La hispaniola

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FLOR PATIÑO DE V.

LA “ HISPANIOLA”

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A Losbelia inspiradora de esta historia

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“El destino está escrito desde antes de nacer”

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La fiesta de cumpleaños llegaba a su apogeo, fuegos artificiales decían al mundo que Isabela cumplía quince años, los muchachos y muchachas bailaban al son de la música de moda que el Dj les colocaba en una hora frenética. La familia había invitado a todos sus conocidos a celebrar, por todo lo alto, los quince años de su niña. Se habían reunido en un restauran ubicado en la avenida principal del sector Bella Vista. Compartieron el hermoso momento de la presentación de la jovencita en sociedad. Luego había comenzado la música, el baile. La gran mayoría de los invitados estaban muy alegres. Bailaban, tomaban y comían en honor de la chica. Haciendo un gran tren de personas recorrieron el local invitando a participar a los demás invitados, que observaban desde la comodidad de las mesas, sonando los pitos y matracas que les habían entregado para la ocasión, el calor hacía correr el sudor a los asistentes del restauran, elegido para la celebración a la orilla de la playa Bella Vista. Isabela, luego del ajetreado baile, descansaba con algunos amigos y amigas en el segundo piso del local, cerca del balcón con vista al mar, por donde llegaba la brisa marina refrescando un poco el ambiente, acalorados por la danza, se asomaron a mirar hacia el profundo y oscuro mar, la jovencita le propuso a los compañeros salir a tomar el aire. Había un camino de velas encendidas hecho en la arena de la playa, una especie de entrada al local con el mar de fondo, el cual había recorrido durante su desfile con el grupo de samba a la fiesta, había disfrutado muchísimo, sobre todo cuando compartieron el jolgorio de la “hora loca” del baile frenético a la medianoche. Pero, ahora se sentía fatigada y con mucho calor; en compañía del grupo de compañeros de clase presentes en el acto, jubilosos y ruidoso, como es la juventud, acordaron ir hasta la ensenada en la punta de la playa, donde soplaba la brisa marina. Al llegar cerca del agua, corrieron para no mojarse los pies con las olas, riendo y jugando, unos con otros, cuando, Daniel, que se había quedado atrás, se fijó en el extraño barco que anclaba en la oscura bahía a esa hora de la madrugada, no había luna, sólo los luceros titilaban allá lejos. Pensó que era una gran embarcación, tipo pirata, de algún extranjero quizás, que llegaba a esa hora a Porlamar, un sitio turístico de la isla Margarita, en el

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Caribe venezolano. ¡Guao! ¡Qué increíble barco!, quizás en la mañana le permitieran subir a visitarlo. Miró hacia los demás compañeros para decirles que observaran la nave pero ‘estos corrían alejándose hacia los manglares de la ensenada. Volvió a mirar al galeón pero, ya no estaba donde lo había visto, perplejo, sin saber que estaba pasando, buscó y buscó en el horizonte sin encontrarlo, no, no podía ser que lo poquito que había bebido le estuviera afectando los sentidos, lo vio ahí, no era su imaginación, así que salió disparado en pos de los compañeros que casi llegaban a un lugar oscuro y solitario de la solitaria bahía. -¡Ey! ¡Espérenme!!- gritó a los que iban adelante. Cuando llegó cerca del grupo, todo agitado y cansado de correr para alcanzarlos, les interrogó: -¿Vieron el extraño barco que acaba de entrar a la bahía?- dijo todavía sorprendido, lanzando la mirada hacia el lugar donde lo había visto. Los demás hicieron señas que no, no, no lo habían visto, sólo le jugaron algunas bromas: -¿Qué barco?, AH! ¡A ti como que te está haciendo efecto el licor!- rieron a coro todos. -En serio chamo, lo acabo de ver! ¡Estaba justo allí! cerca de aquella ensenada- dijo señalando el lugar- un barco como antiguo, de esos de piratas!- relató al incrédulo auditorio- como el de la película que vimos ayer!concluyó. -¿Cuál barco, chamo?, ¡Jajaja¡. ¡Tú ya estás alucinando!- le dijo Jorge, un adolescente espigado con el pelo alborotado por el viento. Se habían alejado mucho de la fiesta, ya no se escuchaba el ruido ni la música de la miniteca que tocaba en el local. Sopló una brisa suave que trajo el eco de un murmullo, la joven Isabela lo escuchó, una mujer estaba cantando, pero, los demás ni cuenta se habían dado ya que seguían haciéndole bromas a Daniel por el barco fantasma, que acababa de ver. -¡Silencio! Escuchen!- gritó a los demás para que callaran, alguien cantaba detrás de las dunas de arena, ubicada delante del camino que seguían. -Otra que se asustó,¡ ja ja ja!- dijo Juan- ¡mira que escuchando voces de fantasmas..! - pero su expresión cambió al ver las caras asustadas de los

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demás amigos que no les parecieron graciosas las palabras, pues el canto llegó muy claro a sus oídos y demás sentidos poniéndolos en alerta. -¿Están escuchando lo que Yo oigo?- preguntó la quinceañera. Todos asintieron con la cabeza. -¡Que Yo sepa, por ahí no vive nadie!- susurró con voz asustada Jenny,mejor volvemos a la fiesta, estamos muy lejos!- apremió a los demás. Los jóvenes se vieron a la cara unos a otros- ¿Quién va a estar cantando entre ese monte?- gimió la muchacha cada vez más asustada. Kelly, otra de las chicas del grupo, asomó un comentario del cual había oído hablar en su familia: - Mi abuela dice que por aquí se oye cantar a una mujer del tiempo de los españoles y no es nadie!- aseguró nerviosa- ella la ha oído y también la ha visto - comentó muy nerviosa. La audiencia comenzó a sentir como se les iba erizando la piel y a tener una extraña sensación de no querer moverse ni volverse a ver alrededor. La muchacha continuó diciendo: -¡Mejor nos vamos para la fiesta!- les pidió quedándose parada sin querer avanzar hacia la voz que escuchaba. Mientras, la canción, interpretada por una voz femenina se escuchaba más cerca, más cerca cada vez, con voz dulce y encantadora. Isabela, se sintió fascinada con lo que escuchaba, como si la llamaran empezó a seguir hacia el lugar, mientras las otras muchachas la veían atónitas: -¡Isabela, Isabela! ¿Para dónde vas?- la llamaron. La joven siguió caminando como si estuviera en un trance, sin volver la cabeza siguió adelante. -¡Isabela, Isabela!, ¡ven, no vayas para allá!- le gritaron los muchachos, más ella continuó caminando, subiendo a un borde de arena, siguiendo la melodía. Los adolescentes del grupo, más osados, aparentando valentía les dijeron a las chicas: _ ¡Vamos a traerla! ¡Quédense aquí mientras la buscamos!-. Se subieron al terraplén de arena, en pos de Isabela y, la vieron junto a una mujer que

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cantaba sentada en un taburete, una joven con el pelo negro rizado, usando una gran peineta que sostenía una mantilla de encaje tejido, vestida con un traje largo oscuro, de épocas pretéritas, pero, la imagen sólo duró unos segundos, explotó en mil luces de colores desapareciendo ante sus ojos, la voz se expandió por todo el espacio haciéndolos temblar, cayendo Isabela sin sentido en la arena. Los adolescentes asustados corrieron por la senda de arena, hasta donde esperaban las amigas, dejando a la joven tirada en el sitio: -¡Corraaan! ¡Corran que nos va a llevar!!- aterrorizando aún más a las jovencitas que chillando, no esperaron por otra palabra de los muchachos. Cayendo y levantándose varias veces, los jóvenes tomaron rumbo al lugar de la fiesta para pedir ayuda. Mientras, Isabela recobró el sentido sin saber dónde se encontraba, se preguntó íntimamente que hacía acostada en la arena de la playa con su traje largo nuevo y sus sandalias de tacón, levantó la vista y observó a la mujer sentada en el taburete. Recobró la conciencia de lo que estaba pasando. Un gran escalofrío le recorrió el cuerpo. Qué estaba haciendo ahí? La mujer fantasmal se dirigió a ella: -¡Tengo días esperando que alguien me lleve hasta Nueva Cádiz de Cubagua…! ¡Estoy sola en este paraje solitario…Tú me llevarás?-le dijo con tristeza. Isabela, paralizada por el miedo no la interrumpió y ésta siguió su conversación…

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Capítulo I La Historia En el año de 1561, transcurridos 77 años desde el avistamiento de las Antillas caribeñas por el Almirante Cristóbal Colón, las islas mostraban una gran actividad comercial, entre la lejana Europa y la joven América, algunas habían sido pobladas y sus rancherías daban vestigio de pequeños villorrios con categoría de ciudad. Cubagua, Margarita y Coche, ínsulas cercanas a la costa caribeña de tierra firme, de lo que con el tiempo sería Venezuela, eran las más visitadas por los buscadores de fortuna españoles que se lanzaban en campañas a cruzar la mitad del mundo para hacerse de tierras, metales preciosos, esclavos y así llevar ante la corona española lo suficiente para ser considerado a un título nobiliario y mucho prestigio. Los europeos, venidos en oleadas a las nuevas tierras, se habían arranchado, especialmente, en Nueva Cádiz de Cubagua, una isla pelada, sin agua pero, con tres cosas que atraían a los aventureros: perlas, sal y esclavos. Los habitantes de Cubagua laboraban afanosamente en este islote de sol y sal para hacerse de riqueza fácil, sin ningún esfuerzo, porque el trabajo era algo que ejecutaban los esclavos, primero indígenas y luego los negros traídos de África. Las damas de las Cortes europeas lucían en sus cuellos las inapreciables esferas de nácar extraídas de sus aguas, a costa de la vida de los autóctonos pobladores del territorio quienes fueron sometidos al vasallaje y la explotación sin derechos de ningún tipo. Pero en el reino sólo se veía el lujo de poseer estas gemas como símbolo de poder y riqueza.

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Así fue creciendo la fama de la isla de Cubagua, la cual, según Gonzalo Fernández de Oviedo, cronista de Indias, estableció la data de fundación de Cubagua en 1.517 bajo la protección de la fortaleza construida en Cumaná, la aldea de Cubagua comenzó a tener auge extraordinario por la explotación de las perlas. El 13 de septiembre de 1.528 se le otorgó al poblado rango de ciudad. Pero ya en 1.532 los lechos perlíferos comenzaron a mostrar signos de agotamiento. Muy lentamente había comenzado a despoblarse Nueva Cádiz de Cubagua, sus habitantes comenzaron a emigrar hacia Cabo de la Vela, donde había aparecido la fiebre de las perlas, sin embargo aún permanecían poquísimos lugareños defendiendo su patrimonio. Entre ellos se destacaba el Sr Santiago de Montserrat, aventurero, curtido en la trata y comercio de perlas, que había venido desde la vieja Europa en 1.536 acompañando a su padre con apenas cinco años de edad, dueño de trenes y pesquerías en dicha isla, a pesar de las muestras de agotamiento de las ostras en el lecho marino, continuó extrayendo con sus indígenas y esclavos las perlas, para dar un mejor linaje y herencia a la familia que formaría con su prometida Isabel de Soto, que se encontraba en camino desde Santo Domingo. Más, el Caribe estaba plagado de corsarios y piratas, que en muchas ocasiones arrasaron villas y poblados, no dejando nada a sus pobladores, que debían huir hacia las montañas para salvar sus vidas. Durante el año 1555, dos armadas francesas entraron, robaron y quemaron la iglesia de la villa del Espíritu Santo, en isla Margarita, llevándose las campanas y ornamentos; luego otra armada llegó al puerto y aún cuando los vecinos se defendieron, muchos murieron o quedaron heridos, pero lograron echar a los filibusteros y sus navíos. Ahora, afrontaban un peligro mucho mayor, pues, precedido de una terrible fama de sanguinario y bárbaro, los pobladores de Cubagua y Margarita se preparaban para el arribo de Pedro de Aguirre, también conocido como “El Peregrino” o “El Loco”. Corría la noticia que tomaría la isla, controlaría con medidas de terror todo, entraría a sangre y fuego matando a más pobladores, los pueblos cercanos también serían borrados del mapa. Además de Aguirre, para consternación de los habitantes de las islas se acercaba un gran huracán, pues era temporada de hacer su aparición éstos en el Mar Caribe.

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Para los escasos pobladores del terruño insular, cubagüense y margariteño, teniendo en cuenta la herencia moruna, no había dudas, una mala premonición rondaba en el aire. Había llegado la hora del destino.

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Capítulo II La Tormenta

La tormenta comenzaba su ronda de colores, levantando las hojas y pedazos de palmas de la orilla de la playa. Grandes nubarrones grises y negros, oscurecían el cielo insular. Los habitantes de la isla Margarita corrían recogiendo sus pocos enseres que el vendaval arrastraba hacia las montañas. El huracán se acercaba con el lamento del viento, derribando árboles, bohíos y rancherías en tierra, por lo cual las embarcaciones en el mar tuvieron que acelerar su rumbo al puerto más cercano. El viento tormentoso, rompió las velas de la nave que transitaba de La Española hacia Nueva Cádiz de Cubagua. El capitán del galeón tomó la decisión de anclar para que así los pasajeros pudieran protegerse en tierra firme Fondeado en la bahía, con el mar agitado, escorando el galeón peligrosamente de un lado a otro, bajaron distintas personas venidas de las islas recién descubiertas que se encontraban más al norte: de la Martinique, de Granada, de La Española y un sinfín de lugares exóticos. En el pequeño muelle los idiomas se confundían: francés, inglés, mezcla de dialectos de algunos nativos, hacían a una viajera querer estar en su casa, se encontraba tan cerca de su futuro hogar, había tomado esa embarcación para ir hasta Cubagua, donde la esperaba la familia de su prometido. Su compromiso había sido sellado con un trato de negocios, con el caballero Santiago de Montserrat, dueño de trenes y pesquería en la isla de Cubagua. Era mucho el bullicio en el muelle motivado a la tormenta, e Isabel de Soto, una joven castellana, criada en América, lo observaba desde la claraboya del camarote del navío, lugar que su prometido había pagado al capitán de la embarcación para estar más cómoda durante el viaje, mientras Petra, su mucama esclava, recogía algunas mudas de ropa para pernoctar, durante el corto tiempo que estarían en tierra, mientras pasaba el vendaval. Las últimas horas la embarcación había estado muy movida y sus pasajeros

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se sentían mareados y con nauseas, devolviendo prácticamente el contenido de sus estómagos, haciendo la travesía aún más agotadora. En los largos días que habían estado a bordo del navío, y también al embarcar en Santo Domingo, escucharon el rumor entre los marineros sobre la inminente llegada del despiadado Aguirre, quien hasta había desafiado al mismo rey y sembrado el terror, desde el Perú hasta precisamente la isla Margarita. Los hombres se mostraban más preocupados por la llegada de Aguirre que por el huracán que comenzaba. Sabían de su instinto malévolo, de saqueador, de asesino sin entrañas que le ponía los pelos de punta aún al más avezado marino de ultra mar, acostumbrado a la ruda vida. Isabel de Soto se levantó del banco de su toilette, a pesar del mareo que sentía alisó el vestido de gasa oscura, hecho para su ajuar de bodas, y decidió subir, seguida de su mucama, los pocos escaños del galeón hasta el pequeño bote que las llevaría al muelle cercano. El mar embravecido, cual caballo salvaje, mecía y agitaba el nao de un lado a otro. Sólo quedaban ella y la esclava por desembarcar. Al asomarse hacia el estribor del barco para tomar el pequeño bote que las llevaría hasta el muelle, las gotas de lluvia empaparon su rostro, el viento encrespó sus rizos negros, volando su hermoso chal tejido hacia el mar y las faldas golpearon sus piernas con fuerza. Luchando contra el viento se transportó al botecito, los grumetes se afanaron en remar rápidamente hasta el desvencijado muelle. Allí, otros pescadores le ayudaron a subir hasta las viejas tablas, que crujieron del peso de tanta gente que se apretujaba para coger sus pertenecías y correr con sus paquetes hasta las casas cercanas, Entre la lluvia, que comenzaba a caer fuertemente, caminaron muy rápidamente por el sinuoso camino de arena, entre blanca y gris, que se mostraba anegado por la tromba de agua, rumbo a las casas de la bahía, la joven dama tomó su falda larga, la subió para que no arrastrara y le permitiera caminar más rápido, sumergiendo sus pies hasta el tobillo en las pozas de charco que encontró a su paso. Iba acompañada por su pequeña criada negra, quien cargaba los paquetes con mucho esfuerzo. La brisa sopló muy fuerte, haciendo un ruido como de lamento, Isabel de Soto apartó el cabello mojado de la cara, para poder caminar decidida hacia el poblado. Justo al subir la loma de arena, observó, que la gran mayoría de sus compañeros de viaje habían desaparecido del lugar, todo estaba desierto motivado a la torrencial lluvia, apenas se oía el ruido proveniente de una taberna, una casucha de paredes de barro y techo de tejas, donde los marineros se apretujaban para no mojarse, porque" llovía" más adentro que afuera, sin embargo la música de guitarras y el jolgorio no paraba.

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Las dos mujeres, desorientadas, cansadas del viaje, de la lluvia, buscaron con la vista un lugar donde guarecerse y comer algo, ya su estómago sonaba y gruñía: _ ¡Corred Petra! este aguacero nos ahoga, hija!-dijo la dama apretando el paso. -¿Hacia dónde miama?- preguntó la criada desde detrás de los paquetes de su ama. -¡Hacia esa pequeña casa que está ahí, ¿la veis?, la del porche para guarecernos!.-señaló con su dedo la oscura silueta a través de la cortina de agua. Se dio a entender entre el estruendo de los truenos. Ambas corrieron con la poca fuerza que les quedaba. En ese momento, un jinete apareció por la calle y casi las atropella. -¡Anda hombre! ¡Que no veis a estas pobres mujeres!!!- dijo con marcado acento español Isabel. -El hombre, desde su montura las insultó: -¡Desalojad el camino, bestias!!!-gruñó el jinete sin importarle que se trataban de mujeres. -¡Oh su, señor!¡ que más bestia será su madre!!!!- Contestó la mujer sin poder contener su lengua que ya se encabritaba ante la ofensa.. El hombre, no escuchó a la mujer por el ruido de los truenos, continuó su camino, dejando a las mujeres paradas en medio del charco de la calle. Siguieron hacia la casa señalada por la dama española. Tocaron la puerta, pero, nadie les contestó. Insistieron durante varios minutos, todo permaneció en silencio. Isabel, en un acto de osadía, decidió probar si la puerta se abría. Miró y no vio ni un alma por el lugar. Todo estaba abandonado y vacío. Entraron a la casucha y pudieron descansar del aguacero por unos instantes. La casa tenía una pequeña sala y un solo cuarto, también deshabitado .El techo era compuesto por hojas de palmeras y barro, aunque en un pequeño sitio del mismo estaba cubierto con algunas tejas y era la única parte seca en el lugar. -Petra, quedémonos aquí esta noche y en la mañana averiguad quien es el dueño para pagar por el alojamiento!- murmuró la joven dama a su esclava.

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-¡Muy bien miama!, ademá necesitamo cambiano esta ropa mojá, no vaya a sé que se enferme Ud., mi niña!.-contestó la negrita. Así hicieron, instalándose en la pieza esperando que amainara la lluvia. Mientras Isabel de Soto se cambiaba la indumentaria por otra seca, Petra recorrió la casa buscando algo de alimento, fue hasta la puerta del fondo de la vivienda y sólo pudo observar el gran chaparrón de agua y la sinuosidad de las palmeras al son de la brisa violenta, la cual llegó hasta su rostro oscuro con un sabor salobre. La ráfaga, movió unas ramas y pudo ver un coco seco, arrastrado por el viento, el cual persiguió hasta atraparlo. -Amita, amita, e conseguio algo pa comé!!!- Dijo con alegría sin importarle la fría lluvia. -¿Qué habéis conseguido, mija??- Exclamó desde dentro de la morada Isabel, quien ya creía desfallecer de hambre. -U coco seco!!!, ya se lo pelo y se lo llevó asu mercé!!-, gritó la mujer, por lo que procedió a golpearlo contra unas piedras con sus manos acostumbradas a las faenas del fogón. Golpeó, golpeó hasta que pudo separar la cáscara dura y exponer la pulpa blanca, carnosa, deleitándose al lamer el agua que corrió por sus manos. Ella, una esclava negra estaba acostumbrada a pasar sin comer mucho tiempo, pero su ama, su niña no, así que se esmeró en extraer la pulpa del coco para llevarla a la mujer. Isabel, desde la ventana desvencijada, observaba la calle solitaria -OOOOH!! Es que no va a parar de llover, Dios mío del cielo!!!!???- Dijo impaciente. Un gran haz de luz alumbró la tarde y un gran estruendo fue la respuesta. Petra, corriendo desde el patio, entró a la casucha muy asustada; como todo africano respetaba la naturaleza, además podían estar sueltos los demonios del cielo, llevó el coco a Isabel la cual lo tomó de malas maneras: _Hija!!! No pudisteis conseguir algo mejor que este coco???Y hasta rancio está!!!!- se quejó a su criada. -¡Lo siendo amita, no jallé má que eso!-! Exclamó la eslava un tanto avergonzada.

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- Bueno!- dijo la muchacha- mañana comeré muy bien cuando lleguemos a Nueva Cádiz. Así que sólo probó un bocado y lo demás lo dejó sobre una mesa vieja. Durante la noche, la lluvia arreció derrumbando algo del techo de la posada donde se encontraban, con gran estrépito, que las asustó, las mujeres se apretujaron, en un rincón, sobre sus pocas pertenencias, esperando no cayera sobre ellas el resto del tejado; a pesar de todo lo que acontecía con la tormenta, los ocupantes de la cantina continuaron con la juerga, el escándalo en la misma era muy marcado; trataron de dormir escuchando el ruido, las voces altisonantes de los borrachos y una música instrumental de guitarra le recordó a Isabel sus canciones favoritas,. Pasó el temporal en Margarita, en la mañana, sólo se hablaba de la gente que había llegado en el galeón y se había marchado como la tormenta..

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Capítulo III El Abandono Cuando Isabel y Petra despertaron, era mediodía. El ruido de la cantina las había desvelado, lograron dormir casi al amanecer. Petra abrió los ojos y por la luz solar calculó que sería mediodía, su estómago reclamaba ya algún alimento. Al asomarse a la puerta de la casucha, miró hacia la bahía, y no pudo ver al barco por ningún lado. Corrió hasta el lugar donde su ama dormía aún y comenzó a zarandearla para que despertara. -¡Señora, señora Isabel despierte!!!!! Gritó Petra. -¡Dejadme dormir, negra!!!! Y se volvió hacia el otro lado de donde dormía. -¡Señora!, ¡amita NO HAN DEJAO!!!!!!!!- Sollozó la mulata. Entre el sueño, Isabel captó el tono lastimero de su criada -A ver ¡qué ha pasado, mujer???- Preguntó la joven. - ¡Se fueron amita Isabel!!!- Dijo la criada. -Se fueron???- En ese instante la realidad con toda crudeza llegó hasta la dama. De un salto se puso en pie y corrió hacia la puerta de la casucha, dirigiendo su vista al mar, no viendo la embarcación. -¡NOOOOOOO!!! No, no puede ser ¿Cómo habéis partido sin Mi?! -Exclamó Isabel como si el capitán del galeón pudiera escucharla. La criadita sollozó _¡ Amita, ya no tá el galeón en la bahía!- Dijo asustada. -NO, Petra, vos sabéis que es un error!!!, no es posible que ese capitán me hayáis dejado botada aquí en esta isla!, además sin nada para poded vivir! Don Santiago de Montserrat pagó un buen precio para traedme a Cubagua-

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Dijo incrédula Isabel de Soto. Comenzó a pasearse por la estancia muy nerviosa. SÏ, el galeón se había marchado sin esperarlas, dejándolas abandonadas a su suerte, sin joyas o dinero, pues tenían sus cosas en el camarote del mismo. Solo contaban con lo poco que Petra había cargado cuando abandonaron la nao el día anterior Caminaron desde la casucha de alojamiento hasta la ensenada sintiéndose abandonadas.. Muchos lugareños comenzaron a verlas con suspicacia, dos mujeres solas, sin un hombre que las representaran era algo inaudito. No conocían a nadie en esa isla, y el hambre empezó a hacer mella en el estómago. Isabel tomó rumbo a la primera casa, pero nadie le pudo dar noticias sobre el galeón. Pensó, solo pensó en la familia de su futuro esposo, en que llegarían de inmediato a buscarla a Margarita. Sí, sabrían que ella había sido abandonada en el puerto y buscarían regresarla hasta Cubagua. Comenzó a calmarse con estos pensamientos. Petra caminaba detrás con la cara llena de lágrimas: -Ay amita!!!- sollozó- Y ahora ¡Qué vamo a hacé??? -Nuestra cosas quedaron en el galeón, no tenemos ná con que comerciar pa comé!!-volvió a sollozar la criada. -SÏ, Petra, y no conozco a nadie aquí en esta bahía, pero…-dándose valor exclamó: -¡A lo mejor esta gente conoce a la familia de mi prometido en Cubagua y nos pueden llevar!- dijo con esperanza.. Se dirigieron a las casas del puerto de Bella Vista, donde los habitantes trataban de arreglar los destrozos del huracán de la noche anterior, pero nadie conocía a la familia Montserrat de Cubagua. Sólo pudieron darle pescado salado para comer ante el pedido de la joven esclava. Isabel fue al muelle a solicitar a los pescadores si la podían transportar hasta Nueva Cádiz, le dijeron que tal vez el sr Domingo podía llevarla, si no se le había hundido el pequeño bote durante el huracán. La esperanza volvió a la vida a la mujer. Esperaron mediodía al pescador. Este llegó en su botecito con algunos pedazos de madera que había conseguido por la orilla del mar de Pampatar. -¡EY!!Seño!! -Gritó la mucama.

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El viejo pescador alzó la mirada y preguntó extrañado: _Es a mí a quien llaman!?- preguntó agitado por dejar el bote e ir hasta la orilla de la playa.. _SI,-dijo Isabel- soy Isabel de Soto, su merced, quería saber si vos podría llevadme hasta Cubagua, porque el navío me ha dejado esta mañana, y allá está la familia de mi prometido, le pagaran muy bien por sus buenos oficios!le comentó.. -OHH señora! ¿Estaban Uds. en ese navío?- preguntó el pescador- saben?? Los buques de Lope de Aguirre lo han hundido frente al farallón!!- continuó el hombre-¡Qué suerte que no estaban Uds. Allí, señoras!- Esos piratas vienen justo para acá! _¡Cómooooo!?? ¡Que lo hundieron???? -Dijeron a coro las mujeres asombradas por la noticia.. -Sí!!- Afirmó el pescador apurado por dejar a las mujeres- ¿No escuchó su merced el ruido de los cañones al amanecer? – las mujeres hicieron signo de no con la cabeza-¡Lo vimos desde lejos, cuando lo abordaron e incendiaron los bárbaros!!- .Prosiguió el pescador con angustia en la voz:-Vinimos lo más rápido que pudimos a dar la noticia pa que todos se vayan ante de que lleguen los corsarios a robanos lo poquito que tenemo.!!- ¡No hay tiempo que perdé señora!Terminó de desembarcar y dejó el bote tirado en la arena descuidadamente, partiendo hacia los demás pescadores que, a esa hora, arreglaban los implementos de pesca, para darles la mala nueva. En ese momento se formó una algarabía y los hombres corrieron hacia sus bohíos a dar tan infausta noticia a las familias quienes no perdieron tiempo en comenzar a recoger sus enseres y cargarlos sobre una carreta tirada por un borrico.

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Capítulo IV La Huida Las dos mujeres quedaron paralizadas, sin poder dar un paso, por el miedo que sintieron al escuchar la noticia del hundimiento del galeón y el inminente desembarco de los hombres de Aguirre, hasta que Isabel reaccionando, agarró a Petra del brazo y salieron en pos de los hombres que ya salían de sus casas con sus bojotes, paquetes, mujeres y niños hacia los cerros de la Sierra, bien adentro de la isla, donde los hombres de Aguirre no pudieran encontrarlos. Isabel y Petra llegaron a su improvisado hogar, en menos de un minuto recogieron lo poquito que les había quedado. Fueron hasta la puerta sin saber hacia dónde coger. Petra, con su forma característica de ver la situación como persona que había sido perseguida en su tierra africana, se dirigió a su ama:. -¡Sigamo a esa gente amita!- dijo a la muchacha-¡vamo rápido ante que nos dejen atrá!!!- Apuró la esclava partiendo en persecución de los pobladores quienes ya habían decidido donde ir a esconderse y se perdían en la distancia. Cuando caminaban muy apuradas hacia su destino, de la nada apareció el jinete de la noche anterior, quien les dirigió una hostil mirada y se puso al frente de la columna de personas que huían del sanguinario conquistador. Siguieron la senda de Bella Vista hacia El Poblado guaiquerí llegando a éste al ocultarse el sol, luego de varias horas de viaje. En la distancia comenzaron a oírse los cañones de los buques de Aguirre y el terror cundió entre la gente que se arremolinó al entrar en El Poblado. Las mujeres y niños comenzaron a dar gritos de terror, corriendo hacia la senda del valle de la Margarita rumbo a las serranías Todos pensaban en el momento del desembarco de las huestes del Conquistador, en toda la violencia y diablearías que se desataría, sobre todo con las mujeres. -¡Dios Mío, Petra ya están cerca esos forajidos!- dijo con voz entrecortada la joven dama tratando de calmar el temblor de sus manos.

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La joven esclava rememoró como en su natal África estos despiadados mercaderes de esclavos la sacaron del seno de su familia haciéndola caminar por días, sin darle de comer casi, y puso en movimiento sus piernas: -¡Corra amita, vamo hacia eso cerro!-gritó apuntando a la lejanía. Ya Isabel sentía el corazón en la garganta, agitado, le faltaba el aliento. Su vestido de gasa era un mar de jirones, hacia el ruedo todo lleno del barro dejado por la tormenta del día anterior. Se paró de repente y le dijo a Petra: -¡Ya va Petra! ¡Dejadme descansar una poquita mujer!! No puedo correr más!.-.Exclamó con angustia. Levantó la cabeza, recogió los suaves rizos que tapaban su rostro anudándolos con una tira del vestido. La mujer negra apremió: -¡Amita tenemo que llegá cuanto ante hata esos montes!,-aconsejó la criada¡allí les costará encontranos!! En ese momento el jinete de la noche anterior juntó a los hombres presentes y les armó con palos, piedras y cuchillos para defender el poblado, dijo a las mujeres. _ ¡Sigáis Uds. con los niños hacia los cerros, mientras vosotros hacemos frente a la tropa que nos asalta!!-gritó con voz de mando. Viendo que la joven dama y su criada no se movían les arengó: -¡Vamos! rápido no hay tiempo que perder!!- mirando a Isabel quien ya creía morir de tanto cansancio. _ ¡ No escucháis su merced lo que le digo? Mujer, corred, yaa!!- Gritó el hombre - ¡O preferís ser la diversión de esta noche de los forajidos!!! -Vamos! Arriba!!!!-le azuzó a la joven dama. La pobre mucama tomó a su ama del brazo y casi la arrastró para salir del sendero hacia los cerros del valle. Durante una hora anduvieron sin parar por la senda que iban dejando los fugitivos. -¡No puedo, no puedo correr más Petra!- Dijo Isabel al borde del colapso. El terror a Aguirre puso alas a los pies de los pobladores de Margarita. Las demás mujeres y los niños se perdían en la distancia. Petra, quien sabía más de lo que era huir, miró alrededor y vio un gran bosque de cujíes, cardones y añiles, dentro de los cuales podían ocultarse por un tiempo, hacia

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allá llevó a rastras a su ama mientras en la distancia se veían las luces de las balas de cañón que lanzaban desde el fortín de la puntilla de Pueblo de la Mar, con gran estruendo. El sol se ocultó rápidamente tras la montaña de San Juan. La oscuridad era impresionante en el lugar, así que Petra e Isabel se arrastraron bajo los árboles para ponerse de espaldas a la falda del cerro. Con un poquito de suerte nadie las vería esta aciaga noche .Las espinas de los mismos arañaron su piel suave, y rasgaron su vestido de dama española. Sintió su carne enrojecer y comenzar a picarle, pero no se movió. La noche fue larga, tenebrosa. Un gran búho cantó su ulular profundo asustando a la dama, quien pensó en como su vida había cambiado en un instante: de pasajera para Cubagua a ser perseguida por los corsarios.

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Capítulo V El Refugio Durante la madrugada, las mujeres escucharon los aullidos de los perros del poblado, y a los hombres que preparaban la defensa del mismo. Vieron pasar a algunos metros, a jinetes que iban a unirse a la defensa, éstos hablaban entre sí, y las jóvenes escondidas entre el follaje árido de la isla, escucharon que, desde el poblado de Palguarime, tierra del Cacique Charaima, llegaron noticias sobre la defensa, de parte del nieto del cacique, el mestizo Francisco Fajardo, quien con los guerreros de su tribu vendrían en auxilio de los hombres que hacían frente al grupo del conquistador Aguirre. Según oyeron, algunos hombres de la expedición del bárbaro habían desertado y dado al gobernador la posición del forajido, por lo cual se prepararon para sorprenderlo y echarlo más al norte de la isla, a Par aguachí lugar de indígenas guaiquerí. El sol comenzó a asomarse, disipando la oscuridad y el terror de la noche anterior. Desde su lugar de escondite, que ahora se daban cuenta era algo empinado, podían ver el azul del mar a la distancia. Isabel, no soportaba el hambre, acostumbrada como estaba a no pasar trabajo en su solariega mansión de la española, ahora anhelaba el coco que había despreciado la noche anterior. No habían podido preparar el pescado salado que les dieron en el puerto de Bella Vista quedando en la huida sobre la mesa de la casucha. Miró sus pies lastimados, cielos, como habían corrido para ponerse a salvo, su cuerpo le picaba, presentando algunas rosetas hechas por las plantas que habían tocado en la huida. Las manos estaban pinchadas por espinos que comenzaban a dolerle, pero, estaban a salvo. Petra, cansada, dormitaba recostada de una roca saliente del cerro, había sido muy valiente, pensó la muchacha, de no ser por ella habría perecido en el camino. Nunca había pensado en la vida que llevaban los esclavos de su casa, simplemente estaban allí para obedecer a sus amos, comenzó a reflexionar sobre la vida de Petra, la cual habían comprado en el

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mercado de esclavos de La Española, cinco años atrás, para su servicio. Ahora era su única familia prácticamente pues, la vida en Cubagua se le hacía muy lejana, primero era salvar el pellejo y por ahora este refugio les ofrecía un poco de seguridad, si sólo consiguieran un poco de agua y algo que comer… La esclava despertó cuando un débil rayo de sol le pegó directamente en la cara, sobresaltada miró a los lados con angustia buscando a su amita, respiró tranquila al verla observándose el estado de sus pies y manos, los cuales mostraban arañazos y muchos maltratos, sobre todo los pies con grandes ampollas ocasionados por lo incómodo de los zapatos. Escucharon el sonido de nuevo de los cañones del fortín de Pueblo de la Mar, en batalla con las naves enemigas que se encontraban en la bahía del puerto. Isabel se inclinó un poco a mirar con discreción la batalla a lo lejos, un gran escalofrío la recorrió al darse cuenta lo cerca que estaba el enemigo de ellas, le susurró a su esclava para adentrase más entre los ramajes del monte, así que se arrastraron entre los guijarros que lastimaron aún más su piel, pero ella no se inmutó. -Amita, vamo a esperá un rato a vé qué sucede!!!- susurró la negrita como si los piratas pudieran oírla. -Luego, bucaré algo de esta matas tan altas con fruta!!-dijo haciéndosele agua la boca al observar un racimo de mangos. -Sí mija -susurró la dama- en cuanto se calme el rugir de los cañones, buscaos algo entre estas matas para comer. Mientras, ni respiréis para que no nos encuentren!!Pasaron las horas muy lentamente, el sol fue subiendo hasta el cenit, descubriendo un paisaje idílico, que podría disfrutar si no estuvieran tan cerca del peligro. A eso del mediodía, Petra decidió arriesgarse a recoger unos frutos que los pájaros habían picado, sigilosamente y vigilando hacia todas partes salió del escondite sintiendo las palpitaciones de su corazón más fuertes que nunca. Llevó los frutos ante su ama quien, esta vez, no despreció nada, devorándolos con gran apetito. -¡Gracias, Dios mío por estos alimentos!-dijo Isabel al terminar de comer. -‘Amé, amita!- espetó la mucama como le habían enseñado en la casona a responder- esperemo que esos asaltante se vaya pronto!-

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-Ojalá Petra! Dios te oiga!!.- la española comenzó a rezar para que las escuchara y las librara de peligros. Pero, los facinerosos, tenían otros planes y era quedarse, por largo tiempo, en la isla. Así que los habitantes tuvieron que sobrevivir con lo que consiguieron en los montes alejados del influjo de los forajidos. Isabel y Petra tuvieron que adaptarse a sobrevivir en su improvisado refugio, los primeros días fue dura la lucha por sobrellevar el hambre. Luego de casi diez días, acurrucadas en el refugio de árboles espinosos, vieron acercarse a unas mujeres indígenas provenientes de lo alto del cerro. Eran mujeres de piel cobriza, pelo lacio, vestidas con colores llamativos y adornados con accesorios de conchas y plumas de guacamayas, cargaban un gran bolso tejido de hojas de palma. Petra decidió salirles al paso para saber de dónde provenían. -¡Ey!!!- Llamó a las mujeres. Estas se detuvieron al instante por lo cual la criada se les acercó. -¡Sí!-dijo la más vieja de las dos. -Ay Mija!- somo del poblao de má abajo y estamo aquí escondias por la llegá de los corsarios y, ya no tenemo na’ que come! ¡Estamo desesperas! ¡Ni siquiera tenemo agua! Apenas hemo bebio de lo que la mata tiene en su hojas!! –¿Podría ayudanos?- preguntó esperanzada. Isabel permaneció escondida entre la maleza mientras Petra conversaba con las mujeres. -¡Cómo no meja!!- ¡claro que la ayudaremo, en nuestro poblao hay luga pa’ ti., sólo debes camina siguiendo el riachuelo hasta llega a unas chozas donde le dará lo que necesite!- le informó la indígena- no es que tengamos mucho pero podemo compati mientras se machan lo piratas! -¡Riachuelo? No hemo vito ninguno!- aseguró la esclava. -Un poco má abajo lo encontrará!- dijo la mujer cobriza. Seguro no han caminao más lejos de unos pasos y por eso no lo han aguaitado-. -SÏ, no no hemo movio, desde aquí hemo oío el retumbar de los cañones y la gritería de lo hombre, pero no hemo querio alejano de este refugio..! Somo mi ama y yo y ya es muy laga esta espera que termine la pelea.

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_Sí, parece sé que el Loco se ha apoderao de la fortaleza de Pueblo dela Mar y dede allí manda a sus compinches a roba y saquea nuestras casas y conucos- dijo la más joven de las mujeres. -y ¡pa´dónde van Uds. poraí?-preguntó la mulata. -A llevá esta gallinas y yuca a los hombres del Poblao- dijo la vieja -y ¡no le da miedo que la agarren eso bicho?-dijo la esclava -No esperan nuestro hombres má alante y de ahí no devolvemo pa la casa! -Podríamos esperala pa ir con Uds. cuando vaya pa su casa?- preguntó Petra. -¡Claro muje, así no hacemo compañía!- dijo la indígena mayor. -Mija y cómo te llama?- preguntó Petra desde la sombra de un gran roble donde estaba parada. -Ella-señalando a la más joven- es Chana y yo soy Mayo, así me conoce to el pueblo. -AH! Yo soy Petra y miamita, que está po allá atrá es Isabel!- bueno, aquí las esperamos!!- exclamó la esclava. Cuando las mujeres se marcharon, la joven dama salió de detrás del montón de ramas de cardón que hacían las veces de la puerta del refugio. -Mirad Petra, que te habéis dicho las mujeres?-preguntó la dama española. _Bueno, que la eperemos pa inos con ellas hata su rancho, amita- dijo con alegría.. -¡Por fin, Dios nos ha escuchado!- exclamó Isabel.- ya estoy tan cansada y tan sucia!- dijo mirándose el vestido hacho jirones y todo manchado de tierra. -Bueno, miniña, afotunadamente le traje do vestios má, uno está en la talega que cargué, porque el otro, se quedó allá en la bahía donde llegamo.-¡No importa, Petra!- exclamó la mujer y comenzó a girar y girar como si estuviera bailando.

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-OOH! Estoy tan contenta!!!- Susurró- si sólo pudiera estar con mi familia en Cubagua!- musitó la joven. Esperaron hasta que el sol comenzó a bajar, listas para irse al primer llamado de las mujeres indígenas, las cuales regresaron más livianas al dejar las bolsas de palma en el poblado. -¡Vámono amita, allá viene!- dijo Petra recogiendo la talega que había cargado todo el camino. Isabel de Soto se incorporó de la piedra en donde estaba sentada, dio una última mirada al refugio y salió seguida de Petra al encuentro de Chana y Mayo. Éstas venían conversando entre sí sobre la situación con los invasores. Así se enteraron que en unos días el mestizo Francisco Fajardo con un puñado de sus guerreros haría frente al escurridizo tirano Aguirre. Las mujeres tomaron rumbo cerro arriba, siguiendo el cauce del río, Isabel pudo observar los helechos que nacían como bosques sobre las piedras húmedas por el rocío del río. El sol se ocultó rápidamente pero, ya estaban cerca de los primeros ranchos, pues escuchaban el ladrido de algunos perros anunciando su presencia. Isabel, dio gracias a Dios pues estaría en suelo seguro por primera vez desde su forzada llegada a esta isla. Al fin podría comer algo decente después de varios días. Pasó un mes y diez días más, Lope de Aguirre, sabiendo la noticia de la presencia de Fajardo en la isla acordó sacar a sus hombres, uno a uno por una escalera que daba hacia el mar, desde la fortaleza de la Puntilla, en Pueblo de la Mar, donde se embarcaron en sus naves y partieron, luego del sitio que le tenían montado los defensores de la isla. Durante cuarenta días comieron y destruyeron más de tres mil cabezas de ganado vacuno, ovejuno, cabruno, puercos, gallinas, acabaron con el maíz, cazabe, las especias, ropa y mercancías que tenían depositadas la justicia española de su majestad en la isla El repique de campanas, llegadas desde la villa anunció la huida del forajido. La vida comenzó a volver a la normalidad. -

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Capítulo VI De vuelta a Bella Vista Un gran alboroto de regocijo se dejó escuchar en toda la isla por la huida de los piratas de Aguirre. A pesar del gran alivio que sintieron las mujeres, comenzaron a preocuparse por su destino. Tendrían que volver a la bahía de Bella Vista, donde había comenzado todo. De El Poblado regresaron los hombres, cansados de la refriega que por tantos días habían confrontado en Pueblo de la Mar, algunas mujeres esperaron por sus hombres pero éstos habían rendido sus vidas en defensa de la libertad. Comenzaron los lamentos desgarradores al recibir la noticia, comenzando, a la vez, los preparativos para los funerales en la pequeña aldea. Un galope de caballos resonó fuera de la choza alterando a los perros que, con sus ladridos alertaron a los que se encontraban dentro haciendo los actos fúnebres. Petra se asomó a la puerta y, pudo observar al señor de la lluvia, el mismo que les había gritado para que se fueran, llegaba acompañado por el hijo mayor de Mayo. Traían el cuerpo sin vida de uno de los pobladores de la aldea. Las mujeres corrieron a arremolinarse ante los jinetes con grandes gemidos de dolor, como era costumbre enseñada por los evangelizadores se rezó por el alma del difunto. Algunos hombres trajeron mantas para envolver el cuerpo, llevándolo dentro de la casa, donde le hicieron honores por el valor demostrado en batalla. Isabel de Soto, permaneció ayudando dentro de la casucha, justo en el fogón haciendo una bebida hecha con algunas plantas para compartir durante la noche de duelo, pensó que así contribuía en algo para con la familia que con tanta bondad le había dado posada. Petra, montaba la cazuela de arcilla en el fogón, mientras, su ama, seleccionaba las ramas de las plantas que colocarían a hervir para la concurrencia al velorio.

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La joven dama y su criada Petra, compartieron con ellas los días del duelo, pero, ya no podían quedarse en la localidad, debían volver para saber si habían llegado noticias de su familia política de Cubagua. No poseía ningún bien de fortuna para marcharse. Era preciso regresar a Pueblo de la Mar. En esos días el “señor de la lluvia”, arrogante y soberbio, hizo acercamientos muy personales a Isabel, la perseguía, la seguía a todas partes dentro de la aldea, a pesar del celo con el que la cuidaba su criada. Pero siempre aprovechaba cualquier oportunidad para importunarla. Una vez en el rio, durante el mediodía, mientras Petra recogía agua, la acosó contra las rocas. -¡Dejadme señor! ¡Soltadme, insolente!!- exclamó la joven de forma defensiva. -SSSSSSHH!! Tranquila pequeña gata!- le susurró al oído a la muchacha, que se defendía con sus uñas usándolas como garras sobre la piel del hombre. -Sabéis, damisela?-No creáis que no se tu secreto!!!,- Un día seréis mía!!nadie vendrá de Cubagua en tu rescate!- sentenció el hombre y se echó a reír mientras Isabel se quedaba petrificada por lo que acababa de decir el hombre de la lluvia. -Aaah! ¿Creíais que nadie lo iba a saber en esta isla?? –dijo en forma de mofa a la joven, largando una carcajada. Continuó diciendo: -¡AAAHH! Todo lo que está bajo el sol no permanece oculto por mucho tiempo! señora- soltó de nuevo la risa- Sí, Doña Isabel de Soto!!- Mientras estuvimos en guerra con los forajidos hubo un hombre que dijo conocerte de La Española- dejó caer sus palabras para ver el efecto en la joven mujer. Isabel sólo lo miraba con sus grandes ojos negros muy abiertos. -¡Qué? ¡No vais a decir nada?.¿Acaso te comió la lengua el gato de repente?- sentenció el hombre. -No estéis tan seguro, señor!- rebatió la muchacha- más temprano que tarde vendrán a buscarme!!-.Soltándose corrió donde Petra cargaba el agua. Ésta la notó muy agitada:

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_ Amita ¡qué le pasa? La noto muy agitaa!- dijo la mucama, girando hacia las piedras donde se encontraba recostado el hombre con su traje de montar envuelto en una capa parda.. Isabel guardó silencio. Sólo dijo: -Vámonos Petra!, hay muchos animales por aquí!- mirando de soslayo al “señor de la lluvia”. Cuando ya se habían alejado del hombre, la muchacha le dijo a la mucama: -Petra, ¡Tenemos que marcharnos cuanto antes a la bahía!-No podemos quedarnos un día más! ¡Tenemos que irnos a Nueva Cádiz de Cubagua!!Exclamó con angustia.- Petra, él ya sabe lo de La Española!- susurró la joven dama. -¡Mardito Hombre, amita!!- maldijo la esclava. _Sí, sólo quiere aprovecharse de la ocasión por lo que sabe…-confirmó la mujer. Juntas partieron hacia la vivienda con el agua que la criada había recogido. El calor comenzaba a hacer estragos en la joven, cuya vestimenta oscura y pesada la ahogaba. Caminaron rápidamente para alejarse del riachuelo. Al llegar al patio de la choza de Chana, ésta se encontraba desgranando maíz para hervir en una gran cazuela para luego molerlo en la piedra y hacer las tortas o arepas de la comida de la noche. Al sentirlas cerca, levantó la vista de las mazorcas. -¡Ey, Petra!, pon el agua aquí cerca pa echala en la cazuela!.- llamó la indígena-¡AH, gracia por traela muje!. -No es nada, Chana- dijo Isabel - Quería deciros que tenemos que marcharnos a la bahía mañana a ver si hay noticias de Cubagua- explicóTÜ sabes, a ver si me han venido a buscar… _Ah! Se marcha?- dijo con desaliento- bueno, mañana temprano las acompañaré hasta el Poblao’, ya de ahí será má fáci pa’ Uds. seguir. Las extrañaremo, ¿sabes? _NO, no tenéis que acompañaros mujer, podemos llegar hasta allí- dijo la joven- Gracias a todos por habernos recibido todos estos días

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_No señó!, las acompañaré hasta allá, no se hable má, cará´´!- dijo -Chana, vosotras agradecidísimas por haberos tenido en vuestra casa, espero podeos atender algún día si vais hasta Cubagua. -¡Cuagua!- dijo la indígena- si supiera su merced lo desolaa que es esa isla!, puro sol y ninguna matica! Y Ud. quiere ise a vivi allá?- La joven solo la observaba mientras hablaba- Creo que no le gutará. Dicen que naiden vive allá, que todo se macharon o muriero cuando el huracán de hace día. -No digas eso, mujer- rogó la dama- Allá está mi futura familia política, y tendré mis cosas porque aquí, no me queda nada -manifestó la dama esperanzada-. ¡AH!, amiga! Por favor no le digáis a nadie que nos marchamos. No queremos importunarlos y darles más trabajo al acompañarnos. -Chana no dirá nada a naiden, comai!- replicó la mujer Isabel y Petra siguieron hasta el rancho, desde donde Chana desgranaba las mazorcas, pudo observar al “jinete de la lluvia” salir del maizal del conuco e ir hasta el corral de los burros. Pensó que algo tenía que ver con la súbita decisión de la dama española en marcharse del pueblo. El sol bajó rápidamente en el horizonte, dando paso a la oscuridad, y al ruido de las aves nocturnas. Isabel y Petra se alistaron para pasar la última noche en este poblado, conocido por los pobladores como Las Piedras, alejado del mar. En el chinchorro donde dormía, la mujer se recostó y meció por un instante, su pensamiento iba siempre hacia la escena del río, y el hombre acosándola, debía pensar en cómo deshacerse de él y su influjo. No podía volver a caer en lo que hasta unos meses atrás le había atormentado en La Española. Petra, entró a la casa trayendo a Isabel una pequeña torta de maíz o arepa caliente servida sobre unas hojas de plátano y un pedazo de pescado salado asado. Cenaron las dos mujeres solas mientras, la familia, lo hacía en el patio alrededor del fogón. A primera hora del amanecer debían marcharse, era imperativo que el hombre no se enterara. -¿Petra’?- susurró la dama -Sí miama- respondió la esclava

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-Recoged ahora vuestras pocas cosas, no quiero perder el tiempo por la mañana, ¿oíste?-dijo -Ya la tengo bien atás en la talega, miniña, Petra sabe hacé su trabajoconfirmó la mucama. -Bueno…vamos a tratar de dormir…Isabel miró el techo de palma de la casa y sintió como gotas de lluvia caían lentamente sobre el pueblo. En la estancia contigua apagaron el mechurrio de luz. Todo quedó en absoluto silencio y completa oscuridad. La joven dama no pudo dormir, y las horas se deslizaron muy lentamente, a eso de la medianoche se quedó dormida. Dormitó un rato hasta que los gallos dieron su primer canto de la madrugada, permaneció despierta mientras esperaba que la gente de la casa comenzara en sus quehaceres del día. Su pensamiento vagó hasta su vida en La Española.

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Capítulo VII La Hispaniola . Después que los aventureros iniciaron sus viajes hacia las tierras descubiertas por Colón y otros conquistadores, la isla la Hispaniola fue el primer lugar donde fundaron una colonia, esta isla estuvo habitada por los indígenas taínos o arawacos que dieron la bienvenida a los europeos con mucha hospitalidad. Los taínos llamaban a la isla Ayti ó Hayti (tierra montañosa), pero Colón la llamó la Hispaniola (La Española). En esta ínsula Isabel de Soto había llegado del viejo continente siendo una niña, con sus padres que se arriesgaron a cruzar el Atlántico en busca de fortuna. En una casa solariega en Santo Domingo, asentamiento permanente en la isla, vivió hasta los 15 años, cuando su padre murió en un ataque con los corsarios. Así que su madre no pudo sobrevivir a la falta del padre y también falleció dejando sola a Isabel con los criados de la casa. Durante los siguientes días, se presentaron unos hombres reclamando el dinero que su progenitor les debía por negocios en común quedando, prácticamente, en la calle, sólo con su fiel esclava Petra. Así que su destino estuvo marcado desde ese fatídico día del fallecimiento de sus parientes. Las pocas familias que poblaban la región, sólo pudieron darle cobijo los primeros días, ya que la joven no poseía ningún linaje importante ni mucho menos bien de fortuna, para aspirar a casarse con algún caballero de la isla, por lo que tuvo que echarse a la calle a pedir, a vivir de la caridad. Desesperada por la difícil situación que padecía, comenzó a cantar para desahogarse, sentada con Petra en una esquina cerca del puerto. Poseedora de una magnífica voz, varias personas pasaron y se quedaron escuchándola dándole unas monedas, un día cualquiera el dueño de la cantina la oyó cantar, y sabiendo su condición de huérfana le ofreció que trabajara para alegrar a los clientes luego de sus faenas diarias, por unos míseros pesos. Así que la joven se vio envuelta en esta situación desesperada y aceptó comenzar la vida dura de la taberna.

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Capítulo VIII La Taberna El día del debut de Isabel de Soto, la noticia corrió como la pólvora encendida, se llenó el bar con los hombres de toda la isla, la noticia sobre una nueva cantante en el tugurio, se había regado por los pueblos de la Hispaniola. Venidos desde campos alejados de Santo Domingo, los hombres llenaron la cantina para ver a la nueva cantante. El dueño se sintió satisfecho por el hecho y elevó el costo de la bebida. Fue hasta donde Isabel se preparaba para el debut y le ordenó salir a cantar después de la medianoche, para así poder llenarse con el dinero de los clientes del lugar. Por primera vez el tugurio estaba repleto, no se podía casi respirar dentro del mismo. Un rancio olor a vino, ron, sudor y ropa sucia llenó el ambiente. El alcohol comenzaba a hacer estragos entre los asistentes. Comenzaron a agitarse y pedir más y más bebida, exigiendo la presentación prometida. Empezaron a corear y silbar para que comenzara el acto impaciente y babeantes de entusiasmo. Petra, desde detrás de una raída cortina que cerraba el escenario observaba a los asistentes a la premier de la joven dama como cantante. Fijó la mirada, en el conato de pelea que comenzaba entre algunos asistentes, pero el dueño intervino sacando a los borrachos del lugar. Petra se angustió por su amita y lo que tendría que soportar en ese antro. Sin duda la muchacha no reparó en el comportamiento de los hombres y su relación con los vapores del alcohol, pero ella, Petra sabía muy bien de lo que se trataba, ya antes le había tocado lidiar con los que la trajeron desde su lejana África, sabía lo que querían: sexo y placer, y esto era algo que su ama no había sopesado antes. Esperaba que todo terminara sin muchos incidentes. Fue hasta el cuartucho donde Isabel trataba de acostumbrarse a la vestimenta que el dueño le había traído para la ocasión: un ceñido vestido de seda dorado, con muchos volados en las caderas y un escote profundo. La muchacha había pedido a Petra que le arreglase el ruedo para que nadie pudiese ver sus pies, pues era algo de pudor en la época. Podía tener un amplio escote pero no mostrar los pies era fundamental. También le había traído un tocado de plumas de avestruz, a la usanza de las mujeres francesas e inglesas, para adornar su larga cabellera, la cual recogió en un moño en lo alto de la cabeza, dejando algunos rizos sueltos que enmarcaron su rostro y sus labios de color carmín.

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Petra, empujó la puerta del improvisado camerino y su joven ama le preguntó: -Petra, ¿cómo me veis?- expresó con cara de asustada sintiéndose incómoda con esa ropa de corista. -¡Ay amita! Etá bella como siempre pero… no me guta na´ este lugá!- objetó la criada. -¡A mí tampoco me gusta, mija, ¿pero cómo hacemos?- No podemos echarnos para atrás- manifestó con lágrimas que brillaron en sus ojos.-Y este tiempo que no corre!!-dijo caminando alrededor del pequeño cuarto, empuñando sus manos en forma nerviosa. En ese momento apareció el dueño de la taberna llamándola a escena. -¡Vamos, mujer, es hora de comenzar el espectáculo!- dijo al entrar. Isabel sintió como su corazón cayó en un vacío y, grandes nauseas, asomaron a su estómago. Miles de pequeñas mariposas recorrieron sus entrañas. El miedo se apoderó por un instante de ella. Petra la tomó de la mano, la cual estaba helada. -¡Tocadme Petra! Estoy muy fría, pero, vamos… comencemos de una vez!replicó decidida en alta voz dándose valor. Mientras caminaba hacia la cantina, escuchaba el alboroto que ya los borrachos hacían esperando su actuación. El dueño del antro llamó la atención de la clientela: -¡Silencio desgraciados!!,-Gritó a todo pulmón- ahora tenemos entre nosotros a “La Hispaniola”- anunció dentro de la taberna señalando el lugar por donde debía aparecer Isabel. La mujer levantó la cortina plantándose en medio del pequeño escenario improvisado. Fue recibida con grandes chiflidos y aplausos. Ya un hombre con una vieja guitarra esperaba para acompañar a la cantante. Isabel observaba a la multitud de hombres y no atinaba la letra de ninguna canción. El guitarrista comenzó a rasgar las cuerdas con una melodía popular para la época.

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El dueño de la taberna dio un grito pidiendo silencio para poder escuchar a la mujer, quien empezó con una frase muy bajita, casi ininteligible, mientras su garganta se negaba a pronunciar las palabras. Los borrachos comenzaron a gritar: -No se oye!!!, no se oye,!-¡ nena ¡pa’ cuándo es esto?- dijo uno haciéndose el gracioso que fue celebrado con grandes carcajadas de los asistentes. Isabel escuchó al tipo y con gran rabia comenzó a cantar; los chillidos y silbidos fueron cesando mientras la joven iba ganando confianza en su actuación. La voz de la chica encantó a los espectadores de aquel sórdido acto y al terminar, quedaron un segundo en suspenso para luego aplaudir con gran alegría. La mujer dio las gracias, siguiendo con otras canciones que recordaron a muchos la patria lejana. Al llegar a su fin la presentación, intentaron tocar y palpar a la muchacha, la cual rechazó todos los intentos de los hombres hasta llegar donde su mucama la esperaba para envolverla en una capa negra y llevarla al camerino. El escándalo era tremendo en el local, comenzaron las peleas entre los asistentes, mientras Isabel y Petra se alejaban en un carruaje por el callejón del puerto hasta la posada que el dueño del bar había rentado para ella. Así comenzó la vida profesional de “la Hispaniola” como era conocida la chica en la taberna. Muchos quisieron aprovecharse de ella, pero el dueño de la cantina la tomó bajo su protección. Un día, otro y otro día la joven cantaba en la taberna del puerto. Al comenzar la función sólo pensaba en lo bien que se sentía cuando entonaba las canciones que sus clientes querían escuchar, evadiéndose mentalmente hasta un lugar muy especial dentro de su mente donde nadie podía hacerle daño. Todo transcurría normalmente cada noche, hasta que sus ojos repararon en unos ojos castaños que la miraban sin casi pestañar, por varias noches. Isabel pensó que era el único que no cuadraba dentro del público que cada jornada la oía cantar. Mientras hacía gala de su coreografía pícara, pudo detallarlo más de cerca. Era un joven caballero alto, de pelo rizado color castaño, de barba fina y sonrisa amigable, con una camisa de puños de encaje y altas botas de montar.

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El hombre observó a la cantante fijamente, sopesando en su mente lo que esperaba encontrar en esta isla de leyenda. So pena de violar la ley, debía conseguir una esposa que fuera española, no importaba si tenía dote o no, sin cánones de belleza, incluso no importaba que su trayectoria no fuese optima, debía agenciarse una esposa para así poder quedarse en Nueva Cádiz de Cubagua. Ya en 1509 llegó a La Española una cédula real dirigida al Gobernador Ovando por la que se prohibía permanecer en la isla a ningún hombre casado que, en el plazo de tres años, no hubiera llevado allí a su mujer. Esta ordenanza, con el paso del tiempo, se fue complementando y ampliando a las demás regiones americanas, aunque su cumplimiento siempre fue difícil. En 1549 los hombres casados tenían prohibido pasar a Indias si no lo hacían con su mujer, además de que tenían que demostrar que estaban realmente casados. Al mirar a Isabel de Soto, pensó en que había conseguido su cometido, y hasta bonita resultó la muchacha, nada mal para un ambiente tan sórdido, una flor entre el tunal. Esa noche, al escuchar la voz de la cantante, lo volvió aún más entusiasmado. El deseo comenzó su juego invasivo, la obsesión por la mujer. Solo pensaba en tenerla en sus brazos y prometerle amor eterno, llevarla fuera de ese ambiente tan vil. Volvió cada noche a ver a Isabel, ella también se encaprichó de él .El caballero era dueño de trenes de pesquería y esclavos en la lejana isla de Cubagua.

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Capítulo IX El amor Luego de las presentaciones de las noches anteriores, el joven cubagüense quiso conocer a la dama, por lo que ofreció al dueño de la taberna una gran suma de morocotas para tener dicho honor. Desde su llegada a La Hispaniola había oído hablar sobre ella. Este le comentó que debía esperar el momento adecuado cuando él pudiera hablarle a la mujer. Mientras, Isabel comenzó a pensar en el extraño sentimiento que sintió al toparse con los ojos del hombre. Su mente, como en un gran espiral, no paraba de imaginar planes, en primer lugar para abandonar la asquerosa vida que había comenzado a llevar en esa cantina, no le importaba lo que tuviera que hacer con tal de salir de ese antro, y segundo, el hombre era educado y podría prometerle una vida mejor. Llegó a la conclusión que, aceptaría cualquier trato decente que éste le propusiera, así que comenzó a trabajar para lograr su objetivo. Las noches siguientes volvió a mirarlo en el espectáculo. Vigiló sus movimientos mientras hacía su presentación. El hombre se mantuvo algo alejado de los otros que, ya borrachos, gritaban esperando a que la cantante les dedicara una sonrisa, volcando bancos y mesas a su paso para lograr tocarla, algunos se divertían mientras la mujer los esquivaba con sus gestos de corista. Cuando un gran hombre algo torvo, vacilante y maloliente la atrapó por la cintura e intentó propasarse con ella, el caballero acudió a su rescate poniendo al otro en su lugar, liberándola. Isabel vio al caballero y le susurró: -Gracias caballero por rescatar a esta dama en apuros!- escondiendo su rostro detrás del abanico de plumas que tenía en una de sus manos. -No fue nada, señora, un honor en serviros- exclamó el hombre. En ese momento apareció el dueño del bar con un guardián a dar respaldo a la joven. -AH señorita Isabel, le presento al señor Santiago de Montserrat, señor de Nueva Cádiz de Cubagua- dijo el cantinero.

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El hombre se quitó el ancho sombrero e hizo una reverencia a la joven, mientras los presentes comenzaban a protestar por la interrupción del espectáculo y único acto de distracción de muchos kilómetros a la redonda en estas islas. Al terminar la presentación, la joven corrió presurosa hasta la parte de atrás del local donde la esperaba Petra, su mucama, la cual observaba el espectáculo desde el fondo de la taberna. -Amita ¡quién e’ ese hombre que la acaba de rescata’?- preguntó la negra bastante curiosa.. -OH! Petra, nuestra llave a la salvación- pensó, pero no lo dijo -Un señor de Nueva Cádiz de Cubagua-¿Cuagua?-¡AH ya sé! Amita, laisla donde hay perla, allí pensaban llevame co un grupo del palenque pero no me dejaro ahí sino me trajieron aquí- dijo Petra a su ama. -Sí Petra, es de esa isla y, además, es nuestra única oportunidad de largarnos de aquí- gesticuló con asco viendo a su alrededor.-Así que, pon unas velas a las ánimas- dijo la muchacha- para que se de nuestro pedimento. -Amita, así haré a llega’ a la casona- susurró la criada.- Tabién apelaré a mis santo, por si acaso!. -Ven, ayudadme a quitar este vestuario que tanto odio- llamó a la esclava. Mientras le ayudaba, Isabel preguntó a la esclava: - Petra… y ¿cómo fue que a vos te trajeron aquí a La Hispaniola? Nunca me habéis contado eso-preguntó la cantante. -AY amita! Qué recuedo tan triste, por eso lo he guardao adentro de mi corazón, y cuando me recuerdo se me arruga así de chiquitico…_suspiró hondo- ¿qué habrá sio de mi mai grande, mi hermanos, de mi poblao en Congo?- su voz se quebró- un día salí co mi hermanas a busca agua y ya no volví a velas, me taparon lo ojos, me amarraro las manos y los pies, me encadenaron, me golpiaron, abusaron de mí, me llevaro a la galeras, allí por día, entre la pestilencia y la enfermedad, sirviéndole a lo negreros, amita- las lagrimas corrieron por sus mejillas.

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-Ya, Petra, no te torturéis más, mujer, venid- y abrazó a la criadita entre sus brazos dándole ánimos- algún día, en esta tierra, cambiará nuestro sino. Donde las mujeres seamos tratadas mejor, - suspiró- Haré todo lo que esté a mi alcance para irnos de esta isla que no nos ofrece nada. Con el amanecer del nuevo día, Isabel se sintió con más confianza, al cruzar el jardín de la casa donde se alojaba, a mitad de la mañana, recibió la visita del joven caballero de Cubagua. -Buenos día apreciada dama- dijo el hombre desde el jardín. -Sed bienvenido a mi humilde morada señor -respondió la muchacha mostrando un banco vacio para que tomara asiento. -Vine a tratar un negocio con Ud. apreciada señora- expuso el joven-Cómo su merced comprenderá, me encuentro haciendo viaje de negocios por esta isla, solo, pero también buscando la compañía de una dama, blanca, española y que pueda representarme en mi ciudad como la señora de Montserrat, me atrevo a hacerle este ofrecimiento conociendo su reputación, pero… mi hogar se encuentra lejos y nadie podrá hacer nada para ofender a la señora de Santiago Montserrat en Nueva Cádiz de Cubagua. Por varias noches he observado su actuación y su intercambio con los lugareños que visitan la taberna y creo, firmemente, que a pesar del ambiente ha permanecido sin mácula su merced-exclamó el señor de Cubagua. -Así ha sido, señor, sólo soy una joven huérfana, no poseo dotes ni medios de fortuna para serle franca, por lo que el destino me llevó hasta allí- afirmó la joven ruborizándose. . El hombre continuó: -Tengo la ligera impresión que, su merced, querrá dejar ese ambiente tan dramático al que se ha visto obligada por las circunstancias, así que, le ofrezco celebrar una alianza de matrimonio, en el cual obtendrá muchos beneficios, incluyendo conformar una familia de gran aprecio en mi lugar de residencia, señora. No importa que, su merced, no posea dote, con ser española, blanca y soltera bastará para cumplir con la ley. De aceptar esta alianza, de inmediato comenzaré por hacer las diligencias a que haya lugar. Espero que, su merced, acepte ser la señora de Montserrat de Nueva Cádiz de Cubagua. Al terminar de hablar el señor extranjero Isabel se sintió en las nubes, hubiera podido gritar y bailar si el hombre no estuviera presente, sus ruegos

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habían sido escuchados. No podía creer que hubiera dado resultado y que se largaría de esta triste isla. -Señor, y ¿qué obtendrá su merced a cambio de esta alianza matrimonial?preguntó la dama -Señora, la madre para mis futuros hijos y herederos de Montserrat- dijo el hombre- Entiende su merced? Tengo fortuna, hecha con la extracción de perlas, tengo casa, pero en donde vivo escasean las mujeres españolas que puedan servir para madre de los herederos de mi fortuna, además, existe una ley que me “obliga” a encontrar esposa si quiero quedarme en mis posesiones en la isla de Cubagua. He ido a casi todas las islas cercanas, pero no he podido obtener lo que buscaba y creo haber encontrado en Ud señora.,- dijo con sinceridad que sorprendió a la joven. -Entiendo señor- dijo la joven pensando en lo bueno que había sido el destino con ella. -No me hagáis esperar su respuesta por mucho tiempo, apreciada dama, necesito viajar hasta mis dominios en treinta días-continuó -Estaré en la posada del puerto esperando su contestación- tomó el sombrero y se inclinó ante la mujer para despedirse -Señora ha sido un honor- se despidió galante. Así fue como fue a dar a ese galeón que la llevaba hasta Nueva Cádiz de Cubagua.

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Capítulo X El jinete de la Lluvia Todo había ido saliendo bien en los planes hechos por la joven conocida como “La Hispaniola”, prácticamente su vida había dado un gran giro, como un caleidoscopio de colores brillantes, donde ya nada importaba, sólo el vivir bien, siendo respetada, no mas borrachos ni miserables, y he aquí que ahora aparecía el tal “jinete de la lluvia” a colocarse en su camino. No, no se lo permitiría, no más angustia, era una mujer decidida, realista, por lo cual ningún caballero con ansias la saciaría en ella, oh no! Estaba muy equivocado el miserable, ella sabría darle su merecido como castellana con fortaleza inquebrantable. El hombre, cuyo nombre era Diego de González, se desempeñaba como encargado de la autoridad en Pueblo de la Mar por esos días, haciendo y deshaciendo a su antojo ante la ausencia de autoridad legal en la isla, por lo cual, no había nadie que no le temiera, ni quien pudiera oponerse a sus deseos para que Isabel pudiera hacer llegar su reclamo al gobierno español. El canto de un gallo lejano, comunicó a la joven que estaba cercano el amanecer. Desde su chinchorro pudo ver pintarse el cielo con los suaves colores lilas en la distancia, un suave reflejo comenzó a disipar la oscuridad, Petra se removió en la estera colocada debajo del chinchorro de su ama: -Petra- siseó la joven a la mucama- ya es hora de alistarnos para la marcha. -Si amita, Petra ya tá despierta y dispuesta pa’ cuando su merced digacontestó. Isabel comenzó a sentir como la tensión en su cuerpo subía a medida que pensaba en irse del poblado indígena, y más importante aún, salir sin que nadie pudiera avisarle al hombre, que no se encontraba en el lugar esa noche, pues había salido con el hijo de Mayo después de cenar a vigilar el poblado. Nada la detendría hasta llegar a Nueva Cádiz de Cubagua, pensó la joven dama.

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Se levantó, desató el chinchorro de las cuerdas, enrolló éste atándolo a una de las varas del techo, mientras Petra recogía la estera y la colocaba en un rincón donde no estorbara a los habitantes del rancho, salieron hacia el patio, hasta donde recogían el agua para lavarse y asearse, estando preparadas para dar la partida hacia Bella Vista. -Vámonos Petra, agarrad la talega con las cosas- mandó la joven. La negrita salió en busca de lo mandado, mientras Isabel se despedía de Chana que ya se encontraba en la cocina preparando las brazas. -Gracias por todo, mujero!!- dijo la española. -¡Mija siempre a la orden!- contestó la indígena- buena suerte por el camino…Ah! Lleve esto pal’ camino….-entregándole un mapire con algunos alimentos. Isabel y Petra tomaron rumbo abajo de la serranía, siguiendo el cauce cantarín del riachuelo, mientras el sol se desperezaba lentamente en el horizonte. Sus vestimentas oscuras no permitían verlas bien entre la bruma del amanecer. Con grandes pasos, se fueron alejando de la vista de la mujer indígena en el poblado. El canto de las paraulatas, alegraron su andar por unos momentos, los helechos de las piedras del río cantaban con la brisa el nombre de Isabel. Ella siguió imperturbable alejándose del peligro, para su espíritu y su alma. A eso de la mitad de la mañana, llegaron al antiguo refugio donde habían estado los primeros días, se sentaron en las piedras a comer un bocado de los que Chana les había metido en el mapire y a tomar un poco de agua. -Petra? creéis que el hombre habrá llegado al poblado?-¿nos estará buscando?- preguntó la dama española. -Amita, ese hombre nosva a segui, verá Ud.- dijo la criada- seguro ya sabrá que nos vinimos, así que tenemo que danos prisa pá que no nos encuentre en el camino-comentó – -Sí, yo también pienso que es mejor hacerle frente en Bella Vista, allá por lo menos están los pescadores y alguien nos llevará hasta CubaguaTerminaron de comer y se pusieron en marcha de nuevo hacia la bahía de Bella Vista, la cual observaron desde lo alto del Valle.

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Tomaron por una estrecha vereda bordeada de cardones y cujíes, cuya arena árida y caliente molestaba los pies de la joven dama española, cada cierto tiempo debía quitarse el zapato y descargar la arena que se había colado en el mismo. Todo era soledad, sólo se observaba el paso de algunos reptiles entre las ramas de los árboles. Cuando se acercaba la hora del mediodía Isabel y Petra, se ahogaban con el calor y el sol, así que decidieron colocarse unos trapos, arrancados a los vestidos, en la cabeza y seguir el camino azaroso. A eso de la una de la tarde llegaron hasta una tejería donde les dieron un poco de agua, descansando bajo la sombra de una mata de mango. Siguieron su camino, por la senda de tierra arcillosa rojiza llegando a El Poblado, desde donde los habitantes las miraron con suspicacia por andar solas, sin la compañía de un hombre, cosa que no les molestó ni a Isabel ni a Petra. Aquí comenzó el camino a hacerse más accesible consiguiendo a muchas personas que se dirigían hacia Pueblo de la Mar, y les hicieron compañía. Mientras buscaban un buen sitio para descansar del ajetreado día, cerca de las tres de la tarde, lograron sentarse junto al riachuelo que dividía El Poblado de Pueblo de la Mar, antes de cruzarlo, la joven comenzó a quitar del ruedo de su falda los abrojos y cadillos que se le habían pegado al vestido durante la larga caminata. Isabel, sólo pensó en lo cerca que estaba de dejar esta isla rumbo a su ansiado destino en Nueva Cádiz de Cubagua.

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Capitulo XI

En Isla Margarita.

Durante el recorrido hacia Bella Vista, la joven escuchó a los andarines del sendero hablar sobre el “tirano” Aguirre, el cual había huido hacia el norte de la isla, a muchas leguas de camino, sin embargo, todavía el miedo no se había disipado del todo en la población. Luego de la huida del Peregrino, y del devastador paso del huracán, la isla Margarita acogió a muchos pobladores de Nueva Cádiz. La ínsula ofreció fuentes de agua dulce necesarias para florecer la vida, al contrario de la desolada y árida Cubagua. Estas noticias hicieron mella en el ánimo de Isabel de Soto, pero siguió adelante para llegar hasta allá y comprobar por sí misma las noticias y rumores. Las mujeres recordaron lo que tuvieron que afrontar en días pasados en el refugio hacia las serranías del centro de la isla. Afortunadamente pudieron sobrevivir, hoy sólo tenían una meta y era apartarse del “jinete de la lluvia”, el cual seguro había empezado la búsqueda de la muchacha. Este pensamiento hizo ponerse en pie a Isabel, llamando a Petra, decidieron cruzar el riachuelo hacia pueblo nuevo antes que el hombre apareciera a su vista. A pesar de no conocer el lugar, tomaron una desviación, por un sendero de tunas y cardones, hacia la playa. La arena fina y caliente, volaba con el viento hacia el rostro de Isabel y Petra, pero nada las detuvo hasta muchas horas después al divisar la bahía por la cual habían desembarcado del galeón. -OH! Petra, mirad, allá está la bahía!!- dijo con entusiasmo la joven española. La criadita, sudaba a mares con el mapire y la talega puesta en la cabeza. Miró hacia el horizonte marino que se encontraba a lo lejos. -AH Amita, que bien!!- pronunció soltando el aire fuertemente por el cansancio.

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Llegaron a la bahía, precisamente a la misma hora que la primera vez, sólo que sin lluvia que le impidiera el paso y la visibilidad del caserío. Tomaron hacia la casa deshabitada que habían dejado. Isabel, muy cansada abrió la puerta, mientras Petra bajaba los paquetes del hombro y la cabeza, entrando en la misma. -Buenas tardes, señora!- dijo una voz profunda de hombre- las he estado esperando- dijo el jinete de la lluvia. Isabel de Soto quedó parada en seco en la puerta, petrificada, chocando la criada con ella, casi derribándola. El hombre continuó hablando: -Así que, su merced pensaba escapar de mi!-afirmó con rudeza- pues es difícil esa tarea, sabéis?-continuó- un caballo es más rápido que dos avecillas por la arena!! -¡Cómo sabíais vos donde buscarnos?-preguntó la joven -OH! Algo Obvio, No?- continuó- sabia que vendríais aquí!- dijo afirmando vehementemente -Pasen, adelante, están en su casa- se burló desde la silla de la cocina donde permanecía sentado. Isabel, cambió a todos los colores, la rabia comenzó a subirle y nublarle la mente, no pensó, se abalanzó contra el hombre rasguñándole la mejilla. La criada, al ver a la joven en apuros, corrió montándosele al hombre en la espalda, pero éste, más fuerte, sacudió a las mujeres, con manos como garfios de acero, -¡NO!¡;NO!;¡NO!, señora, nada ni nadie la va a salvar de mí- rió haciendo muecas a la joven. -A partir de hoy “Hispaniola”, seréis mía y trabajareis en mi taberna, o creíais que no sabía tu “oficio”- le susurró en el oído a Isabel, quien lo miró con el odio más fiero del mundo. -¡Oh señor!, no dudo que sepa mi historia pero nunca podréis doblegarme ante Ud.!- le dijo respirando con esfuerzo la mujer. -¡Eso ya lo veréis!- dijo-¡Vamos, recoged sus cosas! y caminad hasta su futura morada!- gritó a Petra, quien trataba de levantarse del suelo.¡Vamos, negra!, que tu también atenderéis a los clientes en la tabernadijo el hombre. -¡Ah! nada de gritar ni hacer papelitos dramáticos!- chistó a la joven-, aquí todos sabéis quién manda y lo que le conviene o no!!Sentenció el jinete de la lluvia..

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La joven sintió como todos sus planes se venían abajo, acorralada como fiera, buscaría la manera de escapar de este miserable que se aprovechaba de su indigencia. Mejor tranquilizarse por ahora: piensa, piensa Isabel de Soto, debe haber una manera de escapar de este maldito hombre. El hombre soltó a las mujeres, las cuales sobaron la parte en la cual las había oprimido, mostrándose un cardenal en la piel de la Hispaniola. -La próxima vez, no sólo tendréis ese moretón en el brazo- dijo a Isabel¡y tu negra!- dijo con desprecio-, si no hacéis lo que se te dice, mandaré a azotarte y marcarte con fierro caliente en la frente como los otros eslavos de mi propiedad.- amenazó a la criada. -¡Ella no es vuestra esclava, miserable!- contestó la joven- ¡es mía y solo a mi hará caso!-¡Eso lo veréis!- afirmó el jinete de la lluvia sacando casi a arrastras a la joven novia de Cubagua. Nadie en el poblado de casuchas de Bella Vista dijo nada sobre la forma en que el jinete de la lluvia llevó a la joven española a una casa apartada de la entrada del pueblo. Hizo correr el rumor que la joven la había traído desde lejos para atender a los clientes de la cantina ubicada frente al mar. Isabel de Soto y su esclava Petra fueron secuestradas por el “jinete de la lluvia”.

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Capítulo XII La vida de Cortesana de la Hispaniola. Desde el principio estuvo regulado por la Corona, que mujeres con pasados indeseables, considerados nocivos arribaran a aquellas tierras. Las mujeres solteras tenían más difícil el viaje. No sólo porque viajaban en peores condiciones y con más inseguridad, sino también porque a partir de 1539 se prohibió otorgar licencias de embarque a las solteras, por el temor de que emigraran aventureras o prostitutas que influyeran negativamente en la salud moral de las nuevas poblaciones. Por eso, eran muchas las trabas que se les presentaban para poder embarcar. Debían presentar pruebas de ser cristianas viejas, no procesadas por la Inquisición, evidencias de un honesto propósito como ser llamadas por el padre, hermano, marido o algún otro familiar, tener medios económicos para sostenerse, o demostrar que acudían para casarse en un matrimonio concertado o reclamar una herencia. Sin embargo en situaciones como las confrontadas por Isabel de Soto, siendo huérfana, sin medios de fortuna y abandonada a su suerte en isla Margarita, por obligación de un machista debía seguir una vida, mal vista para los que se consideraban decentes en el poblado y deslegitimada por ley.. Debió volver a la vida que tanto odiaba, no sólo por cantar sino por lo que el dueño de la cantina esta vez pretendía: vender sus favores al mejor postor. Al llegar a la casa donde pensaba alojarlas, el hombre dispuso a dos guardias vigilar a las mujeres, sin permitirles salir de allí durante los primeros días. Isabel comenzó a perder la esperanza de irse a Nueva Cádiz de Cubagua. No podía dormir ni comer bien, su melancolía crecía mientras se acercaba el trabajo en la taberna como “la Hispaniola”. A Petra, el hombre le obligó a venderse en la cantina durante las noches 47


de parranda. Ella, sólo era cuestión de tiempo, quizás guardándola para quien pudiera pagar más morocotas de oro, después de saciar sus ansias mezquinas. Sus ojos se mostraban secos de tanto llorar en las noches, mientras observaba a su esclava llegar golpeada por no querer aceptar algunas prácticas sexuales de los clientes. En La Española, a pesar de cantar en un antro de baja calaña, se le respetaba, pero aquí no lo tendría, ya el “jinete de la lluvia” le había tratado de forzar a complacerlo, teniendo que luchar con él. Cada día la situación se hacía más peligrosa. Isabel, luego de los primeros días, comenzó a planificar lo que haría para escapar de esta situación en la que había caído. Era casi la medianoche, Petra no había regresado de la taberna, la joven no podía dormir hasta que no llegara la esclava. Seguro había tenido que complacer a un cliente con sus favores, de nuevo el abuso, de nuevo la humillación, como odiaba a ese hombre tan ruin. Se levantó del catre apostado contra la pared dirigiéndose hacia la ventana con barrotes de hierro, desde donde pudo mirar las estrellas que titilaban a lo lejos, un suspiro involuntario escapó de su pecho, alguna manera debía haber para salir de esta desesperanza, ni el miedo al tirano Aguirre fue tan grande como lo que sentía en esta hora de soledad. Sólo diecisiete años y tanta desdicha se conjuraba en su contra. Oyó un pequeño ruido, proveniente de la parte delantera de la casa poniéndola alerta en todos sus sentidos. Cuidadosamente acudió hacia la talega con sus pocos vestidos, extrayendo una pequeña daga que había guardado desde La Española. Si se atrevía de nuevo el desgraciado hombre la usaría para defenderse. Escuchó el relincho de un caballo y se preparó para lo que seguiría. Isabel de Soto guardó el arma entre su ropaje, se sentó en el catre y esperó la visita anunciada. El hombre bajó del corcel, dirigiéndose hacia la casa que parecía vacía y fantasmal en medio del paisaje. Sus pasos erráticos lo llevaban de un lado a otro del sendero. Los vapores del alcohol

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nublaban su mente, sólo un pensamiento: vencer la férrea voluntad de la mujer, imponerse, utilizando todos los medios a su alcance. Había dado órdenes de mantener lejos a la esclava para que no pudiera intervenir en sus planes. Despachó al guardia, que a esa hora se encontraba cabeceando de sueño en la puerta de la casa. Isabel iba pensando en cada paso o movimiento del hombre, sintiendo como empujaba la puerta con todo su peso, abriéndola de par en par. La joven, ni se inmutó, sentada en la orilla del catre, su mente estaba lúcida y dispuesta a vender muy caro su honor. -¡Qué pensáis que hacéis, su merced en mis aposentos?- recriminó la joven dama dándose valor para afrontar al hombre. -Jajá, la gran dama ha hablado!!- se rió el hombre clavando sus ojos llenos de deseo en la cantante. Se acercó hasta donde la mujer estaba sentada. -¿Qué creéis la señora que YO quiero?-dijo estirando el brazo para tocar sus cabellos- pues tus favores, falsa dama de Cubagua!atrapando a la mujer quien peleó con toda su fuerza para soltarse del abrazo indeseado. El hombre intentó besarla. El aliento alcohólico llegó hasta Isabel, quien torció la boca en una mueca de asco. -AH! Mirad a la Hispaniola!! Dándosela de santa paloma!!- gritó con furia- a quien creéis que engañáis pequeña prostituta? Ah?- le gritó en pleno rostro tirándola del pelo hacia atrás. -¡Dejadme, insolente!!.- Gritó la muchacha- ¡Soltadme, maldito cochino!!- le espetó la mujer haciendo que el hombre se volviera más violento y le torciera los brazos atrás de la espalda. Isabel trató de zafarse de aquellos brazos que tanto odiaba, para sacar la daga y clavársela al hombre, pero éste parecía hecho de hierro, impidiéndole tomar el arma, que cayó al suelo, enfureciendo aún más al forajido que comenzó a romper la vestimenta de la joven, para saciar sus bajos instintos.

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La joven pensó que se rompía en mil pedazos. No podía ni respirar, utilizó sus dientes en la piel del hombre, pero no la soltó. Luchó y forcejeó por varios minutos, pero el hombre se impuso por la fuerza y la violencia contra la mujer. Muy tarde, esa misma noche regresó Petra, cansada del trabajo obligado de atender a los clientes, consiguió la puerta abierta y se imaginó lo peor. Corrió donde su niña y la encontró tirada en el suelo del dormitorio, con la ropa hecha jirones y un gran golpe en la cara. Sin palabras, sólo con lágrimas que corrían por su rostro, procedió a levantar a la joven, ayudándola a recoger los pedazos de su dignidad estropeada. Ninguna de las dos mujeres dijo una palabra, en silencio compartieron su destino. Como pudieron caminaron fuera de la casa, alejándose por la vereda de arena blanca, que parecía de plata por la luz de la luna, hacia el rumor del mar, el cual, las llamaba a internarse entre sus aguas y espumas para restregar las marcas en sus cuerpos de los hombres mancilladores de su femineidad. El rumor del mar cantaba su desdicha a Isabel de Soto quien fue entrando hasta que el agua llegó a sus hombros, su ropa empapada se volvió muy pesada y de a poco fue despojándose de la misma sintiéndose libre en manos de las algas marinas que lavaron con cariño su dolor. Durante mucho rato estuvo flotando al ritmo de las olas. Nadó hasta la orilla tendiéndose en la arena, de cara a las miles de luces que brillaban en el cielo. Petra cayó a su lado susurrándole lastimosamente: -¡Amita, amita Isabel perdonadme por tardame tanto en la cantina y no habete protegio de ese demonio!!!-pidió la criadita. -¡No amiga!, no hubierais podido vos hacer nada!- le dijo con tristeza la mujer a la esclava.-Sólo por ser hombre, se cree con derecho a maltratar a las mujeres y tomarlas contra su voluntad. ¡Ya nada importa, Petra!., Si algo logré esta noche, creo es libertad para movilizarnos en este pueblo, te fijasteis que ya no tenemos guardias en la puerta de la casa?-preguntó Isabel- Ya no lo necesita, ese miserable, para mantenernos presas-dijo mientras las lágrimas corrían confundidas con el agua del mar.

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Desde esa triste noche, la joven perdió el interés por la vida, sólo pensaba en la venganza y escapar del círculo vicioso en que se había convertido su existencia: de la casa a la cantina frente a la bahía de Bella Vista. Al día siguiente, en la mañana, el hombre envió recado a la mujer para presentarse en la taberna, tuvo que debutar como cantante para alegría de los lugareños. Lo único que hacía sentirse bien a Isabel de Soto, era cuando interpretaba las canciones. Su exquisita voz se expandía por el caserío, ahí conseguía el consuelo que le pedía su alma.. Cada beso, cada caricia hecha como afrenta se las haría pagar al maldito del “jinete de la lluvia”- pensó la mujer. Le concedió la compañía de su esclava para que le ayudase. Como sospechaba Isabel, saciados sus instintos la vendería al mejor postor que acudiera al antro de Bella Vista.. Durante este tiempo, los pescadores, que no podían ir a la cantina, escuchaban el canto de Isabel de Soto mientras preparaban sus redes para la faena diaria. La voz de la “Hispaniola” los encantaba cual sirena del mar. Desde sus aposentos, las mujeres y los niños, seguían las estrofas del canto que se metía en su alma. Cada día, cerca de la medianoche, “la Hispaniola” interpretaba su repertorio acompañado por guitarras al vuelo de lo pagano. Su canto se hizo famoso entre la gente del poblado de Bella Vista, y en los pueblos aledaños, que la veían andar con su esclava por la orilla de la playa recogiendo caracolas cada tarde, antes de ocultarse el sol. Ahí se expresaba libremente con el viento que volaba su negro pelo cual diosa griega. Al inicio del segundo mes de trabajo en la apestosa cantina, todos los hombres les parecían iguales a la joven mujer, lo único que cambiaba era el lugar geográfico porque los modales, hábitos y costumbres eran exactamente los mismos, en toda la región colonial española. Se aburría muchísimo cantando para patanes sin educación, incluyendo al desgraciado del “jinete de la lluvia”. 51


Hasta una noche, en la cual apareció un señor distinguido, que, según las otras trabajadoras de la cantina, era rico, lo cual hizo rememorar a Isabel su encuentro con Santiago de Montserrat, caballero de Cubagua allá en La Española, de quien no tuvo más noticias; por la conversación que el recién llegado mantuvo con el dueño de la cantina, la joven intuyó que éste compró sus favores al odiado hombre que la había secuestrado. Los comentarios entre las mujeres trabajadoras del lupanar, no le interesaron a la joven mujer, sin embargo, escuchó que este hombre dijo poseer mucho dinero, tenía botes en Pueblo de la Mar; era como de cuarenta años, robusto, con una barba rala y fea, esa noche asistió acompañado de un joven blanco, delgado, agraciado, con un pequeño bigote que dijo ser su hijo y no perdía de vista a la joven corista. La mujer notó al instante el interés del joven, renaciendo en su corazón el ansia de ser libre de nuevo. Pero el negocio fue hecho con el más viejo de los hombres. El “jinete de la lluvia” llamó a la española aparte y le dijo: -Hispaniola, este caballero acaba de comprar tu compañía mientras esté en el puerto, así que preparaos para ir con él al terminar tu acto y cerrar la cantina- le ordenó a la mujer. -¿Y si vuestra merced dijerais que no?- retó la joven con altivez. -¡Cómo que no, Claro que querréis ir!, Yo, vuestro amo te lo ordeno…! Y si no, ateneos a las consecuencias cuando lleguemos a la casa!!! Aquí mando YO!!-afirmó el hombre entre dientes para que los demás no se enteraran-NO tengo Amo, maldito bastardo!!- respondió la chica. -¡Mandaré azotarte junto con las otras mujeres esclavas de mi propiedad!! Y no creáis que es un juego Hispaniola!!, lo mismo haré con tu criada negra, así que, vuestra merced decidís!!- sentenció aquel hombre. Isabel de Soto pensó en las demás mujeres, todas esclavas, por el color de la piel, por no poseer medios de fortuna, por no tener familiar alguno que reclamara por los abusos, por diferentes razones de una sociedad desigual, que serían golpeadas por su culpa y tuvo que aceptar ir con el hombre adinerado. 52


Que diferente al momento cuando el caballero de Cubagua la había conocido en Santo Domingo meses atrás. Las noticias que manejaba la joven eran desalentadoras con respecto a refugiarse en Nueva Cádiz, según decían los pescadores que encontraba en la bahía, Cubagua había sido abandonada totalmente después del huracán, justo el día de la llegada del tirano Aguirre, de ser una metrópolis con mucho auge comercial motivado a las perlas, ahora solo era ruinas. Así que, no siguió esperando la llegada de Santiago de Montserrat a rescatarla. Después de tantos días su mente asimiló la verdad: debía rehacer su vida en Margarita y la ocasión estaba ante ella. Mientras caminaba junto a los hombres por el camino de tierra, sus ojos fueron hasta el oscuro mar, donde una pequeña luz anunciaba a un pescador a esa hora del amanecer. La sensación de libertad que le dio esa imagen llenó a la joven de fortaleza. El destino parecía darle una segunda oportunidad. Miró de soslayo al más joven, viendo en sus ojos el deseo, miró al otro lado donde el mayor, pero éste no se daba cuenta del interés del hijo por ella, iba haciendo planes mentales de lo que haría con la Hispaniola. E Isabel de Soto tomó una decisión.

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Capítulo XIII La decisión de Isabel. Al llegar a la casa del Sr acaudalado, la joven miró a su alrededor para orientarse. Estaba hecha de ladrillos de arcilla, techo de tejas y caña amarga, jardín interior con algunas plantas que, a esa hora de la madrugada, sus flores despedían su aroma, poseía algunas sillas y una mesa de madera, donde el hombre mayor colocó una botella de licor que traía de la cantina. Isabel observó como llenaba con la bebida un pequeño pocillo que estaba en el fogón y se lo dio a beber. -Gracias, su merced por el ofrecimiento- dijo la joven española tomando el pocillo en sus manos llevándolo hasta los labios, donde degustó el sabor dulce del licor. Pensó que sería mejor turbar su mente con el alcohol para poder hacer lo que tenía que hacer. Bebió con ansias. El hombre, al verla tomar el licor dulce, hizo un gesto al más joven para que, mientras Isabel conversaba con él, le colocara en la bebida el polvo de una perla triturada para potenciar el ansia de la mujer hacia él, algo que hacían los indios guaiquerís buceadores de dicho molusco, para subir el nivel de ansiedad de sus parejas, hecho lo cual, le dio órdenes, al hombre joven, para que se marchara hasta una habitación que había al fondo de la vivienda. -Buenas noches, señora!- se despidió el muchacho caminando al patio. Cuando desapareció de la vista de ambos, el hombre se dirigió a la joven: -Ahora, Hispaniola, conversemos un momento su merced y yo!-dijoHe pagado mucho dinero por vuestra merced., así que no pienso perder mi inversión, me entiende?- comunicó a la joven mujer. -OH! Claro que le entiendo señor, es sólo que no soy esclava de nadie y ese hombre me ha quitado mis derechos de persona de la corona española, pero, al igual que su merced, espero respeto hacia mí durante el tiempo que comparta con su merced.- dijo la muchacha. 54


-¡Muy bien, señora!, no habléis más sobre el asunto!- exclamó el hombre.- AH! Soy don Juan de Ortega para serviros- se presentó. El hombre volvió a servir el vino a Isabel y ésta no lo despreció, el techo y el entorno comenzaron a girar en su cabeza. - Isabel de Soto, conocida como La Hispaniola- se presentó a su vez la mujer. -Así que vuestra merced llegasteis aquí por casualidad el día de la tormenta…- argumentó el hombre para hacer conversación. -Sí, así fue, pero, no quiero hablar de eso, con vuestra excelenciarespondió la joven secamente, cortando las palabras del hombre. Éste volvió a llenar el vaso con el licor y la joven masculló: -¡Hagáis lo que tengáis que hacer!!- apremió Isabel de Soto girando su cara hacia el hombre perdiendo un poco el equilibrio. El hombre la abrazó para que no cayera, y la mujer se rió. La vida le había enseñado a la joven a no desaprovechar las oportunidades que se abrían ante ella, y ésta la tomaría con mucha inteligencia y astucia, estaba determinada a ser libre y lo sería, no importaba a quien se llevara por el medio, si tenía que utilizar a los hombres lo haría sin siquiera pestañar. Una leve sonrisa por este pensamiento curvó sus labios carnosos a los ojos del hombre, a su vez, éste pensó en que era para él dicha sonrisa, tomándola de la mano la condujo hasta el cuarto principal de la casa, la joven dio varios tras pies al comenzar a caminar, el olor a jazmines del patio interior llegó hasta la española, incrustándosele en el alma desgarrada por las circunstancias. Así, la Hispaniola comenzó a hacer valer su poder de mujer cortesana, empleando para ello sus recursos femeninos de encantadora de hombres.. Los días transcurrieron unos tras otros, sin esperanza de libertad para Isabel. Llegó el mes de diciembre, en la aldea de pescadores, la mayoría fueron hasta Pueblo de la Mar para la misa del párroco, como buenos cristianos. Ni Petra ni Isabel de Soto pudieron asistir, estaban presas en la casa de Juan de Ortega y en ésta no entraba la religión. 55


Por aquellos días, del año 1.562, la vida de los pobladores de las olvidadas islas menores, se desarrollaba sin sobresaltos, de vez en cuando acudían ante el puerto a defender sus posesiones por la presencia de corsarios, que desviaban el rumbo hacia Cubagua y Margarita, creyendo encontrar en ésta el otrora floreciente mercado de perlas y esclavos, pero ya nadie vivía allí, sólo la soledad de ruinas de edificios y algunas rancherías pequeñas de pescadores, sin importancia para los filibusteros, que fueron borrando de la memoria el rumbo hacia la misma. Sólo algunas embarcaciones provenientes de Santo Domingo traían mercancías a las autoridades españolas presentes en la isla Margarita. A través de Juan de Ortega, se enteraba de la llegada de estas naos, sobre todo, cuando el hombre le traía regalos para alagarla antes del galanteo amoroso. El carácter de la mujer se fue endureciendo casi cínicamente. Aprendió a fingir placer y a darlo. Isabel de Soto, no obtuvo noticias de su prometido, Santiago de Montserrat, por lo cual se convenció que éste había perecido durante el huracán del año pasado. Su vida se deslizaba entre la casa de las afueras del Sr. Juan de Ortega, su paseo por la orilla de la playa de la bahía de Bella Vista con su mucama Petra y, el trabajo nocturno de entretener a los clientes de la taberna con sus canciones. Un día del mes de febrero se encontraban en la bahía viendo el atardecer, Isabel y Petra, sintieron tanta nostalgia de su terruño que caminaron entre las pequeñas olas, que llegaban hasta la arena de la playa mojando sus pies, para sentir el agua, por lo menos el mar era el mismo de su isla La Española, anheló su casa, su ambiente, haciéndole rodar las lágrimas por el rostro que, rápidamente, la brisa secó de las mejillas; desde lejos los pescadores de la zona vigilaban sus pasos, era famosa su dulce voz que penetraba a diario en la morada de todos en el puerto, teniendo una visión de ella casi etérea que se desdibujaba contra el horizonte al verla en la playa. Los días pasaron, luego las semanas, los meses. La convivencia en la casa de Juan de Ortega, se hacía un tanto difícil por los sentimientos que Isabel de Soto intuía en el joven hijo de su “dueño”, cada día le era más complicado encubrir lo que sentía por ella. Éste buscaba el instante en el cual pudiera encontrarla sola en la 56


mansión, regalabale alguna flor del jardín, siempre tenía algún detalle de buenas maneras, que hicieron que la joven le dirigiera miradas furtivas durante las comidas que compartían, sembrando ideas en su mente. Dispuesta a recobrar su libertad, trazó un plan que incluyó al joven caballero, sí, lo utilizaría para sus fines. Cultivó el interés del hombre por estar con ella. La Hispaniola, con la experiencia obtenida del trabajo en la taberna, se arriesgó. Pondría en práctica el plan urdido. Comenzó por citarlo en horas de la tarde, para conversar sin la presencia del padre, OH! Pensar en el hombre mayor le daba nauseas, sus besos y caricias las aborrecía. Sería cuidadosa, sin incluir los sentimientos, se dijo muchas veces. ¿Por qué no vivir el momento, sin obligación de “sentir lo que no sentía”?- pensó para darse ánimos, antes de poner en marcha su plan de escape. Con su esclava Petra, le envió un mensaje para cuando fuera a la cantina esa noche. Esperaba que asistiera a verla en las dunas a la tarde siguiente. El sol casi se ocultaba entre las serranías pintando de naranja el paisaje, cuando apareció el joven por detrás de los cocoteros, mostrando su ansia juvenil, la cual reprimía en presencia del padre. -Isabel!- llamó desde las dunas de arena, para no ser visto desde las rancherías de pescadores. La joven volteó a mirarlo con una radiante luz en los ojos, bebiendo su cara con la mirada. Espontáneamente una gran sonrisa se dibujó en sus labios. La Hispaniola se enamoró con toda la pasión de la juventud por primera vez, y eso no contaba en el plan trazado, pero, sopesando la situación, comprendió que tenía derecho a disfrutar de su ganada libertad, que se le profería durante las horas de la tarde, tanto el odiado del “jinete de la lluvia” como su “dueño” por algún tiempo Juan de Ortega, le dejaban ir de paseo a la orilla del mar de Bella Vista, sólo con la compañía de su criada Petra, no encontró nada malo en disfrutar los pocos momentos de soledad. Este pensamiento quitó un peso a su conciencia.

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Lucharía contra el sentimiento que se iba apoderando de su cuerpo y mente. Se dijo a sí misma que no podía enamorarse del joven Juan Antonio de Ortega. Pero el destino planteó algo diferente. Aprovecharía los momentos de placer y nada más. Al fin, la joven comenzó a vivir para ser feliz, si feliz por una vez en su vida; cumplía su papel de cabaretera cada noche al presentarse en la cantina, pero su alma sencilla de mujer, sus caricias espontáneas, su amor juvenil, decidió que serían sólo para el joven caballero, cada cita, que podían encontrarse en la ensenada, era glorioso para Isabel y para Juan Antonio, durante algunos minutos retozaban entre las dunas de arena blanca, con la sombra de los cocoteros, en completa satisfacción para los dos. Solo Petra, sabía de su idilio. Isabel de Soto se cuidaba mucho para que el bandido del “jinete de la lluvia” y el poseedor de su cuerpo Juan de Ortega no se enteraran, por eso su fiel esclava, velaba por la seguridad de los amantes, llevaba los mensajes clandestinos al joven en la cantina, así vigilaban entre las dos el secreto del amor, no quería ni pensar lo que pasaría si el padre, por alguna circunstancia se enteraba que el hijo había logrado lo que él no había podido con la mujer, romper las cadenas del odio y el desprecio que confrontaba cada noche en la alcoba. Isabel de Soto y Juan Antonio de Ortega vivieron su amor al viento desde ese primer día en la bahía. De regreso a la casona, se les hacía tarde para estar allí antes que regresara el padre. Cada uno tomaba por caminos diferentes, procurando no ser vistos por los habitantes del pueblo. Un día, las mujeres llegaron agitadas a la casa, sin embargo, aún no había hecho presencia el dueño de la misma. Petra corrió a la cocina a comenzar a preparar la cecina que estaba colgada sobre el fogón, la joven española le ayudó para que todo estuviera a la hora correcta como si no hubiera pasado nada. Luego de realizar esta faena, Isabel de Soto, fue a su cuarto, echándose sobre el catre, donde comenzó a revivir cada escena vivida en las dunas de la playa, con sus dedos recorrió el contorno de sus labios, que por primera vez habían besado con amor y pasión, un sentimiento tan especial que la joven no había sentido nunca y no comprendía. Petra la llamó desde el patio, haciendo que regresara de su ensueño.

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-Amita!, ya la comia tá casi lista- dijo- el sr Juan ha llegado a la casa- le comunicó. Isabel se asomó a la puerta y le siseo a Petra: -Y el joven Juan?- preguntó en voz baja, mientras miraba a todos lados. -Aún no, amita Isabel- Contestó la esclava. -Bueno, servid la mesa y llamad al sr a comer- ordenó- Yo voy en un instante. Isabel expectante, esperaba que apareciera el joven a la hora de la cena, para ver su reacción luego de lo acontecido en las dunas esos días. Petra fue hasta la habitación de su señora para comunicarle que el padre y el hijo esperaban por ella para cenar. Inmediatamente a estas palabras su piel se coloreó de rojo, sintió como su corazón comenzó a latir rápidamente, pero trató de controlarse, para que todo fuera como cada noche que compartían, lo difícil sería irse a la alcoba con el viejo, sabiendo cual sería el pensamiento del joven, y odió estar en este predicamento. Se levantó del catre, estiró su vestimenta oscura, tomó una bocanada de aire y salió al encuentro del destino. Al entrar a la sala fue seguida por dos pares de ojos, Petra se adelantó y le sirvió a Juan de Ortega, para tapar la vista mientras la dama española se sentaba en la silla desocupada. El joven permaneció con la vista en el plato de comida que le habían colocado al frente. -UF!- pensó Isabel- primer paso sin incidentes, esperaba continuara desarrollándose la comida sin escenas desagradables. El caballero mayor habló en ese momento a su hijo: -Juan Antonio, mañana tendré que partir hasta La Asunción a solucionar un problema con unos terrenos, así que dejo a vos a cargo del negocio de Pueblo de la Mar-Está bien señor, mande Ud. que más debo hacer- contestó obediente el joven. -Si no regreso mañana mismo te encargáis de atender a la dama, vuestra huésped, durante la comida - ordenó el hombre- y Juan Antonio ¡mucho cuidado con lo que hagáis! y ya sabéis lo que quiero deciros- le alertó. 59


- ¡Como vuestro señor ordene, así se hará!- contestó el joven caballero mirando de soslayo a Isabel que escuchaba sin perder ni una palabra de la conversación, no podía creer que la suerte le sonriera por ahora. -¡Hispaniola!, a su merced también la prevengo, mucho cuidado con lo que hagáis en mi ausencia, además, don Diego de González estará pendienteapostrofó el hombre. Isabel comenzó a sentir como un cúmulo de palabras se atoraban en su garganta para contestarle al hombre al nombrar al odiado “jinete de la lluvia”. -Le he dicho muchas veces a su merced que,¡ No soy esclava ni de Ud. ni de nadie!!- habló con voz gruesa- no creáis que la Hispaniola necesitais de ningún macho para vivid en vuestra casa de playa! ¡Soy libre y siempre lo seré!- elevó su voz casi contra su voluntad. -¡Hispaniola, Hispaniola!, con más razón debo advertirla Hispaniola, no se aleje de esta casa mientras esté fuera- ordenó Juan de Ortega -Y SI lo hago Qué?- retó violentamente la Hispaniola El hombre la tomó por los brazos fuertemente enfrentándosele. -¡No me retes, mujer de la calle!, ¡no juegues con fuego!, ¡eres de MI Propiedad!, métedtelo en la cabeza, pagué un alto precio por TI, queráis o no eres una esclava!, así que te aguantáis!- le gritó el hombre- O preferís vos que hagáis lo que se hace con los tesoros aquí?- posó sus pupilas fijamente , como puñales en la muchacha La joven le lanzó una mirada llena de odio al hombre y calló lo que pensaba decir. Mientras el joven apretaba los puños con fuerza viendo la escena sin intervenir.

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Al día siguiente, al amanecer se fue don Juan de Ortega con algunos hombres sobre mulas y caballos llevando el equipaje para el camino hasta La Asunción, que, según calculó el hombre, tardaría tres días en resolver el asunto que le apremiaba. Pero “algo” que no entendía en los ojos de la mujer, le auguraba cosas extrañas por suceder. Isabel lo vio marcharse desde la ventana de su aposento, hasta que se perdió en la línea del horizonte, mientras pensaba en el tiempo que ganaría para ser de nuevo libre, experimentaría a ver que podía suceder con el joven que mostraba su amor pasional en cada instante compartido. Ahora que, claro, era fiel a su padre y lo que éste dijera, demostrando tenerle, no respeto, sino miedo a enfrentársele, con un poco más de entusiasmo hacia ella, obtendría un buen resultado para su plan de liberación. Lucharía contra el amor, que no podía nublar su entendimiento, no podía dejar que el corazón mandara. Un solo pensamiento la embargaba: Libertad, libertad, volvería hacia su adorada isla La Española, no le importaría irse hasta nadando, con su fama de cantante allá, tendría una buena vida para disfrutar siendo libre sin chantajes y secuestros. Durante el día, estuvieron en la casa solo Petra, otras esclavas y ella, el joven no apareció por estar atendiendo el negocio de Pueblo de la Mar. Pero Isabel sabía que no tardaría en aparecer, si conocía a los hombres y sus reacciones estando enamorados, éste retornaría lo más rápidamente a la casa. A eso de las tres, de la calurosa tarde, apareció en la puerta del aposento de la joven. Isabel se levantó del taburete y fue a su encuentro, llenándolo de besos apasionados, que no le dejaron pensar en nada más que en la mujer. En el forcejeo intimo, el hombre por obtener lo deseado, le ofreció dar lo que ella quisiera e Isabel no lo pensó y le dijo: -¡Vámonos los dos a La Española!, allá nadie pondrá barreras a nuestro amor, haremos una vida juntos!- murmuró entre besos y caricias la mujer. El hombre no podía razonar bien, subyugado al deseo por la muchacha, diría sí a todo con tal de poseer su amor y su cuerpo. - Sí, amor, nos iremos pero mi padre nos perseguirá por traicionarlo- dijo entre susurros-No lo conocéis, Isabel, nos matará si nos encuentra juntos. Lo

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que te dijo anoche no es juego, tomadlo en serio, hará lo que hace con sus tesoros obtenidos-No le tengo miedo, Juan Antonio, si hacemos planes juntos nos marcharemos sin que se dé cuenta- dijo la mujer- Cuando lleguemos a La Española estaremos seguros, amor- murmuró la mujer- o a cualquier otra región donde seamos libres para vivir el amor. -Bueno, lo pensaré- exclamó bajito mientras besaba los labios carnosos que se le ofrecían.- Te avisaré cuando sea el momento preciso- habló el joven con voz apasionada. Ya, la pasión los consumió durante un buen rato, dándole felicidad a la pareja de jóvenes amantes. En el camino a La Asunción, don Juan de Ortega, hombre experimentado en muchas campañas tuvo el presentimiento que entre la Hispaniola y su hijo Juan había algo oscuro, no en balde había conocido a muchas mujeres y, una ola de celos llegó hasta su corazón. Tomó la decisión de dejar al grupo que continuara mientras él, con dos de sus esclavos más fieles, retomaba el rumbo hasta la bahía de Bella Vista. La vista ya se le nublaba pensando en lo que estaría haciendo la pareja en ese momento. Algo que había percibido durante las últimas noches en la comida, ahora se le hacía clarísimo. Su hijo estaba enamorado de la cortesana y ella le correspondía, podía verlo cristalinamente, lo habían estado engañando en su presencia. Una cólera asesina se apoderó del mercader, no le perdonaría tamaña ofensa a su hijo, menos a la mujer que tanto se asqueaba al tener que soportar su amor físico. -¡Vamos, apuraos el paso!- apremió a los guardaespaldas- ¡No quiero que hagáis ruido al acercarnos a la casa, entendéis!- gritó a los hombres. Tomó un camino distinto al que habían seguido al ausentarse esa mañana. Llegaron por la parte de atrás de la casa que daba hacia los cardones y retamas. La casa estaba muy quieta y silenciosa, una pequeña luz se perfilaba de lejos en la habitación de Isabel. Las esclavas habían salido a su trabajo en la taberna, así que sólo estaban la mujer y el joven en la morada. Cuidando que ningún poblador estuviera por las cercanías, el hombre dejó a uno de sus eslavos de vigía, internándose en la casa acompañado por el otro esclavo. La ira cegaba su vista, todo él resumía rencor.

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Recorrió los pocos pasos que le faltaban para llegar hasta el cuarto de la Hispaniola, desde donde salía una dulce voz interpretando una de sus canciones al joven galán. Empujó la puerta del aposento y se plantó en el cuarto seguido del esclavo, ambos empuñando su espada con las cuales apuntaron a la pareja que sobre el catre disfrutaban del solaz de su amor. La joven pareja, sorprendida no pudo reaccionar ante el ataque: -¡Así me habéis traiciona!¡ mi propio hijo!, por una mala mujer que vende su cuerpo al mejor postor!- le espetó el hombre al joven Juan. -¡Padre!- se sorprendió al ser apuntado al corazón. -¡No tengo hijo traidor ni cobarde, así que tu destino está marcado, canalla!respondió el hombre. Isabel trató de incorporarse del catre y el esclavo la tomó por el pelo echándola hacia atrás. -¡Por esta perra me traicionais!- dijo señalando a la joven que no podía moverse de donde la tenía sujeta el esclavo. -¡Vamos, levantáos de allí los dos!-mandó- ¡caminen hacia el patio, vamos rápido!- ordenó. La joven como pudo se incorporó pero no pudo articular palabras, pues el hombre que la tenía agarrada le tapó la boca, casi asfixiándola, colocándole un pedazo de tela que encontró. -¡No padre, piedad, no me matéis!- rogó el muchacho.- Piedad, piedad..! -Muy tarde muchacho, debisteis haber pensado en eso antes!-respondió el padre. Hizo una seña al esclavo que tenía a Isabel para que la sacara cargada, luego de amararle la boca con un pedazo de colcha. Así la llevó hasta la mula donde la colocó doblada siguiendo al amo, que llevaba al joven también. El hombre dio órdenes de dejar la habitación como si nadie hubiera estado allí para que cuando regresaran las esclavas creyeran que los jóvenes se habían escapado.

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Los condujo hasta un desolado paisaje, detrás de los manglares de la laguna, donde nadie pudiera verlos y, ordenó a los esclavos, que cavaran un hueco grande para meter a los jóvenes. Isabel de Soto vio venir la muerte segura, pero no tuvo miedo, sólo pensó en que sería libre, recobraría su perdida libertad, por fin, llegaría a Nueva Cádiz de Cubagua, nadie podría hacerle daño en el lugar al cual se marcharía. Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro. Con ojos, casi hipnotizados, vio cavar su tumba y la de su joven enamorado. La sensación de desesperanza e impotencia la asoló. Las escenas de su vida pasaron ante ella en un instante: sus padres, su casa, el viaje, Petra, oh! Petra, seguro la buscaría hasta debajo de las piedras. Su destino sería el de muchos entierros condenados, puesto que ni siquiera los esclavos se salvarían esa noche, Juan de Ortega no dejaría testigos de su felonía.

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Capítulo XIII La soledad. Al regresar Petra de la cantina, no logró encontrar a su amita Isabel, la buscó por todos los alrededores de la casa, pero nada. Su habitación estaba impecable, su ropa estaba en el lugar de siempre. Esperó que pasara la noche para el día siguiente seguir buscándola. Ella sabía que su ama no se marcharía sin llevársela. Si había salido con el joven Juan regresaría. Petra se apostó cerca de la puerta de la habitación, sin embargo pasaron los días y no regresó. Igualmente el dueño de la casa tampoco había regresado del viaje. La esclava estaba muy asustada, lloraba y lloraba esperando a su amita. Supo que don Juan de Ortega había regresado a Pueblo de la Mar, pero no había ido aún a Bella Vista. Pasado un mes, el hombre volvió a la casa que alquilaba en el poblado, llegó y gritó en contra del traidor de su hijo que se había fugado con la Hispaniola mientras él se encontraba ausente. Gritó furibundo, maldijo a la pareja, juró buscarlos en donde se escondieran, hizo todo para dejar claro que los jóvenes habían huido juntos. Pero, nada de esto convenció a la esclava que siguió buscando a la joven por toda la bahía, preguntándole a cada pescador si la había visto, pero en vano. Varias noches después, al cerrar la taberna, de camino a la casa de Ortega, Petra y todos en el pueblo pudieron escuchar el canto de Isabel, como lo hacia todas las noches cuando encantaba a los hombres con su melodiosa voz en la cantina. La esclava, sintió alegría creyendo que su ama había regresado mientras ella estaba en el tugurio. Caminó de prisa, al igual que la gente del poblado que apreciaba a la joven cantante. Se agolparon en la puerta a mirarla cantar, pero OH! Éste estaba desierto, no había nadie en el lugar, y la voz seguía escuchándose. Corrieron despavoridos, como si los persiguieran los demonios, rezando y persignándose por haber acudido al encuentro de un fantasma, día a día escuchaban a la Hispaniola a la misma hora que lo hacía en el bar, en días siguientes hicieron una misa para que el fantasma dejara de cantar y descansara en paz, eternamente, pero en vano, Isabel seguía cantando en

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la cantina a la misma hora, pero nadie se acercaba por el terror que tenían al espanto. Luego de este acontecimiento no le quedó a Petra ninguna duda que su ama Isabel estaba muerta. *** La aparición calló por un momento, tristemente, miró hacia la inmensidad del mar Caribe, girando su cabeza sonrió a la jovencita que había permanecido sentada en la arena, se levantó del taburete: - Es hora de marcharme…Debo irme hasta Cubagua…!-, desapareció de la vista de Isabela, dejándola cansada y sin fuerzas, cuando ya se oían las voces de los muchachos con otros invitados de la fiesta, que venían en su rescate y llamaban a la quinceañera: -¡Isabela, Isabela!!!!!- llegó el eco de los gritos en la distancia hasta ella. Han transcurrido cuatrocientos cincuenta años desde que Isabel de Soto bajó del galeón el día de la tormenta, todavía, algunos vecinos de la bahía de Bella Vista, dicen haber visto a “la Hispaniola”, en noches oscuras como aquella, la oyen cantar en el mismo sitio donde estuvo, en otrora, la taberna. Su melodiosa voz ha perdurado en el espacio, en el tiempo, esperando volver con su amado, camino a la libertad. ***

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