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ENRIQUE VILA-MATAS

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NOTAS

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ENRIQUE VILA-MATAS CONTRA LA BANALIZACIÓN DE LA LITERATURA

Frente al “libro mal hecho” y la proliferación de escritores espontáneos, el autor catalán insiste en convertir cada nueva obra en un audaz ejercicio literario, como en Montevideo, su última novela.

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TEXTO JUAN LUIS GALLEGO FOTOGRAFÍA ANTONIO NAVARRO WIJKMARK

CON EL ESCRITOR ENRIQUE VILA-MATAS (Barcelona, 1948) pasa un poco como con su último libro, Montevideo (Seix Barral): que intentar reseñar en unas líneas de qué va la obra es tarea tan ardua e infructuosa como pretender resumir en esta introducción la figura de su autor. Digamos que, aunque como él mismo confiesa un cálculo de marketing le impide presentarse como un escritor de los de antes, es la expresión que mejor le define: es decir, vive y se comporta como un escritor incluso cuando no escribe; también, por ejemplo, cuando oye a los políticos o ve la televisión. Autor de una voluminosa y coherente obra que incluye novela, ensayo y cuentos, también numerosas colaboraciones periodísticas, probablemente la mejor forma de conocerle es leerle. O hablar con él, un auténtico privilegio. Dos preguntas en una: ¿qué porcentaje de lo que cuenta en Montevideo le ha sucedido de verdad? y, por otro lado, ¿importa o no que el lector lo sepa? Tal y como está hecho el libro, como pasa en otros libros anteriores míos, poco importa si es verdad o no. Confieso que a mi amigo Sergio Pitol le pregunté si un episodio de su libro El viaje era verdad y él me explicó que lo importante es que fuera verosímil. Yo he trabajado con mucho elemento autobiográfico, pero también inventando mucho sobre lo real, mezclando realidad y ficción. Al fin y al cabo, el libro es un viaje a un lugar de Montevideo donde se juntan realidad y ficción. La verosimilitud es lo que permite que se haga esta pregunta, porque lo que parece inventado muchas veces no lo es y otras cosas que parecen reales sí que son inventadas.

Montevideo, editado por Seix Barral, es el último libro publicado por Enrique Vila-Matas, autor también de obras como París no se acaba nunca, Dublinesca o Mac y su contratiempo, entre otras muchas.

Habla usted en el libro de esos escritores de antes, que lo son en todo momento, como Roberto Bolaño o Julio Cortázar. ¿Pertenece usted a esa clase de escritores? No me conviene afirmarlo, porque la gente no estaría tan interesada en un escritor de antes. Lo que utilizo en el libro es una frase de Fabián Casas, un escritor argentino, que se refería, especialmente a Cortázar, como un faro para muchos escritores jóvenes, al que se miraba incluso su conducta moral, sus opiniones de literatura, etc. En el caso de Bolaño ocurría lo mismo, había hasta peregrinaciones a (la localidad catalana de) Blanes para hablar con él… Son autores que pertenecen a un concepto de la literatura que se está perdiendo, a la historia de la literatura, que se está desvaneciendo cuando se acepta que una novela es simplemente contar lo que te ha pasado con tu familia durante un año. fue muy complicado porque los escritores amigos a los que invitaba creían que era una indirecta y que les estaba llamando fracasados. El siguiente congreso al que me invitó es el que aparece más en el libro, que no hay que olvidar que el libro mismo es un tratado de la ambigüedad, y fue un congreso sobre la ambigüedad. La ambigüedad es una visión cósmica del mundo, donde creemos comprender algo y no comprendemos nada. Quizás es que pensamos que un escritor tiene una profundidad de pensamiento que le hace saber de todo, o tener criterio sobre todo. ¿Nos equivocamos? Nadie sabe mucho tampoco. Es cierto que nos preguntan opiniones sobre cualquier cosa. Yo, de lo que puedo hablar es de lo que mínimamente he estado practicando durante 50 años. Mis opiniones, fuera de la literatura, son siempre sobre terrenos que desconoz-

“NECESITO QUE HAYA CULTURA PORQUE, SI NO, SERÍA ENORMEMENTE DESGRACIADO. SIN ELLA, SERÍA EL ABURRIMIENTO MISMO”

Estas cosas, depende de cómo las cuentes, también están bien, pero hay poca idea de lo que puede ser la literatura. Si le preguntaran de qué va Montevideo, ¿qué contestaría usted? Para resumir: un ensayista que odia las novelas, los dramas que se repiten continuamente en las novelas de los siglos XIX y XX, y que quiere ser solo ensayista, pero que paradójicamente acaba siendo narrador, ya que cuando deja de querer narrar se queda sin escribir y, a partir de ese día, durante tres años, le pasan las cosas más extrañas que le han pasado en su vida y se ve obligado a contarlas. ¿Realmente un escritor es invitado a congresos tan raros como los que reseña en el libro? ¿Recuerda alguno? Básicamente, los que nombro en el libro, invitado por la universidad suiza de St. Gallen. La directora, Yvette Sánchez, siempre concibe congresos bastante especiales, como el del fracaso, al que no pude ir y tuve que buscar a alguien que me sustituyera, y co. Las opiniones, creo que lo decía Josep Pla, son de las cosas que más perturban a los demás, porque cuando opinas de algo, muchísima gente no está de acuerdo, y son delicadas, hay que ir con cuidado cuando opinas de algo que no conoces. Dice en el libro que un escritor es algo así como el resultado de sus continuos cambios de estilo. ¿Cambia usted de estilo? No he cambiado nunca de estilo. Sí he evolucionado, sobre todo hay un cambio lógico en los escritores que es la experiencia. A la hora de resolver problemas dentro del libro, por ejemplo, sirve mucho el bagaje anterior. Igual que uno es joven y de mayor lo que detestaba antes ahora le parece buenísimo, películas o novelas por ejemplo. Eso sí que ha cambiado, pero lo demás no, porque he permanecido fijo. Hay declaraciones mías de hace 15 o 20 años que he repasado y dicen lo mismo que ahora. Creo que nunca me he traicionado por ningún motivo, he hecho lo que tenía que hacer.

¿Como lector, qué espera de un libro? Que me interese mucho. No necesito que sea parecido a mí ni mucho menos; al contrario, últimamente leo mucho ensayo, pensamiento, ciencia, cosas que desconozco y que me interesa entrar en ese campo, no tanto narración. Me dedico a escribir narraciones pero estoy un poco saturado, las historias se parecen mucho entre ellas. En un ocasión, Juan Marsé, siendo jurado de un premio, se quejó de la escasa calidad de las obras presentadas, y dijo que hay quienes aspiran a ser escritor no tanto por escribir, sino por vivir como creen que viven los escritores. Hay muchas escritores, yo he sido uno de ellos, que creen que es muy fácil escribir. Con tener pluma, papel o ahora ordenador y contar lo que has vivido el día anterior… Creo que lo de Marsé fue un toque de atención de lo que iba a venir, que es lo que ha venido realmente: bastante banalización de lo que es la literatura, evidentemente. Pero hay quien con literatura que se tilda de mala o facilona, se convierte en best seller. Qué se le puede reprochar a un escritor que consigue atraer la atención de un millón de lectores... Me recuerda la historia del torero Belmonte, en el hotel Alfonso XIII de Sevilla, que pasó por su mesa Ortega y Gasset y le saludó muy afectivamente. Y cuando se había ido, Belmonte preguntó, “¿y este quién es?”. Y le dijeron, “es filósofo”. Y dijo, “hay gente pa tó”. ¿Un autor de best sellers al que se haya enganchado? Supongo que Cervantes, también Laurence Sterne, Diderot, porque son long sellers en definitiva, no best sellers. También me interesa Stephen King o Graham Greene me encantaba cuando lo leía. Naturalmente que he leído best sellers, no tengo nada contra ellos; lo tengo contra el libro mal hecho. ¿Cuál es el libro que ha releído más veces? Jakob von Gunten, de Robert Walser; Locus Solus, de Raymond Roussel, y un libro de Dalí sobre el Ángelus de Millet. Por la siguiente razón: son los que me inician un poco en la literatura que después hice; son tres tipos de libro muy raros en principio para mí cuando los leí, que demuestran que se puede escribir de otra forma de la que yo creía que había que escribir. Llama la atención, no solo en el libro Montevideo, su capacidad para encontrar y recordar citas de otros en el momento oportuno. ¿Sabe que su cultura puede llegar a apabullar al lector? En este libro, no; creo que casi pasa inadvertido cada vez que cito, porque encaja tan bien en lo que estoy contando… Esto lo hago también sin darme cuenta en las conversaciones, todo me remite a otras cosas. Cuando veo la televisión y hablan de algo que ha ocurrido, enseguida me acuerdo de que hace 40 o 50 años ocurrió algo muy parecido. Continuamente necesito no aislar ese hecho, sino relacionarlo con algo que sea cultura. Necesito que haya cultura porque, si no, sería enormemente desgraciado. Sin ella, me sería imposible vivir, sería el aburrimiento mismo, el estupor. La cultura me ayuda a estar. Si estoy en un desierto en el que no hay nada, solo arena, me gustaría adentrarme en la historia para saber que en aquel punto en el que estoy también ha sucedido algo de tipo cultural. Es como una droga absoluta. Y además pienso que estamos en un país en el que es difícil a veces encontrar, muy concretamente en los políticos, un cierto tono mínimo de una cultura que ayudaría mucho a resolver muchas cosas. Hay quien dice que sin consultaran a los escritores, mejor les iría. Como dice en Montevideo, toca ahora encontrar la salida en un nuevo libro. Tengo tanto ánimo después de la publicación de este libro que voy a empezar enseguida. Yo me divierto yendo al fondo de los temas que trato en los libros para dejarlos sin salida. Y todo consiste en situarme en el consejo de mi padre, que decía que la inteligencia sirve para escapar, aunque sea por un mínimo agujero, de la situación que nos tiene atrapados. Ya en Montevideo digo que escribo para encontrar luego la salida del libro que escribo y escribir otro. Eso demuestra que hay una continuidad en lo que hago, desde que empecé. En realidad, he escrito siempre un solo libro y no uno detrás de otro. Cuando a Simenon le preguntaron “usted cuándo escribirá la gran novela”, dijo, “ya la estoy escribiendo, llevo 200 libros”.

En la página anterior: Capa de seda y plumas. Gabrielle Chanel, 1926. Junto a estas líneas: Olga Picasso. Lápiz y carboncillo sobre papel. Pablo Picasso, 1918. (Fundación Almine y Bernard Ruiz-Picasso para el Arte, Madrid. © FABA Photo: Marc Domage).

DIÁLOGO ENTRE GENIOS

El museo Thyssen inaugura Picasso/Chanel, una muestra que explora la relación entre uno de los pintores más influyentes de la historia y la diseñadora que liberó a la mujer en un mundo de hombres.

TEXTO PAULA POLIZZOTTO

A COMIENZOS DEL SIGLO XX, MUCHOS ARTISTAS de diversos géneros, desde pintores y arquitectos hasta diseñadores, poetas o escultores, abrazaron el término Modernismo, un movimiento artístico que buscaba una estética en la que las bellas artes interactuaran con los objetos de la vida cotidiana. A partir de los años 20, la alimentación entre distintas disciplinas comenzó a ser constante: arte y moda experimentaron una unión sin precedentes, espoleada por el deseo de que todo entorno del individuo, incluida su indumentaria, debía constituir una obra de arte total. La moda femenina pasó a estar ampliamente influenciada por el diseño artístico, dando pie a creaciones cuyo fin era redefinir el paradigma de lo moderno tras los siniestros acontecimientos de la I Guerra Mundial. Así lo hicieron dos de los creadores más prolíficos del siglo XX, Pablo Picasso y Coco Chanel, derribando él definitivamente la tradición pictórica a través del cubismo y creando ella una ética del vestir coherente con una mujer decidida a participar activamente en el mundo laboral. Picasso y Chanel compartieron la determinación por romper con los métodos tradicionales de creación y una gran capacidad para la autopromoción, tarea que la moda había ido perfeccionando desde tiempos de Charles Worth. Así, la obra de ambos estuvo marcada por un lenguaje común, fruto de intereses y aspiraciones afines.

Arriba: Mujer frente al mar. Pablo Picasso, 1922. (The Minneapolis Institute of Art. Legado de Putnam Dana McMillan). En esta página: Vestido de noche. Gabrielle Chanel, 1929-1930.

En la página anterior: Abrigo de terciopelo y algodón. Gabrielle Chanel, 1929-1930. Junto a estas líneas: Mujer con mandolina. Pablo Picasso, 1908. (Kunstsammlung Nordrhein-Westfalen, Düsseldorf).

Arriba: Estudio para la cabeza de ‘Desnudo con paños’. Pablo Picasso, 1907. (Museo Nacional ThyssenBornemisza). Junto a estas líneas: Conjunto de día en seda, cuero, metal y vidrio. Gabrielle Chanel, 1928-1930.

Las fotografías de los trajes pertenecen a Patrimonio de Chanel, París © CHANEL. / Las de las obras de Pablo Picasso a © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid 2022.

Esta relación la explora, a partir del 11 de octubre, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza en la exposición Picasso/Chanel, una asombrosa muestra de vestidos, óleos, dibujos y otras piezas procedentes de museos y colecciones estadounidenses y europeos, que documenta cómo la diseñadora se hizo eco en numerosas creaciones del ‘espíritu Picasso’, que sacudió todas las artes decorativas de la segunda década del siglo XX. Para ello, la couturier, que ayudó a que tras la guerra el centro de gravedad de la prenda se moviera de la cintura a los hombros, se sirvió de algunos aspectos formales del cubismo, como el uso de la geometría, presente en las líneas rectas de sus diseños, o la reducción cromática –en su caso al blanco, negro y beis– implementada por Picasso o Braque.

La muestra recoge también la estrecha amistad que Chanel mantuvo con el pintor y con su mujer Olga, bailarina de profesión, quien se convirtió en una devota clienta de la diseñadora, precisamente por la libertad que sus prendas proporcionaban al cuerpo, adaptándose a él, gracias a que utilizaban principios de confección similares a los de la indumentaria de la danza moderna.

La última parada de la exposición aborda los dos proyectos profesionales en los que Picasso y Chanel coincidieron, él realizando el decorado, y ella, el diseño de vestuario. Ambos tuvieron lugar de la mano de Jean Cocteau; en 1922, Antígona, la tragedia de Sófocles reescrita por el poeta ese mismo año; y, dos años más tarde, el ballet El tren azul, del director ruso Serguéi Diághilev.

Montecristo Open Junior 10 Años Añejamiento. Capa: color carmelita + Sabor: amaderado, tostado, algo mineral y especiado, con un postgusto a frutos secos, café y pimienta + Aroma: amaderado y torrefacto + Fortaleza: media + Tiro: bueno + Tiempo de fumada: 25-30 minutos

ESPERAR TIENE PREMIO

Habanos lanza en exclusiva para el mercado español una cantidad limitada de la vitola Junior de la línea Open de Montecristo con un añejamiento de más de 10 años. Un cigarro más redondo y equilibrado y con nuevos matices.

LA LÍNEA OPEN DE MONTECRISTO, PRESENTADA EN 2009 y formada por cuatro vitolas, es ya todo un referente entre los amantes de los Habanos. Y Junior es su vitola de fumada más breve, con un cepo 38 y una longitud de 110 mm. Ahora, Tabacalera presenta en el mercado español Montecristo Open Junior con más de 10 años de añejamiento. Su caja de 20 cigarros se distingue por una pegatina dorada en su tapa que indica que sus Habanos, una vez torcidos, han sido envejecidos durante al menos 10 años en perfectas condiciones de conservación, un proceso que vuelve el tabaco más redondo y agradable al paladar, consiguiendo nuevos matices y notas de sabor más equilibradas. Montecristo Open Junior con más de 10 años de añejamiento está disponible en cantidades limitadas en los estancos españoles a un precio de 8,5 € el cigarro y 170 € la caja de 20 cigarros. Montecristo, fundada en la Habana en 1935, es una de las marcas de Habanos más reconocidas en todo el mundo. Su nombre se inspira en la novela El conde de Montecristo. Entonces, el lector de tabaquería leía la novela a los torcedores de la fábrica y tal fue la aceptación de esta obra de Alejandro Dumas que se decidió dar el nombre de su protagonista a la nueva marca. J. Parra

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