OTROSUR Nº3

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Número 3. Bogotá, 2020.


OTROSUR 3 COORDINACIÓN EDITORIAL Joanna Díaz colectivotrosur@gmail.com

DIAGRAMACIÓN Y CORRECCIÓN Giovanni Clavijo Castillo PORTADA Ferney Manrique @manchuriandarkos

CONTRAPORTADA Camila Loaiza ILUSTRACIONES Julián Hernández Impreso en Proyecto Relámpago.

OTROSUR es una publicación alternativa de libre distribución. Las obras se atribuyen a sus autores. Se permiten obras derivadas bajo la misma licencia. Bogotá, 2020.


EL OTRO QUE SÍ SOY YO Yo no soy yo… Soy mi comunidad. Mary Grueso Poemas de amor y mar, 1997

OTROSUR, ese otro que sí soy yo, es una publicación que llega a su tercer número impreso. Desde nuestra primera aparición quisimos plasmar en el papel todo lo bueno, lo malo y lo invencible del sur bogotano. Sabíamos que al narrarnos nosotros, lo que nos importaba eran los demás y que cuando los otros se narran, a su vez hablan de lo que somos. Hoy hemos resistido a los naufragios, a la pandemia y a nuestra propia necedad para dar vida a las voces que integran este número de la revista, con la firme intención de reavivarnos a través de un soplo de vida, un toque de manos o el estreno de un vestido de puntos. Los autores que presentamos tienen el sur como su hábitat y han sido esos otros que nos han alumbrado el camino durante el encierro, siendo luz en la contingencia. Los textos de OTROSUR son variados, hablan de lo divino y de lo humano, se resisten, se desnudan, se disfrazan, desfallecen y entran en la intimidad y la impotencia. Son poemas y relatos de existencia breve y espíritu libre que llegaron al llamado entre amigos, colegas y asistentes a talleres de escritura que he acompañado. Ahora estamos tan feroces como tigres hambrientos o lobos salvajes. Deléitense. Joanna Díaz


Deleites de Asterión

Ser minotauro: fuerte y solitario. Gozar, de la noche, sus laberintos, y, de los encierros, las soledades. Hasta caer vencido por la fuerza de un hombre; hasta ser bendecido por el laberinto de su piel y sus deseos. A ti, que me ves desde afuera del encierro; a ti, que me sueñas entre tus sudores; a ti, que me escancias besos desde las estrellas; a ti, sombra del día, te digo: “Ven con tu alborada de recuerdo, con tus flagrantes abrazos, con tus enlutados besos. Ven a mí, héroe de esta noche, y acaba con mi espera, con este laberinto. Ven y doblega mi cuerno, arremete con tu espada y duerme conmigo. Aprende de mi paciencia y, con el alba, abandóname: déjame vagar, hasta el fin, hasta mi próximo delirio”. Pablo Peregrino


AK 47

START/ Me gustaría tener un AK 47 cortar los hilos de marioneta que me unen a fruslerías masivas Quemar las naves olvidar los amores fallidos no dolerme más por los besos que nunca me dieron levantar el ancla que me sujeta a temores raquíticos gramáticas polvorientas y vitrinas imposibles Me gustaría tener un AK 47 me gustaría saber si los acordes de 4 y 2 son intercambiables con los de 3 y 5 y sacar de mi interior una melodía que te vuele la cabeza Además de tener un AK 47 me gustaría ser más que un animal ocupado en comer, dormir, aparearse y defenderse me gustaría ver crecer el pasto e intoxicarme con esas flores que brillan por sólo un momento ME GUSTARÍA TENER UNA FENDER ELECTROACÚSTICA CON ESTUCHE DURO pero, la verdad mucho más me gustaría ver a alguien sonreír STOP/ William Gómez

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Anarquía del cuerpo

El cuerpo de ella repujado contra el cristal. ¿Qué se puede decir de la belleza? ¿O de la realidad? Está lejos del arquetipo del molde, de su ojo consumidor. Pertenece, toda ella pertenece, a otro lugar: en un rincón perdido atiende un pequeño local, se levanta a las cuatro a calentar a su amado, cuando llega al orgasmo el gesto del grito ahogado en la turba de carne trémula. De los senos al vientre un pezón en relieve, del mismo café de un tinto claro, como lava de volcán dispersándose. El otro seno bajo el pudor de una mano. En el sur el vientre busca la espiral, la grasa es prensada por los cinco dedos que faltan, como diciendo: ¡esta grasa soy yo! La soberbia en los dedos apretados: ¡esta grasa soy yo! Se ve una rebelión. ¿Qué se puede decir de la belleza? Ella es la rebelión. Un trazo curva el espacio. Ahí hay una mujer, esa es una mujer. (Basado en el cuadro Close Contact #3, de Jenny Saville y Glen Luchford, 1995-1996).

Lorena Niño


Mirando al norte desde el sur Por este lado de la noche pasa el agua destilando su granizo.

Por este lado de la noche a veces el silencio crece y arrastra los brazos hacia precipicios de infortunio o repite vuelos y cantos y designios que me observan desde lejos —como estrellas extraviadas al otro lado de la noche—. Leonor Riveros

¿Qué te duele?

Unir las partes de tu vértebra difusa con mi mano, abrazar tus dolores y convertirlos en cura. Hacerte el mundo más justo. Angie Rodríguez

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Carito

Desde aquí escucho los pasos, los ruidos El gato persigue la oscuridad recorre cada habitación de la casa Es el cansancio de la infancia de los años que vienen sin aviso ¿A dónde ir entonces? ¿A dónde? si tropiezas en cada atajo Las campanas, Carito, son la memoria que recorre mis desconciertos ese susurro que persigue nuestra noche, nuestro día Cierro los ojos entonces el gato rasguña nuestra sombra Hace tiempo que no moramos en este lugar. Claudia Silgado


Irene La niña corre por el camino empedrado Una maleta se aferra a su espalda Su cabello juguetea con el viento En sus ojos se reflejan dos escarabajos en faena de conquista sobre delgadas varas de bambú Todo cortejo deviene en lucha Ella lo sabe. Socorro Maury

Disolución

La muerte es una noche en blanco colmada de sonidos y de tiempo, una mesa servida sin diáfanos manjares más bien con penuria con vino añejo y sabores terrosos, pupila rota sobre libros inconclusos vértigo frente al abismo y esperanza de naufragio. Álvaro Lozano

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DIARIO

Miércoles 8 de abril Eternas filas nos rodean. Hoy vino Chelo. Llegó de improviso como a las once de la mañana; el timbre sonó como una alarma de seguridad y nos sorprendió a todos. Papá bajó y le abrió la puerta, justo estábamos en la hora del tinto, así que de una vez preparé un pocillo extra. Todos están bien por fortuna, aunque el niño sufre por el encierro y pide mucho que lo lleven al parque, toca embolatarlo, distraerlo con otras cosas para que se le olvide un poco el tema. En medio de todo lo vi bien a Chelo, tranquilo y de buen humor. Eso me tranquilizó. Trajo de regalo un kit de tapabocas, gel antibacterial y unos Gansitos que le gustan mucho a papá. El dinero que tanto ha estado esperando ya fue liberado de la secretaría, ahora es cuestión de los bancos para poder —por fin— reclamarlo. Bien otra vez. El problema son las colas kilométricas que se forman. Ni modo. Daño colateral, se podría decir. Al rato salí a hacer la compra y me di cuenta por mí mismo del estado de las calles; revolucionadas, con colas hasta para comprar el pan. Recorrí desde el nuevo Muzú hasta Fátima y no pude encontrar un sitio donde no hubiera una aglomeración, una pelotera. Así que decidí ir a mi querida tienda discreta y allí encontré casi todo, faltaron un par de cosas que iré a buscar mañana, más temprano. Daniel Méndez


Óxido La bicicleta conserva el rosa desgastado y aún se pueden ver dos letras en donde antes se leía Barbie. Desatornillé las ruedas traseras y limpié el óxido, ese día tenía sentido que probara mi valentía. Después de un largo inventario de accidentes concluí que cada vez que se iba mamá pasaba algo malo. Encendí mis dos motores talla 30. De la vuelta del muro de cemento no paso. Laura Hinestroza

Turbulencia En el avión me encontraba intranquila. Pasadas varias horas de vuelo, escucho que dicen: “Pasajeros, por favor, permanezcan sentados, en estos momentos estamos atravesando una tormenta”. Sentí el vacío, pensé en la muerte; y de inmediato sentí inmensas ganas de gritar. No fui la única, la señora junto a mí, también lo hizo, gritamos y nos agarramos de las manos mientras la turbulencia paraba. Eran las cuatro de la mañana cuando pisé por primera vez territorio extranjero. Mientras el avión aterrizaba alcancé a divisar los primeros rayos de luz del amanecer. Uno de color naranja, como ninguno que hubiese visto. Sabía que algo nuevo empezaba, y en medio del abismo en las entrañas, allí me encontraba, lejos de casa, intentándolo de nuevo. Erika Díaz

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¡Tal vez no, nunca más! Mariana agita con las manos la tapa de una olla, sopla, la brasa se enfurece. La música suena bien. Mariana sigue soplando, baila y bebe de la botella de Rubén. Él la observa, le gustan esos labios, se lo dice siempre. Rubén asoma la cabeza desde la azotea y allá abajo un grupo de vecinos, sentados en el andén, ríen y beben a fondo; uno de ellos, amigo de Rubén, orina en una pared. Ya son las nueve de la noche. Mariana les da vuelta a tres truchas en el asador, le sube a la música un poco más y camina sexy hacia Rubén. “¡La mesa está lista!”, avisa Rubén. Mariana sirve las truchas, él lo demás, el guacamole les gusta a los dos, y está en su punto; se arriman y se dan sorbos de cerveza, todavía no habrá un beso, más tarde sí, cuando estén borrachos: “¡Yo veré, señor!”, le advierte. ¿Cuántas veces le ha dicho eso? Se sientan a la mesa. La abuela de Rubén no quiso comer, ya se fue a dormir. Mariana le ofrece un bocado de trucha que él devora

untándole a ella los dedos, Mariana los saborea mirándolo, pensando cuántas veces ha venido a esta casa, cuántas veces han estado juntos. ¡Cuánta paciencia, Rubén! Abajo, en la calle, los vecinos beben cerveza y la música sacude el barrio; a Mariana no le gustan esas canciones: “Música de cantina”, dice. “Mejor los Stones”. En el barrio de ella casi no hay tiendas de las de aquí, ni la ropa se seca en la azotea. El grupo de abajo invita a Rubén al festejo, y, pasada la media noche, Mariana y él vuelven a la casa mareados, de gancho, parecen novios. Se dan la mano y suben al tercer piso. Sobre el tejado de las casas reposan las palomas, y prendas colgadas por ahí; en el cuarto de Rubén, la penumbra, y un trago más. Bailan. Ella se mueve despacio, “tranquilo”, le dice, se aflojan la ropa, y ¡qué les importa la música ahora! La noche no estira más para ellos. Seguramente Rubén la llame en unos días. Quizás ella responda. Leonardo Díaz


Matatigres Bogotá ya estaba cerca. Pensó en ella, en su colección de candongas, en sus viejas pijamas de osos, gatos y corazones fluorescentes engordados. Ella tenía diez años más para encontrar lo que fuera que estuviera buscando. Él estaba acabado. Aceleró hasta alcanzar los ochenta kilómetros por hora y le subió el volumen a Marquee moon. Paró en un sitio llamado Las ricuras de Mafe, pidió una cerveza, dos génovas y sacó un pequeño cuaderno con una M gótica en la portada. Buscó la única hoja que estaba en blanco. Entonces escribió con un lápiz rojo todo mordisqueado: Matatigres. Giovanni Clavijo

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La mujer de hielo Bogotá, 1981. En medio de las frías calles de la ciudad, aparece una fábrica de costura, de allí sale la mujer de hielo. Tiene nueve meses de embarazo, siente los dolores del parto. Todo parece normal pero las cartas ya están marcadas. La mujer de hielo no habla del parto, ya tiene tres hijos, dos de ellos gemelos. Los hermanos de Matías cuentan que no esperaban a otro, que la mujer de hielo se estaba separando de su primer matrimonio y que la situación económica no era fácil. Los abuelos maternos viven en Pandi, Cundinamarca, Matías es cuidado allí. Los abuelos hacen lo posible por su bienestar, pero la soledad se apodera de él, la mujer de hielo vive lejos. Un día ella recibe la llamada de su padre, algo anda mal con el pequeño Matías. La mujer de hielo viaja a Pandi por el niño y luego se traslada con él a Bogotá. El pequeño Matías no recuerda mucho del viaje, sólo la sensación de frío intenso que emana del cuerpo de su madre. Álex Orjuela

Manicurista Vas a la peluquería, esperas horas hasta que llega tu turno. Al fin, estiras las manos sobre un toalla húmeda y fría; ella te lima, te limpia y te corta las uñas. Que escojas un color, dices: rojo intenso. Así quedan tus uñas por el resto de la semana. Siempre vuelves, es el único lugar en donde recibes cariño. Te cuesta diez mil pesos, ahorras con dedicación. Joanna Díaz



La mujer sin cabeza Recuerdo las luces del carro, el camión sobre mí y la oscuridad súbita. Todo empieza con una chispa, un destello, un choque. Se está atento, sólo después, cuando no queda nada. Sola, en la habitación, escribo el despojo del final. Hace días que no puedo escribir, el ritual demora dos días en completo silencio y ayuno. Al tercer día me siento con los fantasmas que me susurran en la mesa. Son celosos y me piden dedicación; logro quitármelos de encima, de una manera u otra. Henry camina de un lado a otro de la habitación contigua, le he pedido que me deje en paz por unos días, discutimos. Lo he expulsado de mi campo de batalla. Los niños están con mis padres, así que al fin la escritora puede sentarse en soledad. El choque, la luz blanca, la vida sucia y oscura. Me siento frente a la computadora y empiezo a digitar, la mente divaga más de lo esperado. Camino largo tiempo por la habitación, el día es frío y los mensajes en el celular van y vienen. Apago las luces. Encontrar las palabras, la llamarada, el sostén de la noche. El cuento es sobre una mujer que conduce por una carretera. Escribo cuentos para seguir escribiendo, para mantener el oficio, para seguir con vida. Tomo el libro ¿Recuerdas Juana?, de Helena Iriarte. Me pregunto: ¿Recuerdas, Paula? Está amaneciendo, Paula, amaneciendo el día, alto y azul. ¿No sientes que el calor alza la mano para que salgamos? Joanna Díaz


OTROSUR 3 es el resultado final del taller de autoedición Agua sobre tierra (Idartes), dictado por Proyecto Relámpago. Además de OTROSUR, hicieron parte del taller los colectivos: Decidencias, La Fábrica, La Pedrada, Bosa Voz, Tertulia literaria Frases a Vuelo e’Pájaro, Guapucha, Escritores del Puente, Sumaioque, Las Emergentes, Papeles Sueltos, Cromografías, Letras del Sur y Cromosema.



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