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Las organizaciones sociales son y serán

LAS ORGANIZACI ONES SOCIALES SON Y SERÁN

Anónimo | 32 años. Psicóloga/Educadora Popular.

De cómo la pandemia cambió todo (o no todo). Reflexionando sobre el hacer cotidiano con la comunidad, ante el cansancio de jornadas intensas, el punto de descanso es siempre el abrazo. Desde la organización de la que soy parte, venimos militando hace años el derecho al abrazo, a vivir una niñez, una adolescencia, una vida abrazada. Esto es por supuesto, pensando el abrazo en un sentido amplio del gesto… que involucra el mirarnos, el acercamiento desde el cuerpo, la palabra, el límite (entendido como cuidado), el reconocimiento de un Otro ahí, cerquita. Y estos son días que nos ponen entonces ante la necesidad de encontrar otros modos de abrazar.

Ante el anuncio de la suspensión de clases, nuestra primera idea fue intentar sostener de algún modo los encuentros, de acuerdo a los lineamientos recomendados por los organismos estatales. Implicó un debate interno intenso, tanto dentro de cada uno como al interior de la organización. Entendimos la necesidad de seguir estando presentes de alguna manera, sosteniendo simbólicamente los horarios de las actividades como punto de entrega de las prestaciones alimentarias que en esos momentos se ofrecen.

En esos días el celular sonó muchas veces con un mensaje repetido “¿Hola, hay Centro Juvenil hoy?”. Mi respuesta en cada caso fue decir que no había actividad por la situación de público conocimiento, pero que igualmente estamos, para lo que se necesite (¿habrá sido esa una forma de extender mi abrazo?).

Con la declaración del aislamiento social preventivo y obligatorio, nuevamente nos vimos ante la necesidad de repensar nuestro hacer. Lo primero que no me paró de dar vueltas por la cabeza fue la instalación del “#quedateentucasa”, como único modo posible de hacer frente a la situación.

Recuerdo haber pensado varias cosas al respecto:

- ¿Qué pasa para quienes no tienen una casa en la cual quedarse?

- ¿Qué ocurre si los peligros de quedarse en ciertas casas son amenazas mucho más concretas, reales y posibles que un potencial enemigo invisible de afuera? ¿Qué lugar de cuidados quedan para niños, niñas y adolescentes, si quienes cuidan están afuera y ahora, la reclusión de esos cuidadores es impuesta? ¿Cómo reciben el mensaje del cuidado quienes claramente no están siendo considerados por esas medidas? ¿Qué lugar les queda? ¿Cómo quedarse adentro, si salir es el modo de poder sostener materialmente la existencia?

Y claramente esas preguntas de algún modo se hicieron eco en las primeras actitudes que pude observar por parte de las personas que habitan los barrios en donde trabajo. Esos primeros días después de la emisión del Decreto, casi nada había cambiado respecto de los días anteriores y si bien había menos movimiento, niños y niñas seguían en la calle, las barritas de jóvenes en la esquina seguían compartiendo la cerveza, vecinos y vecinas tomaban mate en la vereda, se juntaban a parar la olla….

Pensamos entonces desde la organización, acercar algunos recursos (elementos de limpieza: lavandina, detergente) e información sobre medidas preventivas que estuviera contextualizadas a la realidad que se vive en los barrios. Pensando que si proponemos los cuidados como algo al alcance de la mano, sería más sencillo reconocer que cada uno puede hacer algo al respecto.

Decidimos también reforzar la prestación alimentaria y abrirla a la comunidad ampliada, y la olla de almuerzo para 40 pibes y pibas, se transformó en tres ollas bien grandes para servir 500 raciones diarias (en ambos barrios). Esos encuentros fueron, otras formas de abrazo también. Pero de construir un abrazo comunitario, y por eso, más fuerte.

Más vecinos y vecinas entonces se acercaron a ofrecerse para colaborar con la cocina, a ofrecer mercadería para sumar a la olla… Otra señora regaló unos tejidos elaborados por ella, para que las cocineras no se quemen cuando agarran las manijas de las ollas. Y esa intención de colaborar también se extendió por los círculos de quienes somos referentes de la organización, en forma de distintos ofrecimientos de aportes.

En lo personal siempre encontré deprimente la acción de repartir comida. Creo firmemente en el derecho a las familias de sentarse a compartir una mesa, de poder elegir qué comer, de organizarse para hacer del momento de la comida algo más que un “alimentaje”. Pero también entiendo que, por ahora, eso no ocurre en la mayoría de los hogares (o de las casas, o núcleos habitacionales).

Esta situación de pandemia me llevó entonces a abrazar también a través de la entrega de las viandas. Cada vez que quienes cocinan se ocupan de sacar hasta el último pedacito de cascarita de la papa… o que se deja un ratito más el guiso (para que el gustito se concentre)… o que salgo a correr con un compañero para buscar mercadería mejor, o hago la cola en la carnicería que es más barata, pero que tiene carne buena…. o en cada oportunidad que, junto con el tupper de la vianda, quien está repartiendo mira a los ojos y ofrece una sonrisa… o cuando nos plantamos con el dirigente de turno para tirarle en cara que deje de mandar mercadería berreta para los comedores comunitarios (y rechazamos esas mercadería por más que implique que tengamos que salir a comprar de ahorros que habían sido pensados para otros proyectos)…

…EN TODOS ESOS GESTOS VAN NUESTROS ABRAZOS. Y ES LA MANERA QUE, POR AHORA, TENEMOS, DE HACERNOS PRESENTES. YA SEGUIREMOS CONSTRUYENDO COLECTIVAMENTE OTRAS

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