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REAL FÁBRICA DE TAPICES
COMO HACE 300 AÑOS
FUNDADA EN 1721, LA REAL FÁBRICA DE TAPICES VIVE EL MEJOR MOMENTO DE SU ETAPA MODERNA. HACIENDO LO DE SIEMPRE: FABRICANDO Y RESTAURANDO TAPICES Y ALFOMBRAS A MANO, LITERALMENTE A MANO.
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TEXTO JUAN LUIS GALLEGO FOTOGRAFÍA BEATRIZ MERCADER
Decenas de canillas de madera en un tapiz con hilos de muy diversos colores. La elección del matiz adecuado para reproducir fielmente la figura elegida convierte a los maestros liceros de la Real Fábrica de Tapices en auténticos artistas.
En esta página: Imagen del taller de elaboración de tapices, con un aspecto similar al de hace decenas de años. En primer plano, detalle de uno de los tapices que elaboran en estos momentos para el gobierno de Sajonia.
En la otra página: Una pequeña reproducción fotográfica es la única guía que utilizan los maestros liceros. NO HAY MÁQUINAS EN LA REAL FÁBRICA DE TAPICES DE ESPAÑA. La desempolvadora, una gran estructura de madera que sacude en su interior las telas para librarlas del polvo, fue patentada en 1905. La rueca que traslada los hilos de la madeja a las canillas utilizadas para tejer puede verse en fotografías de hace decenas de años. Poco más. Todo se hace a mano aquí. Literalmente a mano. Ni siquiera cuenta la fábrica con telares empujados a pedales tan corrientes en otros talleres textiles. Así que la elaboración de un metro cuadrado de alfombra de nudo turco, que implica unas 45.000 lazadas, puede llevar ocho días; algo más si la técnica elegida es el nudo español –con una lana más fina y un reverso más uniforme–, que necesita 62.500 lazadas. Si hablamos de tapices, la fabricación de un metro cuadrado supone entre 4 y 10 meses. Y, según el grado de intervención, una restauración puede necesitar de 1.500 horas de media, hasta las 7.500 de las más exigentes.
Probablemente no hay nada igual en el mundo; en Europa, seguro que no. Sin embargo, la fábrica ha estado a punto de desaparecer en varias ocasiones. Primero, en 1996, cuando, inviable económicamente, se puso en manos de una fundación con la entrada de capital público –Ministerio de Cultura, Patrimonio Nacional y del Estado, Comunidad y Ayuntamiento de Madrid– y privado. Luego, en 2015, cuando, lejos de remontar, rozó el concurso de acreedores asediada por las deudas. Hasta que una nueva gestión ha conseguido, finalmente, reconducir la situación.
Así que llega al año de su 300 aniversario –fue fundada en 1721 por Felipe V tras perder España las posesiones en los Países Bajos y con ello su tradición de tapices– en uno de sus mejores momentos, según reconoce a GENTLEMAN su director general, Alejandro Klecker. La deuda, que llegó a alcanzar los siete millones de euros, se ha reducido casi a la tercera parte, de forma que sin ella
la institución podría ser viable por sí misma. Haciendo lo mismo que siempre: fabrican tapices, alfombras y reposteros –algo así como banderolas con escudos–, y restauran y limpian cualquier textil que necesite de una intervención especializada. Por cierto, para todo aquel que requiera de sus servicios: en la Real Fábrica de Tapices están interesados en que usted sepa que puede dirigirse a ellos tanto para encargar una alfombra como para limpiar la que tiene, como si fuera la tintorería de la esquina, solo que con más cuidado y no a precios necesariamente superiores. También para restaurar un mantón de manila, una bandera o un uniforme, o incluso para guardar temporalmente alguna de estas piezas: este menudeo diario es una fuente de ingresos de la que en ningún caso quieren prescindir.
Con toda esta actividad, unida a la cesión de espacios para eventos y un coworking, la institución obtiene, aproximadamente, 1,5 millones de euros al año que, sumados a otro tanto que recibe en subvenciones públicas, le permitió cerrar el último ejercicio con 350.000 euros de beneficio: para pagar la deuda, para engrosar unas reservas muy mermadas y, por cierto, también para mantener una tradición de artes y oficios que sin la existencia de la fábrica probablemente estaría en vías de extinción, y desplegar una labor museística, con exposición permanente pero también muestras temporales, que no solo incluye cientos de obras de arte, sino unos 4.000 archivos con dibujos, encargos de la corona, pedidos de material o libros de administración que se remontan al siglo XVIII.
El tesoro de Dresde En la fábrica andan ahora con el que, probablemente, es uno de los encargos más exigentes de los últimos 250 años: la elaboración, para el gobierno de Sajonia, uno de los estados federados de Alemania, de los 32 tapices que colgarán en el Palacio Imperial de
CLIENTES POR TODO EL MUNDO
La Iglesia, poseedora de importantes colecciones de tapices, es uno de los principales clientes de la fábrica. Y con ella, instituciones como el Congreso y el Senado; el Gobierno a través de varios de sus ministerios; ayuntamientos (Madrid, Alcalá de Henares); universidades (Salamanca); museos (Lázaro Galdiano, Catedralicio de Santiago de Compostela, Arriaga, del Traje) y grandes hoteles y empresas (Ritz, Palace, Banco Santander, Banco de España). También castillos, embajadas y palacios presidenciales de otros países (Irlanda, Francia) han requerido sus servicios. Entre los particulares, bien coleccionistas o que demandan piezas nuevas, los principales clientes se encuentran en Oriente Medio, México y Estados Unidos.
En esta página, de izquierda a derecha: Más de 27.000 kilos de lanas, con cientos de muestras de colores, se conservan en un altillo en las dependencias de la fábrica. Detalle de restauración de un tapiz.
En la otra página: En el centro, abajo, muestras de la plasmación concreta de cada color en determinados tejidos. Dresde, inspirados en los que fueron destruidos en la Segunda Guerra Mundial. Una labor ingente, encargada en 2016 y que tiene fecha de entrega y precio: año 2023 –es decir, tras siete años de trabajo, a una media de 12 meses el metro cuadrado por persona– y 1,5 millones de euros.
Entre los materiales empleados: seda, oro y plata. Y esto merece una aclaración: no se trata de hilo dorado o plateado, sino alma de seda envuelta por un fino hilo de metal. Es solo un detalle de un trabajo que exige a las maestras –son mayoría– y maestros liceros que lo ejecutan una habilidad cercana al arte. Porque, recordemos, no hay aquí ordenadores que identifiquen formas y colores; ni por supuesto impresoras 3D que dupliquen volúmenes; solo fotos de los proyectos originales, ampliadas a trozos y calcadas en papel cristal, que los artesanos y artesanas colocan en su lugar de trabajo como única guía. Así que cuando toca reproducir un cielo semidespejado o un ciervo que se esconde entre el follaje, es únicamente el criterio del maestro y sus manos los que deciden cuándo cambiar el hilo azul del cielo abierto por el blanco nunca puro de la nube o el trufado de gris de la que amenaza lluvia; o cuándo el marrón de la piel del animal se oscurece en las patas o se aclara en el vientre. Con todas las gradaciones de color que se pueden imaginar. Y no es una exageración: hasta lograr los aproximadamente 3.800 colores diferentes que serán utilizados en los tapices de Dresde, se han llegado a realizar 40.000 pruebas de tinte. La mayoría de los que se utilizan, por cierto, no son naturales; serían, explica Alejandro Klecker, más contaminantes y no necesariamente compatibles con textiles tan antiguos. Así que se emplean tintes sintéticos biodegradables, salvo en aquellos casos donde la tradición aconseja recurrir a lo de siempre para conseguir ciertas tonalidades, como es el caso de la cochinilla, un insecto capaz
PUERTAS ABIERTAS PARA LOS ARTISTAS
La búsqueda del color adecuado para la reproducción de un tapiz es una de las arduas y laboriosas tareas que acompaña los trabajos de la Real Fábrica de Tapices. En la mayoría de los casos, las composiciones quedan archivadas y una madeja guardada como muestra. En su afán por atraer a los artistas contemporáneos, el director general, Alejandro Klecker, ha decidido ofrecer sus instalaciones para que creen allí obra textil, con la ayuda de sus maestros, y compartir el beneficio de la venta. El laboratorio de tintes está a completa disposición de quienes se animen, con la posibilidad de crear y declarar secreto industrial su propia gama de colores si así lo desean.
de proporcionar un rojo único. Un altillo en las instalaciones de la Real Fábrica de Tapices –situada desde 1889 en un edificio neomudéjar a pocas decenas de metros de la Plaza de Atocha, declarado Bien de Interés Cultural por la Comunidad de Madrid– acumula 27.000 kilos de lana de todo tipo de colores, uno de los materiales más utilizados junto a la seda, el lino, el yute y el algodón.
Hasta cinco siglos de antigüedad Quizás sea la elaboración de los tapices de Dresde, como decíamos, uno de los encargos más espectaculares a los que se ha enfrentado la fábrica en los últimos dos siglos y medio. Pero seguramente no el más importante. Por las expertas manos de los que aquí trabajan –una plantilla de medio centenar que incluye titulados superiores con máster en restauración textil, maestros liceros formados en la propia escuela taller de la fábrica (cerrada en 2011 aunque con planes de reapertura), artesanos y aprendices– han pasado para su restauración tapices con tres, cuatro o incluso cinco siglos de antigüedad, procedentes, por ejemplo, de las catedrales de Sigüenza, Segovia o Córdoba. O del Colegio del Patriarca de Valencia, una de las colecciones de tapices más importantes del país, creados a principios del siglo XVI y a los que 6.000 horas de trabajo para cada uno de los seis que la componen –de seis metros de alto por cuatro de ancho–, incluyendo la retirada de restauraciones anteriores, la microaspiración del tejido y el lavado en una piscina de acero con agua desionizada y desmineralizada, permitieron recuperar la expresividad y sensación de relieve de los personajes buscada por sus creadores y que la suciedad y el humo de los cirios había ocultado. La intervención en el baldaquino del Ayuntamiento de Alcalá de Henares es otra de esas obras imponentes que recuerdan en la fábrica: un textil de casi diez metros por cinco que, para empezar, hubo que tener en
Bajo estas líneas, detalle de la restauración de un repostero. El grado de intervención depende de los deseos del cliente, aunque en las piezas más antiguas lo habitual es optar por la consolidación, es decir limpiar y sanear para detener el deterioro, pero evitando introducir elementos nuevos que desvirtúen el original. cuarentena, sin oxígeno en una bolsa de aluminio, para eliminar cualquier ácaro, polilla o plaga dañina –curioso, por cierto, el caso del piojo del libro, que pasa desapercibido en la lana pero es capaz de devorar una biblioteca si se pone a tiro–.
Dice el director general que, posiblemente, la Real Fábrica de Tapices de España y la manufactura de los Gobelinos de Francia figuran entre las más prestigiosas del mundo. Y le augura un esperanzador futuro al sector, entre otras razones por su convicción personal de que el textil –“no necesariamente el tapiz, sino cualquier interpretación de un dibujo o pintura sobre una urdimbre”– cobrará cada vez más importancia en el mundo del arte: “Porque es acogedor y cálido, aísla, completa a la perfección un ambiente minimalista como fondo en una pared, es sostenible y dura cientos de años”. Pero es consciente, a su vez, de que la institución tiene que encarar con acierto los retos del futuro. El primero, potenciar una internacionalización que, si ya es una pata fundamental de su actividad –con Oriente Medio y Latinoamérica entre los mercados mas importantes de clientes particulares–, puede apoyarse en la digitalización para ofrecerse a estudios de arquitectura e interiorismo de todo el mundo. Y, en segundo lugar, acometiendo una actualización y modernización de los diseños que, en cierto modo, ya ha comenzado. A los nombres de Mengs, Bayeu o Goya que en su día estamparon sus firmas en cartones para la elaboración de tapices –es así, cartones, como se denominaba y denomina el material en el que se presentan los dibujos y pinturas a reproducir–, se unieron luego figuras de la talla de Juan Gris, Dalí, Le Corbusier, Matisse, Chagall o, más recientemente Alfonso Albacete, Guillermo Pérez Villalta, Manolo Valdés o Teresa Sapey. Algunos se fabrican para ponerse luego a la venta; otros se hacen por encargo. Usted mismo puede hacerlo.