Tradicionalmente el mercado del videojuego solo tiene un pico. Comienza en octubre y acaba en diciembre. La campaña navideña es vital para una industria que todavía sigue en términos de comercialización fuertemente ligada al mundo de los juguetes. Después de eso, los lanzamientos de peso los contamos con cuentagotas. Ni que decir tiene los meses de verano, terreno propicio para que los juegos basados en los “éxitos” cinematográficos del momento hagan su agosto sean meses parcos de calidad y cantidad. Algo así como lo que ocurre en enero. Pero este primer semestre a punto de concluir ha sido en términos generales, pobre. Un desierto que dura ya más de 150 días en los que los títulos de calidad, los AAA con los que todos babeamos y no nos cansamos de comentar y debatir, no aparecen.