Te lo cuenta Guatemala: Leyendas Celso Lara

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Te lo cuenta guatemala leyendas celso lara





Te lo cuenta guatemala leyendas celso lara

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© Te lo cuenta Guatemala, Leyendas Celso Lara © Celso Lara Figueroa Primera Edición: Abril 2020 Edición: © Madeline Hernández Ilustraciones: © Madeline Hernández / Maghita.artist Dirección de Arte: © Madeline Hernández Corrección y Revisión: © Edgar Garrido © Editorial Artemis-Edinter 12 calle 10-55 zona 1 Guatemala, Guatemala ISBN: 84-89452-62-8 Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte de esta obra sin autorización expresa de los editores.


prólogo La bella Guatemala, no solo de cultura y sus paisajes tan variados, constumbres o su gente; sus tradiciones vueltas leyendas, aquellas que cuentan los abuelos o vecinos de los barrios, municipios o departamentos. Celso Lara Figueroa, figura literaria de Guatemala, retrata cada una de estas leyendas en sus escritos, contado por las mismas personas de los lugares. Detallada desde el momento que surgió cada una de ellas, algunas contando a los dioses de nuestra basta cultura maya y como fué que surgieron; serán de amor, decepción, y en otras de terror. Historias, para recorrer la Guatemala llena de cultura y la de antaño que en cada lugar guarda un pedacito de cada una, envolviendo en un deseo por conocer más de ello y ser parte de Guatemala. Si te acomodas un momento, podrás disfrutar de sus interminables historias, contadas desde su propia experiencia, o aquella que ha recorrido su misma versión con el paso de los años y se ha convertido en sello. Te lo cuenta Guatemala, te lo cuenta Celso Lara.

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índice Págs. El amor del sol y la luna

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El carruaje de la muerte

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El sombrerón

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El misterioso llanto de la llorona

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La mariposa Dorada

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La Tatuana

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La tejedora y el colibrí

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La Siguanaba

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Las ánimas benditas

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El Xocomil

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EL AMOR DEL SOL

Y LA LUNA 11



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EL AMOR DEL SOL Y LA LUNA Cuentan los indígenas kekchíes de Cobán que el Tzultak´a es el Dios del Maíz, es el Dios de las alturas, de las profundidades, de la abundancia, de los animales. También es el Señor del Cerro, el Dueño del Mundo. Los indígenas pocomchíes de la región también le llaman Kajal Yuk Quixcab, que tiene el mismo significado. El Tzultak´a siempre ha vivido en una cueva y continúa viviendo en las cuevas y en los cerros de la Alta Verapaz. Tenía una hija llamada Cana Po que se dedicaba a los oficios domésticos y como una buena muchacha también le gustaba

tejer y bordaba en sus tejidos todos los acontecimientos del día. En cierta ocasión el Sol tuvo conocimiento que en un lugar lejano había una patoja muy linda y hermosa, que era tejedora y vivía con su padre. El Sol dispuso un día ir a buscarla porque si era bonita podría casarse con ella y cuando la encontró, quedó maravillado de ver tanta belleza que dispuso enamorarla. Para impresionar a la patoja el Sol le llevó a obsequiar unos venados que le dijo había ca-

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zado, pero estos no eran de verdad sino que eran sólo los cueros rellenos de ceniza que aparentaban ser los cuerpos. La patoja emocionada ante la cortesía de su enamorado, preguntó a su papá: -¿Papá, será cierto que es cazador y que caza muy bien?- le dijo la hija a su papá.

enamorado, se enojó tanto que lo echó de su casa. El Sol se quedó azorado por lo sucedido y ante el repudio de la patoja, se puso a llorar. -¡Ya no tengo nada que hacer!... -dijo el enamorado.

Pero el Sol, que se sentía muy enamorado, recordó que tenía poderes especiales y -Vamos a probarlo- le res- para llegar a la patoja dispuso pondió el papá a su hija. transformarse en un pajarito gorrión. Como la patoja tejeEl padre agarró tres ollas de dora era bonita y hermosa, el nixtamal y las regó sobre el Sol convertido en gorrión voló suelo y cuando pasó el sol por hasta donde estaba ella para ese lugar, se resbaló y cayó. contemplar su belleza. Los venados le cayeron encima y como eran cueros relle- -¡Rin, rin!...- cantaba el gorrión nos de ceniza, se reventaron. contento de ver a la patoja, y La patoja se dio cuenta que los llegó a posarse sobre el lazo venados no eran de verdad y que sostenía su telar. al ver el engaño de su

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La muchacha se impresionó al El pajarito, como era un gorrión ver al gorrión, le dijo a su papá: de plumaje muy bonito, le gustó tanto a la patoja y se lo llevó -¡Papá, aquí hay un pajarito muy a su habitación, para cuidarlo y bonito!... ¡Mátalo, mátalo para jugar con él. Al llegar la noche, mí!- le dijo la muchacha a su la muchacha contemplando al padre. gorrión se durmió tranquilamente, y el pajarito aprovechó El papá que consentía tanto a la ocasión para convertirse nuesu hija, le respondió: vamente en un hombre. Cuando ella despertó aquel hombre -Está bien hija- le dijo el padre le dijo a la muchacha que él era a su hija. el Sol y que ella era la Luna. Y al mismo tiempo que enamoraba Al mismo tiempo el padre de la a la muchacha, le ofrecía hacermuchacha agarró su cerbatana la su esposa. y de certero disparo hirió al pajarito que cayó por los suelos. -Ahora estoy contigo- le dijo el Sol a la Luna. La muchacha al ver herido al gorrión, lo auxilió, recogiéndo- La muchacha impresionada al lo y al mismo tiempo que con- saber que su pretendiente era templaba su plumaje, exclamó: el Sol y ella era la Luna, también se enamoró de él. -¡Es muy bonito! -dijo la muchacha. -Nos vamos a huir- le dijo el Sol a la Luna. -Que te quede hija- le dijo su papá. -Está bien- le respondió la Luna,

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que fácilmente se convenció para acompañarlo.

y exclamó:

-Esto es la tos ferina- dijo el paLos dos amantes se fueron y dre asustado. se escondieron metiéndose en una laguna grande. El padre de la Luna llamó rápidamente al relámpago y le piEl padre de la patoja asustado dió ayuda: al no encontrar a su hija, preguntó a su mujer: -¡Mi hija se huyó pero te ruego que mates al hombre que se la -¿Dónde está mi hija?- le dijo. llevó!. -No está- le respondió la esposa.

El relámpago rápidamente se convirtió en el trueno para buscar a los jóvenes que huían. -Voy a buscar un palo- dijo el Cuando el relámpago los enpapá, porque ese pájaro es un contró dejó caer la descarga de hombre malo que se robó a un rayo muy fuerte sobre los jónuestra hija, y voy a buscarlo venes. El Sol se escabulló y se para matarlo. escondió, metiéndose bajo las aguas del mar, pero el relámpaAgarró su cerbatana y apuntó go mató a la patoja. hacia el lugar por donde habían huído los jóvenes y aspiró Volvió a salir el Sol y vió en las fuertemente para halar a su hija, aguas del mar la sangre de su pero se le trabó el aire en la mujer la Luna. Llorando desgarganta y no logró su objetivo. consoladamente, llamó a unos Se quedó tosiendo fuertemente pájaros y les dijo:

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duodécimo, murciélagos y has-Me recogen toda la sangre de ta en el décimo tercer tecomate la Luna y me la guardan- les encontró a su mujer la Luna. dijo el Sol sollozando y se metió en una concha de tortuga, para Cuando el Sol encontró a ocultarse. la Luna exclamó: Los pájaros recogieron la sangre de la Luna y la pusieron en un tecomate, dejándolo juntamente con otros tecomates que eran 13 por todos, y se retiraron. Pero el Sol no sabía en cual de todos los tecomates se encontraba la sangre de la Luna y se puso a buscarla, porque sabía que en uno de esos tecomates tenía que encontrar a su mujer.

-¡Yo soy el Sol, el marido de la Luna! y llamó a su mujer y se la llevó al cielo. El padre de la muchacha agarró su lente para ver de lejos hasta donde estaba su hija, pero ya no la vio porque el sol se la llevó en una bolsa.

El Sol ascendió al cielo llevánTentó el primer tecomate y en- dose a la Luna y su espíritu, se contró una culebra; en el segun- lo llevó a Dios como Ser Divino. do, había ratas; en el tercero, lagartijas; en el cuarto, ranas; en el quinto, sapos; en el sexto, ra kox; en el séptimo, gusanos; en el octavo, culebras tamagás; en el noveno, una concha de tortuga; en el décimo, pescados, en el undécimo, mariposas, en el

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EL CARRUAJE

DE LA MUERTE 19


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EL CARRUAJE DE LA MUERTE Cuentan en los pueblos y ciudades de Guatemala, desde tiempos inmemoriales que después de la Hora de las Animas, a las ocho de la noche, sin que nadie se acuerde de haberlo visto, se escucha en el empedrado de las calles, el agónico rodar de las chirriantes ruedas del carruaje de la muerte, que guiando a sus negros cabellos va a buscar las almas de los moribundos. Dicen que a veces uno puede ver este carretón en caminos, veredas y calles. Tenga cuidado porque usted puede encontrarlo en una noche obscura de in-

vierno. Era de noche. La oscuridad corría por las calles de la ciudad, apenas rasgada por un minúsculo níspero eléctrico que a cada dos cuadras lanzaba bostezos de luz desde lo alto de un poste de madera. Hacía mucho que el reloj del hospital había marcado la hora de las ánimas, y el silencio se acurrucaba para dormir en los resquicios de las puertas. Aquel hombre caminaba con rapidez persiguiendo sus propias pisadas que huían en las sandalias del eco por los callejones. Diríase que temía a su soledad por la agitación y cau-

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tela con que se deslizaba. De pronto asustado, se escondió en el dintel de una casa. Un redoble de cascos de caballos y ruedas de carruaje le sobrecogió. Prestó volvió la cabeza y ante sus ojos atravesó un coche tirado por grandes corceles. Negro como las angustias del alma, el carruaje se iba tambaleando sobre el empedrado. Era tan oscuro que los aullidos de los perros que estallaban por donde pasaban, se convertían en oscuridad y se enredaban entre los rayos de sus ruedas.

sostenimiento de la casa; su madre lavaba ropa en varias casas grandes y su abuela entretenía sus años haciendo cigarros de tusa que vendía en la tienda de la esquina de la calle de Mercaderes. Sin embargo, aquellas manos habían cesado de enrollar cigarros y lujar la tusa. Una fuerte calentura la había postrado en el lecho. Sus precarias fuerzas se extinguían como flor de amate. Pero los cuidados y las medicinas caseras lograron que aquella vida no se apagara.

Una noche, cuando Juan reEl hombre se llamaba Juan gresaba del trabajo, su maAlarcón. Vivía con su ma- dre le dijo: - Juanito, tengo dre y su abuela en una es- una mala noticia que darte. trecha casa del barrio del - ¡Le paso algo a la abuela! santuario de Guadalupe y - exclamó Juan. - ¡Dios nos trabajaba en los almacenes ampare! ¡Ni lo digas! de don Lorenzo Sánchez. Ganaba muy poco, pero lo –Entonces, ¿qué pasa? –Hoy suficiente para ayudar al en la tarde vino a verme la

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señora Felipa… Fíjate que quiere que desocupemos la casa para el sábado; me dijo que la necesitaba porque viene un su hermano de Quiché. - ¡Ah! –protestó el joven- si tan solo nos hubiera avisado antes. Hoy volví a ver aquel carruaje negro que le conté. Pasó por la calle de Guadalupe como alma en pena. Viera que ya me está dando miedito. –Mejor acostate Juanito y descansá son las penas las que nos hacen ver cosas…

e hijo se acercaron.

El viernes salió acompañada de Juan, que consiguió un permiso de don Lorenzo. Llegaron a la plaza de las Victorias, cuando ya empezaba a oscurecer. En la esquina norte una anciana con una estufa de latón, alimentada con leña, vendía tacos, enchiladas y dobladas de queso. Madre

-Gracias, nía María, iremos a verla en este momento –dijo Juan-. Madre e hijo se atravesaron la plaza y por la calle de las Chicherías, se encaminaron al norte. Llegaron al lugar indicado, que en verdad era una

- ¡Mire, pues! –dijo Nía María- Dios me puso en su camino.Precisamente hoy, en la casa donde yo vivo, allá por la calle de la escuela Politécnica, cerca de la Recolección, desocuparon unos cuartos. Si quiere los va a ver y si le gustan se queda. Le digo que quienes allí vivimos somos gente buena, sencilla pero trabajadora y eso sí, ¡muy honrada!

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casa grande. Después del pequeño zaguán,los cuartos se alineaban alrededor del patio. Tres eran los cuartos disponibles, justo los que necesitaban, y tenían una ventana hacia la calle, como les había indicado don Chente, un anciano amable. Juan arregló con él los pormenores del arrendamiento. El sábado, muy de mañana, se trasladaron a la nueva vivienda. Fruente a la nueva casa se encontraba el edificio que ocupaba a la Escuela Politécnica, y sobre la calle del Olvido se erguía imponente el templo recoleto. Todos participaban regularmente de esta reunión nocturna. A Juan le fascinaba sentarse en la grada del corredor y ver a través de las colas de quetzal el

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vagar de las estrellas. Era ya muy tarde y el silencio lo envolvía todo. Un viento helado hacía vibrar los cristales de la ventana. A ratos, ondulaba en la atmósfera el fúnebre canto de un búho que estremecía al joven. Cuando el silencio era más denso, oyó los doce bronces de la mitad de la noche, tañidos por el grito del búho que oficiaba de funesto campanero. A lo lejos oyó el rodar de un carruaje que se acercaba a toda prisa. Se percibía cada vez más claro el trotar de los caballos. Juan calculó que estaría por la calle del olvido a la altura del tiempo, que luego doblaría por la calle de la Escuela Politécnica y, asombrado, se dio cuenta de que el coche detenía la carcha junto a su ventana. ¿Quién podrá ser? –caviló-. – Decidió abrir la ventana. Pero al escudriñar en el espacio de la calle, un suspiro angustioso escapó del cuarto donde dormía la abuela. Asustado quiso


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ir inmediatamente, pero el ruido del carruaje, que emprendía la marcha en ese momento le detuvo. La luz del candil se extinguió. El canto del búho se oyó más trágico. De golpe, abrió la ventana y logró ver con claridad el carruaje: totalmente cubierto de negro y tirado grandes caballos color azabache. Luctuosos crespones a adornaban a los fogosos corceles. Un cochero sumergido en la tinta de la noche asía chasquear su látigo sobre el lomo de los animales… Oscuridad densa…suspenso infinito… dando tumbos por el empedrado de la calle, el coche se iba convirtiendo en lejanía, hasta que la vos del viento lo consumió. El búho cantaba con mayor intensidad, la luna presa de pánico se ocultó tras la cúpula de la iglesia, cuyos vitrales saltaron hechos un enjambre de luz mientras el perro seguía au-

llando en el patio. Sus presentimientos se cumplían: ¡la anciana había muerto! -¡Dios mío! – exclamó- ¿estaré soñando? Ese carruaje que vino ¡era el carruaje de la muerte! Y se llevó a la abuela. - ¡Dios mío, no es posible! A sus voces despertó nía Sofía. El llanto desesperado de ambos bañaba la sábana de lecho de la abuela; mientras en el patio el perro seguía prendiendo en las estrellas sus alaridos y el búho se hacía eco con su canto desde un lugar del destino.

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LAS LÁGRIMAS

DEL SOMBRERÓN 27


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las lágrimas del sombrerón La noche se quejaba de dolor de estrellas. En la en la Ciudad de Guatemala el silencio caminaba de puntillas por las polvorientas calles. Todo callado.

der pasar. De pronto, de lo profundo de la calle de la Corona, surgió el rumor del pausado caminar de un patacho de mulas. De golpe, en la esquina del Callejón Brillante, se recortó con Nada de ruido. claridad la figura de un carNada de nada. bonero. Por el barrio del Sagrario, frente a la El pequeño carbonero atracatedral, los apóstoles de vesó presuroso el atrio de piedra cubiertos de som- la iglesia de Nuestra Sebra parecían papel molido ñora de Candelaria, dobló pegado a los gruesos mu- por la calle de la amargura, ros neoclásicos del tem- tortuosa y obscura, y se deplo mayor de la ciuda. La tuvo frente a un viejo palooscuridad era densa, muy mar. En un torcido y carcodensa, tanto que había de mido postede luz eléctrica, ser cortada con un haz el carbonero amarró las de estrellas para po- riendas de sus mulas. Des-

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colgó su guitarra de cajeta y la afinó. Se aclaró la voz y canto con emoción. Y así continúo hasta el filo de la aurora cuando el singular carbonero calló. Colgó su guitarra al hombro. Desató sus mulas y arrastrándolas se perdió nuevamente por la estrella calle de la Amargura. Los perros dejaron de gemir, y la soledad del ambiente se la tragaron los primeros gallos que empezaban a despertar a la ciudad.

algo raro, ¿no lo cree usted así? - Pues sí, nía Tina, a mi tampoco me agradó esa voz. ¡Parecía tan extraña! Peron no me vaya a decir que no, ¡qué bien cantaba el hombre bendito! ¡A mi si que me gustó!

-¡Qué lástima comadre Carmen que sea hija de pobre!; cualquiera del barrio de San Sebastián la puede venir a desgraciar sin más ni más. Usted sabe que estos señores son unos presumidos que creen que nosotros -¡Dígame una cosa, seño- no tenemos dignidad. Sería una ra Pilar!- preguntaba una verdadera lástima que uno de anciana mientras lavaba estos nos arruinara a Nina, orropa en el tanque de San gullo de Candelaria. Francisco-; ¿escuchó las canciones de anoche? -¡A saber Dios! Presiento que ¡Qué fastidio, otra vez no con este enamorado de las canme dejaron dormir! se ciones raras puede haber gato me hace que es otro ena- encerrado, ¿no le parece nía morado de la Nina, la hija Tina? de nía Chayo. Mire, le soy -Dios dirá, Señora Carmen, Dios sincera, no me gustó en nada dirá. el tono de la canción. Me pare- Y entre cantos y chismes, el cía que la voz del hombre tenía tiempo y la vida se les iba res-

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balando a las lavanderas del barrio de Candelaria. Así fue en aquellos tiempos, así es hoy también, así será mañana... La gracia de Nina Candiales residía en sus ojos, su cabello y su cuerpo delicadamente hermoso. Sin dejar lugar a duda, Nina era bella, muy bella, por lo que su madre le había enseñado a resguardar ese tesoro. Quería casarla bien, con un mozo de buena familia.

terías de una persona ajena al barrio. Aunque, a decir verdad, nadie podía establecer a quién pertenecia aquel cantar que escurría en la noches. Las serenatas se repitieron. El pequeñíllisimo carbonero cruzaba todas las noches con su patacho de mulas y guitarra al hombro las callejuelas del barrio de la Candelaria y seguía sembrando coplas en el intersticio de la puerta.

De ahí que no aceptara los galanteos de los enamorados que la rondaban. Pero no solo la madre velaba por ella. Todas las gentes del barrio de la Candelaria también lo hacían. La cuidaban y apreciaban como algo propio.

Mientras tanto Nina se conmovía profundamente con el canto de su pretendiente a quien nunca había visto. Se lo imaginaba gallardo y apuesto. Sin embargo su orgullo de mujer la detenía cada vez que intentaba acercarse a la puerta. Hasta que deslumbrada por Casi se atrevían a pensar que las muchas noches y muchas tenían a la mujer más bella de serenatas, abrió su ventana y el la Nueva Guatemala. De ahí que les fastidiara oír las galan-

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pequeño enamorado pudo, Y en efecto, en cuanto pudo, nía por fin, entrar en su casa. Chayo llevó a Nina del Barrio de la Candelaria y la internó en Y desde entonces, todas las el convento de las Monjas Canoches el pequeño carbone- tarinas, gracias a los oficios de ro penetraba a la casa de nía la madre portera. La primera Chayo Candiales, después noche que llegó el Sombrerón de amarrar sus mulas carga- en busca de su amada y no la das de carbón al poste de la encontró, se asustó tanto que luz eléctrica. regresó rapidamente por la Todos querían conocer al misma calle, sin haber siquiehombre que enamoraba a ra descolgado su guitarra, y se Nina. No obstante, por más perdió en una carrerita llena de esfuerzos que hicieron angustia y de polvo. nunca lograron no siquiera verlo. Mientras tanto Nina rezaba ante el altar de Santa Catarina y soEsa noche, la vieja Matilde ñaba con su joven enamorado. se acurrucó tras la ventana Sentía su presencia en el amy pudo ver al pequeño car- biente. Cuando entraba a su bonero del gran sombrero, celda, despues de cumplir con con su patacho de mulas y los oficios, escuchaba con clarisu guitarra de cajeta. dad el taconeo de sus zapatitos y la miel de su voz inflamada de amor. Sus enormes ojos verde-gr ises se cubrían de amargura.

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Tras los gruesos muros Nina, la hermosa morena de los grandes ojos y el cabello dorado, se iba apagando con lentitud ante la congoja de las monjas, hasta que en la noche de Santa Cecilia, en el mes de noviembre, se durmió para siempre. Amaneció muerta. Las madres Catarinas, acongojadas, la velaron en la capilla del Señor Sepultado, y luego entregaron el cuerpo exámine a la madre, la tamalera de la calle de la amargura. En el reloj de la casa habían sonado ya las ocho de la noche, cuando por la calle de la Parroquia apareció un hombrecito con su guitarra y sus cuatro mulas caminando muy deprisa: El Sombrerón. Corriendo por la calle de la Amargura llegó a la casa en donde se velaba a su amada. Amarró su patacho de mulas al poste de luz. Descolgó su guitarra

y empezó a cantar, derramando su tristeza. Lágrimas de dolor, que en destellos cristalinos se pulverizaban en el silencio de la penumbra. Aquellos llantos se escuchaban por toda la casa que hacia doler la vida. Y al amanecer, aparece sobre la losa de una tumba una rosa silvestre cubierta de madrugada: gotas de alba, gotas de llando del Sombrerón. Porque, como aseguran los viejos de la Parroquia, El Duende nunca olvida a las mujeres que ha querido.

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el misterioso llanto

de la llorona

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EL MISTERIOSO LLANTO DE LA LLORONA Los terremotos de Santa Marta destruyeron la Ciudad de Santiago de Guatemala, hoy La Antigua Guatemala, un 29 de julio de 1773; el entonces Capitán General, don Martín de Mayorga, por orden del rey don Carlos III, decretó el traslado de la Ciudad al Valle de la Virgen, a pesar de la oposición de una buena parte de la población. Es así como la pequeña Maria de los Remedios Salazar y Rodríguez

de la Palma, hija de un viejo español conservador, se convirtió en la señorita más bella de la nueva ciudad. Ella se ruborizaba al sentir las miradas de sus admiradores, que la envolvían al salir de misa en San Sebastián. En todo lugar captaba la atención de los jóvenes por su deslumbrante hermosura. Con resignación, Maria aceptó la enérgica orden de su padre: tenía que casarse con don Gracián Palma de Montes de Oca, un

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rico y prospero comerciante. La boda se celebró con gran pompa en la primera catedral de la Ciudad de Guatemala, la que después se llamaría Iglesia de Santa Rosa.

tristeza- si nunca podré alcanzarla? La admiración de Juan halagaba a la bella Maria de los remedios. En las noches, cuando su esposo estaba en sus frecuentes viajes de negocios, ella recordaba la tierna mirada de Juan de la Cruz.

Desde entonces, ella vivio en una casona en el Callejón de La Soledad y aislada, pasaba las horas en su jardín rodeada de flores y recuerdos. En su mente repasaba aquel rostro moreno, de ojos almenTodos los días a las ocho de drados y cabello de ébano. la mañana, Maria de los Casada contra su voluntad, el Remedios asistía a misa, fontanero le había sembrala acompañaba una do una chispa de esperanza y niña que llevaba un co- fuerza de vivir. jín de seda para que se Una mañana de noviembre, arrodillara en la iglesia. la casa de Maria amaneció sin agua potable, llamaron al Con discreción, Juan de la Fontanero Mayor del AyuntaCruz, un joven fontanero, miento pero no encontró el pobre y mestizo, la veía pa- problema de obstrucción de sear por el Barrio de Los los caños. Naranjitos. El rostro de la joven señora se ─¿Por que me gusta tan- iluminó al encontrar la excusa to esta mujer -pensaba con perfecta para ver al

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fontanero. Mandó traerlo con María lo invitó a tomar chocotoda rapidez. late en la enorme sala de la casa. El amor los atraía y lentaAl ser notificado, Juan contu- mente fue quebrándose el puvo el aliento e incrédulo res- dor de ambos. pondió que llegaría al mediodía. Una inmensa emoción lo Juan regresaba frecuentemenembargaba y el paso de unas te con el pretexto de revisar pocas horas le parecieron las cañerías y hacía lo posible eternas. Al sonar las 12 cam- por quedarse conversando panadas se dirigió al Callejón cada vez más tarde, hasta que de La Soledad. el intenso deseo de amarse se desbordó. -¡Jesús!- pensó al verla de cerca, su belleza le llegó a lo pro- La declaración de amor llegó fundo del alma. de manera natural y una noche, Aparentando tranquilidad, pro- armado de valor, Juan se deslicedió a trabajar y rápidamen- zó sigilosamente por una vente encontró el problema pero tana de la habitación de Maria fingio lo contrario para llegar de los Remedios. Se amaron mas dias y asi verla unos minu- hasta que el suspiro del alba tos al cruzar el corredor. fue anunciado por el canto de los gallos. Cada dia, por una ventana entreabierta, la señora lo ob- Con felicidad, los amantes siservaba furtivamente con una guieron frecuentandose en seemoción que antes no conocía. creto durante los prolongados Después de siete días, Juan meses de ausencia del confiadejó correr el agua, entonces do marido.

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Un dia, Maria amaneció indispuesta, sentía fuertes dolores de cabeza y las recurrentes náuseas la abatieron durante días. No se atrevía a llamar a un médico porque intuía que algo andaba mal. Preocupado, Juan le pidió a una vieja curandera del Callejón del Judío que fuera a verla. -Señora, usted va a tener un hijo- le dijo secamente la curandera. No quería imaginar lo que haría su esposo al enterarse. ¡Que seria del honor de la familia y de la nobleza de su apellido! Las murmuraciones de la pequeña ciudad no tardaron en aflorar y Maria se ocultó de todos, incluso de Juan. Los días

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de angustia aceleraron el parto. Asistida únicamente de una fiel sirvienta, dio a luz un niño al que llamó Juan de la Cruz, como su progenitor. Una tarde recibió la noticia que tanto temía: don Gracián había arribado al Puerto Caballos. Al borde de la locura, tomó al niño al anochecer y vestida de negro, atravesó el Barrio de La Parroquia hasta llegar a la orilla del río Las Vacas. Sin pensarlo, hundió al recién nacido en las frías aguas… La luz de la luna iluminó las últimas burbujas cuando el cuerpo del pequeño dejó de agitarse. Ella lo soltó en la corriente del rio… Fue entonces que el cuerpo de María se crispo, la suave figura que tantos admiraban se retorció. Su hermoso rostro se desfiguro mientras emitía un pavoroso grito de angustia que hizo aullar a


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los perros de toda la Ciudad. Arrastrando su vestido negro, la espectral figura se perdió en la noche oscura, condenada por toda la eternidad a lanzar espeluznantes gritos sobrenaturales. Desde aquella noche, nadie volvió a saber del paradero de la bella Maria de los Remedios. Angustiado, Angustiado el fontanero la busco en vano pero nadie sabía nada de ella ni del niño. Un dia, casualmente escuchó la conversación de unas mujeres que recogían agua en la toma que él arreglaba. Ellas hablaban en voz baja, comentaban los gritos de la noche anterior, decían que era una mujer que hundía las manos en las fuentes de agua y llamaba a su hijo, eran gritos horrendos que a ratos se oían cerca y a ratos lejos. Un escalofrio recorrio la espalda de

Juan de la Cruz al comprender lo que había pasado con su amada y su hijo. El fontanero envejeció como las leyendas, cuidando la fuente del Barrio de los Naranjitos, donde la vio por primera vez. Las viejas comenzaron a llamar a esa mujer «La Llorona», porque estaba condenada a vagar de noche por las calles, llorando y buscando a su hijo por los lugares donde hay agua que corre. Pero también ganando las almas de los incrédulos, de aquellos que no creen que si oyen el grito cerca es porque realmente anda lejos; pero al escucharlas lejos, muy lejos, es cuando en realidad la tienen a su lado, justo a la par y entonces, ya es muy tarde para correr.

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la mariposa

de oro

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la mariposa de oro

Sucedió por Candelaria: la casa demi abuelita es muy grande y muy vieja (parece que de las primeras construidas por ese barrio).

bajo y a su familia. Viajaba constantemente a la costa del país para dirigir las siembras y cosechas de sus fincas. Era muy querido por sus empleados, pues siempre se mostraba El jefe de la familia era un cordial y dispuesto a tengran caballero, quien dicen derles la mano. que se llamaba Martín, un honorable hombre que había dedicado su vida al tra-

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Desde hacía un tiempo, su rostro y el vigor

gos y fuertes agitaciones, su cuerpo se dio por vencido y abandonó esta vida que tanto de su cuerpo estaban apagán- había disfruto, pues su situadose. ción económica le habia permitido gozar de privilegios, Una fuerte tos y dificultad al viajes y muchas amistades de respirar venían deteriorándo- alcurnia. lo, llenándolo de cansancio y tristeza. Su esposa, era una mujer fuerte, conocedora a la perfección Uno de tantos días, ya no pudo de las artes culinarias de la levantarse. Luego de varias época. El domicilio era una semanas difíciles, entre aho- bella casa.

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El patio está sembrado de árboles y hay una gran pila de enmedio, de esas hermosas que sólo hay en las casas viejas; al fondo hay un arco de bugambilia sobre una pequeña puerta donde mi abuela tiene el cuarto de los trebejos. Una noche mi prima y yo estabamos cerca de la pila, cuando se apareció del fondo una mujer que pasó de allí al corredor de enfrente; parecía que iba en el aire, y a va a ver que no seguía

por la vereda sino pasaba por entre los rosales; iba vestida de blanco; su cara a la luz de la luna, mer acuerdo que era muy pálida, ¡palidísima!, y su pelo negro le caía por la espalda; un gran frío nos entró a los dos, y al preguntarle después a mi abuelita, nos contesto que desde que se había muerto el abuelito esa mujer molestaba todas las noches.

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Pero la cosa no acaba aquí, fijese que a esta mi prima, Carolina, le pasó lo peor con este espanto desgraciado.

do en eso oímos un gran grito; entonces yo entré corriendo y vi a la pobre muchacha tirada entre la grama, y cabal vi como una mariposa dorada Me acuerdo que un siete (pero le juro que era tan de diciembre estábamos dorada como el oro), se quemando al diablo, y elevaba por el cielo, enhabíamos hecho un gran tre el humo de los fogafogarón, cuando a Caro- rones. lina se le ocurrió ir a hacer no se qué adentro de Carolina nos conto desla casa; y se entró, cuan- pués que cuando ella

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trataba de saltar un charco, una mujer vestida de blanco (aquella que ya habíamos visto), le había dado la mano; fue cuando ella se asustó y gritó, y se encomendo a Jesús de Candelaria, entonces dice que la mujer se convirtió en mariposa y se fue volando; y es cierto, porque yo ví a esa mariposa, con estos ojos que se los van a comer los gusanos.

Carolina tuvo que pagar caro la gracia del espanto: fijese que la mano que le tocó, le quedó para siempre delgada. ¡Lástima, por que era tan chula!

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sortilegios y hechizos

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sortilegios y hechizos de manuelita la tatuana Aún pequeña, joven y mustia, la Nueva Guatemala de la Asunción se despertaba cada día en las casas de bajareque pintadas de blanco.

con sendos canastos a vender.

Fue una fría tarde de noviembre cuando unos pocos vecinos del Barrio de El palacio de Gobierno, La Candelaria vieron llegar antigua residencia de los a aquella hermosa mujer de Capitanes Generales, do- caminar elegante. Era una minaba la cuadra con sus mengala un tanto alta que arcadas neoclásicas. Tam- no pasaba de los 25 años, bién le llamaban El Portal con grandes ojos oscuros del Señor, por una peque- y pelo negrísimo como la ña capilla del Señor medianoche que recogía del Pensamiento, o El en dos tupidas trenzas, que Portal de las Pana- caían sobre un hermoso deras, ya que cada manto de seda. tarde se daban allí cita mujeres

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Apareció por un costado del Cerrito del Carmen y sin vacilación se instaló en una pequeña casa del Callejón del Brillante. El sopor de la monotonía de la Ciudad pronto fue roto por las habladurías sobre esta extraña mujer. –¿Quién será esa patoja? Mire que toda la vecindad esta intrigada. –Pues, dicen ‘nia Chon’ que se llama Manuelita, y que conoce de artes mágicas. La fama de adivinadora y preparadora de pociones para enamorados se esparció por todos los lugares. Los conjuros, hechizos y enfrascamientos eran realmente eficaces y, pronto, su casa era la más concurrida. Nadie supo la razón, pero comenzaron a llamarla: Manuelita “La Tatuana”.

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Por aquella época existía una tienda muy bien surtida entre las calles de Las Beatas y de Mercaderes, que se llamaba El Divino Rostro. Aquí había desde clavos hasta cirios para el Jueves Santo. Además, doña Concepción Tánchez tenía un merecido renombre por las bolitas de miel y las raquetas de guayaba que vendía. Una tarde de diciembre, como cada cuando, llegó Manuelita para comprar las provisiones para sus “trabajitos”. Al ver que doña Chon estaba barriendo con desgano, se acercó a ella y le dijo: – Yo sé, ‘nia Chon’ que usted tiene un problema que la atormenta. Como ha sido tan buena conmigo quiero ayudarla. A ver, dígame, ¿qué le pasa? Doña Chon rompió en llanto.


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– No sé cómo podría ayudarme Manuelita, fíjese que Jose Guadalupe, mi marido… tiene otra mujer. Se va durante días, parece embrujado, y cuando regresa, me trata mal, como que yo tuviera la culpa. ¡Ya no sé qué hacer! Sacando una tira de cuero, Manuelita le dijo: – No se preocupe, le tengo un secretito, tome este cuerito. Golpee con él tres veces la almohada de su marido y póngalo debajo, después queme ruda y albahaca en un brasero de Totonicapán. Luego, rece un Avemaría en cada esquina del cuarto. Tenga fe y ya verá. Al día siguiente, don Lupe regresó amoroso como antes. Permanecía en la

casa y trabajaba muy contento en el almacén. Los siguientes domingos invitó a su esposa a pasear al Cerrito del Carmen y el matrimonio era como doña Chon siempre lo había soñado. Pero la felicidad duró poco, ya que una noche, antes de cerrar, llego Manuelita pidiendo el cuerito. La tendera lloró y rogó, pero fue inútil ante la enérgica insistencia de la hechicera, y tuvo que devolver. Al alba del día siguiente, don Lupe, con un tanate de ropa, se fugó por la puerta de la cocina para no volver nunca más. El saño que La Tatuana le había hecho al alma de

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doña Chon era la comidilla en cada esquina.

Manuelita no daba señales de turbación; escuchaba la música de tortugas y chinchines que Fue la tarde del sábado, que venía de la calle y, cerrando los un capitán del Cuartel del Fijo ojos, podía sentir el olor de la pasó a comerse un tamal y se pólvora de los cohetillos y de enteró por boca de ‘nia Chon’ las hojas de pacaya que adorde lo acontecido. naban El Portal. Indignado, se encaminó hacia el Palacio de Gobierno. El frio de fin de año se sentía hasta los huesos, cando ya entrada la noche, lo recibió el Presidente del Estado. No era la primera queja que recibía, y montando en cólera ordenó.

Ante el llamado de la hermosa mujer, el carcelero se acercó a la celda. “Solo quiero pedirle una gracia -dijo ella-, le imploro que me consiga un pedacito de carbón”.

Era algo inusual, pero ante la Sin mayores procedimientos le- insistencia, no pudo negarse a gales fue apresada y condena- la solicitud de esos labios carda a morir en una hoguera en la nosos y la suave mirada debajo Plaza Mayor; sin embargo, por de las grandes pestañas. ser Nochebuena, decidieron dejar la ejecución hasta el Dia Manuelita guardo el carbón de los Santos Reyes. hasta que estuvo a solas. Entonces lo sacó y con seguridad comenzó a dibujar en la pared un barquito.

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Al terminar de dibujar, extendió los brazos y en murmullos pronunció un antiguo conjuro. La Tatuana se subió en el barquito y salió navegando por la ventana de la cárcel; dicen que se alejó viajando por los hilos de plata de la luna llena… Algunas noches, los viejos de la Parroquia cuentan que en las bartolinas del Palacio de Gobierno, se podía ver claramente en la pared la silueta que dejo el barquito por donde se escapó La Tatuana; esto lo vieron con sus propios ojos hasta que el terremoto de 1917 derribo el edificio. Desde entonces, La Tatuana se quedó enfrascada en las historias que corren de boca en boca, por las calles de los viejos barrios de la Ciudad.

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la siguanaba

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La siguanaba Cuentan que, recién fundada la Nueva Guatemala de la Asunción, vivió por la calle de las Congregaciones un joven de nombre Cecilio Flores. Todos lo conocían como artista, porque pintaba grandes cuadros de Santos y Vírgenes para los templos de la ciudad y para los señores de las casas grandes. Siempre llevaba consigo un cuadernillo de papel manila, un carboncillo y un borrador de migajón y se detenía donde creía encontrar un tema de inspiración. A Cecilio le deslumbraban los rostros

de las mujeres, se enamoraba de ellos y expresaba su profundo sentimiento pintándolos en forma de una Virgen del Carmeno una del Rosario. Su vida se llenaba pintando y la devoción a su arte no recordaba ya cuantas veces se había quedado sin comer ni dormir. Según dicen, caminando por el paseo de los Naranjalitos, encontró a un hombre joven escribiendo versos bajo un enorme sauce. Cecilio se acercó y le hablo, desde entonces nacido una profunda amistad. Aquel único amigo de Cecilio Flo-

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res era poeta y se llamaba Miguel Ricardo de la Fuente. Componía versos y crónicas para el Diario La República, que circulaba por esos años en la Nueva Guatemala.

y su boca delicada. Al momento de verla tomaron la decisión de cantar y pintar su hermosura. Bajo la sombra del árbol, sin que nadie los pudiese ver, iniciaron su tarea.

Una espléndida tarde de noviembre, los dos amigos se hallaban paseando por el acueducto cerca de la toma de agua, cuando dieron con un grupo demujeres jóvenes que charlaban a la sombra de un árbol. Estudiaban con cuidado la faz de cada una de ellas, buscando la que fuera digna del pincel y la pluma. Ambos artistas se quedaron asombrados al dar con el rostro de una de estas jóvenes: el cabello de un oscuro color negro, brillante y sedoso.

El carboncillo de Cecilio copiaba con rapidez las facciones finas, en tanto Miguel luchaba por combinar las palabras adecuadas que pudiesen rimar en rimar en la oda que componía. El corrillo de mujeres se disolvió cuando un landó, tirado por caballos negros, se acercó a ellas.

Los dos amigos quedaron solos con sus emociones e ilusiones, y emprendieron a pie el regreso a la Nueva Guatemala. En la calle de Concepción se despiLos ojos almendrados, dieron y acordaron reunirse al grandes, deslumbran- día siguiente. Cecilio llego a su tes y soñadores, casi casa y entro en su cuarto. Sentía negros, casi cafés y con tal embeleso por la mujer que una pincelada de ilu- había bosquejado que, traslado sión. Su nariz muy fina al lienzo el boceto que tenía el

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cuadernillo de papel manila. Al rayar el amanecer el retrato estaba completamente terminado y Cecilio totalmente exhausto. Al nacer el sol tras la cúpula de La Merced, el poeta salió a indagar por la identidad de la mujer, uno de sus compañeros le aseguro que aquella muchacha era la hija del oidor, don Juan Antonio Ibáñez de la Roca, quien vivía en la calle del Seminario, a una cuadra de la Plaza Vieja.

nando por el hermoso jardín, apareció de improviso Celina, la hija del oidor, quien se conmovió tanto por la habilidad del pincel Cecilio y los versos de Miguel, que la amistad surgida ese día entre los tres se fue haciendo cada vez mas estrecha. Cecilio se agotaba pintando una y otra vez la silueta de Celina y cada uno le parecía superior a la anterior. Por su parte, el poeta Miguel también pasaba las noches -Pensando en vos andaba -le en claro componiendo verdijo al verlo. He averiguado ya sos a Celina. Ambos se haquien es la patoja del Paseo bían enamorado de la misma de los Arcos. Se llama Celina mujer. Ibáñez Guerra. Es la hija del oidor don Juan Ibáñez… ven, Los dos jóvenes entraron en no perdamos más el tiempo, abierta competencia hasta vamos a entregar el cuadro. que un buen día, sentados en un banco de piedra de Y salieron apresuradamente la alameda de Santo Dominrumbo al barrio del Sagrario go, hablaron con franqueza. en busca del oidor. Luego de Cada uno reconoció que haber concretado su valor y amaba a Celina. cuando ya se retiraban cami- Desde entonces Cecilio solo

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existía para soñar con Celina. Era la primera vez que el pintor se sentía plenamente satisfecho. Pero su felicidad fue breve: cuando don Juan Ibáñez advirtió lo que pasaba en el corazón de su hija, se negó a casarla con un hombre pobre. La envió entonces a México con unos familiares que vivían allá Ambos comprendieron que nunca más se volverían a ver. Su angustia se hacia mas densa al no poder referir a nadie la pena que atenazaba su espíritu, porque Miguel había viajado a la ciudad de Quetzaltenango. Un día, Cecilio camino sin rumbo fijo.

la vista y se sorprendió lleno de emoción: ¡Era Celina! Vestía un camisón transparente que insinuaba el cuerpo casi en plenitud. Una caballera larga, color negro azabache, corría por su espalda, la cual peinaba voluptuosamente con un peine de oro. Cerca de ella refulgía un guacal, también de oro.

Lo tenia vuelto hacia la oscuridad de la noche. Sin embargo, ella le hacia señas con la mano para que se aproximara. La alegría de encontrarse nuevamente con Celina fue tan profunda que, sin meditar, acudió a su llamado. Cuando Cecilio se acercó, la silueta femenina emprendió la marcha rumbo al Era noviembre. Cecilio recor- infinito… La mujer caminaba y daba haber conocido a Celina caminaba con tanta rapidez que ese día, en el paseo de los Ar- costaba mucho seguirla. Cecicos. Y sin sentirlo, hacia allá se lio, en pos de ella, gritaba descaminó. De pronto, al llegar a esperado. Cecilio iba tras ella la Calle Real, distinguió cerca sin sentir cansancio. Parecía de la fuente de agua una figura hechizado. En esa forma se asoque le pareció conocida. Aguzo maron al campo. Después de

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recorrer los montes iluminados por la luna, llegaron a la orilla de un barranco. Cecilio pudo por fin alcanzarla. Se volvió entonces, intempestivamente, y el pintor, en lugar del bello rostro que amaba, se estrelló con una horrible calavera de caballo que lanzaba fuego por los ojos.

Un carretero descansaba con sus bueyes a la vera del mismo. Miguel se acurruco desolado junto a él. El carretero, al sentir tanta aflicción, le hablo con efecto: -Es inútil que lo sigas buscando. ¡La Siguanaba se lo gano! Hace unos días enfrente el cadáver de un hombre joven, todo arañado y desfigurado, en La mujer se arrojó sobre él, los su bolsa llevaba un cuadernillo descarnados manos le dieron de papel manila y un pedacito un abrazo glacial y Cecilio ya de carbón para dibujar. Dessin saber nada, envuelto en una pués de oírlo, el poeta sintió vorágine de espanto, no pudo más desolada su alma. liberarse. Sin esperar más, la mujer con cara de caballo lan- La noche y las estrellas lo enzando un grito horrible, se pre- contraron caminando rumbo a cipito al abismo llevándose en la ciudad. Desde entonces, el su caída del alma y su cuerpo poeta Miguel evito caminar en del artista… las noches por donde hay agua, porque temía que se le apareDijeron que esa noche, la Si- ciera la Siguanaba en la figura guanaba había caminado por de la inolvidable Celina Ibáñez allí con sus penas. Cuando Mi- Guerra. Y la bella Celina, jamás guel, el poeta amigo, se enteró, supo de la muerte de su amado regreso afligido a la ciudad de y nunca volvió a la Nueva GuaGuatemala y se dio a la tarea de temala de la Asunción buscarlo.

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la tejedora y el colibrí

Una vez había un patojo que estaba paseando. De repente llegó a un rancho donde había un naranjo enfrente.

Pero le gustaba mucho y quería estar ya ahí con ella, pero tenía mucho miedo.El patojo vio que el naranjo tenía muchas flores y dijo:

El naranjo tenía muchas flores muy blancas, y había una patoja muy chula sentada debajo tejiendo. Al patojo le gustaba mucho y cuando la vio desde lejos quiso estar con ella y platicar, pero no podía entrar porque el papá de ella estaba en el rancho y el patojo tenía miedo.

—¿Qué hago ahora para poderme enamorar a esta patoja? No aguanto la gana de no hablar con ella, no aguanto que ella no Ilegue a ser mi mujer. Lo que voy a hacer es convertirme en un animal, pero no un animal malo, porque si me convierto en un animal malo se asusta la patoja y a lo mejor me mata. Mejor que me

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convierta en un colibrí para que le guste yo. Entonces, se convirtió en un colibrí, salió volando y se fue a parar al naranjo. Estaba volando muy rápido y empezó a comer en las flores. Estaba haciendo mucho y era de color muy bonito. La patoja estaba tejiendo y cuando se dio cuenta del colibrí, de una vez fijaba los ojos en él y le gustaba mucho, ya no hacía su huipil, le gustaba mucho el colibrí y su color. El colibrí vio que la patoja se fijaba en él y por eso hacía más todavía, a veces llegaba muy cerca. Entonces, la patoja dijo: —Es muy bonito ese animalito, pues

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¿qué hago para poder tenerlo?, ¿se dejará él o no? Si se deja voy a hacer uno en mi huipil, igual a ese, lo voy a hacer muy chulo. Y que el colibrí nunca se iba. Entonces, la patoja llamó a su papá y llegó el señor, el indio. Ella le dijo entonces: —Tata, mira a ese animalito ahí. Me gusta mucho, ¿por qué no me lo matás? Quiero hacer uno en mi huipil, me gusta mucho. Entonces, con mucho cuidado se fue el papá de la patoja, pero el colibrí no hacía nada, ni siquiera se movía para que no lo matara. Poco a poco llegó el señor con él y en la primera prueba lo agarró. La patoja estaba muy contenta, luego dejó su huipil y lo agarró de su papá.


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El colibrí no hacía nada, estaba en las manos de la patoja y estaba muy alegre. Y la patoja le dijo a su papá: —Tata, buscále un lugar y pongámoslo dentro, no aguanto soltarlo. Y buscaron una jaula y lo pusieron adentro y cerraron la puerta. A la patoja le gustaba tanto que no comía y también al colibrí le gustaba la patoja. Al anochecer lo pusieron en el rancho, pero el rancho estaba dividido en cuartos y los papás dormían en un cuarto y la muchacha dormía en otro, sólita ella.

mucho y todo. La patoja lo estaba oyendo y se puso muy triste, y dijo: —Y si se muere este colibrí... está muy agitado, no lo aguanto. Y se levantó pues. Abrió la puerta, entró donde estaban durmiendo sus tatas y dijo: —Voy a llevarme este pajarito porque está muy agitado y tal vez se va a morir, ¿a’l’oyen? —Ta’bueno pues, llevátelo pues, a ver si no te quita el sueño— le dijeron.

Se lo llevó ella y lo puso al lado de su tapexco y se acostó otra vez. Y el Cuando se fueron a dormir los colibrí ya no hacía papás lo pusieron con ellos, nada y comenpero el colibrí no se confor- zó a pensar: maba con quedarse con ellos y se quedó apenado; comenzó a hacer ruido, que se tiraba con los lados de la jaula y chillaba

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—¿Qué hago ahora, pues? A saber si se asustará esta patoja por mí (pensaba el colibrí). A él le gustaba tanto la patoja que quería enamorarla y quería que llegara a ser su mujer. Entonces, con mucho cuidado, despacito, se convirtió otra vez en patojo.Y así, poco a poco se le acercó y le habló —No te asustes, te quiero mucho. Te quise hablar ayer, pero ahí estaba tu tata y tuve miedo, por eso busqué la forma de verte y me convertí en colibrí. Ahora que estamos solos, ¿qué me decís? De veras, es cierto, te quiero mucho y no

aguanto dejarte. Y quiero que me digas ahorita: ¿me querés, vos?, porque lo que es yo te quiero con todo mi corazón y para siempre. El patojo era muy blanco y cuando la patoja lo vio quedó toda chiviada y no le dijo al patojo que lo quería a él. El patojo era muy blanco, ella sólo le dijo: —Pues, muy bien —le dio su promesa al patojo, ¿verdad? Entonces, como ellos estaban en un cuarto aparte, por fuerza tenían que pasar por donde estaban durmiendo sus papas de ella. Y él le dijo a la patoja: —Lo que yo quiero es que nos vayamos ahorita mismo. —Muy bien, si querés nos vamos ahorita —le dijo la patoja. Y es que ella quería mucho al patojo y por eso no le costó

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darle su promesa. Entonces le amanecer, los papás de dijo: la patoja vieron que ya no estaba. Y la nana, alara—Espérate, que se queden quienta, comenzó a llorar bien dormidos mis tatas y cuan- y a entristecerse, y le dijo do salgamos, pues, que estén a su marido: dormidos de seguro. Y él le preguntó: —Andá a buscar a mi hija, donde sea, y me la encon—Es cierto lo que me decís. trarás. ¡Ay, mi hija! —de¿No me mentís, verdá? cía la vieja—. Y es que es mi única. ¿Dónde se ha —No, pues, es verdad —le dijo ido mi corazón? —decía, ella. pues. El patojo ya estaba muy contento. La patoja con mucho cuidado abrió la puerta del cuarto donde estaban sus papás y le dice que estaban bien dormidos. Y le dijo el patojo: —Vonós, ahora, vos, pues.

Y se fue el señor, el tata de la patoja, mandado por su mujer y los buscó en todo lugar pero nunca los encontraron. ¡A saber a dónde se fueron, si lejos o cerca!; la gente dice que nunca los hallaron.

Poco a poco, despacito, salieron, pasaron con ellos, le quitaron la tranca a la puerta del rancho y salieron. Cerraron quedito y se fueron, pues. Al

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las ánimas benditas Aquella tarde del mes de Octubre, Ambrosio Corres estaba sentado en un banco de pino en un banco de pino en un rincón del traller de sastrería de la Casa de Huérfanos de la nueva Guatemala de la Asunción. Absorto, trabajaba con hilo, dedal y aguja sorjeteando un pantalón.

grafías. Ambrosio levantó la mirada y se sonrió al oir las risas de las adolescentes huérfanas que cuidaban y regaban las flores de los jardínes del patio central del Hospicio.

Ambrosio sabía que conseguir trabajo era difícil, y el sólo hecho de intuirlo ponía Las Sombras empezaban a en su mente un sabor frío a clavetear su manto en los metal... pero, lo que más le rincones de las arcadas de estrujaba el alma era pencalicanto del corredor del sar qué sería de su vida Hospicio. El murmullo y el cuando dejara el Hospicio, reflejo de las risas de los si siempre, desde siempre, demás operarios de los ta- había vivido ahí. lleres de carpintería, talabartería, panadería y típo- Ambrosio terminó de sor-

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jetear. Se levantó y se sentó a quizás un suspiro se le escapala máquina de coser para hacer ron alguna vez por una mengala los pespuntes preliminares. bella de ojos zarros,pelo largo cuidado en trenzas huérfana Su carácter era afable y tran- como él. quilo. Sin ser totalmente extrovertido, disfrutaba de la compa- Profundamente religioso, Amñía de los demás huérfanos del brosio Correa hacía lo impoHospicio. La templanza de su sible por mantener intacta la carácter fué terminada de mo- albura de su espíritu. Y lo logradelar por los padres paulinos ba. Su vida cotidiana, sencilla que cuidaban de la salud es- pero intensa, y su fé en las Ánipiritual de aquella Casa mas Benditas del purgatorio, a de Huérfanos. las que profesaba una acendraAsí recordaba Ambrosio, da devoción, le permitían estar los años habían transcu- siempre en la línea del bien. rrido casi sin sentirlos, y se fue volviendo Ambrosio sabía que siendo hombre. huérfano nadie le podría ayudar, a excepción de las Ánimas Cuando el amor infla- que “protegen de todo peligro mó su corazón empre- a las personas que rezan por su zó a inquietars, y aún redención todas las noches“, más, a poner atención como le repetía constantemenen las muchachas te el padre Vicente; y él mejor huérfanas que todas las que nadie lo sabía porque se lo tardes bajaban a cuidar habían demostrado en más de las flores del jardín. Una una ocasión. Por eso les tenía que otra mirada furtiva y tanta fé.

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Perdido en sus rememoraciones y en su máquina de coser, Ambrosio apenas si oyó la campana de la modesta capilla del Hospicio llamando al Angelus, casi al mismo tiempo que terminaba de darle los últimos toques al pantalón. El sol se había ocultado y la penumbra apoderado de los claustros y patios de la Casa de los huérfanos.

Caminaba ensimismado hacia las puertas de su futuro dudoso. La ansiedad le obsesionaba a cada paso. La idea fija de tener que enfrentar solo almundo, sin la suave cobija de los aposentos del Hospicio casi le cortaban el aliento. Tendría que tomar decisiones, y toda lágrima que a partir de entonces derramaDejó su tarea en el canasto de ra, habría de secarla por vara de coyote que tenía a su sí mismo. La aflicción hacía lado y tomando su devociona- presa de Ambrosio Corres y rio de la mesa del taller, salió por eso sus manos temblaban de prisa rumbo a la capilla, en tanto como su alma. tanto la oscuridad del pasillo lo arropó con su sombras. Embebido en su labor, Ambrosio no se percató del Después de haber rezado en la avance la noche. Muy canCapilla de las Ánimas del tem- sado, dispuso dejar de traplo de la recolección, Ambro- bajar cuando el reloj del sio regresaba aquel lunes del campanario de la capilla mes de octubre a la Casa de de los terciarios marcó las Misericordia por la callde de once. Guadalupe.

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Guardó sus aperos. Apagó el fuego, y cubriendose el cuello con una bufanda de lana salió rumbo al dormitorio de hombres. Sin embargo, vaciló . Entonces, regresó al taller por su devocionario, atravesó el patio y se escurrió por la puerta pequeña de la sacristía. Al entrar a la iglesia se sorprendió mucho al percibir que al fondo, bajo el coro, resaltaban sobre la oscuridad unas figuras revestidas de blanco aparentemente rezaban en alta voz frente a un cristo crucificado, portando en las manos candelas encendidas. Por lo denso de la obscuridad, no pudo distinguir mayor detalle.

De pronto, Ambrosio emergió de su rezo y de su meditación angustiosa. El silencio sonando con toda su fuerza en la capilla le horadó el cerebro. Asombrado, cerró el libro y se levantó. Sólo entonces se percató que en la capilla no habí nadie. Ambrosio abandonó la capilla por la misam puerta por donde había entradp, pero al instante, se detuvo sorprendido: al fondo del patio creyó ver una especie de procesión de almas vestidas con hábito blanco y con velas encendidas en las manos.

Los músicos de la estudiantina de don Felipe pasaban con cuidado las sendas de polvo, Ambrosio salió de su estupo. mientras la silueta del Cerro Concluyó que eran las Her- del Carmen se cincelaba en la manas de la Caridad quienes noche u los árboles se atosirezaban el oficio nocturno, por gaban de sereno. Al fin se delo que en el mayor silencio po- tuvieron frente a una casa de sible se retiró a un rincón y se alero bajo y balcón de hierro introdujo de puntillas en las forjado. Afinaron los instruoraciones de su devocionario. mentos e iniciaron la serenata.

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Los cinco hombres tomaron la calle de la corona. Caminaban despacio, ahora en silencio, viendo dónde pisaban, para evitar tropezar con las piedras de la calle mal balastrada, mientras se cubrían el cuello y la boca para evitar enfriamientos de garganta. De repente al llegar al tanque Candelaria, se detuvieron asombrados: En lo opaco de la calle de Candelaria vieron recortadas con toda precisión una columna de personas ataviadas de blanco, con actitud de oración, camiban despacio, con cirios en las manos. Sin experimentar temor alguno,los jóvenes cayeron de rodillas sobre las lajas de piedra del tanque. La primera tranquilidad sentida abandonó de inmediato. El pánico secó su paladar. Despavoridos corrieron hacia la calle de Santo Domingo.

La angustia desmadejaba el alma de Ambrosio a punto de salírsele del cuerpo. Quiso huir, pero no pudo. lo sombrío de la callese le volvió tornado y cayó al suelo sin sentido. Ambrosio Correa recorría la calle de San Francisco rumbo al taller de Sastrería de don Antonio Flores López. Era su primer día de trabajo. Le costaba creerlo. Recordaba todavía como se había cansado recorriendo la ciudad de taller en taller durante días, meses atrás, sin lograr el ansiado. No obstante, Ambrosio Correa sabía en lo más íntimo de su fé que el trabajo de maestro sastre, le había sido otorgado por las Ánimas Benditas.

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xocomil

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Xocomil Cuando vayas de visita al municipio de Panajachel, no te confíes de la tranquilidad de las aguas cristalinas del lago….

ban narrando historias de las aguas del lago, la fuerza del Xocomil y los seres sobrenaturales que salían de sus escondrijos durante la oscuridad de la noche. El motorcito del desvencija- Después de una curva muy do camión, de modelo atra- cerrada, el motor hizo un sado, seguía runruneando ruido extraño. mientras era conducido por -¡Es la chamucera! –gritó la serpenteante carretera el conductor, que también de la terracería que bor- era mecánico. El sol sobre deaba el lago de Atitlán. el horizonte se tornaba rojo En su interior viajaban y su fuerza ya no calentaba varios peones de una el ambiente. ficha hacia uno de los pueblos que se en- -Démonos prisa para llegar contraban junto a las a una finca, tal vez consigaaguas casi mágicas mos con que remolcar el del lago. camión, -dijo el conductor, Los peones platica- - pero alguien tiene que

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quedarse el pichirilo – agregó otro de ellos.

Repentinamente, alcanzo a ver una llama azul entre las enormes rocas y, al sentir el ataque Los mozos decidieron echarlo a agudo de los zancudos, se dirila suerte, así que la responsabi- gió a la cabina del picop. lidad de cuidar el viejo camión Desde la altura en la que se enrecayó en pedro. El peón no contraba, se podía ver la maquería , pero el jefe lo conven- jestuosidad del lago, pero no ción: tenía mucha agua. Sin embargo, sí podía distinguir que en una -Mañana te doy descanso, po- de las orillas del lago había un drás irte a tu rancho a ver a tu grupo numeroso de guerreros. mujer y a tus hijos. Te dejo la Los guerreros llevaban pieles llave. Vos juntás un fuego y des- tocados de plumas que hacían pués de cenar te metes a la ca- parecer que iban a salir volanbina subís los vidrios y te podes do. Se restregó los ojos y miró dormir como en tu rancho-. Sus con mayor atención. últimas recomendaciones fueron: Los restos del enjoyado prisio- No vayas a tocar las nero fueron lanzados al centro piezas del motor del del lago. Los guerreros atravecamión. saron el lago en silencio. Los Antes que la noche cánticos y rituales llegase apoderara de ban hasta los oídos de Pelugar, Pedro dro y pudo escuchar que junto fuego, los nombres de éstos preparó su café y descansó.

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últimos eran Gagavitz y Chetehauh.

De una población que pedro nunca había visto antes surgieron unos hombres. Iban ataCuando llegaron al lugar que viados con capas y tocados de habían elegido, se separó Ga- plumas y jade. Llevaban unas gavits. Para entonces, las aguas tinajas decoradas con peces. habían alcanzado su nivel. Las Vaciaron el contenido de aguas se oscurecieron y empe- sus tinajas y, mientras se zó a sentirse un fuerte viento esparcía entre las aguas que soplaba y estremecía todo del lago, se podía ver el ambiente, hasta que se formó que cambiaba el color un remolino, Gagavitz se lanzó del agua donde caía el al remolino. Las plumas de su contenido. Poco a poco, capa y tocado lo envolvieron, el color se fue extendienmientras su cuerpo se alargaba do por todo el lago. de acuerdo con las ondas del remolino, hasta que se convirtió Pedro tenía fiebre. Casi no poen la serpiente emplumada. día hablar y su mirada parecía perdida. Apenas se sentía su Gagavitz, convertido en remo- respiración y un sudor frío relino, se alejó por los cielos y corría su frente. Miraba a sus entonces el sol empezó a des- compañeros sin verlos. Quiepuntar. Por lo que pedro pudo nes decidieron llevarlos al ver, aunque no escuchaba nada, hospital de Sololá. La sulos grandes señores estaban di- bieron al camión que vidiéndose el lago en dos mita- les iba a servir de redes. molque y se apresuraron a llevarlo por

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el camino serpenteante.-A mí siempre me han dicho que hay que andar con cuidado si pasás la noche junto al lago –continuó relatando Antonio mientras viajaban. –Me contaba mi padrino José que un hombre tuvo necesidad de irse por la tarde con su mujer y su hijito a San Pedro La Laguna. Le aconsejaron que mejor se esperara porque ya empezaban a sentirse el viento Xocomil, no fuera a ser que se hundieran en el lago. Dicen que, sin entender razones, el hombre subió a su familia al cayuco, pero no pudo alejarse tanto porque, cerca de la orilla, lo atrapó una ola y dio vuelta el cayuco. Los tres cayeron al agua. El hombre sostuvo al niño y nadó a la orilla, pero la

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pobre mujer se atragantó con el agua, se hundió y empezó a chapotear como pudo. Perdió su corte y listón, y se le rompió el huipil.Cuando llegó la gente del pueblo a ayudarlos, le dijeron al hombre que el Xocomil le había robado el alma a su mujer. El anciano dijo que tendría un encuentro con el Xocomil. Y así fue. A saber con qué palabras y con qué amenazas habría convencido al Xocomil, pero recuperó el alma de la mujer. Al regresar, se fue a la casa de la mujer para hacerle beber un brebaje. Después de tomarlo, se volvió tan liviana como el viento así que el marido le ató las trenzas en el mecate de la casa. Después de unos días, la mujer empezó a soltar quejiditos y, poco a poco, la vida le volvió al cuerpo. Ya cura-


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da, no quiso saber más de lago y menos del gran viento Xocomil. Al fin, los peones llegaron a Sololá y se dirigieron directamente al hospital, para dejar a pedro al cuidado de los médicos. Luego llevaron al taller el viejo camión que había ocasionadotantos problemas. Ese mismo día, la esposa de Pedro, Josefa, también era llevada al hospital, por la madre y hermano de Pedro. Un susto más había pasado.

pecho. Los pasos los sintió cerca de su rancho, pero murieron cerca de la entrada. Trató de levantarse y no pudo. La luz del candil se volvió azulosa. Quiso rezar, pero tampoco pudo.

Empezó a ver nublado y cayó al suelo. Andrés, el hermano de Pedro, oyó el golpe contra el suelo y pensó que uno de sus terneros se había salido del corral. La encontraron tirada en el suelo. Como ya estaba amaneLa noche anterior, Josefa se en- ciendo, la llevaron al hospicontraba remendando la ropa tal de Sololá. de su marido. Ella se acercaba mucho a la débil luz de candil Afortunadamente, ambos para pasar el hilo por el ojo de esposos se recuperaron la aguja y seguir cosiendo. A la y relataron sus experienmedia noche, oyó que alguien cias a sus amigos y familiares. iba bajando por el camino. Al enterarse de todo lo que había pasado, la gente reafirmó Pensó que eran los ruidos de al- su temor y respeto por aquella gún perro. De pronto, sintió que quebrada que le había enseñael corazón de le latía con mayor do a Pedro el misterio del vienfuerza, a punto de salírsele del to de Xocomil.

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agradecimiento Hasta este punto... Muchas gracias. Gracias, a la oportunidad brindada para realizar una nueva edición de las leyendas que recorren con ahínco Guatemala, y las cuales han pasado a ser parte de nosotros como cultura. Gracias al magnífico Celso Lara Figueroa, que aunque ya no se encuentra con nosotros, su legado aún perdura en sus escritos y cada uno de los lugares los cuales recorrió para llenarnos con su literatura sobre Guatemala. Y a la magnífica manera de redactar cada una de las leyendas encontradas en el libro. Gracias, a las horas dedicadas y el esfuerzo brindado para poder llevar a cabo esta nueva edición. Gracias Lic. Edgar Garrido por las revisiones y correciones, para brindar al lector una edición de calidad. Gracias al ilustrador, Maghita.artist que con tan arduo trabajo y dedicación, brindó una edición más, formando parte con el resto que se han llevado a cabo de Celso Lara. Por la confianza y por creer, Infinitas Gracia.s

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Glosario

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Te lo cuenta Guatemala

Acendrada: Que es puro y no tiene ningún defecto. Aguzo: Avivar el entendimiento o los sentidos, para que perciban mejor y con más detalle Albura: f. Blancura perfecta. Alcurnia: f. Ascendencia, linaje, especialmente el noble Alero: m. Parte inferior del tejado, que sale fuera de la pared y sirve para desviar de ella las aguas llovedizas. Aperos: m. Conjunto de instrumentos y demás cosas necesarias para la labranza. U. m. en pl. Ataviado: tr. Componer, asear, adornar. U. t. c. prnl. Ayuntamiento: m. Esp. Corporación compuesta por el alcalde y varios concejales para la administración de los intereses de un municipio. Bajareque: m. Col., C. Rica, Ec., El Salv., Guat., Hond., Nic. y Ven. Pared de palos entretejidos con cañas y barro. Balastrado: m. balasto ( capa de grava). Bartolinas: f. Cuba, El Salv. y Hond. calabozo (‖ aposento de cárcel). Bosquejado: tr. Pintar o modelar los primeros rasgos de una obra, sin definir las formas del todo ni darle la última mano. Carbonero: m. y f. Persona que fabrica o vende carbón. Caviló: tr. Pensar con intención o profundidad en algo. U. t. c. intr. Cayuco: m. Embarcación india de una pieza, más pequeña que la canoa, con el fondo plano y sin quilla, que se gobierna y mueve con el canalete Chamucera: u horquilla es una pieza de metal o madera con una muesca en que descansa y gira cualquier eje de maqui naria.

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Leyendas Celso Lara

Chetehauh: Hermana del dios Gagavitz. Chirriante: adj. Que chirría. Cirios: m. Vela de cera, larga y gruesa. Crispó: tr. Causar contracción repentina y pasajera en el tejido muscular, en cualquier otro tejido de naturaleza contráctil, o en una parte del cuerpo. U. t. c. prnl. Crónicas: f. Artículo periodístico o información radiofónica o televisiva sobre temas de actualidad. Culebra Tamagás: serpiente se caracteriza por que tienen unas esca mas grandes encima de los ojos y otras en el hocico, el hocico es puntiagudo, su cuerpo es de tamaño mediano a corto, es relativamente delgado y de forma cilíndrica, promedio de 50 a 65 cm y lo más que puede llegar a medir son 70 centímetros de largo. Desgano: f. Falta de gana, interés o deseo. Desvenajado: tr. Aflojar, desunir y desconcertar las partes de algo que estaban y debían estar unidas. U. t. c. prnl. Embebido: tr. Empapar, llenar de un líquido algo poroso o esponjoso. Fogarones: Conocido en la celebración de la quema del Diablo, en la que se quema basura como simbolo de alejar toda impureza, en fogatas. Fogosos: adj. Ardiente, demasiado vivo. Funesto: adj. Triste y desgraciado. Gagavits: Es el dios conocido en la cultura de Sololá, el cual se convierte en la serpiente emplumada. Hospicio: m. Establecimiento benéfico en que se acoge y da mantenimiento y educación a niños pobres, expósitos o huérfanos.

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Te lo cuenta Guatemala

Huipil: Landó: Mengala:

m. El Salv., Guat., Hond. y Méx. Especie de blusa adornada propia de los trajes indígenas. m. Coche de cuatro ruedas, tirado por caballos, con capotas delantera y trasera, para poder usarlo descubierto o cerrado. América Central. Mujer del pueblo soltera y joven.

Mozos: m. y f. Persona que sirve como criado, en especial la destinada a un menester determinado. Mustia: adj. Melancólico, triste. Nía: Definición de “nia” en Guatemala es “señora” Nixtamal: m. El Salv., Hond. y Méx. Maíz ya cocido en agua de cal, que sirve para hacer tortillas después de molido. Operario: m. y f. obrero (trabajador manual). Patacho: Méj. y Guat. Manada; pequeña recua (multitud de bestias) Patoja: m. y f. Guat. y Hond. Niño, muchacho. Peones: m. y f. Jornalero que trabaja en cosas materiales que no requieren arte ni habilidad. Pespuntes: m. Labor de costura, con puntadas unidas, que se hacen volviendo la aguja hacia atrás después de cada punto, para meter la hebra en el mismo sitio por donde pasó antes. Pichirilo: m. C. Rica, Ec. y Guat. Automóvil pequeño, especialmen te el viejo y destartalado. Purgatorio: m. Rel. En la doctrina católica, estado de quienes, ha biendo muerto en gracia de Dios, necesitan aún purifi carse para alcanzar la gloria.

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Leyendas Celso Lara

Sacristía: f. En una iglesia, lugar donde se revisten los sacerdotes y están guardados los ornamentos y otras cosas perte necientes al culto. Saguán: Sala o pieza de una casa inmediata a la puerta principal de entrada. Saño: f. Furor, enojo ciego. Sereno: m. Humedad de que durante la noche está impregnada la atmósfera. Sopor: m. Adormecimiento, somnolencia. Tanate: m. El Salv., Guat., Hond. y Nic. Lío, fardo, envoltorio. Tecomate: m. El Salv., Guat., Hond., Méx. y Nic. Especie de calabaza de cuello estrecho y corteza dura, de la cual se hacen vasijas. Tocado: m. Peinado y adorno de la cabeza, en las mujeres. Trebejos: m. Utensilio, instrumento. U. m. en pl. Tupidas: adj. Que tiene sus elementos muy juntos o apretados. Tusa: f. C. Rica, Ec., El Salv., Guat., Hond. y Nic. Hoja que en vuelve la mazorca del maíz. Cigarrillo hecho de una hoja de maíz. Vacilación: f. Perplejidad, irresolución. intr. Dicho de una persona: Titubear, estar indecisa. Vigor: m. Fuerza o actividad notable de las cosas animadas o inanimadas. Vorágine: f. Aglomeración confusa de sucesos, de gentes o de co sas en movimiento; f. Remolino impetuoso que hacen en algunos parajes las aguas del mar, de los ríos o de los lagos.

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ilustrador: ŠMaghita.artist


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