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MORAL Y RELIGIÓN

¿Es necesaria la religión en el ámbito de los preceptos morales? Hay quienes creen que un ser divino creó nuestro sentido moral o que lo adquirimos por las enseñanzas de una religión organizada (vertidas en un libro supuestamente sagrado). Es decir que, en cualquier caso, necesitamos a la religión para conducirnos virtuosamente y no caer en el vicio.

De partida, ningún aspecto de la divinidad es más cuestionable y contradictorio que el moral. Bertrand Russell, en su libro Por qué no soy cristiano, ha señalado: “Para mí hay algo raro en las valoraciones éticas de los que creen que una deidad omnipotente, omnisciente y benévola, después de preparar el terreno durante muchos millones de años de nebulosa sin vida, puede considerarse adecuadamente recompensada por la aparición final de Hitler, Stalin y la bomba H”.

En segundo lugar, los no creyentes no actúan menos moralmente que los creyentes, aun cuando sus actos virtuosos se basen en principios diferentes. Grandes logros, en la historia de la humanidad, en pos de aliviar el sufrimiento humano han sido concretizados por militantes en las filas del laicismo.

En tercer lugar, ¿qué decir de los actos de persecución, crueldad y exterminio hacia los seres humanos impulsados por las creencias religiosas? Algunas personas creen que las grandes religiones son fuente de concordia y humanitarismo. Y puede que lo sean para los miembros de un grupo. Sin embargo, estos sistemas pueden propiciar actos de enfrentamiento y violencia extremadamente sanguinarios entre grupos distintos. A lo largo de la historia, los monoteísmos religiosos han sido implacablemente agresivos con otras formas de culto, considerados falsos e idólatras, así como con los herejes y los incrédulos.

Además, lo propio de la religión es fomentar la obediencia, no la moral autónoma basada en razones o sentimientos. Y un comportamiento motivado por el miedo a un castigo divino o por la esperanza de recompensas celestiales tiene muy poco peso moral. La autonomía de la persona, asentada en su libertad de conciencia, es indudablemente el fundamento sólido de la recta conducta, y ello es lo que defiende la ética laica y lo que condena el autoritarismo religioso (la Iglesia Católica solo reconoció la libertad de conciencia con todas sus consecuencia en el Concilio Vaticano II, mientras que otras religiones, como la islámica, siguen rechazándola fanáticamente).

Así, es la ética humanista asociada al laicismo, vigente hoy en nuestra sociedad gracias a los esfuerzos inclaudicables de tantos librepensadores, la que resulta ser el refuerzo más importante de los valores humanos. Además, es necesario también considerar lo siguiente como una posibilidad factible: al estar asociado el laicismo, más que la credulidad religiosa, con la educación, con la inteligencia o el pensar reflexivo, estas cualidades pueden servir para contrarrestar los impulsos inmorales.

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