Catálogo Madrid Hacia 1990. Florian Bolk

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Florian Bolk

Florian Bolk

utopia parkway

Madrid hacia 1990

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Utopia Parkway GalerĂ­a de Arte





Florian Bolk


texto Enrique Andrés Ruiz diseño Leticia Zarza

UTOPIA PARKWAY ga ler í a de a rte Reina 11. 28004 Madrid Tel/Fax 91 532 88 44 info@galeriautopiaparkway.com www.galeriautopiaparkway.com Horario de galería:

Martes a viernes, 12 a 14 y 17 a 20:30 hs. Sábados, 11 a 14 hs.


Florian Bolk Madrid hacia 1990 16/06 - 22/07

madrid U T O P I A P A R K WAY 2017


Tejado GalerĂ?as Preciados.


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LAS VOCES DEL CONTRALUZ / Enrique Andrés Ruiz no habían sido resultado más o menos aleatorio (aunque también) del trabajo de fotógrafos de periódico, o publicitarios, sino que tenían autor, y que a esos autores no se les había escapado la cortina aquella o el filtro que el aire de Madrid ponía en las mañanas soleadas de invierno entre nosotros y la realidad del mundo; al contrario, era justamente eso lo que habían querido y logrado atrapar con sus cámaras. Y así fue inventado, por decirlo de algún modo, un particular Madrid que era y no era el real, más verdadero que el real muchas veces, más real que el real, porque, como decían los escolásticos, individuum est ineffabile, es decir, porque lo real, la concreta y única e inmediata entidad de lo real, se hace inaprensible a nuestras palabras y a nuestras imágenes, cuyo éxito consiste en fabricar representaciones, o sea, sustitutos de esa verdad individual y huidiza de la vida. De manera que Madrid, como el París de Brassaï o de Doisneau, como la Barcelona de Colom o Masats, el Nueva York de Stieglitz o de Weegee

Era, en particular, una especie de bruma –una bruma o espolvoreado de gris luminoso en el aire frío– lo que daba a las imágenes de Madrid su cualidad inconfundible. Y nunca supe si esto lo había visto alguna vez de verdad o si fueron las propias fotografías las que habían puesto a disposición de la memoria, dada su tendencia apócrifa, una auténtica invención, junto a la presunción, además, de que algo anterior a las imágenes –la realidad– ya había desaparecido, algo que nunca estuve lo que se dice seguro de haber conocido alguna vez. Así que no sé qué fue antes, si la gasa de niebla al contraluz de las mañanas madrileñas de sol y frío, o la contemplación de su huella impresa en un cendal de grises, en un hacha de claridad que las calles estrechas del centro de la ciudad dejaban descender malamente hasta el suelo entre altos acantilados de portales, traseras de garajes y balcones cerrados hacía mucho tiempo. Y todavía fue mucho después cuando supe que muchas de esas fotos,

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y de tantos otros, tiene una entidad imaginaria que nos consuela de aquella inefabilidad o invisibilidad que hace inatacable a lo real verdadero, y que, además, no es una, sino muchas, tantas como miradas. Como si la última verdad de sus respectivas realidades, no fuera, en efecto, aprehensible sino que estuviera más bien determinada por una especie de partición originaria, del tipo de la expuesta por Jean-Luc Nancy en sus libros La partición de las voces o La partición de las artes. Para mí, desde luego, esa entidad imaginaria o imaginística de Madrid es inseparable del contraluz soleado de su bruma de invierno. Pero esa tela de luz puede ser vista, dicha, de muchas maneras. Es la que adensa levemente el aire del Retiro mientras dura el paseo de Pío Baroja entre las largas sombras de la mañana pura, en las fotos de Alfonso. El que atempera la cascada de luz que se derrama sobre la Gran Vía en las fotos que CatalàRoca hizo para acompañar al texto de Juan Antonio Cabezas en una Guía de Madrid de 1954 (que junto a sus fotos de Barcelona vimos en la estupenda exposición del Museo Reina

Sofía hace unos años). El que captó Cas Oorthuys por las mismas fechas y en los mismos lugares, la Gran Vía, el Rastro, la Ciudad Universitaria, con la misma cámara (Rolleiflex) para uno de los libros sobre ciudades de Contact, en un mayo madrileño de frescas mañanas, según vimos en 2006 en la Fundación Carlos de Amberes. Y el último episodio, la última partición de las voces del contraluz de Madrid, es el que veo en las fotos que hizo mientras residió aquí en la primera mitad de los años noventa –disfrazado de fotógrafo de los cincuenta– el fotógrafo alemán Florian Bolk. Berlinés de 1967, Florian Bolk tomó, como se decía en las viejas asociaciones fotográficas, imágenes del aire de Madrid –todas en blanco y negro, como sus predecesores en el tañido de esta cuerda– mientras una luz arropada de polvo y bruma descendía por el hueco de las callejas que cruzan la Gran Vía, encajonada entre los farallones de los edificios. Apenas si consigue tocar el suelo algunas veces, esa luz. Otras, la anchura de la Ciudad Universitaria deja que la suave ceniza se expanda en el espacio

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luminoso. Otras, viejas tiendas y nuevos centros comerciales recogen entre sus cristaleras la caída de esa pulverizada niebla que hace de criba del sol. Pero Florian Bolk no siempre ha tocado la melodía de sus fotos en este teclado, no es este su único disfraz, la única partición de su arte; de hecho, sus estupendas fotos de Berlín –“Where is Bolk?”, expuestas en 2007: esclarecedor título, por cierto, para las obras de quien se plantea su identidad de artista y su difícil unicidad– consistían en imágenes en color de una derrochadora brillantez, espectaculares y coloristas; y las anteriores –“Berlín, 1999”– aún retenían la estela de una capital demediada, que comenzaba a levantar su nuevo perfil conciliado a través de espacios vacíos, retratos y efigies ya abandonados, rastros de ceremonias… Las ciudades, pues, como los rostros, como las cosas, son cantadas por una partición de voces que de continuo nos hurta una verdad única, una realidad privilegiada entre las otras, una identidad. Pero, además, sólo con detenernos ante las fotos madrileñas de Florian Bolk y pensar en los ecos

que despiertan de otros fotógrafos que pasaron por los mismos lugares, veremos que ni siquiera la suya sobre Madrid es –solamente– una mirada entre las otras, de los otros, sino una entre las suyas mismas, una entre muchas, partida de principio, en la inasibilidad de su condición personal, y en la de la realidad que se escapa. Madrid, mayo de 2017

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Retiro, Palacio de Cristal.


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Huevero, Calle Castellรณ.


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Botones, Hotel Wellington, Calle Velazquez.


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Cine Capitol, Calle Tudescos.


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Tejado, GalerĂ?as Preciados.


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Cafe Gijon, Camarero.


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Plaza de Callao.


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Peluqueriรก Moderna, Calle de Alcalรก.


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Interior del Café del Círculo de Bellas Artes.


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Plaza de EspaĂąa, Calle Manzana.


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Edificio Telefรณnica, Calle Valverde.


33


Plaza Mayor, Camareros.


35


Plaza de Callao, Calle Jacometrezo.


37


Sepu, Calle Barco.


39


Rastro, Calle Arganzuela.


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Gran Viรก, Hombre leyendo.


43


CĂ­rculo de Bellas Artes, Calle MarquĂŠs de Valdeiglesias.


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Rastro, Plaza Vara de Rey.


47


Edificio Telefรณnica, Gran Viรก.


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Puerta del Sol, Parada de autobĂşs.


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Callao, Calle Jacometrezo.


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Calle Cava Baja.


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Florian Bolk Berlín, 1967

exposiciones individuales 2017 Madrid hacia 1990, Galería Utopia Parkway (Madrid). 2007 Where is Bolk?, Galería Utopia Parkway (Madrid). 2004 Wo ist Bolk?, Galerie Allwardt (BerlÍn). 1999 Berlin Mutante, Galería Utopia Parkway (Madrid).

exposiciones colectivas 2004 Contemporáneos, Galería Utopia Parkway (Madrid). 2002 El otro que siempre va conmigo, Galería Utopia Parkway (Madrid). 2001 Autorretratos, Galería Utopia Parkway (Madrid). 2000 Berlin: 10 Jahre Transformation und Modernisierung, Postbahnhof (BerlÍn). 1999 Berlin im Wandel, Galeria Photo & Co (Torino). 1996 Joselito, Galería Utopia Parkway (Madrid). 1992 Viajeros y Estables, Galería El Madroño y el oso (Madrid).

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Plaza de EspaĂąa.


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este catálogo de fotografías de Florian Bolk se terminó de encuadernar e imprimir en madrid en mayo de 2017 en el séptimo aniversario de Ricardo Navarro (Madrid 1950.2010)



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