Historia mexicana 091 volumen 23 número 3

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HISTORIA

MEXICANA 91

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HISTORIA MEXICANA

Revista trimestral publicada por El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas

Director: Enrique Florescano

Consejo de redacci?n: Jan Bazant, Lilia D?az, Bernardo Garc?a Mart?ne Luis Gonz?lez, Mois?s Gonz?lez Navarro, Josefina Zoraida de Knauth

Andr?s Lira, Alejandra Moreno Toscano, Luis Muro, Berta Ulloa Susana Uribe Secretario de redacci?n: H?ctor Aguilar Cam?n

VOL. XXIII ENERO-MARZO 1974 N?M. 3 SUMARIO Art?culos Antonio G?mez Robledo: El problema de la Con

quista en Alonso de la Veracruz Alvaro L?pez Miramontes: El establecimiento del Real de Minas de Bola?os Javier Malag?n-Barcel?: La obra escrita de Loren zana como arzobispo de M?xico Matt S. Meier: Mar?a Insurgente Thomas Schoonover: El algod?n mexicano y la gue rra civil norteamericana

379 408

437 466 483

Examen de libros Vivianne M?rquez, sobre Richard R. Fagen y Wil liam S. Tuohy: Politics and Privilege in a Mex ican City Alvaro Matute, sobre Jos? C. Valad?s: Or?genes de la rep?blica mexicana Leticia May?la Reina Aoyama, sobre: A Catalog of the Yucatan Collection of Michoacan in the University of Alabama Libraries

507 510 513

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La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente personal

de. sus autores. Son ajenos a ella, en consecuencia, la Revista, El Colegio y las instituciones a que est?n asociados los autores.

Historia Mexicana aparece los d?as 1? de julio, octubre, enero y abril

de cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s $18.00 y en el extranjero Dis. 1.60; la suscripci?n anual, respectivamente, $50.00

y Dis. 6.00. N?meros atrasados, en el pa?s $22.00; en el extranjero, Dis. 2.00.

? El Colegio de M?xico Guanajuato 125 M?xico 7, D. F.

Impreso y hecho en M?xico

Printed and made in Mexico

por Fuentes Impresores, S. A., Centeno, 4-B, M?xico 13, D. F.

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EL PROBLEMA DE LA CONQUISTA EN ALONSO DE LA VERACRUZ Antonio G?mez Robledo El Colegio Nacional I

De los espa?oles que, al tiempo de la conquista, v

hacernos tanto mal, mejor ser? no acordarse. De aquello

en cambio, que, sin que nadie les obligara, vinieron partir las penalidades de la raza vencida, esforz?nd descanso por dignificarla en todos los ?rdenes, de e nes, digo, habr? siempre un recuerdo de gratitud e z?n de todo mexicano bien nacido. Fueron tambi?n como los otros, y de entre ellos sobresalen los miem las ?rdenes religiosas que sucesivamente fueron lle nuestras playas: franciscanos, dominicos, agustinos mente, la Compa??a de Jes?s. De uno de esos egregios varones he de hablar ahor tanto para ponderar su labor apost?lica entre los na cuanto por haber sido, en aquel momento y entre n el mayor exponente de la m?s alta cultura. Sin h alguna puede predicarse lo anterior, con toda propi agustino Alonso de la Veracruz, primer profesor de en M?xico y en el continente americano, y primer tico, adem?s, de derecho de gentes, y no as? secame en defensa de los pueblos abor?genes. Bajo este ?ltim hemos de considerarlo aqu? especialmente, aunque d contexto vital de la carrera y afanes de aquel var?n en estas tierras del Nuevo Mundo.

Alonso Guti?rrez, que as? se llam? antes de abraz tado religioso, naci? en Caspue?as, dentro de la circ 379 This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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ci?n de Toledo, hacia el a?o de 1507. En posici?n econ?mica m?s que holgada, pudieron sus padres darle la m?s esmerada educaci?n en las dos universidades m?s ilustres de Espa?a. En Alcal? estudi? gram?tica y ret?rica, y m?s tarde, en Sala manca, filosof?a y teolog?a. En este lugar fue disc?pulo de Francisco de Vitoria, gloria de la teolog?a escol?stica y fun dador del derecho internacional moderno. Es de creerse, por lo que adelante se dir?, que entre ambos, y no obstante la diferencia de edades, hubo una estrecha amistad, y que Alonso

pudo penetrar en el mensaje m?s ?ntimo del magisterio vito

riano. Habi?ndose graduado en teolog?a y ordenado sacer

dote, ley? con general aplauso un curso de artes en la misma Salamanca, y pronto calific? entre los j?venes maestros m?s renombrados de aquella benem?rita Universidad. El duque del Infantado le confi?, a ?l personalmente, la educaci?n de sus hijos.

En tan halag?e?a posici?n estaba cuando le ocurri? en

contrarse con el agustino Francisco de la Cruz, quien hab?a regresado de M?xico (donde estaba desde 1533) con el fin de reclutar obreros evang?licos para sembrar y cosechar la co piosa mies que se esperaba en tierras americanas. En la con versaci?n que ambos tuvieron, el padre De la Cruz le habl? al brillante profesor salmantino del gran servicio que con sus

letras podr?a prestar a la religi?n en el Nuevo Mundo. A

Alonso debi? de entusiasmarle la dram?tica aventura (?qu? dar?amos por tener m?s pormenores de aquella vivencia tan crucial en su vida!), al punto de que, dando de mano a un futuro tan promisorio como el que en Salamanca ten?a, se embarc? para M?xico. Durante la traves?a decidi? entrar en la Orden de San Agust?n, cuyo h?bito tom? al llegar a Ve racruz, apellid?ndose desde entonces, por el lugar de su ingreso

en religi?n, Alonso de la Veracruz. De all? pas? a M?xico, a donde lleg? el 2 de julio de 1536, y donde igualmente, ter minado el a?o de noviciado, hizo su profesi?n solemne. No estuvo fray Alonso mucho tiempo en M?xico. Siguien-' do lo que entonces era costumbre general, le enviaron sus superiores tierra adentro, a Michoac?n, "a deprender la len gua de los indios" y a doctrinarlos. En breve tiempo supo This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EL PROBLEMA DE LA CONQUISTA 381 la lengua tarasca, y de su labor apost?lica en tierras michoa canas no hay sino que decir que por su iniciativa y direcci?n, en el tiempo de su provincialato, fund?ronse los monasterios

de Cuitzeo, Yuriria, Guayangareo (luego Valladolid), Cu

p?ndaro, Charo y Jacona, enormes construcciones en que no sabe uno qu? admirar m?s, si la ponderosa mole o la delica

deza de ornato.

De la experiencia michoacana de fray Alonso es de des tacarse, en lugar de honor, su magisterio de filosof?a y teolo

g?a en el Colegio de Tiripit?o. No habr? sido, como quieren ciertos michoacanos, la primera Universidad de Am?rica, pero

s? la primera Casa de Estudios Mayores, con lo que basta y sobra para la gloria del Colegio y la de sus maestros. A ?l concurr?an no s?lo religiosos, sino tambi?n laicos, entre ellos Su Alteza don Antonio Huitzim?ngari Mendoza y Calzonzin,

hijo del ?ltimo e infortunado rey chichimeca. Dicen que

don Antonio fue quien le ense?? a fray Alonso el tarasco, por lo que ambos fueron, simult?nea y rec?procamente, maes

tro y disc?pulo. A ?u?o de Guzm?n, verdugo del padre, su ced?a, para la ventura del hijo, la luz y caridad de fray Alon

so. En esta dicotom?a, del mayor claroscuro, est? toda la conquista espa?ola. No s?lo como intelectual, sino como hombre de gobierno, se acredit? pronto fray Alonso por aquellas regiones; y fue as? como el obispo de Michoac?n don Vasco de Quiroga, al

querer partir a Europa para asistir al Concilio de Trento (aunque de hecho nunca lleg? a ir), dej? encomendado a fray Alonso el gobierno de su di?cesis, por los nueve meses

que dur? su ausencia. Gran amistad debi? de haber entre ambos, ya que sin el apoyo del gran obispo no hubiera podido fray Alonso fundar todos los conventos de que hemos hecho

menci?n.

El 21 de septiembre de 1551 firm? el emperador Carlos V

la c?dula fundatoria de la Universidad de M?xico, la cual pas? con el tiempo a llamarse Real y Pontificia, cuando en 1555 el papa, a petici?n del rey, confirm? la fundaci?n y privilegios, otorg?ndole las mismas franquicias que a la de Salamanca. La Universidad, empero, no pudo empezar a fun

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cionar sino hasta el 25 de enero de 1553, cuando se inaugu raron solemnemente sus cursos, con asistencia del virrey don Luis de Velasco y de la Real Audiencia. Uno de sus primeros maestros, con nombramiento expedido en la fecha misma d? la inauguraci?n, fue fray Alonso. Su personalidad y su ac

tuaci?n las ilustra, mejor que nadie, el historiador de la Iglesia mexicana, padre Mariano Cuevas, en los t?rminos siguientes:

La mayor parte de los (primeros profesores) de la Univer sidad mexicana, fueron personajes decorativos. Las verdaderas columnas de ella por su m?rito personal y por su eficaz trabajo, fueron, en primer t?rmino, el P. Veracruz, para quien Cervantes

de Salazar tuvo estas bien merecidas frases: "el m?s eminente maestro en artes y en teolog?a que haya en esta tierra, y cate dr?tico de prima de esta divina y sagrada facultad; sujeto de mucha y varia erudici?n, en quien compite la m?s alta virtud con la m?s exquisita y admirable doctrina". No fue fray Alonso Rector de la Universidad, como alguien ha asentado, pero hizo por ella m?s que si lo fuera. ?l dio la nota de sincera ciencia

a los estudios, y no s?lo en la Universidad, sino en toda la Iglesia y virreinato de Nueva Espa?a, ?l era el hombre de con sulta en los casos arduos y que supon?an ciencia y virtud.1

El mismo Cervantes de Salazar, fundador del humanismo mexicano y una de sus mayores lumbreras, completa el elogio de fray Alonso, en lo tocante a la parte moral, con estas pa labras: "Seg?n eso es un var?n cabal, y he o?do decir adem?s que le adorna tan singular modestia, que estima a todos, a nadie desprecia, y siempre se tiene a s? mismo en poco." 2 Con todas las virtudes que de ?l quieran predicarse, lo m?s sobresaliente en fray Alonso, a mi modo de ver, fue la pasi?n intelectual, el af?n de saber. Con cuatro horas de sue?o seg?n el testimonio de sus primeros bi?grafos, el resto de la jor 1 Mariano Cuevas, S. L, Historia de

p. 292.

2 Francisco Cervantes de Salazar,

Estudiante Universitario, M?xico, 1939,

la Iglesia en M?xico, 1922, t. II,

M?xico en 1554, Biblioteca del

p. 29.

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EL PROBLEMA DE LA CONQUISTA 383 nada, con excepci?n del tiempo que le llevaban sus deberes religiosos, de gobierno y de la c?tedra, lo dedicaba al estu dio: "lo dem?s lo gastaba en leer libros", seg?n dice Basa lenque. Y su m?s antiguo bi?grafo, fray Juan de Grijaiva, dice

por su parte lo siguiente: "No lo tenga a encarecimiento el que lo leyere, porque escribimos lo que todos hemos visto. Ning?n libro hay en San Pablo ni en Tiripit?o, que no est? rayado y marginado, desde la primera hoja hasta la ?ltima, de su letra." Al regreso de un viaje que hizo a Espa?a, trajo consigo sesenta cajones de libros, con los cuales, m?s los que ya hab?a, form? las primeras grandes bibliotecas que hubo en la Nueva Espa?a. En estado de vigilia todo el d?a, ?vido de aprender m?s y m?s, gustaba de repetir lo que parece haber sido su divisa favorita: Habete rationem temporis: "Tened cuenta del tiempo." La independencia de juicio, uno de los m?s ciertos distin tivos de todo intelectual aut?ntico, ray? muy alto en la con ducta de fray Alonso, como lo demuestra la an?cdota que nos ha sido trasmitida por el mismo Grijalva, y que reproduci mos en el sabroso texto del cronista: Cuando el tribunal de la Santa Inquisici?n prendi? al padre maestro fray Luis de Le?n, por aquellas proposiciones que tan

mal sonaron en Espa?a, lleg? ac? la nueva con toda aquella

ponderaci?n y sentimiento que el caso ped?a. Escribieron que hab?an condenado las proposiciones todos los grandes hombres y todas las universidades, no s?lo de Espa?a, sino de Italia y de Francia, y que el padre maestro fray Luis de Le?n estaba tan pertinaz que todav?a quer?a defenderlas, de que nuestra reli gi?n estaba cuidados?sima y muy lastimada. Y llegando a leer las proposiciones, dijo el padre maestro Veracruz sin alterarse: Pues a la buena verdad, que me pueden quemar a mi, si a ?l lo queman, porque de la manera que ?l lo dice lo siento yo?

A fin de vacar a la vida intelectual con el mayor desemba razo posible, fray Alonso rehuy? sistem?ticamente toda suerte 3 Garc?a Icazbalceta, Bibliograf?a mexicana, p. 85. This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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de dignidades eclesi?sticas, y cuanto m?s altas con mayor ener

g?a. En el tiempo de su rectorado en Tiripit?o, recibi? un buen d?a, directamente del emperador Carlos V y del papa Julio III, su nombramiento como obispo de Le?n de Nica ragua. Abri? la carta en presencia de todos los religiosos, y al enterarse de su contenido, aunque guard?ndolo para s? mismo, se le escap? la imprecaci?n del salmista: "Ab ore leonis libera me, Domine" (de las fauces del le?n, l?brame, Se?or). Entr?se luego en su celda y sin dudar un punto, envi? al pr?n cipe regente (el futuro Felipe II) esta alta y firme respuesta:

Vuestra Alteza... yo no acepto la dignidad ni quiero el

obispado, ni ?ste ni otro, ni agora ni en alg?n tiempo... no es menester alargar palabras de que Vuestra Alteza tenga cre?do y por muy persuadido que por ninguna cosa criada ni mando de ninguno bastar?, mientras Dios fuere servido de me guardar el juicio, a aceptar el cargo de obispado, ni ?ste ni otro alguno. Por tanto, Su Majestad y Vuestra Alteza provean luego de pas tor aquella Iglesia, y para lo de adelante, no se pierda tiempo en enviar a nombrar a quien no lo ha de aceptar.

No fue ?sta la ?nica mitra que rechaz? fray Alonso, sino tambi?n, seg?n lo dice el cronista Basalenque, las de Puebla

(o Tlaxcala, seg?n Grijaiva) y Michoac?n, para las cuales

no hubo nombramiento formal, pero que le fueron ofrecidas por el presidente del Consejo de Indias, licenciado Juan de Ovando, quien seguramente ten?a todo el poder para obte

nerlas. Los azares de aquellos tiempos no le depararon al maes tro agustino toda la quietud y sosiego que hubiera deseado para dedicarse por completo a ese "di?logo interior y silen cioso del alma consigo misma", en que consiste, seg?n Plat?n, la vida intelectual. Aparte de sus quehaceres en su Orden y

en la Universidad, vi?se envuelto, inevitablemente, en la querella librada, por aquellos a?os, entre la jerarqu?a novo hispana y el clero regular, y de la que don Joaqu?n Garc?a Icazbalceta, en su biograf?a de fray Alonso, da cuenta en los t?rminos siguientes: This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EL PROBLEMA DE LA CONQUISTA 385 Desde los primeros tiempos de la conquista, hab?an gozado en M?xico las ?rdenes religiosas grandes privilegios concedidos por diversas disposiciones de los pont?fices, y ejerc?an la admi nistraci?n espiritual de los indios con total independencia de los obispos. Aquellos privilegios hab?an sido necesarios en su ?poca, no s?lo por la falta de clero secular, sino tambi?n por que, mientras se entend?a en la conversi?n de los indios, eran considerados ?stos como ne?fitos, y no conven?a mudarles go bierno y administraci?n; pero andando el tiempo y afirmados muchos en la fe, los obispos llevaban pesadamente tan amplias exenciones, que, a la verdad, eran un gran estorbo para el buen regimiento de sus di?cesis. De ah? nac?an continuas competen cias de jurisdicci?n que agriaban los ?nimos.

Una competencia de este g?nero, al ventilarse, seg?n co menta el padre Cuevas, entre espa?oles de sangre caliente, hubo de llegar a extremos tales, que Felipe II, bien enterado de todo, dijo en cierta ocasi?n: "Hoy d?a me certifican que hay desaf?os entre ellos, llevando el negocio como si fuera entre soldados." As? era, en efecto, ya que a la pasi?n de los regulares por defender sus privilegios, correspond?a en igual medida el impetuoso arzobispo de M?xico, don fray Alonso de Mont?far, el cual se propas? hasta acusar de hereje a su tocayo el De la Veracruz; cargo que pretendi? fundar con ochenta y cuatro proposiciones de este ?ltimo, y que el pri mero trasmiti?, para su consideraci?n, a la Inquisici?n de

Espa?a.

Estas proposiciones, o buena parte de ellas en todo caso, las tom? el arzobispo del tratado De decimis, escrito por el padre De la Veracruz, y que su autor ley? y coment?, en su c?tedra de la Universidad de M?xico, en 1555. El punto m?s vivo de la controversia, en efecto, era la cuesti?n del pago de los diezmos eclesi?sticos, que los indios deb?an pagar, en opini?n de la jerarqu?a, al igual que los criollos y los peninsu lares. A esto contestaban los religiosos que, toda vez que por otros muchos caminos sustentaban los indios a sus ministros, o sea con su trabajo y otras prestaciones en especie, no hab?a por qu? imponerles la carga adicional de los diezmos, y m?xi me teniendo en cuenta que los diezmos iban a dar a un clero, This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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el secular, que no evangelizaba a los ind?genas, ya que su doctrinaci?n era asunto exclusivo de las ?rdenes religiosas.

Por m?s que en otros puntos de la disputa pudiera tener raz?n la jerarqu?a, en lo de los diezmos tiene que estar toda nuestra simpat?a en favor de los indios, tan oprimidos ya por

tantos otros conceptos, y de sus defensores, cuyo caudillo y abanderado fue, en aquella coyuntura hist?rica, el maestro Alonso de la Veracruz. Sobre ?l, m?s que sobre ning?n otro, descarg? sus iras el arzobispo Mont?far, cuyas intrigas en la Corte tuvieron por resultado el que, por real c?dula de 4 de agosto de 1561, fuese fray Alonso llamado a Espa?a. En M? xico se interpret? el llamamiento como censura, aunque, como anota Garc?a Icazbalceta, "la c?dula no mostraba disfavor, pues s?lo expresaba que el rey quer?a ser informado de cosas tocantes a su servicio".

En Espa?a estuvo fray Alonso once a?os, de 1562 a 1573: tanto tiempo llevaba entonces el arreglo de cualquier asunto de cierta magnitud, con todas las dilaciones y enredos de la Corte. Batallador y diplom?tico (se llevan muy bien ambas cosas) acredit?se en aquella ocasi?n fray Alonso. No era nada f?cil, en aquel momento, el triunfo de su causa, ya que los decretos del Concilio de Trento, recientemente reunido, res tring?an en mucho los privilegios de los regulares, y se?ala damente dispon?an que estuvieran sujetos al Ordinario en el ejercicio de la cura de almas. A pesar de todo esto, fray Alonso

logr? que, por Breve del papa San P?o V, se derogasen para los indios los decretos del Concilio, restaur?ndose los privile gios de las ?rdenes religiosas. Fray Alonso se apresur? a hacer imprimir, en miles de ejemplares, el Breve pontificio, y a hacerlo circular en M?xico y en las dem?s posesiones de Es pa?a en Am?rica. Puesto a pelear, sab?a pelear. Con este triunfo volvi? a M?xico, donde a?n tuvo vida y actividad por diez a?os m?s. Su muerte, acaecida por el mes de julio de 1584, fue de gran serenidad, como lo deja ver el relato de Grijalva: "Cuando el m?dico lo desahuci?, le dijo: ?Padre maestro, esta noche cenar? con Dios en el cielo?, y respondi? ?l: ?Et ibi non erit nox? (y all? no habr? noche)." Hall?ronse a su entierro el arzobispo-virrey don Pedro Moya This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EL PROBLEMA DE LA CONQUISTA 387 de Contreras, la Audiencia Real, el claustro universitario y las ?rdenes religiosas. A su muerte dej? fray Alonso, escritor infatigable, varias obras publicadas y muchas in?ditas. Las publicadas fueron las cuatro siguientes: Recognitio summularum, Dial?ctica re solutio cum textu Aristotelis, Physica speculatio y Speculum coniugiorum. Las dos primeras son de l?gica, la menor y la mayor; la tercera de lo que entonces se llamaba filosof?a de la naturaleza, y la ?ltima, el Espejo de c?nyuges, tuvo, al pa recer, un fin sobre todo pr?ctico, como lo era, por ejemplo, el de saber con cu?l de sus varias esposas hab?a de quedarse el ind?gena despu?s de bautizado, al pasar de la moral polig? mica a la monog?mica. No es nuestro prop?sito, aqu? y ahora, el de estudiar a fray Alonso como fil?sofo, y nos limitamos simplemente a de

jar constancia de que las obras indicadas tienen un alto valor

did?ctico, y que su autor fue el primer profesor de filo sof?a en M?xico y en el continente americano. Lo fue con cienzudamente, comentando los textos originales, como cual

quier profesor europeo. Con justicia, por tanto, se alza la estatua de Alonso de la Veracruz en el recinto de la Facultad

de Filosof?a de la Universidad Nacional Aut?noma de M? xico.4

II

Como fil?sofo ha sido regularmente estudiado fra so, y no hay por qu? repetir lo que al respecto han d historiadores o investigadores de la filosof?a en M? Valverde y T?llez a Osvaldo Robles. Lo que, en camb

4 He aqu?, entre tantos como pudieran aducirse, el juicio d

dez Pelayo: "El agustino fray Alonso de la Veracruz, a qu

honra su adhesi?n a las doctrinas y a la persona de fray Luis llev? al Nuevo Mundo la filosof?a peripat?tica, imprimiendo e primer tratado de dial?ctica y en 1557 el primer tratado de f?s que le dan buen lugar entre los neoescol?sticos del siglo xvi, mo en m?todo y estilo por la influencia del Renacimiento." This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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desconocido hasta hace muy pocos a?os, era el fray Alonso internacionalista, o dicho en otras palabras, el tratadista de derecho de gentes y con especial aplicaci?n al problema de la conquista americana. Todo cuanto se sab?a, por expresa decla raci?n del mismo fray Alonso en el Speculum coniugiorum, era que hab?a escrito una Relectio de dominio infideiium et iusto bello (relecci?n sobre el dominio de los infieles y la guerra justa). Sab?ase, adem?s, que el manuscrito hab?a ido a parar, a la vuelta de los a?os, de los siglos mejor dicho, a manos de don Jos? Fernando Ram?rez, el cual, incluso, hab?a llegado a publicar el ?ndice de la Relectio, aunque con nume rosos errores, seg?n sabemos hoy, a causa de su impericia en la lectura del texto. Despu?s de esto, infortunadamente, se perd?a toda huella del manuscrito. En su libro sobre fray Alonso, la mejor monograf?a mexicana hasta hoy publicada sobre ?l, el humanista Amancio Bola?o e Isla se limitaba a consignar lo siguiente: "Es l?stima que actualmente se ignore el paradero de esta obra, pues hubiera sido de gran inter?s conocer la opini?n de Vera Cruz acerca de una serie de pro blemas que fueron tratados por eminentes jurisconsultos y te?logos del siglo xvi." 5 Hoy, felizmente, podemos leer el precioso manuscrito mer ced a los esfuerzos benem?ritos del eminente hispanista nor teamericano, padre Ernest Burrus, quien pudo localizarlo en una "colecci?n privada" (no dice m?s) y en seguida echarse a cuestas el ?mprobo trabajo de descifrar el texto paleograf?a),

con una pulcra traducci?n inglesa, por ?ltimo, ofreci?ndonos de esta suerte un texto biling?e.6

5 Contribuci?n al estudio biobibliogr?fico de fray Alonso de la Vera Cruz, M?xico, 1947, p. 66. 6 Ernest J. Burrus, S. I., The Writings of Alonso de la Vera Cruz, Jesuit Historical Institute, Roma y San Luis Missouri, 1968. El segundo y tercer vol?menes (ser?n cinco en total, seg?n anuncia el editor) con tienen el facs?mil del manuscrito original De dominio infidelium, su traslado a tipos actuales y legibles, y la traducci?n inglesa. Tr?tase ?ni camente, en los cinco vol?menes, de los escritos (writings) hasta hoy in?di tos de fray Alonso.

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EL PROBLEMA DE LA CONQUISTA 389 La Relectio de fray Alonso, aparte de los m?ritos intr?n secos que pueda tener, ofrece el atractivo extr?nseco de haber

sido pronunciada en la Universidad de M?xico en el curso del primer a?o de sus actividades: 1553-1554. A esta conclu si?n ha llegado el padre Burrus por numerosas inferencias (no hay por qu? dar cuenta de todas), una de las cuales es la menci?n de la Relectio, como de una obra ya terminada, en el Speculum coniugiorum (cuya primera edici?n es de 1556) ; y otra la constituyen las reiteradas alusiones, hasta en el final del manuscrito, a la persona de Carlos V como emperador y como rey de Espa?a: Rex Hispaniae Carolus imperator. Ahora bien, la abdicaci?n, o por mejor decir, las abdicaciones de este soberano de sus varios dominios, tuvieron

lugar entre 1555 y 1556, por lo que la Relectio hubo por fuerza de ser escrita antes de aquella fecha.

La anterior puntualizaci?n es importante, porque a un mexicano debe llenarle de ufan?a el poder comprobar c?mo pudo profesarse, en la naciente Universidad de M?xico, un curso de tal altura como la Relectio de fray Alonso, de dig nidad igual a los que por aquel tiempo se daban en la metr? poli, as? por el acopio de sus fuentes como por la consumada maestr?a en el tratamiento del tema. Toda la cultura de la ?poca, literaria, hist?rica, filos?fica y teol?gica, est? patente en estas p?ginas del maestro agustino. A prop?sito de las fuentes, imp?nese como cuesti?n pre liminar la de dilucidar y evaluar la influencia que en la com posici?n de la Relectio que estudiamos pudieron haber teni do las c?lebres Relectiones de Indis et de iure belli de fray Francisco de Vitoria, con toda justicia reconocido en la actua lidad como fundador del derecho internacional moderno. Por la afirmativa estar?a, desde luego, el hecho de haber sido Alonso de la Veracruz, seg?n dijimos antes, disc?pulo de Vitoria en la Universidad de Salamanca, y en segundo lugar, la extraordinaria similitud entre las Relectiones vito rianas y la de fray Alonso, en la tem?tica sobre todo m?s que en las conclusiones mismas, no siempre id?nticas. Todos los t?tulos a la conquista de Am?rica, as? los leg?timos como los ileg?timos, discutidos por Vitoria, son examinados, aun This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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que con otro m?todo o con otro lenguaje, por fray Alonso. En la imposibilidad de reproducirlo aqu?, remitimos, a quien deseare comprobarlo, al minucioso y exhaustivo cotejo hecho por el padre Burrus entre una y otra Relectio. Con todo ello, hemos de guardarnos de formular conclu siones precipitadas o no documentadas por los textos mismos.

No se trata, en efecto, de la influencia viva de Francisco de Vitoria sobre Alonso Guti?rrez, y que ?ste traer?a consigo al aportar a playas mexicanas. No se trata de esto, una vez m?s, sino del influjo directo de un texto sobre el otro; ahora bien, y bajo este preciso aspecto, son "formidables", como dice Ernest Burrus, las dificultades que se interponen para la vinculaci?n textual entre ambos tratados.7 En el fondo es una cuesti?n de fechas nada m?s, pero de la mayor impor tancia. Las Relectiones de Indis de Vitoria, por una parte, fueron pronunciadas en la Universidad de Salamanca, por todo lo que hasta hoy sabemos, entre 1538 y 1539, dos o tres a?os despu?s, por consiguiente, de haber zarpado el joven maestro Alonso Guti?rrez con rumbo a la Nueva Espa?a. Y en segundo lugar, las Relectiones de Vitoria no fueron publi cadas, en su primera edici?n, sino en 1557, dos o tres a?os despu?s, asimismo, de haber pronunciado fray Alonso su pro pia Relectio en la Universidad de M?xico. Con tales datos, y mientras otra cosa no se averig?e, esta mos, hoy por hoy, reducidos a meras conjeturas. Cabe la posi bilidad, en primer lugar, de que, contra el veredicto ?ltimo de los mayores vitorianistas, las Relectiones de Indis, la pri mera por lo menos, hubiera sido pronunciada no en 1539, como se cree hoy com?nmente, sino en 1532, en cuyo caso pudo perfectamente haberla o?do el futuro misionero.8 Es 7 Burrus, op. cit., vol. Ill, p. 62: "Vitoria's Relections ?especially

the two De Indis? bear remarkably close resemblance to Vera Cruz's De dominio. We are however, faced with formidable difficulties in claim ing any link between the treatises of Vitoria and those of Vera Cruz."

8 En favor del a?o de 1532 milita la declaraci?n del propio Vitoria,

de que "hace cuarenta a?os" (o sea 1492) los abor?genes del Nuevo Mundo entraron bajo la dominaci?n espa?ola: qui ante quadraginta annos venerunt in ditionem Hispanorum.

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EL PROBLEMA DE LA CONQUISTA 391 igualmente posible el que Vitoria le hubiera mandado a su

antiguo disc?pulo una copia de su Relectio a?n in?dita, o

que por cualquier conducto hubiera llegado a M?xico,

s?lo que en tal caso habr?a que explicar el hecho ins?lito de que fray Alonso no haga menci?n de su maestro una sola vez,

estrictamente ni una sola, en todo el tratado De dominio infidelium. Y no habr? sido seguramente por envidia o mez

quindad, ya que en el Speculum coniugiorum invoca con orgullo la autoridad de "mi maestro fray Francisco de Vitoria,

con mucho el mayor te?logo de su tiempo" (theologorum sui temporis facile princeps). Lo cita porque en Salamanca habr? o?do (o le?do en las copias que luego circulaban) la Relectio de matrimonio, pronunciada por Vitoria hacia 1532. Lo mis mo habr?a hecho, por consiguiente, con las Relectiones de Indis, caso de haberlas conocido por audici?n o por lectura. Y para no seguir acumulando hip?tesis, la m?s plausible podr?a ser tal vez la de que el ideario americanista de Vitoria fuese

bien conocido entre sus m?s allegados, a?os antes de que aqu?l lo expusiera formalmente en la Universidad de Sala manca, y que entre estos iniciados hubiera estado el joven cl?rigo Alonso Guti?rrez. Habr?a habido as? una especie de

esquema mental, anterior a toda expresi?n gr?fica definitiva,

y que habr?a sido, por tanto, la fuente com?n de la relecci?n salmantina y de la relecci?n mexicana, provenientes una y otra de sendos maestros que un d?a fueron amigos y copart? cipes de las mismas inquietudes. Sea, en fin, de todo ello lo que fuere, todas las concor dancias que puedan encontrarse entre los dos tratados, no amenguan en nada las profundas diferencias que los separan y que configuran, para cada uno, su propia originalidad.9 Porque Alonso de la Veracruz, por una parte, no se limita a estudiar el problema de la conquista, sino que aborda otros temas, que Vitoria, aunque ofreci? tratarlos, dej? en el tintero, o sea, en concreto, el gobierno de los nativos, en lo espiritual 9 Burrus, op. cit., Ill, p. 38: "Yet there is a vast difference between the two treatises."

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y en lo temporal, una vez admitida la licitud de la conquista. Pero adem?s ?y esta diferencia podr?a ser acaso la m?s im portante?, mientras que el maestro dominico solamente habla en teor?a, como ten?a que ser en raz?n de su propia inexpe riencia, el misionero agustino, por el contrario, habla siem pre con referencia directa a la realidad que ha estado viendo d?a con d?a. "Expertas loquor" (hablo por experiencia pro pia) , nos dice, o todav?a con mayor ?nfasis: "Quae scimus loquimur et quod vidimus testamur" (hablamos de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto). Lo dice a prop?sito de tantas injusticias e infamias perpetradas por los conquistadores, y llega hasta acusar directamente al virrey y a los oidores (iniuste fieri a prorege et senatoribus) de auto rizar o tolerar aquellas hilander?as denominadas obrajes, ver daderos erg?stulos, donde las condiciones de trabajo eran las siguientes: Vi por m? mismo, y m?s de una vez, mujeres que trabajan en esto d?a y noche, hacinadas en aquel lugar por la fuerza y la violencia, y all? se les encerraba con los hijos que estaban crian do, como si estuvieran en prisi?n. De lo que se sigue que las mujeres gr?vidas aborten a causa del trabajo excesivo, y las que, mal alimentadas y agotadas, nutren a sus hijos, les dan p?sima leche, y de esto mueren los ni?os.10

Con este sello de lo aut?nticamente vivido se nos presenta la Relectio a cuyos pormenores pasamos ahora.

III

En libros, partes o secciones div?dense por lo com?n tratados cient?ficos. El De dominio infidelium, por su pa se distribuye en dudas (Dubia), o sea problemas pr?cticos la mira sobre todo de dar directivas a los confesores par

10 De dominio infidelium... p?rrafo 213. En adelante citamos p p?rrafos, seg?n la numeraci?n de Burrus.

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EL PROBLEMA DE LA CONQUISTA 393 soluci?n de los casos de conciencia que se les presentaran. Pero aunque todas las dudas, que son en n?mero de once, tengan en el fondo una finalidad pr?ctica, la tienen en ma

yor grado las seis primeras con excepci?n de la quinta, y de la s?ptima en adelante, con la quinta, la disertaci?n se cierne de ordinario en el plano superior del derecho aplicable a tal o cual situaci?n, con escasos pronunciamientos sobre los he chos mismos. En las dudas pr?cticas (llam?moslas as?) trata el autor de determinar lo que los espa?oles pueden hacer en justicia en el medio en que de hecho est?n ya radicados, o sea con respecto a los ind?genas, sus personas y sus propie dades, pero siempre sobre el supuesto de que el emperador Carlos V tiene leg?timo dominio sobre estos territorios: sup p?sito imperator sit verus dominus. En las dudas te?ricas, en cambio, se discute directamente aquel supuesto, es decir, la justificaci?n de la conquista espa?ola, y es en esta segunda parte del tratado donde pueden apreciarse las mayores simi litudes entre Vitoria y fray Alonso, en tanto que en la pri mera es este ?ltimo absolutamente original. Desde un punto de vista l?gico o metodol?gico, hubiera estado tal vez mejor dilucidar ante todo lo que hoy llamar?a mos el primer supuesto normativo, o sea la legitimidad de la conquista en general, antes de descender al examen de la con ducta pr?ctica de los conquistadores; y ?ste fue, en efecto, el plan que se traz? Vitoria, aunque de hecho haya tratado sola mente el problema de la conquista. Para fray Alonso, por el contrario, el prius de su maestro es un posterius y viceversa; as? por lo menos me represento yo el esquema del De dominio infidelium.

Una de las cuestiones m?s frecuentemente tratadas en las

dudas pr?cticas es la de los tributos y otras prestaciones exigi

das de los indios tanto por el virrey como por los encomen deros. La tesis invariable de fray Alonso es la de que el em

perador, siempre en la hip?tesis de que su soberan?a sea leg?tima, no puede percibir, en el mejor de los casos, sino los

tributos que los indios pagaban a sus antiguos se?ores, pero nada m?s, y por ning?n motivo despojarles de sus tierras, seg?n la distinci?n entre jurisdicci?n y propiedad, tan escru This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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pulosamente observada por nuestro autor: Sed solum ipse (imperator) habet tributa, et non habet dominium terrarum.

La realidad, sin embargo, es por completo distinta, ya que, a causa de los excesivos tributos, los indios, pobres de suyo, se depauperan m?s cada d?a, agobiados como est?n de deudas:

Depauperantur pauperes et continuo laborant aere alieno. Por la necesidad en que est?n de trabajar de continuo para poder pagar el tributo, no les resta tiempo para cuidar de s? mismos y de sus hijos.11 La doctrina general, en suma, es la siguiente: Ning?n tributo contrario a la voluntad del emperador, sea el

que fuere, puede imponerse ni exigirse. El emperador, sin embargo, ten?a expresamente prohibido, mediante las Leyes Nue

vas, toda servidumbre personal y todo tributo que excediera de lo que acostumbraban pagar antes de su conversi?n al cristia nismo. En consecuencia, todos los espa?oles que ahora violan los decretos imperiales act?an injusta y tir?nicamente; se hallan en pecado y est?n obligados a restituir.12

Pasando de la secci?n m?s bien pr?ctica a la m?s bien

te?rica de su disertaci?n, y como si fuese un puente entre ambas, se pregunta fray Alonso (5? duda) si los indios, antes de la llegada de los espa?oles, eran verdaderos due?os y se?o res (veri domini) de los territorios que ocupaban. Si no lo fueran, en efecto, no hab?a ni por qu? plantearse el problema

de la conquista, ya que estas tierras, aunque de hecho habi tadas por los abor?genes, habr?an tenido, en tal hip?tesis, la condici?n jur?dica de res nullius, las cuales, por lo mismo, pu dieron haber pasado al dominio del primer ocupante. Y es a partir de este punto donde se establece el paralelismo ideo l?gico, o por lo menos metodol?gico, entre Alonso de la Vera cruz y Francisco de Vitoria, el cual asimismo hubo de plan tearse la referida cuesti?n como necesario proleg?meno al examen y discusi?n de los posibles t?tulos a la conquista. il De dominio, 232: "Fere continuo sunt in tributo quaerendo et non remanet eis locus ut sibi et filiis necessariis intendant." 12 Ibid., pp. 205-206.

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EL PROBLEMA DE LA CONQUISTA 395 Hoy parecer?a simplemente rid?culo, y con toda raz?n, el solo planteamiento de un problema semejante, pero en aque lla ?poca ten?a a?n gran valimiento la peregrina teor?a des arrollada por el c?lebre cardenal-arzobispo de Ostia, Enrico de Susa, y que hab?a hecho suya nadie menos que el doctor Palacios Rubios, consejero de los Reyes Cat?licos y autor del famoso Requerimiento. De acuerdo con la tesis del Ostiense, Jesucristo, incluso como hombre, recibi? de su eterno Padre toda potestad, lo mismo en lo espiritual que en lo temporal, y

dej? vinculada esta ?nica y espiritual soberan?a en el Sumo Pont?fice; desde entonces las soberan?as de la tierra quedaron destruidas y se concentr? la suma del poder en las manos de Cristo y de su vicario el papa, lo cual se extend?a no s?lo a los fieles, sino tambi?n a los gentiles ajenos a la ley de la Iglesia.13

Con fundamento en la doctrina de Santo Tom?s, tan clara en este punto, y al igual que lo hab?a hecho Vitoria, se opone fray Alonso con toda firmeza a la tesis del Ostiense y sus se cuaces, en raz?n de que la fe, que es de derecho divino, no confiere ni quita el dominio (la soberan?a dir?amos hoy) que es de derecho de gentes.14 El orden natural, en suma, es dis tinto del orden sobrenatural, y ?ste no le afecta en lo m?s m?nimo. Era el corolario de lo que Santo Tom?s hab?a ense ?ado al decir que el derecho divino, que se funda en la gracia,

no suprime el derecho humano, que proviene de la raz?n natural.15

Prosiguiendo el hilo del discurso, pasa fray Alonso (7? duda) al examen del primer t?tulo hipot?tico a la conquista de Am?rica, y que consist?a en sostener que el emperador era amo y se?or de todo el mundo: Utrum imperator sit dominus 13 Silvio Zavala, Las instituciones jur?dicas en la conquista de Am? rica, 2? ed., M?xico, 1971, p. 16. 14 De dominio infidelium, 250: "Fides, quae est de iure divino, non tollit neque ponit dominium, quod est de iure gentium." 15 Sum. theol. II-IIae, q. 10, a.10: "lus divinum, quod est ex gratia, non tollit ius humanum, quod est ex naturali ratione." This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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orb is. La tesis era con referencia al emperador, cualquiera que

fuese, del Santo Imperio Romano Germ?nico, pero que en aquella coyuntura hist?rica resultaba ser el mismo que era igualmente rey de Espa?a, o sea Carlos V. La inmensidad de sus dominios, la mitad de Europa y la mitad de Am?rica en n?meros redondos, fue causa de que cobrara nueva vida la pretensi?n, hac?a tiempo moribunda, al dominio universal del emperador. Entre sus nuevos adalides se encuentran, en aquel momento, numerosos aduladores de Carlos V, entre ellos el canciller Gattinara, el obispo Ruiz de la Mota y el jurista navarro Miguel Ulzurrum, autor de un tratado, De regimine mundi, la ?ltima apolog?a, pero exultante, de la idea

imperial. En los momentos en que esta idea entra en su ?lti ma agon?a, lanza a?n sus m?s vivos destellos. La refutaci?n de fray Alonso se ajusta al mismo esquema que la de su maestro Vitoria cuando hubo de oponerse a id?n tico seudot?tulo. El emperador, en efecto, tendr?a que justi ficar su pretensi?n al dominio universal con base en alg?n

derecho que a ello le asistiera, y que no podr?a ser sino un derecho natural, o divino positivo (ya que el derecho

natural puede tambi?n, por su ?ltima fuente, llamarse divi no) o, en fin, humano positivo. Pero resulta que por ninguno de estos derechos puede el emperador justificar aquella pre tensi?n. No por derecho natural, ya que por la sola natura leza, radicalmente igual en todos los hombres, ninguno de ellos puede arrogarse sobre los dem?s ninguna supremac?a, a no ser por delegaci?n de la comunidad. No por derecho di vino positivo, pues aun suponiendo que Cristo hubiera sido, inclusive en cuanto hombre, rey universal, no consta ni por asomo que hubiese delegado en nadie ning?n dominio tem poral, como s? deleg?, por el contrario, una jurisdicci?n, pero puramente espiritual, en la persona del primer papa que fue San Pedro. No por derecho humano, por ?ltimo, ya que, como lo hace ver nuestro autor en un largo y erudito excursus, la historia demuestra de manera incontrovertible que jam?s exis

ti? un imperio verdaderamente universal, con poder real y efectivo sobre todos los pueblos del mundo; un imperio, ade m?s, que hubiera debido trasmitirse regularmente de uno a This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EL PROBLEMA DE LA CONQUISTA 397 otro titular hasta llegar a la persona del emperador Carlos V, muy alto y muy poderoso se?or, pero no universal. Pero adem?s, y movido como siempre del celo de defender a los indios, pasa fray Alonso a poner de manifiesto (8? duda)

que aun si admiti?ramos el dominio imperial por cualquier t?tulo que fuera, originario o adventicio, sobre los habitan tes del Nuevo Mundo, no se tratar?a sino de un dominio de jurisdicci?n y no de propiedad, por lo cual no podr?a despo jarse a aqu?llos de lo que leg?timamente poseen, ni menos a?n, hacerlos esclavos. No tendr?a sobre ellos m?s derechos de los que tiene sobre sus subditos de Espa?a, a los cuales no puede quitarles sus propiedades, sino tan s?lo imponerles un tributo justo y moderado como contrapartida del poder de

jurisdicci?n.

Descartado el dominio universal del emperador, se pre gunta fray Alonso (9? duda) si no podr? reconocerse un do minio semejante en la persona del papa: utrum summus pon tifex saltern sit dominus orb is. A lo cual contesta que desde luego queda excluido por completo el dominio temporal directo (reparemos en esta importante calificaci?n), toda vez que Cristo no trasmiti? a Pedro otro poder que el de apacen tar a sus ovejas (pasee oves meas) con alimento puramente espiritual y para sus almas. La potestad del sumo pont?fice es, por consiguiente y por s? misma, de un orden exclusivamente espiritual, pero una vez sentada esta premisa, pasa luego fray

Alonso a la tremenda afirmaci?n de que el papa puede echar mano de todos y cualesquiera medios, del orden que sea, si ello es necesario para el cumplimiento de su oficio pastoral. Es el terrible poder indirecto de la Iglesia en materia tem poral, no por indirecto menos efectivo ni menos ilimitado. Sin ninguna cortapisa, en efecto, lo postula fray Alonso al decir que en el "pasee oves meas" est? incluida la m?s abso luta potestad sobre todas las cosas, aunque con la restricci?n de que ha de ser "para este fin", o sea el oficio pastoral: in quo videtur inclusa potestas absoluta omnium ad hune finem,.

Hasta aqu? no innova en nada fray Alonso con respecto a lo que hab?an ense?ado Vitoria y tantos te?logos m?s, todos This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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ellos defensores del susodicho poder indirecto. En lo que, en cambio, hasta donde se me alcanza, da un considerable paso adelante ?y un paso tremendo? es al postular la tesis de que la jurisdicci?n espiritual del papa se extiende no s?lo a los fieles, lo que va de suyo, sino inclusive a los infieles, y ello por la sola y buena raz?n de que Cristo habl? de "otras ove

jas" que igualmente le pertenecen, y que han de ser redu cidas, con las que ya lo est?n, al redil com?n: alias oves

habeo. De lo cual desprende fray Alonso la conclusi?n de que todos los infieles est?n sujetos de iure, por lo menos, al sumo pont?fice: sic quod de iure sint subiecti infideles ornnes sum mo pontifici. Son ovejas de Cristo estos infieles, tanto como los fieles, con la sola diferencia de que los primeros est?n fuera, y los otros dentro del redil.16 A tanto como a esto no hab?a llegado Vitoria, para el cual

el papa no tiene ninguna jurisdicci?n espiritual sobre los

infieles, ni mucho menos, por supuesto, una de car?cter tem poral.17 Hab?a que esperar a que hubiera conversos entre los indios, y esto por su propia y libre voluntad, para que el ro mano pont?fice pudiera ejercer su potestad sobre ellos como sobre el resto de los cristianos. Y todo lo que el papa pod?a hacer mientras tanto era encomendar a unos soberanos de pre

ferencia a otros (en el caso a los Reyes Cat?licos) la evange lizaci?n de estas regiones, y no porque tuviera aqu? ninguna jurisdicci?n de cualquier especie, sino por la que ten?a, en lo espiritual, sobre todos los pr?ncipes de la cristiandad; y ?ste era el ?nico valor que el te?logo salmantino conced?a a la c?lebre bula de repartici?n del papa Alejandro VI. Tal era, en t?rminos generales, la concepci?n misional de Vitoria. Para fray Alonso, por el contrario, una vez admitida la potestad espiritual del pont?fice sobre los infieles, sig?ese la consecuen

cia de que estos ?ltimos pueden ser obligados, con el con

16 De dominio infidelium, 535: "Ergo sequitur quod infideles sunt de ovibus Christi, et solum est differentia quia fid?les sunt in ovili et infideles extra." 17 De Indis, II, 3: "Papa non habet iurisdictionem spiritualem super infideles."

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curso del brazo secular (?de qu? otro modo ser?a posible?) a recibir la fe: per summum pontificem compelli possunt ad fidem suscipiendam (795). No se le oculta a fray Alonso, antes bien se hace cargo de ello expresamente, que la con versi?n del adulto, a menos de ser un acto de la peor hipocre s?a, ha de emanar por fuerza de la m?s libre voluntad. Credere

non est nisi volen?ium, seg?n hab?a ense?ado Santo Tom?s,

y con ?l toda su escuela. Todo esto lo concede el te?logo

agustino, pero no obstante, y por extra?o que parezca, afirma

rotundamente que, una vez que a los infieles les haya sido predicado el evangelio de manera abundante y persuasiva, pueden aqu?llos a la postre ser obligados a abrazar la fe,

aunque (seg?n lo recalca una y otra vez) con acto libre y

sincero.18

De acuerdo con nuestra mentalidad actual, no hay modo de entender o conciliar la radical contradicci?n que lleva consigo el empleo de la coacci?n para el ejercicio de la liber tad. La ?nica explicaci?n posible (por lo menos no se me ocurre otra) es la de que nuestra mentalidad no era la de aquellos hombres, los cuales tomaban muy en serio, a veces

demasiado en serio, su papel de ministros del Alt?simo, en el cual se anulan todas las contradicciones, y para el cual, en efecto, es perfectamente posible mover por la gracia la vo luntad, permaneciendo ?sta libre en todo momento. De este modo, y por una transposici?n desde luego completamente arbitraria, trasladaban ellos la teolog?a de la gracia a la ac

ci?n misionera, en aplicaci?n, seg?n cre?an, del mandato evng?lico: compelle intrare. ?No hab?an le?do ellos que "en

las manos de Dios est? el coraz?n del rey"? ?Por qu? no iba a estar en las de sus ministros el de Atahualpa o Moc tezuma? Con todo ello, sin embargo, se mantiene firme fray Alonso

en la proposici?n de que el papa no tiene de suyo ning?n 18 De dominio infidelium, 791: "Non quidem ad hoc quod ficte et coacte credant (quia cetera potest homo nolens, et credere nonnisi volens), sed debent cogi ad hoc quod libere velint quod eis tarn necessarium est."

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poder temporal, sino ?nicamente espiritual,19 y asimismo in siste una y otra vez en que la predicaci?n evang?lica, por m?s

que pueda eventualmente requerir el apoyo armado de los conquistadores, no ha de tener otro fin que la conversi?n del gentil, sin poder propasarse en ning?n caso a despojarle de

sus tierras y posesiones.20 A esta hipot?tica repulsa alud?a Vitoria al desechar, con fray Alonso, este pretendido t?tulo

de conquista.

Otro t?tulo igualmente ileg?timo, discutido por Vitoria, era el supuesto derecho de descubrimiento: ius inventionis.

Fray Alonso no cree necesario detenerse en un t?tulo tan ende ble, pero lo refuta indirectamente al mostrar que estas regio

nes, con tantos habitantes y tan bien gobernados, no pod?an de ning?n modo calificarse de res nullius. Demostrado como qued? que los indios eran veri domini, no hab?a lugar en ab soluto para el ius inventionis. Asimismo es de desecharse el otro t?tulo que entonces se alegaba, de los pecados o vicios de los indios, particularmente los vicios contra naturam. Aun suponiendo que entre ellos existieran tales vicios, tambi?n se daban ?y con qu? profu si?n! entre los cristianos, y s?lo a Wiclef, al parecer (conde nado por la Iglesia), se le hab?a ocurrido que por el pecado pudiera uno perder el dominio privado o el se?or?o pol?tico.21

Hab?a a?n quienes alegaban como t?tulo v?lido de con

quista la cesi?n que de sus reinos habr?an hecho los se?ores ind?genas en favor del emperador o rey de Espa?a. Ahora bien, este t?tulo podr?a pasar, si la cesi?n o donaci?n se hiciese

libremente por parte del rey leg?timo, y si, adem?s, consin tiese en ello la comunidad.22 De hecho, sin embargo, no fue 19 Ibid., 603: "Non damus in temporalibus dominium summo ponti fici, sed solum in spiritualibus." 20 Ibid., 582: "Licet esset licitum tales mittere praedicatores et milites

defensores, non tarnen esset licitum mittere eos ad occupandas terras eorum et ad privandum iusta possessione et dominio suo." 21 Ibid., 688: "Si credere nolint, non sunt ob id bello suo dominio

privandi."

22 Ibid., 880: "Non sufficit libera donatio, vel datio, vel cessio ipsius legitimi regis, sine consensu reipublicae."

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EL PROBLEMA DE LA CONQUISTA 401 as?, y si Moctezuma accedi? a cualquier cosa, fue sin consen timiento de su pueblo y bajo amenaza de muerte.23

Nada vale, por ?ltimo, el paralelo que algunos quieren

establecer entre la donaci?n divina de la tierra prometida en favor de los jud?os y la supuesta donaci?n de estas tie rras en favor de los espa?oles. En el segundo caso falta por completo el testimonio de la Escritura, en la cual se funda la situaci?n que indebidamente se quiere invocar como prece dente.24 Con esto queda desechado el llamado t?tulo provi

dencial.

Pasando al examen de los t?tulos v?lidos de conquista, fray

Alonso sigue muy de cerca el m?todo de Vitoria, para el cual habr?a siete t?tulos de esta especie (siempre en hip?tesis y en el terreno del derecho puro), siendo tres de car?cter sobre natural, por decirlo as?, por tener su fundamento en la fe cristiana, y los otros cuatro de car?cter natural. Los tres pri meros son los siguientes: 1) la oposici?n hostil a la predicaci?n evang?lica por parte de los indios; 2) la necesidad de dar un pr?ncipe cristiano a los conversos para conservarlos en su nueva religi?n, y 3) el temor de que los reci?n convertidos pudieran reincidir en la idolatr?a, y esto aun en el caso de que

no s?lo el pueblo sino, inclusive, los se?ores hubieran abra zado la fe cristiana. Es en los dos ?ltimos t?tulos sobre todo donde se pone de manifiesto el llamado poder indirecto de la Iglesia, y no hay ni que decir que fray Alonso los comparte con el mismo o mayor entusiasmo que su maestro Vitoria. M?s all?, mucho m?s all? del dominico va el agustino, no s?lo en su tesis que ya conocemos del bautismo compulsorio de los adultos, sino en el bautismo de los ni?os que no lleguen todav?a al uso de la raz?n, y esto aun pasando por encima de la oposici?n de sus

padres. Con esto toma fray Alonso partido en la cuesti?n, que ven?a discuti?ndose desde la Edad Media, sobre si ser? 23 Ibid. ibid.: "Et multo minus esset valida si metu mortis id fa ceret... audio sic factum a principio a Motezuma." 24 Ibid., 145: "Ex illo non sumitur argumentum ad probandum quod sic sit licitum, alios infideles debellare et suo dominio privare." This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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ANTONIO G?MEZ ROBLEDO

l?cito bautizar a los hijos de los infieles contra la voluntad de los padres: utrum liceat baptizare filios infide?ium invitis parentibus. Apoy?ndose en Escoto, un te?logo de tercera o cuarta categor?a, fray Alonso se pronuncia por la afirmativa, pero no desconoce, ?c?mo hubiera podido hacerlo!, que San to Tom?s hab?a sostenido sin vacilaciones la sentencia con traria, o sea la ilicitud del bautismo en tales casos, por estimar

que ni por la salvaci?n de un alma (la del ni?o gentil por el bautismo) pod?a atropellarse el derecho, un derecho tan cier to y tan sagrado como el de la patria potestad.25 Por extremosa que pueda parecemos, y con toda raz?n, la posici?n de fray Alonso en lo tocante a cohonestar, en las situaciones antes indicadas, el poder indirecto en lo temporal de los papas (hasta la eventual deposici?n de reyes y se?o res) , hase de advertir, para hacerle en todo justicia, lo si guiente. Lo primero, que la posible reca?da en la idolatr?a no ha de ser mera imaginaci?n, sino un temor con s?lido fundamento en la realidad, por lo que, en ausencia de un recelo semejante, no ser? l?cito atentar contra la soberan?a de los se?ores infieles.26 Lo segundo, que, pasando por esta vez del derecho a los hechos, puntualiza fray Alonso que, por lo menos en el principio de la conquista, no pudo actuali zarse ninguno de los t?tulos de car?cter sobrenatural, por no haber sido la predicaci?n evang?lica de ning?n modo persua siva para los ind?genas, ya que al lado de la conducta ejem plar de los misioneros estaban las fechor?as ("fornicaciones, adulterios y otras cosas semejantes") de los conquistadores, por

lo que, en tales condiciones, fue injusta la guerra que ?stos hicieron a los nativos.27 La conciencia del religioso agustino es siempre clara, limpia e insobornable. Si, por una parte, 25 Ibid., 778: "Doctor sanctus et alii putant illicitum esse filios infi delium invitis parentibus baptizari." 26 Ibid., 814: "Si tamen non esset timor de tali retrocessione, non esset iusta privatio." 27 Ibid., 786: "Et quia in istis partibus a principio modus proponendi fidem catholicam fuit commixtus malis exemplis, fornicationibus, adul teriis et similibus, non ex hoc fuit iustitia in bello."

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EL PROBLEMA DE LA CONQUISTA 403 exalta, sin duda en demas?a, los fueros de la verdad cristiana,

por la otra condena sin miramientos la torpe conducta de quienes con sus actos desment?an la doctrina de los misioneros.

Al examen de los t?tulos de la fe, sucede, en la parte

final de la Relectio, el de los t?tulos fundados en la raz?n natural, a saber: I) la tiran?a de los se?ores nativos, con la pr?ctica de los sacrificios humanos y la antropofagia; 2) la

alianza con los pueblos oprimidos contra los opresores;

3) la opci?n libre y voluntaria por otra soberan?a; y 4) el de recho de comunicaci?n y comercio. En este orden los analiza fray Alonso, variando en algo el que, por su parte, hab?a seguido Vitoria. En el tratamiento del primer t?tulo, el agustino parece ser

de un criterio m?s laxo que el dominico al considerar el

caso de la tiran?a en general. Para fray Alonso, en efecto, cualquier otro pueblo puede ir en ayuda del pueblo oprimi do para deponer entre todos al tirano; ahora bien, la doctrina tradicional, de Mariana a Su?rez, hab?a reservado el derecho de insurrecci?n exclusivamente a la comunidad tiranizada. En lo que, en cambio, hay perfecta concordancia entre am bos maestros es en defender la licitud de la que con el tiempo hab?a de llamarse la intervenci?n de humanidad, y que tiene lugar cuando en el pueblo intervenido se da no la tiran?a en general, sino muy concretamente la comisi?n habitual de ciertas pr?cticas de extrema barbarie, como el canibalismo y los sacrificios humanos. Y como ?ste era desgraciadamente el caso de numerosos abor?genes americanos, entre ellos los del An?huac (diga lo que quiera do?a Eulalia), con raz?n puede decir fray Alonso, a quien constaba bien de todo aquello, que por este cap?tulo s? pudo ser justa la guerra que contra ellos movieron los espa?oles: in quo primi belli iustitia potest esse. No pasa, empero, m?s all? de aquel "pudo", sin afir marlo m?s categ?ricamente, porque sab?a ?l muy bien que de cualquier modo, as? no hubiesen existido aquellas b?rbaras costumbres, habr?an pasado adelante los espa?oles en una em presa guiada por la libido dominandi y no por el deseo de rescatar v?ctimas inocentes. Por esto lo deja en suspenso, en mera posibilidad y en el derecho puro; y desde este punto

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ANTONIO G?MEZ ROBLEDO

de vista es fuerza reconocer que este t?tulo es de todos el m?s

s?lido e inobjetable. Por ?ltimo, y puesto que de lo que se trata es ?nicamente de abolir las practicas can?bales, fray

Alonso se apresura a a?adir (como lo hab?a hecho Vitoria en el c?lebre fragmento De temperantia) que desde el mo mento en que tales pr?cticas hayan podido extirparse y no exista ya temor de que se vuelva a ellas (ad vomitum revert?) no podr? proseguir adelante la acci?n b?lica, cuando menos hasta privar a los naturales de su leg?timo dominio y sobera

n?a.28 En realidad, por tanto, hay aqu? m?s bien que un t?tulo de conquista propiamente dicho, un t?tulo justificativo

de la intervenci?n de humanidad.

El t?tulo siguiente, en cierto modo conexo con el anterior,

es el de la alianza que los espa?oles pudieron hacer con al guno de los pueblos abor?genes en la guerra justa que este ?ltimo sostuviera contra otro pueblo que tratara de sojuzgarlo u oprimirlo. Era el caso bien conocido, y al cual se refiere expresamente fray Alonso, de la alianza entre espa?oles y tlaxcaltecas contra los mexicanos. Al yugo de estos ?ltimos parecen haber preferido los tlaxcaltecas, por incre?ble que pa rezca, el de los espa?oles, ya que de otro modo no se explica r?a la heroica lealtad que les guardaron, en las m?s negras horas inclusive, como despu?s de la Noche Triste. De no haber sido por los tlaxcaltecas, no habr?a tenido lugar la recupe raci?n que empieza en Otumba. Por fundado que en teor?a parezca ser este t?tulo, en la pr?ctica no cree fray Alonso que haya podido justificar la con quista espa?ola, porque, en primer lugar, no tiene ?l completa

certeza de que toda la justicia haya estado de parte de los tlaxcaltecas en su guerra contra los mexicanos: primo, quia

non constat de iustitia belli ex parte Taxcalensium. En segun do lugar, y dado que as? fuese, una guerra justa no tiene por qu? parar necesariamente en la expoliaci?n del vencido, suje t?ndolo a la soberan?a del vencedor, sino que debe bastar con

28 Ibid., 839: "Ergo in casu solum iustum bellum est usque dum

cessent ab iniuria."

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EL PROBLEMA DE LA CONQUISTA 405 que se establezca, sobre bases firmes y con las garant?as nece sarias, un r?gimen de paz y seguridad contra toda agresi?n futura. Y lo que, por ?ltimo, es ya francamente inconcebible o monstruoso, es que los espa?oles hayan acabado por redu cir a su dominaci?n no solamente a los mexicanos, sino a sus mismos aliados los tlaxcaltecas, as? haya sido d?ndoles, como se lo dieron, un trato de siervos privilegiados.29 El tercer t?tulo, el de la elecci?n verdaderamente libre y voluntaria que los indios hubieran hecho del rey de Espa?a, aunque justificable, una vez m?s, en teor?a pura, no parece

haber tenido aplicaci?n pr?ctica, ya que, como qued? con signado con antelaci?n, y se reitera ahora, ni siquiera el pr?n

cipe supremo, el propio Moctezuma, entendi? lo que hac?a, o por lo menos no pudo disponer con plena libertad de su reino,

al quedar como qued? a merced de la soldadesca espa?ola.30 S?lo por no pasarlo en silencio, y no porque hubiese tenido

tampoco aplicaci?n pr?ctica, pasa revista fray Alonso, por ?ltimo, al t?tulo del derecho de peregrinaci?n y comercio (tus communications), del que pod?an prevalerse los espa ?oles, al igual que otro pueblo cualquiera, y que eventual men te podr?a convalidar la acci?n b?lica en el caso de encon trar una oposici?n hostil y sin causa justificada al ejercicio, dentro de ciertos l?mites, de aquel derecho. En Vitoria hab?a sido este t?tulo nada menos que el fundamento mismo del derecho internacional. Su disc?pulo, en cambio, pasa por ?l de modo perfunctorio y sin hacer mayor hincapi?. Nos de iure loquimur, hab?a dicho, como vimos, el cate dr?tico de la Universidad mexicana. Al final, sin embargo, desciende de la especulaci?n jur?dica para acabar aceptando resignadamente el hecho consumado de la conquista. Piensa ?l, en efecto, que en presencia de la nueva cristiandad, en n?mero mayor cada d?a, pero todav?a adolescente y fluctuan te, ser?a una insensatez abandonarla a su suerte, dado el te 29 Ibid., 854: "Non, ergo, quia praevalerent Hispani contra Mexica nos, potuerunt usurpare dominium Taxcalensium." 30 Ibid., 894: "Quia forte Motezuma non intellexit, vel non fuit plena libertas propter metum illatum a milite armato."

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ANTONIO G?MEZ ROBLEDO

mor bien fundado de que recaigan en su antigua religi?n y costumbres; y esto aun en el supuesto de que en un principio hubiera sido injusta la conquista. En la nueva situaci?n de cualquier modo constituida, s?lo un demente podr?a acon sejar al emperador la restituci?n de aquellos reinos a Moc tezuma o a sus sucesores. Encarece una vez m?s, eso s?, la necesidad de que el nuevo soberano no eche sobre sus sub ditos mayores cargas que los antiguos se?ores, antes bien me nores, para que as? entiendan aqu?llos que fue en su beneficio y no en su da?o la transferencia de soberan?a.31 Con esto aquieta el religioso agustino la conciencia del rey. Desde el punto de vista de fray Alonso, de su celo por la dilataci?n de la fe cristiana por encima de toda otra consi deraci?n, ser?a dif?cil impugnar el razonamiento anterior. M?s

a?n, hemos de reconocer que, por lo menos antes de la Doc trina Stimson, le habr?a dado la raz?n el derecho de gentes cl?sico, para el cual el tiempo acaba por subsanarlo todo, por convalidar las situaciones establecidas, a despecho de la in justicia de su g?nesis. Habr?a sido preferible quiz? que el disertante se hubiese mantenido en el plano de los principios, y dejar a cada cual sacar las conclusiones consiguientes. Por otra parte, y no obstante la soluci?n tranquilizadora del final, ya era mucho, en aquellas circunstancias, haber admitido, as?

no fuera sino en hip?tesis, la injusticia originaria de la con

quista, para inducir con ello cierto remordimiento en la conciencia del monarca y de sus consejeros, y obtener tal vez,

a favor de este sentimiento, un trato mejor para los indios; y a lo mejor era esto lo que ten?an en mente aquellos hom bres tan especulativos, pero tan eminentemente pr?cticos.

Tal como est? la Relectio de dominio infidelium, aunque sin compartir la cumbre que ocupan exclusivamente las Re lectiones vitorianas, tiene un lugar de honor en la historia

31 Ibid., 894: "Nullus sanae mentis posset dicere, etiam si constitisset de iniustitia ex parte imperatoris a principio, modo obligare ut resignet et restitu?t regnum Motezumae et successoribus eius." Ibid., 895: "Non amplius gravet quam dominus primus; immo multo minus tributorum recipiat oportet, ut sic ad bonum populi intelligatur facta translation

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EL PROBLEMA DE LA CONQUISTA 407 de la controversia indiana y en su copiosa bibliograf?a. Podr? haberse propasado fray Alonso (no he tratado de disimular lo) en su concepci?n del poder espiritual, y por ello mismo derivativamente temporal de la Iglesia, mas por ning?n mo tivo podr?a pon?rsele en la misma l?nea de Palacios Rubios, de Sep?lveda o de sus cong?neres. Entre el humanista cordo b?s y el religioso agustino habr? siempre (para un mexicano

por lo menos) la insalvable diferencia que media entre el desprecio y el amor, pues as? como Sep?lveda califica a los indios de hombrecillos y esclavos de nacimiento (homunculi, gens nata ad servitutem), en fray Alonso, por el contrario, hay

un amor visceral por los naturales, a quienes doctrin? y con quienes convivi? por tantos a?os. Podr? admitir, si se quiere, el alto dominio imperial, pero siempre a condici?n de hacer la suerte de los nativos igual o mejor de lo que antes era, y por esto reprueba, con la energ?a que hemos visto, la proter via y rapacidad de los encomenderos. En lo que haya podido errar, fue de buena fe y no movido por ning?n inter?s par ticular, ya que la ambici?n no tuvo el menor lugar en quien rechaz? tres mitras y de las mayores. Consider?ndolo todo, en

suma, los mexicanos debemos gratitud a fray Alonso de la Veracruz por su solidaridad de medio siglo, en n?meros re dondos, con la raza vencida, y los internacionalistas hemos de ver en ?l, por el De dominio infidelium, felizmente exhu mado, el primer catedr?tico, entre nosotros, del derecho de gentes.

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EL ESTABLECIMIENTO DEL REAL DE MINAS

DE BOLA?OS*

Alvaro L?pez Miramontes

El Colegio de M?xico

Durante el siglo xvi se utiliz? para la defensa y consolida

ci?n de las tierras de frontera arrancadas a los chichimecas y huachichiles el establecimiento de guarniciones, fortines o reales. Muchas de sus tierras no s?lo val?an por los cultivos que en ellas pudieran desarrollarse con el trabajo de los natu rales, sino tambi?n por el oro y la plata que en ellas se encon traban. Como los yacimientos de estos minerales localizados fueron muchos, el establecimiento de fortificaciones se hizo costumbre, de tal manera que que sigui? llam?ndoseles reales a los centros de poblaci?n que sobre las minas se asentaban.1 En los dos siglos posteriores a la conquista, no fue necesaria mente una guarnici?n militar la que origin? el establecimien to de centros mineros o reales de minas.2 Generalmente, para precisar el surgimiento de las ciudades mineras de m?s tradici?n y renombre, se conoce cuando me nos su "acta de nacimiento": una fecha y el nombre del des cubridor o iniciador de los trabajos mineros; algunos de ellos * Aqu? se presentan algunos resultados de la investigaci?n que el autor realiza sobre El Real de Minas de Bola?os, bajo los auspicios del Centro de Estudios Hist?ricos de El Colegio de M?xico. 1 Modesto Bargall?, La miner?a y la metalurgia en la Am?rica espa ?ola durante la ?poca colonial. Fondo de Cultura Econ?mica, 1955, p. 62. V?ase tambi?n Salvador D?az Berrio, "Apuntes para la historia f?sica de

la ciudad de Guanajuato", Historia Mexicana, vol. XXII:2, octubre

diciembre de 1972, p. 226.

2 Enrique Florescano, "La colonizaci?n en el norte de la Nueva

Espa?a", Tierras nuevas, M?xico, El Colegio de M?xico, 1969, pp. 43-76.

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EL REAL DE MINAS DE BOLA?OS 409 llegaron a ser mineros famosos despu?s de haber sido solda dos o arrieros; de muchos otros ?humildes pastores y gambu sinos? los cronistas s?lo mencionan sus nombres, que al que dar como datos aislados se repiten frecuentemente en la regi?n minera hasta convertirse en mitos y leyendas, por la vaguedad

de la noticia y las deficiencias propias de la tradici?n oral. Por las fuentes m?s conocidas se sabe que el conquistador de M?xico trabaj? en 1534 la primera mina en Taxco y que Juan de Tolosa descubri? las de Zacatecas en 1546. Se conoce que las del Real del Monte-Pachuca las trabaj? inicialmente el artillero de Cort?s, Juan Siciliano, desde poco antes del

a?o de 1552 y que el arriero Juan de Reyes descubri? las de Guanajuato en 1552.3 El real de minas de Bola?os, aunque menos conocido,

cuenta tambi?n con un descubridor y una fecha; 4 pero aqu?l no es Jos? Barranco, ni la primera mina se descubri? en 1746.5

Estos datos repetidos por algunos, no coinciden cuando se les comparan con las fuentes hasta hoy conocidas, ni cuando se les coteja con los datos que las fuentes primarias ofrecen.

Humboldt, que es uno de los m?s autorizados en la ma

teria, informa que las primeras minas de Bola?os se trabaja

3 Sobre el descubrimiento de las minas de Taxco, Zacatecas, Pachuca y Guanajuato, v?ase Bargall?, op. cit., pp. 63-204. Para Zacatecas, P?ez Brotchie, Jalisco, historia m?nima. Guadalajara, 1940, pp. 91-92. Para Pachuca, Jos? Galindo, El distrito minero de Pachuca-Real del Monte. Pa

chuca, Compa??a del Real del Monte, 1956, p. 14. Para Guanajuato, D?az Berrio, art. cit., p. 226. 4 A estos primeros datos de las minas de Taxco, Zacatecas, Pachuca y Guanajuato, suelen asoci?rseles los nombres de los mineros m?s famo sos: Jos? de la Borda, Diego de Ibarra, Conde de Regla y Conde de la Valenciana, respectivamente. A las de Bola?os se asocia el del rico mar qu?s don Antonio de Vivanco. V?ase David Brading, "La miner?a de la pla ta en el siglo xvm: el caso Bola?os", en Historia Mexicana, vol. XVIII: 1, enero-marzo, pp. 321-331. 5 Lomel?, "Informe del doctor Vald?s", en Noticias de la Nueva Ga licia, 1879, pp. 88-96. Leopoldo Orend?in, "Cosas de viejos papeles", en El Informador, Guadalajara, domingo 15 de agosto de 1965. Luis Sandoval Godoy, "El Real de Bola?os", en El Informador, Guadalajara, domingo 21 de agosto de 1969. Y comentarios de informantes de Bola?os.

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ALVARO L?PEZ MIRAMONTES

ron en 1548.6 Es muy posible que la fecha anotada por el explorador alem?n corresponda a la mina de San Bernab? descubierta en Zacatecas el lunes 21 de junio de 1548, como lo confirma P?ez Brotchie.7 Muchos otros repiten el mismo dato tomado de Humboldt.8

El profesor Brading propone como fecha el a?o 1736 y como descubridor al indio Nicol?s Guti?rrez.9 El periodista Sandoval Godoy recoge el rumor de algunos bola?egos de que el descubrimiento lo hizo Pedro de Bola?os en 1737.10 En este trabajo se pretender? precisar y ahondar estos da tos, aproximados unos e incorrectos otros, en tanto hasta aho

ra nos es posible. Como segundo objetivo se presentar?n algunos hechos

que den una imagen de la primera bonanza de Bola?os y

expliquen c?mo lleg? a convertirse en un real de minas con Caja Real que dio origen a la formaci?n de un "gran corre gimiento", cuya influencia se dejar?a sentir hasta el "mar del sur" y que como punto estrat?gico sirvi? a la pol?tica militar de la Corona para consolidar la "conquista definitiva" de los nayaritas a partir de 1730, hasta convertirse en el real de mi nas m?s importante de la Nueva Galicia. 6 "El labor?o de las minas de Zacatecas subsigui? inmediatamente al de los criaderos de Taxco y Pachuca. La veta de Bola?os fue acome tida desde el a?o de 1548, es decir, veintiocho a?os despu?s de la muerte de Moctezuma; circunstancia que debe notarse tanto m?s cuanto que la ciudad de Zacatecas dista en l?nea recta m?s de cien leguas del valle de

Tenochtitlan." De aqu? se deduce que Humboldt ubic? la veta de Bo

la?os en las minas de Zacatecas, cuando que Bola?os dista de esta ciudad 50 leguas al oeste; tal vez este error pueda deberse a lo que ?l mismo se?ala al principio de esas p?ginas sobre descubrimientos: "Faltan entera mente materiales exactos para la historia del labor?o de las minas de Nueva Espa?a." Humboldt, Ensayo pol?tico... M?xico, Porr?a, 1966, p. 332. 7 P?ez Brotchie, op. cit.t p. 91. 8 Leopoldo Orend?in, art. cit., y Luis Sandoval Godoy, art. cit. Otro autor que repite el dato de Humboldt es Southworth, The Mines of Mexico. M?xico, 1905, p. 145. 9 Brading, art. cit., p. 319, quien remite a la Biblioteca del Real Pa lacio. Madrid, MS. 2824, miscel?nea de Ayala X, fs. 135. io Sandoval Godoy, art. cit.

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EL REAL DE MINAS DE BOLA?OS

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Las minas de Bola?os est?n emplazadas en las serran?as mon ta?osas del hoy estado de Jalisco en el centro de lo que fuera el territorio de las antiguas fronteras de San Luis de Colo tl?n, cincuenta leguas al norte de Guadalajara y a igual dis

tancia al oeste de la ciudad de Zacatecas, sobre el mismo

paralelo que corresponde a las islas de Revillagigedo. La an

tigua ciudad de Bola?os descansa sobre una de las hondo

nadas del m?s profundo ca??n que conforma la falda oriental de la meseta del Nayar. Bola?os est? a una altitud de 1 000 me

tros sobre el nivel del mar aproximadamente, casi al mismo nivel que la ciudad de Tepic, 600 metros m?s bajo que Gua dalajara y a 1 600 m?s bajo que la ciudad de Zacatecas. Ser pentea por el ca??n el r?o del mismo nombre, que corre de sur a norte; es afluente principal del r?o Grande o Santiago por su margen derecha. La veta de veintiocho kil?metros de longitud corre paralela al r?o. Sobre la ribera y costados de la veta se form? un rosario de pueblitos y haciendas de benefi cio que determina la estructura f?sica y demogr?fica del real de minas. Tres kil?metros al norte de Bola?os se encuentra el pueblo de Huilacatitl?n (la gente de la regi?n lo llama Huila) ; al sur se localizan los pueblos de Chimaltit?n y San Mart?n de Bola?os a ocho y veinte kil?metros respectivamente. Casi unidos a la ciudad de Bola?os se asientan, al norte, el anti

qu?simo barrio de Tepec y al sur, a un cuarto de legua, el puerto de La Playa en una rinconada arenosa del r?o frente

a una loma alta. Desde la ciudad de Bola?os se impone la

altura de los riscos y bufas del oriente que hacen m?s pro nunciado el ca??n.

En la actualidad la vegetaci?n es escasa; sin embargo ver dean las riberas del r?o por los huizaches, mezquites, guam? chiles y pitahayas y huertas de pl?tanos y hortalizas. En otro tiempo la madera fue abundante; el corregidor Agust?n Be n?tez dio cuenta de 30 000 vigas que en s?lo tres a?os meti? a las minas para los ademes de sus labores.11 Su clima es caluroso y llueve poco. El doctor Vald?s nos il A. G. N., Ramo Civil, Vol. 142, Exp. 19.

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ALVARO L?PEZ MIRAMONTES

da una idea muy sugerente del clima y la fauna: "El tempe ramento es caliente y seco, y no se producen m?s que plata, alacranes, cucarachas y variedad de animales ponzo?osos." 12 M?s all? del ca??n, al oriente, se localizan los pueblos y ciudades de Villa Guerrero, Temasti?n, Totatiche, Atolinga, Florencia, Tlaltenango, Colotl?n, Jalpa y Aguascalientes. M?s al poniente de Bola?os, cargados al noroeste, est?n los pue blos de huicholes y coras, sembrados en las abruptas serran?as

del Nayar.

Antecedentes La evidencia m?s remota de la existencia de Tepec la da el cronista Tello al narrar el paso de las huestes del capit?n Chirinos por el r?o y pueblo de Tepec en la primera quin cena de mayo de 1530: ... comenz? a caminar el r?o abajo de Tepec y era de ver la gente y pueblos que hab?a, que los sal?an a ver...

Pero de los informes de la expedici?n que Chirinos da a

?u?o de Guzm?n en Tepic no se deduce que hayan descu

bierto yacimientos de plata ni aun en la "bufa" de los zaca tecas, en donde estuvo una semana antes; por el contrario, Chirinos comenta desilusionado que "...no hab?a amazonas ni que hacer caso de lo de all?.. .".13 Diez a?os despu?s, Tenamaxtli organiza con los pueblos aleda?os a Tepec la m?s en?rgica resistencia contra los con quistadores de la segunda generaci?n y que culminar?a en la famosa batalla del Mixt?n.14

12 S. Lomel?, op. cit., pp. 88-89. 13 Fray Antonio Tello, Cr?nica miscel?nea de la santa provincia de Jalisco. Universidad de Guadalajara (I.J.A.H.), 1965, pp. 151-152. 14 P?ez Brotchie, op. cit., p. 75. V?ase tambi?n de Ma. del Carmen Velazquez, Colotl?n, doble frontera contra los b?rbaros, M?xico, Uni versidad Nacional Aut?noma de M?xico, 1966, pp. 7-8, y de E. Flores cano, art. cit., p. 45.

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EL REAL DE MINAS DE BOLANOS

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En 1543 se funda Compostela y a finales de ese a?o se descubren, a cuatro leguas de ah?, las minas del Esp?ritu Santo, que son las m?s antiguas que se trabajaron en la pro vincia guzmanense. A ra?z de ellas, la primera capital de la Nueva Galicia tendr?a una existencia ef?mera.15 Por esta misma d?cada se descubrieron las minas de Chi maltit?n que fueron administradas y trabajadas a mediados del siglo por el cl?rigo Pedro Cuadrado. A estas minas se re

fiere Tello cuando apunta las que exist?an en su tiempo (1653) y entre las muchas que nombra se encuentran las de

Chimaltit?n y Tepec. La simple menci?n que hace de las

de Tepec sirve como primera referencia directa sobre la veta donde se asentar?a m?s tarde Bola?os.

Las minas de Chimaltit?n se localizaron en la margen

derecha del r?o Grande y el pueblo de Chimaltit?n, fundado en 1580, se estableci? sobre la misma margen a nueve kil? metros de las minas de Tepec. Esta diferencia del Chimalti t?n nayarita y jalisciense, ha quedado ampliamente aclarada por el profesor Jos? Ram?rez Flores.16

Las minas del Xora, localizadas a cuatro leguas de Ama

r?an, y muy cerca de la desembocadura del r?o Tepec sobre el r?o Grande o Santiago, fueron descubiertas a fines del si

glo xvi y se iniciaron sus trabajos al terminar la segunda d?cada del siglo xvn. En estas minas vivi? el propio Tello en 1620 y de ellas ?rnelas nos dice: ... mas Dios Nuestro Se?or que conoce ser la plata quien todo facilita y el mayor atractivo del com?n de los hombres, dispuso

que las minas del Xora... dieran tal bramido que comunicaran mucha gente al husmeo de la plata.17

Sin embargo, pasar?a casi un siglo para que ese "bramido"

provocado por la plata de las minas de Xora se materiali 15 p?ez Brotchie, op. cit., p. 91. 16 Jos? Ram?rez Flores, "Sobre la Nueva Galicia de Arregu?", His toria Mexicana, Vol. II, enero-marzo, n?m. 7, 1953, pp. 421-431. 17 Fray Mariano de Torres, Cr?nica de la santa provincia de lalisco, Guadalajara, 1960, p. 68.

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ALVARO L?PEZ MIRAMONTES

zara en el encuentro de otros yacimientos m?s ricos, dentro de la zona en cuesti?n.

Al terminar el segundo lustro del siglo xvm hubo cam

bio en el gobierno de la Nueva Galicia; ?ste se dio como

respuesta a los acontecimientos regionales y de acuerdo con los intereses pol?ticos del superior gobierno.

En 1704 los indios de Nostic (Mezquitic) se rebelaron

contra su encomendero, el capit?n Silva, y uni?ndose con los de Colotl?n, lo asesinaron; se propag? una rebeli?n que fue sofocada en las escabrosas monta?as de Nayarit, con la ayuda

de la traici?n del indio Calderilla y por la estrategia mili

tar del coronel Bartolom? Bravo de Acu?a, quien comandaba m?s de 700 jinetes originarios de las guarniciones de Tlalte nango, Guadalajara y Zacatecas; esta sublevaci?n caus? graves trastornos en la producci?n y tranquilidad de los reales de minas de Zacatecas.18 A principios de 1708 tres indios de Chimaltit?n (Jalisco)

descubrieron una mina cerca del pueblo del Carrizal, 8 le

guas al noroeste de Bola?os y la denunciaron en Zacatecas.19

Este descubrimiento ocasion? enconados pleitos entre los naturales y los espa?oles que ocuparon sus tierras.

A mediados de ese a?o cambi? la forma de gobierno, opt?n

dose por un r?gimen militar, en el que se puso como primer ca

pit?n general a Toribio Rodr?guez de Sol?s. La Nueva Galicia

estaba formada por 23 alcald?as mayores y 50 corregimientos.20

El rey orden? el 9 de julio de 1709 que se fundara un

real de minas en el lugar donde se hab?an descubierto las nuevas vetas. En estas diligencias se destac? el marqu?s de Santa Rosa, alcalde mayor de la ciudad de Zacatecas. Con este acontecimiento aument? la fiebre por la b?squeda de minas en la regi?n, simult?nea a la preocupaci?n por reducir defi nitivamente a los nayaritas.21 18 Torres, op. cit., p. 59. i? A. G. N., Ramo C?dulas Reales, Vol.. 34, Exp. 36, ff. 73-74. 20 Luis P?rez Verd?a, Historia particular del estado de lalisco, Gua dalajara, 1952, pp. 379-381. 21 A. G. N., Ramo C?dulas Reales, Vol. 34, Exp. 59, ff. 133-134U.

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EL REAL DE MINAS DE BOLA?OS

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Para lograr la empresa que durar?a veinte a?os, se fo ment? sin ?xito la pol?tica de evangelizaci?n o "diplomacia de la paz" en la que particip? con fervor fray Antonio Mar gil de Jes?s. Como los nayaritas fueron reacios a las promesas religiosas de salvaci?n eterna, las autoridades superiores pi dieron ayuda financiera a particulares para formar un con tingente militar a la altura de tan dif?cil empresa. Como era costumbre ante tales urgencias, varios cooperaron; uno de los que m?s se distinguieron fue el duque de Linares, quien don? treinta mil pesos.22 Finalmente, el capit?n Nicol?s Escobedo logr? el triunfo sobre los nayaritas en 1723.23 La derrota militar de los naya ritas y la pacificaci?n temporal de la regi?n culminaron con ?el establecimiento del presidio de Nayarit en 1729.24 Estos acontecimientos facilitar?an el husmeo de yacimientos de plata

en lugares hasta entonces infranqueables. En 1753, por disposici?n del rey, todos los mineros due?os -enviaron una relaci?n detallada de la historia de sus minas, su calidad, jurisdicci?n,, pertenencias y otras disposiciones, explic?ndose que esto se hac?a con el importante prop?sito de formar el Gabinete de Historia Natural.25

De los riqu?simos datos enviados a ra?z de la real dispo sici?n por los mineros de Bola?os, se puede precisar, entre otros asuntos, "el acta de nacimiento" de este real, cuando menos para el siglo xvm que es precisamente cuando adquie re mayor celebridad, aunque pueda considerarse que ya en Tepec desde tiempo inmemorial se hab?an trabajado algunas vetas de las cuales no tenemos clara informaci?n. Todas las relaciones de los mineros coinciden en que la primera mina fue la que llamaron el Socab?n, que trabaj? 22 A. G. N., Ramo Civil, Vol 15, Exp. 1. 23 Ma. del Carmen Velazquez, op. cit., p. 9, y P?ez Brotchie, op. cit.,

p. 162.

24 Al establecerse el presidio de Nayarit se le asign? una guarnici?n de cuarenta soldados y cuatro oficiales, as? como un gasto de 15 000 pesos anuales. A. G. N., Ramo Historia, Vol. 72, f. 408. 25 A. G. N., Ramo Mineria, Vol. 183, n?m. 18. This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:27:55 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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ALVARO L?PEZ MIRAMONTES

en 1730 don Jos? de la Loma, quien dio cuenta de ella para que participara en los gastos y en las ganancias fue el gene ral Antonio Arguelles (natural del principado de Asturias). Arguelles la vendi? m?s tarde a don Jos? de Echeverr?a y al asturiano don Pedro ?lvarez Cant?n; tambi?n se informa que para ese a?o (1753), esta mina estaba "yerma y despoblada" y que a ra?z de los trabajos desarrollados en ella, se pudieron trabajar muy pronto otras muchas, atrayendo al lugar "cre cido n?mero de gentes". Jos? de Malabear reafirma que Jos? de Lomas y Antonio Arguelles "siempre trabajaron una veta que llamaban la Veta Bolas aludiendo a que sus frutos apa rec?an en bolas muy ricas", pero que para entonces no se trabajaba esa veta sino otra de buenas leyes alejada de la pri mera m?s de media legua. Por las relaciones se deduce que en la d?cada de 1730 a 1748 se trabajaron varias minas, adem?s de la Veta Bolas y el Socab?n, y que una de ellas pudo ser ?como ya se ano t?? la que refiere el historiador Brading, cuando afirma que la primera mina fue descubierta en 1736 por el indio Nicol?s

Guti?rrez, quien la trabaj? en compa??a de un cocinero genov?s. La mina La Concepci?n fue denunciada por don Pedro ?lvarez Cant?n y don Pedro Guti?rrez de la Torre, el d?a 20 de diciembre de 1744 y la trabajaron a mitad de gastos "sin

que diese frutos de consideraci?n". Se dice que lo mismo

sucedi? a los due?os anteriores, Juan S?nchez del Pozo y Juan de Azpiqueta; Vribarren ?informante? la compr? a ?lvarez Cant?n, quien para esa fecha pose?a dieciocho barras (para negociar y determinar la participaci?n de gastos y pertenen cias entre los due?os, a cada mina se le asignaba un n?mero

de 24 barras) y la trabajaba con Luis Jim?nez, a quien

Vribarren le hab?a donado ocho barras.

El 15 de enero de 1748 qued? registrada la mina Zapopan

por Pedro ?lvarez Cant?n, quien don? poco despu?s doce

barras a los herederos de don Juan Echezarreta, que trabaja

ban las pertenencias de ?ste. Las otras doce barras fueron adquiridas, cuatro por Luis Jim?nez y ocho por don Fran cisco Vribarren.

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Como se puede observar, proliferaron en la zona un sin n?mero de vetas menores desde 1730, pero el gran auge se produjo al congregarse "multitud de gentes" en 1784 cuando floreci? la mina Conquista o Barranco.

Desde los inicios del real, las caracter?sticas de las pertenen cias originaron no s?lo querellas entre los due?os ricos contra los "sin quinto", sino que esos conflictos mellaron tambi?n las relaciones entre los miembros de las familias. Uno de los ejem plos que ha podido reconstruirse refiere la suerte que corrie ron los primeros due?os de La Conquista y las vicisitudes internas en el seno familiar. Se cree que esta familia puede dar alguna luz sobre otras familias mineras de su tiempo y confirmar, en cierta forma, un aforismo de la ?poca: "sobre mina pobre no hay pleito".

La Barranco y la familia El "eco sonoro" de la plata de la Veta Bola y el Socab?n

lleg? a las inmediaciones de Quer?taro a principios de 1744; a este tintineo acudi? Juan Francisco Barranco, "pobre de m?s ?nimo", desde la jurisdicci?n de Celaya y se avecind? en el barrio de Tep>ec. Ya para entonces, la fama difundida de estas minas no correspond?a a la abundancia de plata de los primeros a?os. Ante tal desilusi?n, Juan Francisco, decidido a mejorar su suerte, se aventur? a explorar la veta. La rastre? por la cima de los cerros hasta descubrir un riqu?simo fil?n en la loma alta al sureste de Bola?os, auxili?ndose de su expe riencia de gambusino y guiado por los "colores" que los mine rales escurr?an. Ah? hizo el primer "escarvadero" y lo registr?

el 2 de agosto de 1744.^6

Francisco Barranco no era propiamente due?o de una

mina sino apenas de una "cata", "escarvadero" o pozo peque ?o, y tal era su pobreza que, por faltarle aun lo m?s indispen sable para vivir, no hab?a podido ahondar los tres estadios 26 A. G. N., Ramo Tierras, Vol. 770, 2? parte, Exp. 2, f. 76, y en el mismo archivo Ramo Miner?a, Vol. 183, Exp. 18, f. 325.

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ALVARO L?PEZ MIRAMONTES

a que lo obligaban las ordenanzas para apuntalar la estaca

fija; # m?s dif?cil a?n le resultaba mantener el "pueble" ne cesario para resguardar sus derechos. A mediados de diciembre, cuando lleg? a Bola?os su her mano Mateo, ya hab?an pasado los cuatro d?as de plazo que exig?a la ley para que la denunciara;** Francisco Barranco se hallaba "en la m?s deplorable miseria" pues en verdad "no ten?a otra cosa que el desnudo nombre de ser due?o de ella". Seg?n el decir de don Agust?n Vald?s, las veinticuatro barras de la mina no val?an veinticuatro reales y Barranco se ha

llaba tan pobre y destartalado "que estaba descalzo y sin

camisa a derechas". Mateo, viendo las penurias de su hermano,

le prest? "suplemento" de doscientos pesos y le ayud? perso nalmente para hacer el ahonde requerido; el 29 de abril de 1745, Francisco Barranco denunci? la mina y tom? posesi?n formalmente.27

Pero la posesi?n y los t?tulos no acabaron con la pobreza de los hermanos Barranco, ambos gastaron cuanto ten?an y cuando se quedaron sin quinto, Juan Francisco le entreg? los t?tulos a su hermano para que ?ste los vendiera y se cobrara el "suplemento". Hecho esto, regres? a Apaseo con su fami lia. Mateo Barranco anduvo de "puerta en puerta" por todo el real ofreciendo en venta la mina; por alg?n tiempo no hubo

quien se la comprara. Despu?s de repetidas b?squedas encon tr? a don Felipe Pastor, quien ofreci? $300 por la mina. Ma teo se neg? a venderla porque, dijo, su hermandad era "m?s por el afecto de la sangre" que por el inter?s de los $200, y consider? que no ganar?a mucho con pagarse dicha cantidad, pues su hermano quedar?a igualmente pobre y sin mina. Por * En los trabajos regulares que obliga la legislaci?n actual se le de

nomina punto de partida (p.p.) a lo que entonces se le nombraba "estaca fija". Era en 1744, como ahora, el pozo a partir del cual se

med?a la pertenencia de la mina. ** Una "mina virgen" primero se registraba, luego se denunciaba y una vez que se cumpl?an los requisitos que obligaban las ordenanzas, se ten?a derecho a entrar en posesi?n, entreg?ndose poco despu?s los t?tulos correspondientes.

27 A. G. N., Ramo Tierras, Vol. 770, 2? parte, Exp. 2, f. 76.

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EL REAL DE MINAS DE BOLA?OS 419 tanto, prefiri? no venderla y en cuanto Juan Francisco re gres? a Bola?os le devolvi? los t?tulos. A principios de 1746, Mateo se "remplaza" a Apaseo, en cuyo pueblo le esperaba una situaci?n nada grata: .. .lo tuvieron preso m?s de ocho meses por ciento y m?s pesos que estaba debiendo de los mismos que hab?a gastado en dicha mina de Bola?os, los que satisfizo con su trabajo personal en la f?brica de sombreros, sufriendo crecidas miserias con su mujer y familia.28

Mientras esto suced?a, Juan Francisco reanudaba en Bo la?os sus esfuerzos para consolidar sus derechos en la mina. El 15 de diciembre de 1747 la volvi? a denunciar con mayor

formalidad bajo el nombre de Nuestra Se?ora de Zapopan (alias La Conquista o Barranco) y una vez que as? lo hizo, le dio media mina a Santiago Real a cambio de un "suple

mento" de $400, cantidad que gast? en "av?os" y erogaciones para laboreo y beneficio.29 D?as despu?s, por motivos poco claros, Juan Francisco cedi? seis barras a Bernardo Guti? rrez.30 Meses m?s tarde, la explotaci?n tuvo un avance tan notable que provoc? la codicia de mineros m?s ricos y para

principios de 1748 las pertenencias de La Conquista (Ba

rranco) se vieron cercadas por un amplio denuncio que hizo don Pedro ?lvarez Cant?n, tambi?n con el nombre de La Za popan.31 Las pertenencias de este ?ltimo denuncio formar?an m?s tarde La Castellana, Perla y Monta?esa.32 Estas tres mi nas, agregadas a la Barranco, lograron por el resto del siglo tal fama que ser?an conocidas y nombradas como las funda doras del Real de Bola?os.33

28 ibid., ff. 77 y 79. 29 ibid., f. 77. 30 A. G. N., Ramo Mineria, Vol. 183, Exp. 18, f. 330r. Ramo Civil, Vol. 142, Exp. 19, p?rrafo 3. 31 A G. N., Ramo Mineria, Vol. 183, Exp. 18, f. 301. 32 A. G. N., Ramo Miner?a, Vol. 151, ff. 21-26r. 33 A las minas desarrolladas sobre el fil?n que descubri? Francisco Barranco en la "Loma Alta" se les conoci? dentro y fuera del real con

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Un a?o despu?s, cuando las minas hab?an entrado en el m?s completo "panino" y el auge era indiscutible, don Fran cisco se puso tan enfermo que se vio en la necesidad de testar el 3 de octubre de 1749. D?as despu?s muri?.34 De su testa mento nos interesa la siguiente cl?usula: Declaro que seis barras que tengo en la mina nombrada La Conquista, las adquir? despu?s de que contraje matrimonio, de las cuales las tres a que tengo derecho se las dejo a Mateo Barranco, mi hermano, con la condici?n de que del producto de dichas tres barras se le den a mi esposa $3 000 y enterados que se le queden libres al referido mi hermano.35

Mateo disfrut? de esas tres barras hasta 1753 cuando el 18 de julio lo sorprendi? la muerte en Apaseo.36 Hab?a casado dos veces, con la primera esposa tuvo tres hijos: Juan Fran cisco, Mar?a Antonieta y Jos? Joaqu?n; con Ana Ram?rez tuvo seis: cinco mujeres y un hombre, de los cuales dos eran ma yores de 14 a?os al morir Mateo Barranco.37 El problema era determinar qui?nes eran todos los herederos y en qu? pro porci?n les tocaba la herencia. Jos? Joaqu?n, hijo de la pri mera mujer, encabez? un bando y el otro Agust?n Vald?s,

quien desde la muerte de Mateo era administrador de las minas, y, ahora, apoderado de do?a Ana Ram?rez. Jos? Joa

qu?n dec?a que su madrastra no ten?a derecho a heredar porque su padre hab?a recibido eso como herencia y dichas

distintos nombres; muchos les asignaban, por extensi?n, el nombre ge n?rico de las minas de Barranco. Otros las distinguieron como las minas de La Playa por estar allendes a este barrio fundado a ra?z de la bonanza. Se les denomin? posteriormente con el apellido de los due?os m?s con notados. En algunas ocasiones se les conoci? tambi?n como las minas del Socab?n a ra?z del famoso Socab?n del Beato que construyera San tiago Real entre 1762 y 1768. A. G. N., Ramo Miner?a, Vols. 138, 151

y 25.

34 A. G. N., Ramo Tierrras, Vol. 770, 2? parte, Exp. 21, ff. 83r-84. 35 ibid., ff. 4-6. 36 ibid., f. 3. 37 ibid., ff. 80-82.

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EL REAL DE MINAS DE BOLA?OS

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tres barras no eran bienes "gananciables". Las Leyes de Cas tilla dictaminaban que las herencias por hermanos o parientes

no eran bienes gananciables a los que tuvieran derecho los c?nyuges sino tan s?lo a los frutos de dichos bienes.38 La defensa contra esa tesis la hac?a Vald?s arguyendo que esa herencia la hab?a recibido Mateo como donaci?n remu neratoria por los $200 que le hab?a prestado a su hermano Francisco; a ra?z de esa tesis, don Agust?n narra que el pro pio Juan Francisco Barranco siempre consider? a Mateo como due?o de la mina y que si de derecho no le correspond?a, de hecho ?l as? lo reconoc?a y lo hizo p?blico y notorio entre

el vecindario del Real:

si a ustedes les parece necesario ?dice Vald?s? justificar? plena

mente con todo el Real de Bola?os que cuando don Mateo

estuvo en ?l trabajando esta mina, era com?nmente tenido y respetado por due?o de la mayor parte de ella, como por las variadas y repetidas confesiones de don Juan Francisco Ba rranco que p?blicamente lo dec?a en aquel real.3?

Juan Francisco y Mar?a Antonieta, hijos de la primera mujer de Barranco, hab?an extendido amplios poderes a su hermano Jos? Joaqu?n el 13 de abril de 1753. Ambos eran mayores de 25 a?os; como Mar?a no sab?a escribir autoriz? a su esposo Juan Llerena para que en su nombre y ante ella se extendiera el poder. El juez testifica y anota la siguiente declaraci?n oral pedida a Mar?a: "... para el otorgamiento de este poder no he sido compulsa ni atemorizada por el dicho mi marido".40 Jos? Joaqu?n autorizado por sus hermanos, nombra como apoderado a don Antonio Domingo Garacabe; antes del mes de la muerte de don Mateo, Garacabe exigi? que se hiciera lo m?s pronto posible el aval?o de la mina Barranco y los bienes que en Apaseo hab?a dejado el difunto. 38 Ibid., f. 80. 39 Ibid. 40 ibid., Exp. 1, f. 13.

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Por su parte, la segunda mujer, do?a Ana Ram?rez, que no sab?a escribir, hab?a extendido poderes a don Agust?n Vald?s y al licenciado Mart?n Vald?s, pariente de aqu?l y abogado de la Audiencia de M?xico y Guadalajara. El poder que concedi? la viuda a sus apoderados les daba amplia auto ridad ".. .para que rijan, gobiernen y administren los bienes pertenecientes al caudal de don Mateo Barranco ... en la mina La Conquista situada en el Real de Bola?os".41 El licenciado

Vald?s demor? las diligencias en favor de do?a Ana argu

mentando, ante las exigencias de Jos? Joaqu?n, que el estado

de pre?ez de do?a Ana la imposibilitaba para asistir a las diligencias y para ocuparse en la querella, porque ?sta era peligrosa para su salud y la de su futuro hijo; ".. .y vejada por otro lado por su entenado Jos? Joaqu?n Barranco que la estaba molestando sobre la facci?n de inventarios..."42 se prorrog? el inventario hasta que ella "pudiera parir". El nuevo Barranco, Jos? Mateo, naci? a mediados de septiem bre, seis meses despu?s de que su madre enviudara.43 Como las presiones jur?dicas de Jos? Joaqu?n aumentaron, do?a Ana,

todav?a sin cumplir la cuarentena, tuvo que acompa?ar a los

peritos para que evaluaran los bienes de Apaseo y dispuso ante los jueces competentes para que igualmente se hiciera

el aval?o de la mina Barranco y de los frutos en metales que ya para entonces hab?an sido consignados y entregados en custodia a Manuel de Feria, depositario general del Real de

Bola?os.44

El aval?o de los bienes de Apaseo no fue f?cil, los peritos tuvieron que allanar algunas dificultades como la que pre sent? la due?a de la mitad del terreno donde hab?a fincado casa el difunto Mateo; ?ste hab?a recibido ese terreno por herencia de su madre. Por su parte, do?a Ana hab?a ocultado la inexistencia de escrituras de dicha casa. Finalmente, des pu?s de variadas rectificaciones, se determin? que los bienes 41 Ibid., Exp. 1, f. 6.

42 Ibid. 43 ibid.

44 ibid., Exp. 2, ff. 26r y 68r.

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EL REAL DE MINAS DE BOLA?OS

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que pose?a el difunto Mateo Barranco ten?an un valor de $12 689.45

Meses despu?s, los peritos pasaron a Bola?os y juzgaron que las veinticuatro barras ten?an un valor de $142 172, de los cuales el valor que correspond?a a las tres barras de Mateo alcanzaba la cantidad de $17 777 sin tomar en cuenta el valor de los metales consignados.46 Como la parte de do?a Ana Ram?rez pretendi? por todos los medios demorar dichas diligencias para evitar que se le quitara el albaceato, los abogados de Jos? Joaqu?n y sus her manos acusaron a la contraparte de estar malbaratando los frutos de la herencia,

pues valiendo la carga de metal a $16, la hab?a vendido a $11 seg?n la cuenta que est? en la ?ltima foja del cuaderno octavo dada por el apoderado del se?or marqu?s del Castillo de Ayza que hab?a sido el comprador, con fecha del 6 de octubre de 1754.4?

Agust?n Vald?s pretend?a que do?a Ana Ram?rez recibiera de dicha herencia, barra y media, m?s las partes que corres pond?an a sus seis hijos. El tutor de los hijos de la primera

mujer de Mateo, dec?a que conven?a "evitar litigios entre parientes tan inmediatos" y estuvo de acuerdo con el apode rado Garacabe en que dichas barras no eran bienes ganan ciables obtenidos durante la compa??a legal y que habiendo

tenido nueve hijos dicho Mateo, lo m?s justo era que las tres barras se repartieran en nueve partes iguales.48 Por los informes que nos proporcionan los documentos de 1753-1754 no llegamos a conocer los resultados del pleito ori

ginado por la herencia de las tres barras que dej? Mateo

Barranco. Sin embargo, por otros posteriores nos enteramos, aunque sin los pormenores, de que la proposici?n de Pedro 45 ibid., f. 22. 46 Ibid., Exp. 2, ff. 22-25 y 79. 47 ibid., Exp. 2, f. 91. 48 /fou, Exp. 1, f. 24r.

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Antonio Garacabe al fin se impuso; para 1760 ?en el informe

del corregidor Ben?tez? aparece do?a Ana Ram?rez como

due?a de dos barras ele la mina Barranco y no de las dos y media que ella quer?a. Cuatro barras eran de Jos? Mart?nez, que las hab?a adquirido de Jos? Joaqu?n Barranco; seis de Bernardo Guti?rrez y doce de Jos? Garc?a de Malabear, quien las adquiri? de don Santiago Real.49 Desde la muerte de Juan Francisco, Jos? Joaqu?n trabaj? personalmente al lado de su padre en los menesteres cotidia nos de la mina, administr? las tres barras que su t?o hab?a dejado a Theodora Guti?rrez y en 1752 contrajo matrimonio

con ella. Por alg?n acuerdo con su esposa, aparece como

due?o de las tres barras en 1753.50 Para 1754 agrega a las tres barras otra m?s que obtuvo como resultado del pleito de la herencia, m?s $4 000 que su padre hab?a dispuesto se le entre

gasen para saldar los $3 000 que Mateo deb?a a Theodora

de aquellos a los que estaba obligado al heredar las tres ba rras de su hermano Juan Francisco. Los $1 000 restantes eran una donaci?n especial que don Mateo le asign?. Durante el per?odo de 1756 y 1757 en que Gorospe dej? el puesto de corregidor y la llegada de Agust?n Ben?tez, Jos? Joaqu?n llen? este hueco de poder al ser nombrado autoridad provisional. Por esos a?os se dice de ?l que era minero, ha cendero y tambi?n due?o de algunas barras en la mina Los Negritos.51 De los Barranco, Jos? Joaqu?n fue el ?nico que desem pe?? un cargo p?blico en el Real, aunque esto le haya cos tado enconadas querellas con algunos bola?egos. En el bre v?simo per?odo de sus gestiones se malquist? con varios veci nos al dictar rigurosas medidas contra deudores y criminales. Las erogaciones provocadas por el desag?e general le afectaron personalmente y se agrav? su situaci?n al sum?rsele los cre cidos gastos que caus? la reparaci?n de la mina, cuando ?sta 49 A. G. N., Ramo Civil, Vol. 142, Exp. 19, p?rrafos 1-5. so A. G. N., Ramo Tierras* Vol. 770, 2? parte, Exp. 2, ff. 70-72r. si A. G. N., restos del archivo Civil de Bola?os que custodia el pres b?tero Nicol?s Vald?s.

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EL REAL DE MINAS DE BOLA?OS

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se inund? en mayo de 1758. Poco despu?s, se vio obligado a ceder los derechos de sus cuatro barras a Jos? Mart?nez.

En 1760 las p?rdidas en la mina La Conquista, lejos de

disminuir, se hab?an acrecentado en forma tal que result? cada vez m?s dif?cil a sus porcioneros pagar la cooperaci?n a que se les hab?a obligado, de los $500 semanales, a los due?os

de la mina Perla para los gastos del desag?e general. Ber

nardo Guti?rrez renunci? a sus seis barras el 12 de abril de

1760 e instig? a Jos? Mart?nez para que hiciera lo mismo con sus cuatro barras; tres meses m?s tarde, Mart?nez re nunci? a ellas ante el corregidor Agust?n Ben?tez. El corre gidor, muy disgustado, principalmente con Guti?rrez, busc? desesperadamente en el Real quien las tomara; las de Ber nardo las adjudic? casi por la fuerza a Manuel Malabear y las de Mart?nez52 las tom? el licenciado Mart?n Vald?s el 21 de agosto de 1760. Por azares del destino, Mart?n Vald?s, que hab?a sido fiel abogado de do?a Ana Ram?rez en 1754 y enemigo ac?rrimo de Jos? Joaqu?n, se convirti? inespera damente en due?o de las barras de su contrincante. La familia Barranco, que decidiera el destino de las prin cipales minas del Real desde 1744 a 1757, fue lentamente des plazada por sus coporrioneros.

La estad?a de los primeros a?os de Juan Francisco Ba

rranco en Bola?os fue penosa y miserable, lo mismo que para su hermano Mateo. Juan Francisco goz? del primer gran pa nino tan s?lo un a?o y su hermano apenas cuatro. Jos? Joa qu?n fue el heredero m?ltiple y real de la familia Barranco, disfrut? durante ocho a?os la riqueza de la mina y lleg? a ser el miembro m?s influyente de la familia en el Real durante ios primeros a?os de su establecimiento.53 52 A. G. N., Ramo Civil, Vol. 142, Exp. 19, p?rrafo 2. 53 Los bola?egos de hoy s?lo conocen como primer descubridor a Jos? Barranco; tal vez este rumor provenga de las noticias difundidas por el padre Nicol?s Vald?s, quien pudo conocer la participaci?n de Jos? a trav?s de los restos del Archivo Civil que ?l conserva. Don Leopoldo Orend?in y Luis Godoy recogen este rumor en varios art?culos perio d?sticos que han sido muy le?dos por los lugare?os. Algunos art?culos

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ALVARO L?PEZ MIRAMONTES

El nacimiento y auge de las minas de Bola?os coincide con una crisis general en la Nueva Galicia y varios acontecimien tos calamitosos tales como el eclipse de sol de 1737, que llen?

de espanto a la poblaci?n y la escasez de lluvias de 1748,

que ocasion? para el siguiente a?o tan gran carest?a de ma?z en Zacatecas, donde la carga lleg? a valer $60; el 22 de octu bre de 1749, anota P?rez Verd?a: se sinti? en Guadalajara un terremoto tan fuerte que se des plom? la c?pula que coronaba el Sagrario, ocasionando grandes estragos en Zapotl?n y Sayula, donde sigui? temblando casi a diario durante todo el a?o siguiente, en el que hubo adem?s una terrible epidemia de la cual murieron 9 000 ni?os.54

El historiador jalisciense, despu?s de narrar estas calami dades, habla sobre la aparici?n de Bola?os en los siguientes t?rminos, con cierto orgullo y hasta optimismo: Por ?ltimo, y como peque?a compensaci?n a tanta ruina, se descubrieron ricas vetas en el mineral de Bola?os, que llegaron a ser poco m?s tarde tan famosas, que se ha dicho que por los a?os de 1755 a 1760, tres minerales sosten?an su riqueza a la

Nueva Espa?a: el de la Iguana en Nuevo Le?n, el del Real del Monte en Pachuca y el de Bola?os en la Galicia.55

Bargall? y otros autores informan de la decadencia en este lustro de otras minas como las de Fresnillo, Sombrerete, Za catecas y otras de la regi?n de Guanajuato.56 El jesu?ta An

dr?s Cavo dibuja la crisis general en los territorios de la

Nueva Espa?a, y muy especialmente sus efectos en los pue

blos aleda?os a Guadalajara y el acontecimiento feliz del auge y aparici?n de las minas de Bola?os.

hacen referencia al informe del doctor Vald?s que fue publicado por Lomel? en sus Noticias... 54 P?rez Verd?a, op. cit., p. 419.

55 ibid.

56 Bargall?, op. cit., pp. 211-212.

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EL REAL DE MINAS DE BOLA?OS

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... los pobres de m?s ?nimo hu?an de aquellas tierras y se re fugiaban en los pueblos vecinos a Guadalajara o en la ciudad, en donde estaban seguros de hallar el sustento. Efectivamente, las comunidades y personas ricas de aquella ciudad mostraron entra?as compasivas, y por largo tiempo mantuvieron a cuantos pobres acud?an. Entre tanto sucedi? que en Bola?os, lugar de minas, cuarenta y cinco leguas al noreste, se descubrieron ricas venas de plata, lo que atrajo a aquel lugar los bastimentos de aquellas provincias, y los pobres que estaban seguros de ganar gruesos jornales, dejaban Guadalajara y se iban a Bola?os.57

Por esta corriente migratoria que aglomeraba tanto a "po bres de m?s ?nimos" como a diversas clases de mineros, s?bi tamente se suscitaron inquietudes y conflictos por la admi nistraci?n deficiente de justicia y por la urgencia y demanda

de servicios p?blicos que requer?a la organizaci?n de este

torrente humano en circunstancias tales que las zozobras de las autoridades locales y de los mineros llegaron a o?dos del virrey el 18 de julio de 1750.58

Primeras disposiciones reales

Por el a?o de 1750 se fueron haciendo m?s copiosas las demandas de los vecinos, mineros y autoridades, al virrey

conde de Revillagigedo para que decidiera por s? mismo

o consultara al rey la suerte que deber?a correr el nuevo real de

minas; ante estas urgencias, el virrey inform? a Fernando VI de la necesidad de crear instituciones que resguardasen los intereses de la Corona y organizasen la vida de aquella "mul titud de gentes" que se hab?a congregado en forma alarmante

en el lugar desde 1748.59

57 Andr?s Cavo, Tres siglos de M?xico. M?xico, ed. imprenta de J. R. Navarro, 1852, p. 139. 58 A. G. N., Ramo Miner?a, Vol. 138, f. 50. 59 Varios documentos coinciden en que por el a?o de 1748 se inicia el primer auge del Real de Bola?os, habi?ndose originado las primeras diligencias para darle vida legal alrededor del a?o de 1750: A. G. N.,

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ALVARO L?PEZ MIRAMONTES

La fiebre de plata en lugares tan apartados requer?a espe ciales cuidados. Urg?a controlar y dirigir la codicia de los mineros, equilibrar la justicia y dar medidas eficaces para regular el crecimiento de la ciudad. El 16 de marzo de 1752 60 el rey otorg? al conde de Revillagigedo extraordinarias y par

ticulares facultades, adem?s de las que por su cargo deten taba, para que sin dilaci?n alguna dictara disposiciones ten

dientes a establecer formalmente el real de minas y resguardar

los intereses de la Corona, con amplitud de poderes para dis poner y crear cuanto para ese fin fuera necesario. El 1<? de abril de ese mismo a?o ?15 d?as despu?s? el vi rrey hizo uso de esas facultades y orden? el establecimiento

de la Caja Real de Hacienda, nombrando como tesorero a don Pedro Toral Vald?s y como contador a don Fernando Gonz?lez del Campillo.61 El 4 de septiembre de 1753 el rey aprob? ambas disposiciones.62 Seguramente despu?s de estas diligencias se dieron otras, pues al finalizar el a?o de 1754, cuando Revillagigedo dispuso la creaci?n del corregimiento y la designaci?n de su primer representante, el 7 de noviem bre de 1754, se present? la queja de que no se hab?an "fabri cado", para entonces, casa de justicia, alh?ndiga, carnicer?a, iglesia y c?rcel; ni se hab?an tomado medidas para regular las fincas del pueblo ni construido diques que pudiesen evi tar los estragos de las crecidas del r?o. Ya para 1753 estas crecidas hab?an ocasionado las primeras calamidades, inun dando las minas y destruyendo las haciendas de beneficio; tampoco se previo la adquisici?n de v?veres para una poblaci?n

de m?s de 12 000 personas que hab?an establecido su residen cia en aquel lugar.63

Ramo Provincias Internas, Vol. 129, ff. 177-183; A. G. N., Ramo Mineria, Vol. 183, Exp. cit.; A. G. N., Ramo Miner?a, Vol. 11, ff. 48-83.

60 A. G. N., Ramo Provincias Internas, Vol. 129, Exp. 2, y Ramo

C?dulas Reales, Vol. 79, Exp. 104. C?dula del 8 de septiembre de 1752. 61 A. G. N., Ramo C?dulas Reales, Vol. 74, Exp. 11, C?dula del 5 de febrero de 1754. 62 ibid. 63 A. G. N., Ramo Provincias Internas, Vol. 129, Exp. 2, f. 177.

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EL REAL DE MINAS DE BOLA?OS 429 Al establecer el corregimiento de Bola?os,64 el virrey de marc? la jurisdicci?n que deber?a corresponder le y para evitar

confusiones respecto a cu?l gobierno pertenec?a, argument? que encontr?ndose el Puesto de la Playa a media legua ?poco menos de tres kil?metros? al sur del pueblo de Guilacatitl?n, el real de minas ah? localizado pertenec?a originalmente a la jurisdicci?n de la frontera de Nayarit, territorio inmediata mente sujeto a la capitan?a general y no al alcalde mayor de Jerez, quien sin t?tulo alguno hab?a designado tenientes para administrar justicia en el Real, nombramientos que por su arbitrariedad y por la incompetencia de las personas nom bradas, muy pronto provocaron las quejas de los vecinos y los reclamos que con cierto derecho hizo el alcalde de Ghi maltit?n a nombre suyo y del capit?n protector de la fron tera.65 Ante este dilema entre la legitimidad detentada por el alcalde de Chimaltit?n y los nombramientos de tenientes que hab?a hecho el alcalde mayor de Jerez, el virrey opt? por hacer depender al real de minas, como era natural y porque as? conven?a, del superior gobierno. Pero no eran los celos ni las rencillas entre los alcaldes y tenientes lo que m?s interesaba; ?stos fueron sencillamente los puntos de partida de donde surgieron m?viles militares y econ?micos m?s poderosos, de tal manera que avivaron los in tereses de la Corona y el instinto pol?tico del primer conde de Revillagigedo, quien declar?: Todav?a no ha correspondido el suceso a los deseos del rey y a mis intenciones, pues hasta ahora y en tanto tiempo y no

obstante la maravillosa opulencia de aquellas minas, el con

curso de gentes que se ha congregado a disfrutarlas y a la conti nua vigilancia con que he atendido al aumento de aquel Real, con preferencia a todos los dem?s negocios del Gobierno de este Reino por contemplar que ?l s?lo es capaz de hacer la felicidad de estas provincias y producir al estado inmensas utilidades y

riquezas...66

64 Ibid. 65 Ibid.

66 Ibid.

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430 ALVARO L?PEZ MIRAMONTES

Este despliegue de inter?s lo hizo no solamente decretar el control que el superior gobierno tendr?a sobre Bola?os, sino que asent? en la disposici?n de formaci?n de su corre gimiento una separaci?n bien definida de la audiencia de

Guadalajara, permiti?ndole a ?sta s?lo algunos derechos de menor importancia.67 Para que quedara a?n m?s clara la jurisdicci?n del nuevo corregimiento, fij? sus fronteras, orde

nando a los oficiales reales que se midiera a partir de la plaza pincipal hasta una distancia de cinco leguas por cada viento en donde se deber?an construir mojoneras que perpetuaran la configuraci?n del cuadro en que quedar?a enmarcado el corre gimiento. Pero a?n no conforme con el territorio concedido, un a?o m?s tarde Revillagigedo agreg? a la jurisdicci?n del corregimiento, los reales de Santa Rosa y Santo Tom?s, que estaban emplazados fuera del ?rea de las cinco leguas.68 En la misma c?dula del 16 de septiembre de 1756 se ordenaba que, una vez vacante, el puesto de capit?n protector de Na yarit que era fronterizo a Bola?os, se suprimir?a y ser?a agre gado al corregimiento; para esto conviene mencionar las ven tajas que el virrey hab?a enumerado: Si ahorra mi Real Hacienda este salario, quedar?a estable cido un gran corregimiento para que pueda premiar el m?rito de alg?n oficial o de otra persona benem?rita y m?s si se esta blece que los indios tributen como los dem?s de Am?rica y que

los misioneros se pongan en curatos por ser ya tiempo de

que as? se ejecuten.69

Todas estas medidas tendientes a formar el gran corregi miento se observan en forma notable y concreta en las dispo 67 S?lo en caso necesario quedaba reservado para el gobierno de la Real Audiencia de Guadalajara "el conocimiento en grado de apelaci?n de todos los negocios, civiles y criminales, que se tratasen entre partes y de que conocieran en primera instancia los jueces ordinarios del refe rido Real de Bola?os..." A. G. N., Ramo Provincias Internas, Vol. 129,

Exp. 2.

68 A. G. N., Ramo Provincias Internas, Exp. 2, ff. 107-110. C?dula Real del 16 de septiembre de 1756.

69 ibid.

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EL REAL DE MINAS DE BOLA?OS 431 siciones que dio el virrey al hacer el nombramiento de primer

corregidor, a quien favorece en todos sentidos, premi?ndolo como si fuera una "persona benem?rita". De don Diego Go rospe y Padilla hab?a dicho que era "un sujeto muy a pro p?sito para desempe?arle".70 En la misma declaraci?n de su nombramiento, un a?o antes, hab?a dicho de don Diego: En consideraci?n a sus circunstancias y experiencias que tengo de sus talentos, amor y celo del real servicio que me hace

esperar desempe?ar? esta confianza...71

Al corregidor Gorospe, adem?s de los poderes propios de su cargo de administrar justicia dentro de su territorio en lo civil y criminal, se le encarg? el gobierno econ?mico y pol? tico del real, en lo concerniente a los abastos, poblaci?n, lim pieza, establecimiento de propios, construcci?n de todo g? nero de edificios, puentes y apertura de caminos; y para que mejor pudiera cumplir esos "encargos", se le nombr? tenien te de la capitan?a general y se le dej? a su cargo el gobierno militar "en todo y por todo" de las milicias que deb?a for

mar. Se le asign? un sueldo de $2 000 anuales, que se paga

r?an la mitad en propios y rentas del real, y la otra en penas de c?mara; esta ?ltima parte se pagar?a en tercios por cual quier ramo de la real hacienda y la primera se pagar?a con preferencia "a cualquier otro cargo, situaci?n o consigna

ci?n".

Para evitar dudas respecto a la jurisdicci?n que gobernar?a Gorospe, se aclar? que tal corregimiento estar?a eximido de cualquier juez y justicia, aun del capit?n protector de aque lla frontera. Se eximi? a Gorospe de la obligaci?n de pagar el derecho real de la media anata, gracia que le concedi? por ser su "oficio de nueva creaci?n y planta". Qued? libre de la administraci?n del medio real de ministros, porque no hab?a en Bola?os tributarios que lo satisficieran y de comparecer a la audiencia de Guadalajara; adem?s, como) privilegio espe 70 Ibid. 71 A. G. N., Ramo Provincias Internas, Vol. 129, ff. 177-183.

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ALVARO L?PEZ MIRAMONTES

cial, el corregidor har?a el juramento acostumbrado en la ciudad de M?xico. Por ?ltimo, se dej? abierta la posibilidad de que su per?odo de corregidor, siendo un caso muy particu lar, fuese determinado por el rey, seg?n la propia recomen daci?n de Revillagigedo: ... a cuya soberana autoridad reservo el declarar el tiempo por que deber? correr el nombramiento hecho de corregidor en el referido don Diego.72

Este inter?s excesivo del virrey por fortalecer un corregi miento y a su primer representante, cre? celos de jurisdicci?n en varias de las autoridades aleda?as al distrito de Bola?os, principalmente en las de la Audiencia de Guadalajara, pues en repetidas ocasiones (refiere la c?dula real del 16 de sep tiembre de 1756) su presidente y oidores enviaron cartas al rey los d?as 25 de febrero, 13 y 15 de marzo del a?o de 1755, con el objeto de restarle m?ritos al virrey Revillagigedo y

manifestar a la Corona lo que ellos "hab?an ejecutado para el mejor establecimiento del Real de Bola?os y labor?o de sus

minas desde su descubrimiento..."; las quejas contra Revi

llagigedo por haberlo separado de su jurisdicci?n concluyen

diciendo:

El mencionado virrey, sin tener facultad para ello y contra lo expresamente mandado por las leyes y reales ordenanzas, lo hab?a separado de la jurisdicci?n...

A ra?z de las anteriores declaraciones del presidente de la audiencia y de su informe, en el cual destacaba el ventajoso estado en que se hallaba aquel real de minas, el Consejo de Indias pidi? su parecer al rey el 24 de junio de 1756.73 ?ste aprob? la creaci?n del corregimiento de Bola?os en los t?r minos en que lo hizo Revillagigedo, incluyendo lo dispuesto 72 Ibid. 73 A. G. N., Ramo Provincias Internas, Vol. 129, Exp. 2, ff. 107-110. C?dula del 16 de septiembre de 1756.

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EL REAL DE MINAS DE BOLANOS

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para que cuando falleciera el capit?n protector de Nayarit se agregara al real de minas. Pero lo que no aprob? fue la su puesta segregaci?n de su distrito de la jurisdicci?n de Gua dalajara, por estar prohibido por las leyes y por los da?os irreparables que tal separaci?n provocar?a.74 Esta c?dula suscit? enconadas controversias por largo tiem po, form?ndose bandos irreconciliables entre los vecinos, due ?os de minas y autoridades, seg?n el matiz de los intereses en turno. En verdad, dos fueron las causas m?s significativas que determinaron el fracaso de las ordenanzas de Revillagi gedo. Por una parte, el abuso de poder del primer corregidor don Diego de Gorospe y Padilla,75 y por la otra, la vigorosa

reacci?n del presidente y oidores de la Audiencia ante la segregaci?n que iba en detrimento de su autoridad y de sus ingresos econ?micos.

La carta enviada por Revillagigedo a mediados de abril

de 1755 76 al rey, fue la ?ltima en la que inform? sobre sus

disposiciones para Bola?os, pues ?l dej? los poderes del vi rreinato el 9 de noviembre de ese a?o. En ella da cuenta de sus diligencias sobre el asunto, incluyendo las referidas a los poderes otorgados a don Diego Gorospe y Padilla; as?, refiere que desde principios de ese a?o "se hallaba servido el nuevo correg? dor". Pero desde unos d?as antes, por los meses de fe brero y marzo, se conspiraba en contra de sus disposiciones, por parte del presidente y oidores de la Audiencia de Gua

dalajara.

Estas diligencias pronto produjeron sus efectos. Diez meses

despu?s de la toma de poder del sucesor de Revillagigedo, el marqu?s de las Amarillas, se decret? la c?dula del 16 de sep

tiembre de 1756; en ella se rechaza ?como ya se dijo? la

separaci?n formal del distrito de Bola?os de la audiencia de

la Nueva Galicia.

El 7 de noviembre de 1756 77 el virrey recibi? las primeras 74 Ibid. 75 A. G. N., Ramo C?dulas Reales, Vol. 77, Exp. 68, f. 163. 76 A. G. N., Ramo Provincias Internas, Vol. 129, Exp. 2. 77 A. G. N., Ramo C?dulas Reales, Vol. 77, Exp. 68, f. 163.

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ALVARO L?PEZ MIRAMONTES

denuncias de los vecinos y mineros de Bola?os en contra del corregidor Gorospe y Padilla. En cuanto tuvo noticia el rey de estas quejas, dio instrucciones al marqu?s de las Amarillas para que actuara con precauci?n ante tales acusaciones que pon?an en peligro lo proyectado por su antecesor. Fernando VI

se dio por enterado el 11 de julio de 1757 de que el virrey hab?a admitido al acusado, poco despu?s de haberle amones tado, el recurso de pedir fiscal?a y el nombramiento de un comisario para que defendiera ante la posible falsedad de las acusaciones, su integridad como persona de altos m?ritos. El comisario fue don Agust?n Ben?tez, alcalde mayor de Xalpa.78

Los intereses del marqu?s de las Amarillas sobre Bola?os se consolidaron una vez puestas en juego las actividades jur?di cas y pol?ticas de don Agust?n Ben?tez, quien primeramente fungi? con el car?cter de comisario con el fin de castigar a los

calumniadores y esclarecer personalmente las acusaciones que se le hac?an a Gorospe. El 29 de julio de 1757 79 el virrey dio cuenta de que di chas quejas eran ciertas y comprobada3 con la confirmaci?n de testigos; una vez que Ben?tez cumpli? con celo esmerado esta misi?n, el virrey lo premi? nombr?ndolo corregidor in terino.80

Por los a?os de 1756 y 1757 el virrey percibi? la impor tancia de fortalecer las disposiciones que su antecesor hab?a

dado. Desde luego, pensaba tambi?n en las ventajas que en lo personal le reportar?an, de tal manera que de la c?dula del 16 de septiembre de 1756 solamente se da por enterado ante el rey hasta casi un a?o despu?s; sin embargo, no lo hace para obedecerla o hacerla cumplir, sino para pedir que se invalide. 78 A. G. N., Ramo C?dulas Reales, Vol. 79, Exp. 114, C?dula del 21 de septiembre de 1759, y del mismo ramo, Vol. 77, Exp. 68, C?dula del 31 de diciembre de 1759, y del Ramo Civil, Vol. 142, Exp. 19. 79 A. G. N., Ramo C?dulas Reales, Vol. 79, Exp. 30, C?dula del 31 de diciembre de 1759. so A. G. N., Ramo C?dulas Reales, Vol. 79, Exp. 114, C?dula del 21 de septiembre de 1759.

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EL REAL DE MINAS DE BOLA?OS

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En esa misma carta del 18 de julio de 1757 81 el virrey argument? los inconvenientes que resultar?an de poner en pr?ctica lo ordenado en la c?dula, debido entre otras razones a que las opiniones de los vecinos y mineros de Bola?os esta ban en favor y contentos de pertenecer "en todo y por todo" a la jurisdicci?n del superior gobierno; tambi?n porque, en opini?n del virrey, tem?an la venganza del presidente y oido res de la audiencia al considerar que debido a los resenti mientos por lo dispuesto por Revillagigedo, podr?an ir en contra de la propiedad real de Bola?os, dado que exist?an serios agravios entre el presidente de la audiencia, Jos? de Basarte y el marqu?s de Ayza. ?ste hab?a sido el sexto capi t?n general del gobierno de la Nueva Galicia y presidente de su audiencia entre 1733 y 1743; para estas fechas (1756), era el aviador principal de las minas y se dec?a que el marqu?s de Ayza hab?a contra?do matrimonio clandestinamente con la hija del presidente de la audiencia y que estas rencillas per sonales pod?an ser nocivas a la buena marcha del real de

minas.

Con este mismo objeto, nueve d?as despu?s, el virrey es cribi? a Fernando VI 82 pidi?ndole que reconsiderara e inva lidara lo decretado en dicha c?dula, observ?ndose ya en ?ste como en otros comunicados a la Corona, las recomendaciones

que hace de la persona del nuevo corregidor, Agust?n Be

n?tez. A trav?s de la c?dula del 24 de marzo de 1759,83 el secre

tario del rey se dio por enterado de las recomendaciones que hac?a el virrey a la reina madre en favor de Agust?n Ben?tez,

y de los informes que este corregidor daba en consulta sobre el incendio acaecido en mayo de 1758.84 Se tiene noticia de

que desde el a?o de 1756 se comision? a Ben?tez para que resguardara e hiciera cumplir el acuerdo del virrey sobre la

81 Ibid. 82 Ibid. 83 A. G. N., Ramo C?dulas Reales, Vol. 79, Exp. 30, C?dula del 31 de diciembre de 1759. 84 A. G. N., Ramo C?dulas, Vol. 79, Exp. 114.

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ALVARO L?PEZ MIRAMONTES

cooperaci?n financiera a la que se obligaron los due?os de

las principales minas para el desag?e general.85 Frente a la desobediencia del virrey por no hacer cum plir la c?dula del 16 de septiembre de 1756, y ante las pre siones y reclamos que hicieron las autoridades de la audien cia, el rey consult? a su Consejo de Indias sobre el conflicto y ?ste resolvi?, con anuencia del rey, que deb?a cumplirse lo

mandado en dicha c?dula, dado que ya no ten?an vigencia las razones expuestas por el virrey.

Esta resoluci?n se dio en la c?dula del 31 de diciembre de 1759. En la misma fecha se enviaron las mismas disposi ciones a la audiencia de Guadalajara para que informara a su vez al corregidor de Bola?os y al virrey, agregando a lo

resuelto instrucciones muy precisas para que atendiendo a las leyes, se le permitiera a don Diego de Gorospe y Padilla, ape lar en la audiencia de Guadalajara.86 Las disposiciones reales que establecieron la real caja y el corregimiento dieron cierto orden a la anarqu?a de los pri meros a?os. M?s tarde estas disposiciones pretendieron dirimir los conflictos de autoridad y jurisdicci?n sobre Bola?os. Sin embargo, por la riqueza de las minas y la abundancia de sus aguas, se suscitaron tales desavenencias entre los due?os, des de el acuerdo que impuso el superior gobierno para el desag?e general, que para fines de 1760 el clamor de autoridades y mineros se unific? en torno al rumor "?Bola?os se acaba!"

85 A. G. N., Ramo Civil, Vol. 142, Exp. 19, p?rrafo 14, y A. G. N., Ramo Mineria, Vol. 138, Exp. 2, f. 32, C?dula del 13 de abril de 1757. 86 A. G. N., Ramo C?dulas Reales, Vol. 79, Exp. 31, C?dula Real del 31 de diciembre de 1759.

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LA OBRA ESCRITA DE LORENZANA COMO ARZOBISPO DE M?XICO I766-I77X* Javier Malag?n-Barcel?

Depto. de Asuntos Culturales, OEA

La obra escrita de Lorenzana es tal vez la m?s extensa de la de todos los obispos contempor?neos a ?l, en la segunda mi tad del siglo xv?n, y abarca no s?lo materias eclesi?sticas sino que, respondiendo al esp?ritu histori?is ta de la ?poca, se re fiere tambi?n al pasado de la monarqu?a espa?ola, en especial a la historia eclesi?stica y dentro de ?sta a la de las dos di? cesis arzobispales que rigi?. Tal vez su afici?n hist?rica, para la que su condici?n de jurista era una buena preparaci?n, naci? o al menos se per fil? en la ?poca doctoral de Sig?enza, cuando por el cargo

que ocupaba se le encomend? el 15 de febrero de 1751 la

organizaci?n de la biblioteca y el archivo capitular, ya que

al cabildo

se le hab?a informado que teniendo la Iglesia libros apreciables

por su antig?edad se hallaban malrotados [sic] y en el suelo en un cuarto encima de la Contadur?a y all? expuestos por tener

ventana abierta al tejado, y que cerrada y poni?ndose estantes se podr?an colocar por orden dichos libros, as? como otros mu

* Francisco Antonio Lorenzana, es sin duda la figura m?s destacada de la Iglesia espa?ola y americana en la segunda mitad del siglo xvni.

Naci? en Le?n el 22 de septiembre de 1722 donde hizo sus primeros estudios. Estuvo en colegios de jesuitas y benedictinos. Estudi? leyes en

la Universidad de Valladolid y Salamanca, pero se gradu? en la de

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438 JAVIER MALAG?N-BARCEL?

chos que hay en la Contadur?a de cuentas donde aperran y otros papeles que por andar sin custodia se hallan expuestos a desaparecer.1

La descripci?n del estado de los libros y papeles no era muy halagadora, y con el fin de poner un poco de orden en aquella riqueza documental hist?rica y cultural totalmente abandonada, Lorenzana, de quien tal vez parti? la iniciativa, Burgos de Osma y en la de ?vila. Colegial del Mayor de San Salvador

de Oviedo, en Salamanca, del que lleg? a ser Rector. Can?nigo doctoral de Sig?enza (1751) de donde pasa a una canonj?a a la catedral de Toledo (1754). Vicario General, vicetesorero y doctoral honorario del Cabildo catedralicio; abad de San Vicente; obispa de Plasencia (1765) por menos de un a?o, pasando a arzobispo de M? xico (1766-1772). Su tarea principal fue la convocatoria y celebraci?n del IV Concilio Provincial Mexicano. Se encontr? envuelto en la expul si?n de los jesuitas. Realiz? una amplia obra pastoral, visitando diversos lugares de su arzobispado. Fue el primer eclesi?stico que de una sede

americana pas? a la Primada de Espa?a en 1772, la que rigi? hasta 1800 en que renunci? a ella. En su calidad de Arzobispo de Toledo, Primado de Espa?a e Indias,

jurament? al futuro Fernando VII como heredero de la corona, sep

tiembre de 1789, en la ceremonia que tuvo lugar en la iglesia de los Jer?nimos de Madrid.

Elevado a Cardenal por P?o VI en 1789, Inquisidor General (1794 1797) del Consejo Real y Caballero de la Orden de Carlos III, sali?

en 1797 para Roma oficialmente para acompa?ar al papa, pero en rea lidad como exiliado por conflictos que tuvo con el favorito de Carlos IV,

Manuel Godoy. Le toc? vivir en Roma bajo la ocupaci?n napole?nica. Nombrado embajador de Espa?a ante la Santa Sede, Espa?a pens? en ?l como candidato para el Papado, haciendo gestiones al efecto. Muerto P?o VI particip? como miembro del C?nclave que se reuni? en Venecia, del que fue tesorero ?aportando altas sumas para cubrir su costo? y se lleg? a tenerle en cuenta para cubrir la vacante. Residi? en Roma, bajo P?o VII, hasta su muerte el 17 de abril de 1804. Fue enterrado en la bas?lica de la Santa Croce de Jerusalem, donde sus restos permanecieron hasta 1956 en que fueron trasladados al Pante?n de los Arzobispos en la catedral de M?xico. J. Malao?n B?rcelo: "Los escritos del cardenal Lorenzana", Bolet?n del Instituto de Investigaciones Bibliogr?ficas, M? xico, D. F., 1970, pp. 223-264. i Gregorio S?nchez Doncel, "Francisco Antonio Lorenzana, can?nigo doctoral de Sig?enza". Hispania Sacra, vol. XIV (Madrid, 1961), p. 326.

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se debi? dedicar a examinar, estudiar, clasificar aquel mun do del pasado del cabildo seguntino, rico no s?lo por la im portancia que tuvo y todav?a ten?a la di?cesis y catedral de Sig?enza, sino tambi?n por quienes hab?an ocupado la silla episcopal o fueron miembros de la comunidad catedralicia no m?s alejados en el tiempo de lo que hoy estamos de Lo renzana. As?, debi? tener entre sus manos papeles del car denal Mendoza, el hombre que colabor? con Isabel y Fernando

en la creaci?n de la monarqu?a espa?ola; el cardenal Ber nardino L?pez de Carvajal, prelado que jug? un papel de

importancia en la corte romana de Sixto IV, Inocencio VIII, Alejandro VI, P?o III, Le?n X, Adriano VI y Clemente VII, que se enfrent? a Julio II convocando y presidiendo al Con cilio de Pisa contra ?ste, y fue ej. autor de las Constituciones del Cabildo de Sig?enza vigentes en la ?poca en que Loren zana pertenec?a a ?l; del obispo Pedro de la Gasea, "bien co nocido por la jornada que hizo a las Indias contra Pizarro" y por su participaci?n en el Concilio Provincial de Toledo de 1565; del vicario general Gonzalo Cisneros, que m?s tarde toma el nombre de Francisco cuando ingresa en la OFM, lle gando de confesor de la reina, a cardenal y arzobispo de To ledo y a regente del reino; el obispo fray Lorenzo Su?rez de Figueroa, hijo de los duques de Fr?as y fraile dominico, ilustre

por sus virtudes y caridad; el cardenal Diego de Espinosa presidente que fue del Consejo de Castilla en la ?poca de Felipe II e inquisidor general, y bajo cuyo mandato se esta blece en forma fija el Tribunal de la Inquisici?n en M?xico (18 de agosto de 1570), y un a?o m?s tarde en otros lugares de Am?rica, famoso por sus incidentes con el pr?ncipe Car los, etc.

Era tambi?n un per?odo historicista en el que los Borbones, dinast?a extra?a y en cierto sentido advenediza, cuyos dere chos al trono desde un punto de vista moral e hist?rico eran discutibles, trataron de recurrir quiz?s por afici?n, pero m?s por razones pol?ticas, al pasado espa?ol a fin de justificar su presencia, rehacer el tambaleante imperio espa?ol, creando la conciencia de un poder debilitado pero no perdido, y al mis This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:28:01 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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mo tiempo forjar su propia historia como parte de la historia de Espa?a y la de ?sta dentro del contexto universal. A todo ello se une, bajo la forma de historia, un florecimiento del regalismo nacido en el reinado del cuarto de los Felipes ?en sus diferencias con la Santa Sede?, regalismo que alcanza su mayor importancia en los reinados de Carlos III y IV,2 bajo

los cuales ha de vivir como jerarca de la Iglesia Francisco Lorenzana.

Este af?n hist?rico nos lo prueban los estudios del padre Enrique Fl?rez, el padre Risco, la tarea del padre Burriel, el padre Juan Francisco Masdeu, el de?n de Toledo, Infantes, Antonio Capmany, el fraile dominico Jaime Villanueva, J. Sempere y Guarinos, P?rez Bayer, el trinitario fray Miguel de San Jos?, don Francisco Ortiz, el padre Merino, Gregorio Mayans, R. Jaime Caresmar, el padre Josep Mart?, el padre Jaime Pasqual 3 y en parte la obra personal del propio Lo renzana o la que realiza con la colaboraci?n de otros. Casi todos estos escritores padecen de lo que se ha llama

de "visigotismo" y, como parte del regalismo, interesa el tema de los Concilios de Toledo, inter?s que se refleja no s?lo en los trabajos hist?ricos sino en las pastorales y edictos

de gran n?mero de obispos de esta segunda mitad del si

2 Vicente Rodr?guez Casado, La pol?tica y los pol?ticos en el reinado de Carlos III. Madrid, 1962; Carlos Corona, Revoluci?n y reacci?n en el reinado de Carlos IV. Madrid, 1957. 3 Joan Mercader, Historiadors i erudits a Catalunya i a Valencia en el segle XVIIL Barcelona, 1966; B. S?nchez Alonso, Historia de la histo riograf?a espa?ola. Madrid, 1946-1947, vol. 3Q; Richard Herr, The Eigh teenth Century Revolution in Spain. Princeton, N. J., 1958; y Jean

Sarrailh, La Espa?a ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIIL M?xico, 1957.

4 Tema m?s alejado del mundo visig?tico que el de los jesuitas, sirve de pretexto para referirse a ?l y naturalmente a los Concilios de Toledo, al arzobispo de Tarragona, don Francisco Armany?, entonces obispo de

Lugo, en la respuesta que dio (1769) al dictamen que se solicit? a los obispos sobre la disoluci?n de la Compa??a de Jes?s en la que dice: "... la religiosa solicitud de la V. M. renovada la deis monarques mes illustres que celebre els annals de l'Eglesia i especialmente del rei

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glo xvm, como Tavira,5 Climent,6 Amat,7 y Armany? i Font,8 entre otros.

A este renacimiento de los estudios hist?ricos contribuy? en parte la fundaci?n de las academias y concretamente la de la Real Academia de la Historia creada en 1738, y de la cual lleg? Lorenzana a ser miembro de honor.9

Se puede decir que Lorenzana inicia su labor como autor en M?xico, o por lo menos los primeros escritos de car?cter ecle si?stico que se le conocen, siendo ya prelado, datan de 1766, Eruigi precedessor de V. M. que, en el Concili XIII de Toledo deman? el dictam als bisbes..." Pastorales. Tarragona, 1794, vol. II, pp. 171 y siguientes, cit. por Enric Moreu-Rey. El pensament illustr?t a Catalunya.

Barcelona, 1966, pp. 107-108. 5 J?el Saugnieux, Un pr?lat ?clair? don Antonio Tavira y Almaz?n.

Toulouse, 1970.

6 J?el Saugnieux, "Un jans?niste mod?r?, Jos? Climent ?v?que de Barcelone (Elementes pour une bibliographie) ", Bulletin Hispanique, t. LXX, n?m. 34. Toulouse, 1968. 7 Felix Torres Amat, Vida del limo. Sr. don Felix Amat, arzobispo de Palmira. Madrid, 1835. 8 Francisco Tort Mit j ans, Biograf?a hist?rica de Francisco de Ar

manya Font, O.S.A., obispo de Lugo y arzobispo de Tarragona (1718

1803). Villanueva y Geltru, 1967. 9 Lorenzana fue miembro de la Academia y elevado a la categor?a de honorario el 25 de julio de 1794. Mantuvo con ella magn?ficas rela ciones colaborando en varios de sus trabajos y participando en alguna de sus sesiones. "Cat?logo de los se?ores individuos actuales de la Real Academia de la Historia seg?n el orden de antig?edad que corresponde a cada uno en la respectiva clase que ocupa en el presente a?o de 1796".

Memoria de la Real Academia de la Historia, t. I (Madrid, 1796) ,

p. CXXXIX. Datos sobre Lorenzana figuran en las Memorias, t. I, pp. CXII

CXIII, t. Ill, pp. 31 a 70, t. IV, p. XVI, y t. V, pp. XXVIXXVII, en

el que se da la noticia de su muerte: "De la clase de los honorarios ha fallecido igualmente... el Eminent?simo Se?or Cardenal Don Francisco Lorenzana, prelado dign?simo por su mansedumbre y beneficencia, y por su zelo en promover el estudio de las ciencias eclesi?sticas y de la historia en sus varios ramos como lo acreditan entre otras cosas las edi ciones de las relaciones y cartas de Hern?n Cort?s, de los concilios pro vinciales de M?xico, del breviario g?tico y de las obras de los padres toledanos".

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poco tiempo despu?s de llegar a la capital de la Nueva Espa?a.

Es posible que en el tiempo que permaneci? en Plasencia publicara alguna pastoral o diera alg?n edicto, pero no fue ron impresos o no qued? rastro de ellos.10

Llega Lorenzana a ocupar el arzobispado de M?xico al

fallecer Manuel Rubio y Salinas, que hab?a gobernado la di? cesis por casi diecis?is a?os y que se distingui? por su obra reorganizadora del arzobispado. Tal vez lo conoci? en Espa?a, ya que fue abad de San Isidro en Le?n y es posible que por su intermedio entrara en relaci?n con el padre R?vago, quien propuso a Fernando VI la designaci?n de Rubio Salinas para

el arzobispado de M?xico n y quien ayud? a Lorenzana en

sus primeros ascensos en la carrera eclesi?stica. Rubio y Sali nas se hab?a distinguido por su adhesi?n a los jesuitas en la Nueva Espa?a a los que prest? colaboraci?n y ayuda, mien tras que Lorenzana, al llegar a M?xico representaba, como su amigo y nuevo obispo de Puebla, Fabi?n y Fuero, una posi ci?n regalista y an ti jesu?tica que en la Corte y en ciertos sectores ?en una gran mayor?a? se hab?a venido incubando

desde los ?ltimos a?os del reinado de Fernando VI y que

culminar?a en la expulsi?n de los ignacianos poco tiempo des pu?s de ocupar la sede novohispana, y en una sumisi?n obe diente de gran n?mero de prelados a la corona. Se enfrenta, pues, Lorenzana, al llegar a M?xico con una situaci?n contraria a la que, consciente o inconscientemente, representaba, bien organizada y atendida por la obra de su antecesor,12 la que ha de tratar de cambiar. As?, vemos que en los tres primeros a?os de su gobierno dicta una serie de pastorales y edictos que abarcan todos los aspectos de la vida de su arzobispado; entre aqu?llas, las de 12 de octubre de 10 Seg?n nos inform? el can?nigo archivero de la catedral de Plasen cia, don Manuel L?pez S?nchez-Mora, no encontr? ninguna pastoral o edicto de Lorenzana en dicho archivo.

11 Francisco de Sosa, El episcopado mexicano, 2? edici?n, M?xico, 1939, pp. 262-275. 12 Sobre la obra escrita de Rubio y Salinas, v?ase Berist?in de Sousa, Biblioteca Hispano Americana Septentrional, 3? ed., vol. IV, M?xico, D. F., 1947, pp. 262-263.

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LA OBRA ESCRITA DE LORENZANA

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1767, 22 de septiembre de 1768 y 11 de abril de 1769 (es de

cir la II, III y IV de un total de seis que publica durante su gobierno) son antijesu?ticas.13

De sus a?os de M?xico nos dice Lorenzana: Ya hab?a consentido de firme en vivir y morir entre mis ama

dos mexicanos; ya miraba mi sepulcro entre mis dign?simos Antecesores; ya contaba esta Patria por m?a; ya delineaba mis

pensamientos sobre el modo m?s acertado de mi Gobierno

Pastoral; ya empec? a visitar mis Ovejas, y conociendo que un Concilio Provincial es el remedio que la Iglesia nuestra madre tiene puesto para corregir abusos, cortar corruptelas, extirpar vicios, y hacer uniforme la Disciplina Eclesi?stica en todas las Di?cesis de la Provincia, me resolv? con el ardor de la edad y confianza de la robustez a convocar el Concilio...14

Es la ?poca en que escribe casi febrilmente. No s?lo pu blica edictos y pastorales sino que como medio de preparar el

Concilio IV Mexicano, lleva a cabo la edici?n de los conci lios anteriores y como un "subproducto" de ellos, pero enca minado al mismo fin, la de las cartas de Hern?n Cort?s, el conquistador de la Nueva Espa?a. En poco m?s de un a?o (1769-1770) se imprimen las obras que en M?xico han de consagrar a Lorenzana como escritor e historiador y las que en parte contribuyeron a destacarle en

el obispado de la monarqu?a espa?ola y a elevarle a la silla

primada de las Espa?as, "caso nuevo en estas Americas", como se?ala el propio Lorenzana. Para su obra debi? contar con la colaboraci?n no s?lo de

los que formaban su familia eclesi?stica, sino tambi?n de

sacerdotes que estaban debidamente enterados de la historia de M?xico, cuyos nombres no conocemos, pero que un estu dio cuidadoso permitir?a identificar. 13 Ver el estudio del P. Luis Sierra, El arzobispo Lorenzana ante la expulsi?n de los jesuitas..., pp. 12-23. 14 "A todos los fieles de este nuestro Arzobispado", M?xico, 7 de

marzo de 1772.

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Los concilios se publican para facilitar la labor de los que van a participar en las tareas del que se va a convocar, pero ello revela tambi?n el af?n historicista y documentalista, en la pen?nsula, especialmente en la historia eclesi?stica, atesti guado por Lorenzana y Fabi?n y Fuero (no olvidemos que en. su ?poca de can?nigos de Toledo, fundaron o fomentaron una academia de historia en aquella ciudad). El origen de la

serie de documentos de la historia de M?xico que reuni? Lorenzana y que hoy se custodian en la Biblioteca P?blica de Toledo proceden principalmente, bien en original o en copia, de la b?squeda que mand? hacer Lorenzana en "los Archivos de la Dignidad Arzobispal, y de mi Santa Iglesia

Metr?poli tana" para complementar la publicaci?n de los tex

tos de los concilios I a III.15 Faltaba una historia eclesi?stica de M?xico, cuando Lo

renzana inicia la tarea de publicar los concilios anteriores, al parecer como antecedente del que deb?a reunirse cumpliendo ?rdenes reales, en parte inspiradas por ?l. Por ello no es de

extra?ar que al publicar los dos primeros (de los cuales el segundo estaba in?dito) utilice los mismos originales que se encontraban en el Archivo de la Catedral y que vayan pre

cedidos del texto de una pastoral del editor en que relata

brevemente el objeto de los concilios y hace la historia de los celebrados en M?xico; de diversas resoluciones de la primera Junta Apost?lica despu?s de una curiosa informaci?n sobre la llegada de los primeros cl?rigos a la Nueva Espa?a; de una carta en lat?n de fray Juli?n Garc?s, primer obispo de Tlax cala, a Paulo III en favor de los indios, y de la c?lebre bula

de junio de 1537 en que se declara la racionalidad de los indios.

Despu?s del texto de los concilios se inserta la Serie de

limos, se?ores arzobispos de M?xico, que termina con el pro pio Lorenzana, a la que precede una breve introducci?n; las

IR Parte de los fondos y libros de Lorenzana proceden de la iglesia de Puebla en los que se refiere al venerable obispo Palafox, y otros de la biblioteca de Francisco Javier Gamboa que compr? en parte solidaria mente con Jos? de G?lvez (informaci?n facilitada por el P. Luis Sierra).

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bulas de elecci?n de la iglesia de Tlaxcala, en lat?n; Serie de los limos, obispos de Puebla, Guatemala, Oaxaca, Michoac?n, Guadalajara, Yucat?n y Durango, sufrag?neos del arzobispado de M?xico; una carta del arzobispo de Santiago, don Fran cisco Blanco, al obispo de Calahorra, don Juan Ochoa Sala zar, sobre las obligaciones del ministerio episcopal16 anotada por Lorenzana; Avisos para la acertada conducta de un p? rroco en Am?rica; y Avisos para que los naturales de estos reinos sean felices en lo espiritual y temporal, ambos docu mentos de Lorenzana.

Se public? por separado al a?o siguiente un Ap?ndice a

los dos primeros concilios en el que, a m?s de una adverten

cia del editor, el propio arzobispo Lorenzana, se incluyen "Carta original de los limos, se?ores Obispos de M?xico, Guatemala y Oaxaca, sobre la ida al Concilio General [Tri dentino], y piden sobre distintos puntos as? de Diezmos, como

otros para la buena Planta y permanencia de la Fe en este Nuevo Mundo" de 27 de abril de 1537; y "Los Cap?tulos de Estatutos, Avisos y Ordenanzas... se hicieron por los dichos Se?ores Obispos, y se dieron a los Reverendos Padres Reli giosos, para que ellos los tuviesen y guardasen, y a los otros Religiosos sus Subditos los hicieron guardar hasta tanto que otra cosa por Su Santidad y Su Magestad fuere mandado", 16 El doctor Francisco Blanco de Salcedo era leon?s como Loren zana, de la primera nobleza de Le?n, can?nigo de la catedral de dicha

ciudad, obispo de Orense (1556-1565), asistiendo en calidad de tal al

Concilio de Trento en su tercera ?poca (1562-1564), en la que jug? un papel importante en las diversas discusiones y entre ellas sobre "si los obispos recib?an la potestad de jurisdicci?n inmediatamente del Papa o de Cristo" y la cuesti?n de la residencia de los obispos. Fue m?s tarde obispo de M?laga (1565-1574) y arzobispo de Santiago de Compostela. Don Juan Ochoa de Salazar fue obispo de Calahorra y de Plasencia (los

dos personajes estaban unidos a la historia personal de Lorenzana).

Blanco public? Mandamiento e instrucciones del limo, y Revmo. Sr. ... que manda guardar para el buen goviemo de su metropolis y ar?obispado. Madrid, 1579; Constituciones synodales [del S?nodo de 1576]. Madrid, 1579; Advertencias de curas. Medina del Campo, 1587; y Summa de doc trina Christiana. Valladolid, 1587. Ver Manuel R. Pazos, El episcopado gallego, t. I, Madrid, 1946, pp. 51-64 y 103-106.

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M?xico 1539. El texto ?ltimo lleva algunas notas aclarato rias en relaci?n con ciertos aspectos de la vida o costumbres ind?genas.17

Reimpreso en volumen independiente el III Concilio, Lo renzana espera publicar el IV, una vez celebrado, completan do as? la serie de concilios como nos los dice en la advertencia del Ap?ndice;18 pero las circunstancias fueron otras y lo que ?l consider? el acto m?s importante de su vida pastoral en M?xico nunca logr? la aprobaci?n de Su Santidad, y por tan to ver publicado su texto, como hab?a planeado para com pletar la serie de concilios mexicanos. El tiempo hizo olvidar

a Lorenzana y a su obra, y el manuscrito del IV Concilio

Provincial yac?a olvidado hasta que el obispado de Quer?taro dispuso su publicaci?n cuando finalizaba el siglo xix.19 En el propio a?o de 1770 apareci? otra obra, m?s perso nal que la publicaci?n de los concilios, a saber, la Oraci?n a

Ntra. Se?ora de Guadalupe. No conozco cu?ndo la pronun ci?, pero del texto se desprende que debi? ser el d?a de la Guadalupe, 12 de diciembre, de dicho a?o, y posiblemente en la Catedral. El culto a la Guadalupe se hab?a intensificado bajo su

antecesor en la sede mexicana, Rubio y Salinas,20 y tal vez Lorenzana quiso dar una muestra de su inter?s por el mis mo, y m?s en un momento en que la corte de Carlos III acen tuaba la devoci?n a la Inmaculada Concepci?n, a cuya his toria hace referencia, relacion?ndola con la aparici?n de la 17 Este ap?ndice fue publicado ?ntegramente por Nicol?s Le?n, Bi bliograf?a mexicana del siglo XVIII, 4? parte. M?xico, 1907, pp. 308-330. 18 "... el feliz hallazgo de estos originales no le queda que desear a el m?s curioso, pues con orden cronol?gico tiene noticia de la primera Junta Apost?lica y Regia de los primeros Religiosos Misioneros de la Orden de San Francisco; despu?s sigue la carta de los Obispos a Su Ma gestad en el a?o de 1537; la Junta de los Obispos y Religiosos en el 39

y despu?s el Primer Concilio Mexicano, y siguientes hasta el ?ltimo quarto Provincial...". Le?n, op. cit., p. 309. 19 Concilio Provincial Mexicano IV celebrado... el 1771. Se imprime por primera vez en Quer?taro, 1898. En 4?, X-222 pp. 20 Sosa, El episcopado mexicano, pp. 266, 269 y 272.

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LA OBRA ESCRITA DE LORENZANA

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Guadalupana a un indio en M?xico como muestra de amor a esa tierra y sus gentes. Es una oraci?n erudita, m?s pensada que sentida, escrita limpiamente y bien ordenada, de acuerdo con los <<c?nones,, de una oraci?n sagrada y bien documentada y con toda la in

formaci?n disponible en la ?poca. Es m?s el escrito de un historiador que el serm?n de un cl?rigo. Como fuentes del milagro de la aparici?n de la Guadalupe utiliza los escritos de los que en nuestros d?as Francisco de la Maza ha llamado "los evangelistas de Guadalupe",21 Miguel S?nchez,22 Luis Lasso de la Vega,23 Luis Becerra y Tanco24 y Francisco Flo rencia 25 que contribuyeron a revivir el culto guadalupano en el siglo xvn. A lo largo de la oraci?n exalta la obra de Espa?a en Am? rica, refiri?ndose en ella a Hern?n Cort?s, cuyas cartas-rela ci?n acababa de publicar, a Zum?rraga y a otros antecesores suyos en el arzobispado y a obispos de otras di?cesis de M?

xico.26

Al describir la imagen de la Guadalupe, responde al sen 21 Francisco de la Maza, "Los evangelistas de Guadalupe y el nacio nalismo mexicano", Cuadernos Americanos, vol. XLVIII. M?xico, D. F., 1949, pp. 163-188. 22 Imagen de la Virgen Madre de Dios de Guadalupe, milagrosamen

te aparecida en la ciudad de M?xico, celebrada en su historia con la

profec?a del cap?tulo doce del Apocalipsis... M?xico, 1648. Es el primer impreso guadalupano que cuenta la completa relaci?n de las apariciones del Tepeyac. De ?l parten todos los relatos posteriores. 23 Huei tlamahizoltica omonexiti ilhuicac tlatoca ihwapilli Sancta Maria. [El gran acontecimiento con que se apareci? la Se?ora Reina del Cielo Santa Mar?a.] M?xico, 1649. 24 Origen milagroso del Santuario de Nuestra Se?ora de Guadalupe.

M?xico, 1666. Hay una edici?n posterior, de 1675, con cambio en el t?tulo.

25 La Estrella de el norte de M?xico, aparecida al rayar el d?a de la luz evang?lica en este Nuevo Mundo, en la cumbre de el cerro de Te peyac. .. M?xico, 1688. 26 Entre las citas no sagradas que hace Lorenzana, tenemos a Juan de Sol?rzano Pereira, De Indiarum iure, y diversos escritos de Antonio de

Le?n Pinelo.

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tido escriturista de la ?poca, pues lo hace en continua refe rencia al Cantar de los Cantares, y en otros lugares recurre a los textos de los Salmos, G?nesis, ?xodo y de los evangelis tas San Lucas y San Mateo. En Lorenzana es dif?cil determinar si el recuerdo de la

aparici?n de la Guadalupe de Extremadura en la ?poca de

San Leandro y la descensi?n de la Virgen para poner la casu lla a San Ildefonso,27 compar?ndolas con el milagro de Te peyac, obedece al visigotismo, tan com?n en la segunda mitad del xv?n, o responde a su uni?n vital a Toledo y Plasencia.

La oraci?n iba destinada a implorar:

los diversos auxilios para el pr?ximo Concilio Provincial que deseo empezar y acabar para mayor gloria de Dios, exaltaci?n de la Santa Iglesia Americana, extirpaci?n de los vicios y salud de

todas las almas...

La tercera de las obras que aparecen en 1770 con la firma

de Lorenzana es una edici?n, con el t?tulo de Historia de Nueva Espa?a... escrita por su esclarecido conquistador Her

n?n Cort?s... que dedica:

A los limos, se?ores Obispos, / nuestros hermanos, y compro

vinciales, / Cabildos / de Iglesias Catedrales, / P?rrocos /ya todo el estado eclesi?stico / de la Provincia Mexicana, / ...

dedicatoria en la que claramente se expresa el regalismo de Lorenzana cuando dice: La estrecha uni?n que debe haber entre Estado Eclesi?stico y Secular; la Concordia firme y constante que el Sacerdocio ha

27 Lorenzana reverenciaba a la figura de San Ildefonso que nos lo encontramos citado continuamente en sus escritos. En 9 de febrero de 1788 Lorenzana firmaba una "Representaci?n hecha por la Santa Iglesia de Toledo al Rey Nuestro Se?or, don Carlos III, ... sobre que se resti tuyesen las sagradas reliquias de la casulla del glorioso Arzobispo, que

existen en la Santa Iglesia y el cuerpo del mismo Santo que se halla en la ciudad de Zamora".

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LA OBRA ESCRITA DE LORENZANA

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de mantener con el Imperio; la Relaci?n que el Brazo Ecle si?stico dice a el Real para que le proteja y auxilie; las circuns tancias de Ministro de Dios y Ciudadano, que se junta con todo Sacerdote; la de Persona Consagrada, y exenta que no se pueden separar de Vasallo Fiel y Obediente a su Soberano. ..

y m?s adelante escribe: sea justo desahogo de mi pecho mi gratitud y humilde recono

cimiento a nuestro Soberano que me elev? a esta Dignidad

Arzobispal...

y para terminar dirigi?ndose a los obispos: Aclamemos Se?ores Illmos. a nuestro Rey como lo hac?an los

Padres de los Concilios Toledanos...

El plan original de la obra era el de publicar las cartas segunda (Segura de la Frontera, 30 de octubre de 1520) y tercera (Coyoac?n, 15 de mayo de 1522) de Hern?n Cort?s con algunas notas sobre "los sitios, pueblos, genio, religi?n y costumbres de los naturales, poniendo al frente de este tomo la serie del gobierno pol?tico y cristiano... corregido y aumen

tado por documentos y originales dignos de fe", pero en la

dedicatoria aclara que decidi? a?adir la cuarta (Tenochti

tl?n, 15 de octubre de 1524) para completar la visi?n de la conquista.28

En la realidad se trata de una compilaci?n documental

en que el centro de ella son las cartas de Cort?s, con un total de 478 notas a pie de p?gina, aclaratoria del texto.29 Las no 28 Eran las tres cartas de Cort?s conocidas por haber sido publicadas,

ya que la primera se ha perdido aunque de ella tenemos numerosas

referencias contempor?neas (Bernai D?az del Castillo, Francisco Cervan tes de Salazar y Francisco L?pez de Gomara) ; la quinta no se public? hasta 1842 de una copia que mand? sacar en Viena el conde de Florida

blanca en 1782 a la saz?n ministro de Estado, qui?n sabe si influido

por Lorenzana, ya en la Pen?nsula y miembro de la corte de Carlos III. 20 El original de las notas y apostillas se encuentran en la Academia de la Historia (Madrid) . Colecci?n Mu?oz, tomos 4 y 5, Signatura 9/4782.

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JAVIER MALAG?N-BARCEL?

tas cumplen el plan que Lorenzana se?al? en el pr?logo, pero

van m?s all?, pues aunque la mayor?a de ellas son geogr? ficas, identificando los lugares, que en algunos casos hab?an cambiado de nombre o desaparecido, localizan accidentes oro

gr?ficos, dan informaci?n sobre la zoolog?a y bot?nica nativa,

y sobre el origen de las costumbres,30 religi?n, productos, cultivos y tributos de los ind?genas; aclaran o dan el signifi cado de t?rminos o palabras ind?genas; se relacionan tambi?n con la conquista propiamente dicha y la colonizaci?n, como las que ofrecen detalles sobre personajes o las funciones que desempe?aban; industrias o artesan?as introducidas por la vieja Espa?a; hero?smo de los conquistadores y primeros po bladores y en general explican ciertos pasajes de las cartas que para el lector del xv?n requer?an aclaraci?n.

Siente una gran admiraci?n por Cort?s, que a m?s de

mostrarla en la dedicatoria y en el pr?logo, se percibe a tra v?s del texto de muchas notas, en que elogia sus dotes de militar, gobernante y pol?tico, su sentido humano, su com prensi?n del ind?gena, la grandeza de su obra y la belleza y sabidur?a de sus escritos, que le lleva a exclamar en la ?l tima nota: ... venerar? a Cort?s, y beso su firma, como a un h?roe pol?tico,

militar y cristiano sin ejemplo por su t?rmino; de un vasallo, que sufri? los golpes de la fortuna con la mayor fortaleza y constancia, y de un hombre a quien ten?a Dios destinado para

poner en manos del rey cat?lico otro nuevo, y m?s grande mundo.

El cari?o y respeto al ind?gena se refleja a todo lo largo de la obra, y de ello ya hab?a dado pruebas varias en sus pastorales y edictos y concretamente en uno de estos ?ltimos (de 20 de junio de 1768) sobre la "felicidad espiritual y tem poral de los naturales de estos reinos". As? vemos que elogia 30 Le llama la atenci?n, y lo se?ala, la cortes?a de los ind?genas, ya tradicional desde el siglo xvi, como se puede ver en la literatura de la ?poca, p. ej. en Cervantes.

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LA OBRA ESCRITA DE LORENZANA

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el valor del indio frente a los conquistadores comparando su resistencia con el hero?smo de los numantinos y saguntinos y

a "los naturales de la Villa de Valderas". En otro lugar dice refiri?ndose a la lucha que presentaron a los espa?oles: "Esta acci?n [de Chichimecatecle] prueba que en los indios hay esfuerzo y valor". Pero no s?lo los admira como hombres por su valor y su obra sino que los defiende de los moldes esta blecidos en la ?poca tanto por los europeos como por los crio llos. Los defiende frente a afirmaciones poco comprensivas: no son los indios tan rudos como los quieren hacer, y quien

los observe reconocer? la capacidad que conoci? en ellos Cort?s...

y contin?a algunas veces se hacen los bobos y es porque les tiene cuenta.

Admira "el poder del imperio mexicano", "su industria para las artes" y se interesa de tal modo en su pasado que re?ne piezas arqueol?gicas como ciertas "puntas de pedernal

de lanzas de largo m?s de un palmo, y tan fuertes y penetran

tes como el hierro", que, seg?n escribe, conservaba en su biblioteca. La naturaleza del Nuevo Mundo, con su grandiosidad, be

lleza y variedad, le impresiona y en diversos lugares la expli ca, pero no para el americano, sino para el hombre europeo ignorante del Nuevo Mundo, y tal vez descre?do de lo que se cuenta, y as?, por ejemplo, al hablar de los ahuehuetes narra "... En Atlixco he visto uno, que dentro la concavidad del tronco caben doce o trece hombres a caballo...", y por si su testimonio pudiera ponerse en duda contin?a: "...y en presencia de los ilustr?simos se?ores arzobispo de Guatemala y obispo de la Puebla entraron dentro m?s de cien mucha chos, y a?n cab?an m?s". En general, gran n?mero de las notas narrativas de paisa jes, productos, rutas, etc., est?n basadas en su experiencia per

sonal. As?, cuando Cort?s habla de Metztitl?n como "tierra asaz fuerte", Lorenzana anota:

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JAVIER MALAG?N-BARCEL?

Las he pasado y tiene sobrada raz?n Cort?s, porque necesit? apearme de la mu?a...

o comentando otro pasaje de las Cartas dice Conozco a unos indios caciques que tienen unos ranchos como descendientes de los se?ores de Tezcuco, y los llaman de apellido S?nchez; y est? as? declarado por la Real Audiencia...

En cierto sentido las notas de Lorenzana son una cr?nica del M?xico que ?l vivi? y conoci? y, como los cronistas del xvi, hace comparaciones entre los hechos y costumbres mexi canas que relata y las de las tierras que ?l conoci? y vivi? en la pen?nsula. Pero en cierto sentido, por tener una prepara ci?n m?s completa, a veces los relaciona con hechos de la

Castilla medieval31 o con la historia eclesi?stica32 y aun la antigua, concretamente con el Antiguo Testamento, al com

parar lugares de M?xico o hechos de su historia con algunos de la Sagrada Escritura. Justifica la conquista del Nuevo Mundo como obra de la

Divinidad, que utiliza a Espa?a como instrumento para lo grar la conversi?n de los indios y, por tanto, Dios la enca min? m?s al orden espiritual que al material.

Casi todo el oro y joyas que ten?a Cort?s y los espa?oles se perdieron, y cuando se gan? M?xico por la fuerza, los indios lo arrojaron al agua, porque casi nada pareci?, porque Dios mand? en esto que la conquista m?s hab?a sido por ganar almas, que los metales.33

31 Como ejemplo podemos se?alar las referencias a Pedro I y a En rique II de Castilla (p. 455 de la 2? edici?n de 1828) ; a Santiago Ap?stol como protector de Espa?a y la leyenda de su aparici?n en las Navas de Tolosa y la costumbre de invocarlo desde entonces antes de empezar una batalla (pp. 321, 346 y 429, id. id.). 32 Su admiraci?n por el cardenal Pedro de Mendoza y el "gran car denal" don Francisco Jim?nez de Cisneros, de los que iba a ser sucesor,

en la silla primada de Toledo, se encuentra en varias de sus notas (pp. 254 y 273, id. id.). 33 ver p. 192 id. id. y entre otras pp. 116, 218 y 273.

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LA OBRA ESCRITA DE LORENZANA

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Las fuentes escritas que utiliza no son dif?ciles de identi ficar ya que las cita: fray Juan de Torquemada, Monarqu?a indiana (Sevilla 1615), que es de quien m?s se f?a; Francis co L?pez de Gomara, Historia de las Indias y la conquista] de M?xico (Zaragoza 1552), que, como se sabe, utiliza en forma extensa las Cartas de Cort?s y al que en cierto sentido sigue en su admiraci?n por la naturaleza del Nuevo Mundo y en la minuciosidad con que describe las costumbres ind?genas; Antonio de Sol?s, Historia de la conquista de M?xico, pobla ci?n y progreso de la Am?rica Septentrional conocida con el nombre de Nueva Espa?a (Madrid, 1684), de quien dice con criterio no diferente al de la historiograf?a actual: con los vivos coloridos de sus expresiones; castizo, elegante, flui

do estilo, de modo que es singular pieza de nuestro Castellano; mas por su tan sobresaliente el adorno, tan limadas las pala bras, tan discretos los discursos, que pone en boca de los Indios,

queda un recelo en quien les trata, de alg?n exceso de exage raci?n, no por el Autor, sino por la materia; no por falta de verdad en la substancia, sino por la viveza de la pintura; no por artificio enga?oso, sino por cierta decadencia que se des cubre en lo natural.34

y efectivamente, no le merec?a confianza la obra de Sol?s, y

nos lo prueba el que de los autores cl?sicos de la historia indiana es al que menos recurre; padre Joseph Acosta, His toria natural y moral de las Indias (Sevilla, 1590) ; Antonio

de Herrera, Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar oc?ano (Madrid, 1601-1615,

aunque es posible que Lorenzana se sirviera de la edici?n

contempor?nea a ?l, 1726-1730, que dirigi? Antonio Gonz?lez

Barcia), y Bernai D?az del Castillo, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva Espa?a (Madrid, 1632). Utiliza a otros autores menores para ciertas citas, como el carmelita 34 Pr?logo, pp. Ill y IV sobre el valor de la obra de Sol?s puede

verse Francisco Esteve Barba, Historiograf?a Indiana. Madrid, 1964, pp. 125-129.

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fray Antonio de la Ascensi?n "Relaci?n del descubrimiento del Capit?n [Sebasti?n] Vizca?no"35 y al jesu?ta Miguel Ve negas, Noticias de la California y de su conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente (Madrid, 1757) .86 Para el aspecto "de las plantas y yerbas, licores y cosas medicinales" su fuente es "el Dr. Francisco Hern?ndez, cuya obra se hizo de orden del rey, pintando al natural todas las plantas, que pasan de mil doscientas".37 En la "serie del gobierno pol?tico cristiano" toma como punto de partida la obra del franciscano fray Agust?n de Betancur, Teatro mexicano; descripci?n breve de los sucesos exemplaires hist?ricos, pol?ticos y religiosos del

nuevo mundo occidental de las Indias (M?xico, 1698), "co rregido [lo que Betancur escribi?], y aumentado por docu

mentos, y originales dignos de fe". Ahora bien, la obra que m?s utiliza para aclarar una serie de conceptos de las Cartas de Cort?s en lo que se refiere al ind?gena, su vida y su pasado, es la de

el caballero D. Lorenzo Boturini y Benaduci, italiano, hace poco que vino a estos reynos, y en ellos trabaj? con tanto desvelo, para internarse en el conocimiento de los idiomas de los Indios, en la historia de su gentilismo, y costumbres... 35 Conocido el manuscrito o una copia ya que no hab?a sido publi cada. El t?tulo completo es Relaci?n breve en que se da noticia del des

cubrimiento que se hizo en la Nueva Espa?a en la Mar del Sur desde el puerto de Acapulco hasta m?s adelante del Cabo Mendocino: en que se da quenta de las riquezas y buen Temple y Comodidades del Reino de las Californias: y de como podr?a Su Magd., a poca costa pacificarle y encorporarle a su corona y hazer que en ?l se predique el Santo Evan gelio [1620].

36 La obra fue publicada por su compa?ero de Orden el famoso

P. Andr?s Marco Burriel al que conoci? personalmente Lorenzana, en su ?poca de can?nigo de Toledo.

37 La edici?n que utiliz? fue, como el propio Lorenzana indica, el extracto de "el Dr. Nardo Antonio [Reccho] m?dico italiano; y es

raz?n que los espa?oles hagan el debido aprecio de ella, cuando ha dado luz a los estrageros..." (loe. cit., p. 333). Sobre Hern?ndez y su obra,

v?ase Germ?n Somolinos, "Vida y obra de Francisco Hern?ndez", en Obras Completas [de este m?dico toledano]. Vol. I. M?xico, D. F., 1960, pp. 409-417.

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LA OBRA ESCRITA DE LORENZANA

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Sent?a Lorenzana gran admiraci?n por ?l y por su m?todo

de trabajo, pues luego a?ade:

... se met?a en sus casas y jacales, y all? dorm?a con incomodidad

?nicamente por adquirir monumentos dignos de la antig?edad: en efecto recogi? muchos, que paran en uno de los oficios del Superior Gobierno de este Virreynato...

Ello permiti? a Lorenzana consultar la documentaci?n que a Boturini se le hab?a recogido al ser expulsado de la Nueva Espa?a en 1744 {por extranjero que hab?a pasado sin licencia real) y as? nos lo indica con sus propias palabras: ... y en elogio de este Caballero, debo decir, que por sus pape les he aprendido mucho, que no hab?a encontrado en otros

Autores...

y termina su elogio y, de hecho, en defensa de Boturini, afir

mando:

fue desgraciado por causas, que por entonces parecieron justas, m?s la pobreza con que muri?, y el libro que en Madrid dio a luz son pruebas de sus fines, fidelidad y desinter?s.

La obra de Boturini38 a que se refiere Lorenzana, y que ?ste sin duda utiliz?, lleva el barroco t?tulo, tan propio de la

?poca, Idea de una nueva historia general de la Am?rica

Septentrional, fundada sobre material copioso de figuras,

symbolos, caracteres y geroglificos, cantares y manuscritos de

autores indios, ?ltimamente descubiertos (Madrid, 1746). 38 Sobre Boturini, personaje de gran inter?s, puede verse: Eugenio

Sarrablo Aguareles, El conde de Fuenclara, embajador y virrey de Nueva Espa?a (1687-1752), vol. II. Sevilla, 1966, pp. 73-99; y sobre la documentaci?n que reuni? Manuel Ballesteros Gaibrois, "Los papeles de don Lorenzo Boturini Bernaduci", en Documentos in?ditos para la historia general de la Am?rica Septentrional, t. VI, pp. XI-XVIII. Ver tambi?n V?ctor Rico Gonz?lez, Historiadores mexicanos del siglo XV111.

M?xico, D. F., 1949.

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JAVIER MALAG?N-BARCEL?

El examen de los escritos de Lorenzana revelan el enor me influjo de Boturini, pues tal vez sin conocer sus papeles no hubiera dado tanta importancia a la parte ind?gena que intercala, ni hubiera ordenado preparar las l?minas, que di buj? Villavicencio, con motivos prehisp?nicos, pues aunque

en la segunda mitad del xvm, cuando Lorenz?na reg?a la

sede novohispana, ya se hab?a despertado el inter?s hist?rico y arqueol?gico por el mundo anterior a la conquista, las pu blicaciones sobre este tema son todas posteriores. No cabe la menor duda de que Lorenzana no hubiera po dido preparar esta obra (s?lo llevaba en M?xico poco m?s

de tres a?os) sin la ayuda de sus colaboradores ?que no

sabemos qui?nes fueron, pero que podr?amos adivinar? tales como Jos? Antonio ?lzate, que le prepara el mapa que figu ra en la obra, y por tanto le debi? auxiliar en gran n?mero de las notas geogr?ficas contenidas en la misma. En cuanto a los textos que utiliz? de las Cartas suponemos

que fueron los de don Andr?s Gonz?lez Barcia (Madrid,

1749), ya que las ediciones originales eran sumamente raras39 y Barcia nos dice que para "repetirlas en su obra las consi gui? despu?s de mucha diligencia, del consejero de ?rdenes don Miguel N??ez de Rojas que las ten?a en su librer?a".40 39 En el tomo primero de la colecci?n de Historiadores primitivos de las Indias Occidentales. Las impresiones originales de las cartas fueron: segunda, Sevilla, por Juan Cromberger, 1522; tercera, por el mismo Crom

berger en Sevilla, 1523; y la cuarta, en Toledo, por Gaspar de ?vila, 1525. 40 Enrique Ved?a, Historiadores primitivos de las Indias Occiden tales (Colecci?n dirigida e ilustrada por...), en Biblioteca de Autores Espa?oles, t. 22. Madrid, 1918, p. XVI. La edici?n de las "Cartas" de Lo renzana fue traducida al franc?s por el conde de Flavigni con el t?tulo de Correspondance de Fernand Cortes avec l'Empereur Charles Quint sur la conqu?te de Mexique, publicada en Par?s hacia 1778. (Es un tomo de 588 p?ginas, dedicado a la marquesa de Polignac.) Contiene las tres

cartas que aparecen en la de Lorenzana pero llam?ndolas primera, segun da, tercera y cuarta. Sigue a Lorenzana en todas sus notas hasta el punto de repetir l?s elogios de ?ste a Cort?s. Se reimprimi? en Suiza en 1779. Ved?a, op. cit., p. XVII.

La obra de Lorenzana hie reimpresa en Nueva York en 1828 por

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LA OBRA ESCRITA DE LORENZANA 457 La cuarta de las obras de Lorenzana que se imprimen en M?xico es una compilaci?n cronol?gica de las disposiciones que promulg? como arzobispo de M?xico, desde su primera pastoral de 5 de octubre de 1766, cuando acababa de incor porarse a su puesto, hasta un edicto de 28 de noviembre del a?o 1770 en que se publica la colecci?n. En total son 6 pas torales, 1 carta y 16 edictos precedidos de una introducci?n sobre la "utilidad de las pastorales". La quinta esencia del esp?ritu de los Prelados son sus Cartas Pastorales; en ellas exprimen todo el jugo de su doctrina, mani fiestan a sus subditos el ?ntimo sentimiento de sus corazones, les suministran como Pastores a unos leche a otros miel y a otros alimento m?s s?lido acomodado a la complexi?n y calidad

de cada uno...

Con estas palabras basadas en textos del profeta Malaqu?as y de San Pablo abre Lorenzana el cap?tulo sobre la "Utilidad de las Pastorales" en el volumen que recoge sus escritos como cabeza del Arzobispado de M?xico. Justifica esta compilaci?n con el ejemplo de San Gregorio el Magno, San Juan Cris?s tomo, y, ya m?s cerca de sus d?as, el de Benedicto XIV; Juan Montalb?n, obispo de Gu?dix; 41 Pedro Lepe Dorantes, obispo de Calahorra; 42 Francisco Valero y Losa, arzobispo de Toledo, y el venerable Juan de Palafox, obispo de Puebla de los ?n geles, y precursor de Lorenzana, aunque con car?cter tem

poral, en el arzobispado de la Nueva Espa?a. A m?s hab?a don Manuel del Mar, quien cambi? la primera parte del t?tulo, d?ndole el de la nueva naci?n, Historia de M?xico y la revis? y adapt? a la orto graf?a moderna, adaptaci?n que consiste principalmente en cambiar

la "X" por la "J", lo que en algunos casos la hace de dif?cil lectura.

Suprimi? varias l?minas de la edici?n original y el mapa de la Nueva

Espa?a por Jos? Antonio ?lzate.

41 Cartas pastorales de usura, simon?a y penitencia para confesores

y penitentes... Salamanca, 1720 (11 h., 448 pp.).

42 Cartas pastorales... para la reformaci?n de costumbres, destierro de abusos, exercicios de virtudes y devoci?n del Culto Divino. Valladolid, 1720 (651 pp. 2, h.).

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JAVIER MALAG?N-BARCEL?

una raz?n que, aunque no la se?ala expl?citamente, no cabe la menor duda de que fue fundamental, a saber, la de que los eclesi?sticos tuvieran recopiladas las normas y directrices que para el gobierno de su di?cesis hab?a dictado en los prime ros a?os de gobierno, en los que hab?a querido reformar la situaci?n existente.43

Se extiende despu?s sobre las condiciones y conducta de los obispos, tanto en el orden espiritual como cultural y per

sonal, recordando la respuesta que Santa Teresa dio a un

can?nigo de que "s?lo es capaz para Obispo el que no tenga gana de serlo". Habla con detenimiento de las funciones que tiene que ejercer el que est? al frente de un cargo episcopal se?alando adem?s los deberes de los subditos para relacio narlo todo con la publicaci?n de pastorales. Las fuentes que utiliz?, independientemente de las refe rencias a hechos u opiniones de eclesi?sticos y escritores, prin

cipalmente espa?oles, son las Sagradas Escrituras y las obras

de Santo Tom?s de Aquino (?tica y Questiones). En cuanto a la primera de esas fuentes recurre en particular a los pro fetas Malaqu?as y Jerem?as, los Salmos y el Deuteronomio del

Antiguo Testamento, y a los evangelistas San Juan y San Ma teo, ep?stolas de San Pablo y la de Santiago del Nuevo Testa mento, terminando su escrito con una cita de Palafox: No escondamos pues los Obispos los talentos, que Dios nos dio, para comerciar en ganar Almas, pues tiene en esto empe

?ada su causa...

A continuaci?n se reimprimen un total de 23 escritos44 que son de inter?s para conocer el pensamiento de Loren

43 Hablando de los que con anterioridad hab?an publicado las pas torales, dice: "...por encerrar puntos muy substanciales concernientes ? el buen r?gimen y con dificultad errar? el que hubiere leido estos preciosos documentos...".

44 Ver Javier Malag?n B?rcelo, "Los escritos del cardenal Loren

zana", en Bolet?n del Instituto de Investigaciones Bibliogr?ficas n?m. 4.

M?xico, D. F., 1970.

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zana en cuanto a la organizaci?n y gobierno de su arzobis pado, as? como sus ideas en lo que a los jesuitas se refiere, a las tareas de un arzobispo y relaciones con las autoridades reales y su preocupaci?n de la vida en com?n de las religio sas, su paternalismo con el ind?gena, etc. Hay temas que trata en M?xico y a los que vuelve cuando es arzobispo de Toledo, como el de las academias morales, sobre el toque de campanas, el progreso material de las clases humildes, etc. ?Cu?l fue la raz?n de que, escasamente tres a?os despu?s de haber sido elevado a la silla arzobispal de M?xico y a los 48 a?os de edad, le preocupara el reunir sus escritos pasto rales, que adem?s en su mayor?a hab?an sido impresos para su distribuci?n a los p?rrocos y dem?s sacerdotes de su di?ce sis? Tal vez la raz?n, a m?s de las que ?l nos da, estribe en su preocupaci?n por no convertirse en un obispo m?s o en su aspiraci?n a puestos de mayor importancia o m?s de su agra do. Hablamos en puros supuestos, pero no faltos de cierto fundamento aparente, como nos lo prueba la felicitaci?n que Lorenzana env?a al papa Clemente XIV al ser elegido, lo que posiblemente hicieran tambi?n todos los obispos, pero Lo renzana adem?s la imprimi? y, como es l?gico, la repartir?a, as? como otra carta dirigida al mismo Santo Padre, al en viarle las ediciones de los Concilios mexicanos, la Historia de la Nueva Espa?a y los dos vol?menes sobre el rito moz ?rabe, la que igualmente hizo imprimir y por lo tanto dis tribuir. Sea cual fuere la raz?n, no cabe duda de que tuvo

resultado la "actividad" de Lorenzana pues le sirvi? para

elevarle a la silla primada de Espa?a, no sabemos si impre sion? al papa, pero s? al confesor del rey, el padre Eleta, y por lo tanto a su penitente, Carlos III, a los que de seguro remiti? ejemplares de sus obras. Entre sus pastorales y edictos conviene destacar, respectiva mente, la que figura en quinto lugar y el que aparece en el decimoquinto en la colecci?n, publicado originalmente el 6 de octubre de 1769 y el 18 de agosto del a?o siguiente. Ambos escritos se refieren al aprendizaje del castellano por los indios.

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JAVIER MALAG?N-BARCEL?

Este tema ya figura en la "Reglas para que los naturales

de estas regiones sean felices en lo espiritual y temporal", dadas por Lorenzana el 20 de junio de 1768 en las que dice:

... sepan [los indios] la Doctrina Christiana no s?lo en su idio ma, sino principalmente en castellano...,

y m?s adelante agrega Octava: ...que tengan escuela de castellano, y aprendan los

ni?os a leer, y escribir, pues de este modo adelantar?n, sabr?n cuidar de su casa, podr?an ser Oficiales de la Rep?blica, y ex plicarse con los Superiores, ennobleciendo su Naci?n, y deste rrando la ignorancia que tienen, no s?lo de los Mysteri?s de la Fe, sino tambi?n del modo de cultivar sus tierras, cr?a de ga nados y comercio de sus frutos, a lo que se a?ade ser falta de

respeto hablar en su idioma con los Superiores, o delante

de ellos, pudiendo hacerlo en Castellano, aunque sea poco.

Lorenzana pensaba como castellano y su posici?n era la unificadora del poder central de la monarqu?a, frente a las lenguas de las otras regiones, con idioma propio, de la pen?n sula. El problema que ?l hab?a vivido en Espa?a se lo encon traba igual, aunque con caracter?sticas propias, en la Nueva

Espa?a.

Su preocupaci?n por este problema no s?lo en el aspecto temporal, sino tambi?n espiritual, se refleja en el hecho de que transcurrido poco m?s de un a?o publicaba una pastoral, "Para que todos los indios aprendan el castellano", en la que hace un resumen sobre la pol?tica ling??stica de las naciones

conquistadoras, desde el mundo antiguo, de imponer su idioma.

Elogia y comprende el que al principio de la conquista los misioneros aprendan los idiomas nativos "para lograr la conversi?n", pero no entiende c?mo despu?s de m?s de dos siglos no han adquirido "los Naturales la Instrucci?n Espa

?ola", y m?s cuando hay mandato en las Leyes de Indias (1.18 tit. I. Lib. VI) ; ahora bien el texto que ?l da no res ponde al de la ley que cita tomada de unas reales c?dulas

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LA OBRA ESCRITA DE LORENZANA

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de "don Carlos y los Reyes de Bohemia, Gobernadores en Valladolid a 7 de junio y a 17 de julio de 1550", pues olvida que la propia disposici?n especifica "que los Indios, se les ponga maestros, que ense?en a los que voluntariamente la

quisieran aprender, como les sea menos molestia, y sin costa..."

Alega las ventajas, enumeradas en diversas ocasiones, y los problemas que resolver?a la unidad ling??stica castellana. Su posici?n no era nueva, pues en el siglo xvn el obispo de Oaxaca, y en los principios del xvm los descendientes de los nobles indios, hab?a insistido sobre la necesidad de la en se?anza del castellano. La diferencia de posiciones est? en que Lorenzana quiere la "obligatoriedad" del aprendizaje del cas tellano como nos lo prueba su pastoral en que termina di

ciendo:

As? lo mandamos y ordenamos en virtud de Santa Obedien cia y bajo de las m?s graves penas a todos los P?rrocos, Vica rios y Cl?rigos de este Arzobispado... usando el castellano para la explicaci?n de la Doctrina Christiana, y en el trato com?n...

y pide y ruega a la colaboraci?n de las justicias seculares, due?os de haciendas y dem?s personas, que puedan contri buir a fin tan importante. La pastoral de Lorenzana tuvo tal acogida por el virrey, marqu?s de Croix, que remitida al monarca, la respuesta fue

una real c?dula de Carlos III, en la que ordenaba a todas las autoridades seglares y religiosas de Per?, Nueva Espa?a

y Nueva Granada, lo que Lorenzana hab?a mandado a las

eclesi?sticas de su arzobispado. El texto de la real c?dula, con otras palabras era el de la pastoral del arzobispo. Lorenzana, con su iniciativa hab?a logrado, a m?s del fin que persegu?a, llamar la atenci?n del gobierno de Madrid y del monarca, sobre su tarea como arzobispo y subdito leal a la corona, lo que unido a otros aspectos de su obra en M? xico, facilitar?a su ascenso futuro, que le llev? a la silla pri

mada de Espa?a y de las Indias. Recibida la real c?dula en M?xico, Lorenzana la public? This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:28:01 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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JAVIER MALAG?N-BARCEL?

ordenando su cumplimiento, por un edicto. Deb?a sentirse satisfecho de reiterar lo que hab?a iniciado har?a dos a?os.45 Lugar aparte en sus publicaciones ocupa la Missa Gothica seu Mozarabica et Officium itid?m Gothicum, primera reedi ci?n del Misal Mixto de Cisneros, as? como del Breviario G? tico, que se imprime en la tipograf?a del Seminario Pala foxiano de Puebla de los ?ngeles, di?cesis de su amigo y ex cabildante de Sig?enza y Toledo, el obispo Francisco Fabi?n y Fuero,46 coautor de la obra, y quien quiz?s tuvo a su cui dado la impresi?n de la misma. Consta de dos vol?menes; el primero de 137 p?ginas, se inicia con los cuatro ex?metros de la portada de la Biblia complutense y su explicaci?n rela cion?ndolos con el escudo de armas del cardenal Cisneros

seguidos de las "Explanationes" en las que Lorenzana hace

la historia del rito moz?rabe desde sus or?genes hasta su im presi?n en el siglo xvi, y explica las caracter?sticas de los oficios moz?rabes, y por ?ltimo figura el texto de Cisneros sobre la misa; el segundo tomo, de 198 p?ginas, contiene "Horae minores diurnae Breviarii Mozarabii, justa regulam

Beati Isidori".

Como se?ala el padre Germ?n Prado la obra de Loren

zana no es la simple reedici?n de la de Cisneros, agotada, y obra rara antes de terminado el siglo xvi, sino que sabiendo que adolec?a de muchos defectos, erratas y omisiones la com puls? con los c?dices toledanos d?ndonos "tras larga tarea las regias ediciones que ahora sirven en la capilla moz?rabe toledana".47 El pr?logo macizo de erudici?n ha pasado a la Patrolog?a Latina de Migne,48 que fue obra personal de Lo 45 Para informaci?n m?s amplia sobre este aspecto de la obra de Lorenzana y sus consecuencias, v?ase Shirley B. Heart, La pol?tica del len guaje en M?xico: De la colonia a la naci?n. M?xico, D. F., 1972, pp. 80-86. 46 Sobre Fabi?n y Fuero, ver Francisco Mart? Gilabert, La Iglesia en Espa?a durante la Revoluci?n Francesa. Pamplona, 1971, pp. 331 a 367, y Catalina Garc?a, Biblioteca de Autores. Guadalajara. Madrid, 1. 47 Historia del rito moz?rabe y toledano. Santo Domingo de los Silos, 1928, p. 90. 48 ?dem, loe. cit.

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renzana, as? como las notas, explicaciones y el elogio, si bien cont? con la colaboraci?n de Fuero, la cual debi? consistir principalmente en el cotejo de los textos especialmente los escritos en griego, lengua que conoc?a, ya que muchas ant? fonas y doxolog?as en los c?dices mozar?bigos est?n escritas en griego.49 ?A qu? se debi? la publicaci?n de esta obra en M?xico? Es sin duda un trabajo de sus a?os de can?nigo de Toledo, pues as? se desprende de los t?tulos que emplean tanto ?l como

Fuero y del hecho que la dedique al "venerable De?n y Cabildo de la Santa Iglesia de Toledo, Primada de las Espa ?as y de las Indias" y su publicaci?n debi? ser parte de la preparaci?n del IV Concilio Provincial Mexicano, pensando asimilarlo a los Concilios Toledanos, de los cuales hab?a na cido el rito g?tico. Lorenzana no se dio por satisfecho con la edici?n de 1770, pues veremos que ya arzobispo de Toledo sigue trabajando sobre aquel rito publicando nuevas ediciones en Madrid y

en Roma.

En sus a?os en M?xico publica otra serie de escritos, como memoriales de los ni?os exp?sitos y de los pobres mendigos. En este ?ltimo establece ya el principio de los hospicios como centro de trabajo y m?dico, y, por tanto, centro de formaci?n

profesional y de salud, principio que despu?s ha de poner en pr?ctica en la Real Casa de la Caridad de Toledo, incluso con la tarea principal de tejer telas. El memorial de los po bres, muy extenso y con un gran sentido pr?ctico, muy carac ter?stico del despotismo ilustrado, es un resumen de las ideas

de Lorenzana y de su pensamiento jur?dico, con numero sas citas de textos legales (Partidas, Nueva recopilaci?n, Leyes de Indias), de tratadistas (Sol?rzano, Pereira, Grocio) y de 49 La colaboraci?n del obispo de Puebla debi? de ser de gran utili dad, como consecuencia de su conocimiento del griego. Berist?in de Souza, Biblioteca Hispano Americana Septentrional, 3? edici?n. M?xico, 1947, vol. II, pp. 312-313, nos dice "haberme dado por s? mismo [Fuero] lec

ciones de la lengua griega..." y en el "... Seminario de Puebla de los

?ngeles fundo... c?tedra de lengua griega".

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JAVIER MALAG?N-BARCEL?

c?nones de diversos concilios espa?oles y extranjeros. Defien de la pobreza de la Iglesia ("la riqueza de la Iglesia, y aun el oro y la plata de sus adornos... est?n en ella como dep?sito, para cuando ocurra ocasi?n de emplearlas ?tilmente en soco rrer las miserias..."). En ?l se encuentran las preocupacio nes de Lorenzana que a lo largo de los a?os, como arzobispo de Toledo, las ha de convertir en edictos, pastorales o cartas: sobre el peligro del incendio de los retablos; la necesidad del trabajo; el fomento de la agricultura; la labor de catc quesis de los p?rrocos; la limpieza corporal, etc. Y en el me morial, como en la mayor?a de sus escritos mexicanos, la re ferencia obligada al venerable don Juan de Palafox. Un aspecto de gran inter?s de este trabajo es la rica infor

maci?n que aporta para la historia de las clases bajas de

M?xico en la segunda mitad del xvm. Tenemos otros escritos de Lorenzana de este per?odo, como el Arancel y alg?n otro edicto no recogido en el tomo de 1770, por ser de menor importancia, y, naturalmente, los posteriores a la aparici?n de dicho volumen, pues aunque en 1779 public? otro similar, en ?l recopilaba s?lo sus escri tos corri? arzobispo de Toledo. Entre aqu?llos figura la inte resante carta de despedida, de 7 de marzo de 1772, al regresar

a la pen?nsula. Contiene informaci?n autobiogr?fica, muy adaptada a las circunstancias; por ejemplo, habla de que se educ? "tres a?os en el claustro de los hijos del Gran Patriarca Benito"; se?ala el sacrificio que fue para ?l dejar Plasencia "una de las mayores sillas de Espa?a" para pasar "a la metr?

poli m?s insigne de Nueva Espa?a", "...sin detenerme en

duplicadas Bulas y gastos en un a?o para dos Mitras, viage y peligro de mar; pues con la misma resignaci?n con que me resolv?a a la aceptaci?n de la primera, deb?a agradecer la Real

memoria para la segunda aunque fuera en las partes m?s remotas de todo el Mundo"; destaca el honor que representa para ?l el ocupar la silla primada "ilustrada con tantos San tos, Doctores y Maestros, como los Ildefonsos, Eugenios, Ju lianos, Eulogios y Heladios..." y "por Seren?simos Infantes y Personas Reales..." En resumen Lorenzana se da cuenta, y al mismo tiempo se atemoriza, de que est? haciendo historia. This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:28:01 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA OBRA ESCRITA DE LORENZANA

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Sigue el modelo de Palafox, al que cita, e incluso trans cribe p?rrafos de la pastoral que ?ste dirigi? en circunstancias

parecidas (Madrid, 8 de septiembre de 1653), especialmente en lo que ata?e a los indios. Formula una serie de recomen daciones sobre los deberes y conducta de los obispos, p?rro cos y misioneros y pide se lleve adelante la proyectada "fun daci?n del Hospicio de Pobres Mendigos", se atienda "a mis muy amados Ni?os Exp?sitos" y se ense?e "los dos Catecismos de el quarto Concilio Provincial Mexicano". Llegado a Toledo continu? publicando pastorales, cartas y edictos recogidos en parte en los vol?menes que aparecen en 1779 y 1786 y cuyo n?mero no excede en mucho del total

de los de M?xico, con la diferencia de que al frente del

Arzobispado Primado estuvo 28 a?os (25 efectivos) y en el de la Nueva Espa?a escasamente seis. Las circunstancias en uno y otro eran diversas, pues mien tras en M?xico fue arzobispo integral, gozando de buena salud y con "el ardor de la edad y confianza de la robustez", a Toledo llega como meta de su carrera eclesi?stica, y ha de verse mezclado en el c?rculo de la corte real, de un mundo en crisis, con los consiguientes problemas, tanto en la vida civil como eclesi?stica.

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MARIA INSURGENTE Matt S. Meier Universidad de Santa Clara,

California

Cuando fray Sebasti?n Manrique, un sacerdote insurgente, lleg? a oficiar a una hacienda de San Luis Potos?, en el mes de agosto de 1811, encontr? que la imagen de la Virgen de

Guadalupe, que estaba en la peque?a capilla, hab?a sido

tapada. Acto seguido, rega?? vehementemente a los indios y a los mestizos por haber olvidado su devoci?n hacia la Vir gen, debido a la presi?n de los espa?oles. Sus palabras llega ron r?pidamente a todos los puntos de la hacienda y al poco

tiempo todos los peones se hab?an reunido en la capilla.

Fray Manrique, termin? su rega?o exhortando a todos a que se uniesen en la rebeli?n en contra de Espa?a. Sus p?rrocos se excitaron mucho, y se calmaron s?lo despu?s de arengas con siderables y amenazas por parte del administrador espa?ol de la hacienda. El monje se fue a su cuarto y ah? permaneci? hasta el d?a siguiente, d?a en que abandon? la hacienda.1

Desde la ?poca de Hern?n Cort?s, la Virgen Morena de Guadalupe hab?a sido una de las muchas im?genes sagradas que sirvieron de objeto de veneraci?n en el virreinato de la Nueva Espa?a. Exist?an muchas otras im?genes de culto, tanto

locales como regionales, pero el culto de la Guadalupana

estaba muy difundido. Desde el siglo xvm ya era muy popu lar, especialmente entre los indios; en el siglo xix, una de las primeras representaciones de la Guadalupana, muestra a la

Virgen sobre una luna creciente con un nopal y un ?guila en cada costado. Para fines del siglo xvm (al igual que el i "Averiguaci?n de la conducta de fray Sebasti?n Manrique Insur gente", diciembre 2-13, 1811, Genaro Garc?a, Documentos hist?ricos mexicanos, obra conmemorativa del primer centenario de la Indepen dencia de M?xico. M?xico, 1910, 1, VI, pp. 346-351.

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MAR?A INSURGENTE

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?guila mexicana y que Cuauhtemoc, el ?ltimo emperador azteca) la imagen era ya un s?mbolo vago que representaba un sentimiento de diferencia con la Madre Patria.2 Al finalizar el siglo xv?n, esta situaci?n dio lugar a que la

Virgen de Guadalupe dejara de ser un simple s?mbolo de

devoci?n y punto nebuloso de uni?n, para volverse el s?mbolo del incipiente nacionalismo mexicano. Exist?a un resentimien to general en contra de las restricciones intelectuales, pol?ti cas y comerciales que la corona espa?ola ven?a imponiendo y algunos mexicanos, tanto criollos como mestizos, empeza

ban a sentir que ten?an un destino com?n distinto al de Espa?a. Ya desde la ?ltima parte del siglo xvn, el famoso sabio mexicano Carlos de Sig?enza y G?ngora muestra un aspecto de este sentimiento al interesarse en Cuauhtemoc y en la Virgen de Guadalupe. En el siglo xv?n hubo numerosas disputas acerca de la historia de la Guadalupana, mismas que acentuaron el creciente esp?ritu del nacionalismo criollo. La revuelta de los machetes, en 1799, nos da otro ejemplo, pues los conspiradores utilizan un medall?n de la Virgen de Gua dalupe como medalla de ellos.3 A fines de siglo, fray Servando

Teresa de Mier, en su Manifiesto apolog?tico, al defender su

serm?n sobre la Virgen de Guadalupe, nos da una indica ci?n clara de la forma en que estas ideas vagas hab?an cris talizado durante el siglo.4 El culto de la Virgen estaba a punto

de dejar el ?mbito religioso para entrar en el pol?tico. Pero todav?a se necesitaba un agente que lograse completar el pro ceso requerido para crear una nueva naci?n. La usurpaci?n de la corona espa?ola por Napole?n Bonaparte en 1808, fue ese catalizador.

2 Antonio Pompa y Pompa, Album de IV centenario guadalupano. M?xico, 1938, p. 162. La primera prueba que existe sobre esto, es el pri mer libro relativo a la historia de la Virgen, Imagen de la Virgen Mar?a,

Madre de Dios de Guadalupe, por Miguel S?nchez, publicado en M? xico en 1648.

3 Pompa y Pompa, op. cit., pp. 162, 165. 4 Servando Teresa de Mier, Escritos in?ditos. M?xico, D. F., 1944,

p. 43.

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MATT S. MEIER

En toda la Am?rica espa?ola los incipientes nacionalistas se rebelaron en contra del t?tere de Napole?n, su hermano Jos?. En M?xico hubo una serie de conspiraciones que fueron r?pidamente reprimidas, con excepci?n de la de Quer?taro,

encabezada por Ignacio Allende, Juan Aldama y el padre Miguel Hidalgo y Costilla. La noche del 15 de septiembre de 1810, Allende cabalg? hasta la parroquia de Hidalgo en Dolores para llevar la noticia de que el virrey Francisco Ve negas hab?a ordenado que se les arrestara. Hidalgo, que hab?a empezado a hacer algunos preparati vos para la rebeli?n, desde este momento encabeza el movi

miento. De acuerdo con la versi?n m?s conocida de los

hechos, llam? a sus p?rrocos para lanzarles un fogoso discurso sobre la independencia. La multitud respondi? con entusias mo: "|Viva nuestra santa religi?n! ?Viva nuestra Sant?sima

Madre de Guadalupe! ?Viva Fernando VII! ?Viva Am?rica! ?Muera el mal gobierno!" Sin embargo trat?ndose de una

chusma harapienta, armada de azadones y machetes, estas pa labras se redujeron r?pidamente en boca de los peones, a: "?Viva la Virgen de Guadalupe y mueran los gachupines!" 5 Desde Dolores, el embrionario ej?rcito de liberaci?n fue

hacia San Miguel el Grande (hoy San Miguel Allende). En el camino par? en el peque?o pueblito de Atotonilco, lugar donde alguno tom? una bandera de la Virgen de Guadalupe,

5 De acuerdo con Carlos Mar?a Bustamante y otras fuentes contem por?neas, las banderas de la Virgen llevaban las palabras: Viva la reli gi?n, Viva nuestra Madre Santa Mar?a de Guadalupe, Viva Fernando VII, Viva la Am?rica y muera el mal gobierno (no, mueran los gachupines). Carlos M. Bustamante, "Cuadro hist?rico de la revoluci?n mexicana". M?xico, 1854, p. 58; P?blica vindicaci?n del ilustre ayuntamiento de San ta Fe de Guanajuato. M?xico, 1811, p. 37. "Gachupines" era el t?rmino utilizado para referirse a los espa?oles peninsulares. Jos? Mar?a de Liceaga, Adiciones y rectificaciones de la Historia de M?xico que escribi? don Lucas Atam?n, formadas y publi cadas por los? Mar?a de Liceaga. Guanajuato, M?xico, 1968, p. 58. En otras versiones, fue el propio Hidalgo quien comenz? a lanzar los vivas. Hubert H. Bancroft, History of Mexico, 16 vols., obras de Hubert H. Bancroft, San Francisco, 1885, IV, p. 116.

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que estaba dentro de la iglesia, como bandera para el ej?rcito.

En la mayor parte de las versiones, fue el propio Hidalgo quien tuvo la feliz inspiraci?n de utilizar la imagen de la Virgen; pero en la confusi?n que resulta del procedimiento de crear un h?roe nacional, las versiones sobre el incidente tienen considerable variaci?n.

De acuerdo con Jos? Mar?a Liceaga, importante figura de la rebeli?n, ninguno de los jefes entr? en la sacrist?a de Ato tonilco. Un individuo del grupo le pidi? a do?a Ramona N., una dama que ten?a reputaci?n local como gran devota, una imagen de la Virgen. Habi?ndola obtenido, este individuo ign?mine la puso sobre un gancho de ropa que estaba en el

patio y, junto con los que lo rodeaban, empez? a gritar: "?Viva nuestra Se?ora de Guadalupe y mueran los gachu

pines!" Algunos de los jefes trataron de apartar la imagen, pero al ver el entusiasmo que causaba, r?pidamente aban donaron esta idea.6 El famoso historiador mexicano, Lucas Alam?n, nos des cribe a Hidalgo, en este momento, como un jefe m?s bien conflictivo al mando de una chusma indisciplinada, sin nin g?n plan definitivo sobre la forma de dirigir la revoluci?n.

En Atotonilco, por pura casualidad, ve una imagen de la

Virgen de Guadalupe en la sacrist?a de la iglesia; conociendo la gran popularidad de la Virgen, cree que ser?a buena idea colgar su imagen en la punta de una lanza al frente de su ej?rcito, cosa que inmediatamente ordena.7 ?Qu? es lo que dijo el propio Hidalgo? En su juicio, Hi dalgo dijo que en realidad ?l no hab?a dado ninguna orden relativa a la bandera del ej?rcito. Lo que sucedi? fue que al pasar por Atotonilco, tom? una imagen de la Virgen de Gua dalupe pintada sobre una tela y se la dio a alguien para que encabezara a la gente que iba con ?l. A?adi? que ya hab?a 6 Liceaga, op. cit., p. 58, dice que el capell?n Remigio Gonz?lez, al igual que su hermana do?a Juliana, que fueron testigos presenciales, atestiguaron lo dicho. 7 Lucas Alam?n, Historia de M?jico, 5 vols. M?xico, D. F., 1849-1852,

vol. I, p. 377.

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muchos que llevaban una imagen de la Guadalupana co

su bandera. Los primeros d?as, seg?n Hidalgo, tambi?n s llevaban im?genes de Fernando VII y a veces del ?guila m xicana. Hidalgo termin? su declaraci?n admitiendo que hab?a utilizado la imagen porque le pareci? una excelen forma de atraer la gente a su causa.8 ?ste es el cuadro que nos presenta Hidalgo de lo ocurri

do, casi un a?o despu?s de los hechos. Inferir, de estos hechos

que ?l hab?a convertido a la Virgen de Guadalupe en bande de su ej?rcito, seg?n se acepta generalmente, no convien exactamente a la verdad. Parece ser que ya hab?a un uso neralizado de im?genes de la Virgen. El testimonio de Ignacio Allende parece apoyar la tesis de que el uso de la imagen de la Virgen no tuvo gran impo tancia al principio. Contestando a las preguntas hechas e su propio oficio, testific? que despu?s de haber tomado co bandera a la Virgen en Atotonilco, ?l hab?a escuchado a l gente decir que ser?a la protectora de la causa rebelde. De

pu?s del incidente de Atotonilco, se dio cuenta de que

muchedumbres que se un?an al ej?rcito rebelde, en las pob

ciones que atravesaban, portaban consigo im?genes de Virgen. As? comenz? a darse cuenta de que el s?mbolo la Virgen atra?a mucha gente a las filas insurgentes.9

La utilizaci?n de la Virgen de Guadalupe como bande

del ej?rcito insurgente fue, claramente, una decisi?n popul m?s que un producto de la jefatura de Hidalgo. La bander muy pronto se convirti? en el s?mbolo principal del crecie te nacionalismo mexicano. Naci? del pueblo, no de los jefe e inmediatamente se identific? con el odio ancestral hacia

dominaci?n espa?ola.10 Como nos revela el testimonio

8 "Causa de Hidalgo", Juan E. Hern?ndez y D?valos, Ed., Colecci?n de documentos para la historia de la guerra de Independencia de M? xico, 6 vols. M?xico, D. F., 1877-1882, vol. I, p. 13. 9 "Causa de Allende", Hern?ndez y D?valos, Ed., Colecci?n..., vol. VI

p. 35.

10 Ignacio M. Altamirano, Paisajes y leyendas. M?xico, D. F., 1884,

p. 445.

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Allende, los jefes insurgentes pronto vieron las posibilidades que ten?a la Virgen como foco catalizador del nacionalismo

mexicano. Hidalgo hizo pleno uso de la Virgen en su lucha contra Espa?a. Lorenzo de Zavala se quejaba diciendo que la Virgen de Guadalupe era lo ?nico existente en la rebeli?n de Hidalgo. Era su bandera, su plan, sus leyes, sus institu ciones.11 Puede ser que haya una parte de verdad en esta cr? tica, ya que Hidalgo pronto se convenci? de que el ?xito de la revoluci?n depender?a, en gran parte, de la masa ind?gena.

Indudablemente se dio cuenta de que la libertad en abs tracto no atraer?a las masas de analfabetos. La falta de pre paraci?n de los indios evitaba que pudiesen comprender los prop?sitos e ideales de la revoluci?n y as? dificultaba el que se entusiasmaran por motivos ideol?gicos. Un soldado insur gente, al ser hecho prisionero, explic? que hab?a participado en la revuelta ya que se le hab?a propuesto unirse a Hidalgo para defender la ley de Nuestra Se?ora de Guadalupe, como antes hab?a defendido la ley de los gachupines.12 Hidalgo debe haberse dado cuenta que al poner a la Vir gen de Guadalupe como s?mbolo de su, causa, estaba agru pando siglos de esperanzas y deseos confusos y enfrent?ndolos

a siglos de yugo espa?ol. Las masas ind?genas necesitaban un s?mbolo; posiblemente Hidalgo vio una forma de resolver algunos problemas que se le presentaban vali?ndose de algo que ya era familiar para los indios y uni?ndolo al concepto reci?n acu?ado del nacionalismo. As?, la religi?n fue unida al patriotismo; la Virgen de Guadalupe al ?guila mexicana. Esta uni?n fund?a los sentimientos religiosos y los patri?ticos,

pero el resultado fue algo que hasta el m?s analfabeto pod?a comprender, y, sobre todo, un motivo com?n de lucha. Al invocar a la Virgen de Guadalupe, el sentimiento popular il Lorenzo de Zavala, Ensayo hist?rico de la Revoluci?n de Mexico desde 1808 hasta 1830, 2 vols. Par?s, 1831, vol. I, p. 56. 12 Entrevista con Felipe Villanueva, 5 de marzo, 1812, M?xico, Secre tar?a de Educaci?n P?blica, Morelos, documentos in?ditos y poco cono cidos, 3 vols. M?xico, D. F., 1927, vol. I, p. 323; Vicente Riva Palacio, M?xico a trav?s de los siglos, 5 vols. Barcelona, 1888-1889, vol. Ill, p. 107.

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creci? a tal grado que grandes masas de la poblaci?n ind?ge acudieron al llamamiento de Hidalgo y ?l pudo convertir en una fuerza que combat?a por metas revolucionarias.13

Si bien la utilizaci?n de la Virgen de Guadalupe com

galard?n dio muy buenos resultados a la causa insurgente

nalizando sentimientos patri?ticos, desgraciadamente, otros d sus resultados fueron menos afortunados. Apelaba, hasta c

to punto, al esp?ritu de odio religioso y racial. Cuando lo jefes insurgentes dijeron a los ind?genas que los realistas

chaban a favor del ate?smo franc?s, la revoluci?n r?pidament

degener?, convirti?ndose en una guerra religiosa, civil y d razas.14

El aspecto religioso de la rebeli?n fue evidente de inme diato en las fuerzas insurgentes. Hidalgo dio a la Virgen t?tu

lo de capitana general y el uso de su imagen e invocaci?n se hizo com?n. Los soldados rebeldes sent?an gran entusias mo por su querida protectora. Su imagen se pegaba en los sombreros y en los pechos y antes de iniciarse las batallas generalmente hab?a gritos de: "jViva nuestra Se?ora de Gua dalupe!" Hasta los generales portaban su imagen. Un testigo, al describir el uniforme de Hidalgo, hace notar que usaba un medall?n de oro grande de la Virgen y tambi?n un escapu lario de la Guadalupana en todas las batallas, e inclusive en el momento de su ejecuci?n.15 Cinco d?as despu?s del inci dente en Atotonilco, Hidalgo, acompa?ado de su horda, hizo

una entrada ceremoniosa a la ciudad de Celaya. Llevaban

consigo la bandera de la Virgen e iban gritando: "?Viva nues tra Se?ora de Guadalupe!" 16 De acuerdo con Alam?n, todo el ej?rcito marchaba alrededor de la plaza y el propio Hidalgo llevaba como pend?n a la Virgen. Al terminar esta ceremonia

13 Ibid., vol. Ill, p. 144; Eduardo L. Gallo, Ed., Hombres ilustres me xicanos, 4 vols. M?xico, D. F., 1873-1874, vol. Ill, p. 298; Alam?n, op. cit.,

vol. I, p. 379.

14 Miguel Galindo, El mito de la patria. Colima, M?xico, 1920, p. 80.

15 Emilio del Castillo Negrete, M?xico en el siglo XIX, 7 vols.

M?xico, D. F., 1877, vol. II, p. 21; Cuevas, Album hist?rico, pp. 227-228. 16 Heriberto Fr?as, Episodios militares mexicanos. M?xico, 1901, p. 26.

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MAR?A INSURGENTE

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puso la bandera sobre un balc?n y desde ah? areng? al pue blo.17 Este tipo de escena se repiti? en Guanajuato, Valla dolid (hoy Morelia), y en muchas de las peque?as poblaciones que hay entre Dolores y la ciudad de M?xico. Al ver la ima gen de su patrona llevada por tanta gente, los moradores de los pueblos se un?an a Hidalgo en forma masiva. La muchedumbre barri? toda oposici?n, y el 30 de octu bre de 1810 las fuerzas de Hidalgo ganaron la importante ba talla del Monte de las Cruces, en las monta?as que rodean la ciudad de M?xico. Cundi? el p?nico entre los adictos al r?gimen espa?ol en la ciudad al imaginarse al ej?rcito insur gente triunfando y el virrey, Francisco Venegas, mismo que

ya hab?a tachado de sacrilego a Hidalgo por utilizar a la

Virgen de Guadalupe, tuvo que recurrir a una vieja costum bre mexicana en momentos calamitosos: envi? a uno de los re gidores desde la capital hasta el altar de la Virgen de los Reme

dios, que quedaba a unos cuantos kil?metros de la misma. Esta Virgen es una estatua peque?a de madera, que se dec?a hab?a sido tra?da a M?xico por uno de los primeros conquis tadores, siendo, por lo tanto patrona especial de los espa?oles y de la capital. Unos cuantos meses antes, las monjas del con vento de San Jer?nimo hab?an pegado a la estatua las insig nias portadas por los capitanes generales; inclusive el Ni?o Jes?s, en brazos de la Virgen fue adornado con una faja mi litar y con un sable.18 La imagen fue llevada en secreto, prescindiendo de la pom pa acostumbrada, a la catedral metropolitana y se le puso en el altar mayor. Muy temprano, al d?a siguiente, hubo una ceremonia solemne en la que estuvieron presentes el virrey, la Audiencia, las autoridades citadinas as? como otros funcio narios y representantes de los gremios. Al terminar la cere monia, el virrey se acerc? al altar y, al mismo tiempo que besaba la estatuita de madera, puso a los pies de la Virgen 17 Alam?n, op. cit., vol. I, pp. 384-385.

18 Juan Bautista D?az Calvillo, Noticias para la historia de Los

Remedios desde el a?o 1808 hasta el corriente de 1812. M?xico, 1812, pp. 103, 116-117, 120-121.

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el bast?n de mando que hab?a recibido hac?a escasos 48 d

La Virgen fue declarada generala de la Corona. Al cab

unos cuantos d?as se distribuyeron, entre los oficiales y pas de las fuerzas realistas que defend?an la ciudad de M xico, 6 000 medallas, im?genes y escapularios de la Virg de los Remedios.

Mientras esto suced?a, un grupo de damas, llamado Pa tas Marianas, fue organizado en la capital para llevar a c vigilia p?a ante la imagen, pero al pasar la crisis se les a mujeres pobres para que se encargasen de esta faena. jefes leales hicieron varios servicios de conmemoraci?n acci?n de gracias. Los leales se autodenominaban marian a diferencia de los rebeldes guadalupes y se discut?a ac del poder relativo entre las V?rgenes. Estos intentos par lizar a la de los Remedios en la causa realista, tuvieron p ?xito, ya que demostraban ser una p?lida imitaci?n del i rebelde. Despu?s de una breve llamarada de entusiasmo

devoci?n realista hacia su imagen decay? considerablemente.

La Virgen de los Remedios resultaba no solamente una rosa protectora, sino tambi?n la contestaci?n obvia a la gen de Guadalupe. La rivalidad entre ambas V?rgenes ex desde hac?a mucho tiempo, desde el siglo xvn. Puesto q Virgen de Guadalupe dignificaba al indio, desde la tempr ?poca colonial existi? cierto antiguadalupanismo, que se al mismo tiempo que la devoci?n generalizada hacia esta gen. Un ataque directo sobre la Guadalupana no era pos d?ndose como resultado un ataque indirecto por medio culto a la Virgen de los Remedios. Por otro lado, los le tampoco entregaron la Guadalupana totalmente a los in gentes .Tanto leales como rebeldes le atribu?an sus victo a la Guadalupana, celebrando acciones de gracias en s nor. El 7 de junio de 1812, al d?a siguiente de la batalla

19 Un Mexicano, M?xico fiel y valiente en el crisol que la pusie los insurgentes. M?xico, 1810, pp. 2-7, passim; Lorenzo de Zavala, op.

vol. I, pp. 22-33; D?az Calvillo, Noticias, p. 122; Riva Palacio, op. c

vol. Ill, pp. 144; Castillo Negrete, op. cit., vol. II, p. 170; El Hidalgo. Mexico, 1810, p. 23.

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Tenango del Valle, en la que ninguno de los partidos triun f?, ambos bandos celebraron varias misas de acci?n de gracias a la Virgen de Guadalupe. En varias ocasiones el virrey trat? de llevar el famoso cuadro a la ciudad de M?xico, pero fue impedido por el clero y los alcaldes de los pueblos circun vecinos, que tem?an un levantamiento de los indios.20 Al continuar la revoluci?n los realistas, en varias ocasiones consideraron conveniente tratar de disminuir el culto a la

Virgen de Guadalupe. Dentro de las capillas de las hacien das se cubr?an los cuadros de la Guadalupana, con el fin de

desalentar la veneraci?n hacia ella, dando lugar a que los

rebeldes dijeran que los espa?oles deliberadamente trataban de desacreditar su culto y de profanar im?genes.21 Un histo riador contempor?neo dec?a que los realistas se estacionaban

frente a la capilla de la Virgen (dentro de la catedral de M?xico) para vigilar al pueblo que iba pasando. Cualquiera que hiciera una reverencia o se quedara para rezar, era con siderado simpatizante de los insurgentes.22 De acuerdo con que jas generalizadas por parte de los rebeldes, las tropas realistas

maltrataban las im?genes de la Virgen, utiliz?ndolas como pap>el higi?nico, e inclusive en un caso poniendo su imagen al rev?s en un basurero y escribiendo palabras soeces sobre la figura.23 Era tan conocida la historia de que los soldados rea 20 Jos? Mar?a Aguirre, Voto del ciudadano doctor los? Mar?a...

sobre el proyecto de solemnidad... para premover y acordar los cultos que se han de atribuir a Nuestra Se?ora de Guadalupe. M?xico, 1831, pp. 7-8; Niceto de Zamacois, Historia de M?jico desde sus tiempos m?s

remotos hasta nuestros d?as, 18 vols. M?xico, D. F., 1879, vol. VIII,

pp. 216-217; Jes?s Garc?a Guti?rrez, "La Virgen insurgente y la Virgen gachupina", Abside (1940), vol. IV, pp. 7, 42-43. 21 "Ilustrador Americano", diciembre 12, 1812, en Genaro Garc?a,

op. cit., vol. Ill, p. 117. 22 Carlos Mar?a Bustamante, La aparici?n guadalupana de M?xico vindicada de los defectos que le atribuye el Dr. D. lu?n Bautista Mu?oz en la disertaci?n que ley? en la Academia de la Historia de Madrid en 18 de abril de 1794. M?xico, D. F., 1843, p. 12.

23 "Correo Americano del Sur", noviembre 5, 1813, en Genaro Garc?a, op. cit., vol. IV, pp. 287-288.

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listas usaban im?genes de la Virgen de Guadalupe en la suela

de sus zapatos, que el obispo de Puebla, Gonz?lez del Cam pillo, en un serm?n en 1812, tuvo que negarlo p?blicamente.24

As? como la Virgen de los Remedios se convirti? en la

Gachupina o la Gachupincita para los rebeldes, los realistas llamaban a la Guadalupana Mar?a Insurgente y su imagen en varias ocasiones fue ejecutada ante un pelot?n de furibun das tropas realistas.25 Esta guerra en contra de la Virgen Rebelde no ?nicamente se llev? a cabo en el nivel militar, sino tambi?n en el espi ritual. Cuando el virrey Venegas oficialmente reconoci? la

existencia de la rebeli?n de Hidalgo, a?adi? que los insur

gentes hab?an cometido el sacrilegio de "haber utilizado la muy santa imagen de nuestra Se?ora de Guadalupe, patrona y protectora de este reino, para sorprender al incauto aparen

tando religi?n cuando no existe m?s que imp?dica hipo

cres?a".26

El alto clero pronto sigui? la pista marcada por el virrey y r?pidamente aparecieron escritos episcopales en los que se denunciaba el uso, por parte de los rebeldes, de la Virgen de Guadalupe. El arzobispo Francisco Lizana y Beaumont, de M? xico, hizo circular una carta a sus parroquias. En ella vali?s de una de las t?cnicas de los rebeldes, ya que presentaba a Hidalgo como un instrumento de Napole?n. Dijo a sus sacer dotes que hicieran ?nfasis en que la Virgen de los Remedios pertenec?a al bando realista y que subrayaran, ante los parro

quianos, las ideas francesas de Hidalgo.27 Manuel Abad y

Queipo, obispo realista de Michoac?n y otrora amigo de Hi dalgo, denunci? el uso de la Virgen, al mismo tiempo qu se rebajaba al insultar. En una carta pastoral llamaba a Hi

24 Manuel I. Gonz?lez del Campillo, Manifiesto del Exmo... obis po de Puebla. M?xico, D. F., 1812, p. 17; Carlos M. Bustamante, Mani fiesto de la lunta Guadalupana a los mexicanos. M?xico, 1831, p. 14.

25 "Ilustrador Americano", diciembre 12, 1812, vol. Ill, p. 117, loe. cit.

26 Gaceta del Gobierno de M?xico, septiembre 28, 1810, Altamirano, op. cit., p. 430. 27 Castillo Negrete, op. cit., vol. II, p. 278.

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dalgo: "nuestro peque?o Mahoma, indiferente y voluptuoso".

Consideraba que el uso dado a la imagen de la Virgen de Guadalupe era un golpe a la fe y a la moral.28 De acuerdo

con el peri?dico rebelde Semanario Patri?tico Americano, el sacerdote Jos? M. Berist?in, archidecano de la catedral en la ciudad de M?xico, lleg? al extremo de decir, en un discurso p?blico, que deber?a venerarse p?blicamente al primer minis tro espa?ol, Manuel Godoy, en lugar de la imagen de la Vir gen de Guadalupe el d?a 12 de diciembre.29 La t?nica gene

ral de la actitud de los conservadores se demuestra en la

pl?tora de sermones que pronto aparecieron, atacando a Hi dalgo y a los revolucionarios. Tambi?n se publicaron en forma

de panfletos. Se repet?a que la Virgen de Guadalupe era la madre tanto de los criollos como de los espa?oles y que utili zarla para apoyar la revuelta era profanar su imagen y enga ?ar al ignorante. El padre Jos? Ximeno desarroll? la siguiente idea. Preguntaba: "?por qu? han puesto los insurgentes sobre sus banderas la muy santa Virgen de Guadalupe? No resulta otra cosa m?s que el suponerla protectora e instigadora del m?s horrible crimen". A?adi?, posiblemente para defender las pr?cticas vengativas de los realistas: "es una pr?ctica blas fema, sin duda peor que el destruir o pisotear su sagrada imagen".30 Entre el clero muchos claramente vieron que se utilizaba a la Guadalupana puramente como t?ctica pol?tica. El padre Antonio Camacho abiertamente acusa a los jefes re beldes de utilizar la imagen de la Virgen de Guadalupe como el medio m?s eficiente para atraer al pueblo a la revoluci?n.31

Otros miembros del clero segu?an estos ejemplos: en un caso

se llam? a Hidalgo una combinaci?n de Ner?n, Wyclif,

28 Manuel Abad y Queipo, Carta pastoral. M?xico, D. F., 1813, p. 49. 29 "Semanario Patri?tico Americano", 18 de octubre de 1812, en Ge naro Garc?a, op. cit., vol. Ill, p. 129. 30 Jos? Ximeno, La fe, la religi?n, la Iglesia, la real potestad... M? xico, 1812, p. 53. 31 Jes?s Garc?a Guti?rrez, "El culto a Sta. Mar?a de Guadalupe du rante la guerra de Independencia", ?bside, M?xico, 1945, vols. IX, I,

p. 66.

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Cromwell, Lutero, Swingli, Napoleon y otros monstruos mismo tiempo que se dec?a que el uso del nombre de la dalupana, por parte de Hidalgo, exced?a "en cuanto a ma todas las juntas de los masones".32 Al mismo tiempo, los leales tambi?n trataban de uti a la Guadalupana para su propia causa. Novenas de desag vio a la Virgen se celebraban y los portavoces realistas, s todo en los primeros d?as de la revoluci?n, llamaban Virgen de Guadalupe su patrona y la protectora de N Espa?a.83 Uno de ellos, el padre Agust?n Pomposo Fern dez, aparentemente quiso lograr una s?ntesis de las dos genes rivales. En un serm?n imploraba a la Virgen que

dara a su patria... "la tierra en que tus gloriosos

caminaron en el Tepeyac" (de acuerdo con la tradici?n, monte en el que la Virgen se le present? a Juan Diego). pu?s pregunt?: "?acaso no eres t? nuestro general?simo, las ?rdenes de Remedios?"34 Otros que apoyaban la causa realista emplearon otra tica en contra de la Virgen Rebelde. Apelaron a un refue en forma de una tercera Virgen, la de Pueblito. Al igua Remedios, ?sta es una peque?a estatua de madera, que d de principios del siglo xvn. Se encontraba en Pueblito, peque?a aldea cerca de Quer?taro. En noviembre de 1810 nombrada generala entre las fuerzas realistas, y, al igua a Remedios, se le dio tal investidura en una ceremonia mal en la iglesia del convento de Santa Clara. En la b de Ac?leo el general F?ix Calleja llev? su imagen sobre banderas de batalla y a ella se le atribuy? la victoria.85 32 Jos? Ximeno, Declaraci?n breve de la cartilla. M?xico, 1811, pp.

33 L.G.C.P.A., Exhortaci?n de un patriota americano a los habita de este reyno. M?xico, 1810, pp. 3-4; Rep?blica de S. Francisco Te a Venegas, octubre 1, 1810, Hern?ndez y D?valos, vol. II, pp. 121El diez y seis de septiembre. M?xico, 1811, p. 6. 34 Agust?n Pomposo Hern?ndez, Desenga?os. M?xico, 1812, p. 141 35 Diego M. Bringas y Encinas, Serm?n que en la solemne func hecha por el noble cuerpo de artilleros de la ciudad de Quer?taro obsequio de su portentosa patrona y generala Mar?a Sant?sima de blito. M?xico, 1811, p. 7; Jos? Mar?a Zelas e Hidalgo, Quer?taro a

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nos leales, siguiendo el ejemplo de fray Pomposo Fern?ndez, invocaban a las tres v?rgenes (Remedios, Guadalupe y Pue blito) al mismo tiempo. Otros siguieron un rumbo contrario y empezaron a dividir el santoral entre santos insurgentes y santos acallejados. Ninguno de estos intentos de neutralizar el uso de la Guadalupana por parte de los insurgentes, tuvo mucho ?xito.36

Los seguidores de la Guadalupana no se cruzaron de bra zos ante estos ataques, muy al contrario, respondieron se?a lando las inconsistencias en las actitudes de los realistas. Al mismo tiempo los rebeldes juraron guerra eterna a los gachu pines y afirmaron que hab?an escogido a la Virgen de Gua dalupe como patrona queriendo hacer p?blica su convicci?n de que defend?an una causa sagrada.37 A pesar de las invocaciones a la Virgen de Guadalupe, los

asuntos no prosperaban para los revolucionarios. El 30 de julio de 1811 Hidalgo, despu?s de haber sido capturado por

las tropas contrarias, fue ejecutado y su manto de principal ide?logo cay? sobre los hombros de Jos? Mar?a Morelos. To dav?a m?s que Hidalgo, Morelos utiliz? el poder pol?tico que implicaba la devoci?n a la Guadalupana para inyectar fuerza al nacionalismo de su gente. Las banderas de su ej?rcito eran de color azul y blanco (los colores de la Virgen) ; utilizaba

las palabras "la Virgen de Guadalupe" como contrase?a militar; varios regimientos llevaban el nombre de Guada lupe. En 1811, al establecer la provincia de Tecpan en el sur, Morelos llam? su ciudad capital "Nuestra Se?ora de Guadalupe". Al escribir una carta a Ignacio Ray?n, en 1812, decida por haberla librado Dios de los da?os de la presente revoluci?n. M?xico, 1811, pp. 17, 17-18N, 30. 36 Bringas y Encinas, op. cit., p. 7; Francisco Mar?a Colombini y Camayori, Invectiva fraternal cristiana a nuestros desgraciados hermanos

los rebeldes d? esta Nueva Espa?a. M?xico, 1815, p. 33; Ms. carta en

Archivo General de la Naci?n, Ramo de Inquisici?n, tomo 1460, fs. 257

259.

37 "Semanario Patri?tico Americano", diciembre 27, 1812, Genaro Garc?a, op. cit., vol. Ill, p. 216.

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dijo que la captura de Oaxaca se deb?a a la Virgen "as? com todo lo dem?s".38 La suprema junta de Zit?cuaro, a la que pertenec?a como miembro, al finalizar 1812 dio orden de q el 12 de diciembre (santo de la Virgen) se solemnizara cad a?o y adem?s se autoriz? el uso de la imagen de la Virg de Guadalupe sobre la bandera nacional y la utilizaci?n su nombre al entrar en batalla.39

En marzo del a?o siguiente, estando en Ometepec, Mor los promulg? ?rdenes generales relativas a la devoci?n a l Virgen por parte del ej?rcito y de los civiles. Se dec?a que todo var?n mayor de 10 a?os deber?a usar sobre su sombre un peque?o galard?n con los colores nacionales y adem?s u mo?o de tela o de papel en el que se declarara que era devot a la muy santa Virgen de Guadalupe, soldado y defensor su veneraci?n. Para dar fuerza a esta disposici?n, Morelos d

orden de que toda persona que despu?s de tres avisos n

usara los colores nacionales o no diera homenaje a la Virgen ser?a declarado traidor a la patria.40 Las disposiciones de M relos tambi?n obligaban a los ciudadanos a celebrar, dentr de su hogar, un culto muy especial a la Virgen de Guadalu el d?a 12 de cada mes. La misa del d?a 12 deber?a ser para honrar a la Virgen y si no hubiere alguna sociedad piados

que se encargara de dicha misa, los gastos de la misma tomar?an de las arcas de la naci?n. Los capellanes revoluc

narios recibieron ?rdenes de celebrar esta misa especial com una parte de sus deberes militares.41 El importante papel la Virgen en la Guerra de Independencia, puede verse tam bi?n en el uso de su nombre para diversas organizaciones. 38 Genaro Garc?a, Aut?grafos in?ditos de Morelos y causa que se

instruy?. M?xico, 1907, vol. XII, p. 17; Wilbert H. Timmons, "L

Guadalupes: A Secret Society in the Mexican Revolution for Indepen

dence", Hispanic American Historical Review (noviembre, 1950

vol. XXX: pp. 4, 453-479. 39 "Ilustrador Americano", septiembre 12, 1812, Genaro Garc?a, op

cit., vol. III, p. 117.

40 "Causa de Morelos, marzo 11, 1813". M?xico, Ministerio de Instru ci?n P?blica, op. cit., vol. I, p. 155. 41 Ibid., vol. I, pp. 154-155.

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MAR?A INSURGENTE

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peri?dico rebelde utiliz? su nombre as? como varios regimien

tos, incluyendo el Regimiento de Guadalupe que tuvo un

papel tan importante en el primer sitio de Acapulco en 1810. Todav?a m?s interesante resulta que en la propia ciudad de M?xico se organizara una sociedad secreta primero llamada

Del ?guila y despu?s Los Guadalupes.*2

Este grupo no estaba suficientemente organizado, o cuan do menos no fue muy activo, hasta despu?s de la muerte de Hidalgo. Al principio de 1812, sin embargo, los miembros ya trabajaban afanosamente en pro de la causa rebelde, fomen tando el descontento, soltando rumores acerca de derrotas rea

listas, escribiendo panfletos incendiarios e informando a Mo relos acerca de los actos del virrey y del movimiento de sus tropas. Durante todo el per?odo en que Morelos fue la figura principal de la rebeli?n, los guadalupes no dejaron de ser una espina clavada en el costado de los realistas. Al morir Morelos y decaer la revoluci?n, los guadalupes tambi?n parecen haber perdido su esp?ritu de lucha. Sin embargo, hab?an rendido, durante tres a?os, servicios muy valiosos a la causa insurgente.

As?, la Virgen de Guadalupe lleg? a ser reconocida por todos como un s?mbolo de rebeli?n. A pesar de que la rebe li?n decay? despu?s de 1815, la Virgen qued? simplemente establecida como un s?mbolo militante del nacionalismo me

xicano. Ya lograda la independencia en 1821, ocurri? una

interesante vuelta completa entre los ex realistas y muchos de los sacerdotes, que antes hab?an denunciado el uso de la Virgen para fines pol?ticos, ahora hac?an saber en sus sermo nes que ella hab?a salvado a M?xico del destino de Espa?a, es decir, de volverse liberal. Al d?a siguiente de haber entrado

a la ciudad de M?xico Agust?n de Iturbide con el Ej?rcito Trigarante, se celebr? una novena dando gracias por haber logrado la independencia, misma que se inici? en el altar de la Guadalupana. En el ?ltimo d?a de la novena, Iturbide, acompa?ado de otros jefes, estuvo en una misa cantada por

42 Anastasio Zerecero, Memorias para la historia de las revoluciones en M?xico. M?xico, 1969, vol. I, p. 154.

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el arzobispo Pedro Fonte, que anta?o hab?a sido enemi

ac?rrimo de la independencia. Unas cuantas semanas m?s t de, Iturbide cre? la Orden de Nuestra Se?ora de Guadalup y declar? que la Virgen era la protectora de la nueva e in dependiente naci?n mexicana. Finalmente hab?a triunfad Mar?a Insurgente.43 La documentaci?n hist?rica demuestra que tanto los insu gentes como los realistas en la revoluci?n de 1810 deseab usar el s?mbolo religioso de la Virgen como arma pol?tic para sus causas; revela que el factor m?s importante para u ficar y nacionalizar, durante toda la historia de M?xico, sido la Virgen de Guadalupe. Este s?mbolo del nacionalism mexicano empieza a desarrollarse desde principios del per?o colonial y llega a su primera cima durante la lucha por l independencia. En los a?os siguientes fue utilizado por A

tonio L?pez de Santa Anna, juaristas, Maximiliano, por

ristas, villistas, Zapatistas y carrancistas; al mismo tiempo lo

colores de la Virgen fueron cambiados sutilmente (en las producciones baratas), desde el azul y blanco, al verde, blan y colorado, los colores nacionales. El valor de sentimient patri?tico de la Virgen de Guadalupe ha sido utilizado po todos los gobiernos mexicanos, coloniales y nacionales; c servadores y liberales; clericales y anticlericales.

43 An?nimo, La nacionalidad mexicana y la Virgen de Guadalupe. M?xico, 1931, p. 257.

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EL ALGOD?N MEXICANO Y LA GUERRA CIVIL NORTEAMERICANA Thomas Schoonover University of Southwestern Louisiana

Los a?os de 1861 a 1867, en los que tuvo lugar la guerra ci vil en los Estados Unidos y la intervenci?n francesa, fueron dif?ciles y tempestuosos para M?xico, agotado por medio siglo de revoluci?n, guerra, des?rdenes civiles y bandidaje. Durante

los ?ltimos a?os de la d?cada de los cincuentas se libr? la

intensa y cruenta Guerra de Reforma; M?xico se encontraba pol?ticamente extenuado y adem?s su econom?a exig?a urgen temente un per?odo de paz para poder restablecerse. Sin em bargo, la guerra con Francia, iniciada a fines de 1861, habr?a de prolongar las tensiones pol?ticas y econ?micas de la so

ciedad mexicana. La guerra civil de los Estados Unidos (a pesar de sus consecuencias tr?gicas al norte del r?o Bravo), aparentemente tuvo un efecto ben?fico sobre la econom?a mexicana en varios aspectos. El comercio entre los Estados Unidos y M?xico, aument? durante el per?odo 1861-1865 y tuvo un gran impacto sobre el desarrollo pol?tico y econ?mico de M?xico. Debido a que la Uni?n hab?a bloqueado los puertos que normalmente uti lizaban los confederados, ?stos juzgaron conveniente comer ciar con el resto del mundo a trav?s de Matamoros y este comercio dio lugar a una percepci?n de ingresos en la ha cienda de la aguerrida Rep?blica Mexicana. M?s a?n, como

puede verse en el cuadro que aparece a continuaci?n, el

intercambio comercial entre los Estados Unidos y M?xico, se quintuplic? en el a?o de 1865, con relaci?n al promedio del per?odo 1851-1860. 483 This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:28:13 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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THOMAS SCHOONOVER

Cuadro 1 Intercambio comercial M?xico-Estados Unidos, 1855-1872 1 (Millones de d?lares) A?o

Importaci?n

1855 1856 1857 1858

Exportaci?n

1866

6.2 1.7

1868 1869 1870 1871 1872

1.1

3 4 4 3 3 5 2 2 9 9 16.4 4.6 5.4

2.3 2.7 3.2 4.0

4.9 5.9 7.6 5.5

1859

1860

1861

1862 1863 1864 1865

1867

3

6

1.6

6.4

Total

4 5 5 4 4

7

3 3 12 15

22.6 6.3 6.5 7.2 8.6 10.8 9.5

8.0

El cuadro indica una disminuci?n comercial entre los pa?ses durante los primeros a?os de la guerra civil, pero des pu?s hay un r?pido aumento tanto en importaciones como en exportaciones. Este incremento parece haber tenido un papel significativo en la vida econ?mica de M?xico, especial i Departamento de Comercio de los Estados Unidos, Oficina del

Censo, Estad?stica hist?rica de los Estados Unidos: ?poca colonial hasta 1957. Washington, oficina de imprenta del gobierno, 1960, pp. 550-553; Frank L. Owsley, King Cotton Diplomacy. Chicago, The University of Chicago Press, 1931, pp. 127-145; Gertrude Casebier, "Trade Relations Between the Confederacy and Mexico" (tesis de maestr?a no publicada, Universidad Vanderbilt, 1931).

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EL ALGOD?N MEXICANO

485

mente en lo referente al cultivo del algod?n. Una buena par

te de la producci?n algodonera mexicana se enviaba a los Estados Unidos de donde M?xico importaba maquinaria tex til y minera; todo ello contribuy?, en forma significativa, al

aumento r?pido de intercambio comercial entre M?xico y los

Estados Unidos.

Un incremento de importancia se debi? a las provisiones enviadas a las tropas francesas que sosten?an el Imperio de Maximiliano: harina, granos, carne, manteca, bebidas alcoh? licas y monedas de oro y plata. Al finalizar la guerra civil norteamericana, se requer?a capital y bienes para reconstruir el sur y las exportaciones a M?xico disminuyeron. Adem?s, la industria textil del norte pudo adquirir algod?n en los esta dos reconquistados del sur. Durante la guerra civil, la industria textil de Nueva In glaterra estaba muy necesitada de algod?n para cubrir su producci?n. En los cinco a?os previos a la guerra, la indus tria textil, situada casi toda en el norte, consumi? un pro medio de 400 000 000 de libras anuales de algod?n producido en el sur, as? que durante la guerra las f?bricas tuvieron que competir con Inglaterra y con otros consumidores europeos. Como resultado de la competencia, la industria textil de Nue va Inglaterra no "pudo compartir la prosperidad que ocasion? la guerra en el noreste", y aunque se encontraban otros pro veedores, como la India, China o las reexportaciones de In glaterra "se calcula que, para 1863, s?lo funcionaban 1 700 000 de los 4 000 000 de husos de Nueva Inglaterra". La desespe rada situaci?n de la industria llev? al Congreso de los Estados Unidos a votar una suma de $20 000 "para investigar las po sibilidades de cultivar y preparar el lino y el c??amo como sustitutos del algod?n". La comisi?n rindi? su informe dos a?os m?s tarde, pero para entonces ya terminaba la guerra civil y se pod?a obtener algod?n del sur.2 Si el predicamento de las f?bricas textiles de Nueva Inglaterra no fue peor du 2 Victor S. Clark, "Manufacturing Development during the Civil War",

in Ralph Andreano (ed.), The Economic Impact of the American Civil War (Cambridge, Mass., Schenkman Publishing Co., 1967), pp. 65-67; Victor S. Clark, History of Manufactures in the United States, 1607-1893

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rante la guerra civil, se debi? en parte a las importaciones de los algodonales recientemente plantados en M?xico. El cultivo del algod?n exist?a en M?xico desde la ?poca de las culturas indias precolombinas, pero fue debido al es pectacular aumento en su precio causado por la guerra civil de los Estados Unidos, que pudo darse ?mpetu a una expan si?n r?pida y considerable de la producci?n algodonera. Ya desde mediados de julio de 1861, los peri?dicos mexicanos hablaban del impacto causado sobre la existencia algodonera

europea por el bloqueo de la Uni?n. Augusto Vitu, en el

Monitor Universal, describ?a las necesidades que ten?a Ingla terra del algod?n y lo que significaba la lucha en los Estados Unidos para la industria textil brit?nica.8 Para impulsar a M?xico a llenar esta necesidad mundial, un peri?dico cam pechano (a finales de 1861) discut?a, en su p?gina editorial, las condiciones climatol?gicas, de siembra y de cosecha, que se requer?an para lograr ?xito en el cultivo del algod?n.4 (2 vols., London: McGraw-Hill Book Company, 1929) , vol. II, pp. 26-30;

Louis Galambos, Competition and Cooperation: The Emergence of a

National Trade Association (Baltimore: The Johns Hopkins Press, 1966) , p. 12; Melvin Thomas Copeland, The Cotton Manufacturing Industry of the United States (Cambridge: Harvard University Press, 1923) , p. 179; Paul F. M. McGouldrick, New England Textiles in the Nineteenth Century. Profits and Investments. Cambridge, Harvard University Press, 1968; p. 180.

3 Queda brevemente indicado el significado del algod?n en "M? xico prehisp?nico y colonial", en Diego G. L?pez Rosado, Curso de historia econ?mica de M?xico. M?xico, Universidad Nacional Aut?no

ma de M?xico, 1963; Diego G. L?pez Rosado, Historia y pensa

miento econ?mico de M?xico: Agricultura y Ganader?a ? La Propiedad ?La Propiedad de la Tierra. M?xico, Universidad Nacional Aut?noma de M?xico, 1968; y Enrique Florescano M., El algod?n y su industria en Veracruz, 1800-1900. Veracruz: Impreso en la Edici?n del Gobierno de Ve racruz, 1965, p. 3 s. Augusto Vitu, "El algod?n", Monitor Universal, bajo el t?tulo "El algod?n", El Siglo Diez y Nueve, 21 de octubre de 1861, p. 4, se reimprime un art?culo del "Embustero" (Guerrero) que hac?a notar los problemas que "Inglaterra... Francia, B?lgica, y otivs pa?ses manufactureros de algod?n", ten?an debido a la imposibilidad del Sur para enviar algod?n a los mercados mundiales. 4 "Cultivo del algod?n", de El Esp?ritu P?blico (Campeche), reim preso en el Siglo Diez y Nueve, 26 de octubre 1861, p. 4.

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Estos primeros impulsos al cultivo del algod?n r?pidamente se convirtieron en un esfuerzo sostenido. La Regencia tambi?n se ocup? de fomentar la producci?n de algod?n y public? en el Bolet?n de la Sociedad Mexica

na de Geograf?a y Estad?stica el siguiente anuncio y dos ma nuales sobre el cultivo.

Interesada la Sociedad de Geograf?a y Estad?stica en dar a conocer los trabajos que aparezcan sobre el cultivo del algod?n, por ser uno de los ramos de la riqueza p?blica de m?s brillante porvenir en M?xico, nos apresuramos a dar lugar en el bolet?n al siguiente manual de don Perfecto Badillo, as? como lo hare mos con otros trabajos, y a su debido tiempo, con los que se han remitido para el concurso. La Comisi?n de publicaci?n.5

Los manuales fueron obra de Perfecto Badillo y de Jos?

Andrade; la "Memoria sobre el cultivo del algod?n..." del

primero caus? tan buena impresi?n que se reimprimi? otras dos veces. Apareci? en El Americano, ?rgano semioficial del Imperio, en 1866, y en el diccionario hist?rico de Jos? Mar?a

P?rez y Hern?ndez, bajo la palabra "Algod?n", en 1874.6 Tambi?n el ministro de Obras P?blicas (Fomento) de Maxi miliano rindi? un informe sobre el cultivo del algod?n diri gido a fomentar su producci?n.7 Es natural que el gobierno

5 Anuncio, "Bolet?n de la Sociedad Mexicana de Geograf?a y Estad?s tica", ?poca 1?, vol. X (1863), p. 463. 6 Perfecto Badillo, "Manual para el cultivo del algodonero", Bolet?n

de la Sociedad Mexicana de Geograf?a y Estad?stica, ?poca 1?, vol. X (1863), pp. 463-468; Jos? Andrade, "Memoria sobre el cultivo del algo

d?n y de los gastos para situarlo en los puertos", Bolet?n de la Sociedad Mexicana de Geograf?a y Estad?stica, ?poca 1?, vol. X (1863), pp. 619 659, tambi?n en El Mexicano, 12 de abril al 17 de mayo 1866, y bajo el t?tulo "Algod?n", en Jos? Mar?a P?rez y Hern?ndez, Diccionario geogr? fico, estad?stico, hist?rico, biogr?fico, de industria y comercio de la Re p?blica Mexicana, 3 vols. M?xico, Imprenta del Cinco de Mayo, 1874,

vol. I, pp. 291-319. 7 Ministro de Fomento, Memoria presentada ? S. M. el Emperador por el Ministro de Fomento, Luis Robles Pezuela. M?xico, Imprenta de

Andrade y Escalante, 1866, pp. 73-75.

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de Maximiliano buscase consolidar su posici?n aprovechando la escasez mundial de algod?n. Pero el mayor aumento en la producci?n de algod?n se registr? en la zona controlada, nominalmente al menos, por Benito Ju?rez y no por la Regencia, as? que el comercio con los Estados Unidos benefici? la econom?a del M?xico liberal. Los liberales ten?an m?s simpat?as o hab?an controlado por m?s tiempo regiones del sur de M?xico ?Yucat?n y Cam peche? y de la costa del Pac?fico ?Oaxaca, Guerrero, Michoa

c?n, Sinaloa y Sonora. Las regiones que desde el principio

dominaron los franceses, por diferentes razones, no lograron aumentar su producci?n durante este per?odo decisivo. En Veracruz, que los franceses ocuparon desde el principio, y que antes de la guerra civil fue el principal productor de algo

d?n, apareci? una plaga que, a mediados de la d?cada de 1860, redujo la producci?n a la mitad. Al noreste, en Ta

maulipas, no obstante su semejanza geogr?fica con los algo doneros de su vecina Texas, no se lleg? a desarrollar la pro ducci?n debido a la escasez de mano de obra. En los estados

del centro s?lo se produjo el algod?n suficiente para la in dustria local, pues resultaba antiecon?mico transportar por tierra mercanc?as de tan poco valor con relaci?n a su volu men.8 Aunque casi todos los estados y territorios de M?xico intentaron cultivar el algod?n o aumentar su producci?n, no todos tuvieron ?xito. En general, los estados controlados por 8 Pr?d?ric Mauro, "L'Economie du Nord-Est et la R?sistance a L'Em pire", en Arturo Arn?iz y Freg y Claude Bataillon (eds.), La Interven ci?n Francesa y el Imperio de Maximiliano cien a?os despu?s, 1862-1962. M?xico, Asociaci?n Mexicana de Historiadores, Instituto Franc?s de Am? rica Latina, 1965, pp. 61-67. Comp?rese la tendencia general de la pro ducci?n de algod?n mexicano antes y despu?s de la Guerra Civil de los Estados Unidos en Antonio Garc?a Cubas, Atlas geogr?fico, estad?stico e hist?rico de la Rep?blica Mexicana. M?xico, Imprenta de Jos? Mariano Fern?ndez de Lara, 1858, y su Atlas geogr?fico y estad?stico de los Esta dos Unidos Mexicanos. M?xico, Debray Sucesores, 1886. En 1884, Alberto Ruiz Sandoval inform? que la costa del Pac?fico produjo mucho m?s algod?n que la del Golfo, El algod?n en M?xico. M?xico: Oficina Tipo gr?fica de la Secretar?a de Fomento, 1884, p. 141.

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Ju?rez o que simpatizaban con el movimiento liberal tuvie ron m?s ?xito en incrementar su producci?n de algod?n que los estados controlados por los imperialistas. Mientras la industria textil mexicana estaba en proceso de expansi?n no se foment? mayormente la producci?n de algo d?n. El aumento se debi? a los precios ascendentes debidos a la competencia entre los compradores de algod?n para la in dustria norteamericana y europea. M?s bien fue al contra rio, el aumento de la industria textil se debi? a la mayor producci?n de algod?n y a la guerra entre los liberales y Maxi

miliano que hac?an tan dif?cil el comercio interior. Con las f?bricas de textiles en las zonas de producci?n no hab?a el riesgo de asaltos de bandidos y guerrillas y se reduc?a el costo

de trasladar bienes y dineros de un lugar a otro. El comercio local reduce la distancia y el tiempo y, por consiguiente, el riesgo en el movimiento de materiales y salarios.9 Natural mente, las nuevas zonas de producci?n estaban muy distantes de los antiguos centros textiles de Puebla, Veracruz y la ciu

dad de M?xico.

La producci?n m?s abundante se cosech? en los estados de la costa del Pac?fico y es seguro que se haya exportado gran parte a los Estados Unidos. Es t?pico el estado de Gue rrero donde desde antes de 1860 se produc?a algod?n estimado

por su buena calidad. En julio de 1861 ten?a once despepi tadoras, instaladas poco antes, en Nexpan, Sabana, Coyuca, Atoyac, San Ger?nimo, Tecpan, Tepexpan, Coacoyuca, La gunilla, Zanja y Orilla, y tres meses despu?s se instalaron cuatro m?s. El algod?n se enviaba al interior: a Quer?taro, Puebla y Morelia o se embarcaba por Manzanillo, Colima y por San Blas, en Sinaloa. El desarrollo del cultivo del algo d?n en Guerrero se debe en gran parte a ferrocarril de Pa nam? y a las l?neas navieras del Pac?fico. En septiembre de 9 Xavier T av?ra, "Consecuencias econ?micas de la Intervenci?n", en Arturo Arn?iz y Freg y Claude Bataillon (eds.), La Intervenci?n Fran cesa y el Imperio de Maximiliano cien a?os despu?s, 1862-1962, pp. 71-82, especialmente pp. 72, 76-77; Galambos, Competition and Cooperation, p. 12; and McGouldrick, New England Textiles, p. 180.

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1863, Lewis S. Ely, consul de los Estados Unidos en Acapulco informaba que la maquinaria para beneficiar el algod?n era uno de los principales art?culos que se importaban de Nor team?rica a Acapulco, y que la exportaci?n de algod?n en rama a los Estados Unidos iba siempre en aumento. Seg?n sus cifras, el a?o que termin? el 30 de septiembre de 1869, salieron de Guerrero 7 095 pacas con un peso de 1 036 444 libras y un valor de $209 475.00.10 Desgraciadamente, no te nemos datos de las exportaciones en otros a?os. Oaxaca, al sur de Guerrero, tambi?n produc?a una regu lar cantidad de algod?n en los a?os anteriores a la guerra civil, pero varios gobernadores liberales del estado, Ju?rez entre ellos, pensaban que sus potencialidades como producto de exportaci?n estar?an siempre muy limitadas mientras no hubiera m?s protecci?n, mejores caminos y una m?s equita tiva distribuci?n de la tierra. Con todos estos impedimentos, la producci?n de Oaxaca de 1 630 000 libras no val?a m?s que $32 687.00, o sea unos 20 por libra. En 1861 las heladas arrui naron las cosechas de Yahuv?, Yavec, Jaltepec y Puxmetacan. Sin embargo, para 1867 la producci?n ascendi? a casi 3 mi llones de libras con un valor de $120 000.00, o sea unos 40 por libra. Quiz?s la enorme demanda de la d?cada de 1870 determin? la expansi?n sostenida de la producci?n de algo d?n de Oaxaca, que para 1870 era 5 veces mayor que la de 1861.11

10 "Noticia estad?stica del Distrito de Acapulco de Tabares, pertene ciente al Estado de Guerrero", Bolet?n de la Sociedad Mexicana de Geo graf?a y Estad?stica, ?poca 1?, vol. VII (1859), p. 411; El Siglo Diez y Nueve, 5 de julio de 1861, p. 3, 10 de julio de 1861, p. 3, y 9 de octubre de 1861, p. 3; Lewis S. Ely a William H. Seward, Acapulco, 30 de sep tiembre de 1863, Consular Dispatches, Acapulco; vol. 4 (microfilm 143/ rollo 2), en adelante Cons. Disp., Acapulco: 4 (M-143/R2) . 11 "Esposici?n que el Gobernador del Estado hace en cumplimiento del Articulo 83 de la Constituci?n al Soberano Congreso al abrir sus primeras sesiones ordinarias." Oaxaca, Impreso por Ignacio Rinc?n, 1852, pp. 14-15, Memoria que el Gobernador del Estado presenta al primer congreso constitucional de Oaxaca en sus sesiones ordinarias de 1858. Oaxaca, Imprenta de Ignacio Rinc?n, 1858, p. 20; Memoria que el C. Ra

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Hay pocos informes sobre los estados del norte de Gue rrero, y los que tenemos son muy incompletos. En Michoa c?n, por ejemplo, se produc?a muy poco algod?n alrededor de 1850 y en los a?os de 1870-1871 se cosecharon 4 100000 libras de algod?n en rama, pero no tenemos datos sobre la producci?n durante los a?os de la guerra civil.12 Se sabe que

en Jalisco se cultivaba algo de algod?n y que exist?a una

peque?a industria textil.13

m?n Cajiga, gobernador constitucional del Estado, presenta al segundo Congreso de Oaxaca en el primer periodo de sus sesiones ordinarias, el 16 de septiembre de 1861. Oaxaca, Imprenta de Ignacio Rinc?n, 1861, p. 54; Memoria que presenta el Ejecutivo del Estado al H. Congreso del Mismo, del periodo de la administraci?n p?blica de 17 de septiembre de 1868 a 17 del corriente mes. Oaxaca, Impreso por I. Rinc?n, 1869,

Cuadro 11; Memoria que presenta el Ejecutivo del Estado al H. Con

greso del Mismo del Periodo de la Administraci?n P?blica de 17 de sep tiembre de 1869 a 16 de septiembre del presente a?o. Oaxaca, Tipograf?a del Estado, 1871, Cuadro 13; Memoria que el Ejecutivo del Estado pre senta al H. Congreso del Mismo del Periodo de la administraci?n p? blica de 17 de septiembre de 1872 al 16 de septiembre de 1873. Oaxaca,

Imprenta del Estado, 1874, Cuadro 12; Memoria presentada por el

Ejecutivo Constitucional del Estado, al H. Congreso del Mismo, el 17 de septiembre de 1877, sobre los ramos de la administraci?n p?blica. Oaxa ca, Imprenta del Estado, 1877, p. 24 y Cuadro 26; Memoria Constitucional

presentada por el ejecutivo del Estado libre y soberano de Oaxaca al

H. Congreso del mismo el 17 de septiembre de 1882. Oaxaca, Imprenta del Estado, 1883, pp. 13-14 y Documento N? 18; Garc?a Cubas, Atlas de

la Rep?blica Mexicana, secci?n sobre Guerrero; Garc?a Cubas, Atlas

de los Estados Unidos Mexicanos, secci?n sobre Guerrero. 12 Garc?a Cubas, Atlas de la Rep?blica Mexicana, secci?n sobre Mi choac?n; Memoria sobre el Estado que guarda la Administraci?n P?blica de Michoac?n. Morelia, Imprenta de I. Arango, 1846, p. 13; Memoria le?da ante la legislatura de Michoac?n en la sesi?n del d?a 30 de julio de 1869. Morelia, Imprenta de O. Ortiz, 1869, pp. 47, 113-114; Antonio Linares, Cuadro Sin?ptico del Estado de Michoac?n en el a?o de 1872..., en Bolet?n de la Sociedad Mexicana de Geograf?a y Estad?stica, ?poca 2?, vol. IV (1872), pp. 636-664, p. 653. 13 Longinos Banda, "Estad?stica de Jalisco", en Bolet?n de la Sociedad Mexicana de Geograf?a y Estad?stica, ?poca 1?, vol. XI (1865), pp. 199 216, 245, 280, 305-344, 589-630; y XII (1866), pp. 122-132, 255, 262-263 y 266; Memoria que el Ejecutivo del Estado Libre y Soberano de lalisco

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De Colima s?lo se sabe que produjo entre 750 000 y

1 000 000 de libras en 1857 y que a mediados de la d?cada de 1880 la producci?n baj? a 250 000 libras. Hay datos de que la producci?n aument? durante la guerra civil, quiz?s para la exportaci?n. Frederick A. Mann, c?nsul honorario de los Estados Unidos en Manzanillo, Colima, se dedicaba a des pepitar algod?n, lo que parece indicar que aument? la pro ducci?n y que hab?a probablemente comercio de exportaci?n puesto que ninguna fuente mexicana menciona que existiese industria textil en Colima.14 El c?nsul en La Paz, Baja California, inform?: "El ?rbol [sic] del algod?n parece ser aut?nomo y no requiere ning?n cultivo en el valle para satisfacer las necesidades de los na tivos." No menciona ni la exportaci?n ni la industrializaci?n del algod?n.15 Por falta de desarrollo econ?mico, de mano de obra y de capital, Baja California no hizo nada para incre mentar la producci?n de algod?n. La escasez durante los a?os de la Guerra Civil parece que s? impuls? considerablemente la producci?n de Sinaloa. A fi nales de 1861 se dict? un decreto de exenci?n de derechos sobre todos los art?culos necesarios para el cultivo de algod?n,

exceptuando los impuestos municipales de Mazatl?n, que se redujeron al 50 por ciento. Para 1866 la producci?n sobrepas? los $2 000 000.16

present? a la legislatura, al espirar el cuatrienio constitucional compren dido entre el primero de marzo de 1875 y el ?ltimo de febrero de 1879. Guadalajara, Tipograf?a de S. Banda, 1879, p. 12; Garc?a Cubas, Atlas de la Rep?blica Mexicana, secci?n sobre Jalisco; Garc?a Cubas, Atlas de los Estados Unidos Mexicanos, secci?n sobre Jalisco. 14 Garc?a Cubas, Atlas de la Rep?blica Mexicana, secci?n sobre Co

lima; Garc?a Cubas, Atlas de los Estados Unidos Mexicanos, secci?n

sobre Colima; Frederick A. Mann a Seward, Manzanillo, 7 de octubre de 1863 (N9 2), Cons. Disp., Manzanillo, 1 (M295/R1). 15 F. B. Elmer a Seward, La Paz, 30 de septiembre de 1863 (N? 14), Cons. Disp., La Paz, 1 (M-282/R1). 16 El Siglo Diez y Nueve, 11 de agosto de 1861, p. 2 y 22 de enero de 1861, p. 3; Ministro de Fomento, Memoria presentada a S. Ai. El Em perador, p. 74.

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En marzo de 1864, B. R. Carman, vicec?nsul de los Estados

Unidos en Mazatl?n, inform? que varias compa??as norte americanas cultivaban algod?n en Sinaloa, indicando que era una empresa muy nueva. En octubre de ese a?o dijo que la cosecha promet?a "ser abundante" y que varios miles de hec

t?reas de buena calidad rindieron "de 400 a 500 libras de

algod?n limpio por hect?rea, reportando una magn?fica uti lidad a los algodoneros". Todo ese invierno continu? alaban do la cosecha pero observ? que los disturbios pol?ticos dis minu?an la mano de obra, fuese por el reclutamiento o porque

los trabajadores se escond?an, y que eso pod?a dificultar la cosecha. Puesto que era propiedad de norteamericanos "ellos son los que sufren con la inquietud del pa?s". Al a?o siguien te surgieron m?s problemas. La escasez de brazos impidi? la cosecha y apareci? el gusano, para la desesperaci?n y la ruina de los algodoneros. A pesar de estos contratiempos, la pro ducci?n lleg? a varios millones de libras en 1880.17 Aunque los informes sobre el estado de Sonora son muy incompletos, se sabe que procur? cultivar el algod?n durante los a?os de la Guerra Civil. El c?nsul de los Estados Unidos 17 B. R. Carman a Thomas Corwin, Ministro de los Estados Unidos

en M?xico, Mazatl?n, 18 de marzo de 1864; Carman a Seward, Maza tl?n, 22 de octubre de 1864, 12 de enero y 1 de abril de 1865, y 1 de abril de 1866, Cons. Disp., Mazatl?n, 3 (M-159/Re). Memoria General de la Administraci?n P?blica del Estado presentada a la H. Legislatura por el Gobernador Constitucional, C. Ingeniero Mariano Mart?nez de Castro. Culiac?n, Tipograf?a de Retes y D?az, 1881, cuadro n?mero 19. La cosecha de 400 a 500 libras de algod?n limpio por acre resulta aproxi

madamente el doble de la cosecha que se recolectaba en los Estados

Unidos en ese tiempo. Ver Gilbert C. Fite and Jim E. Reeze, An Econo mie History of the United States. Boston: Houghton Miff lin Company, 1965, p. 170; Fred A, Shannon, The Farmers Last Frontier, Agriculture, 1860-1897. New York, Harper and Row, 1968, p. 113; y U. S. Congress, House, Treasury Department Report (por Levi Woodbury) , Cultivation. Manufacture and Foreign Trade of Cotton, House Document 146, 24th Cong., 1st Sess. (1835-1836), pp. 18-22. Fite y Reese mencionan 295 libras por acre, Shannon de 165 a 250 libras por acre, haciendo la aclaraci?n

de que los Estados m?s antiguos ten?an una cosecha de aproximada

mente 125 libras por acre.

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en Guaymas, el puerto m?s importante, mencion? el cultivo del algod?n recientemente iniciado, pero no dio m?s detalles. En una Memoria de Sonora, de 1870, se menciona que en los a?os anteriores se intent? cultivar el algod?n, pero que el intento fracas? unos a?os despu?s, debido a la falta de cono cimientos.18 Puesto que ni Sonora ni ninguno de los estados de la costa del Pac?fico pose?an una industria textil, los es fuerzos para producir algod?n en los primeros a?os del dece nio de 1860 se dirig?an sin duda, a la exportaci?n. Tambi?n en los estados del sur y el sureste se intent? pro

ducir algod?n para la exportaci?n. Ni Tabasco ni Chiapas

pudieron intentar a fondo el cultivo: por la escasez de bra zos, el primero; por las malas comunicaciones, el segundo.19 Pero Campeche s? luch? para llegar al mercado exterior y Yucat?n tuvo ?xito en el cultivo y la exportaci?n. A principios de 1862, El Esp?ritu P?blico, de Campeche, hablaba entusiasmado del futuro del cultivo del algod?n en el estado: "Hemos tenido el placer de ver muestras del al god?n que se cosech? este a?o en algunas de nuestras hacien das. Son magn?ficas. Si alg?n comerciante de este puerto o del Carmen enviara a Inglaterra estas muestras atraer?a la atenci?n de los especuladores brit?nicos, y el pa?s podr?a ga nar alg?n capital para fomentar el cultivo del algod?n. Re 18 Farrelly Alden a Seward, Guaymas, 30 de septiembre de 1864, Cons. Disp., Guaymas, 1 (T-210/R1). Memoria del Estado de la Admi

nistraci?n P?blica, le?da en la Legislatura de Sonora en la sesi?n del

d?a 14 de noviembre de 1870. Ures, Imprenta del Gobierno a cargo de

Adolfo F?lix D?az (1870), p, 19. 19 Garc?a Cubas, Atlas de la Rep?blica Mexicana, secci?n sobre Ta basco y Chiapas; Garc?a Cubas, Atlas de los Estados Unidos Mexicanos, secciones sobre Tabasco y Chiapas; Manuel Gil S?nchez, Compendio His t?rico, Geogr?fico y Estad?stico de Tabasco. Tabasco, Tipograf?a de Jos? M. ?balos, 1872, pp. 35-38; Memoria sobre diversos ramos de la admi nistraci?n p?blica del Estado de Chiapas, presentada al XIII Congreso por el Gobernador constitucional del Estado, Coronel Miguel Utrilla. Chiapas, Imprenta del Gobierno, 1883, pp. 72-73; Memoria sobre diversos ramos de la administraci?n p?blica del Estado de Chiapas, presentada al XIV Congreso por el Gobernador Constitucional los? Mar?a Ram?rez. Chiapas, Imprenta del Gobierno, 1885, pp. XXXV-VI.

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comendamos especialmente este asunto importante a los co merciantes que tienen ligas con Inglaterra." La Memoria del estado de 1862 dice que se est? cultivando algod?n; que una aguda escasez de mano de obra indujo al gobernador a pe dir una campa?a nacional de colonizaci?n para ayudar a la producci?n en Campeche.20 Es interesante notar a este res pecto que el administrador general de Correos, el general Montgomery Blair, en nombre, tal vez, de la administraci?n

de Lincoln, propuso en 1861 y 1862 que los negros liber

tos de los Estados Unidos se enviasen a Campeche y al terri torio adyacente. Esta colonizaci?n habr?a ayudado a la pro ducci?n algodonera de Campeche y a la industria textil de Nueva Inglaterra.21 La escasez mundial de algod?n afect? a Yucat?n m?s que a cualquier otro estado. En 1857 hab?a algod?n abundante y

de buena calidad y entre 1861 y 1862 se plantaron unas

5 500 hect?reas.22 En la junta de la Manchester Cotton Supply

Association, el 24 de junio de 1864, se ley? una carta pro 20 El Siglo Diez y Nueve, 17 de febrero de 1862, p. 3, reimprimiendo un art?culo de El Esp?ritu P?blico. Campeche, Memoria de la Secretaria General de Gobierno del Estado de Campeche, redactada por el Secre tario General, Ciudadano Santiago Mart?nez y le?da ante la primera Le gislatura Constitucional, por el oficial mayor de la Secretaria, Ciudadano los? Maria Marcin en la sesi?n del 29 de mayo de 1862. Campeche, Im prenta de la Sociedad Tipogr?fica, 1862, p. 20 y Documento 16. 21 Mat?as Romero al Ministro de Relaciones Exteriores, Washington,

6 de junio de 1861 (N? 156) , Archivo de la Secretar?a de Relaciones

Exteriores, H/lio (73-0) "861"/1, 7-C-R-l, vol. 1, sec. 46, tambi?n se en cuentra en Mat?as Romero (comp.), Correspondencia de la legaci?n me xicana en Washington durante la intervenci?n francesa, 10 vols. M?xico,

Imprenta del Gobierno, 1870-1892, vol. I, pp. 411-413, y Romero al Ministro de Relaciones Exteriores, Washington, febrero 1 de 1862 (N? 32), en Correspondencia, II, pp. 32-34. El ?ltimo documento men cionado no pudo localizarse en el Archivo de Relaciones.

22 Garc?a Cubas, Atlas de la Rep?blica Mexicana, secci?n sobre Yucat?n; Documentos lustificativos de la Memoria que el C. Antonio G. Rej?n present? a la Legislatura de Yucat?n como secretario general del gobierno del Estado, en 8 de septiembre de 1862. M?rida, Imprenta de Jos? Dolores Espinosa, 1862, Documento 34.

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THOMAS SCH?ONOVER

veniente de Yucat?n que describ?a la tierra, el clima y el bajo costo de la mano de obra. Tambi?Vi se mencionaba el bajo costo del transporte entre el interior de la pen?n

sula y la costa, y el autor solicitaba capital paira iniciar el cultivo, garantizando el pr?stamo con tierras o con las fir mas de algunos comerciantes. En otra junta, de principios de septiembre, otro corresponsal yucateco, afirmaba que M?xico era uno de los pa?ses m?s ricos del mundo para la miner?a y la agricultura, y que Yucat?n (aparentemente s?lo esa zona, no es clara la referencia) hab?a producido 60 000 pacas de algod?n en 1863-1864. El autor ofreci? una muestra de al god?n en rama que fue muy admirada.23 Parte de este algod?n yucateco llegaba ya a los Estados

Unidos. Se enviaba a Belice en peque?as embarcaciones y

ah? se embarcaba en barcos m?s grandes hacia Inglaterra o los Estados Unidos. Se confirma el ?xito de ?sta y otras rutas directas e indirectas en la Memoria de la 29 Exposici?n de Yucat?n de 1879 donde el autor afirma que "que durante

la colosal guerra civil de los Estados Unidos (el algod?n)

fue un manantial de riqueza para ?sta pen?nsula." 24 El al god?n de Yucat?n contribuy? a incrementar el comercio en tre M?xico y los Estados Unidos en la d?cada de 1860. Tamaulipas no cultiv? algod?n, a pesar de sus similitu des geogr?ficas con estados algodoneros de Estados Unidos como Texas. A principios de 1865, el vicec?nsul brit?nico en

23 Manchester Guardian, 25 de junio de 1864, p. 3 y 9, septiembre de 1864, p. 2. Formada a principios de 1861, la Manchester Cotton Supply Association se reun?a semanalmente durante la guerra civil americana.

En estas reuniones se discut?a la posibilidad de lograr nuevas ?reas

para el cultivo del algod?n, as? como m?todos para aumentar la pro ducci?n de ?reas ya conocidas. La asociaci?n regalaba semilla, en algu nos casos maquinaria y tambi?n informaci?n de tipo t?cnico; muchas veces intent? alentar al capital brit?nico para estos fines. Sus reuniones se daban a conocer extensamente en el Manchester Guardian.

24 Cons. Disp., Beiice: 1-3 (T-334/R1-3) contiene la correspondencia

del per?odo de la guerra civil de los Estados Unidos; Memoria de la 2? Exposici?n de Yucat?n verificada del 5 al 15 de mayo de 1879. M?rida, Imprenta de la Librer?a Meridana de Cant?n, 1880, p. 238.

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EL ALGOD?N MEXICANO

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Matamoros inform? que el valle del r?o Bravo y el interior de Tamaulipas eran apropiados para el cultivo, pero que el capital y la fuerza de trabajo disponibles se dedicaban al co mercio con la Confederaci?n; a fines de 1864, el c?nsul bri

t?nico en Tampico dijo que no se cultivaba en la regi?n

norte de Veracruz vecina a Tampico. Por tanto, no existen en Tamaulipas registros de producci?n algodonera importante ni durante ni despu?s de la guerra, aunque se menciona una peque?a producci?n local.25 Antes de la Guerra Civil americana, Veracruz era el prin

cipal productor de algod?n. Y puesto que cay? muy f?cil mente bajo el dominio franc?s su comercio de algod?n con Estados Unidos no habr?a ayudado a la causa liberal. Aun que sigui? siendo el productor principal, las cosechas de 1863 a 1865, fueron muy inferiores a lo normal. En un informe de

la Asociaci?n Algodonera de noviembre de 1864 se dice que mientras en 1853-1862 se cultiv? un promedio de 40 240 acres,

en 1862 a 1864 se sembraron m?s de 55 000. La cosecha de 1863, produjo solamente 3 millones de libras y la de 1864, 2.5 millones aproximadamente. La baja se debi? al picudo

que ataca el algod?n y que aparec?a dos a?os de cada ca

torce.26 En el sur de Veracruz, alrededor de Minatitl?n, la tierra es apta para el cultivo del algod?n pero, al igual que en Tabasco, escaseaba la mano de obra. En 1863, el c?nsul en Minatitl?n escrib?a que la regi?n era "indudablemente uno de los mejores distritos agr?colas del pa?s. . . admirablemente

apropiado para el cultivo de. . . algod?n ... y el ?nico im

pedimento para convertirlo en una de las zonas m?s ricas de M?xico es la falta de mano de obra". Cabe hacer notar que durante la intervenci?n francesa en 1864, Veracruz ex

port? s?lo un 23% de su algod?n a Estados Unidos, y el

25 Manchester Guardian, diciembre 9 de 1864, p. 3, tambi?n 12 de mayo de 1865, p. 3; Garc?a Cubas, Atlas de la Rep?blica Mexicana, sec ci?n sobre Tamaulipas; Garc?a Cubas, Atlas de los Estados Unidos Me xicanos, secci?n sobre Tamaulipas. 26 Manchester Guardian, 25 de noviembre de 1864, p. 3.

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THOMAS SCHOONOVER

resto se embarc? a Inglaterra y Francia.27 Naturalmente tam bi?n se intent? producir m?s algod?n aprovechando el alza de los precios pero no dio resultado. Los embarques de Ve

racruz a Europa confirman la tesis de que el algod?n en rama que se exportaba a Estados Unidos, proven?a de las zonas liberales. Los franceses, muy necesitados de algod?n,

intentaron controlar la exportaci?n. As? como los estados costeros intentaron aumentar su pro

ducci?n, los del interior comenzaron a producirlo para la incipiente industria textil o para la ya establecida. El blo queo del sur redujo en 7 u 8 millones de libras la entrada normal de algod?n para la industria mexicana y sin algod?n

de los Estados Unidos, M?xico se vio obligado a buscar otras fuentes dom?sticas o extranjeras. La intervenci?n dificult? la entrada de algod?n para las industrias establecidas en M?xico, Puebla y Veracruz, y el sistema de transportes en 1860 no era suficiente para transportar con econom?a y eficiencia la materia prima ni la tela,28 lo que ocasion? la multiplicaci?n y la dispersi?n de la industria textil mexicana.

Chihuahua es un buen ejemplo del desarrollo r?pido de la producci?n algodonera con el crecimiento de la industria textil local. La Memoria del Ministerio de Fomento no re

gistra industria textil en Chihuahua en 1857. Alrededor de 1855, Antonio Garc?a Cubas se?ala una producci?n de 325 libras aproximadamente y para 1880 aument? a 10 millones de libras anuales.29

27 Rollin C. M. Hoyt a Seward, Minatitl?n, 30 de septiembre de 1863 (N? 11), Cons. Disp., Minatitl?n: 1 (M-2398/R1) ; Rarquis D. L. Lane a Seward, Veracruz, 23 de abril de 1865 (N? 63), Cons. Disp., Veracruz: 9(M-183/R9); Carlos Sartorius, "Memoria sobre el estado de la agricul tura en el partido de Huatusco" (en Veracruz), en Bolet?n de la Sociedad Mexicana de Geograf?a y Estad?stica, ?poca 2?, vol. II (1870), pp. 141 197, pp. 171-172. 28 Tavera, "Consecuencias Econ?micas de la Intervenci?n", en Ar n?iz y Freg (ed.) , La Intervenci?n Francesa, p. 72. 29 Pedro Garc?a Conde, "Ensayo estad?stico sobre el Estado de Chi

huahua...", en Bolet?n de la Sociedad Mexicana de Geograf?a y Esta d?stica, ?poca 1?, vol. V (1857), p. 256; Garc?a Cubas, Atlas de la Re

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EL ALGOD?N MEXICANO

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En los consulados americanos se encuentran datos de la industria textil de Chihuahua para absorber la nueva pro ducci?n de algod?n. A fines de 1863, el c?nsul de los Estados Unidos en Chihuahua, Reuben W. Creel, afirm? que se em pezaba a cultivar "poco algod?n". Sin duda el inter?s por

el algod?n se deb?a a la demanda de los especuladores ex

tranjeros. A finales de 1864 Creel nota "la avidez de los es peculadores de toda Europa y del interior de M?xico para conseguir algod?n". Es probable que Creel fuese demasiado optimista en cuanto al mercado de algod?n en rama en Chihuahua puesto que el transporte era demasiado costoso para que Chihuahua se convirtiera en proveedor del centro de M?xico o de Europa. Unos cuantos a?os despu?s, Chihua hua obten?a una cosecha considerable que consum?a en su totalidad la industria local. A mediados de 1867, Charles Maye

vicec?nsul en Chihuahua, inform? que "el algod?n se cultiva con ?xito y no se exporta nada a otros pa?ses ... ; la industria textil a tenido ?xito y se han establecido en el estado unos 200 telares en tres f?bricas".30 As? pues, Chihuahua es una muestra de una regi?n que, aprovechando el trastorno en el mercado interno y el alza mundial del producto terminado ocasionados por la guerra, se dedic? a producir algod?n y a desarrollar su industria textil alimentada con la producci?n del

estado.

En Guanajuato tampoco se cultivaba algod?n ni hab?a in dustria textil antes de 1861, pero reaccion? a los mismos es t?mulos intentando su cultivo y la formaci?n de una industria

textil. Para 1878 cultivaba algo de algod?n, importaba unos $ 600 000 de algod?n y exportaba una cantidad considerable de tejidos.31 Otros estados del interior, como Durango, Coa p?blica Mexicana, secci?n sobre Chihuahua; Garc?a Cubas, Atlas de los Estados Unidos Mexicanos, secci?n sobre Chihuahua. 30 Rueben W. Creel a Seward, Chihuahua, 30 de noviembre de 1863

(N? 4), 18 de septiembre de 1864 (sin n?mero), y Charles Maye a Seward, Chihuahua, 3 de junio de 1867 (sin n?mero), Cons. Disp.,

Chihuahua: 1 (M-289/R1). 31 Garc?a Cubas, Atlas de la Rep?blica Mexicana, secci?n sobre Gua

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500

THOMAS SCH?ONOVER

huila y San Luis Potos? no cultivaban o cultivaban muy poco al principio, pero para 1880 ya produc?an una cosecha con siderable.32 Es posible, aunque no hay pruebas, que la escasez de algod?n durante la Guerra Civil influyera en la expansi?n de la producci?n algodonera. Los dem?s estados del interior, Morelos, Tlaxcala, Quer?taro, M?xico, Hidalgo, Aguascalien tes, Zacatecas y la regi?n de Nuevo Laredo aparentemente produc?an muy poco algod?n a mediados del siglo xix.33 najuato; Memoria le?da por el C. Gobernador del Estado Libre y So

berano de Guanajuato, General Florencio Antill?n... el 15 de septiembre de 1873. M?xico, Imprenta de Ignacio Escalante, 1873, pp. 26-27; Memoria le?da por el C. Gobernador del Estado Libre y Soberano de Guanajuato, General Florencio Antill?n, en la Solemne instalaci?n del sexto Congreso constitucional, verificada el 15 de septiembre de 1875. M?xico, Imprenta de Ignacio Escalante, 1876, Documentos N? 19, 20, 21, 24 y 25, Memoria le?da por el C. Gobernador del Estado Libre y Soberano de Guanajuato, General Francisco Z. Mena, en la solemne instalaci?n del octavo Con greso constitucional, verificada el 15 de septiembre de 1878. Guanajuato, Imprenta del Estado, 1878, vols. XLV, XIII. 32 Garc?a Cubas, Atlas de la Rep?blica Mexicana, secciones sobre Du rango, Coahuila y San Luis Potos?; Garc?a Cubas, Atlas de los Estados Unidos Mexicanos, secciones sobre Durango, Coahuila y San Luis Potos?; Jos? Fernando Ram?rez, "Noticias Hist?ricas y Estad?sticas de Durango (1849-1850) ", Bolet?n de la Sociedad Mexicana de Geograf?a y Estad?stica, ?poca 1?, vol. V (1857), 6-115, pp. 70-71. 33 Ver la secci?n sobre Morelos, Tlaxcala, Quer?taro, M?xico, Hidal go, Aguascalientes, Zacatecas y Nuevo Laredo, en Garc?a Cubas, Atlas de

la Rep?blica Mexicana, y Garc?a Cubas, Atlas de los Estados Unidos

Mexicanos; Memoria de las Secretar?as de Relaciones y Guerra, lusticia, Negocios Eclesi?sticos ? Instrucci?n P?blica, del Gobierno del Estado de M?xico. Toluca, Imprenta de J. Quijano, 1849, p. 18; Memoria presen

tada a la H. Legislatura del Estado de M?xico, por el C. Gobernador

Constitucional, General lu?n H. Mirafuentes, correspondiente al segundo a?o de su administraci?n. Toluca, Imprenta del Instituto Literario, 1879, pp. 96-102; Memoria Estad?stica y Administrativa presentada al H. Con greso del Estado de Quer?taro Arteaga, por el secretario del Despacho de Gobierno, el 17 de septiembre de 1879. Quer?taro, Imprenta de Lu ciano Fr?as y Soto, 1879, pp. 8-10; Memoria que sobre los Diversos Ramos de la Administraci?n P?blica, presenta a la XXIV Honorable Legislatura el Ciudadano General Bernardo Reyes, Gobernador Provisional del Es tado de Nuevo Le?n. Monterrey, Tipograf?a del Gobierno, 1887, pp. 19 y 290-292.

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EL ALGOD?N MEXICANO

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La industria textil descentralizada, consumi? una parte considerable de la producci?n algodonera. En 1854, seg?n da tos oficiales, funcionaban en la Rep?blica 42 f?bricas de hi lados y tejidos, que aumentaron a 46 en 1857 y llegaron a 66 nueve a?os despu?s. Seg?n datos de 1857 entre 38 f?bricas se consum?an unos 113 000 quintales de algod?n.34 Casi todas ellas estaban localizadas en los estados de M?xico y Puebla,

cerca de las zonas algodoneras de Oaxaca, Guerrero y Ve racruz y de las ciudades de M?xico, Puebla y Quer?taro. Para el a?o de 1870 fueron establecidas peque?as f?bricas en otros estados, de manera especial en el norte y el occidente

de M?xico. La creciente producci?n de algod?n y el trastorno del

mercado textil dom?stico contribuy? al incremento del co mercio entre M?xico y Estados Unidos. El algod?n sobrante se pudo exportar a Nueva Inglaterra y a Europa, tan necesi tadas de materia prima, y es natural que el norte de los Es tados Unidos fuera el principal importador de algod?n mexi cano durante la Guerra Civil. El cuadro 2 ilustra el comercio de algod?n y tejidos de algod?n entre M?xico y el norte de los Estados Unidos. Vemos que entre 1855 y 1860 los Estados Unidos exporta ron un promedio de 7.5 millones de libras anuales. De 1867 a 1872 el promedio fue de 5.5 millones de libras anuales. La interrupci?n de la provisi?n normal en los Estados Unidos, los altos precios en el mercado mundial y el aumento en la producci?n elev? el promedio de exportaci?n de M?xico a los Estados Unidos a 12 millones de libras anuales entre 1863 y 1865. Es interesante que el valor de las importaciones de algod?n entre 1863 y 1865 sea id?ntico al valor de la impor 34 Ministro de Fomento, Anales del Ministro de Fomento, 13 vols. M?xico, Imprenta de F. Escalante y Compa??a, 1854, I, plegado frente

a la p?gina 18; Ministro de Fomento, Memoria de la Secretaria de

Estado y del Despacho de Fomento, colonizaci?n, industria y comercio de la Rep?blica Mexicana. M?xico, Imprenta de Vicente Garc?a Torres, 1857, cuadro inserto al frente de la p. 64; y Ministro de Fomento, Me moria presentada a S. M. El Emperador, pp. 438-440.

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2 147

Valor

Manuf.

613

00

1347

186 578291 3 361 3 303 2 657 3 25839 3631367 36 016

928338

171 779

19454 0553 3881 251

60 497

Valor

00 00000

417 197 1750 615 5 128 823 4 859 725

24 401

0

Exportaciones de E. U. a M?xico

Crudo Libras

Cuadro Comerci2o de algod?n en rama y manufacturado entre M?xico y los Estados Unidos de 1855 a 1872 35

Valor

Manuf.

Valor

Importaciones por E. U. de M?xico

367 343 0 000000 6 419259

55 10 580 2 050 086

14 053 453 15 790 842

641 248 759 623 489 282 519 312 503 197 331

930

179 18

645 6 601

128 694 0

59 712 341 593 507 461 332 069 106748 366 554 279 292

1 785 531 2 222 410 717 612 0 157 874

883 337 828 053 1 076 150 153 903 999 742 1 074 848 744 549

17611 331 199 0 1 721 076 1 349 685 458 405 00 1 586 517 128 186 934 458

50 317

5 993 635 7 958 638 9 043 377 1410 659 6 010 395 9 064 809 Crudo Libras 7 527 079

417 497 0 00

8 228 598 2 642 221 6 609 707 957 3 310 842 11309 498

209

A?o fiscal el 30 de junio que termina

18551856 18571858185918601861 18621863186418651866186718681869187018711872

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(1858-59) (1856-57) (1857-58)

Ses. (1855-56)

(1859-60)

(1861-62) (1863-64) (1862-63) (1864-65) (1866-67) (1867-68) (1865-66)

Ses.

Cong.,Cong.,

(1871-72) (1872-73)

(1868-69) (1870-71)

(1860-61)

Ses. Ses.

Ses.

1? y 3? 2?Ses.

(1869-70)

Ses. Ses.

2? Ses.3? Ses.1? Ses.2? Ses.1? Ses.2? Ses.

Ses. Ses.

2? Ses. 3?

Ses.

Cong., Cong.,Cong.,

Cong.,

37? Cong., 38? Cong., 37? Cong., 38? Cong., 39? Cong., 39? Cong., 40? Cong., 40? Cong., 42? Cong., 41? Cong., 41? Cong., 42? Cong.,

34?35?35?36?36?

34?

35 Este cuadro est? tomado de los reportes anuales de la Secretar?a del Tesoro relativos al comercio y a la navegaci?n. Apa

seriada del Congreso (Congressional Serial Set) y tambi?n en Treasury Department, Statistics Bureau, T37, serie de documentos del rece bajo varios t?tulos de los documentos ejecutivos de la C?mara o del Senado, todos ?stos se pueden encontrar en la colecci?n

gobierno. Los documentos consultados, junto con su n?mero de serie, fueron:

s/n

96107242

ec. Doc. ?ec. Doc.

i? ?? Sen. Eji

House Ej

825886931989 1140 1170 1197 10341087 12311268130113481384142914581512 1569

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504 THOMAS SCH?ONOVER

taci?n total de los mismos a?os (v?ase cuadro 1). Obviamente el aumento se debe ?nicamente a la importaci?n de algod?n.

Tambi?n vemos en el cuadro 2 que la exportaci?n a M?

xico de textiles manufacturados aument? durante la Guerra

Civil. Contribuyeron varios factores. Al terminar la importa ci?n de algod?n en rama de los Estados Unidos, la produc ci?n de los viejos centros textiles mexicanos debe haber dis

minuido. La mayor parte de las zonas algodoneras estaban alejadas y eran dif?cilmente accesibles; al mismo tiempo, debi? haber una demanda extraordinaria de algunos tejidos para cubrir las necesidades del ej?rcito en la guerra contra los

franceses. Por supuesto se debe haber vendido clandestina mente a M?xico algo de textiles manufacturados para reven der a la Confederaci?n, aunque quiz?s el patriotismo de los agentes de la Tesorer?a y portuarios redujo este contrabando al m?nimo. En esta forma, la creciente demanda de textiles en

M?xico y la distancia entre los centros de cultivo y las f? bricas pudo haber estimulado la compra de tejidos extran jeros. Surge la duda de si el algod?n en rama que M?xico expor taba a los Estados Unidos proced?a de Texas y de los estados confederados. Aparentemente no fue as?, pero la documenta ci?n es incompleta e indirecta. Mucho algod?n confederado se consegu?a en Matamoros y Tampico, pero el c?nsul gene ral en Tampico, Franklin Chase, se neg? constantemente a sellar y a aprobar las facturas sospechosas de encubrir algo d?n confederado con rumbo a los Estados Unidos; Chase se negaba, pese a que ten?a instrucciones contrarias del secreta rio de Estado, William H. Seward. En el invierno de 1863 comerciantes neoyorkinos intentaron importar algod?n de Tampico. Chase se neg? a hacer los tr?mites argumentando que todo el algod?n confederado era contrabando. El 4 de marzo de 1864, atendiendo a las quejas, el secretario de la Tesorer?a indic? a Seward que no exist?a semejante regla

mento y que el c?nsul deb?a permitir que el algod?n lle gase a Nueva York. En mayo de ese a?o Chase obedeci? las instrucciones y permiti? la compra de algod?n en Tampico, aunque en el mismo despacho defendi? su actitud. A pesar

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EL ALGOD?N MEXICANO

505

de todo, las quejas continuaban todav?a en 1865 pues Chase

segu?a impidiendo que saliese de Tampico el algod?n que

sospechaba proveniente de la Confederaci?n.36 La situaci?n en Matamoros fue diferente y no tan clara. Entre 1861 y 1864 el c?nsul Leonard Pierce, puso los mismos obst?culos al comercio del algod?n confederado aunque en los despachos consulares no hay tanta documentaci?n como en el caso de Chase. El sucesor de Pierce, E. D. Etchison, s? per miti? la exportaci?n de algod?n cobrando ilegalmente $ 1.00 por paca. Destruy? muchos papeles, lo que impide saber con precisi?n qu? ocurri? mientras fue c?nsul. Los confederados frecuentemente prefer?an cambiar su algod?n por armas y pertrechos a negociar compras y ventas separadamente.37 En esta base hubo alg?n intercambio con comerciantes de Esta

dos Unidos.

El aumento de la producci?n algodonera al comenzar la d?cada de los sesentas contribuy? a la expansi?n del comer cio entre dos gobiernos liberales ?el de Ju?rez en M?xico y el republicano en Estados Unidos. El aislamiento de la in dustria textil norte?a de sus proveedores del sur los convirti? en ?vidos compradores de algod?n mexicano. Aunque no hay pruebas incuestionables, los datos del incremento de la pro ducci?n algodonera mexicana, la ingerencia de ciudadanos de los Estados Unidos en el cultivo, el despepite, el empaque y la venta del algod?n mexicano, y la postura oficial de los c?nsules en Tampico y Matamoros, indican que las grandes importaciones de algod?n proveniente de M?xico eran de pro 36 Salmon P. Chase a William Seward, Washington, 4 de marzo de 1864; Franklin Chase a Frederick W. Seward, Tampico, 2 de mayo de 1864

(N? 20), Cons. Disp., Tampico: 7 (M-304/R4) ; W. Wakefield a Seward, Nueva Orleans, 17 de febrero de 1865, adem?s a?adiduras, Cons. Disp., Tampico 8 (M-304/R4). 37 Para ver la opini?n de Pierce acerca del algod?n y el comercio, ver correspondencia consular, Matamoros: 7(M-281/R3); Amzi Wood a Frederick W. Seward, Matamoros, 18 de febrero de 1865, correspondencia consular, Matamoros: 8(M-281/R3) describe los tratos algodoneros de

Etchison. Otros oficios en el volumen 8 describen la conducta que tuvo Etchinson antes, durante y despu?s de su nombramiento consular.

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THOMAS SCH?ONOVER

ducci?n interna y no reexportaciones. La expansi?n en el co mercio del algod?n con los Estados Unidos benefici? la eco nom?a de varias zonas de M?xico, especialmente en la costa del Pac?fico, leal a la causa liberal y poco accesible al control franc?s. Puesto que el gobierno Liberal ped?a frecuentes pr?s tamos forzosos para resistir a Maximiliano, el beneficio eco n?mico del cultivo del algod?n adquiere importancia signi ficativa. Por lo tanto se puede decir que el incremento del cultivo de algod?n en M?xico ayud? directa o indirectamente a sostener en el poder al gobierno liberal de Ju?rez.38

38 El autor desea agradecer a Judy Gentry, investigadora familiari zada con el comercio confederado, por la informaci?n sobre el deseo de 101 confederados de canjear algod?n por pertrechos de guerra en Matamoros. Agradece tambi?n a su esposa por la ayuda prestada en la investigaci?n, redacci?n y mecanograf?a de este art?culo. El trabajo de in vestigaci?n fue facilitado por los auxilios financieros del Chicago Civil

War Round Table's Fellowship para los a?os 1968-1969 y de la USL Foundation, en 1971.

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EXAMEN DE LIBROS Richard R. Facen y William S. Tuohy, Politics and Privilege in a Mexican City. Stanford, Cal., Stanford University Press, 1972. Al igual que en la obra de Bachrach y Baratz,1 la estructura del poder pol?tico descrita por Fagen y Tuohy en Politics and

Privilege in a Mexican City tiene dos caras: una, la visible, ha sido objeto de varios estudios que generalmente definen el poder como participaci?n en decisiones, coerci?n o influencia; otra, la invisi ble, corresponde a un conjunto de valores, creencias y "reglas del juego" que impiden el cambio social. Este estudio de Jalapa em pezado en 1966 analiza la forma en que el proceso gubernamental en esta ciudad desalienta sistem?ticamente todo desaf?o al statu quo

e impide que los problemas de los ciudadanos se conviertan en pro blemas de la colectividad.

Los autores no necesitan una teor?a elitista para comprobar esta situaci?n. Lo que describen es un conjunto institucional que aparece como autodestructivo debido a la incapacidad del ayunta miento local de tomar decisiones, por una parte, y al esp?ritu a la vez c?nico y ap?tico de los ciudadanos, por la otra. Los mecanismos que permiten que las clases ricas y de mayor educaci?n obtengan ventajas de este sistema pol?tico, no son ileg?timos dentro del marco

del sistema pol?tico mexicano. En principio, se da el mecanismo ya conocido por el cual el inter?s p?blico se tiende a definir natu ralmente como el inter?s de la clase privilegiada (en este caso, se define como desarrollo econ?mico). A esto se a?aden otros tres me canismos que definen caracter?sticas peculiares del sistema pol?tico mexicano: en primer lugar, el hecho de que los pol?ticos no se vean obligados a rendir cuentas de su gesti?n, dada la norma de no reelecci?n y la ausencia aparente de competencia inter e intrapar tidista; segundo, el centralismo, es decir, el hecho de que la mayo r?a de las decisiones locales son tomadas a niveles administrativos

i Peter Bachrach y Morton S. Baratz, Power and Poverty, Theory and Practice. Oxford University Press, 1970.

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EXAMEN DE LIBROS

m?s altos que el ayuntamiento, niveles donde los problemas locales suelen encontrar un ambiente poco favorable; y, tercero, la cos tumbre de interpretar las demandas pol?ticas como favores perso nales que se conceden a los que tienen acceso personal al aparato administrativo, es decir, a miembros de las clases privilegiadas. A pesar de que los autores establecen al principio de la obra que Jalapa no debe considerarse una ciudad mexicana t?pica, o un microcosmos del sistema pol?tico mexicano, est? claramente presen tada como tal. Esto nos recuerda las pretensiones que ten?an obras como las de William L. Warner, Floyd Hunter y Robert Dahl.2 La variabilidad entre ciudades mexicanas ya se puede apreciar por los estudios de casos cada vez m?s numerosos,3 como se comprob? en los Estados Unidos por los estudios comparativos que siguieron a los

primeros estudios pioneros.4 En particular, es discutible la afir maci?n de Fagen y Tuohy de que el conflicto pol?tico en el sistema mexicano (o por lo menos en Jalapa) tiene un car?cter accidental; tal conclusi?n s?lo se puede basar en el supuesto, muy poco fiable, de que la totalidad de las demandas pol?ticas pasa por canales ins titucionales, pues ?stos son los ?nicos que los autores analizan. ?ltimamente se ha reconocido que la importancia de los pro blemas que plantea un estudio depende de los valores sociales in corporados en ?ste en forma impl?cita o expl?cita. Con suponer que

la autonom?a pol?tica local es deseable a priori, Fagen y Tuohy 2 William L. Warner, Yankee City. Yale University Press, 1963; Floyd Hunter, Community Power Structure. University of North Carolina Press,

1953; Robert Dahl, Who Governs. Yale University Press, 1961. 3 Orrin E. Klapp y L. Vincent Padgett, "Power Structure and Decision

making in a Mexican Border City", American lournal of Sociology, vol. LXV (enero 1960) , pp. 400-406; William V. d'Antonio y Richard

Sutter, "Elecciones preliminares en un municipio mexicano: nuevas ten dencias en la lucha de M?xico hacia la democracia", Revista Mexicana de Sociolog?a, vol. 29.1 (enero-marzo 1967), pp. 93-108; Antonio Ugalde, Power and Conflict in a Mexican Community. University of New Mexico Press, 1970; Lawrence S. Graham, Politics in a Mexican Community. University of Florida Press, 1968. 4 M. Aiken, "The Distribution of Community Power: Structural Bases

and Social Consequences", en M. Aiken y P. Mott, The Structure of

Community Power: an Anthology (Random House, 1970) ; Terry N. Clark, Community Structure and Decision Making: Comparative Analyses (San Francisco, 1968).

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EXAMEN DE LIBROS

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corren el riesgo de un desacuerdo b?sico con el lector latinoame ricano. Aunque puede parecer obvio a la mayor?a de los lectores norteamericanos que la autonom?a local es el verdadero camino hacia la democracia, al lector mexicano la historia le sugiere todo lo contrario: en la historia de M?xico, autonom?a local ha sido sin?nimo de desmembramiento nacional y de caudillismo. A este lector, entonces, el hecho de que los gobiernos locales no tengan autonom?a pol?tica no se le presenta como un problema realmente relevante. Lo que es m?s importante, es determinar c?mo funciona el sistema pol?tico tal como es. Si el centralismo pol?tico e institu cional fueran tomados como un dato de base, y no como un defecto,

se podr?an plantear una serie de problemas a los cuales no se en frentaron los autores debido a su evaluaci?n impl?cita del sistema pol?tico mexicano: c?mo se transmite el poder del centro al nivel local; en qu? forma se incorporan en el sistema partido/gobierno distintos grupos de inter?s; c?mo se mantiene la legitimidad del sistema pol?tico; cu?les son las condiciones o los requisitos para mantener la integraci?n entre los distintos niveles del aparato pol? tico-administrativo, etc.

Con esta perspectiva, muchos de los datos presentados por Fagen

y Tuohy se prestan a interpretaciones distintas de las que les die ron los autores. Por ejemplo, el presidente municipal no aparece necesariamente como un par?sito sin verdadera funci?n, sino como un agente de cambio entre los intereses locales y estatales. Por otra

parte, la representaci?n en el PRI local de distintos grupos de inter?s puede tener m?s importancia de la que le prestan los auto

res, porque puede corresponder a una forma espec?ficamente mexi

cana de pluralismo pol?tico. Por estas razones, es preferible considerar que este an?lisis de Jalapa ofrece una imagen demasiado simplificada del sistema po l?tico mexicano en general. Sin embargo, nos da indicaciones muy importantes de cu?l podr?a ser la din?mica de aquel sistema, a condici?n de considerar como variables los factores institucionales que son presentados como constantes de este sistema. Con esta perspectiva se pueden hacer preguntas sobre cu?les procesos guber namentales tienen la mayor probabilidad de existir en ciudades que se distinguen de Jalapa en su grado de heterogeneidad econ? mica, en la influencia del gobierno del estado (Jalapa es capital del estado), en el nivel y las caracter?sticas de la inmigraci?n o en la influencia de los partidos de oposici?n. Es indispensable un marco

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EXAMEN DE LIBROS

de referencia comparativo para comprobar tales hip?tesis, lo cual queda fuera del alcance de un estudio de caso ?nico. Sin embargo,

este tipo de estudios es un punto de partida necesario para la

elaboraci?n de una teor?a del gobierno local en M?xico.

Vivianne M?rquez Departamento de Investigaciones

Hist?ricas, INAH

Jos? C. Valad?s, Ortgenes de la rep?blica mexicana. La auro ra constitucional, M?xico, Editores Mexicanos Unidos, 1972, 704 p. La obra m?s reciente de don Jos? C. Valad?s intenta dar una visi?n de conjunto de una de las ?pocas menos favorecidas por la historiograf?a mexicana: la que corre de 1821 a 1854. Para ello, el libro consta de 663 p?ginas de texto, divididas en noventa y tres cap?tulos, y calzadas por 2760 notas al pie de p?gina. Adem?s, cuen ta con un ?ndice onom?stico. De los noventa y tres cap?tulos, aproxi

madamente el setenta por ciento trata de temas relacionados con la vida pol?tica, comprendiendo dentro de ella los aspectos ideol? gicos, constitucionales, institucionales, diplom?ticos y militares, aparte de lo eminentemente pol?tico, o sea, las relaciones entre los hombres del poder. El treinta por ciento restante da cabida a aspectos de la vida econ?mica: finanzas p?blicas y privadas comer cio, comunicaciones, agricultura, industria y miner?a; de la vida social: descripciones de la vida rural y la urbana, costumbres, diver

siones p?blicas, etc., y de la vida intelectual donde destaca la des cripci?n de establecimientos de ense?anza, publicaciones y actitudes

de los hombres que escribieron y ense?aron. Historiador ajeno a las instituiones dedicadas espec?ficamente a la producci?n historiogr?fica, Valad?s forma parte de esa corrien

te que hereda parte de la metodolog?a positivista, pero que, al prescindir de la interpretaci?n evolucionista de la historia, queda en puro empirismo. Dentro de ?ste, Valad?s parece orientarse hacia una concepci?n liberal en lo que toca a la interpretaci?n que hace

de los hechos. Aun cuando no conozco en su totalidad la obra de Valad?s, que es extensa, es f?cil percibir su preferencia por los grandes temas,

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EXAMEN DE LIBROS

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algunos de ellos muy controvertidos, como los referentes a las gue

rras entre M?xico y Texas y M?xico y los Estados Unidos.

Asimismo, su obra se ha caracterizado por el tratamiento exhaustivo

de sus temas, como es el caso de El porfirismo, historia de un r? gimen y la Historia general de la revoluci?n mexicana, o bien sus biograf?as de Alam?n, Ocampo y Madero, e inclusive trabajos de corta extensi?n, como su introducci?n a la Cartilla socialista de Plo tino C. Rhodakanaty. Tambi?n es autor de una Historia del pueblo mexicano, en tres vol?menes.

Aunque no en todos sus trabajos muestra su aparato cr?tico, es evidente que Valad?s se ha beneficiado de la consulta minuciosa de archivos p?blicos y privados, como es obvio en Or?genes de la rep?blica mexicana, donde tambi?n se advierte una ausencia de consulta de algunas fuentes de corte historiogr?fico. Por otra parte, en ocasiones cita apoyos documentales y, m?s a?n, historiogr?ficos,

para afirmar cuestiones que no lo requieren, como establecer que Luis Felipe es abuelo de Carlota Amalia. O bien, apoyarse en un discurso de Narciso Bassols para discutir la versi?n de que Santa Anna quer?a vender los territorios norte?os, antes de La Mesilla. En otras ocasiones, en cambio, afirma cosas que necesariamente deber?an estar apoyadas sin hacerlo. Entre la documentaci?n mejor manejada por Valad?s, destacan los protocolos del Archivo de No tar?as, m?s que nada para desarrollar sus cap?tulos acerca de la vida social y la econ?mica. Las obras m?s aprovechadas, por su parte, son, tal vez, las Memorias de Bocanegra y el Su?rez y Navarro.

El libro Or?genes de la rep?blica mexicana carece, en rigor, de estructura. Los noventa y tres cap?tulos est?n dispuestos siguiendo

una l?nea cronol?gica que en m?s de una ocasi?n hacen que se pierda el hilo conductor, sobre todo cuando intercala las cuestio nes econ?micas, sociales y culturales dentro del marco pol?tico. Da la impresi?n de que los cap?tulos, si no todos, s? muchos de ellos, son art?culos autosuficientes y no partes de una totalidad. Inclusive, el lector queda tentado a hacer una segunda lectura cortazariana, de

acuerdo con una tabla que responda mejor a las reglas de la l?gica de la explicaci?n historiogr?fica. Cuando la obra alcanza su mejor unidad es a partir del tratamiento que da a la guerra entre M?xico y los Estados Unidos y los sucesos posteriores, hasta la irrupci?n del Plan de Ayutla. Es al final del libro cuando aparecen m?s cla ras las finalidades de Valad?s, a saber, la discusi?n de que M?xico

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EXAMEN DE LIBROS

surge a la vida sin una experiencia pol?tica y, por ello, la genera ci?n inicial fue incapaz de construir un Estado nacional.

La inexistencia de ese estado es lo que sirve de explicaci?n,

justificaci?n y recriminaci?n de los hechos y de los personajes res ponsables de los hechos. No obstante su nacionalismo, Valad?s no cae en el juego de la interpretaci?n oficialista de la historia me xicana, sino que llega a hacer la suya propia. Con esto, es obvio que tampoco cae en la interpretaci?n tradicionalista antioficial.

S?lo que la interpretaci?n de Valad?s no llega a la congruencia

necesaria que permita obtener una idea de conjunto en torno a esta ?poca, de suyo ca?tica. Aplaude y rega?a a Zavala, a Alam?n, m?s bien rega?a a Otero, pero aplaude a Rej?n. G?mez Farias aparece y desaparece sin demasiados calificativos, y as? con otros personajes.

Santa Anna, en cambio, es el hombre de la ?poca y del libro. Contrasta la imagen que nos presenta del general veracruzano, con las versiones convencionales de la historiograf?a oficial o con interpretaciones negativas como la de Fuentes Mares, para llegar a hacer evidente uno de los prop?sitos del libro: salvar a Santa Anna de ser la figura negra de su tiempo. El general actu? dentro de un M?xico sin Estado y sin Naci?n y entre pol?ticos inexpertos. Inde pendientemente de la disculpa de Santa Anna, que en rigor no es

el personaje execrable que nos ense?aron en la escuela, resulta inconsistente la afirmaci?n de que los pol?ticos de la ?poca eran

inexpertos. Pi?nsese en Alam?n, Zavala o Ramos Arizpe (a quien, dicho sea de paso, Valad?s no ubica en la dimensi?n que le corres ponde) , formados en la experiencia de las cortes espa?olas, y auto res de pol?ticas dignas de estadistas de primera.

La obra de Valad?s resulta, as?, una ense?anza positiva acerca de una ?poca poco trabajada por los profesionales de la historio graf?a de hoy, y por lo tanto, lectura obligada para los interesados.

Hay que enfrentarse, eso s?, a las constantes arbitrariedades adjeti vales del autor, a sus rebuscamientos ling??sticos ("Un mes menos quince d?as demor? para llegar a las puertas de Acapulco...") y al desciframiento de lo que quieren decir los t?tulos de los cap?tulos, muchos de los cuales corresponden en poco a lo enunciado. Pese a ello, es obra a la que se le puede sacar bastante provecho.

Alvaro Matute Instituto de Investigaciones

Hist?ricas, UNAM

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EXAMEN DE LIBROS

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A Catalog of the Yucatan Collection of Microfilm in the Uni* versity of Alabama Libraries. Prepared by Ballew Bingham.

With an introduction by W. Stanley Hoole. Alabama, The University of Alabama Press, 1972, 100 pp.

A ra?z de las investigaciones realizadas en Yucat?n por la Uni versidad de Alabama, surgi? el inter?s de microfilmar la colecci?n de documentos existentes en el Instituto Yucateco de Antropolog?a e Historia. Fueron patrocinadores de este proyecto el Dr. Edward D. Terry, director de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Alabama, el Dr. Alfredo Barrera V?squez, director del Instituto Yucateco de Antropolog?a e Historia, y el Dr. Clemente L?pez Tru jillo, director de la Hemeroteca del Estado, M?rida; tambi?n se cont? con la colaboraci?n del Dr. W. Stanley Hoole, decano de la Biblioteca de la Universidad de Alabama, quien tuvo a su cargo la selecci?n de los documentos m?s importantes para su micro filmaci?n. Una copia de la pel?cula fue depositada en el Instituto

de M?rida, y el negativo en la Biblioteca de la Universidad de Alabama en Tuscaloosa. Posteriormente la Sra. Marie Ballew Binham se encarg? de lo calizar los documentos en los diferentes rollos de pel?cula y de orga nizados en un cat?logo alfab?tico con referencias cruzadas y no por

orden de aparici?n en la pel?cula. Tambi?n se encuentra en elabo raci?n otro cat?logo sobre la segunda micro filmaci?n realizada en otras dos bibliotecas de M?rida en 1971. El cat?logo ya publicado, que ahora comentamos, contiene alre dedor de 60 diferentes t?tulos de peri?dicos y 20 de revistas, con la desventaja de no contener todas las ediciones de cada uno de elJos. El periodo que comprenden va desde el primer peri?dico publicado en la pen?nsula de Yucat?n en 1813, hasta los de la pri mera d?cada del siglo xx. La mayor?a de las publicaciones son de la ciudad de M?rida; en menor cantidad est?n las de Campeche; y por ?ltimo se recogen algunos ejemplares publicados en las ciudades m?s importantes y cercanas a M?rida. Estos peri?dicos y revistas en su mayor?a est?n dedicados a temas pol?ticos, aunque tambi?n los hay especializados en literatura, ciencias, arte, industria y comercio, cr?tica, burlescos,

sat?ricos y para ni?os. Tambi?n contiene un gran n?mero de libros, la mayor parte

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EXAMEN DE LIBROS

publicados en la ciudad de M?rida en el siglo xix. Tambi?n hay algunos ejemplares publicados en M?xico y Madrid; estos ?ltimos son de los siglos xvn y xv?n. La tem?tica de los libros es la siguien

te: historia, geograf?a, literatura ?poes?a, novela, leyenda?, reli gi?n, pol?tica, educaci?n. ?stos son los temas m?s tratados, pero tambi?n hay libros de biograf?as, viajes, m?sica, documentales, cr? nicas, legislaci?n, medicina, herbolaria, moral, filosof?a, espiritismo, fitolog?a, dibujo y otros temas.

Existe una gran cantidad de estatutos y reglamentos tanto del Estado (Gobierno Interno de Yucat?n, Guardia Nacional, Tesore r?a, Polic?a, Instrucci?n P?blica, hospitales, caminos, etc.), como referentes a diversas asociaciones de tipo bancario, gremial, comer cial y religioso. El contenido del cat?logo en asuntos econ?micos del siglo xix es muy variado; sin embargo, sobre algunos temas hay m?s docu mentos en el cat?logo. En t?rminos muy generales se pueden agru par en asuntos sobre administraci?n p?blica, notariales, bancos, movimiento de aduanas, producci?n, boletines relacionados con el comercio y estad?sticas. Para el siglo xv?n la informaci?n se reduce

a cuadernos de diezmos de la ?ltima d?cada.

Sobre pol?tica del siglo xv?n las fuentes se reducen a c?dulas, despachos, ?rdenes y t?tulos reales; en cambio, para el xix son muy ricos y variados los documentos que existen, particularmente los que se refieren a la conformaci?n del estado yucateco. Los docu mentos se pueden agrupar de la siguiente manera: correspondencia, comunicaciones, memorias de los secretarios generales de gobierno, asuntos oficiales, acuerdos del Ayuntamiento, memorias, discursos, programas, convocatorias, oficios, estatutos, decretos, manifiestos, comunicaciones, boletines e informes de Gobierno, leyes constitu cionales, correspondencia diplom?tica, elecciones, partidos, dipu taciones, Congresos y Consejos de Estado.

La jurisprudencia yucateca es un tema que tambi?n se podr?a estudiar a trav?s de los documentos incluidos en este cat?logo: acusaciones, sentencias, procesos, alegatos, demandas, amparos, cues

tiones criminales, etc., todos ellos presentados ante el Tribunal Superior de Justicia. El cat?logo tambi?n contiene una serie de documentos sobre temas espec?ficos, como los que se?alamos a continuaci?n. Educaci?n: leyes, decretos y planes emanados del Ayuntamiento

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EXAMEN DE LIBROS

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sobre instrucci?n p?blica, programas de educaci?n primaria, secun daria, profesional, popular; informes de los directores de escuelas sobre programas, actividades y ex?menes finales; libros de texto para escuelas primarias y secundarias; gram?ticas castellana, italia na y de lenguas ind?genas; conferencias y estad?sticas.

Religi?n y clero: Comisiones eclesi?sticas, organizaciones y so ciedades religiosas, colegios, nombramientos del clero, correspon dencia, sermones, cartas pastorales, oraciones y colecci?n de panfletos.

Asuntos militares: cr?nicas de campa?a, comunicaciones, discur sos, asuntos oficiales, correspondencia, circulares, manuscritos, con

vocatorias gastos y movilizaciones.

Asuntos ind?genas: Sobre este tema los documentos se restringen a correspondencia de los religiosos, militares y gobierno, y de estos

grupos entre s?, en el periodo de 1840 a 1850.

Queda por decir que hay una miscel?nea muy grande, casi im posible de clasificar, cuyos temas abarcan desde la formaci?n del

puerto de Progreso, propaganda de una compa??a de viajes de

Par?s con motivo de la Exposici?n Internacional y diversiones de la ?poca, hasta cuestiones necrol?gicas, temas todos que no dejan de ser

importantes para el conocimiento de la realidad yucateca. Es lamentable, pues, que archivos de esta riqueza, tengan que ser microfilmados por universidades norteamericanas. El archivo del Instituto Yucateco de Antropolog?a e Historia no es el ?nico caso. Como ya se mencion?, se microfilmaron otras dos bibliotecas en 1971, y actualmente otra universidad tambi?n norteamericana est? microfilmando el Archivo Parroquial y del Arzobispado, y continuar? despu?s con todo el Archivo General del Estado y pos teriormente pasar? a la Hemeroteca. Pero los archivos de M?rida no son el ?nico caso en el pa?s.

Durante el Congreso de la Revoluci?n Mexicana que tuvo lugar en Ciudad Ju?rez, se dio a conocer una situaci?n similar. Todos los archivos del Estado de Chihuahua se encuentran microfilmados

por la Universidad de Texas, y para su consulta se tiene que com prar el cat?logo y la copia del rollo deseado a un precio bastante

elevado.

?Cu?ntos otros archivos de provincia estar?n en la misma situa ci?n? Si los centros de investigaci?n en M?xico no tienen los re cursos necesarios para conservar los archivos a trav?s de esta t?cnica,

entonces tendremos que depender una vez m?s de los Estados

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EXAMEN DE LIBROS

Unidos de Norteam?rica. Pero el problema no es que las universi dades norteamericanas realicen este tipo de trabajo, que en ?ltima instancia es necesario y positivo, sino que en M?xico no existe una pol?tica adecuada con respecto a los archivos. As? como existe una ley que prohibe sacar piezas arqueol?gicas al extranjero, o en la misma forma que se reglamenta la altera ci?n de monumentos coloniales, igualmente deber?a existir una legislaci?n en torno al uso y conservaci?n de archivos que permi tieran un uso ventajoso para los investigadores nacionales. Con respecto a la copia de archivos, los pa?ses interesados debe r?an contraer ciertos compromisos m?nimos con M?xico para que los investigadores nacionales tuvieran un f?cil acceso a las micro filmaciones. Adem?s se deber?a exigir a las instituciones extranjeras

que realizan este tipo de trabajo, una copia por lo menos de todo documento microfilmado. Esto, con el fin de que al paso del tiem po, cuando "la roedora cr?tica de los ratones" haya terminado con los archivos, no nos quede nada m?s el recuerdo de documentos que existieron alguna vez en M?xico, sino al menos copias de aque llo que ha permitido conocer la Historia de M?xico.

Leticia May?la Reina Aoyama

Departamento de Investigaciones

Hist?ricas, INAH

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HISTORIA M?NIMA DE M?XICO (Desde los or?genes hasta 1972)

por Daniel Cos?o Villegas Ignacio Bernal Alejandra Moreno Toscano

Luis Gonz?lez

Eduardo Blanquel

M?x. $ 10.00 Dis. $ 1.00

*

Pedidos directamente a:

EL COLEGIO DE M?XICO Departamento de Publicaciones

Guanajuato, 125

M?xico 7, D. F.

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BANCO NACIONAL DE COMERCIO EXTERIOR, S. A.

CENTRO NACIONAL DE INFORMACI?N SOBRE COMERCIO EXTERIOR (establecido en septiembre de 1965)

El Centro Nacional de Informaci?n sobre Comercio Ex terior ofrece a los exportadores mexicanos, sin costo algu

no, los siguientes servicios:

informaci?n sobre oportunidades de exportaci?n en todo el mundo.

asesor?a sobre la elecci?n de canales de distribu ci?n y contactos comerciales en el extranjero.

informaci?n sobre medios de transporte y costo de fletes y seguros.

asesor?a sobre procedimientos de exportaci?n y financiamiento de ventas al exterior.

El Centro Nacional de Informaci?n sobre Comercio Ex terior distribuye gratuitamente un bolet?n quincenal (Carta para los Exportadores), que puede solicitarse a las oficinas del Centro:

Centro Nacional de Informaci?n sobre Comercio Exterior Banco Nacional de Comercio Exterior, S. A. Venustiano Carranza N* 32 This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:28:38 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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