Réquiem del corsario - Nº 758

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Mensaje del Jefe del Estado Mayor General de la Armada

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na nueva singladura comienza y con ella la oportunidad de retomar la estela que desde el origen de nuestra Armada se cimienta en el compromiso y la suma de esfuerzos de todos los hombres y mujeres que la conforman, capaces de impulsarla sorteando cualquier dificultad con responsabilidad y dedicación. El inicio de este nuevo año nos congregó junto a miles de argentinos para dar la bienvenida a nuestra querida fragata ARA “Libertad”, que arribó al país con todos sus tripulantes y guardiamarinas luego de su extensa permanencia en el puerto de Tema. En nombre de toda la Armada, doy valor superlativo al trabajo realizado y al temple de cada uno de los tripulantes. Otro regreso esperado fue el de la corbeta ARA “Espora”. Tras concluir su reparación en la Base Naval de Simon´s Town (Sudáfrica) y cruzar el Atlántico, el buque tomó amarras en su apostadero habitual en Puerto Belgrano. Ambas unidades navales, con su ejemplar conducta ante las circunstancias atravesadas, han reflejado el verdadero espíritu de los hombres y mujeres de mar. También es importante aquí mencionar la contribución que la Armada realiza a la Campaña Antártica de Verano (CAV), para la que se alistaron el aviso ARA “Suboficial Castillo”, abocado a la Patrulla Antártica Naval Combinada (PANC) que se lleva adelante con Chile para la salvaguarda de la vida humana en el mar, el buque oceanográfico ARA “Puerto Deseado” en tareas de investigación, y el transporte ARA “Canal Beagle”, dedicado al apoyo logístico de nuestras bases. Por otra parte, el transporte ARA “Bahía San Blas” se alistó, en el marco del Operativo “Fraternidad Antártica I” con Brasil, para trasladar materiales y brindar apoyo logístico para la reconstrucción de la estación antártica Comandante Ferraz. Se concretó además el uso combinado de la base temporaria argentina Teniente Cámara donde convivieron delegaciones argentinas y brasileñas para dar continuidad a las investigaciones científicas que se desarrollaban en Ferraz, en un ejemplo de confraternidad y cooperación. En el ámbito de la educación, los institutos de formación realizaron la apertura de sus ciclos lectivos, donde incorporaron jóvenes de

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Almirante Daniel Enrique martin todo el país que, intuyendo su vocación naval, iniciaron la derrota en el proceso de capacitación y perfeccionamiento que los llevará a alcanzar las aptitudes inherentes para su futuro desempeño profesional. Por segundo año consecutivo y en el marco del programa Conocer para Defender se llevó adelante el Viaje de Conocimientos Profundos por el país, en el cual los guardiamarinas en comisión recorrieron siete provincias argentinas, logrando de esta forma acrecentar sus conocimientos sobre la geografía, historia y recursos naturales de las regiones visitadas, interactuando a su vez con la gente del lugar e interiorizándose acerca de los usos y costumbres de cada localidad. Tenemos también por delante temas importantes que requieren de nuestro esfuerzo, comprensión y cohesión para llegar a buen puerto. La Armada continúa investigando lo sucedido con el ex-destructor ARA “Santísima Trinidad”, no sólo para llegar a una conclusión al respecto, sino también para enfocar nuestros esfuerzos a fin de que lo que haya pasado no vuelva a repetirse. El submarino ARA “San Juan” ha iniciado su apresto final para reincorporarse a la actividad operativa en los próximos meses; la lancha ARA “Indómita” se encuentra prácticamente lista para volver a muelle y continuar su modernización y el rompehielos ARA “Almirante Irizar” avanza en su reconversión para sumarse a los medios destinados a la actividad antártica. La progresiva solución a la cuestión salarial de nuestro personal es un tema delicado que nos importa y nos ocupa. El trabajo realizado junto al Ministerio de Defensa ha permitido, como primer paso, la recomposición de la escala salarial de nuestros suboficiales. La disciplina y adhesión inequívoca a nuestra condición militar resultan un elemento esencial en el tratamiento de esta materia. Hombres y mujeres de la Armada, a poco de un nuevo aniversario de quien es nuestro máximo héroe naval, el ejemplo del almirante Guillermo Brown nos alienta a soltar amarras nuevamente para honrar su legado y cumplir con la misión que la Patria nos encomienda. Cada comienzo es una nueva oportunidad. Asumir la guardia y mantener el rumbo ordenado. Buenos Vientos.


EXPEDICION Texto CN VGM Roberto A. Ulloa Fotografía Gonzalo Cáceres Dancuart (Perú) Logística Expedición Lic. Martín Abenel DISEÑO GRÁFICO DG. Alejandro Striebeck Ilustraciones Silvina Rossello Agradecimientos Marina de Guerra del Perú Departamento de Estudios Históricos navales Arq. Jaime Lecca Roe - Lic. Giuseppe Orefici Dr. Daniel Degani - Sr. Erminio Ranilla

Atardecer en la pampa de Nasca visto desde la carretera 1 Sur. La llanura enclavada en el desierto del Pacífico, distante 50 kilómetros del mar y a 400 metros sobre su nivel, es el inicio de la Cordillera de los Andes. Aquí murió Bouchard en 1837, en el mismo lugar donde se encuentran las famosas líneas de Nasca grabadas en la tierra hace mil años. El lugar es considerado Patrimonio de la Humanidad.

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Los últimos días de Bouchard en el Perú …Aquí yace donde quiso yacer; ha vuelto el marino, ha vuelto del mar... Réquiem, Robert L. Stevenson

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Cripta de la Iglesia de San Francisco Javier a la cual se desciende desde el centro de la nave principal del templo. La tumba de Bouchard estĂĄ en la fila superior de la pared donde se encuentra la pintura del Cristo crucificado y justo debajo de una pequeĂąa abertura rectangular. A ras del piso se observa el antiguo crematorio.

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El desierto de los Nasca

“Soy de un pueblo que viene de muy lejos, más allá del principio del tiempo”. Alonso del Río Hay vidas que son más propias de la literatura que de la realidad; la del corsario Bouchard quizás sea una de ellas. Nacido como André Paul bajo la consigna de ¡Liberté, égalité, fraternité, ou la mort! de la Francia revolucionaria, muy joven guerreó en el mar junto a Napoleón y contra el imperio británico; fue testigo de la revolución de los esclavos en Haití y datos circunstanciales lo ubican arribando a Buenos Aires desde la Bahía de Chesapeake hacia 1810 para sumarse al intenso sol de mayo; su nombre ya era Hipólito. Sabemos, con seguridad, de su heroica carga como granadero en la batalla de San Lorenzo y conocemos los detalles del inolvidable corso alrededor del mundo comandando “La Argentina”. El relato comienza a desvanecerse cuando formó parte de la Expedición Libertadora al Perú liderada por San Martín y son más difusos aquellos registros que lo sitúan al frente de la escuadra peruana en la guerra con la Gran Colombia. Hacia 1829 el corsario dejó el mar para siempre y marchó a caballo hacia el desierto más árido del mundo con destino a las pampas de Nasca; llevaba su levita azul de marino, la espada y sus prismáticos y debió haber sido curiosa su presencia en aquella tierra de agricultores. Fue su última singla-

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dura; en 1837 murió en la hacienda de San Javier, Nasca, situada en uno de los espacios más misteriosos del planeta y desapareció de la historia de los hombres durante más de un siglo. Este es el relato de sus días finales y de la búsqueda de su tumba. En el tórrido verano de 1952 el párroco Filiberto cumplía pacientemente la rutinaria tarea de ordenar antiguos libros de registros de la abandonada capilla de San Francisco del pueblo San Javier. La fortuna puso en sus manos una partida de defunción a nombre de un francés, Hipólito Bouchard, a quien se presentaba como capitán de navío, antiguo dueño de la hacienda quien fuera asesinado a metros de la parroquia donde aún yacía; los datos asentados con buena caligrafía en el “año del Señor 1837” y firmados por el entonces padre Isidro Pacheco despertaron su curiosidad y el cura no dudó en comentarlo con sus superiores. Varios años mediaron desde ese hallazgo casual hasta que los restos del marino fueron embarcados a bordo del crucero “La Argentina” en el puerto de El Callao con destino al panteón de los próceres navales en la Chacarita. Desde entonces, su cripta deshabitada se fue desvaneciendo de la memoria. Pero los sepulcros ejercen una secreta fascinación sobre los hombres

y a 175 años de su muerte partimos desde Lima tras los pasos de Bouchard. La historia oculta el pasado al amparo de la indiferencia o el interés de los hombres. La crónica ha perdido el camino que transitó Bouchard para llegar desde el mar peruano hasta la hacienda de San Javier; sin embargo el trazo de las antiguas rutas incas sugiere que la ciudad de Nasca debió haber sido el destino intermedio. El Museo Antonini de la ciudad nos pareció el lugar apropiado para comenzar la búsqueda. Dirigida por el arqueólogo italiano Giuseppe Orefici, la investigación de su equipo multidisciplinario ha permitido descifrar y comprender una parte relevante de la cultura Nasca. “Se debe escribir Nasca y no Nazca pues el nombre deriva del cacique Nanasca y también por respeto a la lengua quechua que no reconoce la zeta”, advirtió Giuseppe mientras explicaba que estábamos en el escenario más árido del planeta, espacio donde este pueblo originario construyó una civilización comunitaria muy sofisticada legando a la humanidad un formidable patrimonio arqueológico y cultural. Aún cuando son las líneas de Nasca las que han dado renombre mundial a la región, el arqueólogo obtuvo nuestra atención cuando mencionó que el desierto también


Erminio Ranilla Astorga, agricultor oriundo del pueblo de San Javier. A los 12 años, en 1962, presenció la exhumación de Bouchard para que sus restos fueran trasladados a Argentina. Sus recuerdos permitieron ubicar la tumba del corsario. albergaba a una ciudad perdida que su equipo reconstruyó a lo largo de décadas: Cahuachi que significa “el lugar donde viven los videntes”; escucharlo nos remitió a impenetrables rituales prehistóricos y cambió el significado del lugar donde Bouchard vivió su víspera. Giuseppe sabía poco del corsario pero nos aconsejó un camino que permitiría llegar al pueblo San Javier mientras reconocíamos la tierra del pueblo Nasca: debíamos dejar la ciudad y adentrarnos en el desierto siguiendo uno de los brazos del río Grande; marchando hacia el oeste llegaríamos a Cahuachi; desde esta debíamos encontrar sucesivos hitos que nos llevarían a destino: Estaquería, Tambo del Perro; todos nombres de origen popular. Distante y paralela a nuestra ruta quedaría la pampa con las líneas de Nasca. Partimos al amanecer. Fue fácil comprender porque la edición 2012 del rally extremo Dakar eligió este inhóspito escenario del Perú para su decisivo tramo final pues pone a dura prueba a hombres y máquinas. Todas las sendas desaparecieron al abandonar la ruta 1 Sur y adentrarnos en el desierto con rumbo general oeste; el GPS comenzó a indicar off road, las referencias se perdieron y la navegación con brújula y distancia se tornó imperativa para no rodar en círculos. Cuando emergió la ciudad perdida de Cahuachi, el centro religioso de adobe más grande del mundo, detuvimos la marcha asombrados; ocupa una superficie semejante al Vaticano; es monocromático y sus interminables muros, la gran pirámide y el templo mayor hablan de una arquitectura avanzada en su contexto temporal. Las conclusiones del proyecto Nasca, dirigido por Giuseppe, sugieren presencia humana desde cuatro milenios antes de nuestra era; el centro habría evolucionado de lugar sagrado a capital teocrática y se supone que fue abandonado tras ser destruido por un terremoto y un aluvión posterior al siglo V. Es posible que cuando los sacerdo-

tes fallaron en sus visiones sobre las cosechas el pueblo perdiera la confianza en su liderazgo y ocurriera la diáspora. Cuando un milenio más tarde Bouchard arribó a estos lares le habrá sido difícil percibir la ciudad pues el aluvión la había enmascarado; hombre de otro tiempo, quizás tampoco le hubiera interesado. Seguimos. Ya no había sendas, sólo algunos viejos rastros de vehículos en el cauce seco del río; todo parecía conspirar para confundir al inexperto. Fueron apareciendo señales de los pobladores del desierto, de quienes no había rastros: nos topamos con un camposanto cuyas rústicas cruces tenían fechas viejas y flores nuevas; también dimos con señales menos nobles: la de huaqueros, los saqueadores de tumbas antiguas que habían dejado decenas de osamentas blancas esparcidas al sol luego de haberlas exhumado y despojado a sus nichos. Vasijas rotas y fardos funerarios profanados ofendían a quienes descansaban allí desde hace siglos. Un avión sobrevoló la pampa contigua dando giros bruscos; pudimos imaginar a los turistas mareados y asombrados observando las líneas de Nasca más conocidas: el colibrí, el mono, las manos; cientos de ellas. Las hipótesis sobre la producción de estos enormes dibujos en el desierto son muy variadas; si no le damos crédito a las más fantásticas se sostienen aquellas que proponen su uso como calendario astronómico o caminos en el desierto. Sin embargo la más probable, quizás por su validez universal, es la de hombres buscando comunicarse con sus dioses para pedir o agradecer. Arribamos al Tambo del Perro. un caserío con un solo poblador, Guillermo Navarrete, quien había escuchado de sus padres la historia de un “pirata” que vivió en este desierto; al concluir su relato don Guillermo nos indicó con la mano el rumbo hacia la capilla de San Francisco.

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El revolucionario Cuando Bouchard ordenó al timonel de la goleta “La Argentina” caer con rumbo Sur hacia el interior de la bahía de Paracas avistó por primera vez al candelabro, el colosal geoglifo cavado en una ladera de las serranías de la península. La exigente maniobra marinera que debía afrontar para ir a su fondeadero le requirió toda la atención; en la pequeña bahía se encontraban una veintena de embarcaciones. Ese 8 de septiembre de 1820 la fuerza anfibia, proveniente de Valparaíso y al mando del general San Martín, iniciaba la etapa final de la liberación suramericana tras haber independizado Argentina y Chile. Más de 4000 hombres con cientos de caballos y decenas de piezas de artillería se disponían al mayor desembarco que alguna vez se hubiera realizado en América al sur del Ecuador; su objetivo era expulsar de estas tierras al poder militar realista cuyo núcleo estaba en Lima, en la fortaleza Real San Felipe. El corsario no debió prestarle demasiada atención al inusual dibujo de un candelabro en la montaña; quizás tampoco preguntarse por su origen, que se perdía en los siglos. Al dejarlo atrás no podía saber que años más tarde encontraría su última hora setenta millas

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tierra adentro, en Nasca, donde el desierto está tatuado con cientos de geoglifos. El desembarco en Paracas marcó el inicio de las operaciones de la expedición libertadora en el Perú. La dimensión naval fue determinante para la gesta pues San Martín empleó el mar para hostigar, bloquear y obtener la sorpresa táctica sobre las fuerzas realistas. Bouchard participó activamente de toda la campaña, tanto bajo el mando de José de San Martín como de Simón Bolívar. El marino gozaba del respeto y confianza del almirante británico Martin Guisse, quien había combatido en Trafalgar y fue comandante y fundador de la Marina del Perú. A sus órdenes Bouchard participó de operaciones navales vitales contra los realistas: bloqueó el puerto de El Callao actuando desde la isla de San Lorenzo; también participó en los bloqueos de los puertos intermedios del Perú y en el sostén logístico de las propias fuerzas transportando una y otra vez hombres y pertrechos de guerra. A lo largo de esos años Bouchard comandó varios buques y cimentó su fama de duro y valiente; el último de ellos fue la goleta


Frente del templo rural de San Francisco Javier construido en 1746 por los jesuitas cuyas paredes tienen dos metros de ancho. De estilo barroco, su ornamentación es intensa incluyendo imágenes orientales y un marcado sincretismo entre la cultura colonial y de los pueblos originarios que se manifiesta en los rostros afronasqueños ubicados en la parte superior del frontis.

“La Joven Fermina” nombrada así en recuerdo de su hija menor, a quien nunca conoció. Cuando los días de guerra terminaron el corsario ofreció la goleta al Estado peruano y solicitó que le sea concedida la propiedad de las haciendas de San Javier y San José de Nasca. En 1829 dejó atrás al mar y marchó al desierto.

La cripta de San Francisco Al avanzar la tarde dejamos atrás el desierto y cruzamos el río Ingenio donde las parcelas verdes se multiplicaban; a lo largo de milenios, en las márgenes de este cauce, sus pobladores se dedicaron a la agricultura. Con la colonización el escenario cambió radicalmente, también la propiedad de la tierra y los dioses. En 1546 el último curaca que dominó el valle del Collao de Lucanas --así se lo conocía-- fue Francisco Ylimanga. Desde entonces la hacienda pasó de mano hasta que Francisco Cabezas la donó al Colegio Máximo de San Pablo de Lima de los Jesuitas quienes la nombraron San Javier; en esas tierras construyeron la capilla en 1746.

El pueblo nos recibió con alguna mirada curiosa y cordial indiferencia; el campanario de la iglesia emergía sobre las casas y transitamos una senda encerrada por casas de adobe para llegar al templo; a su lado sigue en pie una antigua casa donde vivió sus últimos años el corsario y donde murió la madrugada del 4 de enero de 1837. Sólo recibimos sonrisas al inquirir sobre Bouchard y su tumba. La capilla rural de San Francisco es magnífica pese a que el abandono y los indiferentes terremotos la han desgastado. La historia ha perdido el nombre de su arquitecto; también les concedió el anonimato a los maestros y artistas que dieron su registro barroco al templo. Los muros gruesos transmiten solidez y el trigrama IHS esculpido en el cuerpo central de entrada prefigura a la Compañía de Jesús, expulsada de América hacia 1767. Dos torres hexagonales y simétricas resguardan la gran puerta de ingreso; en la torre derecha, atada con cáñamo, se encuentra la gran campana de bronce que llamaba entonces a misa y en la cual se inscribe la leyenda “San Fransysco Xavyer – año de 1746”. Nos detuvimos bajo la cornisa del frontis; desde la altura nos vigilaban una veintena de mascarones que guardan cierta semejanza con las cabezas clavas de la cultura Chavín: rostro feroz, anillos en la nariz, lengua salida y penachos en la cabeza. Cual gárgolas fantásticas surgidas de la Edad Media, las efigies que evocan a los guerreros afronasqueños custodiaban la antigua tumba de Bouchard. Un habitante de San Javier, Erminio Ranilla Astorga, acudió a nuestro encuentro; alguien lo habría alertado sobre la búsqueda. Agricultor, nació en este pueblo que nunca abandonó, su rostro sonriente y surcado por arrugas daba muestra de largas jornadas bajo el sol. En 1962 Erminio tenía doce años cuando llegó al pueblo la comisión de homenaje que retiró los restos del corsario y los trasladó a Lima. Nos relató que fue un gran acontecimiento recordando que en ese entonces los afronasqueños alegaban “aquí lo matamos a Bucha”; esa historia la habían repetido una y otra vez a lo largo de un siglo. Cuando la comisión oficial partió con el cuerpo la curiosidad lo llevó a entrar a la cripta; sus recuerdos nos permitirían ubicar la tumba correcta. Cruzamos el pórtico en arco para ingresar al templo; gran parte del techo se había derrumbado. Pese al deterioro y las pintadas de vándalos se percibía que la ornamentación fue exuberante y debió crear un ambiente solemne y tenso para las ceremonias religiosas donde el latín sería una letanía críptica para los nativos. Hacia la mitad de la nave, bajo el presbiterio, se encontraba el ingreso a la cripta. Descendimos por la gradería; el espacio subterráneo era fresco, oscuro y abovedado, apenas iluminado por una ventana circular que atravesaba un muro; a ras del suelo un crematorio profundo y oscuro dividía el espacio. La bóveda exhalaba una atmósfera densa que llamaba a la voz baja. La luz de las linternas nos permitió ver una imagen secular de un Cristo crucificado pintado en uno de los muros. Cincuenta y dos nichos ocupaban las paredes laterales; todos abiertos. Siguiendo los recuerdos de Erminio --“en la pared del Cristo, es la tumba abierta bajo una pequeña abertura cuadrada”-ubicamos el antiguo nicho del corsario; es posible que la abertura superior haya albergado una imagen religiosa que honrara la cripta del marino. Polvo, madera, restos humanos y retazos de ropa ocupaban la tumba vacía. Es difícil precisar lo que sentimos pero todo llamaba a la reflexión. Al partir dejamos una moneda de la Armada Argentina y otra de la Marina de Guerra del Perú como homenaje a este guerrero de la independencia.

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Seré inmortal La víspera de su muerte fue oscura; ese 4 de enero de 1837 la luna se encontraba en su cuarto creciente y su luz apenas iluminaría la capilla de San Francisco. El corsario escuchó los gritos destemplados que lo desafiaban desde su casa en la hacienda; quizás remedaron bramidos del pasado que precedieron a otras batallas en mares remotos. No sabemos si identificó a quien lo retaba: Adelfo Bernales, hombre joven afronasqueño; tampoco las razones que originaron la pelea; eran épocas duras y de pocas palabras. Un hombre intuye cuándo enfrenta al destino y el último acto enseña su carácter; sabemos que con sesenta años salió a pelear y lo podemos imaginar iracundo y sin temor. No hay registros de la lucha pero Bouchard cayó herido y su espada no fue encontrada; nada más conocemos de Adelfo. El padre Isidro Pacheco firmó su partida de defunción donde escribió “…di sepultura con cruz alta en la bóveda de San Francisco Xavier al cuerpo difunto de Bouchard”. El corsario descansó por más de un siglo bajo tierra sagrada y su nombre fue olvidado por las crónicas; sin embargo la tradición popular de San Javier mantuvo su recuerdo en forma de mito hasta que el azar puso la antigua partida de defunción en manos del cura párroco Filiberto Steux. Cuando en 1962 la comisión oficial arribó a Nasca los buenos oficios del propietario del ingenio, Gustavo de la Borda, les permitieron llegar a la bóveda subterránea. En una de las trece criptas más antiguas encontraron un grabado borroso que decía “H.B. 1837” que hoy ya no existe; los huesos eran de un hombre más alto que los nativos y su mortaja también lo diferenciaba. Aquella tarde Erminio Ranilla los vio salir de la capilla cargando la urna de madera; luego ingresó a la bóveda donde las velas que aún se consumían le permitieron ver la cripta rota y vacía; durante medio siglo Erminio no supo más de Bouchard. Un decreto supremo del presidente del Perú, doctor Manuel Prado, permitió su salida del país; en el documento oficial el mandatario destacaba sus “abnegados servicios” a la gesta emancipadora peruana. En julio del ‘62 los restos del corsario fueron embarcados a bordo del crucero “La Argentina” para regresar a la Patria; en la última página de la biografía de Bouchard de 1967 podemos leer: “grato a sus manes habrá sido realizar su última singladura por aguas conocidas en una nave cuyo nombre había inmortalizado con sus hazañas y bajo la misma bandera azul y blanca.” Tal es la historia de los días finales del corsario. El destino de todo hombre es inescrutable y los insólitos caminos que llevaron a Bouchard desde Francia a Perú no reconocen un plan previo --quizás porque ningún destino humano responde a un plan sino más bien a un sueño y al azar--, pero pareciera que un secreto sentido de propósito lo llevó siempre a seguir el camino de las revoluciones que entonces cambiaban al mundo inspiradas por la palabra más valiosa que haya pronunciado la humanidad: Libertad. Nunca pudo detenerse y su vida no supo de moderación ni descanso; fue valiente, áspero, quizás contradictorio y violento como el siglo; sin duda el relato de este hombre que abrazó la revolución sudamericana y jamás se rindió puede conmovernos e inspirarnos. La tumba vacía en Nasca es el último registro del corsario en Perú; no podemos saberlo pero es posible que hubiera elegido yacer por siempre en el desierto. Desafiantes, las efigies de piedra de San Francisco resguardan del olvido a su memoria que ahora es inmortal.

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Un mural da la bienvenida al pueblo de San Javier. Junto al dibujo de la antigua iglesia donde fue enterrado Bouchard se encuentra una imagen de Santa Rosa de Lima, joven mística domínica y primera santa de América. Rastros de huaqueros que han profanado una necrópolis de los Nasca en busca de las ofrendas que acompañaban a los muertos. Leyes severas y una constante vigilancia buscan desalentar esta práctica ilegal. La pirámide principal de la ciudad perdida de Cahuachi ha sido recuperada tras un esfuerzo de décadas liderado por el antropólogo Giuseppe Oreficie del Centro Italiano Studi e Ricerche Archeologiche Precolombiane.

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en el sentido de las agujas del reloj. Casco de la hacienda de San Javier, propiedad de Bouchard al cual había llamado “La Buena Suerte”; en las puertas de esta casa cayó muerto el corsario. El Candelabro de Paracas, un geoglifo de 200 metros grabado en una ladera que da al mar en la bahía de Paracas donde arribó la Expedición Libertadora de San Martín. Con su hija cargada sobre la espalda, vieja usanza que se conserva, una joven pobladora vende los productos de la tierra de su familia. En las márgenes del río Ingenio el desierto se transforma en oasis y vergel y la antigua hacienda de Bouchard es aprovechada para la agricultura. Imagen con reminiscencia oriental tallada en el interior de la iglesia de San Javier.

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Con el grabado “San Fransysco Xavyer – año de 1746” esta misma campana llamó a los pobladores de San Javier al entierro de Bouchard. Iluminado por una linterna se percibe cómo la imagen del Cristo pintada en la pared de la cripta se va difumando inexorablemente con el correr de los siglos. Estaquería debe su nombre a las estacas de madera de huarango clavadas en la tierra. Los estudios sugieren que fue un lugar sagrado y se ubica entre Cahuachi y las líneas de Nasca, hacia el pueblo de San Javier.

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Hermana y competencia de San Francisco Javier y distante de ésta apenas 4 kilómetros, la iglesia de San José también fue construida por los jesuitas y se encuentra fuertemente deteriorada. Su notable altar tallado en madera por artistas de Nasca fue donado por la familia Borda y trasladado pieza por pieza a la iglesia del Pilar en Lima. En 2012 la ceremonia en homenaje a los caídos en las Islas Malvinas fue ofrecida en dicho templo.

Iglesias de San José y San Javier de Nasca En 1974 dos estudiantes de arquitectura de la Universidad Nacional de Ingeniería de Lima, Michel Piaget Mazzetti y Jaime Lecca Roe, presentaron su tesis de bachillerato para graduarse. El tema elegido fue “Las Iglesias San José y San Javier de Nazca” y su objetivo era informar acerca del valor monumental de las iglesias edificadas en estas haciendas y su evolución histórica y social. A lo largo de dos años hicieron un exhaustivo trabajo de campo, recopilaron documentos y dibujaron planos. El resultado fue el trabajo más completo jamás realizado sobre estas dos iglesias jesuitas que culminaba con la exposición de su avanzado estado de deterioro, evaluaba a los dos edificios como de elevado valor histórico y artístico y efectuaba una serie de recomendaciones para su salvaguarda proponiendo declarar como intangibles ambas iglesias. En la página 149 Michel y Jaime daban cuenta de que en uno de los nichos de la iglesia de San Francisco “fue enterrado el prócer argentino Hipólito

Bouchard…”. La tesis no sólo indaga en el valor arquitectónico de las iglesias sino que explora la historia social del valle desde el comienzo de la crónica escrita; su feliz hallazgo permitió conocer los días finales del corsario con detalles y miradas insospechadas. Existieron varios esfuerzos en el tiempo para salvar estas obras que son patrimonio del Perú, incluso la iglesia de San Francisco estuvo entre los proyectos activos de World Monument Fund, una organización enfocada en el rescate de obras arquitectónicas de gran valor que están en peligro. La capilla corre serio peligro de desaparecer definitivamente. Quiera que estas páginas ayuden a preservarla de algún modo, aun cuando sea tan sólo en la memoria. Jaime, a quien tuve el privilegio de conocer en Lima, donó una copia de su trabajo al Departamento de Estudios Históricos Navales de la Armada Argentina, pidiendo especialmente que la donación fuera registrada también a nombre de su amigo de toda la vida Michel.

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Raices

La expedición libertadora de San Martín al Perú

Finalizada la campaña de los Andes con la independencia de Chile, se abría para el libertador la segunda fase de su Plan Continental. Una expedición marítima proyectada desde la costa chilena y con un ejército combinado invadiría el Virreinato del Perú, corazón de la causa realista en América del Sur.

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ras la derrota española en Maipú, el Virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela convocó en Lima una Junta de Guerra para enfrentar los planes trazados desde Buenos Aires. Era consciente que las fuerzas revolucionarias no se detendrían en la ejecución de sus propósitos, materializados en una expedición a las costas del Perú para introducir la revolución en los pueblos --según sus palabras-- “hasta lograr hacer sucumbir a esta misma capital”. Tras su campaña militar en Chile, San Martín realizó un último viaje a las Provincias Unidas negándose a participar en las luchas políticas del país. Volvió a Chile enfermo, en camilla y acompañado sólo por 60 granaderos. Mientras tanto en el Río de la Plata el Directorio se disolvía en manos de los caudillos federales, proyectándose una larga etapa de guerras civiles. Sin embargo, la de la Independencia continuaba en el resto del continente como también el próximo paso del plan sanmartiniano: la Expedición Libertadora del Perú. El 2 de abril de 1820 en la ciudad chilena de Rancagua los oficiales del Ejército de los Andes convocados por el general Las Heras confirmaban por unanimidad a San Martín en el mando del Ejército.

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La formación de la Escuadra Chilena Tras la victoria de Chacabuco y antes de la derrota en Cancha Rayada, el gobierno chileno había iniciado la formación de su escuadra. San Martín expuso sus planes en diciembre de 1817, en carta al director supremo Juan Martín de Pueyrredón, señalando que era necesario incorporar buques y armamento naval, convencido de que sólo el dominio del mar y la proyección de fuerzas desde allí harían posible el éxito militar sobre la capital del virreinato del Perú. La estrategia libertadora de San Martín exigía el dominio del Pacifico para transportar con seguridad la fuerza expedicionaria invasora; privilegiaba esa vía por la imposibilidad práctica de desplazar ejércitos por tierra para llegar al Perú. Por ello junto al general O´Higgins, ahora director supremo de Chile, se enviaron comisionados al exterior para adquirir armamentos navales en Estados Unidos y Gran Bretaña. Compraron las fragatas “Horacio y Curazio” y el navío de la compañía de los Indias “Cumberland”, rebautizado “San Martín”. Asimismo, el 28 de noviembre de 1818 había llegado a Valparaíso, precedido por su fama en las guerras navales contra Napoleón, el


almirante inglés Lord Thomas Alexander Cochrane, contratado para enrolarse en la causa de la emancipación sudamericana. Junto con él vinieron capitanes ingleses como Wilkinson, Guise, O’Brien y Forster, para comandar los buques de la escuadra chilena que ya se mecían en el puerto. Cochrane inició inmediatamente una campaña por el Pacífico poniendo en jaque a la escuadra española de la Mar del Sur, con base en El Callao. Su primera presa fue el 24 de marzo de 1819: la goleta “Moctezuma”. El almirante obligaba a la flota realista a refugiarse bajo los cañones de la Fortaleza del Real Felipe. La alarma se dispuso en toda la costa peruana desde Guayaquil hasta Arica. Para principios de 1820 caían los fuertes españoles del Sur de Chile en Valdivia, desmoronando la resistencia realista en la región.

La acción anfibia El Ejército Libertador Argentino-Chileno, con unos 4.500 hombres con 12 piezas de artillería y caballos, se reunió en Valparaíso para embarcarse en las naves del almirante Cochrane entre el 19 y 20 de agosto de 1820. La escuadra se componía de 36 unidades entre barcos de guerra y transportes. Las tropas llegaban desde el campamento de Quillota al puerto en carretas atestadas de armas, equipos y provisiones. Los encargados de la distribución deambulaban entre pilas de fardos y se embarcaban pertrechos y municiones, alimentos, caballadas y cañones. Entre todos ellos andaba fray Luis Beltrán, enérgico y gesticulante como siempre, metido en su uniforme de capitán de artillería de los Andes. El 20 de agosto inició la salida de Valparaíso la fragata “O´Higgins” al mando del capitán Crosby (y donde iba el almirante Cochrane); la fragata “Lautaro” con el capitán Guise; la fragata “Independencia” con el capitán Forster; los bergantines “Galvarino”, “Araucano” y “Pueyrredon”; el navío “San Martín” con el capitán Wilkinson (donde iba el Libertador) y la goleta “Moctezuma”. Los transportes armados eran el “Mackenna”, “Potrillo”, “Santa Rosa”, “Delano”, “Jerezana”, “Perla”, “Águila”, “Peruana”, “Emperadora”, “Dolores”, “Consecuencia” y “Gaditana”. Junto a estas unidades marchaban once cañoneras y la gloriosa fragata “La Argentina”, al mando del teniente coronel de Marina Hipólito Bouchard, que transportaba a los Granaderos a Caballo y a la escolta personal de San Martín. Se desplazaba a bordo de la soberbia flota el Ejército Unido Libertador del Perú; 4.000 hombres organizados en dos divisiones, que enfrentaría a una fuerza realista de unos 20.000 soldados. La División Argentina estaba formada por los batallones de Infantería número 7, 8 y 11 de los Andes; un batallón de Artillería, el Regimiento de Granaderos a Caballo y el de Cazadores a Caballo, con un total de 2.300 hombres. La División Chilena marchaba con los batallones de Infantería número 2, 4 y 5; los cuadros (oficiales y suboficiales) del Batallón de infantería N°6 y del Regimiento de Dragones Nº2 y un batallón de Artillería. En total formaban unos 1.890. Llevaban 35 piezas de artillería de distintos calibres y armas para 15.000 hombres más.

Antes de la zarpada San Martín pasó revista a los buques, las naves de blancos velámenes y relucientes cascos recién pintados contrastaban majestuosamente con los batallones formados en las cubiertas y engalanados con sus propias banderas. Como comandante de la expedición lo acompañaban los generales José Antonio Álvarez de Arenales, Toribio de Luzuriaga, Juan Gregorio de Las Heras, y los secretarios de guerra Bernardo Monteagudo y Juan García del Río. Al partir dijo el director supremo de Chile, Bernardo O´Higgins: “De estas cuatro tablas depende la suerte de la América”. Zarparon surcando las olas del Pacífico con rumbo Norte. A la cabeza iba el almirante Cochrane que enarbolaba su enseña en la “O’Higgins”, seguido por los otros buques en formación. Cerrando la marcha iba el navío “San Martín”, el más poderoso de la flota. La escuadra tenía un código de señales confeccionado por el mismo San Martín, que seguía los estilos ingleses de la época: de día las señales eran con banderas y gallardetes, de noche con faroles y cohetes, y en neblina con tiros de fusil y de cañón. El 8 de septiembre de 1820, la expedición desembarcó en la playa arenosa de la bahía de Paracas, 260 kilómetros al sur de Lima y a diez kilómetros de la villa de Pisco. Desde las playas las tropas dirigidas por Las Heras llegaron hasta el pueblo, ya abandonado por el enemigo y esa misma tarde lo hizo San Martín, estableciéndose en una casa muy próxima a la Plaza Mayor. Por la noche, mediante la imprenta portátil que llevaba el ejército, lanzó su primera proclama en territorio peruano. La escuadra patriota no se quedó inactiva. El 20 de octubre cañoneó la Fortaleza de El Callao mostrando su poderío. El 5 de noviembre Cochrane capturó en la bahía a la fragata “Esmeralda” y a dos cañoneras de la guardia del puerto. La superioridad criolla en el Pacifico estaba decidida. El dominio de los mares pertenecía desde ahora a los revolucionarios. Poco tiempo después se entregaban en Guayaquil a los patriotas ecuatorianos las últimas dos naves hábiles de la Real Armada Española en el Sur, las fragatas “Prueba” y “Venganza”. La escuadra zarpó de Paracas y se dirigió a desembarcar la totalidad del Ejército Libertador en el puerto de Huacho, en el Valle de Huaura, unos 50 km al norte de Lima, el 10 de noviembre de 1820. El transporte por mar del Ejercito Argentino-Chileno al Perú llevó las armas patriotas al corazón mismo del poderío español en América y las acciones navales anteriores y posteriores hicieron prácticamente imposible el refuerzo por mar de los realistas, con lo que se aseguró el triunfo de la Independencia. No pasaría un año para que la capital virreinal cayera pacíficamente en manos del Libertador San Martín. Desde el 28 de julio de 1821, en la Plaza de Armas frente al antiguo Palacio de los Virreyes se pudo leer: “Desde este momento el Perú es Libre e Independiente, por la voluntad general de los Pueblos y por la Justicia de su causa, que Dios defiende”.

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tiro de camara

Determinación Adiestramiento. Lucha contra incendios. Un grupo de hombres provistos con equipos especiales atraviesa la densa cortina de humo e ingresa al simulador de un puente de Comando que testimonia un pasado reciente de llamas, abdicadas ante el poder del agua. Fue durante un simulacro en la Base Naval de Puerto Belgrano en mayo de 2012. El fotógrafo Sebastián Lobos, posado sobre la acción, equilibró la velocidad de obturación de su cámara Nikon D-80 en 1/1600s, con una apertura de diafragma de f2.8, ideal para obtener un excelente nivel de exposición. El recorrido del lente posado en una distancia focal de 17mm otorgó el encuadre exacto para lograr esta imagen.

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