1
“Un libro, como un viaje, se comienza con inquietud y se termina con melancolía.” José Vasconcelos
Índice Prológo La zarpa.................................7 El prodigioso miligramo.....13 Las hadas...............................23 Luvina....................................29 La esfinge sin secreto...........37
Prológo Esta producción, es una recopilación de cuentos infantiles, los cuales han sido elegidos de las mejores obras de autores excelsos que, a la vista de cualquiera, motivan el aprendizaje y estimulan el pensamiento de cualquier infante. El objetivo de esta obra, es plasmar lo más relevante de la literatura infantil para que los niños tomen ese cariño hacia la lectura, convirtiéndolo, sin querer, en un hábito... Un gusto. Con esto se pretende ampliar sus horizontes y transportarlos al mágico mundo de los libros.
LA ZARPA
Cuento de Jos茅 Emilio Pacheco Adaptaci贸n de Mayra Reyes
7
En el confesionario de la sacristía se encuentra Zenobia, afligida por el pecado de alegrarse por el mal ajeno. Pero todos lo cometemos ¿no es cierto? Cuando hay un accidente, un crimen, un incendio. Amigas desde la niñez Rosalba y Zenobia vivían en los edificios de la misma calle, sus madres eran amigas, las llevaban juntas a la Alameda y a Chapultepec. Sólo había una variante en ellas, Rosalba era la más linda, la más graciosa, la más inteligente, la mejor alumna, la que portaba la bandera en las ceremonias, bailaba, actuaba o recitaba en los festivales. Al contrario de Zenobia que se sentía fea, gorda, bruta, antipática, grosera, malgeniosa. Cuando crecieron todos querían ser novios de Rosalba. Esto le parecía muy injusto a Zenobia porque, decía, nadie escoge su cara y si alguien nace fea por fuera la gente se las arregla para que también se vaya haciendo horrible por dentro.
8
Odiaba a su mejor amiga y no podía demostrarlo porque ella era siempre buena, amable y cariñosa. Cuando Zenobia se entristecía, Rosalba la consolaba diciendo que la juventud era la culpable de su estado y que prontamente mejoraría.
9
Aún no terminaban la preparatoria cuando Rosalba se casó con un muchacho que había conocido en una kermés. Y ella no fue porque se sentía avergonzada no fueran a pensar que llevaste a tu criada.” Pasó mucho tiempo y un día Rosalba llegó a la sección de ropa íntima, donde trabajaba Zenobia, la saludó y le presentó a su nuevo esposo, un extranjero que apenas entendía el español. Ahí estaba nuevamente más linda, elegante, amable y sencilla como siempre; e inmediatamente Zenobia tuvo aquella sensación de la niñez. Por eso decidió evitar en todo momento el encuentro con su amiga. Años más tarde mientras Zenobia esperaba el tranvía bajo la lluvia, vio que un automóvil se detuvo y de él Rosalba hacia se ofrecía a llevarla. Se había casado por cuarta o quinta vez, aunque parezca increíble. Y a pesar de tanto tiempo, seguía siendo la misma: cara fresca de muchacha, cuerpo esbelto, ojos verdes, pelo castaño y dientes perfectos. 10
Cuando llegaron a casa de Zenobia la invitó a pasar Rosalba se entristeció. Y de pronto le contó qué infeliz se sentía. Por eso, no debemos sentir envidia: nadie se escapa, la vida es igual de terrible con todos. La tragedia de Rosalba era no tener hijos. Los hombres la ilusionaban un momento. En seguida, decepcionada, aceptaba a algún otro de los muchos que la pretendían. Ese encuentro se grabó en su alma. Si iba al cine o se sentaba a ver la televisión o a hojear revistas siempre encontraba mujeres hermosas parecidas a Rosalba. Cuando en el trabajo atendía a una muchacha que tuviera algún rasgo de ella, la trataba mal, le inventaba dificultades, buscaba formas de humillarla delante de los otros empleados para sentir que se vengaba de su amiga. Ustedes se preguntarán, qué le hizo Rosalba. Nada, lo que se llama nada. Eso era lo peor y lo que más furia le daba. Porque siempre fue buena y cariñosa. Pero desde su punto de vista la hundió, le arruinó la vida, sólo por exis11
tir, por ser tan bella, tan inteligente, tan rica, tan todo. Veinticinco años después Zenobia vio en la esquina de una calle, como aquel cuerpo maravilloso de Rosalba se perdió para siempre en un tonel de manteca, bolsas, manchas, arrugas, papadas, várices, canas, maquillaje, colorete, rímel, dientes falsos, pestañas postizas, lentes de fondo de botella. Entonces, se apresuró a besarla y abrazarla. Lo que tantos años las separó había terminado. No importaba lo de antes. Ya nunca más serían una la fea y otra la bonita. Ahora Rosalba y Zenobia, eran iguales. La vejez las hizo iguales.
12
EL PRODIGIOSO MILIGRAMO
Cuento de Juan Jos茅 Arreola Adaptaci贸n de Gabriela Uribe
13
Una hormiga condenada por la delicadeza de sus cargas y sus frecuentes distracciones, encontr贸 una ma帽ana, al desviarse nuevamente de su camino, un prodigioso miligramo.
14
La hormiga ignoraba su destino, sin en cambio sus pasos se pronunciaban anunciando un tesoro. Después de un camino alegre y largo se unió a la fila con sus compañeras, cada una llevaba la carga requerida para para ese día, como pequeños fragmentos de lechuga perfectamente cortados. El camino de las hormigas formaba una delgada y confusa hilera verdosa. Era imposible engañar a nadie: el miligramo desentonaba demasiado en aquella uniformidad. Ya en el hormiguero, las cosas empezaron a agravarse. Las guardianas de la puerta, y las inspectoras de todas las entradas, fueron poniendo objeciones cada vez más serias al extraño cargamento. Las palabras “miligramo” y “prodigioso” sonaron, aquí y allá, en labios de algunas. Hasta que la inspectora en jefe, sentada detrás de una mesa imponente, se atrevió a decir a la hormiga confundida: “Probablemente nos ha traído usted un prodigioso miligramo. La fe15
licito de todo corazón, pero mi deber es dar parte a la policía”. Los funcionarios del orden público son las personas menos aptas para resolver cuestiones de prodigios y de miligramos. Ante aquel caso imprevisto por las autoridades, con el código penal en mano procedieron a confiscar el cargamento de aquella hormiga despistada y confundida, que por obvias razones tenía antecedentes pésimos. Y las autoridades se hicieron cargo del asunto. La lentitud habitual de los procedimientos judiciales aumentó la ansiedad de la hormiga, cuya extraña conducta la alejo delos demás que querían defenderla. Respondía con prepotencia a todas las preguntas. Propagó el rumor de que se cometían en su caso gravísimas injusticias, y anunció que muy pronto sus enemigos tendrían que reconocer forzosamente la importancia de su cargamento. Tal actitud atrajo sanciones de todo tipo. En el colmo del orgullo, dijo que lamentaba formar parte de un hormiguero tan imbécil. Al 16
oír semejantes palabras, el fiscal pidió con voz aguda una sentencia de muerte. Por las noches, en vez de dormir, la prisionera se ponía a darle vueltas a su miligramo, lo pulía cuidadosamente, y pasaba largas horas contemplándolo. Durante el día lo paseaba dentro del estrecho y oscuro calabozo. Acercándose cada vez más al delirio, la enfermera de guardia pidió tres veces que se le cambiara de celda. La celda era cada vez más grande, pero la agitación de la hormiga aumentaba con el espacio disponible. Dejó de comer, se negó a recibir a los periodistas y guardó silencio absoluto. Las autoridades superiores decidieron finalmente trasladar a la hormiga enloquecida a un sanatorio. Un día, al amanecer, el vigilante halló quieta la celda, y llena de un extraño resplandor. El prodigioso miligramo brillaba en el suelo, como un diamante inflamado de luz propia. Cerca de él estaba la hormiga heroica, patas arriba, consumida y transparente. 17
La noticia de su muerte y el brillo del miligramo se derramaron como inundación por todas las galerías. Caravanas de visitantes recorrían la celda, improvisada en capilla ardiente. Las hormigas se daban contra el suelo en su desesperación. De sus ojos, deslumbrados por la visión del miligramo, corrían lágrimas en tal abundancia que la organización de los funerales se vio complicada con un problema de drenaje. El hormiguero vivió días indescriptibles, mezcla de admiración, de orgullo y de dolor. Se organizaron bailes y banquetes. Rápidamente se inició la construcción de un santuario para el miligramo, y la hormiga in-comprendida y asesinada obtuvo el honor de un mausoleo. Las autoridades fueron obligadas a renunciar y declaradas ineficientes. Lo peor de todo fue el desorden que prosperaba en las calles del hormiguero. En apariencia todas las hormigas vivían tranquilas y haciendo su trabajo, pero un sentimiento de rebeldía comenzó y todas al mismo tiempo, 18
envidiaban el tributo que se le hacía a la hormiga descubridor. Las hormigas empezaron a tomar actitudes sospechosas, se extraviaban adrede del camino y volvían al hormiguero con las manos vacías. Frecuentemente se hacían pasar por enfermas y anunciaban para muy pronto un hallazgo sensacional. Las autoridades se preocuparon porque una hormiga más se volviera loca. Las hormigas actuaban por su cuenta propia, olvidadando los cereales y frágiles hortalizas, tenían los ojos puestos en la sustancia del miligramo. Un día ocurrió lo que debía ocurrir. Seis hormigas comunes y corrientes, que parecían normales, llegaron al hormiguero con objetos extraños que hicieron pasar, por miligramos de prodigio. Naturalmente, no obtuvieron los honores que esperaban, pero ese día su labor fue interrumpida y en una ceremonia casi privada, se les otorgó una renta mensual por su fabuloso servicio, para no sentir culpa por lo sucedido con la primer hormiga. Los supuestos miligramos se ofrecieron a la 19
admiración pública en las vitrinas de un modesto recinto. Esta debilidad por parte de las autoridades, fue el principio de la ruina del hormiguero. De allí en adelante cualquier hormiga, agotada por el trabajo, podía reducir sus ambiciones a una renta, que libraba de obligaciones. Y el hormiguero comenzó a llenarse de falsos miligramos.
20
En vano algunas hormigas viejas y sensatas recomendaron comparar minuciosamente cada nuevo miligramo con el modelo original. Nadie les hizo caso. El número de imitaciones al miligramo, desbordo al hormiguero, las hormigas ya no cumplían sus obligaciones, todas querían dedicarse a la búsqueda de miligramos prodigiosos. Las hormigas entraron en desesperación al no encontrar imitaciones dignas, la basura sobrepaso los límites y todas estaban desconcertadas. Dentro de este ambiente de falsedad, el santuario que custodiaba el miligramo verdadero se convirtió en tumba olvidada. Sepultado entre el desorden, el prodigioso miligramo brillaba en el olvido. El hormiguero en bancarrota se aferró a su miligramo como a una tabla de salvación. Actualmente las hormigas afrontan una crisis universal. Olvidando sus costumbres, tradicionalmente prácticas y útiles para la naturaleza, se entregan en todas partes a una desenfrenada búsqueda de miligramos. 21
Comen fuera del hormiguero, y s贸lo almacenan sutiles y deslumbrantes objetos. Tal vez muy pronto desaparezcan como especie zool贸gica y solamente nos quedar谩, en los cuentos, el recuerdo de sus antiguas virtudes hormigueras.
22
LAS HADAS
Cuento de Charles Perrault Adaptaci贸n de Luc铆a Silva
23
Érase una viuda que tenía dos hijas; la mayor, Penélope, se le parecía tanto en el carácter y en el físico, que quien veía a la hija, podía ver a la madre. Ambas eran tan desagradables y orgullosas que no se podía vivir con ellas. La menor, Sofía, vivo retrato de su padre por su dulzura y suavidad, era además una extrema belleza. Como por naturaleza amamos a quien se nos parece, esta madre tenía locura por su hija mayor y a la vez sentía coraje por la menor. La hacía comer en la cocina y trabajar sin cesar. Entre otras cosas, Sofía tenía que ir dos veces al día a buscar agua a una media hora de la casa, y volver con una enorme jarra llena.Un día que estaba en la fuente, se le acercó una pobre mujer rogándole que le diese de beber. - ¡Cómo no, mi buena señora! -dijo la hermosa niña. Y enjuagando de inmediato su jarra, sacó agua del mejor lugar de la fuente y se la ofreció. La buena mujer, después de beber, le dijo: -Eres tan bella, tan buena y tan amable, que 24
voy a regalarte un don… Resultó ser un hada que había tomado la forma de una pobre aldeana para ver hasta dónde llegaría la gentileza de la joven. -Te concedo el don de que por cada palabra que pronuncies saldrá de tu boca una piedra preciosa. Cuando la hermosa joven llegó a casa, su madre la reprendió por regresar tan tarde de la fuente.
25
-¡Perdón, madre mía! ¡Por haberme demorado!- y al decir estas palabras, le salieron de la boca dos perlas y dos grandes diamantes. -¡Qué estoy viendo! -dijo su madre llena de asombro- ¿Cómo es que haces eso, hija mía? Era la primera vez que le decía hija… Sofía le contó ingenuamente todo lo que había pasado, no sin botar una infinidad de diamantes. -¡Mira, Penélope! ¡Mira lo que sale de la boca de tu hermana cuando habla! ¡Corre! ¡Ve a buscar agua a la fuente, y cuando una pobre mujer te pida de beber, ofrécele muy gentilmente!- Soltó una risa malvada y prosiguióAsí te dará el mismo don y con dos escupidoras de diamantes, ¡nos volveremos locamente ricos! Ella fue, pero siempre refunfuñando. Tomó el más hermoso jarro de plata de la casa. Llegó a la fuente y vio salir del bosque a una dama magníficamente agotada que, en segui26
da, no hizo más que pedirle de beber. Era la misma hada que se había aparecido a su hermana, pero que ahora se presentaba bajo el aspecto de una princesa, para ver hasta dónde llegaba la maldad de esta niña. -¡Justamente he traído un jarro de plata nada más que para dar de beber a su señoría! ¡Beba lo que guste! El hada había percibido las malas intenciones de la niña, así que, en seguida y sin dudarlo, le otorgó el don de que con cada palabra que pronunciara, una enorme serpiente le brotara de la boca. Cuando Penélope regresó a casa, su madre no hizo más que emocionarse y gritar: -¿Y bien, hija mía? -¡He vuelto, madre! -respondió la malvada, echando dos víboras de cascabel. -¡Cielos! -exclamó la madre- ¿qué estoy viendo? ¡Tu hermana tiene la culpa, me las pagará! 27
Sofía, al oír esto, escapó y fue a refugiarse al bosque. El hijo del rey, que regresaba de caza, la encontró y viéndola tan hermosa y desprotegida, le extendió la mano y quiso saber el porqué estaba sola. -¡Ay, señor! ¡Mi madre me odia! Prefiero irme lejos de aquí… ¡Lejos de ella! El hijo del rey, que vio salir de su boca todas esas joyas preciosas, preguntó cómo era que lo hacía. Sofía le contó toda la historia. El hijo del rey se enamoró de ella, y considerando que semejante don valía más que todo lo que tenía en su palacio, le propuso matrimonio y se casaron. En cuanto a Penélope, su propia madre la echó de casa. Anduvo de un lado a otro sin que nadie quisiera recibirla por la maldición que llevaba en la boca y terminó sola por su avaricia y malicia. 28
LUVINA
Cuento de Juan Rulfo Adaptaci贸n de Claudia Carvajal
29
De los cerros altos del sur, el de Luvina es el más alto y el más pedregoso. Está lleno de esa piedra gris con la que hacen la cal, pero en Luvina no hacen cal con ella ni le sacan ningún provecho. La loma que sube hacia Luvina la nombran Cuesta de la Piedra Cruda. La tierra de por allí es blanca y brillante como si estuviera rociada siempre por el rocío del amanecer, pero en Luvina los días son tan fríos como las noches y el rocío se cuaja en el cielo antes que llegue a caer sobre la tierra.
30
Dicen los de Luvina que de las barrancas suben los sueños; pero yo lo único que vi subir fue el viento, en tremolina, como si allá abajo lo hubieran encañonado en tubos de madera. Sólo a veces, allí donde hay un poco de sombra, escondido entre las piedras, florece el chicalote con sus amapolas blancas. Pero el chicalote pronto se marchita. De pronto un hombre que miraba al cielo me decía: -Ya mirará usted ese viento que sopla sobre Luvina. Dicen que porque arrastra arena de volcán; pero lo cierto es que es un aire negro. Ya lo verá usted. Se planta en Luvina prendiéndose de las cosas como si las mordiera. Y sobran días en que se lleva el techo de las casas como si se llevara un sombrero de petate, dejando los paredones lisos, descobijados. Luego rasca como si tuviera uñas: uno lo oye mañana y tarde, hora tras hora, sin descanso, raspando las paredes, escarbando con su pala picuda por debajo de las puertas, hasta sentirlo bullir dentro de uno como si se pusie31
ra a remover los goznes de nuestros mismos huesos; ya verá el rumor del aire, moviendo suavemente las hojas de los almendros, y los gritos de los niños jugando en el pequeño espacio iluminado por la luz.-Otra cosa, señor. Nunca verá usted un cielo azul en Luvina. Allí todo el horizonte está desteñido; nublado siempre por una mancha caliginosa que no se borra nunca.Luego, dirigiéndose otra vez a la mesa, se sentó y dijo: -Pues sí, como le estaba diciendo. Allá llueve poco. A mediados de año llegan unas cuantas tormentas que azotan la tierra y la desgarran, dejando nada más el pedregal flotando encima del tepetate. Es bueno ver entonces cómo se arrastran las nubes, cómo andan de un cerro a otro dando tumbos, rebotando y pegando de truenos igual que si se quebraran a la orilla de las barrancas. Pero después de diez o doce días se van y no regresan sino al año siguiente, y a veces no regresan en varios años. 32
-Bebió, hasta dejar sólo burbujas de espuma en la botella y siguió diciendo: -Por cualquier lado que se le mire, Luvina es un lugar muy triste. Usted que va para allá se dará cuenta. Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la sonrisa. El aire que allí sopla la revuelve, pero no se la lleva nunca. Está allí como si allí hubiera nacido. Y hasta se puede probar y sentir.-Dicen los de allí que cuando llena la luna, ven de bulto la figura del viento recorriendo las calles llevando a rastras una cobija.El hombre se había ido a asomar una vez más a la puerta y había vuelto. Ahora venía diciendo: -Resulta fácil ver las cosas desde aquí, a mí no me cuesta ningún trabajo seguir hablándole de lo que sé, tratándose de Luvina. Allá viví y volví viejo y acabado. Y ahora usted va para allá. Mire usted, cuando yo llegué por primera vez a Luvina el arriero que nos llevó no quiso dejar siquiera que descansaran 33
las bestias. En cuanto nos puso en el suelo, se dio media vuelta y se fue dejándose caer por la Cuesta de la Piedra Cruda, como si se alejara de algún lugar endemoniado. -Nosotros, mi mujer y mis tres hijos, nos quedamos allí, parados en la mitad de la plaza, con todos nuestros ajuares en nuestros brazos. En medio de aquel lugar en donde sólo se oía el viento. Allí nos quedamos. Entonces yo le pregunté a mi mujer, Agripina, en qué país estábamos y sólo encogió los hombros. Después agarro al más pequeño de sus hijos y no regresó, sólo al buscarla la encontramos dentro de una iglesia, ahí no había a quién rezarle ni comedor, sólo unas mujeres que se podían observar desde la rendija de la puerta. Se habían acercado a mí mujer y le habían dicho que no había donde encontrar comida. Aquella noche nos acomodamos para dormir en un rincón de la iglesia, detrás del altar desmantelado. Hasta allí llegaba el viento, aunque un poco menos fuerte. Lo estuvimos oyendo 34
pasar encima de nosotros, con sus largos aullidos los niños lloraban porque no los dejaba dormir el miedo. Era como un aletear de murciélagos en la oscuridad, muy cerca de nosotros. De murciélagos de grandes alas que rozaban el suelo.-Me parece que usted me preguntó cuántos años estuve en Luvina, ¿verdad...? La verdad es que no lo sé, pero debió haber sido una eternidad... Y es que allá el tiempo es muy largo. Los días comienzan y se acaban. Luego viene la noche.-Allá en Luvina sólo viven los viejos y las mujeres solas, le tienen miedo al cambio, piensan que los queremos sacar de su tierra.-San Juan Luvina. Me sonaba a nombre de cielo aquel nombre. Pero aquello es el purgatorio. Un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros y ya no hay ni quien le ladre al silencio; pues en cuanto uno se acostumbra al vendaval que allí sopla, no se oye sino el 35
silencio que hay en todas las soledades. Y eso acaba con uno. Míreme a mí. Conmigo acabó. Usted que va para allá comprenderá pronto lo que le digo.El señor quedó callado ya no dijo nada. Se quedó mirando un punto fijo sobre la mesa. Afuera seguía oyéndose cómo avanzaba la noche. El chapoteo del río contra los troncos. Por el pequeño cielo de la puerta se asomaban las estrellas.
36
LA ESFINGE SIN SECRETO
Cuento de Oscar Wilde Adaptaci贸n de Pedro Pecero
37
Una tarde, tomaba mi copa de vino en la terraza del CafĂŠ del centro, contemplando el esplendor y la pobreza en la vida de ParĂs, cuando oĂ que alguien me llamaba.
38
Me di vuelta y vi al señor Gerald Murchison. No nos habíamos visto desde nuestra época de estudiantes, así que me encantó encontrarme de nuevo con él y nos dimos un fuerte apretón de manos. En la universidad habíamos sido grandes amigos. Yo le había tenido mucho afecto, ¡era tan bien parecido, seguro y divertido! Solíamos decir que habría sido el mejor de los compañeros si no hubiera dicho siempre la verdad, pero creo que todos lo admirábamos más por su franqueza. Me pareció que estaba muy cambiado. Daba la impresión de estar distraído e inquieto, como si dudara de algo. Comprendí que él siempre fue muy firme a sus ideas y despreocupado de muchas cosas, así que llegué a la conclusión de que su inquietud se debía a una mujer, y le pregunté si se había casado. -No, no comprendo suficientemente bien a las mujeres- respondió. -Mi querido Gerald –dije-, las mujeres están hechas para amarlas, no para comprenderlas. 39
-Soy incapaz de amar a alguien en quien no puedo confiar –respondió. -Vamos a dar una vuelta en coche, aquí hay demasiada gente. No un carruaje amarillo, no, de cualquier otro color… Mira, aquel verde oscuro servirá. -¿Dónde vamos? –quise saber. -Al restaurante del Bois de Bolugne; cenaremos allí y me hablarás de tu vida. -Me gustaría que tú lo hicieras antes - dije-. Cuéntame tu misterio. El Señor Murchison sacó de su bolsillo una cajita de piel de cabra con cierre de plata y me lo entregó. La abrí. En el interior llevaba la fotografía de una mujer. Era alta y delgada, y de un raro atractivo, con sus grandes ojos de mirada distraída y su pelo suelto, envuelta en ricas pieles.
40
-¿Qué opinas de esta cara? –mencionó- ¿La crees sincera? La revisé detenidamente. Tuve la sensación de que era la cara de alguien que guardaba un secreto, aunque era incapaz de adivinar si era bueno o malo. Se trataba de una belleza moldeada a fuerza de misterios y la sonrisa que rondaba sus labios era demasiado frágil para ser realmente dulce. -Es como la Mona lisa –respondí- cuéntame todo sobre ella. -Ahora no, después de la cena –insistió, antes de empezar hablar de otras cosas. Cuando el camarero trajo el café y los panecillos, recordé a Gerald su promesa. Se levantó de su asiento, recorrió dos o tres veces de un lado a otro el lugar y sentándose en un sofá, me contó la siguiente historia: -Una tarde –dijo- estaba paseando por la calle Bond. Había un montón de carruajes, y éstos 41
estaban casi parados. Cerca de la banqueta, había un pequeño coche amarillo que, por algún motivo, atrajo mi atención. Al pasar junto a él, vi asomarse la cara que te he enseñado esta tarde. Me fascinó al instante. Estuve obsesionado con ella. El día siguiente caminé arriba y abajo por esa calle, mirando dentro de todos los carruajes y esperando la llegada del coche amarillo; pero no pude encontrar a la bella dama y empecé a pensar que se trataba de un sueño. Una semana después, tenía una cena en casa de la señora Rastail. La cena iba a ser a las ocho; pero, media hora después, seguíamos esperando en el salón. Finalmente, el mayordomo abrió la puerta y anunció a la señorita Alroy. Era la mujer que había estado buscando. Entró muy despacio, como un rayo de luna vestido de encaje gris y, para mi inmenso placer, me pidieron que la acompañara al comedor. »Creo que la vi en la Calle Bond hace unos días, señorita Alroy –me expresé con la mayor inocencia cuando nos sentamos. 42
»Se puso muy pálida y me dijo con voz baja:»No hable tan alto, por favor; pueden oírlo. »Me sentí muy mal por haber empezado así, y cambié de tema rápidamente en el asunto del teatro francés. Ella casi no decía nada, siempre con la misma voz baja y musical, y parecía tener miedo de que alguien la escuchara. Me enamoré apasionadamente de ella, y el indefinible ambiente de misterio que la rodeaba despertó mi más grande curiosidad. Cuando estaba a punto de marcharse, poco después de la cena, le pregunté si podía ir a visitarla. Ella pareció dudar, miró a uno y otro lado para comprobar si había alguien cerca de nosotros, y luego habló: »-Sí, mañana a las cinco y cuarto.»Pedí a la señora Rastail que me hablara de ella, pero lo único que logré saber fue que era una viuda con una casa preciosa en Park Lane; me despedí y regresé a casa. »Al día siguiente llegué a Park Lane muy puntual, pero el mayordomo me comunicó que la 43
señorita Alroy acababa de marcharse. Me dirigí al club bastante triste y totalmente confundido, y, después de pensarlo cuidadosamente, le escribí una carta pidiéndole permiso para intentar visitarla cualquier otra tarde. No recibí ninguna respuesta en varios días, pero finalmente llegó una pequeña nota diciendo que estaría en casa el domingo a las cuatro, y con esta extraordinaria postdata: “Le ruego que no vuelva a escribirme a esta dirección; se lo explicaré cuando le vea”. El domingo me recibió y no pudo estar más encantadora; pero, cuando iba a marcharme, me rogó que, si en alguna ocasión la escribía de nuevo, dirigiera mi carta “a la atención de la señora Knox, Biblioteca Whittaker, Calle Green”. »-Existen razones -dijo- que no me permiten recibir cartas en mi propia casa. »Durante toda aquella temporada, la vi con frecuencia, Y jamás la abandonó aquel aire de misterio. A veces se me ocurría pensar que estaba bajo el poder de algún hombre, pero parecía tan inaccesible que no podía creerlo. 44
Era realmente difícil para mí llegar a alguna conclusión. Al final decidí pedirle que se casara conmigo: estaba harto del constante discreción que imponía a todas mis visitas y a las pocas cartas que le enviaba. Le escribí a la biblioteca para preguntarle si podía reunirse conmigo el lunes siguiente a las seis. Me respondió que sí, y yo me sentí en el cielo. Estaba loco por ella, a pesar del misterio, era la mujer lo que yo amaba. El misterio me molestaba, me enloquecía. ¿Por qué me puso el destino en su camino? -Entonces, ¿lo descubriste? –exclamé. -Eso me temo -contestó-. » Yo quería ir a Piccadilly para almozar con mi tio y, para acortar distancia, atravesé un montón de viejos callejones. De pronto, vi a la señorita Alroy, completamente tapada con un velo y andando muy deprisa. Al llegar a la última casa de la calle, subió los escalones, sacó una llave y entró en ella. “He aquí el misterio”, pensé; y me acerqué ansioso a checar la 45
vivienda. Parecía uno de esos lugares que alquilan habitaciones. Su pañuelo se había caído en la entrada de la casa. Lo recogí y lo metí en mi bolsillo. Entonces empecé a pensar sobre lo que debía hacer. Llegué a la conclusión de que no tenía el menor derecho a espiarla y me dirigí en carruaje al club. A las seis aparecí en su casa. Estaba recostada en un sofá, con un elegante vestido de seda plateado sujeto con unos extraños broches que siempre llevaba. Estaba muy hermosa. »-No sabe cuánto me alegro de verlo -dijo-; no he salido en todo el día. »La miré sorprendido, y sacando el pañuelo de mi bolsillo, se lo entregué. »-Se le cayó esta tarde en la Calle Cummor, señorita Alroy -señalé sin mostrar ninguna emoción. »Me miró horrorizada, pero no agarró el pañuelo. 46
»-¿Qué estaba haciendo allí? -insistí. »-¿Y qué derecho tiene usted a preguntármelo? -respondió ella. »-El derecho de un hombre que la quiere -contesté-; he venido para pedirle que sea mi esposa. »Ocultó el rostro entre las manos y lloro como en un mar de lágrimas. »-Debe contármelo -proseguí. »Ella se puso en pie y, mirándome a la cara, respondió: »-Señor Murchison, no tengo nada que contarle. »-Fue usted a reunirse con alguien más- alcé la voz -; ése es su misterio. »Lady Alroy adquirió una palidez cómo si estuviera muerta y dijo: 47
»-No fui a reunirme con nadie. »-¿Acaso no puede decir la verdad? –dije. »-Ya se la he dicho -responde. »Yo estaba furioso, enloquecido; no recuerdo mis palabras, pero la acusé de cosas terribles. Finalmente, me fui de su domicilio. Ella me escribió una carta al día siguiente; se la devolví sin abrir y me fui a Noruega. Regresé un mes más tarde y lo primero que leí en el Morning Post fue la muerte de la señorita Alroy. Se había resfriado en la ópera, y había muerto de una congestión pulmonar a los cinco días. Me encerré en casa y no quise ver a nadie. La había querido demasiado, la había amado con locura. ¡Santo Dios! ¡Cuánto había amado a esa mujer! -¿Y nunca fuiste a aquella casa? -le interrumpí. -Sí -dijo. 48
»Un día me dirigí a la Calle Cummor. No pude evitarlo; me torturaba la duda. Llamé a la puerta y me abrió una mujer. Le pregunté si tenía alguna habitación para alquilar. »-Verá, señor -contestó-, en teoría los salones están alquilados; pero, como hace tres meses que la señora no viene y que nadie paga la renta, puede usted quedarse con ellos. »-¿Es ésta su inquilina? -quise saber, mostrándole la foto. »-Sin duda alguna -exclamó-, y ¿cuándo piensa volver, señor? »-La señora ha fallecido -mencioné. »-¡Oh, señor, espero que no sea cierto! -dijo la mujer-. Era mi mejor inquilina. Me pagaba muy bien sólo por sentarse en mis salones de vez en cuando. »-¿Se reunía con alguien? -le pregunté. 49
»Pero la mujer me aseguró que no, que siempre llegaba sola y jamás veía a nadie. »-¿Y qué diablos hacía? -interrumpí. »-Sólo se sentaba en el sillón, señor, y leía libros; a veces también tomaba el té -respondió ella. »No supe qué contestarle, así que me marché. -Y bien, ¿qué crees que significaba todo eso? ¿No pensarás que la mujer decía la verdad? -Pues claro que lo pienso. -Entonces, ¿por qué acudía allí la señorita Alroy? -Mi querido Oswald -rcontestó-, la señorita Alroy era simplemente una mujer obsesionada con el misterio. Alquiló esas habitaciones por el placer de ir allí tapada con su velo, imaginando que era la heroína de un cuento.
50
Le encantaban los secretos, pero no era más que una dama muy misteriosa, una esfinge sin secreto. -¿De veras lo crees? -Estoy convencido. Sacó la cajita de piel, la abrió y contempló la fotografía. -Sigo teniendo mis dudas -comentó finalmente.
51
52
54