-países subdesarrollados, primer y tercer mundo... La cadena de desequilibrios parece interminable. El problema es que inevitablemente alguien tiene que pagar por ello, llámese pobreza, hambre, analfabetismo, injusticia o guerra. Desafortunadamente, estos fenómenos son sólo una expresión de esta tendencia global. El estudio de los casos latinoamericanos –específicamente el caso mexicano– es revelador. Todos tenían un elemento común. La retórica llevó a la población a creer que las telecomunicaciones satelitales mejorarían su nivel de vida. Los resultados fueron evidentes: Colombia tuvo que detener el proyecto, Brasil implantó el sistema básicamente con propósitos militares y México lo hizo respondiendo a intereses privados. Por lo tanto tenemos que hacer una aclaración: adquirir lo más moderno en tecnología de comunicación no necesariamente 43
significa el avance de toda la sociedad. La mayoría de las veces significa el desarrollo sólo para ciertos sectores privilegiados. También es importante señalar que, por lo general, la sociedad está al margen de la toma de decisiones. La mayoría de las veces es el dinero público el que financia los sistemas satelitales de telecomunicaciones. ¿No entonces deberían sus beneficios estar dirigidos a mejorar la calidad de vida de la sociedad? También es obvio que no hay soluciones directas para este problema. Se puede decir que en muchos casos debe haber un cambio drástico en las relaciones de poder dentro de los grupos o sociedades. Alcanzarlo no es fácil. Lo más asombroso es que esta solución parece prevalecer siempre, aun si vamos de una estructura general (Intelsat) a una particular (México). Con todo, puede parecer que los satélites de comunicación son perjudiciales pero no lo son: es una distribución inadecuada de acceso y control la que crea todos los problemas. Además, su uso ha facilitado la vida cotidiana de mucha gente alrededor del mundo. El propósito principal de este libro ha sido tratar de entender lo que es un sistema satelital de telecomunicación y algunas de las restricciones que los hacen operar de esta forma. A través de este estudio se hizo énfasis en que los satélites pueden ser muy útiles y pueden constituirse en herramientas valiosas para las naciones, pero, al mismo tiempo, se han convertido en un medio para difundir el dominio y la injusticia. Estar consciente de este hecho puede ayudarnos a tratar de encontrar opciones dentro de las estructuras existentes. No debemos olvidar que solamente se necesitan tres satélites para cubrir el mundo: con dominio e injusticia, o con paz y entendimiento mundiales.
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