Publicación de la ARMADA ARGENTINA
N° 754 Abril - Junio 2012 - Edición trimestral
N° 754 Abril - Junio 2012 Puerto Belgrano Buenos Aires Argentina
especial 30 años malvinas
La batalla - Valientes - No los veran llegar - ¡Víva el Belgrano! - El tercer eslabón - Días de guerra - Noteros
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Texto Mariana osca diseño dg Alejandro striebeck
Desde el
ABISMO
La batalla naval del Atlántico en 1982 se peleó en todas las dimensiones, muchos de los combates más duros fueron invisibles, ocurrieron en silencio, bajo la superficie del mar. La incertidumbre y el riesgo fueron sus constantes. Dos submarinos argentinos participaron de toda la contienda; sólo uno de ellos regresó. gm - 49
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de abril, 03.35, Puerto Argentino. Un grupo de buzos tácticos se aleja sigilosamente del submarino “Santa Fe” hacia una playa cercana a Puerto Argentino para marcar la costa por donde la fuerza anfibia desembarcará sus tropas desde el buque de desembarco “Cabo San Antonio” como parte de la Operación Rosario. Horas después la bandera argentina es izada en las Malvinas por primera vez desde 1833. Regresa a su apostadero. 11 de abril, en horas de la noche, Base Naval Mar del Plata. Otra operación bajo el mar comienza. Luego de una semana de intenso trabajo a bordo, zarpa el submarino “San Luis” para ubicarse en un área de patrulla a la espera de la flota británica. Los tambores de guerra redoblan en el Atlántico Sur. Su misión es desgastar a la fuerza incursora. 16 de abril, 23.30, Base Naval Mar del Plata. Zarpa nuevamente el “Santa Fe” rumbo a las islas Georgias, situadas en medio del océano. Desde su partida comienzan a generarse numerosas averías, afrontadas y parcialmente subsanadas gracias a la pericia de la tripulación. Llevan a bordo veinte personas –entre infantes de Marina y personal de reparaciones– que se suman a los 79 de la tripulación. Su misión es trasladarlos y dejarlos en Grytviken. Tardan una semana en llegar a destino. El entonces cabo segundo de 19 años, hoy suboficial mayor VGM Jorge Omar Ghiglione, recuerda la llegada a bordo del submarino “Santa Fe”. “Pudimos entrar con éxito a la bahía de Cumberland, a la caleta capitán Vago. Llegamos a la noche y quedamos al garete para descargar al personal, armas y materiales que llevábamos. La maniobra fue de madrugada. Utilizamos una lancha que había dejado el transporte polar ‘Bahía Paraíso’. Cuando terminamos, el comandante ordenó zarpar, cada uno corrió a su puesto de maniobra.” De regreso a la zona asignada para su patrulla es detectado y atacado por un helicóptero Wessex, dos Wasp y dos Lynx de los buques HMS “Endurance”, HMS “Antrim” y HMS “Plymouth” que se encontraban en la zona de operaciones. “Al primer bombazo que escuché pensé que me habían explotado los compresores que estaban a mi cargo, pero me puse los auriculares de comunicación y escuché que nos estaban atacando. El primero que detectó el helicóptero fue el cabo Feldman que estaba con otro cabo de vigía. Faltaban cinco minutos para terminar de cargar aire. El comandante tomó la decisión de entrar de nuevo a la bahía, en vez de irse a inmersión, porque habíamos tenido averías en el tanque de lastre y en el de combustible.” Ghiglione sigue con su relato, viendo aparecer nuevamente las imágenes ante sus ojos. Reflexivo, cuidadoso al hablar mientras rememora. “Es la primera vez que me entrevistan por este tema –aclara–. Nos pasaban fusiles a la vela (torreta que sobresale del submarino), el único armamento a bordo para defensa aérea. Fui uno de los siete que estuvo repeliendo el ataque de los helicópteros, tratando de mantenerlos alejados para que no pudieran ‘colgarse’ sobre el submarino para arrojar bombas. En uno de los tiros de misiles vi el fogonazo, le tiré con el fusil pero no pegó. Y… una bala contra un misil…–sonríe–. Me quedé muy quieto y vi cuando el misil entraba en la vela, en la parte de fibra de vidrio. Justo en ese momento
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Alistamiento | El “San Luis” se apresta a zarpar para cumplir su misión disuasiva en el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur. proa al cielo | El “San Luis” cumplió una campaña de 40 días en las profundidades del Atlántico Sur. (der. abajo) Vida a bordo | En medio de la tensión prevalece la camaradería.
(der.)
estaba bajando el camarero Macías, que era el que nos pasaba la munición, que cayó herido con una pierna amputada... Y empezó a incendiarse esa parte del submarino. El comandante ordenó bajar al interior y guiados por periscopio llegamos al muelle. Ahí ordenó desembarcar”, dice bajando el tono de voz, como si finalizara una etapa importante de la historia. Tras una breve resistencia, dada la superioridad numérica y de armamento de los ingleses que iban a tomar Grytviken, los tripulantes del “Santa Fe” debieron rendirse. Al día siguiente se trasladó el submarino hasta un fondeadero cercano bajo la supervisión de los ingleses. En un incidente confuso mientras el suboficial Félix Artuso maniobraba el buque un soldado inglés le disparó sin justificación tomando su vida y convirtiéndolo en un emblema de la Fuerza de Submarinos. Artuso fue sepultado en el cementerio de Grytviken, en las Georgias del Sur con todos los honores de un entierro militar inglés. Mientras tanto, el resto de los prisioneros –entre ellos Ghiglione– estaba camino a isla Ascensión en el petrolero “Tide Spring”. Se eriza la piel al escucharlo, fueron bien tratados, pero eran prisioneros de guerra. Allí los desembarcaron en helicóptero y un avión de la Cruz Roja los llevó a Montevideo, desde donde el piloto “Alsina” los trasladó a Buenos Aires. Ghiglione es uno de los seis condecorados por Honor al Valor en Combate y, con genuina modestia, le asigna el mérito a sus compañeros. “La preparación de la gente y el espíritu que tuvieron es lo destacable. Es lo que hay que mantener”, dice. Remarca también la importancia del apoyo familiar y de la Armada, sobre todo al regreso. Tras dos años en el fondeadero, la Marina inglesa decidió el cambio de muelle del “Santa Fe”. En ese intento de remolque el sumergible se hundió quedando para siempre en el fondo de las aguas del Atlántico Sur. Seguramente él eligió ese fin. Recibió la condecoración Operaciones en Combate y otorgó a la historia de la Fuerza de Submarinos de la Armada Argentina su bautismo de fuego.
El otro submarino 1º de mayo de 1982, amanecer, Área de Patrulla en el Atlántico Sur. A bordo del “San Luis” los sonaristas advierten rumores hidrofónicos de naves de guerra y el comandante ordena cubrir puestos de combate. A las 10.15 el submarino ataca lanzando un torpedo SST-4 sobre un blanco clasificado como un destructor. Tres o cuatro minutos más tarde el submarino pierde prematuramente el contacto con el torpedo, por corte de cable, y no se escucha ninguna explosión. Al haber delatado su posición, el “San Luis” comienza a soportar un hostigamiento de casi un día por dos buques y tres helicópteros. “Tirábamos falsos blancos (burbujeadores, con forma tubular) que producen ruido y permiten al submarino escapar hacia otro rumbo. En un momento tirábamos tantos seguidos que no se llegaba ni a compensar la presión entre lanzamiento y lanzamiento”, cuenta el capitán de navío (RE) Jorge Fernando Dacharry, por entonces teniente de fragata y jefe de Electricidad del “San Luis”.
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Durante el ataque un helicóptero británico lanzó un torpedo antisubmarino, que pudo ser evitado gracias a las maniobras evasivas. “Cuando dijeron ‘torpedo en el agua’ sentimos desesperación… adrenalina… nos pasó cerca, por arriba, lo escuchamos como si fuera el motor de una moto, pero debajo del agua”, evoca.
“Lo que nos ayudó fue el conocimiento del medio, de nuestro litoral, en cuanto a la temperatura del agua, la composición del suelo, salinidad, napas, costas, fondo... Eso nos permitió tener un valor agregado”, evalúa en cuanto a las estrategias utilizadas a lo largo de todo el conflicto.
De esas horas recuerda, como si no hubiesen pasado treinta años, la incertidumbre que se sufre por no ver lo que sucede a su alrededor, fuera de la nave. Puede ser un amigo, un enemigo, un ruido de la naturaleza… “Cuando fuimos sometidos al ataque de 24 horas caían permanentemente bombas de profundidad y no sabíamos en qué momento nos tocaba… Eso produce un desgaste psíquico muy importante.”
El 1º de mayo, por soportar 24 horas de hostigamiento, el “San Luis” tuvo su bautismo de fuego. En total fue una campaña de 40 días (del 12 de abril al 29 de mayo) cumpliendo una misión disuasiva en la que llevó a cabo tres ataques al enemigo, no obstante haber operado con sólo tres de sus cuatro motores diesel y haber tenido la computadora del sistema de armas fuera de servicio.
Tras el constante hostigamiento el submarino maniobró hacia la costa malvinense donde encontró un fondo pedregoso y se depositó. “Soportamos el ataque constante de bombas de profundidad por más de 12 horas. Nos tiraban en cada rumbo que poníamos, entonces el comandante ordenó ir al fondo y yo llevaba la derrota, porque era también jefe de Navegación. Pregunté qué profundidad había y me dijeron 70 metros, estábamos a 6 nudos. Puse la proa para ‘aterrizar’ y en vez de 70 metros estábamos a 50… ¡Todavía está el surco en Malvinas!”, ríe, mientras se contagian los otros veteranos presentes. “En un submarino lo peor es que no se ve el exterior cuando uno está en inmersión. La guerra pasa por arriba, por los costados, por debajo. Un aviador tira un misil y en cuestión de segundos se aleja de allí. Un infante de Marina está en el terreno y ve el desarrollo de los acontecimientos, cómo se acerca el enemigo, dónde están las fuerzas propias. Nosotros, debajo del agua, debemos ser, ante todo, sigilosos y pacientes”, detalla el capitán Dacharry, con voz firme basado en la experiencia. Dacharry destaca lo esencial. “Lo que nos permitió volver con vida fue, no sólo la preparación técnica para abordar una patrulla de 40 días en la que pudimos mantenernos en el área de operaciones, sino el grupo humano y la preparación física y psíquica que nos proporcionaron la Escuela de Submarinos y la Armada.”
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Al momento de las reflexiones finales, algunos se ponen serios, otros esbozan una sonrisa melancólica y compinche con quienes vivieron esos días de tensión bajo el agua. “La dotación de un submarino se integra mucho porque la vida de cada uno depende del otro”, explica el suboficial mayor VGM (RE) maquinista Eduardo Daniel Lavarello, de la dotación del “San Luis”. “Cada uno sabe lo que tiene que hacer, se canta el rol de maniobra y no se puede dudar.” Lavarello, de 52 años y recién retirado, recuerda que él y un compañero habían egresado de la Escuela de Submarinos a fines de 1981, tenían meses de submarinistas. “Pero contábamos con toda la teoría fresca. Era muy útil porque conocíamos muy bien el submarino tipo 209. Sabíamos dónde estaba cada válvula, cada sensor. Los más antiguos tenían la experiencia a bordo de otro tipo de submarinos. Jugábamos mucho con esa combinación”, detalla. “La hemos pasado muy bien a pesar de que el miedo existe siempre. Pero uno logra controlarlo. ¡Incluso festejamos cumpleaños en pleno conflicto! Si hoy tuviera que elegir ir de nuevo, lo haría con el mismo comandante, el capitán de fragata Fernando Azcueta, porque hizo una maniobra impecable. Nos llevó y nos trajo. A veces se nos pone Suboficial Félix Artuso | Fue muerto por un guardia inglés ante un inadmisible error de percepción mientras cambiaban de muelle al “Santa Fe”. Descansa en el cementerio de Grytviken. Misil en la vela | El “Santa Fe” fue bombardeado y atacado con misiles al salir de la bahía Guardia Nacional. El comandante decidió volver al muelle de Grytviken.
la piel de gallina al saber las decisiones que tuvo que tomar con 33 vidas a bordo”, reflexiona el suboficial Lavarello. El capitán Dacharry, con toda sinceridad, admite: “¿Miedo? Muchísimo… ¿Control? Máximo… ¿Y la gente? Imperturbable… Y eso se debe a una formación muy buena. Que nos fallaron los torpedos, sí. Que el motor no andaba, sí. Fuimos, navegamos y vinimos como pudimos”. Ya como una estela apenas visible, similar a la que deja un submarino al irse a inmersión, el suboficial Ghiglione concluye su relatocon una frase que parece una verdad obvia pero que en palabras de un veterano de guerra eriza la piel: “no sólo de la victoria se obtienen ventajas; de la derrota también se extraen muchas enseñanzas”.
Los submarinos forman parte del gran sistema de combate que es una Marina de Guerra, que debe estar en capacidad de combatir en tres dimensiones. Ubicados en áreas de patrulla en zonas focales contribuyen a controlar ese espacio enorme que es el mar, desgastando a las fuerzas navales enemigas por el esfuerzo que deben hacer para localizarlos al desconocer su posición y el alerta de combate que deben mantener por ignorar el momento en que atacarán. Como todo lo “invisible” los submarinos generan angustia e incertidumbre en la mente de los hombres y hacen más densa la niebla de la guerra. Febrero 2012. En la Base Naval Mar del Plata hay movimiento de remolcadores; un submarino de la Fuerza se apresta a zarpar. Otros hombres, el mismo entrenamiento y compromiso con la Patria buscan la profundidad del mar.
2012 | Los suboficiales mayores Ghiglione, Lavarello y Arias recuerdan, en la Base Naval Mar del Plata, sus días de submarinistas durante la guerra.
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