opinión Enanando como un disfruto Texto: Joserra Úriz Foto: T. de Waele
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En bici por Moselland (Alemania)
ace ya 13 años, en 1996, tuve la oportunidad de viajar a Alemania para trabajar desde julio hasta diciembre. Como no podía ser de otra forma, me llevé la bici, sin saber muy bien qué me iba a encontrar. La empresa se encontraba en un pueblecito llamado Landscheid, pero no busquéis en los mapas: os vais a dejar la vista y posiblemente no lo encontraréis. Yo me alojé en un bonito pueblo llamado Wittlich. Para situarnos, Wittlich está a 20km de Trier, la ciudad más antigua de Alemania con sus vestigios romanos, entre ellos su famosa Porta Nigra, construida hacia el año 180 y situada en pleno centro de esta ciudad preciosa. Y Trier, a su vez, está a apenas 5km de la frontera con Luxemburgo. Bueno, ahora que estamos más o menos situados, os diré que disfruté mucho con la bici en ese verano de 1996. Alemania comenzaba a interesarse de nuevo por el ciclismo en ese Tour de Francia en el que un mocetón de sólo 22 años llamado Jan Ullrich, entonces al servicio de Bjarne Riis, parecía pedalear sin cadena todos los días. La cruz de la moneda era un Miguel Indurain voluntarioso pero impotente en aquella edición.. Con esa nueva fiebre del Tour, mi maillot amarillo del Club Ciclista Irunés no pasaba desapercibido, y no era raro que me animaran en los pasos por los pueblos al grito de: “das gelbe Trikott!!”, es decir, ¡¡el maillot amarillo!! Pero no era eso lo que, como podréis imaginar, me hacía disfrutar. Me encontré con una región con muchas carreteras secundarias en buen estado, paisajes preciosos, pueblos encantadores, bosques “animados” (impresionante lo fácil que resulta ver corzos desde la carretera). Es el río Mosela, un afluente del Rin, el que da nombre a la región (Mosellland), y sus riberas son famosas en Alemania por sus escarpados viñedos. Así, los 150 km desde Trier a Koblenz siguiendo el sinuoso curso del río, rodeado de colinas repletas de viñas, son realmente maravillosos. Los fines de semana, intentaba acercarme a esa ruta. Para llegar a ella, debía de subir primero un pequeño puerto de 3 km. Al llegar arriba, no era raro que me bajara de la bici para admirar, desde aquella atalaya, el pueblecito de Piesport al pie de las hectáreas de viñedos de vino de Mosela (Moselwein). Un pueblecito repleto de pequeñas bodegas en las que poder probar el vino blanco acompañando a los platos típicos alemanes. Una vez en la ruta de las viñas, el pueblo de Bernkastel-Kues y su castillo medieval era otra paradita obligada para tomar una taza de café (y una barrita del maillot) en una de las cuidadas terrazas del centro histórico.
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Pero como dice el refrán, “no sólo de viñedos vive el cicloturista”, y tuve oportunidad de rodar cerca del célebre circuito automovilístico de Nürburgring, al norte de Wittlich y situado entre bosques. Muy curiosa la situación de ese circuito, relativamente alejado de grandes aglomeraciones y rodeado de naturaleza. No en vano se le conoce allí como “die Grüne Hölle” o “El infierno verde”. Lo de infierno viene de la dureza del mismo Pero como decía antes, también me encontraba cerca de Luxemburgo, así que tenía que rodar por aquellas carreteras en algún momento. Mapa en mano una vez más, me acerqué a un valle llamado Müllerthal o “la pequeña suiza”, con bonitos senderos y pequeñas cataratas. Quizás más apropiado para el Mountain Bike que para una bici de carretera, pero en todo caso fue una bonita experiencia en un país muy “suyo”, con mucha personalidad. Como muestra, un dato curioso poco conocido: Luxemburgo fue, en sus años de ocupación nazi en la segunda guerra mundial, el único país que se atrevió a convocar nada menos que ¡una huelga general contra los ocupantes! Fue además para mí una visita habitual para llenar el depósito del coche (bastante más barato que en Alemania).... y para comprar ¡agua mineral! No sé ahora, pero entonces, el único agua mineral sin gas que se podía comprar en Alemania era la francesa, bastante cara por cierto. Y allí nadie bebía agua del grifo. Volviendo a la bici y a Alemania, el terreno era siempre accidentado, a veces con rampas muy duras, pero sin largas subidas. Quise también encontrar alguna subida de más entidad, y no pude encontrar más que una estación de esquí llamada Erbeskopf, a 816 metros de altura, con unas buenas vistas, eso sí. Que una estación de esquí exista a apenas 800 metros de altura me podía dar una idea de la dureza del clima en invierno. Durante el verano, no era consciente de ello porque hacía relativamente buen tiempo, y no conseguía entender porqué los alemanes viajan tanto hacia el sur (Mallorca es considerado casi como un “bundesland” más). Pero hete aquí que llegó el mes de octubre, el sol desapareció y poco después llegaron las nieves. Aún seguía el sol en paradero desconocido cuando regresé a casa allá por diciembre. Entonces comprendí algunas cosas.
opinión Por los viejos tiempos Texto: Pascual Nieto Foto: T. de Waele
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¿Miedo?, ¿quién dijo miedo?
ebo de reconocer que este deporte de mis amores tiene su peligro: ¿para qué negarlo? La verdad es que impresiona leer en la prensa o escuchar en la TV el número de ciclistas que mueren en la carretera y más a un “veterano” como yo que se enamoró de la bicicleta cuando, si había pocas bicis por entonces, menor aún era la cantidad de coches que circulaban por aquellas viejas carreteras, sin asfaltar en la mayor parte de los casos: por lo menos en Soria así era. A medida que uno va cumpliendo años va haciéndose consciente de que las dificultades físicas son cada vez más difíciles de vencer. Primero notas que te cuesta seguir el ritmo de los más jóvenes, luego que cualquier desarrollo se te hace duro en según qué cuestas, más tarde que si el tiempo no es todo lo bueno que deseas como que se te quitan las ganas de salir, por fin que cada vez hay menos compañeros de los de toda la vida dispuestos a pedalear contigo, y…a la postre terminas por aceptar lo inevitable, que te has hecho mayor. Seguro que muchos de los que me leéis os sentís retratados en estas líneas, ¿verdad? Algunos hasta recurren a la fácil justificación de que el tráfico está imposible y que, para jugarte el tipo, es mejor dejarlo. Desde luego éste no es mi caso y espero que nunca tenga que echar mano de tal argumento para dejar de lado a mi “otra” compañera de toda la vida. Os decía hace unos meses que, si bien es verdad que Manuela está intranquila hasta que regreso a casa, no es menos cierto que, gracias a Dios, nunca he tenido el más mínimo accidente por culpa del tráfico, lo que no quiere decir que algún susto que otro ya haya pasado, ya. Quizás algún día os lo cuente, confiando en que ella no se entere, porque siempre le he ocultado esa parte “menos agradable” de la bicicleta. Ahora bien, por si acaso y para no ser gafe, toco madera, no vaya a ser que me tenga que tragar mis palabras. Cuando comento con mis compañeros de menor edad (todos) que siempre me he movido en las carreteras donde hay tráfico precisamente, que a mí me gusta, me llaman loco. “Lo que pasa es que aquí no hay tráfico de verdad nunca”, me contestan, creo que con envidia. Pero, vamos a ver, dicen que es muy peligroso: estoy de acuerdo, pero donde hay mucho movimiento hay uno que te puede
dar un golpe, claro, pero luego enseguida viene otro que te podrá echar una mano, ¿no? Porque si es grave, lo mismo da que haya pocos o muchos, pero habiendo tráfico siempre se da la oportunidad de que pase algún otro y te ayude. Y si se me ha roto la bicicleta, paro al primero que pase: “oye, haz el favor de llamar a este número y que vengan a echarme una mano”. O sea que no le tengo miedo al tráfico, ninguno, si bien es verdad que en esta zona de Pinares no hay demasiado, salvo algunos días del verano. Lo que sí intento trasmitir a los chavales que salen conmigo es que el respeto a los coches no deben tenerlo porque sean más grandes y peligrosos, sino porque quien los conduce es una persona como nosotros. Por ejemplo, en la carretera ésta de Covaleda donde hay tanto tráfico de camiones industriales, en cuanto hay uno por detrás en las cuestas, si viene otro y nos juntamos los tres, me paro y me voy a la cuneta, no porque no me atropellen, sino para no hacerle parar al camión en plena cuesta y que después se acuerde de toda mi familia al arrancar. Hace poco me pasó y además no sé si era sábado, cuando hay tanto movimiento del mercadillo en Vinuesa y tal: justo un camión detrás y venga venir coches de frente. Al verlo, inmediatamente me paré a mitad de la cuesta de la Soledad para llegar a mi casa, me bajé y me subí a la acera, y luego cuando el camión pasó me hizo señas dándome las gracias; otros, en cambio, me pitaron. ¡Hay de todo en la viña del Señor! Pero bueno, se queda uno satisfecho, ¿no?, de no hacerle arrancar a un camión con 40 toneladas en plena cuesta que le puede costar una avería, y por ese procedimiento pues yo me encuentro muy satisfecho de ir por carreteras con circulación, de éstas de las comarcas, claro: no me voy a meter en una autovía, que de eso no estoy hablando y además está prohibido. Y debido a estas pequeñas cosas me siento feliz y tranquilo, y saliendo a gusto sin miedo y sin preocupación. Por eso les digo que la carretera es de todos y, para que todos estemos a gusto, lo mejor es que tratemos a los demás como nos gustaría que ellos nos tratasen a nosotros. ¿Dónde habré oído yo antes esta frase?
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