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UN TEATRO PARA LA RESISTENCIA DE UCRANIA

UN TEATRO PARA LA RESISTENCIA DE UCRANIA

Antonio Rubio Plo

Escritor y Analista de Política Internacional

La guerra de Ucrania va camino de su segundo año sin que se vislumbren perspectivas de desenlace. Guerra de movimientos, de trincheras y de ataques sorpresa en escenarios distantes. Decenas de miles de muertos, sobre todo rusos, y pocos avances sobre el terreno. Guerra de drones y bombardeos indiscriminados.

La lucha no solo afecta a los cuerpos sino también a los estados de ánimo, y ciertamente son los ucranianos los más vulnerables al abatimiento. En cambio, los rusos vienen a ser como una maquinaria suministradora de combatientes y de material bélico, que puede ser reemplazada con una cierta frecuencia, aunque el papel de los mercenarios sigue siendo destacado ahora bajo las siglas Redut, sucesor del grupo Wagner. Con todo, la “operación militar especial” rusa sigue ateniéndose al relato de una acción defensiva, una especie de cruzada por tierras que en su día formaron parte de la Rusia imperial y en las que están presentes los orígenes históricos de Rusia: la Rus de Kiev del siglo IX.

El relato ruso nos recuerda que las guerras también son guerras culturales, y las artes pueden entrar en lucha. Esas contiendan no solo se dirimen en el campo de batalla, en el que un bando puede ser derrotado sobre el terreno, aunque seguirá enarbolando el estandarte de su legado cultural. El Kennan Institute, con sede en Washington, es un think tank especializado en Rusia y el mundo exsoviético que no solo hace un seguimiento de la guerra en sus aspectos militares o diplomáticos. También le interesa el contexto cultural, y el que fuera su director por largo tiempo, Blair A. Ruble, es un politólogo con múltiples facetas transversales, como pueden ser el urbanismo, el arte y la literatura.

Respecto a la guerra de Ucrania, sus artículos hablan de cómo los espectáculos pueden ser un estímulo para el público ante una situación difícil, además de un símbolo de resistencia. Odessa, uno de los objetivos confesados de la agresión rusa, ha seguido manteniendo sus funciones de ópera, teatro musical y conciertos, aunque con la significativa presencia de barricadas y sacos a las puertas de sus teatros. Este detalle puede servir para recordar el Londres de la II Guerra Mundial, bajo los bombardeos alemanes, donde en un principio los teatros se cerraron, pero poco a poco se fueron reabriendo, con la mayoría de los escenarios situados en el West End de la capital británica. En uno de ellos se estrenó Nuestra ciudad (Our Town) de Thornton Wilder, con el patrocinio del Ejército y la Cruz Roja estadounidenses. Esta obra, galardonada con el Premio Pulitzer en 1938, reflejaba escenas de la vida cotidiana en una pequeña localidad del nordeste de Estados Unidos: el reparto de la leche, la salida del colegio, el ensayo del coro de la iglesia, el desayuno familiar… Una imagen de la vida corriente, que también debería volver a Londres, cuando acabara la guerra con la derrota del enemigo. El mensaje de que existía un futuro mejor suponía un sencillo llamamiento a la resistencia.

Ruble ha subrayado en alguno de sus artículos que la capacidad de resistencia de los ucranianos también se manifiesta en los escenarios. Desde 2014, fecha de la primera agresión rusa, se han multiplicado los argumentos teatrales y los guiones cinematográficos que se refieren a la guerra y al fomento de una cultura nacional específicamente ucraniana, libre de influencias rusas. El principal canalizador de estas actividades es el Kurbas Centre, establecido en 1996 y que lleva el nombre de un director escénico ucraniano muerto en el Gulag en 1937.

Pero tal y como sucedía en el ejemplo anteriormente citado de Nuestra ciudad, no todas las representaciones han de reflejar la resistencia bélica o el orgullo nacional. También pueden tener un contenido simbólico e incluso proceder de otras culturas, y ser válidas igualmente para la Ucrania actual. Este es el caso de una obra de teatro española, Los árboles mueren de pie, de Alejandro Casona, que ha sido traducida al ucraniano, si bien su título ha sido cambiado por el de Jacaranda Blossom, la flor de la jacaranda, que es mencionada al final de la obra de Casona. Las representaciones se iniciaron en agosto en la Lesya Ukrainka, el Teatro Nacional del Drama Ucraniano, que hasta hace poco años era del Drama Ruso, y cuya creación se remonta a finales del siglo XIX. En la URSS eran conocidas las obras del autor español, que pasó tres décadas fuera de España en el exilio republicano, aunque la versión ucraniana para el teatro es ajena a toda referencia política. Tampoco la tenía la obra original de Casona, estrenada en Buenos Aires en 1949 y en Madrid en 1963, en ambos casos con un gran éxito.

La jacaranda, un árbol muy presente, en Suramérica, tiene hojas de azul púrpura y florece en primavera. Ruble subraya que es un símbolo de rejuvenecimiento o reencarnación y representa la fortuna, la creatividad y el bienestar. Pero el título español de la obra expresa mejor lo que esta adaptación pretende transmitir. La abuela Eugenia, protagonista de la comedia, dice que no quiere que nadie la vea caída. Se siente muerta por dentro, pero sigue en pie como la jacaranda que hay en su jardín. La obra pretende llegar al corazón del público porque es una reflexión sobre la fuerza del hombre para resistir la tragedia y el dolor, y sobre lo que el espíritu humano puede hacer para levantar el ánimo de quienes han perdido la esperanza. La esperanza, abierta a la solidaridad y la empatía hacia los otros, es una forma de resistencia.

El espíritu humano puede hacer para levantar el ánimo de quienes han perdido la esperanza. La esperanza, abierta a la solidaridad y la empatía hacia los otros, es una forma de resistencia
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