"MONTUNO" Hernán Vargascarreño. 2a. edición, ampliada Ediciones Exilio.

Page 1


Montuno


Hernán Vargascarreño

Montuno

Bogotá - Zapatoca - Santa Marta 2018


Montuno © Hernán Vargascarreño ISBN: 978-958-56470-0-8 Ediciones Exilio: fundacionexilio@gmail.com Primera edición: marzo de 2016 Segunda edición: febrero de 2018 Tiraje: 1.000 ejemplares © Fotografías de portada y contraportada: El Cañón de Chicamocha, por Guillermo Hidalgo. Correo electrónico: aguila.21@hotmail.com Impresión: Editorial Gente Nueva Tal 3202188, Bogotá D.C. Los poemas de la presente edición pueden ser reproducidos por cualquier medio siempre y cuando se pida su permiso al autor a quien pueden contactar en el correo fundacionexilio@gmail.com


e Una sed que no es de agua En algún lugar de su enciclopedia Novalis se pregunta si el lenguaje es una secreción. Tal vez el lenguaje no lo sea, pero la poesía tiene el deber de serlo, tiene que brotar de nosotros como el sudor, la saliva y la lágrima, haber pasado por nuestros nervios, por nuestros músculos, ser fruto de unos metabolismos, de unas emociones, de unas realidades profundas del ser. En Morada al sur Aurelio Arturo destiló en lenguaje sus valles del sur, sus montañas, sus árboles, sus palomas, sus noches embrujadas por relatos y estrellas. En este libro, Montuno, quizá tan importante como Morada al sur para nuestras letras, Hernán Vargascarreño ha destilado en palabras la sustancia de sus cañones del oriente de Colombia, un mundo mineral desolado y antiquísimo, la experiencia del vivir de unas gentes que no nacieron en las montañas Montuno

5


sino que son las montañas en que nacieron, que no orillan el abismo sino que experimentan en su alma el abismo, que no presencian la dureza sino que están obligados por la vida a ser esa dureza y esa sombra. Su mundo es una lucha silenciosa de la luz con la piedra, frente a un hilo de agua vertiginosamente remoto que alguna vez fue algo más porque es fuente de miedo. Uno de esos hombres es silencio, el otro es avidez, el otro es desconfianza, el otro canta, sabe ver lo invisible. Y a veces hay un niño que trata de entender ese mundo, que aspira a la alegría, a la tentación, a la ternura y al color, y sabe que está condenado también a ser sombra, como sus mayores. Sobre la sombra chispea la vida, en sonrisas, en claridad de leche, en cortezas vegetales, en flores moradas, pero los hombres no pertenecen al reino de la alegría, ni de la posibilidad, ni de la dulzura. Se casan con la certeza de que tendrán sembrados y llenarán de hijos las montañas, pero no serán felices, Estas sombras no están hechas para esas finuras. Eso es oficio de gentes de pueblo. 6

Hernán Vargascarreño


Y sin embargo, hay algo que no se atreve a llamarse felicidad pero que es un profundo sentimiento de pertenecer, una identificación casi total con la piedra y la sombra, con el abismo y sus tentaciones, con los grandes árboles y sus cantos de pájaros, y que nos hace preguntarnos si sí será felicidad lo que viven esas gentes de pueblo, a las que el poema alude, tan lejanas y tan livianas, que no parecen pertenecer al mundo ni participar de su suerte. En algún momento de su fuga desesperada Rimbaud escribió en sus cuadernos: Si algún gusto me queda todavía Ya casi es solo por la tierra y las piedras.

En su caso, el amor por la piedra era el último refugio de una sensibilidad desencantada o perdida. El montuno de estos poemas no siente ese gusto residual por la corteza mineral del planeta, sino un amor apasionado y profundo. No es un contemplador de los áridos cañones desolados a los que se asoma como una ofrenda un manojo de flores moradas: él es ese cañón, ese peñasco, la sombra en la que comienza el abismo, la tentación de la caída, el hilo Montuno

7


sinuoso del agua elemental que corre allá abajo, vertiginosamente lejos. Su mundo no es geología, ni botánica, ni zoología, ni paisaje, su mundo es una amalgama, un misterio hecho de carne y de piedra, de voces y de luces, de sombra y de vértigo. Un mundo cuya primera luz es de desolación y de sombra, pero que se abre a quien sabe vivirlo con una inesperada riqueza. No avanzamos por el libro cambiando de tema sino ahondando en él, en sus mensajes y sus sensaciones. Tal vez al final no habremos salido de la primera visión, pero estará ahora llena de detalles, inadvertidos al comienzo. Solo después de la primera visión, poderosa y abrumadora, de enormidad y de desolación, de devastación y vacío, empezamos a ver detalles tan llenos de color y de vida que ya más bien nos desconcierta esa impresión inicial. Ahora entendemos que la sombra era la conjunción de todos los colores. Parece sombra cuando la corta la luz, pero es verdor de árboles, animales salvajes, cantos de pájaros, silbidos de serpiente, tormentas, el rayo que cae y fulmina 8

Hernán Vargascarreño


la vida generadora que duerme sobre la tierra, los hombres mismos. Y si estos apasionados hombres de piedra y de sombra, de árboles y de serpientes, de caminos y de cuchillos, idénticos a los que hicieron la Biblia y las Mil y una Noches, no saben ser alegres, es porque no pueden vivir sin el monte: Más allá de sus límites, dice el poeta, Ya no somos, no sabemos ser.

El poeta sabe decir poderosamente lo que son: Nosotros, que somos oscuro zumo y sombrío semen de estas montañas.

Cómo conocen minuciosamente sus rumbos: El camino mil veces hecho lo sabemos de memoria.

Y cómo recorren la ruta prefijada y vuelven Cuando los montes cantan su desolada canción mientras van engullendo la noche.

Hay después, en el libro, una sección que se llama Caminos, otra que se llama Páramos y otra que se llama Trenes soñados. Pero las tres están Montuno

9


hechas para acumular visiones y aristas sobre estas piedras vivas que son los montunos, quizá los últimos hombres del mundo, los últimos que pertenecieron a la tierra, antes de que la tierra cayera en manos de esto. Porque una violencia atroz se cierne sobre todas las cosas, no una violencia solo contra los hombres, una violencia contra las hierbas y los manantiales, contra las rocas y los gajos de flores que se abren: Flores de mayo ofrendadas al vacío pavoroso.

En este mundo elemental, duro y terrible pero misterioso y pródigo, todo es ofrenda y todo es canto, todo es ritual y todo es significativo. Si no abundan las palabras es porque cada una cuesta como una perla de sudor o una lágrima. Estos montunos no son habitantes casuales de unas urbes sin alma, son cachorros de la naturaleza, de su rudeza y su alimento, ellos ven en la niebla: Esos vahos de los dioses que no abandonan a sus hijos relamidos por el monte y aromados por sus almizcles de sombra.

Que saben de la vida y no sienten el miedo de los débiles sino el temor poderoso, el temor 10

Hernán Vargascarreño


verdadero, el temor al misterio de un mundo que está en realidad en nuestro interior: Y no sabemos qué nos causa más temor, si el eco de los gritos de los pájaros que no se ven, si los filos transfigurando sus siluetas, si las neblinas engullendo tenebrosamente el mundo o las sombras todas del universo, suaves serpientes que se deslizan en silencio y anidan pecho adentro.

Ellos no tienen miedo de la muerte. Cuando llegan a la ancianidad Todos los días se mueren pero siempre lo olvidan

Tienen, como los compadritos de Borges y como los skaldos de Islandia, como los tatuados maoríes o como los hombres de la arena y del hielo, la familiaridad de la muerte, muerte que dan y que reciben. Hay un poema muy poderoso y terrible que se llama Cuchillos. Nos dice que la muerte es un poder, que en esos montes el cuchillo es la hombría, que del trabajo con el cuchillo brotan los pensamientos. Que hay como un hombre tácito en el cuchillo, Montuno

11


porque esa línea de metal y de luz es en ese mundo el límite entre dos machos. Pero detrás de todo hay un dibujo mitológico: hay una forma que da la vida y que la quita. De allí la ambigüedad de este lenguaje que no describe sino que revela: Por eso lo respetamos tanto, por eso nunca lo mostramos y lo acariciamos en secreto como algo sagrado.

Entonces comprendemos que esta visión de los hombres de piedra y de sombra del Cañón del Chicamocha, es también una visión de la humanidad y de sus rituales eternos, de su herencia de guerras y de diásporas, y el que tiene el cuchillo piensa afilándolo: En la vida de otro hombre, tan oscuro como yo.

En ese límite que separa también se unen los contrarios, sombra y luz, piedra y vida. Tan brillante él, pero tanta sombra que hace. Caminos y Páramos hablan copiosamente, a pesar de su austeridad, del vértigo y de la niebla, de esas casas abandonadas a las que 12

Hernán Vargascarreño


sostiene el olvido, de los montes humanizados que condolidos por la pena de sus hijos que huyeron no quieren hacer eco de sus lamentos, de los gritos de los gavilanes que ahondan los desfiladeros, y del silencio que es también una forma de la atención, de la vigilancia, de la extrema prudencia: Nadie pronunció una sola palabra durante esa hora de miedo ante el abismo que nos llamaba para tragarnos en sus entrañas.

Con todo, hay un poema central en este libro, hasta el punto de que todo lo demás parece gravitar en torno a él. Se entiende que en un poema que parece estar lleno solo de hombres que son piedras y sombras, una mujer es la clave no solo de la supervivencia y de la resistencia sino también de la esperanza. Es un diálogo de la madre y del hijo que han emprendido la ruta del destierro, y se llama precisamente Caminos del destierro. En este punto alcanza el libro al mismo tiempo su terrible actualidad colombiana y su dramática intemporalidad humana. Se advierte en él la misma estructura de El rey de los silfos, de Goethe, la vieja leyenda del padre que cabalga con su hijo en la noche huracanada Montuno

13


y del pequeño que le describe a su padre, que no puede verlo, el peligroso jinete que está a punto de arrebatar al niño hacia el reino de las sombras. Curiosamente, mientras en el reino de hadas de la imaginación germánica avanza hacia un desenlace fatal, en este mundo de desolación y de dureza, el desenlace más bien está lleno de esperanza. En todo parece brillar una promesa: ante las quejas del niño, la madre habla de ofrendas y de un sentimiento poderoso de pertenencia al mundo; el niño habla del tiempo que huye, la madre de la necesidad del canto; el niño recuerda el hecho trágico que precipitó la partida, la madre dice con entereza: Sí hijo, la sombra de ese aullido y el peso de ese trueno es lo que nos impulsa.

El poder de esa esperanza llena el poema de fuerza y permite leer en sus versos no la búsqueda de otro mundo sino la búsqueda de otra manera de vivir en el mundo. Quizá por eso ella formula esta sentencia misteriosa: Hacia allá vamos mientras seamos el camino.

El niño concluye: 14

Hernán Vargascarreño


Ahora recuerdo claramente: Lo habíamos perdido todo, y sin embargo, algo resplandecía al final de la jornada.

La sección última, Trenes soñados, está toda llena de esas promesas mágicas. William Ospina Octubre de 2017 Librería Luvina, Bogotá

Montuno

15



Montuno

Al Cañón de Chicamocha Crece más el monte cuando deseo Cuando pongo las manos donde despertábamos Luis Alberto Crespo



Hombres de sombra Es la hora en que por estos montes de dios van sus hombres de sombra vadeando al oscuro a iniciar su jornada. En los abajos de nadie a la luz se la traga el cañón rocoso esculpido por la quebrada silenciosa, esa que causa tanto temor. Siempre sombras para estas montañas. Su única luz, la sonrisa de las muchachas mientras ordeñan las vacas o despulpan el café. El niño que las observa para aprender esos oficios, hace tiempo también es sombra.

Montuno

19


Jornaleros Tengo cuatro hermanos hombres que trabajan de jornaleros con toda la hombrería. José es un fruto silencioso que me habla solo con mirarme. Me está enseñando a callar. Más alegre en cambio es Horacio, que se enfiesta fácilmente y no le apena enamorar mujeres en el pueblo. A escondidas, me enseña a contar sus monedas, que nunca le faltan. A Jorge le dieron los dioses una mirada torva y desconfiada, y trabaja como un mulo sin chistar palabra. Le gusta que lo observe afilar su cuchillo para enseñarme a mejorar mis técnicas. Arturo tiene la manía de dejarse enredar por las nubes y pareciera que se fuera con ellas cuando habla con los pájaros. Es el que me enseña a cantar y a mirar las cosas que no veo. Yo los observo a todos, brillantes en su sudor, curtidos y olorosos a tierra, mientras comen y sorben el café cerrero de estas montañas. Cuando los domingos en la mañana los cuatro aparecen 20

Hernán Vargascarreño


del pozo, recién bañados, serenamente altivos, se me figura que así deben ser los ángeles esos de los que me habla la nona. Todos llevan el mismo dejo de lejanías de nuestro padre: me quieren a más no poder, pero no lo dicen. Yo estoy aprendiendo a eso.

Montuno

21


Cuchillos Con este cuchillo he matado varios animales, he capado verracos y he abierto exquisitos frutos -nunca quisiera matar a un hombre. Siempre lo llevo al cincho. A los seis años me lo entregó mi padre: Esa es su hombría mijo, a cuidarla. Cuando lo afilo en silencio, brotan de la piedra mis extraños pensamientos, los que voy afilando también para mis futuros días. Cuando lo hago brillar poniéndolo al sol, pienso en la vida de otro hombre, tan oscuro como yo. Apenas tiene unos centímetros, y sin embargo, es el único límite entre dos machos de estas montañas. Por él se nos va la vida en un instante. Por eso lo respetamos tanto, por eso nunca lo mostramos y lo acariciamos en secreto como algo sagrado. Tan brillante él, pero tanta sombra que hace.

22

Hernán Vargascarreño


Ancianos En esa sombra de casa vive una pareja de ancianos. Todos los días se mueren pero siempre lo olvidan. Ya no tienen perro ni animales, nada mueve el rancho. Tenemos que venir un día de estos a desyerbar sus patios. Pasemos en silencio para no despertarlos… Así, cogidos de la mano y dormidos sobre aparejos, no saben que existen aunque exhalen sombras. Mejor para el rancho, que ya los sueña en otro mundo pero por costumbre los sigue cobijando para no dejar morir sus muertos.

Montuno

23


Herencia Este monte que baja hasta la quebrada, no podemos tumbarlo. Así lo dejó dicho nuestro padre. La montaña necesita su oscuro, nos decía. Ahora que nos volvimos hombres entendemos lo que defendía. Las sombras de estos montes de inmensos árboles, los rastros de sus animales salvajes, los cantos de sus pájaros y los silbidos de las serpientes, las tormentas que se empecinan sobre tanto oscuro, y nuestro padre, reventado por un rayo seco mientras dormitaba sobre una piedra, somos nosotros mismos. No podemos destajarnos de estas tierras que no están hechas para hombres alegres. Aquí está nuestro sino de sombras, aferrado a estos confines del mundo. Más allá de sus límites ya no somos; no sabemos ser.

24

Hernán Vargascarreño


María Lucía La María Lucía ya deja asomar las ganas de un hombre. Ya no nos mira a los ojos porque nos sabe sus hermanos. Pero nos atisba el torso desnudo y sudado cuando rajamos y cargamos leña, se alela por momentos en nuestras grandes manos callosas, y hasta la he visto oliendo mi sombrero mientras descincha mi bestia. La María Lucía pasa ahora como una sombra entre nosotros, que somos oscuro zumo y sombrío semen de estas montañas. María Lucía precisa su luz bien lejos, al otro lado de las cordilleras, donde hay valles y sol, y los hombres pueden ser tan alegres como sus perros.

Montuno

25


Las bestias Arreamos las bestias pero en realidad arreamos nuestros propios silencios. El camino mil veces hecho lo sabemos de memoria. No hay desvíos ni esperanzas de voltear al mundo. Una música nos espera en el pueblo. Una cama de alquiler y unas monedas para el placer con las hembras. Afuera, las bestias nos esperan en su sombra como la silueta de un sino que nos pertenece. Camino a casa, por estos montes de silencio, el recuerdo se nos vuelve un guindajo de nada al pensar en el aroma de las mujeres alquiladas… y tenemos que sacudirnos las sombras para recordar que somos. Lo mismo hacen las bestias cuando relinchan y se sacuden de estos caminos solitarios, ya cayéndonos el oscuro encima, cuando los montes cantan su desolada canción mientras van engullendo la noche.

26

Hernán Vargascarreño


Matrimonio Dentro de quince días me caso. Luisa María, la hija de los Carreño, de grandes cejas negras, me ha mandado a decir que sí. Tres veces medio nos hemos visto de cerca. Tres veces ha temblado mi hombría. Vendrá a mi casa ataviada de su belleza y de sus largos vestidos de holán plisado; compartirá mi camastro y me volverá un poco más alegre; nos llenaremos de hijos llamados por estas montañas, aumentaremos la vacada y los sembradíos, pero no seremos felices. Estas sombras no están hechas para esas finuras. Eso es oficio de gentes de pueblo.

Montuno

27


Filos Es la hora en que las montañas ocultan sus filos tras las neblinas, esos vahos de los dioses que no abandonan a sus hijos relamidos por el monte y aromados por sus almizcles de sombra. Y no sabemos qué nos causa más temor, si el eco de los gritos de los pájaros que no se ven, si los filos transfigurando sus siluetas, si las neblinas engullendo tenebrosamente el mundo o las sombras todas del universo, suaves serpientes que se deslizan en silencio y anidan pecho adentro.

28

Hernán Vargascarreño


Dos hombres (Tienda de la Vereda Loma Redonda, entre Zapatoca y San Vicente, circa 1971)

Dos hombres, solo honor, destajan el aire con sus cuchillos ante la campesinada silenciosa que los observa. Son dos sombras brutalmente enfurecidas envueltas en la polvareda que levantan y solo se detendrán cuando hayan marcado el día con la muerte. Toda la violencia del mundo que presiento y temo en mi propio cuchillo, muestra ahora su terror ante mis ojos. Luego de varias heridas, los dos se tasajean los vientres al mismo tiempo. El brillo de sus armas caídas se oscurece y en vano intentan detener sus vísceras entre sus manos. Recostados de frente, uno al otro, van cayendo ante toda la sangre del mundo entre un lento abrazo agonizante. Mi tío Pablo no me ha dejado ir a mirar sus rostros, pero mis primos mayores me contaron cómo es el gesto de la muerte. Pronto el polvo se beberá la sangre y borrará con el tiempo toda huella. Lo que en verdad cuenta para esta hombrería, Montuno

29


es aquel asunto del honor, que ha salido intacto para tranquilidad de los parroquianos. Sucedió a mis once años, pero medio siglo después dos hombres siguen acuchillándose en la polvareda del tiempo.

30

Hernán Vargascarreño


Tres pieles Hace una semana cuelgan de la cerca de la huerta tres pieles: la de un tigrillo, la de un tinajo y la de una serpiente. Todos cayeron en los tramperos que los hombres ponen entre los sembrados montaña abajo. Al menos no les dejaron sus cabezas para que no me miren desde su muerte. Paso frente a ellos y en secreto deslizo mi mano sobre sus pieles: siento algo bello, pero no sé qué es. Luego me huelo la mano para sentir sus almizcles, para ver si logro entender, y me gusta ese olor animal, a guaridas. El tigrillo arquea su lomo al acariciarlo. El tinajo me deja rozar sus rayas blancas para indicar que no es peligroso. Y a su lado, la serpiente de vivos colores me alerta sobre su veneno. Parece que todos estuvieran a punto de saltar la cerca de la muerte y casi lo están logrando. Me gustaría que pudieran hacerlo.

Montuno

31



Caminos Porque el fruto no es puerto sin rumbo entre las aguas, sino estaciĂłn secreta de la carne; Ă­ntima paz de cotidiana guerra donde reposa el viento silvestre y revestido de accidentes geolĂłgicos y espesos. Eunice Odio



La casa Al remontar la montaĂąa una casa abandonada se sostiene apenas en los delicados hilos del olvido. Los montes, condolidos por la pena, evitan cualquier eco de sus lamentos y los engullen en sus neblinas para mitigar en algo el duro paso de los peregrinos. El viento, como una forma del tiempo, ya ha destrozado puertas y ventanas, y entra y sale a su antojo transfigurando las quejumbres del abandono que se esfuman ladera abajo haciendo rodar sus huesos invisibles.

Montuno

35


Arbusto Un arbusto retorcido y enraizado a la peña del desfiladero se sacude casi alegre y luce sus primeras flores de mayo ofrendadas al pavoroso vacío. Mínima y vasta ofrenda para el cañón que apenas divisa desde abajo sus ramas al viento: leves manos de un dios inalcanzable.

36

Hernán Vargascarreño


Cañón Mientras bajamos los estrechos caminos abiertos sobre la montaña empinada, y abajo el río solo semeja una delgada ilusión de plata, los gritos de los gavilanes ahondan los desfiladeros pero más ahondan el silencio de nuestros propios espantajos. Nadie pronunció una sola palabra durante esa hora de miedo ante el abismo que nos llamaba para tragarnos en sus entrañas. En los pechos agitados solo cabían esos gritos fantasmaseados por el gran cañón, los mismos que ahora, después de tantas jornadas, siguen horadando el tiempo, hollín impregnado a las paredes del recuerdo. Montuno

37


Sombras Cuando llegamos a la cima y atisbamos el primer recodo del camino que baja entre neblinas, vimos ya sin asombro que nuestras sombras iban adelante, algo lejos, ya perdiéndose en el recodo. Nos guiaban a su manera para cuidarnos de los peligros de caer a los abismos. Nosotros las seguíamos a nuestro ritmo, recelosos, cuidando de no perder sus siluetas, no fuera que una de ellas se desbarrancara y por pura hermandad se llevara nuestros cuerpos.

38

Hernán Vargascarreño


Montañas Estas montañas, extremidades del mundo abandonadas a su propio sueño en medio del caos que es el orden geológico, nada piden a cambio cuando pasamos sobre sus lomos. Con sus arbustos mínimos van dando testimonio de que aun respiran, de que aun vibran en sus bichos rastreros y se otean a sí mismas en sus gavilanes. Por aquí no pasa nada salvo ripios de la memoria del mundo. A ellas nos entregamos midiendo lento nuestras fuerzas, agotados, fatigados bellamente mientras respiramos sus helados venablos de viento herido. Con solo sabernos sus peregrinos les basta para sus arriesgadas geografías, tan hermanadas ellas a la rastredad de los hombres. Montuno

39


Tumbas Estos montículos de piedras ordenadas a manera de tumbas asomándose a los precipicios, son el recuerdo de hombres que han caído a los abismos. Algunos se van desmoronando con el abono del tiempo, otros ya casi desaparecieron. Las piedras también suelen buscar sus abajos, quizá para ocultar los huesos de sus muertos, para evitarle a las montañas y a los vientos el espectáculo de sus gestos despiadados. Este de piedras grises apenas lo acaban de erigir. Es un hombre recién cayendo dentro de su propio sueño, solo, sin las ataduras que aún amarran nuestros pasos.

40

Hernán Vargascarreño


Cordillera Llegaremos al filo de la montaña y las montañas seguirán siendo mucho más allá hasta perder la vista. Nosotros seguiremos encontrándonos en cualquier parroquiano nebuloso que tropecemos por los caminos. Y aunque las montañas se nieguen a aceptar que sus terquedades se hundan en el Valle del Silencio a descansar de tantas durezas, nosotros sabremos llevarlas por los caminos del mundo, sabiéndolas perfectas y sinuosas formas de lo que somos.

Montuno

41


Muleros Nos cruzamos con una recua y sus muleros, tan ausentes ellos como sus perros. Sumada la tristeza de las mulas y los lánguidos silbidos de los hombres, nada más hermoseaba estos montes donde el yermo reina sin orgullos y el silencio es un cadáver de pura roca. Todos nos saludamos gentilmente y al instante nos dijimos adiós, pues sabiéndonos hermanados a las montañas, ocultamos cualquier melancolía tan propia a ellas y a sus gélidos silencios.

42

Hernán Vargascarreño


Fardos Llegamos a un ventorrillo de guarapo colmado de campesinos. Los muleros sorbĂ­an a la par de sus mujeres entre frases cortas y miradas recelosas. En sus rasgos fĂ­sicos se evidenciaba nuestro pasado. Cualquiera de ellos podrĂ­a ser uno de nosotros. Pero ya no somos hombres de estas montaĂąas; venimos de paso a reconocer trizas de nuestra infancia, fantasmas que no hemos podido apaciguar, recuerdos amasados de barro y de silencio, fardos que estos montes nos han impuesto como tributo al habernos amamantado en sus durezas.

Montuno

43


Desaparecidos Cayendo la tarde llegamos al pico de una montaña que creíamos la última del viaje. A lo lejos, otras siluetas sinuosas hacían de la cordillera un caos similar a nuestras apariencias. El pueblo aún no asomaba pero ya anhelábamos el final de la jornada. Algo en el aire nos engañaba con una casa conocida, olor de viandas, saludos familiares… Por ahora todavía vamos caminando, silenciosos y con el alma entumida, pues la noche pronto nos hará desaparecer entre sus gélidas neblinas, a nosotros, que vagamos desaparecidos, pues sabemos que ya nada nos espera al final de la jornada.

44

Hernán Vargascarreño


Acuarela tras las montañas de Zapatoca Esas neblinas matutinas que rondan el huerto, hielan la casa y sus cafetales, ignorante uno que más le entumecen el ser. El hombre del sombrero y el tabaco, oloroso a monte y oficiante generoso de tío Pablo y de patrón. El árbol sagrado, tan alto, tan elemental, cómo extrañamente sigue dando frutos en la memoria. Los pequeños y temibles dioses misteriosos que fisgonean y amenazan en el manantial. La nona mascullando sus salmodias mientras macera yerbas para matar los males. La gran herida, casi mía, del saíno que anoche cayó en la trampa de los jornaleros y que aún me mira desde su muerte. Montuno

45


Las bestias sudando su oficio en el trapiche. Los hermanos que no sabemos amar porque todavía del pecho no ha brotado aquello que llaman nostalgia. Las mujeres, plenas de sonrisas limpias, alegres de aquí para allá con sus artesas llenas de manjares. La madre, tan bella, que ataviada de su propio temor va espantando los fantasmas de los caminos boscosos para que los pequeños pasemos sin peligro alguno. Aquellas solas, tercas, duras soledades de tan enfiladas y oscuras montañas que forjaron esta criatura casi siniestra casi humana… -qué lejos parece todo en el pasado; qué cerca su empeño en corroer suave el alma… 46

Hernán Vargascarreño


Todos tus recuerdos -hechos de alegría o de silenciono hacen más que revelar ante el tiempo que aún alguien desde el pasado te da la mano. Y todavía te salvan del abismo.

Montuno

47


El llamado Miguel, mi padre, va manejando un camión cargado de vituallas; con sus veinte años atraviesa anhelos y montañas mientras el motor arranca ecos hermanos de estas soledades. Ahora está muerto y no lo sabe. Mi madre, Luisa María, a la vera de la carretera distingue ya el ruido del motor a la distancia, y su belleza de virgen campesina se agita en sus olores a café y a limoneros; va rumbo a Zapatoca y siente ya en todo su cuerpo el llamado de un hombre taciturno. Y yo, mirándolos desde muy lejos, atisbando el momento de su encuentro, buscando una sombra de dónde asirme, tallando un corazón en lo oscuro y presintiendo el relámpago de la vida. Tuve que esperar ocho años más 48

Hernán Vargascarreño


para ser el séptimo en sus entrañas, cansado un poco ya de tanta espera pero alegre al fin y al cabo cuando la luz lacró mi día. Sigo viendo a mis padres, lejanos ya de tantos años sin hablarme porque de pronto se acabaron sus palabras. Y también veo a mis hijos recibiendo mis caricias, mi cariño, esperando para siempre el llamado de sus sombras que nunca existirán.

Montuno

49


Plegaria Montaña gris, viva y desolada, adornada solo con las flores de los espinos -que son punzas de tu corazónguárdame de tus precipicios y hazme entender esto que llevo adentro. Montaña que sabes mis pasos porque son los mismos tuyos. ¿Cuántos hombres, cuántas mujeres, cuántos niños como yo, caminando tras la madre, nos hemos encomendado sobre tus caminos? Montaña en la que solo se mueven sus chivos, sus cabras y sus gavilanes, libres y puros como uno quisiera ser, como uno quisiera volar. ¿Ese hilo metálico, allá en las profundidades, es toda el agua para tu sed? Montaña que se entristece cuando el sol cae, montaña que apenas se alegra cuando el amanecer, cuida bien de todos tus muertos y de los míos, que no son solo de estos huesudos parajes, 50

Hernán Vargascarreño


también son mis hermanos oscuros los mismos que me hablan a escondidas de los mayores. Estos pocos pájaros color ceniza que te cruzan, que no sé cómo nombrarlos, ¿por qué su canto no es alegre como los trinos de los que hay allá en la montaña verde? Cuando miras mis pensamientos -ahora que estoy aprendiendo a mirar como las nubes¿alcanzas a notar lo que siento por ti? Montaña de la madre mía, de los hermanos muy míos, de los tantos campesinos que son tu sombra. de mi padre tan bello y tan callado y tan ceñudo, algún día mis pasos estarán muy lejos de ti, pero entonces, ya sabré llevarte como animal a su almizcle.

Montuno

51


Caminos del destierro Mira hijo, cómo esos helados ramajes se beben las neblinas que un día se volverán cantos de pájaros. Y en vez de polvaredas o de vientos o de llamas, es una música inmóvil la que consume estos paisajes. No quiero mirar los filos de las montañas, madre. Parecen cuchillos que tajan los cielos. No quiero escuchar sus silencios. Siento que me rompen por dentro.

Recíbelos niño, como pequeñas ofrendas. Y oremos. Ahora somos hijos del monte. No olvides que vamos solos y que somos sus viajeros. Parece, madre, que la neblina se detiene unos instantes para ver pasar nuestras sombras. 52

Hernán Vargascarreño


Esas sombras no son nuestras, hijo. No somos nosotros los únicos que pasamos, es el tiempo que también huye de estos riscos. ¿Y para quién ese canto oscurecido de esos pájaros que se oyen pero no se ven?

Para la nada que vive en estas montañas, y para nosotros hijo, para nosotros; ahora que pasamos por la nada algo de cantos le viene bien al alma. Madre, quiero salir de estos caminos, todo me da miedo entre estas neblinas.

Saldremos hijo, saldremos. Pero ya nunca podrán abandonarnos. Un día lejano contarás a otros estas soledades. Madre, hubo una vez un grito como un trueno que nos expulsó de nuestro terruño, ¿cierto? Recuerdo que una sombra sepultó la casa y mi padre tuvo que matar limpiamente a un hombre. ¿Es por eso que huimos? Montuno

53


Sí hijo, la sombra de ese aullido y el peso de ese trueno es lo que nos impulsa. Madre, ¿son estos los caminos del silencio de los que me hablaste? ¿Y por qué este día nebuloso es tan largo y no se acaba?

Tranquilo hijo, ya pasamos el largo Filo del Oscuro; solo nos falta atravesar el Farallón de la Cuchilla. Salgamos pronto de estos parajes signados por el olvido, no hay sea que nosotros también nos volvamos el olvido. ¿Y para dónde vamos, madre? ¿Quién nos espera al otro lado? ¿Qué haremos si no encontramos ni un alma?

Es fácil hijo: tengo sed, pero no de agua. Voy buscando mis otros hijos, sus hermanos. Busco otra casa que no esté hecha de sombras. 54

Hernán Vargascarreño


Allá lejos, en los abajos más lejanos que aún no se divisan, en los verdes donde viven las claridades, en alguna parte de este mundo tiene que estar el mundo para nosotros. Hacia allá vamos mientras seamos el camino. … Ahora recuerdo claramente: lo habíamos perdido todo, y sin embargo, algo resplandecía al final de la jornada.

Montuno

55



Páramos A los páramos de Santurbán Y este milagro de ser aquí la vida sin saber qué es vigilia ni qué es sueño, hasta que sople la noche y nos apague. Eugenio Montejo



1 A ESTAS NEBLINAS alargadas por brisas desalmadas, a estas montañas yermas amadas por soledades… ¿Cómo ocultarlas a mi ser para que no se hermane tanto con ellas?

Montuno

59


2 UN DÍA DIJE ADIÓS, abandoné las palabras de la dicha entre frailejones… Después de tanto camino aún me persiguen sus sombras.

60

Hernán Vargascarreño


3 SI ESTE DÍA NEBULOSO en el que tiembla la desolación, me muerde con sus fríos y lloviznas, entonces soy un pasado errante que no ha sabido remontar las atrocidades del tiempo.

Montuno

61


4 OIGO CANTOS DE PÁJAROS invisibles a toda mirada. Cantan desde el reino de la infancia para evitarme el extravío.

62

Hernán Vargascarreño


5 SIGO SUBIENDO LA MONTAÑA, ya sin fuerzas, abandonadas las ilusiones que dejo caer por los desfiladeros. Qué pena con la tanta vida de estas flores mínimas: brotan de las grietas de las rocas y me obsequian sus miradas de trémulos brillantes.

Montuno

63


6 VOLTEO LA MIRADA para asegurarme de mi sombra; pero ella tampoco va conmigo.

64

HernĂĄn VargascarreĂąo


7 SI UN LUGAR como estos pรกramos es la belleza suspendida, gustoso recibo, oh dioses, un pรกramo por corazรณn.

Montuno

65


8 CUÁNTAS ROCAS AGRIETADAS, -abiertas por el fríoobservan desde su silencio y ofrecen sus heridas ante un dios indiferente.

66

Hernán Vargascarreño


9 A CUESTAS llevo una palabra para ofrendarla entre estos páramos. Su eco aquí será solo silencio, vaciedad, invisible belleza entre la neblina.

Montuno

67


10 A LO LEJOS se observa el final de estos páramos. A lo lejos se detiene la belleza, sus dioses congelados, sus abrazos lacrados de frío y de mutismo.

68

Hernán Vargascarreño


Trenes soñados Al Café Madrid, estación de tren de Bucaramanga



Ese tren que se acerca envuelto en llamas es ese tren fantasma que atraviesa todos los aposentos y no llega jamás. Corre con la velocidad de los deseos arrastrando el jadeo de las fiebres y el humo del olvido. Cuando miras acaba de pasar. Solo queda el latido de un tiempo inalcanzable. Es un tren del adiós. Es un tren de viajeros condenados a contemplar el mundo en una polvareda. De una estación a otra, de un verano a un otoño, desembocas en medio del invierno hecho de flores rotas. Si subes, no tendrás nada más. Olga Orozco



1 CUANDO PARTEN, NADIE LOS VE porque todo ocurre dentro de tu pecho, estación en la que solo tú puedes morar. Allí los rugidos de los trenes los acalla el visaje de una palabra no nacida; por sus ventanillas alimentadas de pasado nada cambia con el curso de los años. Si tú mismo, por pura iluminación, vislumbras a lo lejos su amada fumarola, nada le dirán sus artilugios imprecisos ni sus señales que se beben las distancias. Ningún lenguaje podrá provocar su regreso y volverás solo al vasto paraje de tu corazón.

Montuno

73


2 SI CADA TANTO UN TREN atraviesa tus sueños -así solo se deslice en la trampa de la duermevelano lo dejes pasar en vano. Ni olvides la estación presentida o la ruta que te llama desde antes. Algo de tu futuro arrastra en sus vagones, algo de tu pasado te devolverá su imagen en otro sueño. Aléjate de los rieles; a veces puede aparecer sin anunciarse llevándose entre brumas lo que encuentre en su camino. Y si eso llegare a suceder, las tinieblas ya no precisarían más su paso. Qué harías entonces con tanta esperanza.

74

Hernán Vargascarreño


3 SI POR AZAR, o capricho de los dioses, el tren soñado se detiene dentro de tu sueño, abandona la incertidumbre de la estación y sube al espejismo de las propias ansias. Recorre perplejo todos sus vagones e instálate en el que ya sabes que te espera. Perfumadas mujeres o cobrizos hombres de inciertas edades y cantos oscuros tallarán el deseo sobre tu cuerpo; quien que te corresponde, te hará suyo al vadear la noche. No olvides entonces las aguas de la realidad, la prisa con que las brumas cubren toda dicha. Y apréstate a defender el territorio de tu sueño antes de presentir el bramido que a la distancia anuncia los últimos estertores.

Montuno

75


4 VIGILA LAS DISTANCIAS. Busca en el temblor del aire alguna señal de un poblado. Urge al menos una docena de viajeros para tu tren soñado, en lo posible músicos, prestidigitadores o gitanos. Tanta irrealidad solo te ha condenado a los paisajes cargados de deseos -o al deseo cargado de paisajesYa no recuerdas dónde ni cuándo te obligaron al rumbo del absurdo.

76

Hernán Vargascarreño


5 ES POSIBLE contradecir la levedad de un tren, su no-apariencia, el poco cuidado que tiene de rugir como un monstruo en medio de tu sueño. Pero cómo contradecir esa lenta espera del tren que alcanzas a vislumbrar y que nunca llegará.

Montuno

77


6 SOLO BASTA LA IDEA de dos rieles que se unan a la distancia, una fumarola al caer la tarde, la sombra de un rugido tras las montañas, una vaharada irreal pero visible, y el inamovible deseo de volver a la infancia para estremecerse con el tremor de la tierra seca ante el aplastante paso del tren del asombro. El mismo del que aún no hemos despertado.

78

Hernán Vargascarreño


7 SI EN LA ALTA NOCHE, desmembrado de ti mismo, te ves pasar en la ventanilla de un tren dudosamente silencioso, no te molestes en despertar. Todo es vano si pretendemos volver a la voz que perdimos. Alguien oscuro se lleva nuestro tiempo. Un Otro que ya no puede vivir en tu recuerdo.

Montuno

79


8 SI NO QUIERES BAJAR DEL TREN, si ninguna estación brilla en tu mirada, si ya ni el ripio de una voz deviene en eco de tu exilio, haz de todo su andamiaje la levedad de tu universo; contempla desde allí los abismos donde moran dioses del olvido, el recuerdo de lo que fueron árboles con sus gritos de pájaros de misterio o el amanecer en el que creerás vislumbrar una esperanza. Tu tren ya no precisa de rutas ni de horarios; te podrá llevar a todas partes y a ninguna… y cualquier espectro a la distancia habrás de hacerlo tuyo. Total, ya nada existe más que este viaje: interminable, desnudo, estéril de toda dicha. 80

Hernán Vargascarreño


9 NO REGRESES. Todas las estaciones nos han abandonado. Cada una en su ruina traza lentamente el olvido. Ya no hay pitidos ni pregones, solo mudez total y el asombro de su gran arquitectura que sin rencores se viene abajo. No te atrevas a alterar el polvo del tiempo en su frágil abandono. Es mejor cargar la sombra de la estación a esperar que sus techumbres nos aplasten. Quizá las huellas de los rieles señalen entre abrojos el camino sin caminos. Algo tiene que palpitar más allá de toda nada ahora que los trenes solo se deslizan en el vago recuerdo de su propio sueño.

Montuno

81


10 NADA FUE CIERTO. Ni siquiera el tren en el que en este momento te ves partir. No te molestes en promesas ni despedidas ahora que se acabaron todos los paisajes. Tú mismo, más que nadie, has sido solo sombra de espejismos. Alguien Oscuro por fin te lleva a casa mientras los trenes soñados siguen pasando como sueñan las horas insulsas sobre las piedras.

82

Hernán Vargascarreño


Autores varios sobre Montuno



La rastredad de los hombres Los libros de Hernán Vargascarreño que se han cruzado en mi camino han sido para mí un curso intensivo en poesía. Como los libros de García Lorca, de Machado, de Miguel Hernández, han sido mediadores de una experiencia iniciática en quien es principalmente un lector de novelas sin remedio. Me han recordado que las novelas son solo una secta de la literatura comparadas con el canto como gesto característico del ser humano en todas partes. En otras épocas superadas de la poesía colombiana el desdoblamiento completo del tema era raro, los libros eran misceláneos, reuniones de poemas ajenos unos a otros. Un raro ejemplo del poemario de tema unitario, Morada al sur, de Aurelio Arturo, tardó en ser reconocido como hito fundamental. Por esos poderes limitados de los exégetas y lectores no calaba suficientemente Memoria de los hospitales de ultramar, el canto ambivalente, la elegía herética de Alvaro Mutis (ambos autores se pueden proponer como antecedentes del canto de Hernán Vargascarreño). Para organizar la masa coral de su elegía, el poeta unitario more Vargascarreño tiene que estar seguro Montuno

85


de sus querencias, tendencias, demonios y advertir su destino en ellos. El compromiso a fondo con un tema en poesía implica proyectar la masa coral de acordes temáticos, en fin las voces cuyo diálogo configura el tema. El poeta es el Atlas que sostiene ese universo en levitación gracias a su voluntad poética. Hoy podemos sacarlo en limpio: la poesía en Colombia se encuentra en plena madurez, Hernán Vargascarreño es un ejemplo feliz. En su reciente libro titulado Montuno, uno de los espíritus que preside es indudablemente el del dios Pan que parece “hacerle la segunda”, para un desciframiento de los misterios convocados en una región de Colombia en donde “el silencio mordiente de los páramos” es más riesgoso que los hielos. Vargascarreño en Montuno -como antes en Tempushace surgir un mundo o lo convoca con alarde de totalidad. Le da habla a ese mundo para que sea posible la comunión con él (comunión, he ahí un término que vale como sinónimo de lírica). Comunión, communio, encuentro en que los hombres truecan sus pocas certezas, sus ilusiones, sus cantos. Oficia, el poeta. Masa coral, masa de las voces del coro, mar de voces, república de voces. La rastredad de los hombres, los filos de las montañas, el viento herido, el silencio mordiente del páramo, 86

Hernán Vargascarreño


las sombras, la roca, todos ellos son voces aunadas en el coro de la elegía abandonada a su momentum. Montuno es un tratado sobre el destino, un tratado que sugiere que el lugar natal es la clave del andar y buscar del alma. Solo la poesía puede decirlo: la geografía es un destino heroico para el sujeto verdadero. Afortunados quienes tienen un sitio de donde proceden. Es el caso del autor de los cantos de Montuno. Los desarraigados ontológicos que no pueden reclamar pertenencia a un lugar natal al tener, en esta poesía, la visión de la condición humana opuesta, también se aproximarán más a su peculiar destino. Y qué lugar, uno se puede enamorar de él tal como surge en la voz de Vargascarreño: “No podemos destajarnos de estas tierras que no están hechas para hombres alegres. Aquí está nuestro sino de sombras, aferrado a estos confines del mundo. Más allá de su límites ya no somos, no sabemos ser.” Pag. 14 “mientras bajamos / los estrechos caminos abiertos / sobre la montaña empinada / y abajo el río solo semeja / una delgada ilusión de plata / los gritos de los gavilanes ahondan los desfiladeros / pero más ahondan el silencio de nuestros propios espantajos” pag. 27 Montuno

87


Los poderes del poeta

El poeta, todo lo que resucita: los orígenes, los puntos cardinales del alma, los primeros pasos, las epifanías, el lugar que lo pare a uno, la unidad de esas montañas, la intimidad del hombre con su comarca natal, los elementos primarios: el poeta ejerce sus poderes, y su canto es reparador, liberador, sanador. “Estas montañas / extremidades del mundo / abandonadas a su propio sueño / en medio del caos que es el orden geológico / nada piden a cambio / cuando pasamos sobre sus lomos.. Con solo sabernos sus peregrinos / les basta para sus arriesgadas geografías / tan hermanadas ellas / a la rastredad de los hombres” pags. 28-29

Ernesto Gómez-Mendoza Barranquilla-Bogotá

NOTA: En el mini-formato bibliográfico, estos cantos de Hernán Vargascarreño seducen aún más al ver las montañas y los abismos del Chicamocha contenidos en tan “breve cárcel”. 88

Hernán Vargascarreño


La luz de la mañana será otra luz Oigo cantos de pájaros Invisibles a toda mirada cantan desde el reino de la infancia para evitarme el extravío.

Hernán Vargascarreño El tiempo transcurre de una manera inexorable, tiene la virtud de devorarse el escalofrío del mundo, la lumbre que acuchilla la niebla. El tiempo no se repite en las estaciones de los trenes, en las ciudades extrañas, en la beatitud de la lluvia, ni siquiera en la escritura que intuye a los hombres. Como negando la existencia, no se repiten los olores, los besos, la entrega. El tiempo va esculpiendo al hombre y es otro el poema, otro el instante. El tiempo nos condena a la levedad, a no repetirnos; la luz mañana será otra luz, el pueblo que se dejó en la ausencia cambia de calles y de nomenclatura, porque el tiempo transfigura el olvido, existe desde antes de todo lo creado. El tiempo no reconoce a los hombres, los convierte en cadáveres que caminan, y hay un alud de barro en el silencio de las estancias, una dureza que llamea entre la niebla y la jornada Montuno

89


de los atardeceres. El tiempo marchita la piel, seca los frutos, nos arrebata el amor, la casa, la memoria, las astas del odio, los velámenes del extravío. El libro de poemas Montuno, del escritor Hernán Vargascarreño, horada el tiempo, regresa a los caminos para reconocer en cada paso la naturaleza que cuidó los ojos de la infancia, la luz del alba. Reconocer la fijeza de la muerte, sus ecos, la belleza del silencio, la neblina en el frío del abismo, su ahogada voz, los dioses de hielo que merodeaban la madre, el padre, los hermanos, todo reunido para ser parte del poema que estallaría en la montaña y sería escrito en la hondura de la página. Existe en el libro Montuno una conmovedora veracidad, y no hay manera de engañar al lenguaje, porque este posee lo profundo de sí mismo, su propia mirada, su interrogación. El poeta subraya lo que escribe, la infancia y su primera juventud parecen salir a nuestro encuentro para agudizarnos el oído, el ritmo y la forma. Los versos están al borde de una prosa que encadena y transparenta la voz del poeta. Inexorable la sucesión del día y de la noche, la muerte que dona lo infinito. Tiene su poema temple y estructura, la capacidad de trasmutar. En cada poema logrado hay un círculo, una vibración, un 90

Hernán Vargascarreño


sonido que estremece, la presencia constante de la madre que canta para espantar la sombra de los muertos, los aullidos de la montaña. ¡Ay de aquel que no reconoce su historia! Feliz aquel que tiene el coraje y la lucidez para contarla y escribir en cada pálpito esa hora en que crecen los fantasmas en el patio, y los pájaros son un breve relámpago en el corazón de los hombres. Cuando ha ocurrido el milagro del conjuro, ese milagro sin trampas, es decir, la totalidad de la existencia que asciende como una adivinanza en la claridad o en la tiniebla de las cosas, la poesía tanto o más nos dará, porque como una suerte nos elige y nos da esa visión única y total, caótica o infinita, esa línea que se convierte en el don de la poetización. En razón de su verdad, la poesía es nuestro eco, lo vivificante de la existencia. No hay poesía que no se haya desprendido de toda necesidad impuesta por la vida, escrita para fluir, para entregarse, y he aquí justamente lo extraño: la poesía puede expresar lo más íntimo, lo más doloroso, puede enfrentar al poeta con su propia historia para salvarse o sucumbir. Los versos del poeta Hernán Vargascarreño llegan a la primera alegría y a la última soledad del hombre. Montuno

91


Con la misma intensidad del conjuro, con ese amor que espejea, y ese existir y morir y renacer incesantemente, la muerte, que todo lo disuelve, llega a través de la profunda oscuridad del tiempo.

Amparo Romero Vásquez Cali

92

Hernán Vargascarreño


De qué estamos hechos Montuno es un poemario que pone a hablar al paisaje con el lector. Y durante ese diálogo una entiende de dónde viene. Por eso la belleza inunda las páginas de este pequeño-gran libro: porque nos habla de los espacios que llevamos tatuados en la piel y en el alma y que nos recuerda de qué estamos hechos.

Beatriz Vanegas-Athías Majagual-Bucaramanga

Montuno

93



El afecto del monte Montuno, como su nombre, es montañas, cañada, campesino, hermano, rural, vacas, bestias, la madre, canalones. Montuno es el afecto del monte que se expresa con la mirada, con el amor a la naturaleza, con un rezo, con una mano abierta que se ofrece, como solo saben ser generosos ellos, los labriegos. Montuno es un cañón, es la cosecha, la neblina y los arrieros. Cuando leí Montuno me habló la infancia, llegaron a mí la cordillera y sus filos, los cazadores, mi familia, hasta los forasteros y sus trampas; todo ello se quedó conmigo como si el recuerdo fuera mío, como si yo hubiera escrito cada línea; cerré los ojos y sentí cada palabra. Mi padre me levantó en vilo, me subió al caballo y nos fuimos juntos al pueblo.

Isabel Hernández Medellín

Montuno

95



Regreso a la madre, a la tierra En Montuno hay un regreso a la madre, a la tierra, a la memoria del origen, al paisaje ancestral, en un lenguaje sustantivo, austero como los motivos que describe, como los rostros y sentimientos que evoca, sin desbordes líricos comunes a cierta poética de la añoranza campesina, a veces meramente edulcorada y sensiblera. En cambio, hallamos aquí una poética casi adusta, pero muy cercana a la intimidad, al silencio, a la palabra familiar vuelta a recuperar en su esencia, en su verdad. Textos breves de honda raíz, en su secreto revelado, puesto a la luz para el lector que reconoce también en ellos un vínculo sutil, una identidad compartida. Este pequeño libro es en sí una joya finamente cincelada de amor, de autenticidad, ejemplar en su estilo depurado que, de alguna manera, se inscribe dentro de la mejor tradición poética colombiana, desde Aurelio Arturo a José Manuel Arango. El tono contenido y el dominio formal de los textos, prueban, por lo demás, el ya largo, paciente y lúcido oficio de un poeta que ha trasegado también, con solvencia reconocida, el difícil arte de traducir a nuestra lengua y ámbito poetas de alta estirpe como Emily Dickinson, Lee Masters o Pessoa. De todo ello, creo que se deriva al Montuno

97


menos una luz, una callada sabiduría que el lector intuye detrás de estas breves, hermosas páginas.

Pedro Arturo Estrada Medellín

98

Hernán Vargascarreño


Viaje al corazón de la montaña Montuno es un viaje al corazón de la montaña que se cobija con las nieblas, la oquedad del silencio amenizado por el casco de los caballos y las mulas, las voces de la familia, los deseos, la infancia que habita en estas páginas tan llenas de poesía y murmullos. En algunos pasajes sentí la atmósfera de Comala con sus fantasmas, sus amores urgentes. La tierra es aquí una presencia que avasalla y conmueve, sus riscos y abismos ondulan la memoria del autor, que ha emprendido otros viajes, otros trenes por donde transita su corazón de páramo que arde.

Nana Rodríguez Romero Tunja

Montuno

99



Silencio esculpido en un rincón de la noche Si la palabra se abriera en otro instante, esperaríamos lo indecible; en Montuno brota de ella la montaña, que de tanto decible, se nos vuelve indecible. Como dice el poeta: “la montaña necesita su oscuro”. El poeta nos transita entre la soledad suprema y la soledad humana, y ansiamos llegar a la cima, al desfiladero, que es el otro rostro de la montaña, a sus piedras afiladas como un cuchillo, a su neblina que se desliza y espera que nos alejemos de nosotros mismos, y desde esa orilla mirarnos por dentro, sombra a sombra, frente a frente, contemplarnos con asombro, con nostalgia, porque estamos separados y nuestras manos son “manos de un Dios inalcanzable”. La montaña siempre nos espera como el silencio esculpido en un recodo de la noche. Todos estamos a punto de llegar a la montaña para errar por su espíritu nostálgico.

Orietta Lozano Cali

Montuno

101



Montuno, la exaltación del paisaje y el recuerdo La amplia tradición poética colombiana cuenta entre sus repisas con múltiples libros que han hablado de la violencia, el amor, lo cotidiano, la muerte, la pintura, la música, entre otros. Con el paso del tiempo estos asuntos poéticos se exploran desde el lenguaje de maneras diversas permitiendo a la poesía develar nuevas miradas. Montuno conversa con la tradición y nos presenta un panorama en el que se resaltan los lugares de la memoria, el paisaje y un apartado final que, sin buscar encasillar el libro en un único tema, se permite la presencia del sueño a partir de la metáfora del tren. El libro abre con una dedicatoria a las montañas de Santander, la familia campesina, las largas caminatas del poeta junto a su madre, entre otros. Ya en ese instante el poeta nos sitúa en un territorio íntimo que conversa de manera armónica con la naturaleza del lugar que retrata y la cultura campesina. Montuno está dividido en cuatro breves apartados.

El primero lleva el nombre del libro, allí se presentan personajes y situaciones que son descritos por Vargascarreño, quien no solo evoca el lugar del recuerdo, sino que hace partícipes a los espectadores Montuno

103


de aquel paisaje propio, pero a la vez universal. El poeta ve en el lugar en el que todos pasan sus ojos de largo. Las imágenes a la vez describen y expanden la mirada de lo que se observa, como cuando en el poema “Las bestias” el autor señala: “Afuera, las bestias nos esperan en su sombra como la silueta de un sino que nos pertenece”. El segundo apartado lleva el nombre de “Caminos”, en este el poeta nos invita a iniciar un recorrido a través del paisaje y la remembranza, “estas montañas, / extremidades del mundo/ abandonadas a su propio sueño”. Se destaca en este segmento el poema “Caminos del destierro” que es un conmovedor diálogo entre la madre y el poeta, e inicia con los siguientes versos: “Mira hijo, cómo esos helados ramajes/ se beben las neblinas que un día/ se volverán cantos de pájaros”. Otro poema interesante en “Caminos”, es “El llamado” en el que el poeta habla de su padre y se permite fabular el momento de su concepción. El poema se refiere a unos padres que ya no le hablan, que han agotado sus palabras. Además, el poeta se permite poner sus ojos sobre sus futuros hijos inexistentes ante las puertas de su destino. El tercer segmento del libro lleva el nombre “Páramos”. Este exalta dichos ecosistemas, la vida, 104

Hernán Vargascarreño


la belleza y su silencio. Finalmente, Montuno cierra con “Trenes soñados”, en el que se manifiesta la atmósfera del sueño, con un trabajo metafórico en el que hay una mayor presencia del misterio y la reflexión por el oficio poético. Los trenes como un tránsito al que se llega solo después de haber pasado por los lugares de la familia, el recuerdo y el paisaje. La primera edición de Montuno se publicó en un formato sencillo y es probable que haya pasado desapercibido para el lector distraído en busca de las grandes editoriales, los nombres más reconocidos o las lujosas ediciones, un libro más entre la ruidosa lluvia de publicaciones. No obstante, el lector inquieto y atento podrá permitirse la compañía de Montuno, un libro valioso que a la vez es viaje, vivencia y sueño.

Jenny Bernal Bogotá Editora en las revistas Raíz Invertida (laraizinvertida.com) y Contestarte (revistacontestarte.com).

Montuno

105



Contenido Una sed que no es de agua William Ospina

5

Montuno Hombres de sombra Jornaleros Cuchillos Ancianos Herencia María Lucía Las bestias Matrimonio Filos Dos hombres Tres pieles

17 19 20 22 23 24 25 26 27 28 29 31

Caminos La casa Arbusto Cañón Sombras Montañas Tumbas Cordillera Muleros

33 35 36 37 38 39 40 41 42

Montuno

107


Fardos Desaparecidos Acuarela tras las montañas de Zapatoca El llamado Plegaria Caminos del destierro

43 44 45 48 50 52

Páramos 1. A estas neblinas 2. Un día dije adiós 3. Si este día nebuloso 4. Oigo cantos de pájaros 5. Sigo subiendo la montaña 6. Volteo la mirada 7. Si un lugar 8. Cuántas rocas agrietadas 9. A cuestas 10. A lo lejos

57 59 60 61 62 63 64 65 66 67 68

Trenes soñados 1. Cuando parten, nadie los ve 2. Si cada tanto un tren 3. Si por azar, o capricho de los dioses 4. Vigila las distancias 5. Es posible 6. Solo basta la idea 7. Si en la alta noche 8. Si no quieres bajar del tren

69 73 74 75 76 77 78 79 80

108

Hernán Vargascarreño


9. No regreses 10. Nada fue cierto Autores varios sobre Montuno La rastredad de los hombres Ernesto Gómez-Mendoza

81 82 83 85

La luz de la mañana será otra luz Amparo Romero Vásquez

89

De qué estamos hechos Beatriz Vanegas-Athías

93

El afecto del monte Isabel Hernández

95

Regreso a la madre, a la tierra Pedro Arturo Estrada

97

Viaje al corazón de la montaña Nana Rodríguez Romero

99

Silencio esculpido en un rincón de la noche Orietta Lozano

101

Montuno, la exaltación del paisaje y el recuerdo Jenny Bernal

103

Montuno

109


Este libro se terminรณ de imprimir para Ediciones Exilio en el mes de febrero de 2018 en los talleres grรกficos de Gente Nueva Editorial en el barrio Teusaquillo de Bogotรก.



Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.