El libro de los senderos olvidados -AntologĂa-
El libro de los senderos olvidados -AntologĂa-
Gerardo Rivera
2018
Socios mecenas de la presente edición: Nana Rodríguez Romero (Tunja) María Cecilia Sánchez (Mitú) Amparo Romero Vásquez (Cali) Omar Ardila (Bogotá) Blanca Irene Arbeláez (Nueva York) Mauricio Jaramillo Londoño (Villeta, Cundinamarca) Colegio José Max León (Cota, Cundinamarca) Sonia Solarte Orjuela (Berlín, Alemania) Limedis Castillo Mendoza (Riohacha) Alirio Quimbaya Durán (Ibagué) Jader Rivera Monje (Neiva) Myriam Judith Melo (Bogotá) Alfonso Delgado Campo (Santa Marta) Monique Facuseh (Santa Marta) Pedro Olivella Solano (Montería) Daniel Día (Medellín) Juan Fernando Merino (Cali) y el director de la revista
Gerardo Rivera nació en Medellín, Colombia, en 1942. Estudió Derecho en el Colegio Mayor del Rosario. Se desempeñó como publicista y redactor en varias agencias de publicidad. Durante dos décadas deambuló por Europa y el norte de África. Al volver al país, en el año 1974, se residenció en la ciudad de Cali. Actualmente vive en una cabaña, acompañado de sus perros y sus gatos, en la Reserva Natural El Chicoral, a hora y media de la ciudad de Cali. Para los lectores curiosos, esta podría ser una detallada semblanza del poeta: Un viejo. Simplemente un viejo que ya dejó atrás muchas cosas hermosas y que solo ocurrieron para él. Un viejo iluminado y bello, sentado en el corredor de una pequeña casa de guadua y madera en medio de un bosque encantado y maravilloso. Los pájaros saltarán para él y conversarán para él, como verdes y azules alucinaciones de la neblina justo al lado del crepúsculo. Los arroyos lo llamarán por su nombre y él bajará a beber de sus aguas.
¿Qué pensará este viejo, cuáles serán sus reflexiones y sus preguntas? Para responder, aquí están sus poemas de toda una vida, extrañamente iluminados, profundamente humanos. Poemas para lo que vendrá y para su despedida.
Del libro: A lo largo de las estatuas de octubre Universidad del Valle, 2002
El libro de los senderos olvidados - Gerardo Rivera
No iré hacia ti, olvido No iré hacia ti, olvido, con emplumados pasos de sombra Ni recorreré los vastos salones de tu casa de niebla Ni dormiré el sueño exhausto en tu cama fría en ese remoto jardín donde abandonas la luna Viejo olvido viejísimo niño En lugar de todo eso robaré tu negro espejo y huiré corriendo de tu casa maldita donde tejes tu sueño con desesperadas piedras.
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Revista de poesía Exilio
Una canción de Jethro Tull a Charlie Pineda Éramos muchos, tal vez miles, tal vez innumerables Caminábamos toda la noche y nuestros cuerpos ardían Vigilados por blancos halcones, por gritos y lechuzas Veíamos arder las estrellas, veíamos el derrumbarse de ramas eternas derramando sus lámparas ebrias Y caminábamos ciegos, perdidos sobre caballos de bronce Como reyes rojos, como reyes ciegos, caídos sobre el polvo, entre los relámpagos Extraños pájaros enjoyados brotaban de nuestros pechos y teníamos sed sobre caballos de hierro
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Veíamos ríos de música, rojos los ojos de los lobos y las espadas perdidas como resplandecientes enigmas Y caminábamos toda la noche y nuestros ojos eran blancos como blancas las blancas lechuzas Ardían los reinos y los signos, los escudos, los caballos, las constelaciones, los caminos y las aguas del cielo Alas intemporales ardían, veíamos cómo giraban las ruedas del tiempo hacia otros oros sin tiempo Y teníamos sed Y teníamos sed Y entrábamos como guerreros perdidos en los llameantes espejos.
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Revista de poesía Exilio
Para mí no has ardido lo bastante Déjame decirte soledad que para mí no has ardido lo bastante, que tu rostro perdido está muerto en lo más alto como si estuviera esperando una señal del cielo Y ahora que miras hacia mí con tu bellísima máscara inmóvil en el rincón más distante los invisibles caminos me abres con cada golpe de tus eternos ojos.
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Lo que nunca sabrĂĄs Deja que esa mano te lleve a la inmensa montaĂąa, que junto a ti canten los hermanos de la lluvia Deja que antes de la sombra sobre el muro que antes de la prisa y la despedida florezca plateado de belleza lo que nunca sabrĂĄs
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Los ausentes, los dormidos Estos son los adoradores del sueño, los ausentes, los dormidos. Los que han recibido, con labios de piedra, el agua de la diosa. Recostados, caídos en las aceras, frente a los cines y los pasos atroces de los demonios del día. Tejen olvido, musitan, en un lenguaje extraño de lechuzas y chamizas, verdades inaudibles, escondidas bellezas, versos que solo se escuchan en otros jardines más allá del mar perfecto más allá de la limosna ciega y de la profecía. Dormidos color de tiempo, borrosos príncipes que sueñan recuerdos, falsa música de eternidad. 14
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Brisas y caballos y pĂĄjaros esplĂŠndidos que solo desde la infancia vuelan. Mientras nosotros, locos demonios, caminamos tambiĂŠn dormidos sobre mortales prados de invierno.
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Destino del viajero Todo es posible Quizás por ello el agua ha regresado Y ahora todo es origen y día primero Y si tú eres hijo del fuego y si tú eres torre y frío más allá del viento O estrella en lo más alto del navío o voces en el temblor de la noche que se fuga, es porque ya se empiezan a escuchar aún desde muy lejos aún desde lo más remoto las risas, la música y los cantos de la extraña y terrible fiesta donde celebran tu horror y tu llegada.
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No vayas a herirme Eres un jardín, un palacio, un sueño por ángeles custodiado Tus piedras solo pronuncian el nombre de Dios Con tu amor no vayas a herirme Con tus hojas encantadas, con el agua que cruza tu tristeza, refréscame Y con tu silencio sembrado de estrellas Y con todo lo que has dicho y con todo lo que has pensado Y con el eco.
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Es solo la ausencia de la tarde anterior Mucho antes de estar ya está la ausencia; por eso, la luz de la tarde es solo la ausencia de la tarde anterior. El sol ya pasó, los árboles y los pájaros se fueron. Y lo que ves, es solo el recuerdo de la belleza, tu felicidad de ayer. Por eso la noche es tan hermosa, estrellas que ya no están, lunas mentirosas, fiestas del ser, que hace siglos terminaron. Pero siguen las risas, el ruido de las copas, y sigue en nosotros el amor por la música, que nunca fue más que claridad, inventos de sombra, palabras de agua, inutilidad. En nosotros, que también somos esa nada, que arrastra vientos, mares, hojas, vidas y también lo que no somos. 18
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El día se despierta El día se despierta, el día trae frutas prodigiosas Te muestra su corazón y después muerde el tuyo En su rueda te hace danzar El día te ama con todo su poder, con toda su alegría, con toda su pureza Su alma es un ojo inmenso que brilla y se despedaza sobre el mar Es una risa, una balanza y también una estrella Toda tu vida está en sus manos te desea, es un jardín, se desnuda para ti
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Está completamente loco, es peligroso. Te mira, se acerca, te huele, tú le gustas Toma chicha, vino de palma, come maíz, come piedras Se encarama y se duerme en su cama de huesos, en sus bellos ojos de fuego, ya estás perdido. En su hermoso corazón de piedra, ya estás muerto. En sus divinas plumas, ya estás olvidado, eres un desierto. ¿Escuchas su grito? Su grito incendia al universo
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El verdadero viaje para ti A veces la voz blanca te dice “Ya te has perdido” Y entonces empieza el verdadero viaje para ti O cubre tus ojos con sus manos para que ciego encuentres quizás el principio o quizás el final La noche entretanto, en sus jardines, murmura para ti viejos enigmas, palabras de sal, deslumbramientos, para que tú, aún más, te pierdas en tu soledad Y tú, ya sin saber quién eres, asciendes por la escalera también perdida hacia bosques sin tiempo, estrellas sin Dios, pura claridad.
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Suavemente, sin decir adiós Se despide de nosotros, gentilmente como el pájaro cantando del árbol que lo sueña O el silencio donde la estrella se quema O las nubes de la tarde sin decir adiós También el cuerpo nos deja se van nuestros labios se va nuestra voz Y los ojos que amábamos no alcanzan ya ni paraíso ni memoria, ni nada Y la vida que fue cae entonces en torno nuestro sin ruido, humilde, como un traje muy sucio y muy viejo Donde el sol ya no está, y entonces llueve 22
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Yo sé que tú te alejas 1 Yo sé que tú te alejas, color de la oración en las hojas de la noche Donde tu sueño es una montaña y la aurora es un lago donde el sol entrega su mano de polvo Yo sé que tú te marchas hacia esas plateadas praderas de horizontes tan viejos como cuerpos tendidos Donde el rey entonces, al pie del follaje, nos entrega la sombra de lo que más amamos, llanuras y ríos que al sueño se mezclan
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2 Huyamos entonces, cogidos de la mano como niños por los corredores de esta hermosa casa marchita Al pie del pino enorme con su inmenso grito de estrellas donde escucho el latido de tu corazón romperse como leve cristal, como sombra que nos hiciera soñar Pero dime, explícame, por qué hoy estamos tan solos tú y yo en esta larga casa de barro donde nuestras amorosas cabezas se juntan para que llueva para que haga frío.
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Del libro El viajero de los pies de oro Hombre Nuevo Editores, MedellĂn, 2003
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Creo en ti Creo en ti, manantial, creo en las verdades que dices casi sin querer a la caída de la estrella Creo en los pájaros de espuma que vas inventando solo para darle gusto a los brumosos árboles del camino verdadero del mentiroso futuro Creo en tus ventanas abiertas en tus puertas abiertas en tu casa de ramas Desde lejos se oye que vienes cantando Desde lejos se escucha cómo se rompen tus leves palabras Y ese claro jardín que vas soñando con tus pálidos suspiros.
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Parque Ahora nada es mejor a que caigan las hojas sobre este hermoso sendero del parque donde ya antes habías estado Mira allí sobre la banca Ya te está esperando Ese otro que fuiste tú hace tantos años Pacientemente, ardiendo en llamas te están esperando Mientras ahora nada es mejor a que caigan las hojas. 28
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Nadie sino la lluvia Nadie sino la lluvia y sus aros de sueño en la ventana Nadie sino el viento y la nieve y las montañas Nadie sino estos árboles que arden Las diminutas sílabas Digamos, que solo el corazón que solo las palabras Nadie sino el agua prisionera nadie sino la eternidad y su distancia Digamos que solo el mar y solo la piedra y la vida que pasa.
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El alba huele a pan El alba huele a pan que los ojos traen del reino de la gasa y de la lluvia del mundo de los trenes y del viaje indeseado Cuando ya tu única maleta sobre el andén de la estación trae a tu recuerdo viejas montañas y largas filas de pájaros que huyen del frío, chillando Mientras abajo el mar escucha como un muerto inmenso respirar tu soledad.
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De sombra estás hecho De sombra estás hecho de sombra y sangre de sombra De ayer entretejido con tus huesos De puro jardín y pasos puros Del viento que huyó de los cerezos De los años que giran y que danzan, que giran y que danzan como flores concedidas Y de mansedumbre y viejos cantos Estás hecho de cantos A la orilla de Dios de Dios del secreto y del olvido.
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Desde el abrazo de la negación Pronto llegará hasta mí El invasor, el mendigo del paraíso con su arco de oro Desde el abrazo de la negación Fortaleza y abrazo de los combatientes iluminado por la asamblea de las constelaciones. Por encima del ruido de las cataratas y desde el coro de su antigua infancia. Lleno estoy de ti mendigo del paraíso arquero de la noche. Tú no me has olvidado. Tú, que eres yo en ese universo que se esfuma, te ofrezco tu comida de piedra. 32
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Ven silencio Ven silencio trae tu manantial trae el libro. Y trae en las alas de la soledad las piedras oscuras y muertas que le arrancas a la noche. Y trae la eternidad que suavemente sopla sobre mi rostro dormido. Y di con labios de ausencia, con el รกrbol que vuela y que arde en la lluvia sagrada de mi corazรณn. Di bendiciรณn di consagraciรณn. Hermoso y triste como la mano que acaricia la tarde y la colina.
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Abandonando tu alma No fuiste tú, fueron los labios dormidos. Aquello, que en la sombra entrega su luz desnuda detrás del mar y los relámpagos, oscuro y rojo, como los pasos del lobo. Ese animal que huye dentro de ti, abandonando tu alma.
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La coronación o la aurora Como olvidados por una mente divina se desvanecen los árboles. Todo recuerdo se oculta, entra desnudo a la imposibilidad. Ojos invisibles de un silencio perfecto. Así, despojados de la luz, entregados a la nada. Como si nos hubieran negado la coronación o la aurora.
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Conducida por la estrella Iluminada por un temblor de pájaro la noche gira en sus terrazas. Entregará después a aquel que no despierta su paloma oscura, su negra miel amarga, su lámpara. Conducida por la estrella que la ama.
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Que un día fue tuyo Serás llevado a rastras al tribunal del eclipse. A la lluvia de polvo con la que se adormece a los muertos. Nada podrás decir con tus labios de piedra. Lo que fue tu corazón será ahora esa cosa oscura, lejana, hundida en la tierra. Pero escucharás un clamor inmenso, el clamor de la muchedumbre que grita desde el valle. Que grita al amor que un día fue tuyo.
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Esa casa de polvo Sabes muy bien que tu deseo es oscurecer. Sacar de tu pecho estrellas frĂas que no recuerdan. Nosotros, entretanto, recorremos blancos caminos. Nos hemos convertido en lluvia, en piedras. Solo nos guĂa la sed de comprenderte, de entrar a tu casa con nuestros pies errantes. Esa casa de polvo donde duermes derrotado en el fuego, con tus ojos abiertos.
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Del libro: Una nada cubierta de hojas Ediciรณn de la Gobernaciรณn del Valle del Cauca, 2005 Premio Jorge Isaacs
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Y de nosotros huye Huye ahora, huye de la sombra que pesa como siglos de sangre y de pasado Y del silencio de Dios que es solo arcilla y carne roja Y huye del bosque que es solo sueĂąo sagrado Y de la soledad que arde en sus palacios de nieve Y sobre todo, huye de la tempestad, y de la temible pirĂĄmide que canta en tu mente solamente para perderte Y de tu cabeza y su pesada tristeza
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Y del hermoso resplandor del mar y de la estrella Y de nosotros huye, huye de nosotros, huye, huye.
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Tú, que despiertas Tú, que despiertas desde las montañas heridas por la felicidad del día, después de haber vendido tu alma con inmensa inocencia… Tú, que despiertas llamado por un árbol, por un pájaro y una piedra… Danzante del corazón desvelado, el no nombrado, el que ha regresado.
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La sombra del viajero Y si te extraviaste por aquellos caminos a lo largo de las estatuas de octubre bajo el cielo helado y gris bajo nubes pesadas y tristes, Tú, el joven de entonces, ¿No sería porque en cada hoja caída de aquel otoño, sobre aquellos mudos prados y aquellos senderos, eras ya tan solo, la sombra perdida del viajero?
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Es como si te hubieras ido Es como si te hubieras ido, como si te hubieras perdido o muerto llevado por esos sombríos relámpagos de claridad, triste y puro y fugitivo. Como si nunca hubieras querido ser, ni siquiera esa marchita suavidad desprendida de la sombra cuando en la larga noche del corazón, todo, en sonámbulo delirio, todo puede arder y consumirse calladamente más allá del tiempo vano. Y ahora, escucha, escucha las frías voces remotas como deseosas, leves, aladas lunas, escucha los fríos caballos celestiales que desde las rojas quimeras nos traen para el amor eternas palabras de agua, fugitivas estrellas, labios hermosos para el dolor o el recuerdo en donde nada hay, solo fiestas tristes,
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oscuras como el tiempo, solitarios regresos, infinitos atardeceres, polvo.
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En aquella casa del verano Para H.
Digamos entonces que el mar te amaba, aquel mar donde se quemaron las manos del ángel y eras un montón de sal y también una estrella. Digamos entonces que como la noche para el agua eras tan solo el sueño de una rosa levísima. (Nubes que ya son ayer, desnudas y elocuentes, brotan de ti y te desbordan) Y que ahora, si lo quisieras, podrías correr súbitamente feliz hacia las arenas viejísimas. Pero ya estás perdido y estás cansado, tú decías; los pájaros del exilio en tu casa de piedra son ya esa hermosa voz secreta que a los dos nos llama.
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Digamos entonces que viviste solo para mí, quizás demasiado, y que todavía está la música y tu ropa dispersa y los hilos del amor atando la mirada. Eras todo entonces, hoy aire tan solo, divino cuerpo recordado de todo lo que amé, en aquella casa del verano.
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Una nada cubierta de hojas Sé que no existo que solo fui una lluvia en los ojos del halcón pero te traigo silencio y piedra y sé también que temí entrar con mis manos en tu sueño. Entrar en tu casa y escuchar el eco de mi voz dispersarse y morir en aquellas habitaciones llamándote. ¿Era yo el que había muerto? O eras tú, el que inventaba el aire, como jugando altos y claros surtidores y bellísimos atardeceres brillantes como joyas. ¿Y quién eras tú si yo reía? ¿Qué ruinas invisibles del mar y de la noche, qué fuegos sagrados ardieron siempre para ti desde el más remoto pasado?
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Pero tú, sin saberlo, en la casa de la sombra suavemente te desvanecías. Se abrían puertas, se cerraban, como llamándote, cubierto ya tu rostro con la máscara infinita. ¿Quiénes somos? ¿Qué rosa fragante es esta que a ti y a mí nos aprisiona? Solo sé que tú y yo somos un viento inmortal, el enigma de unas alas rozando la inmensa pirámide que sostiene el tiempo y su derrota. Una nada cubierta de hojas.
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Qué nos importa ya Qué nos importa ya esa antigua sangre que corre siempre igual y rompe la piedra con la culpa. O la metálica miseria acerando la máscara donde la noche se fermenta para entregarnos ese viejo sol dormido. Mejor así, ser como reyes de amarga burla en efímeros tronos inclinados al hambre de la tierra, al viaje que ya olvidó nuestro corazón en aquellos países que dentro de nosotros crecen y respiran como súbitas bestias. No me importa ya ese cielo que no podemos mirar de frente con nuestra pesada cabeza; amo solo ver pasar y pasar la nada en el amanecer hacia las torres brumosas; en los reinos del pasado, escuchar al minotauro bramar su soledad en el negro laberinto.
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Arder como la sal en la furia inmortal, en el amor, en el pecado divino, en la frĂa soledad que nos condena.
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El engaño Yo sé que estás escondida, tienes varias sombras, todas ellas mortíferas y mentirosas. Una de ellas, sembrada en el pecho, crece hasta llegar a ser casi tan inmensa como la eternidad, para engañarnos. La otra, escondida detrás de la noche señala falsos senderos, murmullos, bosques dormidos, suaves y extendidas alfombras de hojas. Hermosos espejismos nocturnos para así perdernos. Nosotros, irremediablemente, seguimos esos cantos lejanos Engañados peregrinos del alma.
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Hablar a solas Hablar a solas en silenciosas y solitarias habitaciones, decir rosa, arco, torre, lluvia, decir la primera y acaso la última palabra para que la muerte se incendie para que la soledad se cubra de súbitas verdades. Y después callar ¿Pero qué será callar, sino volver a decir rosa, arco, torre, lluvia, pero en silencio, para nosotros mismos? Como si desde antes o desde siempre tuviéramos que volver a morir.
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¿Qué podrías esperar de la noche? ¿Qué podrías esperar de la noche? Fabricante de ruinas, reina loca, amontonadora de falsos sueños y jardines Sentada en tu viejísimo trono solo nos ofreces piedras ciegas Y árboles difusos en su propio tiempo También está la jaula de tu eternidad y las tempestades sonámbulas Para ti que también dormido ya te habrás ido con tu inocencia hacia los leves y delicados palacios infernales, hacia las soledades imposibles.
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Al lugar donde las piedras sangran Tú nos das el relámpago y como a niños nos llevas de la mano al lugar donde las piedras sangran El agua que ama la piedra te ama En el otoño de las habitaciones la muerte se asoma a tus espejos Los bosques que brotan de ti hacen la música bellísima que escucha el que duerme Tú lo amas Tú le susurras Tu soledad es roja y como la serpiente, habita en los palacios más profundos Nada es más hermoso que tu lámpara 56
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Debajo de la tierra duermes igual a una campana muerta Las cenizas de tu sombra vuelan sobre remotos jardines Y como las fieras eres y después de la sangre reposas con tus risas, con tus llantos, con tus excrementos todas las tumbas marcas ¿Qué esperas, caída, si después de la noche haces volar la aurora? Extiende, extiende entonces la tristeza mineral de tus alas y vuela desde tus torres viejas Hasta el país de mi alma Tú me llevas Tú me levantas.
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Del libro Anterior a la penumbra (Sin publicar independientemente) Aparece dentro de las antologĂas El lugar de la espera: Universidad del Valle, 2009 y Ministerio de Cultura, 2015
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Al viento puro Tu belleza se extiende sobre una tierra roja. Bajas a beber despuĂŠs un poco de agua. Mi amor por ti es dulce y acepta tu amor como una jaula. Al atardecer solo tĂş sabes brillar. Y llegar despuĂŠs a la noche con la lentitud de un animal iluminado. LlĂŠvame contigo. Al lejano lugar, al viento puro.
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En el comedor vacío A mi mamá
No debería hablar de ti, ni recordarte. Tenías una hermosa mansedumbre, eras mansa como la paloma que entra por la ventana abierta y se posa en una mesa. Y luego quizás duermes sostenida por unas manos amadas como si el sol quisiera llevársela otra vez. Tenías una manera de nada decir y después barrías las hojas que caían de nuestra vida, hojas doradas de tus ojos y los míos como en un otoño suavemente compartido. No debería hablar de ti, pero ahora te recuerdo.
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Y me recuerdo también a mí mismo, llegar al amanecer y encontrar sobre la mesa las manos que habías dejado junto a tu corazón y a tus alimentos en el comedor vacío.
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Sal a caminar ahora Sal a la noche, sal a caminar ahora, sal a los vientos fríos, lleva contigo tu misterioso espejo. Sal a la noche, entra desnudo a las hogueras, llama a las estrellas con tus gritos, déjate llevar cada vez más lejos por el agua. Ella ahora barre hojas, ella ahora quema los recuerdos. Sal ahora que estás dormido, yo me perderé contigo. Pasarán los vientos duros y oscuros, beberás conmigo en la copa de barro que ella nos alcanza. Sal a la noche, ella ahora barre hojas, ella ahora quema los recuerdos. Entre las llamas del fogón arden cosas inmortales. 64
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Ha sellado sus labios Hay quienes prefieren callar, nada dicen. Una noche oscura ocultan en su corazón. Llevan sobre sí la sentencia, la marca que los ha señalado; son los elegidos por una madre dura. El peso que desde la soledad llega hasta ellos, la extrañeza, ha sellado sus labios y los quema.
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Bajo el agua Piedra sumergida, puño frío de la estrella Bajo el agua dormida o muerta ves pasar el vuelo claro de los pájaros.
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Tu música en mí Has encontrado mi casa y puesto tu música en mí. Y ahora soy como ese bosque amado por la luna. Agua que desciende invisible soltando el amanecer. Espuma que regresa al llamado de las piedras.
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Rojo señor de curvado pico No comprendo ya aquello que dice el señor del bosque, el rojo señor de curvado pico. Su canto es triste y está hecho de oro y de fuego. “Todo termina aquí. Todo se desvanece aquí, en este bosque”, dice. “Como mi música, ya todo está olvidado, mi sueño no será tuyo jamás” “Este es el último resplandor, el último relámpago” “Eres solo un fulgor en el día gris, en la lluvia y en la soledad”.
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Destino ¿Qué has venido a sembrar en estas colinas acompañado solo por la sombra de otros días? Este es el país donde la luz de agosto crece como una antigua melodía. Este es el silencioso país de la miel dorada que arde en los recuerdos. ¿Qué has venido entonces a traerme en tu mano escondida? Sé que tu regalo es frío y lejano como la montaña. Sé lo que vas a decirme en esa luz callada que habita tu memoria. Antes que lo diga el agua en su rumor dormido.
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Aquel país de octubre ¿A quién esperas ahora en esta esquina del mundo? Tú, que un día recorriste viejos claustros llevado por una mano plateada. Guardabas en tu bolso un pan, un libro, una escritura. Y eras muy joven y nada sabías de la belleza, pero la amabas. Fueron tuyos en aquellos caminos la hierba, el rocío y la soledad de la mañana fría. Soñando recorriste aquel país de octubre.
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Sueño del laudista Te reconozco, no podrás engañarme, reconozco tus ojos amarillos, tu veneno dorado y la sombra de tu corazón. ¿Has traído ya tu cántaro para que yo vierta en él toda mi vida, mi única pesadumbre y mi única estrella? Brilla ahora sobre mí, descansa ahora sobre mí para calentarme, sabes muy bien quién soy, sobre qué piedra reposa mi cabeza. Tendido, arropado en mi viejo manto, al lado de mi bolso y mi cayado, te espero. Al lado de la música que viene del mar, al lado de las frases y los arpegios de la viola. Mi túnica hilada con los colores del sueño, yo, el laudista dormido al lado del león.
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Que pasen los días A Hernán Nicholls
A qué Dios extraño te entregas ahora vagando entre tus sueños En estas inmensas estancias donde te abandonas a un olvido oscuro Ya no te reconoces entre tus jaulas intensas y terribles Ya no llega para ti la sangre ni la música de la pensativa luna Entre las aguas de la sombra eres un viajero cautivo, un rey triste que en los valles rojos puso su divino incendio y los halcones de su vida
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Ahora en estas montaĂąas hermosas y frĂas quieres ser otro, que ya no vuelva el alba, en nada crees ahora, ahora solo esperas que pasen los dĂas.
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En el viento invisible Mira a los guerreros oscuros en el viento blanco. Ahora ya eres otro, polvo en el corazón del peregrino. No reconocemos ni tu voz, ni tus ojos, ni tu traje. Deberás regresar, dispersarte hacia la aurora. Fuiste solo un sueño en el viento invisible.
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Del libro El lugar de la espera Universidad del Valle, 2009 y Ministerio de Cultura, 2015
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Caminar en la noche 1 Si vas a caminar en la noche no dejes abandonada tu sombra Herida en su amor propio la sombra toma atajos desconocidos Se anticipa a tu llegada y se tiende sobre el tapiz de los acontecimientos futuros que ella misma ha tejido Como un orĂĄculo en cuyos labios tiemblan terribles profecĂas.
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2 En el corazĂłn de la sombra murmura un espejo En las manos musicales de la sombra entran y salen otras sombras Miles de sombras caben en una sola, por eso el mar es la sombra de la nada CuĂdate de las sombras mansas En realidad no eres otra cosa que la enfermedad dormida de la sombra.
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¿Regresamos? A veces la voz nos llama y nos vamos de nosotros mismos, acudimos dejándolo todo Como alguien que abandona una habitación para después regresar ¿Quién al otro lado nos abraza? Dicen, que agachados como vendimiadores, recogemos esferas musicales y espigas a la luz de estrellas lejanísimas. ¿Regresamos? No, en realidad nunca volvemos. La vida es ese sueño, de aquí y de allá, de impalpable belleza.
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Como esa lluvia leve Eres uno de aquellos que sueñan que han vivido. Uno más, que entre las bellas sombras, se acerca hacia el crepúsculo con pies de oro. Qué lejos están ya para ti las noches y sus orillas de agua. Los senderos, donde sonámbulo y dichoso, nombrabas cada cosa. Decías huerto, decías piedra, halcón, talismán, esperanza. Y un viento delicado llegaba para llevarse tus palabras. Pero no pude ver, te digo, no pude ver a aquel de ti que tan suavemente moría, aquel que en la penumbra levantaba su brazo para señalarme una estrella. 80
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Fuiste tan fugaz, te fuiste tan pronto como esa lluvia leve, esa luz sobre los prados. Sin embargo yo sé que todavía algo de ti está en mí, porque entras a mi casa hermosamente traído por mis sueños. Porque dejas en mi corazón signos amados, levedad de palabras, ecos. Hubo un tiempo de música y amor entre nosotros, una fiesta que solo los dos comprendíamos. Sin saber ninguno de los dos que había un destino reservado para ti y para mí, un sello amargo y secreto. Y te arrojaste como un guerrero hermoso en las hogueras de la dispersión y de la noche.
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El lugar de la espera Quizás este sea el lugar de la espera. Ese lugar que nadie reconoce o recuerda, lugar manchado de alondras, lecho para un sueño cargado de divinas respuestas. Yo tuve ese sueño, recorrí ese camino consagrado, fui ese enigma. Yo sostuve esa oscura cifra bendita entre mis manos, y me dejé quemar. Yo ardí. Fui ese mendigo acariciado por la soledad y por la lluvia. Lejanos ladridos llegaron hasta mí en la noche profunda. Ahora ya no sé quién soy, dónde estoy, ya no me reconozco. 82
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Ese gusto Después no sé quién podrá seguirte. Empañaste el espejo con tu aliento más puro. Elegiste ya tu nombre, ese desconocido, ese sostenido por piedras cuando la noche nos une o nos separa. Ahora veo cómo te desnudas en las profundas galerías de mi sueño. Cómo dejamos caer nuestras ropas en torno a nuestros pies. Tibieza y rumor de la soledad y el hierro de pájaros atrapados entre espinas. Ese gusto a muerte a sombra a deseo.
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Revista de poesía Exilio
Solo yo sé Solo yo sé dónde habitas, planeta taciturno. Lejos, en las ciudades del viento, lejos, del lado más oscuro del corazón. Solo yo sé por qué giras únicamente para mí, dura piedra, moneda del agravio. Ojo transparente, mañana luminosa, piedra brillante, mediodía del mundo coronado de plumas. ¿Por qué soplas sobre mí, acaso para refrescarme? ¿Acaso para burlarte de mí y llevarme al abismo de la desesperación? Nuestros días ya no dan para más, disminuyen así como el mar en su fuerte oleaje, lejos donde los ríos y las rosas 84
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descienden silenciosos a las ciudades de la luz y del humo. Lejos donde el agua anhela la estrella y la cisterna.
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Fuente consagrada Jaula de las flechas, dolor del atravesado. Tu sueño es frío y desdeñoso por donde ascienden las águilas al abismo donde gimen tus dos almas, a la urna donde guardas tus negras flores manchadas, al rojo planeta entre sus fieras aguas. Mi amor por ti es fuente consagrada.
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Todo lo que desaparece Pasa el bosque y te ha borrado. Sin tiempo, tejes una soledad aproximada al silencio. Y en esa hora leve entregada a la noche recorres tu casa. Y miras hacia las cosas ocultas naciendo de la sombra. Tus manos tocan entonces todo lo que desaparece.
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Profetiza como un ciego mi destino En otro tiempo te azotaba el temporal, el Dios de tu sangre te ponía una máscara, una imposición de mundo silencioso, una suma de incendio en tu corazón marchito. Bebías el humo hirviente de tu alma triste, de refugiado animal, de nómada. Ahora, solo yo escucho cada uno de tus pasos cautelosos; cruzas como un sonámbulo estancias derrotadas, habitas nuevamente tu vida anterior, tu vida de fantasma. Bienvenido pues a estos pálidos días, a estas habitaciones perdidas. Abre tu vieja boca de verdugo, profetiza como un ciego mi destino. 88
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Donde todo nos entregas Entras al olvido del amanecer, a todo ese dulce peso de los reinos, a la gris voluntad que empuja tu claridad. Aunque todo lo desconoces y vuelas libre con tu silenciosa lĂĄmpara, eres luz para las aves del canto puro. AsĂ nos traes el presente cargado de apariencias para los labios amados donde todo tiene tu levedad, donde todo nos entregas.
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Del libro El libro de los รกrboles milagrosos Universidad del Valle, 2012
El libro de los senderos olvidados - Gerardo Rivera
Ahora la joven voz Ahora la joven voz hará volar al peregrino. Ahora el joven sol echará a andar con su atado de hojas y de ramas a la espalda. ¿Serás tú quien siga el fuego blanco, el helado resplandor, el vuelo sagrado de la lechuza? Ahora que la curva del camino muere entre los árboles y ha llovido y el jinete llegará a su casa dormida. Nadie habrá para recibirlo ni para abrirle la puerta, o quizás seas tú quien le extienda la mano para que las aguas niñas caigan saltando entre las piedras. Tú, con tu verde, fresca mano, cuando el viento del atardecer anuncia la llegada de la noche y el vuelo de sus fuegos estrellados.
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El viento, con sus ojos de adivino, leerá nuestro futuro en sus rutas azules. Que venga pues la joven voz del árbol, que lleguemos pronto al bosque, el bosque dirá palabras, aves hermosas, llamas doradas, y volarán las dulces torcazas de sus ojos y beberá la miel que el tiempo vierte en los sembrados de té, allá en Chicoral. “Ya todo es ayer, ya todo es ayer”, dice el invisible señor del bosque, el rojo señor del curvado pico. “Honda es la gruta donde te espera el agua y la lluvia de tu voz perdida”.
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Abandonando tu alma Solo sabes arder. Entregarte al asombro con la lentitud de un animal iluminado. Hablas al oído en el hermoso idioma de los locos, de los desaparecidos. Tu belleza se extiende sobre una tierra roja, vuelas sobre ella y bajas a beber después un poco de agua. Mi amor por ti huele como la sangre y acepta tu amor como una jaula. ¿Qué buscas aun en el crepúsculo? ¿No sabes ya que tú y yo hemos desaparecido? No fuiste tú, tampoco fueron la soledad y las palabras.
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Aquello que en la sombra nos entrega su llave muerta, su voz desnuda. Ese animal que huye dentro de ti, oscuro y rojo, con los pasos del lobo, abandonando tu alma.
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Tu vieja boca de hierro Tu existencia podría terminar en cualquier instante. Al llamado de la voz del mar gigante, a la voz de la única estrella que por ti se quema. Y no podrás evitar que la luz de tu vida se extinga y escape a borbotones como sangre irreparable y caliente. Es inútil, nada podrás hacer, no has debido llegar con tu traje de rey o de mendigo a la mesa absoluta. Muere por fin, atrapa por fin los sueños de la tierra.
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Sostenido por águilas Este es el cántaro, el tambor. El aroma de la piedra cuando cae al precipicio. El que duerme boca abajo, su corazón apretado contra el olor dulce de la tierra. El que escucha cantar, el herido por el amor, el que está sepultado bajo la estrella, el que ve crecer la soledad, la hierba. Esto la despedida, esto el amanecer, los trenes, aquello que está dentro de ti, lo interminable. Esto, lo sostenido por las águilas, por los sueños.
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Tráeme la torcaza Toma entre tus manos el resplandor, regresa desde la oscuridad, aún no es el alba. Tráeme la tibieza de la torcaza, su vuelo dorado hacia los pinos, yo pondré joyas en tus cabellos dormidos. ¿Son estas las nubes que pasan sobre los trigales? Yo comeré tu pan como lo hace el ciego, yo haré rodar la piedra oscura, la moneda, el pago a tu belleza, la copa de vino. Tú recorrerás mi casa difunta, lo más rojo, lo más frío, seguirás mi sombra perdida dentro de ti. Tráeme la torcaza, la estrella, la paloma, sigue la línea blanca, el murmullo. ¿Son estas las lunas para tus hombros nevados?
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¿Es esta tu madre la que abre la noche? ¿Quién ha muerto? ¿Quién se asoma a la ventana? Recoges las hojas, apilas la leña, enciendes la hoguera, tráeme la torcaza, la estrella, la paloma.
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Fría piedra Tenías olvido, cautela de sombra. Volabas buscando la profundidad del mar o de la noche para alejarte de mí. Desde allí dirigías mansamente tus más bellos lamentos o resplandecías en el juego mortal de las esferas. Proclamabas que no tenías nada que ver conmigo y astutamente te ocultabas de mí, como el ciervo del cazador. Aunque después, sin saber cómo ni por qué, me ofrecías el cuello dulcemente para el cuchillo del amor. Yo ya había muerto, o agonizaba por ti, fría piedra deslumbrante en la noche de los incendios y los pinares altos.
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Me entregaba a la negación, a la cobardía, rechazaba la esperanza. La terrible fiesta que habías preparado para mí.
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En los viejos árboles de la noche A Djuna Barnes
¿Qué esperabas en ese entonces de mí? Al amanecer me traías el resplandor de tu lámpara, aquello que yo deseaba tanto ver: belleza y claridad. El invierno estaba dentro de ti, dentro de mí, y en la larga vejez del mar y en las aves de la compasión. Tú dejabas en mí el amargo sabor de lo que se apaga, el humo antiguo de tus ojos. Aquello era una velocidad helada y remota, una puerta abierta por donde pasan los que deben partir. Había en tu soledad y en tu pobreza una piedra, una rosa, y después me ofrecías un poco de agua.
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Ahora pon tus dedos sobre mis labios para que yo pueda dormir, callar, lumbre remota. Para que yo pueda ver a través de tus ojos. Aunque ya nada sé de ti, tu ceguera es hermosa, ahora que pones en tu balanza el oro y la tristeza, el temor en los viejos árboles de la noche.
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Plumas, flechas negras Al cuervo de su majestad y a Julián Reyes
Primero están las plumas, negras flechas, negras noches lacadas donde se esconde la noche. Después estará su vuelo, ese salto erizado y vertiginoso que va desde la piedra invernal a la rosa plateada de múltiples puntas. Estrella negra, espejo negro, sol que nos conduce a la muerte. ¿Dejarás atrás la noche parpadeante, barnizado de ecos como estás? ¿O quedarás atrapado en ese fuego del crepúsculo, donde en vano intentas hundir tu pico en el secreto oscuro? Allí donde naces y resplandeces nace y resplandece la tormenta.
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Esa vasta prisión tuya donde estás quemándote, vara que conduce mis sueños, corona perdida donde estallan relámpagos. ¿En qué mundos te ocultas, rama seca y quebradiza, en dónde escuchas las amargas quejas del eclipse? Sabes muy bien que ya la hierba ha crecido sobre nuestra tumba, que estas manos que una vez amaron, yacen ahora y se ocultan bajo la dura tierra. Pero un día tú dijiste: “Todo esto es solo un sueño, un espejo que se ha roto en mil pedazos y que resplandece solo un instante al atardecer. Que tú ya duermes al lado mío convertido en sombra, antorcha triste.” Ahora, tendido sobre los lechos fríos del amanecer, somos ese fuego, ese olvido, y desde esta distancia vemos en la lejanía otros vuelos anidar en viejos ojos. 106
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La noche nos ha golpeado con sus alas y con la vejez del mar y ahora tus mentiras y tus verdades hacen fila en el hondo cielo de un color desaparecido, y el bello lucero de brillo inaudito, ese que yo soñé para ti, es tan solo una chispa entre nubes desgarradas. Ven ahora, escuchemos tú y yo el galope pavoroso del centauro, ahora que sobre tu soledad llueve la tristeza. Sube conmigo a lo más alto de la montaña para que el viejo fauno no nos persiga más con sus flechas. Sé lo más alto, sé el fuego oscuro, sé la escritura, el eco purpúreo del atardecer, la vacilación pura de los ángeles que los otros sueñan. Y cae después, flecha distante, rauda joya que atraviesa la voluntad helada del mar,
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y dime todo cuanto yo deseo escuchar de ti, aquello que no da reposo a los hombres y los llena de pavor y también los consuela. Muéstrales, ave coronada, el duro sello de tu afilado vuelo, ven y llévate mi corazón para que sea lavado, no deseo más esta bellísima sangre roja; lava también todas mis ropas y ponlas a secar muy tarde en el crepúsculo, la luna no se hará esperar más, mi dulce atormentado; sabes muy bien que aún no has llegado a las ruinas del alba; abre tu pico para que caigan tus semillas sagradas directamente a la tierra. Siembra ahí tu última verdad, no me mires más desde tu altura; no mires más desde allí las viejas torres, los bosques y las aldeas ahogándose en una leche de amanecer. Cruza los mares en este día neblinoso, sé la flecha y vuela para mí. 108
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Que sean para mĂ tus hermosas plumas negras, mi hermoso pĂĄjaro de las tumbas. O canta como el verdugo, atraviesa por fin y llega hasta mĂ, desde tus mares desolados.
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Ángel Ahora es de día, pero yo solo amo la noche, la hermosa catedral de la muerte donde estás destruyéndote, estruendo que alcanza mis pies que tienen frío, mi corazón, mis ojos, mis manos que tienen frío. Pero me despierto y siento una tibieza y entonces te amo, y en eso consiste mi amor por ti. Yo te digo, si vas a morir, bebe la oscuridad del agua, bebe en la copa de barro ese licor que yo destilé para ti. Inclínate después hacia el oriente, inclínate hacia el lago venturoso, haz brillar para mí tu resplandor, las ceremonias de tu hermosa locura y de tu maravillosa ausencia.
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Bendíceme ahora, bendíceme y me quedaré dentro del astro donde tú y yo estamos quemándonos. Hazme un lugar en tu belleza, esa en donde no hay misericordia. Eras una inmensidad, una alucinación, una desesperación. Aparecías en mitad de la noche iluminado de nefastos proyectos. Tu belleza era el verano que yo bebía dichoso. Después del amor me apartaba de ti arrastrándome, súbitamente envejecido, hacia la negación y la ausencia. ¿Qué otra cosa podía hacer yo si hablabas para el sol? ¿Si ya solo eras ese recuerdo que quemaba mi corazón? Despídete pues de mí, alárgate como la serpiente, hazme reverencias de príncipe o de mago. Abriré la puerta, echa a volar, elévate y desaparece.
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Del libro Los vinos del desterrado Instituto de Cultura de El Carmen de Viboral, 2014 Libro ganador del VII Premio Nacional de PoesĂa JosĂŠ Manuel Arango (2012)
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Tú ya no eres Tú ya no eres. Abres o cierras el árbol azul sobre la tristeza y la muerte de los pájaros. Sé aquel que llega al amanecer, el expulsado del Paraíso, el humo que en la noche escapa desde la cabaña encendida. He visto caer joyas de nieve sobre los prados del olvido, he visto el espejo. ¿Quién eres tú? ¿Aquel que en vano llama a las estrellas? ¿Aquel a quien ya nadie escucha? Veo las pálidas flores, veo el destino cuando echa a volar desde el oro vertiginoso del tiempo. Veo el espejo.
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Allí donde la luna se levanta Trataré de alcanzarte, de tocarte, de ser como tú eres. Lo digo por el viento de las urnas, por la rosa de la sombra. Tú, mi prisionero, lejana ceniza de mis días, ya no sé quién eres ni quién a esta hora golpea a mi puerta. ¿Eres solo la dura sentencia de la noche? ¿Aquel que pone sus palabras como chispas allí donde la luna se levanta?
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Bosque estrellado Ahora que te aprestas a pagar con crecidas monedas de oro a la púrpura, al sueño de la mariposa, tú, el desterrado ante las últimas cumbres y la última puerta, inclina la copa. Que el vino se derrame sobre la tierra de alas muy viejas. Sé siempre el solitario. Habita para siempre el bosque estrellado.
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Bebe pues el agua ¿De dónde vienes? ¿Vienes acaso a visitar a mis hijas nocturnas, esas que llevadas por alas poderosas tejen un mundo de fuego y olvido? El sol ha oscurecido ya y la vida se rasga sobre un musgo negro y frío. La vida es solo eso; tan solo te es permitido arrastrarte como lo improbable, como lo imposible. ¿Sí ves? Ahora ellas callan. Bebe pues el agua nefasta que te es ofrecida.
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Bocas de olvido Vuelan, pasan arriba de nosotros las palabras, muertas palabras, pájaros, hojas de la primavera. Tú duermes también en lo imaginado, en ese país invisible que ya pasó con labios de seda. Arrójalas al viento: son dulces piedras, bocas de olvido.
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Regreso Los recuerdos llegan como pálidas flores. Echa a rodar tus joyas sobre la mesa, los hilos brillantes, el oro del tiempo. Recuerda las islas perfumadas, el olor a sandía, los espejismos y el viento entre los olivos y los templos. Llegará el otoño, desaparecerán las islas azules en el mar blanco. Expulsados del paraíso, pájaros oscuros nos señalarán el regreso al polvo y al olvido.
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Polvo y olvido Serás aquel que llega al amanecer, serás el humo que escapa en la noche desde la cabaña encendida. Aquel a quien ya nadie escucha, aquel que llama a las estrellas, joyas de nieve sobre los prados. El expulsado del paraíso, aquel que nos señala el polvo y el olvido.
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Una a una las estrellas A Darío Henao
Ahora háblame, abandona tu cabaña encendida y háblame. Lilith, la hermosa, yace en su sueño; el árbol remoto ha dicho ya sus palabras y el agua es piedra o sombra. Ahora que ya todo está en su inmóvil música y hemos abandonado para siempre nuestros viejos palacios, háblame, desaparecida. Toma un puñado de las cenizas de la noche y ofrécelas después al bosque y al espejo. A la que cruza los prados blancos de neblina, a la luna escondida detrás de tus sueños. Háblame del altar y el sacrificio, de las torcazas dobladas en la muerte, de las ofrendas de la sangre y el fuego. 122
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Háblame del silencio que reposa en sus copas de oro, de la noche que es música y resonante cuerda. O toma mi mano y caminemos juntos por estas tierras del eclipse rojo. O hazme el conjuro de las chamizas y de la taza de agua; esta es la hora azul, tráeme tus pájaros. ¿Será de plata este largo camino, este mar lejano? Yo vendré a buscarte en la lluvia de tus ojos antes del alba, antes de los animales fantásticos. A la hora de la danza. A la hora en que apagas silenciosa una a una las viejas estrellas.
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En este único lugar La respiración de mi madre y su taza de agua y aquello que ella dijo alguna vez, son prueba de un amor alejándose. Viejas arenas y verdades de lo que ya no está aquí. El viento es solo una amarga bandera de brillantes estrellas. En este único lugar del naufragio.
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Convertidos en lluvia Atravesarás el desierto como si estuvieras vivo. La luna iluminará el león de tus sueños. Al espejo llegarás inútilmente como un astro cansado de tanto morir. No verás más el sol sobre los prados, la dulce mano azul que acaricia las hojas. Habrán partido los días del ayer convertidos en lluvia para tus ojos de tierra.
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Revista de poesía Exilio
Los vinos del desterrado El alejado ha bordado la nieve del precipicio. Todavía la mano bendita es azul en mi garganta, pero los pájaros cantan tristes en la sombra lunar, espejos que conducen al bosque irremediable. Joyas para celebrar el invierno, oscuros prados donde el otoño sangra los vinos del desterrado.
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Del libro El libro del bosque invisible Secretaría de Cultura de la Gobernación de Norte de Santander, 2015 Libro ganador del Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus
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Rescoldo Apaga tu boca contra mi negra palidez alimentada por el hermoso precipicio de la noche, por tu vuelo ciego. Todo cuanto un día dijiste está aquí, como pesada carga de tierra, oro y rey del otoño. Y el olor erizado de la hierba en tu pecho creciendo a cada instante desde su profunda oscuridad. Fuego que fue una estrella, rescoldo tibio aún, en manos del atardecer.
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Llévame Llévame hora, gota oscura, desciende dentro de mí. Desciende sobre el viejo de la montaña, bosques para su soledad, para la sal que atesoran sus manos. Bebe con él la fría copa del agua absoluta. Antes del sol, por los caminos del alba. La hierba y la lluvia mojarán sus pies.
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¿A dónde me llevas? Llegas al miedo y al dolor extendido en un gesto. Y te mueves perseguido por la tierra o por la luz inextinguible, bestia, roca o pájaro. ¿A dónde me llevas? ¿A un amanecer de aguas o de sombras, al límite remoto, al vuelo herido de la rosa? Todo en ti es un profundo río, un pálido silencio, un recuerdo. Eres ese fuego que cae sobre mi corazón lastimado.
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Tal vez vacías No deseas regresar, volver. Una vez tuviste en tus manos el peso de la tierra. ¿Cuántas veces miraste hacia arriba y viste cómo se abría el velo de la noche, azul y solar al mismo tiempo? Todos y cada uno de tus pensamientos, desvanecidos como hojas que caen al invierno, hermosura desaparecida. Ese fue tu tiempo real, cuando vivías convertido en agua, en pájaros, en piedras; y seguiste tu camino remontando la lluvia y la luz, fabricando unas palabras, tal vez vacías.
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Para recordar Estoy dentro de ti porque simulo ser el día o la noche. Caballo de tus sueños, lluvia que llega a vestirte de vientos y hojas tristes. Ya no eres río tempestuoso; eres el viejo que abre puertas y después las cierra, callándose. Los días enlutados te vieron volar, días nublados y espesos sobre los cielos grises. Acumulabas tus sombras, tus hojas y tus ramas dentro de ti. Tu corazón no ha pasado aún, te esperan; otro alguien estará dentro de ti. Ahora tienes un hermoso y viejo cansancio, una libertad desdichada o azul. Cierras los ojos para recordar.
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Piedra luminosa Me muestras tu corazón sigiloso, el tapiz de tu carne pegada a la vejez. Dame entonces la música que brota derrotada. Lo rojo, lo verde, la compasión. Y cúbreme con ese manto de polvo que llega desde la nada. Tapa mis pies y sube. Sube hasta que seamos dos estatuas silenciosas, dos hombres de tierra. Estampa, sella con fuego los claros, puros huesos de la noche. Sé como el clarín o la alondra en tu clamor de piedra luminosa.
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En lejanas colinas He llegado al último río, al río de la luna sepultada. Triste, como la pálida mirada de las dos hermanas mientras los bellos muertos pasan. Acompáñame hasta aquí, postrera sombra, espada muerta, bellísima copa. Déjame entrar al agua en su trono de siglos, a tu hogar prohibido. Deslúmbrame con esa luz solar que aún resplandece en tus ojos. Déjame escuchar al corno lejano, al cazador, escuchar la lluvia que cae y a los vientos desgarrarse muy altos en lejanas colinas.
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Revista de poesía Exilio
Colmada de luz Ahora, cuando el atardecer pasa llevado por sus pájaros Cuando el sol se despide con su mano de oro Déjame ser como tú eres, tal vez un sueño suave y lejano Tal vez un inmortal o la torcaza que atraviesa las ruinas buscando el agua interminable O la copa del amanecer colmada de luz y de belleza.
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Otros sueños Seguirás solo este atardecer, entrarás como un ciego a los templos dorados dejando atrás ese nombre tuyo de ayer, incomprensible. Ya no te bastará ese sol desde donde ahora te despides. Seguirán para ti otros jardines, allí en la noche que se aleja cada vez más de ti. Ahora ya solo sabes callar, ignorar, atormentado por el enigma. Ya no tienes para ti el rumor del fuego; agua y memoria eres. Quedaron atrás las voces amadas. Acepta pues la inmóvil máscara, ya nada importa. Ella traerá para ti los otros sueños.
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Lanzará sus flechas Sé que no debo amarte, claridad de la noche, sombra dormida. Me lo prohibieron tus hermanas, las tejedoras, las bailadoras, las que hilan con todo su amor entre los vientos fríos. Yo, que fui tu perro fiel, tu sirviente, tu difunto esposo. Ya no hay ningún regreso para ti ni para mí, ninguna tierra. Llévame ahora, levántame en tu vuelo, abre tu manto para que pueda ver tu herida. Arriba, el arquero divino tensará su arco, lanzará sus flechas.
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Alúmbrame Alúmbrame, vieja señora, abre la puerta, entra con tu aliada ladradora. Desborda los espejos donde duermes, donde descansa tu espada. ¿Fui acaso el rojo vino que vertió tu copa? ¿Acaso tus rojos murmullos iluminaron los senderos del amanecer? Fría es esta brisa que ahora me llega de ti y hace danzar hojas oscuras. Tuya es la nieve y el pasado que caen sobre el hondo guerrero dormido, ese que desnuda su amor en las profundas cavas de los sueños mortales. Tuya esa lejana ley, ese sol descompuesto. Son tuyos esos viejos enigmas.
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Contenido A lo largo de las estatuas de octubre No iré hacia ti, olvido Una canción de Jethro Tull a Charlie Pineda Para mí no has ardido lo bastante Lo que nunca sabrás Los ausentes, los dormidos Destino del viajero No vayas a herirme Es solo la ausencia de la tarde anterior El día se despierta El verdadero viaje para ti Suavemente, sin decir adiós Yo sé que tú te alejas
9 10 12 13 14 16 17 18 19 21 22 23
El viajero de los pies de oro Creo en ti Parque Nadie sino la lluvia El alba huele a pan De sombra estás hecho Desde el abrazo de la negación
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Ven silencio Abandonando tu alma La coronación o la aurora Conducida por la estrella Que un día fue tuyo Esa casa de polvo
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Una nada cubierta de hojas Y de nosotros huye Tú, que despiertas La sombra del viajero Es como si te hubieras ido En aquella casa del verano Una nada cubierta de hojas Qué nos importa ya El engaño Hablar a solas ¿Qué podrías esperar de la noche? Al lugar donde las piedras sangran
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Anterior a la penumbra Al viento puro En el comedor vacío Sal a caminar ahora Ha sellado sus labios 142
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Bajo el agua 66 Tu música en mí 67 Rojo señor de curvado pico 68 Destino 69 Aquel país de octubre 70 Sueño del laudista 71 Que pasen los días 72 En el viento invisible 74 El lugar de la espera Caminar en la noche ¿Regresamos? Como esa lluvia leve El lugar de la espera Ese gusto Solo yo sé Fuente consagrada Todo lo que desaparece Profetiza como un ciego mi destino Donde todo nos entregas
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El libro de los árboles milagrosos Ahora la joven voz Abandonando tu alma Tu vieja boca de hierro
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Sostenido por águilas 98 Tráeme la torcaza 99 Fría piedra 101 En los viejos árboles de la noche 103 Plumas, flechas negras 105 Ángel 110 Los vinos del desterrado Tú ya no eres 115 Allí donde la luna se levanta 116 Bosque estrellado 117 Bebe pues el agua 118 Bocas de olvido 119 Regreso 120 Polvo y olvido 121 Una a una las estrellas 122 En este único lugar 124 Convertidos en lluvia 125 Los vinos del desterrado 126 El libro del bosque invisible Rescoldo 129 Llévame 130 ¿A dónde me llevas? 131 Tal vez vacías 132 144
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Para recordar 133 Piedra luminosa 134 En lejanas colinas 135 Colmada de luz 136 Otros sueĂąos 137 LanzarĂĄ sus flechas 138 AlĂşmbrame 139
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