SOLAMENTE UN JODIDO DÍA.
Dedicado a todos aquellos que des-CONOZCO.
Prologo.
Orfeo tocaba su lira y la melodía iba sembrando flores en cada estrella. Orfeo tocó hasta que explotó para convertirse en una enorme mano que arrancó, de un solo tajo, todas las flores que había sembrado en las estrellas; las arrojó a la tierra y las flores se convirtieron en enormes pájaros de luz. Dicha luz bañó todos los rincones del mundo, tanto que se quedaron deslumbrados mil años todos los habitantes de la tierra, hasta que vino Nix y con su manto cubrió el cielo. Cronos sigue devorando hijos [minutos] y la muerte llega a todas las cosas. Empero también nacía, la pequeña hija de Medusa y Narciso en una pequeña caverna. Esta niña, de ojos azules, cuando salió de la caverna quedó cegada por la luz; Sísifo que se había enamorado de la niña, encadenó a Nix al cielo y mató a Hémera. Cuando mató a Hémera, llenó su puñal con la sangre de ésta, para después vaciar las gotas en los azules ojos de la pequeña. La niña miró desde entonces, aunque sólo la noche. Los dioses furiosos por la hazaña de Sísifo, mandaron matarlo y de su sangre, Poseidón hizo resurgir a Hémera. El cuerpo de Sísifo fue recogido por Ixtab. La niña de ojos azules vio el día por primera vez y quedó maravillada, pero al acercarse a un estanque a contemplar su belleza, quedó hecha piedra. De esa piedra [cantera] Eros el luz mandó hacer una silla para él y otra para Eros el sombra. Eros el luz afila sus flechas-brío en una enorme rueda esmeril que tiene tatuadas todas las miradas. Eros el sombra, en cambio, no afila nada; sólo mancha de veneno las puntas de todas sus flechas. Ambos se sientan a comer en sus lujosas piedras, mientras la servidumbre les sirve el más jugoso unicornio.
El Spharios de Luz fecundaba los ojos de Atenea. En los brazos de Atenea, que eran de amapolas, el Sueño inyectaba el sopor más largo y las flores
eólicas más narcóticas. Pero Tritón soplaba las conchas marinas en Do menor, para calmar las olas y éstas besaran las piernas hermosas de Atenea. Atenea en medio de un huracán pasional conoció a Venus. Su amor perduró hasta que ambas se quemaron en su propia hoguera para que su polvo fuera inhalado por Eros el sombra, que ya prepara su primera flecha. Si acaso ya estaba escrito en el libro de los muertos, que Eros el sombra tirara su primera flecha a mí. Eros el luz aminoró el dolor lanzándome otra. Tengo flechas en lugar de brazos y he muerto. Me he muerto e Ixtab llevó mi cuerpo hacía el Hades, en donde Caronte me condujo al Tártaro y, desde entonces, desde ahí escribo al amor. No hay otra forma de buscar al amor, más que estando en el Infierno.
PRIMERA PARTE
Aquel hombre enano caminaba sobre el asfalto y a cada paso que daba se le rompían más y más las piernas. Se detuvo frente a una mancha y dijo «aún crecen flores de cianuro en el asfalto» pero en realidad aquello era una mancha enorme de sangre, de su propia sangre que habían dejado sus huesos quebrados. «¿Qué hacer si el amor es así?» le preguntó una gorda señora que también caminaba por la acera y se deglutía una enorme pierna de elefante. «¿Por qué llorar si las lágrimas son la inundación de una ciudad?» dijo un mimo que nunca había hablado en su vida. El hombre enano, ya casi no tenía piernas, pero entonces lo cargó en sus hombros un bailarín gay de ballet. Danzaron a la orilla del precipicio, luchando contra su propia fuerza de arrojarse a los brazos taciturnos y tiernos de la nada. El deseo de la nada impera. En otro punto de la ciudad, sin embargo, un señor decía en el microbús «con dinero entro hasta en el cielo» y yo sólo pensé: pero si Jesús dijo que los ricos no entraban en el reino de los cielos. La cosa es que Jesús también acepta primera clase, el muy hijo de perra mentiroso. O no sé, si no acepta de primera clase, no aceptará al papa. «¿Por qué se llama patín del diablo?» Pregunta una niña y la niña contesta, porque tiene dos ruedas. El diablo anda en dos ruedas, según la percepción postmoderna. Habrá que, pues, sospechar de cualquier tipo que ande en moto o en bicicleta. Puede que el diablo sea un
campeón mundial en ciclismo. Otra cosa que me llamo la atención es la facilidad para renunciar a algo que teníamos planeado desde el principio de la mañana; así haya sido una actividad artística no sale puramente bien. Muchas cosas externas determinan la voluntad interna, entonces la cosa se vuelve un poco más jodida. Una vez, supongo, escribí el poema más cabrón del mundo, pero lo dejé cuando me invitaron a tomar alcohol. Entonces me emborraché, y busqué mi poema al día siguiente pero no lo encontré; se fue, quizá, a la alcantarilla y ahí lo leerá una rata mientras sostiene un cigarro apagado en su boca tal y cual yo hago ahora. En ese sentido siempre me he sentido análogo a las ratas, con tanto poder y con tan poco ataque. Yo considero que, cuando el fuego prende, el universo prende y se expande. Cuando el fuego apaga, el universo se contrae, se encoge. Encoger, en México, significa fornicar de manera más profunda; no sólo se unen unas cosas con otras, como digamos, los sexos, sino que se compenetran física y espiritualmente. Quien no haya tenido un orgasmo espiritual está jodido. Quien no se haya convertido en un pájaro mediante la meditación está jodido. Pero conforme digo esto, me siento como un acólito del diablo subjetivo, que lo que es bueno para él es bueno para todos. Quizá beber tanto no sea bueno para todos. Pero, muy a mi pesar, mi corazón sigue bombeando las preocupaciones de toda la humanidad.
Parte importante de la humanidad, era aquel opiáceo Morfeo que en sus manos sostenía las híbridas letras del viento: El tiempo se alenta. Es una expresión de la consciencia que dice “Aquí estoy…” La uniformidad se vuelve múltiple, se cae a pedazos que no son más que humanos jodidos La luna se traga su propio color Nerón, mientras que la noche es la eternidad del instante. Las hadas son un río del que todos bebemos el agua de su seno de sangre.
El hambre es movimiento pero no hemos de entender hambre como necesidad de comer; es, en realidad, necesidad de vivir: saber.
Los ligueros de la señora rubia son una fruta de polvo que crece en las aceras, hermosamente sucias, de la perversión. El bilé del viento es purpúreo y la bala de la nada es una calavera borracha que te invita a bailar con ella. Es inagotable el segundo pero no es
eternidad.
Las sonrisas del mundo se acabaron y los ancianos tendrán que declarar: «me ha sobrepasado el mundo»
El instante no es alargado en sus boquillas de algodón, necesita tomar el agua que vivencia lo infinito del instante: cerveza.
La habitación es de plumas de neuras que bailan en zigzag por el vientre indefinido del piso. La música entra como la espuma en el tuétano, pero sale en una bocanada, honda, del más precioso humo que se pierde detrás de las ventanas. ¡Las neuras bailan con sus bragas de seda!
La maquina del tiempo surge en nuestra mente decadente. Soy sólo existencia, un ente inacabado, que con los labios de tu revólver voy a sellar a balazos de cianuro y carmín.
Su lágrima es una aguja larga, lúgubre, que inyecta el corazón de las ratas moribundas que corren por nuestras venas oníricas.
Hemos de ponderar una escopeta de ojos que nos den en la lengua opiácea del tiempo que somos.
Los saxofones lucen en su esplendor de bríos miserables y melancólicos, y los momentos de satisfacción al momento siguiente son lo estridente de la contemplación desnuda. La ensoñación es del lugar al lugar preciso donde el subconsciente extrae el néctar, ahora palpitante, del sueño.
La lengua del silencio dice nada [y nos recuerda a la muerte.] La tinta es un corazón [que se desparrama en la ausencia de la hoja vacía] Las navajas de tus uñas rasgan mi cabeza y la transforman en mariposas de luces y lenguas.
maquilla
las sombras de tus
SEGUNDA PARTE
Yo, en cambio [por algo que nunca me fue pagado], camino por las vías del tren de Maravatío. Maravatío: lugar o cosa preciosa. Preciosa como la soledad que abraza mis pulmones mientras fumo todas las moléculas de fuego que venden las hadas de la noche. Ixchel me observa, supongo, voyerista de mierda. Esta noche la quiero desnuda con la piel quemada de la-no-vestimenta. Pero yo pongo toda mi atención en las vías, que esas, hermano, nunca terminan. Creo que he caminado varios meses por estas vías y no he encontrado algún lugar al cual llegar. Yo no quiero llegar a ninguna parte, pero quiero llegar a algo y ese algo puede que, pienso, no exista. Charanda en la mano, ropa vieja y maltratada. No me he bañado en dos décadas y apesto. Todas las narices del mundo han de oler la mierda que tragan. Comed y bebed todos de él, porque este es el cerdo de oro que han de llevar a sus bocas; pero al acercar aquél sabor se dieron cuenta que lo amarillo son los orines que los hacen vomitar. El oro me hace vomitar. Vomitó, te vomito. Vomito. No sé cuántas religiones me he tragado, no sé cuántos Estados, pero hoy los vomito y les digo adiós. Puedo vivir sin ellos, pero ellos sin mí no. Esa es la única diferencia entre un ser que está consciente de su poder y un ser que nació [como nacen casi todos en las grandes ciudades] para obedecer. Los citadinos, por lo general, tienen una inmensa vocación de esclavos. Mi vocación es de escritor. Sino, no estuviera aquí dándole duro a estas teclas de mierda. Mi maquina de escribir son todos esos desechos que yo recojo del asfalto o de una laguna. Soy un pepenador de ideas. Lo que tú tiras es lo que te doy de comer. Ahora ya ha salido el sol, hijo de puta, quema las pequeñas copas de piel que nos sirven para beber los placeres más sublimes de la existencia. Me he caído. Mi cuerpo gordo se tira sobre la dimensión de las vías del tren. ¿Qué hago ahora? Nada, me respondo. Observo. Mi piel se abre y abre sus ojos de sudor. Observo las lágrimas del mundo que son aves que vuelan libres por el sol. Sol, hijo de puta, me quema. El tren viene hacia mí a una velocidad de 80 kilómetros por hora y trae en sus vagones las huellas dactilares de los asesinos a sueldo que soy. Me aplasta y me duermo y despierto siendo una mujer. Vox Pópuli: este maricón
ha sufrido una congestión alcohólica. El maricón que, claro, era yo: llevaba dos dados de opio, los cuales arrojé en el piso ensangrentado del hospital y mi mente, sin mi cuerpo, salió de ahí para sacar a pastar a los borregos de cenizas que pastaban la hierba del viento.
Mientras que en otra parte de Maravatío:
Un delfín se sienta al lado del pupitre de un asesino. La maestra pregunta la ecuación matemática de la existencia. El delfín contesta y la maestra le pone una estrellita en la frente; en el mismo lugar donde el asesino le pone una bala. A la maestra también le dispara, a ésta en la entrepierna. El muco vaginal saborea, por primera vez, el beso agridulce de la pólvora. El crononáutico vaivén de la suerte se mecía en aquel revólver, todavía caliente, que humeaba la inconsistencia del destino. El calor del salón era sofocante. El asesino calma su sed con cerveza que guardaba en el termo escolar. Se sienta en el escritorio de la maestra y se dedica a redactar el manifiesto de amor más hermoso del mundo. Llega la policía y arresta al asesino. Lo último que hace éste, es poner una estrellita en la frente de aquel gordo policía; el francotirador, que era Dios, ya tenía fijada su próxima víctima.
El hombre con orejas de plomo se inyectaba las pequeñas células de luz de los ojos rotos de la colegiala ciega. ¿Dónde estaría el señor Cacahuate, entonces? La colegiala ciega tuvo que caminar, sin ojos, y llegó a un callejón donde fue violada con 270 navajas de amor. Una pierna, que quedó de aquél encuentro, es la que colgaría de su cuello, tiempo después, el gigante de cenizas. Ahora recuerdo el día en que el gigante de cenizas caminaba contra el viento; sus brazos, sus piernas, su cadera, se rompían, pero se volvía a parar. La desventaja de la arena es que se escapa cuando uno la quiere abrazar, la ventaja es que ahí estará de nuevo para que la intentes abrazar lo que quieras. Recuerdo el día, por otra parte, en que un jamaiquino mató una mosca con su falo, cosa que nos recuerda: todo es posible. Es posible abrazar a una estatua de arena o a una de cenizas, aunque las cenizas son más frágiles, tendríamos
que hablar de un abrazo espiritual. Pero contaba, el día que el gigante de cenizas caminaba debajo de un edificio de 29 pisos y entonces cayó un alcoholizado suicida. El gigante de cenizas sólo dijo: están lloviendo perros. Ese día el señor Cacahuate [que era el superhéroe local] acudió en la ayuda [ya que era domingo y no abrían el bar] de aquel pobre suicida; el suicida se conmovió de que alguien lo quisiera ayudar y empezó a contar su historia, lo de siempre: no tengo amigos, no tengo novia, no consigo trabajo, bebo mucho, me siento desdichado; al señor Cacahuate lo hartó y el mismo señor Cacahuate lo arrojó al precipicio. Otro acto verdaderamente heroico para recordar.
Pienso en otro tipo que la quiso hacer de héroe: Al poeta herido, desgarrado, partido, tirado, afligido, con disonancias en los bolsillos, atormentado, comiendo bolillos, exiliado en el olvido, escuchando su interno aullido… Le dijo una mangosta crucificada: «Levántate y anda» Y el poeta contestó: Vete al carajo. Ahora descanso, huérfano de ideas, en mi tumba de amapolas y mezcal.
TERCERA PARTE
Vete al diablo, le dijo enfurecido. Con el diablo me casé, respondió la mujer. Era la primera vez que el la miraba a los ojos. Aquellos ojos tenían la geometría precisa de los impulsos de un alma generosa; el brillo resonaba las delicias de aquella luz que ilumina, pero no ciega; lo blanco era como un poema que esperaba ser redactado; la circunferencia ovalada era tan precisa como una cuchillada al corazón: aquellos ojos, creo, hubieran sido más perfectos de no ser pupilentes.
Dame otro trago de esa botella, grito ella. Ya no tomes, replico el mientras apartaba la botella. Dame otro trago de esa botella y deja que me lleve la chingada… dijo ella, para terminar con la discusión y con el contenido de aquel contenedor líquido, en el cual se reflejaba su risita sugestiva.
Se puso a bailar; una canción de Serge Gainsbourg sonaba en el tocadiscos que paría en parte sonido y en parte polvo: aquellas bocinas no habían sido usadas en más de veinte años. La serenata entraba en sus oídos. Vuelta y vuelta y vuelta, no aterrizan los sueños de un soñador. Ella soñaba, soñaba mientras bailaba y dejaba que sus zapatillas se deslizaran por un suelo hecho de puros hilos oníricos. Pequeñas briznas de viento húmedo dieron de lleno contra su pecho; empezaba una tormenta que duraría toda la vida. Pero, como sabemos, lo que dura toda la vida, también llega a la entrada de la muerte. Ella se suicidaría esa noche, en medio de esa tormenta de felicidad, de excesiva felicidad, porque, sabía, abandonaría el dolor de existir.
El, solo, sentado en una esquina envuelto en su propia oscuridad, sólo la observa enfurecido; se talla la cabeza, enciende un cigarro, apaga el cigarro recién empezado y se rasca otra vez la cabeza con su ceño fruncido y su mirada de niño malo y enojado. Tai nojao, le preguntaría su mamá, y el contestaría Shi. Era un tipo negro, alto, musculoso y con un sexo de 35 cm., toda una estrella porno en potencia.
Después del funeral, volvió a su casa. Pensaba en aquella escena, en la última noche antes de que muriera su mujer. Fue la misma noche que descubrió que ella le era infiel. En el hotel Los Patitos Felices su mujer se retorcía, cual culebra con autarquía toxica, de placer. El hombre que la penetraba era gordo, feo, despeinado, peludo y sudoroso: una masa de grasa con poca gracia, un escritorcillo cualquiera. Sin embargo, y en un barco, el hombre hacía un tratado lo más detallado posible acerca de la dermonáutica. El hombre negro había entrado en la habitación para después desplomarse y ponerse a llorar como un marica. El escritor no se detuvo, siguió tirándose a su mujer frente a el y frente a sus lágrimas de mariquita impotente. Y su mujer, no, tampoco se detuvo, siguió gritando de placer. Al final, el reloj decía 8:34 pm y el escritor se vistió y salió del cuarto sin ni siquiera voltear a ver a esa sombra tirada en el suelo. La mujer, después de sus múltiples ataques epilépticos de placer, se acordó que ahí estaba su hombre, lo subió a la camioneta y condujo a casa. Luego pasó lo que ya conté. Ahora, 10 años después… Aquel Morenazo de fuego está en la ciudad porque vino a presentar su más reciente película porno. Gana millones de dólares haciendo películas porno. Siempre le preguntan cuál es el secreto para esas penetraciones tan apasionantes que muestra en escena y el dice que es secreto. Es un secreto que yo, y la muerta y él y ustedes sabrán: siempre que entra a escena se imagina que la mujer es su mujer muerta y que él es el escritorcillo gordo aquel. Por cierto, si se preguntan qué le paso al escritorcillo gordo, pues es el mismo que le pone punto final a esta mierda de relato.
CUARTA PARTE
Expandir la consciencia cuadrado cuadrado círculo círculo es romper
romper es
realidad
realidad
expandir
expandir
rectángulo
rectángulo
mental
mental
geometrías
geometrías
heridas
heridas
de
de
realidad
realidad
visión
visión
es
es
ensuciar
ensuciar
ojos
ojos
quedar
quedar
ciego
ciego
mirar
mirar
muerte
muerte
es
es
existir
existir
adentro
adentro
fractal
fractal
hipersensible
hipersensible
inyección
inyección
de
de
sueños
soñeus
y
y
el
le
asombro
orbmosa
es
se
el
le
único
ocinú
conocimiento
otneimiconoc ¡!
QUINTA PARTE
Maquiavelo era un perro policía retirado. Ahora se dedicaba al narcotráfico, cocaína colombiana, sabía moverla. Maquiavelo era de buena raza, estaba viejo, 12 años humanos es mucho en años caninos. Maquiavelo no hacía mucho más que repartir algo de cocaína por aquí, otra por allá, otra la inhalaba él, bebía cerveza, comía pizza, comía marihuana y opio y alas de pollo azadas. Tenía buena vida para ser un perro de sus características. Se diría que Maqui no era muy bueno en la cama, pero le gustaban las gatitas. ¿Por qué no las perras? Le preguntó un colega. No me vayan a morder, contestó Maqui. Iban al hotel, zoo’s, El cuarto con espejos, pedía Maquiavelo. Era un perro que sabía lo que ladraba.
Ocupo eso, dijo el tipo. Qué eso, contestó el otro tipo. La medicina, dijo el tipo. El otro tipo le dio una dirección y salió el tipo del local, dejando tras de sí un pestilente olor a calcetín mojado en alcohol. El tipo llegó al despacho de Maquiavelo, le dijo, Ocupo eso. Qué eso, pregunto el canino. Pues la medicina…. Maquiavelo sacó de su cajón un envoltorio tapizado de telarañas. El tipo llegó a su casa, sacó del envoltorio el revólver, pero en milésimas de segundo llegó el Señor Cacahuate y le dijo : ¡Detente! Pero el tipo suplico, por favor, déjame matarme, mi vida no tiene sentido. Acabando de hablar el tipo, el Señor Cacahuate ya tenía tapizado el cuarto con periódicos viejos. No manches las paredes, grito el Señor Cacahuate mientras salía volando por la ventana. Gracias… Fueron las últimas palabras del tipo.
Otro acto heroico fue aquella tarde en que el Señor Cacahuate vio a un tipo borracho y golpeado sobre la acera, a su lado un perro lamía las heridas. Ayúdame, suplicaba el desahuciado, y el Señor Cacahuate le dio patadas en las costillas hasta que murió… Al otro día recogió el cadáver la basura municipal. Los pepenadotes saboreaban sus bigotes, otros órganos que vender. El perro lame heridas lo llevo el señor Cacahuate a su Cacahuacasa; pa algo habría de servir.
Mi pelo era castaño por aquel entonces, era un joven regordete, mis cachetes colgaban como banderas de grasa,
nunca había tenido una novia las chicas se burlaban de mí. A mis 16 años me sentía un pobre diablo, nunca me había emborrachado, ni siquiera conocía lo que era la masturbación ni física ni mental y sólo coleccionaba lágrimas hechizadas de silencio y cartas escritas para la luna de queso pero esas sólo las escribía cuando tenía hambre. Era un escritor joven. ¿Como supe que era escritor? Desde entonces soy la puta de las letras, así de fácil y así de sencillo. La noche traía su liguero de estrellas y a mí por primera vez me dio por beber una cerveza supongo que quería matar a mi cabeza ya no quería pensar en ella. Me atasqué un buen trago, estaba amarga esa mierda entonces supe que jamás la dejaría... a la tercera cerveza caí en la cama, semimuerto respiraba muy quedo, mis ojos no miraban fijamente nada. La cama me habló. Me paré de inmediato, joder, mi cama me hablaba! veía sus labios simulados por las sábanas su voz y su eco viajaban en sueños hasta mis orejas Me paré de inmediato, quede parado a la orilla de la muerte salí de mi casa, siguiendo las indicaciones de mi cama, fui a un bar en la esquina de la avenida sueños rotos... me atasqué otro trago de cerveza, más cerveza. Vi a una chica en la barra su pelo flotaba entre muros de alquitrán su boca abierta era la antesala de un manicomio proscrito el dardo de su mirada se inundó en mis ojos y entonces supe que era ella…
Me acerqué y le dije quedito, al oído, que mi cama la esperaba… Se me quedó viendo con dudas profundas, me tomó del brazo, cogió su bolsa y empezamos a caminar sus pasos marcaban el territorio, con la brisa de su andar pateaba a la muerte por el culo. Llegamos a mi casa, me besó, me tiró en la cama… Se me montó encima y la noche se baño de humedad Prendió un cigarro de hachís y ambos fumábamos mientras follábamos, quedamos ahogados en nuestro propio placer. Ella fácilmente me doblaba la edad, pero eso no importaba nuestros cuerpos se entendían bien. Ella amaneció muerta, dijeron que por sobredosis. Yo amanecí en la cárcel, dijeron que porque yo le di la droga. No fue el hachís, ella andaba hasta la madre de caballo, Yo algún tiempo después salí de la cárcel, no se encontraron pruebas. Yo la maté de amor, pero de eso nadie muere. Ella, sobre aquella cama, me pasó su suerte… ahora me burlo de la muerte, porque sé que pronto moriré, pero antes pintaré unos cuadros con pinturas de alcohol me atascaré otro trago de cerveza y quizás fume algo de hachís. Hace tiempo tuve una novia, y le dije “mientras más leo, menos cosas sé, pero hay una sola cosa que sí sé de cierta, y eso es que te amo”: mentí. Hay dos cosas que sé de ciertas; una es esa, la otra que José Atila Cabeza de Perro, en el futuro, vivirá en un cuarto lleno de ratas, un lindo cuarto, solo, con paredes por donde chorreará una soledad color café oscuro, impregnada de una hermosa y triste humedad, como los ojos de aquel hombre que habita en el espejo, o en esas pequeñas olas que hace el café servido a las 5:30 de la mañana en el “éxodo de corazones perdidos” [interesante nombre, por otro lado, para un gastronómico insomne.] Pero, hablaba, por supuesto, de aquel
hermoso cuarto, de dos por dos, donde aquél hombre sólo tendrá su maquina de escribir que le robo a su padre cuando éste era director de una primaria; tendrá hojas, quizá el único cuadro de grises matices, colgando de la pared, que le quedo de su tío muerto; José tendrá una botella de agua bendita de Tlalpujahuilla, para darle de beber a sus ratas, que unas son católicas y otras ateas; a José le es profundamente indiferente si Dios existe o no: a él no le sirve de nada. Pero las ratas, algunas, son muy caprichosas y hay que tenerlas bien atendidas para que se queden con uno. Sin ellas qué sería del piso, quizá nunca se viera tan expandido, tan hincado ante los labios de la virgen de la soledad. Aunque, aclaro, José sólo creía, cree y creerá en la virgen de húmedos labios y que puede ser penetrada, es decir, follada, es decir, cogida, es decir, desvirgada. Ese es el sentido profundo de la virginidad: perderla, ahogarla, prenderle fuego con el fuego de la pasión, quemarla y bailar sobre las cenizas, como el vivo que baila sobre su cuerpo muerto, por que no le sirve, porque, cierto, los muertos no le sirven a nadie. 14 ratas en aquel cuarto de Atila, en su jaula, su caverna, su mundo encerrado de letras. 14 ratas, en 14 días, inventadas historias, inventadas o reales, da lo mismo, las ratas que sigan vivas y que lean su historia y que no les guste, que se jodan. A las que les guste que gocen del cielo. Patricio se llamaba la primera rata, de sombrero de hongo, que el mismo José le confeccionó, era una rata alcohólica, bohemia, poeta, ¡ah bendita rata que le escribe a las pulgas que le pican!
No soy alcohólico -dice Patricio, mientras la botella de licor tiembla en su mano izquierda- No soy un puto alcohólico, ¿los alcohólicos se pueden parar de cabeza? ¿Saltar en una pata? ¿Aventar el sombrero, prender un cigarrillo, y agarrar el sombrero cuando caiga? Los borrachos ni siquiera saben hablar, son mimos que se enfrentan a la vida, más bien, que huyen de ella, que son débiles porque no se atreven a asesinar, y, en su sed de sangre, prefieren matarse a sí mismos, suicidarse, desgarrarse la piel y arrastrarse por el suelo impulsándose con su propio vomito. ¡Amo, amo los borrachos! Si un volar de mariposa puede lograr grandes cosas, ahora imagina lo que logra la caída de un borracho. Yo tomo alcohol, pero no soy un borracho, ah si pudiera yo ser borracho, si pudiera olvidarme de mí mismo, desnudarme, gritar, ser imbécil, revolcarme en
la tierra, en la mierda que caga la luna, en los besos salivosos de las señoras gordas del supermercado, si pudiera llorar con un disco de Tom Waits, de blues o de jazz, o mínimo de trova. Oh perra suerte! Cuanto deseo llorar! Si pudiera ser borracho, no estaría tanto tiempo despierto, también soñaría, mataría menos, sería tan feliz. Si fuera alcohólico, le diría adiós a este vacío. Panza etílica, corazón contento. Y quizá, y sólo quizá, no le robaría esta noche a José. Te odio –dice Paulina, la segunda rata con vestido azul pastel y mirada lácteate detesto con mi alma, le dice a Patricio. Gracias –contesta Patricio- De nada – dice Paulina. Paulina toma un pequeño alfiler, se pica cuidadosamente en la mano cadavérica, le salen unas gotitas de sangre, las pone en una copa de güisqui y se la da de beber a Patricio. Patricio, por primera vez, se pone borracho. Buenos días –dice la novena rata, con traje elegante, guantes blancos, bastón con cabeza de diamante y la hebilla del cinturón era de una rata sonriendo. Aquel, Gregorio Del Costado, entraba en un lujoso restaurante, mientras, a su lado, se percato, dos señoras de charla barata y senos firmes alegaban los sucesos del día. Gregorio subió al segundo piso del restaurante, de la pared colgaban cuadros de Van Gogh, reales o imitaciones, no importa, eran malos. La música de fondo me recordaba a alguna triste pieza holandesa, cuyo nombre no recuerdo. Qué va a pedir el señor, le preguntaron a Del Costado, Una tortilla, contestó. Y de acompañar, le preguntaron, por segunda vez, como si se tratara de una sola pregunta, Agua, contestó, Medio vaso de agua. Qué cara está la tortilla no Gregorio, le pregunto Matías, la tercera rata que vestía con un traje “ajedrez” combinación métrica entre blanco y negro. Sí, está cara, pero no para mí, contestó Gregorio, Cómo que no para ti, replico Matías, Todos sabemos que no eres muy rico, continuó. Sí, ya sé, dijo Gregorio, pero sólo es cosa de abrir las fronteras, dejar que entre maíz extranjero, la competitividad crece, los extranjeros ganan, los mexicanos se chingan y la tortilla es barata, alimento básico nacional, sin embargo, importado. Sirven la tortilla. Que rico aserrín, pensó Matías, y lanzó un manotazo para arrancar la mitad de la tortilla, con la boca a medio llenar de los dos, bebieron, primero Gregorio y luego Matías, del recién servido medio vaso de agua. Después, los dos levantando el vaso, dijeron benditas sean las importaciones, bendito el extranjero que nos
importa su mierda, nosotros exportamos tristezas y por eso brindamos! Angelique, la séptima rata, la lujuriosa y extranjera rata, los miraba desde su ventana en un hotel de paso, mientras fumaba un cigarrillo.
José Atila Cabeza de Perro de vez en vez, supongo, debe salir a pasear. Supongo comprará mucho queso, cuando tenga dinero para comprar comida. Irá en aquel microbús, se sentará cerca de la colegiala que es, en verdad, una perversa en potencia. José se encargará de hacerla perversa en acto y es que él sabe reconocer bien a ésta gente. José se sentará cerca de ella, mirara como los rayos del sol penetran a través de la ventana y acampan en el sudor de su pecho, ella pasa su mano delicadamente para limpiarse. Es un día caluroso. José se sentará cerca de ella, la va a toquetear, con la mano, como resbalando por un alma de perra. Le tocará el sexo suavemente, luego con un ligero impulso agresivo y lleno de vida; ella se estremecerá, no porque aquel sea un placer extremo, sino porque es el único que ha sentido. ¿Su novio? Tendrá novio, un chico retraído de pocas posibilidades sexuales, con muchas inseguridades imposibles de superar, en pocas palabras, un fiasco sexual. Pero el sexo no será lo más importante, será lo único para chicas como esta colegiala, así que lo dejará. José es el culpable. Todo el camión sabe que José es el culpable, por el simple hecho de que todo el camión se dio cuenta del manoseo. Se dieron cuenta por el pequeño pujido de la chica, suficiente para que se percatase todo el público de lo que pasaba en la obra. Las señoras mayores más que enojadas parecen celosas, y los hombres con su lujuria estéril celebran lo que ellos jamás se atreverán y tanto desean. José llegará al supermercado, ahí está ella, Blanquita, gorda, mujer muy gorda, a la que José le da un manjar de placer de vez en vez, y ella le da kilos de queso de vez en vez. ¿Cuándo comerás algo diferente? Cuando bajes de peso, Y tus ratas, Te aman, Yo a ellas, Creo que es lo único que amas, También a ti, A mí o a mi pene, Eres un conjunto. Dios te salve maría, llena eres de… Papacito, uy papi dámelo todo… grita la quinta rata, Martina, al ver pasar a un “daledale” a las afueras del centro comercial. Mírame, estoy aquí para ti. Se va a una alcantarilla, saca de su
bolso la imagen de Jesús el Nazareno y se masturba pensando en él… Después de eso: está tan sola como siempre.
SEXTA PARTE
Despertar. Música. Café. Desayuno. Baño. Música. Literatura. Comida. Escuela. Taxi. Pensamientos. Dormir. Y eso es todo. Un día “normal”. Pero se puede romper el prototipo y de hecho lo ha roto nuestro personaje. La singularidad y complejidad de la trasgresión se cuaja en los seres humanos. Desde niños nos han enseñado que “romper eso es malo…” y nos quemaran las manos. Pero, tenemos como primera pregunta ¿qué es malo? Y luego respondo, si todo proviene de Dios, es algo que proviene de Dios, y lo que proviene de Dios es bueno. “Lo malo es bueno” me parece el primer absurdo de este texto, porque muestra una incoherencia lógica. Por hoy saquemos a Dios de este asunto, que para cuestiones intelectuales no nos sirve mucho. Pero si sacamos a Dios, también se hace necesario sacar a toda la moral que tras su falda espectral deviene. Sí, nos quedamos como amorales y ateos. ¿Lo somos?, quizás no, pero no podemos estar de otro modo hoy. Y como lo que quiero plantear es que no tenemos más que el hoy ¿nos quedamos desnudos de por vida? No, sólo es necesario vaciar nuestra mente para volverla a llenar, pero esta vez con una información más pulida y versificante sobre la realidad inmediata. Ahora lanzamos un estertor alegre: me voy a morir. Para continuar: y no hay mañana.
México es un, intrínseco, adorador de la muerte y el ritual riguroso que ello conlleva. Nos burlamos de la muerte, e incluso del miedo hacia ella. Aunque esto no es de la población en general, pero sí de quien vivimos la tradición con intensidad.
La
tradición,
sin
embargo,
justificada
epistemológica
y
espiritualmente hablando. En el entierro de los muertos, los ritos parecen complejas arquitecturas místicas, bañadas de un toque estético. Empero, esto lo menciono porque yo crecí viendo eso, y bajo un estricto análisis, no obstante, subjetivo, llegué a la conclusión de que no hay que temerle a la muerte; sólo partiendo al yugo del miedo fatal, podemos vivir con la intensidad
esencial que el conocimiento apremia. Entonces, no tengo Dios, no tengo Moral y, ahora, no tengo miedo a la muerte.
La vida es como una pieza de blues: es triste y placentera. Lo cierto es que uno conoce y recuerda la nota pasada y vive con intensidad la nota presente, que en breves milésimas será pasada, pero no sabemos qué nota viene, quizás rompa la armonía o quizás haga aún más suprema la pieza musical, pero ello, en realidad, no nos preocupa porque estamos curados de la esperanza de que continué la armonía, y si continua será bueno, pero si perece y cambia el ritmo, quizás sea mucho mejor. Al final (en la muerte de la pieza de blues) juzgaremos la pieza no de sus partes sino como totalidad. En esta ardua tarea estética, nos pondremos en el papel del espectador, para vivir la música, para juzgarla y criticarla, pero como un todo, no como una parte. Como espectador, no espero nada, sólo tengo expectativa, pero si se frustra la expectativa, no me frustro yo, pues la expectativa es sólo un referente a un futuro que nos parece lejano e incierto, pero que, sin embargo, estamos dispuestos a afrontar sin importar las máscaras que traiga para nosotros. La esperanza, en cambio, debilita la fortaleza humana, pues lo cierto es que la mayoría de las veces no se consigue lo que se quiere, o, aún peor, lo que se cree que se quiere. Cuando se ve interminable nuestra espera, el espíritu se hace trizas y si se frustra irremediablemente, entonces sí que sufrimos un deterioro total y llegamos al sentimiento de absurdo.
La humanidad se divide en dos: los que nacieron para morir y los que nacieron muertos. No sabemos a cuáles pertenecemos. Reía, sin embargo, aquel hombrecillo de piel blanca, ojos prófugos y sentimientos insurrectos. Su mirada elíptica se expandía por la acera que, a estas horas de la tarde, estaba sembrada de zapatazos por transeúntes, y perros lacerados de dudas. Estaba pensando, recordando, olvidando; llevaba en la mano una botella y en el pecho un corazón sediento. ¿Habré hecho lo correcto?, se preguntaba mientras el ave etílica caía por su garganta, acampaba en su alma y se pudría en sus sueños. A la mierda, se contestó, Lo que hice, lo hice y ya, cuando un sacerdote me diga que me arrepienta de mis pecados, le escupiré la cara. Entonces con un
caminar más suelto, una sonrisa aturdida y una seguridad oscilante, entró en su trabajo.
Yo soy mago, por eso haré regresar el tiempo. Recordamos a nuestro amigo, un tipo solitario, pero no huraño. Un tipo sincero que lanza, habría que decir, los dados de las mentiras. Le gusta ver quién se traga su mierda, quién la sancocha con utopías, quién la perfuma con dudas, quién es más listo que él. Juega con nosotros, pero, a veces, se pierde dentro de su propio laberinto. El se orina en las estrellas que él mismo siembra. ¡Y las estrellas siguen sembradas en el suelo, titiritando de frío, esperando la chambrita de piel de puta!... Las horas que se pasan solo, son horas en las que uno espera que se caiga el techo, o que las manecillas avancen (¿qué hijo de puta le da cuerda al reloj?) o que alguien llegue y nos abrace, o nos salimos de la casa para esperar la lluvia. Cuando hay lluvia podemos llorar en paz. El, quizás, era así; también tomemos en cuenta que soy muy mentiroso. Ya no le dolía estar solo. Ella había llegado: una señorita de pocas palabras y muchos besos. Ella, a la segunda copa, le preguntó ¿qué hacemos con la ropa?¹ y el se la quitó. La moneda de la suerte cayó con su cara. En dos horas etéreas ya estaban enamorados. Ella se enamoró porque él era el único hombre que jamás moriría por ella. El se enamoró porque no había conseguido mascota. Yo siempre he dicho, si te sientes solo, búscate una mascota o una novia. Le recomendé eso, y el sí lo tomó en cuenta. Pero, como sabemos, el amor siempre termina mal o empieza mal o algo intermedio se pone mal. El amor también es, intrínsecamente, maligno y dañino para el espíritu y la temperaza humana. Nunca confíes en nadie que te prometa amor para siempre, porque para siempre es mucho tiempo². El la vio, una tarde cromática, hundiendo sus labios de pecadora en los labios de un pendejo chilango. Se le cayeron las ilusiones a la calle y como sabemos, dicen, que el amor no duele en el corazón sino en los testículos, su desesperación se hizo furia, su mano iracunda señalo el día de la muerte. No me gustaría detenerme mucho a narrar como mató a aquel puerco chilango, pero resumiré diciendo: lo secuestró, le hizo cicatrices con un estilete dorado, le puso limón en las heridas, luego acido, lo colgó de una cruz, le aplastó los huevos con un martillo, se tomo otro trago de mezcal y le echo gasolina y le
prendió fuego. El cuerpo calcinado quedó irreconocible, claro, el estado más hermoso de los seres humanos de ese tipo.
El hombrecillo había entrado al trabajo tropezando con los escalones del recibidor. Las ninfas danzantes se retorcían en halos oníricos y sensuales. Las luces se ondeaban dando una propina a las sombras más escondidas del bar. Ahí, en donde las sombras estaban solas, es donde le gustaba estar a nuestro personaje cuando no había mucho trabajo. Era un bar. Era un table-dance. Era la antesala del paraíso absurdo. Esta era una tarde de poco trabajo, más que nada porque, sabemos, hay más trabajo cuando la luna se traga al sol y vomita estrellas. Nuestro personaje se encontraba sentado en una esquina, terminándose su botella, mirando sus ojos a través de los ojos transparentes de aquel contenedor de elixir poético. Su mente navegaba por las aguas turbias del pasado. Es cierto: no podía olvidarse de ella. Sin embargo, jubilaba su mema mirando aquellos culos de diosas que, no obstante, ya de cerca, parecen vampirezas que exprimen el corazón de nuestra cartera. El hombrecillo se olvidó un momento de sus pensamientos y se ocupo, esencialmente, de los impulsos implícitos en su libido: había salido la Culebra a ensayar sobre la lucidez de un piso trapeado con saliva de pecado. ¡Qué chidancia!, pensaba nuestro personaje.
Inexplicables son los laberínticos caminos de la vida o podríamos decir, ya en la marcha, de la muerte. Nos sentimos extraños, no pertenecemos a éste mundo; vemos a nuestro alrededor y nos maravillamos con la belleza de la Naturaleza, somos simples contempladores del arte, no llegamos a ser parte fundamental de la obra. Se abren nuestros ojos, ahora estamos despiertos, la razón ha perdido su sopor, pasó a ser realidad. Si el mundo es algo tan distinto a mí, yo no pertenezco a éste sitio, lo lógica me ha llevado al suicidio. He despertado: tengo consciencia de la muerte. Ahora contemplo la vida al borde del precipicio, tengo vértigo y nausea, y por eso no me suicido. Primero tengo que vaciar mi nausea, tengo que vomitar para dejar esa marca imborrable en la historia, una historia espectral que, seguramente, me olvidará. Éstos son los pensamientos de nuestro personaje, sentado en una piedra, recargado en un muro de viento.
Regresaré el tiempo, de nuevo, porque la hoja no se ha terminado. Qué haces, preguntó ella. Me reviento mi ámpula, contestó el, con cierto matiz despreciativo. La miró, la deseaba, pero con un deseo más enfermo, con los berridos de la lujuria sanguinolenta y melancólica. La sujetó por la cadera, tomó uno de sus pechos por debajo de la blusa, la beso con labios de plomo y saliva de sal. No podía resistirse más, arrancó su blusa, mordió sus pechos hasta que la sangre hacía ondulaciones en su piel. Qué haces, preguntó ella exaltada. Te demuestro mi amor, contesto el. Las manos de el se mecían por toda la dermografía de ella, le levantó la falda, le mordió el sexo con ardor y la penetró oralmente hasta eyacular dentro de su garganta. Ella, en un velo de sangre y lágrimas, pregunta por qué, Si yo te amo, dice. El camina unos pasos por la habitación, saca del cajón del escritorio un revólver. Yo también te amo, le contesta mientras jala el gatillo, Y no quiero que habites mi infierno, continuó, pero esto último no lo escucho la amada, los sesos de ésta ya hacían un cuadro abstracto en la pared.
Enloquecía aquella chica árabe. Esta ocasión estaba ondulando su cuerpo en los matices de la luz, con una balada romántica que, paradójicamente, acababa en la estridencia de una paja mental. En el table-dance las cosas fluían, como todas las noches, a la deriva de la excitación. Aquellos culos moldeados de miradas, estaban sudados, dando brincos. Pero nunca falta la mierda en el mundo. Llegaron dos tipos, uno era un escritor estadounidense, el otro un estudiante de economía, éste último era mexicano, pero tan basura como aquel. Ambos se pusieron ebrios con tres tequilas, o quizás con menos. El caso es que se pusieron impertinentes, quisieron tocar a las chicas. Entonces nuestro personaje intervino, los sacó a patadas. En la puerta de entrada, el escritor estadounidense sacó un revólver, pero le temblaba la mano. Nuestro personaje se agachó y el tiro fue directo a la estúpida y artificial cara del estudiante de economía; en la confusión nuestro personaje le quitó el arma al escritor estadounidense y le atascó un tiro en cada pierna, un tiro en cada brazo y un tiro en cada ojo, al final un tiro en la entrepierna, de postre. Puede que al escritor le haya gustado esta forma de morir, recordemos el amor desmedido de la literatura gringa por escribir “un par”. Fueron métricos los tiros,
anacrónica la sangre que fluía porque, claro, hasta la muerte fluye. Me sentiría mal por la muerte de un colega, pero la verdad es que no he conocido escritor estadounidense que me encante y menos de este tipo. Llegó la patrulla, se llevó a nuestro personaje, le pusieron tremendos golpes en la cárcel y fue violado por los mismos policías. Maricones vendidos hijos de puta, les gritaba nuestro personaje, y ellos Cállate homicida de perra, le respondían. Los policías le humillaban de maneras aterradoras, le daban una golpiza. En parte que los policías eran hijos de perra en parte recibían ordenes, porque nuestro personaje había matado a uno de los máximos representantes de la literatura católica y positivista estadounidenses. En lo que a mí respecta, nuestro personaje le había hecho un favor al mundo, pero el gobierno mexicano no pensó igual. Esos puercos lo mataron, lo ahogaron en su sangre. Nuestro personaje ya había pasado a la historia, había colgado los tenis, era y ya no era más. Un día el policía que lo mató, estaba cagando cuando le salió del retrete una mano que se insertó en su culo, subió hasta su corazón y se lo arrancó. Lo último que vio aquel policía fue una sombra negra que se desvanecía y lo último que escuchó fue como violaban a su mujer e hijas. Los otros dos policías que participaron de la muerte de nuestro personaje, sólo se encontraron calcinados en una cruz, como aquel raro caso que ya había ocurrido hace tiempo. Tan misteriosos son los caminos del Señor.
«una nueva era nos atraviese, donde el poderoso Getze dominará el universo, una vez que haya resurgido de entre la mierda» Víctor Hugo R
SEPTIMA PARTE
Ya llevo unos siete días, tirado en este rincón utópico de mi cuarto, escribiendo un epigrama con mi vida. Llega un golpe eólico que se hunde en mis melancólicos pulmones; y despierto de mi estado inerte para cantar de nuevo una canción desgarradoramente poética; Agustín Lara invade mi cuarto con su música desde hace unos minutos, no sé cuánto, ni cuánto tiempo llevo aquí en
realidad; perdí la noción cronológica y no observo el reloj, no tengo prisa por morir. Ahora recuerdo cuando tenía siete años y quería, desde entonces, la mayor tranquilidad posible, pero esa búsqueda de tranquilidad era más bien una búsqueda del silencio total, que jamás encontré. El silencio no existe. Cuando lograba anular la mayor cantidad de ruido posible, mi mente provocaba un torbellino de pensamiento que no eran otra cosa más que ruido; fue entonces cuando comprendí que, verosímilmente, soy un ruidófilo. Desde que el último rayo de luz entró en mi ventana, mis sentidos están más despiertos. Mi oído de esencia aguda escucha el vaivén del viento armonizado por una gota de agua que cae cansada de la regadera oxidada por mil bacterias borrachas. Mis ojos se abrieron y estoy viendo como la luz y la sombra hacen el amor con una métrica aterradora, que llena de arte geométrico la insensible habitación. ¡Aquí habitan mis pensamientos! Los contornos han sido matizados por alguna tragicomedia que nadie escribió. Las paredes se abren y se cierran; sigo esperando que se caiga el techo y mate mis quimeras. El amor volvió a fracasar y tan sólo está bebiendo el último licor de mi alma. Yo sé que ella no va a regresar, sin embargo, todavía la espero con mi lengua recargada de ambrosía poética y un cenit erótico en mi bolsillo. De todos modos no quiero hablar de amor hoy.
Un cristo crucificado, negro, escarapelado, cuelga de la cabecera de mi cama ensuciada por siete noches que no recuerdo y no recordaré. En la parte inferior del
cristo
hay
unas
letras
en
Per me si va nella città dolente, Per me si va nell’ eterno dolore, Per me si va tra la perduta gente Giustizia mosse il mio alto fattore: Fecemi la divina potestate La somma sapienza e il primo amore, Dinanzi a me non fur cose create, Se non eterne, ed io eterno duro:
alguna
lengua
que
no
entiendo:
Lasziate ogni speranza, voi che entrate.
Tampoco recuerdo quién las escribió con tan buena caligrafía, pareciera que la tinta es sangre molida de los ángeles que trajo ella consigo, pero que fueron asesinados con estos estiletes de indiferencia. Mi cama es tan sencilla y pareciera que, en oscuridades somnolientas, las culebras salieran de abajo para morderme con su veneno ácidamente placentero. Sé perfectamente que estoy en un estado de gravedad, pues mi mente ha abrazado la poesía cristiana. Sólo en la completa decadencia recuerdo los Salmos, y sólo en la decadencia recuerdo autores como San Juan de la Cruz, del cual retumba un fragmento en mi memoria como un martillazo sólido. El fragmento es el siguiente:
Pastores los que fuerdes allá por la majadas al otero, si por ventura vierdes Aquel que yo más quiero, decidle que adolezco, peno y muero.
¡Ay ridículo de mí! He recitado poesía cristina, mientras pido a Lilith que venga por mí y por mi cuerpo. Que mi cuerpo lleno de astillas sea entregado al que lo pueda amar, que mi alma sea petrificada y tirada al cosmos. Quiero conocer la cosmogonía del universo hasta desintegrarme de tantos cuchillazos de sabiduría. Quiero entregar mi pensamiento-corazón al lobo feroz de la filosofía, que lo mastique hasta dejarme sin palabras y sin pensamientos.
Cuando cumplí catorce descubrí que sí algo es sabio en esta vida, es la muerte. Desde entonces estoy consciente de la, siempre presente, muerte. Y por ello no me dan ganas de morir. Pero tampoco quiero hablar de muerte hoy (la muerte y el amor: ¡que análogos son!), pero sí de cómo las cosas van siendo percibidas por la conciencia más despierta, hasta llegar a un plano donde se puede apostar la vida a lo que es. Lo afirmamos como si fuéramos dueños de la verdad universal, pero no decimos más que una serie de
patéticas afirmaciones. La realidad también es patética. Después afirmo con una postura cosmopolita: el filosofar se trata de ver quién chinga a quién.
Un golpe tenue viene de la puerta, alguien amenaza con ensuciar mi soledad; espero que se largue con su basura a otro lado. No quiero ver a ningún humano hoy, son tan simples. Sólo quiero seguir sumergido en ésta, la droga más poderosa que conozco: la soledad. De entre las siete soledades he elegido la más terrible. Me he abandonado a mí mismo. Por la ventana se veía una nube que simulaba un monstruo tragándose una flor y, en el fondo, un hombre con arrugas y manos flacas que piensa y que ríe y que muere en sí mismo. Dos palomas blancas cruzan el cielo, las dos llevan un vuelo sincronizado, cortan el aire con sus alas llenas de beatitud y de tormenta, de repente, se comienzan a descuartizar en un vaivén de picotazos que procrean al cielo de rojo. Otra vez se flagela el mundo. Yo encajo en mi alma pequeños vidrios que tienen por elemente primigenio los ojos de ella y están envueltos en la violencia de mis sueños. Azoto mi guitarra contra la pared: es estético el ruido. Me paro, voy a quitar el disco de Agustín Lara que ya gira a punto de un colapso melancólico; ahora pongo el disco de Javier Solís, al mismo tiempo se suicida el sol y la luna sale a coquetear con los sin nadie. Mi cuarto sólo es sombras y sombras nada más. Ahora mis pensamientos se hunden en la noche, naufragan en los vestidos negros de la noche con máscara de seducción e intención de homicidio. La noche tiene sonrisa de ángel y mirada de perversa; vieja amiga de los poetas y veladora siempre constante para escribir fantasías. Hoy quiero jarabe de luna llena y un revolverzazo de estrellas. Oh noche, cómo dejar de quererte tanto, ¡Oh noche: péndulo de la muerte!, cómo dejaré de hundirme en tus pechos hasta ahogarme en tu poético elixir. Sigo soñando en este rincón utópico de mi cuarto, pero a mí me parece que no está mal, pues la utopía son ventanas abiertas para entender mejor la realidad. El alba abraza mi cara y yo sólo puedo pensar: vi la luz de las cosas, tal vez porque no existo hoy.
¿Y tú?
Me llamo Severino, y ahora voy caminando con mis utopías embarradas en las botas, en el camino pienso en la inmensidad del universo, en las posibilidades infinitas de conocimiento y en qué tipo de mentes podrían soportarlo. Mi mente no podría soportarlo, –resuelvo, después de prender un cigarrillo- es muy débil, tan débil como las flores cuando son arrancadas por el viento. Conozco muy poco, muy poco me interesa conocer. La ignorancia es otro tipo de conocimiento, uno alternativo… Me gusta más saberme ignorante, pues en mi ignorancia encuentro la libertad de no ser comprendido por nadie. Creo que también tiene algo que ver mi mente, ella es, psicológicamente, perversa. Me gusta ser usado y tirado por la ventana de las nubes rotas. Me gusta ser carne de cañón, me gusta gustar a las mujeres que me gustan. Es un tonto asunto de gusto, pues el paladar determina qué látigo sabe mejor. Me gusta ser golpeado por las palomas de lumbre que lleva en sus ojos el pecado. Me gusta que me guste. La fenomenología epistemológica del gusto no sabe gustar, y si no gusta, no sabe. Camino por una banqueta bañada de zapatazos; la gente tiene mucha prisa por irse hacia algún lado, no sé a dónde, quizás a donde la vida deje de ser agitada: la muerte. Muchos tienen prisa por morir, pero yo no, ya no. Tengo a alguien que me hará gozar del dolor. Hace dos meses intenté suicidarme, pero no lo intenté por sentirme triste, lo intenté porque no sentía nada. Quería sentir alegría o dolor; una chica da ambas cosas, y la mía así es. Ella es tiernamente malvada, es tan paradójica, nunca vi a alguien así. Ella me ha iluminado con su luz y me ha cubierto con su sombra. Ahora siento muchas cosas, todas son extrañas. Me arde la panza, tengo sueño pero no tengo ganas de dormir, tengo hambre, pero he tragado demasiadas quimeras. Tengo cansancio de no hacer nada, de vivir al borde del colapso ocioso. Espero allí, sentado en una banca con insignias extrañas. Todo el parque parece pintado con miles de colores brillantes y tristes. Los niños juegan con una pelota roja, todos ríen con una declarada actitud de “me vale madre lo que venga…”. Recuerdo que yo tuve un hijo, él ya se habrá olvidado de mí; su madre era una prostituta que se la pasaba en el filo de la sobredosis todos los días. Ella era de una tristeza hermosa, un cuerpo hermoso, una cara
maltratada, una dentadura pareja y fina (nunca vi que alguien cuidará sus dientes de igual manera). Yo era el admirador de ella, yo sabía que era una prostituta, pero pensé que la podría cambiar: me equivoque. Ella había vivido tanto tiempo así, que no sabía vivir de otra manera; de todos modos, estoy seguro que me quiso, pues con nadie más había tenido hijos, y con nadie más había tenido relaciones sin condón más que conmigo, o al menos, eso es lo que dijo ella. Recuerdo todo el huracán pasional que me levantaba con tan sólo una de sus caricias, con el dardo de sus miradas hacía sangrar mi corazón, cuando caminaba hacia mí levantándose la falda parecía que me iba a dar un paro cardiaco. Ella fue la primera chica realmente importante en mi vida, pues siempre había sido tímido y nunca me gustaban demasiado las jovencitas de mi edad; a diferencia de mis compañeras, a mi amante, con el tiempo sus senos caían más, pero por cada centímetro que caía parecía que hacía un nuevo doctorado en las bellas artes del sexo. Ahora que estoy un poco mayor, me gustan las jovencitas, pues pareciera que siempre buscamos lo contrario a nosotros, hasta en la edad, para robar el aliento de vejez o de juventud a la vida. O simplemente se trata de no estar conformes, porque en tiempos tranquilos ser revolucionario es lo “in” y en tiempos de guerra, la misma gente, corre a esconderse donde no alcancen las balas. No sé porqué, pero no siento ser la única basura del mundo. Parece que un centello me sello los ojos con una lágrima, pero no importa: es sólo una vieja pieza de blues. Mis oídos son canales por donde pasa la depresión de una voz cósmica que acaba por hundirse en el mar del corazón. Miro hacia el sol, ya se baña con una ligera luz rosa, está a punto de caerse a las manos de la luna. Todo el paisaje termina siendo una pintura con la tristeza más bella del mundo. Estoy cansado de esperar; pero sí, como decía, tuve una prostituta de novia. Ella se fue de mi lado, dijo que era demasiado infantil; yo arrojé el piano por el balcón y le cayó encima cuando se iba en el taxi con su nuevo amante. Yo soy un pobre diablo, pero mi padre siempre fue influyente en la política, así que no tuve ningún problema legal y mucho menos por asesinar a una prostituta. Mi hijo me odia, él está en un orfanato. Es curioso cómo maté a su madre; en ese piano le escribí diez canciones, y con ese mismo instrumento la maté. Siempre
dijo que mi “talento” la mataba, creo que ahora lo dirá con más razón. No estoy seguro si realmente me importa mi hijo, sólo sé que lo extraño. No lo quiero. Yo no quiero a nadie, pero es posible que sí me importe. La oscuridad cada vez es mayor: la perversión está a punto de llegar. Yo no considero a la perversión como algo malo, ni bueno, creo que es algo intermedio, algo propio de la naturaleza humana… tan necesaria como comer, dormir, ir al baño. Hay personas que reprimen su perversión, pues están influenciados por superflua moralidad, pero en realidad el reprimir esa parte humana sólo provoca no desarrollar todas las habilidades intelectuales y artísticas. Tengo muchos amigos artistas, ellos dicen que sin la perversión no podrían trabajar… En realidad yo no sé mucho de arte y no sé a qué se refieren, pero sí se que la perversión nos mueve por un instinto que no debemos reprimir. En la primaria, solía mirar a mis compañeras por un agujero que había, no es que supiera ya algo sexual, pero el placer perverso que ello me provocaba me bastaba para sentirme contento y me hacía sentirme más yo, pues reafirmaba mi yo y mi naturaleza humana. De niño no sabía que era eso, pero ahora lo comprendo. A los 15 años tuve mi primera relación sexual, fue con mi maestra de secundaria… Ella me violó, pero me encantó eso, me encanta ser usado, ser objeto de satisfacción. Recuerdo que en la preparatoria que iba estaba alejada de donde yo vivía, en realidad estaba ubicada en un rancho y nos hacían plantar árboles, procesar carne de puerco y demás. Ahí había unos invernaderos y una zona de árboles, ahí, junto con mis compañeras, nos íbamos a fornicar. El lugar era el preciso, pues en cualquier momento podíamos ser descubiertos y eso le daba otro toque erótico, mucho más potente… Algo que me da un placer muy parecido al del sexo es matar. No puedo matar humanos no porque realmente me importe su vida, sino porque por las leyes puedo ir a la cárcel, ya he estado ahí y no me gustaría estar de manera permanente… No obstante, sí puedo matar animales y recuerdo que cuando era joven, me daba un placer enorme ver como corría la sangre por el cuello de esos animales. Una vez le di un balazo a uno, eso fue exquisitamente perverso, pues me encantó matar pero también utilizar mi hermosos revolver plateado.
Ella ya llegó… Ahora caminamos hacía un hotel, hotel “paraí…”, trae todos sus instrumentos de trabajo: esposas, látigos –diferentes estilos-, púas, lazos, condones –varios sabores-, gasolina de besos, arañazos de gata furiosa, sonrisa maléfica, mirada perversa. ¿Les han practicado sexo oral, mirándolos directamente a los ojos? Esa sensación supera por mucho a otras, es muy bello… sobre todo si te encuentras atado de manos y pies. Me encanta ser golpeado, es como si con cada golpe me volviera la vida, pues siento dolor y ese sentir es lo que me hace saber que sigo vivo. No me atrae la muerte en lo más mínimo, dijera Woody Allen «no quiero alcanzar la inmortalidad a través de mi obra. Quiero alcanzarla no muriendo.» Mi instinto de supervivencia se hace sentir más tangible cada vez. Ella ya se me subió encima, me da bofetadas y en sus manos trae guantes negros de cuero sintético, me golpea también el pecho… Ya me excité muchísimo. Me amarró los pies, ahora las manos con las esposas… me está poniendo una máscara de cuero. Con sus botas puntiagudas me golpea las espinillas… me está jalando el pelo. El sopor ha aumentado, los minutos se vuelven segundos o meses, de instante a instante. Me está poniendo sus enormes pechos en la cara, me está abofeteando con ellos… Se volteó, también me pone sus nalgas en la cara. Me está escupiendo… Todo pasa tan rápido y tan lento a la vez… Con un alambre me está arañando el pecho… ¡Ya tomó el látigo!, me empieza a golpear, primero quedo, ya después arrecia la repetición sistemática de golpes sobre pecho, piernas y manos… Ahora saca el látigo con púas, está vez me está haciendo sangrar… Me duele, me duele mucho y me excita… ¡Me duele!... ¡Me excita!... Otra tarde más. Después de limpiar la sangre, camino a mi casa… Ya no tarda en aparecer la alborada. Esperaré el alba sentado en esta piedra… Ya comienzan a aparecer las primeras centellas de luz; yo no sé qué pensar. Creo que todo es hermoso, esta es la vida que elegí y es la vida que me gusta. Sonrío. Pienso. Creo que con su látigo, esa señorita, curó mi corazón…
OCTAVA PARTE
En un sueño.
Sentado, en el filo de mi herida tirada en el suelo, y con mi brazo derecho asfixiando decididamente una botella de ginebra, así fue como me encontré, de pronto, con un cielo noctívago que era cortado por miles de cuervos negros y opacos; los cuervos traían en sus ojos la melancolía de, ya, todos los ojos que había arrancado de los miserable como yo. El suelo, sin embargo, era de hermosas amapolas matizadas de un tenue rosáceo etílico. Los árboles eran de ramas retorcidísimas y, algunas, caían hasta el suelo… haciéndolos parecer arañas café lóbrego; a aquéllos árboles les goteaba una resina perpetuada a la transparencia, pura… que salía como una espiral de culebras indómitas. Había, también, unos animales grandes que eran descuartizados por el soplo nocturno del viento: aquellos animales festejaban la orgía de su corazón. El silencio y el sudor del sopor, eran casi insoportables cuando apareció ella, con su piel negra, sus ojos claros, sus manos pulidas y su boca de tormenta y jazmín. Tomo mis manos contra las suyas, como queriendo que fueran una; abrió su boca, me mordió el hombro… me hizo sangrar y después lamió mi sangre que ya caía hasta mis pies. Tomo mi sexo con fuerza, lo agitó y lo pasó por toda su dermografía. Me arañó la espalda con sus puntiagudas uñas, me acarició con sus dedos delgados y largos… secó mis lágrimas y me dio un beso profundo, taciturno, lleno de veneno…. Después de eso: desperté.
En el panteón.
Desperté. Siempre me pasa, cuando me besa despierto. Como siempre: sobre los contornos de su tumba; otra vez lloré sobre su epitafio mientras dormía… Una sonrisa perversa y triste se escribió sobre mi pálido rostro: otra vez le había sido infiel a mi novia…
La casa de Culebra Lisonjera
Culebra se prueba una falda roja y corta, de esas con las que se ven las nalgas; pero Culebra no tiene problemas con ello, pues tiene unas nalgas firmes y redondas, unas piernas largas y blancas. Su blusa, amarilla, está
apretadísima. Elige unos zapatos – ¡qué novedad! – altos. Sin sostén, como siempre, sale de su casa con el pecho en alto y su caminar pausado y erótico.
A las afueras del panteón.
Susana de la Riva, así se llamaba aquella mística señora; siempre voy a su tumba cuando me siento triste; sobre su tumba lloro mis penas de amor… No sé, creo que ella me entiende. Siempre le llevo una botella de ginebra, mientras que yo me tomo otra. Ella fue una CuraCorazones mientras vivía, o al menos, eso me dijo ella en un sueño. Siempre hacemos el amor, nos mordemos la piel, nos arañamos el alma, bebemos nuestro sudor; la penetro como si quisiera desgarrar el mundo, con una fuerza estética y libre. De la mezcla primigenia de erotismo y mar de amor le hago caricias… Ella me mira con ternura y libido salvaje a la vez: es paradójica, pareciera que sufre y sonríe a la vez, pero siempre se entrega… Siempre me muerde. Pero si me besa, se acaba el sueño y despierto, como esta tarde, en un charco de sopor, sudor, lágrimas y sangre… Despierto, todavía, sangrando de las heridas que me hace en el sueño y la botella de ginebra… ésa siempre se la termina.
Ya voy de camino a mi casa, tengo un poco de sueño, además debo curarme. Los pájaros vuelan batiendo con sus alas la libertad del viento… Siempre he querido ser libre, como, me imagino, son los pájaros… Cruzo la calle. Veo a través de una ventana, una señora madura está al otro lado, parece lúgubre, es hermosa… Continúo mi camino cuando, de repente, suena mi celular… Es la Culebra…
Afuera de la casa de Culebra Lisonjera
Culebra camina con esa sonrisa falsa y vacía. Sus zapatazos suenan fuertes pero cautelosos y detenidos, por milésimas, en el tiempo. Excita a todos los hombres que se encuentra a su paso; fuma un cigarrillo pausadamente. De repente un recuerdo denso llega a su mente: « ¡se me olvidó la coca! ». Regresa a su casa, entra a su cuarto adornado con carteles de seudo
cantantes afeminados, toma la cocaína y sale corriendo… después de dos minutos regresa a su cuarto con mirada despistada y como pidiendo perdón a Dios, se da el primer jalón de coca; ya sale corriendo de nuevo, cuando ve el celular y piensa en si llega de sorpresa o si primero llama a Cabeza de Perro…. Resuelve y llama…
En la casa de un escritorcillo
El escritorcillo está parado frente a la ventana. Ha empezado a llover. Hay algunas hojas de papel tiradas en el suelo, están llenas de letras, al menos, hasta la mitad. Escritorcillo se deja caer en el sofá de piel sintética, sin quitar la mirada de la ventana, toma un vaso con un poco de ron. Está evidentemente triste, como herido de amor, como león enjaulado… toma su lápiz, lo rompe, y escribe entre carbón y astillas… rasga las hojas. Tira las hojas al suelo y se para, de nuevo, frente a la ventana con una mirada eclíptica y perdida…
En una calle de la ciudad El perro pirrón cruza la calle a toda velocidad, está mojado y huele mal… la lluvia ha levantado los vapores de su pelo sucio y lacerado. Parece que se acaba de pelear, lleva una herida en la pata delantera derecha, pero eso parece no importarle… se queda parado debajo de un edificio, ahí no cae lluvia… se queda estático…
Afuera del panteón y luego en el centro. ¿Qué quieres? –Contesto-. Ella me dice que quiere verme en el centro, al lado de la catedral. Yo me ahogo en mis pensamientos. Está bien –resuelvo. Ella cuelga y yo busco un taxi. El taxista me habla sobre el mal tráfico, que debe salir el tren de la ciudad, que los manifestantes volvieron a tomar el centro… Cállate cerdo asqueroso –le replico con la mirada. El calla. Bajo el vidrio, fumo un cigarrillo. Llegamos al destino. No está ella. Bailo un tango con la duda. ¿Dónde estará?, siempre lo acostumbrado es que yo llegue tarde, no ella… Pasan algunos minutos heridos
de incertidumbre y aparece ella, como siempre, con una falda corta, camisa ajustada, sin sostén y con esa sonrisa más malvada que la del destino.
Se me acercó, me dio un beso tibio en la mejilla. Me preguntó de la irritación en los ojos, pero no conteste. Seguí caminando a su lado, íbamos agarrados de la mano, pero yo no había dicho ni una sola palabra desde que nos encontramos. Para ella, el silencio era más aterrador que los metales cacofónicos. Me preguntaba una cosa y luego otra. Mi boca permaneció con una perfecta métrica inerte. Mis ojos vieron sus pezones, a través de la blusa, parecían pequeños círculos esféricos y soñadores. La abracé, fuertemente contra mí, como rompiendo la nada. La besé con fuerza lúgubre e implacable. Sujeté con mi mano derecha su pezón izquierdo. Ella se irritó. Me dio una bofetada y se fue.
Yo di la vuelta y tome un micro bus. Ahora le llamo a Estrella Danzarina. Pero no puedo evitar pensar en la Culebra… Cuando éramos niños…
En la casa de mis padres. 12 años antes. Hola –dije. Hola –me contestó. Cómo te llamas –arremetí, mientras le sonreía medio despistado. Culebra –contestó ella; su mirada era pizpireta y soñadora. Yo me llamo Cabeza… Cabeza de Perro. La tome de la mano y nos fuimos corriendo al jardín, ahí le enseñé los rosales que tanto cuidaba mi madre. Las rejas que nos separan del mundo real, eran enormes; los barrotes ciclópeos y retorcidos eran de acero. Nos acostamos debajo de la sombra de una abietácea, ahí platicamos sobre alguna caricatura de moda…
En la casa de los padres de Culebra. 8 años antes
Culebra traía un vestido de flores rosas, una mochila con pequeñas estrellas dibujadas y una sonrisa desdentada e inocente. Nuestros padres platicaban de cosas banales. Yo la miré, con esa mirada que le decía que nos fuéramos. Ella entendió y me llevo a su cuarto…
Espérame en lo que me baño –me dijo. Está bien –le dije- ¿a dónde iremos? No sé, quizá a tomar un helado o a patinar –resolvió ella. Ella caminaba desnuda, bajo la delgadez, casi invisible, de una toalla blanca. Se me acercó y me dio un beso… Luego dio media vuelta y se dirigió al baño, pero el equilibro perverso del destino hizo que tropezara con el filo de la alfombra. Yo la vi, por primera ves, bajo su tierna y sensual piel rosácea. Un demonio me ladró atrás del oído, así que corrí hacia ella, pero no para ayudarla, sino para acabarle de quitar la toalla, arroje la toalla tan lejos y con tal fuerza que quebró varios perfumes, pero eso no nos preocupó. Mi ocupación en ese momento era hacerle el amor, y la de ella saber qué me pasaba, por qué la miraba con mis pupilas ávidas y prendidas. La tomé contra mí, la empecé a besar y acariciarla con rapidez. Ella seguía sin entender qué pasaba. Mis manos frías pasaron con tosquedad sobre toda su dermografía, ella se estremeció… quiso llorar, mis manos sujetaron fuertemente sus piernas, entonces empecé a penetrarla en un vaivén de erotismo y amor, el amor efebo que crecía tan sufriente como los árboles. Ella gemía mucho, empezó a gritar, pero de inmediato le callé la boca con mi mano izquierda. Besé sus pezones, su cuello, su pelo, su frente transparente y, desde entonces, ligeramente arrugada. Cuando terminé, después de unos 10 minutos, le solté la boca y esta vez no quiso gritar, sólo corrió a su cama, tomo con fuerza sus peluches y comenzó a llorar… Yo me vestí de inmediato, la abrace por atrás y también lloré…
Esa fue la primera vez que los dos perdíamos la niñez, y que sabíamos que inevitablemente tendríamos que crecer. Sin embargo, noté, para ella esa experiencia fue muy diferente que para mí. Pero esa tarde los dos estuvimos juntos, llorando, ella todavía desnuda y con una belleza, ya, de mujer y yo aún despistado… Compartiendo un dolor ligeramente análogo…
En la casa de un escritorcillo
Escritorcillo ha empezado a sentirse desesperado. Ninguna idea acaricia su mente. Prende un puro, fuma con atrocidad… Bebe otro trago. No le llega ninguna idea que él considere realmente buena. Mira a través de la ventana,
retrocede un poco y se deja caer en el sofá. Recuerda y está consciente de que recuerda… Entonces le llega la idea de escribir un recuerdo, luego se hace la pregunta “¿y si cada novela es un recuerdo del autor en su otra vida?”; pero él sabe que intervendrían varios factores complejos como, por ejemplo, la reencarnación. Sólo se queda estático, mira el ligero nado de un pez gordo, medio dorado que ya no cabe muy bien en la pecera. Escritorcillo está sonriendo, se sienta delante de la maquina de escribir y… escribe:
«Recuerdo que recordé lo que me pasó una vez. Tuve una novia y ella a su vez tuvo un amante… Un amante que asesiné yo mismo. Ella hasta la fecha no lo sabe, de hecho ella piensa que yo no soy celoso. Pero sí lo soy, me gusta defender lo que es mío. Además el tipo no tenía ningún valor… lo acribillé, su sangre brillaba con el sol y dejaba su fragancia en la voz del viento»
Escritorcillo ríe y recuerda. Puede que un día, en su lecho de muerte, le digan “arrepiéntete de tus pecados” y él simplemente les escupa la cara.
En el centro Culebra se siente triste. Sólo soy su puta –piensa. Ella llora, se siente mal… Alguien la toma por el brazo y le pregunta: ¿te puedo ayudar?, Culebra le pide que se largue y él se va. Ya se incorpora la Culebra, camina (siempre con su estilo peculiar) y se para enfrente de un puesto de periódicos, compra una revista de modas. Sigue caminando y llega a la casa de una de sus amigas; su amiga está drogadísima… Culebra encarga una botella y pasan la noche tomando y cantando y llorando, como sólo ellas saben.
En un micro bus
No puedo evitar sentirme culpable. Pero tampoco puedo evitar que me importe poco la culpabilidad. Estrella Danzarina contesta: ¿quién es?; Cabeza de Perro –le contesto con un tono grave. Ocupo verte -continuo. Ella asienta.
También recuerdo la vez que fui a la playa con Culebra; hemos ido varias veces, pero esta última estuvo genial.
La playa. 4 meses antes
Rentamos una pequeña cabaña. Un día en la mañana, Culebra no traía nada sino sólo una tanga y un camisón delgadísimo. No era la primera vez que la veía así, pero ese día fue especial porque lucía como un ángel, el ángel del pecado y la saliva de flores. Ella miraba el mar, yo llegué por atrás, la besé en el cuello… la tome en mis brazos y con una ternura casi apocalíptica le besé los labios con delicadeza… “Desde que éramos niños no me besas así” –dijo. Yo sonreí, miré el sol y la cargué, le di vueltas y jugamos durante horas. Fue entonces cuando me di cuenta que quizá era mi mejor amiga, pero no mi novia. De todas maneras no sé estar sin ella… No sé qué haría. Digo, hay otras, pero estoy acostumbrado a ella en muchos aspectos… a ella es a la que presento en “sociedad”… Y, no lo dudo ni un momento, es la chica más linda que he visto en mi vida…
En una calle de la ciudad El Perro Pirrón se ha movido… Tiene hambre… Ve como cae un pedazo de carne de una mesita pequeña, pero duda en agarrarlo y otro perro se lo gana. El Perro Pirrón sigue su recorrido por la ciudad, a veces corre y otras sólo camina con cierta indiferencia hacia lo que hace. Pareciera que está mecanizado, más allá de saber que está caminando. Llega a las afueras de una casa, no es una casa muy elegante, pero tiene un amplio portal y ahí se refugia para pasar la noche. Da un aullido, por una razón que desconozco, da una vuelta sobre su propio eje y se echa a dormir.
En la casa de Estrella Danzarina.
Din-don. Estrella abre la puerta. Ahí estoy yo; pasó, nos sentamos en el sillón de plástico que tiene en la estancia. Le digo que me siento mal, y ella dice que sabe lo que me hará sentir mejor. Me trae una botella de ron cubano. No la
tomamos, hablamos un poco de pintura, otro poco de literatura… Ella me recita un fragmento de Baudelaire y me besa. Yo le bajo la falda; con mi dedo índice de la mano izquierda le penetro la vagina. La beso del cuello. Con mi mano derecha la sujeto del cabello, le jalo el cabello hacia atrás, hasta que su cabeza tiene una inclinación de unos 80º, después le doy una tremenda mordida en el cuello… A ella le duele, pero, a la vez, le excita. Le arranco la blusa, le beso el hombro derecho y después me bajo con una ametralladora de besos en sus pechos blancos y poéticos. Ahora beso su vientre, y mi lengua, por fin, resbala hasta su entre-pierna, ella se estremece y grita de placer… me pide que no me detenga, pero sí me detengo. Me bajo los pantalones y la penetro con cierto aire de indiferencia… después de unos minutos arremeto con mucha mayor fuerza, la cargo y la pongo contra la pared… Veo sus ojos chillones y eso me excita. La pongo de rodillas, meto mi pene en su boca y la penetro, hasta eyacular dentro de su garganta.
En el centro
Culebra sale de la casa de su amiga. Ahora va, ya sin su caminar peculiar sino ya apenas caminando, hasta la casa de su amante. Va drogada, tomada y bastante excitada, pues había tenido una sesión de sexo oral con su amiga. Pero Culebra no era sólo de una sesión oral… Ella exigía mucho más. Sin embargo, sólo tenía dos amantes… Su amiga, y un simple escritorcillo. Llegó a casa de escritorcillo, le sorprendió ver un perro feo en el portal, pero pensó que era de escritorcillo, pues escritorcillo era muy caritativo con los animales. Culebra toco la puerta, Escritorcillo abrió, Culebra le comentó del perro; Escritorcillo confesó no saber nada de él, pero lo hizo pasar a que se echara en la sala. El perro pirrón con declarada indiferencia, camino lento hasta dejarse caer en la lujosa alfombra.
Escritorcillo le da un beso en la mejilla a Culebra. La abraza y le pregunta qué le pasa. Ella llora y le hace entender que se siente como puta de su gran amor. Él trata de entenderla, la acaricia suavemente los brazos. Ella reclina la cabeza en su pecho y deja que el tiempo pase. Él le ofrece un café y ella asienta. Los dos toman el café y fuman un cigarrillo. Ella, de repente, le da un beso tierno e
infantil en la boca. El le responde con una mirada endulzada por el amor, toma su cabeza con delicadeza y hunde su boca con la de ella, como las estrellas que se hunden en el mar. Con cuidado la carga y la lleva hasta su cama. Con una devoción infinita, Escritorcillo acaricia el cuerpo de Culebra, le quita la ropa con cautela, le da besos envenenados de amor y miel, lame su entre pierna como el dulce más poético del mundo. La penetra despacito y con mucho amor, haciendo el perfecto equilibrio para que el placer sea pleno. Terminan el sexo, pero se siguen besando con mucha pasión y amor. Ponen música de Leonard Cohen, y continúan besándose hasta que se excitan cada vez más. Hacen el amor por segunda vez, pero está vez un poco más rudo; ella está arriba, sus pechos son cubiertos por las manos de escritorcillo, (cosa que Perro Pirrón detesta, porque desde hace rato atisba por una rendija de la puerta, aunque no está seguro de lo que ve) y Culebra hace que se los mueva en círculos perfectos, mientras tanto ella se mueve con mucha rapidez y sensualidad. Cada vez se excita más y más, hasta llegar a un punto en que ambos están en el cenit de la explosión de placer, y lo hacen, explotan y sienten esa hermosa sensación de estar muertos. Ahora fuman… Se besan todavía.
En la casa de Estrella Danzarina
Me estoy vistiendo a prisa, sin importarme que Estrella me esté besando la espalda. Estoy pensando en Culebra. “De seguro está con el” –resuelvo. Algo me carcome por dentro, quiero venganza, quiero sangre. La amo, creo. Estoy tan celoso, estoy tan irritado… Ella piensa que no lo sé, pero sí lo sé. Pinche escritorcillo, no me va a quitar a mi chica. Salgo a prisa de la casa, voy a la mía y tomo mi revolver plateado. Ahora voy a gran prisa a la casa del escritorcillo.
Casa del escritorcillo
Culebra se mira al espejo, mientras fuma a prisa un cigarrillo. Se viste y se va sin despedirse de escritorcillo. Se siente satisfecha y con una ligera sonrisa, se va dejando ese perfume de flores y hachís.
Casa de escritorcillo (minutos más tarde) Llego con revolver en mano… busco a ese hijo de puta que me está quitando a mi mujer. Él está en la cama, todavía, fumando… Yo le doy unos tiros, muchos, le acribillo la cabeza, el pene, el estomago. Miro cómo corre su sangre y lo disfruto, me burlo de él, de su insignificante muerte. Ahora enloquezco, grito muy fuerte, lloro y río… Y pienso: sería bueno escribir esto.
Casa de Culebra (horas más tarde)
Le llaman por teléfono a Culebra. Ring-ring. Ella contesta y le informan de la muerte de Escritorcillo. Después de eso, Culebra sale a la calle, se pone neurótica. Anda dando vueltas corriendo, compra unas rosas y regresa a su casa. Se abre las venas y deja caer su sangre sobre las rosas blancas, pero no sin antes dejar su carta póstuma en la que explica que la vida sin el amor de su vida no tiene sentido. Al final la firmó como Culebra Estrella Danzarina Lisonjera, y la matiza con unas gotas de sangre.
En el funeral de Culebra, sólo estuvieron sus padres y los míos, aunque los míos sólo estuvieron unos momentos porque tenían otro funeral. Nadie más estuvo en el funeral de la pobre Culebra, pues no tenía amigos y ni siquiera perro.
En la calle.
El Perro Pirrón ve venir un carro, pero duda de que en verdad sea un carro; y sí, sí era un carro, el carro que lo dejo partido en dos.
En un sueño. No la supiste hacer mi amor – me dice Susana. Yo la abrazo y ella se convierte en un pájaro de luz enorme, con miles de figuras geométricas en su pecho, vuela al cielo y en lo alto explota y caen miles de estrellas… Las estrellas se
clavan en el suelo, y crecen manos y pies, y se juntan para formar a la chica más hermosa del mundo: mi Culebra. La abrazo y lo demás ya no importa…
NOVENA PARTE
Viajé por las estrellas, los planetas, las esencias; en espirales métricas que aumentaban y disminuían a un mismo tiempo, en circunstancias iguales. Después de esos giros, que mantenían mi mente como remolino, es que por fin caí a un mundo de extraños colores y místicos matices; todas las cosas tenían contornos iluminados por una luz tenue, casi apagada, casi oscura. Ciertamente, aquel mundo que se presentaba como una relevación, tenía un ambiente de misterio y seducción.
Las personas se veían con dolor en sus ojos, dolor que trataban de esconder tras una hipócrita sonrisa. Todos se conocían con todos, – al parecer- se saludaban y convivían en un ambiente de serenidad o resignación. Las personas más pobres tenían seis brazos con una mano en cada brazo, y con seis dedos en cada mano; también tenían cuatro piernas y andaban descalzos pero aún así sus pies se conservaban limpios y puros, como perpetuados a la limpieza. Las personas ricas tenían solamente un brazo y una pierna, también andaban descalzos pero su pie sí estaba lleno de lodo y vidrio. En igual medida pareciera que ambos niveles cargaban melancolía en sus ojos igualmente oscuros.
«Algunas personas sufren por desear, mientras que otras sufren por tener» pensé, después de un análisis sobre la tristeza que reinaba en aquel lugar con tierra roja brillante-. En presto instante mis pupilas se llenaron del deseo de una luz que manaba de un bosque que flotaba sobre el vacío. Una vez que perseguí el reflejo de aquella luz exquisita, me percaté de que estaba a punto de tener un encuentro con un Ente de fuego. Al acercarme vi, para mi sorpresa, que aquella luz manaba del corazón de un viejo que estaba parado a la mitad del bosque.
El viejo tenía unas ojeras lúgubres, un rostro sombrío pero sobrio, y una túnica blanca manchaba por el tiempo sabio. Sus ojos eran diáfanos como dos lagos crepusculares. Su pelo era largo, maltratado, caía como una lluvia de hebras inservibles. Su sombra era sucia, cansada, llena de pesadez.
Me acerqué más y más a aquel viejo, y le hablé así:
- ¿Cuál es tu nombre? ¡Oh hombre de aspecto sereno y sombrío, que no obstante, el corazón te brilla como faro para que los barcos no se vayan a naufragar!
-¡Tú no eres nadie para venir aquí! ¡No es sitio para un joven tan tonto como tú, no sirves, qué no ves que tu mente está todavía dormida y tus ojos herméticos!- replicó con furia.
-Consciente soy, sin embargo, de mi tontería. Lo cierto es que no vine por cuenta propia, sino que fui arrastrado a aquí por una fuerza extraña- mientras yo decía esto, el viejo parecía sorprendido por mi respuesta.
-Pero dime, hombre de manos cansadas, tú puedes despertar mi mente proseguí.
-Lo cierto es que ni yo ni nadie puede despertar tu mente. Lo debes de hacer tú por ti mismo. No obstante, yo puedo ser tu guía por este lugar que, me imagino, es enigmático para ti. Principiare por decirte que este lugar se llama Onerismo. Mi nombre es Satanás.
-No me espanta tu nombre, nunca te he temido. Pero ¿acaso no es el Averno tu lugar de estar?, ¿cómo es que te encuentras aquí?
-Sabio es que no me temas, pues pasaras una temporada caminando a mi sombra, o yo caminando a la tuya. Tendremos que ser hermanos. Tus preguntas me resultan patéticas, sin embargo, te contestaré lo más claro posible: yo no habito un sólo lugar, soy una idea, soy poderoso como Dios, y a
la vez soy nada y todo. El universo funciona, también, de mi mente y de mi corazón, ya que ambos son supraterrenales y visibles pocas veces y para pocos hombres. Yo poseo la energía negativa que le da vida a este y a todos los mundos, pero que no te espante eso. La energía negativa es necesaria para equilibrar el cosmos, así como lo es la energía positiva. Es como el amor y el odio, o la unión y la destrucción; en todos casos encontramos un equilibrio adecuado entre lo oscuro y lo claro. Yo también poseo claridad en mi corazón, pues los demonios o animales tienen esta luz porque son hombres de buen entendimiento, pero no por ello dejo de ser el representante de la oscuridad. Entonces mi mente y mi corazón se encuentran en todos lados, al igual que los de Dios, y es invisible o visible, según tengas limpios los ojos.
-Pareces una bestia de entendimiento nítido. Serás mi maestro si así lo deseas. Yo deseo me cubras con tus pensamientos, para enriquecer los míos. Será para mí un gran honor que me acompañes ¡Oh maestro de las sombras!
Así es como nos encaminamos hacia unas tierras que se veían azules de lejos, pero al mirar más de cerca me percate de que se trataba de agua, de pulcra agua azul sobre lo que caminábamos. -Caminamos sobre el agua, ¿cómo sucede esto? –pregunté.
-Todos podemos hacerlo, todos los hombres tienen esa cualidad. Para los hombres es imposible caminar sobre el agua o volar por ellos mismos, por una simple razón: no saben transformarse en espíritu puro.
-¿Te refieres a un espíritu purificado?-arremetí.
-No, puede ser un espíritu positivo o negativo, o una combinación de ambas energías. Todos los seres humanos pueden convertirse en energía pura; en la muerte se trasforman en energía pura, pero es vital que te enteres que también en vida se puede dar esta trasformación, y una vez que te trasformas en energía pura puedes hacer lo que sea sin necesidad de moverte del mismo sitio. En un pestañear puedes recorrer el mundo. En este mundo que estamos
todos los seres somos energía pura, y tenemos cara y cuerpo de acuerdo a como tu mente nos quiera ver. Cada quinientos años que alguien logra llegar a aquí siendo atraído por una fuerza, nos ve con rostros y cuerpos diferentes. Algunos nos miran con mucha arte y otros como seres repugnantes. Los que nos miran como seres repugnantes se quedan a vivir aquí eternamente. Pero he notado que tú no nos miras con repugnancia…
-Bien has hablado. Pero tampoco los miro con estética. Los miro como a cualquier ser viviente, sin importarme el exterior… No los desprecio. He visto a gente pobre con más partes del cuerpo que lo que se ve en mi mundo, no obstante, lo veo como una revelación de que ellos deben de trabajar más y por eso sus cuerpos se adoptan a ese ritmo de vida.
Ahora dime ¿por qué en este lugar todo es azul? ¡He visto pájaros azules!
-Pues bien, ahora estamos en el mar. La naturaleza juega con nuestros sentidos y percepciones. En las grandes ciudades vemos todo de forma real, mientras que en los lugares alejados de la gente y cerca de la esencia de la vida, se regocija nuestra alma con la utopía. Pero esto no es negativo en ninguna medida, pues en la utopía es el lugar donde las ventanas están abiertas para observar y entender mejor la realidad
El sol ya atravesaba todas las fibras sensibles de nuestros cuerpos. El sol era de color rojizo oscuro y su calor era tenue, casi tierno. Caminamos sobre el agua mientras meditábamos sobre la naturaleza. Los ojos de Satán parecían sumergidos en pensamientos estéticos y viriles, mientras su mano (muy parecida a la mano humana, pero sin uñas) señalaba la orilla de la playa; después de unos segundos supe que no iba a decir nada, pero que su deseo era que nos dirigiéramos hacia allá, así es que le cumplí el deseo y comenzamos a caminar hacia la orilla de arena fina y blanca, traslucida, como si se tratara de harina finísima. Después de unos minutos de silencio total en la atmósfera, fue que Satán se dirigió a mí y me dio entender que iríamos a ver a alguien muy querido por él.
Caminamos mucho tiempo sobre la arena, parecía, empero, que flotábamos sobre nuestros pies. Durante el camino Satán me hablo de los secretos del universo, mismos que me pidió no contar a nadie, y me dijo además que mientras fuera avanzando el viaje me iba a decir más y más secretos para los hombres, hasta ahora. Le pregunté que porqué me decía esas cosas, y replicó que la carga de esos conocimientos le estaban quitando su inmortalidad y la única manera de recuperarla era compartiéndolos con alguien. Le pregunté que porqué yo y no un demonio, y él replico que es mejor que yo los supiera y que en la exacta cronología lo iba a saber por mí mismo.
Llegamos, al fin, a una cueva con entrada tétrica, pero ya dentro una vela reflejaba sombras alrededor. Satán dijo: ya llegamos Martis. Martis era de aspecto demoníaco, ojos grandes y negros que brillaban como piedras preciosas; su cuerpo era robusto, su cabeza pequeña, y todo el era de un color que no sé definir bien, pero se parecía bastante a sangre molida y abundante, matizaba en oscuros tonos. Tenía una mano más corta que la otra, pero la mano pequeña era mucho más voluminosa y tonificada. Las piernas de Martis también eran, a simple vista, fuertísimas; sus pies eran bastante análogos a pezuñas de toro, y daba la ilusión que apenas tocaba la tierra. Martis nos condujo a una mayor profundidad de la cueva, así es como encontramos algunas velas de distintos colores que lloraban luz tenue sobre toda la atmósfera y hacía aquel lugar casi romántico. Las sombras que reflejaban aquellas velas eran tan métricas que insuflaban un terror, pero un terror muy efímero, pues la voz de Martis, divina y mágica, me calmaba hasta en el menor suspiro.
Al fin nos sentamos en el suelo. Satán saludó a Martis y éste le respondió con una amabilidad de venerables ancianos. Satán me dijo que me había llevado con aquel demonio porque quería que el sabio Martis me hablara sobre las cuestiones de la vida. Martis, al saber la petición de Satán, se sorprendió casi tanto como yo, pero al fin acepto con una sonrisa pulcra la insinuación de Satán.
Bueno muchacho –dijo, mientras me atravesaba con la mirada- te empezaré contando un poco sobre mi biografía: Yo soy Martis y represento al planeta Marte de tu cosmos, pues representó un planeta distinto dependiendo del cosmos que venga el visitante, aunque te advierto que ningún visitante ha salido de aquí con vida. Tú serás la excepción, sólo porque vienes en compañía de la única fuerza que tolero. Fui concedido por Dios y por la Tristeza. Tristeza, mi madre, fue violada por Dios; a pesar de las suplicas de mi madre, mi padre le arranco la ropa de un solo golpe y la hizo suya con una violencia poética y un ritmo atroz. De esa unión maravillosa nací yo; mi condición, como la condición de todo el que es engendrado por lo divino y lo humano, es demoníaca. Yo bajé una vez a la tierra – continúo su relato- y me enamoré de una chica de piel oscura, que no hizo otra cosa más que despreciarme pese a todos mis esfuerzos. Le regalé una flor extraída del jardín de Dios, y ni con eso se maravillo. Le regalé una perla tallada de nubes hermosas y aún así no acudió a mi suplica. Le regalé una corona de flores que confeccionaron las ninfas divinas, y aún así jamás me hizo ni una caricia misericordiosa. Por eso te digo que el amor es tristeza. Amor es sufrimiento. Amar es anhelar sin ser correspondido, lo cual es cruel y ruin. El amor no es algo divino, es algo tan humano como la mierda. El amor no es bello en sí mismo, como han dicho los poetas, sino que su belleza es engañosa y sólo es ésta su condición por la siempre palpable estupidez. ¿No intentaste regalarle tu corazón? –pregunté-
-Qué estupideces dices?! Yo soy un demonio, no tengo porque regalar algo mío a un simple mortal. Ella debió de aceptarme sin ningún regalo siquiera, pero no lo hizo aunque pusiera mis esfuerzos en darle cosas bellas. Esa criatura terrenal no mereció haber nacido, pues alguien que no reconoce la superioridad de nosotros, no es digno de conservar la vida. Le quité la vida: por esa razón (ridícula por cierto) es que Dios me condenó al exilio eterno en esta cueva donde mi alma se consume a la armonía de estas velas.
Creo que la chica hizo bien. Perdóname Martis, pero considero que ella hizo lo correcto al guiarse por aquella fuerza que es más grande que Dios: amor. Es cierto, el amor no es divino, pues está incluso por encima de lo divino. No es para nadie secreto que Dios envidia a los enamorados. Tu vanidad y prepotencia resultan infértiles en campos de amor. Si amas a alguien, por muy demonio que seas, debes pagar el precio del amor con tu corazón. Todo tiene un precio y nada es gratis. El amor es lo más valioso y sólo lo puedes pagar con lo más valioso que tengas: tu corazón y alma.
No sé. Tú no eres nadie importante. Aunque ahora reflexiono que si hubiera actuado de otra manera, quizás aún tendría oportunidad de conquistar a la mulata dueña de mi amor. La muerte crió un abismo eterno de lágrimas y anhelos entre nosotros. Yo no puedo morir y por tanto no me puedo reunir con ella jamás. Ahora sólo me queda seguir llorando mi pena.
Nos quedamos hablando hasta ya entrada la noche. En la mañana nos paramos con un sol nuevo, salimos de la cueva y sus rayos besaron nuestra cara. Ya cuando nos habíamos despedido de Martis y habías resuelto continuar el viaje; escuchamos a lo lejos una voz, que Satán menciono que era la del “Poeta Loco” que narraba la historia de Martis y su espera estéril:
Fue tu aliento eterno que se clavo en mí, que me hace soñar cuando te tenía; revivo en el bálsamo de “eres mía!”: todavía te sueño como te vi!
La farola lloraba luz sobre ti El viento, despacio, se detenía y mi boca en tu boca se hundía mientras espíritus en tus ojos vi
Tú pensarás en mí, niña, mi amor me cuestiono con el frío silencio
y se llena mi alma de piedra, temor,
al saberte lejana de mi aliento pero mi amor de todo se olvida al esperar tu anhelada venida
Cambió el ambiente inmediatamente. Calculo que pasaron dos minutos terrestres para que pasáramos de la arena playera a un bosque oscuro y húmedo; en el cual reinaba un aire fresco y puro, sin embargo, las imágenes eran lúgubres. La luz de la luna matizaba los contornos de todo el bosque, pero esto lejos de darle un toque bello, le daba un aspecto más tétrico. No pregunté nada a mi maestro sólo lo seguí como si fuera su sombra. No veía por donde andaba, pero seguí a mi maestro sin temor pues el era el representante conceptual de la sabiduría y hace algún tiempo me había prometido a mí mismo no temer nada con tal de alcanzar la hermosa en sí misma: sabiduría. Llegamos a un punto donde la luz era más clara, pero conforme nos íbamos acercando me di cuenta de que la luz no era de la luna, sino que manaba de una flor disfrazada de una estética casi perfecta. Análogo a la exaltación al contemplar tan flor hermosa, era el asombro al ver que hablaba. Su voz acariciaba el viento con una ternura profundamente poética. - No los esperaba –fue lo primero que dijo la flor- ¿Cuál es tu nombre? –le pregunté después de pasar por mi cabeza un viento que hería de dudas-Me llamo flor invernal –dijo- porque nací en el duro invierno, por eso mi esencia es fuerte, pero por ser femenina soy también tierna. De la mezcla de fuerza y ternura, nací de entre la tierra. Mis íntimos sentimientos fueron engendrados por el humano dolor y la divina estética; por tanto mi estado es demoníaco; soy uno de los demonios del amor pero contiguo soy demonio fundador de la inteligencia. - Tengo más de mil años sin verte –dijo Satanás dirigiéndose a la flor-, ya te extrañaba ¡Oh amada-amante perfecta!, enamorarse de ti es lo que busco el sabio porque eres una agregación perfecta entre amor e inteligencia.
Quedé estupefacto ante la sentencia de Satanás y después pregunté de qué se trataba esa agregación entre amor e inteligencia.
Desperté.
Una composición salvajemente poética salía de las bocinas de la noche. La oscuridad cortaba la noche con cuchillas métricamente perfectas. El viento se hundía en los pulmones, acariciando los contornos con una ternura diáfana. Yo desperté de un profundo y extraño sueño, en medio del seno oscuro de aquella noche; entonces supe que nunca más volvería a dormir… Mi nombre es Erostito, fui concebido por el amor y el ocio; vengo vagando la tierra durante largo tiempo, no obstante, permanecí dormido durante 429 años. Ahora una luz pulcra me ha acariciado los ojos y el alma; me pongo en las manos del viento para que éste me arrastre hasta encontrar lo único bello en sí mismo: la sabiduría. En este camino me acompañan, por el momento, un perro viejo y corriente que es el símbolo de mi coraje y una lechuza que me señalará el camino, aun si me pierdo en las sombras. Ahora he perdido mis cabras, por permanecer inerte al lado de la «bella durmiente», sin embargo, he observado que en unas horas el día abrirá sus ojos, y con bello acento le hablaré así al cielo vestido de azul claro: -
¡¿dónde estás mis pinches cabras?! – Entonces me quedé tirado en el pasto, asombrado al contemplar la inmensidad del mundo. Pasadas algunas horas el alba apareció y el cielo contestó con una voz que se sumergía en los oídos con una ternura infinita.
-
¡No mames wey, las cabras se te fueron al cerro! – me dijo.
-
Bien has hablado ¡Oh hermoso cielo azul!, ojo infinito del mundo. Ahora seguiré mi camino rumbo al cerro para encontrar a mis queridas cabras, pues con tanto sueño tengo hambre de sentimientos, hambre de sabiduría y hambre de barbacoa.
Así, pues, proseguí mi camino hacia el cerro en busca de mis cabras, pero iba a medio camino cuando me ganó el cansancio, me paré al lado de un lago azul, después me acosté mientras masticaba una pequeña rama que encontré al lado del camino. Se me acercó, de pronto, un hombre con mirada triste, aliento seco, arrugas en las manos y sien; cargaba alguna leña. Al verme descansando, se irritó y me hablo sobre el trabajo así: -
El trabajo es lo que mueve al hombre. Tú ahora te encuentras tirado como un costal viejo y lleno de estiércol, en lugar de poner tu cuerpo a trabajar como hace el hombre sano. En verdad estás lleno de ociosidad.
-
¿En verdad amas el trabajo, o me envidias por estar aquí absorbiendo aire puro, mientras que a ti te cuesta respirar, y mucho más hablar con transparente acento? –replique
-
El trabajo es bueno porque mantiene a mi cuerpo ligero.
-
Sin embargo, te noto acabado y semi-muerto
-
Eres un insolente muchacho, tú no sabes nada de la vida, y ya me tengo que ir, pues tengo que llevar esta leña a mi casa, para después cortarla y hacer lumbre para cocinar, y al otro día levantarme temprano para venir por más.
Me despedí del anciano, y entonces hablé a mi corazón así: “Pobre anciano, ha pasado tanto tiempo en la monotonía que no sabe que el trabajo ha muerto –para el que busca la sabiduría-. Pues bien no he de tener mucho dinero, pero la naturaleza con su amor me abraza en su seno y me da de beber y comer, además me obsequia por techo una capa inmensa de estrellas para lavar mi cara con su luz. ¿Por qué he de trabajar yo que soy el primero y el último de los hombres? Soy el primero porque primero es el que nace en sí mismo junto a la luz del ser. Y el último me denomino porque es el último el que está dispuesto a escuchar destellos de inteligencia de los demás, y ama con profundidad la sabiduría que encuentra en las demás mentes, pero no así su opaca estupidez.
¡Todo ocurre dentro! Pues desde adentro se observa y siente el mundo con esta ventana que es nuestro cuerpo. Estoy ilustrado, es cierto, Erostito está ilustrado, pero también soy tonto… ¡Soy el primero y el último!, la sabiduría temprana abraza el cabello de mi cabeza, pero mi estupidez se resiste a huir de mis huesos; tiene razón la vida: la estupidez la cultivo desde muy pequeño, y la sabiduría crece entre las piernas de la basura. En el estiércol se siembra la semilla germinadora que crece y nace la flor que alza su canto al sol y a la luna. Así entendidos tenemos por contrarios a la estupidez y a la sabiduría, pero sin una la otra no existiría, así se determina una al paso de la otra. Le doy gracias al muy tonto por existir, así me hace ver que tengo tenue sabiduría. Soy sabiamente estúpido y estúpidamente sabio., como lo puede ser cualquiera, incluso un perro negro. Estas dos potencias están equilibradas en los hombres – según a donde mi entendimiento llega- pero es verosímil que en muchos la inclinación es hacia una o hacia otra, hay hombres más sabios que tontos y hombres más tontos que sabios y hombres que son tontos porque no saben que son sabios y al revés. Hay que despertar la sabiduría en los hombres, o bien, el sinónimo inmediato: la filosofía.” “Pues bien, escúchame Corazón: hay hombres que no tienen capacidades intelectuales naturales, por ello deben de trabajar. Yo no es que me sienta el más sabio de los hombres pero es lo que busco. Así tenemos que el trabajo físico impide el acceso del trabajo intelectual, al menos en muchos casos. No digo que el hombre de trabajo intelectual sea mejor que el físico, pues uno (como lo sabio y lo tonto) va unido con el otro, y para las grandes obras humanas se ha necesitado tanto idea como materia. Pues bien, Corazón, no te agites más por las palabras de este hombre, pues nosotros practicamos el trabajo
intelectual
que
quizás
a
ese
mismo
hombre
le
sirva.”
”¡Viva la ociosidad: trabajo de hombre libre, aliento artístico del mundo, y que viva el trabajo, que viva la sabiduría y que viva la estupidez!”
Uno vez que Erostito habló así a su corazón, continúo su camino hacia el cerro en busca de su primera cabra. Por el camino Erostito olió algunos jazmines y
cortó manzanas de un árbol grande. Una vez que Erostito alimentos su alma con el olor de los jazmines, y alimentó su estomago con la piel suave de la manzana, continúo su camino y se encontró con su primera cabra que era blanca con dos pequeñas manchas negras. Pero, para la sorpresa de Erostito, esa cabra ya se la había adueñado un poeta. Cuando Erostito quiso recuperar su cabra, el poeta salió de entre los matorrales reclamando su cabra y le dijo que sólo recuperaría su cabra si se enfrentaba a un reto con él, a lo que Erostito asentó.
-Quien logre conquistar a la cabra con poesía, se queda con ella.- Dijo el poeta, ante el asombro de Erostito. -Está bien, Poeta Loco, el reto está aceptado, pero a pesar de ser tú el poeta, te doy el honor de que seas el primero.-Replico Erostito muy seguro. “Oh cabra de aspecto feo! Quédate conmigo Yo seré tu amigo y tú serás mi trofeo
Escucha, yo te quiero no vas a ser castigo yo quiero estar contigo y me quieras espero.”
-Dijo El Poeta Loco
Mira cabra de fino pelo caderas cortantes en místicas alucinantes a tus piernas deseo.
Y sabes lo que quiero hacernos uno, amantes
y tus huesos como diamantes chupar hasta el agujero”
-Dijo el valiente Erostito
La cabra al escuchar tal encuentro, de inmediato reconoció a su amo, y se dirigió hacia donde estaba Erostito, ante el enojo del Poeta Loco. Erostito acarició a su cabra, se despidió del Poeta y continúo su viaje al encuentro de sus demás cabras. Ya que el cielo se estaba llenando de un manto negro y místico, Erostito tomo por sorpresa a su cabra y le dio con un palo en la cabeza, y esa misma noche fue lo que Erostito comió, a lo que quedó ligeramente más gordito que de costumbre. Cuando Erostito comió la cabra, sintió como una poca de razón regresaba a su mente. Entonces Erostito durmió esa noche satisfecho, soñando con estrellas lejanas y mundos maravillosos para al otro día continuar su viaje que sólo el camino sabe que sorpresas tendrá…
DÉCIMA PARTE
En cualquier sitio, cualquier tipo piensa ahora en descubrir la esencia de las cosas, cree que puede ir más allá que cualquier hombre que haya pisado la tierra. Él piensa que quizás para ser un gran hombre hay que primero creerse que uno mismo lo es. No sabe porque piensa en tantas cosas, pero él (según lo establecido por la biología) tiene vida y existe. Él mira al cielo y de las nubes le llega una pregunta: “¿cuál es el sentido de mi existencia?”. Ésta pregunta inquietante lo lleva hasta los rincones más siniestros de autodescubrimiento. ¿Han pensado que quizás tengan un lado oscuro? Yo creo que todos lo tenemos, solo que algunos lo niegan o lo tratan de esconder con otras cosas. Pero el tipo del que hablo no pensaba nunca en esconderse, más bien la gente se escondía de él, les parecía un tipo extraño, raro, alguien a quien no se debían acercar. A él no le importaba estar solo, es decir, no estaba solo, tenía a su abuelo viejo, pero regularmente los dos estaban solos. Cada quien tenía su cuarto en los que se encerraban por horas a leer o mirar. (Leer y mirar, es simplificar la complejidad). El abuelo durante muchos años fue estipulado de
sabio, para después ser juzgado de loco. El tipo aprendió mucho de su abuelo, pero ahora cada quien estaba en su mundo y cada quien debía tomar distintos caminos.
El cualquier sitio, cualquier tipo piensa en la muerte y en el sentido de su existencia. No lo determina. ¿La muerte tendrá que ver con el tiempo?, ¿El tiempo con la existencia? El piensa que la existencia se desarrolla en un tiempo determinado, y cuando se acaba ese tiempo comienza un «nuevo tiempo» que será el tiempo de la muerte. Supone que la muerte también debe de tener un sentido: “¿Cuál es el sentido de la inexistencia o muerte?” ¿El no sentido de la existencia, determina el sentido de la muerte? ¿El sentido de la muerte le quita el sentido a la existencia? ¿Son realmente antónimos? Lo cierto es que si son ciclos, una cosa va aunada a la otra, –piensa el tipo- la destrucción y la unión son hermanos gemelos, así como el amor y el odio. Una cosa sabía éste excéntrico personaje: si su existencia no tenía sentido, tampoco tenía sentido su muerte. Él practicaba las actividades propias del ocio, o lo que sería sinónimo, practicaba las actividades del hombre libre. Comía algunas frutas que cortaba de los árboles de sus vecinos, tomaba agua del río, corría bajo la lluvia, se tiraba en el pasto a mirar o pensar o leer, en cualquiera de los casos: no hacía nada «productivo» para su pueblo. Pensaba constantemente en el futuro pero no de forma cursi como muchos, sino como una unidad de tiempo, como una época que se podría estudiar en un presente. Él pensaba que el tiempo era como una esfera gigante sin principio ni final y por ello era infinito. En realidad no existía pasado ni presente ni futuro, sólo tiempo en lapsos, en espacios determinados dentro de la esfera.
Por ello el futuro podría ser pasado, o el pasado futuro o el presente pasado o futuro. Sin lugar a dudas el tipo estaba «loco»; aunque por otro lado ¿Nunca han sentido que una cosa que están viviendo ya la habían vivido antes? El tipo creía que es el tiempo que juega un poco con nuestras emociones y percepciones del mundo.
Él como todo tipo de su edad, llevaba hasta cierto punto una vida normal. Iba a la preparatoria, regularmente no se presentaba a clases, prefería leer algún
libro o tirarse en el pasto de la escuela a descansar de ser ocioso. A veces escribía describiendo a las personas o cosas que lo rodeaban. En su mente asesinaba de profusas formas a sus compañeros de clase, los volteaba a ver, sonreía y pensaba en lo aburrido de su vida escolar. El tipo tenía una propia forma de estudiar, de vivir, de comer, de fumar y de tomar. Todo en él era original y nuevo –pensaba- día a día. Los maestros se enojaban muchísimo porque cuando le aplicaban examen, él siempre salía triunfante y hasta con buenas calificaciones. Así que ese tipo salió de la escuela y con calificaciones razonablemente altas. Era tiempo de dejar a un lado la vida en el campo. Era la hora de embarcar el cerebro en un viaje hacia la ciudad. Llegó a la ciudad, entró a la universidad. En todas las carreras era aceptado y él decidió entrar en una que pocos entran: filosofía; mientras que sus demás compañeros pasaban las horas pensando en si serían aceptados o recibirían una bien proporcionada patada en los glúteos.
A este tipo cualquiera no le importaba el dinero, es decir, era muy interesado, pero veía al dinero como algo superfluo pero necesario. Le gustaba mucho tener dinero, pero no le gustaba ganárselo. Él pensaba que sólo se gana las cosas verdaderamente importantes, es decir, la lucha siempre se tiene que dar por algo esencialmente vital, no por cosas materiales como el dinero. Igual el tipo sabía que no haría nada si no tenía dinero, pero eso lo resolvió pronto pues su abuelo guardaba algunas monedas de oro. Tenía una carrera y una carrera mantenida. Él sólo iba a la escuela y se tiraba en el pequeño espacio de pasto que había. Detestaba la ciudad casi como a los «fresas» de sus amigos. Era una ciudad ruidosa y llena de basura y llena de rabia y llena de nada. Vivía en una puta ciudad cualquiera que igual y puede ser cualquier sitio, pero, era una ciudad cualquiera. En la escuela escuchó una frase: «conócete a ti mismo», y él pensó que esa frase tenía relación con el sentido de la existencia. Así que se puso a estudiarse o a tratar de entenderse. Él Siempre había visto a otros y hasta se había reído de ellos de forma satírica. Pero… ¿Una autoexploración? Lo tenía decidido después de una semana: iba a subir todas sus cosas a un viaje que quizás sería el más extenso, el viaje hacia sí mismo. Estaba decidido a encontrar el sentido de su existencia. En una libreta empezó anotando las actividades diarias: café con cigarro, escribir, camión,
escuela, camión, leer, dormir y empezar de nuevo. Todo apuntaba a una vida simple y monótona. Un día decidió salirse de sí mismo para entrar en otro sí mismo, es decir, ser otro sin dejar de ser. Los cambios comenzaron pero la monotonía, ahora de la nueva vida, no se hizo esperar. Los estudios apuntaban a una existencia no justificada, y sin sentido.
Los días en aquella ciudad horrenda seguían avanzando con una métrica aterradora. El tipo estaba decidido que quería hacer su vida en «verso libre». Dejó la escuela en un impulso de crepúsculo. Él había decidido dedicarse de lleno al «arte» y así es que se puso a hacer unas tétricas pinturas y a salir de noche como vampiro hambriento buscando la sangre inspiradora para su existencia. En ocasiones también escribía algunos versos o sonetos. Él sabía perfectamente que era un inútil. Todos sabemos que el «arte» es inútil. Claro que el arte es inútil siempre y cuando el artista esté vivo, al menos en la poesía así funciona. ¿Qué falta para que el tipo fuera un poeta? ¿Que escribiera poesía? No, a él le faltaba morirse para ser poeta, pero eso es algo que no estaba en sus planes. Para él la poesía era un entretenimiento solamente, aunque todo lo que hacía para él era un entretenimiento y un entrenamiento mental. Inspirado por Poe, cada vez eran más «oscuras» sus obras. Artizó la noche de forma extraordinaria. Al poco tiempo había vendido gran parte de su obra y por eso seguía viviendo con una comodidad grandísima. Pero seguía teniendo un gran problema ya que descubrió que el arte no era el sentido de su existencia. De momentos a momentos se sentía triste y miserable y bebía una botella de tequila. Siempre tenía una botella de tequila debajo de la cama. Cada vez el maldito insomnio era mayor y menores las ganas de pintar o de salir. Al poco tiempo el tipo tenía una barba enorme y un pelo sucio y largísimo; de peso no había perdido mucho ya que ni en los peores momentos dejaba de comer. Tenía un gran apetito y le gustaba mucho comer solo. La cosa era que tampoco la comida era el sentido de la existencia, pero sí un matiz muy fuerte de la misma. En el tiempo de la miseria creativa le llegó una nueva interrogante: ¿Habrá un cielo como dicen los católicos? ¿O hasta un mundo de las ideas como decía Platón? El tipo nunca había pedido nada a Dios, sólo de niño le pidió algo, pero jamás lo cumplió. Así que desde entonces no era muy
creyente de Dios. Tampoco ateo. Simplemente desconfiaba de los poderes de Dios.
Un tipo cualquiera, en una ciudad cualquiera, piensa en que la música que escucha es culta. “Su música”: la gente piensa que la música que escucha es suya y quizás lo sea. Nadie se apasionaba tanto con la música más que ese tipo que cada vez estaba más convencido de que no servía para tocar la guitarra. Sin embargo, la música le seguía hablando. Lo seducía como un tarro lleno de cerveza seduce a un borracho. El tipo se embriagaba con la música y distinguía las notas de toda canción. Llegó a escribir música; escribió al reverso del recibo del teléfono unas notas que sería el réquiem para el gran día (¿o será gran noche?). Al fin de un tiempo dejó de escribir sus notas musicales y dejó de escribir esas cursis canciones con las que además de gran músico, se creía el gran poeta. La gran mierda no hace música –pensó- y la abandonó de forma totalmente cobarde y se dio cuenta que ni siquiera se esforzaba por luchar por ese sueño.
Lo que sí era seguro, era que el sentido de su existencia no era la música. Ya había escrito las notas que servirían para su funeral. Las personas no pueden escribir mejor canción que la canción que sirve para ambientar su propio funeral. El tipo idiota pensaba en funeral. Repetía en la completa oscuridad: “¡funeral, funeral, funeral!”. Todas las noches se tiraba en un colchón viejo, tomaba un hondo trago de tequila, y ponía las manos debajo de su cabeza para mirar el techo. Después de que pensaba en muerte, irremediablemente, se le salían algunas lágrimas. Había noches en las que ambientaba la habitación con sus lágrimas y de repente algunos gritos desesperados. El tipo cualquiera se sentía amarrado a algo que le impedía vivir como la libertad manda.
Seguían pasando los malditos meses. Él había adoptado un perro viejo y sucio del mercado. El perro le trajo alguna felicidad pero era lógico que el perro no era el sentido de su existencia. Con el canino compartía la cama y la comida y a veces la música y las letras. El perro ladraba como si entendiera que su amo necesitaba apoyo de un compañero. El perro a su modo le hacía saber que él estaba ahí: moviendo la cola, enterrando algo, escarbando, ladrando o
brincando. El canino fue inspiración de una novela mediocre, pero al final de todo, no muchos perros pueden presumir que alguien les dedico una novela. El principal factor por el que los perros no presumen es porque no pueden. Al cabo de un tiempo más o menos considerable es que el tipo decidió que necesitaba otra compañía. Una mujer sería buena compañía para calmar los males según narraban los buenos poetas. El tipo pensaba: “de todos modos ya tengo un perro, qué más da otro animal”. Una bestia domesticada y con quien además podría conversar, sí, es lo que él necesitaba. Él nunca había pensado en mujeres y ahora no es que le entusiasmara la idea pero esa idea efímera le paso por el cerebro y decidió ponerla en marcha. ¿Ya ven? Hay personas para las cuales lo efímero dura toda la vida (¿o toda la muerte?).Un día en una banca vio a una mujer de cuerpo ancho, y con cara poco estética para su gusto. No obstante, llamo su atención. Se acerco a la tipa en cuestión y se presentó: -“Hola soy Marcus Aurelius “La rana”. -¿Qué se te perdió, “rana”?- contestó ella con un tono áspero y retador, mientras observaba de pies a cabeza al tipo aturdido por el arranque repentino (de él) y la contestación poco atractiva (de ella). -La mente cuando te vi- contestó él con la certeza de que había acertado en su blanco. -¿por qué la “rana”?- arremetió después de una breve risa. -Es simple: hay unos tipos que llegan y se presentan como príncipes y en realidad son ranas; yo me presento como rana porque rana soy.
La tipa, como era de esperarse, quedó sorprendida ante aquella respuesta. Siguieron conversando de esto y de aquello cuando el tipo logró su cometido. Le sacó el número y ese mismo fin de semana la invitó a un bar. Era miércoles cuando se presentaron así que habría que esperar dos días para verla de nuevo. Él se la pasaba pensando en la fea cara de la tipa que recién había conocido, y en lo gordo de su cuerpo. Y en esa mirada que pareciera que penetraba a las personas. Al menos al tipo lo había penetrado con la simple mirada, y una sonrisa de sus grandes labios había servido para sanar su alma. El jueves por la noche, mientras contaba las estrellas, le cayó al tipo una
interrogante: ¿de dónde iba a sacar dinero? Él sabía que necesitaba mucho dinero debido a que su nueva amiga era de buen comer (lo adivinaba a simple vista) y quizás también de buen beber. Lo resolvió rápido y con talento, vendió algunos cuadros viejos y algunos muebles rústicos también. Tenía el dinero y tenía la cita, pero también tenía al diablo ladrándole en la oreja derecha.
Llegó a los portales antiguos, y empezó a buscarla con la mirada. Desesperado volteaba para todos lados, como un suicida que busca adquirir un auto sin frenos. Y eso era aquella mujer simple: un auto viejo y repasado, bastante corrido y sin frenos. Eso le daba un valor extra para aquel tipo nuevo en el mundo del amor. Al fin apareció la silueta poco estrecha de aquella mujer vestida totalmente de negro y que caminaba como si sus pasos determinaran el camino. Él la llevó al bar y para su sorpresa no pidió nada de comer pero en el beber no se había equivocado. Al final de la noche llevaban bebidas 3 cubetas de cerveza. Ella se vomito varias veces, antes de poder subirla al taxi. La llevo a su casa y ella medio moribunda y él inexperto, juntaron sus labios. Esa noche después de una tremenda borrachera él dio su primer beso (5734 de ella) y tuvo sexo por primera vez (873 de ella). Las encuestas no le sonreían, pero él estuvo feliz esa noche. En la mañana no encontró más que un recado que decía: “Rana, llámame. Gracias.”
El primer pensamiento del tipo fue: ¡es una ramera! Pero eso él y ella lo sabían. No hubo mayor alborote. Hubo más borracheras y más sexo. Después había mucha plática y mucho sexo. Después mucho sexo. Después mucho silencio. Ya llevaba más del año de encontrarse frecuentemente con la tipa, cuando la vio en la calle besando a otro. Él sintió lo que para muchos hombres no existe hasta que se enamoran: celos.
¿Los celos tienen sentido? Muchas personas piensan que los celos son sólo inseguridades, y lo es en gran medida, pero el tipo pensaba que los celos son sólo celos y nada más. Sentía que el cuerpo se le partía en dos, y que las tripas se le quedaban colgando de la banqueta. Algo hervía en su interior; pensó en matar a la tipa y al idiota que la besaba. Después de unos minutos
mirando tan desagradable espectáculo, supo que no haría nada por una simple razón: cobardía.
Al día siguiente la tipa llegó a su casa y lo besó como si nada pasara, y en efecto, nada pasaba para ella. Pero para él el mundo se derrumbaba a pedazos con cada beso hipócrita –pensaba-. Al cabo de tres meses la dejó de una manera bastante grosera. No se podría decir que el tipo abrazó la borrachera, porque ya tomaba bastante licor desde antes. Pero nunca había estado tan triste. Él dejó caer las manecillas del reloj, y quizás pasaron siete u ocho meses, cuando fue a la casa de su «ex – novia», tocó su puerta, y su amiga le dio la noticia: la tipa estaba muerta. Parecía que se había suicidado, aventándose a un camión que trasportaba pollos. El tipo sentía que el mundo se le venía abajo, que el cielo se caía para romperle la cabeza. Sabía que la tipa no era el sentido de su existencia, pero su ausencia, era un matiz muy poderoso para justificar el sentido de su muerte.
En cualquier sitio, cualquier tipo camina con una melancólica mirada tatuada en sus ojos, y con su sombra casi apagada. El tipo sabía que no podía estar siempre tan mal, pero parecía que su corazón no lo entendía y sufrió la ausencia de su «auto sin frenos» de una manera devastadora, pero eso duró alrededor de un año. Después de ese tiempo, el tipo pensó en cambiar su vida, dejar sus vicios y hacer deporte. En poco tiempo, el tipo ya estaba mucho más sano y en mejor condición; hacía alrededor de cuatro horas diarias de ejercicio y comía sólo frutas y verduras. Volvió a entrar a la escuela, y pensó en conseguir una novia, pero no le resultaba fácil olvidar a su «auto sin frenos», como le decía de cariño a la tipa estúpidamente muerta.
Un día llegó a su casa bastante alterado, y mató a su perro. Parecía que el tipo ahora abrazaba la soledad con fuerza. La mente le daba vueltas en unos y otros pensamientos; de repente le daba migraña por tanto pensar. Pensaba todo el día en todo, o en nada, que al fin de cuentas son uno. No sabía hacia dónde iba ni a dónde mirar. Todo rozaba el pensamiento de la muerte. El sentido de su muerte estaba mucho más presente que el sentido de su existencia. Era la hora correcta para arribar al infierno.
Una noche cualquiera, el tipo salió de su casa para buscar ambrosía sanadora. Se dirigió al panteón donde fue enterrada su idiota amada. Él no podía perdonarle que lo hubiera dejado solo, y que se haya suicidado como si hubiera sufrido lo de Cristo en la cruz. Al pie de la tumba donde estaba enterrada esa suicida cualquiera, es que él grito con todas sus fuerzas: ¡regresa!. Y después le hizo una pregunta: ¿quieres regresar conmigo? Al ver que no recibía contestación es que el tipo fue a comprar una pala y sacó el cadáver de su ex novia. La llevo cargando a su casa y le hizo el amor. Él pensaba que estaba viva y que le pedía más sexo. Su borrachera lo había llevado a imaginar cosas, y practicar necrofilia. Vivió con el cadáver varios días, y la bañaba y la peinaba y hacía como que platicaban, pero él mismo se daba las respuestas que supuestamente daba la ex –novia. Todos los días besaba y hacía el amor al cadáver, y vivía feliz el tipo. Su novia lo había perdonado, y ahora podría tener hijos con ella y llevar una vida de enamorados –pensaba-. La novia tenía un aspecto horroroso, con gusanos saliéndole de los ojos, y un olor terrible; su pelo estaba lleno de lodo y su piel se empezaba a carcomer. Era un espectáculo horroroso, no obstante, el tipo la veía como la mujer más hermosa y excitante del mundo.
Un día cualquiera, el tipo salió de su casa para comprar provisiones para comer y beber. Al cruzar la primera cuadra vio a lo lejos al tipo que el otro día estaba besando a su novia. Se acerco metiendo el acelerador y mató al amante. El amante estaba en un árbol y el carro hizo que su cuerpo quedara comprimido y cortado, por el filo de la defensa, en dos. La sangre salía de la boca del amante tontamente muerto. La sonrisa del tipo cualquiera no se hizo esperar; al poco tiempo, el tipo se estaba carcajeando de forma completamente maniática.
Al cadáver lo llevaron al panteón de regreso. El cadáver del amante también fue llevado al panteón. Al tipo cualquiera pensaron en llevarlo a un sanatorio psiquiátrico, pero lejos de lo que se pueda pensar, el tipo estaba «sano» mentalmente, o al menos, era muy astuto para esconder su locura. Así que fue llevado a la cárcel. En la cárcel hay muchos talleres, entre ellos, uno de literatura. Nos enseñan a leer y a escribir mejor. Esto en una prueba de
examen. Pero aparte, no sé, quería decir cosas de mi vida. En este momento, el tipo cualquiera esta escribiendo esto: ¡El tipo cualquiera soy yo!
Es un encierro injusto ¿no creen? Yo creo que sí. Saben, nunca logré encontrar el sentido de mi estéril existencia. Si su vida no tiene sentido tampoco, muéranse. No roben oxigeno. Pónganse una cuerda en el cuello como yo, pero antes: cuenten su vida de mierda.
ONCEABA PARTE
¡Escribe una novela!
DOCEABA PARTE
No era la primera vez que él miraba ese museo, pero quizás sí era la última. El viejo museo del Louvre. Había varias obras exquisitas; la más famosa era Mona Lisa, empero eso a él nunca le importó, porque Mona Lisa nunca había sido una gran obra para su gusto. Miro el río Sena, para sólo girar hacía el aeropuerto y dejar un último halo de indiferencia en aquel lugar. Paris era simple. Él no dejaba nada importante, ni recuerdos gratos. En cambio, sí estaba nervioso por el arribo a su país, al que él siempre había considerado suyo, aunque sus padres se afrontaran de ello.
El viaje fue tranquilo, y él estaba con una declarada ataraxía hacia el viaje y a volar en el avión, aunque fuera esa su primera y última vez. Andrés de la Fuente estaba seguro que nunca regresaría a Paris. Ahora que sus padres habían muerto, no había nada ni nadie que le impidiera estar en su país. A pesar de que él siempre había tenido miras cosmopolitas, sentía un remolino de flores dentro de sí, cuando declaraba: “mi país…” no sin cierto ápice de nostalgia. Tiene recuerdos gratos de niño, jugando en la gran casa, mirando el cielo, cantando y degustando la comida mexicana. Espera que las cosas no hayan cambiado mucho, porque en algún lugar de nuestro corazón deseamos que nada termine. Sabe que sus padres ya no estarán, porque acaban de morir
en un accidente automovilístico, pero él no sabe cómo sentirse con esa noticia. De todos modos, a sus padres casi no los conoció. Después de que lo mandaron a estudiar a Paris, nunca lo visitaron y sólo le mandaron un par de cartas, con pocas líneas y muchos números. Y el tiempo que él estuvo niño casi siempre estaba solo. Sin embargo, esta no es una historia triste. Aún sin padres, Andrés, siempre había sido feliz. Trataba de disfrutar cada suspiro de vida, era un tipo caritativo, educado, culto, con una gran sonrisa de dientes blancos, parejos y finos. Alguien en algún lugar, había dicho que eso determinaba la belleza de una persona: los dientes. Esa persona seguramente era superficial y barata, porque todos los que soñamos abrazar una estrella sabemos que lo que determina la belleza de una persona es esa extraña energía que manan los entes. Quizás podría llamársele espíritu a aquella energía, por ponerle de algún modo, más o menos, entendible para todos.
Andrés con traje oscuro, cabello largo y brillante, tocó la puerta de aquella gran casa, su casa, la casa en donde había vivido los años más solitarios y, por tanto, más felices de su vida, aún en la época, ya ahora tan remota, de la infancia. Se abrió con un gran estertor aquella puerta de caoba, rechinaba la fría madera y se abrió una casa llena de oscuridad, más que de luz. El aspecto lúgubre que se presentaba ante él, le encantaba, era la misma casa fúnebre, tediosa, misteriosa, con golpes densos y poco respirables nadando en el velo eólico. La servidumbre había cambiado casi por completo, sólo quedaron algunos viejos rostros conocidos que, pese a la ceguera tenue que aqueja a personas de esa edad, lo reconocieron de inmediato y unieron sus brazos cansados a los de aquel hombre, que hacía mucho tiempo atrás había dejado la cara pálida y los modos sombríos que tenía de niño. Andrés, se sintió aliviado de, al menos, encontrar algunas caras conocidas, como Juan, el chofer bizarro, Lola, la cocinera rechonchita, Lupe la sirvienta, la más vieja y más querida por Andrés, el cual aún recuerda que Lupe le cumplía muchos caprichos, por encima de la autoridad de los padres. Las demás eran caras nuevas. No obstante, recibieron a Andrés con una gran sonrisa que, en otras circunstancias, habríamos pensado que eran forzadas por un sentimiento de respeto hacia el que paga, pero no en este caso. Lupe se encargaba de elegir no sólo a los miembros más eficaces sino también a los de corazón de oro.
Lupe sabía muy bien distinguir un corazón bueno de uno perverso, sabía distinguir el día de la noche, el miedo del respeto, la muerte de la nada y el amo del niño que ella misma recibió en este mundo en condiciones más bien anacrónicas. Entonces, aquellas caras nuevas estaban realmente esperando ansiosos al nuevo amo, aunque al “amo” no le gustara esa palabra. Andrés para todas las personas, era sólo Andrés; no tenía aires de grandeza ni se sentía superior y si decidió, en un momento efímero, que se quedase tanta gente en la casa, fue únicamente para que no perdieran su trabajo, pero no porque
él
realmente
necesitara
tantas
atenciones.
La mesa estaba servida y Andrés, que siempre había sido glotón, quiso comer antes que revisar los detalles de la casa. El mole rojo, el arroz, el guajolote y todo lo demás, estaban ocupando casi toda la mesa, lo cual le pareció superlativo a Andrés, se puso a comer con mucho entusiasmo aquello que hacía años no comía. Cuando termino lo que, por lo demás, fue una tremenda glotonería, fue a revisar el resto de la casa. Iba por las escaleras de madera cuando un aire de dudas golpeó su memoria. No recordaba hacia dónde quedaba la biblioteca. Supo, sólo entonces, que aquellos habían sido muchos años, aunque hubieran pasado rápido. Llamo a Lupe, y Lupe la hizo de guía, enseñándole cada rincón de la casa. Lupe que ya era una persona de edad, conservaba muy bien los recuerdos, como esas personas que no se pueden dar el lujo de olvidar, porque los recuerdos es lo único que les queda. La viejita Lupe le recordó el lugar donde jugaba de niño y a él le pareció que en ese frió y tétrico lugar era donde podía más ser. Es decir, se sentía reconocido con el sitio que se presentaba a sus ojos como un cuchillazo a su memoria. En cambio, cuando estaba en Paris todo le parecía tan extraño, tan ajeno a él, como unos zapatos que no son de la medida. El ser se sentía de sobra en aquel espectáculo romántico y patético que representaba Paris a sus ojos. Un fuera de sí, aquella torre parecía. Pero ahora estaba en casa, ahora podía reconocerse, reconstruirse, ser.
El primer día de su llegada, después de comer y estar un momento en el cuarto de juegos, fue a la biblioteca, busco un libro, lo leyó hasta casi terminarlo, para después caer en las garras del sopor, hasta desgarrar la consciencia y
sumergirlo en un sueño hermoso, como, pensaba, debiera ser la muerte. Los sueños recurrentes, eran un status en su vida.
Al otro día, se despertó ya en su cama. No sabía cómo había llegado allí, pero quizás él mismo había caminado hasta ella, sólo que en estado más de sonámbulo que de humano. El sol atisbaba por las ventanas, unas ventanas grandes y decoradas con pequeñas geometrías anacrónicas. Las cortinas, color vino, trasfiguraban entre leones y serpientes bordados con pequeños hilos dorados. Andrés se sorprendía de toda la atención que le ponía a los detalles desde que llego a México. Abrió el armario, busco su ropa, una camisa y un pantalón elegante pero no demasiado. Su estilo de vestir era más bien casual. En el comedor ya se acomodaba los chilaquiles, los frijoles, la fruta y el jugo de naranja. El desayuno encantó a Andrés y, una vez más, comió mucho, como queriendo llenar su estomago de recuerdos arropados de comida. Una vez terminaba la comida, en la sala de la casa, Andrés vio por primera vez a una chica de lentes y porte torpe, con una sonrisa colgada de su negra cara. A Andrés le pareció simpática aquella desconocida, le pregunto el nombre y ella contesto que se llamaba Matilde y, al parecer, era ayudante de la cocinera. Andrés felicitó a Matilde por la sabrosa comida que habían preparado, Matilde sonrío. Matilde era novia del jardinero, Paco, y llevaban 3 años de novios.
Andrés en poco tiempo se hizo amigo de todos sus empleados. Sus empleados lo veían ya no como el señor que pagaba, sino como un amigo más en su lista. Lo cierto era que ellos, habrían hecho muchas cosas por el sin que les pagara un solo centavo.
Matilde y Paco una vez le pidieron permiso para salir temprano el jueves. Andrés preguntó por qué y ellos contestaron que había baile. Andrés no entendió bien de qué se trataba y preguntó más, y ellos le explicaron lo que es un baile de música popular aquí en México. Andrés nunca había ido a uno y se vio interesado en tener conocimiento de los bailes por medio de la experiencia. Matilde y Paco notaron ese furor cognoscitivo en la cara de Andrés y lo invitaron a que los acompañara. Andrés asentó, no sin antes advertir que no pretendía ser “mal tercio”. El interés de Andrés era, puramente, un interés
cognoscitivo por las tradiciones modernas que hay en el país. A Aquel lugar, sin embargo, no solía ir la gente con dinero. Regularmente a los bailes sólo va la gente de clase media y baja, pero Andrés sentía que esa gente, era su gente.
En el baile los vapores se dispersaban, sin llegar a ser nauseabundo. Simplemente olía como huele toda la humanidad cuando están sudados. Y es que, en efecto, el arte del baile es demasiado complejo y entre sus complejidades está la resistencia de la elasticidad del cuerpo humano, el movimiento, la calidad del movimiento y, como en todas las artes, el alma. Y el alma cuando está sudada, huele a Hades. Aquellos bailarines mostraban sus pasos sobre la pista, una instintiva demostración de su arte, un arte, sin duda, primitivo y soez que, no obstante, podría ser lo mejor de este barrio. Lo era. Matilde y Paco se disponían a empezar a bailar, no sin antes mirar a Andrés, pero Andrés les invito a que pasaran a la pista de baile, él se las podía arreglar solo. Matilde y Paco se acababan de ir, cuando Andrés vio a una chica. La mujer más hermosa del mundo, bello adjetivo, sin embargo, bastante prostituido por los enamorados y los que creen estar enamorados. Andrés se acercó con una cautela casi infantil, las manos le temblaban y el aliento era entrecortado por el aura poética de aquella mujer. Cierto: no era la mujer más hermosa del mundo, pero sí era muy bonita. Su dermografía era moreno tenue. Sus ojos oscuros brillaban y bailaban espectando el baile. Una cortina de polvo se levantaba, sin embargo, atrás del polvo se podía distinguir una figura preciosa que, no obstante, para el prototipo de “mujer perfecta” para los ojos, quizás no entre, pero sí entra en el prototipo de mujer perfecta para el alma. Andrés no sabía qué hacer ni qué decirle. Ocupó uno de los viejos métodos y repetido hasta el infinito: la invitó a tomar una copa. Mala suerte, ella no tomaba. Luego un ponche y ahora sí aceptó. Después de una platica obsoleta, adornada, hermosamente, por la sonrisa de ella y con varios tropezones, por la torpeza, de parte de Andrés. Ella lo invitó a bailar, con cierto aire de desesperanza. El aceptó pero no sin antes advertir que nunca había bailado: cometió más tropezones en el baile. Ella sonreía, y entonces, pensó el, al menos mi torpeza sirve para hacer nacer esa sonrisa. En efecto, parecía que la sonrisa de aquella mujer venía del mundo de las sonrisas y de éstas, la de ella
era la más hermosa. Valía la pena hacer el más terrible de los ridículos con tal de hacerla sonreír. Pero ella se apiadó y dijo mejor vayamos a dar un paseo. Andrés,
apenado,
acepto
de
inmediato
la
propuesta.
La cumbia no se me da, se disculpaba Andrés, mientras llevaba una taza de café espeso a su boca gélida. Ello lo miraba, como alguien común, pero no lo era. El tenía que ser diferente, por su hablar quedo y, por lo tanto, sincero. Se veía el nerviosismo en su tez y los minutos expandidos que tardaba en contestar. Era un tipo inteligente, pensó ella, piensa demasiado lo que dice, aunque eso que es bueno para mí de una manera, es malo en otra: seguramente será aburrido. No lo era. Andrés no sólo manejaba con humor la vida, sino que la manejaba de manera muy inteligente.
¿Para qué servirían esas jaurías de estrellas en el cielo, si no hubieran sido para iluminar los ojos de ambos esa noche? El misticismo poético resbalaba por sus manos unidas por los candados del destino. Ella se mostraba segura, directa, sincera. El tambaleaba en el aro de sus propias palabras; se ponía nervioso con las mujeres guapas y más como ésta que tenía una mirada inteligente y cautelosa. Sin embargo, no era algo que no pudiera controlar. Andrés miraba perdido el negro anatómico y pálido del café, miraba, también el punto pequeño de luz que se reflejaba de la lámpara de aquel modesto local. Ella sonrío. Estás nervioso, aseguró, No lo estoy aseguro él, Quizás un poco, continuó. Vamos, dijo ella, con cierto matiz de desdén. Salieron de ese local. Nunca volverían a entrar.
El quedó envuelto en una telaraña de dudas; no sabía qué hacer, ni qué decir. Ella lo resolvió. Lo miro con cautela, lo examinó, miro sus ojos, Vamos a mi casa, le dijo. El asentó. Ya una vez en el, mejor dicho, departamento, lo tomo de las manos y lo sentó en la sala. Quieres vino? Le preguntó y El dijo que sí. Tomaron unas tres copas. Ella lo beso. Un desastre de beso, el no había besado nunca, pero a ella le pareció tierno. Esa noche hicieron el amor. El pensó que era una profesional en la seducción, pero esos destellos de pensamientos, no obstante, justificados, pasaron rápidamente, como es que
pasa la sombra de la muerte. El estaba equivocado. Ella era virgen hasta esa noche. Hasta esa noche fue virgen, también del alma.
¿Dónde está mi camisa negra?, preguntaba él, Andrés, antes de irse a trabajar en la monótona fabrica. Siempre le había parecido un trabajo estúpido, pero también le parecía estúpido hacer nada. El dinero de los ingresos había bajado porque, claro, hay gente que se queda con mucho más dinero del que le corresponde; pero Andrés ya estaba ahí para poner las cosas en orden. Su esposa, bella aún a estas horas de la mañana, Está a la izquierda del ropero, le contestó.
TRECEAVA PARTE
¡No puedes escribir una novela!
Mayo, 2007 Morelia Michoacán