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“OTRA POSIBLE INVENCIÓN SOBRE EL DOLOR”. Una elucidación psicoanalítica de la melancolía Jesús Manuel Ramírez Escobar

Palabras Clave: melancolía, objeto, dolor de existir, identificación, invención. “ANOTHER

POSSIBLE

INVENTION

RELATED TO PAIN” A

psychoanalytical

elucidation

of

melancholia Abstract The aim of this paper is to elucidate certain structural features that allow us to think about

Resumen

a possible clinic of melancholia, following

El presente trabajo apunta al esclarecimiento

what has been said by Freud and Lacan,

de ciertos rasgos estructurales que permiten

without ignoring the historical development of

pensar una clínica posible de la melancolía,

this concept and some works in classic

siempre atendiendo a lo dicho por Freud y

psychiatry. After a brief review to subjects

Lacan pero sin pasar por alto tanto las

already mentioned, the author outlines a

elaboraciones históricas del concepto como

possible treatment for this structure that

los trabajos efectuados en la psiquiatría

within the psychosis has not been included in

clásica. Haciendo un breve recorrido por lo

many

ya mencionado podrá surgir un esbozo de

explaining the statute of the object to which

tratamiento posible de una estructura que

the melancholic is identified and the pain at

dentro de las psicosis ha quedado al margen

existing, triggered by the foreclosure of the

de muchos trabajos al respecto. Por último,

Name-of-the-Father, will offer a clear way to

apuntar hacia el estatuto del objeto al cuál se

elucidate the issue.

studies

on

the

matter.

Finally,

identifica el melancólico y al dolor de existir desencadenado por la forclusión del Nombre del

Padre

permitirá

una

vía

de

esclarecimiento como propuesta de trabajo.

Keywords:

melancholy,

object,

pain

of

existence, identification, invention. « UNE AUTRE POSSIBLE INVENTION SUR LA DOULEUR » Une élucidation psychanalytique de la

Investigación realizada dentro del marco de la Maestría en Psicoanálisis de la Universidad de Buenos Aires (argentina), (2006-2009).  Licenciado en Psicología por la Universidad Veracruzana (México). Egresado de la Maestría en Psicoanálisis por la Universidad de Buenos Aires donde actualmente estudia el Doctorado en Psicología. Becario de Postgrado del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México (CONACYT).

mélancolie Résumé Cet article vise à éclaircir certains traits structuraux qui permettent de penser à une clinique possible de la mélancolie.

Il tient

toujours compte des propos de Freud et

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Lacan, mais sans ignorer ni les élaborations

douleur d’exister déclenchée par la forclusion

historiques du concept ni les travaux menés

du Nom du Père donnera lieu à une voie

en psychiatrie classique. En y faisant un bref

d’éclaircissement en tant que proposition de

parcours, il se peut qu’il surgisse une

travail.

ébauche

de

traitement

possible

d’une

structure qui est restée, dans la psychose, en marge de beaucoup de travaux portant sur le sujet. Finalement, viser le statut de l’objet auquel le mélancolique s’identifie, et la

Mots-clés:

mélancolie,

objet,

douleur

d’exister, identification, invention. Recibido: 30/11/09

Evaluado: 07/12/09

Aprobado: 10/12/09

La persistencia del abismo, flamante oquedad que invita a perderse en la unidad de la nada. Tomados como un Todo. El vacío que devora, justamente ahí podemos ver el caso de las anoréxicas hartas de devorarlo. Un vacío creador de la única esperanza posible de habitar el mundo. Los desengaños de la vida se visten con semblantes que no alcanzan. Estamos frente a una pared sostenidos de pequeñas rocas que se ofrecen ante una inminente caída. El cansancio de la negatividad, la acción de inhibirse como último sostén antes de ser corroídos por el no-ser. La soledad creativa se topa con la melancolía. El acto de vivir cada día de esta forma va más allá que cualquier actividad curativa, si no ¿por qué no morir de una vez? Un trozo de papel hecho basura en la calle, arrojado como deshecho de alguno, pérdida de un sostén para tomarlo por otro lado en el mutismo, ahí aparece el niño que le da existencia a pisotones, lo patea como única forma de dar cuenta de él. La división del melancólico: ser la basura y quien la patea. Salidos de la infinitud de la nada toman en parcialidades, en cuotas, los montos de vida que le son ofrecidos. Alejarse de Todo, monto único de vida del melancólico, la inhibición como único acto posible de formación. Desasimiento, formarse en el des-hacerse, volverse una parte infecta del Todo que lo abruma con el rostro de la Nada. Aquí los absolutos son equivalentes. Ir más allá de lo evidente, de lo que pensamos como carente o faltante, de aquello que se aleja de la inexistencia de donde todo proviene; esto nos llevará a toparnos con el vacío que se ofrece al melancólico por la vía de la identificación como única forma de estar en el mundo. Imbuidos en su más vasta obra, punto de basta ante el suicidio, el recurso a la invención se brinda como un recurso estático que atrae (como el vacío creador) toda la energía de quien ha visto el abismo y lo afronta, en ocasiones bajo una elección forzada. Departamento de Psicoanálisis | Universidad de Antioquia

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La tristeza de la razón, como refiere Steiner, subyace a toda cultura que la aplica en aras del desarrollo, aproximación constante al sí mismo que raya en la situación primera donde el yo revela su ficción: i(a). Atravesar el velo es la ruta que evidencia la melancolía. Plenos de vacío, detenidos en un delirio o tal vez en algo más, ahí están, actuando no la tragedia de la vida como todos los demás, sino mostrando el inicio de todo, momento fundante, lugar donde los términos: invención y creación se hermanan al punto de inhibirse. Debido a esto, el presente trabajo buscará demostrar cómo la clínica psicoanalítica desde sus inicios debe dar cuenta de los fenómenos que le impactan, discutiendo con rigor los abordajes tanto históricos como clínicos que dan fundamento a su proceder. Este hecho nos permitirá tomar una posición frente a la vasta armadura de psicoterapias que alimentan el fenómeno depresivo, siempre teniendo como herramienta al sujeto escindido y una clínica particular en la psicosis. Actualmente, cuando hablamos del manejo de la transferencia en las psicosis podemos observar distintos enfoques y prácticas. La mayor parte de los trabajos abordan a la esquizofrenia y a la paranoia como lugares de producción teórica. Sin embargo, la melancolía es algo que ha ocupado un referente básico en la historia de la humanidad más allá de su parentela o no con la locura. Los fenómenos creativos han sido históricamente relacionados con ella, mientras que el trabajo clínico revela todo lo contrario. Por esto, surge como prioritario un trabajo que permita elucidar si una invención es posible o no y bajo qué condiciones transferenciales y particulares se puede hablar de ella. Así mismo, el trabajo sobre un concepto tan olvidado como lo es el de dolor, en este caso de existir, arroja nuevos frutos en materia de la psicosis cuando no existe una regulación dada por el Nombre-del-Padre pues se encuentra forcluido, hecho que nos hará pensar en el lugar del dolor suscitado por la existencia misma en relación al lugar que el psicótico, vía la identificación, ha tomado frente al lenguaje y al mundo que le rodea. Elaborado lo anterior se podrá ubicar a la melancolía desde el discurso psicoanalítico para así dar cuenta del fenómeno depresivo en la medida en que éste parte de otra vertiente que va de la mano con la ideología actual, alejándose por completo de la teoría analítica que en la práctica ha querido explicarlo pero que, no obstante, ha empleado (en su elucidación de la melancolía), las mismas técnicas de discriminación y clasificación de un afecto que históricamente surgiera emparentado con la creación. Este

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hecho motivaría incluso a cuestionar lo que en algunas instituciones psicoanalíticas se enseña a favor del diagnóstico poniéndolo en tela de juicio frente a la base clínica que propone el trabajo del caso único.

Los orígenes del término melancolía El tema de la melancolía ha ocupado la atención de filósofos, médicos y artistas desde tiempos inmemoriales. Esto se comprende por el misterio que guarda desde su propia definición, ambivalente y fascinante, que se refiere por un lado a un estado de humor corporal que se produce por la excreción de un líquido viscoso, negro y nauseabundo (Hipócrates y Galeno), pero por otro lado nos refiere a un estado del alma que exalta los sentidos y que emana una genialidad que linda con la locura, además de ser considerada como una célebre maldición que surge del planeta Saturno, el opuesto absoluto de Júpiter, denominada ―La enfermedad sagrada‖. La melancolía, o bilis negra (del griego melas = negro, y xolias = humor), en su origen se refería a uno de los cuatro humores producidos por el cuerpo humano: sangre, bilis amarilla, flema y bilis negra. Cada uno de ellos provocaba un temperamento particular con características específicas y que se combinan para determinar los estados de salud y enfermedad del cuerpo y el alma. De esta forma, un sujeto podía ser sanguíneo, colérico, flemático o melancólico, según el humor correspondiente dominante en su temperamento Sin embrago, será en Aristóteles dentro del Problema XXX de Física donde se establezca la primera relación de la melancolía con la creación: "¿Por qué todos los que han sobresalido en filosofía, la política, la poesía o las artes eran manifiestamente melancólicos, y algunos hasta el punto de padecer ataques causados por la bilis negra, como se dice de Heracles en los mitos heroicos?" (Citado por Klibansky, R. et al. 1991: 23) Aún así, el prestigio de este estado de perturbación del alma se debe a su inminente asociación con la creatividad, o más precisamente con la genialidad: "Los melancólicos son de naturaleza seria y están dotados para la creación espiritual" (Aristóteles, 2008: 65). En este famoso texto de Aristóteles se encuentra una concepción que atravesará luego toda la historia: la relación entre el temperamento melancólico y la creatividad, el genio, lo intelectual, lo artístico. La posición opuesta a esta, la que ha sido más aceptada, es que la dedicación excesiva a lo intelectual produce melancolía.

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Posteriormente, en la edad media, según comenta Giorgio Agamben (1995) dicho sentir será atribuido a la presencia del demonio meridiano, comprendido como uno de los ocho pecados capitales de la clasificación de Casiano. Conocida como acedia (o acidia), la melancolía era entendida como una penosa incapacidad de reconocer la bondad del mundo y el hombre, por la desviación del camino que dirige al mismo Dios, quien se erige (bajo el manto de la fe) como un objeto perdido que el temperamento melancólico trata de abrazar sin obtener alguna forma de asirlo. Sin embargo será Agamben quien identifique un componente positivo de la acedia: ―En la medida en que la tortuosa intención abre un espacio a la epifanía de lo inasible, el acidioso da testimonio de la oscura sabiduría según la cual sólo para quien ya no tiene esperanza ha sido dada la esperanza, y sólo para quien en cada caso no podrá alcanzarlas han sido asignadas las metas‖ (1995: 35) Con el paso del tiempo, la presencia del componente negro (bilis negra) será rescatada de la medicina griega y estará asociada, hasta el Renacimiento, a los afectados por este mal, siendo en 1819, cuando realmente empiece a ser estudiada y tratada como una enfermedad psiquiátrica por los estudios de Jean Etienne Esquirol y Robert Burton quienes la definieran como una manía, trastocando el elemento creativo y vital del que hablara Aristóteles.

Antecedentes en la psiquiatría clásica La categoría clínica de la melancolía ha sido objeto de múltiples abordajes. La psiquiatría a lo largo de su historia1 se ha pronunciado respecto de su etiología, de su evolución, de su terminación, permitiéndose describir sus variedades clínicas y proponiendo tratamientos posibles. Pronunciamientos que no se dejan sintetizar ni ordenar fácilmente, debido a su gran diversidad. Sin embargo, a pesar de todas sus diferencias, siempre se ha coincidido en que esta categoría clínica está estrechamente relacionada con la manía, a tal punto que es difícil encontrar estudios que refiriéndose a una de ellas no mencione la otra. Por ejemplo, desde la perspectiva de Emil Kraepelin, a quien le debemos haber descrito inauguralmente esta relación, en su Introducción a la clínica psiquiátrica, la melancolía y la manía se articulan estrechamente en una extraña relación que se muestra en las oscilaciones del estado de ánimo, hecho que aparece reflejado en la diversidad de 1

No es objeto del trabajo entrar en el análisis de este complejísimo problema pero, de modo esquemático y

muy general, podemos decir que en el siglo XIX la psiquiatría ha abordado a la melancolía considerándola a partir del abanico psicosis degenerativa, constitucional o endógena.

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cuadros clínicos que describe: estados depresivos circulares, locura maníaco-depresiva, estados mixtos maníaco-depresivos, excitación maníaca con alternancia de estados de depresión, etc. (Kraepelin, 1905). Lo que, además, advierte sobre la gran variedad semiológica que presenta este ciclo en cada caso. De modo general, puede concluirse que para la psiquiatría, desde el siglo XIX, la melancolía es enfermedad maníacodepresiva. Quizás sea en las teorías actuales de la depresión donde este vínculo no se considera tan estrecho. Uno de los elementos que siempre se tiene en cuenta cuando se las estudia es el dato de lo afectivo, como resalta en los comentarios precedentes. Desde la perspectiva de los comienzos de la clínica psiquiátrica, que ordenaba la semiología a partir de la oposición entre ideas y afectos, la psicosis maníaco-depresiva queda comprendida dentro de este último campo. Por otra parte, será Wilhelm Griesinger (1997) quien proponga un nuevo modelo para pensar la enfermedad mental desde la "Psicosis única", concebida como un gran ciclo, e intente situar en cada estadio alguna de las especies discriminadas por Philippe Pinel. Dentro de estas ubicará una división entre la melancolía y la manía. Partiendo de la idea de que algo funciona mal en el cerebro, algunas tendencias, impulsos, instintos apartados del yo elevan su carga psíquica y comienzan a ocupar el campo del yo, produciendo lo que Griesinger (1997) llama neoformaciones psíquicas, que son de dos órdenes: ideas delirantes y alucinaciones. El yo experimenta esos fenómenos primero con un gran sentimiento de angustia, de dolor moral; lucha contra esas neoformaciones, éstas comienzan a producir falsos juicios que el enfermo no puede rectificar. Pronto las neoformaciones se fortifican, se consolidan y el yo es convertido totalmente en otro. Los falsos juicios devienen parte integrante del yo, es decir, el yo se va acomodando a la idea del delirio y la alucinación. El yo delira, empieza a darle un sentido a la alucinación y al delirio, por lo tanto deja de luchar contra ellos. Freud tomará totalmente esta idea. En Schreber hay un primer tiempo en el cual el yo combate contra el delirio, y un segundo tiempo en el cual el yo se somete al delirio, cree en él, comienza a prestarle certeza. Así, el delirio va cobrando, cada vez más, sentido para el yo. Entonces, en un primer tiempo de la enfermedad, por mal funcionamiento cerebral, algunas disposiciones instintivas se hacen conscientes, ya sea como ideas delirantes o como alucinaciones. Posteriormente, las neoformaciones tienden a fijarse, a corromper, a falsear el antiguo yo, merced a sus ideas falsas haciendo reprimir (olvidar) los contenidos de la vieja personalidad y volviendo la curación imposible.

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En materia nosológica, Griesinger (1997) opondrá formas primarias y secundarias de la enfermedad, siendo las primeras las poco lesionales y en las cuales la perturbación afectiva es el factor esencial, por lo que ubicará en ellas a la melancolía como forma depresiva, en forma separada de la manía como forma expansiva de exaltación mental. Por otro lado, cabe mencionar los trabajos de Jules Séglas y Jules Cotard sobre el delirio de negación suscitado en la melancolía, así como las descripciones fenomenológicas más detalladas y precisas, avistando de lejos, especialmente a través de las ideas delirantes de condena e inmortalidad, de incapacidad y de autoacusación, de las que Freud comenzará a elaborar con respecto al drama melancólico. A decir de Séglas, la enfermedad melancólica consiste en una alteración de la personalidad ocasionada por ciertas modificaciones de base orgánica. Dichas modificaciones se manifiestan en experiencias de dolor moral, las cuales, en ocasiones, pueden llegar a inducir ideas delirantes características. De acuerdo con esta concepción nosológica, el autor describe las dos grandes formas nosográficas en las que puede reconocerse a la «psiconeurosis» melancólica: la melancolía simple y la melancolía delirante. Una y otra formas comparten un sustrato o fondo común, aunque su gravedad, sus manifestaciones clínicas y la modalidad particular de la experiencia subjetiva las diferencian abiertamente.

La melancolía en el psicoanálisis freudiano El concepto de melancolía en Freud ha tomado distintos rostros, desde 1894 en el Manuscrito D fue considerada en su morfología como una de las neurosis adquiridas del lado de la manía. En el mismo año se dirigirá a Fliess en la carta 18 para exponer las lagunas que percibía al tocar el tema de dichas neurosis, destacando la permutación del afecto como uno de los mecanismos de dichas afecciones donde señalará a la melancolía a la par de la neurosis de angustia, encontrando una distinción esencial entre ambas ya que, mientras que en la neurosis de angustia existe una tensión sexual somática no tramitada en lo psíquico, en la melancolía dicha tensión sexual quedará del lado de lo psíquico sin una relación con el componente sexual somático en materia de tensión, lo que arroja otra relación de la melancolía con la anestesia. Un año después, en 1895, dentro del ―Manuscrito G‖, Freud destacará que el afecto correspondiente a la melancolía es el del duelo, o sea, la añoranza de algo perdido. Por tanto: ―La melancolía consistiría en el duelo por la pérdida de la libido” (2005 1895: 240), destacándose una inhibición psíquica con empobrecimiento pulsional, y dolor por

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ello.

Será hasta 1910, en ―Contribuciones para un debate sobre el suicidio”, donde

expondrá lo siguiente como premisa de trabajo al texto sobre ―Duelo y melancolía” de 1917: Creo que aquí sólo es posible partir del estado de la melancolía, con el que la clínica nos ha familiarizado, y su comparación con el afecto del duelo. Ahora bien, ignoramos por completo los procesos afectivos que sobrevienen en la melancolía, los destinos de la libido en ese estado, y tampoco hemos logrado comprender todavía psicoanalíticamente el afecto duradero del penar en el duelo. (2005 1910: 232)

En el texto de 1917, Freud confrontará (como sugiere el título) el mecanismo psíquico del duelo en contraparte de la melancolía proponiendo que: La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo. (2005 1917: 242)

Más adelante en el texto destacará la notable diferencia entre duelo y melancolía. En el primero el sujeto puede aceptar la pérdida de un objeto, mientras que en la melancolía el sujeto se identifica al objeto y no puede perderlo. Más adelante, en dicho texto y a la luz de sus relaciones con la metapsicología, destacará la importancia fundamental y estructurante de ésta como constitutiva del orden psíquico en tanto reafirmante de la pérdida de un objeto inalcanzable al que serán orientadas las pulsiones. En este contexto será donde afirme, intentando dar cuenta de éstas, que la elección de objeto del melancólico se realizó sobre la base de una elección narcisista, identificatoria con el objeto. Por eso, al irse éste, no puede desasir de él su libido; o más bien, vuelve a producirse la identificación del objeto con el yo. Se trata de la libido y su destino, dado que la elección fue realizada con una base narcisista, de modo que al producirse una pérdida de ese objeto, su representación es incorporada en el yo, identificada con él. Y si el objeto desapareció, el yo puede muy bien seguir ese destino. Entonces, el trabajo de duelo podría leerse desde esta perspectiva: se trata del destino de la libido, no tanto del objeto; o más bien, si esta operación de desplazamiento de la libido no se produce, el yo puede morir con el objeto. Es por esto que Freud ubica la melancolía dentro del marco de las afecciones narcisistas. Dato que en 1924 dentro del texto ―Neurosis y Psicosis”, volvería a afirmar, colocando a la melancolía como una neurosis narcisista. Con la revuelta teórica efectuada en ―Más Allá del principio del Placer” (1920), el único objeto de la pulsión será la muerte misma en lo irrepresentable que se le confiere en

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el inconsciente, dado que ésta representa la tendencia fundamental de todo ser vivo a volver al estado inorgánico. En este sentido, se admite que el ser vivo apareció después que lo no-vivo y a partir de esto, la pulsión de muerte concuerda con la fórmula según la cual una pulsión tiende al retorno a un estado anterior. Desde este punto de vista, todo ser vivo habita el mundo muriendo necesariamente por causas internas. Más adelante en ―Psicología de las masas y análisis del yo” (1921), Freud propondrá que el estudio de las melancolías muestra al yo dividido, descompuesto en dos fragmentos, uno de los cuales arroja su furia sobre el otro, dicho fragmento será aquel alterado por introyección, que incluye al objeto perdido, esbozándose como conciencia moral la instancia superyoica como aquella que se comporta tan cruelmente bajo el amparo del Ideal del Yo. A continuación, en el capítulo V de ―El yo y el ello” (1923), se observa un acercamiento y una distinción entre la melancolía y la neurosis obsesiva teniendo como base al superyó. Mientras en la melancolía es aún más fuerte la impresión de que el superyó ha arrastrado hacia sí a la conciencia, donde el yo no interpone ningún veto y se confiesa culpable sometiéndose al castigo, en la neurosis obsesiva se trata de mociones repelentes que permanecen fuera del yo; por lo que en la melancolía, en cambio, el objeto, a quien se dirige la cólera del superyó, ha sido acogido en el yo por identificación, como se destacara dos años antes. A lo anterior se unificará el segundo dualismo pulsional cuando Freud enlaza a la instancia superyoica la pulsión de muerte como manifiesto del ideal del yo: ―Mientras más un ser humano sujete su agresión, tanto más aumentará la inclinación de su ideal a agredir a su yo‖. (2005 1923: 52)

El estatuto del objeto en la melancolía y su relación con el goce: por Lacan En el seminario sobre la Transferencia, Lacan observa un espectro de relación entre el registro imaginario del objeto por la ruta del fantasma en el caso del duelo y su replanteamiento en la melancolía. Con respecto al primero dirá que es en torno a la función metafórica de los rasgos, en lo que refieren al objeto del amor, en tanto tienen privilegio narcisístico, que va a girar toda la continuidad del duelo: ―El duelo consiste en autentificar la pérdida real del objeto pieza por pieza, signo por signo, Ideal por Ideal‖ (19991960-61: 225). Mientras que por el lado de la melancolía se localizará un objeto de deseo, un ―a” que se encuentra enmascarado detrás de los atributos: ―El objeto es allí (en la

melancolía) mucho menos aprehensible, por estar ciertamente

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presente

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desencadenar efectos catastróficos por amenazar allí a ese Trieb fundamental que los adhiere a la vida.‖ (p.225). De esta forma, la diferenciación establecida por Freud toma relevancia en Lacan ya que la melancolía es un efecto de la forclusión en la medida que esta implica que la castración no fue operante. La castración es lo que ordena retroactivamente los estadios de la libido, a partir de una acción que hace posible la separación y la extracción de los objetos ―a‖ del cuerpo. En la melancolía, la imposibilidad de la separación y extracción de objetos ―a‖ produce una modificación profunda que se evidencia en la clínica. Un ejemplo de lo anterior se observa en los síntomas hipocondríacos, donde los objetos quedan pegados al cuerpo y la auto-mutilación es una forma de extraer el objeto. A este objeto será que el sujeto se prenderá al verse identificado como ―nada‖, por lo que no será a la imagen especular a la que se tiende, quedando manifestada la separación entre el duelo y la depresión con la melancolía misma, en tanto las primeras se ordenan en el sujeto en torno a la pérdida de un objeto; en contraparte de la melancolía, donde se observa un auténtico suicidio del objeto que va más allá del orden estructural, por lo que en ella observaremos: ―remordimientos a propósito de un objeto ingresada en el campo del deseo, y que, debido a ciertos riesgos que ha corrido en la aventura, ha desaparecido‖ (Lacan, 1999 1960-61: 225). No será si no a partir del Seminario 10 sobre la Angustia que Lacan retomará el estatuto de objeto a como principal eje de la elucidación de la melancolía. En dicho seminario recordará el texto freudiano de "Duelo y melancolía” destacando que es preciso que el sujeto melancólico se explique, cómo ese objeto a está habitualmente oculto detrás del i(a) del narcisismo; desconocido en su esencia a través de su propia imagen, por la ruta del fantasma, la cual buscará atacar y cuyo mando se le escapa, y en su caída verá la propia. A lo anterior se le sumará el concepto lacaniano de goce, destacando la idea de que el sujeto inserto en el deseo vía la pulsión hable, constituyéndose como un serhablante, implicando que la relación con el objeto no es inmediata si no que el último es causa del primero, ya que desde su constitución se afirma en la dimensión simbólica. Esta intermediación del lenguaje imposibilita el acceso al objeto deseado. En efecto, el psicoanálisis lacaniano plantea la originalidad del concepto de goce en el hecho mismo de que el deseo está constituido por la relación con las palabras. El goce condesciende al deseo, y más precisamente bajo su estatuto de inconsciente, lo que muestra que esta noción desborda ampliamente toda consideración sobre los afectos,

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emociones y sentimientos para plantear la cuestión de una relación con el objeto que pasa por los significantes inconscientes. De esta manera, más que priorizar un afecto como la tristeza se buscará su constitución en el entramado significante por la ruta estructural bajo una clínica que dé cuenta del goce que subyace más allá del principio del placer. Para Lacan, en ―Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano” (1966[1960]), el lenguaje mismo no está marcado por una positividad sustancial; es un defecto en la pureza muda del No-Ser. Desde el principio, el goce intricado en el lenguaje marca la falta y destierra toda esperanza por la plenitud del Ser. Esta falta no es insatisfacción, signa el hecho de que la materia del goce no es otra cosa que la textura del lenguaje, y que, si el goce hace languidecer al Ser, es porque no le da la sustancia esperada y no hace del Ser más que un efecto de dicho. La noción de Ser queda así desplazada. A partir del momento en que habla, el hombre ya no es, para Lacan, ni esencia ni existencia, sino ser-hablante (parlêtre). Si el goce fuera una relación o una relación posible con el Ser, el Otro sería consistente: se confundiría con Dios, y la relación con el semejante estaría garantizada por él. Para el ser-hablante, en cambio, todo enunciado no tiene otra garantía que su enunciación. El goce, precisamente, tiene una relación radical con la otredad, la cual comprenderá la condición estructural de la melancolía como un máximo acercamiento al goce por intervención del lenguaje, que a su vez limita el acercamiento con el registro de lo Real a pesar de darle cabida bajo la figura del fantasma en lo imaginario. Como podrá apreciarse, la constitución melancólica debe su origen al arrebato que el lenguaje genera en el Sujeto convirtiéndolo en un ser deseante y por consiguiente en ser-hablante, a pesar de que éste siempre trate de allanarse a un goce que le es prohibido en la medida en que lo acerca a la muerte. Por último, cabe señalar que ante el efecto mortificante del lenguaje, el sujeto responderá con el dolor de existir desprendido de su falta en ser. Sin embargo, en la melancolía, se producirá un dolor en estado puro, puesto que no existirá ningún tipo de regulación simbólica que aminore tal efecto como en la neurosis: ―No han escuchado pues, si creen tener mejor oído que los otros psiquiatras, ese dolor en estado puro modelar la canción de algunos enfermos a los que llaman melancólicos?‖ (Lacan, 2003[1966]: 757) Este dolor es entendido como lo que resiste de lo real al lenguaje, como aquel troumatisme que media entre real y simbólico (Lacan, 1974).

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Elaboraciones post-lacanianas en torno a la melancolía. En lo que concierne a las elaboraciones teóricas trabajadas después de Lacan, podemos mencionar dos ejes de trabajo que apuntan a la elucidación de la melancolía como estructura psicótica, reduciéndose al cruce entre la identificación y el narcisismo, lo que trae como resultado una elaboración en torno al rechazo del inconsciente en la clínica de la psicosis y a una teorización del lugar del delirio frente a los fenómenos elementales. Como menciona Roberto Mazzuca (1998) en lo que respecta al primer concepto, existe una relación particular entre el objeto perdido y la reconstrucción del mismo en el propio yo, hecho que trae consigo una disociación de la ambivalencia amor- odio, lo que permite entender que las quejas inequívocamente gozosas del melancólico constituyan una satisfacción de tendencias sádicas. Por otra parte, en lo que respecta al narcisismo, la identificación narcisista del melancólico constituye una herida permanentemente abierta para la pérdida libidinal, vaciando al yo hasta el empobrecimiento total; produciéndose el asombroso eclipse en el melancólico de la pulsión que en todos los seres vivientes los lleva a aferrarse a la vida. A su vez, se destaca la división de la melancolía en delirante y carente de delirio, debido a que este factor se comprende como secundario, como un intento de interpretación que explica y justifica dicho estado. Esto trae consigo que el dolor moral constituya el fenómeno elemental de la melancolía; es decir, el sentimiento de dolor moral conduce al enfermo a la idea de que él es culpable, de que ha cometido un crimen, o por lo menos alguna falta o error. Aunque cabe aclarar que, comparado con la riqueza y variedad de los delirios paranoicos, el delirio melancólico es monótono y repetitivo. A la par de lo anterior, Miller (2006) retomará, basándose en el último periodo de la enseñanza de Lacan, la tesis del símbolo como muerte de la Cosa, es decir del símbolo y de lo simbólico como negatividad del cuerpo real, de tal manera que este se reencuentra pero como cuerpo simbolizado, anulado, mortificado, poniendo aparte el residuo de goce bajo la forma del objeto pequeño a. Por esto mismo el sujeto psicótico estará en una relación directa al lenguaje en su aspecto formal de significante puro, como lo que no se encadena. Traumatismo que produce siempre el significante lalengua y su goce sobre un sujeto. Ante esto, el sujeto se verá impelido a una invención subjetiva, invención del sentido, que es siempre más o menos un delirio. Por otra parte, siguiendo a Miller (2006), el gran Otro es una invención, y puesto que con el Otro que no existe el acento se desplaza del efecto al uso, se desplaza al saber-hacer-allí. Lo que hace que el sujeto esté condicionado a devenir inventor, siendo

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empujado, en particular, a instrumentalizar el lenguaje. Por lo que en el caso de la melancolía, la invención que se realiza como modo de estabilización en la psicosis encuentra un problema, abriendo un campo de trabajo para dar un lugar al registro de la no-invención, es decir, trabajar sobre los casos en los que se ve el traumatismo del lenguaje presente y el sujeto bloqueado sobre él como no pudiendo inventar a partir de allí de ningún modo. Continuando con el tema de la identificación y del parasitismo del lenguaje, Eric Laurent (2000) propondrá que el melancólico se identifica con el asesinato de la cosa que nombra al mismo tiempo que eterniza, emprendiendo un sacrificio narcisista que depende del sacrificio simbólico, lo que establece una forma de separar el deseo de la causa. Con esto explicará que en el caso de la melancolía, el significante no reaparece en lo real, sino lo que es rechazado del lenguaje, o sea el plus-de-vida que lo simbólico marca con una mortificación. Se presenta un rechazo de todo ciframiento del goce por el inconsciente; aparece un retorno en lo real de un goce que invade el organismo y lo sacrifica Lo anterior traerá como consecuencia que el objeto aparezca en el lugar de das Ding, de la cosa siempre perdida, y por otra parte el yo se identificará con un odio de sí como signo de la división profunda del sujeto. Se suscita una hemorragia libidinal del sujeto en su división, reacción originaria del yo contra el objeto mismo del mundo exterior. Lo cual deja lugar a una identificación psicótica con el padre muerto (superyó) y con la Cosa, ya que sólo por la forclusión del Nombre-del-Padre se desnuda la relación con das Ding. En lo que concierne al goce, Laurent (2000) hablará de un goce imperativo que retorna en el lugar en que el goce fálico falta, lo que lleva a la operatoria analítica de interrogar al sujeto del lado del silencio de las pulsiones de muerte. Esto nos aproximaría a una clínica del rechazo del inconsciente, es decir, de un abordaje del goce mortífero que se anuda al nacimiento del símbolo como tal. Encontrando una diferencia sustancial con el concepto de dolor de existir, al cual ubicará como pasión del ser que orilla a un sentimiento depresivo, pues se trataría de una evasión de estructura ante el deber de bien-decir la relación al goce. La pérdida que se lleva a cabo es en la ruta del brillo fálico que toca al narcisismo, lo que permite hablar de una clínica de la cobardía moral como aquella que trata la estructura del lenguaje y su clave en el deseo, interrogando al sujeto de lado del inconsciente como discurso del Otro. En consonancia con Laurent, Colette Soler (2001) hablará de los efectos de la forclusión en la melancolía, donde se descubre un rechazo del inconsciente como causa

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primera de la psicosis, siendo la culpabilidad lo que restituye una causalidad propiamente subjetiva en este tipo clínico. A su vez, ubicará dos fenómenos claros en la melancolía: la mortificación y el delirio de indignidad, como ya se había mencionado anteriormente al referirnos a las melancolías delirantes y no delirantes. Haciendo alusión al desencadenamiento, Soler plantea que éste no se da por el encuentro con Un-padre, tal como menciona Lacan en el texto “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, si no por la presencia de una pérdida, hecho que causa una negatividad esencial del lenguaje que produce el asesinato de la Cosa. Mientras que en la neurosis la negativización se relaciona con la castración, mutilación de goce que reclama una compensación bajo una relación de complementariedad promoviendo al objeto como plus-de-gozar; la melancolía se enfrasca en la instancia de la sola pérdida, desencadenándose y volviéndose absoluta. Se cae en una exclusiva acción de la negatividad del lenguaje, lo que trae como retorno el filo mortal del lenguaje. Por tanto, el melancólico subjetivará la pérdida como dolor moral, adoptando la falta la significación de culpa, hecho que trae consigo el delirio de indignidad. Se presenta una responsabilidad delirante en tanto el sujeto toma la culpa a su cargo. Sin embargo, en la melancolía el sujeto sitúa al mal en posición de causa, reduciendo todo el registro del sentido al de la culpa que cree encarnar, se produce una megalomanía de la culpa, lo que le permitirá tener una certeza sobre su ser: lo trata como a la hediondez del mundo, como al kakon fundamental del universo en el que él reconoce el goce malo, y en este sentido podemos decir que se identifica a la Cosa, siendo a ella a quien insulta dentro de sí, perseguido por el superyó. Además, el melancólico localiza el goce o lo encarna fuera del lugar del Otro mediante el insulto que se profiere, se presenta un ascenso invasor de la injuria que da nombre al ser fuera del Otro: S (A): figura de goce. El insulto como significante en lo real es lo que evidencia el límite de toda significación, se hace oír una palabra que viene del lugar de lo que no tiene nombre. Esta difamación, acontecida entre el Falo y el S (A), llega al lugar de lo que no tiene nombre (como La mujer), lo que explicaría el empuje-a-lamujer en la melancolía. En conclusión, según Soler (2001), el rechazo del inconsciente producido por la forclusión del Nombre-del-Padre en la melancolía trae como consecuencia una mortificación traducida en una inhibición vital, lo que lleva a la postulación de la culpa que orilla al delirio de indignidad, siendo éste una elaboración de estos fenómenos primarios de la enfermedad.

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Como ha podido observarse, el concepto de dolor de existir citado por Lacan en su texto ―Kant con Sade” ha quedado de lado frente a los trabajos sobre el delirio, hecho que también acontece en relación al objeto a en la identificación propia del melancólico, puesto que al pensar la melancolía como una psicosis se queda oscurecida la relación de la identificación, propuesta por Freud y retomada por Lacan, en la que el sujeto melancólico se ve enfrascado al atravesar su propia imagen. Esto trae consigo que quede sin desarrollarse, como mencionaba Miller (2006), una clínica propia de los procesos donde la invención es imposible, lo que tendría que iniciarse con un trabajo sobre los conceptos que atañen a la melancolía confrontando lo dicho al respecto en la clínica de la psicosis.

Rumbo a una clínica posible de la melancolía. El presente trabajo ha apuntado a dilucidar ciertos elementos que permiten tener una óptica sobre la estructura melancólica pensada desde el psicoanálisis. Por tanto, un trabajo posible sobre dicha afección, se enfocará en la comprensión del concepto de dolor de existir en la melancolía, arrojando una conceptualización de lo que resiste de lo real al lenguaje en la psicosis, quedando un dolor en estado puro por efectos de la forclusión del Nombre-del-Padre que no permite una regulación del goce, lo que manifiesta un rechazo del inconsciente como cifrado de aquel. Esto mismo lleva a pensar que el estatuto del objeto en la melancolía como plus-degozar queda anulado en aras de un rechazo al inconsciente, el cual se presenta como un retorno en lo real del filo mortal del lenguaje, es decir, de una mortificación del sujeto sin posibilidad de recuperación de goce puesto que éste nunca le fue arrebatado. A su vez, se observará la pretensión de una invención como recurso subjetivo que genere un lazo con el Otro, por lo que la construcción de un objeto de la pulsión vía la identificación con el objeto desecho será un artificio que deberá trabajarse. Debido a lo anterior, como premisa principal en el caso de la melancolía, lo que se ofrece como fenómeno elemental —siguiendo a Seglás—será, el dolor moral, teniendo como rasgo secundario la generación de un delirio de culpabilidad (indignidad) como intento de solución. Así, la metáfora delirante en la melancolía se encuentra sólo como intento de solución frente a la invasión de lo real desreglado por la forclusión del Nombredel-Padre, por lo que puede ocupar la función de estabilización en algunas ocasiones y en otras puede sólo ser un intento de solución que no alcanza a cumplir ninguna función de estabilización. Así mismo, queda abierta la posibilidad de otro tipo de suplencia, como se

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menciona en la última enseñanza de Lacan con respecto al concepto de Sinthome, es decir, a la solución propia de cada ser-hablante. Antes de finalizar, debemos señalar que este es sólo un abordaje posible de la clínica en la melancolía, faltará el advenimiento de otros trabajos para puntualizar aún más lo anteriormente trabajado, siempre pensando que el psicoanálisis apunta a la ubicación del sujeto frente aquello que lo desborda. Con esto podremos avanzar que la dirección posible de la cura será el esclarecimiento de la posición singular tomada frente al discurso y frente a lo que queda fuera de él, ofreciendo un lugar a la invención de un saber-hacerallí-con lo que resta del síntoma, más allá de silenciar la palabra por medio de diagnósticos culturales como los que denota el fenómeno depresivo en la actualidad.

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