TESTIMONIO DE MI VIDA CON SAMBO, ESE SER DE LUZ QUE ILUMINÓ MI EXISTENCIA POR MÁS DE TRECE AÑOS
Llegó a mi vida cuando era apenas un pedacito de carne color caramelo claro. Yo estaba muy afectada por la pérdida de un Schnauzer que mi hermano mayor, con la intención de animarnos un poco por el relativamente reciente fallecimiento de nuestro hermano menor, me había obsequiado la Navidad del 2000 y que no vivió sino dos meses por causas de una enfermedad desconocida, a pesar de todos nuestros esfuerzos por salvarlo.
Junto con mi hermano de crianza, le adecuamos una cesta de mimbre con toallas ya gastadas para que durmiera en ella y, de acuerdo a sugerencias que encontré en internet, le pusimos un reloj de tic tac envuelto en una media vieja de lana, para que simulara el corazón de la madre y no llorara tanto a causa del cambio de vida
Iniciaba el mes de febrero de 2001 cuando mi cuñada, instada por mi hermano, para aliviar mi pena, me llamó a proponerme que fuera a conocer unos cachorritos de Cocker Spaniel que una señora estaba vendiendo y tenían una semana de nacidos. Fue solo verlo y enamorarme de él, la madre había parido siete perritos, de los cuales dos eran machos, un negro y Sambo (lo bauticé así en honor a mi padre porque a causa de su cabello crespo, en su familia materna le decían Sambo de cariño y era su apelativo en su ciudad natal). Le dije a la señora que me lo separara y mientras llegaba el tiempo del destete lo iba a visitar una vez por semana, o cada vez que podía, acompañada de mi madre y de esta manera vigilar su crecimiento y saber cuándo sería el momento oportuno para llevármelo a casa. Era tan pequeñito cuando lo conocí que cabía en las palmas de las manos. Mi madre también quedó encantada con él a pesar que no le hacía mucha gracia tener un perro en casa. Así pasaron cinco semanas, a partir del 1 de febrero que fue su fecha de nacimiento y aproximadamente a mediados de marzo de 2001, Sambo llegó a nuestro hogar.
. Al principio dormía en mi dormitorio, pero, por causas de mi trabajo yo no debía pasar malas noches y su llanto perturbaba mi sueño, así que decidimos hacerlo dormir en el dormitorio de este hermano (que es también todo un personaje pero que merece una historia aparte). Otro de mis hermanos se encargó de mandarle a fabricar su propia cama en madera, le compré un colchón a la medida y quedó muy cómoda para dormir en ella.
Por consejos de su antigua dueña, le dábamos al principio solo pan de dulce remojado en leche mezclada con agua, esto le fascinaba. Poco a poco se fue adaptando a su nuevo entorno.
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Así Sambo fue creciendo saludable y feliz, rodeado de mucho amor y cuidados, tratamos de acostumbrarlo a comer alimento para perros, pero no le gustaba ese tipo de comida. Acabó imponiendo su voluntad y mi madre y Vitalino (tal es el nombre de mi hermano de crianza) le preparaban su comida, a base principalmente de pollo. Estaba tan engreído que había que darle de comer con cuchara en el hocico.
Era muy inteligente, cuando se quedaba con ganas de algo que le agradaba, nos llevaba a cualquiera de sus tres cuidadores, mamá, Vitalino o yo, su plato en el hocico para que le pusiéramos más. Le fascinaba muy especialmente un tallarín que mi madre preparaba delicioso. Así mismo, cuando su recipiente de agua quedaba vacío, lo arrastraba por el pasillo para que nos diéramos cuenta que se le había terminado.
Fue un perro noble, leal, cariñoso, de unas demostraciones de inteligencia que me dejaban asombrada. Mi padre era invidente y como si Sambo supiera, cada vez que pasaba con ayuda de su bastón por donde él estaba echado, se apartaba solo, para impedir que se tropezara. Lo cuidaba mucho, solía acostarse a los pies de él y le lamía los dedos, a mi padre eso le provocaba cosquillas y no le gustaba, pero en cambio mamá se ponía expresamente algún tipo de crema o mantequilla en un dedo para que
Sambo le lamiese los pies a ella. Era todo un gozo, verlos a los tres en el mismo lugar, acompañándose mutuamente y mi madre acariciándolo porque mi bebé era muy mimoso.
Por dos o tres ocasiones, Sambo cometió una travesura muy graciosa: se sustraía la presa de pollo que mi madre le servía a papá en su plato, quien, por su lento caminar, a causa de su ceguera, demoraba hasta llegar a la mesa. El bandido se adelantaba y con su hocico agarraba el pollo del plato y se iba al otro extremo del comedor. Cuando mi padre se sentaba y buscaba su comida, no encontraba nada y reclamaba a mi madre que qué era lo que le había servido, al ir mi madre o yo a ver lo que pasaba, nos dábamos cuenta que Sambo se había comido la presa y estaba aún con el cuerpo del delito (los huesos del pollo) como asustado, consciente de lo que había hecho. En lugar de enojarnos, esto nos causaba risa y claro, no recibía castigo alguno. No fui capaz de castigarlo por más diabluras que hiciera. Había algo muy peculiar en Sambo y que molestaba a las visitas: era el hecho de que ladraba mucho cuando sonaba el timbre de la puerta y cuando ya se iba el visitante, hacía un escándalo terrible que realmente aturdía, teníamos que encerrarlo en un baño hasta que la persona se fuera. Yo le comentaba a su veterinario esta anomalía y me decía que posiblemente temía que lo abandonaran.
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Fue muy manso, nunca lastimó a nadie, excepto a mí en una ocasión ya muerta mi madre, que lo encontré con un hueso que había recogido de la basura que estaba en el portal cerca a la casa y lo tenía dentro de su hocico, yo cometí la imprudencia de querer sacárselo y me embocó, sin morderme, pero me lastimó un poco. Amaba a los niños, se dejaba montar a caballo por los más pequeños de la familia, así mismo, dejaba que le halaran sus orejas y le hincaran los ojos, pero eso sí, que nadie se le acercara cuando comía o cuando estaba con su cojín preferido, uno negro de lana con flecos de colores que mi madre tenía en uno de los muebles de la sala y que el muy sinvergüenza cada vez se lo robaba y lo llevaba a su feudo.
Era muy jocoso ver cómo mi madre se lo quitaba y lo volvía a poner en el mueble, una vez lavado, hasta que en una Navidad, Vitalino y yo le dijimos a ella que se lo diera como obsequio. Allí terminó al fin la pelea entre mamá y Sambo y desde entonces ese cojín lo acompañó hasta su muerte, inclusive lo enterramos con él y sus ropitas.
Le encantaba que lo vistiera y que le tomara fotos, era muy coqueto. En una ocasión participó en un concurso canino y quedó en segundo lugar, de tan lindo que lo habíamos disfrazado.
Tuvo su propia fiesta de matrimonio. Fue todo un acontecimiento familiar. Mi hermana que vivía en Quito y que también tenía una Cocker de la misma edad de Sambo, venía a pasar el feriado de Semana Santa a Manta, la ciudad donde vivimos. De noveleras decidimos hacer la boda entre los dos perros que tenían tres años de edad (con cuatro días de diferencia era mayor el mío).
La novedad aquí fue que mi hermana no sabía que su perra estaba en celo, se suponía que solo era una charada, pero le salió el tiro por la culata porque sucedió lo que tenía que suceder y al poco tiempo Chiquita, que era el nombre de la esposa de Sambo, tuvo siete hermosos cachorros.
Mi hermana es pastelera profesional y prepara bocadillos y comida gourmet para
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recepciones, así que se imaginarán qué no les hizo para la fiesta, desde la torta de bodas (de chocolate porque es la preferida de todos en la familia), hasta invitaciones, bocadillos, recuerdos y los trajes de novios.
Uno de los defectos de Sambo era que no le gustaba bañarse, me daba trabajo agarrarlo para el aseo. Mi madre le decía: “Sambo te van a bañar” y el muy majadero, corría a meterse debajo de la mesa del comedor, auto, mueble o cama. Tampoco se acostumbró a dormir solo, cuando Vitalino por alguna razón no dormía en casa, el niño tenía que dormir conmigo porque si no lloraba toda la noche y no nos dejaba descansar.
Aproximadamente cuando tenía diez años, a causa de catarata perdió su ojo izquierdo y al poco tiempo de aquello, mi amada madre falleció de manera inesperada, lo que nos sumió a todos en una profunda depresión, principalmente a mi padre que como dije antes era invidente y ya anciano, dependía mucho de ella.
junto a quien permanecía todo el tiempo, pero luego él también enfermó y tuvimos que aislarlo para evitar algún problema mayor. Recuerdo que una semana antes que mi padre falleciera (cinco meses después que mi madre, tal fue su dolor), Sambo se puso muy mal, dejó de ladrar, comer y caminar, no entendíamos qué pasaba, lo llevé al veterinario y no le encontró nada anormal, simplemente le dio vitaminas y a los tres días mejoró (eso fue miércoles) el lunes de la siguiente semana mi padre expiró. Entendí que Sambo se adelantó a su duelo porque presintió la muerte de su amado abuelo. Desde allí empezó el declive de mi bebé, ya casi no ladraba, su andar se hizo más lento, pasaba más tiempo dormido, se remató todo cuando al siguiente año, perdió también el otro ojo, por la misma causa. Con Vitalino lo sacábamos a caminar con su correa y luego en las noches a hacer sus necesidades en una esquina que teníamos ubicada para ese fin.
Adicionalmente sufrió otra discapacidad, se quedó sordo, por eso solo podía distinguirnos por su olfato. Así pasó los dos últimos años de su vida, rodeado del amor y cuidados mucho más intensos de Vitalino y míos. Tengo la impresión que no se iba por no dejarme sola, su amor hacia mí fue tan grande que no le importaba estar tan disminuido, jamás se quejó, su veterinario que lo atendió durante diez años aproximadamente, decía de él que era un buen paciente.
Sambo resintió mucho esta muerte y al parecer absorbió todo el dolor de mi padre,
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Creo que mi jubilación fue el detonante para que decidiera irse. Dos meses antes de su muerte, completé la edad para retirarme de la vida laboral y pude dedicarme aún más a él.
recuerdo me acompañará mientras pueda yo razonar o pensar, que espero sea hasta cuando expire, así mismo, en paz. Mi Sambo, mi chiquito, mi bebé, mi compañero fiel, abandonó este mundo y cruzó el arco iris el viernes 22 de agosto de 2014, a las 14:55.
Su deterioro fue evidente, ya no comía, lo alimentábamos con complejo b y un polvo nutricional, las salchichas de pollo que los últimos tiempos era lo único que comía, tampoco quiso más. Casi no podía pararse, solo dormía y dormía por horas y a ratos con mucha dificultad lograba pararse para buscar agua o para orinar.
Sambo, ese pedazo de mi corazón que vivió fuera de mí por trece años y medio, se fue a descansar para ahora vivir eternamente dentro de mí.
Apoyada por mi familia, tomé la decisión de ponerlo a dormir porque soy del concepto que el verdadero amor no es egoísta, que lo que uno más debe ansiar para un ser amado, es su felicidad y bienestar.
Última foto de Sambo, tomada a las 14:33:45 del viernes 22 de agosto de 2014
Me queda la satisfacción de haberlo amado y cuidado como el hijo que no tuve. Fue mi consuelo en los momentos más tristes de mi vida cuando mis padres partieron. Fue mi alegría, mi remanso y mi compañía en la soledad de este hogar que cada vez se queda más vacío. Fue en definitiva, el tesoro más preciado que Dios me regaló en estos últimos años de mi vida. Él se fue en paz, se sintió protegido hasta el final. Su dulce
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