El lugar más frío de la tierra

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especial

El lugar más frío de la tierra “Esforzarse, buscar, encontrar y no ceder.”.

Ulises, de Alfred Tennyson. Grabado en un monumento en Hut Point (Antártida) en honor a la expedición de Robert Scott.

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L

a exploración y el descubrimiento de territorios desconocidos motivó desde el principio de las civilizaciones a que el hombre abriese rutas por la conquista de lugares inimaginados, la mayoría de las veces arriesgando su vida. Para principios del siglo XX, sólo los extremos congelados del planeta continuaban siendo un misterio; apenas un bosquejo en los mapas y también el objetivo perseguido por los exploradores más avezados. El Polo Sur planteaba muchas incógnitas y pocas certezas. Sabían, por ejemplo, que la proyección de la temperatura media en invierno era de 62ºC bajo cero, por lo que los intentos debían ser en verano. Solo unos pocos se animaron a desafiar esas latitudes, muchas veces fallidas; fueron dos las expediciones que finalmente disputaron la que entonces se denominó “carrera hasta el Polo”. La primera en llegar fue comandada por el explorador noruego Roald Amundsen, quien junto a sus cuatro compañeros imprimió las primeras huellas humanas en el lugar más frío de la tierra. Fue el 14 de diciembre de 1911 y ese día la mano del noruego, entumecida por el frío, escribió la sentencia histórica: “se rasgó el velo para siempre y dejó de existir uno de los mayores secretos de nuestro planeta”. Al mes y pocos días llegó la expedición del capitán Robert Scott. Si bien el descubrimiento ya había sido alcanzado, la hazaña del inglés tenía méritos propios ya que mientras Amundsen tomó la ruta al sudeste de la denominada “Gran Barrera”, Scott lo hizo por el sudoeste: la más hostil, padeciendo temperaturas diurnas de 34ºC bajo cero. Las banderas que plantaron distaron un kilómetro una de otra y luego de mediciones y tomas de fotografías ambas expediciones desandaron sus rutas hacia el norte. Sólo una logró volver. Diez meses después se encontraron los cuerpos del capitán Scott y sus hombres junto con el diario de la expedición. Fueron sepultados por un temporal de nieve a pocos kilómetros de su campamento base cuando intentaban el regreso. Así, el extremo sur de la tierra cobró con vidas el tributo a su descubrimiento. Desde entonces muchas expediciones se sucedieron para explorar los hielos extremos y cincuenta años más tarde, en un nuevo desafío esta vez por aire, dos aviones DC3 de la Aviación Naval Argentina, al mando del capitán de fragata Hermes Quijada, alcanzaron por primera vez el Polo Sur desafiando y venciendo todo tipo de inclemencias, en una de las mayores hazañas aéreas de su tiempo.

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Alas de hielo El 6 de enero de 1962, los tripulantes de dos Douglas DC-3, versión C-47, realizaron el primer vuelo desde América con descenso hasta el Polo Sur geográfico. La misión fue confiada a la Segunda Escuadrilla Aeronaval de Transporte que tenía asignada habitualmente la ruta Ezeiza-Ushuaia y estaban habituados a operar con mal tiempo, solucionando contingencias de todo tipo. El éxito del vuelo al polo estuvo fuertemente ligado al adiestramiento de los pilotos, mecánicos y radio operadores. Por eso fueron elegidos. “Cuando nos dijeron que íbamos al Polo lo tomamos en broma. La orden era llegar lo más al sur que se pudiera. Empezamos a trabajar en el alistamiento, cada uno en lo suyo. Y perdimos un poco de vista lo que se venía al final”, cuenta el entonces teniente de fragata Héctor Martini, jefe de supervivencia de la expedición. Al igual que las expediciones de Amundsen y Scott, los argentinos debieron prepararse especialmente para volar hacia el polo. Ricardo Rodríguez, quien fuera cabo principal mecánico durante la travesía, aseguró con orgullo que “El DC3 era muy noble. Era el ‘Ford a bigote’ (Ford T) de la Aviación. Hasta podía volar con un solo motor”.

Pero para lograr anevizar en el extremo sur los aviadores debieron modificar algunos aspectos de los aviones y vencer circunstancias complejas en poco tiempo. Al tren de aterrizaje a ruedas hubo que agregarle patines similares a esquíes que permitieran deslizarse en los hielos; para ello se cargaron unos criques especiales a bordo del rompehielos ARA “General San Martín”, dado que esa modificación debían realizarla en la estación aeronaval provisoria argentina capitán Jorge Campbell, primer posta desde la ciudad de Ushuaia, emplazada en la barrera de hielos Larsen (65º 02´ S / 59º 39´ W), hoy mar abierto. Sin embargo, una vez allí la maniobra con los criques fracasó dado que estos eran más grandes de lo necesario; surgió entonces el ingenio argentino y reemplazaron los criques por tambores de 200lts en desuso apilándolos uno encima de otro. Después agregaron cubiertas hasta calzar las alas para sostener en alto cada avión. Así pudieron armar el sistema de patines y despegar hacia la segunda posta, la entonces estación científica norteamericana Ellsworth, ubicada en las costas occidentales del Mar de Weddell (77º 45´ S / 41º 00´ W).

Base Aeronaval Punta Indio

LOS PROTAGONISTAS OCEANO ATLANTICO SUR

ISLAS GEORGIAS DEL SUR

Destacamento Naval

PASAJE DE DRAKE

ISLAS SHETLAND DEL SUR ISLAS ORCADAS DEL SUR

ISLAS SANDWICH DEL SUR

Estación aeronaval provisoria “Capitán Jorge Campbell”

MAR DE BELLINGHAUSEN

Avión CTA-15 Capitán de fragata Hermes Quijada Capitán de corbeta Pedro Margalot Teniente de fragata Miguel A. Grondona Teniente de corbeta José Luis Pérez Suboficial segundo Eduardo Franzoni Cabo primero Rufino Elías Avión CTA-12 Capitán de corbeta Rafael Checchi Teniente de navío Jorge Pittaluga Teniente de fragata Héctor Martini Teniente de fragata Enrique Dionisi Cabo principal Ricardo Rodríguez Cabo primero Raúl Ibasca

MAR DE WEDDELL

Punta Indio - Río Gallegos: 2020 km. Río Gallegos - Estación Campbell: 1560 km. Estación Campbell - Estación Ellsworth: 1700 km.

Estación científica “Ellsworth”

Estación Ellsworth - Polo Sur: 1350

Expedición noruega Amundsen Expedición inglesa Scott

Cuarteles de invierno de Amundsen POLO SUR

Cuarteles de invierno de Scott Sector Antártico Argentino

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Referencia | La base norteamericana Amundsen-Scott, situada a 100 metros del Polo Sur geogrĂĄfico. Fue el Ăşnico punto visual de referencia que las aeronaves argentinas pudieron utilizar para anavizar el 06 de enero de 1962.

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AYER Y HOY | En blanco y negro la imagen de las tripulaciones de los dos aviones Douglas de la Armada Argentina que alcanzaron el Polo Sur Geográfico el 06 de enero de 1962 después de veinte días de recorrido con escalas, A la derecha el entonces cabo principal R. Rodríguez, el teniente de fragata H. Martini y el teniente de corbeta J. Pérez, partícipes de la hazaña junto al Douglas C-47 (matrícula CTA-15) que descansa en la Base Aeronaval Comandante Espora.

En Ellsworth, los DC-3 tenían que reabastecerse de combustible, adquiriendo así la autonomía suficiente para llegar al Polo Sur y regresar nuevamente a esta base. La maniobra fue pautada por radio mientras volaban desde Campbell, pero la sorpresa que los argentinos recibieron al llegar casi frustra la misión: en el hangar sólo había nafta para autos. La decisión requería celeridad, por lo que el comandante resolvió pasar lo que les quedaba del combustible especial a los tanques principales y llenar de nafta común los tanques auxiliares de los aviones. La maniobra ideada era utilizar el combustible especial sólo para los despegues y pasar a la nafta común una vez en vuelo, para lo que había que regular las revoluciones y la

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presión de admisión de los motores; de lo contrario estos no aguantarían. Finalmente las dos aeronaves argentinas despegaron hacia el extremo sur del planeta; llegarían guiados por indicaciones de radio que le darían desde la base norteamericana llamada nada menos que AmundsenScott, ubicada a 100 metros del Polo Sur geográfico. Sin embargo, por falencias en la recepción de la señal, el arribo final fue realizado a través del goneómetro --aparato utilizado para sintonizar e indicar de dónde proviene una señal emitida-- dado que el resto de los instrumentos no funcionaba con precisión. “A medida que avanzábamos ya no podía usarse el compás magnético --el

magnetismo en los polos actúa diferente y afecta los equipos basados en este principio-- y tampoco había elemento de referencia alguno. Era la nada desconocida”, cuenta el entonces teniente de corbeta José Luis Pérez, navegante aéreo. Él y el capitán de corbeta Pedro Margalot --también navegante, jefe de operaciones y segundo comandante de la expedición-- debían guiarse por el sextante burbuja, que marca la distancia y el nivel horizontal de la nave y el suelo. “Cuando estábamos acercándonos busqué la señal radial donde debería estar, pero no oía nada. Entonces, ya sobrevolando lo que estimamos era el Polo, vimos un punto negro. Era la base norteamericana que estaba tapada de nieve” dice respecto de aquel


momento clave el ahora contralmirante (RE) Héctor Martini y agrega que “mientras volábamos nos escuchaban por radio los buques cercanos a la Antártida y las bases, por si necesitábamos algo. Cuando oyeron nuestros gritos al arribar al Polo Sur, ellos también festejaron.

el capitán Hermes Quijada tocaron suelo en el Polo Sur. Entonces sólo la bandera noruega de Amundsen, la inglesa de Scott y la norteamericana de la base daban testimonio del coraje del hombre. Ahora la celeste y blanca flameaba en el extremo sur del planeta.

Nos emocionamos. Cada uno en su avión miró a los otros cinco y dijimos ‘además de nosotros, allá abajo hay un montón de gente que nos está acompañando’. Los que estábamos arriba éramos los que llegamos, pero los que nos empujaban eran los de abajo. Fue una tarea de equipo, como debe ser todo”.

“Sentimos algo fuerte cuando vimos flamear nuestra bandera. Era la cuarta en estar ahí. En los años 50 llegó la norteamericana y, ahí nomás, la nuestra”, recuerda con emoción el contralmirante (RE) Martini.

Eran las 21:10hs del 6 de enero de 1962 cuando los Douglas DC-3 liderados por

Cien años pasaron de las primeras huellas heladas impresas por la expedición del noruego de Amundsen y cincuenta de que las alas navales argentinas alcanzaron el Polo Sur. Y en la distancia del tiempo,

aquellas hazañas grabadas en la memoria de los protagonistas y sus pueblos cobran una dimensión mayor como testimonio de la capacidad del hombre por desafiarse en sus propios límites. Esas expediciones mostraron al mundo que sólo la preparación, traducida en planeamiento de acciones, provisiones y el equipo de abrigo necesario, y el compromiso son las variables que ante la hostilidad del lugar deben priorizarse. También la versatilidad y rapidez en las decisiones frente a los obstáculos. Las epopeyas de aquellos tenaces pioneros mostraron el camino y la actitud; gracias a ellos hoy la humanidad puede aventurarse a la exploración y la ciencia entre los hielos extremos del lugar más frío de la tierra.

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