Corrientes Conurbánicas

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Corrientes Conurbรกnicas (Pehuen)

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Corrientes Conurbánicas (Pehuen)

Era hermoso sentir el rozar de la birome sobre el papel al dar vida a un verso, a una oración, a un renglón completo de nada; pero la realidad era que la velocidad de los pensamientos y lo urgente de lo que estaba escribiendo requería de mayor velocidad, de una mayor agilidad a la hora de plasmar cada letra; tipear en el teclado de la compu, hablarle al procesador de textos. El viaje comienza en la mente de cada uno; eso, creo, está en claro. Una suerte de liberalismo original para desplazarse hacía un modus operandi de tipo autoritario, sin tocar lo tiránico. Imponer las ideas de uno al mundo, imponerse uno de modo violento ante el mundo, imponerse uno al mundo. Violencia, caos; la Humanidad y toda vida son actos de violencia, de imposición de la existencia frente a la nada, del individuo frente a la masa, al corpus. Violencia. Y el mundo es un caos ordenado por el que surgimos, fluimos; el mundo un orden caótico de fuerzas que fluyen y confluyen entre sí; el mundo es aquel que avanza bajo el sol por la autopista dorada, el camino en el que la realidad se va disolviendo, se va desvaneciendo. El mundo que surge. La realidad que surge... El mundo que caótico se duerme, se muerde las uñas en el colectivo detenido en el tráfico; en el caos de autos desparramados por sobre el camino; los caminos que cada uno de esos autos representa, que cada una de las personas allí apiñadas representan. La coherencia dada por los edificios, por las vueltas y las curvas que presenta ante nuestro ojos; el panorama dorado de la autopista volviendo a casa, alejándonos del centro, de la estación del subterráneo. Acercándonos a la parte alejada de la urbe, al suburbio, al Conurbano. Metidos en medio de la ciudad, absorbiendo su calma de vida extinta, de ascendencia prohibida. Estamos perdidos en un mundo ruidoso y vertiginoso, acelerado, ansioso, estresado, de individuos susceptibles y apáticos ante el mundo circundante; solo es influido por una fuerza que no logra ver ni reconocer de tan total que le es: La ciudad y su esencia de acumulación humana. El mundo surge con sus dedos desde el suelo, es el flujo más aleatorio y perfecto dado en el caótico ordenamiento. Se extienden sus dedos, se extiende la ciudad más lejos que nosotros dentro nuestro.... se escupe la ciudad y se riega donde encuentra espacio; la Humanidad se representa en ella, la Humanidad es el motivo de su ser. Perdidos en medio de todo el caos, de todo el movimiento, de toda la nada porque sí. Toda esa nada, porque sí. El violinista estaba solo en todo en pasillo de la combinación de las líneas A,D y E; el sonido del violín teñía con su color el corredor que iba desde la estación Catedral de la Línea D, hasta el que conducía a la estación Perú de la Línea A; un color agrietado, de acrecencia, de detenimiento del mundo encerrado en esos recovecos, en esas cuevas humanas en que nos movemos como topos, combinando líneas de subterráneo, la D, verde; la A, celeste, y la E, violeta. El alma del violinista estaba sumergida en ese lapso espacio temporal, en esa circunstancia en que nos encontrábamos; solo el violinista tocando en el pasillo vacío, con la funda del violín en el piso evidenciando que solitarios lo habían escuchado (como el viejo que luego note que se encontraba a 2


Corrientes Conurbánicas (Pehuen) metros tras de mí; como yo mismo), volviendo aquel transito por debajo de la avenida y el Cabildo una suerte de iluminación estética; como si Buenos Aires, en esos acordes resonando en las paredes de los túneles bajo la Avenida y la Plaza de Mayo, me confesara el secreto de su forma, de su expansión, de su crecimiento... como si me dijera cual era realmente su verdadero nombre, y no aquel que el idioma nos había inventado; aquel nombre conformado por el pasar de las generaciones por su cuerpo, por sus calles, por su puerto, por sus avenidas y parques y estaciones de trenes y edificios y autopistas; el pasar de cada siglo por su voluptuoso pero discreto cuerpo. Buenos Aires era quien me hablaba en esos tonos, en esos movimientos de dedos y mentones y el agradecimiento del pibe ante el billete recibido... El pasillo, los azulejos, las publicidades, el violinista, el extraño personaje en el corredor violeta de la línea E, el que tenía un buzo tapándole la cabeza y tomaba un mate estático, ¿sumergido en el mundo? ¿o alejado del mismo? ¿O acaso era el mundo y no comprendí el mensaje que de su cuerpo emanaba? ¿me estaba queriendo decir que mis propios ojos se tapaban a sí mismos? ¿Qué misteriosa mirada se guardaba bajo ese buzo puesto como aleatorio en esa cabeza? ¿Qué secretos se contenían en el mate que acercaba a su boca? ¿Me estaba diciendo debía beber del liquido de la verdad, para abrir mis sentidos al verdadero contacto con la ciudad? ¿Qué era la ciudad? ¿Quién era la ciudad, bajo la cual caminábamos en esa tarde noche de noviembre? ¿Por qué el placer de caminar la calles, de nombrarlas? El chirrido encastrante del subte hecho mierda avanzando hacia el lado del Bajo... El calor del día, agobiante a la profundidad en que me encontraba, no solo física sino también mentalmente. El cuerpo estaba sometido a ser lazo de algo incorpóreo, a mantener atado al torbellino desatado, siendo que no era más que otro de los tantos estadios por los que pasamos para constituirnos con una identidad. El corroerse de la cadena mental, del lastre que es la realidad. El olor a podrido de que cada tanto salía de la heladera en el laburo. Llegué a la casa del Enano después de horas y horas vagando por un túnel de luminiscencia y eternidad, un túnel de años perdidos bajo tierra, adentro nuestro; años de que la cara se cayera y se derritiera y nuestras mentes se perdieran, se esfumaran, se quemaran como fósforos en el viento. Una eternidad se paso en ese túnel que nos movía por las vidas enteras, por las vidas de todas las personas que pasaban por sobre tierra, estando ante ellos sin que lo supieran. Fluyendo. Calor, la vereda en José María Moreno al mil y algo. Calor, el enano en la vereda, en el lindel de la puerta de la casa donde estaba alquilando una pieza... Calor. La espalda transpirando por la mochila pegada a ella. Calor. Era Noviembre y el calor recubría Buenos Aires, indicando el inicio del verano. Calor. El primer verano. Subimos la escalera, pase al baño, meé después de horas aguantando. Me miré a los ojos, en el espejo; el brillo que emanaban, como si fueran joyas engarzadas. El mundo brillaba en torno, daba elegancia y calidez al baño gris y apenas limpio. Salí del baño, me senté; me saqué las zapatillas, las medias, la remera, me acurruqué en el sillón destartalado en el que estaba tirado; me conforte a mi mismo luego del veneno del mundo, de la rabia sumergida. Respiré. El sol caía fuerte sobre la autopista detenida; su cuerpo estaba atestado de autos rugientes, acechantes a cada minuto que pasaban ahí atascados. Los edificios se veían tan solo como sombras difusas en la distancia, sumergidas en una suerte de amarillo constante. La Torre del Parque de la Ciudad, las torres de Lugano, el Elefante Blanco. El mundo poseía un brillo único, locuaz, como si del guión de una novela se tratara. La ciudad 3


Corrientes Conurbánicas (Pehuen) brillaba amarilla bajo el sol del primer viernes de noviembre. La ciudad, ansiosa, rugía. Yo, entre todo eso, también rugía. Había estado toda la semana trabajando, expectante a que llegara el sábado por las eventualidades que eso prometía. Lucian presentaba su primer libro en un bar de Almagro, me había invitado a leer, hacía meses, antes que el libro mismo se editara. No hacerlo iba a ser una suerte de falta de respeto prácticamente hacía mi mismo; era cuestión de hacerle el aguante, estar acompañando. Por otro lado había marcha en Catan, hacía la CEAMSE, y una concentración o "bloqueo cultural" (como decía en los flyers que habían hecho lxs pibxs), y demás actividades. Lo emocionante de esto era que se rememoraba la mayor movilización popular en González Catán; prácticamente la única de tal carácter. Diez años habían pasado ya del día en que los vecinos salieron a defender a los vecinos... El fin de semana se palpitaba temprano, venía como ansioso, agresivo, poseía el olor de necesitar despegarme la mente del cuerpo, arrullarme en el viento. Los días eran rabiosos. El viernes 4 de noviembre fue fecha de cobro, por lo menos en el restaurant, y en muchos otros lugares más. La ciudad era un caos, intenso, violento; golpeándonos, moviéndonos a su ritmo. Ya desde temprano en la mañana se sentía esa agitación general que se da los viernes entre la masa obrera; la llegada del descanso, de la libertad, del fin de semana. El 86 de 9 de julio salió más tarde (casi 7:20); en la autopista iba todo trabado por un accidente o una reparación; el bondi bajó de la misma una hora después de haber salido del 29, pero se quedó parado unos diez minutos en la bajada de 9 de julio por una suerte de lógica del ordenamiento del tránsito vehicular, cosa que me llevó a tomar la Línea C del subte y combinar con la D en "Diagonal Norte". Tarde, todo tarde; el subte cuelga en la estación "9 de Julio" de la línea D, las puertas se cierran y abren; la ansiedad y la impotencia crecen. Todo tarde. Como si las fuerzas que me movían complotaran contra mí, como si en lugar de tomar esa energía y moverme con ella, fuera ella quien me hubiera tomado y arrastrado. La ciudad era quien se reía de las personas que nos corroíamos y mordíamos las uñas por dentro. Pero siempre era mala la vuelta; la gente está cansada, quiere llegar rápido a su casa; la única diferencia es esa suerte de alivio de la obligación cumplida. La masa andaba, se chocaba, se mataba, pero estaba más calmada (no así por dentro). Pero no los viernes. No si te pagaron y te podes tomar la combi y viajar sentado. No si hubo un accidente en la Línea C y el subte va solo desde Retiro hasta Av. de Mayo. No, si en Plaza de Mayo hay un acto de la CGT y por tal motivo desde la plaza hasta la avenida 9 de julio está todo cortado y los colectivos andan andá a saber por dónde. No. Pero todo apretado contra la puerta, contra el sol que descendía en nuestro rango de visión, pude subir a un 86 semirapido de ruta 21. No importaba; la ciudad siempre se veía hermosa en el atardecer desde esa perspectiva del colectivo. La autopista entera presentándose ante los ojos, fluyendo eterna; el río de humanidad que fluye por ella, como si de un torrente sanguíneo se tratara. La vida se encontraba tan presente en esos parajes, en esos instantes; cada de una de las eternidades que allí se encontraban, atrapadas en un flujo de sucesos que en nada eran suyos. Una danza perfecta se describía en esas bocinas y rugidos de motores y movimientos lentos y acompasados, una danza sobre el crecimiento, la expansión de la vida humana en la Tierra, contando la historia de cómo nacimos y morimos. De cómo nos movemos hacía un centro urbano, humano, como si fuéramos insectos entorno a una luz. El sol caía sobre la autopista y para nada importaba el embotellamiento, el dolor en las piernas por estar todo el día parado lavando platos, los puñales en los talones, el "chirrido" de las rodillas (ese dolor punzante que se sentía cada tanto); nada. La ciudad se volvía parte de nosotros, nos convertía en nosotros. 4


Corrientes Conurbánicas (Pehuen) El sol caía fuerte sobre la autopista detenida, sobre las mentes detenidas. Lo completo y absoluto de todo ese momento, la eternidad vislumbrada en la distancia tras los edificios distantes, contorneados como sombras en el calor de la tarde. Un atisbo de filosofía se vislumbraba entre tantas terrazas y lejanías, entre tanto edificio de departamentos, casas altas y bajas, torres espaciales, torres de Lugano, y elefantes blancos. Había un poco del secreto de la eternidad en la visión ampliada del camino presentándose completo frente a la mirada en el frente del colectivo. La visión que poco a poco avanzaba hacia nosotros. La visión del circuito que movía a la ciudad, al mundo. Todo eso (observar las minucias de la autopista) había empezado el primer viernes que había vuelto de trabajar a la mañana (siempre había sido un trabajador vespertino), metido en medio de la batalla que era volver a casa un viernes cuando todo el mundo anda desesperado; respirando ese aire de adrenalina y excitación general que se percibe en el aire, como si fuera un rocío o una espora. Un compañero me había regalado media pastilla de éxtasis. Iba viajando en el 86 de 9 de julio adelante de todo; el sol pegaba fuerte en el cielo que se despejaba luego de la lluvia de la mañana (motivo por el que llevaba un abrigo en la mano)... Volvía cansado, como perdido. El colectivero escuchaba "La Nueva Luna", yo iba apoyado contra la puerta, mirando el transito, escuchando "Divididos". Era viernes, se sentía en el ambiente, se sentía en toda la ciudad moviéndose, viva. El mundo se movía entero, cada quien rugiendo, vibrando. La conexión de la mente con el cuerpo del mundo. Ante tal perspectiva solo me quedaba un cosa por hacer. No tenía faso, ni nada por el estilo, tan solo agua, un cigarro, media pasti. El cielo aparecía perfecto en el horizonte despejado que la autopista por momentos presentaba; algunas nubes blancas y bastante altas en el cielo, me hacían recordar a la película de "Escaflowne". Algunas nubes blancas y bastante altas en el cielo me llevaban a esa necesidad de soltarme como si fuera un cuerpo gaseoso, de ablandarme, de extasiarme. Con poca discreción pero sin hacer alarde, metí la mano en la mochila y rebusqué la billetera donde tenía guardada la pequeña dosis de sensorialidad alterada. Busqué, busqué. El colectivero manejaba rápido por el carril exclusivo de la autopista 25 de Mayo, luego de atorarse en el todo el primer tramo de la misma. La cumbia sonaba tranquila, resguardada en el celular del chofer. La cumbia. El pibe parado al lado mío iba con cara de nada mirando la nada y cada tanto el celular, también con un abrigo al pedo en la mano. Cumbia. Los dedos tocaron el paquetito en donde estaba envuelta la pastilla, la abrieron, la sintieron, y fingiendo que me mordía una uña (aunque podía hacer que comía un caramelo lo mismo daba, a quien le importaba) llevé la pastillita a mi boca y la dejé, disolviéndose en la saliva, amarga, roja, secando mis salivales, dando ese gusto amargo que solo un viajecito mental puede llegar a generar. El regusto amargo de los demonios empezando a querer asomar por los hombros, con sus dedos acariciando lentamente la espalda y la cervical, la columna vertebral... los demonios que se guardaban y dormían en las manchas de la espalda, en la mochila todo el día en la espalda. Empezaba el momento en que la realidad era la amante más hermosa con la que podía llegar a encontrarme. Cumbia. De golpe estaba en Lafe (el resto del trayecto -unos 30 y pico de minutos- por la Dellepiane y la Ricchieri no había tenido mayores emociones que la de estar atrapado en el tráfico escuchando Divididos, salvo cuando sonó "El Arriero"). Yendo por la 21 a la altura del Wal-Mart me saqué los auriculares al terminarse el disco que estaba escuchando. Las sensaciones no eran todavía muy plenas, apenas sentía unos cosquilleos en los dedos o en los hombros, oprimido como estaba en esa situación, con los sentidos semi anulados por los auriculares y el colectivo y la mochila y el cuerpo mismo. Pero al sacarme esos cablecitos de los oídos la cosa cambió. No había caos alrededor, no había dolor, no había viernes en hora pico ni había la ruta 21 detenida ni la obra del 5


Corrientes Conurbánicas (Pehuen) Metrobus en la 3, no había el caos de esa mañana de mierda yendo corriendo al trabajo, no había nada... solo había placer. Sería falaz afirmarlo, sería falaz directamente aventurarme a decirlo, pero en ese momento sentía que me estaban haciendo la paja, metiendo los dedos suavemente en mi concha, lambiéndola, saboreándola y dándole como tan solo una chica sabría hacer con su propia genitalidad. Estaba en pleno centro de Laferrere, el colectivo detenido bajando y subiendo a la gente (se quedaba casi vacío) y la batalla campal de autos y de urbe que no cesaba alrededor; pero eso no impedía que estuviera agarrado del pasamanos gozando, como si agarrara mi propia pija, los huevos... Placer, el caos de Lafe me daba placer; saber que estaba llegando a casa me daba placer. La 21, el 29 que cada día cambiaba su geografía y ahora las paradas de los colectivos estaban en otro lado, la llegada de la ciudad al suburbio, la llegada de la urbe a la periferia... La Matanza estaba cambiando, González Catan cambiando, y casa ya no era la misma en la que había crecido, "casa" ya era otra persona, éramos otras personas. Ansioso, ansioso. Me baje en el cruce de la ruta de Achupallas, una parada antes de mi casa adonde no tenía todavía intenciones de ir. El cielo nublado; había viento, había ansias de correr; el viento me impulsaba me daba su fuerza, su energía. Me puse la campera, cruce la ruta, entre al barrio, tenía ganas de correr. Caminé una cuadra y empezó a llover, respiré profundo y me lancé a la carrera por que la gotas eran pesadas. Unos pibes en bici: "¿Qué le tenes miedo al agua?"; respuesta: "¡Chupame la pija!"; seguí corriendo. Paró de llover a la media cuadra. Pasé por la comisaria, por la esquina de la plaza. "¡¡Brian!!", entré en la casa, casi saco el portón de lugar, entré en la pieza, lo salude, me saqué la campera, dejé la mochila en el piso, me tiré en la cama y me acosté. Estaba en Dorrego, estaba en casa. Solamente había placer, un porro y disfrutar de estar en el barrio, en casa. Lo que siguió fueron semanas de trabajo y trabajo. Eran mediados de octubre. Hacía varias semanas me había peleado con quien consideraba una gran amiga, con quien sentía una unión algo extraña y quien afirmaba nos veníamos cruzando en cada una de la vidas pasadas. Faltaba poco para su cumpleaños y a mi todavía todo me dolía. Trabajo y trabajo, el jefe de cocina se fue a trabajar a Villa la Angostura, su hermano (el cocinero del turno mañana) paso a ocupar su lugar y durante semana y media estuve laburando con un amigo del ex jefe de cocina que había vuelto de trabajar en Ibiza y también se iba al sur; Martín; una semana y media de laburar, descansar al nuevo jefe de cocina por goma y escuchar anécdotas de trabajos y lugares e Ibiza. Laburar, somos gastronómicos hermano. Luego vino Junior, peruano, había dejado su anterior laburo por este, estaba en Argentina hacía 10 años, era gastronómico hacía quince; tenía treinta y uno. Y así se pasó octubre; lluvia, calor, mulear, viajar apretado, que se fueran entre 13 y 15 horas por día solo para ir a trabajar, estaba cansado. Al empezar noviembre le dije al encargado del restaurant que al empezar diciembre dejaría de ir, era primero de noviembre, martes, el finde Lucian presentaba el libro y se hacía la marcha por el "Catanazo". El viernes cuatro cuando vienen a pagarme me dan quinientos pesos más, "y la idea que me comentaste el otro día, ¿la seguís pensando?...". Con esa plata extra le pedí al Jefe de cocina que me trajera unos ácidos, dos, para tomar yo y convidar. El sábado me los llevó al restaurant. Salía de trabajar a las 17 horas, la presentación del libro era las 21:30 en Almagro. Estaba en Belgrano, tenía que hacer tiempo. Tenía los cartoncitos y porro, algo de plata. Armé un faso en el laburo y me tomé media pepa. Hacía varios meses que no tomaba, había habido un tiempo en que boludeaba bastante con ellas, por eso dejé de hacerlo, me había aburrido, y había sentido y 6


Corrientes Conurbánicas (Pehuen) aprendido cosas que costaban procesar; demasiadas sensaciones habían pasado por la mente y por el cuerpo. Hacía varios meses que no tomaba y estas tenían buena pinta, nada de sabor, eran grandes... Salí y me fui caminando hasta el barrio chino, ahí nomas del laburo, hacía mucho calor. Del Barrio Chino, caminé hasta avenida Cabildo (Cabildo y Juramento) y tomé el subte para ir para el lado del centro, para Plaza de Mayo; no tenía rumbo cierto ni de casualidad, solamente la chance de que el Enano estuviera en su casa y caer a romperle los huevos, convidarle un toque de pepita. Creí que tardaría en hacerme efecto; mentía. Bajando las escaleras de la estación del subte empecé a sentir alguna vibración en el cuerpo. Me senté a esperar que llegara (el tren subterráneo) y supe que el acido ya estaba haciendo efecto, que estaba llegando antes que el transporte mismo. Llegó el subte y lo tomé; no aguante. Me bajé en la estación Scalabrini Ortiz (6 estaciones después de haber subido, es decir, diez minutos después aproximadamente), y volví sobre la avenida Santa Fe hasta la Plaza Italia y ahí encaré para el lado del planetario por la avenida Sarmiento, entre el predio Rural y el ex Zoológico de Buenos Aires. No daba más; a cada paso que daba mi cuerpo se revolucionaba cada vez más; el calor, el cansancio del trabajo, el porro en el bolsillo esperando prenderlo, las ideas que junto a las sensaciones querían salir de a mogollones. El calor Llegué al Monumento de los Españoles sobre la Avenida del Libertador (paradoja irónica de esas tantas que hay en la hermosa Buenos Aires), crucé la avenida luego de esperar al semáforo bajo el sol ardiente. Estaban ya por ser las 6 de la tarde. La pepa me ardía cada vez más en la psique, en el cuerpo. Necesitaba tirarme en el pasto, sentir el mundo, sentir el cielo. Las plazas en torno al planetario, toda esa zona de los supuestos "bosques de Palermo" estaba llena de gente; la tarde era demasiado hermosa. En el aire había electricidad, había excitación general, uno de los primeros calores fuertes de la temporada; la excitación era general y el mundo lo sabía, el clima lo sabía, como cuando llega el año nuevo y de tanta exaltación de la gente el clima se ve afectado y el calor es devastador (¿simple casualidad? ¿o causa y efecto?). El mundo estaba eléctrico y lo sentía corriendo por todas mis venas, por todas mis calles y avenidas y luces y el metrobus de mierda cuya obra estaba deformando la geografía de la tierra hermosa en la que cre4cimos, agilizando potencialmente la ruta 3, haciendo que el centro de la urbe llegue a aquel paraje otrora campo, otrora lugar de mierda y aislado del mundo, otrora el barrio y ahora tan ajeno, tan asfaltado..... La ciudad estaba dentro de todo mi cuerpo, rugiendo, acechando cada gota de sangre, cada poro; cada habitante de Buenos Aires nacía y moría en mi cuerpo, en el cuerpo que se desvanecía y se perdía entre los pastos del Planetario, entre las avenidas y semáforos y luces y cruces de calle y plazas Miserere, Italia, de Mayo, Flores, la de la vuelta del laburo, en el viaducto Carranza al volver de trabajar de noche, en la autopista vacía, en la autopista llena, en los edificios vislumbrados como deidades en la distancia, la Torre del parque, los edificios gemelos, los edificios de Puerto Madero vistos desde la terraza de la Marechal, desde la autopista, en la torre vista desde el puente del 29, en el Elefante Blanco... en toda la vida que pasaba por ahí y que generación tras generación daba vida y forma y alimentaba a la ciudad, en toda la vida que era ciudad ahora vacía, olvidada, muerta, implícita en nuestros genes como implícitos se encuentran los cerros tucumanos o las aguas del mediterráneo, las arenas del desierto, las sierras cordobesas, las calles de Buenos Aires, las calles de Dorrego, la plaza, la colectora, la ruta, el campito y sus palmeras... ¿Qué quedó de ese mundo inhabitado, de ese mundo que nos había moldeado? ¿Lo presenciamos tanto al punto de modificarlo, de impregnarle nuestra huella? La ciudad desaparecería, eso estaba claro, olvidada por las corrientes migratorias hacía la periferia; las Corrientes Conurbánicas dominarían la llanura y ya nada quedaría de Buenos Aires, olvidada bajo el agua del Río de la Plata y del Riachuelo; el estuario avanzaría, el Conurbano quedaría.

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Corrientes Conurbánicas (Pehuen) El ruido de un avión descendiendo o despegando, el ruido de un avión no visible saliendo del aeroparque Jorge Newbery, junto a la costanera, junto al río... Buenos Aires. Entró un mensaje al Messenger en el celu. Santiago "-Eu -Estoy saliendo -José María Moreno 10XX -Es mi casa. A las 20 hs capas paso por lo del negro. Lo de lucían a las 22 esta bien no?" Pehuen: "-Si es para esa hora -Ah vas a pasar x lo deñ.negro? Yo estoy por los bosques de palermo.me vine a fumar.un charuto -Hay bocha de gente -En cuanto estaras en tu casa?" Santiago: "-Ya -En 15 min" Pehuen "-7 y algo caigo -Fumo.unas secas y me mando desde que sali delaburo recien.me siento" Fumé unas secas y encaré para el lado de av. Santa Fe, en el trayecto me encontré con un pibe de quien justo me había acordado porque había dicho que iría a la presentación del libro. Estaba con su por entonces novia. Fuimos a comprar una birra y nos sentamos a tomarla en el monumento que se encuentra en la Plaza Italia, con los autos y colectivos fluyendo alrededor nuestro, con el mundo rugiendo alrededor nuestro. Fumamos lo que me quedaba de porro y entre charla y charla se me paso la hora y me pintó la soledad. La soledad de la mente. -Nos vemos en lo de Lucian- y me tomé nuevamente el subte. Todos los días pasaba metido en esos tuneles, en la línea D que recorría de una punta a la otra todas las mañanas y todas las tardes desde hacía varios meses; hacía todo su trayecto volviéndome parte de su habitual fauna. Las luces, el fluir de la línea D por debajo de la avenida Santa Fe, Córdoba, Diagonal Norte. Pehuen: "-Que onda gordo? -Estas yendo a lo del nigga? Yo estoy x la mia... tengo una locura yoni -Jajajaja -Decime.nos.encontramos" Santiago: "-Jajaja 8


Corrientes Conurbánicas (Pehuen) -Ahora en 30 salgo para lo del negro" Pehuen "-Yo estoy x llegar a plaza de mayo... combino.y nos.encontramos -Me tengo que bajar en Acoyte no?" Santiago: "-Tómate Lan e -La Línea E -Y baja en José Maria Moreno" Nunca había tomado la Línea E, y era algo en lo que venía pensando bastante en esos días... hacía calor, eran los 20:00hs del día 5 de noviembre del año 2016 de la Era Cristiana, la ciudad era Buenos Aires. Me sumergí en la combinación de subtes. El violinista estaba solo en todo en pasillo de la combinación de las líneas A,D y E; el sonido del violín teñía con su color el corredor que iba desde la estación Catedral de la Línea D, hasta el que conducía a la estación Perú de la Línea A; un color agrietado, de acrecencia, de detenimiento del mundo encerrado en esos recovecos, en esas cuevas humanas..... Luego de esa noche, luego de charlar con Santi, de ir hasta lo del Negro combinando líneas de subte (la E con la H, tras lo cual solo me faltaba la combinación de la E con la C, cosa que hice el 31 de diciembre), de caminar y charlar y charlar y saciar la sed en la canilla de la entrada de un edificio, de hablar y leer en la Hormiga de Oro y acompañar a Lucian en la presentación de su libro, de despedirme del Enano que se iba a lo de la novia en un estado de sensibilidad bastante grande y entenderlo y abrazarlo, y tomar birra con Lucian y Glenda en la Plaza de Almagro y dejar fluir la noche; estando en la parada del 88 en Once, decidí irme a alquilar a Capital, cualquier cosa, una pieza, un sucucho, algo que me tuviera en medio de todas esas calles, en medio del fluir, del centro humano que era Buenos Aires, sin importar cuánto ni donde, solamente estar dentro de esos límites, dentro la ciudad y vivirla; poder se podía, si quería podía; si la respetaba, si la amaba, Buenos Aires me lo permitiría; poder podía. Era parte de las Corrientes Conurbánicas, la ciudad proveería.

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Corrientes Conurbánicas (Pehuen)

Derechos reservados, ideas y experiencias surgidas en el contexto de la mente de quien escribe. Texto del pueblo pero sujeta su difusión a crédito de quien escribe (difúndanlo, cópense). Escrito y editado en barrio Villa Dorrego, localidad de González Catán, partido de La matanza, Buenos Aires, (Ediciones Vanidades, 2016).

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