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Editorial

EL SUEÑO DE UNA MEJOR PRIMAVERA

Cuando enfrentamos una guerra siempre faltan palabras para describir el sentimiento de rebeldía que surge al constatar que la paz, la democracia, el diálogo y la diplomacia han fracasado en su afán por acercar posiciones o desplegar los acuerdos tras tantos siglos de evolución social y mecanismos institucionales orientados a consagrar la paz como paradigma de la convivencia mundial. Cada guerra es una advertencia de que las grandes guerras mundiales del siglo XX ni por lejos fueron las últimas ni las guerras definitivas. Pareciera que la derrota del nazismo, el holocausto, la muerte de millones de personas en Europa, África o el Asia Pacífico no hubieran servido para nada al intentar establecer una paz mundial duradera más allá de las atrocidades de la Guerra Fría y los intereses parciales de modelos de sociedad excluyentes que se disputaron la fragilidad de países en plena construcción institucional.

Las grandes potencias, como ahora, tratando de imponer sus estándares internacionales de la política, la economía y la cultura por intermedio de las armas, en desmedro de la vida nuevamente de millones de personas inocentes. Cómo se puede explicar que la gente por el heroísmo de una bandera o la identidad de una lengua o una fe sea capaz de matar a su hermano, destruir ciudades que son el símbolo perfecto de la civilización que se yergue de los escombros para vencer a la muerte. Al cabo de unos días de horror y tensión mediática, la guerra termina normalizándose, ocurrió en Corea, sucedió en Vietnam, lo mismo en Guantánamo, Cuba, o Afganistán; los muros divisorios, la mutua sospecha con muerte y destrucción en Palestina e Israel; la guerra fratricida en la ex Yugoslavia; los intereses de uno y de otro en Siria o Irak.

Ya nada nos extraña, ni siquiera las explicaciones grandilocuentes y mentirosas de las grandes democracias para incendiar Bagdad, el supuesto interés en defender una lengua en el Donbás; proteger a un príncipe, un rey o un dictador es igual. Pareciera que los intereses económicos y comerciales, geopolíticos y de exportación cultural son más importantes que las vidas humanas, más importantes que los templos milenarios arrasados por el fuego, que los edificios públicos que simbolizando una historia o en devenir transformados en meros escombros en el avance de los cañones y la metralla.

Nunca la paz se conquista con la muerte, nunca la prepotencia de unos se elimina con la de los otros. La guerra de hoy solo siembra guerras para el mañana, y por eso no podemos ser indiferentes al sufrimiento de quienes algún día soñaron con una mejor primavera, el bienestar definitivo para ellos y los suyos, una nación en paz para que sus hijos puedan construir el futuro.

Fundada en 1944 www.revistaoccidente.cl Abril 2022 Edición N° 526 ISSN 0716 – 2782

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