© de los textos: los autores © de los dibujos: las autoras Edita y promueve: FEAPS Principado de Asturias Colaboran: Gobierno del Principado de Asturias y Cajastur Ilustraciones: Páginas 34, 50, 58, 61, 64 y 70: Andrea Viñals Páginas 22, 24 y 30: Joana Margarit
Idea, coordinación, diseño y maquetación: González imás
Impresión: Eujoa S.A. Depósito Legal: Printed in Spain - Impreso en España Tirada: 1.000 ejemplares no venales FEAPS Principado de Asturias no se hace responsable de los contenidos de los textos de creación de las opiniones que se exponen en este libro que publica, cuya responsabilidad, autoría y derechos corresponden exclusivamente a los autores Reservados todos los derechos: Queda prohibido reproducir, almacenar en sistemas de recuperación informática y transmitir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado –el electrónico, mecánico fotocopia, grabación, etc.– sin el permiso previo de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual
Presentación
Constituye para Feaps-Principado de Asturias todo un orgullo poder incorporar a la sociedad esta obra conformada por las Miradas de algunos escritores que a través de sus palabras nos transportan a un espacio donde los protagonistas, y sus sentimientos o sensaciones comportan una realidad en tantas ocasiones ignorada. Deseamos provocar con este libro un clima propicio a la reflexión y a la observación facilitando a la vez espacios nuevos en la cultura y la literatura de modo que podamos sentir emociones desde las palabras y a través de los silencios que éstas mismas expresan... un clima para mirar los sucesos que nuestros protagonistas, las personas con discapacidad intelectual, viven cada día desde el papel que les corresponde en esta sociedad. Esta recopilación de escritos, os invita a leer y revisar, con el contar de sus narradores, las vidas de personajes que precisan de un gesto amigable, de una complicidad ineludible. Y por ello os ruego que retoméis pausadamente en el trayecto de vuestras
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vidas esta sencilla obra, que como la nuestra permanece atenta y fiel en defensa de los derechos de las personas con discapacidad intelectual. ...Y como los propios personajes de esta obra, y sus autores, asĂ Feaps, muy agradecidos. Casilda SabĂn (Gerente de FEAPS Principado de Asturias)
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En el tren, una mujer de cierta edad, distinguida, con su hijo, subnormal, de unos treinta años, el cual de vez en cuando le cogía el brazo, le daba un fuerte beso en él y la miraba luego beatíficamente. Ella, radiante, le sonreía. Yo no sabía lo que era una curiosidad petrificada. Lo sé ahora por haberla experimentado ante aquel espectáculo. Una nueva variedad de consternación me fue así revelada. (E.M. Cioran: Ese maldito yo. Tusquets Editores, Barcelona, 1987)
Prólogo Andrés Neuman
Geli cruza la meta Hay personas inteligentes que son de lo más tontas. El oficio más noble de la inteligencia, como escribe Javier Cuervo en este libro, es el de hacerse entender y entender a los demás. Cuando los otros son distintos, especiales, necesitan que los escuchemos: que seamos verdaderamente inteligentes con ellos, y no que nos pasemos de listos. No hablo tan sólo de los discapacitados –esas personas cuyas capacidades llegan desde otros lugares–, sino de toda nuestra hermosa, puta vida. El problema es que a muchos, como cuenta la historia de Forges y Millás, parece preocuparles que 6 y 7 den impar. Temen que determinadas cifras no serán capaces de conjugarse como los demás, o se empecinan en la superstición del número 13: ese número rechazado, especial, que no tiene la culpa de las limitadas aritméticas ajenas. Porque mierda, el amor qué estragos puede hacer en cada límite, cuánto pueden enseñarnos esas otras personas. Eso escribe Viñals, igual que Margarit recordaba, en un poema, una
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Andrés Neuman
noche de hace veintiséis años (dos por trece: veintiséis), cuando nació su hija herida por la luz de un corredor. Esa hija sonriente y de palabras trabajosas, de palabras que algunas escuelas rechazaron, y de huesos prematuramente fatigados. Eso dice Margarit. Y uno diría, también: mierda, yo mismo tengo ahora, exactamente, veintiséis años. Y también, de otra manera, sentí que en las escuelas no llegaban a quererme. Tal vez tengo más palabras, bendita sea mi suerte, pero he conocido, como la dibujante Joana, ese mundo inhóspito de la infancia, infancia perpetua en su caso. Y uno diría, en fin, que todos compartimos algo con ella, que tus facciones eran las nuestras. Dividiendo de otro modo los números de siempre, menciona Javier Cuervo la mejor parte de la inteligencia. Conozco a varias personas con discapacidad intelectual, y en todas ellas he tenido la alegría de reconocer una bondad que, en efecto, podríamos considerar fuera de lo normal. Se trata de una bondad demasiado leal, demasiado honesta, para pertenecer a nuestras más comunes aritméticas emocionales: una suma constante, una plenitud convencida que difícilmente esté a nuestro alcance. Hablo, quizá, de aquella seducción de la ternura iluminando el hueco. Hablo del entusiasmo meticuloso de Ángeles Martínez Abejón, Geli para los amigos, cuando le insiste a su entrevistador para que haga constar lo mucho que ella quiere a su monitora, eso ponlo, le ordena. A Geli su familia la mima bastante, o eso nos cuenta ella; aunque a veces, por qué no reconocerlo, siente también que acaso la protegen demasiado.
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Quien vive protegiendo a alguien, ¿no termina por aprender mucho acerca de su propia debilidad? Margarit ha dicho alguna vez que la única herramienta de su hija era el amor. Pero la convicción de esa herramienta era tanta, los lazos de su hija con sus seres queridos fueron siempre tan alegres y profundos que, al cabo de los años, sus padres no sabían ya quién cuidaba de quién. En lugar de limitados, Javier Cuervo los llama confusos; me parece un acierto, porque, en definitiva, todos sentimos miedo y confusión. Nadie conoce el norte absoluto. De modo que, adelante en el camino, ¿estamos seguros de quién guiará a quién? En un momento de desorientación, observando a una madre con su hijo discapacitado, Cioran menciona una nueva variedad de consternación. Si marchando nos espera una sorpresa tras otra, tal vez lo sabio sea vivir en permanente estado de asombro: acaso tú eres más sabio que yo –como escribe Piquero–, por más listo que yo sea. Geli también está en marcha. E incluso es una atleta. Ha ganado medallas. ¿Cómo hace Geli para llegar a la meta? Su estrategia es muy sabia: corre distancias cortas, eso dice, y le gusta que sean cortas. Estoy ahí, explica Geli, y a mí se me hace como que ese «estar ahí» es algo que merece pensarse bien despacio. Una idea que, sin duda, puede llegar lejos. ¿Y si la maratón de nuestra vida fuera una misteriosa sucesión de pequeños trayectos? ¿Y si la meta se cruzase a cada instante, a cada asombro? Tal vez, pensando así, es como Geli nunca deja de sonreír. La muy astuta.
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Conozco a otra mujer con alma de niña que, según dicen los médicos, sufre una seria discapacidad. Y, en efecto, a Andrea le cuesta hablar sin atropellarse, camina con torpeza y seguramente no sabría valerse por sí misma si la abandonasen unas calles más allá de su casa. Sin embargo, yo he visto sus cuadros, pintados con el mejor arco iris; he observado sus perros encendidos, sus leves mesas de acuarela, sus paisajes desparramados. Unos ensueños que yo nunca sería capaz de dibujar. También he asistido perplejo a su manera de leer los libros: Menard insospechada, ella acostumbra a reescribir pacientemente de su puño y letra cada página que lee, para entenderla mejor, dice. (Cuando Borges supo concebirla, esta idea fue aclamada como una genialidad.) Su padre, que es otro gran poeta, escribió algo así como que ella no vivía sola, aunque sola vivía. En su cuarto oscuro. Mi hija herida en lo secreto, la llama Viñals, esa hija suya que les recita poemas e historias de amor a los muñecos de su habitación. Ella sabe que, más tarde o más temprano, sus muñecos lectores se lo agradecerán. También Geli esta sola en su cuarto, y dice que se alegra. En ocasiones me meto en la habitación y me quedo allí unas horas, sin necesidad de ver a nadie. Nadie necesita a todos, todo el tiempo; todos necesitamos a alguien, a su debido tiempo. En su cuarto especialmente solitario, las personas discapacitadas imaginan, construyen, se hacen una idea del mundo, como todo el mundo. Igual que en aquel cuento de Forges y Millás, a la creatividad de estas personas les importa un rábano el sistema métrico decimal: ellos avanzan a su ritmo, y hasta acaban bailando. Al fin y al cabo –y pienso en la historia que cuenta Javier Lasheras– no todo el
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mundo sabe bailar para su amor, ni hacer aparecer un anillo dentro de un pañuelo. En este libro hay una voz que, desde Monmartre, cuenta sus sufrimientos, sus penas, sus trabajos. Cada vez que regresa a casa, ella piensa en su vida. Y entonces mira a su hijo, que es discapacitado intelectual, y sabe que, pese a todo, ha merecido la pena vivirla. Con su hijo a su lado, los viajes en metro de María tienen un sentido, un destino de esfuerzos y también de esperanzas. Por la ventana está entrando el futuro; eso escribe Margarit, y algo así debe de pensar también la María de Xuan Bello cuando mira a su hijo. Por mi parte, leo la entrevista que le hacen a Geli en este libro, y me golpea la claridad con que ella define su felicidad: Estoy llena de recuerdos felices; eso no quita que en ocasiones esté contenta y en otras, triste. Normal. Perfectamente normal, sí. Qué bien que nos comprendes, Geli, amiga. Supongo que también, a veces, necesitarás ayuda. Y tú, ¿querrías ayudarnos? ¿Nos dirás como se cruza la meta en las distancias cortas? Entonces ven; acércate y, como escribe Viñals, releamos juntos el comienzo de este texto.
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Joan Margarit
«Joana» del libro Luz de Lluvia, «Los ojos del retrovisor» del libro Aguafuertes, «Noche oscura en la calle Balmes» del libro Estació de Françia, «Cuarto de baño» del libro Estació de Françia y «Profesor Buenaventura Bassegoda» del libro Joana.
Joana Así serías a los quince años. Más alta y más esbelta, con más luz en los ojos, sin tu expresión de ausencia y la frente más amplia y despejada. Podrías caminar, firme y estable, y no te torcerías, con la espalda doblegada quién sabe por qué pena. Con manos bien formadas, leerías, saldrías con amigas, con amigos, podrías viajar sola, cuidarías tú misma de tus cosas. Soñar es parte de la realidad, y en ocasiones yo siento una hija, cerca a la vez y extrañamente ausente, que me imagino bajo el mismo amparo que la pequeña Anna, que murió hace ya muchos años. Las dos juntas habláis dentro de mí mientras crecéis, y sois, a veces, una que ha callado para siempre o que en ti me está sonriendo Joana, en el misterio de tu calma.
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Los ojos del retrovisor Los dos nos hemos ido acostumbrando, Joana, a que esta lentitud, cuando, al bajar del coche, apoyas las muletas, despierte los abstractos insultos de los cláxones. Me hace feliz tu compañía, la sonrisa de un cuerpo tan lejano de lo que siempre se llamó belleza, la penosa belleza, tan distante. Yo la he cambiado por la seducción de la ternura iluminando el hueco que la razón dejó en tu rostro y, siempre, cuando me miro en el retrovisor, veo unos ojos que no reconozco, pues brilla en ellos el amor dejado por las miradas, y la luz, la sombra de todo cuanto he visto, y la paz que me da tu lentitud, que está dentro de mí. Tan grande es su riqueza que no parecen míos los ojos del espejo.
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Joan Margarit
Noche oscura en la calle Balmes Cumplidos amenazas y temores -ya van a la vejez todas las calles-, frente a la clínica en la que naciste hace veintiséis años, en una noche oscura herida por la luz de un corredor. Indefensa, pequeña, aquí llegaste a tu sonrisa, esa playa suave, a la dificultad de la palabra, a las escuelas que no te quisieron, al cansancio en los huesos, a la calma cruel y aparente de los corredores que vigilan calladas batas blancas con frío rumor de ángeles. Torcidos los pulgares, la nariz como pico de pájaro, confusas las líneas de la mano: tus facciones eran las nuestras y a la vez del síndrome, igual que si este fuese tu otra madre, desconocida, oculta en el jardín. Lejos de la belleza y de la inteligencia, ahora sólo importa la bondad, lo demás es cuestión de un mundo inhóspito del cual nos es difícil ocultarnos en los raros trayectos de la felicidad.
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Noche oscura en la calle Balmes
Vuelvo al jardín oscuro que miraba desde la máquina de hacer café, única compañía de aquellas madrugadas. Vuelvo a la culpa y al remordimiento, viejos escombros que atravieso aún: las manos se negaron a hacer lo que deseaba. Qué respeto para la lucidez de aquellas manos que hoy, vueltas contra mí, me agarran por el cuello en la vejez, forzándome a mirar a una mañana en que, haciéndome frente, te salvó tu ternura. Viejo malentendido de la felicidad, y el mundo alrededor, ni amigo ni enemigo: veo gente que pasa por las calles, las obras, los despachos, indagando acerca de las lágrimas perdidas. Tú eras la flor, nosotros el ramaje y, al deshojarte, el viento nos dejaba desnudos, oscilando de dolor. Aún te protejo y al pasar tan cerca del oscuro jardín de aquel verano, me asomo y vuelvo a ver aquella débil luz de la máquina de hacer café. Veintiséis años. Sé que soy feliz,
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Joan Margarit
que he tenido la vida que merezco. No podría ser nunca nada más que fuera ajeno a ella, azar y fuego. Azar para la vida, fuego para la muerte para así no tener siquiera tumba.
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Cuarto de baño Al ducharte, vigilo que no caigas y te seco la espalda, con suavidad recorro la larga cicatriz del espinazo. Por la ventana está entrando el futuro: tu vida es el pequeño espacio de tu cama y tus discos, este cielo de unas cuantas personas y una casa. Y yo, por vez primera, ya no estaré contigo. No vendré si me llamas. Por vez primera yo no acudiré. Te miraré desde retratos en esos álbumes que con frecuencia miras y no te diré nada. Tu héroe amargo, capaz de haber vivido para ti, no sabe morir.
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Profesor Bonaventura Bassegoda Le recuerdo alto y grueso, procaz, sentimental. Usted, entonces, era una autoridad en Cimientos Profundos. Inició siempre nuestra clase así: Señores, buenos días. Hoy hace tantos años, tantos meses y tantos días que murió mi hija. Y solía secarse alguna lágrima. Teníamos veinte años, más o menos, y el hombre corpulento que usted era llorando en plena clase, nunca nos hizo sonreír. ¿Cuánto hace ya que usted no cuenta el tiempo? He pensado en nosotros y en usted, hoy que soy una amarga sombra suya porque mi hija, ahora hace dos meses, tres días y seis horas que tiene sus profundos cimientos en la muerte. (5 de agosto del 2001, a las 12 de la noche.)
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José Luis Piquero
El intruso Acaso el mundo se hizo para otros o quizá sólo estaba distraído pero a veces todo va demasiado deprisa para mí. ¿Podrías, por favor, repetir la pregunta? Supongo que no soy alguien con quien se cuente. Lo comprendo, si yo mismo no tengo grandes planes. Bien, ¿qué harás al respecto? ¿Fingirás que no existo? Ahora piensa en todo lo que tú tienes. Quítale la mitad y a esa mitad le quitas la mitad y eso es lo que yo tengo. Sin embargo me conformo con poco: ser feliz. ¿No será pedir mucho? ¿Tú qué opinas? Pues yo lo quiero todo, como tú. Déjame que lo vuelva a intentar. Hazme sitio. Mira esto: dos manos y dos ojos y dos piernas; soy casi un ser humano. A lo mejor el mundo sí se hizo para mí.
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José Luis Piquero
Cazador de autógrafos X, el más implacable cazador de autógrafos de Asturias, siempre acechante ante cualquier popular famoso o importante que aterrice en nuestra región, consiguió cobrarse varias piezas en la fiesta de...
(Leído en la prensa).
Vestido con mal gusto y ese aspecto de perro triste, eres mi pesadilla y también una incógnita. Quisiera saber cómo es el mundo cuando abres los ojos para ver la gloria ajena, y si serás feliz y todo eso. E intento comprender y, elucubrando, empiezo a imaginar más amplias miras para lo tuyo: mención en el Guinnes, congresos de cazadores de autógrafos, un mundo clandestino –como el nuestro– con revistas, no sé, correspondencia... O tu fascinación sencillamente por gentes que han de serte tan extrañas y complicadas como tú lo eres para mí, o lo que dirán tus padres, una forma cualquiera de pasar, de haber estado aquí.
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Cazador de autógrafos
Mientras nosotros fingimos no escuchar, tú cuentas otra historia a uno que finge que te escucha (cómo dijo y el gesto de las manos y el ambiente que había) y luego exhibes con orgullo las pruebas indudables del contacto (la firma y una foto), y de eso vives, de eso te alimentas. Ojalá no tuviera la sospecha de que nos parecemos demasiado y que compadecerte es un pretexto. Acaso tú eres más sabio que yo: Un perdedor sin más. Todos perdemos.
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Juan José Millás Antonio Fraguas «Forges»
«El caso del número discapacitado» del libro Números pares, impares e idiotas.
El caso del nĂşmero discapacitado
El caso del nĂşmero discapacitado
Un siete y una sieta se casaron y tuvieron un hijo que resultĂł ser un 6. Incapaces de reconocerse en aquel niĂąo, se echaron a llorar desconsoladamente.
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Juan José Millás / «Forges»
El médico que atendió al recién nacido les aseguró que habían tenido un hijo discapacitado. –Nunca podrá llevar una vida normal, aunque mi consejo es que busquen un colegio donde lo acepten durante los primeros años para que se socialice hasta donde le sea posible.
Los padres encontraron un colegio de los llamados de integración y todas las mañanas llevaban al 6, que se pasaba el día intentando adaptarse, sin éxito, a las costumbres de los sietes.
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El caso del número discapacitado
Por aquellos días se dio la circunstancia de que en otra zona del Sistema Métrico Decimal un nueve y una nueva muy sabios tuvieron un hijo que resultó ser un 8. El médico se apresuró a decirles que habían tenido un hijo disminuido física y psíquicamente; un discapacitado, en fin.
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Juan José Millás / «Forges»
Pero el nueve y la nueva no se conformaron con este diagnóstico y viajaron a lo largo y ancho del Sistema Métrico Decimal buscando la opinión de doctores, filósofos y matemáticos de otras latitudes. Adoraban a su hijo y no estaban dispuestos a hacerle llevar una vida de discapacitado sin agotar antes todas las posibilidades.
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El caso del número discapacitado
Finalmente, el nueve y la nueva reunieron a un equipo de eminentes doctores que procedían de todos los rincones del Sistema Métrico Decimal. –¿Con quién han comparado ustedes a este 8 para llegar a la conclusión de que es subnormal? –preguntaron al médico que había hecho el diagnóstico. –Con otros nueves, naturalmente –respondió el médico con gesto de suficiencia.
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Juan José Millás / «Forges»
–¿Y usted no había oído hablar de la existencia de otros números diferentes de los nueves? –Pues no estoy seguro... –respondió el doctor de forma evasiva. –Pues este número que a usted le parece un discapacitado –añadieron– es perfectamente normal. Lo que ocurre es que se trata de un 8. Lo convertirán en un discapacitado si le obligan a comportarse como un 9.
La noticia salió en todos los periódicos del Sistema Métrico Decimal y la leyó la sieta que había tenido un hijo 6. –Fíjate lo que dice aquí –dijo dirigiéndose a su marido–. Dice que no hay números discapacitados, sino diferentes.
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A partir de ese día, aceptaron la diferencia de su hijo 6, que en seguida, al ser tratado como un número normal, se convirtió en un número normal, con capacidad para crecer y para jugar y para madurar. De mayor, ocupó un puesto, como el resto de los números, en el Sistema Métrico Decimal y fue todo lo dichoso que se puede ser en esta vida.
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Javier Lasheras Mayo
Chachachá La inteligencia consiste no sólo en el conocimiento, sino también en la destreza de aplicar los conocimientos en la práctica. Aristóteles
Todavía recuerdan las noches de humedad amarga, la lluvia de deberes y obligaciones que tanto les desagradaban. Pero también el tacto clandestino de sus cuerpos cuando danzaban al son de bachatas, merengues y otros ritmos de sabrosura. Lo hacen ahora mientras hojean el álbum de fotos. Y entonces se miran y sonríen. Yo lo recuerdo muy bien. Porque desde aquella templada tarde, como todos los lunes y jueves del año, a Ariel y Silvia ya no les iba a parar los pies ni dios. Llegaban desde su Centro de Atención al salón de baile junto con otras parejas y, durante dos horas, aprendían los pasos y los giros, los cambios y los dejes. Silvia le reprochaba que le sudaran tanto las manos y él se defendía diciéndole que, en la pose final, se dejaba caer con miedo sobre sus brazos. Eran tonterías, claro; un hablar por hablar, naderías para llenar el vacío del descanso, porque su baile parecía la unión de las dos manos de un mismo cuerpo pensante. Y así hasta que de nuevo empezaba el danzón. Además, se gustaban, se remiraban y ponían todo su arte para derrocharse por los ojos y disfrutar. No hacía falta ser un consumado bailarín para saber cuándo dos son una pareja ideal.
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Javier Lasheras Mayo
Pero aquella tarde les arengué para que al fin aprendieran el nuevo paso. Algo más de un mes llevábamos ensayando el intrincado pero lucido setenta. Sí, era difícil hacer bien el setenta. Ariel marcándole con la mano los giros y anticipándole el paso, cruzando sus brazos como un revoltoso remolino, justo por encima de los hombros, sin perder de vista su mirada, sonriente y zalamero, siempre con alguna de sus manos unida a la de ella. Recuerdo que a mí me costó un gran esfuerzo dominarlo con el garbo y la destreza precisa hasta conseguir que pies y manos dieran al movimiento de mi cuerpo una elegancia natural. Hacerlo así, sintiendo el ritmo sin pensar y, sobre todo, hacerla volar como seda que dibuja trazos en el aire. Pero de improviso, Silvia se separó de Ariel y comenzó a gritar como una fiera: «¡Bestia, me has hecho daño! ¡Mira, mira mi mano!» Todos nos quedamos quietos, sin entender qué les había ocurrido. «¿Y mi anillo? ¿Dónde está mi anillo?» Se puso como loca. Echamos la mirada y las rodillas al suelo en busca del aro de Silvia. Ariel se sentía culpable, todavía con su cara sofocada. Pero la pesquisa fue en balde. El anillo no apareció. Yo le pregunté si tal vez lo habría dejado en casa, pero ella me aseguró que jamás se lo quitaba. Mientras, Ariel continuaba a gatas por el suelo, escondiendo su vergüenza. Y, de repente, se desplomó. Comenzó a convulsionarse como si le hubieran aplicado una descarga eléctrica, lleno de espasmos y sacudidas en las extremidades. De inmediato Silvia se echó sobre él, desanudó el pañuelo de su cuello y se lo metió en la boca para impedir que Ariel se mordiera la lengua.
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Chachachá
Entre varios logramos sujetarlo hasta que llegó la ambulancia y se lo llevó. El episodio no pasó de ahí. No era frecuente, pero yo ya estaba avisado que a veces Ariel padecía ataques. Lo que me sorprendió fue la rapidez de Silvia. No esperaba que fuera capaz de una respuesta tan certera. El jueves siguiente acudieron al salón como cualquier otro día, como si nada hubiera ocurrido. Cuando llegó el descanso, después de la primera hora, Ariel me pidió que pusiera la canción que más le gustaba. Se fue a por su reina y la sacó a bailar. Y cómo la hizo bailar, cómo la mandó, el enamorarse más de ti todos los días, cantaba Silvia y es una promesa, es una promesa, respondía él. La entró y la sacó, ahora vuelta interior con la derecha, ahora una paradinha, para que la niña se luciera y dame tu permiso sí, y moriré en tus ojos. Será un compromiso para mí el de volverme loco, cantaban. Ritmo, ritmo y Silvia embrujada con el son de la salsita que le iba poniendo brillos de estrellas entre los dientes. Y al final, cómo se dejó caer para que él la recogiera entera con su brazo. Cuando retomaron la vertical, todavía arropados por nuestras ovaciones y aplausos, Ariel le entregó el pañuelo rojo que tres días antes tanto le había ayudado. «Dentro hay una cosa para ti», dijo él, jadeante aún por el baile. Y ella, con todo cuidado, acalorada en el arrobo, fue desplegando el pañuelo hasta encontrar su anillo perdido. Ahora, después de dos años, mientras me enseñan las fotografías de su casa, ya vienen solos al salón, o mejor dicho, juntos, tan juntos como cada día cuando van a comprar el pan o pasean por
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el barrio. Porque eso era lo que más querían. Y nada ni nadie pudo impedírselo a pesar de la incomprensión de muchos, de las escasas ayudas, del precario puesto de Silvia en la empresa de limpieza y de las crisis de Ariel. Nada. Y siguen bailando y bailando. No paran de bailar el mambo, la salsa y el chachachá. Todavía hoy sigo preguntándole cómo diablos logró encontrar el anillo de Silvia y él me responde cantando: «La culpa fue del chachachá». Y sonríen, vaya si sonríen, con esa mirada tierna y secreta que tienen las parejas al bailar.
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José Viñals
«El amor en carne y hueso», poema escrito en 1971, del libro Jaula para Juan (Poesía reunida, tomo 2).
El amor en carne y hueso Digo: es de día. Digo: el mundo es absolutamente ilimitado. Digo: he descorrido la cortina y veo, sin moverme de mi sitio, la cordillera de los Andes a cuatrocientos metros de mi mano. Digo: eso, a mi derecha, porque frente a mí sólo adivino, entre los edificios y los árboles, la plaza de toros de Santamaría. Digo: precisamente ahora veo cruzar el cielo dos, y enseguida uno más, de estos escasos pájaros bogotanos, de esta ciudad sin pájaros. Digo: Buenos Aires está tan lejana que nada significa el número de kilómetros; y estos pájaros, sean lo que sean, jamás llegarán a mi país. Digo: alguna vez regresaré, pronto tal vez, con mi niña curada de su mal, mi hija herida en lo secreto de su cerebro alborotado por imaginaciones sencillas. Y lo digo creyendo, a pesar de la razón, que algún día recuperará (ella también, como yo a mi país) su muñeco feo y maloliente que fue una de las últimas cosas que tiramos a la basura antes de salir de Buenos Aires. Digo (para que se entienda hasta qué punto tu persona, tus hábitos, cuentan en este mundo ilimitado –el mundo que es así y se da así, ilimitadamente, al que no se va, del que no se viene, el que nos ilimita y es del todo inconcebible para la razón sedentaria–, para que se vea hasta dónde de tu propio ser dependen los climas, hora, dimensiones e historias de este mundo), digo: esperemos a que sea de noche (si es de día) o a que sea de día (si es de noche) y releamos juntos el comienzo de este texto. Y sentirás tu día o
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tu noche tan distintos de los míos, tan distintos, tanto como que quizá no estés en Buenos Aires y ni siquiera en Bogotá; tanto como que jamás fuiste extranjero; tanto como que tu hija (si hay una hija) podría estar haciendo ahora mismo el amor con todo el esplendor de su vida, como me gustaría que hiciese el amor mi hija, el día (¿o la noche?) en que lo hiciere, con su cerebro en calma ya, desalojados esos huéspedes contrahechos, grotescos o malignos. En su nombre, en el mío, digo: muñecos de mierda. Y te lo digo, hija: así ocurrirá; así llegará el esplendor a tu mundo y alguien convivirá tu mundo, ilimitado y raro, a tu medida. Digo: mierda, el amor qué estragos puede hacer en cada límite.
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Andrea (…) Mi hija –que vive con nosotros y tiene ya 44 años– es una maravilla, culta, dueña de un lenguaje y una estructura de lenguaje sorprendentes, sociable, afectuosa y convivible, es, desde luego, minusválida pero tenue y limítrofe aunque, a causa de su lesión cerebral, tiene bastante quebrantado su esquema corporal. Sigue apegada, patológicamente apegada diría yo, a sus incontables muñecos: jamás se desprende de ninguno y los considera seres animados, y hasta personas. Tiene un perrillo formidable. (…)
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La inteligencia triunfante La mejor parte de la inteligencia empieza donde reconoce sus límites, cuando se asoma a sus bordes y no hay más firme. A partir de ahí idea horizontes: otra inteligencia empieza a trabajar para columbrar otro confín. En ese espacio sin terreno está lo mejor de la humanidad, el mapa en el que se sitúa más lejos de la animalidad. Es un mapa moral de deseos realizables pero lejanos. En esas coordenadas se idean alternativas al éxito de la fuerza, se adornan las causas de la convivencia y se dibujan los afectos. Es el espacio de la gran creación en el que nos soñamos el mejor animal sobre la Tierra. La potencia de la inteligencia que entiende es muy limitada. Hace siglos que no entendemos lo mismo. A cada examen de reválida volvemos a suspender. El debate de las mejores inteligencias del mundo –y a este acto, entrada libre, todas han sido convocadas– no pueden evitar la guerra aun sabiendo que esa otra inteligencia que ve más allá de los límites no quiere avergonzarse con otro desastre de los conocidos desde que la especie quiso separarse de su animalidad. La guerra es el ejemplo social extremo de una realidad incomprensible. Ya estamos situados: nos encontramos en un mundo que funciona solo, metidos dentro de una realidad que no podemos comprender ¿Les suena? Ustedes saben cómo moverse ante alguien en esa situación de desconcierto ante un mundo incomprensible, aunque sea el
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más cercano y hogareño, ese en el que los demás nos desplazamos ágilmente entre conocimientos y sobreentendidos. Moverse ante alguien en esa situación es marcar un horizonte, cercano pero lleno de esfuerzo, y conducir hacia él al ser confuso con paciencia, cariño, cuidados y tenacidad. La cuchara a la boca, una mano hacia la otra –plas–, la higiene básica, la lectura, la música… todo hasta un centímetro más allá de donde sea posible según qué grados. Para los demás, su actitud es muy admirable; su situación, poco envidiable. Admiración sin envidia… es demasiado positivo para lo que es frecuente. Demasiado bueno para ser bueno. Bien ¿Qué hacemos? Hablen ustedes. Saben más de ello. La inteligencia que quiere entender, ya lo hemos dicho, es muy rica, muy productiva, pero muy limitada: una huerta feraz pero pequeña. La inteligencia –ya, ya sé que ahora se habla de las inteligencias– se mide mal consigo misma por exceso y por defecto. Y sin embargo, la inteligencia, todas las inteligencias, no hacen más que medirse entre sí para intentar comprenderse, a veces, para dominarse, para todo tipo de fines. Sí sabemos que cuando dos inteligencias no se entienden están fracasando las dos, la más alta y la más baja. Porque el oficio de la inteligencia es entender y hacerse entender. ¿Qué parte de la inteligencia fracasa cuando no puede entender al que tiene
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La inteligencia triunfante
menos aptitudes intelectuales? La que se detiene antes de llegar al territorio de lo moral: la que no comprende, no contiene, no hace suyo lo del otro. Ahora acudo al recurso de decir «social» pero no para excluirme ni para, al decir todo, decir ninguno. La sensación es que lo que se valora cada vez más en la sociedad sólo es la inteligencia que entiende y crea utilidades frente a la que comprende y proyecta cosas mejores para la convivencia. La gran aportación del concepto «la inteligencia emocional» es que ha dado rango a la inteligencia de los sentimientos. Conviene recordarlo y ustedes, padres o tutores, lo recuerdan todos los días en una sabia mezcla de inteligencia útil, inteligencia moral e inteligencia emocional. De conocimientos prácticos para que la vida de sus hijos sea mejor, de creación de un mundo donde la debilidad debe ser protegida y de afectos que no se sienten amenazados por la razón. Una inteligencia que da beneficios, que también da beneficios, reflejados en el bienestar de sus hijos. Una inteligencia muy inteligente, valga la redundancia, porque entiende y se hace entender. Una inteligencia triunfante.
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Xuan Bello
Monólogo en Montmartre Ya ves cómo es mi vida aquí. Con un hijo handicapé, sin hombre y esto que es tan grande, tan grandísimo, todo el día de un lado para otro haciendo labor como en el pueblo pero todo más esclavo. La vida no me va mal, no soy yo de las que me quejo, pero a veces una claro que está a punto de reventar. Pero mira, hijo: si te he de decir la verdad hace treinta años ya que vine para París y no lo cambio por nada. ¿Qué por qué vine? Porque tenía un hombre que me molía a palos. Era bueno, no te digo yo que no, pero en cuanto se agarraba a la botella se convertía en otro. Un día me dijeron en el cuartel que de separarme nada de nada: eran los años del Franquismo, ya sabes, y lo del divorcio era impensable; el juez me dijo: Marcha, María, que te mata. Y ya me ves a mí con dos maletas, una máquina de coser y un hijo handicapé de la mano. Vine a servir, que aquí hay mucha señora. Y aquí estoy desde entonces. Ahora tengo lo de la portería, sólo para arreglar lo de la jubilación, y vuelvo a Asturias una vez al año. A veces pienso en aquello, en aquella vida que abandoné. Y en la que aquí voy llevando, no pienses que tan arreglada. Pero la vida de los pobres es así, lo mismo para mí que para un turco o un africano. ¿No los ves por la calle? Bien que se nota. Me lo decía este día una senegalesa en Pigalle: toda la vida cargando cántaros en el pueblo y ahora cargando con la miseria en París.
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Xuan Bello
No sé si las cosas van a cambiar algún día. Yo estar, estoy contenta: vine a este mundo sin nada, trabajé toda una vida y tengo un piso en Gijón. Cuando vuelvo a casa en metro, pienso en si mereció la pena tirar por esta vida. Y miro a mi hijo y sé que sí.
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Eduardo GarcĂa
«A veces estoy contenta y a veces triste, pero estoy llena de recuerdos felices»
Angeles Martínez Abejón
Entrevista a Geli
- Y a ti, ¿qué te preocupa? - A ver… Apunta. Me preocupa el terrorismo. Y me preocupa la guerra - La de Iraq. - Sí. La guerra de Iraq, que esa creo yo que va para rato. Y me preocupa el alcohol. Veo a los chavales con los botellones de alcohol y es algo que me pone nerviosa. Alcohol y pastillas. Angeles Martínez Abejón tiene 30 años, es ovetense, vive en Lugones y no se apea de su sonrisa. Cuando mira, lo hace con ojos torneados, como conectada con un permanente sol de cara. Ojos inteligentes y analizadores. Angeles es Geli para sus padres y hermanos, y también para el Grupo de Autodefensores del que forma parte, jóvenes con algún tipo de discapacidad intelectual –la de Angeles es leve– que encuentran en la compañía un perfecto cauce de autoayuda: ellos deciden, ellos (se) gestionan. Un grupo, el suyo, promovido por FEAPS Principado de Asturias. FEAPS es la Confederación Española de Organizaciones a favor de las Personas con Discapacidad Intelectual, la entidad más representativa del sector en nuestro país (730 asociaciones, doscientos mil asociados).
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Eduardo García
- ¿Para qué sirve eso de los Autodefensores? - Somos diez en el grupo, quedamos una vez al mes en una cafetería o donde sea, y hablamos de nuestras cosas. Es importante hablar. Yo antes me callaba, me lo quedaba todo para mí. Un día Gloria, que es nuestra monitora a la que quiero muchísimo, eso ponlo, me convenció de lo bueno que es a veces llorar; ya sabes, desahogarte. -¿Y lloras mucho? - Sólo a veces. Yo soy una persona feliz. - ¿Seguro? - Seguro. Estoy llena de recuerdos felices; eso no quita que en ocasiones esté contenta y en otras, triste. Normal. - Uno de esos recuerdos felices. Escoge. - Las medallas que gané en atletismo. En 1996 conseguí una de oro y una de plata en unos campeonatos del Special Olimpic celebrados en Grecia. Y cuando ganan el Real Madrid y el Real Oviedo. Es que yo soy muy del Oviedo. - Pues este año, buenos recuerdos, pocos… - Ya empezamos… - Hablábamos de atletismo. - También corrí en Barcelona, una ciudad preciosa, pero…
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Entrevista a Geli
- ¿Qué pasó en Barcelona? - Me descalificaron tras ganar. Y todavía no sabemos por qué. Así que me quedé con malas sensaciones de esa ciudad. Lo siento. - ¿Y cuál es el secreto para ganar casi siempre? - Corro distancia corta, los 100 metros. Y me gusta. Suelo ganar porque soy buena compitiendo y capaz de concentrarme. Estoy ahí, antes de que den la salida, y no pienso en nada, mente en blanco. Sólo controlo a mis rivales. - Yo pensaba que las corredoras de 100 metros tenían que ser muy, muy delgadas… - Tampoco me sobran tantos kilos. Es un mayor problema ser anoréxica. Eso sí que es una enfermedad. Yo me cuido, no bebo y no fumo. Los atletas no fuman. - ¿Cómo es un día en la vida de Angeles? - Me despierto y me hago el desayuno. Poca cosa, café con leche y unas galletas. Trabajo en el Centro Ocupacional de Noreña, en el taller. - ¿Haciendo qué? - Bandejas, archivadores, envases de cartón. A mí me encanta correr, pero después lo que más me gusta son las manualidades. Y viajar, a pesar de las esperas en los aeropuertos.
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Eduardo García
- Seguimos con tu jornada diaria. - Por la tarde me voy al polideportivo de Lugones, a entrenarme. Y antes hago compras o me voy a casa de uno de mis hermanos. O paseo a mis perros, Laika y Yago (nada que ver con Lamela). A mi la familia me mima bastante, sobre todo mi hermano mayor, esa es la verdad. - ¿Y eso es bueno o malo? - A ver… Me encanta ir al cine con mi familia –no hace mucho fui a ver la última de James Bond, guapísima– o ir al fútbol con mi padre y mi hermano, pero a veces pienso que me tienen demasiado controlada. - Eso se llama protección, es normal ¿no? - Supongo… pero sí, me gustaría tener un poco más de libertad. Algunos de mis amigos van los domingos a Pola de Siero y a mí no me dejan ir en casa. - Y protestas. - No mucho. Así que en ocasiones me meto en la habitación y me quedo allí unas horas, sin necesidad de ver a nadie. Tengo un cuarto para mí sola, con televisión. - ¿Qué ves en televisión? - Pues alguna serie, «Ana y los 7» por ejemplo, y sobre todo deportes. Yo es que el deporte es algo… Oye, qué cosa más
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Entrevista a Geli
buena que las mujeres jueguen al fútbol. Como la novia de Ronaldo. - Ronaldiña - Eso
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Índice de autores
Andrés Neuman 15 Prólogo 23 25 26 29 31
Joan Margarit Joana Los ojos del retrovisor Noche oscura en la calle Balmes Cuarto de baño Profesor Bonaventura Bassegoda
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José Luis Piquero El intruso Cazador de autógrafos
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Juan José Millás / Antonio Fraguas «Forges» El caso del número discapacitado
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Javier Lasheras Mayo Chachachá
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José Viñals El amor en carne y hueso Andrea
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Javier Cuervo La inteligencia triunfante
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Xuan Bello Monólogo en Montmartre
Eduardo García
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Entrevista a Geli
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Esta publicación se ha realizado en el año europeo de la discapacidad promovido por FEAPS Principado de Asturias. Presidenta:
Aida Diez Rodríguez
Vicepresidenta:
Mª Cruz García Menes
Secretario:
Ricardo Ulpiano Álvarez González
Tesorero:
Manuel Muñiz Heres
Vocales:
José Joaquín Pérez Argüello José Manuel Vega Roces Alberto García Martínez Milagros Novo Rodríguez Casilda Sabín Fernández
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Miradas Literarias a la Discapacidad Intelectual Oviedo, abril de 2003.