Publicación de la ARMADA ARGENTINA
N° 754 Abril - Junio 2012 - Edición trimestral
N° 754 Abril - Junio 2012 Puerto Belgrano Buenos Aires Argentina
especial 30 años malvinas
La batalla - Valientes - No los veran llegar - ¡Víva el Belgrano! - El tercer eslabón - Días de guerra - Noteros
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Texto TF maría elena martí diseño dg Alejandro striebeck
No los verán
LLEGAR…
“Sólo confían en la disciplina, el estudio y el entrenamiento intenso. Conocen el riesgo, aún en los adiestramientos, lo aceptan y lo vencen con la capacidad desarrollada. No con la improvisación. Aman la vida.” Rubén Benítez, “La Nueva Provincia” (1985). gm - 35
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o tengo un motivo racional para explicarlo pero cuando uno entra al hangar sinceramente toma conciencia dónde está parado, qué pasó en este hangar, quiénes estuvieron, las aeronaves que vuelan, qué clase de profesionales hay… y los suboficiales, que tuvieron mucho que ver en tierra, para despedir a los pilotos dándoles total confianza, sabiendo que quizás no volvían. Como aquel hombre que se subió al avión pensando ‘vuelvo o no vuelvo… no importa, lo hago’. Creo que el que está afuera de este hangar no lo siente hasta que lo pisa”, reflexionó el teniente de fragata Damián Samana. Cuando escuché estas palabras del jefe de Mantenimiento de la Segunda Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque, reconocida por sus aviones SUE o simplemente Super, entendí perfectamente que Malvinas no es sólo parte de la Historia, que representa mucho más que los acontecimientos vividos hace treinta años. La Segunda Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque fue sin dudas una protagonista estelar de la actuación de la Aviación Naval en Malvinas. Cada una de las palabras de sus integrantes nos transportan a ese momento en el que el “garrote” de su gavilán –conocido por todos como “La Lora”– hizo sentir al mundo que allí estaban ellos, con profesionalismo, con garra, con convicción. “Convicción en lo que uno hace, convicción en lo que uno quiere…”, esas fueron las palabras más reiteradas por los suboficiales mayores Beneitez, Coradeghini y Salvatierra, mecánicos de los A4Q, Neptune y Super Etendard durante la gesta de Malvinas. Tras 30 años sus recuerdos se llenan de nostalgia y de sentimientos.
El suboficial mayor Marcelo Salvatierra me relató con emoción sus primeros pasos como mecánico de aviones, un mes antes había egresado de la escuela de fornación de la Armada y “nadie quería venir a una escuadrilla desconocida, con un avión desconocido y en donde no se podía volar. Pero las vivencias de esta escuadrilla te hacen sentir lo que es ser ataquista, después se te hace piel”. Una pausa interrumpe su relato, creo que volver a febrero de 1982 le hizo recordar aquella impresión que llevará para siempre en su memoria, él la nombra como una “fotografía mental. Cuando me presenté en la escuadrilla, pasé por el hangar y vi una forma aerodinámica, moderna, brillante y fue un ‘guauuu’ de todos y una voz, no sé si la escuché o fue de mi interior, que dijo: ‘yo me quiero quedar acá’”. El sentimiento de pertenencia y orgullo por los Super Etendard se respira en cada rincón, se ve en cada imagen, se siente en cada acción. Los pilotos insisten en que uno no pasa simplemente por acá y camina por los pasillos; las fotos de las acciones en Malvinas, el buque hundido… es como si vivieran eso día a día. Nada pasa desapercibido porque allí estuvieron aquellos hombres con agallas que el 4 de mayo de 1982 dejaron todo en el campo de batalla.
Bautismo de fuego En la fría noche de Río Grande había despegado un avión Neptune de la Escuadrilla Aeronaval de Exploración. No era la primera vez; desde su llegada a la Base Aeronaval, ese veterano de la Aviación Naval había realizado incansables vuelos.
Tecnología francesa | El cazabombardero Super Etendard y el misil AM39 Exocet listos a operar Marcas de un guerrero | El capitán Bedacarratz imprime para siempre la silueta del HMS “Sheffield” en la nariz del 3 - A - 202 (derecha)
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Casi de madrugada había detectado un eco y, con el blanco aún indeterminado, el 3-A-202 al mando del capitán de corbeta Augusto Bedacarratz y el 3-A-203 piloteado por el teniente de fragata Armando Mayora despegaron con un rumbo fijo: hacer exactamente lo que habían ejercitado una y otra vez. Los aviones debían volar a escasos metros del suelo, no más de 30, a velocidades que oscilaban entre los 900 y 1000 kilómetros por hora. No utilizaban el radar y las comunicaciones debían ser mínimas para evitar ser detectados. Las maniobras eran realmente arriesgadas pero parecían ser la única forma de enfrentar a la moderna flota británica. El vuelo rasante era complejo. En el mar no había ninguna referencia visual de la altura en que se encontraba. En una entrevista brindada a La Nueva Provincia en 1985 el teniente Mayora contaba ese momento único con estas palabras: “salimos nerviosos. Nos reunimos con el avión tanque de la Fuerza Aérea; hicimos el reaprovisionamiento en vuelo. Desde el momento en que despegamos hasta que hicimos el primer contacto con los buques ingleses no dijimos ninguna palabra entre los dos aviones porque nos habíamos impuesto un silencio radiotelefónico estricto. Habíamos empezado el adiestramiento dividiéndonos por parejas. Nos conocíamos mucho. No era necesario hablar. Cada uno sabía perfectamente qué es lo que iba a hacer el otro”. Y así fue… aunque las condiciones meteorológicas no eran buenas y la visibilidad complicaba todo, el capitán de corbeta Bedacarratz lanzó
el primer misil hacia el destructor HMS “Sheffield” e inmediatamente entró en un chubasco que lo hizo invisible. Su numeral transmitió: “¿Lanzó?”; “sí, ya lancé”, escuchó decir. Era su turno. Hasta ese momento los pilotos estaban acostumbrados a los lanzamientos inmediatos pero el Exocet tiene una particularidad: posee un tiempo de retardo. Dos segundos imperceptibles para unos, interminables para otros. Era la primera vez que el binomio Super Etendard-Exocet probaba su poderío de fuego. En Río Grande todos esperaban el regreso con éxito aunque “yo los había despedido sin saber si volvían, los despedí con una carga emocional muy grande, con un ojalá”, relata conmovido Salvatierra que, casi sin darse cuenta, le da la palabra con una mirada al suboficial mayor Ignacio Coradeghini. Él también había estado allí con esa misma ansiedad por ver la silueta del Neptune. El silencio impuesto en la misión no permitía saber qué había pasado “en un momento pensamos que no volverían. El avión no volvía, nosotros siempre estuvimos a la espera hasta que divisamos una cosa grande y por fin llegó”. El regreso se vivió con mucha adrenalina y euforia. Algo extraordinario había sucedido. El profesionalismo de pilotos y mecánicos quedó desplegado en el Atlántico Sur. El garrote de la Armada Argentina había pegado desde el aire como un puño fuerte en nombre de todos.
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Portaviones | Desde el 29 de marzo los A4Q estuvieron embarcados en el ARA “25 de Mayo”.
Un trabajo silencioso “Tener el avión listo para el piloto es una gran responsabilidad. En vuelo está él y la máquina, pero uno lo vive desde tierra; es el avión que reparó, que levantó de alguna falla. Cuando lo ves volando decís ‘ahí está mi esfuerzo, mi granito de arena para que se cumpla la misión’”, dice mirando al cielo el suboficial mayor Néstor Beneitez, que perteneció en Malvinas al grupo de mecánicos de los A4Q Skyhawk. El hangar 6 de la Base Aeronaval Comandante Espora custodia el legado de la ya desaparecida Tercera Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque. Los A4Q, que permanecieron embarcados en el portaviones ARA “25 de Mayo” durante la Operación Rosario, llegaron a despegar de Río Grande doce veces en un solo día. Beneitez recuerda como si fuera hoy esas horas de trabajo continuo: “los días eran muy largos y movidos, uno estaba siempre a la orden de las misiones que tenía que cumplir. Había que estar alistados en todo momento y de acuerdo a la misión había que preparar las bombas que se iban a usar, los aviones que se iban a usar… salían en sección o salían dos secciones de tres aviones. Eso era todo en el momento”.
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El 21 de mayo fue uno de esos días, pero no uno más. La sección, al mando del capitán de corbeta Alberto Philippi e integrada por el teniente de navío José Arca y el teniente de fragata Marcelo Márquez, despegó después del mediodía. Los cerros de las Islas Malvinas se asomaban y el agua del mar salpicaba sus parabrisas. La fragata HMS “Ardent” era el blanco a la vista. Los disparos enemigos comenzaron a formar una cortina de fuego mientras los pilotos avanzaban en dirección a su misión, lanzar las bombas. Con el lanzamiento concluido debieron volver escapando. Los aviones británicos Harrier los perseguían. Los que habían quedado en Río Grande esperaban con incertidumbre y preocupación la llegada de los tres A4Q que habían partido. Las noticias no iban a ser buenas. El suboficial Beneitez nunca se va a olvidar que “salen en misión el capitán Philippi, el teniente Arca y el teniente Márquez y sólo dos salvan su vida. El teniente Márquez lamentablemente muere al ser impactado; el capitán Philippi se eyecta y logra sobrevivir con una familia kelper y el teniente Arca, con averías, trata de llegar
El reconocimiento en los meses del conflicto “Estos aviones --en referencia a los Skyhawk A-4-- ya mostraron eficacia al hundir dos fragatas inglesas y causar serias averías en varias otras, a pesar de los elevados riesgos que exige de su piloto, pues tiene que aproximarse mucho al blanco para soltar sus bombas; coraje y audacia, entretanto, no faltan a los pilotos argentinos, como lo reconocieron los británicos.” Mario José Sampaio del “Jornal do Brasil”, Río de Janeiro. “Los aviones argentinos rugen desde todos lados mientras los hombres se entierran en sus trincheras cenagosas, aferrando sus armas y cascos de acero.” Charles Laurence del “London Sunday Telegraph”, Londres.
“Los técnicos, mecánicos y pilotos argentinos cumplieron una hazaña que no sólo ha demostrado la capacidad de los argentinos, sino que además ha cambiado la estrategia de la guerra naval, desde el momento en que el primer Exocet estalló en las entrañas del destructor ‘Sheffield’.” Carlos Viglizzo de “La Nación”. “Los pilotos argentinos ganan el corazón de sus compañeros y la admiración de sus enemigos. Casi a diario ellos vuelan hacia la batalla y los pilotos se están transformando en héroes de la Guerra de las Malvinas, admirados por sus enemigos casi tanto como por sus compatriotas.” Keneth Freed de “The Miami Herald”.
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Estrecho de San Carlos | La fragata HMS “Ardent” quedó herida ante el ataque de la sección de los A4Q Skyhawk.
a Puerto Argentino donde debe eyectarse y se salva. Los restos del avión del teniente Márquez quedaron allí; de ese avión yo era el mecánico y Marquez el piloto oficial. Mi avión quedó ahí, una parte mía está en Puerto Argentino”.
Ligados al pasado Ninguno de los que integran hoy la Segunda Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque pensó en aquellos meses de otoño de 1982, cuando eran niños que esperaban el tren con las tropas para saludarlos y hacerles regalos o escribían en sus escuelas las cartas para enviar a Malvinas, que su destino iba a estar ligado al de ellos. “Cuando agarramos un libro o un manual y arriba tiene escrito con la letra de, por ejemplo, el capitán Colombo o el teniente Márquez o muchos de los que estuvieron en acto de servicio en Malvinas, y uno se pone a pensar en esa situación… él hizo lo mismo que tengo que hacer yo y en lo que me estoy adiestrando. Eso ayuda a asumir que uno está en un lugar distinto, que uno tiene que hacer por lo menos lo mismo que hicieron ellos”, confiesa el capitán de corbeta Matías Cabut, segundo comandante de la Segunda de Caza y Ataque.
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Al llegar a la escuadrilla esa transmisión de la experiencia se da a través de los procedimientos, las tácticas que están escritas y la exigencia de los instructores. La Escuela de Aviación Naval es formadora de ese carácter que define el estándar del aviador naval, que busca permanentemente ser lo más profesional posible. Para el comandante de la Segunda Escuadrilla de Caza y Ataque, capitán de corbeta Guillermo Molina, casi nada cambió desde aquel 1982: “como profesional, piloto de SUE, creo que podría hablar con los pilotos de Malvinas a la par de ellos. Como persona siento admiración por alguien que demostró que podía cumplir con lo que su país esperaba de él. Y como argentino, orgullo porque no hay otra cosa que sentir al conocer a alguno de ellos. Si me retrotraigo a los 9 años que tenía, por más que ahora sepa cómo lo hicieron, siento orgullo por cada uno de los pilotos que estuvieron en Malvinas”. Al compromiso y profesionalismo que demostró y hoy ostenta la Aviación Naval, se suma la valentía. Un militar es reconocido en cualquier parte del mundo por su coraje y arrojo pues todos pueden tener los mejores medios tecnológicos pero sólo se destaca quien pone en juego su mayor capital, la propia vida.