Dios en nosotros

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Dios en nosotros por Gabriele Lo que yo deseo es abogar por Dios, no por mí, no por una comunidad tradicional, sino únicamente por Dios. Deseo que mis semejantes Le lleguen a conocer a Él. Yo he encontrado a Dios, la Vida, en lo más profundo de mi alma, y sé que Él nos ama a todos, pues, siendo Él nuestro Padre eterno, nos ha visualizado y creado en el corazón. Dios está siempre presente. Él está en la naturaleza. Él es la vida, es la luz en cada animal, en cada planta, en cada piedra, en cada majestuoso árbol. Dios está en lo profundo de su alma. Dios está con usted y en usted.

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por Gabriele


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Cristo de Dios y de la

Dios en nosotros Procedente del programa de televisión del mismo nombre, dado por Gabriele, la profeta y enviada de Dios para nuestro tiempo.

Sabiduría divina Según Platón, el significado de sabiduría, que en griego es «Sofía», es «el conocimiento de las ideas divinas». La sabiduría unifica en sí muchos valores elevados: conocimiento, comprensión, así como entendimiento y discernimiento, también facultad de pensar y experiencia, lo mismo que aplicación, inteligencia y una buena capacidad de juicio. La Sabiduría divina es la acción, los hechos. La verdadera Sabiduría divina empieza siempre por el respeto a Dios, y por eso sobrepasa toda sabiduría humana. Sin observar una medida elevada, sin honradez, justicia y veracidad no hay Sabiduría divina. ¿Quién o que es la Sabiduría divina? ¿Por qué fue expulsada de la teología? ¿Quién es el Consolador, quién la «elevada mujer» de quien se habla en la Biblia? ¿Y por qué sabemos tan poco sobre los profetas? Los autores extienden un amplio arco sobre la obra del Cristo de Dios y de la Sabiduría divina desde los comienzos hasta hoy. En forma fácil de entender se muestra quién vive y obra en este tiempo en la Tierra: el serafín de la Sabiduría divina en cuerpo terrenal. Permita que toquen su corazón la discreta perseverancia y el amor soberano con los que la Sabiduría divina ha obrado en todos los tiempos por el bienestar interno de nosotros los seres humanos, así como vuelve a obrar en esta época. Existe un DVD para este libro. Acompañe en él a Gabriele, la profeta y enviada de Dios para nuestra época, durante un paseo por la Tierra de la Paz. Vea lo que por su mediación ha sido transformado del mundo de siete dimensiones a las tres dimensiones, y todo lo que ha surgido. Y escuche lo que algunas personas que conocen a Gabriele dicen sobre ella. 300 págs., nº de pedido: S456es, PVP 16 Euros, ISBN 988-482-510-729


Dios en nosotros Estimados lectores: Precisamente en la época actual, el t ema «Dios en nosotros» constituye para muchas personas una provocación. Cuando en los medios de comunicación se lee y escucha lo que está sucediendo en es te mundo, la palabra «Dios» va siendo relegada cada vez más a un segundo plano, y aún más la expresión «Dios en nosotros». Se oye ha­blar de las catástrofes que aquejan a este mundo y de cómo se compor tan muchas per­sonas, de cómo tratan a sus seme­jan­tes, viviendo en discordia con aquellos que no comparten su forma de pensar. La Tie­rra, con sus anim ­ ales y plantas, sufre bajo el fraude que se hace al poner a todo la fal­sa etiqueta de «cristiano», así como a raíz del egoísmo de los explotadores. Cada cual tiene sus argu­mentos para explotar la tierra, para tor­turar y matar a los anima­les y para destruir la natu­raleza. Y todo 1


es­to con seguridad no tiene na­da que ver ni con Dios ni con Jesús. Y de pronto viene una persona que se permite sostener afirmando: Dios en no­sotros. En los últimos tiempos muchas, pero muchas personas están abandonando las institu­cio­nes llamadas Iglesia. U na y otr a vez se escu­cha hablar de los excesos de la casta sacer­dotal, de falsedades, menti­ras, y aún más, de innumerables perversio­nes y excesos que uno mejor no quisier a lla­mar por su nombre, a no ser que se ha­ble de las atrocidades y de la escoria de la hu­manidad. El número de personas que se salen de la Igle­­sia aumenta cada vez más. Muchos es­tán decepcionados de su institución ecle­sial, en la que hasta ahora habían creído y con la que estaban familiarizados, para buscar allí a Dios. Otros, por su par te, mue­ven incrédulos la cabeza y dicen: «¡Dios no existe! Y si existiese, ¿dónde está?». 2


Los superiores de la Iglesia ya no son dig­nos de crédito, y los partidos desvarían ha­blando del bien común y de asunt os so­cia­les. Si se observa todo más pr ofun­damente, se descubre que de lo que se tr a­ta es de los dividendos bursátiles, del bien personal. En Alemania gobiernan par­tidos que llevan en sus siglas la C de cristia­nos, siendo este país el tercer exportador de armas del mundo, a pesar de que el go­bierno dice ser «cristiano». Mientras el g obierno –expresándolo en una imagen– siga siendo el que sos tiene el es­tribo de la casta sacerdotal, es decir, sub­ven­cionando en Alemania a la Iglesia con 14 mil millones de eur os al año, la si­tua­­ción no cambiará ma yormente, por­que el Estado confesional que sujeta el es ­tribo, y a la vez el jinete confesional que con­duce al caballo, no considerará ne­ce­sario cambiar su com­por­tamiento para con Dios y sus semejantes. Además, las Iglesias y catedrales 3


son restau­radas con miles de millones, que en defini­tiva tiene que aportar el Estado, es decir, no­sotros, los ciu ­dadanos. Y es to, a pesar de que en las Bib ­ lias de los sacerdotes, a las que se re­mite la casta sacerdotal y que ven­de a sus fieles como la verdad absoluta, se lee: «Dios, que ha creado el mundo y todo lo que hay en él, Él, el Señor del Cielo y de la Tierra, no vive en templos hechos por ma­no humana». A los ciudadanos se nos carga con impues­tos y se nos desangra cada vez más, de mo­do semejante a como se tortura a un gallo para convertirlo en un capón, que des­pués llega como asado de Navidad al plato del Pa­pa Benedicto, como se mos tró hace al ­gunos años en los medios de co­mu­nicación. ¿Qué dijo Jesús, el Cris to? «Todos los que tomen la espada, morirán bajo la espada». Este mundo muestra cómo somos los seres humanos: guerras, asesinatos, homicidios, 4


hambre, sufrimiento, enfermedades, epidemias, martirio interminable de los animales; y luego surge la pregunta: ¿Dónde está Dios? Y por su parte otro dice: «El cuento de Dios lo creí por un tiempo, per o ahora ya no lo creo. Dios no existe». ¿Pero qué puede hacer Dios con ese montón de basura que es el producto de la nega­tividad humana? ¿T iene que acabar de des­truirlo totalmente? Dios no tiene que hacerlo, pues esto lo hacemos los seres huma­nos mismos, dado que nosotr os so­mos los que hemos convertido a este mun­do y a es­ta Tierra en lo que es, y no Dios. Estimados semejantes, más de uno entre ustedes es una persona con buena ca­pa­ci­dad de análisis. ¿Puedo hacer una pre­gun­ta a una persona tal y a todos los que ahora mueven in­crédulos la cabeza? ¿Es us­ted un animal de rebaño que asiente a todo? ¿Es usted una persona que cree lo que seres humanos quie­ren 5


hacer creer a otros seres humanos, cuando éste o el otro hablan de Dios? ¿Es us ted el animal de re­baño que necesita una iglesia de piedra, una tradición y una confesión, y de este modo a sacerdotes dog­máticos? ¿O es us­ted una persona de espíritu libre que ha apren­dido a medir y sopesar, y que no cree a cualquiera que le quiera en­gañar con algo, aunque sea la promesa de que Dios está aquí o allí, o incluso diciendo que el caos de este mundo es un «misterio» de Dios? Yo soy sólo un ser humano, así como todos somos seres humanos. Quien promete algo a alguien, debería también poder de­mos­trar­lo. Ninguna persona le puede pro­meter a otra persona que encontrará a Dios por me­dio de las indicaciones y reco­menda­cio­nes que ella le dé. Tampoco yo puedo ha­cer­lo. A Dios no se le puede en­contrar aquí o allá, Dios es la Vida en no­sotros, en cada uno de nosotros. De acuerdo con nuestra disposición inter6


na, somos personas sociales, comunitarias. Nadie debería estar solo, ya que como está es­crito: «No es bueno que el hombr e esté so­lo». Y no ir tras ningún ser humano signifi­ca encontrar a Dios en uno mismo, pues so­­la­­mente de esto se desarrolla el verdade­ro fiel espíritu social y comunitario. En­con­trar a Dios significa por tanto encon­trarse primero a sí mismo, en la consciencia de lo que Je sús, el Cristo, instruyó a los hom­bres. Entre otras cosas, Él nos enseñó: «Yo, Cristo, Soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie llega al Padre si no es a través de Mí”. Esto vale también para mí. Yo no me ato a ninguna persona, tampoco en el caso de que ésta me prometa muchas cosas, o me quiera conducir hacia aquí o allí par a encon­trar a Dios. Incluso cuando una persona ha encon­trado a Dios en lo más pr ofundo de su ser , no le puede demostrar eso a nadie. U n buen 7


ejemplo puede ser una indica­ción, pero no una prueba. Por consiguiente, mis palabras no comprometen a nadie; ellas se r efieren a la enseñanza de Jesús, el Cris to, especialmente a Su promesa: «Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida». Mi propósito era y es que cada uno encuentre a Dios por sí mismo. Yo he podido encontrarle en mí misma, porque no me até a ninguna persona, sino que me orienté y me oriento a la enseñanza de Jesús. En la gran obra manifestada «Ésta es Mi Palabra», leemos que las gentes de su tiem­po confrontaron a Jesús de Nazar et con pr egun­tas relativas a Dios. Allí se lee: Se acercaron a Jesús algunos que estaban lle­nos de dudas y dijeron: «Tú nos has di­cho que nuestra vida y existencia provie­nen de Dios, pero nunca hemos visto a Dios, ni tam­ poco conocemos a ningún Dios. ¿Nos puedes 8


mostrar a Aquel que Tú llamas Padre y único Dios? No sabemos si hay un Dios». Jesús les respondió diciendo: «Escuchad esta parábola de los peces. Los peces de un río conversaban y decían: Se nos cuenta que nuestra vida y existencia proviene del agua, pero no hemos visto nunca agua, no sa­be­mos lo que es. Entonces algunos de ellos, que eran más listos que los demás, dijeron: Hemos oído que en el mar vive un pez inteligente y sabio que sabe de todas las co­sas. Vayamos a verle y pidá­mos­le que nos mues­tre el agua. Así fue que algunos de ellos se pusieron en camino para buscar al gran y sabio pez, has­ta que por fin llegaron al mar, donde éste vi­vía, y se lo preguntaron. Después de haberlos escuchado, éste les dijo: ¡Oh peces necios, que no pensáis! Pero unos pocos sois listos, ya que buscáis. En el agua vivís y os movéis, y allí tenéis vues­tra existencia; del agua venís y al agua volveréis. 9


Vivís en el agua, pero no lo sa­béis. Del mis­ mo modo, vivís en Dios, y sin embargo me pe­dís: Muéstranos a Dios. Dios está en todo, y todo está en Dios». Como ya se mencionó antes, la disposición interna del ser humano es la comunidad entre todos, pues como se dice: No es bue­no que el hombre esté solo. Pero si uno se une con Aquel que en Su enseñanza una y otra vez nos ha hecho y nos hace cons­ciente que Él es el Camino, la Verdad y la Vida, Cristo, y si se sigue Su enseñanza paso a paso, se to­ma contacto con perso­nas que piensan y viven de modo seme­jan­te. No obstante, uno tampoco debería atarse a ellas. Si reflexionamos sobre la declaración «Dios en nosotros», podría sur gir la objeción: «¡Va­ya declaración! Es muy exagerada, si se con­sidera la sociedad actual». No obstante, en al­gunas Biblias de los sacerdotes está escrito, conforme a la verdad: «Dios no vive 10


en tem­plos hechos por mano hu­ma­na». Esto provo­ca la pregunta: ¿Y dónde vive entonces Dios, si no es en iglesias de piedra? Muchas personas creen que en su int erior está el alma. Ahora se podría filosofar si es así o no. Pero consideremos por una vez co­mo un hecho el que estemos vivi­fi­cados por un cuerpo de sustancia sutil que no es de este mundo. Supongamos que en lo más profundo del alma, en es ta sustancia sutil, está la vida, está el hálito, DIOS, a quien los ser es humanos expe­rimentamos en la res­pi­ración. El hecho de la «vida» no lo deberíamos limitar sólo a la envoltura terrenal, al ser hu­mano, que en algún moment o expirará y que no podrá volver a recuperar la res­piración al inspirar. La vida es eternidad, y a la eter­nidad la llamamos «Dios» o «Eter­no» o «Exis­tencia eterna» o «Eterno SER». Pensemos tan sólo en la natur aleza. La prima­vera trae más luz, más sol, y la par te de 11


la Tierra que se orienta hacia el sol vuelv e a re­cobrar vida. La naturaleza comienza a reverdecer y a florecer. ¿Y qué sucede con nosotros? Cuando nos orien­tamos a la luz, a Dios en nosotros, nuestra alma se vuelve más luminosa; vivimos más conscien­te­men­te, nos volvemos más libres y felices; nos tor­na­mos más sinceros, abier­tos y justos con nuestros semejantes, por­que nos hemos en­contrado en Dios, la Vida, y somos fieles a no­sotros mismos. Volvamos a nuestro tema: Dios en noso­tros, Dios en usted, Dios en mí –y a que cada uno de nosotros es el templo de Dios y que Dios vive en nosotros. Por consi­guien­te, la vi­da inmortal, el hálito de Dios está en el fon­do primario de nuestra alma. La vida fluye a través de nuestra alma. Fluye en nuestro cuer­po celular y nosotros res­pi­ramos la vida. Nuestro corazón palpita por­que recibe la vida que proviene de la vida omniabarcante: Dios. 12


Jesús de Nazaret no nos enseñó tradi­cio­nes eclesiásticas. Jesús no nos enseñó a te­ner que ir a templos hechos de piedra. Jesús nos enseñó lo que Él dijo en aquel en ­tonces a los sacerdotes: «Vosotros no os ha­gáis llamar rabí, porque sólo Uno es vues­tro Maestro, Cristo». Entonces se podría preguntar: ¿Dónde está el Maestro? Es Cristo, la resurrección y la vi­da en nosotros. El Cristo de Dios es por tan ­to el Cristo de Dios en nosotros. Él es en Dios la ley del amor y de la liber tad. Por tan­to, como también toda persona, usted es libre de creer o no creer, de atarse o de lib ­ erarse. Yo no le quiero atar a nada, ni deseo hacerle creer algo; tampoco deseo pr escribir lo que habría que hacer. Quisiera decirle simplemente: experimente lo que yo y muchos de mis semejantes han experi­men­tado. Ellos, como también yo, han encon­trado a Dios 13


en sí mismos, y así se han conv­ ertido en personas con las que es pos­ ible vivir en común. Jesús de Nazaret nos enseñó a retirarnos a un lugar tranquilo y a buscar a Dios en el si­lencio. Él no nos enseñó a ir a iglesias de pie­dra. ¿Cómo lo podríamos hacer con ese lugar o aposento tranquilo? Por ejemplo, en mi casa he pr eparado un pequeño rincón par a orar, una mesita peque­­­ña, una silla, una v ela. Con el tiempo pa­ra mí ha llegado a ser una necesidad el retirarme a rezar o, acompañada de mú s­ ica armoniosa, ponerme en sintonía y lue­go dirigir hacia el int erior algunas or aciones pro­fundas y fervientes. ¡Haga la prueba! Disponga un lugar para que usted pueda rezar. Deje que con la música y la oración éste se transforme en un lugar que ejerza una fuerza de atrac­ción en usted. 14


Y hágase una y otra vez consciente de que Dios, nuestro Padre celestial, le ama a usted, nos ama a todos. Él desea que va­yamos a Él, porque en el fondo de nuestra alma somos todos hijos del Reino de Dios. El R eino de Dios es nuestro verdadero e im­pe­recedero Hogar, por toda la eter­nidad. Cada cual es libre de creer o no que él, como ser humano, es sólo un caminante que lleva en sí la eternidad. Para existir en este mundo, nuestra alma ha adoptado transitoriamente un cuerpo humano. Cuando el cuerpo hu mano fallece, el alma prosigue su camino, y continúa r eco­rriéndolo hasta que ha ya en­contrado de nuevo el camino al interior, ha­cia su Crea­dor, a Dios, su Padre, y sea uno con Él, así como Jesús dijo de Sí mismo: M « i Padre y Yo somos uno». La unidad interna con Dios, nues tro Padre eterno, nos une como hermanos y her­manas 15


que pertenecen al Reino de Dios. El Hogar eterno en Dios, nuestro Padre, es lo único que nos puede unir.

Volvamos al rincón o aposento tranquilo. A usted se le habrá hecho consciente que yo no le quiero conducir a ninguna agrupación externa, a ninguna comunidad ext erna. Yo sólo deseo animarle a encon­trarse a sí mismo, preguntándose: ¿Quién es usted, quiénes somos realmente noso­tros? Si quiere, encuéntrese a sí mismo y analice lo que significa que Dios está siempre presente. Él está en la naturaleza. Él es la vida, es la luz en cada animal, en cada plan­ta, en cada piedra, en cada ma­jes­tuoso árbol. Dios está en lo pr ofundo de su alma. Dios es tá con usted y en usted. Póngase en sintonía con el rincón tranquilo y así usted será atraído una y otra vez por ese 16


lugar, aunque sólo se tr ate de una es­qui­na tranquila de su habitación. Man ­ten­ga ese pequeño ámbito, que ha pre­parado para recogerse en su interior y me­ditar, libre de malos pensamientos que son pur amente hu­manos. Retírese a ese rincón, con el que se ha familiarizado, sólo cuando quiera escuchar música y entregarse a la oración. Y cuando rece, hágalo dirigiendo su ora­ción hacia el fondo del alma, es decir , hacia el interior, puesto que usted mismo es el templo de Dios, y Dios vive en usted.

Estas explicaciones no han de ent enderse co­mo que son una «hor a de enseñanza». Lo que y o deseo es abogar por Dios, no por mí, no por una comunidad tr adicional, sino únicamente por Dios. Deseo que mis seme­jan­tes Le lleguen a conocer a Él. Yo he encontrado a Dios, la Vida, en lo más profundo de mi alma, y sé que Él nos ama a 17


todos, pues, siendo Él nuestro Padre eterno, nos ha visualizado y creado en el corazón. De esto puedo hablar, pero no se lo puedo demostrar a nadie. Lo sé y no lo puedo demos­trar. Usted y todos nosotros vivimos eter­namente, porque Dios es et erno. Él, Dios, nues­tro Padre celestial, nos creó como seres puros, de sustancia sutil. Alguna vez fallecerá nuestro cuerpo, pero Su llamada tiene validez, por ejemplo a tra­vés de las palabras del Cristo de Dios, que dicen: «Venid a Mí todos los que estáis agobiados y cargados; Yo os quiero aliviar». ¿Adónde tenemos que ir entonces, si el Espíritu de Dios, del Cristo de Dios, vive en el fondo de nuestra alma? Pues a Él, que vi­ve en nosotros.

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Una vez más vuelvo al aposento silen­cioso. Si usted prepara un rincó n tranquilo, una esquina silenciosa par a orar, si en c­ iende una vela y reza para interiorizarse, y tal vez se po­ne en sintonía con música armoniosa, no­tará muy pronto que no es tá solo. Hay algo en usted que le alienta, que le da valor, que le desea conducir y guiar. En algún momento surgirá entonces en usted y en todos nosotros la pregunta: ¿Qué podría hacer, qué más podríamos hacer para acer­carnos más a Dios, para trans­formar hacia lo positivo todo nuestro carácter, toda nues­tra conducta? Si re­suena este deseo del cora­zón, recor­da­re­mos los dones divinos que nos han sido da­dos como indicación: Los seres hu­ma­nos hemos recibido de Dios, nues­tro Padre eterno, los Diez Manda­mientos a través de Moisés, y de Jesús, el Cristo, el Sermón de la Montaña. La persona que tiene una buena capacidad de analizar, capta el sentido de los Man­da19


mien­tos de Dios y del Sermón de la Montaña de Jesús y sabe que se ha anun c­ iado la Nueva Era. ¡Ella viene! Más de uno desea trans­formarse en una persona nue ­va, una persona libre, una persona en el Espíritu de Dios, un ser humano que apre­cia la natu­raleza, que la ama, y que con la fuerza de Dios se encuentra en paz con su prójimo. Es­tos son los hombres del Nuevo Tiempo, de las generaciones futu­ras. ¿Quiere participar de ello? Usted no ne­cesita ningún guía externo –en usted tiene al guía interno, al Cristo de Dios. Él es tá en cada uno de nosotros. Haga la prueba de encontr arse a sí mismo para que se acerque a la verdadera vida. Nadie le puede obligar a hacer algo es­pi­ri­tual. En el Espíritu de la Verdad, en Dios, us­ted y todos nosotros somos libres. 20


Sin embargo sí que se puede hacer una declaración, que es lo que quiero hacer ahora: Yo amo a Dios, nuestro Padre celestial, porque he podido experimentar que Él le ama a usted y a todos nosotros. Los seres hu­ma­nos no necesitamos conf esiones eclesiás­ticas ni tradiciones eclesiales. No necesita ­mos sacerdotes ni tampoco intermediarios. Tenemos algo en nosotros, esto es, un te­soro, un tesoro incon­cebi­ble­mente valioso. Hemos sido llamados por Jesús, el Cristo, a que desenterremos este tesoro en noso­tros, pues Jesús nos enseñó: «Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida». Y Él nos ex­hor­tó di­ciéndonos: «Seguidme». Yo acometí la tarea de acercarme al tesoro interno, y no hablo sólo en base a la teoría. Hablo por experiencia propia, y sé que us ted y todos nosotros podemos desente­rrar el te­soro. 21


Me alegro si usted se pone en marcha para dedicarse a este tesoro extraordinario. Me alegro si encuentra la paz interna en la consciencia de la presencia de Dios. Me alegro si se da cuenta de que no es tá solo, que en us ted hay algo que llama y pal­pita, que r espira y fluye –es el Espíritu, es la Verdad, es la Vida en us ted, en todos no­so­tros.

Le deseo el aposento tranquilo. Le deseo oraciones buenas y fervorosas. Le deseo que crezca hacia la libertad. Le deseo la vida en y con la naturaleza. 22


Le deseo la comunicación con lo más in­terno de sus y nuestros semejantes. En esta consciencia: ¡Un cordial saludo en Dios y Dios con nosotros! Gabriele

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El mensaje de la Verdad * Ayuda para quienes están enfermos y sufren. * Usted no está solo. * Una vida plena hasta en la vejez. * Un consuelo para cuando se viven ne­ce­sidades y pesares. * Perlas de la vida para usted. * Usted vive eternamente. La muerte no existe. * Reencarnación. * El Sermón de la Montaña. El camino hacia una vida plena * Los Diez Mandamientos de Dios. Indicaciones pa­ra una vida con valores elevados.

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Dios en nosotros por Gabriele Lo que yo deseo es abogar por Dios, no por mí, no por una comunidad tradicional, sino únicamente por Dios. Deseo que mis semejantes Le lleguen a conocer a Él. Yo he encontrado a Dios, la Vida, en lo más profundo de mi alma, y sé que Él nos ama a todos, pues, siendo Él nuestro Padre eterno, nos ha visualizado y creado en el corazón. Dios está siempre presente. Él está en la naturaleza. Él es la vida, es la luz en cada animal, en cada planta, en cada piedra, en cada majestuoso árbol. Dios está en lo profundo de su alma. Dios está con usted y en usted.

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