A mamรก y papรก
Gracias a María Alejandra, Diego, María Luisa y Lina. A Claudia Salamanca y a César Hernández, quienes levantaron esta casa junto a mi.
“Oí grave la voz de la melancolía, pero he salido ya y no quiero volver a oírla: ya no habito aquella casa, sus ventanas he dejado cerradas, las luces apagadas.” Diego De Castro Korgi, Aquí estoy
PRÓLOGO
He ido buscando desde la lejanía la imposibilidad del pasado, el
querer llegar y aferrarme. ¿Qué queda del tiempo pasado? Esa terrible necesidad de recobrar lo perdido y la interminable búsqueda por desempolvarlo todo, solo deja ver que la pérdida es similar a la partida, fugaz. La añoranza de volver, de recordar, de regresar al nido y al universo primario, son simplemente imágenes lejanas de lo que alguna vez fue todo un mundo para nosotros. La destrucción de una casa no solo es la destrucción estructural es, a su vez, la destrucción de un mundo frágil, de nuestro universo y de nuestro entero vivir. La gran casa fue la única razón para inmortalizar lo que la construcción de ésta y cualquier otra casa, incluyendo la mía, tiene como propósito; el abrirse campo en el mundo y gritar contra todo pronóstico: estoy aquí y existo. Dentro de esa idea de existencia la única forma de posicionarnos dentro del mundo gigante y expandido es el habitar y su construcción. Esto que será escrito en las siguientes páginas, no es más que una de las muchas historias dónde la casa, -nuestra casa-, sufre algo mayor que cualquier pared resquebrajada, ladrillo roto o gotera; sufre de las inclemencias del tiempo mayores que son incomprensibles para nosotros e inalcanzables y que sin piedad nos arrebatan aquello que hemos logrado construir a lo largo de nuestras vidas. El construir nos permite el habitar y no hay poder mayor en este caso que el de armar ladrillo por ladrillo, un universo completo e intentar armarlo, para crear así un fuerte contra todo pronóstico. Esta es la historia de la gran casa y de la casa a cuestas, que al igual que todas las casas sufren de las mismas inclemencias del tiempo.
“Ser, como la piedra, un lugar nada más.” Fernando Pessoa, El Horror de Conocer.
CONTENIDO
I. La Gran Casa .
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II. El Hombre en la Nada .
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III. Casa A Cuestas .
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“La casa nido, no es nunca joven (…) Se vuelve a ella, se sueña en volver, como el cordero vuelve al redil. Este signo del retorno, señala infinitos ensueños porque los retornos humanos se realizan sobre el gran ritmo de la vida humana, ritmo que franquea años, que lucha por el sueño contra todos los adversos.” Gaston Bachelard, La Poética del Espacio
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Yo jamás estuve allí, la gran casa que veo en fotografías, la gran casa de las tablas arrumadas en una caja, parece lejana y yo me encuentro a oscuras viéndola desde mi ventana. Cada vez que camino me golpea cual viento violento la idea de estar pisando aquello que alguna vez fue amado y busco dentro de la ciudad, dentro de los edificios, en cada ladrillo, en cada ventana, en cada piso, en cada teja rota, en cada pedazo de pintura caída, en cada escombro, la casa que jamás conocí. Pienso que tal vez los cementerios de casas dónde todo es llevado después de una gran demolición son como los pedazos perdidos de la gran casa. La gran casa se fue construyendo poco a poco, como todas las casas, con sus ladrillos, uno a uno formando su estructura.La gran casa, antes de que fuera construida y habitada ya existía en alguna otra parte, lejos de allí, en otro país y en otra ciudad. El personaje principal de esta historia pudo haber sido cualquiera, pero era Guillermo, que ese día decidió hojear una revista norteamericana, encontró en ella una fotografía de una casa que inmediatamente llamó su atención; era una casa blanca y grande, rodeada de jardines y grandes ventanales y amplios muros de fachada.Sin pensarlo Guillermo arrancó la hoja de la revista y se la guardó en el bolsillo de su abrigo.
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Pรกgina encontrada por Guillermo de la casa L.M Parsons House,en Saint Louis, Missouri
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Al llegar a casa Guillermo le tomó una fotografía a la página de la revista y de ella hizo varias copias. Tenía un plan, una imagen rondaba su cabeza; quería hacer la casa, quería hacerla exacta como se veía en la fotografía; se le ocurrió que sería una gran idea hacerla para vivir allí con su esposa y sus hijos. Guillermo pintó con un pequeño pincel la fotografía y comenzó a hacer pruebas para así elegir el mejor color, el más apropiado para la fachada de la casa.
El color de las flores El color de las nubes El color de la puerta El color de la pared El color del magnolio El color de las ventanas El color del cielo El color del piso El color de la casa
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Entre todos los colores en la paleta de colores eligiĂł el gris plata.
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Así pues, ladrillo por ladrillo fue construyéndola, decidió que el ladrillo, el cemento y el hierro serían los mejores materiales para construirla; sería inquebrantable; se armaría de fuerzas y así resistiría al tiempo. No contempló otro tipo de materiales, no vio su casa hecha en otro tipo de material, como el adobe o el bahareque y mucho menos de tapia pisada. Para ese entonces, dentro de la ciudad, el ladrillo y el cemento habían llegado a reemplazar muchos materiales y se había considerado que eran mas resistentes y más duraderos.
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Familia de Guillermo, durante la construcciรณn de la casa.
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Dos años después la casa fue terminada con mucho esfuerzo para que sus hijos y su esposa tuvieran ese lugar ideal dónde vivir y hacerse un espacio en el mundo. Por esa casa pasaron nietos e hijos y todos vivieron en ese microcosmos su propio universo. Varios años después la casa tuvo que ser demolida a causa de una gran desventura que llegó como una gran tormenta; así como las grandes goteras que persistieron con el paso de los años, se debilitó su estructura indestructible y la casa fue apagándose poco a poco, sin remedio. Nadie vio venir tal tempestad pues todos pensaban que la casa sería eterna. Al ser vendida, cada ladrillo, cada pedazo de cemento, la escalera, las ventanas, las maderas, vidrios, baldosas, aleros y columnas fueron destruidos.
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Ya no se podría tomar el sol por las tardes en el jardín y seguramente no se podría invitar a los amigos, tampoco se encenderían las luces cuando llegara la noche; no se podría esperar sentado en la escalera a alguien que llegaba; los perros no ladrarían más y el magnolio de la entrada sería derribado junto con sus grandes flores blancas. Sobre la gran casa se construyó un edificio, pudo haber sido cualquiera, tal vez grande y blanco con grandes terrazas y grandes jardines o un edificio con grandes ventanas, muy alto, o muy bajo; pudo haber sido de cualquier color o cualquier construcción, pero resultó siendo un triste edificio, de color amarillo pálido con ventanas color verde oscuro en el que todo volvió a crecer de nuevo sin remedio alguno, nuevos árboles, nuevas plantas, nuevas familias, nuevos vecinos y una nueva vida para alguien más. La familia se mudó a otra casa pequeña y distinta empezando una nueva vida, un nuevo habitar con algunos muebles y cosas de la anterior casa, que fueron reacomodadas de nuevo, dándole a cada objeto su nuevo espacio, pero con la añoranza de la gran casa.
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ĂŠsta es una casa vacĂa
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Después de mucho tiempo una vieja caja de cartón apareció dentro de las cosas olvidadas de la hija de Guillermo; en su interior llena de polvo y humedad, había unas tablas color café oscuro de las que alguna vez cubrieron el piso de la gran casa; le llamaban parquet y fueron rescatadas como un inútil esfuerzo para tratar de salvar el ultimo recuerdo que quedaba de la gran casa.
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Hija de Guillermo, frente al edificio que se construyĂł sobre la gran casa, sosteniendo con sus manos, algunas de las tablas que solĂan cubrir el piso.
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Queridos Extraños: Esta carta finalmente llega hasta sus manos después de recorrer miles de kilómetros para que por fin descanse toda una historia de memoria y olvido. No es una casualidad como seguramente se estarán preguntando, ni tampoco una equivocación; esta carta ha llegado a su casa, con la intención de volverse origen para convertirse en recuerdo y a su vez para que estas palabras aquí escritas sean una vez mas escuchadas. A pesar de la distancia hay una estrecha relación entre su historia y la mía. En 1942, mi bisabuelo encontró una imagen de la casa de sus sueños en una revista. Cuando la vio, él imaginó una casa que podría resistir en el tiempo, un hogar, una casa que fuera el centro del universo y el mundo para él y su familia. Ésta casa soñada construida en Bogotá, Colombia, fue realmente una copia de la casa en la que ustedes viven ahora. La imagen de dónde surgió la inspiración para construir la casa, fue una propaganda de L.M Person’s House. Ésta casa guardó dentro la felicidad de toda una familia, especialmente la de mi madre. Se construyó con el esfuerzo de mi bisabuelo, para así crear todo un mundo, con el profundo deseo de que fuera eterna. Dos generaciones vivieron allí, hermanos, hermanas, hijos y amigos hicieron parte de ésta casa y todo ellos la mantuvieron viva. Un día en 1972, la casa fue demolida y cada pedazo de ella desapareció. No fue voluntad de mi bisabuelo; fue el resultado de malas circunstancias que la llevaron a desaparecer. Mi familia, comenzó una nueva vida en una nueva casa, pero jamás se olvidaron de aquella vieja casa y siguieron adelante a pesar de la tristeza de perderlo todo. Mi abuela y mi madre me cuentan historias de la casa y como sus vidas cambiaron después de la perdida; creo que esto se debe al hecho de que todas las casas, incluyendo la mía y la suya son cosas vivientes que nos necesitan para crecer con ellas. Yo nunca vi aquella casa. Mi memoria consta de imágenes prestadas. Esta carta es un puente entre dos lugares, en dos tiempos diferentes. Esa casa alguna vez existió en otra parte del mundo, un mundo que le perteneció a mi familia, un lugar lejano de donde ustedes se encuentran ahora; un lugar que les parecerá extraño; un lugar del cual ustedes jamás habían escuchado antes.
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Yo no estoy esperando una respuesta, esta carta puede que se pierda antes de llegar a sus manos, pero si aun así llegara hasta ustedes, podrían darse cuenta que la casa en la que ustedes viven ahora, es de algún modo importante para toda una familia a la que nunca conocerán. He imaginado tantas veces este encuentro distante que siento que le estoy escribiendo a la vieja casa haciéndole saber que nadie la ha olvidado. Gracias por leer estas palabras. Sinceramente, Gabriela De Castro Enero, 2016
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“He girado en torno a muchas posibilidades para llegar a lo siguiente : una pequeña casa a la orilla de un agua gris, con las ventanas siempre abiertas hacia el mar añejo. No elegimos estas cosas. Mas somos lo que hemos hecho.” Derek Walcott, Desenlace
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Ese día el mar cargaba consigo a un hombre perdido en la nada.
Su viaje se había visto golpeado por las olas que intentaban hundir su barco, el cual no era muy resistente. La madera agrietada que ya estaba un poco vieja, dejaba entrar el agua salada, la dejaba pasar y colarse entre cualquier orificio. El hombre en la nada ha decidido perderse y sólo se repite así mismo: —“si tan sólo pudiera, si tan sólo pudiera”—. Se lamenta por el tiempo pasado, se lamenta de lo que no ha encontrado ni conseguido, se lamenta de su situación de andar a la deriva y de ser náufrago. Se aferra a pocas cosas el hombre en la nada, se aferra a su barco, se aferra al mar, se aferra a sus sueños y al añorar. Teme ahogarse, teme que la tormenta lo lleve consigo, pero lo que más teme es a la deriva, a perderse entre el gran mar que lo revuelca constantemente. El hombre en la nada zarpó un día cualquiera en búsqueda de todo aquello que añoraba, soñó alguna vez que llegaría a un lugar de tierra firme; un lugar donde podría pasar el resto de sus días; un lugar al que podría llamar hogar. La razón para que el hombre decidiera embarcarse y navegar por las olas, fue la promesa de un anhelado lugar, fuese el que fuese, donde hubiera todo un mundo para resguardarse de las tormentas y que cuando lo encontrara podría decir “he llegado”; pero la verdad es que el hombre en la nada jamás ha pisado tierra firme y siempre ha navegado por mares sin nombre, sólo con la idea de poder anclar en algún lugar.
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Por las noches veía a lo lejos barcos viajeros a la distancia, luces diminutas, que al igual que él, buscaban algún lugar para anclarse y que seguramente olvidados en algún rincón, recordaban que había más hombres en la nada, buscando y añorando. Estos barcos pasajeros hacían sentir al hombre que no estaba sólo, pero a la vez le recordaban que era ínfimo en tan gran océano.
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Una de esas noches la lluvia caía sobre el pequeño barco y la sal del mar se mezclaba con la gotas que caían de lo alto; en ese momento pensó que tal vez debía hacerle un techo a su pequeño barco para escampar de la lluvia y así lo hizo; luego de acurrucarse bajo el techo pensó que debía protegerse del frío y con algunas tablas hizo cuatro paredes alrededor, cuando terminó, notó que estaba un poco oscuro y entonces pensó que debía hacer una pequeña ventana para ver el mar. Al quedar encerrado entre las cuatro paredes abrió un pequeño hueco que sería la puerta y así fue armando de poco en poco una pequeña casita que flotaba sobre el mar; fue acumulando objetos que flotaban, coleccionando o transformando cosas. Así sentía que entre más cosas tuviera, entre más recolectará, entre más armara su casa, más se entendería su vida en el mar por todo lo que poseía. Después de un largo tiempo navegando cómodo y seguro de lo que había logrado construir, se encontró con una terrible tormenta que lo volcó una y otra vez; las grandes olas cargadas de agua lo balanceaban y golpeaban y todo el viento furioso arremetía contra el pequeño barco.
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Cuando la tormenta cesó y el mar se calmó, el hombre en la nada se encontraba aferrado de lo poco que quedó de su barco. Abrió los ojos despacio y encontró que su casa había sido destruida por la tormenta; sintió un gran vacío, había perdido todo aquello con lo que había soñado, entonces comprendió que la lluvia que alguna vez había sido una razón para hacer su casa, había sido la misma que lo había hundido. Y una vez más el hombre en la nada se repetía así mismo: —“si tan sólo pudiera, si tan sólo pudiera” —
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“Recuerdo lejano en mí, como si viajara para dentro, la monotonía todavía diferente, de aquella casa provinciana. Allí pasé la infancia, pero no sabría decir, si quise hacerlo, si con más o menos felicidad que paso la vida hoy. Era otro el quien soy que vivía allí: son vidas diferentes, distintas, incomparables. Las mismas monotonías que las aproximan por fuera, eran sin duda diferentes por dentro. No eran dos monotonías, sino dos vidas. ¿Con qué propósito me acuerdo? El cansancio. Recordar es un descanso, porque no es hacer” Fernando Pessoa El Libro del Desasosiego
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La luz del sol tarda ocho minutos en llegar a la tierra. Esta luz nó-
mada que viaja a cientos de kilómetros por el espacio sin rumbo fijo, ha decidido zambullirse por entre las ventanas de la casa. A lo largo de veinte años esa luz se ha escapado por cualquier rincón, por cualquier ranura y cortina mal cerrada. Las ventanas que hay en la casa no tienen una gran vista, basta asomarse poco para saber que no se verá más allá del muro del frente u otro edificio que obstaculizará la entrada del sol o la silueta de las montañas a lo lejos. Atrás de la casa creció alguna vez un cerezo, comíamos del gran árbol y sus ramas crecían sobre el patio, había a su vez brevas y guamas. Un día aquellos árboles decidieron desaparecer, convirtiéndose en un gran edificio que le quito la luz a la casa que se volvió un poco más fría que de costumbre, sin embargo la luz que demoraba ocho minutos continuó arribando a la casa durante mucho más tiempo.
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—Ésta casa ha sido muy agradecida, es una casa que nos ha dado el espacio, el tiempo —dijo con una pausa— cuando yo entré por primera vez a ésta casa, me gustó mucho, me gustaba que fuera de niveles, que cada uno tuviera su espacio, tenía árboles, fue la casa querida. Pareciera que todo alrededor de la casa se ha ido desvaneciendo poco a poco
—A tu papá no le cuesta pensar que puede irse a vivir lejos de aquí, pero él tiene mucho más espacio en esta casa que yo. — dijo mientras miraba todo a su al rededor— ¿Entonces, que va a hacer tu papá con todo ese cerro de libros de la biblioteca y sus recuerdos? —Preguntó—Tendríamos que salir de todo lo que hay en esta casa para hacer otra casa. La casa consta de cuatro pisos, su fachada es simple, una casa hecha de de cemento, ladrillos, y hierro.Tiene una gran cocina, dos terrazas, dos patios, sala, comedor, tres habitaciones, un espacio para la lavandería, dos garajes incomodos, un depósito, catorce escalones en cada una de las tres escaleras, pisos de madera y baldosa, cuatro baños, un estudio, quince ventanas y un techo inclinado color verde oscuro. Algún día este pareció el lugar perfecto para depositar allí todo lo que ellos querían que viéramos del mundo. —Tu papá usa una frase ¿cómo es? — se pregunta tratando de recordar, mientras titubea. Después de un rato, él la recuerda y cuando lo hace, deja a un lado una de las piezas que estaba ajustando de su colección de edificios y construcciones famosas del mundo y dice:
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—Tener casa no es riqueza, pero no tenerla, sà es pobreza.
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—¡Exacto!—dijo entusiasmada—Es un dicho muy cierto porque no tener la casita es no tener seguridad, lo que generan las casas es una seguridad. —dice ella mientras hace arrumes de papeles sobre la cama — El hecho de que uno no tenga que pagar un arriendo a uno le da tranquilidad, entonces de alguna manera uno lucha por tener tranquilidad para sus hijos. La casa fue siendo remodelada, adecuada poco a poco, creciendo con el tiempo a medida que nosotros también crecíamos; las casas suelen estar en constante cambio, de esa manera de sienten vivas y nosotros también sentimos que ese pedazo de mundo se ajusta a nosotros, se moldea para seguir; dar por terminada una casa es dar por hecho su muerte. Como todo universo inestable, tratar de defenderlo de fuerzas mayores que lo acechan, es casi un acto de resistencia. —Los retos de ésta casa son retos de juventud, son retos de vida diaria, los hijos amarran y empujan a hacer cosas—dijo él. —Me acuerdo el día que llegamos, yo pensaba: hay que criar los hijos, no se puede flaquear, hay que seguir—dijo teniendo en sus manos un pequeño alicate que usaba para juntar las piezas.—Tendrá que ver con el momento en que la casa pierde su función, cuando los hijos se van. Ésta casa era para criar los hijos, esa era su función básica.
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El bombillo del depósito que se encuentra suspendido entre las telarañas, es prendido de vez en cuando para hacer visibles los arrumes de cajas, cuerpos atiborrados de objetos casi inservibles pero necesarios para deshacerse de ellos. Estos arrumes no son como cualquier otro tipo de arrume, allí por el contrario se amontonan junto con el peso del tiempo dejando que el polvo se apodere de cada montículo, ocultándolos bajo la tierra. —Las cosas lo avocan a uno a ciertas circunstancias, cuando uno ya se ve solo en una casa, uno dice, pues yo aquí no me quedo, ya se cumplió una función salvamos la casa que casi se pierde, fue un reto que lo pudimos cumplir y buscamos algo, otra cosa.—dijo ajustando la ultima pieza— Todo son etapas. La preocupación de que hay que mantener esta casa, que no se puede cerrar porque los hijos están aquí. Al principio la casa parecía enorme, el espacio blanco era intimidante, era difícil de imaginar. Se tenían pocas cosas para ese entonces, una mesa, una cama, una que otra silla, algunos cuadros y uno que otro mueble heredado pero parecían pequeños en tan grande casa que con el tiempo fue pareciendo pequeña; con el tiempo otras cosas llegaron, se fueron acumulando y trataban de acomodarse.
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—Esta casa fue pensada para tener hijos—dijo él mientras guardaba en su caja de herramientas el alicate pequeño con el que había juntado las piezas. —Sí, esta es una casa de familia— dice ella, mientras lo mira a él fijamente—En cambio la casa del futuro, es la casa de los viejos. —Sí, claro, es la casa de retiro —le respondió—Es otra etapa, pensamos en descansar de esta ciudad, de hacer otras cosas, de hacer otra vida solos. Al haber visto la casa ocupada por los años decidieron un día hablar de lo que sería el futuro. No querrían pasar más tiempo en la casa que había visto crecer a los hijos, esa casa se había vuelto la casa habitada del pasado, ahora querían planear la casa que los resguardaría juntos. Sentados sobre la cama hablaron rodeados de artefactos llenos de nostalgia. El cuarto en el que se encontraban no era muy grande, habían tenido que acomodarse y compartir el espacio; cada uno tenía su mesa de noche, tenía su propia lámpara, su propia almohada, su propio armario para guardar la ropa, el de la derecha tenía cuatro puertas y el de la izquierda dos, cada uno compartía un pedazo de cama, así mismo el baño, tres ventanas y el tiempo dentro del cuarto.
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—Aunque para mí no deja de tener zozobra—dijo ella de pronto—porque es una cosa completamente desconocida irse a vivir a otra parte, porque ésta casa es una sombrilla, donde hemos estado cubiertos.—desconcertada, tomó un poco de aire y continúo.— Somos personas que salimos todos los días a trabajar y la etapa que viene es una etapa de zozobra, de alguna manera no sabemos que vamos a hacer de viejos, o sea todo ha girado tanto alrededor de la familia que a mí me cuesta mucho trabajo, porque en esta casa sabíamos a lo que íbamos a enfrentarnos y sabíamos que estábamos construyendo. Pensar en la casa del futuro genera zozobra, por lo menos para mí, no sé qué voy a hacer. Después de un rato de silencio, él vuelve a hablar. Ella mientras tanto, tomó una almohada, para apoyar allí su cabeza y la recostó contra el espaldar de la cama, dejando sobre la cama los papeles que había organizado. —El matrimonio, se vuelve mucho eso, hay que educar a los hijos, sacar a los hijos adelante, los hijos se van y uno piensa: ¿ahora qué hago? Se acabó el proyecto, se cerro el proyecto, se encuentra uno ya adulto, seguramente cansado—hace una pausa, mientras piensa en las próximas palabras—no sé, cosas que tal vez no hizo o quiso hacer y es como renunciar a otras cosas, pues lo que no se hizo, pues no se hizo; hay que ver la vida desde la barrera y ya no ser tan protagonista. —No es fácil, hay que mantener el ritmo a como de lugar, sin embargo es más fácil porque no hay que pensar tanto—dijo ella mientras acomodaba de nuevo su almohada. —Sí, claro, no hay que pensar : ¿y ahora que hago? —le responde a ella.
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Después de un rato, él también se recostó sobre la cama, corrió con la mano los papeles que ella había organizado y dentro del arrume encontró dos fotos de sus padres pegadas sobre un papel color café oscuro al que le faltaba una foto en la parte superior, se había perdido, pero no la echó de menos, simplemente la observó, pero en realidad ese vacío en el papel era la ausencia de aquello que se añoraba; pudo haber estado la foto del casamiento de ambos, o una carta, pero era el vacío lo que lo hizo recordar. —Yo pienso, en mamá, por ejemplo, el reto de ella era subsistir con un mal matrimonio y poco dinero, una situación muy adversa, igual pienso yo, que ella cumplió el reto, que era educarnos a mi y a mi hermanos, ella jamás cerró la casa, se preocupaba porque no pasáramos hambre y eso sucedió—comentó—papá no lo asumió y a ella le tocó asumirlo, le tocó sola, desgraciadamente también hay retos que toca asumir solos, es mas rico asumir un reto juntos, es muy gratificante.—terminó la frase con un suspiro, tomo aire y continuó—A uno le da tristeza pensar el día en que esta casa se cierre, pero uno dice ¡mierda! pues el reto se cumplió. —Creo que nosotros dos tenemos el punto de encuentro mas grande, que siempre para nosotros fue vivir en un sitio cómodo y bueno.—dijo ella. —En eso siempre estuvimos de acuerdo, porque nuestras familias siempre pensaron que tener casa era fundamental. Nuestras dos familias pelearon sus casas, siempre buscaban alguna solución para salvarlas y poder continuar; siempre quisimos tener un lugar donde meter la cabeza y que nadie nos molestara—dijo él. —Yo me acuerdo cuando empezamos a pagar arriendo cuando nos casamos, ¡a mi como me dolía ese arriendo! —dijo ella.
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—Dolía—agregó él—porque uno sabía que entre más se demorara mas difícil era conseguir una vivienda, no puede uno dormirse porque termina toda la vida viviendo en arriendo, ahora,—aclaró—eso no quiere decir que no sea una forma de vivir, es otra forma de ver las cosas, no todo el mundo sueña con ser propietario, mi papá por ejemplo, jamás pensó en eso, pero si ésta casa se cierra pues no es considerado una pérdida porque ya cumplió su función. La casa siempre nos ató al lugar, todo giraba alrededor de ella, pero desde adentro todo estaba igual. Tres grandes edificios nos rodeaban, nos encerraban, la verdad es que eramos tan pequeños comparado con lo demás. Permanecíamos suspendidos en el tiempo, quietos, inmóviles, a veces las razones no eran suficientes para irse, era buscar otro lugar para vivir, parecía imposible, parecía que este era el único lugar que nos pertenecía realmente y su reemplazo no era sencillo, otras veces era porque simplemente el sueño de irse era mucho más grande que el mismo aterrizaje de aquel sueño. Si nos íbamos, nos íbamos lejos de allí, pero ningún lugar fue mejor que este, supimos de todos modos, que seguiríamos aquí, como en el principio. —Nos parecía que era muy lejos de donde antes vivíamos, pero todos empezaron a venirse a vivir al norte. Ésta casa es difícil de cambiar por otra. Cuando llegamos había árboles, pero ya nos han ido encerrando, hasta la luz de la casa cambió, antes era mas calientica, todo cambió— dijo ella mientras miraba por la ventana, ya casi oscura. Hoy siento la ausencia de aquellos días, hoy siento su ausencia, he imaginado varias veces ésta casa deshabitada; cuando todo acabe seguramente se verá así, como una casa vacía a la espera de alguna demolición o alguien más que la habite. Probablemente ésta casa sustituyó a otra casa antes de que llegáramos.
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La casa de la infancia, el nido, el día de hoy, ya parece lejana. La casa que pesa, la casa a cuestas, la casa donde crecían los cerezos, donde entraba el sol todas las mañanas se ha convertido, en la casa pasada, la casa que añora el retorno de los sueños que la habitaron alguna vez. —Pero esta no es la historia de todo el mundo—dijo él mientras tomaba una cobija para cubrirse los pies del frio—cada casa responde a sus necesidades, la gente pierde sus casas, se acaban los matrimonios, las casas se desbaratan. ¿Cuántos peligros no lo acechan a uno? económicos, afectivos, no es tan fácil sobrevivir a todo, si no es una cosa es la otra. —A demás de los recuerdos— respondió ella con una sonrisa sutil. —Los animales también tienen sus casas —agregó él, después de un tiempo—los pájaros, por ejemplo, hacen el nido. Todo es una casa, las abejas, los insectos, en muchos mamíferos pasa eso, es la hembra la que propicia la crianza de los hijos, en los nidos, es casi siempre la hembra la que se queda con ellos a cuidarlos, las leonas también. Las arañas al ver que el agua subía, a causa de una gran inundación, buscaron un refugio cercano para no ahogarse. Justo arriba de ellas se encontraba una fila de árboles color verde oliva de hojas largas. Subieron allí e hilaron grandes cantidades de telarañas para poder resistir al viento que se escondía por entre las ramas. Los días pasaron y mientras el agua se secaba, las arañas lograron cubrir todos los arboles, como si estuvieran envueltos en grandes capas de seda. Al cabo de unos días, el agua se había evaporado y las arañas bajaron de nuevo, buscando otro lugar para anidar. —Las mujeres casi siempre son las que luchan por sus casas, pues en ésta casa no ha sido el caso, porque los dos hemos luchado—afirmó ella.
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—Eso está muy asociado al papel que tiene la mujer dentro de la casa, porque es ella la que hace la noción de casa— agregó él inclinando su cabeza, hacia un lado sobre la almohada, ya cansado de pensar y cerró los ojos. —Nuestras mamás lucharon mucho más por sus casas que nuestros papás. Supimos lo que era sentir la pérdida, era muy doloroso pensar que todo el esfuerzo se iba por entre los dedos. — dijo ella finalmente, después de un rato de silencio, tomando un poco de la cobija que lo cubría a él para poder dormir también . Al contrario de esta casa, la próxima casa ha sido reinventada, repensada, para así poder ser soñada. La casa a cuestas es muy distinta de la casa a la espera, todo allí está dispuesto para el momento de la llegada. Aquella casa se ha armado de las cosas que sobraban de ésta casa, cosas que no tenían un lugar fijo, que ya no hacían parte de ningún lugar. Esa casa ha tenido la oportunidad de crearse como se había imaginado, como se había soñado pero sin embargo es la casa en la que todo se suspende hasta el momento de ser habitada; se encuentra en un lugar casi desértico, no hay muchos árboles y llueve poco; es de teja cocida, de vigas de madera, de cielo rasos de caña, de color amarillo adobe, de grandes ventanas, de mucha luz en sus espacios, del viento estrellándose en sus muros, del humo saliendo de su chimenea. Es muy diferente de esta casa, pues esta fue la casa soñada pero no hecha a la medida. Sin embargo ésta casa fue victoriosa, se llenó de armaduras que la estabilizaron al igual que las felicidades insatisfechas, se llenó de razones válidas y de remordimientos, de ensoñaciones y de quebrantos y así, seguimos construyendo para proteger contra toda lluvia el lugar en el mundo que se nos ha asignado.
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