El Viudo Especial de Festividades “Weihnachten” Gonzalo Oyanedel / Guión Nitrox Márquez, Sebastián Lizana, Claudia L. Letonja / Dibujo “Un Cuento de Navidad” Escrito por Maycols Alfaro / Ilustrado por Nitrox Márquez “La Visión de Carlitos Piña” Cristián Sandoval / Guión y Dibujo “La Carta” Escrito e ilustrado por Nitrox Márquez “El Tesoro de la Juventud” Escrito por Óscar Salas Portada de Nitrox Márquez Diseño y realización: Óscar Salas El Viudo es creación de Gonzalo Oyanedel Todos los derechos reservados Una Producción Futuro Esplendor Dublé Almeyda 1600 Ñuñoa, Santiago de Chile Editor General: Óscar Salas Editor Especiales: Gonzalo Oyanedel www.futuroesplendor.com contacto@futuroesplendor.com Facebook: Futuro Esplendor Twitter: @FtExComics En conformidad a la legislación chilena, la reproducción total o parcial de esta obra, bajo cualquier medio y tecnología, sólo será permitida bajo el permiso expreso del titular de la obra. No obstante lo anterior, citas debidamente acreditadas con fines de difusión o crítica son aceptables. Impreso por Futuro Esplendor a partir del mes de Diciembre de 2012.
Weihnachten
Santiago de Chile. 24 de diciembre de 1948
Un relato de Antonia Blumen por Oyanedel, MĂĄrquez, Letonja y Lizana
Por favor‌
Una mone’ita por el amor de Dios…
¡Calma, señora!
…hoy que estamos en Nochebuena.
Diciembre de 1956
Gracias, mi niña.
“Navidad es hacer algo extra por alguien.” (Charles Schulz)
Fin
Aunque usted no me lo crea, esta historia pasó en verdad. Aconteció en Recoleta, un día de Navidad. No recuerdo bien el año, creo que el cincuenta y seis. Pero eso poco o na importa, como luego ya veréis. Cada tarde, en los potreros, para jugar al balón, se juntaban los muchachos, causando gran conmoción. Entre ellos José Alfredo, niño muy inocente, soportaba los maltratos de un chico llamado Vicente. El Vicho, que era más grande, molestaba al pobre niño. Pero siempre andaban juntos, porque eran del barrio vecinos. “¡El Viejo Pascuero no existe!” bramaba el abusador. “Si existe, y trae regalos”, respondía José, con pasión. Su anual discusión navideña parecía un sinsentido, “Pero termina esta noche”, prometió José, decidido. Y sin avisarle a nadie, se preparó muy bien en su afán. Encontrar al Viejito Pascuero, ¡Así de osado era su plan! En aquella Nochebuena, nadie lo vio salir. Solo notaron su ausencia a la hora de dormir. Sus padres, desesperados, lo buscaron por doquier. Pero del paradero del niño, nadie supo responder.
Y es que el joven José Alfredo, aprovechando su porte, ¡se escondió en un camioncito que partía rumbo al norte! Gran decepción tuvo el chico, o eso es lo que yo oí, cuando el camión se detuvo en un barrio de Conchalí. Ya era muy tarde en la noche, estaba oscuro y helado, y José se sintió muy solo, triste y todo desolado. Estaba lejos de su casa, y pa allá no sabía volver. De pronto escuchó aquella voz, era alguien que no alcanzó a ver. Preguntaba: “¿Estás perdido? Que yo te puedo ayudar”. ¡Pero era un bribón mal nacido, que merodeaba el lugar! El José, tan inocente, justo iba a responder, Cuando una risa terrible, lo hizo desfallecer. Agarró al chiquillo en andas, éste alcanzó a dar un grito. Y el malvado allí le dijo: “Hasta aquí llegastes, cabrito.”
Lo que sigue es muy confuso, porque pasó muy a prisa: Alguien liberó al niño, suavecito, como una brisa. Vestía todo de negro, y era veloz como un rayo. Sus golpes eran muy fuertes, ¡Como patás de caballo! En menos de un parpadeo, el bueno venció al criminal, Y éste arrancó pa esconderse, como cualquier animal.
Luego una mano amigable, se posó sobre José. Le pregunto por su casa, y le dijo: “Te llevaré”. El niño, aún asustado, se incorporó como pudo. Pero sus ojos brillaron, ¡al ver a su lado a EL VIUDO! Le dijo “Vamos a tu casa, que esa ropa ni te abriga.” “Ven, toma mi mano. Tengo una manta en La Hormiga.” Él lo condujo a su auto, José lo guió hasta su hogar. Sus padres estaban felices, al verlo por fin regresar. Creyeron que volver a casa, era pues, del chico mérito. El Viudo no se mostró nunca, no recibió ningún crédito. Aunque el cómo no importa tanto, ¡José se pudo morir! Pero al fin está en su casa. Tranquilos ya pueden dormir.
Si bien no cumplió su sueño, de ver al Viejito Pascuero, José estaba más contento, pues vio a un héroe verdadero. Y después, en los potreros, por sus amigos rodeado, les contaba como El Viudo, del peligro lo había salvado. Todos oían atentos, menos Vicente, su vecino. Que, aunque sabía la historia, siguió con su desatino. “¿Ustedes le creen a este? Si todo esto es un chiste. ¿O me van a decir ahora, que creen que El Viudo existe?” “¿Creen que es cierto que hay alguien que cuida los barrios bajos? ¡No ven que son solo cuentos, de viejas y de borrachos!” Pero a pesar de sus dichos, José no le dio importancia. Sabía que todo era cierto. En eso estaba la gracia. No peleó más con Vicente y ahora, que ya son grandes, se juntan los dos, de repente, a contar historias de antes. El Vicho cambió con el tiempo, y aunque ya no son vecinos, Se acuerdan de sus peleas, y siguen de buenos amigos. Y así termina el relato, que mi padre me contó, de cómo, cuando él era niño, en el auto del Viudo viajó.
El Tesoro de la Juventud por Óscar Salas
“Abuela, ¿es verdad que conociste al Viudo?” “Claro que si pues mijo. No era ná’ un cuento de viejas, era una persona como usté’ o como yo, de carne y hueso, pero era una persona buena, buena de adentro. Era un señor del pueblo, que hacía el bien pa’ calla’o y que no andaba alardeando de nada, aunque si hubiera querido, pucha, podría haber sido hasta Presidente creo yo.” “Ojalá no se hubiera ido nunca.” “Yo era cabra, tenía como doce años más o menos, y vivía con mi mamita en la calle Sierra Bella, no muy lejos de la plaza. Teníamos una casita en un cité cerca de donde vive tu tío Marito, y aunque no teníamos luz en ese tiempo, vivíamos bien, fíjese. Era un pasaje tranquilo de gente decente, trabajadora, donde nos conocíamos todos y nos ayúdabamos siempre. A mi mamita nunca le faltaba pega cosiendo pa’ los vecinos y aunque no siempre le pagaban con plata, nunca faltaba que echarle a la olla.” “Uno de los vecinos era Don Raúl, el profesor. Era un viejito que había enseña’o toda su vida y ahora veía pasar los días hasta que le llegara su momento de rendir cuentas al tatita Dios. Aunque él no creía na’ de na’, porque era como intelectual, aunque no masón, eso no. Pero era respetuoso, nos colaboraba en las novenas, en la cuaresma y siempre guardaba respeto al vestir, y la misiá Bernardina, que era la más pía de todo el sector, decía que Don Raúl igual se iba a ir al cielo, aunque iba a pasar harto rato en el limbo por ser tan porfiado.” “Me acuerdo que don Raúl me enseñó a contar bien, porque en la escuela nunca aprendí y eso me sirvió mucho después cuando con tu taitita tuvimos el negocio
en Recoleta. Aunque nunca aceptó que mi mamita le pagara por enseñarme, a veces se quedaba a comer con nosotros y nos contaba historias lindas. El no era profesor de cuentas, era profesor de Castellano, así que era re bonito escucharlo hablar, siempre tan caballero, que una se pensaba que estaba con un señor de la corte. Ami me gustaba mucho cuando nos hablaba de las niñas de la Europas, siempre se me quedaba gustando la historia de la Heidi, que era una niña de campo como mi mamita, y la Sissi Emperatriz, que era un sueño como de estrella de cine. Años después, cuando con tu taitita fuimos al cine a verla, yo lloraba así como tonta, porque todo era tan lindo como lo contaba Don Raúl.” “Era viejito Don Raúl, y no tenía familia. Una vez mi mamita me dijo que había sido profesor toda su vida y que por eso no se había casa’o, porque era como un apóstol de la enseñanza. Una vez un cabro más grande que venía de otro pasaje a jugar con los chiquillos de Doña Inés dijo que a lo mejor Don Raúl era pa’l otro la’o, y yo casi le pego porque na’ que ver. Lo que pasa es que Don Raúl nunca se quedó quieto, y así no hay forma de enseriarse con nadie. Viajaba de Santiago a Valparaíso haciendo clases en varios colegios, y yo creo que igual debe haber tenido sus queridas, porque de joven habrá tenido su pinta, si era alto y usaba un bigote como el de Clare Gable, fíjese. Pero usted ya es grande y entiende de esas cosas.” “Pero una tarde antes de la pascua lo vinieron a ver. Un auto negro y bonito se paró afuera y bajó un señor elegante, con un abrigo como de detective y un sombrero que le hacía juego. Era alto y moreno, y usaba un bigotito como de actor de Jólibud, bien cortadito. Claro que nos llamó la atención altiro que, aunque era media tarde, y en pleno verano, anduviera de corbata y antifaz. ¿A’onde era el baile de disfraces, iñor? Pero nadie se atrevió a decirle nada. Todos supimos altiro que era él.”
“El Viudo.” “Vino varios años seguidos. Debe haber empezado entre el ’53 y el ’54, me acuerdo bien porque ese verano vino la tía Jacinta del sur. Al principio, vino varios meses seguidos, siempre en domingo, siempre a la hora de onces. Don Raúl lo recibía en el umbral de su casa con un abrazo, y nosotros escuchábamos que le decía “mi muchacho”. Cuando cayó el invierno ya venía cada tres semanas o derechamente una vez al mes. En esos meses Don Raúl empezó con una tos de perro rebelde que lo tenía siempre con el pecho tomadito y empezó a aguacharse, a salir cada vez menos. El Viudo, cuando venía, entraba directo a su casa. A veces mi mamita lo saludaba desde nuestra ventana y él hacía un gesto así, con el sombrero, como un Presidente. A esa edad, si yo no hubiese andado de novia a las malas con un cabro de la población de junto, seguro que me hubiera vuelto loquita por él; aunque la verdá, me daba como un poco de miedo, o un poco de pena.” “Un par de veces le pregunté a Don Raúl de dónde conocía al Viudo. El se sonreía todo y me decía que era “parte de su historia”, pero que no podía decirme nada más. Yo me enojé un poco con él, porque creí que se estaba agrandando, que nos estaba cuenteando para hacerse el importante, pero el viejo profesor se estaba enfermando cada vez más y lueguito se me quitó el mosqueo con él. Aparte que cuando pasó algo feo, nos entró el susto y como que varios nos dimos cuenta de por qué El Viudo y Don Raúl eran tan recelosos.” “No fue una mocha cualquiera esa. Lo estaban esperando al Viudo; alguien se había ido con el soplo de que venía seguido al cité.Yo siempre sospeché del Juan Araya, ese verdulero del pasaje que da pa la avenida y que usté alcanzó a conocer, mijo, ¿se acuerda? De cabro siempre andaba en malas juntas, de recadero, y nunca enderezó el tranco, por eso siempre había
que tenerlo cortito. Ni le cuento como fue durante la UP, ni menos después con los milicos... Ya, pero esa es historia de otro costal, y negra más encima.” “¿Qué decía yo? Ah, si, la encerrona que le hicieron. Llegó de noche y esperó a que lo atrincaran en la misma calle. Con mi mamita vimos desde el entretecho cómo se despachaba a diez pelafustanes sin despeinarse. Se movía como una sombra y eso que los otros tenían cuchillos. Aún así le rompieron todo el abrigo y le pegaron bastante. En un momento pensamos que no la contaba y hasta vimos como algunos vecinos agarraban unos palos y empezaban a asomarse a la reja, no sé si a meterse pa emparejar la cosa o pa defender el pasaje. La cosa es que cuando terminó, se fue rapidito en el auto, pero dejó una cajita en la puerta del cité. Fue mi mamita la que la recogió despúes de un rato, porque nadie se atrevía a salir, ¡ni siquiera hombres grandes! Mi mamita dijo “esto es de Don Raúl” y se lo llevó a la casa. EL viejito no había asomado ni la nariz, ¿qué iba a poder hacer? Cuando mi mamita volvió, me dijo que el profesor ya estaba tranquilo, pero que la emoción no lo tenía nada de bien y que había que rezar mucho por él. Mi mamita sabía de esas cosas, como que le veía el aura a la gente y sabía altiro si estaban pedidos o no.” “La encerrona fue en el último año del gobierno de Ibáñez. El Viudo volvió sólo una vez, pa’ la pascua. Entró rápido, ya estaba oscuro y sin saludar a nadie. Estaba cambiado, más miedo daba. No traía nada. Don Raúl ya estaba postrado en cama y entre mi mamita y doña Gertrudis Solar se turnaban pa ayudar al pobre viejo. Al año siguiente, yo también empecé a ayudar, pero esa vez ni me asomaba. Estuvo un rato largo y se fue con el canto del gallo, antes de amanecer. Lo sé porque me había desvelado pensando que nos iban a venir a echar la reja abajo los apatotados o los matarifes o quién sabe quién, ¡quizá hasta los Carabineros!”
“Volvió pa’ la pascua siguiente, pero el año ’60 ya no volvió más. Don Raúl se había estabilizado un poco, pero caminaba apenas y necesitaba ayuda todo el tiempo, hasta para hacerse sus cosas privadas. Yo ya estaba en edad de merecer y quedaba en los turnos con mi mamita, que también se había empezado a resentir de la espalda, pero más por achaques de la edad que por otra cosa. Un par de veces le pregunté a Don Raúl por El Viudo, y el me decía con un hilo de voz que “su muchacho estaba dando la pelea”. A esa altura, yo sabía que el viejo se envolaba la perdiz solo.” “El verano del ’62 me tocó quedarme un par de semanas en la casa de Don Raúl, que ya estaba en las últimas. Mi viejita andaba cuidando al tío Tomás donde mi hermana, que por ese entonces estaba de teta, y la doña Gertrudis había viajado al sur. El viejito estaba postrado hace unos meses, ya no podía hablar y respiraba apenas. Había que estar de guardia esperando lo peor no más, y en esas semanas de enero nadie más podía. Me las pasaba en el cuarto delantero de la casita, escuchando radio y cosiendo, mientras le ponía ojo al viejito si respiraba o no. Y ahi la vi, y me acordé altiro.” “Carlos Dickens. El libro de Robin Hood. Pimpinela Escarlata, Sandokán y El Corsario Negro. El Mundo Perdido de los dinosaurios y el Viaje en Globo y al Centro de la Tierra de Julio Verne. Un libro chiquitito de Guayo de Mopassant. Uno grueso que decía Stevenson. Unas hojas de revista cosidas a un cartón, también, que eran del Mago de Oz, de Andersen, de Henry y otros libros chicos: Mujercitas, Juvenilia y Corazón. No se me olvidó nunca, porque repasé la caja varias veces con los años. Si, ya te voy a contar eso.” “Finalmente, el Viudo volvió dos veces más. Primero fue para la pascua de los negros de 1962. Yo le llevaba una sopita al viejo Raúl y lo encontré sentado junto
a la cama del moribundo, con un libro de la caja, leyéndole con voz suave, pero firme. Me quedé helada ante esa visión de un hombre tan misterioso, tan varonil, en un acto tan dulce, tan amoroso. Después de un raro me di cuenta que le tomaba la mano al pobre viejo, que con los ojos entrecerrados, resoplaba en un hilo y no tenía expresión alguna. Puse la sopa en la cómoda y me quedé de pie en el umbral, escuchando...” “Esa vez conversé un rato con El Viudo, pero lo que hablamos no se lo voy a contar a nadie. Fue la condición que me puso para, cuando tres semanas después, en el funeral de Don Raúl, me encontrase con una señorita rubia, alta y muy bonita, que me hizo entrega de la caja con los libros. Algunos se fueron con los años, los recortes de revistas se pusieron amarillos, pero en esencia, el contenido es el mismo. Es la caja que ahora tienes que llevar a la dirección que te entregué y dejarlos en manos de la señorita que te está esperando.” “Mijo, usté ha sido buen nieto, ha sido estudioso, culto, educado y, sobretodo, buena persona. Estoy orgullosa de usted y no hubiera querido que nadie más me ayudara a terminar esta historia de hace tantos años. Don Raúl lo hubiera querido así. Yo sé que se los ha leído todos, pero este no te lo pasé nunca, porque en la dedicatoria dice cosas que no te tocaba saber. Pero ahora soy vieja y necesito que me ayudes a pasar la caja.” “Ven, pon este librito en la caja. Se llama “Obras Selectas” de O. Henry. Es el último que llegó a la caja, en esa última visita de la Pascua de los Negros. La dedicatoria, que no te digo que leas, pero que ahí está, es de su puño y letra. Es una confesión. Está en tus manos ahora. Juzga tu, porque yo, que soy tu abuela, se que harás lo que es correcto” “Anda, lleva la caja. Te esperan.”