Lo que el indulto

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26 | REPORTAJE

Domingo 15 de diciembre de 2013 >> REFORMA

LA DETENCIÓN

Hasta ahorita no he pensado nada porque estoy en esta etapa de recuperación de salud y quiero ver cómo va todo, pero tampoco puedo olvidarme de mis hermanos presos, porque también allá aprendí muchas cosas”.

Alberto Patishtán creció en el municipio de El Bosque, enclavado en los Altos de Chiapas. Originario de una localidad en donde incluso las alabanzas en la iglesia hacen referencia a la lucha de las comunidades indígenas por el respeto a sus derechos humanos, Patishtán recuerda que desde niño fue testigo de los abusos de los que era objeto su abuelo, Francisco Mariano, un indígena tzotzil productor de café a quien los intermediarios lo obligaban a vender sus productos a precios raquíticos. Aunque se convirtió en maestro rural con el sueño de acabar con el analfabetismo en su comunidad, nunca imaginó que su profesión lo llevaría a prisión. Patishtán era un líder indígena políticamente muy activo, al ser uno de los pocos habitantes de El Bosque con estudios superiores, la comunidad recurría a él para resolver problemas personales y colectivos. La última acción comunitaria en la que participó, hace casi 14 años, fue la denuncia de diversos actos de corrupción en contra del entonces presidente municipal de El Bosque, el priista Manuel Gómez, quien además era su primo. El 26 de mayo de 2000, tres semanas antes de su detención, entregó al entonces gobernador, Roberto Albores Guillén, una carta en la que lo acusaba de colocar a su familia en puestos de la administración municipal, despedir injustificadamente a empleados del ayuntamiento, desviar recursos públicos e incumplimiento de obras públicas. El 10 de junio del año 2000, el profesor fue detenido por elementos de la Policía Federal cuando se dirigía al albergue escolar “La Corregidora”, del cual era director. Era acusado de participar en una emboscada a una camioneta en la que viajaban ocho policías y el menor de edad Rosemberg Gómez, hijo del presidente municipal Manuel Gómez. A partir de su detención, Patishtán se enfrentó a un proceso penal plagado de irregularidades. La sentencia de 60 años de prisión en su contra se basó en seis pruebas circunstanciales: declaraciones contradictorias, una prueba de radizonato de sodio practicada una semana después de la emboscada y la copia fotostática de la fotografía del profesor entregada por el edil acusado de corrupción. Durante los 13 años que permaneció en diversas prisiones de los estados de Chiapas y Sinaloa –constantemente era trasladado en castigo por las protestas que organizaba para demandar mejores condiciones carcelarias–, Patishtán impugnó

en cuatro ocasiones la sentencia en su contra ante tribunales locales y federales, incluida la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que se negó a analizar el caso. Tras la determinación del máximo tribunal, los recursos para obtener su libertad quedaron agotados. El 31 de octubre pasado, tras una reforma al artículo 97 Bis del Código Penal Federal, le fue otorgado el indulto presidencial, “beneficio” que el profesor se había negado a solicitar por considerar que nada le tenían que perdonar. EL REGRESO A CASA

Son las 20:00 horas del 1o. de diciembre y Alberto Patishtán observa a los vecinos que arreglan el foco de su habitación, el cual se descompuso por más de una década en desuso. Las visitas de los vecinos y conocidos ya se acabaron; comienzan las de los amigos, los íntimos, aquellos que conformaron el Movimiento del Pueblo de El Bosque para demandar su libertad y que lo mantuvieron vivo durante más 13 años. A la sala de su casa llegan personajes como Marcelo Pérez, párroco de Chenalhó. Ahí, ante aquellas caras que el profesor reconoce como amigos entrañables, relata que ésta será la primera vez que dormirá en su habitación: un pequeño cuarto en el que sólo cabe una cama y unos cuantos cuadros en las paredes. Mientras sostiene la cortina amarilla de la puerta de la habitación que sus hijos mantuvieron intacta, Patishtán relata que en su casa parece que el tiempo se detuvo. Los olores, los muebles, la puerta de la entrada y el color de las paredes siguen siendo los mismos de hace una década. Los únicos rasgos que le demuestran que ya pasaron 13 años desde que dejó su comunidad esposado y escoltado por agentes judiciales son las cosas que ya no funcionan, como el foco de su habitación o la radio de la cocina que su yerno, Ricardo, trata de hacer sonar. Con el tono tranquilo que lo caracteriza, cuenta que muchas de las visitas que recibió este día fueron de ahijados, sobrinos y vecinos a los que no reconoció porque eran niños cuando se lo llevaron a prisión. Actualmente ya tienen esposa e hijos. El profesor guarda silencio cuando entra su hija Gabriela con las quesadillas que él y sus invitados cenarán esta noche. Mientras la observa separar la cena en platos desechables, el maestro asegura sentirse afortunado de estar de regreso a casa, pues a diferencia de él, muchos activistas y defensores de derechos humanos no tienen el privilegio de volver al hogar. “LA LUCHA SIGUE”

Un mes después del indulto, sentado en la sala de su casa, Patishtán insiste: a pesar de que ahora está concentrado en librar la batalla por su salud, no abandonará la lucha por la liberación de los indígenas que, como él, fueron encarcelados porque no cuentan con recursos para pagar un abogado o simplemente porque no hablan español. “Hasta ahorita no he pensado nada porque estoy en esta etapa de recuperación de salud y quiero ver cómo va todo, pero tampoco puedo olvidarme de mis hermanos presos, porque también allá aprendí muchas cosas”, señala. Por lo pronto, el 5 de diciembre pasado se reunió con el presidente Enrique Peña Nieto en Palacio Nacional. Durante el encuentro, le solicitó la revisión de cientos de expedientes de indígenas encarcelados a los que se les violentó su derecho al debido proceso. El próximo 30 de diciembre viajará al Distrito Federal para acudir a su cita en el Instituto Nacional de Neurología. Ese día los médicos le informarán si las radiaciones a las que lo sometieron contuvieron el crecimiento del tumor. Después de eso, “Dios dirá”. •


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