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ANTONIO GARRIGUES WALKER

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ICONO ORSON WELLES

ICONO ORSON WELLES

LA LIBERTAD CONQUISTADA

IMPULSOR DE UNO DE LOS BUFETES MÁS GRANDES DE ESPAÑA, ANTONIO GARRIGUES WALKER ATESORA UNA PROLÍFICA E INTACHABLE TRAYECTORIA. TRAS PASAR LA COVID-19, EXPLICA EN EL LIBRO SOBREVIVIR PARA CONTARLA SU OPTIMISMO ANTE EL FUTURO.

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TEXTO JUAN LUIS GALLEGO FOTOGRAFÍA JACOBO MEDRANO

Antonio Garrigues Walker se incorporó en 1954 al despacho que habían fundado 13 años antes su padre, Antonio, y su tío Joaquín. Se convirtió en presidente del bufete en 1961, cargo que ocupó hasta 2014 cuando, con 80 años, fue nombrado presidente de honor. Ahora, insiste, no interviene en absoluto en la marcha del despacho. Es presidente de la Fundación Garrigues, dedicada a la investigación jurídica. EN EL BUFETE DE ABOGADOS GARRIGUES –2.000 letrados en todo el mundo; 800 de ellos solo en la sede central de Madrid– no pueden entrar los hijos de los socios –casi dos centenares–. Lo impuso Antonio Garrigues Walker, a pesar de que el despacho fue fundado por su padre y su tío. “Sí, claro que me lo recuerdan. Incluso mis propios hijos. Siempre tiene uno que vivir con algún tipo de contradicción. No es un tema puramente de estética, es un tema pragmático puro: si cada socio mete a su hijo, el despacho se destruye. En algún momento había que romper la cadena”.

Antonio Garrigues Walker (Madrid, 1934) es muchas cosas, pero, sobre todo, una de esas personas –escasas en estos tiempos polarizados donde se está con uno o con el contrario–, unánimente respetadas. Primero, como jurista de reconocido prestigio internacional, motor de uno de los bufetes más grandes de España, que recuerda en su aspecto –y seguramente supera–, al de algunas firmas con nombre propio que pueblan las series de televisión estadounidenses, con ocho plantas en el barrio más acomodado de Madrid y oficinas propias en otros 12 países; segundo, como hombre público, aventura política incluida y un fracasado intento de conquista del centro allá por los años 80 al frente del Partido Demócrata Liberal; y tercero, como persona. Imposible saber si en ese orden.

En marzo, cuando la COVID-19 se desplegaba con toda su crudeza en España, Antonio Garrigues sufrió la enfermedad, de la que ahora solo le quedan “molestas” secuelas. Por eso, y por ese afán intelectual que le impide estar quieto, ha publicado en la editorial Deusto Sobrevivir para contarla. Una mirada personal a la pandemia y al mundo que nos deja –con la colaboración, quiere que vaya por delante, de Antonio García Maldonado–, en el que intenta transmitir un optimismo lejano a los recurrentes análisis catastrofistas.

Permítame una apreciación personal tras leer su libro: es usted liberal, pero no tanto, o no del tipo de liberal que se estila ahora. El liberalismo hay que entenderlo de una manera completa. Mucha gente opina que ser liberal es defender la economía de mercado, y desde luego es bueno que un liberal defienda la economía de mercado, pero además tiene que ser liberal en lo religioso, en lo cultural, en lo político..., en todo. No se puede ser liberal para unas cosas sí y para otras no. Transmite usted un respeto por la comunidad que no tiene mucho que ver con quienes reivindican libertad para no llevar mascarilla o no cumplir un confinamiento. Una frase liberal dice que la única restricción que debe ser aceptada sin reservas es aquella que permite evitar el daño a los demás. El liberalismo no es egoísmo, tienen un componente ético profundísimo, porque es ante

“SOMOS UNA SOCIEDAD QUE TIENE MÁS VALORES CÍVICOS Y ÉTICOS QUE HACE 25 AÑOS, PERO EL MARGEN DE MEJORA SIGUE SIENDO MUY ALTO”

todo y sobre todo aceptar que el otro puede tener tanta razón como tú mismo. Esto lo digo porque hay gente que interpreta el liberalismo de forma sectaria. Resuma las razones de ese optimismo que trata de transmitir en su libro. Primero porque, frente a todos los problemas, mantener una actitud positiva y optimista es bueno, las actitudes catastrofistas a mí no me gustan nada. Segundo, porque detrás de todos lo problemas siempre hay una oportunidad, una lección que merece la pena atender. Yo creo que una de las consecuencias de esta pandemia es que está generando muchos sentimientos de solidaridad y responsabilidad; como se nos ha convencido de que al protegerte a ti proteges a los demás y de que cuando los demás se protegen te protegen a ti, eso ha generado un sentimiento de solidaridad muy bueno. Sigue habiendo negacionistas poco responsables, pero creo que muchos más afirmativistas. Habla usted de que somos seres históricos inmersos en un relato, en un continuum. ¿Diría que avanzamos o retrocedemos? Creo que hemos mejorado en algunos aspectos claramente, por ejemplo, el protagonismo de la mujer, que ha producido un enriquecimiento democrático, económico y cultural tremendo. En cambio, en otros aspectos sigue habiendo reductos de una poca modernidad tremenda. Somos una sociedad que tiene más valores cívicos y éticos que la que había hace 25 años, pero tampoco podemos enorgullecernos demasiado, el margen de mejora sigue siendo muy muy alto. ¿Mujeres al poder entonces? Ese va a ser el cambio más importante y más positivo. Me pregunto cómo la mujer ha soportado durante tanto tiempo tanto machismo. Cuando empecé a trabajar, la mujer no existía, era invisible, una especie de objeto, y poco a poco ha demostrado que tiene más capacidad, más sensibilidad, que aprende más idiomas, que tiene mucha más resiliencia, resistencia, que aguanta el dolor de una

manera mucho más serena... Está pasando lo que tenía que pasar, que el protagonismo de la mujer va a ser el signo de esta época, va a romper todos los techos de cristal y va a absorber muchas más cuotas de poder. Un riesgo que menciona: los populismos. Hemos pasado una época de populismo realmente tremenda. Por eso me alegro tanto del triunfo de Biden sobre Trump, es para todo el mundo occidental una de las pocas buenas noticias de 2020. Me aterroriza pensar que Trump hubiera ganado. Y me encantaría que España tomara conciencia de que la capacidad de mejora en la relación con Estados Unidos es tremenda. Hay una comunidad hispana de 42 o 43 millones de habitantes que habla nuestro idioma, que tiene nuestra cultura, y que sería un importante apoyo para mejorar esa relación. Y tenemos en común Latinoamérica. Estamos en mejor posición que los demás países europeos para tener más protagonismo en la vida americana. No sé por qué eso no lo explotamos. ¿Y en España, le aterroriza alguna posibilidad en estos momentos? La verdad es que no. Creo que en España

tenemos un buen equilibrio ideológico. Tenemos una extrema derecha, una extrema izquierda, un centro derecha, un centro izquierda..., un mapa ideológico moderno y perfectamente asumible. No le veo ningún peligro, sino al contrario, tremendas ventajas. Intentó usted en su día una aventura política que las crónicas resumieron como una búsqueda del centro. ¿Existe el centro político o es una forma de estar en política? El centro político existe, no hay duda; ahora, ocuparlo políticamente es otra cosa. El mundo conservador tiene todo tipo de grados, hay una extrema derecha y hay una derecha moderada, y lo mismo pasa en la izquierda; de modo que hay un centro, hay un centro derecha y un centro izquierda que podrían unirse perfectamente y ocupar ese espacio. Pero se ha demostrado en todo el mundo, no solo en España, que ocuparlo, políticamente hablando, es complicado, que entrar a codazos entre las dos grandes fuerzas es una operación muy difícil. Ahí es donde todos hemos fracasado, yo desde luego de una manera esplendorosa, pero no solamente yo. En su optimismo hay cierta falla cuando se refiere a la situación internacional: habla de una nueva guerra fría e incluso de una dinámica peligrosa. Lo es, para que nos vamos a engañar. China y Estados Unidos son dos potencias tremendas. Aunque ahora el peligro es menor. En China empieza a haber ya movimientos de libertad política claros, hay un enriquecimiento económico también muy claro, y los enriquecimientos económicos acaban llevando a la democracia de una manera natural. Yo creo que Biden va a hacer todo lo posible para que la relación entre China y Estados Unidos sea lo menos tensa posible y Xi Jinping representa un liderazgo también de tipo nuevo, más moderno, menos aislado mentalmente. Pero la rivalidad entre dos potencias hay que mirarla siempre con cuidado, porque un exceso de competitividad puede generar algún tipo de tentación. Dejó el bufete a los 80 años para convertirse en presidente de honor, escribe, pinta, preside instituciones, ONG... y reconoce que no sabe qué hacer el primer día de unas vacaciones. ¿No le gustaría saber no hacer nada? Imagino que sí, y hay gente que sabe hacer nada de una manera excepcional, y les admiro. Pero yo soy un hombre que tiene una mente activa, de modo que no sé estarme quieto. No es un mérito, cada uno está hecho de una manera, y yo tengo que estar haciendo algo permanentemente. Su padre le prohibió fichar por el Atlético de Madrid para dedicarse a los estudios. Imagine: ¿si pudiera elegir ahora? Eso sí que lo he pensado. Porque yo lo que he hecho bien es jugar al fútbol y, en efecto, hubiera sido un buen futbolista. Estoy seguro. Pero cuando mi padre me dijo que por ahí no iba mi camino… Es un futurible: ¿qué hubiera pasado? Eso lo he pesando muchas veces. Realmente me encantaba jugar.

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