La princesa el dragon y la perla

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I

l reino de Polgar se encontraba a cuatro vuelos y medio de golondrina de la costa norte. De todos los reinos del viejo continente, Polgar era el más antiguo. Su historia se remontaba a los primeros hombres que pisaron la hierba del continente hacía más de ochocientos cincuenta y siete años. Pero los siglos y milenios habían pasado, y las guerras y enfermedades habían causado estragos en el reino y su antigua gloria y poder era sólo algo que se recordaba en las canciones de los trovadores. Todo estaba a punto de cambiar, porque la princesa del reino se iba a casar con el joven heredero de la dinastía de los Nauhira. Se conocían desde la infancia. La princesa todavía sonreía feliz cuando recordaba cómo jugaban en los estanques con los cisnes, o cómo le hacía cosquillas para robarle un beso. No fue amor a primera vista, si no de ésos que se van forjando con el paso de los años. Amor de verdad. Los dos se habían estado ayudando en los malos momentos del otro, y al cumplir los veintitrés, fue la princesa la que tuvo el valor para decírselo. El resultado, hoy, dos meses después, era el día de su unión. La princesa se despertó acurrucada entre las suaves sábanas. Al momento las cortinas de satén se abrieron y sus doncellas entraron. La sacaron de la cama y le prepararon la bañera, le peinaron la melena negra como la obsidiana e igual de brillante, enjabonaron y llenaron de perfumes su piel blanca como el talco y le maquillaron el rostro. No necesitó mucho de eso último para resaltar su belleza, tan solo, una fina sombra de ojos verde y unos labios como rubíes. A continuación, trajeron su vestido de novia que antes había llevado su madre y su abuela. Y había alguien. Pensar en ella le removía las entrañas. ¡No! No iba a pensar en ella. Hoy no. Hoy era el mejor día de su vida.


n menos de un minuto fue vestida y preparada. Dieron los Ăşltimos retoques al vestido delante del inmenso espejo que habĂ­a en la habitaciĂłn. staba lista.


us doncellas abrieron las puertas y salieron a un largo pasillo. Caminaron por él. La princesa en cabeza con un suave velo tapándole el rostro y tres de sus doncellas llevando su vestido. A cada lado del pasillo los invitados de los diferentes ducados y reinos la felicitaban y la vitoreaban y aplaudían por su gran vestido y belleza. Bajo las escaleras, el salón principal, era tan grande que se podría haber construido una casa en el centro de la estancia. Había columnas por todas partes que sostenían los techos en el que se veía reflejado escenas de viejas leyendas. Se había improvisado un pequeño altar justo delante de unas descomunales vidrieras de cientos de colores. En el altar la esperaban el clérigo superior y su futuro esposo. Este le sonreía, ataviado con una armadura de gala ribeteada con joyas y deslumbrante color que brillaba a la luz de las velas. Ella le devolvió la sonrisa y subió tres de los escalones y se quedando a la altura de los otros dos. El silencio se extendió por toda la sala y una vez que se aseguró de que nadie le interrumpiría, el párroco se decidió a comenzar la ceremonia. Pero las velas del altar se apagaron en un solo instante y una bruma fría y espesa recorrió la estancia entrando por todos y cada uno de los cuerpos de los invitados, helándoles la sangre y poniéndoles la piel de gallina. Los susurros de las personas se volvieron en murmullos y los murmullos en voces y las voces pasaron a gritos de terror. Los gritos cesaron con la llegada de un relámpago. La princesa quedó cegada por tal resplandor y cuando pudo por fin abrir los ojos, vio a una mujer, una mujer fea, vieja, arrugada, delgada y demacrada de piel cetrina y seca. Su pelo parecía paja seca y amarillenta, de nariz ganchuda y una sonrisa macabra de labios finos y arrugados, su ojo derecho era dorado y el izquierdo azul, estaban posados y clavados en ella. Poco a poco fue abriendo su larga boca mostrando sus pocos y ennegrecidos dientes carcomidos por las caries y los años, en una sonrisa todavía más perturbadora. –Enhorabuena a los novios. –Su voz sonaba sorprendentemente joven y fuerte para la cantidad de años que aparentaba. _ Veo que habéis celebrado un gran espectáculo. Tenéis un vestido precioso, joven princesa. La princesa no pudo evitar sentir un nudo en la garganta. Su prometido la apartó, desenfundando su espada. –¡Atrás bruja! –Gritó el joven, mientras la guardia real se habría paso entre los invitados. –Tranquilo, su majestad, solo he venido a entregaros mis respetos. –La bruja volvió a sonreír.– y mi regalo de bodas. Levantó su mano derecha hacía el joven prometido, y mientras recitaba una serie de hechizos y conjuros, mientras repetía con su mano un movimiento como si tratase de coger algo con ella, algo invisible.


de repente, el prometido se estremeció como si fuese a vomitar. De su boca emergió un tentáculo de humo que zigzagueando al ritmo del movimiento de la mano de la bruja iba saliendo. La princesa enmudeció. Poco a poco ese humo se fue reduciendo, compactándose hasta convertirse en una perla, una perla gris y brillante. La bruja paró en cuanto la perla terminó de formarse. El prometido cayó al suelo. –Observa princesa. Esta es la perla de tu bello prometido, aquí dentro se encuentra su alma. -En menos de un parpadeo la perla desapareció.– Venid a por ella antes de que este ciclo termine o vuestro futuro esposo morirá. La bruja rio con una carcajada estrepitosa y terrorífica y nuevamente en un parpadeo desapareció, llevándose la perla y dejando solo como fantasma de su presencia el eco de su risa. La princesa notó como las rodillas le temblaban, finalmente se dejó caer al lado de su amado, mientras la guardia real los rodeaba.

Poco a poco ese humo se fue reduciendo, compactándose hasta convertirse en una perla, una perla gris y brillante.


II a princesa se disponía a echarse a dormir después de aquel largo, casi interminable día. Sus secretarios le recomendaron que descansase. Habían enviado a miembros de la guardia real en la búsqueda y ella había seleccionado personalmente un grupo de hombres de su guardia personal, para buscar la perla por su cuenta. Sir Errol era un joven noble de la misma edad que la princesa y siempre había perseguido e intentado conseguir la atención de la joven, pero ella nunca se la prestó. –No os preocupéis mi doncella. –Sir Errol siempre la llamaba así. – Yo os traeré de vuelta a vuestro amado. Pero aquello no la tranquilizaba lo más mínimo. Finalmente, tras dar vueltas y vueltas y probar todas las posibles posiciones, logro conciliar el sueño. Y soñó.



e encontraba sola en la noche, en lo más profundo de un bosque. Empezó a caminar y notó como todo su cuerpo empezaba a pesar, y cada paso que daba le costaba un poco más. Agachó su mirada y se encontró ataviada en una ceñida armadura de metal grisáceo y empuñando una espada vorpal. Volvió a alzar su mirada y en vez de encontrarse en medio del bosque, se hallaba frente a un bosque de zarzas. –El bosque encantado es el camino más corto. –Dijo una voz. – Está a menos de medio vuelo de golondrina desde el sur. La joven princesa se giró, pero no vio a nadie. –Aquí arriba. La princesa levantó la cabeza y vio posado sobre una rama un gorrión rojo. –Es el camino más corto, ¿a qué? –Curiosamente, la princesa no se sintió extraña al hablarle a un pájaro. Al fin y al cabo solo era un sueño. –A la cueva del dragón, desde luego. –Y, ¿Por qué iba a ir a esa cueva? –La bruja ha ocultado la perla de tu prometido dentro de un huevo de dragón, deberás robarlo para poder recuperar la perla. La princesa no pudo evitar sonreír ante tales noticias. –Gracias. –¡Pero, cuidado!, el bosque sacará tus mayores miedos y deberás enfrentarte a ellos. La princesa despertó a primera hora de mañana, con el cantar de los pájaros. Para su sorpresa recordaba perfectamente el sueño. Y más aún, se acordaba de aquel gorrión. Le resultaba familiar desde el principio, pero no era capaz de rememorar el por qué, hasta que recordó las historias que le contaba su madre antes de morir. En ellas cuando un gorrión salía en los sueños, era una visión premonitoria que profetizaban las acciones del héroe.


ntonces la princesa se dio cuenta de qué era lo que tenía que hacer. Se levantó de la cama. Era la primera hora de la mañana y todavía faltaba mucho para que sus criadas la levantasen. Bajó las escaleras, hacia la cocina y recogió varias provisiones, guardándolas en un macuto de cuero. Después se pasó por la vieja herrería, y tras rebuscar bastante, logró encontrar una cota de malla de su tamaño y una armadura no demasiada pesada y que se ajustase a su menudo cuerpo. Y entre los viejos cacharros oxidados, que alguna vez fueron armaduras brillantes utilizadas por valerosos caballeros, entre esas antiguallas encontró una espada, una espada vorpal. III Sacó del establo a su corcel y en él se dirigió hacia el bosque encantado. El gorrión estaba en lo cierto, en menos de medio vuelo de golondrina llegó hasta el bosque. De repente observó que se encontraba un viejo esqueleto de un soldado enredado entre las enormes zarzas. La princesa se lo quedó mirando durante largo tiempo, mientras escuchaba una campanada que poco a poco se le acercaba. La joven giró su cabeza hacía la izquierda y se topó con un calderero arrastrando su característica carreta llena de objetos, con los que hacer trueque. –Buenos días calderero. –Buenos días bella doncella, –Saludo el viejo gordinflón. – ¿Qué le trae por esta zona? –Pretendo atravesar el bosque. El viejo calderero abrió los ojos como platos, intercambiado miradas entre el esqueleto de las zarzas y la princesa.


–¡Estáis majareta! ¿Queréis estirar la pata? –Es el camino más corto a donde quiero llegar. –Miedo me da preguntar. –Quizá algo en vuestra carreta sirva para ayudarme. La princesa sonrió y el calderero le devolvió la sonrisa. –Veré lo que puedo hacer. Empezó a hurgar en la carretilla. –No tengo mucho que cambiar, y tampoco quiero que sea muy grande. Necesito ir ligera de peso. –Descuidad. –El calderero continuó buscando, hasta encontrar lo que deseaba. – ¿Qué le parece? Se trataba de un colgante, era un cristal, un mineral rosado y lleno de belleza. –Rosamuleto de las tierras baldías de Bepor. Trae buena suerte. Le extendió el amuleto a la joven. Para su sorpresa notó algo extraño al tocarlo. Al principio era frío, pero tras ponérselo al cuello notó como, poco a poco, iba templándose. La princesa se quitó uno de sus anillos y se lo tendió al calderero. –También voy a necesitar yesquero. –Faltaría más. –Fue la respuesta del calderero al ver más que satisfecho que el anillo era de oro puro. Tras entregárselo, el calderero se despidió, continuando su camino, mientras la princesa prendía fuego a las zarzas.

Se trataba de un colgante, era un cristal, un mineral rosado y lleno de belleza.


IV as llamas prendieron con rapidez, alrededor de los espinos resecos. La princesa desenvainó su espada vorpal y se abrió paso, cercenando los restos calcinados de las zarzas. Cuando consiguió cogerle soltura al manejo del arma, las zarzas desaparecieron, y solo quedo oscuridad. Durante unos segundos permaneció quieta con miedo a moverse en la oscuridad, podía tropezar y caerse, pero luego se armó de valor e inconscientemente llevándose la mano derecha al colgante se puso a andar.


aminó durante lo que le parecieron horas y horas, cuando en la distancia escuchó una voz joven y suave. Le llevó un tiempo reconocerla, pero cuanto más clara se hacía, a la princesa no le quedo más que una posibilidad y tembló. –Hola princesa. –La joven se dio la vuelta y tras ella vio a una mujer de unos treinta años, alta y delgada y de increíble belleza, con el vestido blanco de novia que ella misma había llevado al día anterior. La mujer le dedicó una sonrisa, casi tan bella como ella misma. – Cuanto tiempo sin vernos. –No. –La voz de la princesa temblaba al igual que sus piernas. – No, no, no, no, ¡no! Alzó su espada y la blandió contra la mujer que ni se inmutó. –No eres real. Estás muerta. –Querida, ¿cómo podéis decir eso? Si vuestro padre se enterase. –La sonrisa de la mujer seguía ahí, pero ahora parecía diferente, apenas se notaba, pero parecía un poco más macabra. – Esa no es forma de tratar a tú madrastra. –¡No! –Volvió a gritar la joven.– Tú la mataste, mataste a mi madre. –Si tanto te importa, sí. Maté a tu madre y seduje a tu padre, y después de que me coronarse me aseguré de que no se levantase de la cama, por lo que me vi obligada a tomar el mando del reino. –¡No, mientes! ¡Le envenenaste, bruja! Estuviste a punto de terminar con su vida también. –Ya lo creo y de haberlo conseguido ahora el reino sería mío. Pero tú me descubriste. Tú, pequeña mocosa insignificante. Tú fuiste la causante de que me atrapasen, y por tu culpa, fui condenada. Por tu culpa me quemaron en la hoguera.


A cada palabra que decía, la madrastra iba perdiendo poco a poco su sonrisa, convirtiendo su cara en un gesto feo lleno de rabia y resentimiento. –Y ahora pagarás por ello, miserable, por todo lo que me hiciste, por todo lo que me quitaste y por todo lo que podría ser mío. –¡NO! La princesa no lo notó hasta ese momento, pero el colgante que el calderero le había entregado cada vez estaba más y más caliente, al punto que cuando dio este último grito, de no ser por la armadura, le hubiera producido quemaduras en el pecho y tras aullar ese último grito, fue como si el cristal explotase, y todo el calor que emanaba de él se convirtió en luz, una luz que deslumbró por todos los lados he hizo desaparecer a la madrastra para siempre. Y tras el intenso destello, volvió la oscuridad y la princesa se tiró al suelo y se echó a llorar, y no paró hasta quedarse dormida y soñar con sus padres.

Todo el calor que emanaba de él se convirtió en luz.


V –

ened cuidado.

–Ya lo intentamos, S, pero es que pesa. –Pues no parece estar gorda. –Y claramente no lo está, D, es que somos muy pequeños. La princesa, se fue despertando lentamente, mientras escuchaba las voces de unos hombres. Al principio, creía que se trataba de parte del sueño, pero se dio cuenta de que estaba flotando, no, no flotaba. Estaba siendo llevada. Y por tres duendes. –¿Cuánto tiempo vamos a tener que llevarla?, pesa mucho. –Deja de quejarte D. La princesa trató de levantarse, pero uno de los duendes la agarraba de los hombros y se lo impidió. –¡Ey!, S, se ha despertado. Los duendes pararon en ese momento y la posaron lentamente en el suelo. Una de ellos se puso a la altura de la princesa, para mirarla a la cara. –¿Os encontráis bien? -Era como los duendes que su madre le describía, cuando le contaba cuentos. De nariz estrecha y respingona, cejas finas y curvas y unos ojos verdes que la miraban curiosos, además de unas enormes orejas. –Sois duendes. –La voz de la princesa sonaba un poco ronca. –Y vos una mujer, ¿Qué es esto, un concurso de obviedades? La duende hizo un gesto con la mano a sus otros dos compañeros y entre los tres ayudaron a la princesa a levantarse. Al hacerlo, el colgante se deslizó y quedó a la vista de los tres enanos. –¿De dónde habéis sacado esto? –Quiso saber uno de ellos, el que parecía ser el más joven. –Me lo dio un calderero a través de un trueque. –Acto seguido, la cogió y volvió a guardarla. –Lleváis con vos una piedra muy valiosa, joven princesa, y más os vale hacer un buen uso de ella. –¿Cómo sabéis que… –Ningún calderero en su sano juicio entregaría esta piedra a alguien, que no sea un valiente caballero o a una princesa en apuros, y a juzgar por vuestras manos no estáis acostumbrada a portar espadas. –Sois muy sabia. la duende sonrió. –Eso dicen. Me llamo S y estos son D y G. Juntos trabajamos aquí, en las minas. –¿Minas? –Hasta ese momento la princesa no se había percatado, pero as su alrededor, las paredes eran de roca y de ellas salían diamantes y otros minerales en bruto que brillaban a su alrededor y bajaban hasta el abismo del que la princesa y los tres duendes se salvaban de caer, gracias al camino que habían construido, también de roca.


–¿Dónde estoy? –Bajo el bosque encantado, –Dijo secamente el que respondía al nombre de G. – la magia fluye a través de sus raíces y de la tierra y llega hasta aquí, haciendo que sus minerales brillen más y por lo tanto sean más valiosos. Escuchamos un grito y al salir a la superficie os encontramos dormida. –Necesito llegar a la cueva del dragón, ¿podéis llevarme? –Con mucho gusto ayudaremos a una princesa. –Pero S, ¿y mi siesta? –Quiso saber D. –Podrá espera, de ese modo luego solapas la siesta con tus ocho horas de sueño. Y tras esto, los cuatro salieron hacia el exterior. Los caminos eran bajos y estrechos para la princesa, ya que era mucho más alta que ellos y durante la mayor parte del trayecto debió de ir medio agachada. Finalmente, el camino terminó en unas largas, y cómo no, sumamente estrechas escaleras. –Subidlas todo recto y llegaréis a la cueva. ¡Oh, y antes de que se me olvide! Si necesitáis volver a utilizar el cristal, solo pensad en cuál es vuestra búsqueda, por qué habéis emprendido este viaje, a quién pretendéis ayudar. El cristal hará el resto. La princesa les dio las gracias a los tres y se despidió. Subió las escaleras de madera durante largo rato, con la espada atada a la espalda, apoyándose primero en las manos y luego en las piernas. Subió y subió durante largo rato. Y cuando creía que no iba a terminar nunca, se golpeó la cabeza contra el final. Fue un sonido seco, como de madera. La princesa dubitativa, empujó con su mano, hacia el fondo y la puertecita sé abrió, dando paso al sol del mediodía. Salió del agujero al exterior y respiró una larga bocanada de aire. A su espalda quedaba el bosque y delante de ella la cueva del dragón, que se encontraba a escasos metro, pero todavía a más cerca se encontraba la bruja, mirándola frente a frente, con aquella malvada sonrisa. –¡Búuu!


VI speraba una horda de fulgurantes caballeros, ataviados con sus mejores armaduras y brillantes capas para intentar derrotarme. Y en cambio, me traen a una pobre princesita ataviada con una escacharrada armadura y a la que le tiemblan las rodillas solo de verme. ¡Qué decepción! –¿Por qué hacéis esto?

–¿Por qué? –La bruja rió. –¿Desde cuándo las brujas malvadas o las madrastras sin corazón o los bandidos de los cuentos, necesitamos un por qué a nuestros actos? –Esto no es un cuento. –La princesa desenfundó su espada y la bruja volvió a sonreír. –No, no lo es. –Su sonrisa desapareció y su semblante se oscureció. –Y por eso vais a morir. La bruja apuntó con su dedo hacía la princesa y ésta salió volando por los aires hasta chocar contra un árbol. Débilmente, se puso en pie y cogiendo su espada vorpal fue hasta la bruja; pero esta la paró en seco con otro gesto. –Es inútil, No hay rival para mí. Más os vale empezar a rezar todo lo que sepáis. Entonces la princesa cerró los ojos, pero no para rezar. Se concentró todo lo que pudo. Recordó lo que le dijo el enano y se concentró. ¿Por qué había emprendido todo este viaje? ¿Por quién? Para recuperar el alma de su prometido, por él. Poco a poco la piedra se fue calentando y nuevamente un resplandor cegador surgió de su interior. –¿Pero qu… –La bruja no tuvo tiempo de terminar la pregunta tras desaparecer en el haz de luz.



l resplandor se fue disipando y el cristal se enfrió. La princesa miró en todas las direcciones, pero ya no había ni rastro de la bruja, por ningún lado. Por fin se dispuso a entrar dentro de la cueva, cuando un sable apareció de entre las sombras y de las sombras poco a poco fue saliendo un brazo y se fue distinguiendo una silueta que salía de la cueva hasta poder vérsele la cara, una cara que hizo enmudecer a la princesa. –Os dije que no os preocuparais, mi doncella. –Dijo Sir Errol de Rais apuntándole con la espada y con un huevo de dragón en la otra mano. _ Debisteis de haberme hecho caso. VII –Sir Errol, ¿se puede saber qué hacéis? –Yo debería haber sido vuestro prometido. Lo tenía todo planeado. Llevaba años seduciéndoos para que os casaseis con migo, de ese modo yo sería el rey de Polgar y tras un horrible accidente yo enviudaría y, me haría cargo del reino. –Vos contratasteis a la bruja. –Comprendió la princesa –Y luego acordamos fingir que yo la mataba, no sin antes ella destruir el huevo. Me hubiera salido con la mía de no haber sido por ti, mi dulce doncella, ahora tendré que mataros. La princesa se llevó la mano al cinto, pero no estaba la espada. Al lanzarla la bruja por los aires, la había perdido. Sir Errol sonrió. –Deberíais haberos quedado en el castillo. Sir Errol se dispuso a asestarle un corte limpio en la garganta cuando el suelo comenzó a temblar. Sir Errol mantuvo el equilibrio, pero la princesa cayó al suelo. ¿Un terremoto? No, no era un terremoto. Era el rugido de una madre al darse cuenta de que le habían robado su huevo. La dragona salió de la cueva agarrando a Sir Errol, a pesar de sus intentos de zafarse a base de mandobles y tajos en sus garras Todo fue en vano, y la dragona se llevó volando a Sir Errol y la princesa no lo volvió a ver.

La dragona se llevó volando a Sir Errol.


fortunadamente, mientras había intentado espantar a aquel monstruo, Sir Errol había tirado el huevo al suelo. La princesa lo agarró y lo metió en su macuto. Tras bordear todo el bosque encantado, encontró a su caballo, con el que cabalgó de vuelta hasta su castillo y una vez allí, entró a paso firme hasta la habitación, donde habían dejado a su prometido. La princesa rompió el huevo y sacó de su interior la perla y por unos instantes no supo qué hacer, pero afortunadamente, se le iluminó la mente con una idea y la boca con una sonrisa. Acercó el cristal a la perla y recordando el por qué había emprendido todo este viaje y por quién, la perla dejó de ser sólida y empezó a disiparse como un gas y a entrar dentro de la boca de su prometido. Finalmente, la perla desapareció y su prometido abrió los ojos. –Mi princesa. –Dijo con una pequeña sonrisa, de cansancio. –Mi amor. –Dijo ella llena de lágrimas de alegría. Esa misma tarde se celebró la boda. Todos los invitados felicitaron a los recién casados y la princesa y su ahora príncipe les saludaron y agradecieron su presencia. La princesa alzó la mirada y vio en una de las columnas, una figura que también reconocía. –Gracias a ti también. El gorrión se lo agradeció con un silbido y echó a volar, lejos.


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