Mundo polÞitico, mundo intelectual.

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BOLETÍN DEL CENTRO DE ESTUDIOS PERSPECTIVA SUR 7 de Agosto de 2011 / Año 1 / Nro. 3

Mundo político, mundo intelectual. Los intelectuales y el kirchnerismo: ¿dónde está la política? por Gabriela Rodríguez Intelectuales, ideas y política por Amílcar Salas Oroño Cambio Cultural, desafío de la política y las nuevas generaciones por Alejandra Rodríguez


Editorial ”Mundo político, mundo intelectual” Mundo político, mundo intelectual. ¿Mundos separados? Arriesguemos a decir universos distintos, dimensiones legítimamente en tensión que sin embargo se esfuerzan por entablar algún tipo de estructura dialógica. De entre los muchos elementos con los que se elabora la política nunca olvidamos que ella está hecha de palabras. Sí, sobre todo de palabras, y es por ello que nos esforzamos en reiterar que la composición de las formas políticas no pueden prescindir de “actos de habla” y de “razones discursivas”. Pero, ¿quién habla? La breve pregunta, que no evade su raíz foucaultiana, debería también apuntar a decir ¿quién le habla a quién? Y sobre todo, ¿qué se dice cuando se habla? Los textos que se ofrecen en esta tercera presentación de Perspectiva quieren dar cuenta de estos interrogantes. Lo cierto es que van más allá. Se dirigen al núcleo duro e históricamente convocante del problema –los intelectuales, la política, la cultura, el poder-, porque entre otras cosas interrogan los comportamientos sociopolíticos contemporáneos; los modos de aparecer y sus vocabularios, pero también sus faltas y desplazamientos. De nuevo, ¿quién habla? Puede decirse que hablan muchos, pero que de esos muchos no se espera lo mismo por igual. Hace tiempo que el campo de la estructuración política ha dejado de ser un terreno de voluntades horizontales compuesto por voces parejas (¿cuándo lo fue?). De esta manera, también en la política y en la representación de la política hay alguien que siempre espera (algo) del otro: representación es reconocimiento, y al mismo tiempo un lugar, un territorio, una inclusión. Así es como esa espera se traduce en una demanda que pide ser satisfecha. Demanda de nuevas intervenciones, de traducciones, de posiciones dialécticas y de aperturas. En fin, de nuevos lenguajes y estrategias políticas que alcancen a capturar los dispersos sentidos que en estas extrañas horas nuestra compleja política argentina reclama.

por Gabriela Rodríguez∗

Los intelectuales y el kirchnerismo: ¿dónde está la política? Ya promediando el invierno y, tras la derrota de la fórmula Filmus-Tomada en la Ciudad de Buenos Aires, se reedita en las redes sociales una pregunta que nació con los tiempos modernos, por no decir, con la humanidad misma: ¿para qué sirven los intelectuales? ¿Quiénes son esos “sabios” personajes cuya actividad no es sino juzgar la acción, política, de los otros? ¿Qué sentido tiene escucharlos? Para muchos, poco y nada. Al fin y al cabo, renunciaron a ser expertos en algo al aceptar jugar un partido cuya cancha está fuera de las murallas protectoras de la academia y/o la ciencia. Al fin y al cabo, sus voces resuenan en un concierto dodecafónico inconcluso, donde la autoridad de la razón o de la firma vale menos que la objeción ocurrente del blogger o el twitero anónimo. Otros, nosotros, creemos que aquellos que persisten en ser llamados intelectuales tienen algo que decir. Entonces, ¡qué lo digan! Podríamos recordar los debates de años atrás acerca de la existencia misma del intelectual. También podríamos plantear la actualidad de la dicotomía entre compromiso y distanciamiento en un campo intelectual polarizado a imagen

por Amílcar Salas Oroño∗

Intelectuales, ideas y política En el trayecto que va desde la aparición del grupo Carta Abierta hasta la intervención de Beatriz Sarlo en el programa 6-7-8, se han ido colocando algunas pautas interesantes en el debate permanente que hay en torno a la figura del intelectual. Ésta siempre ha sido una función social sujeta a la crítica, los cuestionamientos y a la propia autoreflexividad; los tiempos que corren no están exentos del problema. Lo que se pone en entredicho es la soledad del intelectual. Es cierto que, en un sentido genérico y teórico, para el intelectual la soledad es fundamental: no debe pedirle permiso a nadie para avanzar en sus propias ideas – ni al partido, ni a la comunidad de pares, ni a los circuitos de consagración. En ese sentido, no se puede subordinar el pensamiento al canon que lleva a la promoción, al premio o al aplauso; si la


y semejanza del campo político. O quizás no estaría mal mencionar los dilemas concretos que implica la mass-mediatización para la ciudad letrada. Ninguna de esas cosas nos permitiría comprender por qué los intelectuales argentinos que detestan, critican o apoyan al kirchnerismo hablan de todo, menos de política. O al menos, no hablan de ella del modo que uno podría esperar de quienes han hecho de las palabras sus cosas favoritas. Por ello, llama la atención el último diagnóstico de los intelectuales de Carta Abierta sobre la derrota electoral del kirchnerismo en la Capital y su eventual fracaso en otras grandes ciudades del país: tenemos discurso pero no hacemos política. Esa sentencia termina siendo una daga que atraviesa el cuerpo de los intelectuales mucho más que al gobierno o la clase política. Las más lúcidas intervenciones intelectuales sobre el momento político actual entre los pro (K), los anti y los libremente fluctuantes, nos hablan de hegemonías o contra-hegemonías culturales, de tiempos disruptivos, destinos trágicos y, más esporádicamente, liderazgos. Pero casi nadie dice públicamente que la política necesita de conceptos o ideas para ser interpretada y realizada. Baste mencionar a modo de ejemplo la discusión sobre el carácter republicano o antirepublicano de las prácticas políticas del kirchnerismo. Esta cuestión ha recrudecido fuertemente durante el gobierno de Cristina Fernández, que había hecho de la institucionalidad una de sus promesas de campaña. Sin embargo, tanto entre quienes apoyan al gobierno como en quienes se definen como opositores, predomina una concepción “formalista”, por no decir, limi-

consulta a los demás es permanente, poco puede avanzarse en términos de originalidad y búsqueda conceptual: por ejemplo, una vida intelectual completa de éxitos es una búsqueda de no soledad, de compañía, pero por la que se paga un determinado precio. El kirchnerismo ha lidiado de una manera particular con esta soledad “productiva” del intelectual: por un lado, y a largo plazo, ha robustecido la “autonomía” del campo intelectual universitario – la versión contemporánea de la “soledad” intelectual- con incentivos de todo tipo, reposicionando la relevancia de los contextos institucionales de producción, dando espacio a contribuciones que pueden tomar una distancia parcial de los tiempos de la política; sin embargo, al mismo tiempo, en el corto plazo establece como principio de reconocimiento social del intelectual su “compromiso” militante en la esfera pública: el “compromiso” como constitución de la autoridad intelectual, en sintonía con la propia tradición argentina respecto de lo que ha sido la relación entre intelectuales y poder. Se fue imponiendo, entonces, como característica de la etapa, la noción de que el intelectual legítimo es aquél que estrecha

tada, de la república, no muy distinta del sentido común periodístico. Pocos se animaron a problematizar en los sentidos de la república o al menos a recordar las particularidades históricas del republicanismo argentino, temas, que algunos de los intelectuales que escriben para el gran público han tratado en sus libros exotéricos. ¿Acaso es un tema poco interesante para la lista de best-sellers? ¿O tal vez no resulte conveniente plantear un debate real que amenace erosionar los muros de la comunidad de pares como no han podido hacerlo las diferencias estético-políticas o las luchas de egos? Y es cierto, nos hace falta política: de esa política que se hace hablando pero no solamente por hablar. Y para hablar, sin quedar atrapados en la lógica de un discurso que sólo se refiere así mismo, hay que emprender una batalla política por el sentido que no sea ni auto ni tele-referencial. Actuar pensando y pensar actuando, con los otros y con uno mismo. Al fin y al cabo, de eso se trata el oficio de pensar. *GR es Politóloga UBA. Generación Política Sur (GPS)

su compromiso con la política –en este caso, con el propio proyecto kirchnerista; las otras versiones y perfiles intelectuales quedan medianamente desplazados, como también una presencia orgánica de la institución universitaria. Ahora bien, esta situación resultó de una encrucijada particular, que la justifica: el vértigo que adquirió la agenda política con el conflicto del campo obligó a una lógica política de la resistencia, esto es, a colocar incluso a un gran número de intelectuales como elementos de freno frente a las amenazas destituyentes, en desmedro de su “soledad” productiva. Lo interesante es ver si en un futuro tercer gobierno kirchnerista, traspasado el momento defensivo, los contextos fuerzan otras funcionalidades: una presencia intelectual universitaria propositiva – y no simplemente defensiva – será necesaria, lo que demandará un reconocimiento a su propia “autonomía” productiva y no tanto a los “compromisos” personales. La inorganicidad de los capitalismos periféricos lo requiere: si nuestras sociedades no se dan propios espacios de reflexión, nadie lo hará por nosotros. *ASO es Polítólogo UBA. Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC-UBA).


por Alejandra Rodríguez *

Cambio cultural, desafío de la política y las nuevas generaciones El debate sobre la relación entre cultura y política es un debate contemporáneo, instalado con mayor pregnancia en la agenda política en estos últimos tiempos. Lejos de que la cultura termine siendo una “jaula de hierro” con la cual pretendamos explicarnos los vaivenes políticos y sociales, estamos frente a la posibilidad de plantearnos algunas reflexiones para afrontar los desafíos de nuestro tiempo: ¿Puede dinamizarse un cambio cultural desde la política? ¿El cambio político es necesariamente un cambio cultural? ¿Cómo se articulan estas ideas en la experiencia social? Cuando decimos cambio cultural, no hablamos solamente de los festejos del Bicentenario, de Tecnópolis o de Fuerza Bruta, sino principalmente de aquellas prácticas sociales arraigadas en lo más hondo del individualismo y de la insolidaridad, de cómo se reinventa una conciencia nacional y popular contemporánea. Debido a ello, es necesario ahondar en una política cultural singular, en la “fabricación de lo sensible” según Rancière, para quien el trabajo político es una tarea estética, porque distribuye lugares, espacios y cuerpos. En tiempos en que la política se entremezcló en nuestra interioridad, el kirchnerismo como proyecto todavía reclama ser colmado. Es preciso ampliar los márgenes de escucha, hacer una escucha atentísima de aquello que parece y se presenta como novedoso, como una posibilidad de verdad. La política hoy se reembarca con rasgos de amplitud generacional. Es tiempo de construir lo nuevo, y que se construye como relación dialógica entre el pasado y el presente, no como algo imperturbable. El desafío es pensarnos como una generación que mira a la generación anterior y entiende que la tradición no limita la posibilidad de reinventar. El juego que se demanda para abonar el cambio cultural de la política debe ser colmado con permanentes apuestas a una construcción desafiante, de conjunto, que remita a la política como vida pública y colectiva. Que se permita la experiencia de otras formas, lógicas y modos de construir vínculos y poder. Un juego en el que no se trate solo de medir fuerzas sino también de debatir ideas, argumentos, ya que en el entre, allí y sólo allí - dónde los sujetos se reúnen con el propósito de realizar algo en común- aparece el poder. El poder es siempre una relación social, el poder circula y se expresa en la experiencia cotidiana y ciudadana. La política es el lugar de lo público, es palabra, es con otros. El intelectual Antonio Gramsci nos induce a mirar el saber práctico, la construcción de un saber nacional y popular. Para él, las transformaciones políticas profundas son las culturales, las del conjunto de valores, costumbres y prácticas que constituyen un pueblo, una comunidad. El horizonte del presente nos convoca a pensar en la cultura como modos de vida, experiencia social, movilización activa; la cultura como política encarnada, con lenguajes propios, pensamiento militante y lectura de época emancipada. Claro que la construcción de fuerza política es necesaria, pero también se la debe acompañar generando condiciones para las posibilidades de reinvención de nuevos planteos estéticos y comunicativos. Hay un debate, un planteo en el mundo de las ideas que es necesario hacer; y es un momento político oportuno: es, así, un desafío para las nuevas generaciones políticas. Así lo planteaba el maestro Nicolás Casullo “No hay proyecto sin generaciones pensantes, polemizadoras, creadoras de ideas, fecundadoras de teorías y memorias. Ahora es el momento”. * AR es Lic. en Artes Combinadas, (UBA), integra Pensamiento Militante y Red Mujeres con Cristina.

El Centro de Estudios Perspectiva Sur (CEPS) es el centro de estudios de Generación Política Sur (GPS). Su objetivo es producir conocimiento para profundizar la democracia.

PERSPECTIVA es la publicación periódica del CEPS para pensar los principales desafíos que nos presenta la realidad política, económica y social. En cada número colaboran jóvenes investigadores con breves textos que expresan su punto de vista. perspecitva@ceps.org.ar

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