fundamento y paradoja del progreso
La piedra
Introducción Sobre la posibilidad de «Ideas lapidarias», es decir, de Ideas emanadas de las piedras y sostenidas por ellas
L
as consideraciones que siguen, bajo el título «Filosofía de las piedras», tienen como objetivo principal analizar, a propósito de un campo concreto definido («las piedras») la distinción entre conceptos e Ideas, en función de la cual venimos concibiendo la distinción entre ciencias (positivas) y filosofía (materialista).
1. Las ciencias positivas y, por ampliación, las técnicas y las tecnologías, suponemos constituyen la conceptualización más rigurosa de los diferentes campos de la realidad, matemática, física, biológica, etológica, antropológica, &c., conceptualización que, sin perjuicio de su rigor, no agota el campo respectivo. La filosofía (que suponemos aparece, no antes –como la «madre de las ciencias»–, sino después de las ciencias, por tanto, en función sobre todo de los conceptos científicos) se ocupa de las Ideas. De las Ideas que se abren camino a través de los conceptos, sin reducirse a ellos, precisamente porque los conceptos científicos, como ya hemos dicho, no agotan la realidad de sus campos. «Triángulo» es un concepto geométrico; pero no se agota en la Geometría, y no es cierto que «todo lo que pueda decirse sobre los triángulos corresponde a la Geometría», como afirmaba Moritz Schlick. Además de los triángulos geométricos hay triángulos algebraicos (un caso
particular de los simplejos), hay triángulos teológicos (trinidades de dioses o de personas divinas) y hay triángulos sociológicos, como el que formaron Don Quijote, Dulcinea y Sancho. La Idea de triángulo desborda, por tanto, al concepto de «triángulo geométrico».
2. Nos proponemos ensayar aquí la distinción entre conceptos (científicos o técnicos) e Ideas (filosóficas) en el campo constituido por «las piedras». Es decir, por las piedras que aparecen en el paisaje o «espacio fenomenológico» (que nosotros reducimos al eje radial del espacio antropológico), natural primero (llanuras pedregosas o pedregales, montañas rocosas, lechos de ríos sembrados de cantos rodados) y artificial (o cultural) después (mamposterías, cercas, apilamientos de sillares de construcción, megalitos, muros ciclópeos). Un paisaje muy afín al que envuelve a una filosofía materialista, aunque no sea más que porque el adjetivo materialista se aplica también a quienes transportan materiales de construcción. Una actividad imprescindible para el ejercicio de la arquitectura, pese a que una vez terminada la obra podamos olvidar o segregar, junto con los andamios, el transporte de los materiales y a los materialistas que los transportaron. Decía Alberti: «Llamo arquitecto al que con arte seguro y maravilloso, mediante el pensamiento y la invención, es capaz de concebir y realizar mediante la ejecución de todas aquellas obras que mediante el desplazamiento de grandes masas (de piedra) y la conjunción y acomodación de los cuerpos puedan adaptarse con la máxima belleza a los usos del hombre».
3. Pero las Ideas no bajan del cielo (como enseñaba San Agustín, interpretando a su modo a Platón) ni emanan de la conciencia (como enseñó Kant). Las Ideas proceden de los conceptos (tallados) por las técnicas, por las ciencias y por las tecnologías. Las Ideas proceden de la tierra. En consecuencia las expresión «Ideas lapidarias» no se toma aquí en el sentido metonímico de esas «ideas que han sido grabadas en las piedras», es decir, de esas ideas que por su aspecto inmortal merecieron ser grabadas en el mármol (Senatus Populusque Romanus). La expresión «Ideas lapidarias» que aquí utilizamos deja de lado las intenciones metonímicas (o metafóricas) desde las cuales pueda interpretarse y asume una intención interna a aquellas ideas que, no sólo genética, sino también estructuralmente, suponemos que están constituidas en función de las piedras, dependiendo por tanto de ellas.
En otras ocasiones hemos ya observado cómo las ideas más sublimes y metafísicas no son otra cosa sino una transformación de conceptos técnicos más humildes: la Idea de Progreso procede del concepto de las escaleras de mano (como pudiera serlo la escala de Jacob); la Idea de Evolución procede del acto de desplegar –o des-arrollar– un libro presentado como rollo de pergamino; la Idea de Mundo se origina a partir del concepto de cofre de la novia, un cofre en el que se depositaban anillos, collares y otras cosas diversas. El cofre era un receptáculo, un espacio vacío, en el cual el creador pudo introducir las criaturas.
4. Nuestro propósito, por tanto, en esta ocasión, no es otro sino el de explorar los modos según los cuales las ideas (algunas ideas, centrales por cierto) brotan de las piedras, es decir, en todo caso, de la tierra, y no del cielo ni de la conciencia. 5. Según esto la «Filosofía de las piedras» –es decir, los conjuntos de ideas que proceden de las piedras, y que si así fuera, podrían denominarse como «Ideas lapidarias»– se distinguirá de las ciencias y de las técnicas que se ocupan de las piedras. Ciencias que llevan los nombres de Petrología, de Mineralogía, de Cristalografía, de Geología. Y técnicas que llevan nombres tales como Paleolítico, o de la piedra antigua, preparada o tallada; o bien como el de Neolítico, de la piedra nueva, pulimentada. Paleolítico y Neolítico que permanecen, sin embargo, después de que nuevos materiales –y sobre todo los metálicos– hayan sido incorporados a la época de la Civilización.
I Sobre el significado del término «Piedra» (petra, lapis) en los «lenguajes naturales»
1. El término «Piedra» no forma parte, en principio, del lenguaje científico. La misma disciplina denominada Petrología, y correspondientemente la Petrografía, no incorpora, sin más, el significado vulgar o popular de «piedra». Tiene que redefinirlo mediante conceptos geoquímicos o físicos. El término «piedra» es un término del lenguaje precientífico, cuya sombra sigue sin embargo proyectándose siempre sobre el lenguaje científico. Por ello, es un
término confuso (porque no contiene el análisis preciso de sus distintas partes) y oscuro (porque no ofrece criterios claros de delimitación con otros términos tales como rocas, peñascos, masas graníticas…). El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) define en 2006: piedra es «sustancia mineral, más o menos dura y compacta, que no es terrosa ni de aspecto metálico.» Esta definición asume sin variación la definición que introdujo la Academia en el Diccionario de 1899. Teniendo en cuenta lo que diremos más tarde, conviene recordar las definiciones de «piedra» que la propia Academia había acuñado en el siglo XVIII: «Piedra. Cuerpo sólido y duro por su naturaleza, que no se derrite en el fuego, ni se extiende con los golpes del martillo.» (diccionarios de 1737 a 1803), y en el siglo XIX («Piedra. Compuesto compacto y más o menos duro de tierras, sales, y a veces de sustancias metálicas que le dan color», en los diccionarios de 1817 a 1837, &c.). Sin duda, en la variación de la definición de la Academia del siglo XVIII al siglo XIX hubo de tener gran parte el desarrollo de la Termodinámica, la teoría de Carnot sobre la potencia motriz del fuego. Las variaciones a lo largo del siglo XIX se deben también a las nuevas precisiones científicas o técnicas que se habían ido produciendo, y que se incorporaron en parte al Diccionario, confundiendo el plano técnico con el plano fenomenológico. En este sentido consideramos, precisamente por su ambigüedad, más perfecta la definición actual. Definición actual que puede tomarse como prototipo de la ambigüedad, porque no nos ofrece un concepto distinto, sino confuso, de piedra (¿qué es eso de «más o menos dura»?). Ni siquiera se ha tenido en cuenta –y con un buen criterio– la franja de la escala de Mohs en la que podrían marcarse la diferencia entre el más y el menos de dureza; pero no puede olvidarse que quienes acuñaron el concepto de piedra en español lo hicieron mucho antes de la existencia de la escala de Mohs, y por tanto sería impertinente tener en cuenta esta escala para definir el significado en español del término piedra. Y tampoco nos ofrece un concepto claro, sino más bien oscuro (¿qué significa que la piedra «no es terrosa ni de aspecto metálico»? ¿acaso una masa terrosa de limonita –hidróxido de hierro, Fe4O3nH2O– no puede pasar como una piedra?).
2. Sin embargo, la condición «borrosa» (oscura y confusa) de la definición de piedra de la Academia no excluye que la definición no sea ajustada al sentido fenomenológico en el que el significado de la lengua está acuñado. Por el contrario, ella delimita un significado, él mismo borroso, pero no en el sentido a
subjetivo sino objetivo, con una denotación suficientemente precisa, en sus franjas centrales, aunque se haga borrosa en sus franjas periféricas. Y esto es debido a la naturaleza del significado mismo de piedra, cuya denotación no puede ser fijada por criterios rigurosos, o determinable en cualquier sistema de coordenadas taxonómicas. La nota contenida en la definición académica («sustancia mineral») contiene ya una decisión taxonómica dentro del sistema clásico de los «tres reinos» en los que se desplegaba la antigua «Historia natural», a saber (y siguiendo el orden de mayor a menor complejidad) el Reino animal, el Reino vegetal y el Reino mineral, reinos que estaban en correspondencia con las instituciones denominadas respectivamente Bestiarios, Herbarios y Lapidarios. Cuando el DRAE de hoy dice que la piedra es un mineral está diciendo simultáneamente que no es ni animal ni vegetal (a pesar de que muchas piedras proceden de los animales y de los vegetales). Pero este tercer reino de los minerales engloba también al agua (la expresión «agua mineral» sería una redundancia, justificable si se tiene en cuenta que ésta agua –que no es ni animal ni vegetal–, sustancia mineral por sí misma, contiene otros minerales específicos: el «agua mineral» sería propiamente un «agua plurimineral»). Pero el agua no es una piedra, puesto que la piedra ha de presentarse en estado sólido (y por eso el agua, sólo cuando está en forma de granizo, recibía el nombre de piedra o de pedrisco, por analogía, analogía que no tiene en cuenta su relación con el fuego). Pero entonces, ¿por qué excluir de la clase de las piedras a los sólidos de aspecto metálico, por ejemplo, a una barra de oro? Estas preguntas deben poder ser contestadas satisfactoriamente desde un análisis más profundo del significado de piedra (por nuestra parte intentaremos dar una respuesta en la segunda parte de este ensayo, al hablar de la idea de sustancia).
3. El significado del término piedra, que se recorta como decimos en un espacio precientífico –pero no por ello menos real– se dibuja en un «texto» (o contexto) apotético, en un paisaje susceptible de ser controlado por los hombres. Las piedras se nos hacen presentes a la vista en la «Naturaleza», en las llanuras pedregosas, en los lechos de los ríos, en las montañas rocosas; pero también en la «Cultura», en las cercas de las fincas antiguas, en los muros ciclópeos, en los apilamientos de sillares. Sin embargo no es probable que «las piedras» se hayan hecho presentes a la
simple vista de los hombres. Si nos atenemos a las leyes gestálticas de la percepción óptica, no es fácil admitir que las piedras de un pedregal se destacasen sobre un fondo él mismo pedregoso. Antes bien, habría que pensar en un acto previo de «desgajar» o «tomar» la piedra o el guijarro con la mano, acaso como piedra arrojadiza, a fin de utilizarla como proyectil en una conducta de defensa o de ataque. Los chimpancés, a estos efectos, suelen desgajar piedras de su entorno (como también lo hacen los alimoches). Y como, por supuesto, lo hacían los homínidos y los hombres, que llegan a ampliar el radio de su lanzamiento de piedras por medio de hondas, de catapultas o de cañones. Acaso sólo tras haberse delimitado «quirúrgicamente» (manualmente) el contorno de una piedra fue posible redefinir los campos de piedras, por ejemplo, los cantos rodados del lecho del río, como tales campos de piedras.
4. Las piedras son sólidas, es decir, son cuerpos en estado sólido, lo que significa que solamente adquieren realidad en una franja relativamente amplia de temperatura. Las piedras son sólidas, es decir, no son líquidos, ni gases ni plasmas. No hay piedras líquidas, ni piedras gaseosas, ni piedras plasmáticas: en el estado de magma las piedras aún no existían. Si nos atenemos a la doctrina de los cuatro elementos, que imperó desde Empédocles hasta Lavoisier, podríamos concluir: primero, que esta doctrina (que reconocía cuatro elementos básicos en la naturaleza, a saber, la tierra, el agua, el aire y el fuego) puede haberse fundamentado no ya en una grosera enumeración de distintos elementos químicos, sino en los estados de los cuerpos (dejando aparte el quinto estado, el estado condensado, descubierto no hace mucho más de una década). Porque la tierra corresponde al estado sólido, el agua de Tales al estado líquido, el aire de Anaxímenes al estado gaseoso y el fuego de Heráclito al estado de plasma. En esta taxonomía clásica las piedras son, ante todo, tierra. Pero no toda la tierra, todos los cuerpos en estado sólido, son piedras. No lo son los metales (según la definición del DRAE) ni lo son las formaciones terrosas, no compactas (como pueda serlo la tierra de labor, labrada en surcos, o la tierra batida de un campo de tenis).
5. Las piedras se delimitan, en cualquier caso, previamente a la constitución de las ciencias geológicas y, en este sentido, las piedras acaso haya que considerarlas como términos fenoménicos que son a la vez conceptos técnicos precientí
ficos e incluso ideas protofilosóficas, en estado embrionario, de un ejercicio aún no formalizado en la representación. En la definición de la Academia figura el término «sustancia», que es inequívocamente una Idea. Es decir, las piedras se configuran como cuerpos finitos a escala «textual» de los sujetos operatorios, en un paisaje dado a escala antrópica (y por analogía, zootrópica). Y no algunas piedras –como las llamadas piedras del rayo o ceraunias, hasta que Boucher de Perthes las interpretó como piedras talladas, como piedras a mano, como hachas paleolíticas– sino que son todas las piedras las que estarían configuradas a la escala antrópica de un sujeto operatorio capaz de agarrarlas con sus manos, o de transportarlas o desplazarlas, en el sentido de Alberti, por ejemplo. Por ello las piedras desaparecen tanto cuando desbordan «hacia arriba» la escala operatoria (una montaña de piedra caliza, o de cuarcita, no es una piedra; y si tiene que ver con las piedras es porque en la cantera la despiezamos, desgajando de ella bloques transportables, «bultos»). Pero también las piedras desaparecen cuando las pulverizamos, las molemos o trituramos en un «molino de piedra». Y aquí tendríamos la razón por la cual los átomos de Demócrito, aunque fueron concebidos como cuerpos en estado sólido y eternamente compactos e indivisibles, tampoco eran piedras, sino «cuerpos pequeñísimos», corpúsculos. Aquí podemos encontrar el motivo por el cual los cuerpos de «aspecto terroso» no son piedras. Una masa terrosa no se confunde con un cuerpo o bulto de límites finitos. En esta parte de la exposición no podemos dar la razón por la cual el Diccionario excluye de la clase de las piedras a los cuerpos con aspecto metálico. Nos arriesgaremos a dar una razón más adelante, al tratar de la idea lapidaria de sustancia.
6. La condición precientífica de las piedras, como conceptos fenoménicos incluidos en el reino mineral, no excluye el planteamiento, a propósito de las piedras, de la cuestión genética. ¿De dónde vinieron las piedras, cómo se formaron? Algunos pensaron que las piedras procedían del reino animal, acaso por la experiencia de las piedras de los riñones, o del bezoar, piedras encontradas en el estómago de una cierta variedad de cabras que se tenían como antídoto de cualquier veneno. Habría que agregar las calcitas de los erizos o los arrecifes de coral.
Otros pensaron que las piedras procedían del reino vegetal, por la experiencia del ámbar, del ónice, o del «carbón de piedra». Por fin otros sugirieron que las piedras venían del cielo, como las «lenguas de piedra» (glossopetras) o los meteoritos, principalmente cuando son percibidos como sagrados (como la piedra negra de la Kaaba). Aristóteles recuerda la observación de un escritor griego que advertía que las piedras solamente son admiradas cuando están en los altares (las aras), porque en general las piedras son utilizadas para pisar sobre ellas.
7. La conceptuación científica de las piedras, como cuerpos dados a escala fenoménica, equivale a su «liquidación». No se trata por tanto de que las «ciencias de las piedras» penetren más profundamente en su naturaleza; se trata de que al llevar a cabo esta penetración, las piedras van desapareciendo como tales. La cuestión no estriba, por tanto, solamente, en que piedra sea un concepto precientífico. La cuestión estriba en advertir que las concepciones científicas geológicas, y muy particularmente las geoquímicas, son conceptos antipetrinos. Por tanto, lo que importa es deshacer la equivalencia entre la realidad y la ciencia y, paralelamente, la equivalencia entre lo precientífico y lo irreal (mitológico o imaginario). Porque también podríamos decir que es más irreal o abstracta la «imagen científica» de la realidad que su imagen precientífica. Cajal, en uno de sus relatos, nos habla de un médico desesperado porque sus ojos carecían de la capacidad de resolución que tiene un microscopio óptico, y que había pedido a un genio que le concediese esa capacidad. Pero cuando el médico está en posesión de ella percibe células extrañas, gusanos o bacterias repugnantes en el solomillo que tiene en el plato; y percibe también células aterradoras junto con bacterias y espiroquetos en los labios de su novia cuando se dispone a besarlos. El médico –concluirá Cajal– ruega al genio que le prive de la capacidad microscópica que dio a sus ojos. ¿Quiere esto decir que el médico de Cajal quería volver al mundo de las apariencias o ilusiones, dando la espalda a la realidad de las bacterias o de los espiroquetos? No, porque tan real a su escala son los filetes de solomillo o los labios de la novia como las células que los componen o los invaden. En efecto, la Geoquímica comienza por «transformar» a las piedras en sus componentes elementales, a saber, los componentes de los minerales. Componentes que o bien se nos dan como especies (por ejemplo, silicio) o bien como individuos de estas especies, por ejemplo esta porción constituida por millones de moléculas de silicio. Desde la perspectiva geoquímica los mine-
les se nos muestran como constituidos por oxígeno (en un 46,46%), por silicio (en un 24,61%), por carbono (en un 0,09%), por aluminio (0,08&), &c. Las piedras están constituidas o bien por el acumulo de elementos simples individuados, o bien por acúmulos de elementos compuestos con otros, de individuos compuestos con otros individuos en las rocas: el 59,7% de las rocas están compuestas de SiO2, anhídrido silícico, o cuarzo. Pero la perspectiva geoquímica borra las diferencias entre piedras y metales, porque ambos son casos particulares de la acumulación de elementos simples o compuestos, en estado sólido. Los conceptos geoquímicos nos introducen en una escala de ultratexto (la escala de los nanómetros o de los armstrong), es decir, nos sacan de la escala del texto (que se mide por metros o por centímetros). Lo que hay también que tener en cuenta es que los conceptos geoquímicos, a la vez que ofrecen un análisis conceptual de las piedras, no sólo las «liquidan» o «pulverizan», sino que en todo caso no agotan su realidad, porque las piedras son más que acúmulos de elementos químicos. Son acúmulos dados y mantenidos en ciertos límites, que están en función de variables, como la temperatura y como la presión, que afectan también a las coordenadas antrópicas y zoológicas. Y esto queda reconocido por los propios geólogos cuando, sin darle mayor importancia aparente, se refieren en sus exposiciones a las «propiedades organolépticas» de los minerales, a las propiedades de los minerales por respecto a la vista, el olor o el tacto (como si estas propiedades se diesen en el mismo plano que las propiedades cristalinas, las de acidez o las propiedades electromágnéticas).
II Sobre las Ideas emanadas de las piedras
1. El proyecto de explorar las relaciones que puedan mediar entre las Ideas y las piedras (distinguiendo, a efectos catárticos, las Ideas «adventicias» a las piedras y las Ideas «internas» emanadas de las piedras, aisladas o concatenadas) apareció ya en el ensayo «Arquitectura y Filosofía» presentado en la sesión última del Congreso sobre Filosofía y Cuerpo, celebrado en Murcia en septiembre de 2003 (las actas fueron publicadas por Ediciones Libertarias, Madrid 2005).
Pero aquel ensayo circunscribía el proyecto de exploración a la Arquitectura, como un caso particular, aunque eminente, de «concatenación de piedras». Obviamente el proyecto expuesto en el presente ensayo desborda los límites de la Arquitectura, y pide un tratamiento mucho más general, como el que estamos esbozando ahora. 2. Desde la perspectiva de este planteamiento generalísimo del proyecto de exploración de las relaciones entre las Ideas y las piedras –entre la filosofía y las piedras– habría que comenzar distinguiendo, a efectos catárticos, las ideas adventicias y aún las genéricas, respecto de las piedras (como podrían serlo las ideas de Ser, Unidad, Realidad, &c.) y las Ideas internas específicas respecto de las piedras. Distinción que puede ponerse en correspondencia con otras que venimos utilizando a propósito de la expresión «filosofía de», es decir, de la «filosofía genitiva», según que el «de» genitivo asuma el sentido de un genitivo objetivo («filosofía sobre las piedras») o bien el sentido de un genitivo subjetivo («filosofía de las piedras»). Porque la «filosofía de las piedras», en sentido objetivo, podría ir referida a las Ideas que, siendo en principio previas e independientes de estas piedras (sea porque son adventicias a ellas, sea porque son genéricas) pueden sin embargo «aplicarse» a tales piedras, aisladas o concatenadas. Pero la filosofía de las piedras, en sentido subjetivo, habremos de referirla a las ideas que (suponemos) son específicas, al menos genéticamente, de estas piedras, es decir, como si fueran ideas que emanan de las piedras y sólo de ellas, aún cuando muy pronto desborden el «reino mineral» y se apliquen a las otras esferas de la realidad ontológico especial. El título del presente ensayo, «Filosofía de las piedras», va referido, desde luego, al sentido genitivo subjetivo de la expresión. Un sentido opuesto frontalmente al que la «filosofía de las piedras» asume cuando se interpreta en sentido objetivo, por ejemplo, cuando las piedras se interpretan como partículas eminentes, incluso como símbolos de un Ser, o del Hombre, que, por otra parte, se consideran como previamente dados a las piedras e independientes de ellas. Lo que pudiera equivaler a hacer de las piedras símbolos metafísicos de lo eterno, cuando justamente en la filosofía materialista de las piedras, en la filosofía en sentido genitivo subjetivo, la piedra comienza a ser tomada como producto muy tardío del proceso de enfriamiento de un «magma cósmico». He aquí una muestra muy clara de esta «inversión» o tergiversación metafísica de la filosofía de las piedras: «La piedra es, permanece siempre la misma, no cambia y asombra al hombre
por lo que tiene de irreducible y absoluto, y al hacer esto, le desvela por analogía la irreductibilidad y lo absoluto del Ser. Captado gracias a una experiencia religiosa, el modo específico de existencia de la piedra revela al hombre lo que es una existencia absoluta, más allá del tiempo, invulnerable al devenir.» (Mircea Eliade, Lo sagrado y lo profano, Guadarrama, Madrid 1967, pág. 153.). 3. ¿Y cómo puede alcanzar sentido de genitivo subjetivo esta expresión aplicada a las piedras? Cuando la expresión va referida a otro tipo de materias (filosofía de la religión, filosofía del Estado, filosofía de la música, &c.) el sentido parece asegurado porque en estas materias encontramos presentes a grupos humanos o sujetos operatorios capaces de filosofar, aún de un modo ejercitativo. Pero, ¿cómo de las piedras podrían emanar ideas siendo minerales? Las respuestas a estas preguntas puede encontrarse en la circunstancia que hemos analizado en la sección precedente: que las «piedras» no son simplemente «minerales» dados a escala geoquímica, sino que son minerales dadas a una escala antrópica («organoléptica»); es decir, a la circunstancia de que el significado de «piedra», en cuanto desborda las conceptualizaciones geoquímicas, ya ejercita, aunque de modo confuso, oscuro y embrionario, alguna idea entretejida con conceptos técnicos o tecnológicos. Según esto, si hay ideas que emanan de las piedras es porque las piedras, a su vez, en cuanto a su significado fenoménico, ya presuponen determinadas ideas, que son las que pretendemos determinar.
4. Que puedan reconocerse ideas que «emanan» de las piedras no quiere decir que todas las ideas emanen de ellas, y que emanen de ellas no ya por mero reflejo de luces que proyectásemos sobre las mismas, y que nos condujeran a formular simples metáforas de ideas que pudieran proceder de otras fuentes. Nos referimos a ideas que emanan de las piedras mismas o de sus concatenaciones, y que llevan, por decirlo así, el «sello lapidario», incluso cuando se aplican a entidades que ya no pertenezcan al reino mineral, sino a los reinos orgánicos, incluso a los reinos de la lógica o de las matemáticas. En cualquier caso las ideas que «emanan» de las piedras –o de concatenaciones de piedras– no son escasas en número. Son además muy heterogéneas. Podríamos adscribirlas a diferentes órdenes de la realidad. Y en esta ocasión las adscribiremos a los diferentes géneros de materialidad (M1, M2, M3); por supuesto, ninguna idea podría adscribirse a la Materia ontológico general (M).
Hablaremos, según esto, de ideas ontológicas (ontológico especiales) que, emanadas de las piedras, se «polarizan», aunque no se agoten en esta polarización, o bien en torno al primer género de materialidad (M1), o bien de ideas ontológicas de origen lapidario adscribibles (antes asertiva que exclusivamente) al segundo género de materialidad (M2), y asimismo a ideas petrales que adscribiremos al tercer género de materialidad (M3). Por lo demás distinguiremos en cada caso dos situaciones: aquella en las cuales las ideas se nos muestran emanando de las piedras aún no conceptualizadas científicamente (sino acaso técnicamente), y aquella en las cuales las ideas emanan de las piedras una vez que estas han sido conceptualizadas por las ciencias positivas, y en especial, por la Cristalografía y por la Geología.
5. Acaso la idea de «estirpe pétrea» más importante adscribible a la materia primogenérica sea nada menos que la idea de Sustancia. La idea de Sustancia es una de esas ideas imprescindibles para la constitución de las múltiples realidades visibles y tangibles, como «contenidos del mundo en el que habitan». Eliminada la idea de sustancia, el mundo se convertiría en un caos, en una sucesión acausal y fantasmagórica de fenómenos, sin conexión interna entre sí, en una yuxtaposición de sucesos que irían surgiendo constantemente, no ya unos de otros (puesto que no podríamos apelar a un vínculo sustancial que entre ellos mediase). La percepción del mundo se transformaría en algo similar a la que de él pueda tener un paciente aquejado de agnosia total, que no logra reconocer la identidad sustancial que ha de mediar entre eslabones de las series de los fenómenos vinculados por relaciones causales. La causalidad, en efecto, cuando la entendemos como relación triádica Y=f (H,X) implica la sustancia a través de H. Es cierto que, retirada la idea de sustancia, cabría seguir percibiendo identidades esenciales, pero de suerte que estas quedarían reducidas a la condición de semejanzas, o incluso de meras analogías entre los fenómenos caóticos. Y no haría falta recurrir a la hipótesis de la eliminación total, en el mundo, de la idea de sustancia, para encarecer su alcance. Bastaría eliminarla de algunas secuencias o series dadas en el mundo para que su realidad quedase trastornada. Por ejemplo, sin la idea de sustancia el Sol, que vemos cada día nacer por oriente y morir en occidente, no hubiera ser podido ser identificado (sustancialmente) como una masa que gira, ella misma, en torno a la Tierra. La única identificación posible que nos sería permitida sería del tipo de las identidades esenciales,
de las identidades de semejanza, a partir de las cuales construimos las clases y no los individuos. La clase de los «Soles que nacen y mueren todos los días». Así vieron al Sol muchos pueblos primitivos: los byraka, de África Central, todavía hablaban de un «poblado del Sol», una especie de criadero o semillero de Soles del cual, cada día, por la mañana, salía uno para recorrer el arco celeste y morir al atardecer. Sólo a través de la identidad sustancial entre el Sol de hoy y el de ayer puedo establecer la astronomía ptolemaica; y sólo a partir de esta astronomía pudo Copérnico sentar la Astronomía heliocéntrica que, en consecuencia, presupone también la identidad sustancial del Sol que nace y muere cada día. Aristóteles fue probablemente el primero que reconoció el carácter primordial de la idea de sustancia; no sólo la propuso como la primera de las categorías del ser, sino también como el primer analogado de esta idea: el ser se dice, ante todo, como sustancia, y sólo a través de ella se predica de los accidentes que sobre la sustancia recaen o inhieren: la cantidad, la cualidad, la relación, la acción, la pasión, el hábito, &c. Y esta condición de la idea de sustancia, como constitutiva del mundo, reconocida por Aristóteles, no compromete con la concepción metafísica del sustancialismo, justamente impugnada por las diferentes escuelas empiristas, que llegan a identificar la «metafísica» con la sustancialización de las ideas que no son sustanciales (como sería el caso de la idea del Estado, de la idea del Ego y de la idea de Dios). El reconocimiento de la sustancia como idea constitutiva no implica el sustancialismo y, en particular, una de sus tesis fundamentales, a saber: el postulado de las sustancias como entidades subsistentes «por debajo de los accidentes» (sub-stare) e incluso separada de ellos; el postulado de que una «sustancia desnuda» (de los accidentes) podría, sin embargo, subsistir. Es contra esta idea metafísica de sustancia contra la que se dirigieron las críticas de los empiristas. Pero la idea de sustancia no implica el sustancialismo, desde el momento en que puede ser incorporada a la doctrina del actualismo sustancial, o si se prefiere, de un sustancialismo actualista. Porque el actualismo sustancialista reconoce la función de la idea de sustancia, y de la identidad sustancial, pero sin remitirla metaméricamente a regiones apartadas o separadas del curso causal de los «accidentes», puesto que la interporne diaméricamente a los eslabones dados en este mismo curso.
6. Ahora bien: cuando suscitamos la cuestión relativa a la génesis de la idea de
Sustancia –de una génesis que ha de mantenerse en la estructura, naturaleza o physis de lo generado (que, en consecuencia, resulta inseparable de su génesis)– es cuando se nos ofrecen las piedras como las sustancias primeras, o primeros analogados, a partir de las cuales la idea de sustancia se constituye. No se trata por tanto de afirmar que las piedras puedan considerarse como los primeros «modelos» ordo cognoscendi de la idea de Sustancia, que luego podrían ir referidos a otras realidades de naturaleza totalmente diferente a la de las sustancias pétreas. Se trata de afirmar que las piedras son los primeros modelos, ordo essendi, de la sustancia. Por tanto, que cuando hablamos de «sustancia» refiriéndola a otras entidades que no tengan que ver directamente con las piedras, estamos en realidad percibiendo o conceptuando a tales entidades desde el modelo de las piedras. Por ejemplo, si los «soles» de cada día son identificados como posiciones que ocupa una misma sustancia que desarrolla el curso de su movimiento en torno a la Tierra, es porque esos soles son interpretados desde el modelo de una piedra que gira, por ejemplo, impulsada por una honda. Anaxágoras fue acusado en Atenas de haber enseñado que el Sol era un «peñasco incandescente» –una concepción materialista que se opone a las mitologías apolíneas, aunque fuera ella misma errónea–; porque el Sol no es un peñasco incandescente, es decir, no es fuego, porque en él no hay combustión, que implica oxígeno, sino procesos nucleares. Atengámonos, a efectos dialécticos de nuestra exposición, a la doctrina tradicional de los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego (cuya correspondencia con los cuatro estados de la materia –dejando aparte el estado condensado– ya hemos señalado). Habría que concluir que solamente la tierra, es decir, el estado sólido, puede constituir algún modelo de sustancia. No el agua, variable y transformable, no sólo en el caso del río de Heráclito (cuya «paradoja» no es otra que la que nos incita a afirmar que su identidad –el «mismo río»– no es sustancial, puesto que nadie puede bañarse dos veces en ese mismo río mientras discurre por el lugar del baño). Y lo que decimos del agua lo diremos con mayor razón del aire (del estado gaseoso) y del fuego (del estado de plasma). La sustancia requiere una referencia al estado sólido de la materia, y fuera de este estado sólido, «sustancia» no significa mucho más que el «caldo de gallina», que es lo que significaba para Fray Gerundio de Campazas, según decía el Padre Isla. Ahora bien: las unidades individuales exentas de la materia primogenérica en su estado sólido nos remiten precisamente a las piedras, a unas piedras que resisten en principio la inmersión en el agua, en el aire y en el fuego («que no se
derrite en el fuego» como decía el Diccionario de Autoridades en el siglo XVIII). Esto es lo que nos mueve a afirmar que la idea de sustancia toma su origen en las piedras; y esto no por otro motivo sino porque la misma idea fenoménica de piedra (por ejemplo, los guijarros exentos) se configuran precisamente ejercitando la idea de sustancia, que únicamente de un modo oblicuo y cuasimetafísico puede ejercitarse en otros estados de la materia, líquidos, gaseosos o plasmáticos. Las piedras –las piedras que pudieron ver y tocar los hombres que acuñaron el concepto borroso de piedra (concepto borroso que es precisamente la estructura de ese concepto)– eran sin duda las piedras sustanciales que mantenían su identidad nuclear sólida durante un tiempo indefinido, sin disolverse en el agua, sin derretirse en el fuego, sin sublimarse en el aire; aquellas que subsistían por tanto, en medio de estas variaciones, y que podían sin duda calentarse, romperse, rodarse, afilarse, pero manteniendo siempre su «núcleo lapidario». ¿Cabría deducir de aquí un indicio que nos aproximaría a la razón por la cual el significado de piedra excluye (según la definición de la Academia) el «aspecto metálico»? ¿Bastaría atenerse a la circunstancia de que la piedra, a diferencia del metal, no puede laminarse o extenderse «con los golpes del martillo»? ¿Tendría que ver esta exclusión del metal en el concepto de piedra con las experiencias adquiridas en la edad de los metales, experiencias que ponían a nuestros antepasados delante de unas «piedras aparentes», porque sometidas a un fuego cada vez más intenso (el que permite obtener el cobre, luego el bronce y luego el hierro) perdían su identidad sustancial, como si hubieran regresado a su estado de magma, y «segregaban» un fluido que al enfriarse se transformaba en un lingote metálico que a su vez, y a diferencia de las piedras, ya no era invariante, por no decir eterno, y menos aún podría volverse incluso a fundir tomando otras formas? Si las cosas hubieran sucedido así, la acuñación del concepto borroso «piedra» debería haber tenido lugar después del periodo neolítico. La segunda idea que vamos a considerar «emanada» de las piedras es la idea de «causa material», en cuanto idea integrante del sistema de las cuatro causas del compuesto hilemórfico que estableció Aristóteles (Física II,3,194b; Metafísica V,2,1013ab), el sistema causal constituido por el concurso de dos causas intrínsecas (la causa material y la causa formal) y de dos causas extrínsecas (la causa eficiente y la causa final). Porque este sistema, que mantuvo su hegemonía durante siglos, fue «deducido» él mismo del análisis de la transformación de las piedras, por ejemplo, de la transformación de un bloque de «mármol
estatuario» (como aún lo llaman los geólogos) en estatua configurada, Apolo o Venus. La piedra mármol será la causa material que tiene en potencia (en potencia en su interior) a la forma de Apolo o de Venus (a la causa formal); forma que se actualiza (constituyendo la estatua) gracias a la acción del cincel, como causa eficiente instrumental del escultor Policleto («no diremos que Policleto es causa, ni que el escultor es causa, sino el escultor Policleto», Aristóteles, Física 195b). Escultor que dirige el cincel según el fin (modelo o causa ejemplar que se había propuesto). Es cierto que la idea de la causa material se extiende también a la madera (que puede ser tallada) o al metal (que puede ser refundido en moldes de formas diferentes). Aristóteles mismo se refiere (en los lugares citados de la Física y de la Metafísica) al bronce como causa intrínseca material o inmanente (enuparjontos) de la estatua; a la manera, dice, como la plata lo es de la copa. Sin embargo hay que tener en cuenta que la piedra estatuaria es anterior al bronce y, sobre todo, que para hacer la estatua de bronce hay que esculpirla primero en piedra, sacar de ella el molde (que actuará antes como causa formal o eficiente del bronce conformado que como causa material). Es decir, Aristóteles sabía que la causa material de la estatua, o de la copa, era originariamente la piedra y no el metal. El «privilegio» de la causa material de piedra habría que ponerlo en que, en su caso, el hilemorfismo se mantenía más próximo a la idea de sustancia que en los otros casos. El metal fundido, antes de verterlo en el molde, no contiene «en su interior» la forma del hacha de bronce o de la estatua que el metalúrgico va a darle: la forma, aunque causa intrínseca, procede del exterior (es un accidente del metal) y además es efímera, porque el hacha o la estatua, de plata o de bronce, pueden volver a fundirse, es decir, a perder enteramente su forma, sin menoscabo de la materia. En cambio, la piedra de mármol tiene en potencia interna o inmanente la forma que el escultor va a extraer de ella, una vez que ha intuido en su seno –como decía Miguel Ángel– la forma de la estatua y ha procedido a eliminar los trozos de mármol que la encubren, que sobran. ¿Y por qué Aristóteles no acudió a la madera para ilustrar su doctrina causal, a pesar de la proximidad, en griego y en latín (y en español), del nombre de madera con la materia, para exponer su teoría hilemórfica de las cuatro causas y, en particular, de la causa material? ¿Acaso porque la madera, aunque también puede ser tallada, como la piedra, es sin embargo, como el metal, mucho menos subsistente, por cuanto puede transformarse, mediante el fuego, en cenizas y además de modo irreversible, a diferencia del metal? La tercera idea, también «emanada» de las piedras, reducible al primer género
de materialidad (aún en conexión con los restantes géneros) es una idea que en cierto modo constituye la contrafigura de la idea de sustancia, a saber, la idea de kenós o vacío arquitectónico, una idea que se vincula con las ideas de constitución, habitación y ruina. Es cierto que la idea de vacío arquitectónico no emana inmediatamente de las piedras sustanciales (de los cantos rodados o de los sillares, por ejemplo) sino de una concatenación determinada de estas piedras sustanciales. Pero de una concatenación tal que da lugar, paradójicamente, sin salirse de la inmanencia pétrea, a la aparición de la contrafigura de la sustancia, a saber, el vacío, el no ser. No abundaremos más en este asunto, y nos remitiremos al ensayo sobre la Arquitectura ya citado (página 450).
7. Entre las ideas «emanadas» de las piedras, previamente a su conceptualización científica, y que pueden considerarse polarizadas en el segundo género de materialidad (M2) –aunque no se reduzcan a él– mencionaremos a las ideas de las virtudes éticas o morales denominadas (especialmente en la Ética de Espinosa, pero también ya en la doctrina platónico-escolástica de la fortaleza, tenida por virtud cardinal) Firmeza y Fortaleza. Tanto la Firmeza como la Fortaleza son ideas que proceden de las piedras, en particular de las «piedras ciclópeas». ¿De qué otro lugar podrían haber emanado? Suponer que las ideas (no ya sus nombres) de estas virtudes proceden de las vivencias de las virtudes mismas (por ejemplo, de los «hombres fuertes», los que poseen la andreia) es tanto como suponer que al opio le corresponde la virtud o poder de hacer dormir porque tiene virtud dormitiva. La virtud de la fortaleza es una metáfora de la roca, como la cultura subjetiva es una metáfora de la agricultura. Si podemos mantener la idea de un «alma virgen y estéril» que, por el trabajo, se cultiva y da frutos, es únicamente porque tenemos a la vista la idea de la agricultura, que nos permite sustituir el campo virgen (inculto) por el alma virgen («inculta») y el cultivo (o cultura) del alma inculta (cultura animi) por el cultivo (o cultura) del campo inculto. Otro tanto ocurre con la fortaleza y con la firmeza de las piedras ciclópeas en sí mismas consideradas. Pero, sobre todo, cuando estas piedras, ciclópeas o no, se componen o concatenan en un recinto cerrado tan fuerte que resulta inexpugnable, como es el caso del castillo o de la fortaleza pétrea. Más aún: esta fortaleza, formada por piedras, este castillo, es un vacío (un kenós), un interior que no tendría por qué considerarse como una «proyección del interior espiritual del alma humana» (según hemos sostenido en el ensayo
citado sobre la Arquitectura, página 453), sino recíprocamente, como resultado él mismo de la «proyección» de ese interior arquitectónico vacío e inexpugnable (en donde se guardan los secreta cordis) constituido por la fortaleza o por el castillo, el «castillo interior» de Bernardino de Laredo o de Santa Teresa de Jesús. ¿Cómo, si no es a partir de un desdoblamiento escénico que representa a mi persona, entrando y saliendo de una fortaleza («mi casa es mi castillo») podría haber alcanzado la audacia de «desdoblarme» en un exterior y un interior de los que puedo entrar o salir, cuando en la realidad de mi subjetividad no hay tal interior ni tal exterior? La propia idea del pronombre de primera persona, el Ego, como un «fuero interno» al cual el sujeto puede replegarse –noli foras ire– o, en su caso, salir fuera para expresarse a los demás, debe probablemente más a los recintos formados por piedras ciclópeas que a cualquier otro tipo de fuente de inspiración. Y el mismo sujeto que se supone habitando ese castillo interior (el «habitante del castillo», mejor que el «fantasma de la máquina») tomará de la fortaleza de sus murallas la inspiración para considerarse él mismo fuerte, como una roca, o duro como un diamante –el «eje diamantino» de la personalidad como lo denominaba Ganivet–. Es el mismo sujeto que, al adorar a un fetiche diamantino, a unas piedras preciosas, está simplemente adorándose a sí mismo, fascinado ante la dureza, junto con el brillo del diamante que contempla.
8. Consideremos ahora algunas ideas polarizadas en torno al tercer género de materialidad (M3), que difícilmente podrían ponerse al margen de su origen pétreo, incluso previamente a su conceptualización científica. Ideas que, por supuesto, no se agotan en este tercer género de materialidad, puesto que intersectan también, a veces sobre todo con el segundo género, o con el primero. Son ideas clasificadas ordinariamente entre las llamadas ideas lógicas o gnoseológicas. ¿Qué es pensar racionalmente? Es, ante todo, calcular. Ahora bien, LéviStrauss, en sus estudios sobre el totemismo, acuñó una brillante y célebre sentencia: «El tótem no es bueno para comer, pero es bueno para pensar.» Y es bueno para pensar porque su función (según una hipótesis debida a Bergson, más que a Lévi-Strauss) consistiría en clasificar las cosas que pueblan el mundo entorno. Sin clasificar estas cosas, sin la taxonomía del mundo entorno, el mundo se convertiría en un caos, y el pensamiento en delirio onírico. Los tótems o los fetiches también pueden ser piedras, y no solamente animales.
Pero las piedras tampoco son buenas para comer, ni siquiera cuando se mezclan con cebada, según advierte el refrán («No hay que dar la cebada con piedras»). Pero no son buenas para comer, no por imposición del grupo, sino por su propia dureza e indigestibilidad. Sin embargo son buenas para pensar, para calcular. Y se calcula –se pesa, se sopesa, se pondera– con cálculos, es decir, con piedrecitas, no necesariamente renales. La racionalidad sólo puede desarrollarse, decía Poincaré, en el estado sólido. Porque sólo así puede ser vinculado de un modo estable a los conjuntos de transformaciones corpóreas que forman los grupos de transformaciones, para lo cual es imprescindible que las transformaciones directas vayan acompañadas de transformaciones inversas, y por tanto de transformaciones idénticas. Y esto se evidencia, sobre todo, en la racionalidad matemática, que procede por operaciones heteroformantes. La racionalidad de la aritmética no hubiera podido desplegarse con los líquidos, en cuyo ámbito, sabemos que una gota de agua más una gota de agua sigue siendo una gota de agua (aunque sea mayor que los sumandos). En el líquido uno más uno no es igual a dos. Pero con las piedras de calcular, con los cálculos, uno más uno es igual a dos. Y sólo con las piedras (con los sólidos) cabe establecer transformaciones idénticas, por ejemplo, desplazamientos circulares de una piedra que tras un intervalo dado de tiempo vuelve al punto de partida, aunque sea a través de un medio adverso. Hay otra «familia» de ideas, de naturaleza lógico gnoseológica, que, con mucha mayor evidencia, reclaman una estirpe lapidaria. Son las ideas de Fundamento, de Base y de Sistema (y en particular de sistema arquitectónico, que permite incorporar la idea de Dios a la familia de las ideas lapidarias, al menos al Dios que denominamos Gran Arquitecto, arquitecto del Mundo). La idea de Fundamento es una idea indispensable en la constitución lógico gnoseológica de cualquier sistema lógico, ya sea geométrico («Fundamentos de Geometría», de David Hilbert), ya sea teológico («Teología fundamental»), ya sea jurídico («Fundamentos del derecho civil») o económico (los «Grundrisse» de Marx), ya sea filosófico («Fundamentos de filosofía o Filosofía fundamental»). Sin embargo los fundamentos no se confunden con los axiomas, en el sentido aristotélico de «principios evidentes por sí mismos». Los fundamentos sólo adquieren su condición de tales cuando efectivamente sirven de sostén y apoyo básico (el Aufbau de Marx) a los muros que sobre ellos se apoyan (se construyen, como superestructuras). La interpretación de los fundamentos
como principios axiomáticos, válidos y autónomos por sí mismos y en sí mismos, podría utilizarse como una buena definición del fundamentalismo, en cualquiera de sus versiones, incluyendo el fundamentalismo marxista del Diamat, que pretendió independizar a la base de la supeestructura. Porque fundamentalista es de algún modo toda aquella posición que mantiene a toda costa sus principios o fundamentos cualquiera que sean las consecuencias que de ellos se deriven: fiat iustitia, pereat mundus. Pero los fundamentos son fundamentos porque sostienen a lo que por ellos es fundamentado. Aquí ya no hay resto alguno de sustancialismo de los fundamentos, porque el actualismo también penetra en la relación del fundamento y lo fundamentado. No cabe distinguir la base y la superestructura como si aquella fuese autónoma e independiente de ésta; la base es base gracias a la superestructura, y cuando la superestructura se arruina, la base también acaba desmoronándose y pierde su función de tal. Y, sin embargo, el fundamento es base, porque sin base (sin basa) el pie derecho (la columna primitiva) se hundiría en el suelo si éste no tuviese un lecho rocoso, pétreo. Pero los fundamentos y las bases son, en su origen, funciones de la piedra, son piedras, y esto lo tuvo presente Cristo cuando al instituir la Iglesia le dijo al apóstol: «Tu es Petrus», «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». También la idea de sistema, o la idea de arquitectónica del mundo –que Leibniz, Lambert o Kant utilizaron explícitamente– tienen relaciones inexcusables con las piedras. Pero de esto ya hemos hablado más por extenso en el ensayo sobre la Arquitectura y la Filosofía.
9. Y si pasamos a referirnos ahora a las ideas emanadas de las piedras, pero una vez que éstas hayan sido conceptualizadas, no ya por las técnicas o por el arte (por ejemplo, por la Arquitectura), sino por la ciencia, acaso lo primero en lo que habríamos de fijar nuestra atención sería en la constitución misma de la Mineralogía. Porque la Mineralogía habría demostrado científicamente cómo el reino mineral tiene una estructura lógica, un orden y disposición sistemática, y una lógica que pide una taxonomía paralela a la que requiere el reino vegetal y el reino animal. Un orden sistemático que sólo el desarrollo de la ciencia mineralógica (junto con la ciencia botánica y con la ciencia zoológica) pudieron establecer, aunque estaba de modo grosero anticipado en los lapidarios, en los herbarios y el los bestiarios.
Y en particular habría que destacar a la Cristalografía, sobre todo a partir de la teoría de las redes espaciales de Bravais, tal como fue comprobada por Max von Laue, a partir de 1912, mediante la utilización de los Rayos X y la puesta a punto de la técnica de lo que hoy llamamos lauediagramas. De la teoría reticular de Bravais –que limita el tipo de mallas cristalinas a catorce, a la manera como la teoría topológica de los poliedros regulares los limita a cinco– brota la idea científica del determinismo y el orden del reino mineral, que es fundamento del materialismo. Un determinismo que no toma como fundamento el orden geométrico (como en el caso de la topología de los poliedros), ni tampoco el orden teleológico (como en el caso de los organismos de los reinos vegetal y animal), sino en un orden físico, morfológico, sui generis, y no teleológico, pero que permite mantener, sin embargo, una concepción del mundo natural materialista no subordinado al azar, desde el momento en que en el mundo inorgánico no sólo hay leyes determinadas a escala lisológica (las leyes de la mecánica) sino también a escala morfológica. Podremos recurrir al azar a escala de clases de elementos, y tanto a escala de textos (en tiradas de dados, por ejemplo) como a escala de ultratextos (en el reino de los cuantos). Pero gracias a la cristalografía sabemos que el determinismo impera en el reino mineral, y no en nombre de las causas finales teleológicas, ni en nombre de las razones matemáticas, sino en el nombre de las razones minerales, no menos reales que las razones matemáticas o que las razones orgánicas. Pero no sólo la Cristalografía es fuente de ideas imprescindibles, de naturaleza ontológica. La propia Geología, y, en general, las «ciencias de la tierra», son fuentes de ideas, ahora de naturaleza gnoseológica. Y la mejor demostración de esta tesis que puedo ofrecer es el libro imprescindible de Evaristo Álvarez Muñoz, Filosofía de las ciencias de la tierra. El cierre categorial de la Geología (Pentalfa, Oviedo 2004), al que remitimos.
10. En nuestros días, aunque con importantes precedentes paleolíticos, las piedras naturales han ido siendo sustituidas paulatinamente por piedras artificiales, obtenidas de la transformación de las piedras naturales (tras su trituración o pulverización en masas áridas) y la transformación inversa en la forma de las llamadas, curiosamente, «piedras falsas». Con estas piedras falsas, sin embargo, se han construido nuestros edificios y nuestras ciudades hasta límites imposibles de alcanzar utilizando sólo las piedras naturales. Pero las piedras falsas no son falsas piedras, algo así como si fueran de cartón es
piedra. Son verdaderas piedras, y además con propiedades arquitectónicas, de magnitud, dureza y resistencia superiores a las que puedan atribuirse a las piedras verdaderas.
Final Las piedras son los huesos del Mundo
Si eliminásemos tan sólo las ideas de Sustancia, de Ego, de Fundamento, o de Razón, el mundo en el que vivimos se desplomaría. Si eliminásemos estas ideas, la lógica y la ontología del mundo se volatilizaría. Pero si estas ideas son ideas lapidarias, ideas emanadas de las piedras y realimentadas por ellas, cabe concluir que las piedras minerales son constitutivas de la estructura de nuestro mundo. Si la evolución del magma que hace cuatro mil quinientos millones de años dio lugar a la Tierra, según dicen nuestros cosmólogos, no hubiera llegado a producir las rocas y las piedras, pongamos por caso, la «Piedra Génesis» que trajo el Apolo XIV; o bien, si los organismos vivientes no hubieran podido liberarse de la fase líquida primigenia, el mundo del hombre hubiera sido totalmente distinto. Nuestro mundo presupone estructuras que aparecen en franjas térmicas muy estrechas. El álgebra, y con ella la lógica y la matemática, desaparecerían en las proximidades del Sol, porque los símbolos alfanuméricos se fundirían allí, y si podemos aplicar las leyes de la lógica y de las matemáticas al análisis del Sol y del magma es porque nos situamos en la perspectiva de la lógica y de las matemáticas de las piedras, por ejemplo, en la lógica y en las matemáticas de las piedras, cálculos o corpúsculos presentes en la teoría corpuscular de la luz de Newton, o en las teorías corpusculares de los átomos de la Química de Dalton o de Mendeleiev. Y sólo desde esta lógica y matemática corpuscular pueden tener lugar los desarrollos de las teorías ondulatorias de la luz y de los átomos desde Huygens hasta Bohr. En resolución, el mundo del hombre presupone las tierras secas, sembradas de piedras y de rocas, entre las cuales ha de correr el agua y el aire, y ha de poder prenderse el fuego, pero siempre que esté asegurada la subsistencia de las piedras y de las rocas.
De este modo concluiremos este ensayo diciendo que las piedras son algo más que los «huesos de la Tierra», como llegó a saber Deucalión, cuando comprendió que Gea es la madre tierra de todos, y las piedras son sus huesos. Ovidio lo contó de este modo en su Metamorfosis (puestas en español por Antonio Ruiz de Elvira): «[Júpiter] decide aplicar un castigo diferente, a saber, destruir bajo las aguas al género humano y arrojar desde toda la superficie del cielo copiosa lluvia. […] Cuando Júpiter vio que el mundo estaba cubierto de una líquida sábana formando un inmenso estanque, y que un sólo varón quedaba de tantos miles (Deucalión) y que una sola mujer (Pirra) quedaba de tantos miles, inocentes ambos, adoradores de la divinidad ambos, dispersó los nubarrones, hizo, valiéndose del aquilón, que las lluvias cesasen, y mostró al cielo la tierra y el empíreo a la tierra […]. El mundo estaba restaurado; pero al verlo Deucalión vacío y al ver las tierras desoladas y sumidas en profundo silencio, habló así a Pirra con lágrimas en los ojos: […] «¡Ojala pudiera yo restablecer la población del mundo con las facultades de mi padre y derramar vida en la tierra después de modelarla!.» […] Acordaron dirigir sus plegarias a los poderes celestiales y pedir auxilio valiéndose del oráculo sagrado […]. Conmovida la diosa (Temis) dio esta respuesta: «Alejaos del templo, cubríos la cabeza, soltad los lazos que sujetan vuestras ropas , y arrojad a vuestra espalda los huesos de la gran madre.» […] Vuelven a meditar sobre las palabras oscuras, de insoluble maraña, del oráculo de la diosa, y les dan vueltas y más vueltas […] (Deucalión): «O me engaña mi inteligencia, o el oráculo es santo y no nos aconseja ningún crimen. La gran madre es la tierra; me parece que los huesos de que en él se habla son las piedras en el cuerpo de la tierra. […] Los pedruscos lanzados por las manos del hombre cobraron aspecto de hombres, mientras la mujer fue recreada por las que la mujer arrojaba. Por eso somos una raza dura, que soporta penalidades, y exhibimos pruebas de cuál es el principio de que nacimos. Los demás animales, con sus formas diversas los produjo la tierra por sí misma.» Pero las piedras son mucho más que «los huesos de la Tierra», que los huesos de Gea. Las piedras son los huesos de nuestro Mundo, los huesos que componen la arquitectura de nuestro Mundo. De un Mundo cuya estructura, lejos de existir absolutamente, en sí misma, sólo alcanza su realidad objetiva (y no meramente relativa al sujeto) a la escala de las piedras, a la escala en la cual las piedras existieron y siguen existiendo, y mientras sigan existiendo. Nuestro Mundo seguirá existiendo mientras existan las piedras.
Introducción
H
oy, cuando los grandes problemas de la sociedad parecen ser el cambio climático, las energías limpias, la eliminación de residuos, la reducción y almacenamiento de CO2, el ahorro y reutilización del agua, el desarrollo sostenible, el análisis del ciclo de vida de los materiales, etc., hablar de la piedra no parece interesante. Sí lo sería hablar de nanocompuestos, de nanotecnología, de ingeniería genética, o incluso de desarrollo cognitivo, pero hablar de la Piedra parece quizás innecesario. Porque ¿a quién le interesa la piedra? La sociedad apenas es sensible a este material y lo que le rodea. A la piedra, que siempre ha servido a la humanidad y a su desarrollo industrial, le falta una buena imagen, «marketing», comercialización. Dar una visión científico-tecnológica de la piedra sería fácil pero algo reduccionista. Por el contrario, hablar del tema que el título sugiere es cuando menos un atrevimiento, porque no soy sociólogo, filósofo o economista. Por ello, espero que el lector del texto que en su momento fue una conferencia, sepa comprender y disculpar las deficiencias en estos campos. El discurso se centrará en algunas reflexiones sobre el interés que las materias primas pétreas han tenido, tienen y tendrán en una sociedad en cambio. En la exposición se mezclarán algunos conceptos de tipo filosófico y (o) ideológico como el poder, la belleza, la democracia; otros socioeconómicos como el desarrollo sostenible, la protección del medio, y otros tecnológicos como la explotación, preparación y uso de la piedra.
1. La piedra 1.1 Concepto y tipos de Piedras El término piedra se usa abundantemente en las expresiones coloquiales. Por la piedra se entiende un material polivalente, resistente, duro, natural, no exento de belleza, a veces de suma belleza, como son las piedras preciosas, próximo y accesible, según el caso, signo de poder, de riqueza, de estilo, de cierta clase social, siempre unida a la historia de la humanidad. No es ésta una definición científica, que para ello hay expertos, pero sí es una aproximación intuitiva, que describe algunas de sus propiedades y simbología. Las piedras son minerales y rocas de la superficie de la corteza terrestre; el resto de las rocas de la tierra no son accesibles. Constituyen la materia mineral de los planetas. En el Planeta Tierra se originan mediante procesos geológicos, sin la intervención (normalmente) de los seres vivos. Este origen natural diferencia a los minerales y rocas de cualquier otro material. Las piedras podemos imitarlas, copiarlas, sintePiedras «blandas» tizarlas, pero siempre serán diferentes de las Deformación plástica y dúctil Arcillas, margas, yeso formadas por procesos naturales. Desde un punto de vista geomecánico las Cerámica Estructural, Porcelana rocas pueden ser «blandas» (arcillas, margas, yeso) o «duras» (granitos, areniscas, calizas), Piedras «duras» según su deformación sea plástica y dúctil o Deformación elástica y frágil Granitos, mármoles, areniscas, calizas, cuarcitas elástica y frágil, predominantemente (cuadro 1). Con las primeras se preparan diverConstrucción y Ornamentación sos materiales cerámicos de gran interés como ladrillos, sanitarios y porcelana, o Cuadro 1. Clasificación geomecánica de las rocas cemento y yeso; las segundas son las piedras para construcción y ornamentación. Existen además rocas de granulometría diversa, no compactadas, de origen sedimentario detrítico que son las arenas y gravas, que dan lugar a áridos naturales granulares (cuadro 2). Son los inertes que se utilizan en la fabricación de productos artificiales resistentes, mezclados con materiales aglomerantes de activación
Rocas sedimentarias clásticas
Arenas y gravas
Rocas no consolidadas
Áridos naturales
Material para construcción y obras públicas Cuadro 2. Las rocas sedimentarias clásticas
Piedra de cantería Características Bloques dimensionados mediante corte y tratamiento de superficie rústico Tipo roca Granitos, gneises, areniscas, cuarcitas, calizas, pizarras Propiedades , Resistencia mecánica a la carga , Durabilidad , Admiten mal el pulido Acabados Cortado, serrado, abujardado, flameado...
Usos actuales , Obra rústica (chalets, unifamiliares) zocálos, chimeneas, tabiques, techos , Obra pública: mobiliario urbano, acondicionamiento espacios públicos, revestimiento de fachadas , Restauración (sustitución sillares, piedras talladas) Producción en España 200.000 tn (~ 3% Piedra Natural)
Cuadro 3
materiales aglomerantes de activación hidráulica. Los áridos son materiales esenciales para la construcción y las obras públicas. Aquí nos centraremos en hablar de las «piedras naturales duras», que son todas aquellas rocas susceptibles de ser utilizadas como elementos constructivos tras ser extraídas de su yacimiento, cortadas, dimensionadas, tratadas a veces (desde el desbaste al pulido) y puestas en obra. Este tipo de piedra debe ser fácilmente extraíble y dimensionable, de un cierto atractivo estético, con alta resistencia mecánica y durabilidad aceptable. 1.2.- Piedras para construcción y ornamentación Entre las piedras naturales «duras» se pueden distinguir dos tipos de acuerdo con su uso: piedra de cantería y piedra ornamental. Las piedras de cantería tienen funciones específicas en la construcción (Cuadro 3). Pueden ser estructurales (muros, columnas, vigas, arcos, otras fábricas), de recubrimiento (losas y paredes) u ornamental (balaustradas, balcones, cornisas, chimeneas). Pero también pueden ser de uso común urbano y rural en adoquinado, bordillos, mobiliario urbano, escaleras, fuentes, esculturas rústicas, etc. En todos estos casos los bloques de piedra son dimensionados mediante corte y sometidos a un tratamiento de superficie de tipo rústico. La actividad artesanal en todas estas etapas es esencial aún. Las piedras más frecuentes para estos usos son: granitos, gneises, areniscas, cuarcitas, calizas y dolomías, pizarras, basaltos, pórfidos y otras. Todas ellas deben tener: a) resistencia mecánica y capacidad de trabajo en su puesta en obra, y b) durabilidad. A lo largo de la Historia, su disponibilidad ha marcado siempre el uso. En general son piedras que en su mayoría no admiten un buen pulido, porque si lo admiten y adquieren tras él una gran visto-
sidad, pasarán al mercado de las Rocas Ornamentales. Los acabados de estos tipos de piedra pueden ser diversos: lajado, cortado, serrado, abujardado, flameado, envejecido, etc. En la actualidad el uso de la piedra de cantera es esencial en los siguientes campos: ! Obra rústica (chalets, viviendas unifamiliares) donde la piedra se utiliza para muros, zócalos, tabiques, techos, chimeneas. Se usan areniscas, calizas, gneises, etc. ! Obra pública (mobiliario urbano, acondicionamiento de espacios, plazas y calles, jardineras, balaustradas, fuentes, etc.) y revestimiento de fachadas. Cuadro 4. Se utiliza: cuarcita, pizarra, granito, arenisca, alguna caliza. Grupo comerciales de Rocas Ornamentales ! Restauración: Sustitución de sillares, piedras talladas, etc. Se necesita para ello previamente encontrar las canteras Granito originales (o similares) y que puedan ser accesibles. El granito es toda roca cristalina, Por otra parte la piedra ornamental o rocas ornamentales comfeldespática, con textura secuencial y tamaño de grano que se distingue a prenden tres grandes grupos: granitos, mármoles y pizasimple vista, que se explota en bloques para ser elaborado por aserrado, rras. La denominación es ambigua y en muchos casos incopulido, tallado, etc. rrecta desde el punto de vista petrológico, excepto para la pizarra (Cuadro 4). Los granitos se usan en arquitectura Incluye: anortosita, granito, gneis, granodiorita, monzonita, sienita y las para interiores y exteriores, contribuyendo a mejorar la intermedias, que cumplen con la definición. calidad. Normalmente se usa en recubrimientos total o parcial de un edificio y en el interior para solados, chimeSe consideran como «granitos neneas, baños, encimeras, etc. Se incluyen con esta denomigros» las diabasas, gabros y similares. nación a granitos, gneises, gabros y todo tipo de roca plutóMármoles nica o metamórfica con megacristales. Toda roca metamórfica constituida El mármol es toda piedra natural compacta, que admite mayoritariamente por carbonatos (calpulido, con dureza 3-4 en la escala de Mohs. Entran en esta cita y (o) dolomita), capaz de adquirir un buen pulido final. definición los mármoles s.s. y los mármoles cipolínicos, las calizas, dolomías, brechas calcáreas, travertinos y serpentiSe incluyen también rocas sedimentanas. Se usan como revestimiento, columnas, arcos, esculturias como las calizas cristalinas o no, más o menos dolomitizadas, susceptiras, arte funerario, etc. bles de un atractivo acabado. Las pizarras son rocas metamórficas fácilmente lajables en Por semejanza decorativa se consideláminas delgadas por sus planos de foliación, resultado de ra también a las serpentinitas, rocas su esquistosidad. Hay una identificación entre su denomiverdes, silicatadas y provistas de bandeados por variaciones de la composinación industrial y la geológico-petrológica. Se usan en ción mineralógica. cubiertas, baldosas y revestimiento. Las fotos 1, 2 y 3 prePizarra sentan tres edificios de épocas muy distintas que han usado Roca de metamorfismo regional de piedras estructurales de la región (granitos, areniscas, calcabajo grado, con un tamaño de grano renitas y calizas), y otras piedras con función ornamental muy fino y planos de foliación resultantes de la deformación tectónica. (Cartografía Catedral de Cádiz) de diferentes procedencias.
Foto 8. Catedral de Burgos. Caliza de Hontoria. (Siglo XIII)
Foto 9. Catedral de Oviedo. Caliza Piedramuelle (Comenzada en el Siglo XIV)
Foto 10. Alhambra de Granda (siglos XIII/XIV). Mármol de Macael, ladrillo y yeso 8
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2.- El poder y la democracia en el uso de la piedra a traves de la historia La piedra es más duradera que las civilizaciones que la han utilizado y por eso se le asocia un sentido de supervivencia eterna. En la piedra está registrada la historia del Hombre y de ahí su unión íntima. Desde un principio la piedra tuvo un sentido mágico-religioso. La columna megalítica, el menhir, es un símbolo sacro. Sobre la piedra el hombre pintaba lo que veía y le rodeaba, pintura rupestre. Los dólmenes fueron los ejemplos más significativos de la arquitectura megalítica. Eran monumentos funerarios, cuya interpretación completa aún está por dilucidar (Foto 4) La piedra natural junto con la madera, constituyeron los primeros materiales de construcción. Las primeras manifestaciones encontradas datan de 8000 años a.C., entre Palestina y Siria y a lo largo de la Cordillera de Zagros, entre Irán e Irak. Con la piedra se hacían alzados de cabañas en forma circular, con una estructura de ramas y barro. Posteriormente se empiezan los abovedados y sería hacía 5000-3000 años a.C. cuando se usan como ornamentación. En general las construcciones en piedra sirvieron de abrigo y defensa en los primeros momentos. La cerámica fabricada con la arcilla, endurecida con el calor, se unió rápidamente a la piedra y a la madera y durante miles de años fueron los materiales de construcción más importantes. En los comienzos de la civilización la utilización de la piedra en construcción fue masiva, sin atender a las formas y posición. Su colocación consistía en la superposición de una sobre otra, sin prácticamente elementos de transición entre ellas, acomodadas de la mejor manera para rellenar huecos necesarios, similar a una mampostería sin ordenación precisa. Hasta aquí el uso de la piedra era popular, prácticamente al alcance de cada tribu, de cada familia. No era un objeto de lujo. Pero más tarde se buscan piedras de características especiales, se eligen formas, se cortan y tallan, se colocan para construir fábricas estables de mampostería y sillería y se normalizan
Foto 16. Mosaicos fabricados con Piedra natural Foto 17. Decorado con Piedra translúcida. Foto 18. «Piedra Líquida»
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En otras civilizaciones se aprovecha directamente la piedra para construir «in situ» mediante la excavación y no con la extracción y transporte. Un caso soberbio y único en la historia es el de la ciudad de Petra en Jordania (Foto 7). En la Edad Media llega el apogeo de la piedra, con la realización de grandes obras: acueductos, catedrales, iglesias, monasterios, grandes edificios civiles y militares, usándose piedras de la región. Para las portadas y ornamentación se usan mármoles traídos de diferentes países, incluso de distancias considerables. Con la aparición del gótico, se llegan a preparar con la piedra verdaderas obras de orfebrería (Fotos 8 y 9 página siguiente). Un hecho importante ocurre durante esta etapa de la Edad Media: el uso de la piedra disminuye por la escasez de materias primas en el entorno y el encarecimiento. Esto lleva a un cambio constructivo de las construcciones en piedra, reduciendo espesores, tamaños y dimensiones, y a un mejor aprovechamiento de los recursos. Se hace entonces trabajar a la piedra hasta los límites de sus posibilidades mecánicas, repartiendo tensiones en las nervaduras de sus bóvedas, descomponiendo y dirigiendo, en columnas agrupadas, los esfuerzos verticales hacia el suelo. Nada que ver esta forma de construcción con la del Románico, mucho más simple, de grandes sillares, y sobria decoración. En general puede decirse que durante toda la Edad Media, la piedra sigue siendo un material básico en la arquitectura urbana, rural y religiosa. En la España Árabe los materiales pétreos usados provienen de las épocas romanas y visigodas, aunque se abren nuevas canteras de mármoles de variados colores, entre ellas las de Macael, que entre otros monumentos se utilizaron para la Alambra de Granada (Foto 10). En los siglos XVI a XVIII se puede hablar de la arquitectura real, porque es por orden o al amparo de Reyes y Nobles cuando se construyen Palacios, Castillos, e Iglesias, así como Hospitales y Universidades, que usan tanto la piedra estructural como la ornamental, abriéndose nuevas canteras por toda Europa y modificándose las técnicas. En el siglo XIX se produce un salto cualitativo. Con la fabricación del cemento, y más tarde
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del hormigón, materiales más económicos y fácilmente trabajables y moldeables, empieza la construcción moderna. La introducción masiva posterior del acero, el vidrio, los plásticos, los geotextiles, las piedras sintéticas, los materiales bituminosos, etc. llevan a la piedra a ser un elemento esencialmente decorativo en revestimientos exteriores o interiores (cornisas, dinteles, balaustradas, escaleras, balcones, chimeneas, encimeras, mesas, mobiliario y pavimento urbano). Mención aparte merece el arte funerario. El cementerio es un fenómeno social «de recuerdo». La durabilidad de la piedra va unida al deseo de eternidad de los seres vivos y los mausoleos pretenden ser por una parte un símbolo del poder del fallecido y por otra una morada eterna. Según el tipo de enterramiento se puede conocer el poder de la familia que está sepultada.
3.- Momento actual de la piedra 3.1.- El nuevo paradigma constructivo basado en la piedra. La piedra mantiene un valor semántico de prestigio, una referencia de lujo, un valor estético y de representatividad en el urbanismo de las ciudades. La piedra representa un sentimiento de permanencia a través de los tiempos, que no producen otros materiales, ni siquiera el ladrillo, aunque puede ser tan duradero como la piedra. La piedra sigue siendo ahora como en la Roma clásica, o en la Francia Napoleónica un símbolo de poder. Está vinculada a su significado estético, con un papel a veces abstracto. En la obra contemporánea arquitectónica y escultórica es parte del lenguaje compositivo, mezclada en ocasiones con el acero, los metales (aluminio, titanio) o con el vidrio (Fotos 11 y 12). El impulso que le ha dado la normativa energética a la«fachada ventilada», donde el aire ya no es neutro sino un elemento el proyecto, ha conducido a que la piedra de revestimiento se utilice cada vez más. Además estos revestimientos se pueden anclar fácilmente a la pared del edificio, usando anclajes metálicos y utilizando, si es el caso, fibras de carbono electrosoldadas y resinas epoxídicas (materiales mixtos). El arquitecto y el escultor tienen hoy la posibilidad de usar cualquier piedra, gracias a la globalización del mercado y gracias a las nuevas técnicas de exploración, explotación y procesado de la piedra. Se produce así un cambio paradigmático del uso de la piedra pasando de ser un material de construcción tradicional a un material de uso compositivo e imaginativo, con función estética mutable según la moda, estando más al alcance de la clase media. Las piedras se pueden cortar y modelar en formas diversas y combinarla con otros materiales (acero, aluminio, plásticos, vidrio) a precios asequibles y a los que eventualmente pueden sustituir (mármol transparente o translucido, alabastro iluminado, ónices). Inclusive los defectos en la piedra pueden ser motivo para su colocación estética (Fotos 13 a 18) 3.2.- La explotación y uso de la piedra: desarrollo sostenible y problemática ambiental.
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n primer lugar, cabe felicitar a AFAPA por la organización de esta 2ª Jornada sobre la roca industrial. Lo más difícil es dar continuidad con rigor a este tipo de actos. En segundo término cabe que nos felicitemos todos porque las jornadas mineras vayan derivando hacia un sector tradicionalmente e injustamente postergado ante el rey carbón, y más aun porque como tema se aborde la restauración, recuperación o rehabilitación, cada uno que escoja la palabra que más le guste, que forma parte del proceso productivo, aunque haya sido una lucha larga y en algunos casos y con algunos empresarios difícil de entender. La importancia del Sector en Asturias viene determinada por la contundencia de las cifras, y aunque sea a modo de pincelada baste señalar que en el 2006 se han producido casi 13 Millones de toneladas de caliza, cerca de 5,5 Millones de toneladas de arena y cuarcita, más de 300.000 toneladas de arcilla, 260.000 toneladas de dolomía y 235.000 de sílice para vidrio. Esta actividad extractiva tiene que ser compatible con otras actividades, infraestructuras, viviendas, equipamientos públicos, etc. Esta coexistencia, no siempre se plantea en términos pacíficos. Decir que hay valores emergentes en la sociedad tales como medio ambiente, seguri
dad, etc. es una obviedad tanto como que esa misma sociedad percibe a las industrias extractivas, con el término cantera, en su aspecto más negativo porque las asocia a ruido, polvo, camiones, voladuras, contaminación de arroyos y así podríamos seguir. Esta es la realidad y este es el reto de Administración y Empresarios para que un sector básico, importantísimo para el desarrollo y progreso de esta región, sea aceptado y conviva con la protección de unos valores naturales, que, aunque algunos no lo crean, a nosotros también nos interesa enormemente su protección. Es evidente que la implantación de una industria extractiva supone una transformación del entorno físico, como ocurre también con una autopista, una urbanización o un polígono industrial por poner tres ejemplos. Hay una diferencia sustantiva en cuanto que, de alguna manera, las industrias extractivas van cambiando de lugar de forma que al hecho del avance de los frentes se superpone la liberación de otros espacios en distintas condiciones. En este punto se sitúan los planes de restauración. Desde el punto de vista legal, todas las industrias extractivas tienen sus planes de restauración autorizados y garantizado su cumplimiento por los avales depositados. Aquí surgen unas primeras reflexiones, en cuanto a la calidad de los proyectos de restauración y en lo referido a que el modelo de aval parece una figura excesivamente estática y cuyo mayor beneficio corresponde a las entidades de crédito. La Administración tiene dos funciones: la reglada, que no es cuestión de comentar aquí por sabida, y la de impulso a la investigación, el desarrollo y la coordinación. Ciñéndose a la segunda línea de acción, el Principado de Asturias ha sido pionero en proyectos y actuaciones dirigidas a mejorar la seguridad y la salud y a buscar nuevos caminos para el desarrollo del sector. En el ya lejano año de 1998 se ponía en marcha un Plan de Seguridad Minera para la Industrias Extractivas de Rocas Industriales, siguiendo las prescripciones del Plan de Seguridad Minera para toda España, aprobado el 17 de diciembre de 1997. El Plan del Principado contenía dos líneas de actuación principales: ' Impacto de la aplicación del R.D. 1215/1997 de 18 de julio. ' Actuaciones encaminadas al cumplimiento del punto 1.a del artículo 7 de la Ley 31/1995 de Prevención de Riesgos Laborales. Posteriormente, se realizó, junto con el Instituto Nacional de Silicosis un estudio epidemiológico del sector de los áridos que sirvió de modelo para otras Comunidades Autónomas. Se trataba de conocer los riesgos pulvígenos de las explotaciones, en relación a la silicosis y también aportar recomendaciones técnicas preventivas.
Nos preocupa el campo de la I+D+i, donde entendemos que hay una clara debilidad en el sector. En este sentido la Administración financió un ambicioso programa de investigación de minería subterránea de áridos, que dio lugar a la creación de tres miniminas subterráneas en distintos macizos calizos, con los objetivos básicos de obtener datos, ver comportamientos de los techos y conocer algunas cuestiones económicas. Esta misma línea fue continuada con la roca ornamental; nos parece que hay un potencial investigador importante, y una demanda creciente de rocas autóctonas, en especial las ligadas a la caliza Griotte y las de Rañeces y Moniello. No siempre estas iniciativas se entienden correctamente; en ningún caso se pensaba ni se piensa en un cambio abrupto de lo superficial a lo subterráneo, a sabiendas de que es inviable. Se pretendía y se pretende disponer del conocimiento suficiente para poder opinar con datos objetivos y contrastables frente a la posición del “no porque sí”. Todos sabemos que las cosas no son blancas o negras; en todas las actividades hay matices, circunstancias, oportunidades y estrategias, y hasta formas de ver las cosas diferentes. No hay que perder de vista que la aceptación y reconocimiento, o al menos el no rechazo por parte de la sociedad, tiene mucho que ver con la propia iniciativa de los integrantes del sector. Aunque pueda parecer que estamos ante una minería de ámbitos comerciales reducidos, esto no debe hacernos perder de vista que le afecta tanto o más la reglamentación europea, como a cualquier otro subsector minero; como ejemplo sirva que se acaba de recibir el borrador de Real Decreto sobre protección y rehabilitación del espacio afectado por actividades extractivas, que viene a ser la puesta al día del famoso “Real Decreto 2994/1982 de restauración de espacios naturales afectados por las actividades mineras y demás legislación posterior. Hay principios aceptados como el que los áridos y en general lo que procede de la piedra tiene que ser barato sin más, quizás porque las personas perciben que hay abundancia de materia prima. Esta percepción hace que cuando se implantan normativas nuevas, tendentes a mejorar la seguridad, el medio ambiente, la calidad, que innegablemente conllevan unos costes añadidos, se suscite un cierto rechazo, incluso por parte de los empresarios para incorporarlos al producto final. Una sociedad moderna exige aguas limpias, accidentes cero, restauraciones de calidad, sistemas de protecciones en el transporte, y así podíamos enumerar unas cuantas más, y eso necesariamente tiene que asumirlo el sistema económico. Una de las mejores cartas de presentación para las industrias extractivas de cualquier sustancia, es la calidad de la restauración; si bien antes y durante el proceso productivo está la minoración de los impactos (ruido, polvo, vibraciones, etc.), estos impac
tos son pasajeros y puntuales, siendo cierto que la reiteración en el incumplimiento genera masa crítica suficiente de rechazo. Sin embargo, lo que perdura, lo que se ve diariamente es el resultado final de la restauración y ahí tenemos uno de los factores más decisivos para ir modificando la percepción negativa que pudiera existir de estas explotaciones. Aquí nos queda un largo camino por recorrer, donde deberían converger imaginación, diseños, aplicación de tecnologías y productos nuevos, e incluso el recurso a restauraciones experimentales no ligadas exclusivamente a una explotación concreta, donde profesionales alejados del sector y más afines a la creación artística puedan aportar otros puntos de vista. Dicho esto, cabe señalar que la adecuación del sector a la normativa ambiental puede calificarse de muy positiva, con el añadido de que todos los costes aprobados presupuestariamente se encuentran avalados. La cifra de los avales impuestos a final del año 2006 se situó en el entorno de los 6 Millones de euros, lo que viene a suponer el 6% de las ventas. Conviene señalar que esta es una de las pocas actividades (la minera), que avala los costes de la restauración, lo que no deja de ser un cierto agravio respecto de algunos otros sectores, aunque para la Administración Minera resulta una tranquilidad y seguridad añadidas. Este sistema de avales que nació en 1982 suscita bastantes opiniones en relación a su obsolescencia; creemos que convendría analizar con el debido sosiego cuál podría ser un modelo alternativo. Hay que tener en cuenta que bastantes terrenos mineros tienen un valor de mercado sustancialmente mayor que cuando se inició la explotación, lo que nos podría llevar a pensar en alguna fórmula jurídica que ligase el uso y el valor final de los terrenos. No hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que el valor de un hueco de un arenero en las inmediaciones de una gran ciudad resulta bastante superior al de la arena extraída. También se puede pensar en espacios de ocio, deportivos, urbanizaciones o cualquier otro equipamiento que demanden, principalmente los Ayuntamientos. Conviene tomar en consideración lo dispuesto en el borrador de Real Decreto al que aludía con anterioridad, estudiarlo detenidamente y hacer las observaciones con fundamento. En un vistazo rápido, hemos percibido que mantiene igual criterio que el R.D. 2994/82 en cuanto que es preceptivo el plan de restauración para el otorgamiento de una concesión. Las concesiones tienen, por lo general, una extensión importante; presentar un proyecto de explotación tiene poco sentido si éste se refiere a todas las reservas de la concesión, dado que sería probablemente un proyecto irreal y cuyo coste en avales resultaría inviable. Además, las concesiones se pueden otorgar por largos períodos de tiempo. Lo lógico será imponer que no se pueda realizar ninguna labor que afecte al suelo sin obtener previamente la autorización ambiental.
La existencia de asociaciones fuertes en el sector como AFAPA en Asturias y ANEFA en el territorio nacional, constituye la mejor garantía de información, formación y asesoramiento a sus afiliados y supone un medio adecuado e importante de interlocución con las distintas administraciones y colectivos de ciudadanos. En Asturias, y al margen de las actuaciones administrativas derivadas del cumplimiento de las normas que le son de aplicación, mantenemos un constante apoyo en aspectos muy variados a las empresas del sector; ya hemos referido alguno de los proyectos realizados y otros en proceso de realización, a los que debe añadirse en un epígrafe importante la formación de diversas categorías de trabajadores de acuerdo con las necesidades que nos manifiestan los responsables del sector. Es indiscutible que las industrias extractivas, sobre todo a cielo abierto, generan determinadas molestias e inconvenientes para las poblaciones vecinas. Tan cierto como esto, es que también resulta posible minimizar esas afecciones. El ruido, el polvo, la limpieza de accesos, los apantallamientos, buenos diseños de explotación, el tratamiento de las aguas, la atenuación de los efectos de las voladuras y otras actividades disponen en cada caso, de tratamientos muy eficaces y que están al alcance de todos. Salvo en circunstancias muy particulares, se trata de que el empresario tome las decisiones correctas y disponga de los medios humanos, materiales y técnicos adecuados. Antes de terminar, quisiera hacer en el marco de estas Jornadas un especial recordatorio hacia la seguridad y la salud, fuera del contexto reglamentario, yendo más allá de lo que pudiéramos entender como seguridad formal. Especialmente me referiré a los servicios de prevención, para que sean los órganos de vigilancia y de impulso a la seguridad, consecuencia de un constante análisis de riesgos, que cristalicen en documentos de seguridad y salud que constituyan un instrumento vivo de diagnóstico en el que se incorporen los nuevos conceptos. Para terminar, decirles que desde esta Dirección General de Minería y Energía seremos totalmente receptivos a sus indicaciones y sugerencias y podrán contar siempre con nuestra colaboración en el marco nuestras funciones y competencias. Muchas gracias por su atención.
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odemos decir que la conciencia ambiental comienza a desarrollarse en los años sesenta del siglo XX, aunque hunde sus raíces en el XIX. Va ser en dicho siglo cuando se produzcan los primeros procesos de industrialización y, con ellos, las primeras peticiones de mejoras medio ambientales. El ambientalismo decimonónico (higienismo, reformismo filantrópico, proteccionismo aristocrático, naturalismo y conservacionismo) será la respuesta ante la degradación del medio provocada por la revolución industrial. Así, a lo largo del siglo XIX y principios del XX, podemos rastrear las primeras disposiciones legales y las primeras asociaciones de defensa de la naturaleza. Además, en EEUU, gracias al incipiente movimiento conservacionista, aparece por primera vez la idea de conservar espacios naturales como «santuarios» de la naturaleza. El primer Parque Nacional del mundo, el famoso Yellowstone, se crea en 1872. Con todo, aunque podamos situar las primeras inquietudes en ese periodo, no será hasta la segunda mitad del siglo XX cuando encontramos una movilización ecologista. Es, entonces, cuando se constatan y denuncian los peligros medio ambientales. La segunda revolución industrial trajo consigo una capacidad de generar impactos sobre el entorno que no era comparable con los efectos nocivos que había producido la primera revolución industrial. Los nuevos procesos de industrialización y las nuevas formas de energía dieron lugar a una crisis ecológica global, que provocó la aparición de las primeras voces reivindicativas que pedían límites a las agresiones del entorno. Pero ¿Qué ha sucedido desde entonces hasta ahora? Pensemos que ha pasado ya casi medio siglo desde que se publicara La primavera silenciosa (1962) de Raquel Carson, para muchos, la obra que supuso el arranque de una nueva conciencia frente al medio ambiente. En efecto, a
partir de la década de los sesenta del siglo pasado se puso sobre la mesa la necesidad de reflexionar sobre un sistema económico que conducía a una degradación medio ambiental sin precedentes. El crecimiento acelerado y el fuerte desarrollo experimentado en los países industrializados avanzados, sobre todo, tras la II Guerra Mundial evidenciaron la crisis medio ambiental, abriendo un debate sobre los efectos no deseados de la industrialización. En la década siguiente, la primera Cumbre de la Tierra (Estocolmo, 1972) constará del carácter global de la problemática ambiental y subrayará la necesidad de establecer acuerdos internacionales. Además, la crisis energética de 1973 no hizo más que contribuir al debate ecológico al sacar a relucir el posible agotamiento de los recursos naturales y el uso de la energía nuclear. En medio de una intensa movilización social, el movimiento ecologista crecerá espectacularmente convirtiéndose en un importante mediador e interlocutor de la crisis medio ambiental. La década de los ochenta, con la sucesión de desastres naturales (Bhopal, 1984; Basilea, 1986; Chernobyl, 1986, etcétera), confirmará lo que se venía gestando años atrás, la necesidad de tomar medidas urgentes para frenar el deterioro ambiental. Los noventa nos traerán la Segunda Cumbre de la Tierra (Río de Janeiro, 1992) y el impulso del desarrollo sostenible como instrumento político para detener la crisis ecológica; y nos dejará también la evidencia de un grave problema medioambiental: el cambio climático provocado por la acción humana. La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en 1992 y el complejo protocolo de Kyoto mostraron las dos caras del problema, por un lado, la urgencia de alcanzar compromisos para mitigar los efectos del cambio climático y, por otro, las serias dificultades para consensuar acuerdos internacionales. El siglo XXI no ha hecho más que reafirmar el panorama desolador que venimos arrastrando. La Tercera Cumbre de la Tierra, celebrada hace apenas seis años (Johannesburgo, 2002), ha puesto de nuevo sobre la mesa la falta de consenso y de políticas medio ambientales eficaces. ¿Y cómo han afectado todos estos cambios a nuestras percepciones sobre el entorno? Hay algo evidente, desde las primeras voces que denunciaban la degradación ambiental hasta nuestros días, hemos vivido una transformación de nuestras representaciones sobre el medio. Transformaciones que son constatables a través de los estudios que se han venido haciendo sobre la percepción del medio ambiente y que evidencian que la mayoría de la población se muestra preocupada por el entorno. Ahora bien, las preocupaciones sobre el medio están mediatizadas por las percepciones sociales. En este sentido, los impactos medio ambientales generados por las industrias son valorados por la visibilidad o por la capacidad de representación de los mismos. O dicho de otra manera, las distintas actividades industriales son, en muchos casos, puestas en tela de juicio no tanto por los impactos ambientales «reales» que producen sino por la facultad de representarlos. La industria extractiva de roca industrial genera tal impacto sobre el paisaje que es
difícil que no se perciba negativamente. El impacto visual de las canteras, la alteración constatable del paisaje, provoca el rechazo y el cuestionamiento de toda su actividad. Poco importa en la percepción la dependencia sobre el material extraído en la vida cotidiana y las medidas correctoras medio ambientales aplicadas en este sector. Cuando entra en juego la representación social, la imagen de la naturaleza o de los recursos naturales, las canteras son construidas como nocivas. Y, en gran medida, este rechazo se sustenta por tres motivos. En primer lugar, porque el trabajo de extracción para la obtención de áridos es una actividad visible, lo que la hace especialmente vulnerable en términos de enjuiciamiento social (contaminación visual y agresión al medio). En segundo lugar, porque se desarrolla en contextos que se sitúan más cercanos en la representación social al mundo de lo natural y, por tanto, más próximos a lo que se quiere conservar y proteger (la tierra, las montañas, etcétera). Y, por último, porque sus explotaciones se emplazan próximas a las ciudades, lo que conlleva diferentes problemas asociados a su percepción. Por un lado, su localización colindante a los centros urbanos las torna más visibles, cualquiera que se desplace cerca de la ciudad se encontrara con ellas. Y, por otro, al situarse cerca de polígonos industriales (espacios fuertemente connotados de degradación, contaminación y deshechos) la propia contaminación del campo de ubicación las denotaría (contagiaría) negativamente, contribuyendo a su rechazo. Todo ello evidencia diferentes paradojas y contradicciones sociales. En los últimos años, la demanda de áridos ha experimentado un constante crecimiento (infraestructuras, viviendas, etcétera). Pero, el aumento del consumo no lleva pareja una reflexión acerca de su origen y producción: se demanda más, obviando su impacto y rechazando su práctica. Es decir, la paradoja está en culpabilizar a un sector a la vez que a ese mismo sector se le pide un mayor crecimiento para dar respuesta a la demanda. Pero esta contradicción no es la única. El desconocimiento de la industria extractiva de roca industrial, de sus procedimientos y de sus usos, produce un rechazo social, sin conocerse ni los verdaderos impactos ambientales ni las medidas correctoras implementadas en el sector. La importancia que juega en todo ello la construcción social del medio ambiente hace necesario que nos preguntemos: ¿Cómo se percibe socialmente el medio ambiente? ¿Qué imágenes despierta? ¿Qué mediadores actúan en su construcción? ¿Cómo valoran los ciudadanos la crisis ecológica? ¿Cuáles son las fuentes de legitimidad de la percepción medio ambiental? En esta conferencia intentaremos contestar a tres preguntas en concreto, para sacar a luz las contradicciones que se desprenden de la percepción medio ambiental: ¿Son los españoles conscientes de los problemas medio ambientales? ¿Quién o quienes de ellos están más concienciados? ¿Quién debe asumir las responsabilidades? A partir de estas respuestas y de poner encima de la mesa las paradojas que envuelven el discurso social del medio ambiente podremos aproximarnos mejor a las percepciones que envuelven las industria extractiva que se articulan a partir de dos pilares encontrados: el desconocimiento y el rechazo.
1. La percepción medioambiental de los españoles La construcción del fenómeno medio ambiental, como hemos visto, responde a un largo periodo de tiempo en el que se han ido definiendo su contenido, sus expectativas y su sentido social. El impacto del crecimiento industrial, los desastres ecológicos, la difusión de los primeros informes y conferencias sobre el medio, el desarrollo de la ciencia ecológica, el papel de los medios de comunicación como publicistas de los acontecimientos ambientales, la enorme labor de la movilización ecologista, etc., han provocado conjuntamente una transformación en las percepciones sobre el medio ambiente. Como hemos señalado, desde las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado, la sociedad empezó a sensibilizarse con la problemática ecológica iniciándose una presión sobre las instituciones políticas para que tomaran medidas. Todo ello contribuyó a que surgiera en las ciencias sociales un interés por medir esa respuesta social, apareciendo la percepción medio ambiental como un objeto de estudio definido. En nuestro país, en los veinte últimos años hemos asistido a una creciente preocupación por conocer la opinión pública sobre el medio ambiente. Los estudios sobre valores y actitudes de la población respecto al entorno han seguido la tradición metodológica dominante de la sociología ambiental norteamericana, es decir, se han servido de las encuestas estadísticas por muestreo como vía principal de información. Desde los años ochenta contamos con información referente a la percepción o concienciación de los españoles respecto al medio ambiente. Pero es, sobre todo, a partir de los noventa cuando disponemos de un mayor número de encuestas que presentan una elaboración más completa y que giran exclusivamente sobre la problemática ambiental. Todas ellas han puesto de manifiesto, con diferentes matices, que la preocupación medioambiental de los españoles ha ido en aumento conforme han pasado los años. Al aproximarnos a dichos estudios1 hallamos que la mayoría han sido elaborados con el objeto de cuantificar lo que se ha denominado la conciencia medioambiental (sensibilidad, percepción, preocupación, actuación). En esta conferencia intentaremos acercaremos a la percepción medioambiental de los españoles, sobre todo, a partir de los datos ofrecidos por el CIS2, para intentar ver cómo se articula la cultura medioambiental de los españoles. 1 Se han revisado, sin intención de excluir, algunos de los estudios realizados para todo el ámbito español en lo referente a la percepción medioambiental de forma global. Concretamente el estudio del CIS-96, CIS-2000, CIS-2004, CIS-2005, CIS-2007 (además de contar con resultados que esta institución ofrece en las encuestas de opinión de carácter general en las que incluyen cuestiones relativas al medio ambiente), las realizadas por el CIRES en 1992 y 1994, y en menor medida, las llevadas a cabo por el Ministerio de Obras Públicas en 1986 y 1992 en las que se relacionaba la cuestión medio ambiental con la calidad de vida. Además, se cuenta ya, sobre todo a partir de la segunda mitad de la década de los noventa, en diferentes comunidades autónomas, con numerosos estudios donde se recogen valores asociados al medio ambiente o sobre la percepción ambiental en concreto (Comunidad Valenciana, Almenar, Bono y García, 1998, Ariño y García Ferrando, 1998; Cataluña, Tàbara 1996; Andalucía, Callejo, 1996, Navarro Yáñez, 1998, Ruiz, 2006; País Vasco, Elzo, 1996; etcétera) y sobre diferentes problemas ambientales (Cabrejas y García, 1996 y 1997; Junyent y Villares, 1999; Tábara y Querol, 1999; Rodríguez Victoriano, 2002; Ruíz, 2006; etc.) 2 El CIS ofrece una serie de estudios monográficos sobre el tema. Además dicha institución proporciona garantías metodológicas.
2. ¿Son los españoles conscientes de los problemas medio ambientales? Como ya hemos señalado, el objetivo prioritario de las encuestas estadísticas ha sido determinar si los españoles tienen o no conciencia sobre su medio. En este sentido, se formulan distintos tipos de preguntas comparando sus resultados. Por un lado, se ha demandado a los encuestados si consideran el medio ambiente como algo grave o urgente o si siguen con interés las noticias sobre el mismo y, por otro, se les ha dado una escala de problemas para ordenarlos jerárquicamente de mayor a menor importancia o se les ha preguntado por su activismo o prácticas medio ambientales. En principio, en función de los resultados, se obtienen dos conclusiones aparentemente contradictorias: los españoles son conscientes y, al mismo tiempo, inconscientes de su medio. Si tomamos los resultados de la encuesta del CIRES 943 descubriremos que, en cuanto a la percepción del estado actual del medio ambiente, tan sólo el 3% señaló «Poco graves, y fácilmente superables con algo de esfuerzo» y el 1% «Nada graves, todo son exageraciones». El resto de las respuestas se repartió entre los que percibían la situación como muy grave (29%), bastante grave (50%) y grave (13%). Del mismo modo, en las encuestas realizadas en el CIS, específicamente, sobre Ecología y Medio ambiente (1996, 2005 y 2007) durante los doce últimos años, encontramos que ante la conservación del medio ambiente, los entrevistados consideraran mayoritariamente que es «Un problema inmediato y urgente» frente a los que contestan que es «más bien un problema de cara al futuro». De hecho, en los datos obtenidos en las encuestas del CIS 1996 (Estudio 2209) y CIS 2005 (Estudio 2590) podemos ver que en una escala de preocupación 1 al 10 (1 nada preocupados, 10 muy preocupados), los españoles se sitúan de media respectivamente 6,68 y 6,84. Asimismo, podemos valorar otro tipo de cuestiones referidas al interés por seguir noticias medio ambientales para ver en que medida los españoles se preocupan de su medio. Los resul CIS 96
CIS 2005
CIS 2007
Un problema inmediato y urgente
73
72,6
69,1
Más bien un problema de cara al futuro
22,4
22,7
23,5
Una moda pasajera
1,4
1,1
1,2
No le parece un problema
1,4
0,7
1,2
N.S/N.C
4,8
2,8
4,9
Fuente: CIS-96 Estudio 2209; CIS-2005 Estudio 2590; CIS-2007 Estudio 2682
situadas en el plano de lo ideal, más que en el plano de lo real, puesto que el medio ambiente aparece como un valor alcanzable, sobre todo, como un valor deseable de futuro. No obstante, el mayor problema se plantea cuando se matizan los resultados de dichas preguntas por un segundo tipo de cuestiones que dibujan un panorama bastante distinto. Así, en las tentativas por determinar el grado de concienciación medioambiental, se ha dado a los encuestados una relación de problemas para que los situaran en una escala de prioridades. Las listas incluyen preocupaciones tales como el desempleo o la delincuencia, es decir, problemas cotidianos. A la luz de los resultados obtenidos con este tipo de pregunta, se puede llegar a afirmar que los españoles tienen poco grado de concienciación medio ambiental. La encuesta del CIS 96 (estudio 2209), muestra a una población que reconoce el medio ambiente como un problema inmediato y urgente, pero a pesar de ello lo relega a un segundo plano al situar, en primer lugar, otras preocupaciones (desempleo, terrorismo, droga)4. También en los barómetros mensuales que realiza el CIS podemos ver cómo se sitúa el medio ambiente entre los problemas que afectan a nuestro país. De nuevo, los problemas económicos, el paro, la inmigración, la vivienda, etcétera aparecen como los más sobresalientes. Con frecuencia, estas respuestas se interpretan realizando una lectura lineal de los resultados y concluyendo a partir de las mismas que los españoles son unos «inconscientes de su medio ambiente». Sin embargo, como señala Chuliá Rodrigo (1995), una lectura de tales datos debe tener en cuenta que las preocupaciones más cercanas no excluyen las preocupaciones medio ambientales. Además, como ha puesto de manifiesto Martín-Crespo (1999), en las escalas es difícil interpretar la posición concedida al medio ambiente, porque ésta depende de la jerarquización presentada a los encuestados así como a la propia evolución de los problemas. La carestía de la vida
Para empezar me gustaría que me dijera, de entre los siguientes, ¿cuáles son los tres problemas más importantes para Vd. en estos momentos? (Multirrespuesta: Máximo tres respuestas)
19 %
La inseguridad ciudadana
26,9 %
El deterioro del medio ambiente
23,9 %
El terrorismo
73,8 %
El desempleo
76,5 %
La droga
61,6 %
Otro
2,2 % Fuente: CIS-96. Estudio 2209
Los resultados y las interpretaciones de las encuestas nos dejan un saldo paradójico. Si atendemos a las respuestas obtenidas en la jerarquización de problemas, los españoles son unos inconscientes y unos materialistas, ya que priman los asuntos económicos y los de seguridad. Si, en cambio, prestamos atención a la percepción medioambiental, los españoles son muy conscientes de su medio, no sólo ven el medio ambiente «como un problema grave y urgente» a resolver, sino que además demuestran gran interés por los temas medio ambientales. Las interpretaciones han sido dispares: unos autores se muestran optimistas al señalar cómo la adhesión a los valores medio ambientales crece a lo largo del tiempo; otros en cambio son pesimistas al comprobar el escaso interés que despiertan los asuntos ecológicos en nuestro país. Entre los motivos que justificarían ese escaso interés se encontraría el nivel económico y educativo de nuestro país que explicarían en gran medida la falta de concienciación frente a la preocupación medio ambiental. Llama la atención la contradictoria coexistencia de esta doble lectura, que algunos investigadores han resuelto en llamar «inconsistencia» (Noya, Gómez Benito y Paniagua, 1999). Ahora bien, ante los resultados vistos parece ilógico seguir pensando que la sociedad española concede poca importancia al medio ambiente, más bien podríamos empezar a pensar que dicha preocupación se sitúa en otro orden de cosas; porque, desde nuestro punto de vista, la preocupación medioambiental se colocaría en otro nivel bien distinto al del paro o la delincuencia. Además, no consideramos que la atribución de ciertos valores tenga una relación directa ni con un estado de economía ni con un nivel educativo. E. García ha señalado como «un importante sondeo Gallup realizado con motivo de la Cumbre de la Tierra de 92, revela que entre los países donde la preferencia por el medio ambiente sobre el crecimiento es más alta que en los EUA y Japón se encuentran, por ejemplo, Chile, México, Brasil y Uruguay; o que la población más preocupada por la perdida de biodiversidad (de los veintidós Estados estudiados) es la mexicana» (1995:82)5. Estos datos evidencian la inconsistencia de algunas de las interpretaciones dadas. Asimismo, otros autores interpretan que los españoles están lejos de tener interés por los problemas medio ambientales al señalar el escaso compromiso que muestran con asociaciones y grupos ecologistas. Este modelo explicativo apunta que estaríamos lejos de tener una clara conciencia medioambiental ya que el índice de compromiso ecológico resulta insignificante6, cuestionándose las relaciones que existen entre las actitudes declaradas y las conductas reales de los ciudadanos. Nuestra opinión es que ambos aspectos (conciencia y activismo ecológico) ni se deben mez
clar, ni son incompatibles. Si bien se puede suponer que los militantes en asociaciones ecologistas tienen conciencia medioambiental, no puede, sin embargo, suponerse lo contrario: aquellos que no participan no la tienen. No podemos medir el conocimiento de una realidad por el índice de activismo que ella genera, ni tampoco por las divergencias encontradas entre los valores declarados y las conductas desarrolladas. Además, la participación en asociaciones parece que no tiene mucha relación con el grado de conocimiento de un problema, quizás tendría más que ver con la implicación en la defensa de ciertos valores. En realidad, esta contradicción (la dificultad de asignar la conciencia e inconsciencia de los españoles) plasma la paradoja en la que nos encontramos: la distancia que existe entre la preocupación mostrada por el medio ambiente y la desocupación manifestada por lo mismo (García, 1995; Corraliza y Martín, 1996; Martín-Crespo, 1999; Rodríguez Victoriano, 2002, etc.). Contradicción que los encuestados parecen apuntar. Y que es posible valorar con otro tipo de preguntas que evidencian las contradicciones. Por ejemplo, casi 60% de los encuestados opina que el medio ambiente debe ser protegido aunque ello suponga altos costes. Sin embargo, cuando se pregunta sobre la disposición a asumir costes derivados de la protección del medio ambiente o sobre las prácticas ecológicas desarrolladas las opiniones se matizan. Las respuestas a la hora de asumir los costes son elocuentes. Tomando la encuesta del
CIS 2004 (2557)7, vemos que el 45,3% no estaría a favor de pagar precios más altos (el 23,4% no se posiciona), el 54,3% no estaría dispuesto a pagar más impuestos (el 20,7% no se posiciona) y el 46,8% no aceptaría recortes en su calidad de vida (el 21,2% no se posiciona). En cuanto a las prácticas habituales hay que tener presente, de nuevo, que los encuestados tenderán a apuntar lo políticamente correcto. Por eso el «algunas veces» refuerza esa posición ideal. Existen otro tipo de preguntas sobre prácticas ecológicas referidas a reciclaje, medidas domésticas, trasporte, etcétera, que nos pueden acercar a comprender lo que apuntamos como «lo políticamente correcto». Las respuestas ante las mismas parecen reforzar lo que se debería hacer y no lo que se hace. En este sentido, es elocuente comparar las respuestas obtenidas en dos cuestiones. En una se preguntaba sobre lo que la persona hacía y en la siguiente sobre lo que los españoles hacían (CIS 2005, Estudio 2590). Por ejemplo, obtenemos que los encuestados8 señalan que el 85,6% utilizan habitualmente las papeleras, mientras que opinan que sólo lo hacen 20,2% de los españoles; o dicen depositar habitualmente los desechos en los contenedores para reciclar en un 70,1%, pero apuntan que sólo lo hacen el 21,1% de los españoles; declaran un 48% poner medidas de ahorro energético de forma habitual en su hogar, pero señalan que sólo lo hacen el 8% de los españoles, etcétera. 7 8
La encuesta del CIS del 2000 (estudio 2390) recoge valores muy parecidos. Atendiendo nada más a la respuesta «habitualmente» (en la respuesta se podía también señalar algunas veces o nunca).
Quizás la respuesta que mejor recoge estas aparentes contradicciones y paradojas es la siguiente. La mayoría de los encuestados opina que aunque los españoles respeten el medio ambiente no se preocupan por el mismo. En realidad, apuntan la contradicción entre preocupación/ocupación. En este sentido, no deja de ser significativo y paradójico que cuando se pregunte por quién hace más esfuerzo por proteger el medio ambiente se sitúen primero los ciudadanos, después el gobierno y, por último, las empresas. Cuando en otras cuestiones, como hemos visto, se ha reconocido que pocos se preocupan por el medio ambiente. Desde nuestro punto de vista, las paradojas y contradicciones que nos muestran los resultados de las encuestas indican que los españoles conocen los problemas medio ambientales (son conscientes de ellos), pero que todavía hace falta que asuman la responsabilidad que implica conocerlos. O lo que es lo mismo, todavía no se ha dado el salto entre la preocupación y la ocupación (acción). Así, estaríamos frente a un claro consenso y un ambiguo compromiso.
3. ¿Quiénes son los españoles más concienciados? La discusión sobre el grado de adhesión de los valores ecológicos también se ha trasladado a aquellos a quienes se adjudica potencialmente la capacidad de una mayor sensibilización. Así, se suele asignar un «discurso ecológico consciente» a un sector bien definido de la población, existiendo una creencia generalizada de que la mayor concienciación medioambiental responde a unos perfiles muy concretos, lo que en algunos trabajos se ha denominado el perfil social del ambientalismo (Gómez, B. y Paniagua, A., 1996). De manera que, las variables independientes (la edad, el sexo, el nivel de estudios, el hábitat y el tamaño de la población donde se reside, la clase social y la orientación política) dibujan un prototipo de aquel que se acerca más al tipo ideal del «concienciado ecológico». Pero la pretendida base social de la consciencia ecológica también ha sido puesta en duda por diversos autores que cuestionan su validez al considerar que las diferencias significativas son insuficientes para dar con un perfil claro del «concienciado ecológico» (Olsen, Lodwick y Dunlap, 1992; Ester, Nelissen y Seuren, 1994; García y Cabrejas, 1996; Almenar, Bono y García, 1998; Santamarina, 2003, etcétera). Desde nuestro punto de vista, el perseguido perfil del concienciado medioambiental responde más bien a un poderoso estereotipo que lleva difundiéndose desde los primeros estudios realizados en Norteamérica. Pero el mismo no se deduce tan fácilmente de investigaciones que han incorporado análisis cualitativos y parece diluirse en los resultados de las encuestas. El tópico de «concienciado» parece responder tanto a una imagen determinada por la militancia ecológica de antaño, como a modelos culturales fuertemente instalados en nuestra sociedad. En muchos trabajos se da por sentado que existe un claro perfil de los que presentan una mayor consciencia medioambiental: jóvenes, sobre todo mujeres, con ideología de izquierda, de clase media, con estudios superiores y de hábitat urbano. Pero esta asignación es muy discutible, al menos, por dos motivos. En primer lugar, porque no existe una relación directa
entre la concienciación y la participación ecológica, tal y como señalamos anteriormente. Si bien cualquier movimiento social se caracteriza por el activismo de los jóvenes, no se puede atribuir la máxima sensibilización al sector juvenil de la población simplemente por su participación mayoritaria en estas asociaciones. La confusión entre participación y concienciación es clara. En segundo lugar, porque cabe preguntarse si las técnicas empleadas para medir las respuestas sobre el entorno no hacen sino reforzar un tópico, asentado y aceptado socialmente, sobre las percepciones de las prácticas deseadas para ciertos grupos. Debe llamarnos la atención que en el imaginario social se encuentren los mismos atributos que los que se deriven de las investigaciones. En este sentido, las encuestas también indican cómo la sociedad tiende a construir una imagen de los que se supone que están más preocupados, y ésta coincide, en gran medida, con los perfiles obtenidos a través de los sondeos de opinión. En cuanto a la edad, podemos decir que asistimos en nuestra cultura a una consagración de la «juventud» como edad dorada y añorada. Ser joven, implica toda una serie de conductas esperadas, estereotipadas e idealizadas. Entre ellas: son los jóvenes quienes deben reemplazar a las generaciones adultas, por lo que se espera que adopten los valores en alza de la sociedad. Asimismo, la educación juega una baza a su favor: hoy están más preparados. Efectivamente, fueron los jóvenes quienes impulsaron el movimiento ecologista, pero hoy «continúa siendo habitual, en nuestra sociedad, la consideración del ecologismo como una ideología específicamente (o al menos, preponderantemente) juvenil. Es un tópico que viene repitiéndose año tras año, desde hace ya décadas. […] Conviene aclarar que se trata de un tópico cuyo fundamento en la realidad no es sólido. No hay mucho de específicamente generacional en la actual sensibilidad social hacia la crisis ecológica» (Almenar, Bono y García, 1998:540). Pero ni los
ideales otorgados a la juventud, ni las destrezas cognitivas adquiridas en la educación (ya lo vimos en el apartado anterior) justifican la atribución de una mayor sensibilidad medioambiental a este grupo de edad. De hecho, algunos estudios no sólo han llegado a poner en duda dicha asignación, sino que también han detectado un importante cambio en sentido inverso. Así, en una investigación realizada en el ámbito valenciano se señalaba que «frente al tópico que identifica ecologismo y juventud, el análisis de los datos presenta un cuadro mucho más complejo, que no sólo conduce a rechazar dicho tópico en muchos aspectos significativos, sino que incluso permite percibir una cierta crisis del ideal ecologista en la juventud» (Almenar, Bono y García, 1998:544). Con respecto al género cabría preguntarse si los valores más favorables imputados a las mujeres no responden a una mirada patriarcal, que se corresponde con una cosmovisión anacrónica del mundo. El reconocimiento de sus «virtudes innatas» ha llevado a situar a las mujeres más cerca del ámbito de lo natural que de lo cultural, por lo que dentro de esta lógica se esperaría una respuesta más favorable por parte de las mujeres. Al fin y al cabo, ellas están más próximas de lo que se anhela («lo natural»). Por su parte, el posicionamiento ideológico hacia la izquierda podría ser explicado por diferentes factores. La preocupación sobre el medio ambiente de los trabajadores ya fue en el siglo XIX una reivindicación de la izquierda y, por tanto, no es un recurso nuevo en su discurso. De hecho, si atendemos a los programas electorales en nuestro país, descubriremos cómo la izquierda articuló antes y con mayor centralidad los problemas medio ambientales, incluyendo en sus programas aportaciones del movimiento ecologista. En este sentido, baste recordar que, en algunas elecciones municipales y autonómicas, Izquierda Unida se ha presentado en coalición con Los Verdes. Además, la memoria de los movimientos estudiantiles de finales de los sesenta no hace más que consolidar esta vinculación a la izquierda. Finalmente, habría que reseñar una aparente contradicción entre el perfil extraído de las encuestas, que describen una mayor convicción de los problemas medio ambientales entre los «urbanitas», y la atribución de comportamientos más ecológicos a los habitantes de los pueblos. La cimentación de unos valores más cercanos al cuidado y el respeto por el entorno en el mundo rural responde a una idealización de su modo de vida. Nada parece indicar que las actitudes y las conductas de los habitantes de los pueblos sean más favorables al medio ambiente; sin embargo, la atribución de esos valores respondería a una representación de un entorno más equilibrado que permite deslizar sus particularidades hacia la población. Por otra parte, el hecho de que la reflexión sobre los problemas ambientales naciera en un contexto urbano, como no podría ser de otra manera, no implica tampoco que esta atención se vea reducida a dicho espacio. En España, la polémica base social del ambientalismo ha provocado controversia. Algunos autores han empleado en sus investigaciones tanto técnicas cualitativas como cuantitativas,
y esto les ha permitido desdibujar el pretendido perfil ambientalista. García y Cabrejas señalan en sus conclusiones «el resultado más a destacar es que los factores significativos lo son muy poco, que las diferencias entre los grupos son pequeñas» y vuelven a indicar que «es bastante plausible la tesis de que los matices diferenciales que aparecen a veces en las encuestas sean sobre todo un subproducto de la propia técnica de investigación». (1996:94). Nuestro propio trabajo de investigación apunta también a esta dirección y sugiere que los perfiles no están tan claros (Santamarina, 2003). En este sentido, no pensamos que haya ni una base social ni un perfil definido a los que atribuir mayor sensibilidad medioambiental. En definitiva, ante la pregunta ¿Quiénes son los españoles más concienciados? Podemos responder que nos encontramos con un discurso bastante cristalizado que tiende a ser interclasista, intergeneracional e intergénero.
4. ¿Quién o quiénes causan, en mayor medida, el deterioro del medio ambiente? ¿Quién o quiénes deben hacer frente a su protección y proponer soluciones? Las encuestas nos acercan de alguna manera a la atribución de culpas en lo que se refiere a la problemática medioambiental: quién o quienes contribuyen al deterioro del medio ambiente con sus prácticas antiecológicas. En el gráfico, podemos observar cómo se plantea una pregunta relacionada con los efectos nocivos de las distintas actividades económicas. Atendiendo a sus resultados es posible observar cómo los sectores que se asocian más cercanos al mundo natural (agricultura, construcción de parques...) son los que se consideran menos perjudiciales. Frente a ellos se sitúa la energía nuclear y la industria, ambas comparten en su representación una fuerte carga simbólica negativa que remite a la contaminación («humos, vertidos, radiactividad, Chernobil...»). En realidad, esta pregunta nos permite ver cómo se perciben y construyen los riesgos ambientales, siendo la contaminación el riesgo más visible. De hecho, la contaminación (la contaminación en general, la contaminación atmosférica y la contaminación industrial) se sitúa en las encuestas como uno de los problemas más importantes en España (CIS 2005 Estudio 2590; CIS 2007 Estudio 2682). Asimismo las encuestas también nos ofrecen una primera aproximación sobre quién o quienes tienen obligación de responder ante el problema medioambiental. Cuando hablamos de la atribución de responsabilidades tropezamos con otro problema diferente: las responsabilidades se diluyen. Al diluirse las responsabilidades (siempre están fuera de nuestra práctica y de nuestro campo de decisión) la acción carece de sentido (¿Qué puedo hacer yo?). De ahí que la contradicción señalada entre preocupación y ocupación (acción) vuelva a aparecer. La responsabilidades corresponden, por una lado, a acuerdos políticos internacionales y, por otro lado, a todos (gobierno y ciudadanos).
Como vemos, en la última pregunta, la opción más señalada es aquella que incluye a «todos» en un «todo» como responsables de la protección del medio ambiente (el gobierno y el ciudadano), aunque a los gobiernos se les impute más responsabilidad que a los ciudadanos. En este sentido, las responsabilidades que se apuntan como de todos vuelven a ponerse en entredicho cuando se contestan a otro tipo de cuestiones. Por ejemplo, casi el 50% de los encuestados opina que «No tiene sentido que yo personalmente haga todo lo que pueda por el medio ambiente, a menos que los demás hagan lo mismo» (CIS-2004 Estudio 2557).
Teniendo en cuenta que los recursos del Estado proceden de los impuestos, ¿cree Ud. que las Administraciones Públicas gastan lo suficiente, gastan más de lo que deberían o gastan menos de lo que deberían para proteger y conservar el medio ambiente?
Gastan lo suficiente
7,5
Más de lo que deberían
5,5
Menos de lo que deberían
61,3
N.S/N.C
25,7
Fuente: CIS-2005 Estudio 2590
La paradoja vuelva a repetirse, todos somos responsables, pero como ninguno nos hacemos responsables, «lo que pueda hacer yo carece de sentido». Esto, que en las encuestas aparece perfilado, en los trabajos cualitativos se muestra de una forma más clara. Cuando los informantes hablan de sus acciones o posibles acciones a favor del medio ambiente, expresan que de poco sirven sus acciones si el resto no hace nada, sobre todo si gobiernos, en primer lugar, y empresas, en segundo lugar, no asumen responsabilidades (Santamarina, 2004; Ruiz, 2006). En realidad, hay que tener en cuenta que la percepción de las responsabilidades está en relación directa con las culpas, de ahí la dejación. Dejación que se imputa en primera instancia a las administraciones públicas, por no invertir y por no regular en lo referido al medio ambiente. De hecho, esa aparente dejación podemos observarla cuando se les pregunta a los encuestados si ha mejorado algo la situación medio ambiental en España en los últimos tres años, sólo el 35,4 contenta que ha mejorado «algo» (frente a un 33,5 que piensa que no ha cambiado y 9,9 que piensa que ha empeorado «algo»). Además, esa sensación de inoperatividad de las instituciones públicas sea agudiza al considerarse que las medidas más importante para la protección medio ambiental son las normativas y las informativas. En cuanto a las normativas, por ejemplo, el 90% de los españoles está a favor de establecer limites de contaminación (Fuente: CIS-2005 Estudio 2590) y el 90,7 está CIS 2005 CIS 2007 de acuerdo en el principio de «quien contamina paga» (Fuente: CIS-2007 Estudio 2682). En Muy informado 3,7 2,9 cuanto a las informativas el 94,1% considera que se deberían fomentar las campañas de 37,1 32 Bastante información (Fuente: CIS-2005 Estudio 50,9 54,5 Poco 2590). Con respecto a esto último, es significativo que los españoles se sientan poco infor7,8 10,2 Nada informado mados de los problemas medio ambientales, lo que volvería trasladarnos a la paradoja entre 0,5 0,5 N.S/N.C preocupación y ocupación, ya que es difícil ocuparse cuando no se sabe por qué o cómo. Fuente: CIS-2005 Estudio 2590; CIS-2007 Estudio 2682
5. Conclusiones De las primeras pretensiones ecologistas del XIX a la percepción medioambiental de hoy se ha recorrido un largo camino, donde han ido cambiando las reivindicaciones, los idearios y los participantes. El siglo XXI comienza con un saldo paradójico pese a que las predicciones científicas son cada vez más alarmantes (cambio climático por la acción humana, escasez del agua, agotamiento de los recursos naturales, disminución de la biodiversidad, etcétera) y la preocupación medio ambiental ha ido aumentando, todavía no habido ni una transformación de nuestros hábitos, ni compromiso social con el entorno. El discurso medio ambiental de los españoles se nos muestra lleno de paradojas y contradicciones que pueden trasladarse al sector de la industria extractiva de roca. Como ya hemos apuntado, las encuestas señalan que el riesgo más visible es la contaminación y, en el caso de las canteras, el impacto que generan se traduce en una contaminación visual fácil de representar. La falta de comunicación entre la industria de los áridos, acerca de sus procedimientos, usos y medidas correctoras con respecto al medio ambiente, y la sociedad provoca un rechazo generalizado de sus prácticas. En gran medida ese rechazo viene articulado por el desconocimiento (de sus industria y de sus productos) y por la fuerza visual negativa que produce (la agresión directa a la tierra). Con todo, parece evidente que la responsabilidad frente al medio es una cuestión de todos, de políticos, empresarios y ciudadanos. Pero de un todo incluyente y comprometido que fuerce a cambiar las prácticas antiecológicas y a asumir los costes derivados de nuestros impactos sobre el medio. Es necesario un cambio en la cultura medio ambiental de los españoles que permita dar el paso de la preocupación a la ocupación real. En gran medida las acciones y estrategias políticas y empresariales dependen del apoyo social generado y, en este sentido, hace falta todavía una mayor información que permita un diálogo entre los distintos sectores industriales y la sociedad. La industria extractiva de roca tiene un estigma social difícil de cambiar, sólo a través de la información y el diálogo es posible hacer participe y responsable a la sociedad de los productos que demanda y de los impactos y costes medio ambientales que suponen.
L
a nueva legislación medioambiental que regula las emisiones de gases contaminantes de las grandes instalaciones de combustión, ha supuesto la instalación de plantas para la eliminación del dióxido de azufre presente en los gases de combustión de las centrales térmicas. Aunque existen diversas alternativas tecnológicas para dicha eliminación, la más habitual es la utilización de torres de absorción a contracorriente que utilizan lechada de caliza como sorbente para neutralizar los componentes ácidos de los gases. En una primera estimación, serán necesarias unas 200.000 toneladas anuales de caliza de alta pureza para conseguir la reducción prevista de las emisiones ácidas de las centrales térmicas españolas.
1. Las emisiones de dióxido de azufre El dióxido de azufre (SO2) es un componente que se forma por la combustión de las trazas de azufre presente en el combustible que se quema en las calderas de las centrales térmicas para la producción del vapor que posteriormente se expansiona en turbo grupos que dan lugar a la generación de electricidad. El dióxido de azufre emitido por las chimeneas de las centrales puede combinarse con el agua presente en la atmósfera dando como resultado la denominada «lluvia ácida», la cual tiene puede terminar por causar efectos perjudiciales a los ecosistemas. Este fenómeno fue especialmente relevante en la década de los 80 y los 90 en determinadas áreas del centro y norte de Europa, debido a la utilización intensiva de lignitos con un alto contenido en azufre. Los países afectados impulsaron el desarrollo de una legislación específica que pretendía regular la emisión de dióxido de azufre en las grandes instalaciones de combustión. Con dicho objetivo se firmó en 1999 el denominado Protocolo de Gotemburgo, que
fue el primer acuerdo transnacional para limitar estas emisiones. Este Protocolo fue el germen que posteriormente cristalizó en la aprobación de una Directiva Europea específica (la Directiva 2001/80/CE de Grandes Instalaciones de Combustión) que limita a nivel europeo las emisiones admisibles en las nuevas instalaciones de combustión y asimismo contempla la necesidad de realizar actuaciones para reducir las emisiones de azufre en las instalaciones existentes. Dicha Directiva fue transpuesta al ordenamiento jurídico español por el Real Decreto 430/2004. En dicha transposición, España optó por desarrollar un Plan Nacional de Reducción de Emisiones, que establecía medidas voluntarias con el objetivo de reducir las emisiones de las instalaciones existentes, de manera que a nivel nacional se consiga la misma reducción anual que resultaría si a todas las instalaciones se les exigiese cumplir con los límites establecidos para las nuevas instalaciones. El Plan se refiere a las denominadas «Grandes Instalaciones de Combustión», definidas como aquellas que tienen una potencia térmica superior a los 30 MWt, y afecta a diversos sectores, entre los que se incluye el siderúrgico, refino, etc. El Sector Eléctrico es el más afectado, ya que en términos absolutos las centrales térmicas son las principales instalaciones emisoras (casi 800 kt de las 887 kt emitidas en 2001 por las Grandes Instalaciones de Combustión correspondieron al Sector Eléctrico). El objetivo es evitar la emisión de 710 kt toneladas de SO2 anuales, lo que significa reducir las emisiones un 80% respecto a las emisiones del año 2001. La aplicación del Plan Nacional de Reducción de Emisiones para el Sector Eléctrico contempla una serie de medidas a implementar en las diferentes centrales térmicas existentes en España, y en particular en las centrales térmicas que utilizan carbón como combustible principal. Algunas instalaciones han optado por un compromiso para la utilización de carbones con bajo contenido en azufre, de manera que se limita en origen la generación de SO2. El problema es que dichos carbones son escasos y en general más caros, y además presentan problemáticas específicas en otros equipamientos de las centrales térmicas. Un buen número de instalaciones, 10 en total, y en particular la mayoría del parque construido en los años ochenta en el entorno del Plan Acelerado de Centrales de Carbón de 1982, ha optado por la construcción de instalaciones de desulfuración de los gases de combustión. La inversión total estimada en las nuevas instalaciones de desulfuración supera los 600 millones de euros. En el ámbito de dicho Plan, hc energía decidió la instalación de plantas de desulfuración de los gases de combustión en el Grupo 2 de la Central Térmica de Aboño, y el Grupo 3 de la Central Térmica de Soto de Ribera. La planta de Aboño está plenamente operativa desde diciembre de 2007, siendo la primera de su tipo completada en España. La disponibilidad desde su puesta en marcha ha sido del 100%. La planta de Soto de Ribera está operativa desde junio de 2008, aunque su operación desde entonces ha venido condicionada por el régimen de funcionamiento de la propia central, afectado a su vez por el elevado precio del carbón y los derechos de emisión de CO2 en los mercados internacionales.
ombustión y es arrastrada por éstos, y finalmente una pequeñ
2. El proceso de desulfuración de los gases de combustión De entre las diferentes tecnologías perfeccionadas desde principios de los años noventa en Estados Unidos, Japón y Centro-Europa, la más extendida es la que se basa en una torre de lavado a contracorriente de los gases de combustión. El lavado se realiza con un sorbente que sea capaz de absorber y neutralizar el SO2 presente en los gases. Los sorbentes más utilizados son el agua de mar, la cal y la caliza. Aunque abundante y barato, el agua de mar presenta el inconveniente de que la eficiencia de la reacción de desulfuración es muy baja, lo que incrementa enormemente el tamaño de los equipos de intercambio, y por tanto el coste de inversión. La cal (óxido de cal) es un sorbente que produce alta eficiencia en el proceso de desulfuración, aunque suele resultar caro, dado que se trata de un material con un cierto valor añadido. La caliza, y más específicamente su principal componente el carbonato de calcio (CaCO3), es el sorbente más utilizado a nivel mundial por estar disponible en muchas zonas, ser relativamente barato, y además ofrecer un alto grado de eficiencia en el proceso de desulfuración. Presenta además la ventaja de que con algunas modificaciones en el proceso, se puede obtener sulfato de calcio di-hidratado con alta pureza como subproducto, que puede ser utilizado como sustitutivo del yeso natural en la mayor parte de las aplicaciones de éste.
Una planta típica de desulfuración, como las instaladas en las Centrales Térmicas de hc energía, consta de una serie de sistemas que se pueden agrupar de la siguiente manera: ' Sistema de recepción y almacenamiento de caliza ' Sistema de agua de aporte ' Sistema de preparación del sorbente (lechada de caliza) ' Torre de absorción y sistemas auxiliares ' Calentador de gases regenerativo ' Sistema de extracción y preparación del yeso ' Planta de tratamiento del agua efluente Para garantizar una disponibilidad prácticamente del 100% del tiempo, el proceso está altamente automatizado y dispone de un elevado número de equipos redundantes. Sistema de recepción y almacenamiento de caliza Típicamente la caliza se recibe en la central en tamaño de 0-30 mm, cargada en camiones con caja auto-basculante. Se dispone de un sistema de recepción y almacenamiento de la caliza consistente en una tolva de recepción, sistema de cintas transportadoras, separador magnético, machaqueo en molino de martillos hasta un tamaño de 0-10 mm, y un elevador de canjilones que conduce el material hasta un silo para el almacenamiento operativo de la caliza, con capacidad para almacenar la piedra consumida en un plazo de varios días. Todos los puntos de transferencia disponen de sistemas de captación de polvo mediante filtros de mangas. Sistema de agua de aporte La reacción de desulfuración consume un volumen importante de agua de forma continua. Tras la reacción de desulfuración, parte del agua pasa a formar parte de la molécula de yeso, otra parte satura de humedad los gases de combustión y es arrastrada por éstos, y finalmente una pequeña proporción se purga de forma continua y se trata para evitar la concentración de sales y metales en el sorbente, antes de su vertido al medio receptor. Por razones de disponibilidad, se intenta contar con varias fuentes alternativas de agua de proceso, y se dispone de un tanque de almacenamiento para asegurar el suministro al proceso de forma continua. Sistema de preparación de sorbente El sistema de preparación de la lechada de caliza (agua con un 25% en peso de caliza) consiste en un sistema de molienda en húmedo de la caliza en molinos de bolas. Un sistema de hidrociclones con recirculación del rechazo a la entrada del molino permite ajustar la granulometría de corte de la salida de los molinos, de manera que dicha granulometría de salida sea la adecuada para la reacción de desulfuración. Típicamente la granulometría de la caliza presente en la lechada es inferior a 40 micras. La lechada de caliza producida se almacena en un tanque intermedio antes de alimentar a la torre de absorción.
Torre de absorción y equipos auxiliares La torre de absorción o absorbedor es el principal equipo de la planta de desulfuración. Consiste en una vasija por la que circulan los gases de combustión movilizados por los ventiladores de tiro inducido de la central. En el fondo de dicha vasija se mantiene un cierto nivel de lechada, formada básicamente por un 80% de agua, un 19% de cristales de sulfato de calcio di-hidratado, menos de un 1% de carbonato de calcio, restos de productos intermedios de reacción, y algunas impurezas procedentes tanto de la caliza como de las cenizas arrastradas por los gases. El volumen de lechada en el absorbedor permite un cierto tiempo de residencia para que se complete la reacción y favorecer el crecimiento de los cristales de yeso. Unas bombas centrífugas de muy alta capacidad recirculan esta lechada hasta unos colectores que alimentan las boquillas que pulverizan la lechada dando lugar a una niebla que lava a contracorriente el flujo de gases, de manera que
se favorece el intercambio y la reacción de absorción del So2. Las reacciones que tienen lugar en el interior del absorbedor se pueden resumir de la siguiente manera: SO2 (g) + H2O + CaCO3 (s) + O2 —> CaSO4 • E2 H2O (s) + Co2 Con el fin de completar la oxidación que se produce dentro de la lechada, y que resulta en la conversión de los sulfitos y bisulfitos a sulfatos, se mantiene una inyección continua de aire en el absorbedor mediante unas soplantes dedicadas. Con ello se evitan problemas de incrustaciones y cementaciones que estaban presenten en las primeras generaciones de instalaciones de desulfuración. Para mantener la agitación de la lechada en el absorbedor, favorecer la disolución de oxígeno inyectado y evitar la decantación de los sólidos, se dispone de cuatro agitadores accionados por sendos motores eléctricos. A la salida de los gases del absorbedor, y para evitar el arrastre de gotas de agua o lechada, se dispone de un separador de gotas formado por unos paquetes de chapas de tipo chevrón, con un sistema de lavado periódico con agua. Finalmente, en el absorbedor se mantiene una aportación continua de lechada de caliza para mantener el exceso de carbonato adecuado, y una aportación continua de agua para mantener el nivel en la vasija. Calentador de gases regenerativo Con el fin de elevar hasta unos 100ºC la temperatura de salida hacia la chimenea de los gases de combustión que previamente habían sido enfriados hasta unos 45ºC por el lavado en el absorbedor, se dispone de un calentador de gases. Con ello se favorece el tiro y la evacuación de los gases por la chimenea, y además se consigue superar la temperatura de rocío ácido, evitando problemas de corrosión en los conductos de salida de gases. Este calentador suele ser de tipo regenerativo rotatorio (tipo Lunjstrom), aprovechando parte del calor aportado por los gases de entrada al absorbedor. Los gases de entrada ceden parte de su calor a unos paquetes rotativos de cestas, que posteriormente ceden el calor acumulado a los gases de salida del absorbedor. Con ello se optimiza la eficiencia energética del proceso. Sistema de extracción y secado del yeso Con el fin de mantener la composición óptima en el absorbedor, es necesario mantener una purga continua del sulfato de calcio producido por la reacción de absorción. Para ello, unas bombas extraen un caudal de lechada de forma continua. Esta lechada se conduce hasta unos filtros de banda de vacío, que consiguen separar la mayor parte del agua presente en la lechada, dando lugar a una torta sólida, con un contenido en humedad inferior al 10%, y con una pureza en sulfato superior al 95%. Este producto se puede utilizar como sustitutivo directo del yeso natural en la mayoría de los procesos, y por ello se suele denominar yeso sintético o yeso de desulfuración. El agua separada se vuelve a reutilizar en el proceso, bombeándola de vuelta al absorbedor.
Planta de tratamiento del agua efluente Finalmente, una parte del agua extraída en el sistema de filtrado se purga de forma continua y se trata en una planta dedicada con diferentes etapas de neutralización, precipitación, decantación, filtrado y ajuste del pH. Con todo ello se evita la concentración de determinados metales y sales en la lechada, que terminarían por causar problemas en el proceso. Tras el tratamiento, se obtienen por una parte unos lodos secos obtenidos en filtros de prensa, y un efluente que puede ser vertido al medio.
3. El uso de caliza en el proceso de desulfuración Como ya se ha comentado, el carbonato de calcio es la sustancia utilizada para la reacción de absorción del SO2, y también es el principal componente de la piedra caliza. Por cada tonelada de SO2 capturado es necesario consumir 1,6 toneladas de carbonato de calcio (i.e de caliza), y se producen 2,7 toneladas de sulfato de calcio di-hidratado (i.e. de yeso). Como consecuencia, el consumo total de caliza en una central determinada dependerá del SO2 producido
y eliminado en dicha planta. Éste a su vez depende básicamente del régimen de producción de la central, y del contenido en azufre del carbón utilizado. Un rango típico de las hullas de importación está entre un 0,4% y un 2,0% de azufre, por lo que la variabilidad en la producción de SO2 y por tanto del consumo de caliza puede ser muy amplia en centrales como las asturianas que son capaces de quemar un rango de carbones muy diverso. Como referencia, en una central típica de 350 MW que tenga un régimen de funcionamiento intermedio, el consumo puede oscilar entre 50 y 100 t/día. Una parte de las impurezas presentes en la caliza terminan por incorporarse al yeso, empeorando el grado de pureza, y otras son eliminadas incorporadas a los lodos en la planta de tratamiento de efluentes, tras un costoso tratamiento. Por ello, un parámetro fundamental a la hora de seleccionar una piedra caliza para un proceso de desulfuración es su pureza. En general, se exigen contenidos en CaCO3 superiores al 95% para su utilización en este tipo de plantas. El contenido en humedad puede afectar el manejo del material a la recepción, tanto en los molinos de martillos como en los elevadores de canjilones, por lo que se intenta limitar dicha humedad a valores inferiores al 5%. Por otra parte, el diseño de la planta condiciona la granulometría del material. Las plantas de hc energía están diseñadas para tratar un material con granulometría de 030 mm, con un 80% del material inferior a 16 mm. Otro parámetro relevante es el Bond Work Index, que mide el consumo necesario para la molienda de la piedra. El valor de referencia es inferior a 11 kWh/ton. Finalmente, las nuevas plantas de desulfuración suponen una inversión importante, y un elevado coste operativo y consumo energético en las centrales térmicas, sin aportar un valor añadido adicional al producto de las mismas: la electricidad. Por ello, el precio de la caliza, siempre y cuando cumpla con los valores mínimos requeridos, suele ser el valor fundamental a la hora de seleccionar una fuente de suministro. Afortunadamente, en Asturias, y en particular en la zona central, se dispone de una variada oferta, experiencia y calidad de servicio en el suministro de caliza de gran pureza que ha facilitado el desarrollo de los proyectos en las centrales térmicas asturianas.
L
a industria que produce áridos, es decir, arena o rocas fragmentadas, es hoy en día uno de los subsectores básicos de la minería española y mundial. Sin los áridos no sería posible la construcción de viviendas, oficinas, aeropuertos, hospitales, calles, carreteras y autopistas, vías de ferrocarril, puertos, ni tampoco se podría disponer de muchos productos industriales de uso cotidiano. Se llama áridos a los materiales granulares inertes formados por fragmentos de roca o arenas utilizados en la construcción (edificación e infraestructuras) y en numerosas aplicaciones industriales. De forma más coloquial se conocen como arena, grava, gravilla, etc. Cada español consume, sin ser consciente de ello, 11.956 kilogramos al año, es decir, unas 155 veces su peso. Cuando una persona mira a su alrededor, prácticamente todo lo que le rodea procede de una cantera o de una mina, si exceptuamos todo lo proveniente de los mundos vegetal y animal (muebles, tejidos, etc.). Normalmente, por sus características y por los grandes volúmenes que se utilizan, los áridos se comercializan a granel, en camiones con caja conocidos como «bañeras» que se ven con mucha frecuencia por las carreteras. Los áridos son materias primas minerales indispensables para la sociedad. En general, son materiales baratos y abundantes, que se explotan necesariamente cerca de los centros de consumo para reducir los costes de su transporte.
Propiedades y características En función de la aplicación a que están destinados, los áridos deben reunir características diferentes, asociadas a su naturaleza petrográfica o al proceso que se emplea para su producción, entre las que cabe destacar: , Propiedades geométricas: tamaño, forma de las partículas (p.e. si son alargadas o no), caras de fractura, calidad de los finos, etc. , Propiedades mecánicas y físicas: resistencia al desgaste (p.e. para que los coches no se deslicen en las carreteras), resistencia a la fragmentación, resistencia al pulimento, densidad, porosidad, contenido en agua, etc. , Propiedades térmicas y de alteración: resistencia a los ciclos de hielo y deshielo, etc. , Propiedades químicas: contenido en azufre, en cloruros, en materia orgánica, en contaminantes ligeros, reactividad potencial, etc. Estas propiedades son evaluadas gracias a un conjunto de más de cincuenta normas de ensayo y de especificaciones comunes a todos los países de la Unión Europea. Los requisitos técnicos que deben satisfacer los áridos para las distintas aplicaciones, implican que los procesos de fabricación estén perfectamente controlados en sus diferentes etapas. La idoneidad del control de producción que desarrollan las empresas es verificada periódicamente por Organismos Notificados independientes que emiten un certificado que lo acredita. Gracias al control del proceso, se dispone de productos de calidad contrastados, al estar los áridos sometidos continuamente a ensayos de laboratorio para determinar si sus propiedades son conformes con los requisitos de las aplicaciones en los que se van a emplear. Desde el 1 de junio del año 2004, los áridos deben obligatoriamente tener marcado CE tanto para su comercialización como para su uso. Todo usuario tiene, por lo tanto, el derecho y el deber de solicitar la existencia de marcado en los áridos, ya que ello indica que cumplen con los requisitos esenciales establecidos por la Unión Europea. Actualmente, numerosas empresas del sector cuentan con registro de empresa de los sistemas de gestión de la calidad, según la norma UNE EN ISO 9001-2008. Hoy en día, están desarrollándose marcas de calidad para los áridos. Estos pueden clasificarse por el tipo de roca del que proceden, por la aplicación a la que están destinados y por su tamaño. Los áridos naturales se pueden obtener: , De yacimientos detríticos no consolidados, tipo arenas y gravas, en explotaciones denominadas graveras , Por trituración de rocas masivas y consolidadas tipo granito, diorita, calizas, cuarcitas , en explotaciones denominadas canteras Los áridos pueden presentar formas redondeadas, cuando se trata de materiales aluviales que no son sometidos a trituración, o angulosas en el resto de los casos donde existe trituración. los tamaños, se designan mediante la fracción granulométrica d/D comprendida entre el tamaño inferior (d) y el tamaño superior (D).
Un poco de historia Los áridos son unos materiales que han acompañado al desarrollo de la civilización humana desde la Antigüedad. Como herramienta, soporte artístico o material de construcción, desde la Prehistoria hasta la actualidad, todas la culturas han utilizado la piedra. En el periodo que comprende desde la Antigüedad hasta la Revolución Industrial del siglo XIX, la producción de áridos se realizaba de una forma artesanal recurriendo a medios manuales, rompiendo y triturando las rocas con herramientas rudimentarias, como mazas, martillos, etc. Para evitar tener que transportarlos, los áridos se producían en las proximidades del lugar donde iban a ser utilizados. En esa época, una persona podía llegar a producir 125 toneladas al año.
El final del siglo XIX supuso una revolución en el arte de la construcción con la aparición del cemento industrial y del hormigón. En esa misma época, la creación de las redes de ferrocarril, de la infraestructura de carreteras y de las obras públicas necesarias para franquear obstáculos requirió de la utilización de materiales nuevos y económicos en grandes cantidades. Comienza entonces el verdadero auge de los áridos como sector productivo, dependiente en gran medida de la actividad constructora. A lo largo del siglo XX, fueron desarrollándose nuevas tecnologías que permitieron incrementar las producciones mediante la incorporación al proceso de maquinaria fija y móvil, cada vez con mayor capacidad. De este modo ha ido creciendo el tamaño de las explotaciones de áridos a cielo abierto, denominadas canteras y graveras. Hoy en día, una explotación moderna puede llegar a producir más de un millón de toneladas al año con cerca de una docena de trabajadores. A inicios siglo XXI, la industria extractiva de los áridos destaca como uno de los sectores mineros más importantes a la hora de proveer a la sociedad de recursos naturales primordiales para el desarrollo económico. La profesionalización creciente es una de las metas de las empresas de este sector, que aplican, cada vez más, tecnologías innovadoras para optimizar y controlar los procesos.
Obtención de los áridos La explotación de los áridos se realiza habitualmente a cielo abierto en canteras o en graveras. La concepción y el diseño de las explotaciones, así como la técnica operativa empleada, varían cuando se trata de extraer rocas masivas o materiales sin consolidar, en vía seca o en vía húmeda. La investigación minera permite determinar la existencia o no de un yacimiento de áridos y, en caso afirmativo, si sus características (ubicación, dimensiones, tipo de roca, calidad, etc.) hacen viable ponerlo en explotación. Puede decirse, en principio, que las reservas de áridos (sedimentarios y masivos) son prácticamente ilimitadas en España. Pero, en numerosos casos, la inaccesibilidad del yacimiento, hace que éste se encuentre situado en zonas urbanas, en espacios clasificados o en espacios protegidos, el excesivo coste de explotación y de transporte o los impactos sobre el medio ambiente que pudieran llegar a producirse, pueden hacer inviable una explotación. Toda explotación debe contar con un proyecto aprobado por la Administración donde se tengan contemplados todos los aspectos relacionados tanto con la propia extracción de la materia prima (diseño de la explotación) como con su tratamiento (diseño de la planta de tratamiento), además de las medidas previstas para corregir los efectos de la actividad sobre el medio ambiente, y para garantizar la seguridad y salud de los trabajadores. En la mayoría de los casos, los proyectos de explotación están obligados a superar un procedimiento de Evaluación de Impacto Ambiental. La etapa de extracción se desarrolla en dos fases principales que se realizan de forma consecutiva: la descubierta de las capas explotables y la extracción de la materia prima. Descubierta de las capas explotables. Antes de comenzar la extracción propiamente dicha es necesario poner al descubierto el yacimiento explotable retirando selectivamente la cubierta vegetal, los estériles y las rocas alteradas. Estos materiales no aptos como áridos tienen, sin embargo, un gran valor para la restauración de las áreas ya explotadas.
Extracción de los materiales Para la extracción de áridos se emplean distintos métodos de arranque de la roca, adaptados a los diferentes tipos de yacimiento denominados graveras o canteras. La zona donde se obtiene la roca se denomina frente de extracción. Cuando la potencia del yacimiento, es decir el espesor del material, es grande, se forman bancos de altura limitada, diseñados de tal manera que permitan un acceso fácil a los equipos de carga y de transporte. Graveras: cuando los materiales no están consolidados, se emplean equipos de arranque mecánico como las excavadoras, las palas cargadoras, las dragalinas, y los tractores sobre orugas (bulldozer), que extraen directamente la roca , En vía seca: cuando el yacimiento se encuentra por encima del nivel del agua (capa freática o nivel del curso de agua), se emplea maquinaria minera y de obras públicas, como excavadoras, bulldozers, palas cargadoras, atacando el frente de material bien desde arriba, bien desde el pie del mismo. , En vía húmeda: cuando el yacimiento se encuentra por debajo del nivel del agua, se utilizan, desde la orilla, dragalinas con cables y cuchara o retroexcavadoras (si la profundidad es escasa) o, desde el agua, dragas (en profundidades mayores). , Explotación mixta: es una combinación de los dos métodos anteriores. Canteras: Cuando se trata de macizos rocosos, la extracción de materiales consolidados se efectúa mediante voladura con explosivos, adoptando grandes medidas de seguridad, para la fragmentación controlada de la roca y la obtención de la materia prima, llamada todo-uno, que pueda ser trasladada hasta la planta de tratamiento. El transporte a la planta de tratamiento. Se realiza mediante camiones volquetes (dumpers) que pueden llegar a tener grandes dimensiones o por cintas transportadoras.
Procesos de transformación y reciclado El proceso de tratamiento de los áridos permite obtener productos terminados aptos para el consumo. Se trata de un proceso muy automatizado y tecnológicamente complejo, pues intervienen en él una gran cantidad de disciplinas pero, en cuanto a su principio básico, puede decirse que es sencillo, ya que consiste en triturar el todo-uno procedente del frente para obtener tamaños menores y clasificarlos para almacenar por separado cada granulometría. En algunos casos es necesario lavar el material para mejorar sus características. Las etapas básicas son: La trituración y molienda La trituración y la molienda permiten disminuir, en sucesivas fases, el tamaño de las partículas, empleando para ello equipos de trituración de características diferentes, como son los de mandíbulas, los de percusión, los giratorios o los molinos de bolas o de barras. En las arenas y gravas de origen aluvial, únicamente se trituran los tamaños superiores y, por lo tanto, el número de etapas de trituración suele ser inferior.
La clasificación Entre las etapas de trituración, aparecen intercalados los equipos de clasificación, las cribas, que permiten seleccionar el tamaño de las partículas separándolas entre las que pasan y las que no pasan por las mallas. De este modo se logran áridos de todos los tamaños posibles, en función de la demanda del mercado. El lavado Las operaciones de desenlodado y lavado del material se realizan cuando el yacimiento presenta lodos, arcillas u otras sustancias que afecten a la calidad de los áridos y permiten obtener áridos limpios para responder a las necesidades de ciertas aplicaciones de la industria ya que así se evita que se altere la adherencia con los ligantes (cemento, cal, compuestos bituminosos u otros) y se pueda proceder a su correcta aplicación. El almacenamiento En la etapa de almacenamiento, gracias al control del proceso de fabricación, se dispone ya de productos de calidad clasificados según su granulometría, que se almacenan en silos o en apilamientos a la intemperie o cubiertos. El reciclado de residuos de construcción y demolición En ciertos casos, puede ser posible la realización de labores de reciclado de residuos de construcción y demolición (RCD) o de vaciados de obras, procedentes de la construcción, de la demolición de estructuras y edificaciones o de la obra civil (túneles). De los RCD mencionados pueden obtenerse áridos reciclados aptos para ser consumidos, siempre y cuando cumplan con los requisitos de calidad exigibles para cada una de las diferentes aplicaciones. Para ello, es muy importante que el residuo haya sido seleccionado en origen de forma que se evite la mezcla de materiales no deseados que perjudique la calidad del producto final. Maquinaria y tecnología del proceso de producción El proceso de producción de áridos requiere el empleo de una maquinaria muy robusta, resistente y de grandes dimensiones para poder manipular los grandes volúmenes de materias primas que demanda la Sociedad. La obtención de áridos con las características de calidad requeridas por el mercado, es posible gracias a que los sistemas de control empleados son cada día más completos y automatizados y permiten, en todo momento, regular la producción. Equipos de arranque y carga Las operaciones de arranque y carga se realizan en canteras y graveras, fundamentalmente con equipos móviles como las palas cargadoras sobre ruedas, las excavadoras, frontales o retros, y los bulldozers, además de las perforadoras y las dragalinas. , La perforadora realiza, en las canteras, los barrenos que se rellenan con el explosivo necesario para la voladura.
, La pala cargadora es un equipo de arranque y carga muy versátil por su gran movilidad y fácil maniobrabilidad que se utiliza, sobre todo, en el movimiento de tierras, ya sea en la descubierta o en la restauración, en la carga en el frente y en la carga en el parque de áridos de dumpers, camiones y tolvas de alimentación. , La excavadora hidráulica es un equipo de excavación y carga ampliamente utilizado que puede ser de arranque frontal, o retro. Se utiliza en la excavación de tierras, en el arranque de materiales no consolidados y en la carga de materiales en dumpers, camiones y tolvas de alimentación. , La dragalina permite extraer el material cuando se encuentra por debajo del nivel del agua. Está formado por un cazo que se encuentra suspendido de una pluma por medio de cables que permiten lanzarlo vacío y recogerlo con el material escurrido. , Por último, el bulldozer o tractor se utiliza en el arranque, empuje y apilado del material para su posterior carga y transporte, en el desbroce del terreno y en el empuje y extendido de material de relleno, sin olvidar labores auxiliares como apertura, nivelación y limpieza de pistas.
Equipos de transporte Las operaciones de transporte en canteras y graveras, se realizan bien con el dumper o con el camión. El dumper, o camión volquete que puede ser rígido o articulado, es el principal medio de transporte sobre ruedas, dentro de una explotación de áridos y también en la obra pública. Su utilización se centra en el transporte de material cargado en el frente hasta su punto de vertido en tolvas, acopios intermedios o escombreras. El otro vehículo de transporte, el camión, es similar al dumper pero de menores dimensiones y capacidad de carga. Al igual que éste, se emplea en el transporte interno de material cargado en el frente hasta su punto de vertido, ya sean tolvas, acopios intermedios o escombreras, y además en el transporte externo por carretera para distribuir los productos a los usuarios finales. Equipos de la planta de tratamiento Entre los equipos fijos de proceso utilizados en una planta de tratamiento de áridos cabe citar las tolvas, los alimentadores, los equipos de trituración y molienda, las cintas transportadoras, las cribas, los silos, los equipos de lavado, los motores y bombas, la instalación eléctrica y los sistemas de control.
La protección del medio ambiente La creciente aplicación de los criterios ligados al desarrollo sostenible en las explotaciones permite mirar al futuro con la confianza de poder afrontar los nuevos retos que demanda la sociedad. Desde el inicio de la explotación hasta su clausura, las empresas que producen áridos deben aplicar una serie de técnicas para prevenir y minimizar los efectos de la actividad sobre el medio ambiente. La implantación de estas medidas dependerá de las circunstancias concretas de cada explotación, ya que es difícil hablar de actuaciones universalmente aplicables. La variedad de equipos y técnicas disponibles es muy grande por lo que, como ejemplos, pueden citarse: , Sistemas de control del polvo (aspiración, filtros de mangas, pulverización de agua, etc.). , Sistemas para la protección frente al ruido (pantallas, carenados, etc.). , Minimización de residuos, recogiéndolos selectivamente para una correcta gestión. , Depuración del agua de lavado, por sedimentación de sólidos en balsas o en tanques espesadores o por filtrado. , Apantallamiento de la explotación para reducir el impacto visual. Además, la restauración o recuperación de los terrenos explotados que es la última fase del proceso productivo, tiene por objetivo reacondicionar los terrenos de acuerdo con unas directrices de calidad medioambiental, para devolver el área a su entorno. La legislación sobre restauración obliga a las empresas a: , Disponer de un Proyecto de Restauración de los Terrenos aprobado por la autoridad competente. , Depositar un aval que garantice que ese proyecto se realice.
Aplicaciones y usos de los áridos. Los áridos en tu vida Los áridos se emplean en cantidades muy importantes en todos los ámbitos de la construcción, ya sea en viviendas, obras de infraestructura vías de comunicación y, equipamientos, industria, etc. Sin embargo, esta materia prima es una gran desconocida del gran público ya que éste, normalmente, utiliza o adquiere los bienes ya terminados donde está integrada y no los áridos en su estado natural. Los áridos en la construcción Los áridos son la primera materia prima consumida por el hombre después del agua. Cada persona consume, en su vida, cerca de 980.000 kilogramos de áridos, más de 12.000 veces su peso, cantidad equivalente a la transportada en 38 camiones bañera. Para extraer estos materiales, hace falta un hueco de 8*8*8 metros. Ya se trate de una autopista, de un aeropuerto, o de una vía de ferrocarril, las técnicas constructivas requieren cantidades ingentes de áridos. El balasto para las vías férreas, los cimientos de las edificaciones, las distintas capas (ligadas o no ligadas) que forman las carreteras son, esencialmente, áridos. Las principales aplicaciones en construcción son: Hormigones, que pueden ser estructurales (cimientos, vigas y pilares), en masa (pavimentos, etc.) o prefabricados. , Cemento + Agua + Arena + Árido grueso + Aditivos. , El 80% del hormigón son áridos. , 1 metro cúbico de hormigón = 1,8 ó 1,9 toneladas de áridos. El hormigón preparado es el principal uso de los áridos. Se transporta en camiones con cuba rotatoria a unos 50 km. Prefabricados, como ladrillos, bloques, paredes, vigas, traviesas, bordillos, baldosas, aceras, jardineras, tuberías, etc. Morteros, empleados para unir ladrillos o revestir paredes. Un metro cúbico de mortero contiene 1,3 toneladas de áridos. , Es la «cola de pegar» de muchos materiales de construcción. , Revestimiento de paredes. Bases, subbases y aglomerados asfálticos, son los elementos que componen las carreteras, autovías, calles, aparcamientos, etc. Un km. de autopista contiene unas 30.000 toneladas. , El 94 % de los materiales necesarios para una carretera son áridos. , La capa de rodadura puede ser asfáltica o pavimento de hormigón (más duradero). , Mezclas bituminosas (Asfalto). , El 95% son áridos el 5-6 % es asfalto. , Resistencia a la abrasión.
Balasto para construcción de vías férreas, y sobre el que se apoyan las traviesas y los railes. Un kilómetro de vías de ferrocarril requiere unas 10000 toneladas de áridos. Piedras y bloques de escollera para puertos , Bloques de roca maciza de grandes dimensiones. , Protección frente a la erosión del mar o de los cursos de agua. En los gráficos 1 y 2 se puede ver la aplicación y distribución de los áridos en la construcción.
Las aplicaciones industriales Además de en la construcción, los áridos están presentes en innumerables elementos de la vida cotidiana. Causa sorpresa descubrir cuantos objetos habituales han sido fabricados con áridos y en cuantos procesos industriales se emplean los áridos. También tienen muchas aplicaciones para mejorar el medio ambiente: reducción de las emisiones de azufre, reducción de la acidez de los suelos, filtros para la depuración de aguas, etc. Los áridos destinados a usos industriales requieren unas propiedades muy específicas, como una mayor pureza, en cuanto a su composición química, y un tamaño muy pequeño (micronizado), obtenido por molienda fina de los materiales. Cemento. Se compone de 60% de caliza, 25% de sílice, 5% de alúmina y 10% de otros materiales como yeso u óxidos de hierro. Cal. Fabricada a partir de rocas calizas calcinadas a una temperatura de 900 a 1200 oC. Cerámica y vidrio. Para fabricar una tonelada de vidrio se requiere 700 kg de arena muy pura, 300 kg de dolomía y caliza y otras rocas efectos cromáticos. Industria de los plásticos ! Cloruros de polivinilo (PVC), poliester y otros , Carbonato cálcico ! Industria del caucho , Caliza , Cal ! Otros plásticos , Arenas silíceas
Las nuevas aplicaciones El constante desarrollo de nuevas técnicas constructivas y de productos industriales innovadores, abre nuevos campos para los materiales que los constituyen. Las exigencias que deben reunir los áridos son cada día mayores para asegurar una mayor durabilidad y prestaciones de las obras. Un ejemplo de lo anterior es la demanda creciente de áridos ligeros para dotar de esta característica a los hormigones a los que se agregan. Los avances en la fabricación de los materiales constituidos por áridos hacen que, cada día, los campos de aplicación sean mayores. Los áridos en España La producción de áridos, en España ocupa puestos muy destacados en aspectos tan importantes como: ! Toneladas producidas: 550 Mt en 2007, cifra que representa cerca del 85% del total de los minerales producidos en España, repartidas en 470 Mt de áridos para la construcción, y otros 80 Mt para aplicaciones industriales. Actualmente nuestro país es el segundo productor europeo, después de Alemania. ! Volumen de negocio: 3.350 M€, en 2007. ! Explotaciones de áridos: 2.250, de las que unas 1900 están activas, lo que supone el 55,3% del total de explotaciones mineras españolas. ! Empleo directo: con 13.900 trabajadores directos que representan el 32,5% del total de la minería del país, el sector de los áridos está cerca de constituirse en el primer generador de empleo minero, por encima de la minería energética. ! Empleo total: considerando el empleo total generado, cerca de 85.000 trabajadores, en labores relacionadas con la extracción, la producción y con el transporte de los materiales hasta el mercado. El sector es un motor de desarrollo en las áreas escasamente industrializadas donde se encuentran, normalmente, las explotaciones.
Los áridos en el Mundo La industria de los áridos es la más importante dentro de la minería mundial, en cuanto a volumen producido, a número de trabajadores y a número de explotaciones. Es la única minería que tiene presencia en la totalidad de países, exceptuando los de menor superficie como, por ejemplo, San Marino o Mónaco. El consumo mundial de áridos es imposible de evaluar a ciencia cierta, pero su tendencia es creciente por ir ligado al desarrollo económico. En la Unión Europea, existen actualmente más de 27.000 explotaciones de áridos, que producen cerca de 2.750 Mt de áridos anuales creando 250.000 empleos. España ocupa actualmente el segundo lugar después de Alemania, que produce unos 525 Mt, por encima de Francia (402 Mt), Italia (360 Mt) y el Reino Unido (260 Mt). Otro gran productor es Estados Unidos, donde se producen cada año unos 2.800 Mt en unas 10.000 canteras o graveras. Conclusiones La industria extractiva de roca industrial es una actividad generadora de riqueza, por cada Millón de euros de volumen de negocio se generan dos millones de incremento en el PIB. Además, es indispensable y necesaria para la sociedad, compatible con la protección del medio ambiente y comprometida con la seguridad de los trabajadores.
...ahora, imagina un mundo sin รกridos.