Los Pochotes

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Quizá, si alguien alguna vez me pregunta acerca de la experiencia de vida más fuerte que he tenido, responda sin pensarlo Los Pochotes. Llegué como un extraño, en un grupo de extraños, que terminamos convirtiéndonos en familia y en comunidad. No sé si fue la gente y el espíritu que cada uno llevaba desde el momento en que nos subimos al bus y viajamos 7 horas, o a lo mejor fue llegar a la comunidad y conocer los rostros humanos que representan esos porcentajes de pobreza que nos muestran los periódicos. He de reconocer, que al principio llegar aquella noche y dormir solo 4 horas no me motivó mucho, sacrificar comodidades como un baño, una cama, la televisión, una casa cómoda, y cambiarlas por un colchón inflable y 3 latas con una manguera no tomó mucho sentido para mí el primer día; pero las cosas cambiarían cuando desperté temprano y llegue a la comunidad. Un grupo de extraños que nos mostraron sus caras desesperanzadas y pisoteadas a lo largo de los años, un grupo de niños desnudos a la intemperie, vistos con el rabillo del ojo por la carretera que pasaba al costado de la comunidad, y mirados con desprecio por los vecinos que habitan cómodas casas sobre la carretera perpendicular. Dentro de la comunidad de Los Pochotes, anduve por los caminos de polvo, y ensucié mis zapatos, pero más sucia sentí la cara, llena de vergüenza de mí mismo, al ver a mis hermanos levantándose de colchones puestos en el piso, en el mejor de los casos. Sentí rabia, dolor, indignación, angustia, tristeza, lástima e impotencia. Miré mis manos claras y suaves, y vi las de Don Erick, manos trabajadoras llenas de esfuerzo, miré mis zapatos cómodos y vi los pies descalzos de Leiner que ya habían recorrido aquel polvazal hirviendo bajo el sol, miré el bloqueador en mis brazos y vi la piel morena de Don Paúl vendiendo las frutas a la entrada de la comunidad, y sentí vergüenza de mí, de lo ciego que había sido, de lo indiferente, de lo conformista. Esos seres maravillosos y trabajadores, no estaban ahí porque querían, nadie en su sano juicio quiere arder todos los días bajo aquellas latas que han colocado para dar forma a sus viviendas. Nadie en su sano juicio quiere caminar todos los días cerca de un kilómetro para traer agua potable para beber, nadie en su sano juicio quiere dormir con un piso de tierra. Ellos no estaban ahí por gusto, estaban ahí por necesidad, porque las


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