Historia mexicana 101 volumen 26 número 1

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HISTORIA MEXICANA

EL COLEGIO DE MEXICO

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HISTORIA MEXICANA 101

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Vi?eta de la portada La letra L en un alfabeto mnemot?enico propuesto para uso de los indios, seg?n Valad?s (Rhetorica cristiana, 1579).

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HISTORIA MEXICANA

Revista trimestral publicada por el Centro de Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas Redactor: Bernardo Garc?a Mart?nez

Consejo de Redacci?n: Jan Bazant, Lilia D?az, Elsa Cecilia Fr Gonz?lez, Mois?s Gonz?lez Navarro, Andr?s Lira, Luis Mur bulse, Berta Ulloa, Josefina Zoraida V?zquez. Secretaria de Redacci?n: Anne Staples

VOL. XXVI JULIO-SEPTIEMBRE 1976 SUMARIO

Advertencia 1 Art?culos

Elsa Cecilia Frost: El milenarismo fra M?xico y el profeta Daniel 3

Ignacio Gonz?lez-Polo: La ciudad de M nes del siglo xviii ? Disquisiciones manuscrito an?nimo 29

Jan Bazant: La familia Alam?n y los de del conquistador ? 1850-1907 48

Mois?s Gonz?lez Navarro: Las guerr

Douglas W. Richmond: El nacionalism za y los cambios socioecon?micos ?

Testimonios

Lino G?mez Ca?edo: La Sierra Gorda a f

glo xviii ? Diario de un viaje de ins sus milicias 132

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Examen de libros Sobre Descripciones econ?micas generales de la Nue

va Espa?a - 1784-1817 (Jos? Mar?a Mur?a) 150

Sobre El obispado de Michoac?n en el siglo xvii y An?lisis estad?stico de la provincia d? Michoac?n en 1822 (Ulises Beltr?n) 152 Sobre Francisco Jim?nez: Los Episodios nacionales

de Victoriano Salado Alvarez (L. B. Klein) 158

Sobre Max L. Moorhead: The presidio ? Bastion of the Spanish borderlands (Mar?a del Carmen Ve

l?zquez) 161

La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente personal

de sus autores. Son ajenos a ella, rn, consecuencia, la revista, El Colegio y las instituciones a que est?n asociados los autores.

Historia Mexicana aparece los d?as le de julio, octubre, enero y abril

de cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s $30.00 y en el extranjero Dis. 250; la suscripci?n anual, respectivamente, $100.00

y Dis. 8.50. N?meros atrasados, en el pa?s $35.00; en el extranjero, Dis. 3.30.

? El Colegio de M?xico Camino al Ajusco 20 M?xico 20, D. F.

Impreso y hecho en M?xico Printed and made in Mexico

por Fuentes Impresores, S. A., Centeno, 4-B, M?xico 13, D. F.

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ADVERTENCIA Este n?mero 101 de Historia Mexicana aparece cuando El Colegio de M?xico inicia una nueva etapa de su vida en un grande y hermoso edificio fuera de la ciudad de M?xico, al pie de los cerros del Ajusco, con instalaciones y servicios que no hubieran cabido en la imaginaci?n m?s calenturienta de hace veinticinco a?os, cuando esta revista fue fundada. El

Colegio se albergaba entonces en una casa porfiriana de la calle de ?ap?les, que Luis Gonz?lez recuerda como un "ca s?n de tres pisos y s?tano con escalerones y tarimas rechi nantes, una gran sala rococ? y media docena de aposentos convertidos en aulas y despachos". El Colegio ha seguido cre ciendo, pero nunca tanto como ahora. Que su mudanza haya sucedido justamente entre la aparici?n de nuestros n?meros 100 y 101 es una mera coincidencia, pero sorprendente. ?Fue el n?mero 100 r?quiem de un Colegio y este 101 tedeum de

otro por surgir? Lo cierto es que, si el Colegio puede ufa

narse de empezar vida nueva, trabajando, como siempre qui so, alrededor de un claustro ?el nuevo edificio tiene en su centro un enorme patio? nuestra revista se conforma con tratar de conservar lo bueno que ha tenido y de mejorar sus

defectos. Don Daniel Cos?o Villegas la fund? con el prop? sito de dar albergue en su peque?o formato y en sus ciento sesenta p?ginas, "sin prejuicios ni bander?as", a los "traba jos de historia mexicana de mexicanos y extranjeros". Tam bi?n pretend?a dar oportunidad de publicar sus trabajos a

los historiadores de provincia, como parte de su gran deseo de ampliar los horizontes acad?micos del pa?s. Amante de las

pol?micas, trat? de estimular la lectura de la publicaci?n haciendo que se entablaran en sus p?ginas discusiones de

mucho inter?s. Historia Mexicana tratar? de mantener y am pliar sus prop?sitos originales, con las modalidades que, por raz?n de su evoluci?n, imponen en nuestros d?as los usos y m?todos m?s perfeccionados de la disciplina hist?rica. Es una empresa ciertamente dif?cil, pero no imposible, dar a los es l

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ADVERTENCIA

tudios m?s profesionalizados de hoy la difusi?n de los e critos m?s espiritosos de ayer, y reclamar valor acad?mic para los trabajos serios y honestos del historiador aficionado La apariencia f?sica de Historia Mexicana seguir? siendo en lo esencial, la misma que sus lectores conocen bien des de el primer n?mero. El 101 introduce, sin embargo, un reforma en el modo de presentar siglas y referencias bibli gr?ficas que permite aligerar las notas de pie de p?gina, r duci?ndolas al m?nimo necesario para las explicaciones del texto o la ubicaci?n de las fuentes, y concentrar al final d cada art?culo, de modo muy claro, bibliograf?as, listas de chivos, etc. Confiamos en que el lector, una vez familiariza

con esta forma m?s moderna de ordenar las notas, encontrar?

m?s c?moda la lectura de nuestra revista.

La redacci?n

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EL MILENARISMO FRANCISCANO EN M?XICO Y EL PROFETA DANIEL Elsa Cecilia Frost El Colegio de M?xico Hay entre los libros del Viejo Testamento uno que parece ser un compendio de problemas. Si empezamos por la iden tidad del autor, nos encontramos con que seg?n la evidencia

interna el libro no pudo haber sido escrito durante el si glo vi a.c. como se hab?a venido creyendo hasta el siglo pasado1 y por lo tanto, no puede atribuirse al profeta Daniel. Si ?poca y autor son problem?ticos, no lo es menos su redac ci?n, puesto que en ?l se mezclan las narraciones (caps, i-vi) y las visiones prof?ticas (caps, vn-xii), escritas en un estilo muy diferente. Los seis primeros cap?tulos cuentan, en forma muy

sencilla y en tercera persona, la vida de un joven hebreo ?Da

niel? en la corte de Babilonia y el ascendiente que logr? alcanzar sobre Nabucodonosor gracias a su facultad de in terpretar los sue?os. El relato termina en la ?poca de Ciro el Persa. En los cap?tulos siguientes, el propio Daniel des cribe, usando un lenguaje complicado y deliberadamente

oscuro, una serie de terribles visiones cuya interpretaci?n da ?l mismo. Los dos ?ltimos cap?tulos (xin y xiv) retoman el hilo del relato y, haciendo caso omiso del tiempo transcurrido

?que puede precisarse por la sucesi?n de reinados?, Daniel i Para este an?lisis me baso principalmente en Grollenberg, 1971, pp. 295-308. Cf. tambi?n Barsotti, 1967, pp. 9-17, 291-301, y la "In

troducci?n a los profetas" de la Biblia de Jerusal?n, versi?n de la

que se han tomado todas las citas. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

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ELSA CECILIA FROST

se vuelve a presentar como un joven cuya sabidur?a le per mite triunfar sobre el mal. Como vemos, en el libro se entremezclan temas y esti

los; a ello se a?ade otra dificultad: tal como ha llegado

hasta nosotros, ha sido traducido de tres lenguas distintas, hebreo, arameo y griego. Los exegetas han querido explicar esta diversidad recordando que, tras el destierro, el arameo fue convirti?ndose en lengua popular, en tanto que el he breo qued? reservado a la liturgia. Por ello, ser?a de esperar que los relatos estuvieran escritos en arameo, en tanto que para las visiones se usara el hebreo. Sin embargo, el esquema no se ajusta a la realidad, ya que el libro se inicia en hebreo y s?lo en el cap?tulo n (a la mitad del vers?culo 3) empieza a utilizarse el arameo que abarca hasta el cap?tulo vu com pleto. Las visiones siguientes aparecen en hebreo y, como para complicar m?s el trabajo del traductor, las biblias ca t?licas a?aden los dos relatos finales, tomados de la versi?n griega, lo mismo que las bell?simas oraciones intercaladas en el cap?tulo ni. A esta confusi?n de lenguas a?n ha de agregarse que la mayor?a de los relatos y las visiones llevan una fecha que, a pesar de algunas incongruencias (?nunca existi? un "Da r?o el Medo"!), permitieron establecer una cronolog?a pre

cisa: del reinado de Nabucodonosor (605-562) al de Ciro (553-529). De aqu? que, como dije al principio, durante si glos se haya considerado ?sin duda de acuerdo con la in tenci?n de su autor? que el libro era una cr?nica contem

por?nea de los sucesos descritos. Hay, empero, algunos datos que hicieron que esta idea fuera abandonada. Daniel carece de uno de los rasgos m?s caracter?sticos de los escritos pro f?ticos, a saber, la vaguedad de todos los enunciados refe rentes al futuro, que no son nunca afirmaciones sino m?s bien sugerencias veladas, en contraste con la precisa descrip ci?n del presente. En Daniel parece darse el caso contrario, pues todo lo referente a la vida del profeta mismo resulta poco claro, aun concediendo que el autor no quisiera entrar en m?s detalles. Por contra, el futuro aparece n?tidamente

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EL PROFETA DANIEL

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dibujado y hasta puede decirse que gana en exactitud en la medida en que se aleja del presente. Esto convierte a

Daniel en un caso especial, pues vendr?a a ser el ?nico pro feta con un conocimiento exacto del futuro. Esta inversi?n de t?rminos fue lo que hizo sospechar a la exegesis que lo que aparece en el libro como presente lo fuera en realidad

y se empez? a considerar que Daniel debe clasificarse no

entre los libros prof?ticos stricto sensu, sino entre los escri tos apocal?pticos.

Con ello nos enfrentamos a un nuevo problema: el de

la llamada literatura apocal?ptica. Las obras as? consideradas

?los apocalipsis de Enoc, No?, Abraham, Mois?s, Isa?as, Esdras y Daniel? surgieron durante los siglos n y i a.c. como respuesta a una de las mayores crisis que el pueblo jud?o ha tenido que arrostrar a lo largo de su historia. Fue ?ste el momento en que Ant?oco IV Epifanes suprimi? los sacrificios diarios en el templo y erigi? "la abominaci?n de

la desolaci?n". Fue la ?poca en que los Macabeos se levan

taron contra los soberanos sel?ucidas a fin de recobrar la

libertad religiosa y pol?tica de su pueblo. Fue la ?poca, en suma, en que el judaismo se sinti? amenazado por un nuevo enemigo que lo atacaba insidiosamente no desde fuera ?aun

que tampoco esto le faltara?, sino desde dentro. El hele nismo, aceptado ya por las clases altas, amenazaba con la corrupci?n total de la vida y las costumbres jud?as. Ante

esta nueva prueba, una m?s en la larga serie de desastres, derrotas, exilios y dispersiones que tan mal se aven?a con su conciencia de ser el pueblo elegido, los jud?os reacciona ron mediante los apocalipsis, es decir, las "revelaciones" de

Dios a su pueblo. Puede decirse que todos ellos tienen un

mismo tema: el anuncio del triunfo final que el "resto fiel" alcanzar? al cumplirse los tiempos. Y para dar mayor peso y credibilidad a este anuncio, las revelaciones se atribuye ron, como vimos, a alg?n personaje venerado del pasado. Dios, ese Dios que hab?a escogido a Israel y lo hab?a resca tado de los peligros anteriores, habla por boca de estos hom bres y reafirma que su poder est? por encima de cualquier This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:36:29 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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poder temporal; los jud?os deben recordar que ha acudido una y otra vez en su ayuda y que tambi?n ahora lo har?.

No hay que perder la fe, pues esta crisis, estos sufrimientos son vaticinio de que el fin est? ya cerca. Yav? aniquilar? a

sus enemigos y consolidar? su poder sobre el mundo. Los justos vivir?n entonces en un nuevo ed?n. Ahora que, bien visto, toda esta literatura apocal?ptica plantea a?n otro pro blema, pues, como dice Grollenberg: 2 "?c?mo se va a in culcar la confianza en la asistencia de Dios, vali?ndose para ello de un relato ficticio sobre una liberaci?n obrada por Dios?" Y no cabe duda de que sus contempor?neos sab?an que se trataba de un relato ficticio, de una profec?a "hecha hacia atr?s". Sea cual fuere la respuesta a este ?ltimo interrogante,

el libro de Daniel ?a pesar de todos los problemas que

plantea, algunos ?nicos y otros, como vimos, compartidos con el g?nero al que pertenece? ha tenido una suerte dis tinta a la de sus cong?neres. Este escrito oscuro y dif?cil, enigm?tico y "sellado" por su propio autor, es el ?nico apo calipsis que fue aceptado dentro del canon del Antiguo Tes tamento y su influencia penetr? en tal medida la llamada cultura cristiana que apenas si habr? hombre culto criado dentro de esta tradici?n que no haya o?do hablar del fest?n de Baltasar y de la misteriosa jescritura en la pared, que no

sepa lo ocurrido a Susana con los viejos y a Daniel en el foso de los leones o que no haya usado alguna vez, para

referirse ? la fragilidad de las cosas humanas, el s?mil del "?dolo de los pies de barro". Y ?ste ?que en realidad no es un ?dolo, sino una estatua y que parad?jicamente ha demos trado una resistencia al, tiempo que desmiente lo quebradizo de su sost?n? es el protagonista de este art?culo. Recordemos los vers?culos en que hace su aparici?n:

T?, oh rey, has tenido esta visi?n: una estatua, una enorme estatua, de extraordinario brillo, de aspecto terrible, 2 Grollenberg, 1971, p. 304.

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EL PROFETA DANIEL

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se levantaba ante ti. La cabeza de esta estatua era de oro puro, su pecho y sus brazos de plata, su vientre y sus lomos de bronce, sus piernas de hierro, sus pies parte de hierro y parte de arcilla. T? estabas mirando, cuando de pronto una piedra se desprendi?, sin intervenci?n de mano alguna, vino

a dar a la estatua en sus pies de hierro y arcilla, y los pul

veriz?. Entonces qued? pulverizado todo a la vez: el hierro,

la arcilla, el bronce, la plata y el oro; quedaron como el tamo de la era en verano, y el viento se lo llev? sin dejar rastro. Y la piedra que hab?a golpeado la estatua se con virti? en un gran monte que llen? toda la tierra. Tal fue el sue?o; ahora diremos ante el rey su interpretaci?n. T?, oh rey... t? eres la cabeza de oro. Despu?s de ti surgir?

otro reino, inferior a ti, y luego un tercer reino, de bronce,

que dominar? la tierra entera. Y habr? un cuarto reino, duro como el hierro, como el hierro que todo lo pulveriza y machaca; como el hierro que aplasta, as? ?l pulverizar? y aplastar? a todos los otros. Y lo que has visto, los pies y los

dedos, parte de arcilla y parte de hierro, es un reino que estar? dividido; tendr? la solidez del hierro, seg?n has visto

el hierro mezclado con la masa de arcilla. Los dedos de los

pies, parte de hierro y parte de arcilla, es que el reino ser? en parte fuerte y en parte fr?gil. Y lo que has visto: el hierro

mezclado con la masa de arcilla, es que se mezclar?n ellos entre s? por simiente humana, pero no se mezclar?n el uno al otro, de la misma manera que el hierro no se mezcla con

la arcilla. En tiempo de estos reyes, el Dios del cielo har? surgir un reino que jam?s ser? destruido, y este reino no pasar? a otro pueblo. Pulverizar? y aniquilar? a todos estos

reinos, y ?l subsistir? eternamente: tal como has visto des prenderse del monte, sin intervenci?n de mano humana, la

piedra que redujo a polvo el hierro, el bronce, la arcilla, la plata y el oro. El Dios grande ha manifestado al rey lo que ha de suceder. El sue?o es verdadero y su interpreta ci?n digna de confianza.3

Su interpretaci?n es, adem?s, clara y f?cil de puntuali zar. Si la cabeza de oro es el reino babilonio, el pecho y los 3 Dn il, 31-37, 39-45.

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brazos de plata ser? el de los medos, el vientre y los lomos de bronce el de los persas, las piernas de hierro el de Ale jandro Magno y los pies de hierro y arcilla el imperio divi

dido de sus herederos. (N?tese, por otra parte, c?mo los

reinos contempor?neos de Daniel se despachan en unas cuan tas l?neas y los detalles van en aumento conforme se "pro fetiza" el futuro.) La piedra que se desprende del monte, "sin intervenci?n de mano alguna", es, desde luego, s?mbolo de la intervenci?n decisiva de Dios para salvar a su pueblo e inaugurar el reino de los justos que "llenar? toda la tierra". Sin embargo, como todos sabemos, esta interpretaci?n tan "digna de confianza" y tan clara no tuvo cumplimiento. Por el contrario, en vez del surgimiento del reino mesi?nico, lo que los jud?os tuvieron sobre s? fue la amenaza romana, mu

cho mayor que cualquiera de las anteriores. Algo andaba mal en la interpretaci?n, puesto que no era posible poner

en duda la profec?a misma. La dificultad se super? de modo muy simple. Medos y persas se convirtieron en un solo im perio, el macedonio pas? a ser el de bronce y Roma pudo identificarse con el siguiente, "duro como el hierro". La esperanza en la liberaci?n se mantuvo intacta y la estatua sigui? en pie hasta la aparici?n del cristianismo. ?ste no modific? el esquema interpretativo salvo en un punto: identific? la piedra con Cristo. Este reconocimiento de Jes?s como el Mes?as esperado dio origen a una nueva concepci?n de la historia. Ahora no ?nicamente se postu laba, como en el judaismo, una creaci?n y un futuro fin del mundo, sino que se hizo de la muerte de Cristo la consuma

ci?n de la historia. De hecho, el tiempo ?la historia? ha llegado a su fin, puesto que todas las promesas de Dios se han cumplido en Cristo. Consumada la obra redentora, el fin del mundo no puede estar ya en un futuro indetermi nado, sino muy pr?ximo. Como confirmaci?n de ello, con

taban los cristianos no s?lo con el texto de Daniel y con

toda la tradici?n prof?tica, sino con el Nuevo Testamento. ?Acaso no afirm? el propio Jesucristo que su segunda ve nida, al final de los tiempos, era inminente? La primera This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:36:29 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EL PROFETA DANIEL

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generaci?n cristiana vive en un tenso clima espiritual ape imaginable para sus descendientes, y todo suceso hist?r

es interpretado en funci?n de la parus?a. Por ejemplo

ve en las persecusiones del tiempo de Ner?n el cumplimi de un pasaje del llamado "Discurso escatol?gico" de Jes?s Y cuando las frases que el Evangelio presenta como herald

del juicio final: "Jerusal?n cercada por ej?rcitos",5 y

abominaci?n de la desolaci?n, anunciada por el profeta D niel, erigida en el Lugar Santo",* se identificaron con ca?da de Jerusal?n en manos romanas, la expectaci?n lle

al m?ximo, pues el texto de san Lucas a?ade: "cua

ve?is que sucede esto, caed en cuenta de que el Reino Dios est? cerca. Yo os aseguro que no pasar? esta gen

ci?n hasta que todo esto suceda".7 Es f?cil imaginar el desasosiego y la frustraci?n de lo

f?eles al ver que la segunda parte de la profec?a pare retrasarse indefinidamente. Las bases mismas de la f mejaban tambalearse, pues al no hallar cumplimiento

suceso que deb?a cerrar la historia, ?sta perd?a todo sent

La soluci?n del enigma se hall? mediante una lectura dadosa del mismo cap?tulo de san Mateo que hab?a he pensar que la parus?a estaba pr?xima. En efecto, algu vers?culos antes, san Mateo asienta que: "Se proclam esta Buena Nueva del Reino en el mundo entero para

testimonio a todas las naciones. Y entonces vendr? el fin

El tiempo hist?rico debe proseguir, as? lo exige la necesid de que el evangelio llegue a todos los pueblos y a todos l

hombres para dar a cada uno la oportunidad de acepta rechazar la salvaci?n ofrecida por la pasi?n y muerte

4 Cf. Le xxi, 12-19. El "Discurso escatol?gico" aparece en Mt xxi xxv, Me xiii y Le xxi; cito indistintamente de uno u otro de ios si ticos, seg?n la claridad del texto.

5 Le xxi, 20.

6 Mt xxiv, 15. 7 Le xxi, 31-32. 8 Mt xxiv, 14.

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ELSA CECILIA FROST

Mes?as. La historia pasa a ser, pues, un "intervalo", un

comp?s de espera, hasta que llegue el momento de separar el

trigo de la ciza?a. Despu?s de que Dios se hizo hombre y

muri? por toda la humanidad, lo ?nico que puede esperarse es que la fe llegue hasta los m?s remotos rincones del orbe. S?lo entonces, cuando la palabra haya llegado a todos, podr? presentarse el fin, en el momento dispuesto por Dios y que irrumpir? de pronto, pues "de aquel d?a y hora, nadie sabe

nada, ni los ?ngeles en el cielo, ni el Hijo, sino s?lo el Padre".9 Sin embargo, una cosa es encontrar la soluci?n de un

problema y otra muy distinta lograr que sea aceptada por todos, en especial, trat?ndose de temas tan escurridizos como los teol?gicos. Por grande que fuera la autoridad de la igle sia sobre las conciencias y por muchas exhortaciones, ser mones y amonestaciones que los mayores padres y doctores dirigieran a los fieles, lo cierto es que nunca pudo acabarse con las especulaciones escatol?gicas. El af?n por identificar las se?ales que preludiar?n la consumaci?n de los tiempos result? inextinguible y su persistencia no puede atribuirse a una mera curiosidad malsana. En tiempos de tribulaciones todos tendemos, lo mismo que los jud?os, a buscar una v?a de escape, un alivio. Y la historia del cristianismo ha cono cido muchas crisis.

Por lo que se refiere a la profec?a de Daniel, debe a?a dirse que la lectura del cap?tulo xx del Apocalipsis de san Juan ?surgido, como su contrapartida veterotestamentaria, para consolar a los perseguidos?, cap?tulo en el que se men

ciona el reino de mil a?os, llev? a muchos a identificarlo con ese otro reino que "subsistir? eternamente". El milena rismo nace precisamente de esta identificaci?n y es en vano

que san Agust?n la llame "f?bula ridicula", producida por

un mal entendimiento de los textos.10 9 Me xiii, 32. 10 San Agust?n, lib. xx, cap. vu.

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EL PROFETA DANIEL

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La historia de la iglesia es pr?diga en episodios milena

ristas, violentos unos, conmovedores otros. Siglo tras siglo, cada vez que la situaci?n real se hace intolerable, surge un nuevo vidente inspirado que interpreta los sucesos contempo r?neos de acuerdo con su deseo de un mundo m?s justo. Las im?genes de Daniel y del Apocalipsis irrumpen siempre de nuevo en los escritos milenaristas y son descifradas por el "profeta" en turno sea para hacer un llamado a la penitencia

?"porque el reino de los cielos est? cerca"?, sea para aca

bar con los pecadores a fin de que, tras este ba?o de sangre, Cristo establezca su reino terrenal. Como es l?gico, estos mo vimientos proliferan al acercarse el a?o 1000, pero aunque el Juicio no se realice, la fe no titubea, pues siempre puede encontrarse alguna explicaci?n de la demora. As?, los pro fetas milenaristas se suceden ininterrumpidamente a lo largo

de toda la edad media. Para comprobarlo basta con echar una ojeada al estudio de Cohn, En pos del milenio.11 To dav?a a principios del siglo xvi, el llamado "revolucionario del Alto Rin" identifica en el Libro de los cien cap?tulos los cuatro imperios sucesivos de Daniel con Francia, Ingla terra, Espa?a e Italia, profetizando que Alemania ser?a ese quinto imperio "que jam?s ser? destruido".12 O lo que es lo mismo, la estatua segu?a en pie. Dados estos antecedentes, ?habremos de sorprendernos porque el descubrimiento de Am?rica hiciera resurgir la es peranza, en este caso enteramente ortodoxa, en la proximi dad de la parus?a? Si ?sta se hab?a detenido, por as? decirlo,

hasta que el evangelio se hubiese predicado a todos los

hombres, ?no auguraba la reci?n hallada redondez del mun do que el ciclo est? por cerrarse y cercana la terminaci?n del "intervalo"? Los primeros evangelizadores de la Nueva Espa?a, at?nitos ante la presteza de los indios para aceptar el bautismo ?y aqu? no tenemos por qu? detenernos en los il Cohn, 1972. 12 Cohn, 1972, p. 132.

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ELSA CECILIA FROST

m?viles que los llevaban a ello?, creyeron que no estaba ya lejano el d?a en que habr?a, por fin, "un solo reba?o y un solo pastor".

Quiz? sea necesario aclarar, desde ahora, por qu? he d

cho que esta esperanza es enteramente ortodoxa. Ninguno d nuestros franciscanos puede ser clasificado como un exaltado

no hay entre ellos ning?n fan?tico milenarista que pred

que la cercan?a del reino por campos y ciudades, arrastrand tras de s? multitudes dispuestas al arrepentimiento o a esta blecer, por medio de la espada, el quinto imperio; ninguno se arroga el papel de profeta, todos son respetuosos de los

mandatos de la iglesia y de su propia regla. Son sencill mente hombres de su siglo que interpretan los aconteci mientos que les toca vivir a la luz de sus conocimiento

b?blicos y esto produce en ellos un cierto estado de ?nimo, una cierta renovaci?n de la esperanza escatol?gica que, por lo dem?s, nunca puede estar ausente en la vida de cualquier

que tome en serio las palabras de Cristo: "Estad alerta y

vigilad, porque ignor?is cu?ndo ser? el momento."13 As?, no s?lo los sucesos de car?cter positivo ?la conversi?n de los ind?genas, por ejemplo?, sino aun los de car?cter nega tivo entran en el esquema y son explicados a partir de ?l. A nosotros, la muerte de miles de abor?genes, por las epi demias o porque "se dejaban morir", nos llevar?a quiz? a la desesperanza en cuanto a la cristianizaci?n del mundo. En cambio, la fe de los franciscanos se robustece con esto, pues si la poblaci?n del Nuevo Mundo est? por desaparecer, esto s?lo puede significar que, cumplida ya aqu? la misi?n, el

pr?ximo paso es la evangelizaci?n de Asia, usando estas nuevas tierras como un mero puente. Y no son s?lo los

sucesos americanos los que alimentan esta fe, sino tambi?n los europeos, entre ellos, uno que pod?a haber puesto fin a cualquier esperanza de que la fe llegara a ser verdaderamente universal: el cisma provocado por Lu tero. ?C?mo podr?an 13 Me xiii, 33.

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EL PROFETA DANIEL

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cumplirse las palabras de Cristo si naciones enteras, que

hasta entonces le hab?an sido fieles, se volv?an en contra de su iglesia? El pensamiento teol?gico espa?ol une, en busca de la soluci?n, dos acontecimientos sin relaci?n al parecer

y afirma que la Providencia entrega Am?rica a la iglesia justo para que las almas de los ne?fitos ind?genas ocupen el lugar que dejan los descarriados. As?, seg?n Mendieta, Lu

tero y Cort?s nacieron el mismo a?o, "aqu?l para turbar el mundo y meter debajo de la bandera del demonio a muchos de los fieles que de padres y abuelos y muchos tiem

pos atr?s eran cat?licos, y ?ste para traer al gremio de la iglesia infinita multitud de gentes que por a?os sin cuento hab?an estado bajo el poder de Satan?s" ..., de modo que en este Nuevo Mundo se restaurase y compensase a "la igle sia cat?lica con conversi?n de muchas ?nimas, la p?rdida y da?o grande que el maldito Lu tero hab?a de causar en la misma saz?n y tiempo en la antigua cristiandad".14 No de otra manera hab?a obrado Dios cuando los jud?os rechaza ron al Mes?as, pues dejando de lado a su pueblo elegido, se suscit? otro entre los gentiles.

Pero volvamos a la estatua so?ada por Nabucodonosor, a la que encontramos pronto en estas tierras, dado que en la carta-alegato15 que uno de los doce, Motolin?a, dirige al emperador aparece ya en ?orma muy expl?cita. Lo extra?o es el contexto en el que se presenta, pues el fin perseguido por fray Toribio es deshacer los enga?os del de Las Casas o Casaus y no ocuparse de vanas especulaciones milenaristas. Sin embargo, tras de demostrar paso a paso la falta de cari dad que ha distinguido todos los actos de fray Bartolom? ?"hombre tan pesado, inquieto e importuno"? y sin que ni el texto anterior ni los Tratados de Las Casas den pie para ello, Motolin?a encuentra algo nuevo de qu? acusarlo: "el 14 Menmeta, 1971, lib. in, cap. i. is Motolin?a, 1971, pp. 403-423; fechada en Tlaxcala el 2 de enero

de 1555.

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de Las Casas en lo que dice quiere ser adivino o profeta y ser? no verdadero profeta, porque dice el Se?or: 'ser? pre dicado este evangelio en todo el universo antes de la con sumaci?n del mundo'." E inmediatamente despu?s pasa a hacer un apasionado requerimiento al emperador para que se d? prisa en la predicaci?n de la Buena Nueva. Vuelve sin transici?n alguna a su tema principal y echa en cara a

Las Casas "el decir que todos los tributos son y han sido mal llevados" y para confirmar la legitimidad de la tributaci?n cita por extenso el cap?tulo n de Daniel:

Y este reino de Nabucodonosor fue la cabecera de oro de la estatua que ?l mismo vio, seg?n la interpretaci?n de

Daniel, cap. 2?; y Nabucodonosor fue el primero monarca y cabeza del imperio. Despu?s, los persas y medos destruyeron

a los babil?nicos en tiempo de Ciro y de Dar?o, y este se

?or?o fueron los pechos y brazos de la misma estatua. Fueron

dos brazos, conviene a saber, Ciro y Dar?o, y persas y me dos. Despu?s, los griegos destruyeron a los persas en tiem po de Alejandro Magno, y este se?or?o fue el vientre y los muslos de metal, y fue de tanto sonido este metal, que se oy? por todo el mundo, salvo en esta tierra, y sali? fama y temor del grande Alejandro, que est? escrito siluit terra in

conspectu eius. Y como conquistase Asia, los de Europa y ?frica le enviaron embajadores y le fueron a esperar con dones a Babilonia, y all? le dieron la obediencia. Despu?s, los romanos sujetaron a los griegos, y ?stos fueron las pier nas y pies de hierro, que todos los metales consume y gasta.

Despu?s, la piedra cortada del monte sin manos, cort? y disminuy? la estatua e idolatr?a, y ?ste fue el reino de Cristo.16

Como vemos, la interpretaci?n del texto de Daniel es la usual, lo extraordinario es el uso que le da el franciscano, ya que en todos los vers?culos a que hace referencia no se habla para nada de tributos y la cita no parece ajustarse al intento de Motolin?a. Pero lo m?s sorprendente es que des 16 Motolin?a, 1971, p. 412, ? 19.

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EL PROFETA DANIEL

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pu?s de mencionar de nuevo la respuesta de Cristo cuando se le pregunt? si era l?cito pagar tributo al C?sar, fray Tori bio se desentiende del problema, que remite, junto con el de la guerra justa, al consejo real, y vuelve al texto prof? tico: Mas es de notar lo que el profeta Daniel dice en el mismo

cap?tulo; que Dios muda los tiempos y edades, y pasa los reinos de un se?or?o en otro; y esto por los pecados, seg?n

parece en el reino de los cananeos, que lo pas? Dios en los

hijos de Israel con grand?simos castigos; y el reino de Judea,

por el pecado y muerte del Hijo de Dios, lo pas? a los ro

manos y los imperios aqu? dichos. Lo que yo a vuestra majes tad suplico es que el quinto reino de Jesucristo, significado en la piedra cortada del monte sin manos, que ha de henchir y ocupar toda la tierra, del cual reino vuestra majestad es el caudillo y capit?n, que mande vuestra majestad poner toda

la diligencia que sea posible para que este reino se cumpla y ensanche y se predique a estos infieles...17

La impresi?n general que deja la lectura de estos par? grafos es que Motolin?a ?casi a pesar suyo? se ve arrastrado a dar expresi?n a su preocupaci?n escatol?gica. De all? las frases finales de exhortaci?n a Carlos V, cuyo imperio es identificado con el quinto reino, es decir, con el reino mi lenario. Pero si este texto es desconcertante, mucho m?s lo es el que encontramos en los Memoriales, aunque lo sea por un motivo distinto. Pues si bien aqu? aparece, muy l?gicamente,

dentro de una exposici?n sobre las edades del mundo, lo

que Motolin?a dice nos toma completamente por sorpresa. Con gran cautela, porque "siempre hemos de huir de nuevas

invenciones y opiniones que son contra la com?n" y que hasta pueden acarrearnos la pena de excomuni?n, el fran ciscano asienta:

it Motoun?a, 1971, p. 412, ? 19.

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ELSA CECILIA FROST

Donde no me quiero entremeter ni disputar cu?ntos a?os ha que comenz? el mundo, ni si es a los hombres incierto su

principio o inc?gnito como el d?a del juicio... los cat?licos

varones y santos dividen este tiempo en seis edades,18 dejada

la divisi?n po?tica que es en cuatro edades; la primera lla

man edad de oro, la segunda de plata, y la tercera de metal y la cuarta de hierro, que esto es habido [a] otro respeto, con forme a la estatua que vido San Francisco, que ten?a la cabeza de oro, los pechos de plata, el cuerpo de metal y los pies de hierro.10

Si el prop?sito de Motolin?a hubiera sido el de dejarnos perplejos, dif?cilmente hubiera podido hallar un modo mejor

de hacerlo. Tenemos aqu? los elementos ya conocidos: la

preocupaci?n temporal y la estatua de diversos metales usa da desde antiguo como esquema para la interpretaci?n de la historia, pero ahora resulta que esta estatua no es fruto del sue?o del rey de Babilonia, sino que fue vista, tambi?n en sue?os, por el Pobrecillo de As?s. ?Podemos atribuirlo a un error de fray Toribio? No es probable, puesto que a lo largo de toda su obra ha dado amplias muestras de conocer bien a los autores b?blicos. ?Podr?a tratarse entonces de un

cambio deliberado? Tambi?n a esta pregunta habr?a que

contestar negativamente, pues la cautela de que Motolin?a da prueba siempre que trata estos temas no se aviene con una s?bita y deliberada tergiversaci?n que, por lo dem?s, no parece conducir a nada. ?Se tratar? entonces de un error de copia? Esto resulta asimismo dif?cil de aceptar, pues no hay entre los nombres de Nabucodonosor y Francisco seme

janza alguna que pudiera explicar el lapsus calami. La is Fue san Agust?n quien dividi? la historia en seis edades seg?n

el modelo de la vida humana: infancia, ni?ez, juventud, virilidad, ma

durez y ancianidad, modelo que corresponde tambi?n a los seis d?as de la creaci?n. El cristianismo, la plenitud de los tiempos, es la sexta edad y el. fin est? ya cerca. La bienaventuranza equivale al s?ptimo d?a de la creaci?n. Cf. san Agust?n, lib. xxi, cap. xxx. 19 Motolin?a, 1971, pp. 387-388, ? 785.

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?nica hip?tesis aceptable parecer?a ser, en consecuencia, que

se trata de un episodio de la vida de San Francisco, poco conocido para nosotros, pero que fuera moneda corriente entre los franciscanos de entonces y que puede tener gran importancia porque resultar?a un enlace directo entre la esperanza milenarista y la tradici?n franciscana.

La ?nica manera de solucionar la inc?gnita es, por lo

tanto, investigar si en alg?n momento se atribuy? tal sue?o al santo. Las Florecillas, el Espejo de perfecci?n y la Leyen da de los tres compa?eros, que parecer?an ser la fuente m?s

probable, nada dicen al respecto, como tampoco la Vida

primera, escrita por el beato Tom?s de Celano (1229) . Sin embargo, el propio Celano escribi? algunos a?os m?s tarde (1246-1247) otra biograf?a, conocida sencillamente como Vida segunda, que es, seg?n sus editores, una obra de tesis. En efecto, algunos a?os antes, durante el gobierno de fray Elias (1232-1239), hab?an empezado a aparecer algunos s?ntomas de escisi?n dentro de la orden. El tropiezo principal no era otro que la amada Dama Pobreza de san Francisco, a quien sus seguidores consideraban imposible amar en la misma medida. Fueron muchos los que pensaron que la disciplina que Francisco se exig?a a s? mismo era imposible de traducir a una regla general. Lo que se ped?a, por lo tanto, era una

cierta suavizaci?n del voto de pobreza. Los llamados "ob

servantes" o "celantes", empero, vieron en este voto el fun damento mismo de la orden y consideraron que todo fran ciscano debe seguir lo m?s fielmente que le sea posible los

pasos del fundador. Esta lucha interna hizo necesaria la elaboraci?n de la nueva biograf?a del santo, en la que el autor insiste una y otra vez en el lazo indisoluble que liga a los frailes menores con la pobreza. Pues bien, en la segunda parte de esta Vida 20 encontra

mos un encabezado que reza: "Visi?n referente a la po

breza"; si a pesar de que el t?tulo es tan poco prometedor ~'0 San Francisco, 1971, pp. 388-389.

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con respecto a nuestro problema seguimos leyendo, nos to paremos de s?bito con la soluci?n. El texto dice as?: Cierta noche, terminada ya la larga oraci?n, qued?se poco a poco dormido. Su santa alma fue introducida en el santua rio de Dios, y en sue?o vio, en compa??a de otras muchas,

una gran se?ora, vestida de la siguiente manera: su cabeza

parec?a de oro; sus pechos y brazos, de plata; el vientre, de cristal, y lo restante, de hierro; su estatura era alta; el talle, esbelto; la proporci?n, armoniosa. Mas la se?ora ocultaba sus delicadas formas con asqueroso manto ...

Las diferencias con el texto b?blico son evidentes: Celano habla de una mujer, no de una estatua, cuyo vientre es de cristal y no de metal como dice Motolin?a, ni de bronce como afirma Daniel, agreg?ndole adem?s el detalle del man to. Pero sigamos con el texto. Se nos dice que san Francisco cont? su sue?o a fray Pac?fico, "pero sin desentra?ar el sig nificado", por lo que los disc?pulos intentaron interpretarlo cada uno a su manera. Para fray Pac?fico: Esta gran se?ora de egregias formas representa el alma de san Francisco. La cabeza de oro significa su contemplaci?n y su conocimiento de las verdades eternas; el pecho y los brazos

de plata son las palabras de Dios meditadas en el coraz?n y llevadas a la pr?ctica; la transparencia del cristal figura la sobriedad y hermosura de la castidad; el hierro significa la fir me perseverancia, y el raqu?tico y sucio manto, el despreciable cuerpecillo en que aquella precios?sima alma estaba envuelta. Sin embargo, otros muchos, poseedores del esp?ritu de Dios, interpretan y dicen que dicha se?ora, cual esposa del santo,

es la pobreza. El premio de la gloria, explican, la hizo de

oro; la voz de la fama, de plata; una sola profesi?n sin man chas de dentro y de fuera, cristalina, y la final perseverancia, de hierro. Y el manto asqueroso de tan excelsa se?ora creyeron ser la falsa reputaci?n de los hombres carnales. Muchos apli

caban este or?culo a la religi?n, seg?n su sucesi?n de los

tiempos, a estilo de la interpretaci?n de Daniel. Pero lo m?s probable es que significara alguna cosa tocante al santo padre,

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quien, para evitar todo peligro de vanagloria, no quiso nunca autorizar su interpretaci?n. Sin duda, si ella hiciera referencia a la orden, no la hubiera pasado en silencio.

Como vemos, tanto Celano como los an?nimos int?rpre tes del sue?o se dan plena cuenta de su semejanza con el sue?o de Nabucodonosor y hasta consideran que la inter pretaci?n puede ser la misma, pero no pasan de all? y el tema no vuelve a ser mencionado en este texto. Es m?s, algunos a?os despu?s, el cap?tulo general reunido en Nar

bona decidi? que era necesaria una nueva biograf?a del santo

?tarea que recay? en el nuevo general de la orden, san

Buenaventura?, pero en ella, la llamada Leyenda mayor de san Francisco (1261), que ser?a la oficial, no hay la menor

alusi?n al sue?o.

Sin embargo, cerca de tres siglos despu?s lo vemos resur gir, modificado, en los escritos de uno de los evangelizadore de la Nueva Espa?a. Las modificaciones son importantes: ha dejado de ser un ser humano para convertirse en estatua: el vientre de cristal se ha endurecido hasta volverse met?lico; ha perdido el manto que la identificaba con la pobreza y, en suma, ha quedado asimilada ?salvo por el detalle de los pies? a la so?ada por el rey babilonio, convirti?ndose as? en s?mil del proceso hist?rico.21 ?Cu?ndo y d?nde sufri? estos cam bios? En un lapso de tres siglos pueden suceder muchas cosas y perderse muchas huellas, pero creo probable que los autores

de las modificaciones hayan sido los "espirituales" francis canos que, influidos por los escritos de Joaqu?n de Fiori, vieron en el santo de As?s al heraldo de la tercera edad, la

del Esp?ritu Santo, que deb?a preceder al milenio. Desde

21 Este sue?o de la estatua debe haber sido muy conocido entre los franciscanos de la Nueva Espa?a, ya que en el Colegio de Guadalupe, en Zacatecas, existe una pintura con este tema dentro de la serie sobre la vida del santo. He tenido noticias orales de otros cuadros semejantes, sin que mis informadores me hayan podido precisar en qu? iglesias se

encuentran.

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luego, el que san Francisco haya llegado a ser el centro de muchas especulaciones prof ?ticas, casi no puede causar ex tra?eza. Su unicidad, no s?lo dentro del g?nero humano,

sino aun dentro de lo que pudi?ramos llamar la especie

"santo", le hace dif?cil de entender aun para sus contempo r?neos. De all? que ya a pocos a?os de su muerte se empe

zara a ver en ?l algo m?s que un hombre o un santo, el

nuevo Mes?as profetizado por Joaqu?n. Sabemos, por otra parte, que los "espirituales" fueron excomulgados a princi pios del siglo xiv y, en teor?a, esto debi? poner fin a cual quier tendencia milenarista entre los franciscanos. Pero, como

ya dije antes, legislar en materia teol?gica es siempre asunto

espinoso y algunas ideas "peligrosas" se las arreglan para seguir vivas aun dentro de la ortodoxia, sobre todo cuando

lo "peligroso" radica tan s?lo en el matiz que se d? a ciertas palabras o a ciertos giros. Si a todo esto agregamos que las ideas, como los microorganismos, pueden permanecer laten tes hasta encontrar el medio adecuado, no nos resultar? ya tan extra?o ver c?mo el sue?o de san Francisco reaparece tres siglos despu?s ya completamente asimilado al de Nabu codonosor. Pues ?qu? ambiente m?s propicio pod?an pedir todos estos anhelos milenaristas y apocal?pticos que el mo mento en que el surgimiento de un mundo nuevo hizo pen sar que, al fin, se alcanzar?an los "cielos nuevos y la tierra nueva" profetizados en la Biblia? A mi ver, esto explica que el optimismo de Motolin?a lo lleve, a pesar de su cautela, a adoptar el papel que reprocha al de Las Casas ("adivino o profeta") y en un momento dado se sirva de las im?genes apocal?pticas para instar al emperador a realizar las viejas esperanzas. Si de Motolin?a pasamos a fray Jer?nimo de Mendieta ?cuyo milenarismo consciente y expreso ha sido magistral

mente estudiado por Phelan?, el panorama cambiar? por completo para proporcionarnos nuevas sorpresas. Lo pri mero que llama la atenci?n es que Mendieta, en vez de apoyarse en los textos tradicionales, parezca rehuirlos. Su argumentaci?n se basa, sobre todo, en la par?bola de "Los

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invitados descorteses" que aparece en el cap?tulo xiv de san Lucas y que fuera usada en muchos de los grandes debates teol?gicos del cristianismo,22 pero que no tiene una conno taci?n expresamente milenarista. Antes de Mendieta ?y en el contexto americano? la emplearon tanto Las Casas como Sep?lveda para defender sus respectivos puntos de vista acer ca del modo de convertir a los ind?genas a la fe de Cristo. Pero es Mendieta quien hace de ella la imagen de una mo narqu?a universal, redondeando su interpretaci?n con citas de los Salmos, los Evangelios y el Apocalipsis. Lo sorpren dente es que tales citas no se refieren nunca a los pasajes m?s caracter?sticamente milenaristas. No toma en cuenta el Discurso escatol?gico en ninguna de sus versiones y apenas si encontramos una que otra menci?n a la imaginer?a apo cal?ptica ?batallas, dragones, ?ngeles, bestias, serpientes o estatuas? que acicateara la fantas?a de los movimientos mi lenaristas durante tantos siglos. Este "milenarista elitista"

?seg?n la definici?n de Phelan? parece huir deliberada

mente de todas las im?genes que pueblan los escritos de los milenaristas revolucionarios. Quiz? porque no quiere ser con fundido con ellos, ni despertar las sospechas de sus superio res. Se ha dicho que la obra de Mendieta es "calladamente subversiva" y esto explica tal vez su cuidadosa evitaci?n de los textos m?s controvertidos, las visiones m?s enigm?ti cas, los giros m?s violentos. Y esto lo hace, sin duda, mucho m?s original. No reinterpreta, a la luz de los sucesos con tempor?neos, los viejos pasajes b?blicos en los que se expresa el ansia humana de liberaci?n, sino que construye su teor?a con materiales "nuevos", por as? decirlo. Mendieta tiene, in dudablemente, un gran conocimiento de los textos apocal?p ticos no s?lo b?blicos, sino medievales23 y se sirve de ellos, 22 Phelan, 1972, pp. 18 ss. 23 Quiz? fuera conveniente aclarar que de ning?n modo considero que s?lo Daniel, el Discurso escatol?gico y el Apocalipsis ofrecen apoyo al milenarismo. Los textos apocal?pticos y milenaristas abundan tanto

en el Viejo como en el Nuevo Testamento, pero lo notable en Men

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pero s?lo como una especie de trasfondo. Nunca nos enfrenta abiertamente a ellos. Son referencias sutiles, veladas. "El que

lea, que lo entienda." Llegamos, por ?ltimo, a fray Juan de Torquemada y a la Monarqu?a indiana. Poco es lo que se puede a?adir ?sea

en elogio o vituperio? sobre este hombre y su obra. Ser?a, sin embargo, injusto pasarlo por alto, ya que en este breve examen hemos ido de sorpresa en sorpresa, viendo surgir las alusiones apocal?pticas donde menos las esper?bamos y com probando que es posible levantar una teor?a milenarista sin insistir demasiado en ellas. Veamos, pues, qu? nos ofrece Torquemada, este hombre realista, tan alejado del optimismo de Motolin?a como de la visi?n pesimista de Mendieta. Por lo pronto, el t?tulo mismo de la obra resulta suge

rente: Monarqu?a indiana, es decir, una m?s en la larga

serie de intentos humanos por establecer un dominio "uni versal". Aunque, quiz?, sea s?lo la perniciosa influencia de la estatua de Nabucodonosor ?a la que hemos visto intro ducirse subrepticiamente en la tradici?n franciscana a tra v?s del santo dormido? la que nos lleve a interpretarlo as?. Desde luego, si el t?tulo fuera lo ?nico que nos hiciera pen

sar en las monarqu?as mencionadas por Daniel, ?aviados

est?bamos! pues ser?a tanto como ver "moros con tranchete"

por todas partes. Creo, empero, que hay algo m?s en qu? apoyarnos. Antes de seguir adelante, tenemos que mencionar el problema adicional de establecer cu?les son las opiniones propias de Torquemada. Todos sabemos que la Monarqu?a indiana est? construida a base de otras cr?nicas y s?lo la paciencia de muchos estudiosos ha llegado a poner en cla ro qu? cap?tulos o qu? partes de un cap?tulo pertenecen a esta o aquella fuente, ya que no son muchas las veces que dieta es la sutileza con la que presenta su pensamiento. Cita a Daniel, pero s?lo las partes narrativas. Menciona a la bestia apocal?ptica, pero de pasada y entre par?ntesis. Utiliza a Jerem?as, pero no destaca su connotaci?n milenarista.

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fray Juan se toma la molestia de se?alarlas. Su negligencia llega a tanto que hasta se olvida de cambiar las oracione escritas en primera persona. Y as? son muy numerosos los "yo" que no se refieren al autor, sino, por lo com?n, a Men dieta. Pero hecha esta salvedad y procurando no caer en una trampa, resulta f?cil establecer el prop?sito general de este franciscano y ver c?mo las partes tomadas de otros autores fueron recortadas hasta ajustar?as a ese prop?sito. As?, pues ser? ?ste el que nos sirva de hilo conductor. Para Torquemada, como para todos los historiadores cris tianos anteriores, la historia es la historia de la salvaci?n, de la que no puede quedar excluido ning?n pueblo. De ah el problema tan grave que plantean los moradores de estas tierras ?desconocedores del Evangelio durante m?s de quin ce siglos? y que cada cronista trata de resolver a su modo. Algunos les proporcionan antepasados jud?os (sea que pr vengan de las tribus perdidas o de la dispersi?n provocada por Tito), otros creen encontrar en su religi?n rastros de

una predicaci?n apost?lica ?pervertida y olvidada por el

aislamiento? y otros m?s sostienen que se trata de los lla mados en la "hora postrera" por el esfuerzo del pueblo ele

gido: Espa?a. Torquemada toma, a su vez, una especie de

camino intermedio. Niega que haya habido una predicaci?n anterior y acepta que Espa?a ha sido elegida por Dios para evangelizar estas tierras, pero en cierta forma se desv?a de problema y toda su obra resulta un intento por demostrar que si bien estas gentes no tuvieron jam?s contacto con el mundo conocido ?son precisamente "otros" pueblos? y eran tari ignorados por la cristiandad como ignorantes de ella, nada impide que una vez descubiertos providencialment lleguen a ocupar su puesto dentro de la ecumene cristiana A base de una erudici?n b?blica y cl?sica que parece inago table, fray Juan va trazando el paralelo entre los indios y

ios pueblos de la antig?edad a fin de demostrar que tan

capaces fueron unos como otros de construir una gran cul tura. Reconoce que cayeron en muchos errores desde luego, pero ?qu? pueblo antiguo o contempor?neo ha estado libre This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:36:29 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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de ellos? Y lo que es m?s importante, desde el momento en que la conquista los incorpor? a la corriente general de la historia, han probado saber vivir el cristianismo tan bien o

mejor que muchos "cristianos viejos". Quedan pues excul pados "del t?tulo de bestial que nuestros espa?oles les ha b?an dado".24 Ahora bien, si el prop?sito de Torquemada es, por as? decirlo, mostrar la plena humanidad de "esta pobre gente indiana" mediante el examen de sus logros pasados y pre sentes, le queda a?n por explicar por qu? estuvieron tantos siglos fuera de la ley evang?lica y por qu? un peque?o gru po de espa?oles pudo someter a tantos. En cuanto al primer problema, fray Juan no parece querer arriesgarse en sus procelosas aguas y se contenta con decir que son cosas re servadas a la sabidur?a divina,25 aun cuando m?s adelante asiente que "es lo cierto que todos estos hombres moradores de esta Nueva Espa?a, estaban ignorantes de los misterios altos de nuestra santa fe, de los cuales carec?an, no por falta de haberlos en el mundo y ser su predicaci?n ya hecha en ?l, sino porque, por culpas que comet?an, les hab?a hecho Dios indignos de tan grandes mercedes... ",26 La llegada de Cort?s es, en consecuencia, de acuerdo con el cronista franciscano, el hecho providencial que hab?a de dar a los vencidos la mayor de las mercedes, el conocimiento de la fe cat?lica. De ah? la importancia del libro iv, el lla mado libro "De la conquista", verdadero eje de toda la Mo narqu?a indiana, pues en ?l ha de explicarse, en lo que cabe, la acci?n de la Providencia sobre estos pueblos. Ya hemos visto que Torquemada hace suya la imagen de Cort?s como hombre providencial, mero instrumento en manos de Dios

que lo usa no s?lo para abrir las puertas a la evangeliza

ci?n, sino para castigar los pecados de esta gente. La respues 24 Torquemada, 1969, "Pr?logo general y primero a toda la Mo

narqu?a indiana", in fine. 25 Cf. Torquemada, 1969, lib. xv, cap. xlvii. 26 Torquemada, 1969, lib. xv. cap. xlix.

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EL PROFETA DANIEL

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ta al segundo problema, que se encuentra en los dos ?ltimos cap?tulos de este libro iv, es por tanto que no fue el pu?ado

de espa?oles el que venci? a la monarqu?a mexicana, sin

s?lo Dios, "debajo de cuyo amparo los nuestros hicieron esta tan insigne guerra y ganaron la victoria, siendo ?sta impo sible".27 Cay? as? el imperio azteca como cay? Israel y las monarqu?as de los caldeos, de los babilonios, de los griegos

y de los romanos. "Todas ?asegura Torquemada? al fin

han tenido fin y entre ellas, aunque no ha sido de las que

menos cuentan, esta mexicana acab?, como acabaron las

otras; y acabando unas, comienzan otras, haci?ndose el mun

do batanero y en el bat?n de la vida, cuando deja caer un mazo, levanta otro."28 Torquemada explica as?, como bie dice Phelan, la ca?da de Tenochtitlan "en t?rminos de una dial?ctica medieval de la historia".29 Dios es el ?nico se?or del acontecer hist?rico y usa hombres y pueblos seg?n con viene a sus fines. Aquellos que lo olvidan no tardan en

sentir el castigo que corresponde a su soberbia, "que cuando

han estado en su mayor y m?s crecida pujanza, han ca?d de la cumbre m?s subida de su alteza".30

Pero Torquemada no se conforma con esta explicaci?n y pasa a hablar de nuestra vieja conocida, us?ndola, es cier to, como s?mil de lo perecedero y no como imagen apoca l?ptica: ... porque aunque parecen poderosos [los imperios] y fuertes,

que comienzan en cabeza de oro, pechos de plata, muslos y

piernas de bronce y hierro ... acaban en pies y dedos de ba

rro, por ser sus poseedores hombres mortales, hechos de tierra ...31

27 Torquemada, 1969, lib. iv, cap. cv.

28 Torquemada, 1969, lib. iv, cap. cv.

2t) Phelan, 1972, p. 161. 30 Torquemada, 1969, lib. rv, cap. cv.

si Torquemada, 1969, lib. iv, cap. cv.

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ELSA CECILIA FROST

Como vemos, aunque cite al profeta Daniel y enumere las monarqu?as tradicionalmente identificadas con las par

tes de la estatua, s?lo afirma que el sue?o pronosticaba

"mudanzas y traslaciones de reinos"; ni una palabra sobre la quinta monarqu?a. Ni tampoco peligrosas especulaciones apocal?pticas. Sin embargo, hay algo que Torquemada, por cauteloso que fuera, no pod?a evitar ?y adem?s debe haber conocido su impotencia al respecto? y era que otros se lan zaran a las especulaciones apocal?pticas a la simple menci?n

de este texto. Como dice Phelan al explicar el empleo de ciertas citas b?blicas en Mendieta: "al lector moderno puede

escapar el verdadero significado de las alusiones de Men

dieta a Jerem?as y al cautiverio babilonio, que ten?an conno taciones espec?ficas para los que eran conscientes del apoca lipsis en el siglo xvi".32 Creo que lo mismo puede decirse de

la estatua del sue?o de Nabucodonosor, sobre todo cuando el propio Phelan reconoce p?ginas m?s adelante el papel que la concepci?n de Daniel desempe?? en la secta milena

rista inglesa conocida como los "Hombres de la quinta mo narqu?a" y entre los milenaristas portugueses de ese mismo siglo xvn.33 ?Ser?a, pues, muy arriesgado pensar que aun el sensato y racional Torquemada ten?a inclinaciones milenaristas? ?Es esta cita de Daniel y el t?tulo mismo de la obra algo inocuo o son indicios de que tambi?n ?l, como sus hermanos fran ciscanos, crey? en alg?n momento que su misi?n en estas

nuevas tierras era el anuncio de la consumaci?n de los tiempos?

32 Phelan, 1972, p. 148. 33 Phelan, 1972, pp. 165-168.

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EL PROFETA DANIEL

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SIGLAS Y REFERENCIAS

Ap Apocalipsis

Dn Daniel Le Lucas Me Marcos Mt Mateo

Agust?n de Hipona, san

Civitas Dei. Dado el gran n?mero de edicione por libro y cap?tulo ?nicamente.

Barsotti, Divo

1967 El apocalipsis ? Una respuesta al tiempo, S Ediciones Sig?eme.

Biblia

Todas las citas est?n tomadas de la versi?n Biblia de Jerusal?n.

Cohn, Norman

1972 En pos del milenio ? Revolucionarios, mil anarquistas m?sticos de la edad media, Ba Barrai editores.

Francisco de As?s, san

1971 Sus escritos ? Las florecillas ? Biograf?as

por Celano, san Buenaventura y los tres com

? Espejo de perfecci?n, ed. preparada por de Leg?sima, o.f.m. y Lino G?mez Ca?edo

Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos.

Grollenberg, Luc. H.

1972 Visi?n nueva de la Biblia, Barcelona, Editoria Mendieta, Jer?nimo de

1971 Historia eclesi?stica indiana, M?xico, Editori

Motolin?a, Toribio de Benavente

1971 Memoriales o libro de las cosas de la Nu This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:36:29 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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ELSA CECILIA FROST

y de los naturales de ella, edici?n preparada por

Edmundo O'Gorman, M?xico, UNAM.

Phelan, John L. 1972 El reino milenario de los franciscanos en el nuevo mundo, M?xico, UNAM.

Torquemada, Juan de 1969 Los veinti?n libros rituales y monarqu?a indiana, M?xico, Editorial Porr?a.

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LA CIUDAD DE M?XICO A FINES DEL SIGLO XVIII ? DISQUISICIONES SOBRE UN MANUSCRITO AN?NIMO Ignacio Goinz?lez-Polo Instituto de Investigaciones Bibliogr?ficas, UNAM * Son los siglos xvn y xviii los de consolidaci?n y refinamiento del M?xico virreinal. El urbanismo y arquitectura barroca

en la metr?poli de Nueva Espa?a alcanzaron su m?ximo

esplendor durante la segunda mitad del siglo xviii en cuyas postrimer?as, con las tendencias reformistas de origen fran

c?s, hace su aparici?n el estilo neocl?sico. Para entonces

M?xico, cuyo virreinato hizo sentir su influencia desde Costa Rica en el sur hasta las regiones m?s septentrionales, exten

sas e imprecisas (California, Nuevo M?xico y Texas), se

convierte en el centro pol?tico administrativo de mayor im portancia en Am?rica, y en una ciudad clave entre oriente y occidente. Durante esta era de contrastes, si bien de prosperidad y bonanza, los virreyes Bucareli y el segundo conde de Revi llagigedo llevaron a efecto importantes obras y procuraron, con el talento y sabidur?a de hombres prominentes, la trans

formaci?n de los servicios p?blicos. ?lzate, Vel?zquez de

Le?n, Lorenzot, Castera y Costanz? contribuyeron como otros con su energ?a, enorme eficacia y renovada orientaci?n.

* Con antelaci?n quiero agradecer la colaboraci?n estimable de dos disc?pulos muy queridos en la Facultad de Filosof?a y Letras: Lourdes

Curiel Villase?or y Ra?l Figueroa Esquer.

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30 IGNACIO GONZ?LEZ POLO

Vicente de G?emes Pacheco y Padilla, el mejor gober nante que tuvo M?xico durante la dominaci?n espa?ola

(1789-1794), desde un principio dio a conocer su escrutinio en la administraci?n y benefici? a la ciudad con los servi cios m?s trascendentales. Regulariz? el alumbrado p?blico, empedr? las calles y coloc? embanquetados de losa y ado qu?n. Atendi? la nomenclatura de las calles; sane? la pobla ci?n, drag? acequias y canales navegables y propugn? por un mejor arreglo de las cajas de agua, acueductos y fuentes p?blicas. Organiz? cuerpos de polic?a y vigilancia para evi tar des?rdenes y cuidar de la limpieza de la metr?poli. Hermose? paseos y calzadas. Cre? el primer plano regula dor de la ciudad, encomend?ndolo al maestro de arquitec tura Ignacio Castera y dignific? la plaza mayor. Continu? las obras del desag?e del valle de M?xico y mejor? las ren tas p?blicas. En una palabra, durante el periodo colonial, la personalidad urban?stica de Revillagigedo qued? acentuada por las notables y eficaces obras por ?l realizadas. Antes de Revillagigedo, si bien es cierto, hubo virreyes como Bucareli, don Juan de Acu?a y Bejara?o y el marqu?s

de Montes Claros, que fueron los gobernantes que m?s se ocuparon de la polic?a y embellecimiento material de M?xi co, por lo que nos dice Seda?o: Lo desigual del empedrado, el lodo en tiempo de lluvias, los ca?os que atravesaban, los montones de basura, excremento de gente ordinaria ..., cascaras y otros estorbos la hac?an [a la plaza mayor y el resto de la ciudad] de dif?cil andadura.1

Una de las caracter?sticas de la ilustraci?n ?el mundo que cambi? su mentalidad barroca por la, a tono con el esp?ritu racional, neocl?sica? fue su marcado inter?s en el urbanismo de las poblaciones, especialmente en las capitales o metr?polis. El aspecto de zocos, malolientes y l?bregos, que

presentaban las ciudades, tal el caso en M?xico a pesar de i Sr.DANO, 18S0, il, p. 88. V?anse las explicaciones sobre siglas y re ferencias al final de este art?culo.

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UN MANUSCRITO AN?NIMO

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su bello casco, "con pedazos de petate, sombreros y zapatos

viejos sobre techados de tejamanil",2 fue mudando o se intent? mudar paulatinamente a lo largo del siglo xviii, de tal suerte que, al finalizar aquella centuria, muchas de las capitales, as? europeas como americanas, ofrecieron un rostro diferente en el sentido del progreso, si se compara, por ejemplo, con el que ten?an en otros tiempos tan atra sadas de polic?a y orden. Rectificaci?n de los primitivos trazados, apertura de nue vas arterias, aumento de los espacios verdes, empedrados,

acequias, drenajes, cajas de agua, fuentes, arbolado en las calles, estatuas y monumentos, nomenclatura y alumbrado p?blico, son otras tantas de las mejoras que el despotismo ilustrado, consecuente con su pol?tica de "hacer el bien a los subditos", implanta para disfrute y comodidad de los que viven dentro de los recintos urbanos, desnudados no para siempre de su pintoresco pero impr?ctico y sucio traje, "teatro de maravillas" como lo quisieron ver San Vicente y Viera, uno, en su Exacta descripci?n de la magnifica corte mexicana, y el otro en su Compendiosa narraci?n de la ciu dad de M?xico, pecando en verdad de lisonjero optimismo.3

Carlos III, arquetipo de monarca del siglo x?viii (1759

1788), renov? con desbordante ?mpetu la vida espa?ola, des de sus cimientos ?provocando con ello serios levantamientos

populares? hasta la est?tica de los edificios, sin olvidar la transformaci?n de importantes poblaciones, en especial la sede de la corte, am?n de la creaci?n de otras, como las erigidas en Sierra Morena. Madrid experiment? cambios tan radicales y perdurables que mucho de lo que le da su car?c ter actual procede de las mejoras ordenadas por este din?

mico gobernante, al que el andariego bechinense Antonio Ponz dedic? laudatoriamente su quinto y sexto tomos de su Viaje de Espa?a.4 -' Seda?o, 1880, h, p. 88. 3 Viera, 1952 Cf. San Vicente, 1768. 4 Pon?z, 1947.

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Retrato y firma de Baltasar Ladr?n de Guevara This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:36:40 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


UN MANUSCRITO AN?NIMO 33

Un tema interesante y muy en boga en aquel tiempo relativo al "urbanismo", disciplina compleja y modern?si ma, es motivo de una reflexi?n de Ponz, quien despu?s de comentarnos en la segunda carta de su cuarto tomo que todas las poblaciones espa?olas son feas, "y m?s lo son las mayores; poqu?simas hay en Europa que puedan llamarse hermosas", a?ade: "variedad y cierto desorden es propio de las ciudades". Concepto hoy admitido, bien distinto del que preside ahora en el trazado de grandes ensanches como los que observamos en la metamorfosis de muchas capitales, de una irresistible monoton?a.

La uniformidad ser? annoniosa [nos dice Ponz] en cuatro o seis calles maestras que dirijan al centro, en donde*se esta

blezca la principal plaza. Las plazas se han de multiplicar para desahogo de los barrios. Su varia forma dar? al todo

una nueva belleza: unas rect?ngulas, otras esf?ricas, el?pticas otras, algunas de tres, seis u ocho ?ngulos, causar?an siempre

deleite y novedad... En fin: una ciudad se ha de distribuir

de suerte que la magnificencia total de ella resulte de muchas bellezas diferentes, de modo que no encuentre objetos parecidos quien camine por todos sus cuarteles.

Salvo en algunos casos, ?l se hubiera fascinado con nues tra "ojerosa, pintada y disforme" capital, ajonjol? de todos los moles, si la hubiera visitado tal como la conocemos hoy, con casas, "unas m?s grandes, otras m?s peque?as, m?s po bres o m?s ricas", ya que de esta desigualdad, opinaba An tonio Ponz, "resultar? armon?a, como en una pieza adornada de cuadros de diverso tama?o y figura". ;Ah? "pero que a

nadie" ?como buen neocl?sico furibundo, dice ?l? "se le permita ejecutar a su capricho el exterior adorno de las

mismas, porque nadie tiene derecho de afear una ciudad".5 Naturalmente lo que se implantaba en Madrid en la de cada de los setentas y en otras capitales de Europa desde mediados del siglo xv?n serv?a de patr?n a los ediles y regi 5 Ponz, 1947, pp. 323-325.

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IGNACIO GONZ?LEZ-POLO

dores de la pen?nsula en la planificaci?n de sus respectivas obras p?blicas, y, por supuesto, a los ayuntamientos y hom bres prominentes de ultramar, gustosos de reflejarse en el

espejo de la metr?poli. Claro que el deseo de superarse y

hacer progresos en los servicios de las poblaciones era sin cr?nico en ambos mundos, pero ocurr?a que, a los comunes tropiezos con que se enfrentaban las buenas iniciativas de Am?rica, se sumaba el inconveniente de estar supeditadas a la real autorizaci?n. Se viv?an tiempos, dice Bustamente, "en que los virreyes no osaban gastar ni un maraved? extra ordinario sin expresa licencia de la corte".6

El ?nico recurso que les quedaba a los habitantes de

nuestra populosa ciudad, era, en 1785:

... la esperanza en las providencias de los exmos. se?ores vi rreyes sobre estos objetos; pero tambi?n se desenga?an a poco tiempo de ser infructuosa aqu?lla; ya porque algunos por su car?cter viven ocupados en otros asuntos que les parece ser de mayor gravedad, ya porque otros descuidan de estas mate rias, bien porque su genio y modo de pensar no los inclina a poner su atenci?n en esta parte del gobierno, que deb?a ser en todos la principal mira de sus cuidados para el desempe?o

de las altas obligaciones de su cargo, o ya porque tampoco les mueve siquiera la curiosidad de preguntar ni inquirir en tre los muchos concurrentes a las horas de corte y cumpli

mientos vanos, lo que pasa por el pueblo, el estado de los

bastimentos, sus precios, carest?as o abundancia, la limpieza

y aseo de las calles, el alumbrado u otros puntos en que se

conociera procuraban instruirse para contribuir a sus arreglos, a su perfecci?n o a su observancia.7

A pesar de lo cual, el com?n de sus habitantes, acostum brados quiz? cotidianamente a la mezquindad, o por un or gullo mal fundado, incipiente y exorbitado, sosten?a lo con trario.

6 Bustamante, 1852, p. 178.

7 Villarroel, 1937, p. 195.

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UN MANUSCRITO AN?NIMO

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... nada envidia en algunas cualidades a las principales de Europa... el culto, la religiosidad, la grandeza, el fausto, la ostentaci?n de sus moradores; la vigilancia, la rectitud, el or den, la justicia, el celo, la polic?a de su gobierno... 8

Con semejantes intereses y disquisiciones varias, un Dis curso sobre la polic?a de M?xico ? Reflexiones y apuntes sobre varios objetos que interesan la salud p?blica y la polic?a particular de esta ciudad de M?xico, si se adaptasen las providencias o remedios correspondientes, fue hallado por

el que esto escribe en 1970 y dado a conocer parcialmente por vez primera, en 1971.9

Localizado en el Archivo del Ayuntamiento, volumen

3627, expediente 43, del ramo Polic?a en general, el presente testimonio an?nimo, fechado en noviembre de 1788, ofrece una original visi?n que nos permite meditar o reflexionar el origen de algunas peculiaridades y vicios que han super vivido y aquejan a lo largo de su historia a nuestra capital. Su inter?s radica, adem?s, en el inmediato balance de las ca racter?sticas y condiciones socio-pol?tico-econ?micas, que guar

daba noble y maltrecha la muy imperial ciudad un a?o

antes de la llegada de su extraordinario reformador, el se gundo conde de Revillagigedo. No es mi prop?sito glosar ahora el documento que publicar? ?ntegro en una monogra f?a. Pero s? quiero dejar constatadas primicias de su filia ci?n, algunas razones por las que yo he sustentado hace al gunos a?os,10 tras larga investigaci?n no exenta de dificul tades, qui?n fue su autor. 8 Gazeta de Mexico, 1:27 (4 ene. 1785), p. 117.

9 Gonz?lez Polo, 1971-1972. 10 En una conferencia el 26 de septiembre de 1973 dentro del ciclo

"Cronistas e historiadores" que se llev? a efecto en el Museo de la Ciudad de M?xico bajo el rubro "Baltasar Ladr?n de Guevara"; sus tentada igualmente en Espa?a el 30 de octubre de 1974, por invitaci?n

de la Escuela de Estudios Hispano Americanos de Sevilla, lo mismo que en el Seminario de Historia Urbana del Departamento de Inves tigaciones Hist?ricas del INAH, ese mismo a?o.

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IGNACIO GONZ?LEZ-POLO

El manuscrito Realizado por un excelente escribano el manuscrito en cuesti?n, tiene anexos interlineales y anotaciones al margen,

minutas del autor. Sus 78 fojas est?n divididas en 24 apar tados que el autor llama p?rrafos, siendo en realidad ?stos los 278 numerales que lo integran, a saber: 1) Abasto de carnes de toro y carnero; 2) Ganado de cerda; 3) Pr?ctica de desangrar y desollar ganado; 4) Panader?as; 5) Aguas

potables; 6) Ca?er?as; 7) Acequias; 8) Ropa de contagia dos; 9) Casas; 10) Calles; 11) Empedrados; 12) Basuras

de todas clases; 13) Fuentes p?blicas; 14) Puestos de venta de comestibles en plazas y parajes p?blicos; 15) Faroles y alum

brado; 16) Pulquer?as y vinater?as; 17) Comisarios de ba rrio; 18) Paseos de Bucareli y el de la Alameda; 19) Entra das y salidas p?blicas; 20) Concurrencia de la jurisdicci?n

arzobispal y eclesi?stica para la polic?a de M?xico; 21) Con clusi?n preparatoria; 22) Ap?ndice; 23) Propios y arbitrios de la ciudad; 24) Comisi?n principal al [Real tribunal del]

Consulado.

No hay materia de la vida p?blica de M?xico, sobre todo en aquellas en donde la autoridad interven?a directa o indi rectamente, que no halle comentario o proposici?n concreta

en este memorial: alimentos: su carest?a, mala calidad y

escasez; diversiones, comercio, abasto de carnes, mercado so bre ruedas, beneficencia, sanidad, cajones de basura en todas las casas, nomenclatura, tr?nsito, nuevos adoquinados en las calles c?ntricas, paseos y zonas verdes, remodelaci?n de ba rrios y plazas, nuevos sistemas jur?dicos, divisiones munici

pales y comisarios, bebidas alcoh?licas de las que hace una curiosa apolog?a, vagancia, prostituci?n, alojamiento y vi viendas, alumbrado p?blico, mal uso y escasez del agua, p?simos servicios de mantenimiento y reparaci?n de las ca lles, milicias, ganader?a y muchas otras materias, que paso a paso van siendo examinadas en la situaci?n y resultados en que se desarrollaban o hab?anse iniciado desde la con This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:36:40 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


UN MANUSCRITO AN?NIMO

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quista hasta su tiempo, se?alando al vivo sus defectos y proponiendo en cada caso sus remedios. ?Bajo el sol nada nuevo! si comparamos los que hoy padece, fr?a y descon certante, como enorme monstruo nuestra capital, congestio nada, inh?spita y hostil.

El tema puramente municipal ocupa en el manuscrito

muchos pliegos. Conoc?a el autor indudablemente la ciudad de extremo a extremo, incluyendo los arrabales, como el que m?s, y sab?a se?alar minuciosamente los defectos de su ad ministraci?n, excesos, omisiones y descuidos, sin olvidarse de la mugre, la ignorancia e inmoralidad de sus habitantes, y sin perdonar con cautela al clero y las autoridades que mal representaban las instituciones de la iglesia y el estado.

El comercio es un rengl?n, tambi?n, que da en este

memorial sugestivo cap?tulos de observaci?n y an?lisis que

deben tenerse en cuenta al estudiar los antecedentes eco n?micos del pa?s y los fen?menos que de ellos pueden deri varse hasta nuestros d?as.

En el Discurso sobre la polic?a de M?xico advi?rtese

igualmente, a m?s del meticuloso examen y profundo co

nocimiento local del autor, la erudici?n cosmopolita que

aprovecha hasta cierto punto las experiencias ajenas. La ma yor?a de las providencias extra?das en la pr?ctica mexicana son resultados de las personales cavilaciones y amplio cono cimiento del pasado: Es indubitable que las primitivas ciudades, formadas in mediatamente despu?s de la conquista, se construyeron tra

z?ndolas con la mayor perfecci?n en lo bien delineado de sus calles y situaci?n de sus plazas, porque los prelados y

ministros reales que intervinieron en cuantas providencias se

adaptaron entonces se hallaban dotados de la sabidur?a e ilustraci?n que fue general en Espa?a en los ?ltimos felices

tiempos del reinado de Carlos V y todo el de Felipe II... Esto se demuestra evidentemente por todo lo fabricado [se refiere a nuestra capital] en aquellos a?os en que sin duda se proced?a con reflexivo esmero; pero lo ejecutado posterior

mente, seg?n iba aumentando la poblaci?n, convence un ab This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:36:40 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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IGNACIO GONZ?LEZ-POLO

soluto abandono y torpeza, no labr?ndose con la direcci?n o simetr?a que las primeras obras, sino torciendo o angostando las calles, de un modo que han privado al casco de la ciudad y a sus habitantes de la hermosura material y de la salubridad con que circular?a el aire, dejando, si hubiese unos dilatados puntos de vista, un horizonte agradable y seguido.

Disquisiciones sobre el autor Inquisitivo, observador, hombre de letras y urbanista mo

derno en alto grado, el relator del manuscrito infolio ex presa que ?l "propuso en septiembre de 78... al excelent? simo se?or marqu?s de Sonora [Ministro Universal de Indias,

Jos? de G?lvez] en un papel (o ll?mese disertaci?n), con

t?tulo de Sobre los excesos o des?rdenes de la plebe de M?xi co y medios de su correcci?n, entre otras ideas no infunda

das, el establecimiento de comisarios de barrio... habi?n

dose efectivamente adoptado y mandado verificar, haci?ndose la respectiva demarcaci?n de cuarteles y distritos". Quien esto afirma en semejante tono no puede ser otro que el oidor, asesor general y regente con los honores de consejero del

supremo de las Indias, don Baltasar Ladr?n de Guevara. Durante el gobierno del mariscal de campo Mart?n de Mayorga alcanz? su realizaci?n la vieja idea de dividir la ciudad, para su mejor administraci?n, en circunscripciones peque?as que permit?an dotarla de una vigilancia m?s efec tiva e inmediata. Para tal efecto el comisionado fue, justa

mente, el oidor a quien atribuimos la paternidad del Dis curso.

Ladr?n de Guevara concluy? su plan, calificado por el regente de la Real Audiencia Vicente de Herrera de "obra maestra y monumento grande y eterno", y sin a?adir ni quitar nada lo recomend? para su aprobaci?n al virrey, que por bando de 21 de noviembre de 1782 lo mand? imprimir y publicar.11

il Vid. B?ez Mac?as, 1969.

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UN MANUSCRITO AN?NIMO

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Guevara, al trazar su proyecto, hab?a recorrido la ciudad

entera por su propio pie, del centro a su periferia, inclu

yendo sus arrabales, "con su diversidad de gentes y plebe de todas castas". Sin fiarme del pr?ctico conocimiento que me asist?a [in forma el oidor], dirig? en el principio mis pasos a reconocer

muchas veces la ciudad y sus arrabales por el centro y su

circunferencia; y teniendo a la vista los mapas que hall? m?s exactos, despu?s de meditada la diversidad de gentes e inmensa plebe de todas castas, que habitan lo anterior y extremos de la ciudad en sus barrios, compuestos unos de muchos intrin cados callejones, otros de arruinadas f?bricas entre acequias y zanjas que embarazan el tr?nsito, y los m?s de chozas de ado

bes o ca?as sembrados sin orden en dilatados terrenos y a

grandes distancias una de otras, proced? a la material divisi?n

y formaci?n de cuarteles que manifiesta el plano y explica esta descripci?n, y despu?s de ella a disponer el reglamento o instrucci?n para los alcaldes de cuartel, que han de estar subordinados a los se?ores jueces respectivos de ellos, seg?n propuse en consulta separada .. .12

?No acaso, en caminata semejante y experiencias de tal ?ndole para un funcionario como lo fue el susodicho Gue vara, enterado perito, responsable y profundo, cabr?a la idea de consignar en unos apuntes todo lo por ?l observado en su doloroso recorrido en que se padecieron, dice el docu mento an?nimo: "ojos, olfato y pies"? Cuando se principi? [dice el Discurso] fue con la ?nica

intenci?n de complacer a un amigo que nuevamente posesio nado de empleo civil y de inmediata intervenci?n en el go

bierno p?blico, deseaba reunir algunas especies de las m?s

principales y dignas de mejorarse en la constituci?n pol?tica de esta capital,13 y aunque el autor rehus? durante no pocos

12 B?ez Mac?as, 1969, pp. 80-81. 13 No ser?a dif?cil que se tratara del contador de propios y rentas

y archivero de la nobil?sima ciudad, Francisco de Barrio Lorenzot, muerto en 1789.

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IGNACIO GONZ?LEZ-POLO

d?as emprender la explicaci?n de ellas por sus demasiadas

ocupaciones, determin? ?ltimamente dedicar los tales cuales intermedios de quietud que le permitiesen aquellas para cum

plir el pensamiento. As? lo ha ejecutado, aprovechando los cortos ratos en que se viste, peina o emplea en alguna diversa

acci?n material que hiciese compatible la m?s reflexiva de raciocinar sobre puntos tan varios y opuestos entre s?, ya devotos, ya profanos, ya limpios, ya puercos, ya de borrachera y licores, ya de aguas y finalmente de una naturaleza o eslera que incesantemente incomodaban el esp?ritu con lo fastidioso de su experiencia grosera y diaria.

Finalmente, dejando entrever la verdadera e imperiosa raz?n de sus apuntes, para cerrarlos con humildad y pesi mismo expresa: Si las antecedentes producciones contribuyen en algo a

despertarlo y atraer siquiera en una peque?a parte la imita ci?n, se dar? el que las ha dictado por plenamente satisfecho,

aunque queda con casi total desconfianza de que surten el

mejor feliz efecto por motivos que no es oportuno ni debido explicar, con cuya interior displicencia pone el ?ltimo punto o sello a su entretenimiento o tarea, mil veces interrumpida

desde que la principi?, sin haberle sido posible concluir o limar otras que tiene pendientes, entre las cuales se hallan

m?s adelantadas o pr?ximas a su perfecci?n la de un Discurso o disertaci?n sobre las bondades y defectos de M?xico, y otro De la influencia de la polic?a respecto a la real hacienda, que

ambas es de presumir no salgan jam?s de la clase de borra

dores o de rudis indigestaque moles.

Hay que hacer notar que los conocimientos de Guevara no s?lo provienen de la observaci?n directa, diaria y pro longada que ejerce como funcionario durante m?s de cin cuenta a?os ?tuvo cuatro ocasiones el gobierno de la Nueva Espa?a?, sino, tambi?n, del intensivo de la lectura y el dominio de la historia. He observado y visto por m? mismo, como no pueden ha cerlo los que siempre ven desde muy alto, o muy de lejos las clases, costumbres, genios, industrias, ocupaciones y comercio

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UN MANUSCRITO AN?NIMO

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de sus habitantes; los males de que adolece este gran cuerpo y sus causas; los medios de hacerlo feliz y m?s ?til a esta me tr?poli; la forma de su gobierno en lo eclesi?stico y pol?tico dentro de esta capital, en sus m?s distantes poblaciones, y en los presidios y misiones de infieles; los ramos de la real ha cienda, como que por tan largo tiempo he manejado y despa chado sus asuntos ...14

Lo mismo le vemos ocupado en graves asuntos de esta do,15 asesorando y dictaminando con distinguido celo sobre los perjuicios de la usura, los buenos o malos efectos de la composici?n de tierras y bald?os, la manufactura, precio y calidad del pan, la conservaci?n y limpieza de las calles, el

abasto de carnes, el gobierno de las pilas p?blicas,16 que estar escuchando a altas horas de la noche "con indecible

paciencia ?seg?n testimonio del contador de tributos, Juan

de la Riva?, a toda especie de gentes, estando llena su

casa de aguadores, cargadores, carpinteros... y dem?s ofi cios".17 Desde muy temprano, como asesor, Ladr?n de Guevara revela sus ideas pol?ticas dictaminando en 1773 sobre el em pedrado que requer?a con urgencia nuestra capital y el m? todo para costearlo.18

Deseando dar nuevo suelo a nuestra capital, porque en realidad el que hab?a tenido siempre de piedra chica sin 14 Ladr?n de Guevara, 1778, f. 123. 15 Baltasar Ladr?n de Guevara: "Relaci?n de m?ritos y servicios"r en AGI, M?xico, 1886. Cf. Berist?in, 1816-1821. 16 De los que hay sobrada constancia en las secciones diversas del

Archivo General de la Naci?n y en el antiguo del Ayuntamiento de

M?xico, mismos que tratar? in extenso pr?ximamente en la edici?n y estudio del manuscrito an?nimo, objeto de mi investigaci?n. 17 "Testimonio del expediente formado a representaci?n del se?or don Balthazar Ladr?n de Guevara, sobre el arreglo de tributos de las

parcialidades de san Juan y Santiago y dem?s castas de esta capital

M?xico", AGI, M?xico, 1870, f. 5. 18 "Autos", 1773, ff. 149-174. Cf. AAM, Actas de Cabildo, 93 (2 die.

1773).

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IGNACIO GONZ?LEZ-POLO

labrar y por consiguiente, desigual, ajustada en la tierra a golpe, era de poca duraci?n, inc?modo y molesto para los forasteros que nos visitaban, acostumbrados a mejor piso,19

Ladr?n de Guevara muestra su insatisfacci?n con el plan

puesto en pr?ctica seg?n disposici?n del virrey Croix, por el capit?n Lafora, no obstante los inconvenientes que previo y propuso la junta de polic?a. Independientemente de obje tar su considerable costo: "es veros?mil que suba el gasto a la exorbitante cantidad de tres millones de pesos... "j20 Guevara impugna el m?todo aplicado por Lafora: "sin acor darse de que es arte apartarse del arte, quiso llevar un nivel en las calles, conforme a las reglas del suyo, y de aqu? re sult? quedar los suelos de unas casas demasiado profundos, y otros excesivamente elevados .. . ".21

A pesar de lo armonioso y de la agradable disposici?n

que presentaron nuestras calles, todo fue, comenta nuestro personaje, una comodidad aparente y una hermosura ef? mera, porque a los primeros pasos la fragilidad del terreno

opresa del volumen y continuo movimiento de coches y

carros de carga y bestias hizo lugar a las piedlas de mayor peso, form?ndose otros tantos baches o recept?culos de agua

que manaban causados por lo bajo del suelo.22 Luego de informarnos instruidamente y dando muestras de su profuso

conocimiento, Guevara pasa a tratar del providencial em pedrado que deber?a hacerse y la bolsa que lo habr?a de costear, no sin antes revel?rsenos como urbanista moderno:

Un suelo llano o igual es no s?lo una de las perfecciones que hermosean las ciudades, sino tambi?n parte muy principal de las comodidades del hombre y necesaria para los comercios

i?> Verbigracia el abate Chappe y fray Francisco de Ajofr?n, quienes no obstante su corta estancia nos legaron su visi?n, esquem?tica y subs tancial, de la ciudad de M?xico de entonces: Ajofr?n, 1964, y Chappe, 1972.

M "Autos', 1773, f. 153.

^1 "Autos", 1773, f. 158. ^ "Antas", 1773, ff. 153v-154.

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UN MANUSCRITO AN?NIMO 43 y el tr?fico; en suma, para facilitar todas las funciones de la sociedad. Esto no hay quien lo dude, y por eso es entre otras, una de las primeras reglas del gobierno pol?tico, tener llanos los caminos, reparados los puentes, y con m?s raz?n, sin tro piezos y limpias las calles.23

Discurriendo objetivamente sobre el terreno que se su perpuso sobre las lagunas del valle de M?xico dando origen

a la tierra firme de nuestra ciudad, Ladr?n de Guevara juzga que m?s que otro, necesita el de nuestra capital de

empedrado. No tiene noticia de que se conociese otro desde

la conquista, que el de la piedra peque?a bruta y sin fi gura regular, bien porque de esa usaban los indios en su

gentilidad, o porque los espa?oles la eligieron entonces como de muy f?cil manejo y poco costo.24 No obstante sus limi taciones, lo irregular y falta de niveles, tuvo el antiguo em

pedrado a su favor el haber sido usado sin memoria de otro, teniendo acostumbrados a los habitantes a ?l, antes de que hubiesen sentido ?stos la comodidad del enlosado por el que despu?s clamaron, excepto algunos, que apre

ciando m?s el dinero que su propio alivio, poco les import? el beneficio p?blico. Observa Baltasar Ladr?n de Guevara que es costumbre muy antigua en M?xico el que los propietarios de las casas costeen la reparaci?n de los empedrados de las calles en sus respectivas pertenencias. Discurre, persuadido en la raz?n, las leyes y la pr?ctica de la corte de Madrid, que no deben ser los propietarios los ?nicos en llevar toda la carga, sino tambi?n las cabezas de familia:

?Siendo, pues, el p?blico el que goza del beneficio y los due?os de casas una peque?a parte de ?l, en qu? raz?n puede fundarse que sean solos ellos los que sufran la carga del que es beneficio com?n? 25

a? "Autos", 1773, f. 156. a* "Autos", 1773, f. 156v. -? "Autos", 1773, f. 162.

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A pesar de lo cual el sabio magistrado pol?tico cautelosa

mente reflexiona que deber?an continuar carg?ndolo, por que la costumbre que tiene fuerza de ley los hab?a consti tuido en esa obligaci?n, imponi?ndoles el costo de ese gra vamen sobre los arrendamientos, a la manera que lo hac?a el comerciante, sobre el valor principal de los efectos de la alcabala y fletes; y corriendo el empedrado antiguo y los arrendamientos sobre ese pie, no era oportuno el momento para hacer novedad lo que ya el tiempo hab?a establecido.26 Todav?a, equitativo y justo, procurando la verdad, Ladr?n de Guevara persiste en que la regla m?s justa y segura en la contribuci?n y repartimientos para obras p?blicas es la de que se proporcione a las fuerzas y facultades de los con tribuyentes, prorrateando sus posibilidades. Siendo ejemplar lo resuelto en Madrid, le parece leg?timo que nos diferen ciemos en algo por la diversidad de circunstancias.27 Los due?os de casas han de continuar (por las razones dichas) en la obligaci?n que han estado en todo aquello que

no var?e del modo antiguo, y el vecindario por familias, s?lo ha de contribuir a lo que es nuevo gasto o aumento del que

ha habido... Las encrucijadas y plazas se han de empedrar

a lo antiguo a costa de la nobil?sima ciudad y las calles corres pondientes a los templos y conventos de religiosos y monjas

en la forma y a costa de quien se haya ejecutado en lo pa sado ...28

En suma, con lo anterior, nuestro agudo legislador Bal tasar de Guevara mu?strase conocedor de las posibilidades y limitaciones de nuestra capital, tal como la diagnostic? e intent? remediar quince a?os despu?s, represent?ndola en un cuadro de crudo realismo el autor an?nimo del Discurso sobre la polic?a de M?xico. ?C?mo explicar la erudici?n cosmopolita del relator an?

nimo

26 "Autos", 1773, ff. 163v-164. 27 "Autos", 1773, ff. 164v-166v.

28 "Autos", 1773, ff. 167v-l70v.

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UN MANUSCRITO AN?NIMO

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... en todo el universo hay... ?sto se sabe del Asia, del ?frica, de Europa y de Am?rica... es com?n en los pa?ses septentrionales europeos... he visto en Madrid... y tambi?n

que en las ordenanzas de la marina inglesa... como se acos tumbra en Holanda, Batavia y Venecia ...

si don Baltasar Ladr?n de Guevara ascendi? todos los gra dos y empleos p?blicos sin salir jam?s de M?xico? El mismo oidor responde, que el corto desahogo de sus tareas ... ha sido la lectura de la historia y de aquellas obras, viajes

y noticias que ense?an el estado, usos y costumbres de las naciones, y no se me oculta por otras particulares, cu?l es el actual de aquellos pa?ses en el que se hallan los principales ramos del gobierno, justicia y hacienda, y la suma importancia

de que sean unas mismas las leyes que rijan... ^

Tales y m?ltiples son, grosso modo, las caracter?sticas del septuagenario licenciado don Baltasar Ladr?n de Guevara, criollo a buena ley, tan benem?rito y conocido en la nobi l?sima ciudad que no lo vio nacer. Entregado a la prospe

ridad de la naci?n, adquiri? conciencia de su capital, con tribuyendo como muchos en la actividad din?mica de algu nos virreyes, el apremio ilustrado de varios ministros, y en la acci?n que se prodig? con soltura, a v?speras de nuestra independencia, en enormes proyectos, ensayos y escritos para

bien, comodidad y hermosura de la muy noble, muy impe rial metr?poli del valle de An?huac.

SIGLAS Y REFERENCIAS AAM Archivo del Ayuntamiento de M?xico AGI Archivo General de Indias, Sevilla AGNM Archivo General de la Naci?n, M?xico

BPM Biblioteca de Palacio, Madrid

29 Ladr?n de Guevara, 1778, f. 125.

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IGNACIO GONZ?LEZ-POLO

Ajofr?n, Francisco de

1964 Diario del viaje que hizo a la Am?rica en el si glo xviii, M?xico, Instituto Cultural Hispano Mexi cano, 2 vols.

"Autos"

1773 "Autos sobre el nuevo planteo de enlosados y empe drados de esta capital, seguidos en el juzgado de po lic?a", en AGNM, Polic?a, 5, exp. 6.

B?ez Mac?as, Eduardo 1969 "Ordenanzas para el establecimiento de alcaldes de barrio en la Nueva Espa?a; ciudades de M?xico y San

Luis Potos?", en Bolet?n del Archivo General de la Naci?n, M?xico, 2* serie, x:l-2 (ene.-jun.). Berist?in de Sousa, Jos? Mariano 1816-1821 Biblioteca hispano-americana septentrional, M?xico, Alexandro Vald?s, 3 vols. Bustamante, Carlos Mar?a

1852 "Suplemento" a Los tres siglos de M?jico, por el pa dre Andr?s Cavo, 2* edici?n, M?jico, J. R. Navarro.

Chappe d'Auteroche, Jean

1772 Voyage en Californie pour Vobsewation du passage de V?nus sur le disque du Soleil, le 3 juin 17)69; contenant les observations de ce ph?nom?ne, et la description historique de la route de l'auteur a travers le Mexique, Paris, Chez Charles-Antoine Jombert, librs.

Gonz?lez-Polo, Ignacio 1971-1972 "Apuntes y reflexiones sobre la ciudad de Mexico en 1788", en Bolet?n Bibliogr?fico de la Secretaria de

Hacienda y Cr?dito P?blico, M?xico, 2? ?poca, 465 470 (sep.-feb.) .

Ladr?n de Guevara, Baltasar 1778 "Representaci?n que hizo en 27 de junio de 1778 al

excelent?simo se?or don Joseph de G?lvez... , secre tario de estado y del despacho universal de Indias .. .

sobre los defectos que padece la actual legislaci?n

de Indias, y necesidad de adicionarla y corregirla

en BPM, Miscel?nea de Ayala, I (2816) , exp. 4.

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UN MANUSCRITO AN?NIMO

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Ponz, Antonio

1947 Viaje de Espa?a, seguido de los dos tomos del viaje fuera de Espa?a, introducci?n y edici?n de Casto Mar?a del Rivero, Madrid, M. Aguilar.

San Vicente, Juan Manuel de 1768 Exacta descripci?n de la magnifica corte mexicana, cabeza del nuevo americano mundo, significada por sus esenciales partes, para el bastante conocimiento de su grandeza, C?diz, Francisco Rioja y Gamboa.

Seda?o, Francisco

1880 Noticias de M?xico, recogidas_desde el a?o de 1756> pr?logo de Joaqu?n Garc?a Icazbalceta, notas y ap?n

dices de Vicente de Paula Andrade, M?xico, J. R. Barbedillo, 3 vols.

Viera, Juan de 1952 Compendiosa narraci?n de la ciudad de M?xico, pr? logo y notas de Gonzalo Obreg?n, M?xico, Guaran?a.

Villarroel, Hip?lito 1937 Enfermedades pol?ticas que padece la capital de esta Nueva Espa?a en casi todos los cuerpos de que *e compone y remedios que se la deben aplicar para su curaci?n si se quiere que sea ?til al rey y al p?blico, introducci?n de Genaro Estrada, M?xico, Bibli?filos

Mexicanos.

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LA FAMILIA ALAM?N Y LOS DESCENDIENTES DEL CONQUISTADOR ? 185 0-1907 Jan Bazant

El Colegio de M?xico

Hace casi siete a?os publiqu? en Historia Mexicana el

art?culo "Los bienes de la familia de Hern?n Cort?s y su venta por Lucas Al aman".1 Describ? c?mo el duque de Terranova y Monteleone, asustado por el en?simo ?de he cho el sexto? secuestro de sus bienes mexicanos en 1833, aprovech? su devoluci?n en 1834-1835 para ofrecerlos en ven

ta. Lucas Alam?n, su apoderado, logr? vender las veinti

cinco casas del ex-marquesado en dos a?os por m?s de medio mill?n de pesos. Las cartas de Alam?n dirigidas a su patr?n

y publicadas en el tomo cuarto de los "Documentos diver sos" de sus Obras revelan la existencia de una discusi?n, a veces vehemente, entre ambos sobre las condiciones de las ventas, pero mi investigaci?n posterior en el Archivo de Estado de ?ap?les, en d?nde est?n depositados los papeles de los descendientes de Cort?s, conduce a la conclusi?n de que Alam?n se apeg? b?sicamente a las instrucciones del marqu?s, formuladas el 26 de febrero de 1836.2 Giuseppe Pignatelli Arag?n Cort?s, duque de Terranova y Monteleone y marqu?s del Valle desde la muerte de su padre Diego en

1818, fij? en su carta el precio medio de venta de los in muebles como igual a la capitalizaci?n de rentas al 5% y autoriz? la venta de los censos con un fuerte descuento. Re

1 Vol. xix, n?m. 2 (oct.-dic. 1969) . 2 AEN, FPC, vol. 50. V?anse las explicaciones sobre siglas y refe rencias al final de este art?culo.

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LA FAMILIA ALAM?N

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chaz? plazos de varios a?os pero en la pr?ctica fue imposi ble cumplir con esta exigencia; de cualquier modo, el du que recibi? el importe completo aunque fuera con varios a?os de retraso. El impuesto del 6% sobre el valor de las ventas deb?a compensarse con los cr?ditos del ex-marque sado contra el gobierno, resultante sobre todo del secuestro de 1809-1816. Esto tampoco se pudo hacer y el gobierno re cibi? lo suyo aun cuando en teor?a reconoc?a esta deuda. Lucas Alam?n podr?a cobrarse la comisi?n del 3% sobre el precio de venta. Alam?n hab?a propuesto el 5% que se acos tumbraba cobrar en el mercado de bienes ra?ces; el duque objet? y su apoderado por ?ltimo se content? con el 3%.

Hay que hacer notar aqu? que Alam?n recib?a el sueldo anual fijo de 1 600 pesos m?s 566 pesos "por compensaci?n

de casa" (a los apoderados se les proporcionaba una casa; cuando esto no era posible se les pagaba un suplemento),

en total 2 166 pesos, lo que hoy ser?a por lo menos un cuarto

de mill?n.3 La comisi?n ser?a un ingreso adicional pero, como el apoderado explic?, tendr?a que desempe?ar un tra

bajo adicional. Las ?ltimas instrucciones eran las siguientes: al venderse todos los bienes vendr?a "la disoluci?n final de

toda la administraci?n"; los empleados recibir?an una "gra tificaci?n" seg?n los a?os de servicios, que Alam?n deter minar?a seg?n su criterio, pero deber?a ver que no resul

tara "muy pesada y gravosa mi generosidad a mis intereses"; y todos deber?an firmar "el m?s amplio y general finiquito a

mi favor y la renuncia... a cualesquiera pretensi?n para

trabajos y servicios ordinarios y extraordinarios". Los estu diosos de la historia del derecho obrero pueden tal vez en contrar en esto un antecedente de la actual Ley Federal del Trabajo. El archivo del marquesado deber?a enviarse a Eu ropa excepto "duplicados y papeles in?tiles" y documentos que podr?an servir para recuperar bienes y cobrar cr?ditos contra el gobierno; junto con ?l, deber?an llevarse las ceni zas de Cort?s a "la tierra de sus sucesores". 3 AGNM, HJ, leg. 377/26, cuentas de 1835.

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JAN BAZANT

Como se sabe, estas ?ltimas instrucciones no se cumplie ron: los censos y la hacienda de Atlacomulco cerca de Cuer navaca resultaron invendibles y Alam?n pas? los ?ltimos a?os de su vida vigilando la molienda de ca?a e instalando una destiler?a, para el gran descontento de su patr?n cuyos ingresos as? mermaban. El car?cter de Giuseppe Pignatelli y sus relaciones con

Lucas Alam?n se ilustran en el caso de Juan Tamayo, al parecer un ex-oficial del ej?rcito, que durante una larga permanencia en Italia se hab?a hecho amigo de los marque

ses. Tamayo lleg? a M?xico a principios de 1850 con una recomendaci?n del duque, en la que se ped?a a Alam?n le ayudara a buscar un empleo. Caus? en Alam?n una muy buena impresi?n ?lo podemos imaginar como un hombre de cierta edad, mal trajeado pero cuidadoso, humilde y deseoso de ser ?til. Pero el duque no dio instrucciones de prestarle auxilio pecuniario. Alam?n opin? el 13 de enero que "no es f?cil encontrar colocaci?n que proporcionarle, pues en cuanto a entrar a servir en estas tropas, no hay que pensar en ello, y a su edad no es f?cil que aprenda oficio nuevo". En tales circunstancias decidi? enviarlo a Atlacomulco en d?nde "sin serle a usted gravoso tendr? casa y plato" hasta la llegada del calor; pero despu?s "no s? qu? pueda hacerse con ?l y temo que por alg?n tiempo, si no es siempre, haya de quedar este amigo a cargo de usted sobre lo cu?l usted se servir? darme sus instrucciones...".

Cuatro meses despu?s Alam?n lo trajo a la ciudad de M?xico para protegerlo de las enfermedades de la tierra caliente y le dio cincuenta y tres pesos para la compra de alguna ropa y calzado, objetos sin duda necesarios para con

seguir un empleo decente; pero mientras tanto, "no pu

diendo dejarlo perecer, he tenido que tomarle en una casa de posada un cuarto... y ajustar sus alimentos en un restau rador muy modesto", por supuesto todo por cuenta del mar qu?s. (Alam?n enviaba a Italia peri?dicamente cuentas de talladas y explicaba en sus cartas los cargos hechos por dife rentes conceptos, en este caso por "gastos extraordinarios".) This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:36:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA FAMILIA ALAM?N

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Tamayo puso en los peri?dicos un anuncio como maestro

de lenguas y un mes despu?s ya ten?a una lecci?n de fran c?s. Por desgracia, en lugar de conseguir m?s clases, perdi? poco despu?s a su ?nico alumno. Con el tiempo lleg? a re lacionarse con "la sociedad m?s distinguida" pero no lo supo aprovechar. Para julio o agosto de 1850 por fin llegaron las instrucciones del marqu?s: Tamayo deber?a vivir en el Hos pital de Jes?s. Como se sabe, los marqueses eran patronos de esta instituci?n piadosa fundada por el conquistador y sus apoderados en M?xico los representaban en este papel. La orden del duque significaba que Tamayo ser?a mantenido por el hospital, ya no por ?l. Por cierto, a Alam?n se le ha b?a ocurrido la idea de emplearlo en el archivo del hospital pero ?ste estaba tan congestionado a causa de una epidemia de c?lera que hab?a camas hasta en el despacho, por lo cu?l este pobre hombre continu? siendo una carga para las fi nanzas del marqu?s.

Alam?n anunci? con j?bilo el 3 de junio del a?o si

guiente que Tamayo trabajaba ya como archivista y cobra dor del ex-marquesado, a cambio de la modesta asignaci?n mensual de veintiocho pesos. "?l lo hace todo de muy buena voluntad y con mucho empe?o, y estoy contento de su tra bajo, de modo que ya no se le puede considerar a cargo de

las rentas, pues gana lo que percibe..." Pero esto no le

bastaba y Alam?n se ve?a en la penosa necesidad de negarle fondos para la compra de trajes. Por desgracia para el mar qu?s, Tamayo enferm? y dej? de trabajar. A principios de

marzo de 1852 estaba ya restablecido pero Alam?n lo en contr? menos apto que antes: "para trabajos de escritorio

no es ?til, pues no tiene pr?ctica en cuentas y escribe tan mal, sobre todo en castellano, que apenas se puede enten der ... As? pues lo que se siga dando al se?or Tamayo debe usted considerarlo como un acto de generosidad..." Ante las protestas del duque, Alam?n acept? ?en la ?ltima carta dirigida a su patr?n, fechada el 30 de marzo de 1853? car

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JAN BAZANT

gar una parte de la pensi?n de vejez de Tamayo a las finan zas del hospital.4 El duque se acord? de Tamayo despu?s de la muerte de Alam?n. Le escribi? en italiano varias veces pidi?ndole que guiara, y quiz?s hasta que vigilara, al joven Juan Bautista Alam?n.5 El duque logr? despu?s convencer a su nuevo apo derado de cargar la pensi?n de Tamayo exclusivamente al hospital, ahorr?ndose as? este gasto. La discusi?n sobre este punto no dur? mucho tiempo: Tamayo enferm? de grave dad y por fortuna para las finanzas del duque falleci? el 31 de octubre de 1856, despu?s de estar s?lo un mes hospitali zado.6 Alam?n carg? a los gastos extraordinarios del duque 108 pesos, gastos m?dicos y de entierro de Juan Tamayo.7

Pignatelli sigui? a Tamayo a la tumba tres a?os despu?s.

Lucas Alam?n pas? los ?ltimos a?os de su vida enfermo y corto de fondos. Su primog?nito, Gil, abraz? la carrera eclesi?stica y su hijo segundo, Juan Bautista, las leyes. Ape nas recibido de abogado, a fines de 1850, fue empleado por su padre en la administraci?n de los pocos bienes que queda

ban del antiguo marquesado. En paite, como se quejaba

en sus cartas al duque, lo hizo porque ya no pod?a trabajar tanto y necesitaba ayuda de una persona de confianza, que tuviera al mismo tiempo una preparaci?n jur?dica para los

asuntos litigiosos de los censos (de ?stos se hablar? m?s

adelante) ; y por otra parte, el cargo de apoderado y admi

nistrador general de los bienes del marqu?s era la mejor ?si no es que la ?nica? herencia que pod?a dejar a Juan. No es, pues, extra?o que ya a principios de 1851 Alam?n propusiera cjue su hijo lo sucediera como apoderado; el du

que lo aprob?.8 Considerando la distancia, la lentitud de 4 Alam?n, 1947, iv, pp. 511, 518, 529, 533, 545, 571, 591, 592, 610,

667. 5 AEN, FPC, vol. 52.

? AEN, FPC, fascio 54.

i AGNM, HI, leg. 403/58.

8 Valad?s, 1938, pp. 216, 314, 483, 486.

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LA FAMILIA ALAM?N

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las comunicaciones y el poco inter?s mostrado hasta enton ces por los duques en sus propiedades mexicanas, era preciso

que, faltando Lucas Alam?n, existiera en M?xico una per sona que tuviera la escritura de poder general firmada por

el duque.

Un a?o despu?s don Lucas pudo informar a su patr?n que Juan se responsabilizaba de toda la contabilidad, no quedando al contador propiamente dicho m?s que llevar la caja. En una de sus ?ltimas cartas al marqu?s, que lleva la

fecha del 28 de febrero de 1853, Alam?n le pidi? un au mento de sueldo para su hijo pues el sueldo que ten?a era "s?lo de 30 pesos mensuales, que los gana un escribiente cualquiera sin tener m?s que hacer que copiar... " Bien sab?a Alam?n, por su larga experiencia en el trato con el

duque, que ?ste ced?a ?nicamente a la presi?n: ". .. te niendo mi hijo por otra parte sus ocupaciones como abo

gado que van en aumento, tendr?a que dejar por ellas lo que

hace en la casa de usted, pues aqu?llas le son m?s produc tivas".9 El asunto encontr? pronta soluci?n: Lucas Alam?n falle ci? el 2 de junio de 1853 y su hijo Juan Bautista, de 27 a?os (nacido en 1826), lo sucedi? autom?ticamente en el puesto

y en la percepci?n del sueldo correspondiente que era el

mismo que veinte a?os antes, 2 166 pesos.

El 30 de junio de 1853 el duque felicit? a Santa Anna por s? nuevo gobierno; cuatro semanas despu?s escribi? al padre

Gil y a Juan Bautista para expresarles su condolencia.10

El poder general era revocable en cualquier momento y el joven esperaba, pues, su revocaci?n o confirmaci?n. El duque no titube? mucho tiempo; despu?s de todo no era f?cil en contrar otra persona apta y familiarizada con el trabajo y ?l no sent?a el menor deseo de visitar M?xico y examinar la

situaci?n ?sobre todo las cuentas? con sus propios ojos. 9 Alam?n, 1947, iv, pp. 555, 575, 589, 628, 649, 662.

10 AEN, FPC, vol. 52.

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JAN BAZANT

As? que resolvi? dejar el puesto a Juan, pero anunci? su

decisi?n primero a Tamayo, en el curso del mismo mes de agosto. A Juan lo hizo esperar, tal vez porque lo que pen saba decirle no era muy agradable y por tanto era mejor dejar pasar un poco de tiempo. Al fin le escribi?, el 30 de octubre, que hab?a recibido muchas acusaciones contra su padre pero que nunca las tom? en cuenta como lo prueba el poder que le acababa de enviar, "d?ndole preferencia sobre todos los que lo solicitaban"; sus quejas contra don Lucas por el retardo de las cuentas y la escasez de las remesas de dinero hab?an sido justas pero no lo hicieron dudar de la honradez de su padre; en conclusi?n, esperaba ahora poder

evitar estos disgustos con el hijo. La implicaci?n de es tas palabras tan poco delicadas era la siguiente: ?p?rtate bien o ... ! Juan Alam?n no pudo aumentar las remesas; al contra rio, probablemente a causa de la revoluci?n de Ayuda y sus consecuencias, el env?o de fondos disminuy? el a?o siguiente,

1854, casi a la mitad y se redujo dos a?os despu?s, en 1856, a una cantidad insignificante.11 Lo ?nico que Juan Alam?n de momento pudo hacer e hizo fue minorar a?n m?s los ya reducidos gastos de administraci?n. Entre los a?os de 1827 a 1832 estos gastos ascend?an a 7 200 pesos anuales. Proba blemente a esa ?poca se refiri? Lucas Alam?n en su citada carta del 28 de febrero de 1853 al escribir que ?l y el con tador Villar hac?an todo, "cuando con menos trabajo hab?a antes ocho empleados para hacerlo". Esto es seguramente una exageraci?n: antes, los bienes del duque en M?xico eran va rias veces mayores y su administraci?n requer?a un personal mucho mayor. Al venderse las casas en la capital y otras propiedades, el personal superfluo fue despedido; los sueldos o los gastos de administraci?n (que inclu?an normalmente pensiones de vejez o de orfandad) bajaron en 1841 a 4 380 pesos y tres a?os despu?s a 3 840 pesos. En este nivel se man il AEN, FPC, fascio 18, conti 23.

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tuvieron hasta 1854. Un a?o despu?s Alam?n hijo logr? ba jarlos a 3 480 pesos, suma que permaneci? estable por m?s de quince a?os. Los 3 480 pesos se divid?an entre el sueldo de Juan Alam?n, quien ganaba los mismos 2 166 pesos de siem pre, eJ contador J. Vicente del Villar, quien recib?a 1 000

pesos, el oficial de contadur?a Juan del Villar, probable

mente su hijo, quien disfrutaba de 180 pesos, y la pensi?n a los hijos del se?or Ymaz que ascend?a a 133 pesos.12 El es pa?ol Vicente del Villar era casi de la misma edad que don Lucas; le ganaba s?lo por un a?o. Muri? en 1875 despu?s de servir a los duques por medio siglo y fue sepultado en l iglesia de Jes?s, al lado del hospital del mismo nombre. Los restos de su jefe, don Lucas, ya estaban all?, cerca de los de Hern?n Cort?s.

Con el fin de compensar la baja de las remesas de fondos Juan Alam?n promovi? la venta de los censos en condiciones aceptables a los due?os de las fincas hipotecadas. Los censos

eran plazos perpetuos que el marquesado recib?a a cambi

de las propiedades que hab?a vendido; pues al conquistador le

hab?an sido otorgadas como suyas tierras situadas dentr del marquesado, naturalmente, como sol?a decirse, "sin per juicio de terceros".13 En vista de una gran demanda de tie rras causada por el influjo constante de inmigrantes espa ?oles, result? f?cil hallar interesados en los terrenos pr?xi mos a la ciudad de M?xico y en los situados en los valles de Toluca y de Cuernavaca, conocidos por su fertilidad. Per las tierras no se vend?an a cambio de su valor en dinero efectivo; los marqueses quer?an asegurarse una renta perpetua

y lo lograron mediante una venta en plazos perpetuos, o lo que tambi?n podr?a llamarse un arrendamiento perpetuo- El censo anual se defini? como 2.5% del valor del terreno en cuesti?n, no como 5% como acostumbraban capitalizarse las rentas. Por ejemplo, si un pago anual era de 100 pesos, el terreno val?a 4 000 pesos en lugar de 2 000, con lo cual se 12 AGNM, HJ, leg. 403/60, cuentas de 1856. 13 Garc?a Mart?nez, 1969, pp. 95 ss., 148-150.

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doblaba su precio. Esto se deb?a quiz?s al sentido previsor de los marqueses: sab?an que la tierra aumentar?a de valor con el tiempo, al doble o m?s. As? tuvieron su origen mu chas haciendas importantes en los valles de Cuernavaca, To luca y M?xico. Los censos ascend?an aproximadamente a 8 000 pesos anua les, ingreso nada despreciable aunque mucho menor que el

producido por las casas del marquesado en la ciudad de

M?xico. Pero despu?s de la independencia, los terratenientes comenzaron a resistir su pago, con el alegato de que el censo era un derecho se?orial o "feudal". La oposici?n continu? a pesar de las sentencias judiciales favorables a este pago esti pulado en el contrato de compra-venta,14 de modo que su adeudo, que en 1826 ascend?a casi a 25 000 pesos, creci? nueve a?os despu?s a 53 000 pesos.

El marqu?s decidi? en 1835 vender todos sus bienes en M?xico, incluyendo los censos. Las veinticinco casas en la capital se vendieron como pan caliente en un precio "ganga"

resultante de la capitalizaci?n de sus rentas al 5% ya que

?stas eran tradicionalmente bajas; en realidad, los inmuebles fueron malbaratados.

Una cosa diferente eran los censos. Seg?n los contratos originales, los censos anuales de 8 000 pesos val?an ?al 2.5%? 320 000 pesos. Pero nadie estaba dispuesto a rescatarlos a tan elevado precio. Un descuento del 50% o sea una capita

lizaci?n al 5% parec?a lo razonable, dada la duda en la mente del p?blico sobre la validez de los censos. Quiz?s Lucas Alam?n se neg? a venderlos a ese precio, de modo que muy pocos censos se rescataron durante su vida. Sus cobros continuaron dificult?ndose con el resultado de que

el adeudo de los terratenientes por este concepto en la

d?cada de 1850 alcanz? casi la cifra de 100 000 pesos. Obvia mente eran deudas incobrables. Juan Alam?n reconoci? lo inevitable y en 1855 empez?

a vender los censos a una mitad de su valor nominal en 14 Garc?a Mart?nez, 1969, pp. 88-89.

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promedio. As?, al final del siglo xix se rescat? la mayor?a de los censos mediante el pago de 80 000 pesos en efectivo. En 1898 los censatarios restantes deb?an 26 000 pesos y los compradores de los inmuebles capitalinos, antes propiedades eclesi?sticas hipotecadas al marquesado, 35 000 pesos, can tidades que ?hasta donde se sepa? nunca fueron pagadas. El 30 de diciembre de 1880 Juan Alam?n inform? que mu chos censos fpr?neos eran incobrables porque "carecen de escrituras, o ?stas no est?n registradas, o no se pueden iden tificar las tierras y aguas de que proceden los censos... y estando diseminados en diversas jurisdicciones, no soportan los gastos judiciales".15 En suma, tomando en cuenta tanto los censos rescatados como tambi?n los que al final dejaron de cobrarse y per dieron validez a causa de la prescripci?n, su valor total por 320 000 pesos se rescat? con 80 000 pesos; en otras palabras, se vendieron en una cuarta parte de su valor nominal, por centaje semejante al que rigi? en las ventas de los bienes nacionalizados. Hecho curioso, los terratenientes, en su ma yor parte ?se puede suponer? conservadores e hispan?filos, se beneficiaron con la campa?a liberal contra Espa?a y el "feudalismo". Aparte de la venta de los censos y de la administraci?n m?s o menos rutinaria de la hacienda de Atlacomulco, Juan Alam?n se dedic? a gestionar la "liquidaci?n" de los cr?ditos contra el gobierno, derivados principalmente de la ocupa

ci?n de los bienes del marquesado de 1809 a 1816 y reco nocidos en 1822 por la junta de cr?dito p?blico; estos cr? ditos ascend?an originalmente a un mill?n de pesos pero con los intereses atrasados alcanzaron en 1859 la cifra de

un mill?n y medio.16 El ingenuo marqu?s insist?a en las ges

tiones y Alam?n lo obedec?a pero se puede imaginar que no ten?a fe en ellas. 15 AEN, FPC, fascio 62. 16 AEN, FPC, fascio 158, 1846, conti; fascio 29, 1859.

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Alam?n cuidaba, adem?s, del Hospital de Jes?s, que no produc?a o no deb?a de producir a los duques utilidad al

guna. Digo "no deb?a" porque cuando Alam?n, tanto padre como hijo, necesitaban con urgencia dinero para las opera ciones agr?colas de Atlacomulco lo tomaban en pr?stamo de los fondos del hospital; no hab?a tiempo para pedir pres tado a los duques y, aunque lo hubiera, ?stos no habr?an

proporcionado nada: no se ha encontrado un solo caso en que ellos hubieran girado fondos de Europa a Am?rica; el r?o de efectivo, el cash flow, siempre corri? de Am?rica a Europa. Los Alam?n procuraban reintegrar lo prestado lo m?s pronto posible, porque el hospital como fundaci?n pia dosa era algo sagrado, y sus bienes, intocables. A mediados del siglo pasado estos bienes consist?an en veinticuatro casas y accesorias valuadas en 310 000 pesos; entre las primeras estaban algunas de las m?s elegantes de la ciudad, sobre todo las situadas en la calle del Empedra dillo, hoy Monte de Piedad, al lado de las casas vendidas por los marqueses en los treintas. Algunos inquilinos del hos pital eran personas importantes o influyentes, como por ejem

plo Miguel Lerdo de Tejada, funcionario del ?ltimo go

bierno de Santa Anna. Parec?a que el hospital gozar?a para siempre de la renta de sus propiedades. Pero el 25 de junio

de 1856 se expidi? una ley que ordenaba la desamortiza ci?n de las fincas pertenecientes a las corporaciones civiles y eclesi?sticas; entre las corporaciones se incluyeron "ayunta mientos, colegios y en general todo establecimiento o fun daci?n que tenga el car?cter de fundaci?n perpetua o inde finida".17 Si bien la ley no mencion? hospitales por su nom bre la ?ltima parte de la frase pod?a aplicarse y se aplic? a ellos. As?, pues, Lerdo se convirti? en propietario de la casa de Empedradillo n?mero 5, hipotec?ndola por todo su valor a favor del hospital.

El 31 de octubre de 1856, en la misma carta en la que

inform? sobre la muerte de Tamayo, Alam?n describi? la 37 Bazant, 1971, pp. 56 ss.

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forma en que se hab?an desamortizado las casas del hospi tal. Algunas se transfirieron a los inquilinos mediante com pra-venta, lo que se llam? "venta convencional", aunque se les hizo firmar un documento privado en que se especificaba que si dentro de tres a?os el hospital adquir?a por las leyes

d?la rep?blica la capacidad legal de poseer bienes ra?ces,

le devolver?an las propiedades por el mismo precio. En al gunos casos el hospital pag? el impuesto de traslaci?n de dominio (normalmente lo pagaba el comprador) porque los inquilinos eran pobres y no ten?an inter?s en quedarse con las casas, pero el hospital los prefiri? a los denunciantes que

no presentaban garant?as para la devoluci?n eventual de ellas. Los documentos privados resultaron superfluos porque

el general Zuloaga anul? a fines de enero de 1858 la ley Lerdo, con la consecuente devoluci?n autom?tica de los

bienes desamortizados. Aun cuando el decreto de Zuloaga se refiri? s?lo a los bienes eclesi?sticos ?le interesaba un pr?s tamo de la iglesia y no hubo menci?n de las corporaciones civiles?, por implicaci?n se extendi? a las propiedades civi les de modo que dos meses despu?s Alam?n pudo informar que el hospital ya hab?a recobrado sus casas.18

A fines del a?o siguiente muri? Giuseppe Pignatelli y

su hijo primog?nito Diego confirm? a Juan Alam?n su po der general expresando la esperanza de que corresponder?a a la confianza depositada en ?l.19 A principios de 1861 la ley Lerdo volvi? a entrar en vigor y las casas del hospital pasaron de nuevo a sus compradores y adjudicatarios ante riores. Se decret?, adem?s, la secularizaci?n de los hospitales

administrados por la iglesia; todo el mundo sab?a que el Hospital de Jes?s era una instituci?n secular pero obvia mente se necesitaba una declaraci?n del gobierno en ese sentido. Alam?n la pidi? y la obtuvo. En forma semejante 18 AEN, FPC, fascio 54.

19 AEN, FPC, vol. 55, copiador de las cartas del duque a Alam?n de 1859 a 1865.

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logr? salvarse el Colegio de Las Vizca?nas. Alam?n asegur? as? la independencia del hospital frente al estado. Los ingresos del hospital estaban garantizados por la hi poteca de los inmuebles. Pero tambi?n en esto pod?an suce

der contratiempos. Por ejemplo, en marzo de 1861 muri? Lerdo, quien como se ha dicho hab?a comprado a cr?dito la casa en que habitaba. Con el fin de ayudar a sus deudos y de honrar la memoria del desaparecido, el gobierno can

cel? la escritura de hipoteca: en otras palabras, regal? la

hipoteca, que no era suya, a los familiares de Lerdo.20 Seg?n la informaci?n oficial de 187421 se lleg? posteriormente a un acuerdo entre el gobierno y el hospital sobre la fprma

de pago. Sin embargo, las trece cartas posteriores de Ala m?n al marqu?s revelan que ?sta no result? satisfactoria y

que, en suma, la casa no fue pagada.

A Alam?n le fue mejor con el hermano menor de Miguel

Lerdo, Sebasti?n, a la saz?n rector del Colegio de San Ilde

fonso. Seg?n las gu?as de forasteros, Sebasti?n vivi? en 1854

con su hermano mayor en Empedradillo n?mero 5, pero cinco a?os despu?s lo vemos como inquilino del Hospital de Jes?s en el n?mero 3 de la misma calle, en una casa mucho m?s elegante o grande que la de Miguel, a juzgar por su valor. En 1861 la casa estaba vendida a otra persona que acababa de quebrar y que no pod?a seguir pagando el inter?s hipotecario al hospital. En estas circunstancias, Se

basti?n Lerdo ofreci? comprarla, pagando un precio a?n mayor. Alam?n no dej? que se le escapara la oportunidad de entrar en relaciones personales con un hermano del fa moso liberal; como conservador ultramontano que era, no ignoraba la importancia de la amistad con alguien del ban do contrario. As? que pidi? al duque ?en mayo de 1861 ? que permitiera la venta. Un a?o despu?s el duque a?n no la autorizaba, pero la transacci?n se consider? un hecho des 20 AEN, FPC, fascio 54 (1856-1862) .

2i Bazant, 1971, p. 227.

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de que Lerdo se arregl? con la persona que le disputaba la propiedad. Alam?n ratific? la operaci?n a fines del a?o. Lerdo result? muy ?til en el a?o de 1862. En abril, el gobierno, urgido de fondos, decret? la nacionalizaci?n de todos los bienes, incluso las hipotecas, dejados en testamento para objetos piadosos; tales bienes pod?an ser denunciados.22 Las consecuencias no se dejaron esperar mucho tiempo: cinco meses despu?s, en septiembre, fueron denunciados todos los bienes del duque, incluyendo la hacienda de Atlacomulco.23 Lerdo y Jos? Fernando Ram?rez prometieron defender al hospital y, gracias a ellos, el gobierno liberal archiv? el ex pediente en los primeros meses de 1863, hecho que Alam?n consider? como un ?xito personal suyo. Poco tiempo despu?s el gobierno de Ju?rez abandon? la capital y el ej?rcito fran c?s estableci? all? un gobierno de ocupaci?n. La pertenencia

de Juan Alam?n a la junta de notables abri? la posibili dad de reclamar el pago de la casa de Empedradillo n?

mero 5, que el gobierno hab?a donado en 1861 a los deudos de Miguel Lerdo. A fines de enero de 1864 Alam?n inform? haber presentado la reclamaci?n correspondiente pero me dio a?o despu?s no hab?a conseguido todav?a nada. Parece que sucedi? lo siguiente: las autoridades francesas no esta ban dispuestas a desembolsar nada por este concepto, m?s bien se inclinaban hacia un arreglo directo entre el hospi

tal y la familia de Lerdo; en otras palabras, que ?sta se obligara a pagar. Seg?n una carta de Alam?n fechada a fines de febrero, la viuda de Lerdo recurri? al comisario franc?s de finanzas p?blicas y fue recibida con considera ci?n y buena voluntad, lo que significa probablemente que

ella lo convenci? de que no pod?a comprometerse en ese

sentido. Y puesto que el gobierno franc?s quer?a mantener buenas relaciones con los liberales, las cosas se quedaron en las mismas. La casa no fue pagada y esto constituy? la ?nica p?rdida importante del hospital durante la reforma. 22 Labastida, 1893, p. 157. 23 AEN, FPC, fascio 56 (1862-1868) .

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Alam?n intent? tambi?n aprovechar la situaci?n en fa vor de los bienes del ex-marquesado. El duque se arregl?

directamente con Rothschild en Par?s para que su represen tante en M?xico, Nathaniel Davidson, le cobrara sus cr?

ditos contra el gobierno. Seg?n los datos disponibles, no logr? nada. Alam?n trat? tambi?n de cobrar los censos que las corporaciones eclesi?sticas pagaban al ex-marquesado pero no logr? absolutamente nada porque, como escribi?, los com pradores de bienes eclesi?sticos no se hac?an responsables

de las deudas de la iglesia. A fines de diciembre de 1866 a?n segu?an resistiendo. En 1868 Alam?n dio por perdido el cobro de estos censos.24

En ese a?o Alam?n se enfrent? a otros problemas. El 30 de junio los bienes heredados de Hern?n Cort?s fueron de nunciados de nuevo como bienes nacionales.25 El decreto de abril de 1862 segu?a en vigor con el consecuente riesgo de la confiscaci?n de los bienes del hospital. Gracias de nuevo a la influencia de Lerdo el expediente fue archivado. En 1870

volvi? a surgir la cuesti?n de si el Hospital de Jes?s era

una instituci?n eclesi?stica o secular, problema ya resuelto por el gobierno nueve a?os antes. Lerdo prometi? defender la independencia del hospital y en poco tiempo logr? obte ner una resoluci?n favorable para su administrador. Ciertamente es un hecho curioso que Lerdo defendiera al hospital y a sus bienes con tanta eficacia durante esos a?os, pero que al llegar a la presidencia de la rep?blica en 1872 hiciera lo opuesto con los bienes de los antiguos cole gios, que entonces se denominaron establecimientos de ins trucci?n p?blica. Seg?n una nueva ley, sus hipotecas deb?an enajenarse en condiciones ventajosas a los censatarios. As? se desvaneci? la riqueza del ex-colegio de San Ildefonso, en el cual Lerdo hab?a pasado m?s de veinte a?os, primero como 24 AEN, FPC, fascio 58 (1868-1872). 25 Labastida, 1893, pp. 449-466.

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estudiante, despu?s como maestro y por ?ltimo como rector; 26

pero el hospital no fue tocado. El expediente dorm?a el sue?o de los justos cubierto por

una creciente capa de polvo hasta que a fines de 1882 los

denunciantes de 1862 resucitaron el asunto. Los tr?mites em pezaron a "correr" con la lentitud acostumbrada. El denun

ciante ?cesionario de los denunciantes anteriores? precis? que los bienes legados por el conquistador eran hipotecas calculadas en 300 000 pesos, resultantes de la desamortizaci?n

de las casas del hospital, la hacienda de Atlacomulco y el hospital mismo m?s todas las casas de la manzana que lo

rodeaban (hoy d?a se levantan all? edificios modernos de des pachos, con cuyos productos quiz?s se sostiene el hospital). La secretar?a de Hacienda admiti? la denuncia el 7 de mar zo de 1884 y las cosas empezaron a moverse aprisa, sobre todo

considerando que era el ?ltimo a?o del gobierno del general

Manuel Gonz?lez. El 16 de junio Juan Alam?n escribi?: Hasta ahora por favor de Dios he sabido las pretensiones del denunciante oportunamente y se han frustrado por la in tervenci?n activa y en?rgica del se?or ministro de Italia y la influencia del general D?az, por lo cu?l ver? usted que no he

descuidado ninguno de los medios que me indica, pues por lo dem?s ni las leyes ni los mejores abogados sirven de nada en estos casos. Ahora estoy inquieto porque se han separado el ministro de Justicia, que amistosamente nos prest? buenos servicios en este negocio, y el ministro de Hacienda, pues el general Gonz?lez... no va encontrando gentes regulares que le sirvan.27

Alam?n termin? su carta asegurando que en tres meses el gobierno no pag? nada a los empleados de la lista civil y que en el ?ltimo mes hab?a dado el sueldo de cuatro d?as. Hab?a celebrado un pr?stamo bajo condiciones muy gravosas y muy

mal recibido por la opini?n p?blica, pero los fondos que 26 Bazant, 1971, pp. 304-305. 27 AEN, FPC, fascio 62.

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estaba recibiendo no alcanzaban para los gastos, "y el pre sidente sigue disponiendo de ellos para sus empresas parti culares". El 25 de julio fue nombrado un administrador general de los bienes mencionados, "hasta que el gobierno disponga lo conveniente, arreglado a las leyes",28 y el 23 de octubre "puso el presidente un acuerdo mandando llevar a cabo el secuestro y nombrando interventor y administrador al gene

ral Leyva... quien cometi? infinidad de abusos para enri

quecerse cuando fue gobernador del estado de Morelos a la ca?da del imperio en 1867".29 Ciertamente faltaba poco m?s de un mes para el cambio en la presidencia, pero Alam?n tem?a que un mes de intervenci?n gubernamental en la ha

cienda de Atlacomulco bastaba para causarle da?os incal culables. No hab?a tiempo que perder. Alam?n se puso en contacto con un intermediario y le ofreci? diez mil pesos para arreglar el asunto; ?l pidi? treinta mil y despu?s de un regateo quedaron en veinte mil, suma que se le pag?.

Pocos d?as despu?s, el 28 de octubre, el presidente suspendi?

"todo procedimiento en el negocio de la denuncia de los

bienes que fueron de Hern?n Cort?s, hasta que se estudien detenidamente las cuestiones que en ?l se ventilan". El hos pital y sus bienes, como tambi?n Atlacomulco, se salvaron de nuevo.

Para conseguir la suma mencionada en un plazo tan

ve, Alam?n dispuso, seg?n inform? el 30 de octubr 14000 pesos que estaban preparados para ser enviad

marqu?s como su remesa anual; los 6 000 restantes los sigui? prestados en unas cuantas horas entre varios am pero advirti? que este pasivo forzosamente afectar?a l

sultados financieros de la hacienda de Atlacomulco

efecto, en la cuenta de las remesas de fondos de M?xi Italia se percibe un brusco descenso en las cantidades, van disminuyendo hasta que dos o tres a?os despu?s se 28 Labastida, 1893, p. 452. 29 AEN, FPC, fascio 62 (30 oct. 1884) .

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ducen a cero.30 Nos podemos imaginar el disgusto del duque ?desde 1881 lo hab?a sido Giuseppe Pignatelli, un joven de veinticuatro a?os?, disgusto que debe de haberse convertido en desconfianza al enterarse de que no hab?a recibo alguno de los 20 000 p>esos y de que, por tanto, tendr?an que conta bilizarse como remesas (ficticias) de fondos. ?No ser?a todo un invento de Alam?n para quedarse con esa suma o una

parte de ella? Por fin lleg? el primero de diciembre de 1884 y el ge

neral D?az tom? las riendas del gobierno, nombrando como ministro de Hacienda a Manuel Dubl?n, persona sumamente

honrada, como escribi? Alam?n el 19 de diciembre. "Te niendo en lo privado algunas relaciones con el se?or Du bl?n", inform? Alam?n, "le ped? una audiencia, en que le manifest? mi deseo de que ?l resuelva definitivamente el asunto". Tres d?as despu?s Dubl?n revoc? los acuerdos an

teriores y declar? que los bienes legados por Cort?s "no est?n comprendidos en las leyes de nacionalizaci?n". En el estudio

preparado para el efecto por Luis Labastida, funcionario

especializado en los complicad?simos problemas resultantes de esas leyes, se dijo que el decreto de abril de 1862, funda mento principal de la denuncia, se refer?a en su esp?ritu a los legados testamentarios de diezmos y obvenciones y que, por tanto, no era aplicable a los bienes destinados por el conquistador para obras piadosas. En 1890 Alam?n volvi? a intentar cobrar al gobierno los cr?ditos anteriores a la independencia.31 Dos a?os despu?s inform? al comendador Giuseppe Calcagno, representante

del duque en ?ap?les desde 1880 (cuando era posible, los

duques dejaban la gerencia de sus negocios a otra persona, por lo regular un pariente; si bien desde?aban o aparenta

ban desde?ar este aspecto de la vida, estaban muy bien

informados y siempre se disgustaban cuando la corriente del efectivo disminu?a), que Mat?as Romero hab?a decretado la 30 AEN, FPC, conti 36. 31 AEN, FPC, fascio 81 (1887-1894) .

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extinci?n de la Direcci?n de la Deuda P?blica y que esto dificultaba el arreglo, dado que los cr?ditos contra el go

bierno, tanto los del hospital como los de la casa, ya hab?an sido rechazados. A principios de 1893 Romero revoc? la resoluci?n de la Direcci?n de la Deuda en cuanto a los cr?ditos del hospital (no los de la casa) y prometi? estudiar el asunto personal mente. Poco tiempo despu?s Romero entreg? las riendas de las finanzas p?blicas a su sucesor. Si Alam?n esperaba un acuerdo favorable se equivoc?. Los tr?mites siguieron su paso acostumbrado. Probablemente con el fin de dar largas al asunto, la secretar?a suscit? dudas sobre la personalidad de Alam?n como apoderado,32 inform? ?ste en 1895 al nuevo representante del duque en ?ap?les Giuseppe C?rcamo Pig natelli, marqu?s de Avala. Al fin, el presidente de M?xico rechaz? las reclamaciones. En 1896 quedaba s?lo la posibi lidad de un arreglo por v?a diplom?tica, camino delicado pues cualquier intervenci?n diplom?tica pod?a emprenderse ?nicamente en una forma amistosa. El ministro brit?nico ofreci? sus servicios pero Alam?n crey? m?s prudente que lo hiciera el ministro de Italia cuya llegada se estaba espe rando. En el oto?o de 1897 a?n no llegaba. En estas circunstancias Alam?n hizo otro intento con Li mantour. En una audiencia que tuvo lugar en septiembre de 1898 el secretario le dijo que como hombre privado re

conoc?a que el gobierno no hab?a procedido con equidad

pero que como ministro apoyaba la decisi?n ya hecha, por que si la revisaba los dem?s pretender?an lo mismo, y le sugiri? hablar con el ministro de Relaciones Exteriores, Ig nacio Mariscal. Entonces el ministro de Italia visit? a Ma

riscal pero ?ste no parec?a estar enterado del asunto, a pesar de que Limantour hab?a prometido informarle, de modo que no resolvi? nada. A fines del a?o Alam?n escri bi? que no hab?a podido hablar con ning?n secretario a 32 AEN, FPC, fascio 82 (1894-1899).

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LA FAMILIA ALAM?N

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causa de la ausencia de ?stos... y as? sigui? el asunto hasta el principio del siglo xx. Todos esos sinsabores eran compensados por las utilida des de la hacienda de Atlacomulco, que alcanzaron su c?nit en 1901. Pero la prosperidad de la industria azucarera no estaba destinada a durar para siempre. En 1904 la produc ci?n mexicana de az?car subi? a 100 000 toneladas y su pre cio, hasta entonces estable, se derrumb? de 21 a 15 centa vos por kilogramo. Atlacomulco sufri? una p?rdida que se re piti? durante los a?os siguientes como resultado de otra baja

en el precio del az?car, en 1906, de 15 a 12 centavos el

kilo. Los n?meros rojos disgustaron a don Diego, hermano menor del duque Giuseppe, supervisor de la administraci?n de Alam?n desde 1900. Alam?n le hab?a escrito desde 1904

explic?ndole la necesidad de invertir en mejoras tecnol?gi cas con el fin de poder competir con otras haciendas del estado de Morelos que ya ten?an equipo moderno.33 Despu?s de no recibir contestaci?n durante dos a?os, Alam?n ?quien en 1906 cumpl?a ochenta a?os de edad? suplic? a don Diego,

a mediados de ese a?o, que buscara otro apoderado. De nuevo no hubo contestaci?n. A fines de abril del a?o si

guiente, en una carta escrita con mano insegura, present? otra vez su renuncia y rog? que el nuevo apoderado llegara antes del primero de julio. Juan Alam?n ya no pudo entregar la administraci?n a su sucesor. Su hijo Lucas comunic? telegr?ficamente su fa llecimiento el 8 de junio; 34 y que en virtud del poder otor gado en 1902 continuaba como apoderado hasta nuevo avi

so. Puesto que no llegaba respuesta ?la cual, sin duda, se pod?a telegrafiar? Lucas Alam?n escribi? un mes despu?s

ofreciendo continuar como apoderado. Termin? su carta con

las palabras siguientes: "No obstante el descuido con que

usted ha visto los intereses de su casa en ?sta, bien compren 33 AEN, FPC, fascio 83 (1900-1925). 34 A diferencia de su padre, Juan Alam?n no fue sepultado en la iglesia de Jes?s.

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JAN BAZANT

der? que el ofrecimiento que le hago carece totalmente de inter?s, pues su representaci?n, en cerca de cien a?os que

la ha tenido mi familia, nunca le ha producido nada, ni

aun la estimaci?n de ustedes, habiendo sin embargo aceptado tanto mis antecesores como yo con gran cari?o dicha repre sentaci?n, por tradici?n de raza y de familia".

Tanto Juan Alam?n como su hijo ignoraban que Diego

Pignatelli hab?a decidido aceptar de inmediato la renuncia del primero y que pocos meses despu?s encontr? otro apo

derado en la firma bancada Hugo Scherer y C?a., de la ciudad de M?xico, relacionada tanto con la banca parisina como con D?az y Limantour; pero don Diego no se tom? la molestia de comunicar a Juan Alam?n su decisi?n.

Los duques pagaron un precio elevado por su falta de

inter?s en M?xico y por el desd?n con que hab?an tratado a los Alam?n quienes, despu?s de todo, tambi?n eran mar

queses.

SIGLAS Y REFERENCIAS

AEN, FPC Archivo de Estado, ?ap?les, Fondo Pipiatelli, Messico, Corrispondenza.

AGNM, Hl Archivo General de la Naci?n, M?xico, ramo Hos pital de le sus.

Alam?n, Lucas 1947 Obras ? Documentos diversos, in?ditos y muy raros,

M?xico.

Bazant, Jan 1971 Los bienes de la iglesia en M?xico ? 1856-1875, M?xi co, El Colegio de M?xico.

Garc?a Mart?nez, Bernardo

1969 El marquesado del valle ? Tres siglos de r?gimen se ?orial en Nueva Espa?a, M?xico, El Colegio de M?xico.

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LA FAMILIA ALAM?N

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Labastida, Luis G. 1893 Colecci?n de leyes, decretos, reglamentos, circulares, ?rdenes y acuerdos relativos a la desamortizaci?n de los bienes de corporaciones civiles y religiosas y a la nacionalizaci?n de los que administraron las ?ltimas,

M?xico.

Valad?s, Jos? C. 1938 Alam?n, estadista e historiador, M?xico.

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LAS GUERRAS DE CASTAS Mois?s Gonz?lez Navarro El Colegio de M?xico Las guerras de colores La ca?da de Luis Felipe fue recibida con alegr?a por el mi nistro de la Rosa, quien instruy? al c?nsul mexicano en La Habana, Buenaventura Viv?, para que se informara de los efectos que hab?a tenido tanto en Espa?a como en Cuba. Dieciocho d?as despu?s, el 28 de abril de 1848, Viv? respon di? que el destronamiento de Luis Felipe hab?a producido en Espa?a una general simpat?a, al igual que en Cuba, es pecialmente entre "los hijos del pa?s". Sin embargo, pronto las noticias comenzaron a ser menos optimistas. Hab?a tras tornos ocasionados "por las desmedidas exigencias del par tido comunista", y ya para el 28 de octubre observ?, "con dolor", que no ser?a extra?o "que muy pronto estallase una sangrienta revoluci?n" en Francia.1

La revoluci?n comunista francesa de 1848 agrav? la

amargura de la clase dominante mexicana. A la derrota por

Estados Unidos se a?adi? ese nuevo peligro, lejano en Eu ropa, pero presente en su versi?n mexicana: la guerra de castas. Bernardo Cou to escribi? a Mora, el 12 de agosto

de 1848, que las noticias europeas lo ten?an at?nito, el mun

do le parec?a desencajado de su lugar, y no ve?a la mano

fuerte que pudiera reordenarlo. Se tranquiliz?, sin embargo, imaginando que acaso esa "horrorosa cat?strofe" era parte de un plan providencial que preludiaba un buen desenlace.2

Poco despu?s el secretario de Relaciones, Luis Gonzaga 1 ASRE, 1-14-1646, num. 22. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

2 Mora, 1906, p. 108.

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LAS GUERRAS DE CASTAS

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Cuevas, se?al? el peligro de que llegara a M?xico la con

moci?n europea debido a la heterogeneidad de la poblaci?n y por querer imitar a las naciones ilustradas. La revoluci?n

europea atacaba el fundamento m?s respetado de la vida

organizada: la propiedad. Seg?n Cuevas, el "principio social" (representante de los intereses de todas las clases sociales), no un gobierno o una dinast?a, luchar?a "contra el n?mero y todas sus exigencias", o sea la clase proletaria. De un lado combatir?a la raz?n, del otro la muchedumbre con sus "ma las propensiones". Anarqu?a y poder absoluto parec?an la ?nica perspectiva europea en el siglo xix. M?xico pol?tica mente no deber?a alarmarse porque era republicano, pero si

las nuevas teor?as se consideraban bajo el aspecto social

... debemos temblar y temer tambi?n que seamos arrastrados por doctrinas que han propuesto los mayores absurdos como realizables. En una naci?n como la nuestra, donde el poder del gobierno tiene tan pocos medios de represi?n y donde la clase ilustrada representa tan corto n?mero, cualquier extra v?o devastar?a el pa?s y le obligar?a sin duda a pasar por toda clase de calamidades.3

De inmediato Lamartine fue traducido en M?xico por

Vicente Garc?a Torres,4 el director del Monitor Republica no. Seg?n Marx, Lamartine emborrach? al proletariado de Par?s con el lema de la fraternit?, y a su amparo transaron las fracciones de la burgues?a.5 Alexis de Tocqueville se?al?

que la insurrecci?n de junio de 1848 hab?a sido la m?s

grande en la historia de Francia (100 000 hombres lucharon en ella) y la m?s singular porque los insurgentes combatie ron sin jefes y, sin embargo, "con un conjunto maravilloso y con una experiencia militar que asombr? a los m?s viejos oficiales".6

3 Memoria Relaciones, 1849, pp. 5, 41-43. 4 Reyes Heroles, 1958-1961, ni, p. 605. 5 Marx, s/f, pp. 33-39.

6 Tocqueville, 1893, p. 207.

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Mientras algunos recibieron con esperanza la ca?da de Luis Felipe, lamentando que en M?xico no sucediera algo parecido,7 otros se entristecieron por la difusi?n del socia lismo en M?xico, pese a que sus doctrinas hab?an sido com batidas victoriosamente en Europa. Los elementos de des orden en M?xico, se dec?a, hac?an temer una lucha general

por la difusi?n de principios antisociales "pero m?s hala

g?e?os para la clase m?s ignorante y menesterosa". A la mitad del siglo circulaban intencionados versos an tisocialistas en las calles de la ciudad de M?xico: Muy pronto en la rep?blica de M?xico cesar? de imperar la religi?n viviremos cual perros \oh delicia! |yo por lo mismo socialista soy! De tuyo y m?o los hombres detestados caer?n al tremolar nuestro pend?n con la pesca de entonces me hago rico y por lo mismo socialista soy.8

Como por entonces el peligro mayor no proven?a del pe que?o proletariado industrial de las ciudades, sino del cam po, el vicario capitular del arzobispado de M?xico dispuso que vicarios y p?rrocos procuraran inspirar a los ind?genas "las ideas de orden y sumisi?n a las autoridades, poniendo a su vista la igualdad ante la ley de que disfrutan en uni?n de los dem?s ciudadanos, sin distinci?n de origen ni de cas tas". El vicario Jos? Mar?a Barrientos confiaba que de este

modo el gobernador del estado de M?xico, Mariano Riva Palacio, quedara complacido de su empe?o en combatir los "delirios" y "extravagancias" comunistas y socialistas.9

Juan Donoso Cort?s difundi? en M?xico el pensamiento de Proudhon, por la refutaci?n que de ?l hizo en c?lebre libro. Acaso no todos aceptaran la base teol?gica de la refu 7 Und?cimo calendario, 1849, p. 9. 8 Valad?s, 1938, p. 480.

? LAC, MRPA, 4 085.

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LAS GUERRAS DE CASTAS

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taci?n del publicista espa?ol al socialista franc?s, pero al gunos j?venes liberales coincid?an en el rechazo a lo que Ignacio Luis Vallarta llam? "las horribles doctrinas de

Proudhon y otros socialistas".10 Como los conservadores me tieron en un mismo saco a liberales y socialistas, Melchor

Ocampo fue tachado de comunista, ?l, de quien dec?a su amigo Jos? Mar?a Manzo que era "tan amante de la pro

piedad".11 La revoluci?n francesa de 1848 tuvo otro efecto importante: varios artesanos y comerciantes franceses se re fugiaron en M?xico, huyendo de la represi?n que contra ellos se desat? en Francia, y se relacionaron con los puros.12 Antes que se conociera la palabra socialismo en M?xico,

exist?a el fen?meno social que motivaba el temor de los

criollos: la lucha por la tierra, o sea las guerras de castas. Este problema, naturalmente, era m?s grave en las zonas

perif?ricas, donde la conquista espa?ola hab?a sido m?s tard?a y d?bil, como en Sonora, por ejemplo. Al mediar

el siglo xrx, la gran mayor?a de los 130 000 habitantes de Sonora eran indios: 35 000 ?patas, 35 000 yaquis y mayos, 15 000 pimas y otros tantos p?pagos, 10 000 apaches y 200 seris. Estaban diseminados en todo el estado; m los yaquis viv?an al norte del r?o Yaqui, los mayos al sur, los pimas al este y al norte, y los ?patas en el centro.

Los criollos alababan el talento natural de los yaquis

para aprender los oficios mec?nicos, la firmeza y dulzura de su car?cter, su audacia en la guerra y sus buenas prendas f?sicas, especialmente de las mujeres. Lamentaban sus pocas ambiciones econ?micas, el tutile gamuchi (cambio de muje res) , su afici?n al robo, a la embriaguez, a la voluptuosidad y al juego, y su ingratitud. Muy pocos se hab?an convertido verdaderamente al cristianismo, en parte porque las misio nes estaban casi destruidas por las guerras civiles y el com ?o Vallarta, 1897, vi, p. 399. n ?mnibus (11 feb. 1852); INAH, leg. 8-5-57, 2? serie. 12 L?pez C?mara, 1959, p. 271; Garc?a Cant?, 1969, p. 457. 13 Diccionario, 1856, "Ap?ndice", m, p. 428; Velasco, 1850, p. 11.

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bate "continuo entre pobres y ricos". L?zaro de la Garza, en su car?cter de obispo de Sinaloa y de Sonora, intent? reme diar la falta de sacerdotes creando un seminario conciliar.14

Los yaquis no admit?an blancos en sus pueblos y aunque algunos habitantes de ellos conoc?an el castellano se rehu

saban a hablarlo. Como constitu?an la fuerza del trabajo

manual, desarrollaban en M?xico las mismas labores que los irlandeses en Estados Unidos y consecuentemente eran soli citados por los criollos.13 Adem?s eran due?os de las mejores tierras de Sonora, las irrigadas por el r?o Yaqui.16 Algunas personas juzgaban a los yaquis susceptibles de

una r?pida civilizaci?n y con ella Sonora ganar?a 100000

brazos para la agricultura. Sin embargo se hab?an sublevado cuatro veces en defensa de sus tierras: 1735-1740, 1825-1826, 1832 y 1841. Juan Banderas encabez? la de 1825; enarbol?

la ense?a de la virgen de Guadalupe, por la que se dec?a

inspirado, proclam? el exterminio de los blancos, la uni?n

de los indios, y la entrega de tierras a ellos. Aunque en

1831 el congreso de la Uni?n concedi? a yaquis y mayos el privilegio de continuar viviendo con su organizaci?n propia, Banderas se sublev? al a?o siguiente y trat? incluso de atraer

se a los desertores "de raz?n". Se le acus? de querer coro narse rey. Para unir a todos los indios envi? mensajeros a promover el recuerdo de los malos tratos que hab?an reci bido y estimular la defensa de sus tierras. Fue fusilado en Arizpe, al fracasar su intento de atraerse a los ?patas. En esa ocasi?n los yaquis aprendieron el manejo de las armas de fuego y se mezclaron en las guerras civiles. A partir de

la sublevaci?n de 1832 los numerosos blancos que habita

ban cerca de ellos abandonaron la regi?n.17 Mayor fue el mestizaje de los mayos por su contacto con 14 Velasco, 1850, p. 11.

15 Velasoo, 1850, p. 75; Escudero, 1849, p. 135; Bartlet, 1854, i, pp. 442-443. 16 Memoria Guerra, 1852, doc. 1, p. 9. 17 Gonz?lez Navarro, 1954, p. 159; Escudero, 1849, pp. 136-138.

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los blancos en los minerales de ?lamos y porque permit?an que ?stos se avecindaran en sus pueblos, sobre todo en Na vojoa. Tej?an tan buenos sarapes como los de Saltillo, pero eran poco afectos a la agricultura.18 Los ?patas eran muy elogiados por sus buenas prendas f?sicas y morales; de hecho ya se confund?an con los blan

cos, especialmente entre Magdalena y Ures. Sobresal?an

como buenos y fieles soldados en la defensa contra los apa ches, pero exist?a el riesgo de que si alguna vez no fueran atendidos en sus quejas recurrir?an a las armas, no contra los apaches, sino contra los blancos. Contaban con extensas y f?rtiles vegas. Tambi?n eran excelentes correos, pues cu br?an cuarenta a cincuenta leguas en 24 horas.19

Los pimas, al decir de los criollos, eran tan perezosos

como honrados. Formaban gran parte de la servidumbre do

m?stica de Sonora y sol?an bautizarse como cat?licos. Las mujeres trabajaban en triple proporci?n que los hombres, pero cuando ?stos se empleaban como soldados f?cilmente caminaban de veinticinco a treinta leguas diarias, durante

medio mes, con s?lo una provisi?n de cecina y pinole. Se

les reprochaba la poligamia y el desprecio a la ancianidad. En particular los gilas, o pimas gile?os, auxiliaban mucho a los viajeros. En los ?ltimos a?os visitaban con frecuencia Guaymas para ofrecer sus servicios a las autoridades a cam bio de alguna copa.20 Entre los indios m?s refractarios a aceptar la conquista y la colonizaci?n destacan los seris; parte de ellos, los ya cristianizados, viv?an en un pueblo cerca de Hermosillo, y el resto, al parecer no m?s de cien guerreros, bastaban para aterrorizar el camino entre Guaymas y Hermosillo.21 is Velasco, 1850, pp. 82-83. i? Velasco, 1850, pp. 153-155; Escudero, 1849, pp. 148-151; Me moria Guerra, 1852, doc. 1, p. 9; Bartlet, 1854, i, p. 445. 20 Escudero, 1849, p. 143; Velasco, 1850, p. 116; Memoria Gue rra, 1852, doc. 1, p. 9. 21 Bartlet, 1854, i, p. 466.

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Otro grupo viv?a en la isla de Tibur?n. ?ste se sublev? en 1844 y 1845. Al ser vencidos, unos fueron muertos, otros,

dispersados, y otros m?s, sobre todo mujeres y mucha

chos, fueron llevados presos en triunfo a Hermosillo. Se les reparti? en diferentes casas por dos meses y despu?s regresa

ron a su isla en compa??a de sus hijos, que recuperaron. Dada la aridez de la isla continuaron sus habituales depre daciones cerca de Guaymas, raz?n por la cual los sonorenses los juzgaban perversos y viciosos. Sus incursiones se agravaron

a la mitad del siglo cuando muchos sonorenses emigraron a California en pos del oro. Eso permiti? que escasos ochenta guerreros se ense?orearan de la regi?n. El jefe de la cam pa?a en su contra consider? que como no se pod?a contar con ellos para aumentar la poblaci?n de Sonora era prefe rible llevarlos a otro estado. Aceptada esta proposici?n, se inici? el reconocimiento de algunos terrenos para fundar un presidio.22

Tan aguerridos, o acaso m?s a?n que los seris, fueron los apaches, quienes eran mucho m?s temibles porque su n?mero era mayor. Destacaban como diestros jinetes y bue nos tiradores con rifles, as? como los seris lo eran con fle chas envenenadas. Seg?n los atemorizados vecinos de So nora, los apaches hac?an del robo el objeto principal de su vida, su mirada era torva, taciturno su aspecto e ir?nica su sonrisa.23 Se subdivid?an en jarneros y gile?os, coyoteros y pimale?os, sierras blancas y tontos, pero todos ten?an el com?n denominador del robo y del mezcal.24

Las sublevaciones ind?genas ocurrieron preferente, pero no exclusivamente, en las fronteras. El "sur", vasta y algo

el?stica regi?n que cubr?a parte de M?xico, Puebla, Mi

choac?n y Oaxaca, tambi?n registr? frecuentes rebeliones ind?genas. En una de ellas, el a?o de 1842 en Tlapa, Igna 22 Velasoo, 1850, pp. 124-130, 319; El Sonorense (4 jun. 1852).

23 Diccionario, 1856, "Ap?ndice", m, p. 428. 24 Memoria Guerra, 1852, doc. 1, p. 9.

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ci? Comonfort adquiri? prestigio como esforzado militar realizando las mismas faenas que los fronterizos en el norte.25

Nuevo levantamiento se registr? al a?o siguiente cuando se

acus? a los propietarios de haber usurpado las tierras de

los pueblos. Seg?n el secretario de Guerra no hab?a un ver dadero plan pol?tico en esos b?rbaros motines, s?lo atroces pasiones dirigidas por una mano perversa, aunque oculta, que incitaba a los infelices ind?genas a cometer espantosos delitos. Por lo pronto se hab?an reprimido esos desmanes gracias a las fraternales transacciones de Nicol?s Bravo y Juan ?lvarez, pero era de temerse que ese fuego de nueva cuenta se avivara "propag?ndose el incendio al sudeste del departamento de M?xico, y quiz? a otros muchos". El ne gado fin pol?tico era el deseo de formar un nuevo departa mento con fracciones de Oaxaca, M?xico y Puebla.26 El go

bierno central declar? la conveniencia de completar las

medidas de represi?n militar con misiones, al igual que en la frontera norte.27

Carlos Mar?a de Bustamante pidi? a la c?mara de di

putados, el 14 de noviembre de 1845, que el ministerio in formase de k>s asesinatos de once personas, entre ellos el

cura de Atlixtac. Record? la antigua acusaci?n de Jos? Antonio Faci? a Juan ?lvarez (no hab?a un ciudadano del sur que no se hubiera quejado de alg?n crimen cometido por aqu?l) y la reciente de Nicol?s Bravo, el 3 de febrero de 1845, quien se?al? que la guerra del sur ten?a por mira

"la devastaci?n de la raza europea de que se compone la parte pensadora de la naci?n". En nueva carta del 14 de febrero de ese a?o de 1845 Bravo atac? la pol?tica doble de ?lvarez al no cumplir con la orden de desarmar a los ind?genas de Chilapa y de Tlapa. Los indios le hab?an de vuelto las armas a ?lvarez porque confiaban que se las regre 25 Ligeros apuntes, 1857, p. 14. 2? Memoria Guerra, 1844, pp. 57-59. 27 Memoria Relaciones, 1845, p. 25.

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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO

sar?a cuando se las pidieran. ?lvarez era esa mano oculta

y perversa mencionada por el anterior secretario de Guerra.

En la revoluci?n del sur s?lo tomaban parte los indios,

quienes eran incapaces de realizar un movimiento simult? neo, pero atacaban las propiedades que se les hab?a hecho

creer eran suyas. Finalmente Bravo pidi? que la coman dancia militar de Chilpancingo no estuviera sujeta a la in fluencia de ?lvarez.28

Desde los a?os cuarentas, tres fueron los principales je fes que combatieron las sublevaciones de los indios de esta regi?n: Juan ?lvarez, Nicol?s Bravo e Ignacio Comonfort. El primero us? m?s la diplomacia que la fuerza y, adem?s, jug? un papel doble en esta guerra, pues ?l mismo por otro lado la promov?a, de acuerdo con su plan de incorporar el hoy estado de Morelos a Guerrero. Por cierto que en 1849 un padre Rojo insurreccion? los pueblos contra las hacien

das de la ca?ada de Cuernavaca; el arzobispado de M?xico orden? a las autoridades eclesi?sticas de Cuernavaca la apre hensi?n del padre.20

Melchor Ocampo reflexion? en 1846 que, dada la mi

seria, ignorancia y heterogeneidad racial de los pueblos y la negligencia de las autoridades, maravillaba que una bue na parte de la poblaci?n no estuviera en guerra constante contra la otra. Se explicaba porque los pobres conservaban nobles sentimientos, resignaci?n y desinter?s, "que alguna vez parece faltan en nuestras clases superiores".80 Ocampo exageraba porque, como se ha visto, Michoac?n particip? en las guerras del sur, y m?s si se piensa en las del norte, de Sierra Gorda y de Yucat?n. La guerra contra Estados Unidos dej? el ingrato recuerdo de las sublevaciones ind?genas promovidas por los invasores en Xich?, la Huasteca, Misan t?a, Chiapas y otros lugares 28 [Bustamante], 1845, pp. 3-16. 29 AGNM, Justicia eclesi?stica, 161, pp. 364-365. 30 Memoria Michoac?n, 1846, p. 12.

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para debilitar a M?xico.31 Cierta o no esa acusaci?n, s? coin cidieron estos fen?menos; por ejemplo, el 24 de noviembre de 1847 se sublevaron casi todos los pueblos indios del par tido de Tuxpan, Veracruz. A los que se mantuvieron fieles al gobierno se les recompens? dispens?ndolos del pago de

las contribuciones durante 4 a?os. El 13 de julio de 1849

los rebeldes fueron vencidos en la villa de Tamiahua. Esta sublevaci?n, llamada de San Nicol?s, ramificaci?n de la de

la Huasteca, hizo temblar a los propietarios del departa mento de Tuxpan y por eso al menor asomo de repetirse los incidentes se alarmaban. As? ocurri? cuando el pueblo de Amatl?n se neg? a pagar el arrendamiento de unas tie rras a la hacienda de San Benito, aduciendo que ?sta se las hab?a arrebatado. Se propuso resolver la cuesti?n judicial mente para que los ind?genas compraran esas tierras si no ten?an derecho a ellas, como en un caso semejante hab?an hecho los vecinos de Tuxpan.82 Mucho m?s grave fue la guerra de castas que, poco an tes, hab?a estallado en Yucat?n. Son muy conocidas las fre cuentes rebeliones mayas durante la colonia. En el M?xico independiente se iniciaron el 18 de julio de 1847 con la petici?n de reducir la contribuci?n personal a un real. La lucha fue larga y muy cruel por ambos bandos. Los criollos

utilizaron desde la represalia de privar a los indios de los derechos que les hab?an concedido en la constituci?n de 1841 hasta prohibirles el uso de las armas, concentrarlos

en determinadas localidades, obligarlos a recibir instrucci?n religiosa y, cuando no bastaran los consejos, corregirlos se g?n "su ?ndole y costumbres". Aceptaron reducir el monto de la contribuci?n personal y de los derechos parroquiales, reconocer la inalienabilidad de las tierras bald?as ya denun

ciadas y abolir el derecho de destilaci?n del aguardiente, etc?tera. Aunque no lograron interesar a Estados Unidos, 31 Gonz?lez Navarro, 1970, p. 102. 32 [Soto], 1869, pp. 91, 148-151; Memoria Puebla, 1849, p. 19.

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Espa?a e Inglaterra en apoderarse de la pen?nsula a cambio de salvarlos de los rebeldes, durante corto tiempo casi un

millar de norteamericanos los ayudaron a matar indios,

aunque despu?s esta ayuda result? peor que la enfermedad.33 La coincidencia de la derrota de 1847 con las invasiones

de los b?rbaros y las guerras de castas, generalizadas en

gran parte del territorio nacional, hizo estremecer a la clase dominante. Tanto Mora como Alam?n, corifeos de las dos

principales fracciones criollas, pidieron en?rgicas medidas para reprimir a los indios. Luis de la Rosa inform? a Mora, el 11 de abril de 1848, que la guerra de castas era particu larmente grave en Yucat?n, Chiapas, Oaxaca y en la sierra

de Xich?, en ?ste ?ltimo lugar instigada por los norte

americanos, seg?n documentos probatorios que ten?a el go bierno. De agravarse esa guerra el siguiente congreso debe

r?a estudiar la conveniencia de que los indios tuvieran derechos pol?ticos, cosa que Yucat?n ya les hab?a negado. De la Rosa le pregunt? a Mora cu?l ser?a la manera m?s eficaz de civilizar a los indios, de amalgamarlos "con la raza blanca o criolla de M?xico", y su opini?n sobre la coloni zaci?n y las reformas eclesi?sticas. En este ?ltimo caso hab?a

que aprovechar la buena disposici?n del pont?fice romano para hacer cambios importantes, mientras se lograba "san cionar el principio de la independencia entre la iglesia y el

estado". R?pidamente contest? Mora, el 31 de mayo, que esa guerra de ... colores era la peor que hasta entonces hab?a sufrido M?xi co, porque necesariamente deber?a terminar con el exterminio

de una de las partes contendientes; dentro del orden natu ral de las cosas estaba que pereciera la menos numerosa.

Una vez que se hab?a logrado que Estados Unidos no

se anexara M?xico, urg?a reprimir a "las clases de color".

Con ese fin deber?a aglomerarse la poblaci?n blanca, sin 33 Gonz?lez Navarro, 1970, pp. 31-36, 73-90.

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esperar la llegada de los europeos. Conven?an aceptar sin vacilaci?n generales y voluntarios americanos para el ser

vicio interior de la rep?blica, y confiar las fronteras a otras

manos. Igualmente era necesario siempre darle la raz?n a los blancos en sus inevitables contiendas con "las clases de color" y a contener a ?stas por "las medidas m?s en?rgicas y severas. Si no se hace, todo es para siempre perdido". Mora, a pesar del caos reinante, aprobaba las revoluciones europeas porque facilitar?an la represi?n del poder eclesi?s tico en M?xico, cuyo gobierno, por lo pronto, no deber?a proveer las vacantes, ni auxiliar al clero en los actos p?bli

cos, retir?ndole "de hecho, pero sin declaraciones, la sanci?n civil y el concurso de la fuerza temporal".34 Como Cou to lo se?alara poco despu?s, se fue acentuando el rencor de Mora

contra su antiguo gremio,35 al grado que no vacilaba en

buscar simult?neamente cosas que pod?an ser contradictorias

en determinado momento ?al mismo tiempo vencer a los indios y al clero? como pocos meses antes G?mez Farias hab?a intentado vencer simult?neamente a los norteameri canos y al clero.

Mora pidi? a Palmerston el 26 de junio de 1848 una

fuerza armada para reprimir "la inhumanidad de los in

dios". A?o y medio despu?s acept? sus buenos oficios, pero con la advertencia de que M?xico no reconocer?a a los re beldes un territorio independiente, sino que les dar?a tie rras bald?as en el oeste de la pen?nsula. Protest? contra la venta que comerciantes de Belice hac?an de armas y muni ciones a los indios, a cambio de los efectos que estos pilla ban a los blancos. Tambi?n rechaz? la pretensi?n de ingleses y espa?oles de eximirse del pago de ciertas contribuciones, porque equivocadamente se les hab?a denominado impuestos de guerra.36 Como Inglaterra hab?a adoptado una actitud 34 ASRE, L-E-1655, pp. 147v-151. 35 Diccionario, 1856, "Ap?ndice", n, p. 888. 36 ASRE, L-E-1655, pp. 21, 40v-44.

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doble en esa guerra de castas, permitiendo el comercio de Belice con los rebeldes, M?xico continu? insistiendo ante ese pa?s para que cesara tal tr?fico. Las reclamaciones de M?xico se dificultaban porque Inglaterra no le reconoc?a el

derecho a reclamar en nombre del tratado celebrado con Espa?a en 1786.37 Dado el ascendiente que Mora ten?a so bre numerosos liberales, cabe suponer que Otero (quien a su vez estaba muy ligado a Luis de la Rosa) se inspir? en

Mora para solicitar, a mediados de 1848, tres o cuatro mil soldados norteamericanos para que combatieran a los indios rebeldes de todo el pa?s. Los hacendados yucatecos colaboraron gustosos en la lu cha contra los indios, en contraste con la renuencia de la mayor?a de los hacendados del resto del pa?s para ayudar en la guerra contra Estados Unidos. Las autoridades yuca tecas hicieron notar el desinter?s de los hacendados tomando en consideraci?n que las dos terceras partes de los estable cimientos rurales hab?an sido destruidos. Orgullosamente destacaron la colaboraci?n de los hidalgos, indios auxiliares

del ej?rcito, pues no se hab?a registrado un solo caso de

traici?n de ?stos. En esa ayuda ver?an, quiz? para siempre, una barrera inexpugnable a las sublevaciones ind?genas.38

Una de las consecuencias favorables de la paz de 1848 fue que el gobierno federal pudo ayudar a que terminara la rebeli?n maya y a que salieran los auxiliares norteame ricanos.39 Gracias a dicha ayuda fueron retrocediendo los rebeldes, entre otras razones porque los soldados ya no ne cesitaban ocupar los terrenos de los indios, no tanto para

hostilizarlos, sino para proveerse de alimentos. Esta medida, en opini?n de las autoridades yucatecas, se justificaba a la luz del derecho internacional, pero como en este caso no se

trataba de destruir al enemigo sino de llamarlo a la con ciliaci?n, las incursiones de las tropas hab?an anulado el 37 Memoria Relaciones, 1850, p. 8; Memoria Relaciones, 1851, pp. 4-5. 38 Memoria Yucat?n, 1849, pp. 20-21. 39 Memoria Relaciones, 1850, p. 12; Memoria Guerra, 1850, p. 11.

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esfuerzo de mediaci?n de algunos sacerdotes.40 Sin embar go, las fuerzas centr?petas estaban muy arraigadas en Yuca t?n, al grado de que, pese al auxilio del gobierno federal, todav?a a la mitad del siglo xix el jefe pol?tico de Tizim?n intent? separar a Yucat?n de M?xico.41 En fin, el debilita miento de la guerra de castas no dej? a salvo a Yucat?n de las intrigas extranjeras. El ministro franc?s en M?xico acus? a su colega ingl?s de obstruir el proyecto norteamericano sobre Tehuantepec porque Inglaterra deseaba apoderarse de la totalidad de Yucat?n.42 Chiapas, uno de los estados en

que Luis de la Rosa se?al? a Mora que era m?s temible la sublevaci?n ind?gena, recibi? embajadas de los indios del

sur de M?xico y de Yucat?n para que se unieran a esa gue rra. En opini?n de las autoridades hisp?nicas la situaci?n se agravaba en ese estado porque s?lo una sexta parte de la poblaci?n era ladina. Por tanto deber?an excluirse de las elecciones y del servicio militar quienes no hablaran caste llano, en el primer caso porque no sabr?an firmar las boletas de elecci?n, en el segundo porque estaban incapa

citados para aprender la t?ctica militar. Las autoridades chia panecas confesaron su verdadero m?vil, anticipado en escala

nacional por Luis de la Rosa, cuando explicaron que tam

bi?n deber?an excluirse los sirvientes y aun los jornaleros ladinos, porque su inclusi?n perjudicar?a a la industria, la agricultura y el comercio, pero tambi?n, aunque no lo con fesaran, porque se corr?a el riesgo de que volvieran esas armas contra los blancos.43

Alam?n, el jefe de la otra gran fracci?n del estamento criollo, se?al? en los primeros d?as de diciembre de 1848 que la paz colonial hab?a sido producto de la sumisi?n de los indios a los religiosos, la exenci?n del servicio militar, el pago de un insignificante tributo anual y el respeto a su 40 41 42 43

Memoria Relaciones, 1851, p. 13. Memoria Guerra, 1851, p. 9. Manning, 1937, ix, p. 523. Memoria Chiapas, 1848, pp. 5, 12.

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gobierno propio. Los criollos, en cambio, hab?an infundido odio a los espa?oles en la guerra de independencia. Al con sumarse ?sta, los indios razonaron que pod?an aprovechar su fuerza para recuperar sus propiedades. En ese momento lo importante, seg?n Alam?n, era vencerlos por medio de las armas, en segund? lugar cesar las arbitrariedades de? servicio militar, establecer un impuesto personal ?nico, pro hibir que se les embargaran sus bestias y se les exigieran trabajos personales, considerarlos menores en la administra

ci?n de sus bienes (los cuales perd?an por unos cuantos

pesos y una botella de aguardiente) y reinstaurar sus anti guas rep?blicas. En tercer lugar, se necesitaba restablecer las

misiones. Para Alam?n, todas estas medidas s?lo eran po sibles en una monarqu?a. Vio en las guerras de castas y en las invasiones de los b?rbaros la mano norteamericana. En

este ?ltimo caso el ?nico remedio era el exterminio de los b?rbaros que no quisieran sujetarse a la vida sedenta

ria, ya que los mismos misioneros hab?an fracasado en civi lizarlos.44

La opini?n espa?ola coincidi? con la criolla: las guerras de castas eran absolutamente injustas en sus motivos e ini cuas en sus medios. Ese arranque de salvajismo hab?a sido "instigado por b?rbaros de otra especie", clara alusi?n a la pretendida intervenci?n norteamericana en ellas.45 Al a?o siguiente, en el discurso patri?tico del 16 de septiembre de 1850, Jos? Mar?a del Castillo Velasco se?al? que las cuatro quintas partes de los ocho millones de habitantes eran in d?genas, que por estar sometidos a la esclavitud eran "en su propia patria como un pueblo estrangero y errante". Su remedio no parece proporcionado a tan grave mal: con la inmigraci?n de algunos millares de extranjeros la propiedad se dividir?a, el pueblo se moralizar?a y acabar?a esa desola dora guerra de castas, "el m?s vergonzoso y horrible suceso 44 Gonz?lez Navarro, 1970, pp. 104-105. 45 La gueira de los indios, 1849, p. 5.

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de este siglo".46 Vicente Cesar?n tambi?n lo vio como un espect?culo horroroso que anunciaba la pr?xima disoluci?n d? M?xico. Sus causas eran el clero, las guerras intestinas, las contribuciones directas, las aduanas interiores de algu nos estados, la "infame" administraci?n de justicia, la co dicia de los hacendados, algunas nulidades de la constitu ci?n, las obvenciones eclesi?sticas y las miras ambiciosas de los norteamericanos. El clero, que por su ministerio era el m?s indicado para contener las demas?as de autoridades y particulares, era, por el contrario, un activo combustible de esa guerra, porque los curatos m?s propensos a rebelarse estaban servidos por ind?genas que lejos de disuadir a sus feligreses de sus empe?os b?licos con frecuencia los incitaban a ellos. El cobro de las contribuciones directas era insopor

table. Cuando se determin? que los aval?os de menos de

cien pesos no causaran honorarios, muchos valuadores fija ron en ciento cincuenta o doscientos lo que val?a veinte, incluyendo no s?lo las fincas r?sticas sino el buey, la mu?a y el machete. Las aduanas interiores redoblaban la tiran?a en Oaxaca. La mayor?a de los pueblos viv?an reducidos a su fundo legal, mientras los hacendados prefer?an mantener in cultas sus tierras a arrendarlas. Con la igualdad legal hab?a empeorado la situaci?n de los ind?genas: antes pagaban tri buto pero se les respetaban sus propiedades y contaban con hospitales y autoridades propias.

Las obvenciones parroquiales, pese a carecer de plazo

fijo, eran a?n m?s gravosas que las contribuciones directas puesto que los ten?an en perpetua deuda con sus p?rrocos y amos. A esto se a?ad?a que los agentes norteamericanos hab?an dado "toques el?ctricos a las masas" en Puebla, M?xi co y Xich?. Si el segundo estado se uniera con Michoac?n, y el primero con Oaxaca, Guerrero y Veracruz, f?cilmente vencer?an a las ciudades, "islas en medio del mar". Hasta entonces no hab?a estallado una conflagraci?n general por 46 Castillo Velasco, s/f, pp. 15-16.

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que la mayor?a de mulatos y mestizos se hab?an mantenido neutrales al considerar que la guerra era un problema entre indios y blancos. Se tem?a que si Estados Unidos se apode

raba de Tehuantepec f?cilmente podr?an invadir M?xico

por el norte y por el sur, pues se unir?an los indios del sur con los b?rbaros del norte.47

Dos a?os despu?s, al aproximarse el regreso de Santa Anna, el inicio de una guerra de castas en Oaxaca pareci? confirmar esos temores. Se rumor? el reparto de cuatro a cinco mil fusiles a los indios y se record? que en reciente rebeli?n promovida por el general Mart?nez muchos de ellos entraron a Oaxaca gritando "?mueran los blancos!".48

La Sierra Gorda La rebeli?n de Sierra Gorda fue tan importante como la

yucateca tanto porque comprendi? una amplia zona centro oriental como por su proximidad a la capital. Cart?grafos del xviii la ubican en el noroeste de Hidalgo, Quer?taro y noreste de Guanajuato. La habitaban principalmente pames, ximpecas y jonaces, o sea los llamados b?rbaros, chichimecas o mecos.49 Al finalizar el xvi se fund? San Luis de la Paz para reforzar los presidios establecidos en San Miguel, Celaya y San Felipe. La conquista militar y espiritual no se consolid? durante la colonia, en buena medida porque las invasiones de las tierras de los indios anulaban la obra de los misione

ros, al grado que algunos de ?stos llegaron a pensar que el ?nico remedio era matarlos. Su primer aparente pacificador fue Escand?n, quien con tal motivo recibi? el t?tulo de conde de Sierra Gorda. El verdadero pacificador fue fray Jun?pero Serra. Sin embargo, como la evangelizaci?n fue superficial, se les ten?a "como los mayores homicidas y salteadores de 47 Ligera rese?a, 1851, pp. 70-78. 48 El Universal (30 mar. 1853) ; El Siglo xix (28 mar. 1853) . 49 Galaviz de Capdevielle, 1971, pp. 115-118.

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toda la tierra" y se criticaba su pereza e inclinaci?n al alco holismo y al amancebamiento. Ellos, por su parte, ve?an a los espa?oles como invasores de sus tierras. Indios y espa ?oles se mezclaron poco. Por ejemplo, frente al pueblo Xich? de indios exist?a el real y minas de Xich? de espa?oles. La invasi?n de las tierras ind?genas por los hacendados espa ?oles era motivo principal de la guerrilla. En 1794 indios

de Xich? se quejaron que las haciendas del Salitre y de Palmillas les imped?an los acostumbrados cortes de le?a y madera, quemar carb?n, tallar lechuguilla, raspar magueyes (indispensable para ellos porque el aguamiel sustitu?a al agua y serv?a como medicina), cortar tunas y otros frutos silvestres y les imped?an tambi?n que sus ganados pastaran en los montes. Para impedirles estos usos los llevaban pri sioneros a sus haciendas, donde los azotaban y embargaban sus ganados, que s?lo devolv?an despu?s de que pagaran elevado rescate. A esos males se uni? el imponerles un severo mulato como su m?xima autoridad. Con el fin de ayudarlos, el obispo de Michoac?n, fray Juan de San Miguel, proyect? erigir un obispado que comprendiera R?o Verde, Valle del

Ma?z, Villa de Valles y la abad?a de Panuco, excluido de

San Luis Potos?, proyecto que no se realiz? por la muerte de ese obispo. Las dificultades continuaron porque varios p?rrocos cobraban los derechos parroquiales sin prestar los servicios correspondientes.50

Al finalizar agosto de 1847 un peque?o incidente hizo

estallar la guerra. Francisco Chaire, vecino de Xich? y sar gento de los auxiliares de Guanajuato, desert? del ej?rcito. Estando en prisi?n obtuvo licencia para ir unos d?as a su pueblo natal, pero aprovech? la ocasi?n para fugarse, ampa rado en que su padre, Miguel, era el comandante militar de

Xich?. El alcalde Antonio M?rquez aprehendi? al pr?fugo Francisco, mismo que volvi? a fugarse, gracias a la ayuda proporcionada por su hermano Guadalupe y Eleuterio Qui 50 Galaviz de Capdevielle, 1971, pp. 116, 127-128, 136-142; Romero, 1862, pp. 235-237 bis.

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roz, tambi?n desertor del ej?rcito y entonces mozo de los Chaire. Al saberse la noticia sali? de Guanajuato una fuerza a perseguirlos y la familia Chaire y otros se indultaron, pero varios, encabezados por Quiroz, no se rindieron. Quiroz apro vech? el disgusto de los serranos por las contribuciones, alca balas, derechos parroquiales, estanco del tabaco y la leva, entre otros abusos, y f?cilmente atrajo un gran n?mero de desertores, reos pr?fugos y vagos, que formaron un feroz ej?r

cito. Los arrendatarios de la hacienda de Albercas reforzaron con nutrido contingente a los insurrectos, resentidos por el

nuevo sistema establecido por el queretano Jos? Gonz?lez

Cos?o en la administraci?n de esa hacienda, y atra?dos por el ofrecimiento de Quiroz de quitarles las faenas, "reglamentar las rentas, quitar el sistema de repartir las tierras a partido y aun hacerlos propietarios". Este contingente levantado en armas ofreci? juntarse a las fuerzas norteamericanas y al no ser aceptados ofrecieron sus servicios al rebelde Mariano Pa redes Arrillaga, quien tambi?n los rechaz?; entonces Tom?s Mej?a y otros abandonaron la causa de los serranos. Se divi

dieron en varias guerrillas; la de Quiroz se uni? a Manuel

Ver?stegui, vecino de R?o Verde, quien estaba resentido por que se le hab?a suspendido en el cargo de prefecto provisional de esa localidad.51 El conflicto creci? tanto y tan r?pidamente

porque autoridades y vecinos en un principio lo creyeron in significante. Lo vieron como rivalidades entre los Chaire y el

alcalde de su pueblo. Manuel G?mez Pedraza fue informado que su fuerza proven?a de las expropiaciones que practicaban los rebeldes, labradores sin tierra propia, lanzados a la re voluci?n por las duras condiciones que les impon?an los due ?os de las fincas r?sticas. De hecho s?lo quedaban fuera de la revoluci?n los propietarios.52 Las autoridades compren dieron la gravedad de este movimiento al advertir la facilidad con que aumentaba el n?mero de los insurrectos. Antonio Garay, funcionario de colonizaci?n, vio la causa de esa "es 51 Sublevaci?n, 1849, pp. 4-10. 52 LAC, MRPA, 2 716.

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pantosa" rebeli?n, semejante a la yucateca, en la opresi?n

de los serranos, deseosos de apoderarse de los terrenos de los blancos para proveer a sus primeras necesidades o recobrar los que injustamente se les hab?an arrebatado. Garay explic? que si en todos los pronunciamientos se o?a a los alzados, con mayor raz?n deber?a hacerse en un caso como ese, porque se trataba de una clase numerosa. Perturbaba a Europa, a?ad?a Garay, la miseria de las clases trabajadoras y Am?rica empe zaba a conmoverse por iguales inquietudes: "Las revoluciones sociales est?n ya reemplazando las pol?ticas." El problema se agravaba en Europa por el exceso de la poblaci?n y en M?xi co por la existencia de los siervos de la gleba, traspasados por deudas de unos a otros propietarios. La soluci?n en M?xico era dividir esas inmensas propiedades, tal vez incultas, capaces

de contener y alimentar un reino, entre los miserables prole tarios. Invitar a pobladores extranjeros a M?xico era un sar casmo mientras la gente ind?gena, "estra?a en su propio sue lo", no recibiera las miradas de consideraci?n del gobierno.53

Ver?stegui redact? para Quiroz un plan en que se ped?a

que el congreso general mejorara la situaci?n de la clase

menesterosa rural erigiendo en pueblos las haciendas y ran chos con m?s de 1 500 habitantes y facilit?ndoles los elemen tos de prosperidad necesarios. Se arreglar?a el modo y t?rminos

de indemnizar a los propietarios, refiri?ndose, es de supo

ner, al deseo de tomar tierras de las haciendas para esta

blecer el fundo legal de los pueblos. Los arrendatarios de las haciendas y ranchos sembrar?an las tierras con una renta moderada, de ninguna manera a partido; recibir?an los te rrenos que los hacendados no sembraran por su cuenta; no pagar?an ninguna renta por pisaje de casa, pasturas de ani males de servicio, le?a, maguey, tuna, lechuguilla y dem?s frutos naturales del campo y, en fin, se les pagar?an todos los servicios que prestaran. A los peones y a los alquilados

se les pagar?a en dinero, o en efectos de buena calidad y 53 Proyectos de colonizaci?n, 1848, pp. 15-18.

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a precios corrientes de plaza. Los habitantes de la Sierra

Gorda que defendieran ese plan quedar?an exentos de toda contribuci?n directa o indirecta y del pago de las obvencio nes parroquiales en retribuci?n a sus buenos servicios. Este programa iba dirigido tanto a arrendatarios como a peones, pues los primeros sufr?an una explotaci?n, aunque indirecta,

casi tan despiadada como los ?ltimos. Seg?n La ?poca, pe ri?dico oficial de San Luis Potos?, este plan era obra de bandidos y de vagos deseosos de establecer la igualdad so

cialista, o sea de gentes que quer?an vivir en la holganza, gratis, aprovechando el trabajo de los propietarios. La idea de que en materia de contribuciones y de obvenciones s?lo se beneficiaran quienes participaran en la lucha, se expli

caba porque de ese modo el resto de los habitantes de la

Sierra pagar?a el sueldo de Quiroz y los dem?s jefes.54

A partir de ese momento la insurecci?n cobr? mayor

fuerza y dos meses despu?s el gobierno local celebr? un tra

tado de paz con los rebeldes en el que, adem?s de amnis

tiarlos, se le otorgaba a Quiroz el mando militar de Xich? y aun se le aumentaban los beneficios econ?micos personales que exig?a en su plan. Los peri?dicos duranguenses protes taron contra el convenio, porque pensaban que lo ?nico que deb?a concederse a un bandido como Quiroz era volver en paz a la oscuridad de su choza. Quiroz se reintegr? a la lu cha, y el 19 de agosto de ese a?o Jos? L?pez Uraga venci? a

unos mil rebeldes (en su mayor?a desertores del ej?rcito mexicano) encabezados por Quiroz y otros jefes, en Las Trojes del Llano. Tom?s Mej?a aprehendi? a Quiroz el 3 de octubre y fue fusilado el 6 de diciembre.55 As? concluy? la guerra, que desde febrero de 1849 hab?a tachado de comunista el jefe de la campa?a general, Anasta sio Bustamante.56 Las autoridades guanajuatenses intentaron W El Registro Oficial (Durango, 26 mar. 1849). 55 El Zurriago (29 mayo, 26 jun. 1849) ; El Zacatecano (2 sep., 11 oct. 1849) ; Vel?zquez, 1946, ni, p. 251. 56 La revoluci?n de Ayutla, 1909, p. 36.

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solucionarla indultando a los rebeldes desde marzo de ese a?o, si bien reserv?ndose el derecho de determinar las po blaciones en que radicar?an.57 La lucha tropez? con varias dificultades: la fragosidad y abundancia de recursos de la

Sierra, la falta de cooperaci?n de los estados con el gobierno general y la defecci?n del coronel Leonardo M?rquez.58 Tres

d?as despu?s de que Quiroz fue aprehendido, el 6 de octu bre, el gobierno guanajuatense otorg? el t?tulo de villa al pueblo de San Luis de la Paz por los importantes servicios que hab?a prestado al estado durante esa sublevaci?n. El 11 de octubre L?pez Uraga fue declarado ciudadano distingui do de Guanajuato, tambi?n por sus servicios contra los insurrectos.59

La victoria militar no tranquiliz?, sin embargo, a las

autoridades. Al gobierno federal le preocupaban las nume rosas gentes ociosas y criminales que poblaban esa regi?n, crucero principal de los caminos al interior, punto donde

se tocaban los l?mites de cinco estados de la federaci?n.

Desde la ?poca colonial hab?an ocurrido en esos lugares gra ves rebeliones que podr?an f?cilmente reavivarse de no en caminar al trabajo a las personas que la guerra hab?a dejado en la miseria y en la orfandad.60 Con tal fin se fundaron tres colonias y a cada una se le concedieron cuatro sitios de ganado mayor y se dispuso comprar otros doce sitios de ga nado mayor para repartirlos entre los proletarios. El 15 de noviembre de ese a?o de 1849 se concedi? preferencia en el reparto a los miembros de la guardia nacional que hab?an participado en la lucha, a los indultados y a los habitantes pac?ficos. Cinco d?as despu?s se decret? que de los 478 pri sioneros fueran enviados cien a cada uno de los estados de

Durango, Chihuahua y Tamaulipas, 132 a Coahuila y 46 a Guanajuato. Durante cuarenta d?as los prisioneros con fa 57 Decretos Guanajuato, 1851, p. 16. 58 Memoria Guanajuato, 1849, p. 9. ?9 Decretos Guanajuato, 1851, pp. 68-71. 60 Memoria Guerra, 1850, p. 18.

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milia recibir?an tres reales diarios y dos quienes carecieran

de ella.61

Por su parte, el gobierno de Guanajuato, el primero de diciembre de 1849, decret? la erecci?n de un nuevo departa

mento en Sierra Gorda y concedi? al pueblo de Xich? el

t?tulo de Villa Victoria. Contar?a con ayuntamiento siempre que, a juicio del gobierno, hubiera un n?mero competente de personas id?neas para el desempe?o de las cargas conce jiles. Con esa misma fecha se autoriz? al gobierno del estado erigir poblaciones con el fin de conservar la tranquilidad, mediante los siguientes recursos: hacer a los pobladores mer cedes de los terrenos realengos de la Sierra y, con un fondo de veinte mil pesos, comprar otras tierras a particulares. Quienes se beneficiaran con estas gracias no podr?an enaje nar, gravar o empe?ar su propiedad sin licencia del gobierno hasta pasados diez a?os. Pensaron los gobernantes del estado enajenar a censo los ejidos de los pueblos, ingresando sus productos en las tesorer?as municipales, condonar las can tidades que hasta la fecha se estuvieren adeudando por arren damiento de los ejidos y repartir gratuitamente terrenos para la edificaci?n de casas. Como m?ximo se otorgar?a una caba ller?a de las tierras mercedadas y de los ejidos. Se autorizaron hasta diez mil pesos para subsistencia y ?tiles de labranza de estos agricultores. En cuanto a los terrenos de comuni dad, se dispuso llevar a efecto lo ordenado en la ley 35 del 14 de agosto de 1827. Para fomentar el crecimiento de las poblaciones nuevas se exceptuar?a a sus habitantes de las al

cabalas y pensiones directas durante cinco a?os, y de la mitad de este pago durante los tres siguientes. Las fincas r?sticas y urbanas, deterioriadas o paralizadas con motivo de la guerra, quedar?an libres de pagar la contribuci?n de tres al millar durante dos a?os.62 El a?o siguiente, el 23 de mayo de 1850, el gobierno de

Guanajuato decret? que los propietarios de terrenos de la ?i Gonzalez Navarro, 1954, p. 152. 62 Decretos Guanajuato, 1851, pp. 68-71.

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Sierra ten?an derecho a exigir el valor de la madera, le?a y carb?n de los montes que les pertenecieran, cualquiera que

fuera el uso a que se destinaran esos objetos. Tambi?n te n?an derecho de tomar la madera necesaria para la cons

trucci?n de sus casas, aperos y otros, pero antes de usar esos

derechos deber?an avisar a la diputaci?n de miner?a, para que ?sta vigilara su corte. Los no propietarios necesitar?an licencia del propietario. Se derog? el art?culo 10 del decreto

37 que permit?a al ayuntamiento y a la diputaci?n de mi

ner?a imponer en la Sierra la pensi?n de que en ?l se habla. Se acordar?a con el propietario la indemnizaci?n por el cor te. Se abolieron, en fin, la pena de comiso de las bestias de

carga o tiro, y se les declar? libres de la alcabala, pensi?n municipal y gravamen sobre la introducci?n de carb?n y le?a, disposiciones francamente favorables a los serranos.63 Los estados que sufrieron esta guerra concedieron algu nas exigencias a los rebeldes en materia de contribuciones, pero en cuesti?n de tierras s?lo aceptaron el reparto de los

bald?os o la compra de las privadas. Juli?n de los Reyes declar?, en 1849, que la raz?n, la conveniencia social y la humanidad clamaban por una ley agraria en beneficio de los hombres honrados y activos, como un medio de contener

la "desastrosa invasi?n de la Sierra". Esto no significaba

aceptar las exigencias comunistas de los serranos, a quienes se deb?a escarmentar porque estaban dando un pernicioso

ejemplo a la naci?n, pero s? atender "los derechos de la

clase proletaria".64 No parece que este gobernador potosino haya tenido tiempo de poner en pr?ctica su idea, porque tuvo que enfrentarse a la amenaza de los b?rbaros que ama gaban su estado y al vecino Zacatecas, del mismo modo que los pueblos de Tlalnepantla y Azcapotzalco, s?lo por "azar", no atacaron la ciudad de M?xico mientras en el sur los pue blos amenazaban Oaxaca. La alarma criolla crec?a debido a

63 Decretos Guanajuato, 1852, pp. 239-241. 64 Memoria San Luis Potos?, 1849, p. 5.

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la superioridad num?rica de los indios sobre el resto de la poblaci?n, especialmente en Oaxaca, Chiapas, Yucat?n y Ta basco, donde algunos calculaban cien indios por un blanco. Afortunadamente para los criollos, a los indios les faltaba esp?ritu para las grandes combinaciones, pero un jefe norte americano podr?a encabezarlos. La guerra en Yucat?n tendr?a un fin desastroso si a los mayas se les un?an los indomables lacandones y los chamulas con los 50 000 fusiles que hab?an acopiado. Seg?n La Balanza, de pronto s?lo los hacendados sacar?an ventaja de la invasi?n norteamericana.65 Para fortuna de los criollos yucatecos, los lacandones y

chamulas no ayudaron a los mayas, Juan ?lvarez r?pida mente venci? a los indios poblanos, y, en la Huasteca, en el estado de M?xico y en la costa de Puebla, el gobierno tambi?n venci? a los rebeldes. Para resolver el problema de

la Sierra Gorda se contaba con Tom?s Mej?a, la coalici?n

de Quer?taro, San Luis Potos? y Guanajuato, y la actividad de L?pez Uraga.66 A la mitad del siglo el gobierno federal pas? del temor, ante la arrolladora guerra de castas e invasiones de los b?rbaros, a cierta tranquilidad, cuando los indios fue ron rechazados, particularmente los de Xich?, cuya rebeli?n hab?a inspirado tantos temores por su duraci?n (dos a?os) y su naturaleza tan a prop?sito para poner en combusti?n a toda la rep?blica, dada la heterogeneidad racial del pa?s y su poco respeto hacia la propiedad privada.67

Muy atr?s qued? el amargo recuerdo de las acusaciones

al secretario de la guerra Mariano Arista porque hab?a apro

bado un bando de L?pez Uraga contra los serranos en agosto de 1848, la "ridicula" petici?n de septiembre de ese a?o de reconocer a la Sierra Gorda como un estado libre, y las desavenencias entre el gobernador de San Luis Potos?, Juli?n de los Reyes, y L?pez Uraga.68 Qued? pendiente en 65 El Monitor Republicano (22 jul. 1852).

66 Memoria Guerra, 1849, p. 7. 67 Memoria Relaciones, 1849, p. 36; Memoria Relaciones, 1850, p. 11. 68 Rivera, 1871, iv, pp. 151-168; El Registro Oficial (Durango, 15 nov. 1848) .

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cambio, el conflicto entre Ponciano Arriaga y Juli?n de los Reyes. Arriaga, Guillermo Prieto y Francisco de P. Zen dejas acusaron al gobernador potosino, el 22 de agosto de 1849, ante la c?mara de diputados, de haber asaltado la gubernatura y, ya en el poder, de haber tolerado varios asesinatos con el pretexto de que eran c?mplices "de los bandidos de la Sierra".69 A consecuencia de esta acusaci?n, la c?mara de diputados declar?, el 31 de marzo de 1851, que hab?a lugar a la formaci?n de causa al gobernador de San Luis Potos?.70 Mientras Juli?n de los Reyes se enfrentaba a estas dificul tades, los gastos de las milicias guanajuatenses aumentaron de $ 153 735 en 1847 a $ 326 465 en 1848; luego disminuye ron a $ 272 387 en 1849 y a $ 207 317 en 1850. Xich? no figura en este presupuesto en 1847, pero en 1848 representa el 18% del total y en 1849 casi la mitad: 48%.71 Para 1852 el gobierno federal ten?a colonias militares en M?xico, Que r?taro y San Luis Potos?, junto con el armamento, vestuario y equipo suficiente, pero faltaban 255 soldados del n?mero proyectado. Los colonos sembraron 333 fanegas de ma?z, 16.5 de frijol, media de ca?a y 10 de cebada. Conforme al regla mento se admitieron vecinos como arrendatarios y jornale ros. Pero seg?n las autoridades militares era tal la ignoran cia de los serranos que hab?a sido preciso esperar a que ma terialmente vieran las ventajas de ingresar a las colonias. Para suplir la falta de artesanos, dec?an las autoridades, con ven?a enviar, junto con sus familiares, a detenidos por de litos leves. Como las colonias Uraga y Arista carec?an de capell?n, las atend?an los curas de Jacal a y de Jal pan, cuan do ten?an tiempo.72 L?pez Uraga se mostr? en esta guerra no s?lo un militar activo y eficaz sino un administrador cuidadoso de las co 60 Alegato, 1852, pp. 4, 28-29.

70 La ?poca (9 abr. 1851).

71 Memoria Guanajuato, 1852, anexo 17. 72 Memoria Guerra, 1852, doc. 3, pp. 13, 188; doc. 4.

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lonias de la Sierra Gorda. El 23 de mayo de 1850 inform?

al secretario de Guerra Mariano Arista que la miseria de la Sierra hab?a aumentado por la epidemia del c?lera, al gra do de que sus habitantes ya s?lo com?an pitahayas porque no pod?an comprar ma?z. Para socorrerlos solicit? que los cuatro mil pesos destinados a los proletarios se le entregaran en ?r denes de ma?z del diezmo que el arzobispado de M?xico ten?a en ese lugar, porque si la fanega de ma?z se pudiese vender a

un peso, mucho se remediar?a la miseria de los serranos. Arista transmiti? esta petici?n a Marcelino Casta?eda, secre tario de Justicia y Negocios Eclesi?sticos, quien la apoy? ante el vicario capitular. El 7 de junio el vicario capitular Jos?

Mar?a Barrientos transmiti? a Casta?eda la respuesta ne

gativa que a ?l le hab?an dado los jueces hacedores y el can? nigo doctoral: esos ma?ces estaban destinados al sostenimien to del culto y a los hospitales de San Andr?s en M?xico y

a uno de Quer?taro; hab?an disminuido a la mitad, y en su mayor parte estaban contratados desde hac?a a?os por el

cabildo de Valladolid. Para la Sierra Gorda se pod?a dis poner del ma?z de Casas Viejas que no se hab?a vendido ni contratado, siempre que se consumiera en poblaciones "epi demiadas" situadas dentro del territorio de esa mitra.73

L?pez Uraga insisti?, el 19 de octubre de ese a?o, que j?ndose con Arista de la miserable situaci?n no s?lo de las colonias sino de los pueblos inmediatos a ellas. En tiempos normales apenas alcanzaban los recursos para procurar un miserable sustento, una choza menos que regular y un mal vestido. Para remediar la situaci?n el supremo gobierno les hab?a extendido su "mano paternal" estableciendo las colo nias, pero ?stas no hab?an podido dar todos los beneficios que de ellas se esperaban porque en dos a?os consecutivos, 1849 y 1850, se hab?an perdido las cosechas y el ma?z hab?a subido a un precio inalcanzable. La consecuencia de esta si tuaci?n era la muerte por hambre de los habitantes, cosa que,

73 AGNM, Justicia eclesi?stica, 166, pp. 284-291.

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seg?n L?pez Uraga, el gobierno, "como padre de los pue

blos", deber?a evitar. Con tal fin solicitaba el ma?z del diez

mo de los lugares inmediatos a la Sierra, colectado el a?o anterior y el presente en las di?cesis de M?xico y de Mi choac?n, para repartirlo como raciones a los colonos, al pre cio que lo vendiera la iglesia, mientras se pod?a cubrir el presupuesto correspondiente. Arista transcribi? esa comunicaci?n para "excitar la cari dad cristiana de los prelados respectivos", a fin de que indi

caran la cantidad y precio del ma?z de que pudiera dispo nerse. Al igual que en la ocasi?n anterior, Casta?eda remi ti? la petici?n al vicario capitular de M?xico, y tambi?n al

de Michoac?n. El primero contest? que, de acuerdo al informe del colector de Quer?taro, como s?lo dispon?a de una corta cantidad de ma?z, que se expend?a al menudeo a los pobres, no pod?a satisfacer la petici?n para la Sierra. Clemente de Jes?s Mungu?a, obispo de Michoac?n, inform? el 6 de di

ciembre de 1850 que un mes antes el cabildo le hab?a ex plicado que esa solicitud ya hab?a sido contestada al pe dir L?pez Uraga regalado el ma?z. ?ste se vend?a rebajado para reprimir la codicia de los propietarios. Se?alaron al obispo que sus cuidados no deber?an limitarse a los colonos, quienes gozaban de ciertas gracias y beneficios, sino a toda clase de personas. Por ello no se les pod?a quitar a medieros y a arrendatarios el producto de su trabajo, sobre todo cuan do hab?an sufrido la rapacidad de los sublevados. De cual quier modo, la costumbre de vender las semillas en las mismas

poblaciones donde se recog?an fue bien recibida. Tanc?taro,

La Piedad y Salvatierra solicitaban esa gracia. El gobierno del estado tem?a que se perturbara la tranquilidad si no se acced?a a esas solicitudes. El ma?z deber?a venderse en sus respectivos diezmatorios al menudeo a dos reales menos la fanega que el precio de plaza. Sin embargo, el 4 de diciem bre los can?nigos informaron al vicario capitular que, en beneficio de los colonos, estaban dispuestos a vender a la Sierra la mitad de las existencias de San Luis de la Paz y otros puntos inmediatos de esa di?cesis, dejando la otra mi This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:36:52 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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tad para vender a los pueblos. El pen?ltimo d?a de 1850

Arista pregunt? al ministerio de Justicia que a c?mo se co

brar?a ese ma?z ofrecido por la iglesia de Morelia, "que

tantas pruebas de caridad tiene puestas en evidencia". Mun gu?a, el 24 de marzo de 1851, dio los pormenores de la en trega y pago.74

El primero de noviembre de 1851, de nueva cuenta, Jos? L?pez Uraga, en su car?cter de inspector de las colonias de la Sierra, insisti? ante el secretario de Guerra Arista en soli citar ayuda para sus colonos. En esta ocasi?n solicit?, en pr?s tamo, de los cabildos de M?xico y de Michoac?n, paramentos y vasos sagrados para las iglesias de las colonias. Mungu?a

de inmediato escribi? a los p?rrocos de Guanajuato y de San Luis Potos? para que se accediera a la petici?n de L?pez

Uraga. El metropolitano se neg? en un principio porque entendi? que se le ped?an regalados, pero hecha la aclaraci?n,

don? cuatro ornamentos y dos misales. El arzobispo De la

Garza regal? a esas colonias magn?ficos paramentos, un fron tal y un atril, al parecer de su oratorio particular.75 Mientras las autoridades queretanas informaron en 1851

que la tranquilidad de la Sierra era inalterable, las de Gua najuato se alarmaron cuando L?pez Uraga fue enviado, a fines de ese a?o, a auxiliar a la defensa de Matamoros.76 Ese mismo a?o el gobernador de Guanajuato, Lorenzo de Arellano, inform? que, si bien la campa?a hab?a terminado por las armas, a?n fermentaban los elementos de que se hab?a compuesto: esp?ritu de venganza, ociosidad y embria guez. Como medida preventiva dispuso los decretos 103 y 104.

Para ejecutarlos viaj? a la Sierra, cuya miseria palp?, s?lo

para encontrar a su regreso que el segundo de esos decretos hab?a sido mandado suspender por el congreso hasta que se formara el presupuesto, y hab?a derogado el primero, que ordenaba el establecimiento de poblaciones. Estas disposicio 74 AGNM, Justicia eclesi?stica, 166, pp. 44-74v. 75 El Tel?grafo (29 mayo 1852). 76 El Regulador de Guanajuato (19 oct. 1851).

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nes, unidas a la carest?a de los efectos de primera necesidad,

hac?an augurar que si no se mejoraban las condiciones de los vecinos antes de seis meses volver?a la guerra, sobre todo si las circunstancias obligaban a retirar algunas tropas de

ella. Para tranquilizar a la Sierra lo primero que se nece

sitaba era sacarla de la miseria, lo segundo corregir sus vi cios de ociosidad y embriaguez, y lo tercero "subdividir todo lo posible su propiedad territorial". La miseria se pod?a com

batir con el trabajo de las minas mediante presidios; as?

aumentar?a la poblaci?n y con ella la seguridad. Los vicios se podr?an corregir inspirando amor al trabajo y con severos castigos, dedicando, por ejemplo, a los transgresores a la compostura de caminos. La propiedad territorial se podr?a subdividir por medios indirectos pero eficaces, declarando li bres de alcabalas las ventas de haciendas en fracciones y a distintas personas, que para efectos de la ley 103 ser?an con preferencia quienes hab?an apoyado el orden. El gobierno fue autorizado para comprar, con fondos destinados ala instruc ci?n p?blica, algunas fincas r?sticas en los departamentos de Allende y Sierra Gorda, "enajen?ndolas luego en fracciones, y pudiendo dejar a reconocer alguna parte del capital". Como la propiedad estaba m?s concentrada en esos dos departamen tos, los intereses en favor de la paz y el orden estaban des equilibrados: por un gran propietario miles carec?an de tie rra; s?lo eran arrendatarios vejados o jornaleros miserables, listos "a alcanzar algo en la revuelta, y satisfacer venganzas de anteriores agravios de los due?os".77 Seg?n Octavio Mu?oz Ledo, siguiente gobernador de Gua najuato, esa guerra se inici? por meras rivalidades entre el alcalde de Xich? y los Chaire y no se advert?a en un prin cipio un motivo social y pol?tico. Se hab?a desarrollado por la miseria y "barbarie" de los serranos, pero tambi?n por la "conducta parcial, inmoderada y aun vejatoria de las mismas autoridades". Mu?oz Ledo consideraba que el ej?rcito ten?a 77 Memoria Guanajuato, 1851, pp. 21-25.

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pacificada la Sierra, y como el mot?n se deb?a a circunstan cias accidentales y pasajeras, no era de temerse una guerra entre las distintas fracciones de un mismo pueblo, pese a que sus intereses sociales y pol?ticos estaban en pugna. Bastaba una pol?tica conciliadora para mantener la paz, concediendo a los habitantes libertad para proporcionarse su subsistencia por los medios honestos que ellos eligieran, haciendo cesar la leva y no permitiendo que los propietarios "especularan con el trabajo de los miserables, oblig?ndolos a grandes ta reas por un salario ?nfimo, ni menos que se les paguen con efectos a precios demasiado subidos".78 En 1851, de los tres estados m?s afectados por la rebeli?n, Quer?taro estaba tranquilo, Guanajuato receloso y San Luis Potos? todav?a indignado con el recuerdo de esa guerra que hab?a sacrificado el sur y el oriente del estado, por "hordas desoladoras, partidarias de las p?rfidas doctrinas del inmoral socialismo".79

SIGLAS Y REFERENCIAS

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ASRE Archivo de la Secretar?a de Relaciones Exteriores, M?xico. INAH Instituto Nacional de Antropolog?a e Historia, M? xico. LAC, MRPA Latin American Collection, Austin, Texas; Mariano Riva Palacio Archives.

Alegato 1852 Alegato de bien probado en la causa que contra el

gobernador de San Luis Potos?, don Juli?n Reyes, ha

78 Memoria Guanajuato, 1849, anexo 11; Memoria Guanajuato, 1852,

pp. 65-71. 79 La ?poca (20 ago. 1851).

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LAS GUERRAS DE CASTAS 101

seguido ante la secci6n del jurado de la cdmara d

senadores el C. L. P. A., M6xico, Imprenta de I. Cu

plido. BARTLET, John Russell

1854 Personal narrative of explorations and incidents in Texas, New Mexico, California, Sonora and Chihua hua, connected with the United States and Mexican Boundary Commision, during the years 1850, 1851,

1852 and 1853, by..., United States commisioner

during that period, London, George Routledge. [BUSTAMANTE, Carlos Maria de]

1845 No hay peor sordo que el que no quiere oir - Dase

idea de lo ocurrido en la cdmara de diputados en la sesion secreta del 15 de noviembre de 1845, sobre la guerra que hacen los indios del departamento del sur de Mexico, Mexico, Imprenta de Lara.

CASTILLO VELAScO, Jos6 Maria del

s/f "Oraci6n civica pronunciada en la Alameda de Mexi

co el 16 de septiembre de 1850 por el licenciado...", en Discursos pronunciados el 16 de septiembre de 1850

en la Alameda de Mexico, Mexico.

Decretos Guanajuato 1851 Decretos expedidos por el septimo congreso consti tucional del estado de Guanajuato, en los anos de 1849 y 1850, Guanajuato, Impresos por Felix Conejo.

1852 Decretos expedidos por el congreso constitucional del estado de Guanajuato, en los aios de 1851 y 1852, y reglamentos del gobierno, Guanajuato, Impresos por

Felix Conejo.

Diccionario 1856 Diccionario universal de Historia y Geografia, Mexi co, Imprenta de J. M. Andrade y F. Escalante. ESCUDERO, Jose Agustin de

1849 Noticias estadisticas de Sonora y Sinaloa, compiladas y amplificadas para la seccidn de estadistica militar, por el licenciado don..., socio asistente de la misma, del Instituto Nacional de Geograffa y Estadistica, del

Ateneo Mexicano y de otras varias sociedades de

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102 MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO literatura y beneficencia de la rep?blica, M?xico, Ti

pograf?a de L. Rafael.

Galaviz de Capdevielle, Mar?a Elena 1971 "Descripci?n y pacificaci?n de la Sierra Gorda", en Estudios de Historia Novohispana, iv (M?xico).

Garc?a Cant?, Gast?n 1969 El socialismo en M?xico ? Siglo xix, M?xico, Edi ciones Era. Gonz?lez Navarro, Mois?s 1954 "Instituciones ind?genas en M?xico independiente"

en M?todos y resultados de la pol?tica indigenista en M?xico, M?xico, Instituto Nacional Indigenista. ?Me

morias, vi.?

1970 Raza y tierra ? La guerra de castas y el henequ?n, M?xico, El Colegio de M?xico. La guerra de los indios

1849 La guerra de los indios de M?jico, Nueva York, Ti pograf?a de La Cr?nica.

Ligera rese?a 1851 Ligera rese?a de los partidos, facciones y otros males

que agobian a la rep?blica mexicana, y particular

mente al Distrito Federal, escrita por V. C. Primera parte, M?xico, Imprenta de M. F. Redondas. Ligeros apuntes 1857 Ligeros apuntes biogr?ficos que dedican los artesanos al exmo. se?or don I. Comonfort, presidente consti tucional de los Estados Unidos Mexicanos, M?xico, Tipograf?a de N. Ch?vez.

L?pez C?mara, Francisco 1959 "Los socialistas franceses en la reforma mexicana", en Historia Mexicana, ix:2 (oct.-dic.) .

Manning, William R. 1937 Diplomatic correspondence of the United States inter American affairs ? 1831-1860, selected and arranged by..., Washington, Carnegie Endowment for Interna tional Peace.

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LAS GUERRAS DE CASTAS

103

Marx, Carlos s/f Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, Mosc?, Editorial Progreso.

Memoria Chiapas 1848 Memoria del estado en que se hallan los ramos de la administraci?n p?blica del estado de Chiapas, que

en cumplimiento de la obligaci?n del articulo 57

de la constituci?n del mismo a?o present? y ley? el oficial mayor de la secretar?a del gobierno, hoy 18 de febrero del a?o de 1848, San Crist?bal, Imprenta del gobierno.

Memoria Guanajuato

1849 Memoria que el gobernador del estado ley? el 24

de mayo de 1849 en el sal?n del honorable congreso,

para dar cumplimiento al articulo 82 de la consti

tuci?n particular, y para que tuviere conocimiento de los diversos ramos de la administraci?n p?blica, Gua najuato, Tipograf?a de J. E. O?ate.

1851 Memoria que el gobernador del estado de Guanajuato ley? el d?a l9 de enero de 1851, en el sal?n del hono rable congreso, para dar cumplimiento en lo preve nido en las constituciones general y particular e in formar sobre los diversos ramos de la administraci?n p?blica, M?xico, Imprenta de Cumplido.

1852 Memoria del gobierno del estado de Guanajuato pre sentada a su honorable legislatura en l9 de enero de 1852, M?xico, Imprenta de Lara.

Memoria Guerra 1844 Memoria del secretario de estado y del despacho de Guerra y Marina, le?da a las c?maras del congreso nacional de la rep?blica mexicana, en enero de 1844, M?xico, Imprenta de Ignacio Cumplido. 1849 Memoria del secretario de estado y del despacho de Guerra y Marina, le?da en la c?mara de diputados el d?a 9, y en la de senadores el 11 de enero de 1849, M?xico, Imprenta de Vicente Garc?a Torres. 1850 Memoria del secretario de estado y del despacho de Guerra y Marina, le?da en la c?mara de diputados el 26, y en la de senadores el 28 de enero de 1850, M? xico, Tipograf?a de Vicente G. Torres. This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:36:52 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


104

MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO 1851 Memoria del secretario de estado y del despacho de Guerra y Marina, le?da en la c?mara de diputados el 3, y en la de senadores el 4 de enero de 1851, M? xico, Imprenta de Vicente G. Torres.

1852 Memoria del secretario de estado y del despacho de Guerra y Marina, le?da en la c?mara de diputados

los d?as 30 y 31 de enero de 1852, M?xico, Imprenta de Vicente G. Torres.

Memoria Michoac?n 1846 Memoria sobre el estado que guarda la administra ci?n p?blica de Michoac?n, le?da al honorable con greso por el secretario del despacho en 23 de noviem bre de 1846, Morelia, Imprenta de I. Arango.

Memoria Puebla 1849 Memoria sobre la administraci?n del estado de Pue bla en 1849, bajo el gobierno del exmo. se?or don Juan M?gica y Osorio, formada por el secretario del despacho don Jos? M. Fern?ndez Mantec?n, y le?da

al honorable congreso del mismo estado en las se siones de los d?as 1, 2 y 3 de 1849, M?xico, Imprenta

de Ignacio Cumplido.

Memoria Relaciones 1845 Memoria del ministro de Relaciones Exteriores y Go

bernaci?n, le?da en el senado el 11 y en la c?mara de diputados el 12 de marzo de 1845, M?xico, Im prenta de I. Cumplido.

1849 Memoria del ministro de Relaciones Interiores y Ex

teriores don Luis G. Cuevas, le?da en la c?mara de diputados el 5, y en la de senadores el 8 de enero

de 1849, M?xico, Imprenta de Vicente Garc?a Torres.

1850 Memoria del ministerio de Relaciones Interiores y Ex teriores, le?da al congreso general en enero de 1850, M?xico, Imprenta de Vicente Garc?a Torres.

1851 Memoria le?da en las c?maras en 1851 por el secre

tario de Relaciones Interiores y Exteriores, M?xico, Imprenta de Vicente G. Torres.

Memoria San Luis Potos?.

1849 Memoria que el estado libre y soberano de San Luis Potos?, en cumplimiento del articulo 113 de la cons

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LAS GUERRAS DE CASTAS

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tituci?n, dio cuenta a la s?ptima legislatura de sus sesiones ordinarias, San Luis Potos?, Imprenta del citado.

Memoria Yucat?n 1849 Texto de la memoria le?da ante el augusto congreso del estado de Yucat?n por el secretario general de gobierno el d?a veinte y nueve de agosto de 1849, M?rida, Imprenta de Nazario Novelo.

Mora, Jos? Mar?a Luis 1906 Papeles in?ditos y obras selectas, M?xico, Librer?a de

la Vda. de Ch. Bouret.

Proyectos de colonizaci?n

1848 Proyectos de colonizaci?n presentados por la junta directiva del ramo al ministerio de Relaciones de la

rep?blica mexicana en 5 de julio de 1848, M?xico, Imprenta de Vicente Garc?a Torres.

La revoluci?n de Ayutla 1909 La revoluci?n de Ayutla seg?n el archivo del general Manuel Doblado, M?xico, Librer?a de la Vda. de Ch.

Bouret. ?Colecci?n de Documentos In?ditos o muy Raros para la Historia de M?xico, xxvi.? Reyes Heroles, Jes?s

1958-1961 El liberalismo mexicano, M?xico, UNAM, Facultad de Derecho.

Rivera, Manuel 1871 Historia antigua y moderna de Jalapa y de las re voluciones del estado de Veracruz, M?xico, Imprenta

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Romero, Jos? Guadalupe 1862 Noticias para formar la historia y la estad?stica del

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[Soto, Manuel F.] 1869 Noticias estad?sticas de la Huasteca y de una parte de la Sierra Alta, formadas en el a?o de 1853, M?xi co, Imprenta del Gobierno en Palacio.

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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO

Sublevaci?n 1849 Sublevaci?n de la Sierra, San Luis Potos?.

Tocqueville, Alexis de 1893 Souvenirs, Paris, Calman Levy. Und?cimo calendario 1849 Und?cimo calendario de Abraham L?pez, arreglado al

meridiano de M?xico, y antes publicado en Toluca, para el a?o de 1849, M?xico, Imprenta del autor.

Valad?s, Jos? C. 1938 Alam?n, estadista e historiador, M?xico, Antigua Li brer?a Robredo de Jos? Porr?a e Hijos.

Vallarta, Ignacio L. 1897 Obras completas, M?xico, Jos? Joaqu?n Terrazas e Hijos, Impresores.

Velasco, Jos? Francisco 1850 Noticias estad?sticas del estado de Sonora, acompa ?adas de ligeras reflexiones deducidas de algunos do cumentos y conocimientos pr?cticos, adquiridos en

muchos a?os, con el fin de darlas al p?blico y de que los sabios puedan hacer uso de las que les pa rezcan oportunas, M?xico, Imprenta de Ignacio Cum

plido.

Velazquez, Primo Feliciano 1946 Historia de San Luis Potos?, M?xico, Sociedad Mexi cana de Geograf?a y Estad?stica.

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EL NACIONALISMO DE CARRANZA Y LOS CAMBIOS SOCIOECON?MICOS ? 1915-1910 Douglas W. Richmond University of Texas at Arlington

Sabido es, y las fuentes documentales lo prueban, que el po deroso movimiento nacionalista desatado por Carranza ata c? el antiguo orden, al mismo tiempo que implant? refor

mas radicales para levantar una base de poder compuesta principalmente de trabajadores urbanos, campesinos y la bur gues?a progresista. Uno de los primeros grupos de inter?s que sintieron el aguij?n del carrancismo fue el de las insti tuciones bancarias. Cuando Carranza lanz? su campa?a con tra Huerta, decidi? que sus fuerzas no pod?an aceptar em pr?stitos o dinero extranjeros. Por consiguiente, el ingreso utilizado para financiar su levantamiento provino de las adua nas capturadas, de los empr?stitos, tanto forzados como vo luntarios, de la propiedad incautada a quienes se opusieron a los constitucionalistas y de la circulaci?n forzosa de la nue va moneda. En febrero de 1914 Carranza orden? a cinco sub

sidiarias de grandes bancos norte?os que renovasen sus ope raciones bajo la gerencia de "agentes rebeldes", o de lo con trario ser?an confiscadas.1 Por costumbre las fuerzas del ej?r

cito constitucionalista llevaban a cabo un inventario cuida doso de los bancos locales al apoderarse de una poblaci?n y con el pretexto de un "impuesto de guerra" o de cualquier

i MMG, 1515, carpeta 11 (21 feb. 1914). V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

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otra cosa que se les ocurriese, impon?an el pago de una can tidad fija que el banco se ve?a obligado a entregar.2 Despu?s de su reconocimiento de facto por los Estados Unidos en octubre de 1915 el r?gimen de Carranza se lanz? a una pol?tica de rigurosa regulaci?n bancaria. Se hizo nece sario debido a las bajas reservas que manten?an los bancos en proporci?n a la moneda emitida durante los ?ltimos a?os del porfiriato.3 Carranza orden? a una Comisi?n Reguladora e Inspectora de Instituciones de Cr?dito que examinase cui dadosamente los libros de los bancos y que clausurase aque llos que no cumpl?an con el nuevo reglamento. En consecuen cia, varios bancos perdieron sus concesiones por carecer de reservas suficientes.4

El objetivo real era el de preparar al sistema bancario para la creaci?n de un solo banco de emisi?n ya en pro yecto. En enero de 1916 el gobierno declar? lisa y llana

mente que todos los bancos tendr?an que entregar sus reser vas met?licas para asegurar el apoyo p?blico-estatal de la revoluci?n y de sus metas econ?micas.5 Fueron cerradas hasta las grandes casas de cambio y la bolsa de valores.6 A fin de fortificar las nuevas emisiones de papel moneda y retirar las antiguas, le fue necesario al gobierno obtener la mayor can tidad posible de met?lico. El 26 de mayo de 1916 el gobierno "prohibi? terminantemente" a los bancos y a las casas comer ciales realizar operaciones en moneda extranjera o con casas extranjeras si no hab?an sido aprobadas previamente por los funcionarios de la Comisi?n o de Hacienda.7 Los estatutos

bancarios de diciembre de 1916 estipularon que un tercio de los miembros de las juntas directivas fuese nombrado 2 MMG, 825, carpeta 7 (19 nov. 1913) ; MMG, 2195, carpeta 15

(1? mayo 1914) ; MMG, 2198, carpeta 15 (2 mayo 1914).

3 AC (20 nov. 1915) .

4 AC (20 nov. 1915) . 5 El Nacional (15 ene. 1916) .

6 Nava a Carranza (26 ene. 1916), en AC. 7 Decreto de Carranza (26 ene. 1916), en AC. This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:36:57 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EL NACIONALISMO DE CARRANZA

K)9

por Hacienda y que se solicitara permiso de esta secreta

r?a para cualquier operaci?n que rebasase del mill?n de pesos, para cualquier cambio en los reglamentos del banco y para la liquidaci?n o la disoluci?n del mismo. No se permiti? nin guna injerencia al capital extranjero en la pol?tica bancaria.8 Varios bancos fueron f?sicamente ocupados cuando resistieron la centralizaci?n de sus operaciones financieras. Hacia junio de 1919 el gobierno consider? que no exist?a en M?xico met? lico suficiente para formar las reservas iniciales del banco proyectado y que se necesitar?an otros cinco a?os para liqui dar todas las operaciones monetarias de los bancos privados y pagar sus deudas. Para establecer el nuevo banco se nece sitaban 400 millones de pesos de papel moneda, circulante garantizado por una fuerte reserva de un 50 por ciento en met?lico, algo que el gobierno no cre?a poder conseguir.9

El gobierno de Carranza actu? en?rgicamente al hacer

frente a la inflaci?n y escasez de alimentos embarc?ndose en un plan bastante bien ejecutado. Desde antes de que Carran za gobernase oficialmente, precios elevados y la falta de ali mentos hab?an asolado a la naci?n. Los comerciantes gozaban

de ganancias fabulosas, en tanto que la depreciaci?n del

papel moneda estimulaba la inflaci?n. En cartas enviadas a Carranza se leen amargas quejas por los precios elevados y la gente que se muere de hambre. Carranza orden? inmedia tamente la libre importaci?n de art?culos de primera nece sidad y compr? alimentos para su distribuci?n, regulada por el gobierno, a las ciudades principales. Respondi? tambi?n a las demandas de vagones de ferrocarril que le hac?an los co merciantes para poder llevar alimentos a las zonas donde la crisis era particularmente grave. A los comerciantes que tra taron de exportar alimentos se les impusieron pesadas mul tas y se confiscaron sus bienes. M?s de un gobernador fue

depuesto por Carranza al no cooperar para el traslado de 8 Estatuto del Banco Federal Mexicano, S. A. (22 die. 1916) , en AC.

9 Proyecto (18 jul. 1919), en AC.

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DOUGLAS W. RICHMOND

mercanc?as a trav?s de un estado, o por desobedecer la orden

del primer mandatario en el sentido de que no se pusiera ninguna traba ni alcabala al movimiento de mercanc?as. Ha cia 1917 hab?an pasado las peores dificultades; la energ?a con

que Carranza ejecut? este plan contribuy? a aplastar a la

mayor?a de sus enemigos. En el M?xico revolucionario los comerciantes fueron un

grupo particularmente aborrecido y los carrancistas sobresa lieron en sacar partido de este rencor nacional. A principios de la campa?a contra Huerta impusieron a los comerciantes

"impuestos de guerra" o decomisaron sus bienes para ali

mentar a los rebeldes. Generales como Jes?s Carranza y Pablo Gonz?lez ordenaron a los comerciantes vender sus art?culos

al p?blico a precios bajos para no exponerse a duros casti

gos.10 El 31 de marzo de 1916, Carranza, con la esperanza de frustrar a los especuladores y a quienes se negaban a aceptar la nueva moneda, orden? a sus gobernadores castigar severa mente a los comerciantes que cerraran sus tiendas. Las auto

ridades a menudo fijaron listas arbitrarias de precios que ten?an que obedecer o por lo contrario exponerse a la con fiscaci?n de bienes o a multas. Por ejemplo, en Veracruz se

impusieron multas de hasta 100 000 pesos.11 Como la mayo r?a de los comerciantes eran espa?oles u otros extranjeros, su sufrimiento increment? la popularidad de Carranza. En julio

de 1917 los delegados a un congreso de las c?maras de co

mercio, patrocinado por el gobierno, fueron amenazados con la lucha de clases por Pastor Rouaix, encargado de la secre tar?a de Fomento, si no ayudaban a los pobres y cooperaban

con el gobierno. Se lleg? a un acuerdo mediante el cual a los comerciantes les fue otorgado permiso para exportar caf?,

protecci?n para la industria textil, una red nacional de trans portes y comunicaciones m?s eficiente, orden pol?tico y me nores impuestos a cambio de no exportar art?culos de pri mera necesidad, bajar los precios, aumentar la producci?n y 10 MMG, 1514, carpeta 11 (21 feb. 1914); AC (1* ago., 24 oct. 1914).

u AC (1? oct. 1915).

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EL NACIONALISMO DE CARRANZA

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enviar mercanc?a a las zonas empobrecidas.12 Al mejorar de cididamente la econom?a entre 1917 y 1920 hab?a menos ne

cesidad de ejercer presi?n sobre las ?lites econ?micas; sin embargo, quedaba asentado un precedente que los carrancis tas podr?an usar en cualquier momento. A pesar de los primeros problemas causados por la infla ci?n, el gobierno de Carranza practic? una pol?tica finan ciera bastante exitosa, que poco a poco consigui? una apa riencia de estabilidad no obstante la sangrienta guerra civil. A principios del conflicto contra Huerta, Pablo Gonz?lez autoriz? a los arrendadores de impuestos a contratar empr?s titos en nombre de su cuartel general.13 Sin embargo, cuando los diversos ej?rcitos o gobernadores carrancistas trataron de

fijar impuestos a las mercanc?as que cruzaban sus zonas mi litares, Carranza invariablemente orden? su suspensi?n.14 A pesar de la resistencia de los comerciantes y de otros grupos, Carranza decret? la aceptaci?n forzosa del papel moneda a partir del 28 de febrero de 1914. Hacia octubre de 1914 se hab?a emitido papel moneda con valor de 271 600 000 pesos y alrededor de una sexta parte de los mismos fueron entre gados a individuos como Rafael Zubar?n Capmany para la realizaci?n de delicadas operaciones financieras.15 La depre ciaci?n del papel moneda de Carranza no se detuvo nunca. Su valor descendi? desde 40 centavos de d?lar por peso en mayo de 1913, hasta 30 centavos de d?lar en abril de 1914, 10 centavos de d?lar en abril de 1915, y 2 centavos de d?lar en junio de 1916; la emisi?n de papel moneda infalsificabie comenz? el 5 de junio de 1916, con una tasa de depreciaci?n de 10 centavos de d?lar por peso, que luego lleg? a cero el Ie? de diciembre de 1916. Durante la ?ltima semana de no viembre de 1916 monedas de oro y de plata reaparecieron repentinamente como un gesto espont?neo de disgusto por 12 Rese?a, 1917, pp. 35-39, 316-317. 13 MMG, 1965, carpeta 14 (18 mar. 1914). 14 MMG, 2608, carpeta 18 (18 jul. 1914) . 15 Memor?ndum (13 nov. 1915), en AC.

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parte de la inconforme ciudadan?a. En el espacio de unos cuantos d?as el papel moneda desapareci? en tanto que el gobierno acu?aba r?pidamente la moneda met?lica tanto tiem po esperada.16 Despu?s se contuvo la crisis financiera y el gobierno disfrut? de rentas m?s altas que las de cualquiera

de los gobiernos de don Porfirio. Por encima de todo, los insurgentes armados de Carranza desearon evitar tener que recurrir a empr?stitos extranjeros que pudiesen amenazar la soberan?a de las reformas pol?ticas nacionales y, en lo que

a esto se refiere, alcanzaron un notable ?xito.

Despu?s de este per?odo de inestabilidad, los distintos sec

tores de la econom?a revivieron en tanto que el gobierno dictaba medidas para mejorar las condiciones econ?micas,

disminuir as? las penalidades del pueblo y obtener los ingre sos necesarios. Uno de los factores que frenaban el crecimien to econ?mico fue el estado de los ferrocarriles. Durante la

guerra los ferrocarriles administrados por el gobierno care cieron muy a menudo de los vagones que los comerciantes necesitaban urgentemente para transportar sus mercanc?as. El

inadecuado mantenimiento, los accidentes, la carencia de ma terial, los robos por parte de los empleados y los ataques su fridos de manos de la oposici?n siguieron paralizando y cau sando da?os a la red de transportes. El gobierno tendi? nue

vas l?neas y anunci? una rebaja del 15 por ciento en los

fletes de mercanc?as que se despachasen por ciertas rutas en 1919. Hacia 1920 los ferrocarriles se recuperaron de tal modo que sus ingresos eran m?s altos que los percibidos durante los ?ltimos a?os del porfiriato.17

La reglamentaci?n nacionalista de la econom?a que llev? a cabo Carranza queda claramente demostrada en su pol?tica respecto al sector minero. Aun cuando la producci?n minera rebas? los niveles del porfiriato s?lo en lo que respecta al zinc, en el a?o de 1917 hubo aumentos considerables a pesar 16 Kemmerer, 1940, pp. 13-14. 17 L?pez Rosado, 1969, p. 152.

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EL NACIONALISMO DE CARRANZA

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de la incre?ble destrucci?n sufrida durante la lucha arma

da.18 El gobierno de Carranza proporcion? dinamita a los mineros que se ve?an en aprietos a causa de un embargo im puesto por los Estados Unidos,19 y decret? que se diesen sub sidios a las agencias de miner?a de la secretar?a de Fomento, los cuales ascendieron a 4 770 000 pesos mensuales.20 Luego se orden? a los extranjeros traspasar sus propiedades a las subsidiarias mexicanas. El 14 de septiembre de 1916 Carranza mand? reanudar los trabajos en todas las minas so pena de exponerse a embargo o confiscaci?n por parte del estado.21 Aun cuando el primer jefe suaviz? su postura al conceder pr?rrogas, estas medidas son caracter?sticas de la habilidad con que tercamente se fue saliendo con la suya. Cuando las minas comenzaron a prosperar, el gobierno obtuvo un ingre so fiscal de quince millones de pesos en el a?o de 1919, cifra que no fue superada durante varios a?os.22 A pesar de su buen rendimiento en manos extranjeras, Carranza aplic? medidas en?rgicas a la industria petrolera, dando as? un precedente para la participaci?n estatal. El go bierno de Madero hab?a decretado la fijaci?n de un impuesto de 20 centavos por tonelada de petr?leo exportado o ven dido en M?xico. Hacia julio de 1914 Carranza triplic? este impuesto al elevarlo a 60 centavos, pagaderos en moneda de oro, por tonelada de petr?leo crudo, y estableci? la Comisi?n T?cnica del Petr?leo encargada de proponer leyes y regla mentos nuevos "para el desarrollo de esta industria".23 Se

envi? a Pastor Rouaix a los Estados Unidos, en el a?o de

1915, para que se enterase de todo cuanto pudiera acerca del manejo de la industria petrolera. Rouaix confi? a Carranza su esperanza de ver muy pronto al petr?leo en manos de 18 Cincuenta a?os, 1963, p. 53.

19 AC (27 die. 1915).

20 AGNM, Revoluci?n, 537. 21 Bernstein, 1964, pp. 112-113. 22 Bernstein, 1964, p. 131. 23 Decreto de Carranza (23 jul. 1914) , en AC.

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mexicanos para su explotaci?n y refinamiento.24 Unos cuan tos a?os m?s tarde Carranza, con gran audacia, aument? to dav?a m?s los impuestos, que se elevaron hasta cerca de cua tro millones de d?lares al mes.25 La producci?n de petr?leo en 1920 fue casi cinco veces mayor que en 1913 y la produc ci?n de 157 068 678 barriles alcanzada en ese a?o represent? un cuarto de la producci?n mundial. El gobierno, hasta el asesinato de Carranza en 1920,26 interrumpi? las operaciones petroleras y todas sus actividades anexas cuando no fueron obedecidos sus nuevos decretos, inclusive a riesgo de entrar en guerra con los Estados Unidos. Hubo varios experimentos en cuanto a industrias reglamen tadas por el estado. Los ferrocarriles y todos los servicios de comunicaciones y transportes estaban administrados directa mente por el gobierno, de acuerdo con varios decretos que databan del a?o de 1914. Las f?bricas que produc?an unifor mes y equipo militares, as? como los pertrechos necesarios, fueron incautadas o establecidas desde 1914 en nombre de

la utilidad p?blica.27 El gobierno del estado de Guanajuato financi? una fundici?n mediante el expediente de registrar a todos los accionistas del estado y de fijarles mayores im puestos.28 Pero el plan m?s imaginativo del gobierno fue el establecer una Comisi?n Algodonera de la Laguna en octu bre de 1915. Los constitucionalistas se hab?an apoderado de todas las haciendas algodoneras pertenecientes a simpatizan tes de Huerta y a los hacendados amigos les permitieron con servar su propiedad a cambio de impuestos que sumaron 110 000 pesos. El gobierno quiso adquirir toda la cosecha de algod?n y estableci? los precios que deb?an pagarse en mone da nacional.29 Despu?s, Carranza orden? que el algod?n re 24 25 26 27 28

Pastor Rouaix a Carranza (31 mayo 1915), en AC. Thompson, 1921, pp. 12, 115, 211. Vid. Meyer, 1972, y Smith, 1972. AC (10 jun. 1915) ; MMG, carpeta 10 (15 feb. 1914) . AC (30 sep. 1915) .

29 AC (11 oct. 1915).

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EL NACIONALISMO DE CARRANZA

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unido por la Comisi?n se dividiese "proporcionalmente" en tre las industrias textiles y se trajeron vagones de ferrocarril

desde Veracruz para distribuirlo.30 Se pidi? a las f?bricas de tejidos que informaran al gobierno cu?nto algod?n necesi taban para mantenerse en funcionamiento.31 La Comisi?n compr? inmediatamente 10 600 065 pacas de algod?n para su distribuci?n al ej?rcito y a la industria textil.32 Pero las pla gas, un tiempo fr?o, los costos crecientes de la simiente pro ducida en el extranjero y las disputas en torno a los precios frenaron la operaci?n reduciendo la cosecha en un 70 por ciento. Termin? esta pol?tica el 23 de mayo de 1916 cuando

Cabrera y el secretario de Hacienda, Nic?foro Zambrano,

se opusieron tal y como lo hab?an hecho en el caso del orga nismo oficial encargado de la venta del henequ?n de Yucat?n. No obstante los esfuerzos de Carranza, la producci?n indus trial descendi? entre 1915 y 1919 33 a causa del aumento en los costos de la mano de obra, la intensa competencia extran jera, los problemas de la guerra y la achacosa red de trans portes. Fueron problemas especialmente espinosos la falta de capital para inversiones y la dificultad para obtener cr?dito. No obstante una postura cada vez m?s moderada respecto de las reformas econ?mico-sociales internas propiciada por las tendencias de laissez-faire de Luis Cabrera y sus asociados, despu?s de fines de 1916 Carranza conserv? gran parte de su apoyo azotando a los intereses extranjeros. Sus en?rgicas ac ciones en contra de los intereses y capitales extranjeros sir vieron de precedente para los gobiernos siguientes y acentua ron el tono nacionalista del carrancismo. La incautaci?n de los ferrocarriles y de las minas extranjeros estuvo a menudo motivada por la necesidad de procurar ingresos, cuando no hab?a donativos voluntarios, a fin de mantener al ej?rcito.34 30 AC (3 mar. 1916) .

31 AREM, le-835:110-r-5-3 (sin fecha). 32 AREM, le-811:98-r-3, 83-84 (22 nov. 1915). 33 L?pez Rosado, 1969, pp. 269-292.

34 New York Herald (28 jun. 1914) ; Los Angeles Times (29 abr.

1917); Bisbee Daily Review (11 abr. 1917).

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En otras ?pocas Carranza hab?a atacado las concesiones extran jeras dadas por gobiernos anteriores y ahora propon?a redu

cirlas como una manera de evitar la guerra, fomentar el desarrollo nacional y ofrecer empleos a los mexicanos.35 Su gobierno revis? con todo cuidado las concesiones ya otorgadas y cancel? muchas de ellas. Se pens? tambi?n en expulsar a los barcos mercantes extranjeros del golfo de M?xico y a aquellos que hac?an ?nicamente viajes ocasionales a la costa del Pac?fico, con el objeto de beneficiar a los transportistas nacionales.36 Despu?s de algunas vacilaciones y dudas inicia les, Carranza dio firmemente su apoyo al art?culo 27 y pa trocin? con ?xito nuevos reglamentos de la secretar?a de Fo mento que exigieron a los extranjeros, para obtener nuevas licencias y proseguir operaciones, acatar las leyes mexicanas y renunciar a la protecci?n diplom?tica externa.37 Aun cuando el comercio de M?xico con los Estados Uni dos sigui? creciendo, Carranza trat? constantemente de re ducir la dependencia tradicional de su pa?s respecto del ca pital y el comercio norteamericanos. Se interrumpi? el tra bajo en las gigantescas minas de cobre de Cananea, las cua les se desplazaron a Arizona, cuando sus due?os norteameri canos tuvieron "dificultades" con el gobierno de Carranza.38 Especialmente onerosos para los intereses norteamericanos fueron los nuevos impuestos, considerablemente aumenta

dos, que deb?an pagarse en met?lico, as? como la ame naza de expropiaci?n mediante el art?culo 27. Las protes tas diplom?ticas y las negativas a acatar las nuevas dis posiciones de Carranza fueron mucho m?s acaloradas de par

te de los Estados Unidos que de cualquiera de las gran des potencias europeas. Cuando se le dijo que los intere ses financieros de los Estados Unidos estaban conspirando 35 Discurso de Carranza en Guadalajara (13 feb. 1916) , en AC. 36 AC (19 mayo 1919) .

37 AC (25 oct. 1916). 38 La Montana (Cananea, 23 jun. 1917) ; Bisbee Daily Review (22 jun. 1917).

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EL NACIONALISMO DE CARRANZA

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para frustrar el ingreso de capital europeo a M?xico, Ca rranza respondi? que "... esta campa?a no es nueva y parece ser m?s calumniosa, "y que la prosperidad habr?a de con tinuar a pesar "... de los esfuerzos de la prensa amarillista y de los mal informados hombres de negocios y de quienes odian a M?xico".39 Cuando los intereses franceses prometie

ron respetar la radical ley petrolera de febrero de 1918, Ca rranza se mostr? dispuesto a permitirles invertir en los cam pos petroleros y en otros sectores de la econom?a.40 Escandi navos estuvieron presentes entre los nuevos inversionistas: un

constructor noruego de ferrocarriles le dijo a Carranza que hab?a ingresado en M?xico mucho capital de su pa?s.41 A lo largo de su carrera como rebelde y como presidente, se advierte que Carranza dio preferencia a los campesinos y a los peque?os propietarios respecto de la antigua clase de los hacendados, hasta que la crisis alimenticia desplaz? cual quier otra preocupaci?n del gobierno. Aunque no se com para con sus sucesores, Carranza, por lo menos, estableci? los precedentes para una reforma agraria m?s amplia al mismo tiempo que restringi? la propiedad extranjera. La propiedad privada nunca fue un dios sagrado para los carrancistas; cre?an

que deb?a estar al servicio del estado. Para satisfacer una de las apremiantes necesidades nacio nales, Carranza foment? la producci?n intensiva de alimentos.

Puesto que la coalici?n pol?tica de base urbana, formada por el sector progresista de la burgues?a y la clase trabajadora, se enfrentaba a una desesperada escasez de alimentos, Carran za parece haber descartado desde fecha temprana toda repar tici?n de tierras en gran escala, de tipo zapatista, que habr?a

3? Pa?i a Carranza (15 die. 1919) y Carranza a Pa?i (20 mar. 1920) , en AREM, le-1445.

40 Pa?i a Carranza (26 feb. 1919) y Carranza a Pa?i (18 mar.

1919), en AREM, le-1445. 41 Christian Schjetnan a Carranza (2 jul. 1919) , en AC.

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afectado el suministro de alimentos y puesto en peligro su apoyo pol?tico en las ciudades. Funcionarios carrancistas co menzaron a examinar las escrituras de haciendas no produc tivas desde 1914.42 En febrero de 1916 el gobierno redact? un anteproyecto para utilizar todas las tierras ociosas, a tra v?s de la aplicaci?n de multas, la amenaza de incautaci?n e incentivos fiscales.43 En junio de 1917 Carranza orden? a los gobernadores poner en cultivo todas las tierras agr?colas, y ofrecer transporte gratuito a quienes deseasen ir a trabajar al interior.44 M?s tarde orden? que se "redujeran considera blemente" los aranceles impuestos a la maquinaria agr?cola importada de los Estados Unidos, y dispuso una reducci?n de 50 por ciento en todas las tarifas ferroviarias a fin de es timular a los peque?os agricultores.45 En 1918 Carranza de cret? un nuevo impuesto a los due?os de capital que pose yesen m?s de 100 pesos, destinado a aumentar la producci?n agr?cola. El dinero fue administrado por una Junta Directiva Agr?cola, integrada por diez miembros elegidos en cada mu nicipalidad, a fin de que el dinero reunido se consagrase a la siembra de nuevos cultivos en las tierras ociosas cuyas co sechas habr?an de ser llevadas al mercado por el mismo or ganismo.46 En 1919 el gobierno empez? a comprar grandes cantidades de maquinaria agr?cola y a colocarla en trenes especiales de demostraci?n que recorr?an todo M?xico con el fin de ense?ar nuevos m?todos de cultivo a los agriculto res.47 A pesar de estos esfuerzos la producci?n agr?cola en 1918 fue inferior a la de los a?os de 1906-1910, de por s? de malas cosechas.48 Por consiguiente, nada tiene de sorprenden te que en enero de 1919 el jefe de Asuntos Agrarios declara 42 Oficina de Informaci?n y Propaganda, n?m. 89 (oct. 19, 1915), en AC; MMG, 2224, carpeta 15; AC (12 ago. 1915). 43 AC (20 feb. 1916) . 44 San Antonio Light (6 jun. 1917) ; Evoluci?n (Laredo, 18 jun. 1917) . 45 AREM, le-806:96-r-5, 4 (22 ago. 1916). 46 Decreto de Carranza (30 jun. 1916) , en AC. 47 AREM, le-803:93-r-17, 1. 48 Anales, 1927, p. 188.

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se p?blicamente que le resultar?a imposible al gobierno con ceder tierras ejidales a todos los pueblos que las solicitaban y que los miembros de los ejidos no ten?an mayores derechos,

conforme al art?culo 27, que los due?os de propiedades pe que?as y medianas.49 En ese mismo mes se orden? a las co misiones agrarias locales advertir a los campesinos solicitan tes de tierras que tendr?an que pagar al gobierno la misma cantidad de dinero que el gobierno habr?a de desembolsar en indemnizaciones a los due?os originales.50 En cambio, muy poco ofreci? Carranza a los hacendados. Las primeras campa?as contra Huerta y Villa acarrearon la destrucci?n casi completa de infinidad de haciendas por la acci?n de las fuerzas carrancistas, que andaban en busca de dinero y de pertrechos. Puesto que pocos de los hacendados, al parecer, dieron su apoyo a Carranza, pagaron muy caro su error. Los ruegos hechos a Carranza para que se les pro tegiese en contra de las unidades del ej?rcito que merodeaban por sus tierras o que se hab?an apoderado de sus propieda des por lo com?n cayeron en saco roto o fueron rechazados despu?s de una somera investigaci?n. El destrozo de las tie rras de labor y el abandono de tantas haciendas obligaron a Carranza a mostrarse m?s complaciente, as? que para media

dos de 1916 orden? la devoluci?n de por lo menos 36 ha

ciendas y ranchos a sus due?os originales, muchas veces viu das indefensas o v?ctimas de funcionarios corruptos y arbi trarios.51

El principal organismo destinado a perseguir a los ha

cendados y a otros enemigos de Carranza fue la temida Ofici na de Bienes Intervenidos. Aunque es dif?cil obtener infor maci?n acerca de este organismo, parece haber hecho sufrir tanto a los partidarios del clero, a quienes no pagaban sus

impuestos y a los espa?oles residentes como a los hacen

dados. Inclusive propiedades extranjeras anteriormente sa 49 El Universal (M?xico, 22 ene. 1919). so Silva Herzog, 1959, p. 276. 51 AC, vario?.

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gradas, como el aborrecido Jockey Club, no se salvaron de la incautaci?n.52 Las denuncias personales ante las autorida des locales o ante el propio Carranza a menudo fueron sufi cientes para justificar la intervenci?n. Cuando la naci?n en tr? en una fase menos beligerante, hacia 1917, Carranza de cret? que ?nicamente los tribunales pod?an ordenar tales ac ciones, pues, seg?n dijo, las oficinas locales de Bienes Inter venidos segu?an confiscando propiedades con o sin el consen timiento de los gobiernos locales.53 Esta oficina, que comenz? sus actividades a principios de 1913, indudablemente gener? un gran apoyo popular, puesto que persigui? ?nicamente a los terratenientes o a los due?os de propiedades que no go zaban de la simpat?a del pueblo. Las oficinas locales admi nistraban las propiedades en sus municipalidades, mientras entregaban cuidadosamente todos los ingresos al propio Ca rranza, que era el jefe titular de Bienes Intervenidos. A nivel nacional, la presid?a la secretar?a de Hacienda, y Pascual Or tiz Rubio actu? como su primer administrador. Estos ingre sos tambi?n se entregaban al gobierno. En m?s de un caso, las tierras de labor se alquilaron a grupos de campesinos del lugar despu?s de ser expropiadas, pero lo m?s com?n era con fiarlas a rancheros y a peque?os agricultores.54 En otros ca sos, los edificios incautados se utilizaron para escuelas y para alojar al aparato burocr?tico grandemente aumentado. En vista de la cantidad de quejas de desdichados exdue?os de propiedades, la Oficina de Bienes Intervenidos parece haber sido una empresa en gran escala. No sabemos qu? cantidad

de tierras cambiaron de due?o pero de seguro fue consi derable. Aun cuando Carranza, al principio de su campa?a, tuvo cuidado de declarar en p?blico que proteger?a a los intereses

extranjeros con el fin de conseguir el reconocimiento por par

te de los Estados Unidos, los extranjeros perdieron un n?me 52 AC (30 mayo, 21 jun. 1916) . 53 Decreto de Carranza (17 ago. 1916) , en AC. 54 AC (18 mar., 1? abr. 1919) .

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ro cada vez mayor de propiedades despu?s de 1915. El go bierno revoc? muchos contratos de colonizaci?n concedidos por el r?gimen de D?az y expropi? gran parte de estas tie rras.55 Un decreto gubernamental del 17 de junio de 1916 dispuso que los empresarios extranjeros renunciaran a la ciu dadan?a externa y prometieran formalmente acatar las leyes mexicanas al reconocer que la Secci?n de Justicia pod?a inter venir en cualquier asunto que tratara de tierras de due?os extranjeros.56 Anteriormente se hab?a prohibido a los extran jeros registrar ventas de tierras con los notarios p?blicos del

Distrito Federal y de diversos estados. Esta prohibici?n fue en?rgicamente defendida por el secretario de Relaciones Ex teriores, C?ndido Aguilar, a pesar de las acaloradas protestas diplom?ticas.57 Carranza lleg? inclusive a incitar a sus jefes de campa?a para que saqueasen las propiedades de extran jeros, aunque "... s?lo en caso de extrema necesidad y cuan do la medida est? verdaderamente justificada...", en junio de 1913.58 Cubanos, espa?oles y aun alemanes vieron incau tadas sus propiedades, pero a los ciudadanos norteamericanos les fue peor y tuvieron que soportar el mayor peso de los golpes. A un norteamericano due?o de un maizal se le dijo simplemente: "... le ha llegado la hora a tu ma?z...", y tuvo que contemplar impotente c?mo los soldados carrancistas se llevaban su cosecha a pesar de sus in?tiles protestas.59 En otro caso, el gobierno del estado de Veracruz se apoder? de algunas fincas porque los due?os en cuesti?n estaban "alia dos con extranjeros" y por lo tanto eran "enemigos de la causa del pueblo".60 Carranza no aclar? su pol?tica de reforma agraria hasta 55 DAAC, 3987; DAAC, 744; Diario Oficial (27 ago. 1918), pp. 1063

1064; AC (29 sep. 1916).

56 AREM, 1344-7. 57 AREM, 11-2-142. 58 Fabela, 1964, xiv, num. 382, pp. 257-258. 59 AC (28 nov. 1915) . ?o Oficina de Informaci?n y Propaganda, n?m. 82 (20 sep. 1915),

en AC.

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la publicaci?n de su famosa ley del 6 de enero de 1915. El objetivo principal de la ley fue el devolver las tierras ejida ?es y las peque?as propiedades que se hab?an enajenado a fines del porfiriato, y no una divisi?n sistem?tica de las tie rras pertenecientes a los grandes terratenientes.61 En discur sos y en decretos anteriores, Carranza prometi? cambiar el sistema de tenencia de la tierra, vigoroso factor en la de rrota de sus rivales. Despu?s de recibir pocas solicitudes de devoluci?n de tierras robadas o de tierras ejidales en 1914, la correspondencia de Carranza revela una avalancha de so licitudes despu?s de principios de 1915. Como el decreto de reforma agraria carrancista fue m?s sistem?tico y "legalista" que los de sus rivales, conquist? un gran apoyo en el interior.

Aun cuando se concedieron ?nicamente 172 997 hect?reas a

los campesinos solicitantes hasta el 21 de diciembre de 1919,62

ese esfuerzo es el primero realizado por cualquier gobierno mexicano y se llev? a cabo a pesar de la escasez de alimentos. Como en la mayor?a de los problemas que afront? su r?gi men, Carranza vigil? cuidadosamente todas las concesiones de tierras y siempre ten?a la ?ltima palabra dentro de las nue vas agencias encargadas de la reforma agraria. En 25 peticio nes de tierras ejidales, pendientes de resoluci?n y encontradas

en el archivo de Carranza, al cotejarlas con el archivo del

Departamento de Asuntos Agrarios y Colonizaci?n se ve

que los campesinos lograban su cometido si segu?an los con ductos establecidos por los decretos y reglamentos de la re forma agraria. Pero a menudo tuvieron que esperar hasta tres a?os para abrirse paso a trav?s de una burocracia con preocupaciones legalistas. El incumplimiento de alg?n requisito, como proporcio nar las fechas exactas en que se efectu? la usurpaci?n, tuvo

a menudo consecuencias fatales para la solicitud. Por lo

61 Carranza a Benjam?n Hill (6 mayo 1915), en AREM, le-861:121-r-5, 120-122.

62 silva Herzog, 1959, pp. 278-280. Wilkie (1970, p. 188) da la cifra de 167 963 hect?reas como total distribuido por Carranza.

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general, las nuevas oficinas de la comisi?n local agraria

dependiente del organismo nacional se mostraban m?s dis

puestas a ayudar que los funcionarios de la cautelosa Co misi?n Nacional Agraria de la ciudad de M?xico. Otros

factores que minaron la reforma agraria fueron los goberna dores hostiles, los jueces, personal de la secretar?a de Gober naci?n y los hacendados coludidos con funcionarios corrup tos. Carranza en su correspondencia se nos presenta como un personaje preocupado por los intereses de la gente del campo y bastante sensible a sus quejas o sugerencias en cuan to a las fuerzas militares dedicadas a llevar a cabo esta re forma.

Fundamental para preservar la base de poder del gobier no carrancista fue el apoyo que le proporcion? el movi miento de la clase obrera urbana. En los a?os decisivos,

1915 y 1916, ?ste fue el sector m?s entusiasta de la sociedad mexicana gracias a los esfuerzos realizados para ganar su con fianza. Debido a la indiferencia o a la franca hostilidad ma

nifestada por los gobiernos de D?az, Madero y Huerta para con la naciente clase obrera, no fue f?cil conquistar a sus

dirigentes. En 1913 se orden? a unos espa?oles due?os de minas que pagasen a los trabajadores que hab?an despedi do; al negarse, los due?os fueron encarcelados.63 Cuando las fuerzas constitucionalistas capturaron Monterrey en junio

de 1914, Pablo Gonz?lez orden? a la industria c?mentera

abrir sus puertas y dar trabajo a "hombres de buena volun tad", pues de no hacerlo "el gobierno se encargar? de su administraci?n de arriba a abajo".64 Los trabajadores en ge neral obtuvieron una reducci?n en la jornada de trabajo y considerables aumentos salariales. En una ocasi?n, la Com pa??a de Luz y Fuerza de M?xico fue obligada a conceder 63 Fabela, 1964, xiv, num. 394, pp. 271-272.

64 Decreto de Pablo Gonz?lez (11 jun. 1914), en MMG, 2429, car peta 17.

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aumentos de salarios hasta del 50 por ciento en 1915.65 Ofi ciales del ej?rcito interven?an en las huelgas, o simplemente se apoderaban de las f?bricas para que los trabajadores hicie

ran o?r su voz en la administraci?n de las mismas y asegurarse

empleo.66 Ocasionalmente Carranza se hizo cargo personal

mente de las demandas o zanj? disputas en favor de los trabajadores.67 Muchas veces los enfrentamientos no llega

ron a la atenci?n de Carranza porque los gobernadores o los organismos de reciente formaci?n encargados de las dispu tas laborales actuaron para resolver los conflictos en favor

de la clase trabajadora. Carranza decret? tambi?n que se

pagase en met?lico una parte del salario de los obreros y se esforz? en mandar, a las zonas donde hab?a escasez de ali mentos, cargamentos de art?culos de primera necesidad desti nados exclusivamente a la clase trabajadora. Se promulgaron exigentes leyes laborales que, entre otras cosas, decretaron la consulta arbitral en materia de disputas obrero-patronales, normas de seguridad y reducci?n en las jornadas de trabajo. En las elecciones, a las delegaciones obreras se les permiti? ganar curules legislativas por primera vez. Cuando el primer secretario de la Casa del Obrero Mundial le inform? a Ca rranza de las terribles condiciones de vida del Batall?n Rojo de Orizaba, el primer jefe orden? inmediatamente que se les enviase hasta 1 712 pesos a cada familia.68 Como escrib?a un

veterano de la Casa del Obrero Mundial, "Carranza hab?a

forjado el clima para que la clase obrera industrial compren diese que la revoluci?n mexicana era otra cosa que un sim ple cambio de hombres en el poder..." 69 El sost?n de la clase trabajadora que Carranza supo ganar se le produjo tangibles dividendos en apoyo pol?tico-militar. El ejemplo m?s famoso fue la incorporaci?n de 10 000 obre 65 AC (17 ago. 1915).

66 AC (9 abr., 23 ago., 25 oct. 1915, 3 abr. 1916).

6T AC (23, 24, 30 mayo, 21 jun., 9 sep. 1916). 68 AC (28 ago. 1915). 69 Salazar, 1962, p. 154.

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ros a los batallones rojos de 1915, quienes desempe?aron un papel decisivo en la derrota de las fuerzas combinadas de Villa y Zapata. La detenci?n del avance Zapatista en Veracruz y en Puebla se debi? en parte a la pol?tica proobrerista de los gobernadores progresistas de estos estados. La firmeza demos trada por Carranza ante los Estados Unidos le vali? la crea

ci?n de unidades voluntarias compuestas de trabajadores, quienes ped?an armas y entrenamiento militar para luchar en contra de la temida invasi?n norteamericana. A fines de 1915 Carranza recibi? docenas de cartas de sindicatos obre ros y clubes pol?ticos de la clase trabajadora ofreci?ndole su apoyo incondicional. Por ejemplo, los obreros del Centro Pacifista de la ciudad de M?xico votaron por unanimidad en favor de Carranza en las elecciones de 1917 porque "... nos salvar?a en cualquier situaci?n cr?tica".70 No obstante la dura represi?n de la huelga general anar cosindicalista militante de agosto de 1916, fecha en que Ca rranza orden? que se fusilara a los trabajadores que "ame nacen el orden p?blico", el gobierno manten?a buenas rela ciones con la clase trabajadora.71 Al llegar la prosperidad a fines de 1916 la situaci?n econ?mica de los obreros mejor? mucho y Villa y Zapata no lograron conquistar el apoyo de los obreros urbanos.72 Las quejas en contra de los funciona rios incompetentes se comprobaron con cuidado y se susti tuy? regularmente a los culpables, que por lo com?n abun daban entre los empleados de los ferrocarriles. Al o?r hablar al dirigente de la primera convenci?n de las sociedades coope rativas de ferrocarrileros, Carranza le pidi? mayores infor mes y que lo visitase en la ciudad de M?xico. Despu?s de que un dirigente obrero amigo del presidente se lo sugiri?, ?ste

orden? el empleo de mexicanos en todos los buques mer cantes que navegasen en M?xico.73

70 Miguel Corona a Carranza (9 feb. 1917), en AC. 71 Silva Herzog, 1960, h, pp. 248-251. 72 Clark, 1934, p. 45. 73 Carranza a Francisco Loria (22 oct. 1919) , en AC.

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Gradualmente la clase obrera se fue haciendo valer a tra v?s de una organizaci?n nacional m?s fuerte, y gracias tam bi?n a los errores de Carranza. Despu?s de un periodo en que docenas de organizaciones compitieron entre s? para re presentar a los trabajadores mexicanos, se cre? la CROM que tuvo como dirigente a Luis Morones. ?ste logr? imponerse al pedir la participaci?n pol?tica directa de los trabajadores y al vencer a quienes propon?an t?cticas sindicalistas de ac ci?n directa independientes del estado. Morones supo esqui var el intento realizado por el gobierno de Carranza para controlar indirectamente la CROM y no tard? en apoyar las ambiciones de Alvaro Obreg?n. El r?gimen de Carranza rara vez obstaculiz? la organizaci?n de los trabajadores, pero re

nunci? de hecho al apoyo de la clase trabajadora cuando Carranza tom? la desastrosa decisi?n de imponer a Ignacio Bonillas como candidato en 1920. Aun cuando su vigorosa ideolog?a nacionalista hab?a dado satisfacci?n a muchas ne cesidades socioecon?micas, la demanda de reformas pol?ticas era demasiado grande como para desentenderse de ella.

Adem?s de recurrir al apoyo de la clase obrera y de los cam pesinos, Carranza supo ganarse a un importante sector de la

burgues?a, que desempe?? un papel decisivo en la base de

poder del primer jefe. Esta porci?n fundafhen taimen te re formista de la clase media simpatizaba con la ideolog?a na cionalista de Carranza y ?ste procur? recompensarla. Al analizar las categor?as sociales de los oficiales del ej?r

cito y del gobierno se ve c?mo predomina la peque?a bur gues?a. Puesto que los banqueros, los hacendados, los comer ciantes, los clericales y los extranjeros en general apoyaron tanto a Huerta como a F?lix D?az en su rebeli?n de 1916, estos grupos rara vez figuran entre los simpatizadores de Ca

rranza. Quienes le dieron su apoyo por lo general fueron peque?os y esforzados hombres de empresa mexicanos que contaban con poco capital, intelectuales y artistas, maestros de

escuela y profesionales. Al dar su apoyo al antiimperialismo This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:36:57 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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y al anticlericalismo, estas personas secundaron las esperan zas de Carranza de promover un resurgimiento nacional exen to de privilegios, con oportunidades para todos. Como le dijo un veterano de las campa?as que le hab?a prestado di nero a Carranza al principio de su lucha, Lo hice guiado por la creencia de que el pueblo en ge

neral era digno de mejorar material e intelectualmente y no de vivir en la abyecci?n en que viv?a, provocada por gobier nos antidemocr?ticos, a cuya sombra crec?an caudales y vicios de todas clases para un pu?ado de privilegiados.74

Durante la presidencia de Carranza aumentaron las opor tunidades ofrecidas a la burgues?a. Como los presupuestos tu vieron el m?s alto porcentaje de gastos administrativos que cualquiera de los gobiernos mexicanos en lo que iba del si glo xx,75 a los partidarios de Carranza no les fue muy dif? cil sustituir a los antiguos servidores p?blicos. Tambi?n un porcentaje respetable del presupuesto fue destinado al ej?r cito. Como el antiguo ej?rcito federal qued? virtualmente aniquilado, el nuevo cuerpo de oficiales surgi? de la peque?a

burgues?a. La paga, el rango y las oportunidades de mejo ramiento pecuniario y pol?tico fueron muy buenos en el ej?rcito. Fue especialmente importante para Carranza darle traba jo a fieles partidarios suyos en los peri?dicos. A cambio de subsidios gubernamentales, Carranza puso en manos burgue

sas el ABC, El Imparcial, El Pueblo, El Dem?crata y mu

chas publicaciones regionales de menor importancia. Hubo otros casos de personas que llanamente se ofrecieron para di rigir un peri?dico procarrancista. En Puebla, un hombre se ofreci? a hacerlo a cambio de influencia local, porque abo rrec?a a los extranjeros y a los criollos.76 Los peri?dicos ya establecidos fueron tolerados cuando sus cr?ticas no se 74 Vicente Segura a Carranza (15 ago. 1917), en AC. 75 Wilkie, 1970, pp. 97-100.

76 AC (11 abr. 1916).

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salieron de ciertos l?mites. El apoyo de los intelectuales y de los maestros de escuela comenz? cuando prestaron servicios en las fervorosas campa?as dirigidas por una comisi?n de pro paganda y se lanzaron a politizar a las masas con cierto pro vecho.77

Aunque pudo conseguir empleo con mucho menos difi cultad que la clase obrera o que los campesinos, la vida para la burgues?a no siempre fue f?cil. Fueron raros los casos de abogados que pudieron conseguir una desintervenci?n de sus propiedades. Un nombramiento de prestigio como el de se gundo ayudante de protocolo en el cuerpo diplom?tico ten?a asignado un salario de tan s?lo cinco pesos diarios. Un abo gado que trabajaba para el gobierno del Distrito Federal en

calidad de consultor se quej? a Carranza de que no le bas taba con el aumento de su salario de doce a quince pesos diarios.7^ La esposa del c?nsul en Nueva York se quej? de que "tres noches sin dormir me est?n volviendo loca... ",

porque su esposo no pod?a pagar un apartamiento de dos ha bitaciones para los cinco miembros de su familia.79 M?s tar de, los empleados p?blicos tuvieron que comprar bonos del gobierno equivalentes al 25 por ciento de sus salarios para contribuir a las reformas financieras. Los salarios fueron a

menudo tan bajos que muchos se vieron obligados a tener dos empleos, a falsificar t?tulos profesionales o a pedir a sus superiores garant?as para conservar el trabajo.80 Pero, con

mucho, los ruegos m?s importantes que enl915yl916sele

hicieron a Carranza fueron hechos en el sentido de pedirle contener la depreciaci?n inflacionista del papel moneda. La burgues?a se sinti? mucho m?s contenta despu?s de la intro ducci?n de la moneda met?lica y al recuperarse la econom?a a partir de noviembre de 1916. 77 AC (8, 17 mayo, 26 abr. 1915).

78 AC (22 mayo 1919). 79 AC (14 jul. 1919). so AC (14 oct. 1915, 27 jun? 8 abr. 1917). This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:36:57 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EL NACIONALISMO DE CARRANZA

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Aunque acosados por el aumento de salarios y el costo de los materiales, y sujetos a una estrecha vigilancia por parte del gobierno, los nuevos industriales recibieron de vez en cuando incentivos de parte del r?gimen de Carranza. Se orde n? dar garant?as para construir f?bricas de hierro galvani zado, refiner?as de az?car y fundiciones de acero. Se conce di? protecci?n arancelaria a otras industrias nacientes, como las del jab?n, de curtidur?as y de porcelanas, as? como a las f?bricas de hielo de la frontera. Otras obtuvieron la reduc ci?n o la exenci?n de impuestos a la importaci?n de mate riales, lo cual se concedi? a pesar de que Carranza, por lo com?n, se neg? a permitir la libre exportaci?n o importa ci?n de bienes necesarios. En julio de 1917 se permiti? la libre importaci?n de combustibles, veh?culos y maquinaria agr?cola.81

En su calidad de primer presidente revolucionario, Ca rranza inici? una nueva era para M?xico. Su nacionalismo signific? el control estatal de las fuentes econ?micas de ri queza para mayor beneficio de los proletariados urbano y rural empobrecidos y de la burgues?a, al tiempo que redujo el control extranjero de la econom?a. Esto le permiti? con quistar el apoyo de las masas a un grado que rara vez se

hab?a presenciado en la historia de M?xico.

SIGLAS Y REFERENCIAS

AC Manuscritos de Venustiano Carranza en el Centro de Estudios de Historia de M?xico de Condumex, S. A., M?xico, D. F. AGNM Archivo General de la Naci?n, M?xico.

AREM Archivo Hist?rico Diplom?tico de la Secretar?a de Relaciones Exteriores, M?xico.

si Extracto de la prensa estadounidense (12 jul. 1917), en AC.

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130 DOUGLAS W. RICHMOND DAAC Departamento de Asuntos Agrarios y Colonizaci?n, M?xico.

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EL NACIONALISMO DE CARRANZA

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LA SIERRA GORDA A FINES DEL SIGLO XVIII ? DIARIO DE UN VIAJE DE INSPECCI?N A SUS MILICIAS

Lino G?mez Ca?edo Academy of American Franciscan History

El manuscrito que publico a continuaci?n es an?nimo. Pa rece el borrador de un diario en el que se iban anotando los sucesos de cada jornada, con el fin de poder recordarlos

en el momento de redactar el informe final; pudiera ser tam bi?n resultado de la simple curiosidad de uno de los compo nentes del grupo. No incluye las constancias de las actuacio nes oficiales que necesariamente tuvo que llevar a cabo el inspector en el curso de su recorrido, y apenas se dice nada sobre el estado en que hall? a los distintos destacamentos de

milicias ni sobre los remedios que sin duda adopt? o pro

puso. Estas providencias y recomendaciones deben haber sido consignadas por separado. Sospecho que se trata de la inspecci?n hecha por el bri gadier don Pedro Ruiz D?valos, a quien sabemos que Revilla gigedo encarg? la revista y arreglo de las milicias de la Sie rra Gorda por aquellos a?os, entre 1787 y 1792.1 Dentro de i Con respecto al informe oficial de este viaje de inspecci?n, puede

consultarse la edici?n hecha por el padre Jos? Bravo Ugarte, s. j.

(Informe sobre las misiones ? 1793, M?xico, Editorial Jus, 1966) . La referencia es al p?rrafo 358. Aunque en la portada se lee "con intro ducci?n y notas", ?stas brillan por su ausencia y la introducci?n es muy elemental. Parece que se limit? a reproducir el texto del informe ya

publicado en el tomo quinto del Diccionario universal de historia y

geograf?a de Orozco y Berra (M?xico, 1854). Aparte de algunas inco rrecciones que contiene el texto publicado, el fondo mismo del informe

no est? exento de errores, por lo que debe usarse con cautela. Sus

redactores no siempre interpretaron correctamente los informes parcia les que llegaron a sus manos.

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LA SIERRA GORDA EN EL XVIII

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las caracter?sticas apuntadas, me parece que el documento no carece de valor. Son interesantes las noticias de ?ndole geogr?fica que nos proporciona sobre una regi?n de contor nos imprecisos como la Sierra Gorda, y sobre poblaciones, ha ciendas y caminos. Su autor era persona de cierta cultura, como lo demuestran sus observaciones acerca de Zimap?n, los restos del supuesto puente prehisp?nico sobre el r?o Moc tezuma y las antiguas misiones de la Sierra, lamentablemente arruinadas desde que en 1770 hab?an sido entregadas al clero secular por el Colegio de San Fernando de M?xico. Su juicio sobre los edificios y algunos cuadros que a?n se conservaban en dichas misiones demuestra notable sensibilidad art?stica. El diario parece estar mutilado al final, pero lo que falta ?si es que falta algo? no puede ser mucho, pues la interrup ci?n se produce cuando ya el grupo inspector hab?a llegado de vuelta a Cadereyta, despu?s de haber visitado todos los puestos de milicias. De prop?sito he limitado mis notas al m?nimo: mi intento no es analizar el documento en sus varia d?simos aspectos sino darlo a conocer. Su estudio y aprovecha miento ser? tarea del lector interesado. El manuscrito se conserva en un legajo de papeles sueltos sin clasificar del archivo de la provincia franciscana de Mi choac?n, en Celaya. Probablemente pertenecieron al archivo del antiguo Colegio de la Santa Cruz de Quer?taro. Viernes 11 de diciembre de 1789, recib? comisi?n del Exmo. Se?or

Conde de Revillagigedo, virrey desta N.E. para que pasase a re vistar las Milicias de la Sierra Gorda, y a executar otros encargos

relativos a las propias Milicias. Exped? mis ?rdenes al capit?n

D. Francisco de la Parra, comandante de ellas, haci?ndole las pre venciones a tal acto. Nombr?, en uso de la facultad que para ello me concede S.E., a los capitanes graduados D. Jos? Zamorano y D. Jos? Cordero, ambos tenientes veteranos del Cuerpo de mi mando, a los dos sargentos Manuel de Z??iga y Jos? Antonio de Abenda?o, y cuatro cabos del mismo Cuerpo, para que me auxi liasen en la execuci?n de revistas y dem?s operaciones. Represent? a S. E. ser necesario librar orden a la Junta de Arbitrios desta Ciudad, para que aprontase caballos y sus raciones para los cabos. Exibi?la S. E. y hechos todos los preparativos para la marcha, salimos para Cadereyta el martes 29 del mismo mes. Tomamos el camino de la Ca?ada, pueblo amen?simo distante una legua de Quer?taro, y fuimos a dormir a la Hacienda de la Laja, que dista de dicha Ciudad 12 leguas. . Habiendo pasado por las Haciendas de Santarriaga, la Griega y Esperanza, de excelentes tierras para labor y cr?a de ganados.

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LINO G?MEZ CA?EDO

Mi?rcoles 30.?Seguimos por las de San Antonio y el Siervo, de iguales cualidades, hasta llegar a Cadereyta, cuya jornada es de 6 leguas.

Jueves 13 [sic; quiz? errata por 31].?Desde este d?a hasta el 8 de enero necesitaron las Compa??as para congregarse, disponerse y for

mar su lista.

Viernes 8 de enero.?Revista de las 3 Compa??as de Cadereyta. S?bado 9.?Se oyeron las confeciones de los soldados.

Domingo 10.?Descanso.

Lunes 11.?Concl?yense las confeciones que quedaban por eva cuarse.

Martes 12.?Revista de la Compa??a de San Jos? Vizarr?n. Los d?as siguientes hasta 18 se ocuparon en reconocer los exp dientes remitidos de la Capitan?a General, en cotejar los estado

antiguos de las Compa??as, en examinar algunas quejas de l

soldados que ped?an m?s atenci?n, en tomar instruciones y en hacer otras diligencias preventivas para la m?s pronta y f?cil e cuci?n de la revista. La Villa de Cadereyta dista de M?xico 45 leguas al norueste: es de temperamento templado, y de tanta escases de agua que

no se recoxiera la que llueve en unas sistemas, no tendr?a q beber el vecindario. Este no es muy numeroso, pues se regula, entrando la Congregaci?n de Bernai, el Pueblo de Tetillas, Pre sidio de Vizarr?n y Haciendas y Ranchos de la Feligres?a, en 2 familias de espa?oles, 1 025 de indios, 231 de otras castas, cuy total de individuos asciende a m?s de 7 000. El exercicio a que dedican es el de labradores, harrieros y fabricantes de jarcia, y algunas mantas de lana y algod?n. Las tierras, aunque de ex lente calidad, s?lo se siembran en la mayor parte de mais y fr jol, porque la escas?s de agua no facilita el cultivo de otras millas, y casi toda la jurisdicci?n es de terreno ?spero, montuo y s?lo propio para criar ganados. Abundan los minerales de tod metales, pero por la corta ley y falta de fomento, pocos son lo que se trabajan en el d?a. Lo m?s digno de atenci?n que hay en Cadereyta, el buen gobierno de su Parroquia,2 por la vigilancia zelo y desinterez con que la rige su P?rroco, el Br. D. Ignacio D?a sugeto de recomendable m?rito.

Lunes 18?Salimos para Tecosautla, distante 7 leguas. Andadas cuatro leguas de camino ?spero y pedregoso, se e

2 Esta parroquia hab?a estado desde la fundaci?n de la villa a carg de los franciscanos.

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LA SIERRA GORDA EN EL XVIII

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cuentra la rancher?a nombrada Pateh?, tomando esta denomina ci?n, que en otom? significa agua caliente, de los hervideros de agua asufrosa que se hallan en la orilla del rio de San Juan, que atraviesa el camino. A distancia de otra legua se pasa el Arroyo de San Francisco, que s?lo corre en tiempo de aguas, nase en los montes de Xilotepeqe [sic] y va a unirse con el Rio de Gimap?n; y caminadas otras dos leguas se llega a Tecosautla, pueblo de suma fertilidad, cituado en una loma de tepetate. Su terreno es arenisco y tiene mucha agua; las calles son angostas, casi todas formadas de ?rboles, pero bien rectas y dispuestas con simetr?a. No pudo averiguarse en que tiempo se form? este pueblo, pero la iglesia y sus adornos manifiestan ser de mucha antig?edad.3 A 3 leguas desta poblaci?n informan los vecinos hallarse las aguas thermales de Taxid?o cuyos ba?os son muy ponderados por la bella temperatura de sus aguas, y por los innumerables enfer

mos que ocurren.

Martes 19.?Marcha a Guichapan, distante cuatro leguas. A dos leguas de este pueblo est?n los ba?os de Chip?t, donde nace la

agua a que debe su fertilidad Tecosautla. Tiene Guichapan cuatro iglesias: la Parroquial antigua, no de mala extruptura f sic] ; la 3* Orden, la Parroquial nueva y el Calvario. Estas dos ?ltimas est?n sumptuosamente fabricadas, y se deben a la piedad de D. Manuel Gonz?lez, vezino deste pueblo que falleci? a mediados deste siglo, dexando consagrado su grueso caudal a dichas obras, a la de una presa, una alberca, una escuela gratuita y otras obras p?blicas, de las cuales existen las mencionadas y las otras no han tenido efecto por haberse perdido las fincas en que se impusieron los fondos des tinados a su execuci?n y conservaci?n. En la huerta de la Parro

quia se admira un gruso [sic] sabino de tan frondosa copa que

hace sombra a la Plaza de Gallos que suele formarse bajo de ella. A su pie nace el principal manantial que surte de agua a todo el pueblo. ?ste ha hecho famoso entre todos los circunvencinos por

la ardiente paci?n de los guichape?os a las tapadas de gallos y

juego de albures, en que muchos de los m?s principales sujetos diariamente se entretienen. Su poblaci?n es de mil familias, con m?s de 4 000 individuos entre espa?oles, indios y dem?s castas, cuyo principal exercicio es [el] de la labransa y recuas. Mi?rcoles y jueves, 20 y 21.?Se present? la Compa??a para la re vista. Viernes 22.?Revista y confeci?n de los soldados. 3 El convento franciscano de Tecozautla exist?a desde antes de 1697,

pues de este a?o tenemos un directorio del mismo, que se conserva en el Fondo Franciscano del Archivo Hist?rico del Instituto Nacional de

Antropolog?a e Historia, vol. 47.

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LINO G?MEZ CA?EDO

S?bado 23.?Fue preciso aguardar al alcalde mayor D. Manuel Va lenzuela, que estaba ausente d?la cabecera, para que informase sobre varios puntos concernientes a aquella Compa??a.

Domingo 24.?Descanso. Lunes 25.?Contest? dicho alcalde mayor sobre el informe que se

le pidi?.

Martes 26.?Regreso a Tecosautla. Mi?rcoles 27.?A dormir a la Hacienda de los Algibes, distante seis leguas de Tecosautla.

A una legua de camino se pasa el rio de este pueblo, cuyo

nacimiento queda notado, y va a unirse con el de San Juan del Rio en el paraje que llaman Zxoth?, que significa uni?n de aguas dispersas; a una legua de distancia se atraviesa el Arroyo Seco,

llamado as? porque s?lo corre en tiempo de aguas, nace en la Hacienda de Bacoi, de la propia jurisdicci?n y se une con el de Tecosautla en el paraje llamado Vzcadehec, en otom? agua sa lada. Una u otra rancher?a se encuentran en esta jornada; la prin cipal es la de Pantzab?, donde hay muy buenas tierras de labor pertenecientes a la Hacienda de Bacoi, que linda all? mismo con

las de los Alxibes. En tierras de esta Hacienda y a 2 leguas de

distancia de la casa, se une con el rio de Cimap?n el de San Juan del Rio, en un sitio que por estas causas llaman las Adjuntas. Jueves 28.?Seguimos para Cimap?n, distante 8 leguas. A trecho de legua y media principia la larga y peligrosa cues

ta del Rio de Cimap?n, que se baxa en el espacio de una, y el mismo tiempo se gasta en subirse la otra que se presenta en la banda opuesta del rio, el que divide las Haciendas de los Algibes y Tzijai, la cual se extiende hasta el mismo real de Zimap?n; ambas tienen labor de mais y cr?a de todos ganados. Despu?s de subida la segunda cuesta, en m?s de cuatro leguas que hay desde un fin hasta dicho Real, s?lo se encuentran el rancho de Aguas Blancas y el de la Sabina, pertenecientes a las referidas hacien das, y distan de Cimap?n el primero dos y media leguas y el segundo una y cuarto. A la entrada del Real se pasa el Arroyo de Santiago que la mayor parte el a?o tiene agua y con ella se soplan [sic] dos haciendas de fundici?n y otra en la Misi?n de Tolim?n, que dista 3 leguas. La que bebe el vecindario es de unos manantiales recoxidos en una alberca construida detr?s de la Igle sia Parroquial. Este templo, de competente capacidad, no ofrece de noble m?s que su desali?o, y dos ventanas en los dos lados del crucero a las que dan el nombre de borrachas por estar in clinadas sobre la l?nea de su base, de modo que no forman la figura regular de un cuadrilongo sino de un romboid?z [sic]; pero lejos de haber a?adido con esto hermosura a la f?brica, s?lo con

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sigui? el Arquitecto dexar un monumento de su mal gusto.4 Hay tambi?n otras dos capillas, el Calvario y la Santa Cruz. La Caxa es una de las mejores casas del lugar, por la amplitud y comodidad de sus piezas. No as? la del Ensayo, que es una casa particular arrendada de cuenta del Rey, muy distante, vieja y en lo interior casi derribada. 18 son las haciendas de beneficiar me tales que hay en este Real y todas de fundici?n; 3 de ellas andan con soplo de agua, 10 con fuelles movidos por mu?as, y las otras 5 est?n paradas por la decadencia de las minas, siendo principalmente

la de Lomo de Toro la que en la actualidad las suple de meta

les. Hay venas muy abundantes de almagre, ocre, yeso, piedra im?n,

bolarm?nico, piedra calaminare y mucho azufre, y ?ltimamente se han descubierto canteras de m?rmol y jaspe muy finos y bien matizados. Por informe de D. Jos? Miguel Bargas Machuca, sub delegado desta jurisdicci?n, se ha sabido que en el comercio de metales (que llaman rescate) se cometen algunos abusos que per

judican al Ramo de Miner?a, y convendr?a que el Tribunal de

ella, con examen y conocimiento de casos, se empe?ase en extir parlos. Comp?nese la poblaci?n de Zimap?n, con sus barrios y pueblos adyacentes, de 480 familias de espa?oles y 559 de indios; todo su territorio es ?rido, est?ril, montuoso e inculto.

Viernes 29.?Revista del residuo de la Compa??a que hubo en otro tiempo en este Real y del Piquete de las Adjuntas,5 paraje distante de aqu? 8 leguas por el rumbo del Norte y diverso de otro que hay del mismo nombre en el camino que va a Xacala.

S?bado 30.?Fue preciso detenerse para tomar raz?n de si eran

Compa??as Urbanas las que se tubo noticia se levantaron en tiem po del Sr. Marqu?s de las Amarillas, a cuyo efecto se pas? oficio al Subdelegado para que informase sobre el particular, seg?n los documentos relativos que parasen en su archivo.

Domingo 31.?Descanso.

4 Debe ser la iglesia actual, cuyos ventanales tienen dicha forma. 5 Adjuntas es un topon?mico muy frecuente, indicando, por lo ge neral, la confluencia de dos r?os. La misi?n de Las Adjuntas, estable

cida en 1741 por el colegio de Pachuca y mudada poco despu?s a

Tolim?n ?distinto del San Pedro Tolim?n, convento franciscano de la

provincia de Michoac?n, m?s al occidente? estuvo en la confluencia de los r?os Tula y San Juan del R?o, donde se forma el Moctezuma. Se halla a unas ocho leguas de Zimap?n, pero hacia el oeste. Vid. infra.,

enero 28.

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LINO G?MEZ CA?EDO

FEBRERO

Lunes 1.?A las 6 de la tarde deste d?a contest? el Subdelegado sobre el informe que se le pidi?.

Martes 2.?Misa y despu?s de comer salimos a dormir a la Hacien da de la Estancia, distante de Cimap?n 4 leguas.

Corre la mayor parte del camino a orilla de una ca?ada, de

cuyo fondo se advierten algunos hilos de agua de corta considera ci?n, y las muchas subidas y bajadas, y pasos estrechos que tiene, lo hacen muy molesto. En dicha Hacienda se experimentan tem blores de tierra, de los que est? cuarteada la casa.

Mi?rcoles 3.?Salimos para Xacala. La densa niebla que desde la

noche antes cubr?a el horizonte, no permiti? descubrir todo el horror de las serran?as y profundas barrancas por donde va el ca mino, pero las tortuosidades y presipicios de ?ste manifestaron la suma escabrosidad del terreno, que obliga a muchas vueltas y ro deos por huir de los despe?aderos que a cada paso se presentan.

A las 3 leguas de distancia de dicha Hacienda se entra en la Ca ?ada de Apesco, por cuyo sentro va el camino, que hace muchos giros siguiendo la direcci?n de la misma ca?ada, por lo que se transita con suma incomodidad. En esta jornada sufrimos una fuer

te nevada que oblig? a parar en el paraje llamado las Adjuntas a causa de juntarse all? la ca?ada que viene de Potrerillos con la de Apesco por donde va el camino de Cimap?n, y tambi?n por juntarse all? el camino de Pacula; distan las Adjuntas de la Ha cienda de la Estancia 9 [leguas]. Jueves 4.?Seguimos el camino de Xacala por la propia Ca?ada de Apesco, pero mucho m?s inc?modo y molesto que el del d?a an terior, por el pedregal y pe?ascos de que est? lleno. A las 3 le guas se encuentra al sur la Cuesta de las Escalerillas, llamada as? por los bancos a manera de escalones, que es preciso ir saltando

para llegar a la cumbre. Desde las Adjuntas hasta el fin de la

cuesta est? poblado el camino de ensinos, enebros, nogales y algu nos iguerones que produce la famosa leche para las quebraduras. Hay tambi?n venados, gilgueros, pitos reales y unos p?jaros azules llamados xiques que gritan con exceso cuando descubren los pasa jeros o el bulto de alg?n otro animal. En la median?a de la jor nada est?n los ranchos denominados los Hoyos, a orillas de una

laguna que mantiene todo el a?o la agua que recoje de las llu

vias. Poco antes de entrar al Real de Xacala se pasa por el rancho de los Frijoles, donde hay, como tambi?n en el vallecito que queda al pie de los serros donde est? fundado dicho Real, muy buenas tablas de sembradura: sus tierras son f?rtiles porque rara vez esca sean los temporales y no son propensas al yelo. Anduvimos hasta llegar a Xacala 6 [leguas]. This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:37:06 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA SIERRA GORDA EN EL XVIII

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Viernes 5.?Revista de la Compa??a y confeciones de los soldados. Se examinaron varias quejas de ellos y evacu?ronse otras diligen cias que ocurrieron.

El Real de Xacala est? comprehendido en la jurisdicci?n de

Mestitlan; su poblaci?n es bien corta, pues todos los individuos de que se compone la feligres?a no llegan a 3 600, entre espa?oles, indios, mestizos, etc., repartidos en 559 familias. Est? fundado sobre

una loma peque?a, y tambi?n lo es su iglesia, la que tiene algunas raxaduras provenidas de los temblores, que se sienten a manera de los estremecimientos, r?pidos y moment?neos, que ocasiona el esta

llido de un ca??n de artiller?a. Hay varias minas, pero todas en mal estado, sino es la de la Cantera, que produce alguna plata que

se beneficia en una Hacienda de fundici?n, ?nica que en la ac

tualidad est? en corriente. En los montes y en los barrancos por donde viene el rio de Mestitl?n, que pasa a distancia de 6 leguas del Real asia el oriente, hay muchas maderas finas de palo gateado, cedro como el de la Havana y otras.

Domingo 7.?Despu?s de la Misa salimos para Pacula por un ca

mino con [sic] extremo dif?cil, todo de barrancos y cuestas, de las cuales la ?ltima que se sube para llegar al pueblo es muy larga, empinada y llena de tropiezos arriesgados. A 4 leguas de Xacala se atraviesa la Barranca Seca, que es una ca?ada que va a unirse

con la de Apesco en el paraje de las Adjuntas, de que ya se ha hablado, y desde aqu? se empieza ya a subir la cuesta que llega

hasta Pacula y tendr? de tramo otras cuatro leguas, comput?ndose

en ocho las que hay de Xacala a Pacula. El camino que une ambos lugares est? poblado de ensinos y tepeguajes, y se veen tambi?n montes enteros cubiertos de un ar

busto que llaman verdenar, cuyas ramas se ponderan como de

excelente virtud para la rabia, y aseguran ser experimentados sus buenos efectos. Cr?ase tambi?n la yerba del c?ncer, con que se cura esta enfermedad, aplicando sus hojas o sus rais en polvo. Es Pacula un lugar muy infeliz. Su poblaci?n est? dividida en

dos partes: la una es la d? la antigua Misi?n de los mecos, que queda hacia el Este, por la orilla de una valle que forman los

cerros que los [sic] circundan y la otra el Presidio de los soldados, distante al oeste de la Misi?n un cuarto de legua, que es el ancho de dicho valle, cuya longitud se extiende a una legua de Sur a

Norte. Todo ?l se aprovecha con siembras de ma?z y frijol de

temporal, y en una laguna que se forma en su centro, desagu?n dola por medio de una compuerta, siembran por el mes de febrero algo m?s de 3 fanegas de mais que le caben y con aquella hume dad logran avanzar la cosecha. As? la poblaci?n de los indios como

la de los soldados tiene cada una un ojo de agua, de que beben

hombres y ganados; en la primera se recoxe en una gran pila que construyeron los misioneros, y en la segunda, en dos pozos caba dos en la tierra. La iglesia y habitaci?n del cura est?n en el Pue

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LINO G?MEZ CA?EDO

blo o Misi?n de los Naturales. Ambas f?bricas son de b?veda, pero muy estrechas y toscas, y en la primera se nota mucha pobresa y desali?o. Abunda el pa?s de animales montarazes, a excepci?n de lobos y coyotes, porque los que entran en ?l se pelan inmediata mente, por lo que mueren y huyen. A este curato est? agregada la Misi?n de Xiliapa, que dista cuatro leguas al subdueste.6

Lunes 8.?Revista de la Compa??a y confesiones.

Martes 9.?Se ocup? en oir las muchas quejas de los soldados, en examinarlas y desidirlas.

Martes 10. [sic por mi?rcoles 10].?Detenci?n por la lluvia y mal tiempo. Jueyes 11.?Jornada al Saucillo, distante 12 leguas. Caminadas 5 leguas de camino muy doble, empieza la profun da cuesta por donde se desciende al Rio Motesuma, que es el mis mo de Cimap?n, pero ya muy caudaloso por los arroyos y riachue

los que se le han unido. El vado es peligroso, no tanto por su

profundidad, que ser? de vara y media, cuanto por las grandes y resbaladizas piedras que hay en ?l, lo que oblig? a pasarlos por la Maroma. En el mismo vado se conserva un pilar muy antiguo de dos varas de largo y cinco de di?metro, cuya f?brica se atri buye al ?ltimo Rey de M?xico, de quien tiene el nombre as? el

rio como dicho pilar; su construcci?n es de piedras peque?as y argamasa, que ha resistido las furiosas avenidas del rio m?s bien

que el pe?asco de tepetate que le sirve de simiento. Luego que

se toca la banda opuesta, se empieza a subir la cuesta llamada de Masasintla, sumamente dif?cil por su elevaci?n, por su longitud de m?s de dos leguas y por lo peligrosa en muchos tramos; hay en ella abundancia de palo mulato conocido all? con el nombre de chaca y el tezongua? cuya ra?z limpia la dentadura y las hojas la aprietan. Tambi?n abunda el guayac?n, que entre sus otras vir tudes tiene su cascara de un excelente ferm?fugo. Nada ser?a m?s ?til como la construcci?n de un puente en este

paraje, para facilitar el comercio de M?xico con la Guasteca y

provincias comarcanas, pues por falta de ?l es forzoso en tiempo de aguas tomar otros caminos de mucho rodeo. Legua y media distante de la cima de la cuesta est? el desdichado Pueblo de Lan

da, que no tiene otra cosa buena que la iglesia. Es de compe tente extensi?n, bien construida y adornada, y surtida de para

6 Antigua misi?n de la custodia de Tampico, fue restablecida en

1744 por el coronel Jos? de Escanden, teniente de capit?n general de la Sierra Gorda, y puesta a cargo del colegio de Pachuca bajo el t?tulo

de San Jos? de Fuenclara. Acababa de ser secularizada el a?o ante rior (1788). This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:37:06 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA SIERRA GORDA EN EL XVIII

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mentos y vasos sagrados, y todo es obra de los Misioneros Apost? licos del Colegio de San Fernando que tuvieron a su cargo esta

misi?n y las de Tilaco, Tancoyol, Xalpa y Conc? antes de secu

larisarlas, y en todas se admira la misma magnificencia y explen dor con que procuraban mantener el culto divino. En la iglesia de Landa hay un buen lienzo del Triunfo del Misterio de la Con cepci?n, seg?n p?rese de Vallejo, un Apostolado antiguo, no de

mal dibujo, pero el pinsel es duro. Toda la feligres?a, que se compone deste Pueblo, de los de Tancoyol y Tilaco, y Villa del Sausillo, no tiene m?s de 1 500 y tantos individuos de todas castas. Este ?ltimo lugar dista de la cabecera 2 leguas y apenas tiene unas cuantas chozas, y de la iglesia, que abras? un rayo el mes de mayo

del a?o anterior, s?lo han quedado las paredes. Hay un ojo de

agua perenne, pero tan escaso que con dificultad mantiene las pocas familias de la poblaci?n.7 Viernes 12.?Revista de la Compa??a y confesiones de la tropa.

S?bado 13.?Jornada a Tancoyol de 8 leguas. La mayor parte del camino corre por la orilla de un valle de poca latitud, pero muy largo, formado en sentro de una ca?ada, y todas aquellas tierras se cultivan para siembra de mais. El Pue blo de Tancoyol no tiene m?s que unas cuantas barrancas donde

habitan los indios. La iglesia es de mucha capacidad, de buena construcci?n, y competente [sic] alajada. Se conose que en el d?a

no se cuida con el aseo que en tiempo de los Misioneros, pues

todas las paredes, como las de la iglesia de Landa, est?n chorreadas de goteras, penetradas de la humedad, y ass? cubiertas de lama verde sin embargo de ser de b?veda y del techo o cobertizo de paja que tienen para mayor resguardo; pero el descuido que ha habido en estos ?ltimos tiempos ha sido la causa de que est?n tan maltra tadas, causando particular compaci?n ver enteramente perdido por el agua que entra por las ventanas del simborrio [sic] uno de los bellos lienzos de los cuatro Doctores, de valiente pincel, que ador nan las puchinas [sic] y los otros tres en punto de correr la misma suerte. El convento o habitaci?n que fue de los Religiosos, aunque d? construcci?n tosca, tiene proporcionada comodidad. La sacris t?a es amplia y hermosa.

Cons?rvanse todav?a entre los indios algunos restos de la pie dad y fervor con que los educaron aquellos ministros. Son d?ciles, 7 Interesante testimonio sobre el estado de las misiones franciscanas

de la Sierra Gorda, a diez y nueve a?os apenas de haber sido secula rizadas. ?Cuatro pueblos, que antes se hallaban administrados por seis sacerdotes, al menos, formaban ahora una sola feligres?a! N?tese el gusto art?stico del autor del diario, que manifiesta tambi?n, m?s ade lante, al hablar de Tancoyol.

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bien inclinados y cuando concurren a la iglesia guardan el orden de colocarse separadamente en distintos lugares las doncellas, ca sadas, hombres y ni?os. Por la extrahordinaria seca del a?o pa sado se halla sin agua esta Misi?n, habi?ndose agotado el manan tial distante un cuarto de legua al Nordeste, desde donde la con duxeron los Misioneros por ca?os a tres grandes pilas, todo de mamposter?a.

Domingo 14.?Dexando desde el Sausillo la ruta de los lugares

donde est?n las otras Compa??as sujetas a la Comandancia de Ca dereyta, tomamos, por evitar rodeos, el camino para la Villa de Valles, y fuimos este d?a a dormir al Carrizal, distante de Tanco yol 12 [leguas]. Partimos en efecto despu?s de Misa, y a las 5 de la tarde se encontr? la Lagunita donde bebieron agua los bagajes, por no ha berla habido la noche antes en Tancoyol. El camino es muy mo lesto, principalmente desde esta Laguna hasta el Carrizal, pues va por la ladera de una ca?ada largu?sima en que a cada paso se ofrecen precipicios de inminente riesgo. En el rancho del Carrizal, destinado llanamente a cria de ganados, hay muchos guayabos y un manantial copioso de agua.

Lunes 15.?Jornada a Tantzoso de 8 leguas. Casi no hay en todo el camino m?s que saltos y resbaladeros, pues por lo sombr?o de la arboleda y humedad de ros?os y neblina se conserva siempre el camino pantanoso, y no tienen las bestias donde afirmarse para saltar los enormes pe?ascos que se interpo nen en la vereda. Los ca?averales, naranjos, pericos, y otros ani males y plantas extra?as, que desde aqu? empiezan a observarse, indican la diversidad del clima. La poblaci?n de indios de Tantzoso esta reducida a unos cuatro xacales dispersos, y uno medianamente

grande donde posaba el P. Misionero del Pueblo de Tamapache

cuando ven?a a la visita, y por eso le dan el nombre de convento. S?lo se conservan de la iglesia los postes, de manera [?madera?] que sobsten?an el tinglado de paja, la cual estubo antes de secula risarse a cargo de la Provincia del Santo Evangelio.8 Hay tres ojos de agua perenne, pero muy tenues.

Martes 16.?Seguimos para Aquism?n por un camino el m?s peli groso de toda la Sierra, atravesando laderas, ca?adas y cuestas, aun que no muy altas, pero llenas de precipicios formados por los gran des pe?ascos de que todo ?l est? sembrado, tan escabrosos, altos y resbaladizos con la continua humedad que perpetuamente se man tiene en esta parte de la Sierra, que aun a pie no se pudo pasar sino con much?sima dificultad y peligro, de suerte que todos los bagajes, con haber tenido el alivio de caminar muchos y grandes 8 Pertenec?a a la custodia de Tampico.

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trechos desmontados, llegaron estropeados enteramente a Aquism?n;

cuya jornada fue de diez leguas. Aqu? termina la Sierragorda, y a su pie est? colocado el Pueblo de Aquism?n,9 residencia del Alcalde mayor de la Villa de Valles. Las pocas casas que hay est?n construidas de otates entretexidos y una argamasa por dentro y fuera de las paredes hecha de sacate triturado, y una tierra glutinosa que se pega tenazmente a la ma dera, y las blanquean con cal, o con cierta tierra que remeda su blancura. La iglesia es de la misma construcci?n y de bastante am plitud; est? colocada, del mismo modo que las dem?s casas, sobre

unas lomitas en que remata la falda de la Sierra. La plasa sola

mente se entiende [sic] de un llano corto, y todo lo restante no es m?s que un conjunto de promontorios de tierra arenisca. Es aqu? insufrible el calor, y el valle sumamente ?rido, pues toda la jornada de la Guasteca est? reducida a las orillas de la Sierra que lo [sic] circundan, y aun all? lo m?s es de palmas infrut?feras, a excepci?n de tales cuales pedazos en la falda de los montes, que los indios talan y queman para sembrar mais, ca?a y alg?n pl?

tano. Hay en el Pueblo tres ojos de agua, de que se surte el

vecindario.

Mi?rcoles 17.?Llevando el rumbo al norte, seguimos el camino a Tampaon, por el llano que se extiende por todo el valle; a cosa de media legua se pasa el peque?o rio de Tenuto, a igual distan cia el arroyo de Tanchanaco, pueblo infeliz casi asolado con el furioso insendio que hubo el a?o pasado en la Sierra, ocasionado de la perniciosa costumbre de quemar indiscretamente los montes, que apenas hay noche que no se ven insendios. La iglesia deste Pueblo se abras? toda, y tanto se aproxim? el fuego al de Aquis m?n que fue necesario sacar a la plaza el Divin?ssimo, el Archivo y todos los trastes de las casas, temiendo que por instantes se co municase a ellas. A un cuarto de legua de Tanchanaco se pasa otro machuelo m?s abundante, pero en todo el camino, sin embargo de la buena calidad de la Sierra, de la naturaleza del clima propio para muchos frutos [que] se logran en los templados, y de estar regados de dicho rio, no se ve siembra ninguna sino Tampaon,

donde hay unas cortas milpas de mais. Dista de Aquism?n 8 [leguas].

Jueves 18.?Despu?s de haber pasado en canoa el rio, que es el

mismo que pasa por la Custodia de Rioverde y le da el nombre, caminamos para Villa de Valles, distante 7 leguas. Al entrar, se

pasa por el vado el rio desta villa, que trahe un considerable

? Importante dato geogr?fico. Fray Jun?pero Serra, despu?s de haber

dejado las misiones de infieles de la Sierra Gorda, anduvo por estos pueblos predicando misiones a los fieles.

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raudal. Las casas que la componen llegan a ciento; todas son jaca lones dispersos sin ninguna simetr?a ni forma regular de calles. La iglesia es de b?veda de mediano tama?o. El pa?s muy caliente y est?ril juntamente, no tanto por ingratitud del clima como por desidia de la gente. Viernes 19.?Se solicitaron los sujetos para formar la Compa??a que

se pretendi? restablecer el a?o de 1775, siendo alcalde mayor

D. Miguel Costilla, y la mayor parte de ellos se supo haber muerto, y los dem?s de estar ausentes en sus ranchos, a excepci?n de tres o cuatro que se presentaron.

S?bado 20.?Habiendo tenido noticia de que D. Jos? Oyarvide, por

muerte de su suegro el capit?n D. Francisco Berberena, qued? encargado del mando de la Compa??a que levant? el Sr. D. Jos?

Escand?n, Conde de la Sierragorda, se le pas? oficio a Tancan

guihutz donde reside, para que informase sobre su estado, y la dis ponga a pasar revista. A las tres y media de la tarde sucedi? una desgracia muy las timosa. El Padre Fr. Francisco Lozano Prieto, que por el espacio

de 17 a?os hab?a servido en estas Misiones, y los 3 ?ltimos de

Secretario de la Custodia, crey?ndose agraviado por no haberle conferido esta prelacia en el Cap?tulo que celebr? en M?xico por el mes de enero la Provincia del Santo Evangelio, carg? de tal modo el juicio que lleg? enteramente a pert?rbasele. La ma?ana de este d?a concurri? con nosotros en la celda del nuevo Custodio, y desde luego dio a conocer en el discurso de la conversaci?n la agitaci?n de su esp?ritu, pero aun en medio de su frenes? manifes taba su instrucci?n, talento y religiosidad; procurando consolarle, lleg? a d?sir que su mal s?lo con morir tendr?a remedio. No obs tante, a fuerza de persuasiones, se consigui? al parecer desvane cerle tan fuertes ideas y que alg?n tanto se le serenase el ?nimo. Comi? despu?s en compa??a del P. Custodio y se retir? a su selda.

En la que estando a la siesta preparando su viage para salir al d?a siguiente a la Misi?n de Huehuetlam, a donde se le hab?a destinado, se separ? repentinamente de la compa??a del P. Fr. An tonio Cabrera y de otro secular que hab?a ido a visitarlo y entr?n dose a la alcoba se degoll? con una navaja de afeitar. Al ruido que hac?a la sangre, acudi? dicho Padre y lo hall? haciendo todav?a

diligencia para acabar de dividirse el cuello. No hubo en aquel miserable lugar cirujano ni otro auxilio que el de mi ayuda de c?mara, quien le dio puntadas en la herida, con lo que se le es tanc? la sangre. Su copiosa evacuaci?n parece que sirvi? de des cargarle el cerebro, pues el domingo a la madrugada se conoci? que hab?a recuperado el juicio; confes?se, lo que hab?a hecho antes generalmente con el nuevo Custodio el martes en la noche de aquella semana, y contestaba ya con acuerdo.

Domingo 21.?Descanso. This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:37:06 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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Lunes 22.?Contest? D. Jos? Oyarvide no tener inteligencia alguna en los asuntos de la Compa??a de la Villa de Valles.

A las siete y media de la noche falleci? el P. Fr. Francisco

Lozano Prieto con se?ales de resignaci?n Christiana. Se consigui? preservarle la herida de corrupci?n por medio de los remedios bal s?micos que se le aplicaron, pero no fue posible que pasase ali mento, pues se le sal?a por la misma herida. Martes 23.?Detuv?monos este d?a y el siguiente, por estar los baga jes sumamente extropeados [sic] de la caminata y debilitados con el paso estra?o de tierra caliente.

Mi?rcoles 24.?Misa y descanso. Jueves 25.?Jornada a Piedragorda, rancher?a de la Hacienda del Buey; dista 10 leguas de la Villa de Valles. En el camino se atraviesa la Sierra por un puerto muy pedre goso y dif?cil. En este lado es bien arrida [sic] y destituida de la frondosidad que tiene por el camino de Tantsozo a Aquism?n;

abunda s? del chaca o palo mulato, o del ?rbol de jab?n que

produce varias frutitas amarillas del tama?o de seseza [sic] de que se

sirven para lavar; como tambi?n de otra tierra saponasca que

se encuentra en el plan del Valle, y en Aquism?n el ?rbol que pro duce la sangre de Prado [?].

Viernes 26.?Por unas lomas cubiertas de palmares, y en parte muy eriasa, seguimos caminando para la Hacienda del Buey, pertene ciente a las Misiones de California; una legua antes de llegar a

ella est?n los ranchos que llaman las Gallinas. Las tierras de la Hacienda tienen mucha extensi?n para criar de todos ganados y siembras de ma?z y otras semillas, y principalmente ca?a, de la que

se fabrican todos los d?as en el Trapiche dos cargas m?s o menos de piloncillo. Sesteamos un rato y fuimos a dormir a Ojo Fri?, paraje desierto de la misma Hacienda donde no hubo alojamiento, s?lo el campo raso, y habiendo ca?do un aguacero aquella noche lo resistimos en el cuerpo. El manantial de donde toma el nombre el paraje es muy copioso de agua hermosa y cristalina, y forma un riachuelo que se une con el Rioverde cerca de Tampaon; cr?an se en algunas de sus profundidades pezes grandes y aun lagartos, de los cuales hab?a uno muerto cerca del mismo manantial. An duvimos hasta este paraje ocho y media leguas. S?bado 27.?Pasando alternativamente muchos pedregales y cuestas, y tambi?n algunas llanuras, pero todas de tierra inculta, y sin ning?n labor?o, llegamos a Papa Gallos, rancher?a de la misma Hacienda del Buey, y distante de Ojo Fr?o diez leguas.

Cerca de la median?a del camino, que en la mayor parte es de tierra llana, est?n los ranchos de Santa B?rbara, y algo m?s adelante los de los Lobos, y dos leguas cerca del Valle del Ma?z, el Llano del Perro, de excelentes tierras de labor. Comp?nese la This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:37:06 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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poblaci?n de dicho Valle de seis o siete casas de maniposter?a y de cantidad de jacales; tiene dos iglesias: la una de la Misi?n de los Indios en una loma a la banda del Poniente, y la principal, que actualmente se est? fabricando con bastante capacidad. MARZO

Lunes 1??Revista de la Compa??a. Martes 2.?Por el Ca??n de las Tortugas, cuyos planes, de mu cha extensi?n y amplitud, se aprovechan en sementeras de mais, tomamos el camino de la Misi?n de San Jos? Alaquines, comprehen

dida, como la Doctrina del Valle del Mais, en la Custodia de Rio verde a cargo de los PP. Franciscanos de la Provincia de Michoa

c?n: en la actualidad administra esta Misi?n de Alaquines el

R. P. Fr. Crist?bal Alcorcha, anciano de muy recomendable m? rito, que ha servido muchos a?os ass? en esta Custodia como en los Descubrimientos y Conquistas de Tamaulipas, Nueva Colonia y Santander, etc.10 Los feligreses de su Doctrina ascienden a m?s [de] 3 000, entre espa?oles, indios y otras castas. La iglesia es peque?a y servida con el mayor esmero. La vivienda en que habitan los Religiosos tambi?n es corta, y el vecindario se ha disminuido mucho por ha ber faltado totalmente el agua del arroyo, manteni?ndose en el d?a del pozo del Convento. Dista del Valle del Mais diez leguas. Mi?rcoles 3.?Salimos con un mal?simo temporal para el Sabino, hacienda de labor y cria de ganado, como tambi?n lo es la de la Si?nega de C?rdenas que se encuentra en la median?a del camino,

el que tiene doce leguas.

lo En el cap?tulo de 16 de enero de 1768 aparece un fray Crist?bal Herrera y Alcorcha confirmado como misionero del Valle del Ma?z; no s? si ser? el fray Crist?bal de Herrera a quien ya se confirm? como

misionero de dicho pueblo en octubre de 1766. Hab?a en la provin

cia de Michoac?n, por este tiempo, un fray Sebasti?n de Herrera, y parece que esto engendr? alguna confusi?n en las listas. En 1774 era misionero en Jaumave, y estuvo tambi?n en las misiones de San Felipe de Gamotes, San Jos? de los Montes y Alaquines (Archivo de la pro vincia de Michoac?n, libro becerro, vol. i, ff. 104, 115, 123, 146, 155, 166, 192, 226, 282) . Se hallaba en Alaquines en 1789, seg?n el informe del ministro provincial fray Jos? de Cisneros (Quer?taro, 13 de mayo de 1789 que public? Benito L?pez-Velarde como ap?ndice a su Expan si?n franciscana en el hoy norte central y oriental de M?xico (M?xi co, 1965) . En el archivo de la provincia de Michoac?n hay un informe sobre las misiones de R?o Verde por este padre Alcorcha (1790) que tambi?n fue utilizado por L?pez-Velarde.

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Jueves 4.?Habiendo pasado por la Hacienda de Amoladeras, anexa o colindante con la del Sabino, fuimos a hacer noche al rancho del Paso de los Baqueros, en la margen del Rioverde, el que por estar aqu? dividido en dos brasos, y no hab?rsele unido el Rio de

Conc? y otros que lleva agregados, en el paso de Tampaon, no va tan caudaloso como all?. Se anduvieron hoy 8 leguas.

Viernes 5.?Llegamos con 7 leguas de camino al Presidio de Rio

Seco, lugar desdichado, cuyos habitantes necesitan acudir hasta el Pueblo de Jalpan, distante 18 leguas, para oir misa y recibir los sacramentos, por no haber aqu? Vicario que se los administre. Est? situado en unas grandes llanuras que empiezan desde Quelitalillo a 3 leguas del Paso de Baqueros, interponi?ndose algunas lomas y pedregales cortos; encu?ntranse algunos ranchos y muchas casi llas, que son unos promontorios de piedra y tierra hechos a mano por los indios gentiles, donde enterraban a sus difuntos, cuyos es queletos se han hallado en aptitud de sentados en las escavasiones que se han hecho, con motivo de extraher una tierra blanquica que se encuentra en ellos, propia para hacer argamasa tan dura como la de la cal, que es conque las casas se fabrican. El vecin dario est? sugeto a mantenerse de agua de pozos, porque el arroyo que pasa inmediato s?lo la lleva cuando llueve.

S?bado 6.?Revista de la Compa??a. Domingo 7.?Descanso.

Lunes 8.?Por un camino de 3 leguas, al propio llano y en la

mitad ?ltima de cuestas tan peligrosas que meresen contarse entre las m?s dif?ciles que se han pasado en la marcha, llegamos a la Estancia de Santa Gertrudis, perteneciente a la Hacienda de Santa Teresa, para la cual salimos el d?a siguiente.

Martes 9.?Salimos de Santa Gertrudis y sin embargo de que s?lo dista Santa Teresa 3 leguas fue preciso detenernos para buscar re monta de bagajes, por estar inservibles los que trayamos. Mi?rcoles 10.?Por una tierra muy quebrada anduvimos todo este d?a hasta llegar al Rancho del Bramador, cituado sobre el Rio de Tulillo, distante 14 leguas. En la jornada se encuentran algunos ranchos y los rios del Bagres y Santa Mar?a del Rio. Es de cria el Bramador, con unas cortas milpas y un huertesillo peque?o en que se siembra ca?a, con el riego de ojos de agua perennes. Es lugar de suma carest?a, pues exigieron precios por el forraje y escas?s de v?veres que su ministraron. Jueves IL?A los ranchos de los Mart?nez cuyo camino es de diez leguas, y aunque [se] atraviesan muchas lomas, se pasan sin la mayor dificultad. This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:37:06 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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Viernes 12.?A excepci?n del tramo por donde se corta la Sierra, que ser? de 3 leguas, todo lo dem?s es de tierra llana, hasta llegar a la Hacienda de San Isidro, que dista 12 leguas.

S?bado 13.?Entramos en San Luis de la Paz, que dista 2 leguas.

Domingo 14.?Revista de la Compa??a. Este Pueblo tiene competente vecindario, y mucha extensi?n de tierra ?til para la labranza, algunas vi?as y fuente de agua corriente en la plaza. Su Parroquia es mediana, y hay otras tres capillas: de la 3* Orden de San Francisco, Nuestra Se?ora de Gua dalupe y Nuestra Se?ora de la Soledad.11

Lunes 15.?Seguimos a Xich? de Indios, de los cuales se encuen

tran, de los cuales se encuentran, [sic] en el camino 3 Misiones, fuera de la Rep?blica de Naturales que recide dentro del Pueblo. P?sase por la Hacienda del Salitre, en cuyos linderos est? el Pue blo de Nuestra Se?ora de Guadalupe de la Sieneguilla. El de Xich? es muy infeliz; todos los vezinos son indios. La iglesia y el con vento, que fue de los Franciscanos de la Provincia de Michoac?n cuando ten?an esta Doctrina, son de mediana capacidad. Hay al gunas huertesillas y vi?as cortas, y muy buena tierra de siembra, con proporci?n de abundante riego. Dista de San Luis de la Paz 10 [leguas].

Martes [16].?Revista.

Mi?rcoles 17.?A la Misi?n de las Palmas, misi?n a cargo de la Provincia de Santiago de la Orden de Predicadores. Comp?nese de 53 familias con cerca de 200 personas. Su iglesia est? cansa da [sic] con mucho esmero; tienen los indios algunos pedazos de tierra ?til de labor, con riego de tal cual huertesilla en que se dan muy buenas frutas. Vi?nese desde Xich? por dentro del rio,

que es el de Estoraz. En la median?a del camino est? el Pueblo de Santa Catarina, Doctrina de Tierra Blanca. La jornada a esta Misi?n fue de 10 leguas. Jueves 18.?Seguimos el camino por el mismo rio. A distancia de 8 leguas se encuentra el Presidio de Santa Mar?a Pe?a Mulera, lugar muy desdichado, con una capilla muy pobre y peque?a; sus tierras, por lo muy escarpado, s?lo sirven para cr?as de ganados. Lo poco que se siembre es en algunas vegas estrechas a la orilla del mismo rio, del que toman riego. Viernes 19.?Revista de la Compa??a.

S?bado 20?A san Pedro de Tolim?n, distante 7 [leguas]. il A la de Guadalupe estuvo agregada una misi?n que administra

ron los jesuitas.

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Domingo 21 .?Revista. Este Pueblo es de un vecindario muy reducido, cuyo comercio es de jarcia, pero la labor de sus tierras es de lo que principal mente sacan su substancia. La iglesia es grande, y nada ofrece de particular. Lunes 22.?Regreso a Cadereyta, en cuya jornada de seis y media leguas, se pasa por el Pueblecillo y Estancia de San Pablo; toda ella es de cr?a con alguna labor.

Martes 27 [sic]

hasta Domingo 28.?Detenci?n en Cadereyta para concluir varios puntos pendientes a la Revista, que fue preciso tratar all?.

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EXAMEN DE LIBROS Descripciones econ?micas generales de la Nueva Espa?a ? 1784-1817, compiladas por Enrique Florescano e Isabel Gil, M?xico, Instituto Nacional de Antropolog?a e His toria, 1973, 271 pp., ?Fuentes para la historia econ?mica

de M?xico, 1.?

Del Seminario de Historia Econ?mica del Departamento de

Investigaciones Hist?ricas (I.N.A.H.), dirigido por Enrique Flores cano, surgi? esta recopilaci?n de textos preparada por su propio director en compa??a de Isabel Gil, uno de sus miembros m?s acti vos. La idea impl?cita fue, sin duda, la de poner a la disposici?n de propios y extra?os una serie de escritos que sirvieran lo mismo

para divulgar el conocimiento del pasado econ?mico mexicano

que para facilitar su investigaci?n a los especialistas. De hecho, este volumen se anuncia como el primero de una serie "que se propone aportar materiales b?sicos para el estudio del desarrollo y composici?n de la econom?a mexicana en el pasado" (p. 7), con

lo cual es de esperarse que pronto se podr? disponer de una

amplia gama de textos que auxilien especialmente a quienes est?n m?s alejados de los principales centros de informaci?n, sobre todo si, adem?s de "las relaciones y descripciones econ?micas m?s ge nerales sobre el conjunto de la Nueva Espa?a", estos investigado res de la capital cumplen con su ofrecimiento de dar a conocer tambi?n "relaciones econ?micas de cada una de las regiones novo hispanas" y aceptan bondadosamente la sugerencia de hacernos el presente tambi?n de algunas neogallegas, neovizca?nas o neosan tanderinas.

Por otro lado, tambi?n ser?a importante que se violara un poco la limitaci?n cronol?gica que se han impuesto en cuanto a refe rir primordialmente el per?odo comprendido entre la quinta d? cada del xv?n y la segunda del xix, puesto que, aun aceptando que abarque "un ciclo completo de la econom?a colonial" y que es muy importante "porque antecede al movimiento de indepen

dencia", no se puede comulgar con la idea de que sea una de las ?pocas "menos conocidas en sus aspectos econ?micos y socia les" (p. 7). Estando muy lejos de asegurar que est? ya bien estu 150 This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:37:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EXAMEN DE LIBROS

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diada en cualquiera de sus aspectos, es evidente que, junto con el segundo cuarto del siglo xvi, es la que se ha ganado el inter?s de la mayor parte de los autores preocupados por la ?poca colonial. Mucho m?s ignoto, por ejemplo, es el siglo xvu que se ha bien ganado el apodo de "patito feo" precisamente porque casi nadie le ha hecho mayor caso. Volviendo a las descripciones compiladas por Florescano y Gil ?enriquecidas con 103 notas, aclaraciones y comentarios? recono cemos que est?n seleccionadas, en t?rminos generales, con toda la oportunidad con que lo pueden hacer dos buenos conocedores de la materia: sin embargo, hay una que tal vez se hubiese podido omitir. Se trata de las Tablas geogr?ficas pol?ticas del reino de

Nueva Espa?a... de Alejandro de Humboldt, documento que

adem?s mereci? la m?s larga de las notas con que los compilado res introducen al lector a cada una de las descripciones. Se nos ocurre que los mismos editores tuvieron la sensaci?n de que no val?a la pena reeditarlas y trataron de justificarse insistiendo mu cho en la importancia de este material. Las razones en favor de su eliminaci?n pueden provenir de las propias palabras introduc torias aludidas: "De todos los textos que componen este volumen, ?ste es, sin duda, el m?s conocido y el que m?s atenci?n ha reci

bido de los estudiosos" (p. 128). Fue la base del multieditado

?hasta en ediciones populares? Ensayo pol?tico sobre el reino de la Nueva Espa?a, que "contiene la estructura original y la arma z?n estad?stica b?sica de las Tablas" (p. 129) ; las estad?sticas de poblaci?n se repiten por igual en ambas versiones, lo mismo que las "partes dedicadas a las rentas del estado", finalmente, seg?n se dice al concluir esta nota introductoria, de las mismas Tablas se han hecho en M?xico varias ediciones, la ?ltima de las cuales proviene del a?o de 1970, en la cual particip? acertadamente el pro

pio Florescano en compa??a de Miguel Wionczek. Adem?s, las

Tablas son muy extensas y significan un buen porcentaje del costo del libro, y duele pensar en que son tantos los documentos intere santes y desconocidos cuya publicaci?n nadie quiere costear. Sin embargo, una vez hecho el gasto, bien hecho est?. De esta manera un mayor n?mero de gente podr? tener m?s f?cilmente a la mano el precioso documento. Adem?s, cabe pensar en las razones que tuvieron para finalmente incluirlo.

No parece que los textos en cuesti?n hayan sido seleccionados al azar, sino que, por el contrario, parecen responder al af?n de proporcionar un panorama lo m?s cabal posible de la vida econ?

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EXAMEN DE LIBROS

mica en las postrimer?as de la Nueva Espa?a: uno de ellos habla de "temperamentos, frutos y obispados, tributos y tributarios (1784)" (pp. 12-39); otro de "f?bricas, molinos, ingenios, lagunas, r?os y puentes (1794) " (pp. 42-67) ; el tercero, debido a Carlos de Urrutia, de "poblaci?n, agricultura, artes y comercio (1794) " (pp. 72-127) ; el cuarto, que es el de Humboldt, de "la superficie, poblaci?n, agricultura, f?bricas, comercio, minas, rentas y fuerza militar (1804) "; el quinto, de "asuntos comerciales de inter?s para

el Tribunal del Consulado" (pp. 173-230) ; el sexto da una idea

de la riqueza en los "a?os de tranquilidad y su abatimiento en las presentes condiciones", cuando el capit?n Jos? Mar?a Quir?s lo escribi? en el a?o de 1817 (pp. 234-264).

Antes de llegar al colof?n, el lector se encontrar? con una

"Tabla de equivalencias de las monedas y medidas mencionadas en los documentos" (pp. 265-271), la cual es oportun?sima espe cialmente si se piensa en aquellos que nunca la pueden tener a mano en el momento en que la necesitan. En lo que a la edici?n misma se refiere, vale hablar de su pulcritud a pesar de su grado de dificultad, por lo que convendr?a felicitar a Roberto Su?rez Arguello y a Felipe Garrido, quienes estuvieron al cuidado de ella. Jos? Mar?a Mur?a Centro Regional de Occidente LN.A.H.

El obispado de Michoac?n en el siglo xvii, nota preliminar de Ram?n L?pez Lara, Morelia, Fimax Publicistas, 1973, 219 pp., mapas. Juan Jos? Mart?nez de Lejarza: An?lisis estad?stico de la provincia de Michoac?n en J822, introducci?n y notas por Xavier Tavera Alfaro, Morelia, Fimax Publicistas,, 1974,

xxiv +321 pp., cuadros. Muy importante para el estudio de la historia econ?mica de Michoac?n es la publicaci?n de estos documentos, debida a una misma editorial, Fimax Publicistas, para la cual todo nuestro en comio. Adem?s de los datos sueltos que sobre producci?n, poblaci?n, composici?n ?tnica de los pueblos y otros asuntos ofrecen las er?

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nicas de Alonso de la Rea, Diego Basalenque, Gonz?lez de la Puente, Mat?as de Escobar, Isidro F?lix de Espinosa, Pablo de

Beaumont y Agust?n Lubin, existen publicados, hasta donde yo s?, los siguientes documentos espec?ficos sobre Michoac?n y con datos econ?micos, geogr?ficos y de poblaci?n: en el Bolet?n del archivo General de la Naci?n, y debidos a Ernesto Lemoine Villa cana, la "Relaci?n de la Guacana, Mich., de Baltasar Dorantes de Carranza ? 1605" (2* serie, vol. m, n?m. 4) y "Documentos para la historia de la ciudad de Valladolid, hoy Morelia ? 1541-1624" (2* serie, vol. m, n?m. 1) ; en los Papeles de Nueva Espa?a, edi tados desde 1905 por Paso y Troncoso, las "Relaciones geogr?ficas de la di?cesis de Michoac?n ? 1579-1580", de las que hay edici?n reciente por separado (1958) ; editada en 1960 por Jos? Bravo Ugarte, la Inspecci?n ocular en Michoac?n (ca. 1790-1815) ; dada

a la luz en 1956 por Paul Kirchhoff, et al, la Relaci?n de las

ceremonias, ritos y poblaci?n y gobierno de los indios de Michoa c?n (ca. 1540-1541) ; y, finalmente, la "Relaci?n de Tanc?taro, Ari mao y Tepaltatepec ? ca. 1580" que en 1952 public? Ignacio Ber

nai en Tlalocan (vol. in, n?m. 3). Tambi?n han sido publicadas otras obras de contenido m?s

amplio pero que ofrecen datos sobre Michoac?n: en los Papeles de Nueva Espa?a, la "Suma de visitas"; publicado en 1748, el Theatro

americano de Villase?or y S?nchez, que trata con amplitud y

detalle la provincia de Michoac?n; editada en 1904 por Luis Garc?a

Pimentel la Relaci?n de los obispados de Tlaxcala, Michoac?n,

Oaxaca y otros lugares en el siglo xvi; el Ensayo pol?tico sobre el reino de la Nueva Espa?a de Humboldt y el Diccionario geogr?fico hist?rico de las Indias Occidentales o Am?rica de Antonio Alcedo y Bexarano, que sali? a luz entre 1786 y 1789.

Adem?s de estos documentos publicados, reposan en los archi vos algunos expedientes con informaci?n estad?stica sobre Michoa c?n, que, sumados a estas obras publicadas, integran un excelente instrumental para realizar el estudio de la historia econ?mica de la regi?n en la ?poca colonial. Unos ejemplos de estos documentos son el "Censo agr?cola, comercial e industrial de Valladolid de 1809" (Archivo General de la Naci?n, Civil, vol. 2092), la "Decre

ci?n del partido de Sinagua de 1581" (Archivo Hist?rico del

LN.A.H., legajo 102) y las "Visitas de conventos franciscanos de

la provincia de San Pedro y San Pablo de Michoac?n de 1622"

(Archivo Condumex, fondo ccxx-2). Posteriores a 1822 existen multitud de estudios estad?sticos sobre Michoac?n, la mayor?a mo

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EXAMEN de libros

nogr?ficos. Su bibliograf?a se encuentra en la introducci?n de

vier Tavera a la obra de Lejarza. A este conjunto de obras que aqu? hemos presentado vienen

sumarse las dos objeto de esta rese?a. En virtud de su calidad, a plitud y detalle, se habr?n de sumar de modo muy principal. La primera publica un documento hallado en la secretar?a d arzobispado de Morelia. Contiene informaci?n de los a?os 1630 a 1637 sobre toda el ?rea del obispado, ?rea que rebasaba los l?m tes del actual estado de Michoac?n. Citando a Bravo Ugarte, a introducir el documento, Ram?n L?pez Lara delimita este espac el obispado de Michoac?n comprend?a "... los actuales estados d Michoac?n, Colima y Guanajuato, ?ste sin Casas Viejas (Iturbid ni Xich? (Victoria). En Guerrero: Tecpan, Coahuayutla, Zacatu Coyuca, Cutzamala. En San Luis Potos?; Santa Mar?a del R?o, C rritos, Guadalc?zar, R?o Verde, Hidalgo (Ray?n) y Ma?z. En Ta

maulipas: Jaumave, Palmillas, Real de los Infantes y Tula.

Jalisco: Almoloya, Atotonilco, Ayo, Cajititl?n, Comanja, Ixtlah c?n, La Barca, Ocotl?n y Zapotl?n". En efecto, el documento of ce informaci?n de toda esta regi?n excepto de los lugares de T mau lipas. Aparentemente, las fuentes del documento fueron informes que proporcion? cada beneficiado de la di?cesis. No sabemos si se so licitaron por medio de alg?n cuestionario. El modo como est? re dactado el documento parece indicar que as? fue, ya que todos los beneficios est?n presentados siguiendo un mismo patr?n. El mo tivo por el que fue escrito el documento no est? especificado, pero la informaci?n que contiene permite suponer que fue con fines administrativos.

El libro presenta la informaci?n ordenada por lo que all? se denomina "beneficio", a veces "doctrina" y otras "partido". Los beneficios, partidos o doctrinas est?n ordenados siguiendo, aparente

mente, un criterio de ubicaci?n geogr?fica; es decir, partiendo de Valladolid se van describiendo los beneficios que est?n al oriente, despu?s los del norte y as? sucesivamente. La descripci?n de cada beneficio se inicia expresando la cabe cera del mismo y si lo administran cl?rigos o religiosos ?cuando

se trata de estos ?ltimos, se especifica la orden. La poblaci?n

que lo compone siempre est? determinada y anotaciones al margen indican el grupo ?tnico al que pertenecen los indios del partido, diciendo a veces "son todos indios tarascos", por ejemplo, o expre sando la lengua materna o aquella en que se les administra. En

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algunos casos, especialmente cuando se trata de reales de minas, se

expresa la cantidad de espa?oles que viven en ?l; sin embargo,

para beneficios como Valladolid no se proporciona este dato. A continuaci?n se indica el salario del beneficiado y de d?nde proviene; es decir, cu?nto paga la corona, cu?nto los encomende ros, cu?nto los propietarios, si tiene censo el beneficio, etc?tera.

En seguida se enlistan los pueblos y barrios ?cuando los hay? que administra el beneficiado, indicando el n?mero de sus pobla dores ind?genas. Este ?til?simo dato presenta varias dificultades para

su tratamiento: en algunos casos se dice que hab?a tantos "veci nos"; en alguna parte, tanto "vecinos casados", tantos "solteros" y tantos "muchachos de doctrina"; en alg?n beneficio se enumeran las

viudas. Por todo ello, dado que no se especifica con precisi?n lo que est? considerado bajo cada uno de los t?rminos ni se sigue el mismo criterio en todos los beneficios, ser?a necesario hacer una liomogenizaci?n previa de la informaci?n para lograr un recuento

estimativo de la poblaci?n ind?gena que hab?a en el obispado.

Adem?s, el texto del documento fue modificado varias veces con serv?ndose lo que se alter?. Por el tipo de letra se reconocen las modificaciones que hizo ?l obispo Francisco de Rivera, por lo que sabemos que fueron hechas entre 1632 y 1637. Sin embargo, aque llas que se hicieron despu?s de esta fecha no est?n datadas ni hay posibilidad de hacerlo, de modo que cuando aparece la modifica ci?n a alg?n dato demogr?fico no sabemos cu?ndo sucedi? el cam bio registrado. Asimismo, ignoramos si las correcciones al recuento

de poblaci?n se hicieron en todos los beneficios. Por ejemplo, en la p?gina 126 se lee: "El pueblo de Chinagua... tiene (veinte) diez vecinos". Lo que est? entre par?ntesis aparece tachado en el ori ginal y lo subrayado es letra del obispo Rivera. A continuaci?n se expresan los conventos y colegios que hab?a en el beneficio, indicando los indios que administraba cada insti tuci?n, as? como los recursos y rentas de cada uno de los institu tos religiosos.

El siguiente ciato que proporciona la descripci?n de los bene ficios es lo relativo a los hospitales que hab?a en cada pueblo, in dicando la fuente de sus ingresos. Tambi?n se indican las cofrad?as fundadas en el beneficio. Finalmente, la descripci?n concluye enumerando las haciendas, estancias, labores y minas que hab?a en el beneficio. En todos los

casos se indica el nombre del propietario y, en la mayor?a de

ellos, una estimaci?n de la producci?n: "coge de ochocientas a mil

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fanegas de ma?z", "tiene quinientas cabezas de ganado mayor", etc. Trat?ndose de reales de minas, no se especifica lo que sacan. La obra que rese?amos viene ilustrada con un mapa del obis pado hecho a mediados del siglo xviii que muestra sus l?mites, y termina con un ?ndice onom?stico de lugares y personas que faci lita mucho la consulta del documento.

La obra de Mart?nez de Lejarza est? fechada en 1822; su pri mera edici?n es de 1824 y desde entonces no se hab?a vuelto a imprimir. La presente edici?n, hecha con motivo de los ciento cin cuenta a?os del fallecimiento del autor, se hizo modernizando la

ortograf?a y con notas de actualizaci?n de Xavier Tavera. Sobre el autor existe alguna bibliograf?a moderna reunida por Joaqu?n Fern?ndez de C?rdoba en un art?culo publicado en esta revista (vol. xxh, n?m. 3 [95]). Seg?n explica Tavera en su introducci?n, el 23 de septiembre de 1820 le fue encomendada a Lejarza por el ayuntamiento de la ciudad de Valladolid la realizaci?n del "censo y estad?stica de los partidos en particular, y de la provincia en general". Por ser un documento civil, el ?rea geogr?fica que cubre es m?s reducida que la del documento anterior. Comprende el actual estado de Michoa c?n, una parte de Guerrero, y otra de Guanajuato alrededor de la laguna de Cuitzeo. Seg?n expresa el propio autor, las fuentes con que escribi? su obra fueron unos cuestionarios que se enviaron a los pueblos de la provincia y que, una vez devueltos, fueron revisados y ordenados

por Lejarza para dar lugar a su an?lisis. La formaci?n de la obra fue ordenada por el ayuntamiento para enviarla a su diputado provincial a cortes con el fin de te nerlo informado sobre la provincia que representaba. Tambi?n, como demuestra el documento del ayuntamiento que cita Tavera en la introducci?n, se trataba de disponer de esa informaci?n para "organizar correctamente la administraci?n de la provincia tan da

?ada por la reciente guerra" (p?g. xn). El An?lisis presenta una dedicatoria del autor a la diputaci?n provincial de Michoac?n fechada en septiembre de 1823, una in troducci?n en la que Lejarza hace una sucinta historia de la pro vincia, una descripci?n topogr?fica y clim?tica de Michoac?n y

una enumeraci?n de los principales productos que se sacaban. Tam bi?n presenta Lejarza la "Serie cronol?gica de los jefes pol?ticos o gobernadores de esta provincia de Michoac?n, desde la ?poca de la fundaci?n de Valladolid, su capital, hasta nuestros d?as". This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:37:19 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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El estudio est? presentado por partidos, veintiuno en total. Dentro de cada partido la informaci?n se presenta por cada uno de los ayuntamientos que hay en ?l, empezando por el que es ca becera. ?stos est?n ordenados por departamentos, que son agrupa ciones geogr?ficas de los partidos.

La descripci?n se inicia con una peque?a historia de la villa

de que se trata, y si hay indios en ella se indica su lengua y el gobierno que hab?a all? antes y despu?s de la independencia. A con tinuaci?n se expresa el "temperamento" del lugar de modo muy impreciso ?"templado seco", "tira m?s bien a caliente"? para se guir con una descripci?n de las caracter?sticas del terreno, si tiene r?os, cerros, etc. La descripci?n menciona la producci?n, industria y comercio del lugar. Dice por ejemplo: "sus principales produccio nes son el ma?z y el trigo; la industria de sus habitantes el pan de hojaldre". La descripci?n concluye indicando las coordenadas del lugar en longitud respecto al meridiano de M?xico. En algunos

casos indica tambi?n la altura de la villa respecto al nivel del

mar, medida en toesas.

En seguida presenta el cuadro de la poblaci?n en 1822 del

siguiente modo:

Hombres casados solteros viudos

Mujeres

Total

casadas solteras viudas ?almas

En algunos casos se indican las haciendas que hab?a en el par tido, mencionando el nombre de sus propietarios, pero por lo re gular ?nicamente se dice el n?mero de ranchos, haciendas y es tancias sin mencionar su producci?n salvo en algunos casos aisla dos. Finalmente, bajo el rubro de "observaciones", se expresa, por lo general, el menoscabo y da?o que sufri? el partido durante la

guerra de independencia. Esta es siempre una observaci?n del autor. Desgraciadamente, el cuadro en el que presenta la produc ci?n de las haciendas de Ario antes de la guerra no est? comple mentado y no proporciona informes posteriores.

Adem?s de estos datos, la obra tiene tres cuadros: "Divisi?n po l?tica del territorio de la provincia e intendencia de Michoac?n ? A?o de 1822", "Plan que manifiesta el estado en que se hallaban las fincas de la jurisdicci?n de Ario antes de la revoluci?n. ..", y This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:37:19 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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un tercero, que es el cuadro de la poblaci?n total de la provincia, que indica, adem?s, cu?les eran los pueblos, curatos, vicar?as, ha ciendas, ranchos y estancias que hab?a en cada partido. Gomo casi todos los datos coloniales sobre poblaci?n, no se indica si el t?r mino "solteros" cuenta s?lo a los menores. Al final, se presentan las muy oportunas notas de actualiza ci?n de Xavier Tavera. En ellas, adem?s de extenderse en la his toria que ofrece Lejarza, presenta datos censales posteriores corri dos hasta 1960. Tambi?n ofrece una breve historia de las divisiones territoriales del estado de Michoac?n. Sus notas a la serie crono

l?gica de los jefes pol?ticos o gobernadores de la provincia, ade m?s de proporcionarnos valiosos datos de algunos de los mencio nados en la lista, completan la serie hasta 1974. Las notas por par tido indican los municipios actuales que estar?an dentro de la ju risdicci?n colonial, describi?ndolos y presentando sus datos de po blaci?n de 1940 a 1970, as? como el n?mero de defunciones y naci mientos registrados en cada municipio en los ?ltimos a?os. Si bien este dato es de poca utilidad ya que el lapso que hay entre los datos del An?lisis y los que presenta Tavera es muy grande, s? ilustra el crecimiento de la poblaci?n. Las obras que rese?amos son poco comparables por su origen y destino. Lo que le falta al An?lisis respecto a la producci?n, se compensa con la precisi?n de los datos demogr?ficos y de la geo graf?a del lugar. Valga lo uno por lo otro.

Ulises Beltr?n El Colegio de M?xico

Francisco Jim?nez: Los Episodios nacionales de Victoriano Salado ?lvarez, traducci?n de N. Pizarro Su?rez, pr?logo de Andr?s Iduarte, M?xico, Editorial Diana, 1974.

En los actos por el centenario del natalicio de Victoriano Sa lado ?lvarez, en 1967, Jos? Luis Mart?nez se?al? el m?rito de los Episodios nacionales y la necesidad de realizar un "estudio dete

nido" sobre ellos. El libro ?en ingl?s el original? de Francisco

Jim?nez viene a llenar ese vac?o en la bibliograf?a mexicana. Se trata de un equilibrado an?lisis de aquella figura y obra tan re presentativas del positivismo en M?xico, en el que se distingue el This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:37:19 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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acertado manejo de las fuentes primarias y secundarias as? como la reveladora y penetrante interpretaci?n de los textos. El primer cap?tulo, "La g?nesis de los Episodios", presenta a Salado ?lvarez como producto y s?ntesis del nacionalismo literario, cuyas ra?ces se encuentran en Altamirano, y del pensamiento del porfiriato, la filosof?a de Gabino Barreda y del Liceo Cient?fico y Literario que frecuentaba el ilustre jalisciense en sus a?os de for

maci?n. En estas p?ginas se aunan la an?cdota biogr?fica y las

memorias del propio Salado para presentarlo, primero, como el disc?pulo de educadores liberales en plena reforma; luego, como el joven que se inicia en la judicatura y el periodismo, identifi c?ndose en ambas profesiones con los ideales de paz y progreso que exaltaba la burgues?a mexicana; y, por ?ltimo, como el inves tigador que, entrenado en viejos archivos provinciales, encuentra en la novela hist?rica una forma que responde "a los hondos mis terios de raza, educaci?n, h?bitos. .. del pa?s" y en la que puede "popularizar" y "hacer simp?ticas" lecciones de abnegaci?n y pa triotismo para su pueblo.

Notable es en este cap?tulo inicial la objetividad del autor ante esa figura que una cr?tica apasionada podr?a descartar reduci?ndola a s?mbolo de intereses de clase o representante de una visi?n trun ca y extra?a a la realidad de M?xico. El prop?sito no fue escamo tear o disculpar el que Salado escribiera una apolog?a de don Por firio, ni que aceptara en pago una sinecura y le dedicara la pri mera serie de sus Episodios; el objeto de Jim?nez es, al contrario, presentar estos hechos en su correcta perspectiva, con sus razones y circunstancias. Salado ?lvarez, quien cre?a en la evoluci?n pre conizada por el positivismo, y que por tanto se habr?a de oponer

a la revoluci?n de 1910, no se prostituy? al elogiar a D?az: vio

en ?ste, como tantos otros de sus contempor?neos, el gu?a que llev?

a su pueblo de la anarqu?a a cierto tipo de paz y de prosperidad. En los Episodios, Salado quiso exaltar, como explica Jim?nez, el r?gimen de D?az examinando el proceso hist?rico, desde Santa Anna

hasta el imperio, por el que lleg? a la etapa del porfirismo una "naci?n enferma", sacudida durante toda su vida independiente por los "impulsos del organismo" que quer?a "arrojar lo que le

hac?a da?o".

Nada mejor que este lenguaje "cient?fico" para identificar la

sociolog?a de Salado ?lvarez, cuyos Episodios se analizan en el siguiente cap?tulo en funci?n del concepto positivista de la evo

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luci?n hist?rica: las "grandes e inmutables leyes", vigentes en el desenvolvimiento de toda naci?n, que llevaron a Salado a encon trar en la colonia, la reforma y el porfiriato los tres estados com tianos de la civilizaci?n: el teol?gico, el metaf?sico y el cient?fico; es decir, el militar, el jur?dico y el industrial. Explica Jim?nez que este esquema es la clave de la incorporaci?n a los Episodios de fi guras de la historia mexicana: Santa Anna y su ej?rcito "opresor del pueblo" son los s?mbolos del militarismo en la etapa primitiva; Ignacio Ram?rez es el "hombre metaf?sico" frente al "hombre posi tivo", Melchor Ocampo. Y por la influencia de Taine que halla Jim?nez en las dimensiones colectivistas de la narrativa, se com prende mejor el retrato de h?roes como Ju?rez, "cuya personalidad tiende a oscurecerse en las p?ginas de Salado por el espect?culo de una naci?n que luchaba por su existencia". El cuidadoso cotejo que se hace de los Episodios Nacionales con los m?s variados textos de historia, diarios y libros de memorias, y el estudio del contenido autobiogr?fico de aqu?llos, explican el admirable sabor de auten ticidad que conservan ambas series, De Santa Anna a la reforma (1902) y La intervenci?n y el imperio (1903-1906). Los dos cap?tulos finales del libro constituyen su mayor aporte al conocimiento del positivismo en la literatura mexicana. Se nos ha ense?ado a ver aquella corriente de pensamiento en funci?n casi exclusiva de los efectos sofocantes de las doctrinas conformistas

y del determinismo que predominaban cuando la pol?tica mexicana intent? apoyarse en Spencer, Mill y Darwin. Y, en efecto, encon tramos en los Episodios el ?nfasis de Salado, que defendi? "la tira n?a honrada" en el orden y el progreso y, a trav?s de las tragedias personales de los personajes, su repudio de la revoluci?n. Pero es m?s importante otro aspecto de la obra que destaca la perceptiva lectura de Jim?nez. "Los Episodios Nacionales como educaci?n po sitivista" y "Los Episodios Nacionales como obra de ficci?n" reve lan la necesidad de reexaminar la tesis del rechazo temprano en

M?xico de la "religi?n de la humanidad" de Comte y de su dis tinguido disc?pulo Gabino Barreda. Aqu? se demuestra c?mo Sala

do ?lvarez, adicto a aquellos dos gu?as, expone sus ideas en los

personajes cuyos actos y palabras afirman el culto sociocr?tico, los instintos de sociabilidad, y el amor como fuerza c?smica primaria. La fe de Salado "en la bondad innata del hombre", aclara Jim? nez, "explica el esp?ritu de tolerancia y de benignidad que satura toda su obra". No se ve el triunfo del m?s fuerte en la lucha cruel

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por sobrevivir, sino la victoria de la virtud y del patriotismo con el advenimiento del estado positivista a trav?s de los m?ltiples simbolismos que estructuran los Episodios.

L. B. Klein Columbia University

Max L. Moorhead: The presidio ? Bastion of the Spani

borderlands, Norman, University of Oklahoma Press, 197

282 pp., mapas.

El profesor Moorhead dedica su m?s reciente publicaci?n a u instituci?n de frontera. Ciertamente el tema es de inter?s, pue presidio fue una instituci?n importante durante la ?poca colon en las "tierras de guerra viva", esto es, en las Provincias Inter del virreinato de Nueva Espa?a. Espec?ficamente de esa regi? porque, por v?a de aclaraci?n, podr?a decirse que en regiones indios sedentarios y generalmente sumisos dif?cilmente se enc trar?a un presidio. No se trata tampoco, en este estudio, de bastiones del sistema atl?ntico de defensas, de las grandes fo lezas espa?olas que se construyeron por distinguid?simos ingeniero militares y a gran costo desde San Agust?n en la Florida hast Montevideo en el Uruguay; se trata aqu? de otra especie de def sas, bien singulares, de defensas de "tierra adentro", de mar espa?olas en las vastas tierras septentrionales del imperio espa americano.

En la introducci?n el autor explica que el tema de estudio no fue f?cil de concretar y la estructura del trabajo dif?cil de definir. Efectivamente, hay razones para comprender sus dificultades, pues

faltando la historia particular del Septentri?n, elaborada con in dependencia de la general del reino de Nueva Espa?a, es mucho lo que hay que reconstruir para llegar hasta el presidio. Las con sideraciones que el autor hace en estas p?ginas introductorias y la lectura del texto invitan a la ponderaci?n de los problemas espe c?ficos que ?l confront? y que en el estudio de esta instituci?n de frontera se traducen en brincos sorpresivos, que llaman la atenci?n.

Quiz? a?adiendo a las que proporciona el autor una m?s pre cisa y concisa explicaci?n de los motivos que llevaron a los espa ?oles a echar mano de esta instituci?n, cuando llegaron a Nueva This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:37:24 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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Espa?a, hubiera facilitado su tarea. Porque los presidios fueron consecuencia del avance de la penetraci?n espa?ola hacia el norte de Tenochtitl?n. Fueron quedando en la geograf?a novohispana, de hecho o en el recuerdo, como marcas del paso del conquistador. El avance fue lento, dur? cerca de tres siglos, as? que las transfor maciones que sufri? el presidio, o la instituci?n, como la quiere llamar el autor, son de esperarse. ?Muchas cosas pudieron suceder en tantos a?os! El grueso de la documentaci?n que el autor consult? es de la segunda mitad del siglo xvm. Hizo amplio uso de dos libros que van a la vanguardia de los estudios sobre las provincias internas de

Nueva Espa?a: el de Philip W. Powell (Soldiers, Indians and sil ver ? The northward advance of New Spain ? 1550-J600), espec? fico para su tema y ?til?simo para la historia del siglo xvi y el de Luis Navarro Garc?a (Jos? de G?lvez y la comandancia general de

Provincias Internas), m?s general e imprescindible para la del xvui.

Pero aunque ambos libros est?n llenos de noticias y explicaciones ?stas parecen haber sido insuficientes para que el autor hiciera una buena criba de la historia dieciochesca de las Provincias Internas.

Quiz? la peculiaridad de este estudio no se deba a falta de libros, como lo demuestra la bibliograf?a que presenta el autor y por otras aportaciones. La propia Universidad de Oklahoma, de cuya imprenta sali? esta obra, ha publicado otras relativas al norte de M?xico y el Southwest norteamericano; la de California, dir?amos que no se queda atr?s; Nuevo M?xico y Texas tambi?n han con tribuido generosamente. Esto sin contar con substanciosas aporta

ciones espa?olas y mexicanas. Pero parece como si la ruta que marc? H. H. Bolton se hubiera perdido y hubiera que empezar

de nuevo con fresca documentaci?n y modernas interpretaciones, que naturalmente son apetecibles y tienen su justificaci?n, pero tambi?n sus peligros.

La novedad de la historia de las Provincias Internas, tanto para los mexicanos como para los norteamericanos del Southwest queda de manifiesto cuando se maneja documentaci?n hasta ahora igno

rada. Es el caso de los legajos que produjo la administraci?n y

gobierno militar del caballero de Croix, cuando se estableci? la comandancia de Provincias Internas. A primera vista, parece que esos papeles le van a permitir al historiador conocer toda la ver dad y s?lo la verdad hist?rica. Pero Lino G?mez Ca?edo ya pro test? contra esa dependencia del momento a esa fuente de infor

maci?n (Sonora hacia fines del siglo xviii, p. 51, nota 4). La si This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:37:32 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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tuaci?n en que se encuentran los estudios sobre la historia de la comandancia general de Provincias Internas obliga a apoyar la na rraci?n o descripci?n en los informes de inspectores, comandantes y gobernantes, o en reales ?rdenes, es decir, en el uso de docu mentos de funcionarios, porque han sido hasta ahora los de m?s f?cil acceso. Pero en los archivos quedan otros muchos que podr?an proporcionar una relaci?n de los acontecimientos menos conven cional y estrepitosa. En relaci?n con otras dificultades metodol?gicas por las que pas? el autor y en general propias de las monograf?as, cabe pre guntarse si la facilidad con que parece haber separado tan tajan temente el presidio de la misi?n fue una decisi?n prudente. Asi mismo ?por qu? no mencionar los n?cleos de poblaci?n ind?gena sobre los que cayeron los presidios? Si bien vemos, las m?s de las ve

ces el rey aprob? la erecci?n de un presidio donde hab?a habido o donde hab?a un poblado ind?gena o hab?a llegado un fraile evan

gelizados

Por lo que se refiere al texto, no creo que haya dificultad para los historiadores de la "frontera" en suscribir las conclusiones a

las que llega el autor. Una magn?fica aportaci?n a los estudios norte?os es la localizaci?n de tantos lugares en donde hubo pre sidios y un regalo para el lector es ver reproducidos los mapas de Joseph de Urrutia. Otra duda, sin embargo, que no es metodol?gica sino que lla m?mosla de oriundez, puede surgir: cierta confusi?n en la mente del mexicano al leer el t?tulo del ?ltimo cap?tulo; "The Indian re servation". Para el lector de habla espa?ola la "reservaci?n ind? gena" es una instituci?n estadounidense, que en buena medida est? re?ida con el car?cter y sentido que dio Espa?a a sus insti tuciones indianas. ?Por qu? llamar apache reservation a un po blado de apaches del siglo xv?n? Hubo tambi?n junto a los pre sidios, rancher?as o poblados ind?genas de tlaxcaltecas, seris, texias

y otros indios coexistentes a los de apaches. La pol?tica de asen tamiento y poblaci?n espa?ola no estuvo dirigida exclusivamente a los apaches. Posiblemente lo que el autor denomina reservaci?n ind?gena corresponda a una congregaci?n o a una congrega, como

se llam? en el Nuevo Reino de Le?n a una concentraci?n de

ind?genas. Se trataba de juntarlos para poder ense?arles la doc trina cristiana y la vida de buena polic?a. Precisamente fue muy dif?cil arraigarlos porque, aunque mal cumplida y muchas veces atropellada, la libertad de movimiento del ind?gena fue un de This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:37:32 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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recho consagrado. Fray Vicente Santa Mar?a, aun sintiendo una gran aversi?n hacia los b?rbaros gentiles como los apaches, criti caba duramente la congrega precisamente porque coartaba la liber tad del ind?gena. No es de extra?ar que hubiera c?rcel en el presidio, como ha b?a cepos en las misiones. ?En d?nde habr?an de estar, sino en donde hab?a construcciones m?s o menos permanentes y de cal y canto? En el presidio resid?an las autoridades que impart?an jus ticia y castigaban a toda clase de delincuentes. Pero generalmente a soldados y misioneros les apuraba deshacerse de los prisioneros porque significaban un peligro, tanto para la poblaci?n del pre sidio como para la de la misi?n. La deportaci?n de indios rebel

des por el sistema de colleras, aunque muy criticada en el si

glo xviii, era usada porque liberaba a capitanes y custodios de la responsabilidad de vigilar a los indios bravos apresados. M?s bien podr?a decirse que el presidio rechazaba al ind?gena belicoso, no que lo absorb?a. Muchas cr?ticas tuvieron que sufrir los misioneros por rechazar a numerosos ind?genas que se quer?an dar de paz. Quiz? futuros estudios lleguen a trazar la filiaci?n de la Indian reservation claramente, pero por ahora s?lo echando mano de una buena dosis de ret?rica, o como hip?tesis de trabajo, podr?a con venirse en que el presidio, en mayor medida que la misi?n, haya sido el antecedente espa?ol, en esas tierras de frontera, de la sub secuente reservaci?n ind?gena angloamericana (p. 243). La interpretaci?n corriente de la historia del Septentri?n es que la guerra de Cerro Prieto, en Sonora, hizo brotar s?bitamente en la frontera todos los problemas de dominio: con un levanta miento de indios seris y pimas bajos, a quienes Jos? de G?lvez fue a someter con grandes alardes y dispendios, se inicia la historia. Despu?s llamaron la atenci?n los apaches, llegando a convertirse en los m?s feroces "enemigos dom?sticos" de los espa?oles; tras ellos pasaron al primer plano de las noticias los comanches, toda v?a m?s insoportables. ?sta parece ser una historia c?clica de migra ciones de b?rbaros, accesible y f?cil de entender a la imaginaci?n forjada por la cultura occidental. Pero hay otros elementos de in terpretaci?n: cuando nos enteramos de que antes de que nadie pensara en un presidio los misioneros ped?an escoltas para que los soldados los acompa?aran a buscar almas que ganar para la cris tiandad y que al real de minas llegaba una guarnici?n para man tener el orden, entra la duda de si habr? otra historia que recons truir. ?No ser? el espa?ol, quien por buscar minas, trazar caminos This content downloaded from 204.52.135.204 on Tue, 03 Oct 2017 02:37:32 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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o buscar almas que salvar se meti? en territorios indios y alborot? e inquiet? a los habitantes, persigui?ndolos hasta sus propios do micilios? ?No hay tambi?n un angloamericano que buscando pieles finas y el Northwest passage fue empujando a los indios hacia el sur? Los presidios parecen ser testimonios de las apreturas vitales de los indios del norte, pero ?perdieron su car?cter de puestos de avanzada de la hispanizaci?n americana? Para una evaluaci?n general de los presidios vale la pena con siderar en qu? medida el remozamiento arquitect?nico y las re formas para su gobierno y localizaci?n fueron consecuencia de la sistematizaci?n y planeaci?n de la pol?tica borb?nica y no la res puesta a desarrollos y urgencias locales. Porque el crecimiento de las defensas fronterizas, tanto en n?mero de presidios terrestres, como en su costo, como en el aumento de tropa, no es un desarro llo independiente del crecimiento general del virreinato. En el siglo xv?n en Nueva Espa?a creci? el n?mero de habitantes, aumen t? la producci?n, subi? el monto de las exportaciones a Espa?a, se intensificaron las rivalidades internacionales y se robustecieron todas las defensas de las posesiones espa?olas americanas.

Mar?a del Carmen Vel?zquez El Colegio de M?xico

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CINCO HACIENDAS MEXICANAS TRES SIGLOS DE VIDA RURAL

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Desde el tiempo en que Bulnes y Molina Enr?quez escribie ron sus obras fundamentales, pocos temas han interesado tanto al p?blico mexicano como las haciendas. ?Eran un negocio? Los hacendados, ?invert?an en la modernizaci?n de sus fincas? ?Cu?les eran las relaciones verdaderas entre ellos y sus peones? Estas preguntas no son f?ciles de responder hoy en d?a. La hacienda ya no existe; tampoco se conserv? un cuadro hist?rico detallado y exacto de una hacienda con creta. Para crearlo, Jan Bazant pas? varios a?os examinando dos archivos privados de San Luis Potos?. As?, en este tra bajo, se recrea la vida en cinco haciendas de la regi?n. La obra contiene cuadros, mapas, ilustraciones y gr?ficas en el texto y 31 ap?ndices estad?sticos. Interesar? tanto al lector amante de la historia de M?xico como al especialista en la historia econ?mica y social. Investigador y profesor en el Centro de Estudios Hist?ri

cos de El Colegio de M?xico, Jan Bazant es autor de Los

bienes de la Iglesia en M?xico (1856-1876). Aspectos econ?

micos y sociales de la Revoluci?n Liberal (El Colegio de M?xico, 1971), libro que recibi? el Premio Nacional de His toria 'Tray Bernardino de Sahag?n" y que fue publicado simult?neamente en traducci?n inglesa de la Cambridge Uni versity Press. Ha publicado numerosos art?culos en revistas tanto mexicanas como extranjeras y escrito cap?tulos para varios vol?menes colectivos.

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