Varinia del Ángel y Mili
Hunahpú e Ixbalanqué Los gemelos que crearon el tiempo
C
uentan los mayas quichés que antes, cuando todo era oscuridad y sombras, no existían el Sol ni la Luna; tampoco existía el tiempo. Los hombres y mujeres vivían gobernados por los dioses del cielo y los Señores de la Muerte que habitaban el Xibalbá, debajo de la tierra. Por aquellos días nacieron dos niños, hijos de Hun-Hunahpú y la princesa Ixquic, que cambiarían el destino de los hombres. Un día, Ixquic salió de paseo y descubrió que de un árbol de jícaras colgaba un fruto con forma de rostro humano. Era la cabeza de Hun-Hunahpú, a quien los Señores de la Muerte habían encantado después de vencerlo en un desafío en el Xibalbá.
La princesa se acercó a la cabeza convertida en fruto, levantó su brazo e intentó tocarla, pero lo primero que encontró fue un hilo de savia que escurría de su rama y que le mojó la mano. Con este acto mágico empezaron a crecer en su vientre dos gemelos: Hunahpú e Ixbalanqué. Ixquic era hija de Cuchumaquic, uno de los Señores de la Muerte que había luchado contra Hun-Hunahpú; sin saberlo, Ixquic había concebido a los hijos de un enemigo de su padre. Al darse cuenta de que Ixquic estaba esperando el nacimiento de los hijos de Hun-Hunahpú, Cuchumaquic se enojó tanto que ordenó que la mataran.
Ixquic huyó. Atravesó montes y ríos hasta que llegó a casa de una anciana llamada Ixmucane, la madre de Hun-Hunahpú, a quien pidió ayuda. —Ixmucane, pronto nacerán mis hijos, deja que vivamos en tu casa para que Cuchumaquic no pueda encontrarnos, así estaremos fuera de peligro. —¡Ixquic!, ¿qué alegría más grande podría tener que vivir junto a mis nietos? ¡Pueden quedarse conmigo!
Un día lleno de flores y pájaros que cantaban alegremente, nacieron los gemelos. Ixquic e Ixmucane les dieron los nombres de Hunahpú, que significa ‘Gran maestro mago’, e Ixbalanqué, que significa ‘Brujito’. —Te llamarás Hunahpú y serás muy sabio –le dijeron al primero. Y tú te llamarás Ixbalanqué: tendrás muy buen ingenio y sentido del humor.
Desde muy pequeños, Hunahpú e Ixbalanqué mostraron ser muy inteligentes y tener poderes especiales, y con el paso del tiempo se fueron haciendo más fuertes y más astutos. Sus tareas diarias consistían en limpiar la tierra y sembrar el maíz, pero un día empezó a ocurrirles algo que los hizo enojar. Y es que ellos sembraban y cuidaban el maíz por la mañana pero, al día siguiente, aparecía todo destruido. Como eran muy listos, decidieron esconderse para observar lo que ocurría en el campo durante la noche. Entonces descubrieron que eran los animales quienes destruían su trabajo. Muy molestos, Hunahpú e Ixbalanqué persiguieron a todos, aunque sólo lograron atrapar a la rata. Ésta, que también era muy inteligente, logró convencerlos de que no la castigaran.
—Hunahpú e Ixbalanqué, déjenme en libertad y les contaré un secreto sobre su padre. —¿Nuestro padre? Está bien –dijeron Hunahpú e Ixbalanqué. —Su padre, Hun-Hunahpú, fue un dios guerrero que luchó contra los Señores de la Muerte en el Xibalbá. —¿Dónde está el Xibalbá? —¡Justo debajo de sus pies! Debajo de la tierra. Es el lugar de los muertos.
—Cuéntanos más, rata –insistieron los hermanos. —Como su padre era un gran jugador de pelota, los Señores de la Muerte lo desafiaron a jugar un partido con ellos. Desafortunadamente, su padre perdió y lo convirtieron en un árbol de jícaras. Hunahpú e Ixbalanqué querían saber qué era el juego de pelota y por qué era tan importante, así que le pidieron a la rata que les contara un poco más.
—El juego de pelota –dijo la rata– les gusta mucho a los dioses del cielo y a los Señores de la Muerte. Lo juegan para divertirse o para definir el futuro. Utilizan un protector de brazo, un protector de rodilla y una pelota hecha con resina del árbol de hule. En la casa de su abuela Ixmucane encontrarán estos objetos si quieren jugarlo. Los gemelos liberaron a la rata y fueron a buscar los objetos.
En poco tiempo, Hunahpú e Ixbalanqué se convirtieron en excelentes jugadores, pues practicaban todo el día. Los Señores de la Muerte, molestos, escuchaban a los gemelos jugar desde el Xibalbá y un día, ya cansados, se enfurecieron por todo el ruido que hacían. Decidieron entonces desafiarlos, como lo habían hecho con Hun-Hunahpú.
Los jóvenes hermanos aceptaron el desafío confiados en que podrían vencer. Se despidieron de su madre y de su abuela con un beso y se fueron al Xibalbá. Para poder entrar, Hunahpú e Ixbalanqué tenían que adivinar los nombres de todos los Señores de la Muerte, así que Hunahpú, que era muy sabio, ideó un plan. Se arrancó un vello del brazo y lo convirtió en mosquito. Cuando el mosquito llegó hasta donde estaban los Señores de la Muerte empezó a picarlos uno por uno, y reaccionaron acusándose unos a otros: —¡Ay, Hun-Camé! ¡Algo me pica en el brazo! —¡A mí también, Vucub Camé! —¡Ay! ¡Mi pierna! ¡Hazte para allá que me picas con tu lanza, Xiquiripat! —¡Pero yo no fui, debe haber sido Quixcxic o Patán! —¡Fuiste tú, Chamiaholom! ¡Tú nos picaste a todos! —¡Es mentira! ¡A mí me picó la cabeza! ¡Es algo invisible! —Sólo falta que digan Cuchumaquic, Ahalpuh, Ahalcaná, Chambiabac, Quicré y Quicrixcac si también los han picado… Así fue como el mosquito pudo decirle a los gemelos el nombre de cada uno de los Señores de la Muerte y pudieron entrar al Xibalbá.
Los Señores de la Muerte, sorprendidos, les pusieron pruebas aún más difíciles: —Hunahpú e Ixbalanqué, es verdad que han demostrado gran inteligencia al decir cada uno de nuestros nombres, pues nadie antes lo había logrado. —Entonces iniciemos el juego – respondieron los gemelos. —Está bien, pero antes deberán demostrar que son dignos de jugar con nosotros: deberán pasar por las siete casas del Xibalbá y superar una prueba en cada una de ellas. Los Señores de la Muerte los llevaron a la Casa de la Oscuridad, que estaba totalmente en tinieblas. Les dieron una varita de ocote encendida y les dijeron: —Sostengan esta vara con sus labios: deben mantenerla encendida hasta que volvamos por la mañana.
Hunahpú e Ixbalanqué, que eran amigos de todos los animales, le pidieron a la luciérnaga que se posara en la punta de la vara y mantuviera su colita prendida. Cuando llegaron los Señores de la Muerte pensaron que el fuego no se había apagado.
—Está bien, gemelos, ahora los llevaremos a la Casa de las Navajas de Chay, que está llena de filosas estalactitas de obsidiana. Deberán atravesarla para recoger algunas flores del jardín. Esta vez, Hunahpú e Ixbalanqué le pidieron ayuda a las hormigas, quienes se organizaron en filas y les trajeron las flores.
—¡No puede ser! ¡Ustedes han sido más listos que los demás! Pero ahora en la Casa del Frío no tendrán cómo salir triunfantes –dijeron los Señores de la Muerte. En la Casa del Frío no había vivido nadie desde hacía mucho; sólo había árboles. Estaba cubierta de hielo por dentro y por fuera. Pero los gemelos habían aprendido cómo hacer fuego y tallaron dos palos secos hasta que formaron una gran hoguera que les sirvió para calentarse durante la noche. Esta vez, los Señores de la Muerte estaban muy enojados. Decían entre sí: “¡Qué problema con estos gemelos! Ahora tenemos que ser más duros; pongamos una prueba que no puedan superar”.
Los llevaron, entonces, a la Casa del Tigre. —Gemelos, tendrán que pasar aquí la noche y, si mañana están intactos, habrán superado una de las pruebas más difíciles. Al entrar, los gemelos se encontraron con diez tigres hambrientos que al verlos empezaron a lamerse los bigotes. Pero como Hunahpú e Ixbalanqué también eran amigos de los tigres, les explicaron la situación: —Amigos tigres, ayúdennos a superar esta prueba para que podamos ganar en el juego de pelota contra los Señores del Xibalbá. —Los ayudaremos, pero cuando ganen el juego de pelota no nos olviden, siempre sean buenos con nosotros y con nuestros hijos. Entonces los tigres reunieron los huesos viejos de otros animales que habían muerto hacía mucho y los empezaron a mordisquear para olvidar su apetito.
—Todavía no estén tan contentos, que aún les quedan dos casas –dijeron los Señores del Xibalbá, que no podían creer que los gemelos hubieran superado la prueba. Llevaron a los gemelos a la Casa del Fuego, que era un lugar muy caliente donde no se podía respirar porque las llamas se movían como las olas en una tormenta. Hunahpú e Ixbalanqué unieron su ingenio y su sabiduría para resolver aquel reto: llamaron a una nube con lluvia y le pidieron que se pusiera sobre ellos durante todo su camino hasta que atravesaron la casa y salieron sin una sola quemadura.
—Está bien, gemelos, superaron esta prueba. Ahora sólo queda la Casa de los Murciélagos, pero no creemos que puedan superarla, pues pasarán ahí toda la noche, solos, sin que alguien los pueda ayudar. En la Casa de los Murciélagos los gemelos no pudieron hablar con los animales y fueron atacados hasta que Hunahpú quedó vencido durante un buen rato. Los Señores de la Muerte aprovecharon el momento para iniciar el partido con ventajas. —Hemos salido con vida de todas las pruebas –dijo Ixbalanqué– pero mi hermano necesita recuperar su fuerza; les pedimos que nos dejen descansar un poco antes de empezar el partido. —De ninguna manera –respondieron los Señores de la Muerte–, el juego tiene que iniciar ya. ¡Tomen sus posiciones!
Entonces entraron en una cancha que medía 20 metros de largo y 10 metros de ancho y les explicaron las reglas. —Jugaremos con esta pelota que debemos pasar de un compañero a otro pegándole con la cadera hasta que logre atravesar el aro que ven en aquella pared. Cuando termine el juego se declarará ganador al equipo que haya pasado más veces la pelota por el anillo. ¿Está claro? —¿Y qué pasará si ganamos nosotros? —Si ganan ustedes, gemelos, los dejaremos ir. Si no, los haremos nuestros esclavos. Pero los gemelos, que eran muy orgullosos, propusieron otro castigo: —Señores de la Muerte, si perdemos nosotros queremos que nos echen a una gran hoguera hasta que seamos humo y polvo, pues la deshonra sería demasiado grande. —Está bien, haremos lo que ustedes piden.
Empezó entonces el juego y la pelota fue alcanzada por la cadera de Ixbalanqué, quien la golpeó y la hizo pasar por el anillo al primer intento. Desafortunadamente, cayó encima de Hunahpú, que rodó por el suelo hasta quedar en medio del equipo de los Señores de la Muerte. Ellos lo hicieron bolita y lo empezaron a lanzar de un lado a otro para burlarse de él, pero Hunahpú pidió ayuda a sus amigos animales. Entonces vino la liebre y se hizo bola; luego empezó a botar ante los Señores de la Muerte para distraerlos, oportunidad que aprovechó Ixbalanqué para rescatar a su hermano. Dicen los quichés que fue uno de los juegos más emocionantes y que las caderas de los jugadores iban y venían haciendo volar la pelota a gran velocidad. Aunque Hunahpú e Ixbalanqué lucharon e hicieron pasar muchas veces la pelota dentro del aro, al final los Señores de Xibalbá ganaron el juego.
—Hunahpú e Ixbalanqué, hemos sido honrados por ustedes con un juego del más alto nivel. Son dignos merecedores del Xibalbá, pero el destino estaba marcado desde el principio: ustedes serán lanzados con todos los honores y el reconocimiento de los Señores del Xibalbá. Entonces empezaron los cantos, y Hunahpú e Ixbalanqué fueron coronados con flores y abrazados por todos los Señores de la Muerte. Después, los gemelos extendieron sus brazos y fueron lanzados al corazón del fuego. En ese momento surgieron del centro de la hoguera dos brillantes esferas incendiadas, una más pequeña que la otra, y se elevaron hasta ponerse en lo más alto del cielo, iluminando todo con un intenso resplandor.
Gracias al honor y al sacrificio de Hunahpú e Ixbalanqué, el Sol y la Luna se quedaron para siempre brillando en el cielo, gobernando sobre tierra e inframundo. El tiempo empezó a existir entre los hombres y mujeres y, aunque Hunahpú e Ixbalanqué no ganaron el juego de pelota, resultaron ser más poderosos que los Señores de la Muerte.
Hunahpú e Ixbalanqué Los gemelos que crearon el tiempo Tomo 3 de la colección Axolotl Primera edición: junio 4014 D.R. © 2013 Varinia del Ángel Muñoz D.R. © 2013 Mili (Claudia Illanes Iturri), por las ilustraciones D.R. © 2014 © CACCIANI, S.A. de C.V. Prol. Calle 18 N° 254 Col. San Pedro de los Pinos 01180 México, D.F. contacto@fundacionarmella.org www.fundacionarmella.org Dirección editorial: Nathalie Armella Spitalier Asistente de redacción: Natalia Ramos Garay Diseño editorial: Berenice Ceja Juárez ISBN: 978-607-8187-79-9 Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin la autorización de los titulares.
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ISBN: 978-607-8187-79-9 contacto@fundacionarmella.org www.fundacionarmella.org Año de publicación: 2014
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