Hojas al Viento
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JAIME MANRIQUE ARDILA: DEL MAGDALENA AL HUDSON
Poeta Jaime Manrique Ardila
Alejandro Oliveros Norteamérica. Y no es difícil imaginar que este ha sido el destino de millones de inmigrantes. Este no es el caso de Manrique, quien, en apariencia, parece haber entrado en posesión de una segunda casa, sin haber abandonado para nada la primera. Pero las apariencias no son sino eso, y lo que sentimos es que, al final, el autor ha pagado demasiado caro su pretensión; y, más que una patria doble, con lo que se ha quedado es con un doble destierro. Exiliado en Estados Unidos, su patria de adopción, y exiliado en Colombia, su tierra natal. De allí su dramática extraterritorialidad. De esta condición desdoblada, habla Manrique en no pocos de los mejores poemas de esta colección. Y lo hace sacando provecho de la particular “permeabilidad” de su psique, que se impregna con la misma intensidad de los calores verdes de la selva húmeda del Magdalena, como de los fríos cristalinos de las riberas del Hudson: (“Los años de Nat King Cole”)
E
La primera nevada ha caído. La navidad será blanca como este momento en el parque solitarioun cementerio en desuso, y corro en la nieve con los brazos extendidos mientras pienso: Gracias al Señor Creador de la nieve. Aleluya por este momento de luz, por darme este instante, por darle otra oportunidad a mi corazón y a mis ojos.
n uno de sus ingenios más recordados, George Steiner se sirvió del término “extraterritorial” para referirse a escritores que, como Beckett o Nabokov, o Heine y Wilde antes, sintieron la necesidad de expresarse en una segunda lengua, correspondiente a la del país a donde habían ido a parar con sus blancos huesos. Jaime Manrique Ardila es uno de los casos más conspicuos de esta condición en la literatura contemporánea de Hispanoamérica. Con la misma fortuna ha escrito ficciones y poesía en castellano e inglés. Como se sabe, el bilingüismo en literatura puede ser una apuesta arriesgada, como la del que vive al mismo tiempo en dos casas. Porque de eso se trata, pues no otra cosa que la “casa del ser” es el lenguaje. El riesgo, en estos casos, es perder ambas lenguas, o casas, en el intento: “Se me está olvidando el castellano y nunca voy a aprender bien el inglés”, es una queja frecuente entre los que han dejado atrás su país natal de habla hispana para irse a radicar en
(“Invierno en Wall Street”)
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Hojas al Viento de todos los tamaños y colores/aunque mis favoritos fueron/los muchachos campesinos/y rubios de Nueva Inglaterra”), la dependencia angustiosa de la madre (“En la casa de mi madre/los destellos de los astros/ me perforan con nostalgia, y cada hilo de la red que circunvala este universo/es una herida que no sana”) y sus mejores ambiciones (“Mi mayor ambición/es la de escribir al menos/un poema que sea leído en el futuro/ por algún joven enardecido/quien exclamé: ‘Manrique tenía cojones’”).
Una experiencia bilateral que, en momentos, casi epifánicos, se resuelve en una síntesis tan ideal como rara: Es curioso cómo en días amables camino hasta el parque, me siento en un banco a observar el Hudson, como en otras épocas contemplaba el río Magdalena. …………………………………..
Un tercer atributo subraya la condición extraterritorial de Manrique en su poesía. Me refiero a su cultivo de un género con pocos entusiastas en la lírica en castellano del siglo XX, eso que los anglosajones tienen como una muestra de genio y que han llamado “poesía narrativa”. En una ocasión, Octavio Paz, confesaba en una entrevista a Álvaro Mutis, que el poeta moderno se había limitado a cantar, olvidando que la poesía es asimismo cuento. En el caso de Paz, lamentablemente, es cierto. Pero no en el de Mutis, sin duda el más afortunado de los que han hecho suyo el poema narrativo y el más claro antecedente de Manrique. Ambos, poetas al par que narradores. Y a ellos, los narradores profesionales, dejaron los poetas modernos el oficio de contar, como si Homero y Virgilio o Dante y Milton, hubiesen dedicado sus desvelos a otra cosa que no fuera cantar los cuentos maravillosos de la caída de Troya y del Paraíso. En textos como “El Barranco de Loba, 1929”, “Metamorfosis”, “Los años de Nat King Cole”, “Mi noche con Federico García Lorca” o “Al era de Alabama”, nuestro poeta se expresa como uno de los mejores exponentes del género en el castellano
Es curioso cómo he pasado gran parte de mi vida en ciudades ribereñas; cómo el río acabó convirtiéndose en mi destino. (“El remolcador”)
Pero la extraterritorialidad no es lo único que distingue a Manrique entre los poetas hispanoamericanos de su generación. Sus años largos en los Estados Unidos lo asimilaron a un modo poético confesional, que no ha sido el más frecuentado entre nosotros. Sus modelos han sido poetas como su admirada Anne Sexton, para la cual la poesía no fue sólo canto, sino también catarsis, desahogo, alivio, sanación, reencuentro. Nunca ha sido fácil para los poetas poner sus corazones al desnudo, para eso inventaron las metáforas y demás figuras retóricas. Robert Lowell, el maestro de este modo, deja de lado la oblicuidad, y la oscuridad, para confesarse en público, de manera impune e indecorosa. De Lowell, por sus poemas, conocemos los nombres de sus hijos, esposas y amantes, sin necesidad de acudir a una biografía autorizada. Nos enteramos de las intimidades familiares y las historias clínicas de sus dolencias leyendo sus libros. Manrique cultiva este modo poético de manera afortunada, de los pocos que lo hicieron en su tiempo. Sin los excesos del norteamericano, nos enteramos de los orígenes humildes de su familia, la ausencia dolorosa del padre (“Hay preguntas que quisiera hacerle al efluvio de mi padre/si él no estuviera embelesado con la noche y sus misterios,/si yo conociera el lenguaje de los muertos”), de la apariencia del amante de su madre (“El amante de mi madre se parecía a Jeff Chandler/pero cantaba canciones de Nat King Cole”), los ritos de paso (“Fue allí que mi tío Herman me enseñó a ‘ser hombre’./Ser hombre significaba tomar cerveza tras cerveza/hasta la inconciencia/y luego celebrar la muerte de los partidos/en el único prostíbulo del pueblo”), su homosexualidad (“me acosté/con miles de hombres/ Puesto de Combate
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Hojas al Viento contemporáneo. Canta y cuenta sus asuntos, que es lo que, en esencia, es la poesía: Sucedió en París. Pepe me invitó a cenar con un tal Federico que iba rumbo a Nueva York. Yo tenía diecinueve años. Federico me llevaba once y acababa de terminar una relación en España con un escultor que lo había maltratado mucho… Nunca volví a verlo. Se marchó a Nueva York y luego a Cuba y Argentina. Más tarde, el segundo amor de su vida fue asesinado defendiendo la República.
Poeta Jaime Manrique Ardila
LA MIRADA DESNUDA
Todo eso sucedió en París hace ya casi sesenta años. Fue sólo una noche de amor mas ha durado toda mi vida.
DE JAIME MANRIQUE
S
Dionisio Cañas
i no fuera por esa cicatriz que acaricia el viento, que se abre y se cierra con el clima de nuestro corazón, según lo manda el tiempo, caprichoso y despiadado, que hace y deshace nuestra vida a su antojo, si no fuera por esa hermosa cicatriz que es la poesía, la vida sería siempre el fluir monótono de las aguas que nos llevan de la cuna a la sepultura. La poesía, la sutura de una memoria herida, intuye que nuestra existencia se termina en un abrir y cerrar de ojos. La otra verdad, la más urgente, / como el río, / es el viaje sin escalas / hacia la muerte (“De un Manrique a otro”).
A pesar de su extraterritorialidad, pocos poetas más colombianos o hispanoamericanos que Manrique. Ese olor a selva mojada, a río cenagoso, a lluvias de monos y sapos; esas imágenes verdes de hojas de plátano, de “Capilla Sixtina vegetal” que son las de nuestro triste trópico. Pero no sería extraterritorial en toda la extensión del steineriano término, si no sintiéramos frío al caminar con él por una helada Wall Street o respiráramos el otoño ocre de Amherst. A pesar de su título, y de todas las tristezas y pérdidas que lo recorren, El libro de los muertos desborda vitalidad. Manrique no ha dejado que la vida pase delante de sus ojos, como los remolcadores de sus ríos; no ha presenciado el filme de la vida desde una butaca, ha preferido protagonizarla con intensidad y lucidez. Sus poemas cantan y cuentan este protagonismo, y lo hacen de manera cordial y reveladora. En cualquiera de sus territorios, de sus lenguas, de sus casas, nuestro poeta ha escrito una de la poesía más apasionante de su generación. Su lectura nos acerca a la aventura de la vida que, no por absurda, deja de ser maravillosa.
Jaime Manrique, escribe su poesía como el testigo emocionado que vigila su propia vida y la de los demás, la de sus seres queridos, la de sus poetas amados y amadas, la de sus artistas preferidos, la del mundo que lo rodea donde la fauna y la flora se metamorfosean en su propio cuerpo. Esplendor, resplandor de la naturaleza y del cuerpo que emocionan a una mirada desnuda que indaga en su pasado colombiano, en su infancia, en su siempre presente Nueva York, en un posible futuro de retorno al país natal: Así es esa ciudad, país donde quiero morir— / un dorado paraíso perdido / cementerio de mis deseos (“Bogotá”).
Caracas, 2015 5
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Hojas al Viento su mundo vivido y soñado, al ensueño de un paraíso que sin duda redime el infierno que a veces pueden ser los otros.
Vivir la muerte es una tarea que nos impulsa, paradójicamente, a la creatividad, a la escritura, a la poesía. Jaime se desliza por esos pasadizos de la memoria (su niñez en Colombia) en los cuales siempre se abren y se cierran puertas. Para el lector cada poema es un umbral por el que se puede penetrar en la mirada desnuda de Jaime Manrique. Una mirada que a veces es sensual y, casi siempre, elegiaca. Su poesía es el canto del que espera, tanto de la vida como de la muerte, una hermosa sorpresa, inclusive más allá de la muerte: “Polvo serán, mas polvo enamorado”; o más allá de Quevedo, como dice el propio Jaime Manrique dialogando con Marco Polo, “Tú sabías que después de la muerte no ha acabado el viaje. / Tú sabías que la vida comienza donde la muerte empieza”.
En la poesía de Jaime Manrique no hay tregua para una lectura perezosa: desde el primer poema al último nos involucra como si fuéramos los cómplices y los testigos de su propia vida, de su desnuda mirada al mundo, nos compromete con su exaltación de la naturaleza, con su ardor erótico, con su incansable beso a la vida y a la muerte. No hay tregua, no, para poder olvidar, para descansar, cuando se empieza a leer esta colección de poemas selectos de Jaime Manrique. Extremadamente pulcro en escoger sus palabras, Jaime Manrique nos ofrece una poesía susurrada al oído, sin grandes aspavientos, sin retórica, haciéndonos cómplices de su escritura que más que ser una escritura es un hablar, un decir, un compartir tranquilo la conversación consigo mismo y con nosotros, sus lectores y lectoras.
Aunque a veces el dolor parece empeñarse en derrumbarlo, como persona y como “escriba” de su propia vida, siempre se levanta, siempre se pone en marcha y recoge los trozos de su vida destrozada para recomponerse, para componer un mosaico de palabras que le permitan seguir siendo ese ser que nunca se rinde.
Ya sabemos el cómo, ahora hay que preguntarse el por qué, el por qué Jaime Manrique, que habitualmente escribe su prosa en inglés, su poesía la escribe en español. Quizás todo tenga que ver con que su poesía es una poesía en espiral, una espiral que gira alrededor de sí mismo, de un yo generoso porque quiere compartir su escritura y su vida con un tú, con los otros, y en espiral porque vuelven, una y otra vez, a aparecer en todos sus libros dos espacios vitales: Colombia y Nueva York, además de otros lugares, otros espacios que se tratan como lugares de paso en el ámbito de su nomadismo voraz.
Dolido, sí, decaído quizás, pero nunca abatido, Jaime Manrique en su poesía recorre el camino que lo ha llevado desde ser el niño amado por sus padres, y su familia en general, al joven que ama, cuerpo tras cuerpo, y que se entrega como amante a más de un desconocido, una aventura que no siempre termina bien. Pero es en esa aventura del ser y del ver, del estar y del mirar, donde se desenvuelve toda su obra. Como lento secretario de sus propias vivencias, personas, plantas, animales, cosas y casas, objetos y pensamientos, pueblan sus poemas engarzándose en el hilo de una sentimentalidad, de una sensibilidad, que le da vida a la muerte, que reaviva lo inerte y lo estanco, que reconduce su mundo por las venas orgánicas de la escritura hasta el corazón del lector o la lectora que se asoma a su mundo.
Jaime Manrique escribe poesía en su lengua materna porque fue en esa lengua en la que aprendió a amar y ser amado. Sin duda después vendría una juventud y una madurez en la que el amor por la lengua inglesa sería tan poderoso como el de su amor por la lengua española, pero la poesía siempre nos arrastra hacia el vientre de nuestra madre, a ese estado fetal donde antes de nacer escuchamos la música de un habla y de unos ritmos que son los que nos marcarán para siempre. Es en el amor donde está la respuesta a toda pregunta que se haga a nuestro ser a través de la poesía.
Sin duda a veces la melancolía muestra sus garras entre los versos de Jaime Manrique, no obstante, es siempre una melancolía positiva, celebratoria de un pasado que quiere compartir con los vivos y con los muertos. Tanto amor no puede quedar sin recompensa, tanta abundancia de pérdidas penosas necesitan una escritura que entusiasme. Y así es, desde un habla cotidiana y sencilla, Jaime Manrique nos acerca a Puesto de Combate
El amor también es un lobo, / es un andar por un bosque oscuro, / es una noche peligrosa con promesas de estrellas (“Los lobos”). Sin duda el amor es un abis6
Hojas al Viento No solo de recuerdos vive el hombre. La poesía en Jaime Manrique es un cuerpo y es su cuerpo. El erotismo, la sensualidad, irrumpen con una poderosa presencia en su último libro, Mi cuerpo y otros poemas (1999). Ahora ya no es el momento de recordar, sino de fundirse apasionadamente con el cuerpo ajeno y con la escritura; algo así como si hacer el amor y escribir versos fueran una misma cosa, un mismo impulso de identificación con el otro y con la otra, la poesía: Mi cuerpo que cuando lo miran / tus ojos es tu cuerpo / […] Mi cuerpo que sólo existe / para tu cuerpo / […] Este poema es un regalo / de tu cuerpo y mi cuerpo (“Mi cuerpo”).
mo en el que nos precipitamos una y otra vez; hermoso abismo al que nos lanzamos siempre como si la experiencia del desamor, y del amor traicionado, no nos enseñara nada. Parece inútil cualquier intento de apresar el amor: Ahora que el amor se ha marchado / Nuestras lamentaciones no tienen sentido (“Celebración”). La elegía en Jaime Manrique puede ser un canto o un llanto silencioso, pero nunca self-pity, esa autocompasión tan frecuente en la poesía amorosa. El corazón puede estar desgarrado pero su lenguaje no es desgarrador, sino más sereno. Es cierto que en la poesía de Jaime Manrique se constata que a veces ese mismo amor puede haberle llevado a asomarse a otro precipicio, al del suicidio (real o metafórico), pero como hemos dicho antes, el poeta parece sobreponerse siempre a cualquier desdicha, por dura que sea ésta: He empezado a olvidarte. / En la lucha entre la vida y la muerte / Escojo la vida (“De alta”). Se sobrevive cualquier cosa: /La pérdida del amor, / la falta del amor, / el amor mismo (“Sobrevivir”). Pero por sinceras que sean sus palabras, libro tras libro vemos como el poeta persiste gustosa y voluntariamente en el hermoso error de enamorarse, una y otra vez, como si nada hubiera aprendido de sus previas experiencias: El amor también es así, / cuando podemos rememorar por la noche / esos días perfectos / en los cuales triunfamos / sobre la muerte y el olvido (“Últimas palabras”). El amor, como su ausencia, parece ser el vidrio, la ventana a través de la cual puede observar con entusiasmo el mundo, la naturaleza y la ciudad, desde una sensibilidad poética.
Esta carnalidad de la escritura y del cuerpo del amor, puede ser engañosa, puede llevarnos a creer que la poesía de Jaime Manrique solo es una manera de afirmarse a través de su autobiografía en forma de verso. Resulta sorprendente que sea precisamente cuando más directamente habla de sí mismo, de su cuerpo, que a la vez sea cuando más claves nos da sobre su pensamiento poético, sobre el origen y la intencionalidad de su poética en general: Así también es la poesía —nace / en la imaginación, en el tránsito / del despertar al ensueño. / Mis poemas brotan / no para reflejar al mundo / sino para transcenderlo (“Poema de otoño”). Cuando el cuerpo se funde en la escritura, sudamos tinta, escribimos con nuestra propia sangre. Este pacto autobiográfico del poeta solo puede producir una poesía auténtica, sin tapujos ni mentiras, una mirada desnuda que nos invita a hacer el amor con la poesía y en la poesía. Nadie puede hablar mejor que el propio poeta de la intencionalidad de su poesía, por eso dejo aquí mis elucubraciones para que sea Jaime Manrique quien resuma lo que yo he intentado decir en este prólogo: Mi mayor ambición / es la de escribir al menos / un poema que sea leído en el futuro / por algún joven enardecido / quien exclame: “¡Manrique tenía cojones!” / Y este joven querrá haberse acostado / conmigo como yo me habría entregado /a Cavafis, Barba Jacob, Rimbaud, Melville / y sobre todo a Walt Whitman […] / Y si es verdad / que vendí la sangre / el cuerpo / y hasta perdí mis ilusiones / nunca traicioné el don de mi poesía (“Mi autobiografía”).■
El secreto escondido detrás de que amemos el amor es que quizás inconscientemente amamos para recordar, para fijar un tiempo y un espacio, por fugaz que haya sido ese tiempo, por sencillo y humilde que haya sido ese espacio donde una vez amamos y fuimos amados. En uno de los mejores poemas de Jaime Manrique, “Recuerdos”, este escribe: Recuerdo que esta isla, / en la cual he saboreado todos los placeres, / no es mi casa […] Recuerdo miles de gestos, cientos de hombres, / sus corazones palpitando contra el mío […] Recuerdo que la muerte es el no recordar. / Yo recuerdo; ergo vivo.
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El fantasma de mi padre en dos paisajes Cuando busco refugio en la casa al anochecer a través del ciprés, una luna enceguecedora me detiene, y desde el bosque oscuro, el fantasma fosforescente de mi padre me indica un estallido de luceros y otros prodigios celestiales que ahora, en la eternidad eterna, él se entretiene nombrándolos.
Memorias fantasmas
Estoy en Nueva Inglaterra, un paisaje desconocido por mi padre, un paisaje sin flores con cuellos de jirafas, ni aves de garras platinadas, ni felinos vomitando cataratas de sangre, ni platanales cruzados por ríos claros como el vodka surcados por flamingos con cuellos sumergidos y con plumosas colas abiertas como parasoles.
A Jimmy Luna Los poemas todavía contienen imágenes a colores, pero las estrofas— películas cortas en cámara lenta—cuentan historias con actores desconocidos. Ya no siento esa compulsión de escribir poemas; prefiero re-leer a Szymborska, Cavafis, Bishop, Góngora, Quevedo, Emily Dickinson.
No, este valle no es una exaltada pesadilla de Rousseau, aunque aquí también la luna deslumbrante pende de un collar de astros, y el collar es un puente entre los cielos que mi padre conoció y los cielos que veo ahora.
Hoy los poemas que no plasmo en la página me importan tanto, no—¡más! — que mis torpes y repetitivas palabras, y la melancolía permanente de mis notas.
Hay preguntas que quisiera hacerle al efluvio de mi padre si él no estuviera embelesado con la noche y sus misterios, si yo conociera el lenguaje de los muertos. Lentamente, como una llama que se extingue, el fantasma desaparece y deja, en el tablero de la noche, un mensaje indescifrable que me abruma. El calor de la casa es mi último cobijo de estos cielos penumbrosos preñados de señales.
También canjearía todos mis versos por ese beso cuando tu lengua me arrancó hasta el alma y, por un instante infinito, nos entregamos todo. Hoy nada es más sagrado que ese instante cuando dos seres se reconocen, sin defensas, y heredan el fantasma de la memoria.
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El patio de la calle 58 En la habitación de mi madre una ventana miraba el callejón donde criábamos patos; la otra se abría hacia el patio --con sus matas de plátano y yuca-donde las gallinas, palomas y conejos se engordaban para nuestra mesa. Al fondo del patio por encima de la alta paredilla se desbordaban los gajos de los palos de mango y naranja de los vecinos en la Calle 57.
de buses y trenes en las cuales nos bajamos las casas donde vivimos, otros patios con diferentes árboles frutales y animales, y contemplo con mis ojos disminuidos, el destino final de mi madre mas no el mío, pues mis ojos sólo sirven para ver el pasado, no para descifrar el fluir oscuro del tiempo que los devora.
Recuerdo a mi madre recostada contra la ventana contemplando las arenas negras del patio como una Tahitiana de Gaugin con ojos brillantes hipnotizados por una jungla oscura donde pernoctaba el tigre de su infancia. Mi madre colgaba sus manos del marco de la ventana para que la brisa le secase el esmalte rosa de sus uñas recién pintadas. Serían las cuatro de la tarde una hora muerta entre la luz y la oscuridad que se avecinaba. Una noche oscura y helada en Nueva York, yo me instalo frente a la ventana del tiempo para ver lo que ya no puede ver mi madre. Ante mí se abre el camino de nuestras vidas, las estaciones
© Dioscórides
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El barranco de loba, 1929 Cuando el sol calcinante se abate hostigante sobre el pueblo, después de que mi abuela (como Ursula Iguarán) se ha pasado horas enteras confeccionando animalitos azucarados, mi madre, con un vestido de lino blanco que le llega hasta los tobillos, una cinta roja adornándole su larga trenza negra, calzando burdas chancletas, va de casa en casa cantando: “Cocadas, cocadas de coco y piña”.
Ella odia a sus padres por ponerla a vender cocadas que nadie compra. Rascándose las piernas con sus uñas de señorita, ella espera la lancha que todas las tardes pasa río arriba, rumbo a Mompóx, Magangué, El Banco, Cartagena, las grandes ciudades del mundo. Todas las tardes ella espera. Todos los días ella anhela ese primer viaje del que nunca regresará. Cuando finalmente la lancha a vapor aparece, tosiendo como una ballena tísica, los zancudos frenéticos que atacan los brazos expuestos de mi madre, ya no la molestan por que el picor que la ataca es más agudo, es de otra naturaleza. Es el picor del deseo herido, es el canto de sirena del mundo y sus placeres que la lancha anuncia todas las noches subiendo las aguas del río en llamas hacia esas urbes donde la vida empieza.
Maldiciendo el sol que la quema y la renegrea, mi madre balancea la bandeja encima de su cabeza y camina desde la quebrada hasta la escuela pública, pasando por el cuartel de la policía, las dos cantinas del pueblo, y el cementerio donde los gallinazos, las iguanas y las víboras hacen la siesta. Mi madre camina las calles engramadas del villorrio hasta que el sol —una guayaba madura ardiendo— se zambulle en las aguas del Magdalena y una violenta hemorragia celeste pinta nubes enfebrecidas.
JAIME MANRIQUE nació en Barranquilla en 1949. Tiene un B.A. en literatura inglesa de la Universidad de South Florida. Recibió el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus en 1975 por su primer libro, Los adoradores de la luna. También publicó en español El cadáver de papá (1978) y Notas de cine: Confesiones de un crítico amateur (1979). En inglés es el autor de las novelas Oro Colombiano (1983), Luna Latina en Manhattan (1992), Twilight at the Equator (1997), Nuestras vidas son los ríos (2006) y El callejón de Cervantes (2012). Entre sus poemarios se destacan Mi noche con Federico García Lorca (1995), y Tarzán, Mi cuerpo, Cristóbal Colón (2000). Su obra ha sido traducida a quince idiomas. En el 2007, Nuestras vidas son los ríos recibió el International Latino Book Award (Mejor novela histórica).
Acomodándose sobre una piedra a orillas del río, observando los pescadores que regresan en sus piraguas cargadas de bagres, bocachicos y manatíes, tortugas y babillas, mi madre, con su bandeja de animalitos casi intacta, espanta los mosquitos que la aguzan y las moscas drogadas por el azúcar. Ella es una niña de diez años, hastiada, sudorosa, cansada.
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Manrique es becario de la Fundación Guggenheim, y ha enseñado en New York University, Rutgers University, Mount Holyoke College y Columbia University, entre otras destacadas instituciones académicas. En la actualidad es Distinguished Lecturer en el Departamento de Lenguas y Literaturas Clásicas y Modernas del City College de Nueva York.
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Postales sobre un arqueólogo del silencio Fredy Yezzed
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ara un gran número de escritores y académicos latinoamericanos, la poesía de Henry Luque Muñoz (Bogotá, 1944-2005) es uno de los eslabones –injustamente– menos visibilizados de aquella generación de poetas nacidos en la década del 40 en Colombia. Diferentes motivos lo hacen un autor casi desconocido y uno de los menos leído por las nuevas generaciones de escritores. Entre estos, podemos enumerar, en primer lugar, la escasa producción de la obra que se reduce a sólo seis libros de poesía; segundo, las limitadas tiradas de sus libros que no superaron los 500 ejemplares y que nunca estuvieron al alcance masificado del lector, ni contaron con reediciones; tercero, cierto alejamiento de los círculos literarios y el desdén que Luque Muñoz profesaba por los concursos, festivales y espacios institucionalizados de la poesía. Otro motivo, más de orden circunstancial, fue su temporada de trece años en Rusia; dicha distancia le costó una manifiesta marginalización que no menguó después de su retorno. Y finalmente, su pronta partida en marzo de 2005 cuando delineaba un minucioso estudio doctoral sobre el romanticismo en la Nueva Granada y escribía su poemario, aún inédito, Antología apócrifa, cuyos poemas están titulados con los nombres de sus poetas esenciales.
Poeta Henry Luque Muñoz
con el agudo ojo de su pluma, aún hoy no han sido superadas. Pero, allí no culmina el deseo de compartirnos su experiencia, pues junto a Sara González Hernández tradujo al español Cuentos petersburgueses de Nicolás Gógol (Editorial Norma, 1993), quizás una de las mejores traducciones por la calidez y emoción poética de su lenguaje.
Sin embargo, gracias a su trabajo crítico, podríamos definir a Luque Muñoz como un embajador de la literatura colombiana, pues durante su estadía en Rusia gestionó y forjó trabajos cardinales que abrieron una mirada singular sobre nuestra lírica. Muestra de ello es la antología Poesía colombiana, vertida al ruso para la editorial Judozhestvennaia Literatura y publicada en Moscú en 1991, donde es emotivo ver los versos de José Asunción Silva, Aurelio Arturo y Mario Rivero, entre muchos otros, por primera vez traducidos a la lengua de Tolstoy.
En una entrevista realizada en 2002, Luque Muñoz definió la poesía como un fenómeno de seducción y la acción de escribirla como una manera de comportarse ante el mundo. Estas ideas desembocan en la inclemente tarea de la poesía de Luque Muñoz por enamorar, atormentar y hacer vivir apasionadamente al lector su palabra. No se conforma con un lector de pulcras descripciones formalmente enumeradas, pues se da la licencia de edificar ficciones donde cada imagen mereciera el privilegio de ser memorizada; de allí que su poesía se compactara en un lenguaje exquisi-
A Luque Muñoz también se le agradece la antología más importante y amplia en el extranjero: Tambor en la sombra, antología crítica de la poesía colombiana del Siglo XX, publicada en México por la Editorial Verdehalago en 1996, cuyas notas críticas, escritas 11
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Hojas al Viento Se aprecia, por lo tanto, que es la muerte fabulada la que gravita con un intenso dramatismo en la obra de Luque Muñoz. Parece que de fondo siempre lo acompañara el eco de aquella línea del poeta surrealista uruguayo Jules Supervielle “¡Oh Muerte, heme aquí de retorno!”. Este mundo onírico –con su aliento libidinoso– respira inquietantemente sobre sus versos.
to, no sólo por una palabra inmersa en lo simbólico y congestionada de referencias de todo orden, sino por su capacidad de poner en diálogo síntesis, insinuación e intensidad. En palabras de su maestro y amigo, el poeta Héctor Rojas Herazo, en el prólogo de Polen de Lejanía: “A Luque Muñoz no le interesa una simple, una pasajera comunicación. Le interesa que cada una de las experiencias que han contribuido a la organicidad del poema hurguen en lo más íntimo de cada receptor (su cómplice creativo) en busca de esa llaga que siempre nos justifica y siempre nos devora”.
La figura del poeta que recrea Luque Muñoz en su obra es de corte clásico, para él se presenta como el hombre más lúcido de la comarca, el perseguido por el poder, el elegido para salvar y cantar al oprimido, el ave agorera que predice los descalabros venideros, el mensajero de los dioses, el que habla desde la muerte y cuestiona las deidades. Su visión íntima, solitaria y dolorosa la vemos con claridad en el poema Oficio de poeta: “Huérfano de lápiz y papel/ no tuvo más remedio/ que hacerse en la carne una honda herida. // Ahora escribe/ con el dedo índice:/ en letra roja sobre una pared blanca”.
La herramienta más trabajada por Luque Muñoz, aparte de la imagen, la metáfora, el símil y la alegoría, se manifiesta en el manejo hábil, sereno y calculador de los contrastes. Algunos de los contrapuntos más visibles de su poesía son: el dolor y el placer, el bien y el mal, lo divino y lo profano, la luz y la sombra, el tirano y el oprimido, el conquistador y el indígena, lo bello y lo monstruoso, lo moderno y lo clásico. Baste citar su poema Caribes para apreciar, con la ayuda de la ironía, este entramado semántico de doble cara: “Los indios caribes/ vorazmente/ llamados caníbales/ por el conquistador, /eran vegetarianos, / señores caníbales”.
En un texto sobre su propia estética, El taller del silencio: Una poética de la escritura, Luque Muñoz ampliará con mayor precisión la visión del poeta: “En un mundo pavorosamente disociador, el poeta debe dar cuenta del deterioro. ¿Cómo ha obrado esta noción en mí? El caos son los otros dentro de mí; no yo, encapsulado en mí mismo. Ingresar en la poesía significa renunciar al yo envanecido por su propio reflejo, renunciar al deleznable cuarto de espejos de las apariencias. Al profundizar en mis catástrofes, me encuentro con los vencidos, los vencidos vivos y los vencidos muertos. La poesía emerge como una sala funeraria donde los cadáveres respiran”.
Al poeta César Vallejo lo que le importaba en la poesía era el tono, y el de Luque Muñoz, uno de sus devotos lectores, es el de un aire heroico, legendario, solemne, por ejemplo, cuando dice: “La noche camina en harapos/ con la corona de un rey destronado”. Hay poemas en los que su tono se curva a lo sensual, lujurioso, sibilino: “El sólo agitar de tu vestido/ bastó para albergar/ una leyenda/ bajo mis párpados”. Mientras que, en otros espacios, su tono es quejumbroso, telúrico y oscuro: “Mi soledad se abría paso entre las gallinas/ y los potrancos asustados por el paso de los cometas”. Puesto de Combate
La anterior cita nos da cabida para dilucidar al Poder, en todas sus manifestaciones, contextos y sujetos que lo ejercen y sobre los que recae, como el eje y tema 12
Hojas al Viento ―lejos del panfleto y la bandera―, cuestiona a los lectores y a los poetas que miran para otro lado mientras nuestros hermanos mueren salpicados de infortunio y las grietas de la inequidad se hacen más hondas.
fundamental de la obra de Luque Muñoz, quien bien había memorizado aquella cita de Lenin: “Todo es ilusión, menos el poder”. Escondido en el claroscuro de otros subtemas importantes en la obra del bogotano, como el erotismo, la muerte, el amor, el viaje, la orfandad, la poética y el mundo moderno, el poder se devela en acentuados matices.
Es incuestionable cómo dentro de las muchas clases de poder que devela el poeta, se establece como eje central el amor y el erotismo en la obra de Luque Muñoz, quien solía citar de George Bataille una famosa frase: “Si no hay amor, no hay erotismo”. En su caso, la mujer se dibuja como una especie de Beatrice, quien desde la sombra se presenta y guía al poeta: “El paraíso existe. Está en tu nuca./ Abrazado a tu luminosa oscuridad huyo de mi cárcel rodante”; o una Sophia von Kühn, que salva al poeta y lo redime del dolor causado por las oscuras metafísicas y las codiciosas instituciones: “Ellos treparán inútilmente al paraíso/ mientras tú y yo danzamos invictos/ en torno a la hoguera”; o una versión escandalosa y profana de María Magdalena: “A la tercera madrugada,/ La reina compareció en mi tumba,/ Vendó mis cien heridas/ Y con la magia de sus manos/ Me dio de beber el agua de la vida”. Desde la literatura rusa, salta a la memoria Sonia, la joven prostituta de Crimen y castigo, quien da sosiego a la mente atormentada de Raskolnikov. En este punto la palabra y el cuerpo femenino son los caminos hacia la salvación a través de la experiencia del placer y el dolor, dos formas de acceder al conocimiento, según el mismo Luque Muñoz.
Para lograr esta arqueología del poder, Luque Muñoz, al igual que un experto del medioevo y con el reto de hacerlo desde la poesía, tuvo que recrear una escenografía ideal para que sus anónimos personajes cobraran vida. Es así que por sus versos desfilan reyes, vasallos, zares, húsares, guerreros, ahorcados, verdugos, sabios, cautivos, empalados, hechiceras, doncellas, degollados, alquimistas, hadas y amanuenses. Objetos que tornan a un halo mágico: espadas, alcázares, escudos, armaduras, coronas, imperios, túnicas, laúdes, cálices, castillos, talismanes, cráneos, horcas, esqueletos, cámaras secretas, carruajes dorados, laberintos, calderas y barajas. Animales que ascienden a un orden mitológico: dragones, águilas, halcones, escorpiones, camaleones, hormigas, monos, antílopes, palomas, ratas, tigres, cocodrilos, arañas, mamuts, corceles, sierpes y vellocinos de oro. Y finalmente, todo tipo de deidades y personajes míticos: Dios, el Diablo, Eva, Adán, Zeus, Hades, Afrodita, Ulises, Penélope, Helena y La Esfinge, entre otros. De esta forma, dos fuerzas: el cristianismo de la Edad Media, ―con toda la simbología, el rito y el dolor como origen de la palabra―, en fusión con el romanticismo europeo ―en su perspectiva social, política y filosófica―, son el tablero de ajedrez en el que Luque Muñoz parodia, ironiza y devela las penurias de su país y su época. Aunque no en pocos casos las puntas de sus flechas hicieron un flashback para herir al conquistador y desmitificar la época colonial. Los temas del presente toman otro relieve y otra mirada en la obra de Luque Muñoz: “Cólera y hambruna/ son promovidos desde un carruaje dorado. /Un hombre se arranca un hueso/ y lo pone de ofrenda en el altar doméstico, / una mujer se maquilla con lágrimas/ para que su belleza alcance la dignidad de la ceniza”.
El lector encontrará en La risa del ahorcado un recorrido cronológico por las dos etapas de la obra de Luque Muñoz: una primera, de corte experimental e intuitivo, que va desde su primer libro, Sol cuello cortado (1973), de aliento surrealista, pasando por Lo que puede la mirada (1977), de corte prosaico, donde entra con novedad el tema de la ciudad; y el Libro de los caminos (1990), que es un homenaje a la historia y la literatura griega y rusa atravesadas por el exotismo del viaje. Y una segunda etapa, donde despliega y consolida toda su imaginación en un lenguaje simbólico, de contenido irónico, crítico y erótico; allí se ubican Polen de lejanía (1998), Arqueología del silencio (2002) y Escrito con la garra del halcón (2006). Por primera vez, se presentan poemas de su libro inédito Antología apócrifa, apasionante recorrido por los poetas que lo formaron durante su vida. Al final, el lector asiste a un banquete de magia, intensidad y deseo. El que bebe de este vodka queda embriagado por un perfume único y misterioso.
De los poetas colombianos del siglo XX ―junto con Luis Vidales, la María Mercedes Carranza del Canto de las moscas, Juan Manuel Roca, Mery Yolanda Sánchez y Gabriel Jaime Franco―, Luque Muñoz es de los que poseen una visión más crítica y un contenido más político oculto en la metáfora. Con destreza y sutileza
Buenos Aires, mayo de 2015
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Puesto de Combate
Hojas al Viento
Padre mio
Una carta de Alexander Puskin a Anna Kern desde el más allá
Mi padre coleccionaba el canto de los pájaros domesticaba a las arañas, bebía un cielo reventado y saboreaba dulces vocales consonantes ebrias aunque viviera estampillado contra el muro.
Qué monótona es la eternidad, todo huele a flores marchitas, a incienso y a olvido. Aquí la luz viste de capa, los ángeles son pardos Y su suave rumor afina las alas del sueño. Me desvela recordar Los horrores absolutos de mi Rusia Anna, sólo evocar tus ojos de fuego azul, Tu pelo enredado a mi vida, tus dos manos dementes, Regala a mi ser una caricia sin pena. El emperador y su águila de doble pico Ansiaba arrojar mi cuerpo a los perros. La muerte acechaba mi sombra, interrogaba mi pluma, Mi lengua y mi oído, y yo la alejaba Con el estallido del verso y el redoble de tu paso. Hoy me rodeó una ráfaga que tenía tu forma Y quise entrar en ella y transmutarme y tomar el perfil De mi amada y esquiva Libertad. Sabes bien que los muertos hablan, que la verdad Derrite el mármol y la mirada de un hombre limpio Puede reventar las armas de los dioses depravados. Mas recordaré nuestra cita: Cuando llegaba mi monumento, Tu cuerpo se atravesó en la calle, Anna, tu cuerpo Mil veces dormido entre la caja del tiempo. Sé que tu corazón temblaba Como la más huérfana hoja de otoño. Pero no fuiste tú quien acudió en mi busca. yo me convertí en piedra para verte pasar. (Del libro Polen de Lejanía)
Mi padre coleccionaba huracanes serpientes y heridas que nunca cicatrizan una mujer coagulada en su espina dorsal el trueno que gotea desde unos ojos huérfanos. Cosido al fósforo con su lengua de diamante él se paseaba por el aire discutía con el pico del cóndor y el clamoroso viento lo llamaba por su nombre. Jamás tuvo un no para la estrella errante jamás tuvo un sí para el ladrido del resentimiento. Mi padre escribía versos Que luego corrían en cuatro patas por la jungla escribía con lava en el lomo de la nube y en la caja del difunto hasta que un día se le cerraron los párpados. Del libro La risa del ahorcado)
Tinta hechizada En el comienzo fuiste tú, muchacha, primero tus ojos que llovieron hasta formar océanos de silencio, luego tu boca que inventó la lejanía, de tus abismos brotaron los ríos impetuosos y la miel. En la desnuda mañana, de tu cadera redentora nació la alta semilla del deseo, y por la expansión de ese ardor Conocimos el misterio.
Descubrimiento Quise descubrir otros mundos Y construí una carabela. Después de largos años Como Marco Polo, regresé a mis orígenes. En mi tierra arribé a una playa de arenas verdes. Allí estaba el país que buscaba.
En el principio y en el fin tú, muchacha, la que teje mis días con su aguja de ternura, la que arrulla el mundo en el solo cuenco de su mano. (Del libro Polen de Lejanía) Puesto de Combate
Allí estaba tu cuerpo Bañado en las aguas del sueño. (Del libro Polen de Lejanía) 14
Hojas al Viento
El cartujo sin nombre ¿Para quién obran los mártires? René Char.
Bumerán
Aquí tenéis s el paraíso medieval –un poeta decapitado o ahorcado– y la voz de la trompeta celebrando el arribo del verdugo. Todo el que entre por esa puerta dejará afuera sus sueños, conservará tan sólo palabras desangradas, envueltas en trapos de curandero. Caerán en la olla siniestra la beldad que sedujo al cielo y a la piedra, el hombre que fue humilde y olvidó arrepentirse y el cartujo sin nombre serán atravesados con una estaca y exhibidos como un cochinillo en su bandeja. (Del libro Polen de Lejanía)
Yo que hice el largo salto en el Transiberiano, que conocí los vientos de Kabul, la gruesa nieve de Petersburgo, que bebí la salda leche de yegua en la cual se hechizó Gengis Kan. Yo que toqué a una puerta en Milos y en Isquía, que he visto a los murciélagos proteger la Biblioteca de Coímbra y ascendí las pirámides de Tikal hasta las nubes. Yo que me arrastré por el Sahara tras el atardecer, que en Delfos hablé con el oráculo y soñé víboras en la esbelta Sarajevo mientras en la calle Tome Masarika se desnudaba mi sombra. Yo que en Delhi vi a los muertos sacudirse el polvo, que he mirado a los ojos a las deidades de Nara y respiré cenizas en el Ganges. Yo que contrarié a las divinidades chinas en subversivos papiros que de tiempo inmemorial circularon por la Ciudad Prohibida, que acaricié a una virgen del siglo xii mientras mordía mustias hojas de otoño. Yo que acuné mi timidez en el trono de un rey, que hice el misterioso vuelo hasta el paraíso de unos abrazos lo que de verdad recuerdo, es el barrio en que nací. (Del libro Polen de Lejanía)
Afrodita me infundió Afrodita me infundió Una pasión irresistible Y sólo tengo libertad Para someterme A la tiranía de su belleza. Qué puede un ser mortal Contra una diosa altanera! Pobre de mí que inútil busco el olvido¨ si enmudezco ella habla por mis ojos, si camino duplico sus pasos, si duermo me avasalla en el sueño.
HENRY LUQUE MUÑOZ. Bogotá, 1944-2005. Poeta, ensayista, traductor y compilador. Estudio sociología. Fue profesor en la Universidad Externado y Universidad Javeriana, en la que obtuvo el magister en Literatura. Vivió en Europa y Rusia, donde se centró en la investigación de los escritores rusos. Publicó: Libro de los caminos (1991), Antología Desnuda (Revista Golpe de Dados 1997), Polen de lejanía (1998). Sol Cuello Cortado (1973), Lo que puede la mirada (1977). Entre sus trabajos de crítica se destacan: Domínguez Camargo, la rebelión barroca (1976), Dos clásicos rusos: Turguénev y Saltikov-Schedrim (1989). El erotismo del Cielo, una introducción a la historia social de la literatura rusa moderna (1999), William Shakespeare: una estética de la noche (2004), Fiódor Dostoievski: apuesta por el alma (2005).
En la íntima calma oiréis unas cadenas que se arrastran. Es mi deliro condenado a seguirla. (Del libro Polen de Lejanía) 15
Puesto de Combate
Hojas al Viento (Selecta)
GUILLERMO MARTÍNEZ GONZÁLEZ
De nuevo lo despierta el alba De nuevo lo despierta el alba Como una invasión de mosquitos. De nuevo con el espanto Que hierve como un tejido De gusanos jubilosos. En el espejo se pregunta Por el sentido de la muerte´+ Mientras afuera cae la lluvia El canto de la paloma torcaz. Y así sale sin alma, desterrado. Implacable la luz cae Pero siempre más allá En una distancia que enloquece Como pájaro que huye.
El pintor de caballos Pintar caballos era su obsesión. Quería que sus ojos brillaran en la sombra. Un día sintió que lo había logrado. Vio cómo la cola se agitaba erizada en el paisaje. Vio los ojos desorbitados y el relámpago de su crin.
Y así lo devora la ciudad El metálico ruido de su agonía. Ve al lotero junto a la prostituta Y al ciego que feroz Desgarra su guitarra contra el polvo. Lo deja impávido el aguacero. El chapoteo de la mujer que cruza la calle y el delirio de los semáforos en la neblina. Nada posee. Sin herida Ni salvación. Sin luz ni llaga. Ciego, solamente ciego.
La muerte del ángel Decidió matar a su ángel. Sería un combate terrible ante el asombro de Dios. Lo esperó el día que se sintió más oscuro. El ángel vino indefenso, sabía que no tenía escapatoria. Vio cómo el cuchillo destrozaba sus alas.
Puesto de Combate
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Hojas al Viento (Selecta)
Caín Caballo blanco
Mudo contemplaba la hoguera cuando pensó en matar a Abel. Ciego anda el crimen desde la tarde en que levantó su garrote de odio, su hueso negro.
Aquel caballo De blancura robada al relámpago Aquel caballo fulminante De cola inmensa Para agitar el fuego Aquella criatura de belfos rosados En el vapor de la luna+ Aquel caballo Su relincho solitario Su erizado galope hasta el alba.
El ángel Nos acompañaba cuando íbamos al río o a cazar mariposa en el valle. Sabíamos de su presencia cuando nos sumergíamos en el agua o nos colgábamos de los árboles en el silencio de la penumbra. Conocía nuestros secretos: la voz del azulejo, la voz del caballo en el sombra. La enredadera en donde nos ocultábamos de la lluvia y los espantos. Ah, tan suave como las patas del gato, nos acompañaba con su acecho de vigía invisible, con su pulmón de pájaro a la orilla del bosque.
Del libro Terraza para pisar el vacío, 2015
Fábula
Del libro El árbol puro del Río,1994
Infancia como la luna de un circo pobre. Siempre la misma bailarina rota, el mismo payaso remendado. La misma música y el rebaño de nubes en la colina roja. El mismo enano que bebe agua en el río con sortijas de luz.
GUILLERMO MARTINEZ GONZALEZ. Nació en La Plata, Huila, 1952 y murió en Bogotá el 26 de septiembre, 2016. Poeta, ensayista, editor y librero. Publicó los libros Declaración de amor a las ventanas, 1980 Ediciones Puesto de Combate, Diario de medianoche y otros textos, Cuadernos Surcolombianos, 1984, Marx y los poetas (Selección y notas, 1985), Puentes de niebla poemas, Trilce editores, (1987), El bosque de los bambúes (Traducciones de poesía china, 1988), Mitos del alto Magdalena, Trilce Editores, (1989), Lu Xun Poemas, (Traducciones de poesía, 1990), El árbol puro del río, Trilce Editores (1994), El vuelo diabólico, 1999 Poemas de Vampiros y Murciélagos, (Selección y notas, 2015), y Terraza para pisar el vacío, publicado por biblioteca Libaniense de Cultura, Colección Doble fondo, 2015. Fue director del Instituto Huilense de Cultura, asesor de la revista China Hoy en Beijing, China Popular, Profesor de Literatura Latinoamericana, y miembro de la revista Puesto de Combate, donde dio a conocer sus primeros poemas. En 1993 obtuvo la Beca de creación individual en Poesía de Colcultura. Poemas suyos fueron traducidos al francés e incluidos en varias antologías de poesía colombiana. Este es un pequeño homenaje, a quien desde un comienzo participó de nuestros sueños, nuestro amor por los libros raros y curiosos, nuestro amor por la poesía y su amistad. Lástima grande que se haya muerto cuando más lo necesitábamos, cuando empezábamos a creer en nosotros mismos. ¡Dios mío, no es ningún privilegio ser poeta: es estar en lo hondo y sentir miedo de no alcanzar nada”.
Ángel negro Ángel de la poesía, siempre estuve de tu lado. Quise compartir tu pan negro, tu canto contra la corriente. Dijeron que estábamos equivocados, ángel negro, dijeron que éramos locos. Ángel rebelde, en la noche de lobos, siempre a mi lado aleteando contra los sensatos. 17
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Hojas al Viento (Poetas y poemas)
LUZ HELENA CORDERO VILLAMIZAR Receta de Matilde
A Matilde le brilla la risa cuando dice esta receta viene viajando de abuela en abuela, la preparo y la uso desde siempre, mire mi piel con estos años…Entonces suelta su secreto como quien entrega un regalo ajado por el tiempo: busque cebo de cordero en la carnicería, debe sacarse del vientre, muy cerca de las tetas, pida dos libras al carnicero, sin más explicaciones. Baja la voz porque ha llegado la enfermera a tomarle la temperatura -sus ojos cerrados por unos segundos- compre un frasco de lanolina, son siete gotas de miel de abejas. La voz se le pierde, se le ahoga entre la manta mientras la memoria permanece ilesa, media botella de aceite de olivas y un poco de glicerina. Para la preparación es importante estar sola, tener las manos limpias y un poco de ternura. Pienso en su rostro sesenta años atrás, el negro de los rizos que estira y oculta bajo el peinado, su manera de enfrentarse al espejo, el modo de tragarse los bocados amargos. Se corta el cebo en trocitos pequeños y en un recipiente se derrite al baño María. Ahora abre las manos con uñas largas y rezago de esmalte, una sombra le pasa por la frente pero Matilde solo sabe sonreír. Lección antigua aprendida a fuerza de engullir la rabia, el resentimiento y las malas palabras que nunca supo pronunciar. Cuando se haya disuelto hay que colar el aceite –antes se debe lavar bien la vasija con agua caliente- espere que esté tibio para empezar a mezclarlo con lanolina y una onza de glicerina --la rima es mera coincidencia-. Aquí Matilde respira hondo como si aspirara el olor que viene de la cocción de las palabras. Otra vez su voz se pierde bajo el sonido de la máquina que lleva el ritmo de su corazón. Después de una pausa que duele, logra desatar un sonido sordo. Se añaden cinco gotas de limón, corrige, son ocho. Agregar un frasco de aceite de olivas, revolver con paciencia y tesón. Pasan varios Puesto de Combate
minutos sin que añada nada y de pronto ríe con picardía, logrando que el cuarto se ilumine con sus gestos y que seguramente mi cara borre la trascendencia del momento. Bata el tiempo necesario, la mezcla ha de ser blanca, blanca y muy suave. Hace otra pausa cuando regresa la enfermera, añade un gesto de apatía. Me ha dicho que cuando cierra los ojos empieza a repasar los números de tres en tres hasta llegar a cifras imposibles, luego lo hace hacia atrás, para regresar al comienzo. Es su forma de matar el tiempo y llamar el sueño, su modo de callar ante las preguntas tontas de los médicos. Ahora quiere decirme cómo se aplica el mejunje, pero antes suelta la clave secreta: añadir unas gotas de esencia o aceite perfumado, del olor que prefiera, solo así la crema estará lista para ser usada. Veo los números que desfilan por su cabeza, números en vez de oraciones que Matilde repite para evadirse, para no ver su cuerpo atornillado en el lecho, las piernas que no fueron al baile, la vergüenza de no calzar los tacones. Cuando abre los ojos en el punto más ciego de la noche, puede ver a Gustavo que regresa para pedir que le sacuda el abrigo, para silbarle que ya es momento de partir, pero Matilde vuelve a caer en manos de los números y se escapa con ellos. Lavar bien el rostro, sin secarlo, para frotar la crema. Aunque sirve para cualquier parte del cuerpo… Entonces me aprieta la mano haciendo que salte el lápiz con el que he estado tomando nota. Luce satisfecha porque ya no ha de llevarse su secreto. Ahora cierra los ojos y se va a contar números hasta el infinito. He aquí, Matilde, tu receta. No la transcribo para alimentar la vanidad de las niñas (ellas prefieren ir al supermercado). La copio aquí para que no se borre tu rostro de aceite, para que no se me escape tu recuerdo de miel y lanolina. 18
Hojas al Viento (Poetas y poemas)
Lo sagrado El adhan sale por los minaretes de la Mezquita Azul con una fuerza que rompe el cristal del cielo, esparce fragmentos que vibran y llegan para clavarse en el centro de algo que nos duele. El llamado al rezo es la conmoción, la música del fin del mundo suspendida en las cuerdas de una voz: Allah es el más grande, Haiia ala lfalah. El primer cántico es para suspenderlo todo y dirigirse a la mezquita o para hincarse donde quiera que estemos, siempre en dirección a La Meca. En el segundo verso: Declaro que no hay más dios que Allah, Ashhadu an la ilaha illa Llah, los hombres, cabizbajos, obedientes, se encaminan a la ablución, se descalzan, lavan sus pies con parsimonia, casi con ternura, como si fueran alas que los conducen a los brazos de Dios, mientras las mujeres sujetan las pashminas que cubren sus cabezas y hombros y luego se ocultan tras los biombos en el lugar destinado para ellas por toda la eternidad. Desde allí atisban la ceremonia y el centro del templo que el Corán reserva a los varones: Venid al triunfo, Haiia ala lfalah. El canto logra rasgar el sol, las fronteras, las palabras, logra que me cubra los hombros y acuda al lugar que me está destinado. Mujer es el lenguaje común que balbuceo para iniciar la adoración de los azulejos, la plegaria de las columnas portentosas, la bella caligrafía del salmo, el hechizo de los vitrales y las arañas de luz, la salutación a las cúpulas de Sultán Ahmed. Hincada ante la gran alfombra del tiempo, protegida por la raza de las mujeres, pienso que si no existiera Alá, lo inventaría cinco veces al día al oír el adhan que me empuja a la Mezquita Azul. Algo más sagrado que el dogma es la belleza.
LUZ HELENA CORDERO VILLAMIZAR (Bucaramanga, 1961) Psicóloga, Magistra en Literatura. Su obra incluye poesía, narrativa y ensayos literarios. Libros publicados: Postal de la memoria (antología personal, 2010); Por arte de palabras (2009), Cielo ausente (2001), El puente está quebrado (1998), Canción para matar el miedo (1997), Óyeme con los ojos (1996). Sus poemas se han traducido al inglés, al portugués y al alemán. Su obra se incluye en diversas antologías, entre las que están: Me duele una mujer en todo el cuerpo II, 2014; Poesía colombiana del Siglo XX escrita por mujeres, 2014; Um País que sonha. Cem anos de poesia colombiana. Lisboa, 2012; Silencio… en el jardín de la poesía, 2012; República del viento. Antología de poetas colombianos nacidos en los años sesenta. Bogotá, 2012; El país imaginado, Medellín, 2012; Antología de la poesía colombiana (1958-2008), Caracas, 2008; Trilogía poética de las mujeres en Hispanoamérica, México, 2004; Desde el umbral, Poesía colombiana en transición.Tunja, 2004; Norte y Sur: poetas santandereanas. Bucaramanga, 2003; Inventario a contraluz, Bogotá, 2001; Quién es quién en la poesía colombiana, Bogotá, 1997; Antología de poesía colombiana, Bogotá, 1997; Tambor en la sombra, México, 1996.
Estambul, septiembre de 2011
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Puesto de Combate
Hojas al Viento (Poetas y poemas)
FADIR DELGADO ACOSTA Desde el tren Hoy descubrí que los peces se ahogan en la ropa mojada Que París es un caracol Que los castillos amarillos existen al sur Que las llegadas de los trenes producen un cierto espasmo una leve y monstruosa saliva en los ojos
El último gesto del pez
Descubrí calles que se creen arañas Las hijas del sol en las hojas de otoño Palomas sin miedo a los pies He visto un río sin pliegues No se parece a los otros He visto trenes abalanzarse sobre tanta gente como serpientes Una piedra mítica La mitad de un arco iris Descubrí que los paraguas se extravían para convertirse en fantasmas que algunos peces han escogido una rara forma de morir Una ciudad de ecos de rayuelas de parques musicales y castillos de agua Un macabro baile de campanas en una sola calle Descubrí que las estaciones de trenes producen ansiedad Allí fue imposible imaginarme el amor Descubrí que los trenes son egoístas No les interesa conocer a nadie Descubrí que los molinos de viento se reúnen en algún lugar del mundo para hablar del viento He visto la luna como una gota de agua cayendo sobre el río Globos que se convierten en peces Papeles anaranjados como cielos Carruseles dorados Ciudades a donde llegan los objetos perdidos Hoy descubrí que prefiero aquellos trenes antiguos Que nadie vendrá a borrar la sombra La cicatriz del viento Descubrí cómo salvar peces en la ropa mojada. Puesto de Combate
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¿Y quién eres? El último gesto del pez Una silaba que nadie usa Las sobras de un abrazo Un circo con ciegos trapecistas La mueca del payaso Un calendario de cuerda Un puñado de alfileres Una jaula para hormigas amarillas Un pez que llegó a morir lejos del mar ¿Y tú quién eres? El mar que vino a ver cómo mueren sus peces.
Hojas al Viento (Poetas y poemas)
Hierba
Armario
Para suponer ofrendas al sol tendría laureles incendiados frutos de luz enjambres de peces Leería las líneas de las hojas Adivinaría la suerte de los árboles Sembraría gotas de lluvia el agua y sus raíces Buscaría mangos en los patios buscaría almendros entre la ciudad Recogería las hierbas del armario Cuidaría como plantas a los espejos y adornaría con ellos las ventanas Abriría con un grito la crueldad de los girasoles para que dejen esa forma terrible y perfecta de mirar los trigos de este espanto Para que dejen esa forma terrible y perfecta de mirarme el dolor como quien ve mandarinas y ciruelas de cristales Para suponer ofrendas al sol tendría que curar el herrumbre de viejos vestidos y quitarme las hormigas que se cuelgan de la piel como alfileres brillantes y quitarme tanta hierba y tanto óxido Para suponer ofrendas al sol tendría que encender la lámpara y esperar que la luz corra y se trepe como gato en las paredes tendría que encender la lámpara tendría que encender la lámpara y luego jugar a las ofrendas.
La ropa es hierba aparece por las líneas siniestras del armario Veo animales cosidos un armario que me intenta espantar con sus dientes de trapos unos trapos que se arañan entre sí El armario es tierra encendida las hierbas brotan la ropa se extiende como criatura que incrusta sus uñas en el aire El armario se burla se burla de los escalofríos que se rompen como porcelanas de los escalofríos de la calle que me viste que me salta como pez suicida al abrir la casa El armario tiene escamas El armario se traga las sábanas El armario se traga los insectos el timbre del teléfono El armario se va tragando todo ahora se traga él se come a pedazos hasta desplomarse hasta consumirse hasta consumirse hasta desplomarse y entonces recojo los restos y la hierba.
FADIR DELGADO ACOSTA: Escritora de Colombia. Autora del libro La Casa de Hierro y de El último gesto del pez. Egresada de la Maestría en Creación literaria de la Universidad Central de Bogotá. Sus textos han sido publicados en diferentes revistas literarias nacionales e internacionales. Invitada a distintos festivales y encuentros culturales en países como Francia, Canadá, México, Perú, Cuba, Venezuela y Ecuador y en otras ciudades del territorio nacional. Premio en Poesía del Concurso Internacional de literatura de la Universidad de Buenaventura - Colombia. 2014. Ganadora de la Residencia Artística en Montreal por parte del Ministerio de Cultura de Colombia y el Consejo de Artes y Letras de Quebec, en el área de literatura. 2013. Ganadora de la convocatoria internacional de la Oficina de la Juventud de Québec para participar en un intercambio literario en esta Provincia. 2010. Su libro El Último gesto del pez fue traducido al francés por la editorial Encre Vive de Paris en el 2015. Ha recibido reconocimientos como Joven Sobresaliente en el Campo de las Artes en Barranquilla y obtuvo el primer lugar en poesía en la 6 Bienal de Noveles Escritores Costeños que se realiza en Barranquilla. Es tallerista literaria y coordinadora de la Fundación Artística Casa de Hierro de Barranquilla.
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Puesto de Combate
Hojas al Viento (Poetas y poemas)
SUSANA JIMÉNEZ PALMERA Amadora …en presente siempre amándote, eternamente tuyo, todo tuyo siempre todavía. Darío Jaramillo Agudelo No aspiro a ser tu amor, solo quisiera ser cadencia en tu siempre, la figura que mece tu silencio, tu pretexto para leer la pasión. No quiero ser tu lluvia ni las flores de las que hablan los poetas, solo ser asombro que germine en tus ojos y crepite en tu mente, la constancia en tus manos para que no tropiecen.
Soledad
Persigo ser la boca que baila desnuda, la canción abstracta de tu alma, y ser la costumbre apremiante del verbo pensar, pensándote en gerundio, en plena acción.
La soledad es esta melodía rota de mis frases. Alejandra Pizarnik No supone, asevera, no musita, grita la viudez de los huesos, su pincelada no es media, abarca todo y te asfixia.
Sueño ser el amparo de la utopía, la lucidez que vive presta para amputar el dolor.
No lame la mejilla, muerde la cara y te deja sin ojos para que no veas su profundidad en las cenizas.
Ser tu amadora si logro mirarte y convencerme de la ausencia de lógica y en silencio profundo, recordar que no pretendo nada ni siquiera que me ames.
Puesto de Combate
No es un sofisma, es tan real como el polvo del que estás hecho. No te da plazos, te suelta en la sima por donde el círculo del sol se despeña.
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Hojas al Viento (Poetas y poemas)
Del color de la luz Un desfile de sueños florecidos bordea el mar que ahogó los lamentos y la risa se mece en las pupilas con la inocencia de retoños nuevos. La casa ya está sin rejas y la antorcha fragua el color de la luz sin espacios que la sometan.
Tus palabras Baten sus alas y juegan con el viento, adornan la balada del trigal maduro, como gotas de agua lavan los sueños y son capaces de vestir el dolor sin costuras. Como garzas blancas vuelan lento, se juntan para tejer el alma sin la marca del tiempo. ¡Tus palabras… anidan donde el silencio es puro!
SUSANA JIMÉNEZ PALMERA. Nació en Barranquilla, Colombia, ciudad donde cursó sus estudios de primaria y bachillerato. Estudios de Inglés como segundo idioma, en la Universidad de Carleton University, en Ottawa, Canadá y Terapia del lenguaje en la Corporación Universitaria Iberoamericana de la ciudad de Bogotá. Más tarde se especializo en Problemas de Aprendizaje en la ciudad de San José, Costa Rica. Ejerció su profesión por más de 15 años en diferentes entidades Públicas de Barranquilla como el Hospital Pediátrico y las desaparecidas empresas: Beneficencia del Atlántico y Empresa Municipal de Teléfonos. Al mismo tiempo atendía consultas privadas para tratar niños con trastornos en el Lenguaje oral y/o escrito, en sus distintas etapas evolutivas. Publicó su primer poemario “Sendero de latidos” (2014) con Apidama ediciones, y “Con hilos de soles y lunas” (2016) Apidama Ediciones. Sus poemas hacen parte de las antologías “Poesía Colombiana del siglo XX escrita por mujeres”, (Tomo II, 2014) y Antología Poética Internacional “Grito de Mujer” (Editorial Rosado Fucsia, República Dominicana 2014). Participación en encuentros internacionales de poesía en ciudades como Elche (Alicante) y Barcelona, España. También en diferentes ciudades de nuestro país.
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Puesto de Combate
Hojas al Viento (Poetas y poemas)
DIANA CAROLINA DAZA ASTUDILLO Carta a Alejandra Pizarnik El hastió por un padre, una madre y una hermana, condenados a los buenos modales. Demonio oculto bajo un rostro agrietado por la juventud o ángel incomprendido buscando la libertad en una habitación cubierta de sombras y fotografías. Sartre y las anfetaminas. Sasha, Flora, Buma, Blumita o Blímile o todas juntas desangrándose en las páginas. Una cajetilla tras otra consumida a escondidas. Olga, Liz, Julio y Bretón. El reposo en un pecho de cuarenta, el deseo ausente en una boca de veinte, el amor como naufrago, la soledad como gobierno. Alejandra, tu nombre ensordece, puedes estar tranquila, dejaste de ser esa pregunta tartamuda, rebotando en un abismo.
Carta a Pina Bausch Tú, sí que supiste Pina, aprovechar el aleteo de las extremidades, ese temblor que nos quiebra las rodillas frente al miedo, la diferencia entre caminar por caminar, correr por correr, correr y caminar, la vida trastornada por la música. Tú, si aprendiste que el cuerpo, este rompecabezas de huesos y músculos que parece a veces desencajarse con los dolores de la voluntad y de la carne, se hizo para volar. Nunca una pantera deseo ser mujer y ninguna serpiente lloró por no tener pies, hasta verte Pina, verte girar, elevarte, extenderte sobre la piel de un teatro con la fuerza de toda la naturaleza junta, así como yo nunca amé tanto los dedos de mis pies, al sentirlos tan independientes y juguetones. Te veo romper el café Müller y pienso en el tiempo que perdemos recorriendo las esquinas de siempre, buscando lirios y azulejos bajo los escombros, canciones estériles escritas con el cuerpo.
DIANA CAROLINA DAZA ASTUDILLO. Bogotá 1980. Redactora creativa y promotora cultural. Textos suyos han sido publicados en revistas de creación literaria y suplementos de Colombia, Ecuador, Chile, Venezuela y México. En el 2003 publicó con la colección Aquí estamos decena de la editorial Funcreta, el poemario “el abrazo de los días grises. Participante del taller de escritores de la Universidad Central en el 2005 y el taller de cuento ciudad de Bogotá 2015. Actualmente dirige el sello editorial independiente Piedra de Toque. En el año 2013 editó el poemario el “Nacimiento de la Gargolena” con la colección estampillas poéticas y en el 2014 su poemario “los demonios y la lluvia” fue editado por el proyecto Pirata Cartonera., Bogotá. Colabora con el espacio cultural La Galería 4-19 y con la Fundación Casa de Hierro en Barranquilla. Puesto de Combate
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Hojas al Viento (Poetas y poemas)
Carta a Hannah Hill Visito la última madrugada del año, mientras intento terminar la carta para el holandés y aparece la sombra de tu hijo Hannah, ese que nació para robarte la voz y los aplausos. Mientras su nombre crecía, las luces de Lily Harley se apagaban en el cartel y con ellas la música del piano en tu cabeza, los ramos de rosas, las fotos en el diario. Perdiste el recuerdo de los besos de Sydney, el calor de las luces del music hall, los viajes a New York, los cumpleaños de George, el sonido de la máquina que remendaba el hambre. Te imagino sentada junto a la ventana del Cane Hill, rompiendo galletas con las manos creyendo que son hojas secas. Sonríes, cantas, tejes en el aire. Te ves tan tranquila, pienso que quizás no te perdiste de nada, las madres sufren, los rostros de la guerra son otros, pero aún nos condenan al miedo, las cámaras de gas ahora abren sus llaves en nuestro pensamiento y el hambre y la pobreza de la humanidad, aun son ese paisaje que a nadie le importa.
Carta a Vincent Van Gogh Tus pinceles y tus telas, como esta pluma, como tantas otras manos que en el mundo pintan y escriben y sangran, saben que una negativa de amor duele igual en Arlés que en cualquier esquina de América. Ingenuos, nos entregamos como hogueras a los andenes sin luz, a las jaulas de circo, a la boca del tren, esperando un poco de calor. La fiesta siempre se apaga y seguimos solos. Si el amor fuera tan fácil como comprar sombreros, pinceles y calentadores de gas, nuestras deudas no serían una larga lista de fracasos y despedidas. ¿Cuántas veces te dejaron con la mano extendida en un baile de besos? Una cuenta de hospital se paga con la venta de tres cuadros, la cuenta de un corazón roto, la pagamos con la vida.
La Singer Abatida por el frío que envuelve la casa la vieja Singer olvidó contar historias los niños no creen que su pedal es un barco ni su rueda un timón que dirige los sueños. Sus dedos ya no cosen la fatiga de andar un día tras otro los uniformes para el colegio el dobladillo del pantalón el vestido de domingo de la muñeca. Nadie escarba entre sus cajones buscando el hilo que remiende el paisaje de una generación de pequeños animales mezcla entre panteras, pájaros y hormigas con corazón de ballena azul. El ojo de su aguja afectado por el juego cotidiano de la vida dejo de respirar. Como un cíclope enfermo se oculta en la soledad de la casa. 25
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Hojas al Viento (Poetas y poemas)
JUAN CARLOS CARVAJAL El séptimo sello. (Ingmar Bergman)
Se alejan del amanecer, en una danza solemne hacia el país oscuro mientras la lluvia baña sus rostros y limpia sus mejillas de lágrimas y sal. El ajedrez es un confesionario donde cada rey implora silencio. Los peones, suplicantes agitan su carne en son de látigo clamando a un Dios más aterrador que la muerte.
Zorba el griego. (Michael Cacoyanis)
Dentro del tablero toda pieza es holocausto; sólo resta danzar con las sombras y reír con bufones antes que en la última jugada el ángel declare en su trompeta eterno silencio del sello al romperse.
Cuando la danza es más fuerte que el hombre el rostro de la muerte cobra mueca de alegría. Las cuerdas del santouri se quiebran al bailar sobre ellas dos cuerpos desolados. Una viuda se hace esposa del silencio si los ángeles de Creta desatan sobre ella lluvia de piedras. Entonces brujas bailan sobre oropel y tan sólo resta la danza para hacer arder las ánimas y emprender la vuelta a casa.
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Hojas al Viento (Poetas y poemas)
Canciones del segundo piso. (Roy anderson)
Basada en el poema “traspié a dos estrellas” de César Vallejo Sacrificar una juventud plena de futuro ¿Acaso podemos hacer más? Bienaventurado el despistado cuando todos van al norte, el que redacta discursos para abuelos en cuna, quien ve de la vida un viaje y aún está en el punto de partida.
Los hijos de los hombres. (Alfonso Cuarón) “El último en morir que apague la luz” Tras la bomba el chillido en los oídos es canción de despedida.
Bienaventurado el que se hace débil para no cargar la cruz, quien no lanza a su niño de un precipicio para calcular la caída.
El niño más joven, de 18, se ha ido tras la última cigüeña atraído por los cantos de las armas.
Bienaventurado el que lee y no entiende o entiende lo que no lee pues de él es el reino de los muertos que reviven en agencias de empleo.
Tras el disparo el segundo chillido es el alma huyendo por los oídos. Cuando todos los vientres de mujer son tan estériles como la tierra una sola semilla puede traer el futuro de la vuelta de la esquina. Entonces pueden cantar de nuevo ángeles sobre columpios y jardines olvidados y detener la marcha de los fusiles al menos lo que dura un minuto de silencio.
El luchador.
(Darren aronofsky) “El mundo es el único lugar donde termino lastimado” Es la sombra quien padece los tormentos de la carne. Fuera del ring, detrás del matadero, los años aprietan más que las cuerdas haciendo del cuerpo bitácora de ausencias. La sangre del carnero lavará los pecados de su público. 27
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Hojas al Viento (Poetas y poemas)
Match Point. (Woody Allen)
“Prefiero ser afortunado que bueno” La suerte rueda sobre los cuerpos como casquillos de escopeta.
Underground.
De nada valen las cumbres, la verdad en boca de Venus, el crimen y el castigo cuando la moneda tiene tres lados: el de la vida, el de la muerte, el del exilio.
(Emir Kusturica)
¿No lo ves?
Los que sobrevivan serán devorados por las bestias.
Érase una vez un país y su capital: un círculo de amores, una comedia, un zoológico de hombres. Érase una vez un país que cabía en un sótano, en una isla sin tierra, en un tanque de guerra. Érase una vez un país cuyo nombre borraron las trompetas de una orquesta. Érase una vez un país sin mayor líder que un mono. Érase una vez un país.
JUAN CARLOS CARVAJAL SANDOVAL. Ganador del primer concurso a las mejores producciones artesanales locales y Producción literaria de Usaquén en la categoría cuento. Ganador del primer concurso distrital organizado por Biblored en la categoría dramaturgia. Mención honorífica en el premio literario Eustaquio Leal de la universidad autónoma con su cuento: no siempre fue ciego. Publicado en diferentes antologías de relato en México y España como Leyendas de la santa muerte, Cuentos de personajes para personajes, y Blanco, rosado y tinta. Actualmente se encuentra terminando el pregrado en Creación Literaria de la Universidad Central y trabaja adelantando una edición crítica de La vorágine. También, es columnista de cine en el periódico Echando Lápiz y eventual colaborador en las Hojas universitarias de la Universidad Central. Email: filantropus@ gestores.com jcarvajals@ucentral.edu.co Puesto de Combate
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Hojas al Viento (Poetas y poemas)
LILIAN SILVA G. Árbol “…La tempestad invade la noche…” Antonio Ramos Sucre Agitarme, someterme bajo el ramaje de tus manos heterodoxa y gallarda como una mujer sin piel Me desnudaste en tu boca Tú, que yacías guardado en un lugar aprisionando tus raíces más abajo del ocaso, junto al agua de la sed. Vertiste tu mirada sin tregua por el cauce de mi vientre Arremetiste como el viento desdibujaste mis ropas a tu tronco crucificaste este breve momento del que no podía salvarnos ningún dios.
Desconfianza Salí a buscar los ojos del viento pocas veces me alimento de olvido, dejándole nombre a las cosas. yo parí demasiado tarde yo que me tizno el pubis con el grafito y me detesto los domingos salí a buscar como una niña la confianza más no tenia sino mis pies y esas rancias cicatrices en las rodillas, me recordaron que el río esta hecho de piedras que el aire no es otra cosa que aire.
La paseante o eva en el corredor Yendo de regreso con la valija desnuda. Halando erguida bajo el temblor de la luna Los senos desmesurados inclinan su pobreza endurecida Jugando entre sus dedos la ceniza y la niebla Barajando las felicidades cortas y previsibles Acicaladamente Sola.
YOMAR LILIANA RODRÍGUEZ, mi seudónimo Lilian Silva G. Trabajo en un hospital leyendo a los pacientes enfermos de distintas patologías. Nunca estudié literatura. Escribo por necedad, por búsqueda, porque me resulta terrible la vida y leer no me basta.
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Puesto de Combate
Hojas al Viento (Poetas y poemas)
EDUARDO BARROS PINTO Buena mar marinero
Coordenada 93
Para Armando Barros Linero, In memoriam
Desde que estás, la casa, ese espacio filial donde creció mi padre, donde mi abuelo se dedicó a la cría de gallos y flores, donde el aroma del “Ron Caña” se colaba por todas partes, donde mis hermanos, pacientemente, soportaban mi paciencia sin límite y mi madre en silencio nos enseñaba el valor de las pequeñas cosas, esa casa, ahora, se hace más bella. Desde entonces somos tres y no soy mejor ni peor que antes sólo un niño descubriendo el universo.
Patillas largas -como Libertadortiene mi primo Armando. Así lo vi ayer en la clínica donde ni siquiera pudo abrir los ojos para vernos. Mi primo sueña el sueño que soñamos todos cuando estamos despidiendo el mundo. Es mejor no interrumpir el sueño de un marinero. “Buen viento y buena mar”. Tus mástiles ya conocen el cielo.
Desde que estás y eres la soledad me cabe en un bolsillo y soy un hombre naciendo en cada beso.
Lluvia adentro Llueve y la infancia se repite En los chorros que caen de los techos. Monique Facuseh Ahora quiero ponerlo todo en mi poema. Hasta la lluvia cruel que cae agujereando los techos. Sentirla que moja mis dedos, resbala por mi lápiz, y deja su huella húmeda en las cuadriculas. Muchas veces la vi arañando el cinc de mi casa como gata antártica buscando una habitación para hacer la siesta. Luego se alejaba, engreída, con su cola de nieve, estirando los huesos. Pero adentro la gotera seguía cayendo. Adentro el tic tac frio de las gotas sacando los clavos, adentro un maullido liquido por los sillones. Después llegaba el sol y se oreaban los colchones con la brisa loca, y mi madre lo reconstruía todo como si nada. Así aprendí a odiarte y a quererte cuando por las calles corría feliz chapoteando el agua y eras tú la causa y el efecto de mi levedad. Para mis hermanos. Puesto de Combate
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Hojas al Viento (Poetas y poemas)
El canto del guerrero
El ojo de la noche
El guerrero es un cuerpo henchido de viento y humedad José Pérez Olivares
Para Clemencia Tariffa
No temas, sé cuidar de mí, amor, en cada madrugada; pura vida, calicanto, amor del océano encendido. Eres tú la flecha de mi arco, eres tú la flor y la saeta. Tú habitando el tiempo. Amor: !Qué dura fue la guerra! Con tu amor ya estoy aquí.
Se desliza frágil por la ciudad como pompa de sueño en la maraña del tráfico. Junto al mar se detiene y acaricia la espuma con sus dedos de arena. Ahora que el aire es liviano como el aliento de un niño escribirá un poema: “Me habita otra mujer, una extraña, una intrusa que no alcanzo a entender”. Morbosa y tímida la siento en mi piel como gata peluda.
Oración del mar
El círculo de piedras
A Santa Marta
Debajo de tus piedras me protejo de la guerra Liliana Isabel Velásquez
Madre celestial, estrella del océano, flor de la espuma, roca del trupillo, malecón de la brisa, déjame besar tus orillas.
Cuántas veces he repetido el viaje, en verdes excursiones aterciopeladas donde cunde el alboroto y el paso lento por la manigua. De oro y de piedra es el camino para quien lo recorre con sus pies de selva. Entendí que transitaba por un río de bruma y de caracolíes, de caracoles negros como chocolates. Allí te sentaste a escribir entre las piedras y otra vez fue tuyo el cielo, la montaña y las mandarinas. Distinto ha sido el viaje como distinta su vocación sanadora. Entre tantos testigos nada ha quedado sin decirse.
Déjame, como un niño, refugiarme en tus raíces; mientras el mar dilata la arena con su voz innumerable. Árbol de ciudad germina en mi pecho.
EDUARDO BARROS PINTO Santa Marta, Colombia, 1960. Poeta. Investigador de la Ciencia Nativa entre los indígenas de la Sierra Nevada en donde trabajó como profesor de Ciencias Naturales. Licenciado en Biología y Química y Especialista en Investigación Sociocultural. Libros publicados: La Casa Del Mar, Poesía, 2015, Un mundo con significado, Ensayos, 2005 (coautor), Terquedad De La Memoria, Poesía, 2002. Etnobotanica: Plantas medicinales de los Arhuacos, 1999. Kan Juna Awiri Ana’ Nuga Juna: Fauna y Flora. Cartilla bilingüe, 1996 (coautor), Secretos De Una Noche Azul, Poesía, 1990.
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Puesto de Combate
Hojas al Viento (Poetas y poemas)
HERNANDO GUERRA TOVAR
La casa En este lugar del ruido donde se levanta una ciudad de miedo tuve alguna vez mi casa de ventanas abiertas al silencio de puertas a la luz Tuve alguna vez mi casa donde la hamaca cuelga de la sombra y el pájaro canta canciones de ausencia Casa de caminos que se alejan que se pierden más allá de bosques y de arroyos de veredas que transpiran detrás de las colinas olor a verde, a esencia vegetal Casa donde el verano pulsa los hilos del fuego y en el techo intacto la lluvia sonríe salta de gozo, repica de alegría Casa de partos como auroras de tardes doradas de noches en que la luna crece cuando el sueño inventa grandes reinos azules Casa por donde cruza un río sin orillas un tren que viaja entre montañas un viento de alas largas En este lugar del ruido donde ahora se levanta una ciudad que hiere tuve alguna vez mi casa de patio sombreado
Puesto de Combate
Pescador A Jaime Guerra Teje la red para atrapar el sueño de fique y bruma en tardes de verano La extiende sobre la noche del río al amparo de la luna luego de espantar a la bruja que le borra los pasos que le esconde el camino Después de conjurar el bosque claroscuro universo de señales aleteos extraña música de vuelos alaridos Teje la red para atrapar el sueño La arroja sobre el cuerpo de la madre del agua la bella mujer que lo lleva hasta el fondo a su cueva de encanto y entre piedras que brillan lo ama en silencio con su cuerpo de pez
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Hojas al Viento (Poetas y poemas)
Piedra o nube
A Eleazar Plaza Oleny El bosque anida el grito de pájaros heridos por el fuego en la tarde ondulada cuando el viento riza peina la copa de los árboles y el agua piedra o nube desde la oscura cavidad del cielo se redime cae gozosa se vuelve río
El patio de mi casa Mi casa sobre la orilla del abismo al lado de las nubes territorio del viento es una comodísima mansión de precipicios Su patio: el largo vuelo del pájaro
Albedrío
Dibujo de Héctor Rojas Herazo
De los escombros elige el que te guste Hay azules cielo despejado para aquellos que sueñan paraísos donde la luz no alcanza Hay verdes, como el vientre del bosque colmados de hojas y de alas Los hay rojos como la espina la gota de polvo o de fuego en cada verso, en todo vino De los escombros elige el que te guste Hay variedad de grises olor a bruma El negro escondido en algún lugar de la tiniebla El blanco páramo El que inventa el calor de la canícula Puedes llevar los colores del sol y de la flor acaso el lila, el magenta, el rosa Puedes llevar los colores de la luna y la semilla los oscuros colores de la tierra Puedes llevar el amarillo dorado como el alba o la tarde como fruto maduro como ese viento que danza en los trigales De los escombros elige el que te guste Sólo tú sabes el color de tu miseria
HERNANDO GUERRA TOVAR Armero- Guayabal, Tolima, Colombia, 1954. Poeta y ensayista. Es autor de los libros de poesía: Pájaro azul, 1994; La noche del árbol, 1998; Ciega luz, 2004; Sombra embestida, 2007; En la curva del río, antología, 2009; Tríptico de la luz, antología, 2010; El tiempo que nos resta, 2014. Incluido, entre otras, en las antologías Poetas Siglo XXI de Prometeo Madrid; Poesía Siglo Veintiuno de Fernando Sabido de España; Poesía colombiana de la editorial el Perro y la rana de Venezuela; Revista Letralia de Venezuela; Antología de Poesía colombiana 1931-2011 de Fabio Jurado Valencia. Respira y escribe en Bogotá.
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Puesto de Combate
Hojas al Viento (Poetas y poemas)
JORGE BUSTAMANTE GARCÍA Detrás de cada cosa Venía de unos caminos Claros y seguros Pero la poesía me reveló La multiplicidad desestimada: Pude entonces atrapar Lo tenue y el instante Lo que reside extraño Detrás de cada cosa.
Lo que queda de los versos Qué cosas escribirte, amor, Si ya la memoria es espuma En la lejanía de los ojos. Qué cosas nombrarte, amor, Si la poesía no sirve para nada Si pensar en ti es azul como ir vagando Por un bosque dorado al mediodía. Qué cosas contarte, amor, Si ya no entiendes tu cuerpo, ni mi cuerpo, Si en las nubes que opacan la mirada Nacen jardines en el habla mía. Qué cosas inventarte, amor, Si todo se aja en la desdicha Y en nuestra casa devastada De los versos sólo quedan las cenizas.
Tristeza por la patria Me hablan de un país Y yo pregunto si será, acaso, Un país el permanente exilio Donde sólo se escucha el silencio. Qué país es ese donde las amapolas Amanecen con sueños abiertos Mirando los sueños de los hombres Romperse contra el paisaje. Me hablan de un país de millones de fantasmas Que deambulan como locos intentando recuerdos De cuando fueron reales en medio de la sangre De cuando tuvieron sed en medio de la guerra. Cuál será ese país del que me hablan Donde los poetas se desgarran y cantan Cantan desgarrados mientras los tiros suenan Por las calles locas de la locura loca. Me hablan de un país Y me dicen "pero si ese es su país" Y yo les digo que sí, que cómo no, Que ese es mi país, el del silencio. Puesto de Combate
JORGE BUSTAMANTE GARCIA Nació en Zipaquirá, (1951). Se graduó de Geólogo en Rusia. Traductor, habitante del mundo, Reside actualmente en México donde ha publicado varios de sus libros de poesía, entre ellos Invención del Viaje (1986), El desorden del viento (1989), El canto del mentiroso (1994), El caos de las cosas perfectas (1996), Traductor del libro Poemas de la poeta rusa Anna Ajmátova (1992). También tradujo para Norma de Colombia Cinco poetas rusos 1995. Premio estatal de poesía de Michoacán (México). Hablar de poesía, nos dice Jorge Bustamante, es desordenar el viento, pero ese desorden es también el orden del poeta, y su orden se vuelve de todos gracias a la palabra.
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Hojas al Viento (Poetas y poemas)
GUILLERMO GARCÍA DÍAZ Si al escribir hablo de mi cuerpo Y digo que así es la luz Y digo de la nada que así es mi cuerpo, Del ala que ella es mi deseo, Que la mariposa imita a mi alma Y mi alma imita a la mariposa, Entonces, no encuentro más distancia De las palabras a las cosas, Que de tu cuerpo a mi deseo. De Los días de la eternidad
La noche está en la luna pálida y oscura, La luna está en la noche, luz y sombra. La flor es amanecer, El amanecer existe en la flor. La palabra es tiempo que en sí mismo transcurre, El tiempo es palabra en fuga detenida. El cuerpo es deseo ávido de otro deseo que es cuerpo, tuyo, mío. Tu eres una orilla, el amor, el río, Yo soy la otra orilla, el amor está en mí, también el río. La vida es retorno y el retorno es muerte. Todo gira alrededor, Todo es el centro. De Los días de la eternidad
Dices tree, dices arbre Y es tenue la realidad que designas. Incompletos están las hojas, El viento que las toca, Las raíces, los pájaros, La luna que atraviesa en la noche su ramaje. Dices árbol: Un bosque inmenso te habla, Su lengua es savia, Te habla vegetalmente del mundo En cada tronco, en cada casa, Te trasplanta y tus pies saben que una misma substancia En ellos y las raíces es terrenal destino. Tu boca canta como las aves en las ramas Y tus ojos suben desde la obscura raigambre de tu ser Hasta la luz que se posa Como celeste invocación en tus hojas. De Los días de la eternidad
GUILLERMO GARCÍA DÍAZ. Bogotano, nacido en 1973. Estudió literatura en la Universidad Nacional. Hace parte de la Fundación Trilce la cual lleva a cabo una labor de difusión poética y narrativa en el ámbito nacional. De su obra poética de carácter inédito hacen parte los poemarios Las edades deshabitadas y Los días de la eternidad.
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Puesto de Combate
Hojas al Viento (Poetas y poemas)
JOHN GÓMEZ Cosas que no sé (05/11/2010)
Hay tantas cosas, querida mía, que no sé. No sé, por ejemplo, tu sonrisa, gigante bajo el amplio cielo de una tarde de verano, cuando acerco mi boca a tus oídos y te susurro las fábulas del viento.
Sucesos
(04/12/10) Me parece increíble el que existan cigarrillos de sabores, y que sus espirales de humo blanco se pierdan, infinitas, en el cielo.
No sé, ya dirás, ese calor que desprende tu sexo en invierno, en el que fácilmente se podría derretir un nevado. No sé tampoco tu melena color óxido que te cae rizada por la espalda y que deja manchas cobrizas sobre los lunares de tu cuello.
Es realmente patético que, mientras un domingo estamos jugando con la muerte, tengamos que ir, al día siguiente, a trabajar a las ocho de la mañana.
Hay tantas cosas, querida mía, que no sé, que no sé si quien habla es el recuerdo o la idea de lo que pudo ser.
Tremendamente divertido es que un pueblo tenga miedo de sus gobernantes, y que salga a votar cada tanto, más que por convicción, por miedo. Y es curioso que en el asiento de al lado en un bus viejo-vil chatarra-, con tan solo una sonrisa nos llenemos de ilusiones.
Remembranzas (08/11/11)
Pero lo más extraordinario de todo esto, es que la vida sea la sombra de una sombra, la sombra de otras vidas, y que en lugar de elegir la senda del osario nos aferremos, fuertemente, a nuestras máscaras.
Entonces, ¿que hemos sido? Amantes abatidos de tristeza insospechada. Juntos fuimos la ceniza que se lleva el viento, la hojarasca que se pudre, los océanos violentos, cuya indócil furia cesa en tiernas ensenadas. A pesar de ello, no te culpo, pues ahora es al pasado tan solo a quien pudiera pedir un poco más de tiempo.
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Hojas al Viento (Poetas y poemas)
Alfonsina en el fondo del mar (06/06/12)
En la blanca arena edificas tu hogar, otorgándole forma de templo, o de imperio, y al vaivén de las algas marinas profesas, con ímpetu, un rito olvidado para todos aquellos que pueblan abismos.
Identidad (01/08/12)
El océano calla al moverse tu cuerpo, y tu mirada profunda es la mirada del mundo que no vuelve los ojos para ver hacia atrás; tus límpidos huesos son el piano del mar, y cuando se chocan, se vuelven marimba, despiden murmullos de currulao y de son, con latir de cununu, tambora y guazá -es el alma del mundo que quiere tocary se elevan muy alto en batallas convulsas, formando la espuma que corona la mar.
En ocasiones, cuando no sé muy bien quién soy, tengo que inventarme un yo nuevo: alguien menos parecido a mí y más conforme con el yo que anhelo ser. Un yo que es casi todo lo que yo no puedo, y tiene todo aquello de lo que carezco. Así, en situaciones reiteradas, me veo fuera de mí mismo en ese otro que disfruta, al decir en las plazuelas, aquellas cosas que yo nunca me atreví. Y, poco a poco, me siento cada sombra, cada mano y cada boca, de aquellos que no soy, y me disgrego, de forma progresiva, en los reflejos disímiles de lo que solía ser alguna vez.
Y eres templo y susurro y, principalmente, eres vida; pues las ballenas que habitan tu vientre fecundo elevan quejidos que rompen las olas para que nadie se olvide de la alondra feíta. ¿Pero tenías que irte tan pronto, Alfonsina, cuando no habías terminado, siquiera, de llegar? Fiera leona de tu orgullo auto-impuesto, tú que hundiste en los hombres tus garras de anhelo, mientras diste, a la lira, todo lo demás: es triste que nunca aprendieras, querida -ni con el látigo de la mano ruda-, la necesaria distinción oportuna entre la obstinación y la porfía.
Pero casi siempre, cuando llego a casa por la madrugada, cansado y desnudo frente al espejo me doy cuenta de cuan vana es la mentira, y cuan cobarde es el engaño, pues descubro, que en lugar de construir en mí mismo alguien mejor, prefiero esconderme, del resto del mundo, en la coraza de mis fingidos otros yo.
JOHN GÓMEZ (Bucaramanga, 1988). Filósofo de la Universidad Industrial de Santander. Segundo lugar en el Concurso de Poesía Café Con-verso Ciudad de Bucaramanga (2012), finalista en el III Premio Nacional de Cuento La Cueva 2013-2014 y participante en el I y II Encuentro Internacional de Poesía en Bucaramanga (2013-2014). Textos suyos han aparecido en la Revista Cinismo Sin Ismos, Vanguardia Liberal, El Libro Total, La Mesa Esférica, Ola Política y la antología del I y II Encuentro Internacional de Poesía en Bucaramanga La voz alucinada (Editorial UIS, 2014). Su cuento, La bicicleta, fue publicado en el III Premio Nacional de Cuento La Cueva Abracadáver y otros cuentos (Ediciones La Cueva, 2014). Ha sido leído en las emisoras UIS Estéreo y la Cultural.
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Puesto de Combate
Hojas al Viento (Poetas y poemas)
CARLOS ENRIQUE PACHÓN GARCIA
Mamá es bruja Mamá siempre tan desconfiada Buscando gatos negros y sueños con ríos ocre en nuestra mesa de noche
Abuelo
Siempre presintiendo la tragedia buscándome en morgues hospitales carreteras olvidadas cárceles basureros sitios de mala muerte cuando no cumplo la visita diaria
El abuelo murió en el 77 sólo recuerdo que en la casa los muebles se cubrieron con sábanas blancas y el silencio fue incómodo porque subía con ruido las escaleras
Vigilándome a través de sus vidrios sacando tornillos de mi sopa llevándome como una pesadilla entre sus sueños
Como el velorio fue en la casa se llenó de sombras desconocidas y comentarios ajenos a la tristeza
Mamá es bruja se le adelanta a la tragedia para que el pesimismo no sea lo peor y mantenerme siempre a salvo.
Cuando oficiaba de abuelo era notable la mala actuación no quería a los niños su gesto cariñoso era un billete de dos pesos En el 77 yo no conocía el poder exacto de la muerte sólo recuerdo que mamá --en el cementerio-tuvo una fuerte premonición que le hizo doler el pecho
Padre Padre nunca fue amigo de sus hijos nos cristalizaba con la sal de su estatua La conversación era estrictamente lo que era mientras miraba televisión murmuraba cosas con mamá y en sus manos siempre había un cigarrillo
La muerte entrando poco a poco a la casa deslizándose por debajo de la puerta como un insecto como un mensaje con letras grandes e imborrables.
Padre era una casa grande llena de refugios y silencios Nunca fue amigo de sus hijos nos mantenía a raya con su nariz de cóndor derrotado
CARLOS ENRIQUE PACHÓN GARCIA (Villavicencio, 1973). “Entre el amparo reciente y la atracción seductora del ayer, Pachón establece un nexo abierto con el habla. Una relación que no pone condiciones, a la que sólo le interesa expresar su mundo; el resultado de ello es una poesía directa y afectiva, sin exotismo, sin muchas galas ni brillantes, que por tal condición instaura una comunicación fresa entre el lenguaje y el hombre” Fernando Linero, en La Casa en Desuso. Villavicencio 2005.
Mi hermano estuvo a punto de serlo. Puesto de Combate
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Hojas al Viento (Poetas y poemas)
LILIANA ISABEL VELÁSQUEZ h. Jaguar Tigre color de luz Octavio Paz ¡Oh, gran felino americano! Llévame contigo. Quiero tu sigilo, tus amarillos ojos de mirar profundo y tus manchas solares. Beber agua en los arroyos, por instinto usar las zarpas y ser un enemigo silencioso, el más feroz de todos, porque ignora que lo es.
Mi padre vio tus huellas, mi hermano te cazó una vez y guardó tu pata como amuleto. Aprendieron de tu magia la emboscada y saltaron sobre tu luz. Inasible heredero de los tigres del Ganges, tus colmillos dentellan carnes vivas. Te veo entre las sombras de los pastizales acechando tu hambre de animales y árboles. Eres un cazador que recuerda los tiempos de la selva impenetrable.
“Tigre color de luz”, que tu vestido sea nuestra fuerza y no la máscara, que nuestro rostro se enraíce en la espesura que podamos sentir, por fin, nuestro pálpito solar.
Los hombres, más fieras que tú, arrasan tus dominios; vas a los patios y corrales a devorar terneros y perros de caza.
Yaguareté: los chamanes han vencido sus miedos en tu noche.
Por tu vida ofrecen recompensa. Dice tu olfato que te alejes ¿A dónde irás? ¡Que Pacha Mama te encuentre su lugar!
Danzo en la mitad de tus aguas verdeazules.
Balam, Nahuel, Huturunku. Que la lluvia borre tus pasos, que las escopetas no te alcancen, que el rastrojo se convierta en monte.
Tu lomo y tu elegancia están en las líneas de mis manos. ¡Sea mío tu misterio!
LILIANA ISABEL VELASQUEZ HERNÁNDEZ (Maceo, Antioquia). Maestra de español y literatura, egresada de la Universidad del Magdalena. Especialista en Semiótica y Hermenéutica del Arte de la Universidad Nacional. Estudió Danza en la Extinta EPA y Artes visuales en la Universidad de Antioquia. Ha participado por varios años en el taller de Escritura y Creación Literaria de la Biblioteca Publica Piloto e Medellín. Los poemas aquí publicados, fueron tomados de su libro Viene cantando un rio. Medellín, 2015. La escritora Anabel Torres, dic de su poesía: “Estos textos nos viven y ella se vive en ellos. Pide ser una más de la manada”, y lo es, no cabe duda. Pero es más. Es maestra, de por si la gran obra maestra. Es una gran fotógrafa, como no podría ser de otra manera, porque sabe mirar. Y es poeta. Aquí está de cuerpo entero, no su primer libro, sino su primer libro editado. Soy amiga suya y de sus palabras. Sé que para Liliana vienen cantando otros ríos”
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Puesto de Combate
Hojas al Viento (Poetas y poemas)
FÁTIMA VÉLEZ GIRALDO Promesa del dia muerto El día congela mis párpados ante la espera y la mañana no nos besa las manos ni traza con firmeza sus líneas y una luz no se instala con voz propia mostrándonos el camino y un grito no traspasa el instante del abandono de todo lo que habita y nació muerto entre nosotros
Anacronía Qué horas son en París en la muñeca de la niña capa roja son las horas del lobo en Hong Kong en la selva un mono aúlla las cinco menos cinco y las guaduas se mecen invertidas por la llegada de la luz
pues donde había corazón hay una piel que se resiste a tomar forma y la complicidad del silencio que extiende sus dominios con raíces oscuras y nosotros contemplamos la lluvia cuando ciegamente creíamos en el cielo azul de esta mañana
las 3 y 3 en la mesa un vaso de ron del que nadie bebe hace dos minutos un rugido andaluz salva a los perros recién nacidos de morir lentos de parvovirosis detiene la viruela de los niños y a la peste que expele su olor a las cinco menos cinco de 1410
Ilustración uno de los personajes es una tostada con ojos el niño pregunta si las personas del libro saben que la tostada tiene ojos corrige pregunta si los humanos del libro pueden verle los ojos a la tostada la madre responde que no si se los vieran no se la querrían comer en cambio, si la tostada sonríe nadie podrá comérsela no se come de aquello que sonríe
lúgubre y valiosa era la sal en los tiempo ni el oro cuando ni el tiempo de oro tenían ritmo que pudiera medirse con rumores humanos
FÁTIMA VÉLEZ GIRALDO, Manizales, 1985. Estudió literatura en la Universidad de los Andes, Maestría en Escritura creativa en la Universidad Nacional de Colombia y Maestría de la Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York. Su libro Diseño de Interiores, ganó el concurso Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá 2015, premio no otorgado por faltar la firma en el formulario de inscripción. Puesto de Combate
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Hojas al Viento (Poetas y poemas)
WINSTON MORALES CHAVARRO II La música es lo único que queda después de la muerte. Un viejo murmullo de lo que fuimos Quedará suspendido sobre las teas del tiempo. Acaso alguien camine nuestros pasos Recorra esas huellas borradas por los borbotones de un océano acústico. Al menos seremos eso: Viejas sandalias calzadas por una muchacha que secunda Lo que creíamos era el camino.
XXI Desando los caminos recorridos Con el objeto de descifrar la furia de la noche. A veces uno olvida eso: El aliento, Las manos crispadas, El vaho sobre los miembros. Es menester interpretar el juego del espejo, Mirar hacia atrás en su venganza apocalíptica. Pero el mineral lo empaña todo Endurece nuestros pasos Reduciendo el beso, Las caricias parlantes de quienes se tocan, En estatuas de sal.
V Mi joven amada Habla de lustros y de décadas Como si se tratara de una flor abierta A la lengua de una mariposa. Es como si de su boca todo rejuveneciera, Todo adquiriera el brillo del celofán Para la navidad que aún no hemos tenido. Mi joven amada me habla del invierno Como si la hora del otoño estuviera aún distante. Para ella no existen las partidas; Nuestros hijos retozan sobre el árbol de la noche Y los vientres desnudos aguardan el calor de una luna nueva. Mi joven amada no sabe que cien años Duran lo que un pábilo en la superficie de una lámpara. Todo ha pasado para los dos. Todo ha terminado para los dos. Mi joven amada me abraza; No sabe que se envejece Mientras una hoja cae sobre el césped del solar.
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Puesto de Combate
Hojas al Viento (Poetas y poemas)
XXVIII Toda mi vida está en la hoja de un árbol Por ella circula mi savia Los ápices sanguíneos de lo que soy Y de lo que pierdo cuando llega el otoño. En esa hoja, En la de un abeto cualquiera, Está mi canto de pájaro herido, Las cabriolas que dejé de ofrendar A medida que iba creciendo. Esa hoja es testigo de todo; De los vientos a los cuales renuncié A medida que echaba raíces.
XXIV A Juan Manuel Londoño Bozzi. Cuando nos llegue la muerte, Algo revoloteará desde adentro. La lámpara del sol brillará en medio de la noche Trayendo consigo el aleteo de una mariposa. Quizás la vida sea sólo puntos suspensivos El postigo que tiembla desde afuera Dándole paso a lo que hasta ayer era nuestra luz.
XXX Ahora que invoco a la gran desconocida Me llega su no-eco como forma de lenguaje. Su memoria secreta destila una música Que emerge de las bóvedas A donde acudo como pacto establecido. Hace mil años que la espero; Hace cien que fantaseo en el poema. Desde antes de nacer en la escritura La gran desconocida ya era el libro Que abro desde que tengo corazón. Tomado del libro: ¿A dónde van los días transcurridos?
WINSTON MORALES CHAVARRO Neiva, Huila, 1969. Comunicador Social y Periodista. Magíster en Estudios de la Cultura, mención Literatura Hispanoamericana, Universidad Andina Simón Bolívar de Quito. Profesor de tiempo completo en la Universidad de Cartagena, Colombia. Ha ganado los concursos de poesía Organización Casa de Poesía, 1996; José Eustasio Rivera, 1997 y 1999; Concursos Departamentales del Ministerio de Cultura, 1998; Euclides Jaramillo Arango, Universidad del Quindío, 2000; Segundo premio Concurso Nacional de Poesía Ciudad de Chiquinquirá, 2000; Concurso Nacional de Poesía Universidad de Antioquia, 2001; Tercer Lugar en el Concurso Internacional Literario de Outono, Brasil. Primer Premio IX Bienal Nacional de Novela José Eustasio Rivera. Primer Puesto en el Premio Nacional de Poesía Universidad Tecnológica de Bolívar, Cartagena, 2005. Ganador de una residencia artística del Grupo de los tres del Ministerio de Cultura, Colombia, y el Foncas, de México, con su proyecto: “Paralelos de lo invisible: Chichén Itza-San Agustín”. Ganador del Concurso de Poesía del Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena (IPCC), 2013. Ganador del Concurso de Cuento Humberto Tafur Charry, 2013. Ganador del Premio Internacional de Literatura "David Mejía Velilla", Universidad de La Sabana, 2014, Bogotá, Colombia. Finalista en varios concursos de poesía y cuento en Colombia, España, Argentina y México. Ha publicado los libros de poemas Aniquirona, 1998; La lluvia y el ángel (Coautoría, 1999; De regreso a Schuaima, Ediciones Dauro, Granada-España, 2001; Memorias de Alexander de Brucco, 2002; Summa poética, Altazor Editores, 2005; Antología, Colección Viernes de Poesía, 2009; Camino a Rogitama, 2010; La Ciudad de las piedras que cantan, 2011; Temps era temps, 2013, y La douce Aniquirone et D`autres poemes Somme poètique (Traducción al francés de Marcel Kemadjou Njanke), 2014 . En narrativa: Dios puso una sonrisa sobre su rostro, novela, 2004. En ensayo: Poéticas del ocultismo en las escrituras de José Antonio Ramos Sucre, Carlos Obregón, César Dávila Andrade y Jaime Sáenz, 2008. Poemas suyos han aparecido en revistas y periódicos de Colombia, España, Venezuela, Italia, Estados Unidos, Argentina, Puerto Rico y México, y han sido traducidos al francés, italiano, portugués e inglés. Puesto de Combate
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Dos poetas cubanos
LUZ DARY PEÑA MARÍN Infierno de lo semejante Juzguen ustedes, la mujer sorprende a su padre rezándole al fuego. Adonde él ha ido, las calles se han puesto viejas: el tren, al que nadie le cede a voluntad el paso, pasa de madrugada los lunes, y solo los viernes desde una capilla chiquita ella puede hablarle.
La mecanografía de los pájaros En los esqueletos de los pájaros enanos se va la infancia de este día. Saint John Perse Bendigo la gloria del rostro más sencillo, el desamparo del rostro, el rostro de las contiendas, los dedos agazapados en todos los idiomas. Subasto el sin embargo, los aún, los yo, los tú, los él, los ella y los otros, el cortaúñas más experimentado de la reina, tu voz muda, tu voz libidinosa, tus paradisiacos ríos en terrenos salvajes, el miedo a una palabra asociada al hampa y a la mecanografía de los pájaros. Todo lo subasto hoy, desde El Libro del desasosiego hasta los nombres descompuestos del agua, sitios, latidos, trampas, vientos locos, las páginas indignadas con los evangelios que todavía elogian los hombres, los labios que aprendieron a hablar a solas para no volver a tatarear las sinfonías de la piedra.
No hace mucho regresó sucia y descarnadamente esbelta por la ruta larga y sin saber por qué. Roguemos por alguno de nosotros antes de que los rayos se tiznen con carbón y su luz nos dé en la cara. Juzguen ustedes, toda nuestra aventura supeditada a un destino que no nos sirve para encontrar el cielo, y sin embargo las niñas recogen agua para dar de beber a los lobos. Juzguen, cuántos taladros de acero rápido en la fabricación del juguete y de la cuerda que también se volverán polvo. Pero volvamos al asunto del padre para dejar constancia de que alguna vez estuvo: qué maldición se le ocurrirá al ver a su única hija en todas partes resistiendo hasta caer, qué más le irá a pedir a las Monjas del Perdón, que no se sepa nunca, no importa dónde.
LUZ DARY PEÑA MARÍN Bogotá, 1960. Socióloga. Magíster en Análisis de Problemas Políticos, Económicos e Internacionales, del Instituto de Altos Estudios, IAED, Magíster en Estudios Políticos de la Universidad Javeriana. Cursó la especialización en Creación Narrativa de la Universidad Central, donde fue docente. Hizo parte de la Escuela de Escritores Anábasis creada por el poeta cubano Alberto Rodríguez Tosca. En el 2008, alcanzó el tercer puesto en el Concurso Nacional de Cuento Leopoldo Berdella, convocado por El Túnel, de Montería. En 2016, fue Primer finalista del Premio Nacional de Poesía convocado por el Festival de Poesía de Medellín, con el libro: El artista y la serpiente.
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Puesto de Combate
Hojas al Viento (Poetas y poemas)
JOAQUÍN ZAPATA PINTEÑO Elegía
Buques fantasmas
Ni en el aire de las hojas muertas ni en la piedra humilde de las dalias estabas. Entre las lenguas de la noche y el ritmo impaciente de la espuma te busqué con el silencio del dolor y no estabas. Sigilosos escalones de agua con un duelo nocturno entre sus ondas inundaron tu pecho con corales blancos y rosados del almendro. Una eternidad de azules y tu cuerpo de ópalos marchitos la mudez de tu piano me anunciaron quiso mi nombre abrazarse al tuyo ya desvaneciéndose en el aire. Un escalofrío de siglos por tu ausencia recorre aún todas mis horas. A mi hijo Joaquín
Unas nubes arrastran boca abajo sus cuerpos mutantes, dragones que navegan con la derrota de los buques fantasmas de otro tiempo. Otras presuntuosas se acumulan proclamando victoria, en desafío al cielo y al infierno con un yunque que intenta otro diluvio. Algunas antropomorfas y ligeras se extravían porque aún no han aprendido a odiarnos.
El duende La aurora abre su trono luminoso sus heraldos alborean sobre un cuerpo sosegado por la piel. En los días más opacos la luz revela su mínimo conjuro a una máscara intangible: una alquimia de palabras en todos los rincones de la sangre. Oigo el canto de la alondra desde lejos se oye triste el alba y el ocaso se oponen a que migre a estos humedales sin un duende en los bolsillos.
JOAQUÍN ZAPATA PINTEÑO. Nació en julio de 1943 en Elche (Alicante-España). Es ilicitano, marino y poeta por vocación. Fue profesional del Derecho ejerciendo como Procurador de los Tribunales y Técnico de la Administración Pública. Diplomado en Alta Dirección de Empresas, Derecho de la Unión Europea y Postgrado en Medicina Natural. Dirije una Fundación Médica en Bogotá, donde se reencontró con la literatura, e incursiona ese espacio con el libro La invisibilidad de la ceniza, presentado en 2015 en la Casa de España en Bogotá y en la 29ª Edición de la Feria Internacional del Libro (FILBO). Participa en Talleres Literarios y en eventos de lectura a viva voz en dicha capital, Cartagena de Indias y Pereira. Fue invitado al 10º Encuentro Internacional de Escritores, Los Comuneros, en Bucaramanga (Santander-Colombia). Puesto de Combate
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Hojas al Viento (Poetas y poemas)
Louis S. Asekoff
El bombero nocturno Algunas veces al levantar la vista de la página él encuentra difícil no creer que esta sea la última broma que le ha jugado la vida. Como un hombre que palea chispas en un campo de hierro él espera por el telegrama que amenazadoramente canta, Hermano, estamos celebrando cáncer de la piel en Salem; por favor trae a casa rosas de uranio desde el sol. Ese otro mundo donde está escrito en el Libro de los Días la novia perdida regresa con una herida en su velo de llama prodigiosa & todos aquellos que alaban al reino de los locos & el reino de Dios será uno.
Las viudas de gravesend Se ha dicho & dicho & dicho de nuevo murmurado por las mujeres en la cocina que dividen las violetas que separan las habichuelas de las piedras. Había un hombre una vez que iba tras los pasos de su padre quien escuchó a los tres perros ladrar en el río & en el cruce de caminos ese hombre que no le pertenecía a ninguna mujer o ningún hombre y quien vio a dos caballos blancos uno detrás del otro dijo, “Sí, soy un extraño en mi propia tierra.” ¿Quién eres, a fin de cuentas? ¿Un viejo cuervo que cayó sobre las manzanas doradas? ¿Un hombre afeitando la cara de su padre en el espejo desnudo bajo la siembra blanca de la luna con sólo el libro falsificado de la Belleza como sentimiento. Tú piensas, ¿Cuál es mi vida? ¿La de un perro abandonado al final del verano? ¿Una caminata bajo la lluvia? He vivido con mi cuerpo por tanto tiempo que creo que ya se ha convertido en mi alma. La tristeza afina el instrumento. Hay una frialdad en todas las cosas. Sientes la aceleración, el momento violento del vacío que llena las formas inmensas, la energía congelada de cada célula, la maquina barredora de nieve en un mar de olas. Noche, noche, la más dulce hermana, río agotado que fluyes sin parar, ¿quién cantará nuestras mañanitas? ¿Acaso los afortunados que continúan viviendo sin tener nada?
La cantera Y entonces ellos fueron encadenados juntos para que trituraran la piedra bajo un sol negro. De vez en cuando uno de ellos era desencadenado y apartado del resto. Mientras continuaban con su trabajo escuchaban el sonido de un pistoletazo que hacía eco por entre las rocas, luego el silencio. ¿Es esa la justa imagen de la vida de un hombre? Pascal así lo pensaba, Pascal que tejió sobre el borde de su chaqueta las palabras salvadoras de “la noche de fuego”. ¿Será que todo es una apuesta ciega? ¿Un lanzamiento de los dados? ¿Un salto en la oscuridad? El viejo rey Priam arrodillado y desmoronado a los pies del héroe conquistador que ha asesinado a su hijo, ¿a quién le rezaba? ¿A un dios horrible que nadie ve? “Soy el dios cuyo nombre no se pronuncia en vano. Si no haces lo que te ordeno no habrá mañana.” ¿Qué son los dioses para nosotros? ¿Por qué deben ser informados de lo que ya saben?
LOUIS S. ASEKOFF es un poeta norteamericano que fue profesor y director del Programa de Maestría de Poesía en el Brooklyn College por muchos años. Asekoff con frecuencia incluye en sus poemas elementos e imágenes surrealistas, lo mismo que monólogos poco convencionales que tienen que ver con la dimensión aural de su lenguaje. Su constante preguntar nos deja con una descomunal incertidumbre de la nada. Nació en Waltham, Massachussetts, en 1939, hijo de un siquiatra y quien creció alrededor de los hospitales donde trabajaba su padre. Recientemente ganador del premio de poesía Witter Bynner Poetry Prize.
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Puesto de Combate
Puro Cuento
La niña de la ventana Beatriz Vanegas Athías
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a niña de la ventana se llamaba Fabiola. Tenía un rostro iluminado por el color rojo de sus mejillas y una piel tan clara como los bombillos de neón de la bella casa quinta en la que habitaba con sus padres. Ella poseía dos virtudes bien raras para aquel pueblo fundado en mitad de los mosquitos, el sudor y la humedad. Fabiola era de piel blanquísima y su casa era la única del pueblo iluminada con focos de neón. Jamás había escuchado, ni siquiera por televisión, que una mujer se llamara Fabiola y menos que tuviera los cachetes púrpura, la piel blanquísima y las pestañas y las cejas tan negras como pintadas con lápiz indeleble. Hasta el sol de hoy sólo conozco tres mujeres más de nombre Fabiola, pero entonces, cuando tenía diez años, ella era la única. Y vivía en aquella casa de dos plantas vedada para todos los niños de la vecindad que apenas habíamos visto luego de largas horas de vigilancia vespertina. Fue un deslumbramiento el inmenso salón ajedrezado cuyos baldosines brillaban como si nunca nadie los hubiera pisado. Fabiola se subía a una de las inmensas ventanas de su casa y cerraba las puertas a su espalda, entonces me acercaba y la veía metida ahí, como si estuviera encarcelada y sus acompañantes de presidio eran unas gigantescas muñecas con cabello plateado unas, y rapé, otras. Las mismas que mi madre me prometía año tras año para navidad. Fabiola ni siquiera me miraba, toda su atención y cariño eran para Claudia Patricia, o para Nini Johana o para Paola, los nombres con los que se dirigía a sus acompañantes de juego.
Me gustaba sentarme en la banca del parque que quedaba en frente de la casa de Fabiola. Me sentaba a esperar a que fueran las cinco de la tarde y ella apareciera reluciente en la ventana. Me llevaba mi radiecito Sanyo y escuchaba a Juan Piña cantar “El emigrante latino” o Compañera, compañera/ de mi vida/ compañera de mi pena y mi dolor…A las cinco, hora en que Fabiola aparecía más deslumbrante cada tarde, empezaba en la radio un programa de música de banda.
Las muñecas se dejaban peinar, hacer moños y trenzas. Fabiola les preparaba un imaginario tetero y las consentía dándoles comidas de mentiritas. Grande fue el susto que viví una tarde que escuché el llanto desesperado y chillón de Claudia Patricia cuando Fabiola le sacó el tetero de la boca. Ella de inmediato le dio nuevamente el biberón, Claudia Patricia dejó de llorar y Fabiola la acostó en su sedosa camita. Una camita más suave sin duda que la de verdad que yo tenía en mi casa. Puesto de Combate
Yo apagaba el radio a las cinco y veinte, cuando había escuchado unos tres porros y me acercaba temerosa a la ventana de mis sueños. Ella se calzaba la indi46
Puro Cuento tonces no quise volver a espiar a través del huequito de la pared de cinc que separaba la casa de mi amiga Xiomara de la piecita donde mi profesor de Educación Física amaba a su mujer Genoveva.
ferencia en el rostro y actuaba como si a su ventana se acercara una hormiga. Sentía su silencio como dos tenazas que me apretaban hasta asfixiarme y hacían explotar dos lagrimitas que se confundían con el copioso sudor que a esa hora poblaba mi rostro. Me replegaba cubierta de humillación y encendía mi aparatico azul que parecía un neceser. Entonces intentaba que la niña de la ventana escuchara las cuatro estaciones que podía alcanzar mi radiecito azul. Pero ella permanecía inmune al encanto de mi radio. De algún fondo de mi ser sacaba el poco amor propio que me quedaba y me retiraba con mucho disimulo. En el parque me aguardaban mis amigos y entonces corría hacia ellos con lágrimas que me hacían prometer no volver a esa ventana nunca más en mi vida. Promesa que se evaporaba a las cinco de la tarde del siguiente día.
Ya no quería descubrir esas zonas vedadas del pueblo que tanto me intrigaban. Ahora estaba dentro de la única que en verdad me interesaba: la ventana de Fabiola. Y Fabiola se convirtió desde aquella venturosa tarde, en mi único apego a la vida. Vestir a las muñecas que eran nuestras hijas; escuchar la radio y el hablar suavecito de aquella niña que parecía saborear cada palabra porque no se comía como yo una sola ese; mirar sus cejas y pestañas negrísimas; escucharla forcejear con el idioma para lograr tutearme con naturalidad y recibir un beso en mi sudada y morena mejilla tarde a tarde, era todo lo que deseaba en mi vida.
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Desde aquella ventana pude ver pasar a mis paisanos y ver al corazón en forma de pez palpitante que llevaban en el pecho, mis ojos se habían convertido en faros que veían la transparencia o la turbulencia de los sentimientos que cada paseante guardaba dentro de sí. Fabiola y yo, desde su ventana, cuidábamos a nuestras hijas Nini Johana, Claudia Patricia y Paola. Supliqué a mi tía que cosiera shorts y blusas manga sisa para ellas; y las muñecas terminaron pareciéndose más a mí que a Fabiola, su verdadera madre. Yo le decía que era mejor que se vistieran con ropa fresca porque la que ella les ponía las acaloraba mucho.
Los ocasos del pueblo eran un diario acontecimiento. Un sol que se resistía a morir se enredaba en unas nubes grises y rosadas que emergían de detrás de la torre de la iglesia. La vida era una bella repetición de quehaceres cada tarde: Manuel Pablo con su palangana de arepas de arroz haciendo una estación en cada casa; Tulia, arrastrando su carretilla de conos adornados con la campanita que se confundía con el sonido de llamado a misa del campanario magnífico y barroco. Gildardo, mi vecino, arrancando a su guitarra melodías tristes que reemplazaban a mi programa de porros. Me iba con el radiecito azul apagado a pegar la oreja a aquel concierto de guitarra que tarde a tarde brindaba para sí, el carpintero Gildardo. La luz eléctrica llegaba a las seis y como por ensalmo desaparecía la bandada de mosquitos que hacían que en cada puerta de las casas los musengues estuvieran de mano en mano. Y estaba Fabiola, la niña de la ventana que me regalaba su presencia llena de desdén y crueldad soterrada. Fabiola, la que una tarde cualquiera condescendió a bajar de su altar y se asomó a la puerta de su casa para pedirme que si quería ayudarla a peinar a Claudia Patricia. No supe qué decir y un sudor frío me bajó por la espalda cuando sentí que me tomó de la mano y me hizo entrar a la amplia y bella sala ajedrezada de su casa; luego me dijo que si le prestaba el radio, ella me dejaba jugar con sus muñecas y subir a su ventana.
3 Un día Fabiola anocheció en Sacramento pero no amaneció. Trasladaron al señor Marino, comentó mi madre con las vecinas. Y más tardó en llegar la carta de traslado, que la familia en subirse a una chalupa para llegar a Magangué y de ahí a la capital del país de donde jamás debieron salir, cuenta mi madre que decía la señora Amparo de Marino. Parece que nunca desempacaron del todo porque desde el día que pisaron Sacramento, el señor Marino había solicitado traslado para una población menos agreste. No entendía cómo era eso de las ausencias. No entendía como de un día para otro una ventana podía cerrarse para abrirse semanas después sin que su dueña apareciera. Cómo una ventana adquiría otro color y la luz pasaba de ser blanca a sufrir la tenacidad de la oscuridad que no permitía un esbozo de las nuevas voces, de las nuevas presencias.
Aquello fue como si todas las puertas se abrieran para mí. Los secretos que había soñado conocer desde que tuve uso de razón, fueron insignificantes ante el soberbio acontecimiento de trascender el umbral de la casa de Fabiola. No me importaba saber qué escondían en cada habitación las monjitas de la Madre Laura; en-
Nuevas presencias que nada decían de las tangibles ausencias. Mi madre me sorprendió llorando y me dijo imperturbable: Te dije que no te apegaras a esa ca47
Puesto de Combate
Puro Cuento ventana porque aunque siempre permanecía cerrada, imaginaba que convocaría la presencia del fantasma en que ella se había transformado. Y siempre he temido a los fantasmas.
chaca, ellos sólo piensan en ellos; ahora deja de mojar pañuelos que eso no sirve para nada. Cada día del año que siguió a la partida de Fabiola estuve sentada a las cinco de la tarde en la banca del parque abrazada a mi radiecito Sanyo escuchando el programa de música de banda. Cada que mi madre me mandaba por un encargo a la farmacia que quedaba al lado de la casa de Fabiola, evitaba pasar cerca a la
Tomado del libro de cuentos “Todos se amaban a escondidas”, Ediciones Corazón de Mango, julio 2015.
Felinófagos
Jorge Andrés Acevedo
A
noche vi dos gatos. Buscaban la soledad de las sombras y se pasaban la lengua por el lomo. No se arañaban pero parecían estar sufriendo. Iban de un lado a otro, el susurro de sus pasos tejía con delgados hilos. Trataban de no mojarse pero se humedecían el cuerpo con sus bocas. Sí, de verdad parecían dos gatos.
No se daban cuenta de nosotros, ellos solamente se miraban sus pupilas. Las pupilas eran grandes, color ámbar y en la oscuridad del parque parecían faros desubicando a los navegantes. Navegamos un rato viendo los gatos acostándose en el pasto, revolcándose como árboles que han caído de sus hojas. Los gatos eran sordos, y parecían dos gatos.
Los vi saltando en los tejados, se quemaban el cuerpo con el vapor de las chimeneas. Por un rato los vi cansados. Fueron por muchos lugares, llegué a creer que estaban perdidos. Se empujaban hombro contra hombro, porque ahora los gatos tienen hombros y los vi reírse.
Después del primer beso los gatos parecieron polvo, se fueron elevando como una maraña de ramas arrastradas por el viento. El viento nos arrebató los sombreros, los paraguas y las ganas de verlos. Quedó la oscuridad, el silencio, la soledad y todas las cosas que estaban buscando. Antes de la lluvia vi muchos reanudando su marcha, otros corrieron anunciando los males del invierno. Quedamos unos cuantos viendo los dibujos negros que se hacen en un parque cuando llueve de noche.
Estaban sedientos. Los gatos estaban sedientos y corrían silenciosamente entre las sombras haciendo un ruido insoportable. Eran oscuros, negros, gatos de mala suerte a quienes de lejos se les veía el resplandor de la risa. Cuando encontraron agua siguieron riéndose a carcajadas tal y como se ríen los gatos: mostrando una lengua rosada y con una expresión violenta como si en lugar de felicidad mostraran su rabia. Cuando bajaron de los tejados corrieron al parque. Allí los vimos. Otros como yo dejaron de hacer lo que hacían solo para ver los gatos, extraña novedad ver dos gatos a tal hora ignorando la gente. Dos gatos que parecían ser gatos. Los gatos no se daban cuenta de nosotros, corrían de un árbol a otro, fugaces como disparos negros, silenciosos como la luz que llega sin trueno. Puesto de Combate
JORGE ANDRÉS ACEVEDO. Nació en Bogotá en 1986. Egresado del Taller de Escritores de la Universidad Central y del Taller de Escritura Creativa del Gimnasio Moderno. Realizó estudios de Literatura en la Universidad de Los Andes. Finalista del Concurso de Cuento Argenta (Argentina), Premio Hemingway de Cuento (Francia), Wilkie Collins de novela negra (España) y del Premio de Poesía Fernando Charry Lara (Colombia). Actualmente trabaja en la edición de su novela Museo Personal.
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Puro Cuento
El planeta cojo Juan Diego Mejía
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ranja que alumbran en la oscuridad, una camisa que a veces es azul o amarilla o verde o roja. Yo también cambio de colores como los ojos de Estefanía. Espero con tranquilidad el momento en que los corredores aficionados podemos entrar a usar el carril más externo, sin molestar a los morenos que siempre ganan las competencias nacionales. Ella no me ve a pesar de que mi camisa brilla en un extremo de la pista. Yo siempre la veo pasar como un relámpago negro seguida de una cola de competidoras.
stefanía tiene las piernas largas, mucho más que cualquier mujer que merezca la pena recordarse. Sus brazos también son largos. Sólo hay que verla para decir, esas cuatro aspas son todas del mismo molino. Ella es armónica. El cuello la hace ver más alta de lo que es en realidad. El pelo le crece apretado y cuando se le esponja debe aquietarlo con trenzas finas que alguien, quién sabe quién, le debe peinar con paciencia. Estefanía es de Urabá. La gente de allá es alegre y ella baila en la pista cuando no está corriendo o recuperando el aire después de correr. Sus dientes son blancos y grandes como de yegua. Charla con otros que también deben ser de Urabá. Podrían ser de cualquier lugar donde la gente tiene la piel oscura, de un café que a veces se ve azul. Pero estos parecen hablar del mar, del agua que cae del cielo durante días enteros, de tierras sembradas de banano que las pinta de verde hasta en el rincón más escondido. Ellos dicen cosas como comae, compae, guineo, arró, hablan de la niñalú, del señópalacio y mueven las nalgas como si el viento se las meciera al caminar.
Estefanía parece que no me recuerda o por lo menos aparenta total indiferencia. Es como si nunca me hubiera visto. Yo en cambio sí me acuerdo de ella desde cuando llegué a la zona a prestar servicio militar. Cuando la vi por primera vez en la pista potrero de su pueblo en Urabá era una mascotica de cuello largo que daba zancadas desalineadas. A veces un pie se le chocaba con el otro y los brazos parecían marionetas sueltas. La cabeza derechita sobresalía en la fila de corredoras. La conozco desde hace tiempos y varias veces corrí a su lado cuando me la encontraba en el camino al batallón. Las veía venir. Era una fila de negritas iguales de flacas todas y Estefanía siempre encabezaba la formación. Las demás movían la cabeza para los lados pero ella era como una ramita fuerte. Me les pegaba desde la orilla opuesta de la carretera que en realidad era un tapete de majagua, esas hojas que les salen en el tallo a las matas de banano y que sirven para sostenerse los pantalones como si fuera una correa, para juntar yucas y montarlas en la bicicleta, para asegurar puertas que se están cayendo, para colgar racimos de plátanos en el techo de la cocina y para amarrar secuestrados. Yo también era de piernas largas. Ahora sólo tengo una porque la otra se me quedó en Urabá desde la vez en que íbamos en un particular de parranda para Necoclí y mis lanzas no pudieron
Estefanía tiene los ojos verdes. Una vez la miré de cerca y vi que le brillaban como lamparitas de esmeralda. También tiene los ojos azules. Lo supe cuando nos cruzamos una vez en la puerta del estadio. Yo entraba y ella salía con los morenos de Urabá. También los tiene cafés, a juzgar por la fotografía que salió en la prensa después del campeonato departamental de atletismo. Estefanía es la promesa nacional. Corre como un venado y yo me quiero morir cuando la veo tomándoles cien metros a las que la siguen a punto de desmayarse. Ella no se da cuenta de que yo vengo a la pista siempre que entrena. Me pongo una pantaloneta negra, los tenis con visos na49
Puesto de Combate
Puro Cuento de una negrita así de chiquita. Pues sí señor. Empezó muy decente dizque mandando mercados a la casa de Estefanía. Que de parte del comandante. Como si cualquiera pudiera llamarse comandante. Comandante mi capitán que sí sabe de la milicia. Pero ese negro qué iba a ser comandante de nada. Jefe de bandidos y no más. Comandante es el que ha estudiado y se ha jodido para aprender a mandar a la tropa. Pues sí. Siguió mandando gallinas que les robaba a otros más pobres, chivos expropiados en el monte, cerdos y toda clase de mercancías malhabidas. Después pasó a mayores. La mandó llamar para que corriera con unas guerrilleras gordas y las humillara en dos vueltas completas al campamento. Después le dijo que bailara para él un danzón cubano que le gustaba mucho. Esa vez la devolvió cargada de carne para la familia. Lléveles a los suegros, seguro fue lo que dijo cuando la montó en ese caballito flaco para que la llevaran al pueblo de regreso. Estefanía no se asusta por nada. Venía tranquila abrazando el atado de carne, pensando en quién sabe qué, andando al ritmo que le marcaba el guerrillo que llevaba el cabestro y cuando nos vio aparecer en una curva ni siquiera se mosqueó. Parecía que le daba lo mismo cualquier cosa que pasara, sólo apretaba con fuerza el paquete de carne y dejó que el bandido se fuera corriendo y que nosotros nos acercáramos a preguntarle de dónde venía y por qué estaba con ese. Vengo de arriba y no sé nada del señó que salió corriendo. Esa vez me vio de frente cuando me le acerqué y le dije que ya estaba en manos del ejército nacional. Le daba lo mismo estar en manos de nosotros que en las manos del negro. En cambio a mí sí me cambió la vida haberla tenido tan cerquita. Lo digo ahora después de tanto tiempo que he tenido para pensar mientras me acostumbraba a mirar mi pierna recortada. Al principio no se me pareció en nada a la que siempre iba delante de las competidoras en todas las carreras. La que me encontré en ese rastrojo perdido del mundo era una flaquita de piel ahumada y sin brillo en los ojos. Al verla me acordé de un operativo que hicimos en un barco pesquero de bandera venezolana frente a Turbo. Nos mandaron a detener al capitán porque llevaba niñitas prostitutas que había recogido en Cartagena. Alguien lo sopló. Un marinero sapo o algún chulo que se sintió estafado en el negocio y decidió aventarlo a las autoridades. Yo subí a bordo con mis lancitas que no cabían de la emoción y se atropellaban por agarrar de primeros la escalera. Los excitaba la idea de rescatar a unas puticas en altamar pero mi comandante dijo, Al que las toque le hago consejo de guerra. Todos nos calmamos y entramos a buscar. Pues sí. Las encontramos en la cocina. Unas estaban pelando papas y otras se mecían en hamacas colgadas en el balcón. Yo las
recoger todas las astillas de hueso. Yo les dije cuando se arrimaron a cargarme, dejen esa pata ahí, güevones, y sáquenme rápido de este mierdero. Después se me fue el mundo. Antes de eso yo corría tanto como Estefanía. Después de la mina dejé de correr. Me trajeron a Medellín para operarme y desde ahí se me acabó la vida. Mientras me acostumbraba a vivir sin mi pierna derecha fumaba, miraba televisión y a veces lloraba. No me importaba que me vieran triste y empezaran a señalar mi pierna mocha. Como no podía correr me quedaba mucho tiempo libre y lo aprovechaba para hacer crucigramas, mirar porno en el computador de mi hermanito y me aburría. Yo creo que en todo este tiempo fue que Estefanía me olvidó. Cuando a uno le quitan una pata piensa más que cuando tiene las dos completicas. Y el nombre que siempre aparecía cuando me sentaba a fumar y a pensar era el de Estefanía. Ordené en mi cabeza todo lo que sabía de ella y eso me ayudó a conservar su recuerdo intacto hasta el momento en que pudiera volver a verla. Sé que se llama así porque el abuelito de ella leía novelas de vaqueros que vendían en las calles de Turbo. Eran los libritos de Marcial Lafuente Estefanía. Suena bien Estefanía y no es nombre de hombre sino de mujer. Entonces la dejaron así: Estefanía. Supe también que yo no era el único que iba a la potrepista a verla correr. Unos tipos de arriba bajaban al pueblo a emborracharse y se aplastaban a mirar piernitas y nalguitas en la manga donde entrenaban. A la que más miraban era a Estefanía. Ella daba vueltas y vueltas y cuando pasaba junto a ellos le decían pa quién está guardando todo eso mi amor, y se reían, yo la espero hasta que acabe de crecer mamita, y se daban palmadas en la espalda pero la negrita muy seria ni los miraba. Eran los del frente de la serranía que siempre bajan a sacarse el monte del alma. Uno los alcanza a entender porque eso de comer micos y culebras, cocinar sin sal y sin dulce, dormir en lo mojado, estar todo el tiempo en la selva con los animales lo va volviendo a uno otro animal. Pero peor. Mucho peor que ellos porque los animales no saben que afuera hay otro mundo con negritas como Estefanía y saber eso hace más difícil aguantar la soledad húmeda sin desesperarse. Ellos iban saliendo en grupitos de tres máximo. Así daban toda la vuelta los del frente. El único que se quedaba allá enmontado era el bandido negro jefe o el jefe bandido negro o el negro hijueputa ese que seguro recibía los informes de los que volvían del pueblo después de tres días de beber y putear. Sólo le interesaban las noticias de Estefanía. Quién sabe qué traumas tuvo en la infancia para obsesionarse tanto con los cuentos de las piernas Puesto de Combate
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hice filar y les dije que se numeraran. Se pararon muy juiciosas una al lado de la otra pero no pudieron con la numeración. Entonces yo grité, una, dos, tres, hasta ocho. La octava era una ratica negra que no era capaz de pararse derecha y parecía a punto de desmayarse. Los marineros pasaban junto a ellas y se reían. Me dieron ganas de pegarle a cada uno su buen pepazo de fusil a quemarropa. No sé por qué me vino ese recuerdo cuando me le arrimé a Estefanía que estaba toda despeinada y con olor a monte en el cuerpo. Esa fue la última vez que la vi en Urabá.
a comprar media de guaro en esa tiendita de allá. ¿La de allá? Sí, la de allá, la del otro lado de la quebrada, es pa no dar la vuelta en el carro, nosotros esperamos aquí. Venga pues, pero entonces yo no pongo billete. Tranquilo, nosotros invitamos, pero andá que las hembritas no nos esperan mucho. Cuando me bajé sentí el viento en la cara y pensé que algo me iba a pasar. En esos caminos no ventea mucho y cuando lo hace es porque el diablo anda suelto. Caminé hacia la tienda de allá, como me dijo mi lanza Colorado y volteé la cabeza para mirarlos en el carro. En esos momentos se abrió la tierra y voló mierda al zarzo. Yo sabía que algo me iba a pasar. Me dieron ganas de llorar porque mi pata había volado junto con toda la mierda de los alrededores y quién sabe qué iba a pasar conmigo. Lo demás ya lo dije. Cuando desperté en el hospital no podía dejar de pensar en ese negro que seguro fue el que puso la mina y en Estefanía sola en esa región a merced de los bandidos. Se me metió en la cabeza que mi pata perdida tenía relación con la suerte de la negrita. Pues sí. El bandido negro que se hace llamar comandante se la volvió a robar pero esta vez fue a las malas. Una noche mientras yo lloraba por mí llegaron los tipos a sacarla de la casa. Amarraron con majagua a los papás y se la llevaron a ella también amarrada para que no se les volara. La montaron en un campero que se perdió por esos caminos que atraviesan las fincas de banano
Todo lo demás lo supe porque me lo contaron y no porque yo lo viera con estos ojos que se salvaron de la gusanada porque mis lanzas queridos me sacaron de allá y me alcanzaron a llevar al puesto de salud y después me embarcaron en un avión de Satena. Ya dije que mis lanzas y yo íbamos para Necoclí en un particular y no en carro oficial porque estábamos de rumba. Ellos cantaban todas las canciones que sonaban en el radio del particular y yo miraba a las muchachas que caminaban por ahí. Tenía la esperanza de que alguna de ellas fuera Estefanía y me saludara. Seguro se acordaría de mí, del soldado con las dos piernas completicas que trotaba junto a ella por la otra orilla de la carretera mientras la miraba sin quitarle el ojo. Colorado, el de Guarne, me dijo, lanza hacé vos el favor y bajate 51
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Puro Cuento Pues sí. Yo la armé con pedazos de recuerdos. En mi cabeza ella daba vueltas a la potrepista y yo iba detrás sin preocuparme de no tener sino una pierna. Por eso dejé que en el hospital me pusieran una prótesis que me tallaba como un demonio y me sacaba sangre en el muñón. No importa, la sigo hasta el fin del mundo, era lo que pensaba cuando se me aparecía la negrita corriendo. Aprendí a manejarla como si fuera una pierna de verdad y hasta soñaba que nadie se daba cuenta de que era falsa. Dejé de ver porno en el computador de mi hermanito y empecé a salir a la calle a jugar fútbol con los vecinos. Entrené con ellos hasta que el balón y el pavimento me formaron un callo duro y dejé de sangrar. Corría, amagaba, chocaba, lo único difícil era saltar. Ahí me quedaba como pegado del piso y entonces preferí volver a correr a ver si algún día me encontraba con Estefanía. A uno le hace falta tener en quién pensar. En el hospital yo cerraba los ojos cuando ponía la cabeza en la almohada y hacía memoria. Recordaba a las enfermeras que me habían atendido en el día, les buscaba los labios y sentía otra vez el olor al antiséptico. Pensaba hasta en las monjitas tan queridas. Pero no era suficiente. Mi espíritu se iba otra vez para Urabá. Recorría esos campos sembrados de verde, rodeaba ríos, atravesaba fincas, caminaba por trochas, sentía la música y oía a las mujeres cantar en
y a medida que avanzaban se iba cerrando otra vez el paisaje. Nadie dijo nada. Ni siquiera los papás cuando unos vecinos los desamarraron. Todos se sentaron a esperar las órdenes del comandante de mierda y así fue como después de casi un mes volvió la negrita convertida en otra mujer muy distinta a la que se había ido. Yo debía estar en el hospital acostumbrándome a ver una pata distinta a la que todavía sentía entera desde la rodilla hasta la punta del pie. Era una mocha envuelta en gasas que no sabía cómo reaccionar cuando el resto del cuerpo quería caminar. Era como si dijera no me acosen, déjenme tranquila. Ya dije que lloraba mucho aunque la gente me viera. Pero es que todos los soldados llorábamos mucho en esos pabellones. De noche uno sólo oía llantos, gemidos, griticos y cuando amanecía nadie quería hablar. Todos callados como si la lengua también hubiera pisado una mina quiebrapatas. Y mientras los soldaditos despiernados nos consolábamos viendo pasar enfermeras bonitas Estefanía empacaba su ropa en una bolsa de plástico y se despedía de los papás. Ellos creyeron que afuera la estaba esperando el negro bandido pero no, agarró un bus para Medellín y les dijo adiós a ese pueblo de mierda y a todos sus guerrillos.
Cra. 3 No. 10 - 89 La Candelaria Centro - Bogotá, Colombia Tel: 284 92 04, Cel: 312 376 83 80 e-mail: milciadesarevalo@gmail.com
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Puro Cuento más cerca. Lo más cerca que puedo tenerlas es cuando la tengo a tiro desde mi carril, pero no podría arrimármele más. Lo que he visto me basta para saber que ha cambiado. Los huesos son más fuertes, las nalgas firmes y anchas, los muslos gruesos. Seguro de ahí le sale esa fuerza a la hora de impulsarse en la pista para dejar atrás a todo el mundo.
las quebradas mientras lavaban la ropa. Andaba caminos conocidos y por fin aparecía. Pasaba como el viento por mi cama y me dejaba feliz. Sólo así me podía dormir tranquilo. Esas son cosas del destino. Nadie tiene la culpa de que sólo pensara en ella. Averiguando con los lanzas trotones del batallón me dijeron que en el estadio, al lado de donde juegan fútbol rojos y verdes, había una pista nueva y por las tardes entrenaban unas negritas muy alegronas. Me fui a verlas, a buscarla entre las morochas de pantalonetas ajustadas que se les metían lo más de bueno entre las nalguitas. Pegado de las rejas las vi pasar una vez, otra vez, hasta que la distinguí. Allá iba ella. Derechita, rapidita, la misma de la potrepista, y yo sentí que me hervía la sangre.
Pues sí. Estefanía hoy es una negra bastantona que de lejos todavía se ve como la potranquita que yo conocí hace algunos años. Las mujeres se engruesan cuando tienen hijos pero mantienen los mismos gestos de siempre. Ella corre como si estuviera en el pueblo y no parece una mamá aterrorizada. No puede ser que Estefanía siga unida al negro bandido desde ese tiempo en que yo era un soldado entero. No me cabe en este cuerpo incompleto la idea de que ella le haya tenido un hijo a ese animal y que en cualquier momento él pueda mandar a buscarla para llevársela para el monte otra vez. Si se atreven a venir los tipos del frente de la serranía yo voy a estar listo para defenderla. De seis a diez, mientras yo esté aquí, no podrán tocarle un dedo. Les llevo ventaja porque ellos no sospechan del cojo que siempre viene a darle vueltas a este estadio. No saben que soy un soldado del glorioso ejército nacional. No se imaginan todo lo que estoy dispuesto a hacer para protegerla. No saben que me volví experto en dolores y en soledades. Yo puedo esperar. Mientras tanto entreno y cada vez me vuelvo más corredor. Ya hago parte del paisaje de la pista. Nadie se molesta si me ve entrar con mi maletín. No se asustan cuando me bajo los pantalones y aparece esta pierna de muñeco. Nada. Todo normal. Ya me aceptan. Hasta Estefanía me acepta sin saber quién soy. Tal vez aparenta no conocerme. Se ve tranquila cuando pasa a mi lado. Yo en cambio tiemblo como un quinceañero y tengo que tomar aire para no ahogarme. Después me recupero y sigo patrullando por mi carril ocho. Corro al lado de oficinistas gordos, estudiantes de gafas, señoras que van conversando lo más de normal, nadie se detiene, nadie se pregunta qué me impulsa, nadie sabe que soy apenas un planeta cojo que giro alrededor de mi sol.
Empecé a ir todos los días a esperar que abrieran un carril para la gente común y corriente. Ahí entraba yo con mi mocha. La gente me miraba al principio pero después se olvidaban de mí y me dejaban correr tranquilo. Estefanía seguía entrenando, haciendo unos piques tremendos con los que molía a las otras corredoras y las dejaba viendo un chispero. Ella ni siquiera me miraba cuando yo pasaba por el carril ocho que es el de más afuera. Desde el uno no se daba cuenta de que me temblaba hasta la pierna de mentiras por la emoción de verla en el estadio a media luz. Yo me metía en esas sombras que dejaban los reflectores apagados y volvía a aparecer al pasar por los que estaban encendidos. Siempre llegaba a la hora en que ella y sus amigas ya habían terminado el entrenamiento serio. Me tocaba verla bailar y las demás le hacían rueda. Yo me quedaba hasta cuando no podía dar un paso más o hasta cuando apagaban del todo las luces. Ahora estoy más entrenado. La mocha no me molesta, me deja correr y me puedo concentrar en Estefanía que se desliza por el carril uno. Ella es el sol y yo un planeta. Los dos nos mantenemos en la trayectoria sin salirnos ni por un momento. Los planetas están condenados a girar alrededor del sol. Ella es mi sol brillante y veloz, yo soy su planeta cojo. Nunca voy a poder estar
JUAN DIEGO MEJÍA. Escritor nacido en Medellín en noviembre de 1952. Graduado en matemáticas, en la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Libros publicados: Era lunes cuando cayó del cielo. (Alfaguara. 2008); El dedo índice de Mao. (Norma. 2003); Camila todos los fuegos. (Norma. 2001); El cine era mejor que la vida (Norma. Premio nacional de Novela 1996); A cierto lado de la sangre. (Planeta.1991); Sobrevivientes. Cuentos. 1985 y Rumor de muerte. Cuentos. 1982. Actual director de la Fiesta del libro y la cultura de Medellín. En 2016 presenta la novela Soñamos que vendrían por el mar, publicado por el sello Alfaguara.
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Historias de perros y gatos Alejandro Cortés González
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os domingos por la tarde, aunque no puedo comprar nada, vamos el hipermercado porque tiene parqueadero gratis y carritos lo bastante grandes para que la niña esté cómoda. Es ella quien me señala la fila de carritos apilados y me pide que la suba a uno de ellos. Pasamos mucho tiempo en la sección de comida para mascotas. Le cuento historias de los perros y gatos que aparecen en los empaques, le hablo de sus razas, de lo juguetones que son con los niños. Incluso me ingenio aventuras entre ellos. No saber nada de animales me da la libertad para inventarles comportamientos. Luego pasamos por las máquinas de dulces, esas que con una moneda dejan caer por un canal en espiral cinco bolitas de colores. Junta sus manos para que ninguna se le caiga. Sus dos manos unidas parecen hechas a la medida de esas cinco bolitas de dulce. No queda espacio para una sexta. Le ayudo a guardarlas en su chaqueta de Barbie y regresamos a los bultos de concentrado con fotos de perros y gatos. En mis historias, ellos no pelean. “Tiqui, tiqui”, me grita a media lengua para pedirme volver a la máquina de dulces, porque así empieza el canto que le enseñé la última noche de Halloween, cuando todavía vivíamos juntos.
Perro orinando. Técnica linóleo, Carmen Rodríguez
Me molesta que el hipermercado ponga música tropical a tan alto volumen, pero ella baila y salta y ríe en el carrito. Es una reina sobre su carroza de cuadrículas metálicas. Trato de mantenerla alejada de las neveras de carnes y lácteos para que no agarre un resfriado. Al rato la vuelvo a pasear por la sección de comida para mascotas hasta que, cansada de reír y bailar y saltar, se duerme sobre la parrilla de aluminio. La levanto con cuidado de no despertarla. Llueve en el parqueadero. Oscurece. Abro rápido la puerta del carro, la acuesto en la silla de atrás y la cubro con mi chaqueta. Hay que conducir despacio. Llevar niños atrás sin la silla adecuada es infracción de tránsito. No tengo plata para pasear a mi hija,
ni para hacer mercado, ni para la silla del carro, menos voy a tener para un comparendo. He pensado en vender el carro, pero es lo único que me queda de los buenos tiempos. Mi esposa y mi empresa ya se fueron. La primera después de la segunda. Además, necesito el carro para llevar y traer a la niña sin que sienta que las cosas cambiaron demasiado. Estaciono frente a la casa de mis ex suegros. Mi ex esposa abre la puerta. Apenas me señala con la boca la dirección del cuarto de la niña para que la acueste y la cobije. Me despido. Nadie responde. Hay mujeres que no perdonan una mala racha, una falla en el papel del hombre como proveedor del hogar. Cuesta descubrir que quien lo miraba a uno con admiración, después solo muestre lástima y rabia por el tiempo perdido. “Tiempo perdido es el que uno pasa con un perdedor”, cómo quisiera olvidar esas palabras. Siento que me las repite cada vez que me mira. Que me las escupe cada vez que me ignora. ¿Qué soñará mi niña los domingos por la noche? Casi siempre se duerme antes de que nos despidamos. Ojalá no se acostumbre a despertar sin su papá.
ALEJANDRO CORTÉS GONZÁLEZ Bogotá, 1977. Ha publicado los libros Notas de inframundo (Novela, 2010), Pero la sangre sigue fría (Poesía, 2012) y Sustancias que nos sobreviven (Poesía, 2015). Ganador del Premio Nacional de Literatura de la Universidad Central en las categorías Novela (2009) con Notas de inframundo, y Cuento (2011) con Él pinta monstruos de mar. Ganador de la Beca de Circulación Internacional para Creadores del Ministerio de Cultura (2013), con la que participó en VII Festival Internacional de Poesía en París. Ganador del VI Concurso Nacional de Poesía UIS (2014), con Sustancias que nos sobreviven. Ha sido invitado a encuentros literarios en Suramérica, México y Francia. Es miembro de la Fundación Trilce y coordinador de la programación cultural de la Librería Trilce en Bogotá. Puesto de Combate
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El poeta de camino al trabajo Alexánder Buitrago Bolívar
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Y aspira cada palabra que huele a trementina, cada murmullo putrefacto con moscas y gusanos dentro, cada silbo infecto que es monstruoso y bello... Es que el opio de esta gramática altera sus sentidos y transmuta la sintaxis de los sueños. (No importa el reloj averiado en invierno: en casa, aunque tiene suficiente carbón para calentar la sopa rancia y leña bastante para prender la chimenea y secar sus zapatos rotos, prefiere sentarse junto a la ventana de niebla [donde el gato apacible es como suspiro] a hilvanar poemas enrollando y desenrollando hilos de palabras entorno a los suspiros o a la luz, mientras pasa el invierno vestido de spleen sobre los tejados, y el sol arde en este y en el otro mundo que lo espera). Y se inclina en cada página que escribe para dejar pasar los pájaros
razón que todavía ama] y descubre que ella es tempestad de pájaros cruzando ventanales invisibles, y el poeta la ama en los altos barrios de las afueras donde sólo viven los desnutridos bajo el aplastamiento de la pobreza… (Finalmente, no sería extraño que el poeta recuperara su sentido de la irrealidad sentado en alguna esquina ansiosa de la ciudad –mientras le escribe al demonio- mientras los ángeles pensativos lo escupen a él –poco menos fantasma cuando sueña que existe-).
Xerigrafía de Nicolás Arévalo
l poeta, un albatros, se alimenta de carroña de poemas olvidados al fondo de bibliotecas de polvo y extrae de ellos jugos tóxicos para envenenar su sangre. Y escribe con sangre poemas cardíacos de grandes pretensiones con el ánimo de ser recordado bajo los escombros del olvido: sus poemas son geniales para él mismo, como el agua del aljibe o el aire de las hojas oscuras que pasa por su puerta, mientras dentro de su casa de silbos el poeta sopla la ceniza de poemas calcinados, sopla y su cara se tizna de suspiros, y de sus manos vuelan mariposas de papel picado y fuego de estrellas siderales.
***
de largo, porque sólo esos vuelos misteriosos le comunican cómo es el más acá, pues el otro mundo queda en el acá, no en el mañana ni en la eternidad porque la eternidad es ahora, sólo ahora, en el ahora breve paraíso que vivirá al experimentar todas las sensaciones plenas antes de morir. Y vagabundea por los bulevares, por las plazas repletas de palomas añorando manos tiernas que dispensen el grano diario de comida, observa a los vendedores ambulantes con sus cochecitos perseguidos por la policía o se le acerca a una prostituta impregnada de los aromas recientes de una mala noche de sexo necesario [su oído marino casi palpa la sangre brutal del co55
Mía, mi amante, amor al ocaso, recuerdo cenital que en mi borrosa escritura es polvo y golpe y tierra: nada se compara a la profundidad de túnel de tu deseo y a tu cuerpo de justas proporciones como el camino al pie o el zapato a la marcha. En ti mis ansias verticales escalan tu respiración juvenil de pétalo mojado, y se estremece tu cuerpo de océanos como pezones profundos, tu cuerpo de caderas de arena fatigante para la sed y el desasosiego. Aquí mis brazos rodean de vuelos y naufragios tu cuerpo. (Besos perdidos para tu boca en asedio, suspiros infructuosos para tus alas, collar de silbos dulces para tu cuello). Que esta electricidad baje por tus hombros y se enrolle en tus muslos divinos hasta tus pies, y te transmute en caricia. (He atado al olvido tu nombre y tu apellido dentro de ese círculo concéntrico llamado olvido). Puesto de Combate
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El perseguidor
Hernando C
U
uando vas a casa de Hernando, él abre la puerta y casi sin mirarte, te deja atrás y entra; como si no hubieses llegado. Tienes que entrar, cerrando la puerta (que no hace mucho ruido) y de inmediato sientes el cambio. No importa cómo esté el día afuera; siempre la casa tendrá un clima un poco frío (casi húmedo), pero nunca desagradable. Una suave oscuridad reina también, y lo primero que puedes distinguir son los libros. No solo en las estanterías. Encuentras libros en los más recónditos lugares. Algunos momentos pierdes de vista a Hernando, y sientes miedo, porque entonces todo parece hacerse más oscuro y pierdes la noción del espacio y sientes que si das un paso más vas a caer, pero enseguida captas su movimiento y como si fuera una luz guía, ilumina tu camino. Él actúa como si nada, como si no hubiera nadie más que él en ese lugar, y tú no puedes hablar, sientes un gran vacío que eres tú mismo, y sencillamente tu voz ha desaparecido y sabes que no puedes hablar. Entonces llegas a un cuarto grande, donde él ya está husmeando entre algunos libros que yacen en el suelo. Caminas sorteando obstáculos, ya que casi todo el piso está cubierto de columnas tambaleantes de libros dispuestos uno sobre otro. Hay libros sobre los pocos muebles y prácticamente sobre cualquier lugar disponible, únicamente tienes el espacio precario para andar cuidadosamente.
n día poco usual, soleado por cierto en esas regiones lluviosas de la tierra, me levantaré y recordaré mi pasado como dulce sueño antes de bajar al río, darle de comer a las gallinas y a los cerdos, ordeñar las vacas, y preparar el desayuno de la abuela. Mientras tanto seguiré huyendo de Teseo para evitar que me asesine, corte mis cuernos y se los lleve a su padre; mi asesino pretende descifrar la ruta de sombra sin necesidad de Ariadna, de su luz, de su hilo cálido y elástico que lo sostenga al tantear entre la sombra y la tristeza; yo, lluviosamente apresurado, escribo los signos que me esconden detrás de estos muros de arena que crecen, se elevan más arriba de los altos días y de la altura del fuego que me parió –mi cuerpo de animal solitario no añora ni el viento ni el mar ni el amor-; sólo sé que mi perseguidor se extravía entre las almas dolorosas, juega en la humedad que ni lo recuerda, recorre patios inútiles buscándome; busca detrás de estos muros que se bifurcan infinitamente, que se alargan en laderas, barrios deslumbrantes, lotes de barro lluvioso, casas de techos cóncavos; olfatea crepúsculos agrios que blanquean estatuas, espera al viento entre los árboles; quizá aéreo su lamento que yo oigo entre las palabras que se parecen a sus gritos, a sus pies, a su silencio; mira estas huellas resbalando, los susurros zigzagueando por la autopista que rodea, atraviesa las calles equidistantes de la nada que bordea el profundo centro delirante de este laberinto donde vivo.
El polvo es un habitante obstinado en este lugar, y cubre casi todo lo que hay. Sin embargo, no parece una casa desaseada. Entonces te das cuenta de la luminosidad de la habitación; pues contrasta radicalmente con el resto, aunque piensas que tal vez se deba a la presencia del dueño.
Yo, que añoro ese día -poco usual lleno de sol para vivir sobre la tierra-, vivo ahora en retrospectiva indefinida alterando sin tregua el tiempo sin origen, por ello, regreso a la era que me vio nacer minotauro mental dentro del laberinto de estos anegadizos libros, mariposa de lluvia más allá del agua, inmortal que quiere ser mortal el resto de sus días.
Te agachas cerca de una columna (como por instinto) y empiezas a observar lomos; hay gran variedad de libros, en diversas presentaciones y formatos. Lujosísimas y rústicas encuadernaciones se superponen y confunden en cada lugar. Hay gran cantidad de libros viejos, casi reliquias, y otros muy recientes, cuyas lustrosas pastas aún no han sido opacadas por el terco polvo. Todos están ahí, sin orden alguno, prácticamente al azar. Y, si por casualidad encuentras aquel libro que siempre habías estado buscando, o aquel otro que tanto anhelabas, entonces, parece que Hernando percibe tu sorpresa, y se acerca y, con unas palabras sordas que no tienen letras, te lo regala. Así es Hernando. Si le preguntas con curiosidad por algún autor, él
ALEXÁNDER BUITRAGO BOLÍVAR: Nació en Zipaquirá el 24 de noviembre de 1977. Participó en los colectivos literarios Fundación Siembra, Zaguán de Poesía y Los Impresentables. Es Hermano de la Salle. Publicó el poemario Estación del fuego en 2007. Ha recibido varios reconocimientos literarios. Ha publicado artículos y poemas en diferentes revistas literarias. En el año 2015 colaboró en la revista literaria Vórtice, de Nicaragua, con la columna literaria Goteras de Casa. Actualmente escribe para la revista Trail Run Colombia como poeta invitado. Su blog es esquinasazules.blogspot.com. Puesto de Combate
Enrique Lara
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Puro Cuento desaparece en las tinieblas de alguna otra habitación y vuelve al poco tiempo con uno o varios ejemplares (y también con varias ediciones del mismo título).
el camino. Poco después se terminan los pasillos y entras a una nueva sala llena de libros y libros, donde parecen encontrarse allí todos los idiomas y todos los lamentos, y te sientes como elevado por una plegaria muy dulce.
Cuando visitas a Hernando, jamás lo ves pronunciando una palabra; no ves nunca que sus labios se muevan, aunque él puede comunicarse contigo o con cualquier otra persona de una forma inexplicable, tanto, que poco tiempo después de la visita, te sientes muy agotado, casi como si hubieras estado hablando todo un día, y aún en esos momentos no estás seguro de lo que crees, tal vez Hernando si habla, tan solo que no has llegado a ver directamente sus labios desplegarse al pronunciar aquellas esquivas palabras que más que salir de él, parecen flotar en el aire.
Entonces tomas cualquier cualquiera, el primero que encuentras a mano, lo abres despreocupadamente y observas que está escrito en ruso; hay otro en hebreo; otro en alemán, y así, como si no existieran límites. Y tú no sabes si Hernando sabe todos los idiomas, ni siquiera sabes si ha leído algún libro puesto que nunca lo has visto leer, pero, a fin de cuentas, son pocas veces las visitas que haces a esta casa, y entiendes que no sabes nada de él, y sabes que Hernando no es nadie en tu vida, más que un hombre al que visitas de vez en cuando, en los momentos que no tienes nada que hacer. Pero en fin, así son las cosas en la casa de Humberto, o Hernando, o como quiera que se llame ese hombre y tampoco sabes si él vive en esta casa, si es que es una casa o si es que estás aquí o en cualquiera de las páginas que habitan este espacio.
Después de la gran habitación, caminas tras él a través de una serie de pasillos interminables donde parece escucharse una música muy lejana –como de letras al caer–, y puedes ver en las orillas de las paredes nuevas columnas de libros mientras, de vez en cuando, tropiezas con un ejemplar olvidado allí sobre
Enrique Lara. Escritor, editor e ilustrador colombiano, nacido en Bogotá. Director de la Editorial GatoMalo, especializada en Álbumes Ilustrados. Su trabajo ha sido reconocido nacional e internacionalmente. Autor de Hojas, Estúpido, Circo de Pulgas, Me gustan las vacas, Bzzzzzzz...!, Mi casa y Lejos de los ojos, cerca del corazón. Actualmente es docente de Ilustración en la Universidad Jorde Tadeo Lozano y participa en actividades literarias para todo tipo de público.
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Voces
Tatik Carrion “Los libros van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo” Julio Cortázar.
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nables ensayos, reseñas y artículos, allí nació la idea de conformar una editorial. Ambos pensaron que desde su casa podrían trabajar, obtener recursos y vivir de la labor de publicar a otros. Unas semanas después, eran editorial e imprenta. Tuvieron que contratar a Macías para la impresión y a Matilde para los oficios y la alimentación, (una vez no comieron durante tres días por estar leyendo), se encantaron tanto con los libros que decidieron radicarse en el centro del pueblo para estar más cerca de la editorial e involucrarse en sus actividades.
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a entrega fue oportuna. Los dos camiones retornaron vacíos a la ciudad. La casa se llenó de libros. Todo el capital ahorrado durante muchos años y obtenido en tareas y oficios que nunca les gustó, lo invirtieron en literatura. Los propietarios se concentraron en adaptar los espacios y en revisar el inventario. Pasaron tantos días así, que ni se dieron cuenta de que los personajes de las obras, salían a conversar unos con otros como si se tratara de un encuentro de viejos amigos. ¿De qué conversaban? De lo único que sabían, de sus propias historias: mujeres que hablaban de sus soledades, hombres que recordaban su primer amor, gatos extraviados en otras dimensiones, niños llorando o riendo, armas, muertos, entierros, casamientos, orgasmos y secretos, llenaron la única casa del pueblo que ahora tenía biblioteca. Los libros ocuparon la sala, el hall (que era bastante estrecho) el rincón de las escaleras y casi como una epidemia en el cuarto: cajas de cartón aquí y allá, hileras por colores y tamaños por todas partes: debajo de la cama, en las mesas, cerca al armario, debajo de las sillas. Luego, como por suerte, recibieron una carta de una fundación que les informaba sobre una donación que ellos no solicitaron nunca pero que aceptaron con gracia y sorpresa. La pareja feliz recibió las nuevas adquisiciones, encontrando en ellos, lo que no hallaban en la realidad: la dicha. Fueron felices así una década. Los libros ocuparon el espacio de los hijos que nunca tuvieron. Días enteros entregados a la lectura y a la cocina.
Todo funcionó muy bien durante muchos años, la editorial, la escritura, la lectura y el amor. Sin embargo, algo ocurrió: Darío comenzó a tener sueños raros que desembocaron en una ilusión extraña con la hermosa protagonista de una novela que estuvo debajo de una hilera larguísima de libros: “Lucía no come chocolates”. Nadie sabe a ciencia cierta, ni siquiera el mismo Darío, cuándo empezó a soñarla, a desearla e inventarla. Las charlas con su mujer comenzaron a ser más cortas y más escasas. Se le veía alegre a todas horas, hasta romántico cantando boleros y tangos. Lola, en cambio, estaba ensimismada, le dolía la violencia y la injusticia; se aislaba del mundo. No era raro verla sentada en el piso en algún rincón por horas y horas, primero, devorando libros y, luego, dolorida por lo leído. Una vez lloró dos días seguidos por la muerte de un niño de un pueblo que no existía. Entre Darío y Lola empezó a crecer un gran abismo. Los amigos dejaron de visitarlos al notar la distancia insalvable de la pareja y ese cambio abrupto de sus personalidades. Sus empleados cansados, renunciaron a la empresa familiar. Lola decepcionada, decidió encerrarse del todo y no tener mucho contacto con la realidad, en cambio su esposo, convirtió sus salidas al café, en un ritual, aunque le costase concentrarse porque frecuentemente se le iban los pensamientos a ese ser imaginario que era Lucía. Esa tarde tampoco pudo continuar y decidió dedicarse al ensueño para sentirse libre. Cuando se dio cuenta, ya era tardísimo, se levan-
Con el tiempo se hizo necesario vender algunos muebles, regalar la cama del cuarto de huéspedes. Por fortuna, la lectura no se convirtió en una competencia sino más bien en un encuentro con el otro. Cuando Lola estaba de mal genio y quería decirle algo a Darío, le sugería la página tal del libro tal; Darío leía y para darle una respuesta, ojeaba uno, dos o tres y luego le señalaba el nombre de la obra, el autor y la página. Esas eran sus cartas de amor, su forma de saberse, su correo. Hubo tiempo hasta para escribir. Después de profundas lecturas e inacabables tertulias, escribían intermiPuesto de Combate
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Puro Cuento no era así. Su esposo dormía todavía. Asustada y curiosa, se sentó encima de una caja de libros y se quedó mirándolo. Recordó la charla de días pasados. ¿Sería un fantasma? ¿Qué se le pregunta a un espíritu? ¿Se presentarían por alguna invocación especial? El hombre, en silencio, se pasaba las manos por el rostro una y otra vez, hasta que no pudo contener las lágrimas. El llanto era suave como las lloviznas de esa mañana. Gimoteaba sin decir una sola palabra. Lola se conmovió y se acercó.
tó, buscó dinero y pagó. Cuando iba a cruzar la puerta para dar con la calle, una voz le dijo: —Señor, se le quedan sus libros. Darío volvió la mirada lentamente, mientras pensaba que esa voz tan deliciosa debería tener al menos un rostro deslumbrante y al contemplarla, lo confirmó. —Yo también voy de salida y me fijé que usted dejaba sus cosas —agregó la mujer.
—¿Por qué lloras?
Era bellísima, alta, pelo largo negro, ojos grandes y la boca pintada de rojo. ¡Era la mujer de la novela! La invocó tanto que vino a buscarlo en el lugar de sus plegarias.
El hombre giró su cuerpo hacia ella y empezó a disolverse lentamente hasta casi desaparecer. Ella se acercó y se fijó: eran cenizas de letras, minúsculas y delgadas. “Eso terminamos siendo”, pensó y las arrojó al jardín. Una extraña alegría se apropió de ella como a quien tiene una extraordinaria revelación.
—Gracias— contestó, sorprendido y nervioso. Ella le sonrió y se fue. Él se quedó inmóvil mirándola desaparecer, tratando de comprender a los fantasmas, buscando en su cabeza una escena como ésta en los capítulos ya leídos de la novela. Se sintió un poco tonto y envejecido. Pensó en todos los años que ya tenía encima, en lo desagradable de su apariencia física y a pesar de que la aparición de su amor duró un segundo, seguía nervioso y declarándose el hombre más torpe y cobarde del mundo; sí, claro…tuvo la oportunidad de contarle a su personaje preferido lo que sucedía en su mente y la dejó ir, tantos días pensando en ella, para tenerla de frente y no ser capaz de confesarse. Después de esa sensación de malestar se prometió cambiar y en el camino a casa evocó tantas veces la escena de la aparición que resultó repitiendo una y otra vez lo que él dijo en esa pequeña conversación “Gracias”.
Darío empezó a visitar el café con más frecuencia. Esperaba con ansias el regreso de Lucía. Pasaron dos semanas y la ansiedad le devoraba el tiempo, la concentración y hasta el apetito. La tal Lucía, o la mujer a la que él llamó así, no dio señales de vida. Le preguntó a las meseras y a uno que otro conocido… nadie daba razón de la mujer hermosa que él describía. La editora alteró el tiempo en su vida. Dormía todo el día y en las noches conversaba con sus nuevos amigos que no eran imaginarios ni fantasmas, simplemente hombres y mujeres de otras dimensiones y épocas con otras formas de vivir. Era gracioso verla por la sala golpeando en las cajas y en los libros para que ellos salieran a su encuentro. Tenía que susurrar, bajar la voz porque temía que su marido despertara y la hallara en semejante situación, y no era porque fuera vergonzosa o ridícula, sino porque él sabría qué tan grande era su soledad y comprendería que a pesar del tiempo compartido, ahora eran dos extraños en un mismo espacio.
Al regresar a su casa volvió a conversar con Lola. —¿Crees en los fantasmas? —le preguntó. —Claro, ¿quién dice que nosotros no somos un par de ellos?
La protagonista que no comía chocolates, apareció de nuevo, con el cabello más corto y los ojos más grandes. Darío estaba en el establecimiento y no dudó un solo instante en abordarla, en ofrecerle un café, en decirle que se fueran juntos a la Patagonia, a la punta del mundo, a la muerte, a donde ella quisiera ir, bastaba con que ella mencionara el lugar y allí estaría, para verla y contemplarla, desnuda, vestida, riendo, durmiendo… Él podía enseñarle todo, a vivir, a escribir, a tejer, a amar, a excitarse, a morir…Él y ella como en la novela leída unas doce veces sin descanso alguno. Se sabía los capítulos de memoria. Pensaba una y otra vez en qué le habría cambiado a esta escena, al final, al comienzo…
Tanto leer sobre espíritus que ellos mismos terminaron siendo espectros de un pueblo que ahora les parecía ajeno. Compartieron nombres de autores que mencionaban asuntos paranormales en sus obras. Aunque algunas risas acompañaron la charla, pronto el tema acabó y cada uno volvió a la enfermedad de las alucinaciones. 2 Un martes de febrero, Lola se levantó más temprano de lo normal y se dirigió a la biblioteca. Mientras se acercaba, observó a lo lejos un hombre sentado de espaldas a ella. Asombrada y al mismo tiempo soñolienta, quiso engañarse de que se trataba de Darío, pero 59
Puesto de Combate
Puro Cuento a otro sin dejar siquiera una nota de agradecimiento o de despedida. Darío entristeció. Bajó excesivamente de peso y las grandes ojeras hicieron que vecinos y amigos pensaran en extrañas enfermedades; además, lo veían hablando solo por la calle, recitando poemas, cantando boleros y repitiendo el nombre de una mujer desconocida. Pocos fueron los que murmuraron sobre su ausencia y algunos, prefirieron no tocar el tema por el miedo a quedar hechizados como les pasó a sus empleados.
Lola interrogó a su esposo sobre su paradero en las tardes, no por celos, sino para arreglar una cita con José, un historiador desaparecido en 1967 que para salvarse escribió casi mil cuentos y se incluyó en ellos para sobrevivir. Después de visitar varios países de esa extraña manera, lo “instalaron” en la casa de Lola. Contó que las bibliotecas y librerías le resultaban aburridas porque todas las mujeres salían espantadas cuando él se les presentaba. En cambio, cuando se reencontró con Lola, un amanecer en el jardín, se sintió tranquilo porque ella le sonrió abrazándolo con sus ojos después de escuchar su historia de cenizas. Desde ese momento entablaron una relación hermosa mediada por los poemas, por los golpecitos en la caja en que ella lo guardaba, en los besos que no se daban y en el futuro que parecía no existir…Aprendió varios idiomas gracias a su amigo, un profesor que andaba de librería en librería en forma de diccionario buscando la palabra “devoción”. Como ambos tenían tiempo suficiente, el uno le enseñó idiomas al otro y el historiador le resumió el mundo en tres años.
Matilde y Macías, en un acto de solidaridad por ayudar a sus amigos, se encargaron de la casa y de la editorial. Los primeros meses, hicieron los envíos convenidos e imprimieron algunas obras nuevas. Pronto se cansaron de la editorial y de la imprenta. Matilde quiso convertir la casa en una gran biblioteca pero cuando recordaba que muy pocos leían, se resignó a conservar los libros más significativos y en su oficio juicioso, regaló, donó y prestó muchos y con ellos se fueron Lucía no come chocolates y La historia no perdona olvidos, el libro de cuentos del historiador.
Por supuesto que Darío conquistó a la misteriosa mujer que sólo él conocía. Nunca se le había visto tan enamorado hasta quiso llevarla a la casa para que estudiara y dedicara su vida a los libros, pero optó por regalárselos y alquilarle un apartamento. A pesar de que ya no cruzaba palabra con su esposa, no fue capaz de perturbarla más de lo que ya parecía estar. Lola durmió por primera vez y por muchos días de ausencia de Darío con José; la noche la sorprendía abrazada a la nada y con el rostro más tranquilo del mundo. Deseaba hablar todo el tiempo con el inquilino más importante de su casa, buscaba escenas para conversar, “página treinta y siete, no, no, no esa no era, ¿cuarenta y siete? ¡Ahhhh! ¿En qué página quedé de verme con él? Seguramente dejé olvidado el libro en alguna parte” y corría aquí y allá, buscando entre las cajas, entre las hojas y sus ojos, las líneas que ahora eran su vida.
Darío, regresó a la casa y sin dar explicaciones, se instaló en el cuarto de huéspedes. Lola guardó silencio y no pidió explicaciones. Pasaron las semanas y no salían de su letargo, quizá olvidaron sus nombres, sus angustias, sus alegrías, sus antojos… se fueron olvidando de sí mismos, ya ni horarios hubo para alimentarse y dormir. No volvieron a salir de su casa ni a comunicarse con nadie. La última vez que se les vio parecían sombras, ella dando círculos en su jardín sin flores y él concentrado en sus pensamientos hacía la ausente Lucía, esperando su retorno desde el balcón. De manera paulatina se fueron apagando como una vela que llega a su fin, convirtiéndose en voces que susurraban, cantaban y se silenciaban; voces que caminaban por la casa, recordando cómo fueron y gimoteando por ello; murmullos que se escurrían por las paredes, la cama, los sillones. Se fueron a dormir en sus libros de cuentos, delirios y poemas, los mismos que ellos escribieron para perpetuarse, para no morirse olvidados en algún rincón polvoriento o en el mueble alto de una biblioteca a donde unas manos humanas no alcanzan.
3 Lucía se cansó de escuchar poemas y canciones. El insoportable viejo la buscaba y la celaba a todas horas y en todas partes. Se sentía tan abrumada que tuvo que inventarse un viaje. Le dijo que se marcharía para siempre a lugares que no podía revelar, que era una expedición secreta. El enamorado se opuso y prometió cambiar pero la historia de las persecuciones se repetía cotidianamente. Hastiada se fue de un momento
4 A veces, Matías y Matilde, los escuchan susurrar entre las hojas. (Julio, 2010)
(Ver biografía de Tatik Carrión en números anteriores) Puesto de Combate
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Puro Cuento
Poeta Aníbal Tobón. © Milcíades Arévalo
Cuentipoemas Aníbal Tobón
a un escarabajo que siempre miraba hacia el suelo y que por eso le decían es.cara.abajo le lanzaron una poderosísima maldición y lo convirtieron en un violín stradivarius
una noche de luna llena le comenzaron a crecer sus alas nuevamente y en cuanto pudo salió volando hacia la mongolia interior donde dicen que ha publicado un tratado sobre magia roja mundo carne de demonio memoria de escarabajo 2. los relojes son como tortugas que llevan el tiempo a cuestas y circulan lentamente por muchos años hasta en la forma se parecen porque ambos son redondos con un centro del cual parten líneas hacia sus bordes y así como puede decirse que una tortuga es un reloj mamífero puede decirse también que los relojes son tortugas inoxidables por eso no es sorprendente lo que le ocurrió a una tortuga joven hace algún tiempo en una isla del caribe latino
como todo el mundo puede imaginarse la cuestión fue superincómoda para el animalito que desde entonces quedó condenado a caminar con las cuerdas hacia arriba y así anduvo por el mundo con su violín a cuestas como otros cargan cruces o caparazones o revólveres o llaves o libros lo que más le molestaba era cuando la madera cantaba su canción vegetal a la hora de dormir porque la madera como los tornillos también duerme de noche el aviolinado escarabajo comenzó a pensar seriamente en suicidarse el día que descubrió que las cuerdas al envejecer roncaban como todo el mundo lo sabe desde que el mundo es mundo además tenía que tener cuidado y no aumentar de peso porque provocaba místicas ansiedades en las mantis religiosas que se enternecían tocando apasionadas sinfonías sobre su espalda
la tortuguita salió del agua y se encontró frente a un reloj que alguna bañista descuidada había olvidado sobre la arena de la playa 61
Puesto de Combate
Puro Cuento urgencias que parecían antiquísimas pero desconocidas
entiéndase que en ningún momento se trataba de un reloj de arena sino de un reloj de cuerda de antiguo modelo
pero no podían tener descendencia porque la mujer carecía de una entrada entre sus piernas aunque su aparato reproductor estuviese en condiciones
la tortuga se lo quedó mirando impresionada hasta que notó que la cosa respiraba con un acompasado tic tac tic tac tic tac
un mal día decidieron hablar con los dioses para exponer su problemático deseo y los dioses en coro cantaron que tenían razón y que habían olvidado hacer el orificio y que los dioses también podían equivocarse
entonces pensó que se trataba de una tortuguita recién nacida caída desde alguna lejana estrella y se la llevó consigo protegiéndole tiernamente su cuerpecito de metal con sus rugosas patas de animal anfibio
le dijeron que debería sentarse a la orilla del mar y dejar que las olas le bañaran su vientre y entonces habría milagro
y estemos seguros que del diálogo íntimo y secreto entre la tortuguita y el reloj en una isla del caribe latino habrá tema de conversación en tiempos futuros
la mujer procedió según instrucciones y el hombre se escondió detrás de una palma a espiar el prodigio
3.
que sin embargo no se cumplió ya que llegada la mañana la mujer seguía sin el pequeño cráter para su monte púbico que estaba a punto de erupción
en un lugar moreno al otro lado del mar hubo una vez un tren que soñó que era un gusano color café caliente
volvieron entonces donde los dioses que regañaron al hombre por su impúdica curiosidad y además le dijeron a la primera mujer que habían sufrido un olvido
en su maquinal soñar cambió de repente no solo su apariencia sino también se trastocaron sus sensaciones y sus miedos
que los dioses también ejercen la desmemoria
el tren que en su vida ferrocarrilera constaba de una locomotora y treinta vagones había pasado a no tener más que preocupantes diez centímetros alargados
que habían olvidado decirle que el ritual era necesario hacerlo en noche de luna llena y que se largaran en paz la primera mujer llegó puntual una noche enlunada y ofreció sus piernas abiertas a la húmeda caricia de las olas
anteriormente le asustaban los túneles a los cuales entraba con el corazón en la boca pitando desesperado pero ahora en este sueño eran unas muy oscuras profundidades en donde habitaba
y de entre las hileras de espuma de playa saltó un pez que unos dicen que dorado y otros opinan que colorado
en un momento dado tropezó con una húmeda raíz que en un lenguaje de succiones filamentos y viscosidades le lanzó una complicadísima frase que le pegó el susto de su vida
el cual fue a incrustarse entre las piernas de ella que lo recibió con un grito asustado y quedo así pudieron el primer hombre y la primera mujer sobre la tierra tener descendencia
tal fue el terror que lo sobrecogió que con una fuerza fuera de lo común comenzó a enterrarse en las más profundas simas de la corteza terrestre
también es cierto que desde entonces no se sabe si es el mar el que huele a cuca o son las cucas que huelen a pescado
tanto se hundió que al cabo de mucho tiempo llegó al otro lado de la tierra
colorín colorado
y salió en medio de un país de ojos de chícharo llorando por querer volver a ser un tren o al menos una locomotora de vapor triste en ese mismo momento se despertó
ANÍBAL TOBON BERMÚDEZ. Nace en Bogotá el 10 de Septiembre de 1947 y muere en Salgar, el 20 de agosto 2016. He conocido a muchos poetas que de tanto verlos me parecen eternos. Sin embargo, hay otros que hacen tantas cosas al mismo tiempo que a uno le gustaría encontrarse con ellos todos los días para perder el tiempo. No de otra manera se explica que Aníbal hiciera tantas cosas al mismo tiempo. Poeta, titiritero, fabulador, bebedor de cerveza, barranquillero como él sabía hacerlo, cuentero. Lástima que se haya muerto, pero no dudo que estará como a él le gustaba, contando cuentos o haciendo poemas o mesándose las barbas, sin preocuparse por la eternidad de las tortugas, vaiviniéndose en su hamaca y echando humo como una locomotora.
sólo para ver durante un segundo fugaz la gigantesca bota que lo aplastaba antiguo mito recién inventado cuando sólo existían el primer hombre y la primera mujer sobre la tierra veían a los otros animales aparearse y procrearse y eso les llenaba naturalmente la carne de deseos Puesto de Combate
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Puro Cuento
JARANA Óscar Pinto Siabatto
A
eso de las seis todos estábamos ebrios. Rafa pendía del pequeño mesón, que dividía la sala de estar de la mínima cocina, como un equilibrista, enseñándonos a todos los vellos rubios de su pecoso culo. El exceso de licor y otros deslices ya había hecho de las suyas en él. Era un toro que bufaba y reía ensimismado, con los ojos desorbitados, cual si el banderillero acabara de zaherirle el alma en plena corrida. Las chicas que había convocado el otro Rafa, el viejo zorro, estudiantes aplicadas de su cursillo de versos en boga, hacía rato habían huido espantadas ante el acoso acezante del maestro y del joven semental Darío, y aterrorizadas por el zafarrancho que armábamos siete descarrilados arrobados por el día, por la vida: el viejo Rafa, el joven Rafa, Darío, Fernando, Robinson, Evelio y este bembazo que habla, en un espacio de menos de treinta metros cuadrados en el doceavo piso de un edificio del Centro.
ansias de prolongar la jornada el viejo Rafa y Evelio, junto con sus tres tímidas acompañantes, luego de una lúcida de lectura en el taller de turno. Allí estaban Darío y Rafa, desocupados campantes haciendo que hacían lo que supuestamente planeábamos como juiciosos administradores de empresas. Y arrancó la contienda. Media de Néctar para empezar que el viejo Rafa gastó con los billetes más arrugados de su pantalón púrpura de rockero cuarentón venido a menos, y el Cinco de Odi, la perica, que acucioso Darío se propuso ir a conseguir y para la que el joven Rafa ayudó con cuanta moneda halló sobre su corpulenta humanidad. Al rato las chicas, embelesadas por Darío, ya empolvado a su haber, se timbraron cuando en escena aparecieron Robinson y Fernando, a eso de las cuatro, el primero quejándose cual más del «exigente» día laboral y el segundo apenas arrancando porque ya llegaba la noche y sus músicos Buena Vista Social Club lo esperaban a él y a su piano. Yo me sumé a las cinco. Mi excusa: llevar los trabajos prometidos de nuestro quehacer editorial, los cuales lograba robando tiempo en mi trabajo de joven de bien al norte. En un taxi me embarcaba por toda la Circunvalar, cada cuatro de cinco días, rumbo a la noche: ¡qué responsabilidad! Al cuarto de llegar ya era un cuarto de aguardiente el que tenía adentro, sólo para entrar en calor: el «Pajarito Pin Pin» empezaba a despelucarse.
El plan era beber hasta que se acabara el mundo, porque cuando bebes, cuando metes, cuando fumas, no hay mañana, sólo hay hoy, no hay tiempo y el tiempo apremia, no hay yo, «el yo es otro»; era libar y libar, meter coca al piso, poner al corte la bareta y el susto, y rajar y rajar de cuanto mugre o brillo enturbiara o iluminara nuestras vidas: de la palabra no dicha, del verso huidizo; de las mujeres agobiantes que a algunos nos aguardaban en casa esperando a que por favor ese día no bebiéramos, o por lo menos no más de la cuenta; de las otras, las de los bares y amanecederos que, cariñosas o no, apañaban algunas de nuestras noches; o de las mejores, las amiguillas que se entusiasmaban con algunas de nuestras cabelleras platinadas y nuestra labia poética y tentadora de paleta Pollet de dos mil quinientos, y que se animaban a cabalgar con nosotros una que otra vez; de los amigos ausentes, de los jóvenes y los viejos, porque siempre hablamos más de otros cuando no están que cuando compartimos con ellos (bien lo dijo Robinson tambaleante al despedirse: «Ahí los dejo, o mejor, ahí les quedo, ¡malparidos!»). En resumen, era una tarde de clinc, snif, uf y mucho bla, bla, bla, de una tracalada de mierda que nos hervía por dentro.
Poco faltaba para que el aluvión de escenas inconexas empezara a barruntarse: Robinson, atracado en un Lêdo Ivo tambaleante sobre una tumba, maquinaba con Darío descifrar la verdad sobre Hermengarda. El
El día era propicio. Sin pensarlo, a la fachada de oficina editorial llegaron ya levemente aturdidos y con 63
Puesto de Combate
Puro Cuento fuerza por sus backstreetboys setenteros, se esfumó; el viejo Rafa, agobiado por la cantaleta telefónica de su mujer, se esfumó; Darío, por el peso de las güevas, tras una mujer, se esfumó; y lo poco que quedaba de lucidez se esfumó. En escena quedamos medio extrañados, medio dispersos, medio vueltos mierda, sobre una laguna, Evelio, Rafa y yo.
viejo Rafa ponía de los pelos a Fernando asegurando su eterna santidad, mientras Evelio, estrábico en desvarío, aflautado, confirmaba que el viejo Rafa era una soberana mierda y que de por sí todos los amigos se hartaban a menudo de sus cagadas: —Pero si eres un hijueputa, rafa, no sé por qué te hago personaje de mis novelas. —Soy el lado perverso de la humanidad. Yo, mientras apuraba copas, intentaba sostener al joven Rafa que, inquieto, metía una cosa, metía otra y estallaba en llamas una caneca cual caja de Pandora.
El rompecabezas que siguió no tiene mejor nombre: «rompecabezas». Yo intentaba palear la resaca, pero no sabía de tiempo ni lugar, jaraneaba en el tapete como perro buscando posición; acompañaba a un Evelio deprimido, expurgaba el intríngulis de sus métodos. Evelio hablaba y hablaba como poeta, pero miraba certero cual narrador. Rafa, entre tanto, nos acezaba a ambos como los leones a Daniel.
—Un pase ¿llamamos a marandúa por otra media? que no jodas más Rafael huy marica se me va a ir la noviecita que me espera en la diecinueve con caracas ¡no! pero antes nos trae más perica si no me queda ni mierda con el pago del hotel, la comida y los pasajes ida y vuelta a Medellín, y mi mujer está que me echa voy a la diecinueve a levantar más bareta ¡espere chino!, ¿por qué no hacemos una vaquita y pedimos una? pero es que yo ya puse no joda más Rafael que Evelio y yo ya pusimos ¿cuándo fue eso, lo de la empelotada en chía? por eso te cascó roca, güevón, por bocón, y por esa sonrisa socarrona ¿pero para cuándo la colección? espero que la nacional me publique, pero usted me saca el dossier ahora, ¿sí o no, pinto?, pinto, ¡pinto!: ¡ya estás borracho, marica!
Si me preguntan si Rafa y Evelio discutieron, no lo sé. Si me preguntan si fue culpa de Evelio o de Rafa o mía o de la traba, no lo sé. Al rato voló una silla, voló otra, no lo sé. Rafa estaba ido, como Evelio y como yo, y una silla aterrizó en la cabeza de Evelio: sangre, Evelio adolorido, sangre y más sangre, Rafa bufaba, yo intentaba echar agua a Evelio, cubrirlo de forma alguna. —¡Evelio, nos vamos al médico! rafa, ¿qué te pasa maricón? ¡rafa, sos un hijodeputa! Evelio no recuerda nada, Evelio finge no recordar. Pinto no sabe quién es. Rafa es un extraño para sí mismo.
(Huir es la opción que nos deja la vida, y al hacerlo la droga se te extiende por el cuerpo con una lenta sorpresa de laberinto. Lo curioso es que sólo notas al mirarte, solo, al espejo del sitio donde estás, cuánto te ha cambiado el panorama. Vas al baño y te dices: «Hijueputa, ya me está cogiendo». O te oyes hablar y ves que la yerba lleva tu conversación a lugares completamente distintos a los de tu interlocutor, pero curiosamente sigues hablando sobre un mismo tema, en un mismo idioma. Te aspiras cuanto puedes y la coca te arremete y te pone en tu lugar, y sudas frío. Miras a tu alrededor y ya tienes opción de empezar de nuevo a descojonarte.)
Meto a Evelio al ascensor, me regreso por una chaqueta para él y para ver que Rafa no se haya tirado por la ventana. Evelio se ha ido. Pregunto al portero, pero no sé qué me dice, no le entiendo, no quiero entender. Tomo un taxi. Mascullo que me lleve a los centros de salud más cercanos. Estoy solo. No sé a dónde ir. Vivo en La Calera hace dos años, pero termino en la casa del Ricaurte donde viví toda mi niñez tratando de abrir la puerta con una llave que no es la llave. Me regreso al Centro. Deben ser más de las dos de la mañana. Rafa, con su locura, se ha ido. Evelio, con la cabeza y el corazón rotos, se ha ido. Me siento a beber y a morir en soledad, también me he ido.
El fuego se extendió, y así como el humo, Robinson en La Candelaria, tras «su brizna de hierba», se esfumó; Fernando, tras su nota de piano-man, halado a la
Un ladrillado de exceso le rajó la cabeza a Evelio.
Óscar Pinto Siabatto (Bogotá, 1976). Poeta, editor y diseñador de libros. Director fundador del periódico de poesía de distribución gratuita El Aguijón y de la revista virtualelaguijon.org. Actual diseñador de la colección literaria distrital Libro al Viento, de la colección Poesía Letra a Letra y de las publicaciones de la Fundación El Aguijón. Miembro del comité editorial de la revista de poesía Ulrika y editor de los números 28, 32, y 51 a 56. En 2016 aparecerá su libro de poemas Los acordes secretos, bajo el sello editorial Los Impresentables. Puesto de Combate
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Periodismo cultural
–Siempre me he preguntado si la poesía tiene que ver con el paisaje, el entorno geográfico, la gente. ¿Qué es Majagual para ti, por ejemplo? Majagual es el origen, aunque suene tautológico. Es el sitio que me inició y el hace que nunca olvide quién soy. –Podría decirse que fuiste una niña feliz en ese espacio donde todos sus habitantes eran conocidos entre sí, donde se leía la prensa y se compartían las lecturas? Sí. No tenía alas, pero tenía una bicicleta verde. No tenía biblioteca, pero era la voceadora de El Espectador y de El Heraldo. No había un padre, pero tenía una abuela perversa y una madre que me ofreció una tienda a donde –Los mejores poetas y narradores de la costa, y del mundo, casi todos han nacido o vivido a la orilla de un río, de una playa, ¿también es tu caso, teniendo en cuenta el pueblo de tus orígenes, la región de La Mojama, los ríos san Jorge y Sinú, el río Magdalena en Gamarra? Te respondo con este poema:
El universo poético de Beatríz Vanegas Por: Milcíades Arévalo
Poeta Beatriz Vanegas. © Milcíades Arévalo
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ecuerdo que alguna vez, viajando en una “chiva” de Majagual a Magangué, una niña se me quedó mirando leer y me preguntó, con una voz de cristal, qué leía. Y me preguntó también si cuando terminara de leer Los Versos del Capitán, le regalaría el libro del vate chileno. Cuando llegamos a Magangué le regalé el libro y ella lo recibió con una mirada entre incrédula y sorprendida. Yo seguí mi viaje en una chalupa y nunca nos volvimos a ver. Como siempre he querido recobrar esa imagen, cada vez que me encuentro con Beatriz Vanegas Athías, me parece que estoy viendo a esa niña sedienta de poesía.…
En el río Sucede la tarulla anhelo del río de ser llanura. Sucede la garza pincelada elegante sobre la llanura flotante. Y sucede también la mano que surca el agua y los ojos que se cierran para habitar la eternidad por un instante.
no es esta una característica en los pueblos de la sabana? Una característica desafortunada –no es mi caso– porque en el Caribe y en muchas partes de Colombia, el oficio de maestro es ejercido por aquellos que no encontraron qué hacer con su vida. Entonces los mercaderes de la democracia entran con sus manos
–¿En todo tiempo y lugar permaneces en estado de poesía, o hay momentos que te desligas de tu oficio creador y piensas en otras distancias? Creo que ser poeta es tener la piel en carne viva. Y ser poeta en Colombia es salir desnudo a la calle y sentir cómo te arrojan sal siempre, siempre. –¿Repasando un poco tu biografía, dices que fuiste maestra desde cuando estudiabas bachillerato, 65
Puesto de Combate
Periodismo cultural llenas de infamia y comercian con el sagrado oficio de educar. Por eso somos un país tan maleducado e insensible. –Me pregunto por qué alguien cómo tú se vuelve poeta? No sé. Porque no sé qué quieres decir con “alguien como tú”. –¿Creo en la poesía, desaforadamente, pero hay poemas y poetas que no me llegan, será que hacer poesía es una competencia a ver quién publica más libros? Bueno sería que hubiera lectores para todos los poetas, para todos los estilos. Pero creo que el asunto es de otro tenor. Hoy el oficio se ha puteado tanto. Muchos que ofician de poetas son mercaderes de festivales y de talleres que intercambian invitaciones a viajar, por publicaciones. El silencio, la mesura, la necesidad de escribir como quien necesita dormir o comer o beber agua, es asunto de poquísimos y verdaderos poetas. –Antes de conocerte ya habías escrito varios libros de poesía, escribías en Vanguardia Liberal ensayos, entrevistas, poemas, qué libro tuyo marcó un derrotero en tu poesía? Los lugares comunes, el tercer libro marcó un derrotero que intento seguir.
–Hay cosas que no se le deberían preguntar a un poeta, pero ¿quiénes son tus aliados en este viaje? Tus lecturas, tus viajes, los encuentros, tus libros, los premios y los libros de los demás… ¿Qué otros libros vendrán después? Uno siempre vuelve a los viejos sitios, libros donde amo la vida – como dice el bolero– Cereté es mi sitio para siempre volver y por ahí, las voces de las infinitas mujeres de Colombia y el mundo que allí confluyen año tras año. Y Raúl Gómez Jattin, María Mercedes Carranza, Giovanni Quessep, José Manuel Arango, Meira Delmar, Mario Rivero, Luis Mizar, Orietta Lozano, Darío Jaramillo Agudelo, Jorge García Usta. Y tantos y tantos de Latinoamérica y de otros mundos: Wislawa Szymborska, Rosario Castellanos, Virginia Woolf, Marvel Moreno, Idea Vilariño, Sor Juana Inés de la Cruz, Gloria Fuertes, Josefa Parra. Leer de acuerdo a las apetencias del alma y del corazón, como quien desea un bocado o como quien desea escuchar una melodía.
llo Ediciones Corazón de Mango, me fascinó como ninguno. Bonita edición, buena presentación, excelentes los cuentos. ¿Qué dices de él? Que es el libro de un Caribe oculto bajo los ropajes de la indolencia y de la doble moral. Que es un libro que le abre la puerta al gigantesco clóset que es Colombia. Que me dolió escribirlo, aunque me quité un peso que cargaba desde hace décadas. – ¿Quién es Beatriz Vanegas Athías? Una mujer que le tiene miedo a la muerte, sin haber reído lo suficiente.
–Este libro de cuentos, Todos se amaban a escondidas, que acabas de publicar en tu se-
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Periodismo cultural
El Eterno Voyeur Por: Juan David Aguilar Ariza
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ilcíades Arévalo nació en 1943. Ha publicado varios libros de cuentos y varias novelas, entre ellas, El oficio de la adoración. Una novela que de cualquier forma representa el inicio del erotismo en Bogotá. A sus 73 años sigue publicando su revista Puesto de Combate, en la cual ha dado a conocer a escritores de la talla de Raúl Gómez Jattin o Evelio Rosero
–¿Cómo conoció a Raúl Gómez Jattin?
Milcíades Arévalo
Me recibe como si fuera un amigo de años. Entramos al estudio y su voz suave me lleva a otros tiempos. Hoy no es hoy. Estoy en la Bogotá de los años cincuenta al lado de un niño que mira el circo con la mirada alucinada de quien vislumbra los seres inverosímiles que habitan la carpa. El lugar del circo hoy lo ocupa el planetario. El niño es moreno, flaco, y sus ojos fulguran ante las luces que se prenden, que se apagan. El niño no tiene un centavo para entrar. En la puerta del circo se le informa a un señor y a su hijo que sus pases de entrada son para tres, es necesario que ocupen los puestos. El señor suelta la mano de su hijo y se acerca al niño que está a mi lado y le pregunta si desea entrar con ellos. Impropias son las casualidades para ciertos humanos, tal vez el señor descubrió en los ojos del niño otro mundo, lo etéreo e infinito del trapecio. El niño, quien es el mismo que me cuenta su historia, ahora envejecido, entra por primera vez a un mundo del cual le será imposible salir.
bay vinieron a mi casa y volvieron mierda mi biblioteca, se llevaron algunos libros.
Los orígenes de su mirada –Nací en una vereda de El cruce de los Vientos en 1943. No soy un hombre de ciudad sino del campo. Allí viví una vida muy intensa porque a mi familia le faltaba de todo, incluso, vivíamos en arriendo en un rancho que luego quemaron para que nos fuéramos de allí. Pasados los años, me fui en un barco a recorrer el mundo y allí conocí al capitán Ariel Canzani, quien tenía una revista literaria que imprimía en su propio barco. Así nació la idea, le dije al capitán, «voy a hacer una revista mejor que la tuya». Y nació Puesto de Combate en el año 1972. Una vez al año la revista ha ido sumando 43 años de vida. Cuando salió el primer número todos creyeron que era una revista que militaba con algún bando, el nombre me ha traído varias consecuencias. En la época de Tur67
–En 1968 asistí al teatro Colón a la presentación de una obra llamada «Cuentos de Macondo». Me emocioné al escuchar su vozarrón, cómo se apropiaba de los personajes, su desarrollo teatral, era muy bonito verlo. Estamos hablando de una época en la que se encontraba en pleno furor el teatro; comenzaba el teatro La Candelaria, el Teatro Libre, el teatro La Mama. Después de esa presentación el actor desa pareció del panorama nacional. Luego me enteré que su familia se lo había llevado para Cereté. Pasado el tiempo él me envió su primer libro, cincuenta ejemplares, y me dijo «repártelos entre tus conocidos para ver que dicen de mí», pero nadie lo publicó. Ahí descubrí a un gran poeta. Lo publiqué en la re-
Puesto de Combate
Periodismo cultural en computador. Lo que sí he hecho es mirar catálogos, fotografías, he sido amigo de grandes fotógrafos como Manuel H, Sady González, a ellos los conocí en persona y de ellos aprendí.
vista, en Puesto de Combate. Viajé a Cereté y la gente del pueblo me decía que no fuera a esa casa, que ese señor me iba a matar, que estaba loco. Me acordé de un poema muy profético que decía «golpea en la ventana de la izquierda que te estaré esperando» y así fue. Vivía en una casa deshabitada, donde solo estaba él y un gato. Recuerdo la luz que entraba por la ventana y que reflejaba al gato de un color verde en la pared, le dije a Raúl que mirara el gato y me dijo «que gato ni que nada, es el tigre de Borges».
El futuro
–Háblenos de sus libros, por ejemplo, del libro «El oficio de la adoración».
–Hablemos de su oficio de fotógrafo. ¿Quién le enseñó a tomar fotos?
–Llegué a Bogotá en el año de 1957 cuando caía Rojas Pinilla, cuando la perrita Laika llegaba al espacio, cuando mataron a un bandido que se llamaba Barragán, cuando comenzó la educación mixta. En ese libro se habla de esa Bogotá, en él se refleja la historia del barrio Santafé. Era un barrio como Teusaquillo, un barrio agradable, pero empezaron a llegar los que venían huyendo de la violencia y poco a poco se transformó en lo que es hoy. Este es un libro erótico ambientado en una casa del barrio. En aquel entonces era habitual el arriendo de piezas para personas que venían de otras ciudades. Al igual que en el libro, vivíamos mi hermano, mi hermana y yo en una casa de este barrio. El libro narra la aventura de ese tiempo, de mi vida en el colegio, de las vecinas, de la séptima. En el año 1985 con este libro, que no se llamaba El oficio de la adoración sino La casa del fuego y de la lluvia, gané un premio de novela en Pereira, uno de los jurados era Manuel Mejía Vallejo, y él me dijo que con el tiempo se iba a hablar mucho de Milcíades Arévalo porque escribía mejor que Andrés Caicedo. Este es el libro donde comienza el erotismo en Bogotá.
–Siempre he dicho que todos se aprende con la práctica, con las ganas para hacer algo. Trabajé con Jaime Jaramillo Escobar en publicidad. Él tenía una agencia de publicidad que se llamaba O.P. Institucional, de un momento a otro me dijo «tome una foto que necesito para publicarla en un aviso». Después nos fuimos de viaje por el Huila, por Puerto Nare, tomándole fotos a matas porque había una campaña publicitaria del fique que en esa época era el material utilizado para hacer las bolsas de café. Así iba aprendiendo. El tipo que revelaba en la agencia no me quería enseñar o no quería que aprendiera a revelar fotografías. Entonces una noche me quedé en la agencia y me puse a probar todos los químicos –Milcíades mete su dedo índice en un recipiente imaginario en el aire y luego lo lleva a su boca y lo chupa– revelador, fijador, limpiador y los iba mezclando hasta que logré revelar fotos. Toda mi vida he tomado fotos. Muchas personas me dicen que tomo unas fotos geniales y en realidad no pienso que sea así. Lo que pasa es que yo no pongo a posar a la gente, he sido muy espontáneo. No sé nada de programas de edición de fotos
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En este país donde el gobierno no entiende la trascendencia de la cultura, Milcíades Arévalo se las ha arreglado para publicar su revista durante todos estos años con el poco apoyo de una o dos instituciones fieles a su idea. Incluso ha dicho que está dispuesto a vender su biblioteca para que su revista siga; una biblioteca que posee títulos dignos de cualquier museo. Es triste escuchar que en este país se habla de paz cuando los gestores culturales, los artistas, deben estar batallando contra imposturas mitológicas. Aun así, sigue luchando desde su puesto de combate porque dice que esta es la única trascendencia, la irrefutable, la de dejar un legado, un pensamiento, un espíritu en la precaria eternidad de los que seguimos con los pies en esta tierra.
Ventana de Papel
Para amistar a los hombres Por Marcos Fabián Herrera
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uien reclama que la poesía vuelva a ser el canto esencial del rapsoda, el festejo balsámico de la aurora y la liturgia celebratoria de la vida, sabe que la palabra en su manifestación prosaica, debe nutrirse del pase prestidigitador que descubra la cara sublime del mundo adocenado. En la precariedad que supone la sucesión de los días en el calendario; en la esquiva épica callejera de quien obra como un antihéroe en el teatro de la vida, y en el hombre agotado en las fórmulas rutinarias, la poesía se asoma para condensar la aspiración perdurable de todo mortal. Lo sabe muy bien Óscar Hernández, quien desde su fundacional libro Poemas del hombre, indagó por el minuto sagrado que provee el pan a quien actúa alejado del abrigo tutelar de la pretendida gloria: “Además, conocemos apenas muy contadas palabras, sabemos dos, o tres, o cuatro…Que digan los poetas: atardecer, crepúsculo, navío; nosotros no entendemos más que cuatro palabras, la última es arroz. Hay que escribir para los hombres, para el ladrón y para el santo. Los hombres del mundo dicen sencillamente: hombre, caballo, alambre arroz”. Son éstos, en su concepción sincera y asimilado tono, los poemas de quien se propone humanizar. Para el hombre, aquel ser cambiante vestido algunas veces con el traje de la historia y casi siempre ataviado con el raído disfraz de la desesperanza, la sospecha de que las plegarias no son atendidas por
sus semejantes. La suya, no es la visión del literato. Es la óptica de un hombre que fraterniza gracias a la palabra porque está convencido que ella no es instrumento sino el vínculo con los recuerdos y los hechos. “Amo a todos los hombres con sus cabezas grandes y sus orejas largas; amo sus piernas cortas y sus vientres redondos; amo el engaño del tendero y su montón de farsas. Amo el paquete que suda bajo el brazo y espera el hambre familiar”.
las deidades de los indescifrables olimpos, siempre lo ha rondado a hurtadillas. Así, esta poesía que atrapa las resonancias del peruano que desde Santiago de Chuco advirtió que su nacimiento se había dado un día en que Dios estaba muerto, reinventa en piedad lo que en otros es grito lastimero. Implora, con la certidumbre y la fe propia del penitente, la protección para los que el poeta conoce y convierte en merecedores de su oración: “Protege, Dios, a la mujer sencilla, a la que dobla sábanas y mantas, a la mujer que usa zapatos negros en la casa y que lleva en la calle un clavel y un vestido de tela – dibujada por obreros humildes-.” Óscar Hernández, no ha sabido de credos de vanguardia y cartillas de movimiento. Abogó, con infrecuente arrojo, por una poesía no encarcelada en los entresijos del lenguaje. Optó, con precisión de curtido orfebre, por buscar la poesía en 69
En su segundo libro, Habitantes del aire, ya sea el soldado que descubre la inutilidad de sus balas o la señora que se lamenta y no teme al rapto de la muerte, el poeta se torna alado e irónico. Con seguridad, sus años de reportero y cronista, sus desvelos en el recuento de los fastuosos episodios que de manera inexorable conducen al olvido, hicieron de Óscar Hernández un poeta que observa con sorna la palabra cuando ésta se hace accesoria en la aprehensión del instante. Contempla con desparpajo el tren de la existencia que pasa raudo y dispersa las partículas de una tierra sin nombre que nubla la mirada. La risa, que aflora en la comisura de los labios, se asoma para seguir dando vigor al poeta. Los seres que lo obsesionan son los refugiados en el éter que se desvanece. Aquellos que como volutas de humo se esfuman con los vientos de la tarde. Los mismos que ven el reloj con sus manecillas precisando un tiempo que todo lo envejece pero nadie gobierna. Por eso su Puesto de Combate
Ventana de papel amargura es feliz y sus epifanías esconden un pliegue de tortura. “Tiene que existir el desdichado, así como el que besa alegre, el que muere siempre, a toda hora, y el pobre que dirá sí, toda su vida. El que se queda, el encargado de agitar los pañuelos y comprar los boletos para otros. Así como el que besa tiene que haber el desgraciado, el hacedor de lágrimas que recibe, de lejos, recuerdos, sellos de correo, noticias malas y triunfo de los otros”. No deja ser insólito en el panorama de la poesía colombiana que estos dos primeros libros de Óscar Hernández, en su carácter misceláneo y la vez orgánico, no cifren su construcción en los bocetos preconcebidos de la escritura programática. Cuando el poeta sentencia “Yo no sé nada, yo no entiendo nada, conozco apenas el agua y no la entiendo, la bebo y no la entiendo, la llamo por su nombre y no la entiendo”, retorna a la misión prístina de la creación natural y silvestre: celebrar y convertir en arte, libre de los procederes mecanizados, lo que el alquimista observa. Es inevitable imaginar a Óscar Hernández en la madrugada al cierre de la edición revisando los hechos del día. En la sala de cualquiera de los periódicos que lo alojaron en sus años de periodista, con la taza rebosante de café cargado para espantar la emboscada del sueño, debió de experimentar un vacío. Debió creer que lo narrado en sus crónicas le era incompleto para testimoniar la jornada. Sospechar, que una manifestación profunda labrada en su lírica de barrio se hacía inaplazable en su palabra de paciente poeta. Al tomar la libreta en sus manos, aparecían versos convertidos en poemas salmódicos : “ Compañeros del mundo: esta vida es la mía Puesto de Combate
como es la vuestra vuestra y hoy os digo, nunca mejor que hoy para améis los huesos y la sangre, y vuestras sabias coyunturas, porque después, habitantes del mundo ( que simple y hondo) ¡ Nos vamos a morir ¡”. Como un milagro más cometido por este hombre transmutado en su obra en pastor laico que humaniza el hambre y la belleza, la muerte y el llanto, la extrañeza y el desamor, reaparecen, para recordar que su palabra se nos ha convertido en fuente imprescindible, estos dos primeros libros de Óscar Hernández, que sólo confirman que él es poeta.
Marco Polo. Trilce Editores, Bogotá, Col. 2013.
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s difícil clasificar un libro como Armas de Juego. Los entendidos dirán que se trata de una novela, un libro de crónicas, un libro de aventuras, una recopilación de datos para no olvidar el pasado o unas memorias. En estos tiempos hay tantos libros y autores que se promocionan hasta en las cajitas de detergentes, y se inventan unos títulos por lo demás protuberantes, pretensiosos y ambiguos. Para mí, profano en todas esas cosas, digo que es un gran libro, cuidadosamente escrito, 70
sin olvidar recuerdos pasados de nuestra historia patria. Según mi entender, escribir es algo así como dirigir una orquesta sinfónica, con el oído atento a los sonidos de las palabras. De ahí la cercanía de las letras con la música. Armas de Juego no es un libro pretencioso, ni protuberante ni ambiguo, Está escrito con la pasión de un escritor que quiere consolidar su arte y hace uso de la memoria como mejor sabe hacerlo, y nos cuenta historias, multiplicidad de historias, embebido en lo que cuenta, como si fuera un contador de cuentos, como los verdaderos contadores de cuentos de todos los tiempos. A Marco Polo lo conocí hace muchos años, en el Encuentro de Escritores de Chiquinquirá, precisamente, contando anécdotas de jueces venales, de la violencia que se cernía sobre el país, de los sucesos cuotidianos de su vida, de su tierra y de su oficio como Juez sin Rostro. Y era bueno oírlo contar historias de rostros y lugares desconocidos para mí. Creo que llevaba en la mano el mamotreto de un libro que pensaba publicar. En ese tiempo todos los escritores querían ser reconocidos prontamente y participaban activamente en los concursos de cuento, novela y poesía y les alcanzaba el tiempo para ir a los recitales, conferencias y encuentros de escritores. Como yo nunca he sido de ninguna parte, a Marco Polo volví a verlo muchos años después, en la pasada Feria del Libro de Bogotá. Recuerdo iba del brazo de una muchacha muy hermosa y me regaló Armas de Juego. Prometí leer prometí leer su voluminoso libro, con varias notas, entre ellas la de Guillermo Martínez González, editor del libro: Aunque existe una denominación de origen, una exploración de la
Ventana de Papel vida total de un pueblo con las implicaciones de realidad y mito, la presencia constante de una violencia brutal y que sin embargo casi siempre se resuelve de manera tortuosa e invisible, como una especie de tatuaje interno que marca los destinos y las peripecias de los personajes, Armas de fuego es también un inagotable ejercicio de escritura, un intento desbordado por captar la comedia humana en el tiempo, un tiempo que fluye en la memoria y los sueños, la historia y la fábula. En un collage que mezcla discursos que van desde la crónica oral, el cine, las cartillas de las primeras lecturas, los cómics y las referencias literarias más o menos detectables, este relato es un intento de recuperar la infancia, de reconstruir lenta, gradualmente, una historia personal y colectiva, que se niega a las reducciones de la cronología, a la resignación y el olvido. Armas de Juego es muchas historias a la vez, la mirada de un escritor de nuestro tiempo. un testimonio de vida. Milcíades Arévalo.
MELODÍA DE ARRABAL Una reseña y una carta para Óscar Bustos
Soy de la idea de que la reseña de un libro puede ser una carta a su autor, un diálogo para esclarecernos como lectores y resaltar algunas suscitaciones si nos gusta y seduce la obra. Por supuesto, como me ocurre con la lectura de “Nostalgia de barriada”, el libro de Óscar Bustos, un libro de cuentos que son crónicas o de crónicas que son cuentos, es bueno hacer un llamado, una señal a un posible lector, al “ilustre
desconocido” del que hablaba Aldo Pellegrini y proponerle que no postergue su lectura. Esa señal quisiera ir escuetamente advirtiendo que muy rara vez en nuestro medio se da una pequeña y gran obra maestra de las características de este volumen. Moderación en el despliegue de recursos literarios innecesarios, pero también huída del facilismo y de la pobreza en la lengua con la que habitualmente se expresa el periodismo literario. Bustos no se regodea en el argot, aunque narra desde un lenguaje de cosa hablada y de gran eficacia en el relato. No se explaya en una jerga que muchas veces escuda la falta de hondura, y que entonces se ampara en el código barrial, como se implementa en buena parte del cine o de una narrativa epidérmica, de superficie. El lenguaje vivo nacido en lo popular y muchas veces de origen patibulario, la germanía que tanto festejó Villon, tiene la propiedad de la mutación, del cambio de piel lingüístico. Resulta entonces efímero el código y lo que ayer significó una cosa, hoy ya no existe como significado aunque el objeto persista. Bustos sabe con Passolini que “no existe un conflicto real entre la escritura literaria y la escritura periodística” y eso fue algo que distinguió al poeta y cineasta italiano cuando escribía de fútbol. Le basta al autor de “Nostalgia de barriada” con reunir diez cuentos desde el carácter anfibio y libre de su escritura para mostrarse como un narrador purasangre, de los que saben poner el ojo en el blanco, que escriben como piensan y tienen, además del don de una aguda observación, una gran destreza para exaltar lo cotidiano al plano estético, aún en sus episodidos más violentos. El alma popular, briosa y explosiva, el alma del niño proletario, las 71
emboscadas del miedo, las batidas callejeras a nombre de nada, el conocimiento de un autor que sabe que todas sus historias nacen en la calle antes de desembocar en el papel, tienen en Bustos un registro que es algo más que notarial. Parece jugado en cada expresión, en cada lance, en cada historia a la que se asoma más como un relator-habitante de una ciudad que como un voyer o un paseante. Sabe sin duda de lo que está hablando y de lo que está hablando no es otra cosa que de una ciudad, Bogotá, milagrosa y mezquina a la vez, una ciudad de esquinas donde puede estar esperándonos el beso o la puñalada. Una legión de sombras, de seres orilleros, habitan en la ciudad invasora que se ha ruralizado con los desplazamientos humanos antes de urbanisarce, unas barriadas del talión, erizadas y vivas, tiernas y complejas, aparecen en cada cuento del libro. Son gentes que otra parte de la ciudad invisiviliza. Gentes tras un telón de niebla y de olvido de las que solamente se habla en los rotativos por el número de sus desgracias. A veces encontramos una botella de náufrago con una carta ilegible o escrita en una lengua extinguida. Óscar Bustos logra traducirla en un lenguaje claro, sutil y coherente. Puesto de Combate
Ventana de papel *** Una carta a Óscar Bustos
Y bien, Óscar, su palabra entró a mi casa como un ladrón nocturno y me escamoteó el reloj hasta el amanecer cuando cerré, como una falleba, las tapas del libro que son dos puertas abiertas a una ciudad escondida. Luego volví como un hijo pródigo a ciertas páginas como quien vuelve al lugar donde anidan y se aplastan los milagros. Regresé a sus páginas y me encontré con la figura de un muñeco, un viejo espanta-años que como todos los muñecos de diciembre están borrachos. Asistí a un duro ritual: una familia decide vestir un añoviejo con la ropa del padre que hace mucho se hizo humo, que cerró la puerta y no volvió a tocarla, y hasta podría ser la metáfora del cambio de piel al que nos obliga una ciudad donde los hombres andan ocupados “en hacerse daño unos a otros”. Ah, pero un niño abre y cierra un paraguas para crear un relámpago o para hacer noche y atrapar humedad a su antojo. Usted ha pulsado una guitarra negra, ha tocado en ella los ritmos urbanos, la voz del hermano delator y de quien mira siempre el mundo como una víspera. Usted me ayuda a empinar para ver el nevado que logro avistar en el verano muy al fondo del Tolima, desde una terraza bogotana, y sin saberlo me hace sospechar de “una voz que nunca ha cantado un bolero”. Es difícil confiar en alguien que no cante. Por su escritura pude saber que a esta hora está lloviendo en el Barrio Juan Rey, que hay alguien que sangra en un bus y también hay una gavilla de muchachos que patean un balón en las canchas peladas del Barrio Las Malvinas, o en el Barrio San Juan de Loba o en Ciudad Bolívar, donde las casas están a medio construir o tienen de entrada una vocación de ruina. Monte arriba, niebla adentro, se sabe que el sur también embiste, y que la herida busca sin saberlo un puñal. Cómo no recordar que hay zonas fóbicas al árbol, una luna de estercolario y parajes que no parecen del tercer mundo sino del primer inframundo. A veces, alguien pregunta por el sol y le contestan que le dieron materile o que fue a calentarse en los tejares o a posar para unas postales del caribe, porque el sol, así sea el hipócrita sol sabanero, odia la niebla y el humo. Me recordó, Óscar, que hay hombres a los que buscan para casarlos con sus sombras para siempre, que los barrios con nombres de santos son los más peligrosos, que el miedo y el hambre se pasean por los tejados como un gato sin sombra, que el rastrilleo de un carro en plena noche nunca deja buenas noticias, que la muerte es el alias de un vecino que un día reaparece, que la vida es un lance y hay quien brilla un puñal color de luna. Me recordó “que un hombre es visitado el mismo día y a la misma hora por el amor y la violencia”, que hay una ciudad en la ciudad que tiende fronteras invisibles, una moneda en el aire para el beso o el cuchillo. Su palabra entró a mi casa como un ladrón nocturno y me escamoteó el reloj hasta el amanecer cuando cerré, como una falleba, las tapas del libro que son dos puertas abiertas a una ciudad escondida. Posdata: Bogotá, Óscar, es una ciudad que no se entrega a primera vista. Es como la mujer envuelta en piel de asno, alguien que oculta su belleza. Quien la encuentra ya no puede vivir sin el opio de su altura. Qué bien muestra su cara oculta en el libro. No es el París que merece caminarse con pasos menudos como los de Lautrec, ni el Nueva York solitario de Hooper o la Lisboa matronal de Pessoa, tal vez tenga una espuria hermandad con la Roma amortajada de Passolini, quizá tenga tratos, malos tratos con la gran manzana americana visitada por García Lorca y sea como esa una ciudad terrible y bella, amorosa y supurante. Juan Manuel Roca
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ALLÁ EN LA GUAJIRA ARRIBA Óscar Perdomo Gamboa Cuéntame. Cuéntame las historias que escuchaste, las que inundan libros de letras maravillosas y se derraman por tus poros y tus labios. Cuéntame las leyendas que crearon el mundo, las de dioses primigenios y finales inauditos. Háblame del amanecer de la humanidad, de las tribus que recorrieron praderas eludiendo sombras y protegiendo brasas, de esos primeros mitos que inventaron para explicar lo inexplicable alrededor de una novísima fogata. Sé Sherezade y nárrame un cuento antes de hacerme el amor durante cien mil y una noches. Cierra los ojos y finge la ceguera que vio a Aquiles, a Héctor y a Ulises. Recorre el mundo de las manos de los viajeros para escuchar las lenguas de China, de Babilonia, de Zimbabue. Muéstrame el palacio de Siddartha, la biblioteca de Mansa Musa, la ciudad flotante de Moctezuma, el paraíso encumbrado de Atahualpa, el país sumergido de Orin. Dime dónde están los tesoros de los duendes ir-
landeses, los djines arábigos y los conquistadores portugueses. Háblame en romaní, en yoruba y en latín. Muéstrame los naufragios dorados y las serpientes de arena. Léeme los cuentos que imprimió un alemán para la posteridad, el del muchacho que buscaba los tres pelos del diablo y el del emperador que caminaba desnudo, el de la sirena enamorada y el del niño que no quería crecer. Dime si el hombre que atravesó el infierno halló a su Beatriz, si el desfacedor de entuertos honró a su Dulcinea y si el último romántico inmortalizó a su Princesa. Recítame los versos del bardo inmortal, del poeta maldito y del bibliotecario ciego. Cántame. Resuena con las arias europeas de truenos metálicos y los ritmos africanos de tambores infinitos. Toca las biwas japonesas y los güiros antillanos. Declama la décima española y el arrullo pacífico. Canta. Cántame la historia del primer rey del Valle y del que veía con los ojos del alma. Nárrame las leyendas de los acordeoneros que se enfrentaban al diablo en los desiertos guajiros, de los altares que se robaban los curas en la provincia, de las mujeres que se desvanecían en el polvo de los senderos. Háblame sobre Alicia Adorada, sobre Bertha Caldera, sobre la Maye. Enamórame con las voces que las convertían en canción y eternidad. Cántame la tragedia del buque que arruinó un pueblo y del contrabandista que perdió su hacienda. Cuéntame la epopeya del héroe tras el barco pirata bandido. Dime quién era ese mulato de acero que se enfrentó a un océano, un imperio y una traición. Muéstrame las olas que lo llevaron al horizonte, dibújame los mapas por los que derramó sangre y gloria, súbeme a las montañas donde halló celada y desprecio. Háblame de los próceres que lo acompañaron, lo quisieron y lo abandonaron. Dime cómo eran 73
las mujeres que lo amaron como te amo yo ahora, en este momento en que me cuentas las historias que te pido. Cuéntame el país que soñaba, tan distinto del que sufrimos. Cuéntame. Cuéntame historias que borren la realidad miserable y me regalen la felicidad que me ha sido negada. Cuéntame. Cántame. Cuéntame.
DE LA MANO CON
RAFAEL DARÍO JIMÉNEZ. Rubén Pelayo1 La producción literaria de Rafael Darío Jiménez lleva años de producción. Su creación literaria en el género de la novela, sin embargo, es reciente. Su ópera prima, La nostalgia del coronel, apareció en 2016 en la colección Zenócrate que dirige Fernando Denis bajo el sello del Grupo Editorial Ibáñez. La nostalgia del coronel puede leerse como una novela híbrida que yuxtapone lo histórico con lo ficticio de la vida diaria. En el preámbulo del texto, Fernando Denis anuncia que Gabo “le había dicho a Rafael Darío Jiménez que escribiera la biografía del abuelo, que rastreara a ese coronel perdido en la memoria de un pueblo perdido”. Darío Jiménez, en medias res, siguiendo la estructura de la novela moderna, compleja y dislocada (intencionalmente), ignora la configuración de la biografía de principio a fin, como anuncia el encabezamiento de esta reseña y de la mano nos lleva a un universo novelado en el que convergen, fragmentariamente, sus amplios conocimientos de la obra de García Márquez, de la historia de Colombia y la de Aracataca, el pueblo perdido (por no decir olvidado), que vio nacer tanto al Nobel 1. Rubén Pelayo. New Haven, CT. 2016 Puesto de Combate
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colombiano como a Rafael Darío Jiménez. El desarrollo del coronel como personaje central de la novela tiene tintes biográfico periodísticos que vacilan entre la biografía, la novela y el cuento. Lo híbrido de la metodología intencional del texto inunda las páginas con nombres, datos y lugares reales, pero no confunde; informa. Al hacerlo, Darío Jiménez desmenuza para el lector un número interminable de pasajes novelados por la pluma de García Márquez que van desde los cuentos sueltos “Isabel viendo llover en Macondo” y “Los funerales de la Mamá Grande”; lo mismo que las novelas cortas La hojarasca y El coronel no tiene quien le escriba, además de los pasquines de La mala hora y las novelas estelares
Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera. La prosa narrativa de la novela va inventariando lugares comunes, símbolos, imágenes, la política partidista de liberales y conservadores y personajes claves en la historia de Colombia hasta culminar con la muerte del coronel. Tanto para la crítica especializada como para los lectores aficionados, La nostalgia del coronel es una vitrina de eventos dispuestos atemporalmente para acercarse al coronel, no queda duda, pero sobre todo a Gabito, el nieto favorito. En La nostalgia del coronel, Darío Jiménez se enamora con el arte de escribir y enamora al lector con su insistencia en hacernos notar lo que ya sabemos o pudimos no haber entrevisto al leer los textos de García Márquez. Desde ese punto de vista, La nostalgia del coronel tiene un toque didáctico que puede servir de guía al lector en general y al mismo tiempo es recurso valioso para quienes impartimos cursos de literatura donde se leen los cuentos y novelas de García Márquez. En este libro no hace falta el humor ni sobran el amor y el erotismo. El texto gira en torno a mucho de lo que saben muchos, “no todos”, sobre la vida y obra de García Már-
Revista
quez sin abandonar el arte creativo de la ficción. La nostalgia del coronel se alimenta de la cultura popular y del historicismo onomástico de presidentes, generales, guerras y eventos que marcan el pasado de Colombia. Es un libro ligero, una novela híbrida que anuncia el futuro inmediato de un autor que se estrena como novelista. Si arbitrariamente organizáramos la novela en capítulos breves, los capítulos 36 y 37 se llevarían las palmas. El Dr. Pelayo ha presentado sus investigaciones sobre Gabriel García Márquez dentro y fuera de los Estados Unidos. Lo mismo en Montreal como en Vancouver; en New Orleans como en la Ciudad de México. Ha viajado a Cartagena y París; a Aracataca y Mississippi para investigar los espacios narrativos de Gabo. Si bien sus dos libros sobre García Márquez –disponibles en la Red Internet-- son en inglés, para la prestigiosa editorial Greenwood Press, con sedes en Estados Unidos e Inglaterra, el tercero promete ser en español: como homenaje póstumo al hijo del telegrafista, el autor más leído en el mundo hispano y el latinoamericano más leído en el mundo entero. El Dr. Pelayo vive en Nueva Inglaterra, en New Haven, Connecticut.
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Director: Darío Sánchez Carballo Editor: David Fernando Díaz Rincón
Correo electrónico: revistacupulavillavicencio@gmail.com
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Inmemorian Ventana de Papel
Un Encuentro Habanero Juan Manuel Roca
A Joseíto, hermano de nuestro hermano. A Liem, su sobrina amada, y a Claudia Arcila, cuyo nombre, como un talismán, siempre acudía a los labios de Alberto.
© Milcíades Arévalo
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onocí a Alberto Rodríguez Tosca en el segundo viaje que hice a La Habana, en 1988. El poeta trabajaba entonces en su otra vocación, el periodismo cultural en la radio habanera, y ya empezaba a ser considerado como un poeta de marca mayor pues un año antes había obtenido el Premio David de Poesía por su bello libro inaugural Todas las jaurías del rey, un volumen que fue recibido como un notable descubrimiento para la poesía cubana por parte de poetas y críticos de diversas generaciones, incluida por supuesto la suya. Me resultó un hombre introvertido, con un peculiar sentido del humor un tanto estrábico, un humor que siempre apuntaba donde no todos lograban capturar su realidad autónoma y fecunda. Esa manera suya de andar por el mundo era tan particular que a veces lo llevaba a confundirse entre las cosas prácticas para extraviarle su mapa cotidiano. Él mismo decía que se perdía en su propia ciudad, que su brújula se le rompió desde cuando manejó un tanque de guerra, y que estaba a punto de perderse aun dentro de un ascensor. Curiosa paradoja, porque su brújula poética siempre marcó sus dos más claros puntos cardinales, “sabiduría y humildad”, como diría nuestro común amigo Jorge Boccanera. En 1988 visité con Alberto a Fayad Jamís en su apartamento, con Rodríguez Núñez, en el mismo edificio en el que vive hoy nuestro entrañable Norberto Codina y aún veinticinco años después me recordaba la tarde lentamente pastoreada con vasos de ron Paticruzado, mientras oíamos las historias parisinas del poeta A Joseíto, hermano de nuestro hermano. A Liem, su sobrina amada, y a Claudia Arcila, cuyo nombre, como un talismán, siempre acudía a los labios de Alberto. las yemas regordetas de tus dos dedos índices tecleas sin parar…). Aunque, a decir verdad, no hay nada que pensar. Vivir y morir son verbos y actos que se atribuye Dios para que no puedan ser pensados por los hombres. En el caso de la vida, si la piensas te pasas a vivir a otra dimensión que no es la vida. En el caso de la muerte, si la piensas te mueres. Tan sencillo como reemplazar con mármol la grava de la luna o machucar un ajo. Pero nosotros no hacemos caso y seguimos metiendo el dedo en las llagas de la vida y de la muerte como si no hubiera otras ocupaciones más urgentes, importantes y hasta mucho mejor remuneradas para hacer. (Tu nombre es Manuel González Guerrero y con las yemas regordetas de tus dos dedos índices tecleas sin
El titiritero Iván Álvarez y el poeta Juan Manuel Roca
parar…). Lunes El hombre, como los gatos, tiene siete vidas, solo que los gatos utilizan una vida por muerte: la que sigue ocupa el lugar de la otra que se fue y así hasta que consumen la última vida y se despiden de la última muerte. El hombre no. El hombre utiliza todas sus vidas a la vez y cuando le llega la hora de morir, ya no tiene vidas de repuesto. Esa es la gran diferencia entre un hombre y un gato. (Tu nombre es Manuel González Guerrero y con las yemas regordetas de tus dos dedos índices tecleas sin parar…). A partir de esta hipótesis y dos o tres pesquisas más, será muy fácil llegar a la conclusión (a la que ya se ha llegado) de que los gatos son más inteligentes que los hombres. Detrás de diez segundos de ronroneo de un gato hay más sabiduría que en treinta años de verborrea de un hombre. “Los gatos son teléfonos”, y en eso Cortázar y un tal Lucas tenían razón. Pero el hombre nunca ha entendido que cada maullido de gato es un timbre que suena para decirle tres o cuatro verdades que ignora o que sabe pero que, por razones de fuerza mayor como la distracción y el miedo, se niega a reconocer. El hombre es cobarde por naturaleza, el gato es humilde por convicción. La humildad del gato no le permite enfrentarse a la displicencia del hombre que tras cada ronroneo no oye un timbre salvador sino un maullido más. Habría que reprender al hombre. Habría que disculparse con el gato. (Tu nombre es Manuel González Guerrero y con 75
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Ventana de papel las yemas regordetas de tus dos dedos índices tecleas sin parar…). < Narrativa Viernes Y ahora que me voy a morir, siento que me quiero salvar. Por primera vez lo siento y tengo miedo. Creo que me quedó grande la vida. ¿Pero desde cuándo, si todo empezó bien? De niño fui feliz, de adolescente fui casi un genio y de joven armé mi prominente futuro a la manera de un gladiador dispuesto a conquistar el Universo y sus constelaciones adyacentes al tiempo que se enamoraba de mí la muchacha más hermosa de todos los planetas. ¿Dónde me equivoqué? Vamos a ver… ¿Pero ver qué? Mejor no ver. Me quedé parapléjico para ese tipo de visiones y averiguaciones. Además ya qué importa. Creo que sería peor si de buenas a primera todo volviera a la normalidad. No sé si podría seguir viviendo con la certeza de que malgasté mi tiempo durante tantos años por razones que no eran razones o que, si lo eran, no eran lo suficientemente válidas para echar por la borda toda una vida sin haberme preparado para recibir toda una muerte. Si mi vida volviera a la normalidad y me concedieran un plazo y yo decidiera ponerle freno al desenfreno y enderezar mis caminos, no me alcanzaría el resto de mis días para arrepentirme de todo lo que hice mal o que no hice. Entonces no viviría sino para el arrepentimiento y el rencor y esa es otra forma de no vivir. (Tu nombre es Manuel González Guerrero y con las yemas regordetas de tus dos dedos índices tecleas sin parar…) La Gaceta de Cuba 11 de “El ahorcado del café Bonaparte”, en compañía del escultor uruguayo Gonzalo Fonseca. En 1994, y tras espaciados encuentros, nos volvimos a ver en esa Bogotá convulsa de entonces, donde vino por primera vez para quedarse. Venía casado, con la poesía por supuesto pero también con una esposa colombiana, Luz Ángela Melo. De esa época data su amistad con una ciudad dura con la que tuvo desencuentros pero a la que aprendió a amar, con el país aduanero y policivo que jugó con él al bumerang, en salidas y entradas a Ecuador para renovar su esquivo papeleo. El poeta debía presentarse a cada nada al DAS a certificar su buena conducta. Imagínense, que un ente gansteril hoy disuelto por sus abusos, sea quien decida que uno se porta bien. Todo por culpa de Kafka, rematábamos cada vez que se aludía al tema. Por los anteriores y patéticos motivos, en 2013 un grupo de amigos decidimos publicar sus poemas en la colección Doble Fondo, del Líbano, Tolima, una propuesta que ahora imitan en otro país y que incluye a un poeta colombiano y a uno de otra nación hispanoamericana. EntonPuesto de Combate
ces decidimos darle la nacionalidad colombiana a Alberto, sin permiso del establecimiento y sin pasar por la oficina de extranjería. Más de treinta amigotes, poetas, narradores, periodistas, pintores, fotógrafos, arquitectos, editores, titiriteros, libreros, lo declaramos colombiano sin consultarle, en un homenaje hecho a traición. Lo acompañó en ese libro el argentino Samuel Bossini, tan buen poeta como amigo. Samuel me escribe desde Buenos Aires y me dice ante la muerte de Alberto: “Ahora quedé solo, sin compañero de libro, quedé solo en el cuarto porque era un poeta muy bueno”. Ah, pero como las emociones suscitadas por la amistad no tienen estrictas cronologías, no debo olvidar que en 2002 fundamos con Mariela Agudelo y con Alberto el periódico La Sangrada Escritura, aventura que duró cinco o seis ediciones. El bautismo de La Sangrada Escritura (El periódico de Babel) se llevó a cabo en la noble ciudad de Villa de Leyva. Así decía parte de nuestro primer editorial: “No parece un simple azar el hecho de que La Sangrada Escritura haya nacido frente al desierto de La Candelaria, porque más o menos así se ha vuelto el periodismo cultural en Colombia: despoblado y desértico. No faltará quien proponga el Premio Sahara de Periodismo Cultural”. Las derrotas “Buenos días, siglo”. Con ese lema despega el libro de Rodríguez Tosca Las derrotas. Y con esa misma divisa, la enumeración de sus caídas, de las derrotas, no solo en el sentido cruel de la palabra sino en el sentido náutico de ella, cuando una embarcación se aparta de su rumbo originario. Porque un viajero de la palabra siempre sabe de qué puerto despega pero no a cuál llega. Este catálogo de derrotas sería entonces la bitácora de unos días que caen del calendario como frutos maduros. Las preguntas que solo “los muertos y la luna podrían responder”. Hay en el libro de Alberto lluvias mitológicas, la fiesta de los náufragos, que es el festín de los caídos al mar de sí mismos donde nadan hasta oír el último gorgoteo del cielo. La palabra de estos poemas se encabalga en imágenes dolidas y dolientes, a las que un soterrado humor les sirve de salvavidas. No es que la poesía sea esa suerte de cabo arrojado al agua, de neumático salvavidas, mas la catarsis que se opera al leer estos versos desgarrados y amargos y sinceros es la de quien toca “a la puerta equivocada”, pero vuelve a hacerlo como si tras sus maderas se encontrara el rechazo nuestro de cada día. Desde que leo la poesía de Alberto Rodríguez Tosca, desde Todas las jaurías del rey, me ha atrapado y seducido el poder germinal de su palabra. Lejos de la 76
Ventana de Papel tiranía de la prudencia, la poética de nuestro amigo cubano se complace en caminar los caminos no trillados, en irse por los abismos como un fulano en su casa. Son poemas, tarjetas de visita de un asombro, de alguien que prepara su derrota con esmero. Que conquista su derrota en alianza consigo mismo, que a veces es su peor enemigo. Imaginen un ejército que se dispara a sí mismo, que se hostiga y se pone celadas, que logra la emboscada y se extingue pasado por sus armas. De esa naturaleza son las derrotas del poeta. Va en su lánguido caballo, desarmado contra sus fantasmas: el miedo, la locura, la orfandad, el silencio interior que lo castiga. Lo dicen mejor sus versos: “debes regresar a la primera noche con el fervor de quien regresa de una gran derrota. Recuerda: eres el derrotado. Alégrate por eso. Y llora”. He aquí a un mandarín de sus soledades. A un poeta que no ama la ópera sino las “maceradas calles de la ciudad”. Que no ama a los triunfadores sino a una ciudad ajena que solo le pertenece al alba. Que “es del sueño”. Que “es de la noche”, como lo es él mismo: vagabundo del alba como en la vieja expresión de Fayad Jamís, ebrio del sueño, espía de la noche. Son los calendarios de una larga derrota estos poemas. Alberto nos trae estos poemas a esta casa donde queremos que el amor por la poesía, el amor por los arcanos, el amor por los ángeles de la música, sean los lazarillos de la noche. De todas las noches. Del día de las conquistas y las noches de las derrotas. De Las derrotas dijo Rafael Alcides: “es tan bueno que asusta. Yo no sabía que se podía escribir así, Alberto, no lo sabía”. Escrito sobre el hielo Las superficies en las que se escribe dictan de manera evidente el destino que el escribiente quisiera para sus palabras. Hay quienes solo quisieran escribir en mármol o en granito en el deseo de que sus palabras puedan ser leídas por los siglos de los siglos con su amén incorporado. Hay quienes lo hacen sobre agua, como reza el epitafio de John Keats (“aquí yace uno cuyo nombre fue escrito sobre el agua”), porque no temen a la fugacidad o porque escribir sobre un río es aspirar a desembocar en un océano. Así sea en ese mar sin orillas que es la muerte. Es como escribir en la pizarra de la calle con tiza para ver cómo lo escrito se borra bajo la lluvia. La naturaleza de Escrito sobre el hielo hace pensar, precisamente, en uno de los asuntos que más ha preocupado a la poesía contemporánea: el tema de la palabra, de la duda ante la escritura, de los miles de Narcisos que han trazado su rostro en el espejo del agua, en un arte que se informa a sí mismo. Por más que sea agua compacta, un bloque de hielo bajo el sol de los trópicos desaparece poco a poco aunque esté inscrita en él la palabra eternidad. Imagino al poeta hundiendo un punzón en el hielo como un esquimal que hace un silabario o traza la palabra distancia, en medio de una inmensa soledad. Porque su libro habla de lo efímero. De lo efímero del hombre y de lo efímero de su verbo. Y lo hace desde un signo o de un vestigio de la poesía como exploración, como reflexión y forma del pensar nacida en una bien habitada soledad. Yo me asomo a sus poemas, que además se apoyan en un encabalgamiento de aforis-
mos, y me siento atrapado por el peso de la irrealidad, de lo que no tiene rango de comprobable pero que existe en nosotros, de aquello que es un aspecto de la realidad que por desconocida escamoteamos a conciencia. Así lo manifiesta en el primer poema del libro que además inserta una cita de Cioran en la que dice que “toda palabra es una palabra de más”. El poema se titula “Nada de lo que escribo es real” y en uno de sus versos dice: “porque no sabes/ dónde desemboca el mar de Nicodemo/ en el mapamundi de su horror”. Todo lo leído, pero más aún lo vivido y no-vivido, entra en la poética de Rodríguez Tosca. Desde el don o el arte hecho sin voluntad expresa, el arte que brota de una fuente que no es puramente racional, “como aquel niño que escribía/ palabras inocentes en la arena/ e ignoraba totalmente el arte de escribir”, hasta el deseo consciente de forcejear con la poesía que nace de la poesía misma, o de las largas conversaciones con los paisajes y los libros. El poeta cubano nos aclara que “en escribir no hay arte, hay vértigo”. Y eso, precisamente eso, el vértigo, es lo que jalonó mi lectura de este volumen de poemas. El libro está dividido en dos partes, “Letra muerta” y “Toda la dicha está en una cabina de teléfonos”. En las dos secciones habita el vértigo. El vértigo de asistir a poemas que reflexionan, como el dragón que se muerde la cola, sobre lo inútil de la escritura cuya utilidad está en negarse a sí misma o, por lo menos, en informarse de sus imposibles. O el vértigo de ese poema con un cisne cuellirroto que escribió en su natal Artemisa: “Este mundo, este cisne,/ perdido ganado en mi juego/ y ahora muerto. Este cisne/ muerto. ¡Vengan a ver/ al cisne muerto! No alegre/ sino muerto, el presumido cisne muerto”. Son los suyos poemas que nos invitan, como en todo gran arte, a participar de la duda. Porque eso son el poeta y la poesía –epicentro de todas las demás artes– y el filósofo, gente capaz de pastorear sus demonios interiores. No de matarlos. No de anularlos. Solo de saber convivir con ellos a pesar de su bronca ferocidad, de su ambigua mansedumbre. Cuando Rodríguez Tosca reflexiona en su poema “Los extraños” sobre la palabra, sobre su condición de puente tendido pero a la vez de puente cercenado y recuerda que “de niños/ nos enseñan los grandes/ que con extraños no se habla”, uno como lector se puede preguntar si no se trata de una amputación prematura del otro, si no hablar con extraños es una forma de no hablar con nuestro adentro, ya que el primer extraño que se conoce en el mundo es uno mismo. Por eso viene tan bien en su libro la sentencia de esa magistral mujer y poetisa norteamericana, Denise Levertov, que en su ensayo El poeta en el mundo afirma que “escribir es escuchar”. Solo quien sabe escucharse, quien sabe traducirse a sí mismo, podrá escuchar a los demás y podrá traducirlos. Cuando el poeta lo consigue quizá se produce el hecho estético y logra anidar en la parte del otro que hace suya, o viceversa. Todo esto lo leo de manera muy clara en Escrito sobre el hielo. Su gusto por la fragmentación, tan caro para Apollinaire, para Nietzsche o para Kafka, desde expresiones diversas, su forma de verse en un suce77
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Ventana de papel de un café, un cartero se empina frente a un timbre… Una noche el enfermo que narra los sucesos muere y, por supuesto, todos quieren su camastro con vista a la calle. Cuando el hombre al que le asignan su lecho entreabre la ventana, descubre asombrado que solo hay al frente un muro de ladrillo infranqueable que le impide a cualquiera ver el paisaje. Creo que no hay nada más parecido al poeta que el personaje de esta historia. Se trata de alguien capaz de fabular desde el encierro, desde la condición de reo del mundo a la que siempre se niega el poeta. Sin duda, una poderosa analogía. Esto es algo que ha hecho por nosotros Alberto, no pocas veces de manera exultante. Donde algunos solo vemos un muro, él ve sucesos humanos, bellos o dolorosos, al hombre en su esencia más allá de cualquier mesianismo. Por eso su poesía nos ha acompañado desde que leímos su primer verso. Y ni qué decir de la persona Rodríguez Tosca, del que ha andado entre nosotros enseñándonos a vestir de dignidad nuestros actos, a estar en una sintonía de autenticidad entre “los otros” y “nosotros”. En la treintena de años que lo conozco ha sido un fiel testigo de sus días y sus noches y los ha hecho nuestros gracias a su palabra. Hoy estamos acá sus amigos, para hacerle sentir nuestra estima grande, sin protocolos ni medallas, para decirle que pocas veces la poesía visita el hospital o que lo hace casi privativamente en su condición de herida. Ahora lo hace, en cambio, en su condición de aliada, lo hace poniendo una flor que no es de esparadrapo ni de gasas, sino de la más fresca y limpia floración que crece en los jardines de la amistad. Venimos a pasar un rato alrededor de la palabra y la música, Alberto, algo que has alimentado como los antiguos lo hacían junto al fuego. Venimos a hacerlo en una pieza de un hospital verdaderamente hospitalario que acepta con entusiasmo a tus amigos poetas que tanto te queremos. Hombre, Albertín, ya no te podrás deshacer de nosotros, que te seguiremos jodiendo y llamando a Cuba cuando dudemos de poner una coma, de sopesar un gerundio, de saber si algo que decimos ya lo dijo con mayor fortuna el resabiado Lezama Lima
Poeta Alberto Rodríguez Tosca. ©Milcíades Arévalo
diendo: “cada día el que soy/ traiciona al que fui./ El que fui/ traiciona al que seré./ Cada día de traición en traición/ avanzo”, me remite al autor de Así hablaba Zaratustra: “la serpiente que no logra cambiar de piel, perece”. No es esta una poesía suave, edulcorada ni complaciente. Es un tour de force, una demostración de fuerza en la captura de imágenes provenientes de la multiplicidad del mundo. Hay en todo esto una almendra amarga. Una visión dura que se hace soportable por el grado de ironía que desaloja el dolor y la miseria humana. Es una valiente y riesgosa poesía que en su aspecto más visible me recuerda al formidable viejo anarquista George Orwell, cuando afirma que “si la libertad significa algo, es el derecho de decir a los demás lo que no quieren oír”. Poética con ventanas Poco tiempo antes de su regreso definitivo a Cuba y a petición del director del hospital del barrio Meisen, nos reunimos algunos de sus allegados en una sala que acondicionaron a manera de teatro para compartir música y poesía. Lo que pudo ser un momento de patetismo, en verdad fue un punto de esperanza en su recuperación. Era extraño y bello ver la simpatía auténtica generada por Alberto entre enfermeras y médicos, y sobre todo entre sus agradecidos alumnos del taller de poesía. Estas fueron mis palabras: Es clara la complicidad de ventana y poesía. En un viejo filme –o a lo mejor fue en un sueño–, se registra el pabellón de un hospital con decenas de camas y de heridos. Solo uno de ellos tiene acceso a una pequeña ventana con vista a la calle. El hombre entreabre sus dos hojas y cuenta lo que pasa en el afuera: una mujer joven cruza bajo un paraguas rojo, dos niños patean un balón entre los charcos, una monja casi enana les da comida a las palomas del parque, una pareja de novios se besa a la entrada
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Texto tomado de LA GACETA de Cuba. Director: NORBERTO CODINA · Subdirector editorial: ARTURO ARANGO · Editora jefe: YALEMI BARCELÓ · Sección de Crítica: NAHELA HECHAVARRÍA · Corrección: VIVIAN LECHUGA · Revisión final: TOMÁS E. PÉREZ · Directora de arte: MICHELE MIYARES · Composición: LISANDRA FERNÁNDEZ · Consejo Editorial: MARILYN BOBES · CARLOS CELDRÁN · DAVID MATEO · REINALDO MONTERO · GRAZIELLA POGOLOTTI · PEDRO PABLO RODRÍGUEZ · ARTURO SOTTO · ROBERTO VALERA Redacción: Calle 17 # 354, e/ G y H, El Vedado, La Habana, 10400. Telf.: 832-4571 al 73, ext. 248, 838-3112, Fax: 833-3158. E-mail: gaceta@uneac.co.cu / Impresión financiada por Ediciones Unión / Impreso en Ediciones Caribe / Precio: $5.00 m.n ISSN 0864-17sabiado Lezama Lima. 10 Dosier / Alberto Rodríguez Tosca en nosotros.
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Ventana de Papel Carta a
Alberto Rodríguez Tosca
Yo no tengo –como tú- el don de la palabra, menos aún, el de los enigmas. Y quisiera encontrar frases de tu altura literaria para despedirme, pero tan solo soy yo, aquella con quien compartiste el don de la amistad, esa que sutilmente sembramos desde tu primer viaje a Colombia en un lejano 1987; la que se fortaleció años después cuando estas tierras se convirtieron en tu segunda isla, sentimiento insondable que fue más allá de la poesía y alcanzó la magia de lo cotidiano que la vida nos permitía compartir.
Y el Sur te recibió un día. Yo, siempre lejana a las burocracias literarias, intercedí aquella vez y ganamos los dos. Abrazaste el “verde de todos los colores” de estas montañas, la dulce cuna de ese hombre que, emblemáticamente, cobija con su nombre un espacio que un día se abrió para tu recuerdo. Y tu palabra inquietante se escuchó en Pasto y tu mirada extraviada se encontró con la tierra de Aurelio Arturo y también amaste este otro pedazo de tu segunda patria y fuimos felices otra vez, como en la infancia lejana, como hermanos y en familia, asombrados en el tiempo de los encuentros.
La Candelaria y La Concordia, como diosas urbanas, conspiraron para fundir los segundos con las horas y los siglos. Encuentros y desencuentros matizados por tus misterios, días oscuros, noches de sol, miradas cómplices y de madrugada, la realidad.
Tarde se me reveló tu sufrimiento, quiero pensar que así lo quisiste porque seguías fiel a tu deseo de no hacerme llorar y preferiste dejar en mi memoria el recuerdo de la última vez que las distancias desaparecieron. Noche de palabras, evocaciones, sonrisas, nostalgias, amistad y amor.
Divagamos entre mundos propios y extraños perdidos en nuestro mar de dudas y como si fuera invocado, apareció Luis Eduardo para rescatarnos del naufragio. Y nos convertimos en un deportista, un poeta y una mujer, el trío más disímil que jamás imaginamos construir. Hasta que un día, similar a este, la enfermedad y el silencio nos gritaron su ausencia y su adiós final y quedamos sin entender. Como hoy.
Gracias por tu Vida que iluminó mis días, gracias por las lágrimas que me ayudaron a crecer, gracias por tus palabras que me permitieron ser. Retomo la dedicatoria de tu libro al despedirnos: “Me va a hacer mucha falta. La voy a necesitar mucho. Ya la estoy necesitando. Ya la necesito. Es mentira que usted se va. Es mentira que se queda solo su Alberto”. Es cierto cubanito, me va a hacer mucha falta, lo voy a necesitar mucho, ya lo estoy necesitando y esta vez quien se queda sola, soy yo, su colombianita.
Pisar tu isla, abrazar a tu familia, reír con Liem, tu sobrinita hecha de sol, respirar tus pasos, visitar los recuerdos de tu madre, conversar con Yeye que hoy está contigo y conocer a tu bella Naomi, fueron el lazo que tejimos para sobrevivir. Un vínculo que no se rompió cuando el amor me llevó al sur y la lejanía fue apenas un pretexto para ratificar lo que ya sabíamos. Nadie nos podía salvar.
Posdata: Y para esa implacable pregunta que me hizo en aquel 2011, la respuesta es sí. Siempre sí, Alberto. San Juan de Pasto, Nariño, octubre de 2015.
María Cristina Castilla
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Inmemorian Ventana de papel
Jorge Consuegra, el cómplice de la cultura Por: Ileana Bolívar Ruiz
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l año 2001 marcaba el inicio de una nueva etapa para Libros & Letras. Nacía la revista por la que Jorge Consuegra luchó durante años para que fuese una realidad. Él ya venía fortaleciendo la idea con la Agencia de Noticias Culturales que creó en la década de los 80. Gracias a la invitación de Jorge, me uní desde entonces a este utópico proyecto.
Los que tuvimos la fortuna de recibir su catedra, aprendimos a sentir el periodismo. Sus clases eran en la calle hablando con la gente, indagando lo que acontecía y muchas veces nos enviaba a los lugares más extraños de la ciudad con el fin de crear un reportaje o una crónica. Nos contagió con su alegría y fue inspirador para que cada día fuéramos mejores personas, así llegaríamos ser mejores periodistas.
Como profesor en la universidad, nos convidaba a sus alumnos a asistir a sus programas de radio y televisión en los diferentes medios de comunicación, varios aceptamos la invitación y, aunque era extraño para algunos, los viernes a las 10:30 de la noche nos preparábamos, no para salir de la universidad a bailar o compartir una cerveza, sino para buscar camino “Rumbo a la medianoche” como se llamaba uno de los programas que Jorge dirigía y que se emitía en la Radio Nacional de Colombia (hoy Señal Radio Colombia). Así eran los viernes en aquella época.
Todos los días había algo que aprender de él, no se guardaba nada para sí y disfrutaba compartir sus enormes conocimientos en cultura con sus alumnos, sus colegas, sus oyentes, sus televidentes y sus lectores. De sus grandes enseñanzas, la calidad humana, la lealtad y la verdad han marcado mi recorrido profesional y personal como lo debe ser para muchos de sus discípulos.
Siendo “primíparos” ante los micrófonos, Jorge siempre nos lanzaba “al agua” con alguna pregunta inesperada para lo cual debíamos tener una respuesta. Su manera descomplicada de hacer radio y televisión siempre nos brindó la suficiente confianza para perder el miedo al que uno se enfrenta la primera vez que pisa un medio de comunicación. Pero su habilidad periodística y la manera de transmitirnos su conocimiento nos incentivó a amar la profesión.
Era de brazos abiertos y afectivos. Era la voz de quienes no tenían voz, acogía a los escritores, artistas, músicos y todo aquel que llegaba a buscar apoyo ante un medio de comunicación. Nunca se negaba a ayudar y apoyaba las causas perdidas.
Jorge siempre nos ayudó a forjar ese camino, nos inculcó el amor por la lectura, nos dio a conocer y a querer este continente que tanto le dolía y defendía a través de su música, sus escritores y su historia.
Luchó por poner a la cultura como la protagonista en todos los escenarios posibles del país y Latinoamérica, labor que desarrolló a cabalidad con los proyectos que emprendió desde la Fundación Cultural Libros & Letras con los cuales mantenía la firme convicción de que la cultura podía transformar al individuo y a la sociedad.
Jorge era incansable, su mente jamás paraba de trabajar y todos los días tenía mil ideas para poner en marcha. Llevaba consigo una pequeña agenda en la que todo lo anotaba con fecha. Jamás olvidaba un tema, siempre estaba bien informado y le molestaba la impuntualidad.
Su despedida fue un verdadero homenaje. Quienes lo acompañaron a darle su último adiós, revivieron, con un llanto desconsolador, los momentos vividos con Jorge. Fue recordado con agradecimiento y optimismo.
Su dinamismo, su sencilla y desprevenida manera de enseñar, su enorme sabiduría y su generosidad eran propios de él. Puesto de Combate
Sus ideales y sus sueños no han dejado de ser una realidad. 80
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x Encuentro DE ESCRITORES
“Vuelven
Los Comuneros” Por: Milcíades Arévalo
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n los últimos años se han venido realizado diferentes encuentros de escritores en el país, muchos de esos encuentros con destacadas figuras de las letras y esencialmente de la poesía. Encuentro internacional de poesía de Medellín, Encuentro de poetas de Rol dañillo, Encuentro internacional de escritores Chiquinquirá, Encuentro de Escritores en Duitama, Encuentro de mujeres poetas en Cereté, Encuentro de Escritores en Iza, Encuentro de Escritores en Montería, Encuentro Poema-río de Barranquilla, Encuentro el Jardín de las Delicias de Floridablanca, Encuentro de poesía de Bogotá, Bucaramanga, Encuentro de la Palabra en Riosucio, Encuentro de poetas en Calarcá, Encuentro de poetas Cuatro Tablas de Garzón, sólo para citar algunos de ellos, apoyados y financiados la mayoría de las veces por el Ministerio de Cultura, las alcaldías locales, los entes culturales del municipio, etc. Muchos de estos encuentros están bien organizados, tienen una logística que corresponde a las necesidades del evento y los invitados responden de la mejor manera con sus creaciones, talleres de literaturas, visitas a las cárceles, colegios y escuelas del municipio. encuentros que he asistido, casi todos relacionados con la literatura, siempre falta algo, la mesa para el invitado, la poca asistencia del público, la poca promoción de las actividades, la falta de espacio para la venta de los libros de los autores, el transporte, la limitación de tiempo para la lectura en público, las ceremonias prolongadas, etc.
En la mayoría de estos eventos, el esfuerzo sobrehumano de los organizadores es evidente, muchas veces por la de falta de fondos para cumplir con las necesidades de los participantes y otras porque las expectativas son superiores a los resultados. En los diferentes
Recientemente finalizó en Bucaramanga el “X Encuentro Universal de Escritores ¡Vuelven Los Comuneros!”. Como invitado principal estaba Brasil, pero también asistieron poetas de Argentina, Ecuador, Venezuela, México, Grecia y Chipre. Nunca había asistido a un encuentro tan lleno de magia, de alegría, de muchos colores y lenguas. Allí oí recitar Los estatutos del hombre de Thiago de Mello y también me di cuenta que las mujeres del Brasil no son como las pintan en las pos81
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Ventana de papel tales. También oí decir que yo era un escritor famoso en la Argentina. Tal vez por eso la poeta de Chipre que por nombre Rebeca, me pidió un autógrafo y tuve miedo que empezara a temblar y se cayera el Cristo con cara de procurador que habían puesto en la montaña desde la cual se divisaba Bucaramanga, Floridablanca y otros pueblos aledaños, entre ellos Piedecuesta, Barichara, Floridablanca, San Gil, Pamplona y la Mesa de los Santos. La inauguración fue muy lucida, con himnos de los países asistentes, las palabras del expresidente de la Cámara Colombiana del Libro Jorge Valencia Jaramillo, los discursos de bienvenida con banda de música incluida y coctel, sobrio, sencillo, agradable para la conversación.
más alegre con sus colores, sus vestidos y sus seductores parlamentos. Pero también estaban las mujeres de Grecia, los poetas y cantantes argentinos, los poetas chilenos, ecuatorianos y colombianos, entre otros Luz Helena Cordero Villamizar, Luz Estella Galeano, Winston Morales Chavarro y el novelista tolimense Oscar Perdomo. Especial atención tuvo la Casa del Libro Total y su director Daniel Navas Corona con el director de la revista Puesto de Combate. Para dicha actividad, organizó un conversatorio sobre el oficio de hacer revistas en el país de los poetas. Para mí el encuentro finalizó en Socorro, donde la Universidad Libre Organizó una velada con discurso del Rector y de los organizadores, lecturas de cuentos y poemas de todos los escritores y poetas participantes, con Diploma incluido. Encuentros como este solo he visto uno en la vida, y es el Encuentro “Vuelven Los Comuneros” organizado por la fundación comuneros –Arte y Cultura y su fundador y director Hernando Ardila González, Luz Amparo Moreno, Yuli Marlín Santamaría y la mamá de los poetas santandereanos, la señora Inés González.
La asistencia de público en todos los actos fue numerosa, en los pueblos, colegios veredales y centros de reclusión, donde los poetas repartieron algunos libros. Como quien esto escribe no estuvo en todos los eventos, me refiero especialmente a las actividades realizadas por la multifacética ecóloga y maestra Clarice Panitz, quien hizo unas magistrales puestas en escena con sus muñecos de trapo, la Bailarina y poeta venezolana Balerys de los Ángeles Roldan; también Claudia Goncalves Dilercy Adler y Deth Haak, hicieron varias lecturas de poemas en portugués y español. La delegación del Brasil fue la más fastuosa, la
Ojalá existieran encuentros como este y no la feria de vanidades y autoelogios que vemos en otras partes.
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