Carlos Ríos - Háblenme de Rusia + Iglú

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HÁBLENME DE RUSIA/ IGLÚ Carlos Ríos

Goles Rosas Colección suplementario



HÁBLENME DE RUSIA (1996)

¡Rusia! ¡Rusia! Te veo, te veo desde este portento que es mi maravillosa lejanía. Gógol



Nevskii Prospekt ¿Nieva en San Petersburgo esta noche, cuando el ademán atraviesa una cara? Hablemos de este hielo, Nadia o de los suplementos deportivos. Que el pronóstico televise, a medianoche, esa cárcel de nieve. ¿Nieva en San Petersburgo esta noche, cuando el ademán atraviesa una cara? Los perros, que no mienten, así lo afirmarían: -Nieva en esta ciudad, que no es la nuestra, y han llevado los huesos de las sabias princesas a otro frenesí, ladies in darkness. Aullamos con esmero, al fin y al cabo de Siberia venimos. No somos Allen Ginsberg.


Entonces los padres se arrodillaron y pidieron por Gavril, el niĂąo del suplicio alveolar. Resumen de almohadillas que en un ir y venir, en pliegues disimulan el aire que les queda. Una de las criaturas (Alexis, Natasha o Mertov) se distrae de las curas que dispone papĂĄsha. Vuelve la cara inquieta. En su mano la hormiga lleva el verano a Mochkba en una rama seca.


¿Y cuando le pidieron la cabeza al jugador? Le mandaron una carta sellada pero él ya no estaba. Tenía 27 años y una esposa de hielo. -Hagan juego. -¡Aliosha! Más vodka en este vaso. Un poco más a ellos, son nuestros ganadores. A jugar, antes que la luz nos encuentre y se lleve el granizo de las cartas marcadas.


¿Dónde está la minusválida letona enamorada del atlético Simbirsk, ala derecha del Dínamo de Kiev? En el Lada bordó rasga la nieve, arrima, abre cauce en la estepa. ¿Dónde está la minusválida cirílica enamorada del atlético Simbirsk? La zurda del once calzó con ortodoxia en su cabeza rusa.


¿Darán esas ancianas sus maduros blinís, sus pliegues al samovar de vidrio donde el hippie ordena con torpeza las plumas del faisán? Llevan en sus carteras matriushkas del orden platense, buscan en mostacillas nombres de condesa. Nikólai ríe, las mira desde el puente, en el agua dibuja el rostro más hermoso de su madre.


Pasa Petrushka en un auto alquilado servicio de Aeroflot. Pasa el mujik con su bufanda de sombra. Pasa Anatoli Karpov. Viaja en un percher贸n de los tiempos del zar. Pasa el gran Tarko. Ti帽e en su pulpa gris, su celuloide. En el Mosk贸vskie, hoy sus nombres al rev茅s.


Descenso de Laika fuera de órbita Olvídate de Rusia, perra ya no hay por dónde continuar. Cruda, la especie tasca su instrumento de hielo; en terraplenes, la Troika precipita otra técnica del espacio oriental. Los periódicos ocultan sus noticias al Politburó, la envían en zurdas claves a la sección de deportes: el Moskóvskie védomosti recupera el juego de sordinas cuando cargaban, perros su juicio en balalaïkas. Un apéndice de hueso crece, su inválida molestia anuncia gravidez animal: el glasnost ha derribado la torpe cápsula de aire. En Mochkba el mujik libera ácidos sobre el bronce de tu estatua, perra. No morderás, madrecita las parcelas de Alaska, esa perdida.



IGLร (2000)

un grito blanco, como un largo hueso de plata... Kurt Skรถtzelkind

el ojo proclama que todo es superficie Alfredo Prior



Estancia polar



... ... ... (Blancura: escala tímbrica o nevera.) … Alaska (esa perdida) en el goteo de la glándula, en el párpado de un hacha. ... Pasa el Capitán de los Podridos, el suburbio en su bufanda boreal. Hasta aquí llega su palabra exacta envuelta en una costra de viento. ... (Un cuerpo a cuerpo con la forma, entre vasta y andrógina.) ... Sus ballenas en el arco polar de una camisa de fuerza. … Aura de linternillas a ras de nieve


como en el juego de unas sábanas. … Es la zurda comitiva y nos recibe sin los brazos abiertos: los perdieron en el último avance del Ejército de Paz. ... (No hay Potosí, no insistan.) … … …


... ... ... Un fiordo ingresa el testigo que oscurece cada mosaico de agua, redes en el menstruo de la ballena. ... テ]imas que quiebran al posarse en las ancas del trineo. ... El cartテウgrafo lapテウn dobla su pulso si confirma que el viento merodea el hoyo de su madre. ... ... ...


... ... ... ¿Cómo se pisa en botas que acusan dedos de animal con su manía de huellas? Nadie encontramos que lo pueda explicar. Apenas el fabuloso suceso del trineo donde los perros recuperaron su patrón ingresándolo hasta el corazón del pueblo, el esfuerzo del desgarro en cada lomo. Días de síntesis en que cuerpos heridos dan de baja su próxima estación. ... ... ...


... ... ... En la trastienda del fiordo un glaciar disloca en resmas, armas de precisi贸n que van a dar al agua. ... 驴Es destrucci贸n el reflejo f铆sico del objeto que cede a los principios corrosivos cuya materia se esforzara en decir: partida en dos? ... ... ...


... ... ... (Después de mirar durante horas un montículo de nieve) En realidad, la única casa posible es el cuerpo. Allí prospera una incrustación microscópica que lo envuelve todo. ... Artífice impar de recursos infinitos el cuerpo señala la belleza del objeto que prepara hacia él: otro, y alguna vez lo vio partir al centro polar. ... ... ...


Port Savoonga



... ... ... ¿Hay algo más bello que perseguir el oso blanco en el océano blanco? * … Sí. El aceite de un bostezo en el pelo de la sombra; su rastro de criatura que al amuleto de la foca escarpa su silueta si el viento de día no la borra; aquel hombre excitado que busca colocarla en su trampa primeriza. ... Nada hacia dónde emigrar, agotadas las trampas, las estrellas y la tierra del caribú; lo que se oculta en el ojo de la muerte, en el cebo que ofrecí. ... Al oso blanco lo he dejado de ver: él, que ha prometido arrastrar mis vísceras hasta la vara mortal; pero no tiemblo, y no me ahuyenta que sangre el corazón, si el mar se ausenta. ...


En la nieve la palmada del hombre sobre la vejiga; asta de la criatura frotándose una especie de lamento. ... Unos a otros hombres y perros dándonos el corazón hacia ninguna parte; cuesta abajo en la ladera, en la colina y la pisada de la presa allí donde se muestra la lámpara del sueño; colgar el espíritu a la sombra, el ojo de la foca en la blancura. ... ... ...

_________ * Horacio Castillo. Alaska, Tierra Firme, 1993.



Hablemos de Rusia, de acuerdo. ¿Pero de qué Rusia? Está la Rusia inconmensurable de las novelas decimonónicas, y la Rusia de la Guerra Fría; está la Rusia de los films de vanguardia, y la que es Siberia; está la Rusia soviética y la zarista con sus sinfonías tardorománticas, con sus cosacos; está la Rusia de la perestroika y la del poscapitalismo… La Rusia de Carlos Ríos es un poco cada una de estas y no es ninguna en absoluto. Se trata de una Rusia cuya mayor cualidad es la lejanía: Rusia es lejos. Pero no una lejanía relativa, definida por la posición de quien escribe, sino una lejanía que la constituye. Rusia es lo lejos. Incluso cerca, esta Rusia siempre nevada, blanca y sin contornos definidos, es un lugar lejano e inabarcable, que se presenta en postales diminutas: una hormiga sobre una rama seca, perros que aúllan en la avenida de la revolución, Laika en órbita sobre el planeta que no la espera, imágenes invertidas en el espejo de un hotel. Una Rusia (y más distante aún, perdida, Alaska) hecha de filamentos de hielo o nieve, filigranas de lo imperceptible: oso blanco sobre paisaje blanco. Marcelo Díaz Carlos Ríos nació en Santa Teresita en 1967. Publicó los libros de poemas Media Romana (ediciones el broche, 2001), La salud de W.R. (dársena3, 2005) y en México La recepción de una forma (bonobos, 2006). Manigua, su primera novela, apareció por Editorial Entropía en 2009.

Goles Rosas pirateado en mdp


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