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MUERTE EN REMODELACIÓN SAN BORJA

Una de las grandes lecciones que el término de la Segunda Guerra Mundial dejó a la humanidad fue que el discurso de los victoriosos no debía incorporar solamente alabanzas a los motivos del éxito, junto a eso se estableció que era muy significativo mencionar también los aspectos dolorosos y terribles de la Guerra, como consecuencia de esto, en varios países incluso se adoptaron medidas legales para impedir que circunstancias semejantes pudieran repetirse en el futuro. En nuestro país, no obstante, la impunidad ha campeado seguido, y ahora, a escasos días de cumplirse cincuenta años del golpe militar que cambió radicalmente el curso político del país, se puede apreciar en los medios de comunicación que aquí y allá se alzan voces justificando lo sucedido, bajando la intensidad o derechamente negando la magnitud de los atropellos cometidos contra la humanidad; negar, justificar o minimizar las graves violaciones de derechos humanos durante la dictadura cívico militar chilena y la deshonra, menosprecio y humillación de las víctimas es algo que sucede constantemente, también se tiene una actitud indulgente con quienes rinden homenaje a las personas condenadas por crímenes de lesa humanidad. Esto ha llegado al punto de que tenemos la sensación de vivir en un país esquizofrénico, escindido entre dos historias y dos visiones opuestas; en tanto para algunos encarnamos la viva imagen del triunfo, somos los jaguares del planeta, para otros continuamos en la condición de pueblo apaleado y humillado, aún en espera de justicia y reparación y con heridas sin cicatrizar. Hemos llegado al extremo de que en Chile existen comunas donde en las escuelas se enseña el golpe militar y al mismo tiempo existen otras comunas donde se ignora el golpe. Por estos días hemos escuchado a ciertos personeros que gozan de prestigio en los medios de comunicación expresar: “Que ya está bueno, que ha transcurrido suficiente tiempo, que no fue para tanto y que es hora de olvidar.” Es verdad que ha transcurrido medio siglo, pero como en Chile el tema se omite o se ignora, las heridas en el tejido social continúan supurando y la memoria permanece activa

Un Caso Elocuente

El singular episodio que a continuación refiero -y que grafica plenamente el tema que expongo- pude conocerlo de cerca ya que tuvo consecuencias devastadoras en mi familia: sucedió en la Torre 12 de la Remodelación San Borja, pleno centro de Santiago, y tan solo presentar a sus protagonistas lleva a revivir el drama en toda su dimensión:

Hablaré de Elena Beatriz Díaz Agüero, argentina, oriunda de Córdoba, 26 años, una joven espigada, muy alta, de rasgos finos y tez clara, con una larga cabellera de pelo liso, color castaño, aspecto y modales elegantes, escribía poesía, se encontraba en el tercer mes de embarazo, parecía tímida y reservada en relación a la personalidad jovial y avasalladora de su marido, y hacía pocos meses, luego de terminar la carrera de Licenciatura en Literatura, se había trasla- dado a Chile para reunirse con Carlos Adler, a quien se encontraba unida en matrimonio, un joven alto y fornido, de unos veintisiete años, lleno de energía y desbordaba buen talante, saludaba a todo el mundo con un vozarrón que contagiaba energía, siempre con un comentario a flor de labios sobre cualquier cosa, dicharachero como buen argentino, era un pequeño empresario y se dedicaba a importar productos que su padre -también empresario- enviaba desde Argentina. Jamás le escuché opinar de política, mostraba respeto por lo que sucedía en el país y se mantenía al margen. Tuve oportunidad de compartir con ellos, la noche de vísperas de Navidad de 1972 subieron a nuestro departamento a consultar algo y los invitamos a pasar y beber una copa. Eran vecinos, vivían en el piso inferior, en el departamento 84.

Cristian Montecinos Slaughter, hijo de la periodista Lilian Slaughter que trabajó en la Embajada de USA en Santiago, en la OEA y en la Embajada de Chile en Washington y de Marcelo Montecinos Montalva músico y primo lejano del ex presidente Eduardo Frei Montalva, cursó estudios en el colegio Saint George de Santiago hasta los ocho años, fecha en que su madre emigró a Washington. Desde entonces viajaba periódicamente a visitar a su padre que vivía en la

Torre 12 de San Borja, donde le tocó vivir el golpe en pleno centro de la capital. Equipado con su cámara Nikon -era aficionado a la fotografía- fue testigo de lo que sucedía en Santiago, anotaba en su diario: “El mundo se ha derrumbado alrededor. Guerra civil… empieza el tiroteo en La Moneda. Yo estaba a dos cuadras. Francotiradores matan y hieren mientras tomo fotos.” Cristián tenía 27 años de edad y ninguna militancia política, se encontraba de vacaciones en Chile, la noche que una patrulla militar lo sacó del departamento 126, de su padre.

Don Víctor Alejandro Garretón Romero, de 60 años de edad y casado con Chela Carneiro, era padre de un oficial de la fuerza aérea. Julio Andrés Saa Pizarro, nace en febrero de 1936, en el centro de una numerosa familia, tenía cuatro hermanos y desde pequeño fue responsable y estudioso, cursó estudios de dentista en Argentina y Uruguay. Lo recuerdan como bien parecido y dueño de un modo de ser bastante jovial, tenía como una aureola, irradiaba bondad, contaba 37 años la noche que se lo llevaron de su departamento 115.

Jorge Miguel Salas Paradisi, desde muy pequeño mostró tener dotes intelectuales, era muy observador y le gustaba cantar, lo hacía tan bien que lo apodaban Caruso II. En 1965 ingresó a estudiar Pedagogía en matemáticas a la Universidad de Chile de Valparaíso y fue en el año 1968 cuando comenzó a presentar síntomas inquietantes, dormía demasiado, perdía concentración y los médicos diagnosticaron depresión severa aguda. Esta enfermedad se prolongó a lo largo de varios años, durante los cuales postergaba la universidad y debido a los medicamentos que consumía siempre parecía estar en un estado de letargo, así lo conocí yo en marzo de 1970, era hermano de la muchacha que a poco andar se convertiría en mi esposa y madre de mis hijos. Pasaba la mayor parte del tiempo en cama y en ocasiones, cuando se levantaba solíamos conversar sobre cualquier tema relacionado con matemáticas y podía demorarse hasta diez minutos para responder a una pregunta. También se lo llevó la misma patrulla militar, la misma noche del 16 de octubre de 1973 junto a los otros cinco, de la misma torre 12 de la Remodelación San Borja. No llegó a conocer a mis hijos. Compartía con la familia el departamento 96.

El transporte militar al cual hicieron subir a estas seis personas partió con dirección desconocida.

El Comienzo

En marzo de 1971 sucedió algo que daría un vuelco radical a mi vida, invitado por unos amigos llegué de visita al hogar de la familia Salas-Paradisi, residían en el cuarto piso de un edificio situado al costado de la Iglesia, en calle Lastarria. Patricia y Lucía eran las hermanas que estudiaban Biología en la U.de Chile y Jorge estudiaba Matemáticas también en la U. de Chile, pero de Valparaíso. A la semana iniciamos una relación amorosa con Lucía que en breve se convirtió en noviazgo, paseábamos por el Parque Forestal, frecuentábamos el cine arte de la Católica y por las noches a través de las ventanas abiertas del living escuchábamos los cánticos de los hippies que pasaban rumbo a La casa de la luna en Villavicencio. En noviembre de 1971 contrajimos matrimonio. Fue entonces que Mario Salas, padre de mi esposa, adquirió un departamento nuevo en una torre de la recién inaugurada Remodelación San Borja, un barrio que se extendía de Plaza Italia, hasta calle Lira y hacia el sur hasta calle Marín, se componía de 24 edificios de 22 pisos cada uno. Eran dos docenas de altas torres diseminadas entre recintos universitarios, hospitales, mercados, áreas verdes y peatonales; se trataba de un ambicioso y moderno proyecto habitacional cuyo diseño y ejecución estaba a cargo de la CORMU, un lugar donde los habitantes pudieran disfrutar de un espacio tranquilo y seguro.

Llegamos a vivir a la Torre 12 en momentos que el país ingresaba a un clima político de creciente polarización, no obstante en el edificio se vivía un clima de tranquilidad y respeto. La convivencia entre los vecinos se podría considerar buena. Pero llegó a residir una señora de nombre Eva Cortez, viuda de un oficial de ejército y amiga de oficiales en activo. Ella era una abierta opositora al gobierno popular y comenzó a realizar una serie de actividades extrañas, por ejemplo, subía y bajaba a pie las escaleras del edificio primero cortando las llaves de gas que están en los pasillos, afuera de cada departamento y luego regresaba abriéndolas, con esta acción ella dejaba corriendo el gas al interior de los departamentos. Fue sorprendida y reprendida por esta causa.

Ella lideraba un grupo de vecinos que pensaban como ella y el día del Golpe militar este grupo tomo el control del edificio, pusieron una mesa en la entrada principal e iniciaron un control de toda persona que ingresaba o salía, revisando bolsos y carteras y controlando el tiempo de permanencia de las visitas en cada departamento. En el desarrollo de esta actividad ilegal que se prolongó por varios meses esta señora y su grupo tuvieron graves discusiones con vecinos que se consideraban violentados por esta actividad y ponían de manifiesto que era ilegal.

La Noche Del 16 De Octubre

Según se pudo establecer en averiguaciones posteriores, aquella noche, alrededor de la 2:30 o 3:00 de la madrugada, en horario de toque de queda, una patrulla militar integrada por alrededor de una docena de efectivos llegó a la dirección de la torre 12, venían a cargo de dos o tres oficiales, traían una lista de nombres y comenzaron a visitar los departamentos que tenían anotados y de cada uno sacaron a personas que detuvieron, y se llevaron a las seis personas antes señaladas (en el vientre de Elena Beatriz latía el corazón de una criatura, de modo que fueron siete vidas). Esta acción que se prolongó por el espacio de una hora o una hora y media causó enorme impacto entre los habitantes del edificio, quienes a la mañana siguiente iniciaron llamadas telefónicas y buscaron entre sus contactos para averiguar qué había sucedido,

Ricardo Montecinos

¿de qué se les acusaba? ¿dónde los habían llevado? ¿qué ocurriría con ellos?

La madrugada del viernes 19 de octubre, seis cadáveres sin identificar, en condición de NN fueron ingresados a la morgue de Santiago y se les iba a enterrar en una fosa común, cuando uno de los funcionarios del personal de salud reconoció al dentista Julio Saa y telefoneó a su familia. La noticia corrió por la torre y los parientes de los detenidos se movilizaron para reconocer y recuperar a sus familiares. Se autorizó que entregarían los cuerpos en ataúdes sellados que no se podían abrir, tampoco se les podía velar y había que llevarlos directamente de la morgue al nicho.

Investigaciones Y Juicios

Este caso dio origen y ha sido motivo al menos de cinco juicios diferentes, cuatro de los cuales -realizados en los primeros años- condujeron a un callejón sin salida y lo único que se pudo establecer fue que la detención se debió a una denuncia anónima que los acusaba de estar coludidos para hacer un atentado y una vez detenidos, se les condujo primero a Londres 38 donde fueron interrogados y torturados aquella misma madrugada. Lugo fueron trasladados a un recinto que ellos llaman “La casa cultural de Barrancas”, de donde habrían tratado de escapar y murieron como consecuencias de intento de fuga.

Ciertas consideraciones:

Este caso, conocido como los asesinados de la torre 12, pone de relieve una serie de circunstancias que ponen de manifiesto la mentalidad, los propósitos y la forma de actuar del nuevo poder que se instalaba con el golpe militar, a saber; se les detuvo sin cargos, el procedimiento no se ajusta a ningún protocolo legal, se debe a una denuncia anónima, una investigación judicial posterior estableció que fueron sometidos a tortura y en un plazo inferior a veinticuatro horas en un camión militar se les condujo a las inmediaciones del túnel Lo Prado donde cada cierto tramo los hicieron bajar y les dispararon a quemarropa. Ninguno de los muertos tenía militancia de izquierda, eran profesionales, empresarios, estudiantes con actividades legítimas, acusados de forma anónima por una vecina de la torre con contactos militares.

Frente a la dimensión de esta atrocidad, en aquella época dijeron, decían, al menos a mí me lo dijeron en la cara: “En algo deben haber estado metidos”. Porque simplemente nadie acepta de buenas a primeras que una barbaridad semejante suceda sin una razón. Es cosa de revisar para constatar que el período de la dictadura está plagado de episodios semejantes. En el tiempo transcurrido en estas cinco décadas han surgido documentos que explican que una cierta filosofía de esta guerra contra el enemigo interno nació de la ocupación de las tropas francesas en Argelia a fines de los años cincuenta del siglo pasado; ellos pusieron en práctica la idea de reprimir, golpear simultáneamente a distintos sectores sociales y sin ninguna lógica, de un modo en que no existieran razones simplemente porque eso producía más terror y paralizaba a los “enemigos”. El “enemigo” en este caso era una población civil indefensa.

Y hoy, cuando se cumplen cincuenta años, los sectores políticos que tradicionalmente han defendido el golpe militar sostienen que es hora de olvidar y que en realidad no fue para tanto. Minimizan, desdeñan, ignoran y niegan. La criatura en el vientre de Elena Beatriz estaría cumpliendo cincuenta años y jamás sabremos qué le habría gustado estudiar.

POR UNA CRISIS

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