Leona Vicario

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Leona Vicario (1789-1842) María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador nació el 10 de abril de 1789 en la Ciudad de México, rica hija de un español y una criolla. Pudo educarse al nivel de los hombres, algo raro en esa época, recibiendo desde niña una sólida formación intelectual. Sus padres la apoyaron en lo que quería hacer y se desarrolló bajo su motivo de vida: "Me llamo Leona y quiero vivir libre como una fiera". Le entusiasmaba leer y escribir, pero valoraba el trabajo doméstico de igual forma. Sus lecturas eran de lo más diversas y versaban desde los adelantos científicos a obras filosóficas, religiosas y literarias. Sus padres murieron cuando ella tenía 18 años, por lo que quedó bajo la tutela de su padrino. Leona era una mujer de férreo carácter, que desde un principio comulgó con la causa de la independencia y lo proclamaba sin ningún empacho desde el balcón de su casa. En el despacho de su tío conoció al joven yucateco Andrés Quintana Roo, pasante de derecho, del que se enamoró. Ambos compartían las mismas ideas de libertad y eso afianzó su relación, a la que se opuso el abogado Fernández de San Salvador, enemigo acérrimo de los insurgentes. Andrés Quintana Roo, quien ya pensaba unirse a los insurgentes, pidió la mano de Leona a Don Agustín, quien se la negó, argumentando que el joven era pobre. Andrés se trasladó a Tlalpujahua, donde se unió a las fuerzas de Ignacio López Rayón y, ante la forzosa separación, Leona buscó la manera de ayudar por su cuenta a la causa de la independencia. Ella perteneció al grupo las conjuraciones capitalinas: Salió de las "Tenidas rojas" masónicas, que organizaban los "Guadalupes" y con pasión por la causa independiente. Junto con su primo y su hermana, la Marquesa de Vivanco, tomó parte en la concepción del proyecto insurgente desde el mismo centro de su élite. Ayudó al movimiento libertario en todo lo que le era posible, distribuyendo la correspondencia rebelde, recibía en su casa a los jefes, ayudaba a las familias de los apresados, reclutando hombres, animando a los jóvenes a que se enlistaran e invirtiendo su propia fortuna en armas. La lucha fue feroz y en todos los ámbitos. Hubo incluso un edicto de la Iglesia católica en el que animaba a todo creyente de esa fe a delatar a quien ayudara a los insurgentes, aun si éste era un familiar. Teniendo la capacidad y recursos para ser partícipe y libre, Leona gastó el patrimonio que había heredado, aún sus joyas, enviando a los insurgentes dinero e información acerca de los movimientos políticos y militares que observaba en la capital del virreinato. Su principal medio de expresión era la escritura y por esta vía fue una invaluable líder insurgente. Se comunicaba mediante informes en clave publicados en el periódico “El Ilustrador Americano”. Leona Vicario tomó los nombres de sus personajes literarios favoritos para aplicarlos a los conspiradores “guadalupes” y a los insurgentes en el campo de batalla. Fue ella quien bautizó con seudónimo de guerra a José María Morelos, Miguel Hidalgo, Ignacio López Rayón y tantos otros de los principales líderes insurgentes. Hoy es considerada no sólo como heroína de la independencia, sino también como la primera mujer periodista de México. También enviaba y recibía noticias por medio de heraldos secretos, haciendo llegar a los conjurados dentro de la capital los informes que Quintana Roo le enviaba desde los campos de batalla. Ella fue quien dio la noticia en México de que los insurgentes acuñaban moneda propia. Asimismo, proveyó de armas y comida al ejército rebelde y trató de convencer a los mejores armeros vizcaínos de que se unieran a la guerra de independencia, por lo que fue delatada como conspiradora, siendo aprehendida y recluida en su casa, bajo la vigilancia de su tutor. Leona, de espíritu rebelde, se escapó y huyó al pueblo de San Juanico, Tacuba, en donde **“reunió a varias mujeres”**, entre ellas su ama de llaves, con el propósito de unirse a la causa insurgente. Cuando ella tenía 24 años, contrajo matrimonio con Andrés Quintana Roo en Chilapa. La pareja acompañó a las tropas de José María Morelos, padeciendo peligros y penurias, compartiendo todas las vicisitudes de las campañas militares. Siguieron al Congreso de


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