Club Náutico Hacoaj: 75 años 75 historias

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Una noche, hace 75 años, un grupo de jóvenes deportistas argentinos y judíos, que soñaba con la libertad, decidieron hacer algo más que crear un club. Decidieron decirle no a la discriminación, no a la exclusión y no al odio. Más aún, decidieron decirle sí al pluralismo, sí a la vida. Así nació nuestra Institución, como una respuesta de acción y creatividad ante la intolerancia, que marcó un camino desde el inicio: el de la búsqueda permanente de la convivencia respetuosa, base fundamental para una sociedad que aspira al progreso. Hoy, después de 75 años, los miles y miles de hombres y mujeres que elegimos y seguimos eligiendo ser parte de esta gran familia de Hacoaj, queremos más que nunca reafirmar aquellos valores que dieron origen e hicieron grande a nuestra Institución y que podemos resumir en dos: identidad y fuerza. Identidad con los valores del judaísmo que no son otros que la honestidad, el esfuerzo, la perseverancia, la humildad, la solidaridad y por sobre todo la esperanza. Esta es la enseñanza que nos propusimos trasmitir a diario, especialmente a nuestros chicos que participan en cualquiera de nuestros deportes y actividades sociales. En definitiva, Hacoaj es eso: formar mejores personas a través del deporte y la cultura. Fuerza, porque sin coraje, sin garra y sin empuje todos estos ideales solo pueden terminar en buenas intenciones. Y en Hacoaj combinamos y potenciamos ambas cosas, buenas intenciones pero en el terreno de lo concreto. Entonces, Fuerza e Identidad o Identidad y Fuerza. Hacoaj y Argentina o Hacoaj e Israel. Podríamos jugar mucho más con las palabras; pero lo cierto es que Hacoaj es todo esto y mucho más. Hacoaj es hoy una institución modelo con nueve mil socios, cuatro sedes deportivas y sociales con más de trescientas hectáreas, diecisiete disciplinas deportivas y muchas más sociales, recreativas y culturales, para todas las edades, la mayor flota de embarcaciones deportivas de Sudamérica, un plantel de más de setecientas personas trabajando en nuestros proyectos, una activa presencia en las comunidades que participamos y un equipo dirigencial y profesional de excelencia. Hacoaj es una entidad comunitaria judía inclusiva y plural. Hacoaj son las actividades y los proyectos para sus socios, pero también es la mano solidaria siempre tendida hacia quienes más lo necesitan. Hacoaj es familia, desde el nacimiento hasta la tercera edad. Hacoaj es fisica pero también virtual. Hacoaj es sencilla pero al mismo tiempo líder y protagonista. Hacoaj es un sentimiento. Hacoaj es una gran pasión. En este 75º Aniversario, es fundamental agradecer a todos los socios que, en todos estos años, han elegido vivir sus vidas en Hacoaj. A todos los que brindaron su tiempo, sus ideas, su energía y recursos en la tarea directiva voluntaria. Al personal y a los profesionales de la Institución, que contribuyeron con su esfuerzo, su trabajo y su compromiso a tener un club cada día mejor. A las entidades comunitarias hermanas, que nos acompañaron siempre. A las instituciones socio deportivas de la Argentina, con quienes hemos construido el sólido vínculo de la sana confrontación deportiva. A las autoridades nacionales, a las de la Ciudad de Buenos Aires y, especialmente, a las del Municipio del Tigre, que nos vio nacer y del que formamos parte indisoluble. Los convoco a que, todos juntos, soñemos. Como lo hicieron nuestros fundadores, aquella noche de 1935. Soñemos con el futuro, para que, dentro de 75 años, Hacoaj sea una Institución aún mejor, para nuestros hijos, para quienes continúen profundizando nuestra huella.

RicaRdo M. FuRMan Club Náutico Hacoaj Presidente Tigre, 28 de agosto de 2010



CONSEJO DIRECTIVO Presidente: Vicepresidente 1º: Vicepresidente 2º: Secretario General: Pro Secretario General: Tesorero: Pro Tesorero: Capitán: Sub Capitán: Secretario de Deportes: Pro Secretario de Deportes: Secretaria de Actividades Integrales: Pro Secretario de Actividades Integrales: Vocal Titular: Vocal Titular: Vocal Titular: Vocal Titular: Vocal Titular: Vocal Titular: Vocal Titular: Vocal Titular: Vocal Titular: Vocal Suplente: Vocal Suplente: Vocal Suplente: Vocal Suplente: Vocal Suplente: Invitado Permanente: Invitado Permanente: Invitado Permanente: Invitado Permanente: Invitado Permanente:

Ricardo Furman José Reidman Oscar Ventura Jorge Knoblovits Martín Kweller Enrique Ioszpe Aldo Ingberg Mario Sztrum José Tregob Daniel Szpryngier Aldo Dziencielsky Patricia S. de Avruj Ariel Becher Pedro Berestovoy Néstor Markowicz María Marta S. de Dervich Jaime Ikonicoff Ofelia Weiss Isidoro Melamud Jorge Regatky Leonardo Braver Ezequiel Asquinasi Gloria Figowy Sergio Teper Rita Forastier Nicolás Goldschmit Mario Rafael Cabrosi Adrián Pochne Marcelo Martín Jorge Mirner Orman Jorge Abramowicz Jorge Gersberg

TRIBUNAL DE CUENTAS Presidente: Vocal Titular: Vocal Titular: Vocal Suplente: Vocal Suplente:

TRIBUNAL DE CONDUCTA SOCIETARIA Daniel Sorin Felipe Slelatt Cohen Susana K. de Szejnblum Isaac Lerer Mario Meschengieser Carlos Jaimovich TRIBUNAL DE HONOR Juan Ofman Alejandro Filarent Tobías Morgenstern Mario Goijman Mauricio Rubins Jorge Jaroslavsky Juan Ulnik Elías Fridman Oscar Murmis Oscar Goldberg

STAFF PROFESIONAL Director Ejecutivo: Directora de Educación Física: Director de Actividades Integrales: Director de Remo y Náutica: Director de Actividades Sede Club de Campo Hacoaj Tigre: Sub Director de Educación Física: Directora de Administración: Director de Comunicaciones: Director de Prevención: Director Médico: Intendente de Sedes Capital, Tigre “Roberto Maliar” e Isla: Sub Intendente de Sedes Capital, Tigre “Roberto Maliar” e Isla: Gerente de Sede Club de Campo Hacoaj Tigre: Secretaria de Presidencia:

Luis Herbstein Pablo Glusman Jorge Auerhan Mauricio Edelstein Natalio Kisilevsky

Ariel Jenik Patricia Sagorsky Gastón Lewitan Pedro Spinaci Diego Winik Leonardo Senderovsky Liliana Giorgio Gabriel Rozenzon Gabriel Gartensztern Ricardo Panczuch Osvaldo Carena Ismael Gervassoni Claudio Encina Julia Biman



75 AÑOS DE PRESENTE Si bien desde la época de la Colonia existen rastros de presencia judía en el territorio argentino, la Comunidad se conformó como tal a partir de mediados del siglo XIX, cuando nuestro país comenzó a alentar fuertemente la inmigración europea. Los judíos ashkenazíes llegaron masivamente desde Rusia, Polonia, los países bálticos, el Imperio Austro Húngaro y Alemania. De forma paralela, arribaron judíos sefaradíes desde los amplios dominios del Imperio Otomano. Cada uno trajo consigo su cultura, sus costumbres, su idioma y el deseo de encontrar un poco de paz porque, más allá de sus diferencias, todos escapaban de la miseria, la opresión y la violencia antisemita. Durante los años veinte y treinta del siglo pasado, llegó a la Argentina una segunda oleada de judíos que se sumó a la generación hija de los primeros inmigrantes, ya fuertemente integrada a la sociedad. Si los padres de éstos habían sido colonos labradores en los campos de Entre Ríos, Santa Fe o Buenos Aires, muchos de los hijos ya se habían afincado en las grandes ciudades para desarrollarse como profesionales, comerciantes, industriales, maestros, intelectuales, periodistas, actores y dirigentes políticos. Para entonces, la presencia judía era definitivamente notoria en las calles de Buenos Aires (especialmente en los barrios de Once, Villa Crespo, Flores, Barracas y la Boca) y en los suburbios. Como era tradición desde tiempos milenarios, los judíos llegados a la Argentina se organizaron en instituciones: mutuales, religiosas, de administración de cementerios, educati-

vas, sanitarias, culturales, políticas y deportivas. A mediados de los años treinta, el mundo se asomaba al abismo de destrucción. En Europa, se consolidaban los regímenes totalitarios, uno de cuyos principales sostenes era la acción antisemita, que pocos años más tarde llegaría a límites hasta entonces inimaginables, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la Shoá. La Argentina no era ajena a este clima de creciente hostilidad. El predicamento nazi encontraba eco en estas tierras. No es casual que en 1935, el mismo año en que nació Hacoaj, se fundó la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) cuya principal finalidad era la representación política de la Comunidad Judía Argentina y la lucha contra el antisemitismo. Entonces, un joven ingeniero judío, Mauricio Schverlij, había ingresado a uno de los más tradicionales clubes de remo del Tigre. Tan fascinado estaba con los paisajes del Delta y con las posibilidades de este deporte que quiso asociar a sus familiares y amigos. Pero no pudo. Las solicitudes de inscripción eran inexplicablemente “cajoneadas”. Hasta que un día supo la verdad. Alguien se le acercó y le dijo, sin gran sutileza, que “no querían que un club tan exclusivo se llenase de gente con apellidos raros”. Lejos de acobardarse, Mauricio Schverlij impulsó una decisión: convocar a familiares, amigos y conocidos por su actividad profesional, a los que les propuso crear su propio club de remo. La noche del 24 de diciembre de 1935 logró reunir

a todos los interesados en una oficina del centro de la ciudad. Es bueno recordar los nombres de aquel grupo fundador: Mauricio Schverlij, Bernardo Müller, Marcos Yoguel, David Grichener, Marcos Braguinsky, Moisés Berestovoy, Benzión Zuker, Juan Malamud, Salomón Kotín, Mauricio Vaisenstein, Isaac Ajler, Humberto Minces, Moisés Makaroff, Jacobo Feuerman, Enrique Cornblit, Bernardo Teitelman, Armando Grinberg, Ricardo Roses, Ángel Grichener, Herman Krasilovsky e Israel Jacobo Jasnis. El club que crearon se llamó Club Náutico Israelita nombre tomado como provisional, hasta tanto una asamblea de socios decidiese el definitivo, lo que ocurrió poco tiempo después, cuando se adoptó el de Club Náutico Hacoaj, en honor del homónimo de Viena, Austria, destruido por los nazis en 1938. ¿Qué se propuso este grupo, liderado por el ingeniero Schverlij? El acta de fundación es reveladora: “…disponer de un espacio apropiado de descanso, donde los asociados puedan pasar algunos días al aire libre en compañía de sus familias y, a su vez, inculcar en los hijos de los asociados la conveniencia de dedicarse al ejercicio sano del deporte, substrayéndolos de las malas compañías”. El domingo 11 de octubre de 1936 Hacoaj inauguró oficialmente sus instalaciones en el Tigre: una angosta parcela alquilada, de cara al río. Aquella quinta contaba con una espléndida arboleda, una antigua casa colonial (con restaurante, vestuarios, dormitorios y oficinas de administración), un galpón con unos pocos


botes, una cancha de tenis, una de básquetbol (en la que también se jugaba a la pelota al cesto), una de bochas y otra de tenis. Frente a la casa, emplazada en el lugar del actual Edificio “Ing. Mauricio Schverlij”, los domingos a la tardecita se bailaba. El club palpitaba al ritmo del remo. Quienes venían a Hacoaj lo hacían fundamentalmente para remar; quien quisiese integrar las tripulaciones del Club, debía exigirse. Muy rápidamente, las palas blancas con dos rayas azules paralelas comenzaron a verse con frecuencia en los ríos del Tigre. Eran robustos botes de madera, algunos de los cuales son los mismos en los que hoy siguen remando la tercera y cuarta generación de socios de Hacoaj. El club crecía vertiginosamente gracias al aporte de más y más asociados. La suscripción de un empréstito interno permitió adquirir el terreno que se había alquilado durante los primeros dos años, así como otro lindero (donde hoy está ubicado el natatorio). Nuevos socios se sumaban a la aventura del remo y quedaban fascinados por las inagotables maravillas naturales que develaba el Tigre. De a poco se fueron formando equipos de básquetbol, tenis y pelota al cesto y el club comenzó a competir con sus pares, en torneos oficiales. Como hemos dicho, Hacoaj había nacido al calor de una reivindicación de identidad judía, en un contexto social fuertemente antisemita. No era fácil salir al río y enfrentar insultos y agresiones. Aquella era la realidad de ese tiempo pero los muchachos, y aún las chicas de Hacoaj, no se permitían acobardarse. En 1940 Hacoaj ganó su primera regata. El cuatro cadetes integrado por Esteban “Beto” Segal (timonel), “Chocho” Rubinstein (stroke), Darío Winitzky, Jorge “Cacho” Barenboim y Harry Glikin, en representación de la Capital Federal, se impuso en el campeonato organizado por la

Confederación Argentina de Deportes. “Cacho” Barenboim, que en aquella oportunidad integró un cuatro, era un singlista de ritmo arrollador. Sin embargo, ni él ni ninguno de sus compañeros podían participar en las regatas oficiales de la Asociación Argentina de Remeros Aficionados. Entre 1937 y 1942, dicha Asociación rechazó en cuatro oportunidades los pedidos de afiliación de Hacoaj, sin poner por escrito los verdaderos motivos, aunque éstos fuesen muy evidentes. Incluso la entidad modificó su Estatuto con la apenas disimulada intención de perjudicar a Hacoaj. En 1943 estableció que si un club era rechazado tres veces, debía esperar cinco años para volver a solicitar su incorporación. El único que soportaba esta situación era Hacoaj. Esta anomalía, que produjo no pocas reacciones de solidaridad, fue valientemente denunciada por la conducción institucional. Los entrenadores de otros clubes, conocedores de la calidad de los remeros de Hacoaj, los tentaban a subirse a sus botes. Pero los muchachos de Hacoaj los rechazaban sistemáticamente. Si no les permitían representar a su club, no lo harían con ningún otro. Recién al quinto pedido de afiliación, Hacoaj fue aceptado. Esto ocurrió el 30 de septiembre de 1948. Apenas cuatro meses antes se había creado el Estado de Israel. La cercanía de ambos hechos no es casual. La epopeya moderna de Israel fue una demostración cabal de la capacidad de creación y de la fortaleza del pueblo judío. El club crecía a ritmo sostenido, al tiempo que buscaba fortalecer su identidad. El comienzo de la década del cincuenta estuvo marcado por varios hechos relevantes: se llevó a cabo la primera gran inversión en infraestructura en la Sede Tigre y comenzaron a darse los primeros triunfos de relevancia en el campo deportivo,

logros cuyo eco trascendió el tiempo. La lista de triunfos es interminable y ha sido detallada en diversas publicaciones de reseña histórica, a lo largo de estos setenta y cinco años, por lo que mencionaremos sólo algunos. En 1950, Hacoaj ganó sus primeras regatas oficiales con el doble par integrado por Federico Bircz, Fernando Saltzman y Natalio Kukulka en el timón. Ese mismo año, el equipo de básquet ascendió a primera división y en 1953 obtuvo la Copa Dickens, uno de los más preciados trofeos del deporte amateur; los conjuntos de pelota al cesto y vóleibol también llevaron a lo más alto el nombre de Hacoaj. La década del sesenta marcó un punto de inflexión. El grupo fundador fue dejando paso a una nueva generación de jóvenes dirigentes que trajo consigo un nuevo impulso de crecimiento. El club siguió expandiéndose en el Tigre, con la incorporación de nuevos terrenos y la cantidad de asociados rápidamente creció. Al mismo tiempo, se produjo una afirmación de la identidad judía de la Institución, materializada en varios hechos concretos: la celebración de las festividades de Pesaj y Rosh Hashana, la participación activa de Hacoaj en las Macabeadas (mundiales en Israel, panamericanas y nacionales), la creciente presencia en las entidades centrales comunitarias, a través del accionar de sus dirigentes, el aporte material de sus asociados, la plena identificación con los principios del movimiento sionista y el Estado de Israel. Hacia finales de los años sesenta, Hacoaj dio otro paso de vanguardia: el desarrollo de la primera etapa de departamentos, frente a la Sede Tigre, lo que no sólo cambiaría el concepto del Club sino del Tigre mismo, como polo de desarrollo urbano. En los años setenta, la actividad institucional estaba definitivamente consolidada. En el te-


rreno deportivo Hacoaj ya era líder indiscutido, no sólo en el entorno comunitario, su nombre ya sonaba fuerte a nivel nacional. Las actividades sociales y formativas habían tomado cuerpo. El Club formaba sus propios líderes juveniles, que comenzaron a llamarse “madrijim”, quienes tomaron a su cargo la tarea de educar a los más pequeños. En esos años, Hacoaj incorporó un pedazo del paraíso a su patrimonio: la Sede Isla, sobre el río Sarmiento, que no sólo fue un destino para nuestros miles de remeros sino también un espacio de esparcimiento y descanso en contacto directo con la naturaleza. En la segunda parte de esta década se inauguró la Sede Capital, dando respuesta al antiguo anhelo de contar con un espacio moderno en la Ciudad de Buenos Aires para el entrenamiento deportivo y los partidos oficiales, pero que también marcó la oportunidad de acrecentar la cantidad y la calidad de las actividades sociales, culturales y educativas. Cuando la Argentina ingresó en su época más dolorosamente oscura, Hacoaj se transformó en un refugio para la expresión. En diametral contraste con un contexto represivo, Hacoaj dio lugar a las voces vedadas y a las posibilidades del hacer. Los años ochenta comenzaron con Hacoaj liderando lo que en ese momento, y por muchos años, fue el mayor proyecto de inversión privada de la Provincia de Buenos Aires: el Club de Campo Hacoaj Tigre. Con el desarrollo del Club de Campo, Hacoaj demostró cabalmente su verdadero potencial y la visión de futuro de sus asociados. Para explicar esta afirmación, basta

recordar que treinta años atrás, en el lugar donde hoy está emplazada la cuarta sede institucional (con sus más de trescientas casas, cien departamentos, cancha de golf, infraestructura deportiva y cientos de familias viviendo permanentemente), sólo había un bañado inundado de imposible acceso. En el terreno de las actividades, Hacoaj alcanzó en esos años la consolidación definitiva y un dinamismo característico. Poco a poco, el concepto de club fue dejando lugar al de centro comunitario, como espacio de conformación de la identidad, a través de la actividad deportiva, recreativa, cultural y social, para todas las edades. Por diversos motivos, los años noventa pusieron a prueba la fortaleza comunitaria. La Argentina y el mundo ingresaron en una etapa de polarización social, en la que se vio fuertemente afectada la estructura social, producto de las cada vez más fuertes crisis económicas. Esta década será, también, tristemente recordada por los atentados impunes contra la Embajada de Israel, en 1992, y la sede de la AMIA-DAIA, en 1994. Vivimos aquellos hechos inenarrables con dolor, por las vidas absurdamente perdidas y por la tremenda significación de aquellos ataques terribles, que no fueron solamente contra la comunidad judía, sino contra la sociedad argentina en su conjunto. En toda nuestra historia comunitaria no hubo prueba más dura. Pero en medio del estupor supimos fortalecernos y sostener con la mayor energía nuestra identificación con la vida. Desde entonces, el reclamo de justicia es parte de nuestra acción permanente. Hoy, dieciocho y dieciséis años después de los

atentados podemos decir que aún vivimos las secuelas, pero -a pesar de todo- hemos salido fortalecidos. El inicio del nuevo milenio también trajo consigo nuevos desafíos. Una nueva crisis profunda marcó la necesidad de buscar nuevas estrategias de sostén institucional. La alianza estratégica con la Sociedad Hebraica Argentina fue un intento cuya implementación y resultados no fueron satisfactorios pero, en definitiva, demostró la clara intención de superación ante una situación social, política y económica que, en aquellos tiempos, se presentaba como absolutamente imprevisible. La crisis de 2001 fue también disparadora de las acciones de solidaridad que, desde hacía cuatro años antes, Hacoaj había encarado a través de la organización de su voluntariado social, en sólida alianza con otras entidades hermanas y las instituciones centrales de la comunidad. Así, luego de esta breve reseña, llegamos al presente, en que Hacoaj celebra sus primeros 75 años. Y lo hacemos valorando nuestra tradición: con la mirada dirigida, al mismo tiempo, a nuestros orígenes y a nuestro porvenir. De esta manera, honramos a quienes nos enseñaron el camino y tomamos de la mano a quienes hoy y en el futuro, seguirán llevando con amor y orgullo los colores azul y blanco de nuestra identidad argentina y judía en el río, en los campos de deportes, en los espacios comunitarios, en cualquier rincón del mundo donde haya un hombre o una mujer que sientan que Hacoaj es parte de su vida y que su vida es parte de Hacoaj.



HACOAJ E

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7 5 a ñ o s h i s t o R i a s

l relato personal es una de las formas más interesantes de abordar tanto la historia colectiva como la visión del porvenir de un espacio comunitario. La multiplicidad de voces que hoy volcamos en este libro es una muestra del diálogo permanente alrededor del cual se ha construido la Institución, en sus 75 años. No es casual que estas evocaciones personales y subjetivas aborden, de distintas maneras, temáticas similares como ejes que las atraviesan transversalmente: el espacio familiar, el orgullo de la pertenencia, la construcción de la identidad, el descubrimiento de las oportunidades de crecimiento, la alegría del juego compartido, el desafío de entender y adaptarse a cada época, la sensación del espacio propio, los lazos de amistad que resisten la distancia, el paso del tiempo… Para celebrar 75 años, hemos elegido 75 historias. Sabemos perfectamente que no son únicas y que, de ninguna manera, excluyen a las otras cientos o miles que no están en este libro, con nombre y apellido pero que se desprenden de éstas como raíces y ramificaciones. Sabemos que los relatos aquí presentados dispararán otros recuerdos y también, otras proyecciones de futuro. Sigamos alimentando el diálogo permanente, ese murmullo que nos acompaña y que nos conecta con quienes tenemos tanto en común: el haber pertenecido, el seguir perteneciendo, el querer pertenecer a este lugar tan poderosamente fascinante que construimos entre todos y que llamamos Club Náutico Hacoaj.


Í n d i c e

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Fernando Saltzman

El remo, metáfora de la vida

18

Ber Londynski

La bandera de Israel

20

Billie Goldfeld

Billie y Miguel

22

Jacobo Choclín

Una leyenda viviente

24

Cacho Elinger

Recuerdos de aquel Tigre

26

Elías Dyment

Nuestra primera Macabeada

28

Florencia Kijak

Soy feliz en Hacoaj

30

Armando Goldman

Espíritu macabeo

32

José Stolowicz

Todo por el equipo, todo por Hacoaj

34

Corina Bespresvany

El valor del equipo

36

Martín Maliar

Mi viejo, Roberto

38

Abi Sztrum

Alma de campeón

40

Luciana Wilensky

Mi abuelo Pepe

42

Eduardo Melnitzky

¡Guilboa, por siempre!

44

Mario Neiman

Los chiquilines del año 35

46

Gloria Figowy, Marcos Sandler y Shulamit Nachtigall

Voluntarios en Red

48

Tito Morgenstern

Los desafíos del crecimiento

50

Maia Hutnik, Brian Ritter y Nicole Rubins

Pasado, presente y futuro

52

Mauricio Rubins

La mirada al porvenir

54

Margarita Wais

Un club hermoso

56

Chaco Jaroslavsky

Deportista y dirigente

58

Claudia Lang

Un lugar para descubrir

60

Juan Ofman

Todo comenzó con el fútbol

62

Ariel Kievsky

Caminos abiertos

64

Daniel Ochacovsky

El límite, siempre más allá

66

Gerardo Hutnik

¡Soy de Hacoaj!

68

Mario Goijman

Mi papá me metió a Hacoaj en la sangre

70

Daniela Favelukes

En Hacoaj di mi primer beso

72

Víctor Tarasiuk

Con la camiseta puesta

74

Andrés Arazi

Las lecciones del río

76

Paula Guz

Hacoaj, una elección diaria

78

Carlos F. Rubinstein

Una historia policial

80

Marcelo Epstein

Recuerdos mágicos

82

Pato Bulgach

Primer campeón Panamericano

84

Natalí Doreski

La mística del deporte

86

Alejandro Filarent

Nuestro espacio comunitario

88

Daniel Nosovitzky y Ricardo Blinder

Amigos toda la vida


90

Edgardo Abuaf

El Club me dio mucho

92

Quique Fridman

El espíritu conciliador

94

Ernesto Erdei

Los poderosos lazos de la identidad

96

Jaime Iungman

Cuando nos conocíamos entre todos

98

Regina Serjai

Corazón de bochófila

100

Ezequiel Stolar

Un ámbito de contención

102

Martha Minces de Ricover

El pensamiento y la creación

104

Grupo de Tenis de los miércoles

Camaradería, amistad y solidaridad

106

Mirta Kupferminc

Hacoaj me ha dado grandes cosas

108

Oscar Zelig Goldberg

Ma tovu Hacoaj

110

Fito Goldsman

Identidad sionista

112

Silvia Cichowolski

El compromiso en persona

114

Oscar Murmis

¡Sí! Oficialista de Hacoaj

116

Ayelén Maisley

Representar al Club: un momento único

118

Juegos Sociales

Participación sin límites

120

Gastón Wainer

Alto de humildad

122

Patricia Kohan

Una gran luchadora

124

Gerardo Freideles

Recuerdos de la natación

126

Norma Werthein

Un sendero de tres generaciones

128

Gusi Fiszbajn

En hacoaj desde la cuna

130

Juan Ulnik

Hacoaj es permanente evolución

132

Jackie Lang

Todo por esos colores

134

Néstor Rosenfeld

Donde todo es posible

136

Isidoro Resnik

Saber de dónde venimos

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Jorge Fainzaig

Hacoaj es continuidad

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Julio Glosman

Una familia de Hacoaj

142

Martín Mild

Un hijo del Club

144

Néstor Markowicz

El compromiso del voluntariado

146

Mario y Adriana Luchansky

De Hacoaj extrañamos todo

148

Tito Pilosof

Desde la Isla

150

Ricardo Kestelboim

Los mejores años de mi vida

152

Tito Szarfman

Vocación de hierro

154

Cholo Sandler

Como la palma de mi mano

156

Tuny Kollmann

Amigos inseparables

158

Ariel Melamud

La palmera Melamud

160

Víctor Vaisman

En Hacoaj encontré mi lugar

162

Pedro Iungman

75 años después

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Staff profesional

El orgullo de trabajar en Hacoaj


FERNANDO SALTZMAN Junto a FedeRico “FRanchi” BiRcz y natalio KuKulKa (tiMonel), ganó la pRiMeRa Regata oFicial paRa el cluB náutico hacoaJ, en 1950. en esta FotogRaFÍa FeRnando está Junto a claRa, su MuJeR.

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EL REMO, METÁFORA DE LA VIDA ernando Saltzman es uno de esos socios que camina por el club y pasa desapercibido. Esto no es casual. Apenas uno lo conoce, se da cuenta de que se trata de un hombre modesto, reflexivo y sensible. Sin embargo, es protagonista de uno de los logros institucionales más importantes de nuestra historia: en el dos largos, junto a Federico “Franchi” Bircz y Natalio Kukulka en el timón, ganó la primera regata oficial para Hacoaj. Fue el 29 de octubre de 1950 en Santa Fe, éxito que se repetiría pocos días después, el 11 de noviembre en el Tigre y el 19 del mismo mes en Río Santiago, en estas dos oportunidades también acompañado por Franchi, pero con Marcelo Neer como timonel. Fernando piensa con atención cada una de sus respuestas. Se nota que no quiere contestar a la ligera. Sus palabras son intensas. Su mirada, conmovedoramente profunda. Aquel día de hace sesenta años, el de aquella regata legendaria, vuelve a su mente como un rompecabezas construido con retazos de recuerdos de las tantas y tantas competencias en las que participó a lo largo de su vida, de las que, sintetiza “gané algunas y perdí muchas otras…”. Tanta experiencia le permite compartir esta reflexión: “En una regata, uno no tiene conciencia absoluta de lo que está sucediendo porque la sangre va a la musculatura, no al cerebro. Más aún si uno está peleando bote a bote, remada a remada. La verdad es que no tengo una idea clara de cómo fue aquella regata. Tengo la sensación de que fue bastante pareja y recién cuando nos tranquilizamos, nos dimos cuenta de que habíamos ganado”. El primer indicio del triunfo logrado se lo dio un remero del Teutonia, que le tendió la mano y le dijo: “Fernando, te felicito… Aquel era un muchacho que conocíamos de vista, porque nunca habíamos charlado siquiera con nadie del Teutonia, ya que estábamos prevenidos ante cualquier indirecta o agresión… Hubo muchas piñas en el transcurso de aquellas regatas, no sólo con los del Teutonia,

con los otros también. Pero aquel hombre, a quien nunca más volví a ver ni sé cómo se llamaba, se acercó y fue el primero en felicitarme. Ese hecho me quedó muy marcado, en épocas tan difíciles como aquellas”. El ritual posterior a las regatas indicaba que se mencionaba al Club y a los remeros ganadores y luego se daban las hurras; un ceremonial muy sencillo y conmovedor… “Y me parece recordar que en aquella primera regata estaba presente Lito Tarasiuk saltando ahí en la rampa, loco de alegría”. Fernando siempre tiene palabras de profundo cariño por su compañero de bote, Franchi Bircz, quien desde hace muchos años vive en Israel. “Franchi era todo lo contrario de mí pero nos complementábamos muy bien. Los entrenamientos con él eran algo extraordinario porque era muy constante y seguidor, mucho más que yo. Franchi había llegado de Polonia después de la guerra, con varios hermanos. Probablemente, de allí venían esas ansias de superarse, de encontrar seguridad. Él era zapatero de oficio; lo recuerdo sentado, fabricando unos zapatos grandes, de esos que se usan en la industria, con su martillo y los clavos entre los dientes. Después él se dedicó al Canotaje, donde también ganó regatas importantes, y al atletismo. Toda su vida fue y sigue siendo un grandísimo entusiasta del deporte”. A Fernando le gusta pensar en el remo como una metáfora de la vida: “Cuando más fuerza uno hace, mayor es la resistencia que produce la embarcación”. El secreto, afirma, está en encontrar el ritmo y el equilibrio para que la energía que uno aplica sea la adecuada. “Y cuando eso ocurre, cuando uno es armónico consigo mismo y con el compañero, es un poco como un milagro…”. Fernando sigue remando. Elige los días templados para dar la vuelta grande del Paraná. Desde la ventana de su departamento, en la etapa uno, frente a su rampa, se emociona con un enorme cardumen que pasa por el Río Tigre para desovar. No está solo. A su lado siempre está Clara, su mujer, su compañera de siempre, su amor. O, como él prefiere llamarla: “La timonel de mi vida”.

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BER LONDYNSKI luchadoR poR la causa JudÍa y sionista, Junto a la MenoRá de la sede tigRe “RoBeRto MaliaR”.

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LA BANDERA DE ISRAEL er Londynski llegó a Hacoaj en 1944, luego de diez años de militancia en el Hashomer Hatzair, movimiento juvenil sionista socialista en el que había forjado su personalidad y en el que había aprendido a sostener sus opiniones con firme convicción. Décadas después, puesto a reflexionar sobre aquellos primeros años de Hacoaj, sus afirmaciones siguen sosteniendo la firmeza de entonces. Es por ello que no titubea al decir que “…los fundadores de Hacoaj pensaron al Club como un espacio restringido y, a pesar de haber nacido como respuesta a la discriminación antisemita, Hacoaj tenía una débil identidad judía. Buena parte de los fundadores estaban fuertemente marcados por una ideología comunista de alineación pro soviética, y por lo tanto, contraria a la idea tradicional judía y, especialmente, al sionismo, como movimiento de liberación nacional y social del pueblo judío en la Tierra de Israel. Ellos conformaban una corriente interna que se conoció como el “Grupo Anteo”. Hacoaj nació, entonces, con esa contradicción”. Alarmado por esta situación, un sector de la dirigencia comunitaria decidió que un grupo de jóvenes sionistas se hiciera socio de Hacoaj, para trabajar desde adentro y forzar un cambio ideológico. “Había que pagar una alta cuota de ingreso y las mensualidades no estaban al alcance del bolsillo de cualquiera. Igualmente nos asociamos y rápidamente comenzamos a meternos en la interna del Club”. Pero para ser alguien dentro de Hacoaj había que ser un buen deportista, especialmente en el remo. “Entonces aprendí a remar -recuerda Ber- y también propuse que se armara un equipo de vóleibol, deporte que había jugado en el Hashomer Hatzair”. En Hacoaj no se jugaba al vóley. Había un buen equipo de básquet y algunos jugadores de tenis, además de los remeros, por supuesto. Otros deportes no tenían mucho lugar. “Con mis amigos sionistas -continúa Ber- nos presentamos ante el Director de Educación Física, el profesor Glauco Caielli, quien encantado aceptó formar un equipo de este deporte nuevo y poco conocido”. Caielli sacó una red de la cancha de tenis y la puso alta, para probar a estos muchachos. - Vamos a hacer una cosa -dijo. Ustedes juegan bien al voley ¿están fichados? - No, somos socios nuevos -contestamos. - Hagamos un desafío con el primer equipo de básquet de Hacoaj. Si ustedes les ganan, los fichamos y los hacemos representar al Club. “Los de básquet eran todos lungos pero les ganamos 15-0, 15-0. Caielli quedó asombrado y nos fichó a todos. A mí me nombraron capitán”. El equipo de vóley de Hacoaj estaba integrado por Raúl Chernof, Fabio Bruschtein, Manuel Chausovsky, José Gotlieb, Sin-

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del Ioszpe, José Rosenblat, Abraham Cheistwer y el propio Ber. Los comienzos no fueron fáciles. No había lugar para entrenar y el Club ni siquiera proveyó las camisetas. Pero era un buen equipo. En el año 1947 ganó la Copa Morgan, de la Federación Argentina de Vóleibol, en la categoría Novicios. La final fue contra un equipo de militares. “En ese momento no teníamos cancha, así que siempre éramos visitantes. Recuerdo que se llenó la tribuna y empezaron a gritarnos que nos iban a hacer jabón… Estábamos los jugadores nada más y no teníamos hinchada. El técnico era Caielli, que una vez más demostró ser una gran persona. Antes de salir a jugar, nos reunió y nos dijo: “Cálmense, no tenemos otra salida. Hay que ganar o ganar. Porque si perdemos nos van a gritar, nos van a insultar, nos van a patear, nos van a hacer de todo. Si ganamos, por lo menos, vamos a salir con la frente alta”. Él, que no era judío, sufría los insultos tanto o más que nosotros. Y ganamos. Nos matamos y les ganamos. Fue la primera copa de Vóley de Hacoaj y de un club judío en la Argentina, lo que tuvo una importancia tremenda”. Otro de los grandes recuerdos de Ber está ligado al nacimiento mismo del Estado de Israel. El 29 de noviembre de 1947 fue una fecha de fundamental importancia para la historia moderna del pueblo judío. La Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Resolución Nº 181 “De Partición de Palestina”, que ponía un plazo de seis meses para la finalización del Mandato Británico sobre la región. Era la concreción política de la lucha del Movimiento Sionista. Pronto culminarían dos milenios de dispersión. El 7 de diciembre se realizó en Hacoaj un acto de gran trascendencia: era la primera vez que en la Argentina se izaba la bandera sionista y se entonaba el Hatikva (que pocos meses después serían la Bandera y el Himno Nacional del Estado de Israel). La tradicional pista de baile los domingos a la tarde reemplazó los tangos y los boleros habituales por un “hora”, baile en ronda descendiente lejano de los freilaj y antecedente más cercano de los modernos “rikudim”. “Para ese entonces -recuerda Ber Londynski- ya éramos unos cuantos los socios que veníamos del Ateneo Sionista, tanto de universitarios como de secundarios. Pero a los muchachos del Grupo Anteo esto no les gustó mucho que digamos. Alguien cortó la luz, se acabó la música y nos tiraron al agua… Hubo empujones y trompadas. Aquella tarde nadie bailó”. Aquellas experiencias no hicieron más que ratificar la decisión del grupo de asociados sionistas de quedarse en Hacoaj para torcer el rumbo que estaba tomando la Institución. La decisión fue comenzar a hacerse fuertes en los deportes y las comisiones internas, trabajar desde abajo para alcanzar la conducción, en el mediano plazo. Pero para ello era necesario, primero, abrir las puertas del Club y sumar más socios.


BILLIE GOLDFELD una veRdadeRa leyenda de hacoaJ, en la Quinta goldFeld, Que lleva ese noMBRe en honoR de su MaRido, Miguel.

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BILLIE Y MIGUEL ediodía de un sábado cualquiera en el Tigre. Es uno de esos días perfectos en los que el sol calienta exactamente lo necesario y el cielo es intensamente azul. En la rampa, un bote B se apresta a salir. Sus tripulantes se demoran en la elección de las palas. Se entrenan para cruzar a Carmelo. A pesar de estar muy concentrados se detienen a mirar a la mujer que acaba de llegar desde el otro lado del puente. Tal vez les llame la atención su elegancia o su aspecto de fragilidad, que contrasta notablemente con la firmeza de sus pasos. La mujer se llama Billie Goldfeld y es una de las matriarcas de Hacoaj. Por elegancia no diremos su edad sino su número socia: el 98. Billie llegó a Hacoaj para hacer deportes cuando el Club sólo ocupaba una angosta franja de tierra a la vera del Río Tigre. Como tantas otras mujeres de Hacoaj, y casi ninguna fuera del Club, Billie aprendió a remar. Llegaba los domingos bien temprano luego de un largo viaje en tren, acompañada por sus primos y por un bullicioso conjunto de chicas y muchachos cuyo destino final era aquella pequeña quinta del Tigre, en la que comenzaba a gestarse Hacoaj. No sabemos si Billie se largaba del tren en la curva de Montes de Oca, para ahorrarse la caminata desde la estación y, por qué no decirlo, tantos años después: los 75 centavos del pasaje. Lo cierto es que llegaba y, de inmediato, se iba al río donde transcurría buena parte del día. Luego, antes de que el sol cediera, se cambiaba de ropas y se aprestaba a bailar. Así finalizaban los domingos en aquel Hacoaj de los años cuarenta: al ritmo del bolero, donde chicos y chicas cruzaban sus miradas y sus destinos. Allí, Billie reparó en un muchacho pintón llamado Miguel Goldfeld. Pero -ella misma lo admite- hizo falta la gestión de un celestino que los presentara, que no fue otro que su amigo de toda la vida: Roberto Maliar. Billie y Miguel se conocieron en Hacoaj, que fue desde siempre su segundo y, a veces, su primer hogar. Billie comenzó a jugar a la pelota al cesto. Para entonces, llegaba al club los sábados a la tardecita y pasaba la noche en el dormitorio de las mujeres. Había otro de varones, claro, pero lejos, muy lejos. En pelota al cesto encontró

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otra pasión en la que se combinaban deporte, competencia y amistad. De los nombres de aquellos años vienen a su memoria el de Miriam Maliar y el de la entrenadora Sara Closas, a quien fue a buscar especialmente a otro club. Con su conocimiento y experiencia, y el apoyo de Glauco Caielli, Sara dirigió el deporte por muchos años, transformándolo en una cantera de logros inigualables. Miguel remaba en regatas internas y, luego de que Hacoaj fuese admitido en la Asociación Argentina de Remeros Aficionados (en 1948), representando al Club. Cuando dejó de remar competitivamente fue dirigente en la Capitanía y, desde allí, elegido para la Comisión de la Regata Internacional del Tigre, donde se destacó por su férrea defensa de los intereses de la Institución, en un ámbito muchas veces adverso. Miguel y Billie venían de familias de tradición judía laica. Hoy Billie afirma sin dudar que ambos descubrieron y formaron su identidad judía en Hacoaj. Miguel trabajó intensamente en el área de bitajón (seguridad) en un tiempo difícil, en los que las instituciones judías eran objeto de la hostilidad antisemita. “Para Miguel aquella experiencia fue muy reveladora”, afirma Billie. A tal punto que, en 1966, la familia en pleno, el matrimonio y sus tres hijos: Alejandro, Laura y Diana, se fue a vivir a Israel. Billie muestra con orgullo el álbum de fotos de la fiesta de despedida en el Salón Panorámico de la Sede Tigre, en la que participó todo Hacoaj. A poco de llegar a Israel, Miguel falleció súbitamente y la familia decidió regresar. En Hacoaj encontraron calidez y contención. Para entonces el Club había logrado comprar unos terrenos linderos, que prácticamente duplicarían su superficie. Miguel, como vicepresidente, había trabajado fuertemente en las intensas gestiones de compra. Por eso la Asamblea de Socios decidió perpetuar su nombre dando a este espacio arbolado el nombre de “Quinta Goldfeld”. Billie se reintegró a la Sub Comisión de Pelota al Cesto y trabajó en la organización de torneos y equipos. Siguió remando, aprendió a jugar al tenis, luego al golf y, años más tarde, encontró un nuevo espacio de pertenencia en el Estadio de Bochas. “Ahora no estoy jugando porque me lesioné, pero pronto me voy a recuperar y volveré a jugar”, afirma con convicción. Si ella lo dice, no hay ninguna duda que así será.


JACOBO CHOCLĂ?N gRan iMpulsoR del tenis en hacoaJ y pRiMeR socio en ReciBiR la copa al MeJoR depoRtista, en 1967.

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UNA LEYENDA VIVIENTE acobo Choclín es una de esas personas que no puede caminar más de dos pasos por el Club sin que alguien se acerque a saludarlo, con abrazos efusivos y palabras de gran afecto. Es que para los socios de cincuenta y pico para arriba, “El Ñato” es una leyenda viviente. Creemos no exagerar si decimos que fue el gran impulsor del Tenis de Hacoaj; la persona que por talento, calidad de juego y caballerosidad deportiva llevó a este deporte a su máxima expresión. Cuando llegó a Hacoaj, en los años cincuenta, Jacobo venía precedido de una larga fama como tenista de gran categoría. Había comenzado en el Club Harrod´s - Gath & Chaves, a instancias de su mamá, que sabía que el deporte sería el mejor remedio para su hijo asmático. “Tenía un asma tremenda, de nacimiento, así que mi mamá –que trabajaba en Harrod´s- me insistió con que hiciera deportes. De entrada me atrajo el tenis y descubrí que tenía gran facilidad para jugarlo. En Harrod´s fuimos subiendo de quinta a intermedia, en los interclubes de la Asociación Argentina de Tenis”. Su carrera deportiva lo llevó a varias instituciones: Banco Provincia, Ferro Carril Oeste, Teléfonos… hasta que su amigo Mario Aisenson lo invitó a Hacoaj. Y de aquí no se fue más. En primer lugar, porque en Hacoaj había mucho por hacer, mucho por mejorar. En segundo lugar porque aquí encontró al amor de su vida, Emilia a quien todos conocen como “Tota” y aquí nacieron sus hijas: Claudia y Roxana. El Ñato siempre fue un hombre amante de los desafíos. “El nivel del tenis en el Club era bajo. Mario Aisenson jugaba bastante bien, pero había que formar nuevos jugadores, por eso me encargué de los pibes, junto con un gran profesor que trajimos entonces: Adolfo Dellasopa”. Así fueron surgiendo talentos como Alejandro Goldfeld, Víctor Tarasiuk, Alejandro Goijman, Dany Aisemberg, Horacio Grinberg, Adriana Korn, Adriana Luchansky… y su propia hija Claudia quien, al momento de contar esta historia, acompaña a su papá y dice cosas que él mismo, por humildad, no se atrevería a decir. “Una de las características más admirables de mi viejo es que aprendió a jugar al tenis solo. Nunca tuvo un profesor y realmente jugaba muy bien, con excelente técnica y gran dominio de los golpes”. Claudia se emociona con los recuerdos. “Durante muchos años, cada vez que decía mi apellido en cualquier club de tenis, la gente me preguntaba qué era de Jacobo; cuando les contestaba que era la hija, la respuesta era un: ¡Ahhh! de admiración. Y eso no sólo tiene que ver con lo que papá representaba como jugador, sino especialmente como persona respetuosa y por lo tanto, respetada”. Entre los grandes méritos del Ñato Choclín está el de haber

sido el primer socio de Hacoaj en recibir la Copa “Director del Departamento de Educación Física” como Mejor Deportista, en 1967. La ceremonia de entrega del premio tuvo sus peculiaridades. En aquel entonces no se realizaba la Fiesta del Deporte, que comenzó a organizarse algunos años después. “Yo estaba participando un interclubes, en la Sede Tigre, cuando en pleno partido alguien me dio la noticia que me habían distinguido y que tenía un premio para retirar. En ese momento no me di cuenta de la importancia del tema por lo que pedí disculpas, ya que no podía abandonar la competencia. Después reaccioné y fue muy emocionante para mí. La celebración, toda esa gente que me reconocía, que me bañaba con champagne y me felicitaba, fue inolvidable. Claro que al ratito, empapado y todo, ya estaba de vuelta en la cancha”. Víctor Tarasiuk, uno de los discípulos del Ñato cuenta en este mismo libro que vivió como una gran contradicción el día en que tuvo que enfrentar a su maestro en la cancha, con posibilidades de ganarle. Jacobo también recuerda aquel partido y agrega que fue muy parejo, hasta el último set. “Lo peleamos hasta el último set. Íbamos como 6 ó 7 iguales… y yo a esa altura ya quería que me ganaran. Había una diferencia de edad muy marcada y Víctor jugaba realmente bien. Me ganó peleando pero me ganó”. De muchas maneras aquel partido fue muy significativo. No sólo para sus protagonistas, que lo recuerdan con gran intensidad, sino porque implicó, simbólicamente, pasar la posta a la nueva generación, lo que siempre es imprescindible para el crecimiento de una Institución. Luego de jugar al tenis, Jacobo también jugó al golf. Nuevamente de la mano de Mario Aisenson conoció el Club de Campo. “Mario sabía de mi afición por este deporte así que un día me llevó a conocer unos terrenos cerca del Club. Me mostró con orgullo aquellos pastizales y me dijo: ‘Aquí construiremos nuestra cancha de Golf’…”. Para sintetizar la entrañable relación de Jacobo con Hacoaj, bien vale esta anécdota, que nos cuenta Claudia: “Durante varios años dejé de ir al club hasta que volví cuando mi hijo Pablo tenía unos cinco años. Un día, Pablo apareció con un helado sin que nadie le hubiese dado plata para comprarlo… Dijo que se lo había regalado Américo, el heladero. Sorprendida, lo busqué para pagárselo. Cuando lo encontré, la respuesta de Américo también fue sorprendente: `¡Cómo no le voy a regalar un helado al nieto del Ñato!’. Después de tantos años nos recordaba. Así es nuestra relación con Hacoaj”.

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CACHO ELINGER uno de los gRandes ReMeRos de la pRiMeRa ĂŠpoca, posa con la Medalla plateada de la MacaBeada isRael 1961.

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RECUERDOS DE AQUEL TIGRE l consultorio de un psicoanalista es, probablemente, la mejor escenografía para jugar el juego de las evocaciones aunque, en esta oportunidad, los roles están invertidos. Quien se interna en la aventura de hurgar en el pasado con su diván, allá en el fondo, como testigo- es Carlos Elinger, remero y golfista, psiquiatra y psicoanalista. Carlos llegó a la rampa de Hacoaj a mediados de los cuarenta, a sus quince años, por consejo de Lito Taraciuk, amigo de sus padres y de su tío Salomón Lerner, quienes opinaban que el remo sería la mejor terapia para aquel pibe flaco y asmático que era entonces. Allí conoció a Dito Londynski, de su misma edad y similar contextura física, quien lo invitó a remar. Carlos jamás se había subido a un bote y tampoco sabía nadar, pero le fue muy bien en esa primera experiencia. Al poco tiempo, ambos ganaron una regata interna en un doble de paseo. Tal vez fue la sensación de triunfo la que le hizo persistir en este nuevo mundo que se abría a sus posibilidades. Antes de darse cuenta y de entender por qué, estaba levantándose a las cuatro de la mañana en pleno invierno, con frío, lluvia o niebla cerrada, para salir a entrenar como miembro del equipo de remo de Hacoaj, al mando de Alberto Valle. “Valle tenía la teoría de que a esa hora estábamos bien frescos. Para despertarnos ponía un disco folklórico a todo volumen y así, sin desayunar, bajábamos al río. Al volver cada uno seguía con su rutina diaria, en la escuela, la facultad o el trabajo”. De aquella época, Carlos recuerda a varios amigos entrañables: Elías Dyment (con quien luego correría en par), el hermano de éste Jaime, Carlos Rubinstein, el “Turco” Pilosof, “Pechuga”, Fernando Saltzman… todos bajo la tutela del Capitán Pablo Mintz y del Dr. Isaac “Pepe” Tolchinsky, quien los hacía subir a la lancha para controlarles la presión y el ritmo cardíaco. Luego del período de Valle llegó un nuevo entrenador, Escandone, y con él comenzaron a cosechar triunfos. “Escandone era muy pícaro. Sabía elegir a los mejores y sumar al club remeros experimentados aunque no fuesen judíos, como los hermanos Solá y Giordano, con quienes integramos botes buenísimos”. De las cientos de regatas que corrió, Carlos trae al pre-

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sente con especial emoción los triunfos del cuatro con y sin timonel, en el Campeonato Argentino de 1958, en el río Luján. “En la Regata del cuatro con timonel veníamos adelante peleando con Ensenada y La Plata o Santa Fe… En aquella época las regatas se transmitían por radio y altoparlantes, a lo largo del recorrido. Recuerdo que el locutor dijo que Hacoaj venía a veintiocho remadas por minuto, que era el ritmo al que mejor se deslizaba el bote. Eso me produjo una gran emoción. Sentí que íbamos a ganar y ganamos. Luego nos llevaron de regreso a la salida, en el Club Escandinavo, nos dieron “Glucolín” para reponer energías, subimos al cuatro sin timonel y ganamos otra vez. Dos regatas seguidas, el mismo día”. Otro recuerdo intenso, tal vez el más importante, es el de una regata de resistencia que se corría en ocho, de la que no hay muchos registros. Fue en 1958 ó 59, desde el Tigre hasta San Fernando. Enfrente estaban verdaderos pesos pesados con los que había una pica que superaba lo deportivo: Teutonia, Cannotieri Italiani y la Escuela Naval Militar. “Fue una regata inolvidable que ganamos muy bien, con gran estilo. Una verdadera prueba de fuego. El antisemitismo se sentía fuerte entonces, pero Hacoaj fue ocupando su lugar. En eso tuvo mucho que ver la actuación de nuestros remeros como dirigentes en la Asociación de Remo y en la Comisión de Regatas del Tigre; entre ellos, mi amigo y compañero Elías Dyment”. Luego de varios años en el río, Carlos descubrió otro deporte que ocuparía un lugar no menos importante entre sus pasiones: el golf. Comenzó a jugarlo fuera del club pero cuando Hacoaj inauguró su cancha, en 1985, volvió de inmediato a la que siempre había sido su casa. “Tengo un recuerdo muy lindo de quienes jugaron al golf conmigo, como Jorge Galperín y Ezequiel Hecker (que era un pan de Dios), Jacobo Goijman, el gran impulsor de este deporte, Jorge Kleinerman y Kaufman. Pero creo imprescindible mencionar a los profesores Jorge y Rafael Anello. Ellos fueron fundamentales para que nosotros, los socios de Hacoaj, pudiéramos practicar golf…”. En un cuarto al lado de su consultorio, Carlos guarda infinidad de trofeos, alcanzados en su vida de remo y golf. Los observa con afecto, los toma entre sus manos y los vuelve a colocar en su lugar. Cada uno de estos dispara fragmentos de su memoria y traen nuevamente historias conmovedoras de agradecimiento y pasión, en las que sus ojos se entrecierran humedecidos y su vozarrón se ahoga en un susurro.


ELÍAS DYMENT ReMeRo de la pRiMeRa hoRa y MeMoRia viva de los logRos del cluB náutico hacoaJ en el RÍo.

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NUESTRA PRIMERA MACABEADA on emoción y cariño, Elías Dyment trae al presente los primeros años en los que Hacoaj pudo competir en las regatas oficiales de la Asociación Argentina de Remeros Aficionados. Luego de años de pacíficas, enérgicas y constantes presiones Hacoaj fue finalmente aceptado en la organización que nucleaba a las entidades de remo, de la que era excluido por el voto negativo de uno de sus miembros, en clara y provocativa actitud antisemita. Pero el lugar ganado con justicia en los papeles había que ganarlo también en el río que, durante mucho tiempo, fue marco de incidentes y agresiones cobardes. Desde el tristemente célebre grito de “¡judíos de m…!” hasta fallos injustos en las líneas de largada de las regatas. “Fue una época de grandes luchas –evoca Elías- en las que Hacoaj supo imponer respeto a sus rivales, con mucho sacrificio y dignidad”. De las tantos y tantos recuerdos que pueblan la memoria de alguien que vivió prácticamente toda su vida en Hacoaj, Elías elige el de su participación en las VI Macabeadas Mundiales, Israel 1961. “Cuando veo las fotos de la delegación ingresando en el Estadio Ramat Gan, se me llenan los ojos de lágrimas. Nunca alcanzan las palabras para describir aquel momento: el paso de las delegaciones, el público colmando las tribunas… Emociones imborrables y amigos con los que compartimos aquella experiencia única, así como buena parte de nuestras vidas: “Chiche” Perelstein, Miguel Mogilevsky (presidente de la Delegación Argentina) y Uzi Kesler que se encargó de recibirnos con la enorme y cálida colaboración de Goldman”. Elías participó en aquella primera Macabeda como integrante del equipo de Remo junto con su hermano Salomón “Dyment chico”, Carlos “Cacho” Elinger, Jaime Rotman y Osvaldo Giordano. Como jefe actuó ni más ni menos que el experimentado dirigente y ex capitán, Dr. Manuel Losovitz. Aquel viaje fue, también, una buena oportunidad para estrechar lazos con el Tel Aviv Rowing Club, al que se le donó un bote single shell de competencia.

Las regatas se corrían en el río Yarkón. Los rivales de Argentina eran Israel y Estados Unidos. Los remeros de este país no tenían buena técnica, metían el remo hasta el tolete pero eran muy fuertes y contaban con unos botes italianos nuevos, los mejores del mundo. En cambio, los que le asignaron al equipo argentino eran muy malos. “Por suerte estaba con nosotros Osvaldo Giordano, que era carpintero naval de profesión y pudo –más o menos- poner los botes y los remos en condiciones”, rememora Elías. Argentina obtuvo tres medallas de plata en cuatro, doble y single. Incluso, hubo un incidente. El reglamento de Macabi Mundial permitía incluir en las delegaciones hasta un 10% de deportistas no judíos y Giordano, que remaba en Hacoaj desde siempre, era uno de ellos. Giordano y Elinger ganaron la medalla de plata en el doble par sin timonel. Pero, por reclamo de los yanquis, los descalificaron: “Armamos un lío bárbaro porque consideramos la descalificación como un despojo. Hasta salimos en los diarios. Finalmente, Macabi Mundial se rectificó y hasta organizó una cena de desagravio en la que Osvaldo y Cacho recibieron sus medallas y cada uno de nosotros un escudito de oro de Maccabi World Union”. Otras historias se desprenden, como ramificaciones, de este relato: por un lado, Salomón Dyment quedó prendado con Israel, país al que decidió unir su destino. Por el otro, la fascinación con la que Elías describe el crecimiento del remo en Israel, en estos casi cincuenta años desde aquella Macabeada. “En comparación con lo que vimos nosotros en el Yarkón, Israel cuenta hoy con clubes náuticos que son un verdadero lujo a nivel mundial”. Finalmente, el recuerdo permanente para el amigo Giordano: “Durante muchísimos años, cuando salía a remar por el Tigre, lo veía a Osvaldo trabajando en su astillero, cerca del Club. Levantaba la mano y él me respondía invariablemente, a la distancia. Teníamos una historia en común y aquello que nos unió fue mucho más fuerte que nuestras diferencias”.

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FLORENCIA KIJAK otRa de nuestRas pRotagonistas del pResente y del FutuRo de s贸lida identiFicaci贸n, a tRav茅s de su FaMilia y de su actividad coMo depoRtista y MadRiJ谩.

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SOY FELIZ EN HACOAJ los 18 años, Florencia Kijak conoce al Club como la palma de su mano. Recorrió varios de los deportes, jugó en cada rincón, conoció a sus mejores amigos y actualmente es madrijá. Durante su infancia disfrutó del Club como ninguna otra. “Me gustaba cruzar el puente de la mano de mi papá. Juntos, íbamos a buscar sapos. Los agarrábamos con la mano, caminábamos por todo el Club y después los dejábamos”, cuenta Flor. Ir a remar con su padres era otra de las actividades que esperaba con mucha ansiedad. Subía al bote y enseguida se convertía en un increíble timonel que llevaba el barco al compás de varias canciones, mientras su papá continuaba remando y escuchaba con mucha atención. “A veces, intercambiábamos los roles y yo remaba, aunque no estaba permitido porque no tenía el carné de remo”, se ríe Flor con cara de pícara. Desde que tiene memoria, participó en las actividades recreativas, si bien pasó por todos los deportes, no encontró nada tan divertido y entretenido como ir a los grupos. “Recuerdo los asados, en la parrilla del fondo, ¡me encantaban! porque significaba irse a dormir tarde… Después, hacer las carpas era toda una aventura... y así vivía fascinada. Siempre me gustó formar parte de los grupos”. El tiempo pasó, Flor se convirtió en una adolescente y naturalmente comenzó la Escuela de Madrijim. Después vinieron las prácticas y su fascinación por los chicos se acentúo cada día un poco más. Cuando terminó la Escuela, llegó el viaje tan esperado: Israel. “Con mi camada venimos juntos desde muy chiquitos, siempre estuvimos unidos y poder ir a Israel todos juntos fue increíble. Partí con muchas expectativas pero a la vez me decía: ¡es mucho tiempo un mes lejos de casa! La verdad es que me hubiera quedado perfectamente un año. Fue maravilloso”, dice y sus ojos brillan más que antes.

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Haber estado en Israel fue muy importante para Flor, ya que lo fue también para su abuelo, Jack Fucks, sobreviviente de la Shoá, docente y un gran luchador por la vida. La última vez que Jack viajó a Israel fue para dar un curso pero se tuvo que volver, porque no pudo sobrellevarlo emocionalmente. “Antes de ir a Israel, mi abuelo me habló mucho y me confesó que estaba muy contento de que fuera. Cuando volví le conté todo lo que había hecho y conversamos pero no mucho, porque yo estaba eufórica, quería terminar el colegio y volver para quedarme a vivir allí”. Luego de su viaje, Florencia descubrió muchas verdades con las cuales quedó fascinada: “Que Hacoaj se haya creado antes que el Estado de Israel me parece muy significativo porque demuestra que hay voluntad, que hay ganas de seguir manteniéndolo. No sé cómo era el Club hace setenta años pero veo que se va desarrollando y que se plantean propuestas interesantes”, asegura y agrega convencida: “Creo que Hacoaj es un lugar que hace sentir cómoda a la gente y por eso perdura. Aunque se renueve preserva su tradición ya que comunica y transmite la identidad judía haciendo que los socios se sientan más unidos en su espacio”. De manera que Hacoaj representa mucho para Florencia y su familia. Es aquí donde pasó su niñez y es ahora donde está transitando su adolescencia. Es aquí donde pasó las tardes más maravillosas junto a sus padres, las charlas más profundas junto a su abuelo y los juegos más divertidos con sus amigos. “Hacoaj es lo cotidiano, ir al Club es algo que no me cuestiono, siempre estuve y estoy feliz en el Club. Ahora que soy más grande, lo siento más importante porque lo quiero. Me siento como en familia”, dice Flor y rápidamente corre a saludar a sus janijim que, muy ansiosos, la esperan para abrazarla.


ARMANDO GOLDMAN toda una vida de depoRtes y actividades en hacoaJ. aQuÍ, en la pista de atletisMo, donde hace años estaBa “el Mundo del MenoR”.

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ESPÍRITU MACABEO lo largo de estas historias que estamos relatando hay algunas palabras curiosas que nos hablan de un tiempo lejano y que se repiten una y otra vez. Palabras que, al ser rescatadas, nos devuelven su hermosa resonancia y poderosa significación. Una de ellas es “shifbrider”, que en idish quiere decir “hermanos de barco”. Así define Armando Goldman la relación que unió a mamá Rosa y a Guita, la esposa del recientemente fallecido “Mono” Luchansky. Fueron ellos, los Luchansky, quienes acercaron a los Goldman al Club, allá a finales de los cincuenta, cuando Armando tenía apenas diez años y su hermano Mario, ocho: “Apenas mis padres pudieron invertir unos pesos nos hicimos socios de Hacoaj, que era el club más importante en aquella época”. Armando habla y sonríe. Cada tanto hace una pausa y casi pueden verse pasar ante sus ojos las imágenes cristalinas que está rescatando de su mente… o tal vez de su corazón… o, quién dice, de sus entrañas. Una de esas imágenes nos muestra a Armando y Mario, vestiditos de blanco, aprendiendo a jugar al tenis con el profesor Egon… Fugazmente aparece en otra con “Cuadrito” y otros chicos, en un equipo de mini básquet. Después lo vemos corriendo una pelota en la vieja cancha de fútbol de la entrada, cuando aún no había sido tomada por la Panamericana. En esa misma cancha a los catorce años, de la mano del Mono Palacios, conocería el sóftbol, deporte que lo atraparía desde entonces y para siempre. De repente, la escena se traslada a la estación Barrancas de Belgrano. Un grupo de amigos se apresta a tomar el tren; son las ocho de la mañana de un sábado cualquiera del año sesenta y tantos. Quieren ser los primeros en llegar al Tigre y así asegurarse un lugar en el dormitorio, siempre y cuando aquella noche no haya “asalto” en la casa de alguno de ellos... Como quien da vuelta las hojas de un álbum, el relato nos lleva ahora al campamento de “La Lorna”, en el norte de Córdoba, cerquita de La Cumbre. “Mi primer majané con Hacoaj fue en el ’63, en un lugar entre Santa Rosa de Calamuchita y Villa General Belgrano. Pero desde 1964, y hasta donde yo tengo memoria, fuimos a La Lorna. A los quince años fui como acampante, a los diecisiete como madrij, a los veinte como subdirector y a los veinticuatro, recién recibido, fui como médico”. Aquellos campamentos duraban veinte días y, para quienes formaban parte de la vanguardia, veinticuatro. “Hacíamos los pozos para colocar los parantes de las carpas, que no eran las carpas volantes de hoy en día. Cada una pesaba cuarenta

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kilos. Hacoaj estuvo muchos años en La Lorna. Allí construimos un comedor con piso de cemento y techo de roverol. Lo levantamos trabajando a pico y pala, colaborando con el encargado, Pepe Gomar, y sus peones. También hicimos los baños… Llegamos a tener trescientos chicos en esos campamentos. Como madrijim nuestro sueldo era el pasaje, la comida y el honor de haber sido elegidos. El que no trabajaba durante el año, no iba al campamento”. Armando pertenece a la segunda promoción de la Escuela de Líderes de Hacoaj, antes incluso de que se llamaran madrijim. De aquellos años evoca con gran reconocimiento a Rafa Finkelstein, mentor de aquellas primeras camadas de educadores formados en Hacoaj e impulsor de las actividades del Mundo del Menor. “Amigos de aquella época… un montón. Algunos están acá, otros viven en Chile, en Estados Unidos, en Israel… otros ya no están. Hugo Marcovich, el Negro Chelger, Ernesto Erdei, Guillermo Feinstein, Abel Lypsyc, Marcos Gravibker, Claudia Marcovich, Liliana Gawianski, Marta Nisnovich, Claudia Londynski, Eugenia Gerscovich, Gloria Rabinovich, Nora Wicnudel, Luisita Finkel, Clarisa Ioszpe… éramos como cincuenta. Y antes que nosotros, se habían recibido Edith Nisnovich, Mario Goijman, Rogelio Cichowolski, Bocha Jasnis, Alejandro Goldfeld, Juan Carlos Goldstein, Alberto Goldberg…”. Entonces y ahora la gran pasión de Armando fue el sóftbol. Comenzó a jugarlo a los trece años y colgó los botines a los cincuenta y dos. “En el medio, estuve diez años desconectado del deporte y volví a través de mis hijos, acompañándolos a la escuelita de softbol, con gente entrañable como Guille Feimberg. Un día -ya estaba retirado- acompañé al equipo de reserva, me invitaron a jugar y no me dejaron renunciar. Ese año tuve uno de los mejores promedios de bateo”. El punto más intenso de su experiencia deportiva estuvo en las Macabeadas de Israel 1997. “Allí me di el lujo de ir con toda mi familia, mi esposa Poli, Ariel, Gustavo y Gabriel y, especialmente, de jugar con mis hijos mayores Ariel y Gustavo que integraban el equipo. Los tres fuimos titulares frente a Inglaterra. Esa fue la culminación de mi sueño deportivo. En Israel fui el jugador más viejo de todo el torneo: tenía 48 años”. Durante su etapa como Secretario de Sóftbol, Hacoaj llegó a tener diez equipos federados, cinco femeninos y cinco masculinos y treinta chicos y chicas permanentemente en la Escuelita. Con Oscar López y Marcelo Fuentes fundaron la Asociación de Sóftbol de Buenos Aires y enviaron jugadores y jugadoras a las distintas selecciones de Capital. En la etapa actual, Armando disfruta del arenero otra vez, gracias a Ariel y Cintia que trajeron al mundo a Melanie y un próximo nieto o nieta, para seguir creciendo juntos en Hacoaj.


JOSé STOLOwICZ el espÍRitu depoRtivo coMo heRencia : “Mi papá no se peRdÍa ni uno solo de Mis paRtidos o los de Mi heRMano daRÍo”.

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TODO POR EL EQUIPO, TODO POR HACOAJ uando José Stolowicz tenía 9 años su mamá, Rosa Chamo, lo llevó a la Sede Capital para que entrenara con el equipo de básquet. “Me moría de vergüenza porque no conocía a nadie, pero quedé impresionado por el increíble gimnasio del Club y por el deporte”, cuenta José. Desde aquel momento inicial, jugó al básquet en todas las categorías del Club por más de 20 años, llegando a convertirse en un base fundamental e histórico de la primera división, en los años ochenta y noventa. Cuando dejó su primer deporte, dedicó su energía al tenis. “Los profesores de básquet no se morían por retenerme porque era realmente muy petiso y los de tenis me decían que me querían en el equipo, pero me decidí por básquet porque en ese momento preferí practicar un deporte grupal. Gracias a eso conservo muchos amigos como Víctor Kogan, Javier Rubin, Chimi Damián, Gaby Barsky y Sebas Berdichevsky, personas magníficas con las que nos seguimos juntando los martes a jugar al Básquet”. José es socio de Hacoaj desde hace 36 años ininterrumpidos. Como ferviente jugador de básquet, y según él mismo afirma: “No recuerdo haber faltado a un sólo entrenamiento”. Esa pasión y amor por el Club logró transmitirselos a sus hijos. “Me emociono cuando veo a mis hijos defender los colores que defendí toda una vida y ahora entiendo por qué mi papá, Manuel, no se perdía ni uno solo de mis partidos o los de mi hermano Darío”. Su pasión por el balón anaranjado llevó a José a dar todo por su equipo. A lo largo de su vida deportiva hubo varios momentos inolvidables, pero él recuerda uno en especial; fue el primer año que participó de la Liga Nacional y el equipo de básquet había llegado a la final del campeonato. “Recuerdo perfectamente que jugábamos contra Ciudad de Buenos Aires. Cuando faltaban siete segundos para

que terminara el partido, nos metieron un doble y pasaron a ponerse al frente por dos puntos. En eso, uno de los contrincantes nos hizo un corte de manga, como que ya nos habían derrotado. Pero nosotros no nos rendimos y en medio de la desesperación, un chico del equipo me pasó la pelota desde abajo del aro, la piqué una vez, me cruzaron la pierna y cuando me estaba cayendo, casi desde el piso, tiré la pelota”, sonríe José y continua: “Fueron unos segundos de silencio total, la pelota recorrió toda la cancha y para mi asombro, y el de toda la gente que estaba viendo el partido, entró limpita. No lo podíamos creer. No parábamos de abrazarnos y festejar, habíamos ganado por un punto. Estaba realmente feliz festejando con mi familia y mis amigos de toda la vida”. Sin embargo, Hacoaj es más que un partido de Básquet para José, aunque éste haya tenido final de película... En el Club conoció a su esposa Carolina, tuvieron tres hijos (Camila, Catalina y Felipe) a los que no dudaron en trasmitirles la pasión por la camiseta. “Felipe comenzó a jugar en Pre Mini con el mismo número de camiseta que yo usé toda mi vida: el 11. Cuando lo vi en la cancha casi se me caen las lágrimas. Me veía jugando a mi mismo a esa edad, con el agregado de compartir esta pasión con Víctor (amigo de Básquet de toda la vida) ya que su hijo Lucas comparte la cancha con el mío”. Actualmente, José disfruta de ver a sus hijos practicar los distintos deportes y luego comparte un almuerzo entre amigos todos los fines de semana. “Somos varios los Tellas, los Kogan, los Rubin, los Chemaya, los Yankilevich y los Mohadeb. Una vez que terminamos de almorzar, dedicamos las tardes a jugar algún deporte”, cuenta José, quien conmovido asegura que: “Agradezco haber tomado este camino en Hacoaj, el del equipo, el del grupo de amigos, el del básquet... mi pasión”.

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CORINA BESPRESVANY ReFeRente del depoRte en hacoaJ. el hocKey, paRa coRina es eso: “el pasaRlas todas, peRo sieMpRe en gRupo”.

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EL VALOR DEL EQUIPO l hockey, definitivamente, no es un deporte cualquiera. Eso que muchos aprendimos de adultos, al costado de la cancha del club, o enganchando algún partido de Las Leonas, Corina Bespresvany lo aprendió de chica cuando llegó, no por casualidad, al hockey por primera vez. “Yo de Hacoaj soy / porque mi papá me hizo socia / y mi mamá me mandó”, cantaban. Hija y hermana de ex jugadoras, desde los seis años, cuando comenzó a entrenar con Porota hasta su consagración en la Primera División, tuvo el tiempo suficiente como para entender que no se trataba solamente de tocar una bocha con un palo y meter un gol, sino que el sabor del juego es otro… Si bien los recuerdos, con el paso de los años, pueden tornarse un poco borrosos para algunos, Corina recuerda casi a la perfección sus primeras instancias en el deporte. Ella era chiquita y el club no contaba con tantas categorías como ahora, así que oscilaba entre la escuelita y la séptima división, pero como eran más chicas y podía ser peligroso, volvían a bajar… Y así fue durante algunos años. Pero, si bien sus inicios en el deporte fueron un poco frustrantes, afortunadamente las memorias son mucho más lindas y motivadoras: eran chicas y siempre después de los partidos se iban detrás de las canchas de tenis, donde hoy son las de paddle, e inventaban historias y se pasaban tardes enteras jugando. Lo bueno es cuando estas instancias de juego se siguen manteniendo a lo largo de toda la carrera, no quedan como un recuerdo gris. Hoy, después de más de treinta años jugando al hockey, Corina está segura de que el objetivo principal es pasarla bien. “Pasa por compartir un montón de cosas que solamente las entiende quien está en tu equipo o hace el mismo deporte. Compartís alegrías, tristezas, viajes, frustraciones. Parecen frases hechas pero es así. Te enganchás en un grupo, es una pertenencia que al día de hoy la sigo te-

niendo, es formar parte y luchar por algo en común”. Es que ella, en particular, pasó por todo. Hizo todas las categorías, fue entrenadora de divisiones menores, capitana de la Primera, integrante de los tres ascensos a la A y reconocida en el 2008 como la mejor deportista del año. Luego, tuvo un impasse desde el 2005 hasta el año pasado, en que volvió a jugar en el equipo de segunda división. “No era la mejor jugadora -resume- pero uno evalúa muchas otras cosas más. A mí me gustan las cosas divertidas y si había que organizar algo lo hacia yo”. Si bien dentro de todos estos años lo que más rescata es la enseñanza que entrega el hockey como deporte, algo que se acuerda a la perfección es lo lindo de los festejos compartidos. En 1997, el mismo año en el que habían ganado el oro en la Macabeada Mundial, lograron ascender, por segunda vez, a primera división. “Desde las chicas de primera hasta las más chiquitas nos fuimos todas corriendo a la pileta, a modo de promesa, así como estábamos vestidas después de jugar, solamente nos sacamos los botines. Y en eso había un bañero anotando las camisetas de todas las que estábamos en el agua para informar al club. Y pensábamos ¡pobre tipo, éramos mil! Y aparte, ¿qué nos iban a hacer?” El hockey, para Corina, es eso: el pasarlas todas, pero siempre en grupo. Es el haber viajado con sus amigas, el poder festejar juntas los ascensos y juntar fuerzas para asumir las caídas, es el cancionero que componían con las hinchadas, no sólo para el contrario sino para darse aliento entre las jugadoras, y la suerte de que sus compañeras sigan siendo sus amigas de hoy. Una experiencia y una tradición que le encantaría que siguiera su hija Lola quien, por supuesto, ya tiene su palo.

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MARTÍN MALIAR el RecueRdo de su papá, RoBeRto MaliaR z”l, coMo el gRan hoMBRe Que Fue, sÍMBolo del espÍRitu y la FueRza cReadoRa de hacoaJ.

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MI VIEJO, ROBERTO uando uno tiene al padre en vida reconoce sus defectos y a veces no puede ver las virtudes. Hoy que mi papá no está, puedo ver que tenía una gran virtud: el 90 por ciento de la gente -si no me quedo corto- que me encuentro en el Club, me cuenta que era un tipo que dejaba todo por el otro, a cambio de nada, y que defendía al Club con una gran pasión. Mi viejo nunca me lo dijo pero yo creo que su sueño era ver el Club como lo vio antes de morir… Y si pudiese verlo dentro de cien años, le encantaría que progresara y que estuviera mucho mejor de lo que estaba cuando él lo dejó. Ojalá -por mi viejo- que haya mucha gente que haga más que él para que el Club crezca y mejore siempre”. El que habla, y se emociona, es Martín Maliar, quien recuerda a su padre, Roberto, como el gran hombre que fue, símbolo del espíritu y la fuerza creadora de Hacoaj. Por aquellas épocas (en la que además de ser un dirigente de primera línea era un papá, como tantos otros) si había algo que estaba claro era que Roberto quería que sus hijos se desarrollaran en el deporte, dentro de Hacoaj y que, preferentemente, jugaran al básquet. Y el mandato paterno era muy fuerte. Por eso, a Martín no le quedó otra alternativa: “jugaba al básquet porque mi viejo jugó al básquet y mis hermanos más grandes también”. Todo fue así hasta que apareció en escena Juan Ofman -muy amigo de Roberto- quien intentó por todos los medios seducir a Martín para que se pasara al fútbol. “Me trataba de “coimear” con alguna golosina para lograr que jugara al fútbol y que fuese hincha de Ferro”. Finalmente, Juan logró convencerlo y entró a fútbol… Pero nunca se cambio de equipo. Los días en Hacoaj eran eternos, Martín tenía esa sensación de libertad que sólo podía sentir en el Club. “Llegaba a las nueve y media de la mañana y nos soltaban, como sueltan a los caballos en el campo, con algo de plata en la mano para poder hacer nuestras actividades, comer durante el día y hacer lo que quisiéramos. La tragedia era cuando anochecía, en invierno a las seis de la tarde y mi viejo -todos los fines de semana- prometía un castigo a aquel que no estuviera bañado y listo a la hora de volver a casa, aunque después no lo cumplía”. Si bien Martín era muy chico cuando su padre ejerció la presidencia en Hacoaj, no olvida las situaciones previas a

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las elecciones presidenciales: “Nuestra casa era un revuelo”. Sin embargo, trasmite esa escena con alegría y gran satisfacción. El Club fue y sigue siendo muy importante en su vida, tanto que recuerda a varios amigos de su padre que lo acompañaron en todo su camino de chico y en la adolescencia. “El Club me brindó la compañía y la formación de profesionales, o gente que trabajaba por amor a la camiseta, que me fueron de gran ayuda: Juan Ofman, Cuadrito, Ricardo Campana, hasta pasando por el utilero de los vestuarios que me daba la toalla cuando me tenía que bañar, mientras mi viejo me gritaba de todo porque eran las siete y media y se hacía tarde. Siempre sentí ese clima de familia en el Club, a pesar de lo grande que es y los muchos socios que tiene”. Está claro que Hacoaj tiene una marca muy fuerte que logra penetrar en el corazón de cada uno de los socios. Sin embargo, Martín tiene una percepción muy interesante acerca de algunos de ellos: “Hay socios a los cuales uno ve por el Club y son como una marca. Se les ve tatuado en la frente el escudo del Club. Tan es así que cuando nos encontramos con uno de ellos fuera del contexto de Club, por ejemplo en una fiesta, vestido de traje o con camisa, los seguís viendo con ropa de Club. Es como si tuvieran a Hacoaj incorporado en su cuerpo”. Podríamos decir que Martín tiene varias de esas marcas que Hacoaj le fue dejando. Entre ellas, pequeñas anécdotas y grandes historias como esta: “Mis viejos cenaban en el Panorámico todos los sábados. Carlitos, el mozo de ese entonces, los atendía y cuando mi papá pedía la cuenta, siempre le dejaba algo de propina. Nosotros siempre observábamos esta situación… Entonces, cuando almorzábamos con mi hermano Diego y había que pagar, mi hermano le dejaba el doble de lo que salía. Después cuando mi mamá reclamaba lo que nos había quedado nos quería matar”. Martín sigue jugando al fútbol en Hacoaj. Si bien no se define como un político y asegura que “no sacó eso de su viejo”, su deseo pareciera ser el mismo que el su padre: “Me encantaría poder ver al Club dentro de veinte o treinta años mejor de lo que está hoy. Sería una alegría inmensa”. No cabe duda que ese sentimiento, tan fuerte en Martín, va de generación en generación y muy pronto llegará a su hijo, el nieto de Roberto.


ABI SZTRUM caMpeón panaMeRicano de canotaJe y pRiMeR depoRtista olÍMpico de hacoaJ con sus hiJas, lucÍa y claRa, en la RaMpa.

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ALMA DE CAMPEÓN l primer recuerdo que tenemos de Hacoaj, cuando somos pequeños, está vinculado a nuestra familia, cuando nuestros padres nos acompañaban a las escuelitas deportivas y a los grupos, o de cómo nos divertíamos en el arenero. Sin embargo, cuando le preguntamos a Abi Sztrum cuál es su primer recuerdo nos habla de Hipólito Cuadro, más conocido por todos como “Cuadrito”, uno de esos personajes entrañables que nadie olvida. Para todos quienes pasaron por la escuela de básquet, Cuadrito fue un referente no sólo de este deporte sino de la vida. “El primer día que fui al Club con mi familia, no se por qué, aparecí automáticamente en una clase de Cuadro y quedé fascinado con él. Fui a sus clases un tiempo más hasta que descubrí la escuelita de remo y canotaje”. Si bien la imagen de Cuadrito perduró en su memoria y sus afectos, Abi fue rápidamente cautivado por los deportes del río, que muchos años después le darían grandes satisfacciones; entre ellas, medallas de oro, plata, bronce, competencias en torneos internacionales y nacionales, experiencias, amistades y recuerdos inolvidables. El canotaje rápidamente lo llevo a conocer a Edmundo Fainman, Fabián D’Annuncio y Pato Bulgach que, según Abi, se convirtieron en sus tres ídolos. Al poco tiempo pasó de la escuelita de remo al pre equipo: “en donde tuve que elegir entre remo y el canotaje... yo quería remo sin duda... pero mis tres amigos, con los que fuimos promovidos (Pablo “Pepa” Sulichín, Ricardo “Ricky” Sametband y Matías Gancberg) querían canotaje, y para no quedarme solo me fui tras ellos”. No mucho tiempo después, de la mano de Andrés Arazi, Abi ya se había convertido en un fanático del canotaje. A sus 13 años comenzó a entrenar en el Tigre y “un loco despertó su atención”, según sus palabras. “Era el loco que en cada regata volvía con su chapita colgando del cuello. Aquel que mantenía al día sus estudios y trabajaba, así comencé a comprender la relación esfuerzo-recompensa. Andrés fue sin duda el ejemplo a seguir que me

hizo llegar a la selección”. Compitió para Hacoaj y la Argentina en alto rendimiento por quince años, con enormes satisfacciones, alternando lo estrictamente deportivo con la facultad, con sus grandes amigos y con la conformación de su identidad. Hacoaj tuvo una función muy importante en su vida, pasó a ser su lazo con las tradiciones, con nuestra cultura, paso a ser el Delta con sus incontables ríos, arroyos y canales, se convirtió en cada remada y en cada ola que hacía mover la proa de un bote. También se transformó en aquellas personas que para Abi fueron el paisaje fijo durante tanto tiempo: Arturo Salerno, El Gonza, los marineros de la rampa, Rulo, Dani, Pedro, Marilina, Alberto, Fernanda, Román, Lorena y otros tantos con los que, sin ellos, el Club no sería el Club. En este sentido, las alegrías que le dio Hacoaj fueron muchas: “Amigos, cariño de la gente, reconocimientos en las buenas y apoyo en las no tan buenas. Pero, principalmente, Hacoaj fue un elemento clave en mi carrera deportiva. Esa es mi mayor alegría”. Hace exactamente 25 años que el Club es testigo de su carrera deportiva, de anécdotas, charlas y recuerdos; compitió por años en torneos nacionales e internacionales de los que fue campeón en incontables oportunidades. Tuvo logros sin precedentes: cuatro medallas de oro, una de plata y otra de bronce en dos Juegos Panamericanos (Mar del Plata 1995 y Winnipeg 1999), fue el primer deportista de Hacoaj en competir en los Juegos Olímpicos (Atlanta 1996 y Syndey 2000) y colaboró con los entrenadores de los equipos promocionales y mayores. Todo ello mientras hacía la carrera de biólogo. Ya retirado del deporte de alta competencia, no se priva de comer y dormir una buena siesta en la casa del remero y luego pasar varias tardes en kayak o en bote con su mujer Vanesa y sus dos hijas, Lucía y Clara. “El Club, sobre todo a través de la rampa, es una parte que no me imagino separada de mi”.

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LUCIANA wILENSKY pRiMeRa caMpeona aRgentina de ReMo de hacoaJ, Junto al Bote Que RecueRda a su aBuelo, pepe tolchinsKy.

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MI ABUELO PEPE

Isaac Tolchinsky todo el mundo le decía “Pepe”. Fue socio fundador de Hacoaj, jugador de bochas, médico del Club por un tiempo, amante del río y un gran entusiasta del remo. Además era un hombre cálido, comprometido y muy buen amigo. Esa suma de cualidades lo llevo rápidamente a tener varias admiradoras, entre ellas, nada más y nada menos que su nieta Luciana Wilensky. “Mi abuelo falleció cuando tenía ocho años. Él nunca supo que remé, aunque creo que lo sabe”, contó Luciana con los ojos llenos de lágrimas y con un nudo en la garganta. “Me parece que tengo algo de lo que él sentía, porque la rampa era un lugar particularmente importante para mi abuelo… y también para mi”. La primera vez que Luciana pisó el Club tenía seis años. Recuerda que concurrió a una ceremonia en la que se homenajeaba a su abuelo, dándole su nombre a un bote de regatas. Ese día, estaba toda la familia disfrutando del evento hasta que Pepe se descompuso. A pesar de ello Luciana tiene muy buenos recuerdos de aquellas épocas: “Era muy chica, pero me acuerdo perfectamente de acompañar a mi abuelo y verlo jugar a las bochas mientras yo dibujaba; luego almorzábamos en las parrillas”. Mucho tiempo después, una vez que Luciana ya estaba consagrada como remera de Hacoaj salía con el bote que lleva el nombre de su abuelo. “Estar allí sentada, remando, fue algo que nunca hubiese imaginado”, dice con una enorme sonrisa. Sin embargo, el vínculo de Luciana con el remo fue inesperado. Todo comenzó cuando Pedro Spinaci -quien sería luego su entrenador- la vio en la pista de atletismo. Ella estaba vestida con el uniforme de voley, pero a Pedro mucho no le importó y sin pensarlo le preguntó: “¿Querés

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venir a probar una clase de remo?” Al poco tiempo ella estaba allí, de nuevo en la rampa, muy bien preparada: “La primera vez que remé fui con unos guantes que mi papá a veces usaba cuando salía a remar. Me acuerdo que Pedro me dijo: ‘Gato con guantes no caza ratones’, aunque no entendí lo que me quiso decir, insistió: ‘sácatelos’”. Esa fue la primera vez que Luciana salió al río, junto con su hermano, y fue una experiencia inolvidable. “Nos comimos un tronco y casi nos damos vuelta, quedamos trabados un gran tiempo y fue todo un tema para salir, pero lo logramos”. Esta fue sólo la primera entre tantas anécdotas que recorrerían el largo camino de su carrera deportiva, entre las que hay una en particular que merece ser contada. “Una vez decidimos ir a la isla en chancha. Éramos varios chicos federados que competíamos para ver quién llegaba primero. Resultó que la carrera quedó en segundo lugar y comenzó una feroz guerra de agua en el canal, que terminó por hundir la chancha. Finalmente tuvimos que nadar y arrastrar el bote hasta la costa para desagotarlo y después volver al Club como pudimos”. Estos recuerdos forman parte del comienzo de su carrera en Hacoaj. No mucho tiempo después, los entrenamientos y las responsabilidades fueron más intensos, los que le permitieron representar a Hacoaj de la mejor manera; en 1998 fue la primera mujer de Hacoaj campeona argentina de remo y un año más tarde obtuvo el cuarto puesto en los Juegos Panamericanos de Winnipeg y una medalla de oro en las Macabeadas Mundiales de 2005. Lamentablemente, un problema de salud la hizo dejar el deporte por un tiempo. Nuevamente recuperada pretende -a través de los intensos entrenamientos- volver a su mejor nivel. Mientras tanto, se dedica a enseñar y a trasmitir a los pequeños remeros de Hacoaj todo lo que alguna vez -ella sola- aprendió de su abuelo.


EDUARDO MELNITZKY uno de los FundadoRes del conJunto guilBoa y socio de hacoaJ desde sieMpRe.

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¡GUILBOA, POR SIEMPRE! duardo Melnitzky es socio de Hacoaj prácticamente desde que nació. Eso lo llevaría a recorrer varias actividades dentro del Club hasta que definitivamente una le daría las más grandes satisfacciones de su vida: Guilboa. Como casi todos los socios de Hacoaj, una de sus primeras actividades de chiquito fue el remo. Su papá, amante de este deporte, compartía la actividad con su hijo. “Salía a remar con él todos los fines de semana junto con sus amigos. En ese entonces no existía la Isla del Club, por lo que parábamos en los recreos a comer asado”, cuenta Edu y recuerda un día en particular: “Siendo muy chico, a los 7 años, estaba en la rampa de remo y había una regata; dos remeros del Club estaban desesperados por conseguir un timonel, que aparentemente les había fallado. Al verme, me dijeron: ’¿Querés venir a timonear, que tenemos una regata contra otro Club?’ Yo estaba ahí, parado, para salir con mi papá pero sabía perfectamente timonear y acepté. Recuerdo que el bote volaba y que finalmente ganamos. Obtuve una medalla con el escudo de Hacoaj que todavía conservo”. No mucho tiempo después, Edu hizo kayak y remo pero, claramente, esas no serían sus actividades principales. Durante su adolescencia los campamentos eran tan esperados como ir a jugar al fútbol y al básquet con sus amigos, hasta que entró a Escuela de Madrijim, egresó y tuvo su experiencia al frente de los grupos. Esa fue una gran etapa de su vida. Edu la recuerda con muchas anécdotas y alegrías: “En un campamento de vacaciones de invierno nos habíamos ido a un lugar cerca de Capital. No sé si era Idishland pero quedaba por Moreno. Lo importante es que desde que llegamos al campamento hasta que nos volvimos no paró de llover. Nos guardamos todos en el comedor y empezamos a realizar actividades pero la lluvia continuaba y no sabíamos más qué hacer. A todo esto, el director no había aparecido en la reunión, estaba borrado, entonces lo fuimos a buscar a su habitación, le golpeamos la puerta y salió y nos dijo: ‘Ya que llueve tanto, por qué no hacen cosas con barro’, contestó como proponiendo la gran idea. Una vez que los chicos se habían ido a dormir, pensando en el consejo de ‘hacer cosas con barro’ fuimos hasta el auto del director, un Fitito 600 y se lo llenamos de barro.

Se lo dejamos color marrón. Al otro día, cuando se despertó y salió de la habitación se refregaba los ojos porque no lo podía creer. Entonces, muy enojado, se acercó y dijo: ‘¡Quiero a los chicos responsables!’, pensando que eran pibes, pero finalmente le dijimos que habíamos sido nosotros y nos quería matar. A partir de ahí se puso las pilas y se le ocurrieron otras ideas más pertinentes”. En paralelo a su rol de madrij, Edu comenzó a bailar en Guilboa y durante 16 años disfrutó de viajes y festivales por Brasil, Venezuela, Perú, Israel y el interior del país: “Lunes y jueves tenía ensayo de Guilboa, los miércoles planificaba para los grupos, los viernes tenía las actividades con los chicos y los fines de semana era Madrij. Era como si viviera en el Club”. Se había conformado un grupo muy fuerte de quince chicas y doce varones. Tal era el compromiso que el día que uno de sus integrantes, Leo Szpiezak, tuvo que dejar al grupo -ya que se iba a vivir a Israel -les quiso dejar de recuerdo una gran sorpresa de despedida. “Llegamos a un ensayo -me acuerdo perfectamente que era jueves- y Leo nos estaba esperando con una sorpresa para Guilboa. Entramos todos en el SUM de Sede Capital y había tensores con alambres de columna a columna, con algodones y querosen, que decían: ‘¡Guilboa, hasta siempre!’. No lo podíamos creer, incluida la gente de la Sede y, sin más, Leo prendió la llama. Realmente fue increíble, a medida que se iba prendiendo cada palabra tenía un color diferente; el fuego iba avanzando por las letras y encendiéndose todo. Las palabras se fueron quemando y dejándonos con la boca abierta. Eso tenía Guilboa. Porque el grupo era tan fuerte, eran tantas las cosas que se vivían que ameritaban el hecho de preparar algo de esas características para homenajear al grupo. Eran locuras lindas”, sonríe y se emociona como extrañando aquellas épocas. Actualmente, Edu juega al tenis y es capitán de uno de los equipos de Hacoaj en Faccma. Siempre representando algo y manteniéndose vigente, su historia es eternamente dentro del Club. “Hacoaj tiene la edad justa, la edad que tiene que tener, por eso sigue vigente y puede vivirse en plenitud y con alegría”, afirma muy convincente el ex bailarían y actual admirador de las nuevas generaciones de Guilboa, conjunto de rikudim que el año pasado cumplió 30 años.

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MARIO NEIMAN socio de hacoaJ desde el a単o 1935, MaRio posa en su depaRtaMento del eMpRendiMiento Jai.

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LOS CHIQUILINES DEL AÑO 35 etenta y cinco años después de aquel grupo de soñadores que creó el Club Náutico Hacoaj nos queda su memoria, su ejemplo y su obra, lo que no es poco. El Ing. Mauricio Schverlij, alma y fuerza inspiradora del nacimiento de Hacoaj, murió muy joven, en 1943, cuando la humanidad aún no se había beneficiado con el milagro de los antibióticos. De aquellos muchachos del grupo inicial, el último sobreviviente fue Israel Jacobo Jasnis, quien en la década de 1990 participó activamente en las actividades del Grupo Encuentro, que nuclea a nuestros adultos mayores. Lo hizo silenciosamente, con “perfil bajo” como suele decirse ahora. Ninguno de sus compañeros y compañeras de aquellas actividades sabía que estaban compartiendo su tiempo con uno de los fundadores de la Institución de la que formaban parte. “Israel Jota Jota”, como solía llamarlo cariñosamente Roberto Maliar escribía historias, en las que hablaba de un río cristalino y unos atardeceres infinitos en el Tigre, buenos lugares y buenos momentos para enamorarse. Si bien los fundadores ya no están, afortunadamente contamos con algunos “chiquilines del año 35”, que efectivamente recuerdan los primeros días del Club. Mario Neiman tiene un departamento en las Torres Jai, en el que vive los fines de semana. Se mudó hace poco; antes tenía otro, en la primera etapa. Sea como fuese, de uno u otro lado del puente, Mario no puede imaginar sus sábados y domingos en otro lugar que no sea Hacoaj. Hace poco encontró una vieja caja de fotos que, como suele ocurrir, disparó recuerdos entrañables. Allí están Mauricio Schverlij con su esposa Aída junto a los papás de Mario, Gregorio Neiman y Teresa Alterman, su hermana Sara, sus tíos Julio y Antonia y Salomón Kotín (cuñado de Schverlij)… Por la vegetación frondosa se nota que posan en el Tigre. En otra foto se ve a Mauricio y Julio vestidos de blanco impecable, apoyados en un muelle de madera, con la inconfundible silueta del Club La Marina, sobre el Río Luján al fondo… Mario mira las fotos como si las interrogara. En su mente intenta construir la historia que hay antes y después de ese instante congelado que nos devuelve cada imagen. Y recuerda: “La razón por la cual se fundó el club la conocemos todos… Por eso Schverlij empezó a reunir

amigos y parientes que estuvieron entre los primeros. Ahí empezaron a concurrir al Tigre, en busca de un lugar donde instalarse. Todo esto era un tremendo pastizal… A los cinco años, venía con mis padres a arrancar los yuyos… Nunca lo podré olvidar”. Luego, como casi todos, Mario remó para el Club junto a amigos de nombres muy peculiares. A un pelirrojo le decían “Colorín 613”, Elías Dyment era “El Colchonero” y él mismo “Manzanita”, porque cuando remaba, se ponía colorado. “Hace poco, en un evento, me crucé con un viejo amigo de aquellos años, el arquitecto Samuel Foster. Lo llamé por su nombre pero no me escuchó, hasta que le grité ¡Chiquito! (el hombre mide como dos metros). Recién entonces reaccionó y nos dimos un gran abrazo”. Para entender y explicar el crecimiento de Hacoaj, Mario lo compara con el Estado de Israel en los años de sus inicios. ¿Quién podía soñar que el Israel de 1950 llegaría a ser lo que es hoy? Lo mismo sucedió con Hacoaj. “No se podía pensar que el club iba a tomar la dimensión que tomó”. La comparación con Israel no es casual. Mario dedicó gran parte de su vida al trabajo comunitario, comenzando en el Maguen David Adom y siguiendo en el Keren Haiesod (a partir de la Guerra de los Seis Días, bajo el liderazgo comunitario de Roberto Maliar), Campaña Unida Judeo Argentina, DAIA, AMIA, el Keren Kayemeth y Amigos de la Universidad Ben Gurión de Beer Sheva. En determinado momento de su historia, el Club tomó un camino de identidad decididamente sionista. “Cualquiera que llega al club y ve la bandera de Israel se forma un concepto de que este es un club judío que apoya el Estado de Israel. Hace sesenta y pico de años era otra la situación del judaísmo a nivel mundial. Hoy podemos estar orgullosos de tener un Estado de Israel y hemos demostrado que nos entregaron un pedacito de desierto y hemos hecho un oasis. Digo “hemos” porque el Estado de Israel le pertenece a todo el pueblo judío. Con un espíritu similar, Hacoaj también demostró algo así porque en los años cuarenta o cincuenta no se sabía si el club iba a poder seguir. Pero hemos superado muchas crisis, de las que salimos fortalecidos”.

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GLORIA FIGOwY MARCOS SANDLER Y SHULAMIT NACHTIGALL MieMBRos de voluntaRios en Red hacoaJ, llevan adelante una de las pReMisas del JudaÍsMo, el “tiKun olaM”, la Misión de haceR del Mundo un lugaR Más Justo y eQuitativo.

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VOLUNTARIOS EN RED ada uno de ellos llegó al Club en diferentes épocas y en distintos momentos de su vida. Lo hicieron, como tantos miles, para compartir un lugar de juego y descanso, en un marco comunitario judío. Aunque en aquellos primeros momentos Shulamit Nachtigal, Gloria Figowy y Marcos Sandler no lo sabían, sus caminos, como el de muchos otros socios, convergerían en uno: el del voluntariado social. La labor solidaria nunca fue ajena a Hacoaj. En el Tigre, la Institución apadrinó escuelas y actuó con las fuerzas vivas de la zona, ante situaciones de necesidad. En el ámbito comunitario, Hacoaj tendió lazos con distintas organizaciones de beneficencia para las que recaudó fondos y aportó la experiencia de sus dirigentes. Estas acciones fueron tomando un formato más orgánico a partir de 1997, cuando Hacoaj se sumó a Voluntarios en Red. La fecha no es casual. La década del noventa estuvo marcada por un fuerte deterioro del tejido social, que golpeó duramente a los sectores bajos y también a la clase media, en la que se insertaba mayoritariamente la Comunidad Judía. Por otra parte, a partir de los trágicos atentados a la Embajada de Israel, en 1992, y la AMIA, en 1994, quedó en claro que existía una importante cantidad de miembros de la comunidad decididos por brindar su colaboración en espacios voluntarios. Shulamit Nachtigal, que en esos años era Secretaria de la Comisión de Actividades Integrales, recuerda: “Yo colaboraba en FACCMA y Leatid bajo la dirección del gran maestro Alfredo Berlfein. Así me fui enterando de las necesidades ocultas de la comunidad, los problemas económicos cada vez más profundos, aún antes del estallido social de finales de 2001. Pero también conocí la actividad voluntaria que se estaba encarando para encontrar soluciones. Por eso pensé que Hacoaj debía poner a disposición su capacidad”. La propuesta fue aprobada de inmediato por el Consejo Directivo que dispuso armar un proyecto, una comisión y definir la tarea. Así nació Voluntarios en Red Hacoaj. Desde entonces, cuenta con un inestimable apoyo dirigencial que se materializa en el compromiso de los presidentes Juan Ofman, Alejandro Filarent y Ricardo Furman. La repercusión fue inmediata. Marcos Sandler, junto con su esposa Marta, fue uno de los primeros en colaborar. Marcos contaba con más de treinta años de experiencia en la organización de decenas de eventos y actividades institucionales. En el campo del voluntariado social, estaba colaborando en el Joint, cuando las entidades socio deportivas comenzaron a desarrollar sus propios proyectos. “Yo quería ayudar y después me di cuenta que me estaba ayudando a mí mismo. No sé si será el egoísmo sublimado pero me hacía bien. Por eso empecé y sigo trabajando”, afirma Marcos. La incorporación de Gloria Figowy tuvo mucho que ver con una necesidad de devolver

a la Comunidad lo que ésta había hecho por ella y su familia, en momentos de extrema necesidad. “Durante muchos años fui una socia que se dedicó al deporte y a la vida social, nada más. Un día me enteré que en el club existía Voluntarios en Red, que estaba ligado al Joint. Yo tenía una deuda pendiente con el Joint, entonces supe que era el momento de saldarla. Nací en Rusia después de la guerra, y el Joint se encargó de traernos a la Argentina, en un largo viaje de tres años”. Los primeros eventos de Voluntarios en Red Hacoaj estuvieron dirigidos a la recaudación de fondos para la compra de artículos de primera necesidad, como alimentos y medicinas. Para ello, se propuso la realización de funciones exclusivas de obras de teatro de primer nivel. La primera fue “My fair lady”. Fue una prueba de fuego. La organización del evento se vivió con ansiedad, incertidumbre y expectativas. ¿Los socios de Hacoaj acompañarían esta iniciativa? “Cuando vimos que la sala estaba llena, me sentí muy gratificada: estábamos en el camino correcto”, afirma Shula con convicción. Gloria agrega: “Cada año, nuestros eventos se fueron afianzando. Hoy en día, la gente nos pregunta qué obra vamos a hacer, porque esperan ir con nosotros al teatro”. Estos primeros éxitos impulsaron la decisión de los voluntarios de asumir mayores responsabilidades. Así se decidió que Hacoaj colaborara en uno de los más importantes proyectos de la Fundación Tzedaká, el Banco Comunitario de Medicamentos “Refuot”, que abastece permanentemente a miles de beneficiarios en comunidades de todo el país. Hacoaj brinda el apoyo a través de sus voluntarios y del espacio físico en el tercer piso de la Sede Capital. “Comenzamos con un aula y en poco tiempo llegamos a ocupar casi medio piso”, sintetiza Marcos Sandler. En la medida en que fueron cambiando las necesidades comunitarias, los objetivos de Voluntarios en Red se fueron adaptando. Se creó el Banco de Artículos Ortopédicos, que abastece a cientos de personas gratuitamente y, en los últimos años, la tarea está enfocada a apoyar la educación judía con becas para estudiantes y generación de recursos para infraestructura escolar. “Hemos trabajado con la Escuela Ioná, el Weitzman y el Marc Chagall, que está por inaugurar una biblioteca que se va a llamar Voluntarios Club Náutico Hacoaj”, afirma Gloria con orgullo. Este año, se incluirá entre los beneficiarios a una escuela pública del Tigre, en reafirmación del vínculo de Hacoaj con el lugar que nos vio nacer. Shulamit fue Secretaria de Voluntarios en Red durante los primeros años, hasta que cedió su lugar a Gloria. Hoy, echa una mirada atrás y reflexiona: “Una de las mayores alegrías de ser voluntario es ver que los proyectos que una inició caminan solos. Uno de los sentidos más importantes de ser voluntario es trabajar y luego hacer que otros trabajen. Esto también tiene que ver con el liderazgo: armar equipos, crecer y hacer que otros también tengan la oportunidad de hacerlo”. 47


TITO MORGENSTERN ex pResidente de hacoaJ (1968 – 1972). uno de los gRandes iMpulsoRes del cReciMiento institucional.

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LOS DESAFÍOS DEL CRECIMIENTO mediados de 1968 Tito Morgenstern tenía cuarenta y un años, cuando asumió la presidencia de Hacoaj. Minutos antes de comenzar el acto formal, Jaime Abramzon, quien estaba terminando su mandato, se le acercó, lo agarró amablemente del brazo, lo miró con seriedad y le dijo: “Mirá pibe… Te dejo una tesorería sólida; no le debemos guita nadie. Espero que cuando vos te vayas puedas decir lo mismo”. Tito, quien a pesar de su juventud era ya un dirigente experimentado, tomó esas palabras como un mandato y un compromiso de honor. Los desafíos que se le presentaban a la nueva conducción no eran pocos. Para ese entonces, Hacoaj albergaba a más de diez mil socios, contaba con un plantel de quinientos empleados, una amplísima actividad deportiva, una consolidada presencia en el Tigre y un claro liderazgo comunitario. Sin embargo se podían vislumbrar algunas amenazas en el horizonte: a medida que crecía la infraestructura se hacía más difícil mantener el equilibrio entre ingresos y gastos. Al mismo tiempo, comenzaban a aparecer nuevas propuestas que competían con el club. Era imprescindible tomar algunas decisiones que permitieran sostener y apuntalar el crecimiento a futuro. “El remo es un hermoso deporte que practiqué de joven con mucha pasión, así como el básquet… Pero, como todos los deportes, no sólo es muy sacrificado para quienes lo entrenan. También es difícil de sostener económicamente. Por eso con Alberto Smulevich, que era mi Tesorero y que luego sería Presidente, se nos ocurrió la idea de construir departamentos para los socios, al lado del Club”. Eso permitiría que muchas familias tuvieran un lugar para quedarse todo el fin de semana, arraigando su pertenencia al Club y al mismo tiempo, generar nuevos ingresos por fuera de la cuota social. Como toda idea innovadora tuvo apoyos y detractores. Hubo que comprar terrenos, desarrollar sistemas de edificación apropiados para una zona anegable, construir el puente peatonal sobre el río Tigre, decidir nuevas formas de trabajo en el área de construcciones, lidiar con los vaivenes de la economía argentina, convencer a los indecisos y asumir el riesgo… Por eso la convicción de Tito y Alberto, basada en su visión de futuro, tuvo un peso fundamental. Así nacieron los departamentos de la Primera Etapa, frente a la Sede Tigre, al otro lado del río. Hacoaj había dado un primer paso que transformaría no sólo a la Institución, sino que con el tiempo convertiría al Tigre en el pujante polo urbano que es hoy.

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“La idea de los departamentos funcionó. Los socios la aceptaron, aunque no faltaron quienes se opusieron porque pensaban que se perjudicaría el club. Por eso la consigna fue: los departamentos son para dormir y la vida está en el club. Con ese criterio hicimos unidades chicas, aunque me hubiera gustado hacerlas más grandes. A partir del éxito de la Primera Etapa se abrió la posibilidad de realizar los otros emprendimientos de Hacoaj: la Segunda Etapa, los Bungalows, el Club de Campo, el Hacoaj Village y el Jai”. Siempre en función del crecimiento institucional, Tito recuerda especialmente la compra de la Sede Isla, lo que fue, sin dudas, un hito fundamental en muchos sentidos: permitió la consolidación del remo como actividad recreativa y sumó una verdadera joya natural al patrimonio institucional. Como hombre de sólidas convicciones y profunda identidad judía y sionista, Tito aún hoy se sorprende cuando recuerda que, al asumir la presidencia, hubo quienes lo cuestionaron por no tener una “filiación judaica bien definida”. Nada más lejos de la realidad. Entre las medidas que tomó, promovió que todos los directivos, como condición para ejercer sus mandatos, debían ser socios de la AMIA y que todos quienes quisieran asociarse a Hacoaj debían presentar un recibo de la Campaña Unida Judeo Argentina, que recaudaba fondos en apoyo del Estado de Israel. “Para mí esto era una obligación moral y material. Por eso formé parte y contribuí con muchas de esas instituciones”. Puestos a reflexionar sobre la historia de Hacoaj, no son pocos los socios que afirman que el Club adoptó una identidad sólidamente judía a partir de la presidencia de Tito Morgenstern. De hecho, luego de Hacoaj su carrera dirigencial voluntaria lo llevó a la Vicepresidencia de la DAIA, entidad en la que ocupó de hecho la presidencia, por enfermedad de su titular. Tito guarda especial respeto y reconocimiento por quienes lo acompañaron en su gestión. “Los miembros del Consejo Directivo éramos diecisiete. Era como una hermandad. Al día de hoy, los que quedamos, todavía nos saludamos y recordamos aquellos tiempos. Siempre los respeté y los quise porque, en definitiva, eran diecisiete paisanos que dejaban de trabajar y dejaban su casa, una o dos veces por semana a la noche, para dedicarse al club, sin que nadie los obligara, sino por su propia convicción comunitaria”.


MAIA HUTNIK BRIAN RITTER Y NICOLE RUBINS a pesaR de teneR Menos de veinte años, nicole, Maia y BRian tienen FueRtes RaÍces de identidad con hacoaJ, a tRavés de sus FaMilias y de su pRopia paRticipación. son pRotagonistas del pResente y lo seRán cuando hacoaJ celeBRe sus 100 años.

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PASADO, PRESENTE Y FUTURO icole Rubins, Maia Hutnik y Brian Ritter son en la actualidad madrijim de Hacoaj y, posiblemente, serán protagonistas centrales cuando nuestro Club cumpla sus 100 años. En sus 17 ó 18 años de vida, nunca dejaron de ser parte de un Club en el que siempre encontraron un espacio para hacer lo que les gusta. Brian juega al básquetbol con un grupo de madrijim, Nicole baila rikudim en Guilboa y Maia -prima de Nicole- participa como espectadora y disfruta de otras actividades. Sus primeros recuerdos en Hacoaj tienen que ver con los grupos, lugares y distintos personajes entrañables: “Entre los recuerdos está Américo, el heladero”, dice Nicole y Maia agrega: “Me acuerdo de las camas en la Nursery, porque a veces me ponía muy chinchuda -ya que de chica era caprichosa- y mi mamá me decía: ‘¡Si te portás mal, te vas con Elsa a la Nursery a dormir!’. Y eso era la muerte, todo oscuro, en silencio”. Uno de los primeros momentos de Brian tiene que ver con una mala pasada que le jugaron las famosas piedritas del largo pasillo del Club. “Mi primer recuerdo fue a los cinco años y me quedó marcado; iba corriendo a buscar a mi hermana, me caí y me rompí el labio inferior en las piedritas, mientras mi mamá me gritaba: ‘¡No corras por las piedritas!’ y tenía razón”. Los tres recorrieron varios de los deportes, sin embargo en los grupos encontraron su lugar. “La primera vez que me fui de campamento a Bariloche fue con el grupo de amigos que hoy conservo. Sin duda fue uno de los mejores campamentos que viví. Lo mejor fue la actividad de cierre que se hizo en la montaña y todos terminamos llorando por la emoción”, cuenta Brian. De aquellas épocas La Fiesta Mágica era inolvidable, el conocido gran festejo del Día del Niño era una verdadera celebración: “era lo que esperaba durante todo el año, había fuegos artificiales, la granja con animales, el trencito y todo tipo de juegos inflables”, sonríe Maia. Los pequeños janijim fueron creciendo, entraron a Escuela de Madrijm, se recibieron y desde entornes ejercen su rol

todos los fines de semana en Hacoaj. “Me gusta ser madrijá, pero creo que también es una excusa para seguir viniendo al Club porque no me imagino haciendo otra cosa en mi tiempo libre”, expresa Nicole. Sin embargo, ese sentimiento tan profundo por el Club, tiene que ver con su familia, quienes -sin darse cuenta- le demostraron a Nicole lo que significa Hacoaj para cada uno de ellos. Sus padres son socios desde que nacieron y su abuelo, Mauricio Rubins, socio desde los 14 años, fue presidente... Será por ello que Nicole afirma: “Toda mi vida fue en el Club y cada vez que voy, lo siento con una connotación familiar, me siento parte de él y muy identificada”. Su prima Maia, también comparte esa emoción tan fuerte: “Viví tantas cosas que, muchas de ellas, las recuerdo por los olores, los gustos y las sensaciones. Con toda mi familia pasé muy buenos momentos y otros no tanto, como cuando me iba de los grupos porque no me gustaban y vagaba por el Club, o cuando me dolía el estómago porque no quería ir a vóley o cuando me ponía muy nerviosa porque tenía un partido de cestoball. Pero son todos momentos que en un futuro se los voy a contar a mis hijos”. La unión, el grupo, un lugar en común, eso es Hacoaj. Donde varias generaciones se conocen y comparten algo. Y Brian lo explica de lo mejor manera: “Un día me regalaron una especie de libro. En una página había que escribir un deseo y yo puse que mis hijos y los hijos de todos mis amigos compartieran lo mismo que compartimos nosotros, y que nos apropiemos de un espacio en la pileta del Club para que ellos jueguen, como lo hacían nuestros padres con nosotros. Planeamos un futuro dentro del Club para ver crecer a nuestros hijos”. Lo cierto es Hacoaj ha visto pasar a cada uno de ellos por todos sus estados de ánimo. Los vio tristes, alegres, enojados, divertidos, ganando, perdiendo, jugando… y los ha visto crecer. Y no cabe duda, que en un tiempo no muy lejano el Club será el marco de referencia de sus hijos. Sus roles serán otros, pero siempre habrá en común una misma elección: Hacoaj.

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MAURICIO RUBINS ocupó toda la diveRsidad de caRgos diRigenciales, desde la suB coMisión de BásQuetBol a la pResidencia de la institución (1981 - 1984). haBeR paRticipado en la cReación del eFis-hacoaJ es su MáxiMo oRgullo.

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LA MIRADA AL PORVENIR i tuviéramos que redactar el curriculum vitae de Mauricio Rubins, probablemente comenzaríamos por destacar que es socio de Hacoaj desde hace sesenta y siete años y que fue Presidente de la Institución entre 1981 y 1984, época en la que, sólo por mencionar un proyecto, se lanzó la Sede Club de Campo Hacoaj Tigre, se rellenaron un millón ochocientos mil metros cúbicos de tierras bajas y comenzó la construcción de la infraestructura, las instalaciones de uso común, la cancha de golf y las primeras viviendas. En esta enumeración, deberíamos señalar que antes de ser Presidente, Mauricio fue Vicepresidente, Pro Tesorero, miembro de la Comisión de Finanzas, la de Deportes, Secretario de Básquetbol y federado de ese deporte desde Cadetes a Primera División (en la que jugó por quince años). No deberíamos dejar de mencionar que, como basquetbolista, integró el famoso equipo que ascendió a primera en 1950 y que, tres años después, ganó la Copa Dickens, una de las más importantes competencias del deporte amateur en aquel tiempo. Un dato no menor: a los veinte años, integró la Delegación Argentina a la 3ª Macabeada de 1950, la primera que se celebró en el recién creado Estado de Israel, experiencia que marcó profundamente su identidad judía y su convicción sionista. Seguramente, Mauricio estaría de acuerdo con esta reseña que, según él mismo explica “de alguna manera refleja que pude ir acompañando el crecimiento institucional, a través de la participación deportiva y dirigencial”. Sin embargo, puesto a reflexionar más profundamente sobre los hitos de tan extensa carrera, no titubea al decir que preferiría ser reconocido, en primer lugar, como “alguien que ayudó a crear Instituto Superior de Educación Física EFIS - Hacoaj”, que durante más de 15 años formó cientos de jóvenes y nutrió de profesionales a la Comunidad Judía Argentina y a muchas otras alrededor del mundo. Mauricio asegura que recibió de su padre, Simón, la vocación por impulsar la educación. “Él fue mi maestro. Papá era un inmigrante que, ni bien logró establecerse en la Argentina, dedicó toda su energía a la educación judía. A su lado, yo aprendí que no podemos vivir aislados. Y lo que heredé de él, con respecto a la educación, lo puse en práctica al fundar el EFIS”. Desde que asumió como presidente, Mauricio tuvo “al proyecto del EFIS entre ceja y ceja”, aunque recién pudo concretarse después de finalizado su mandato, cuando durante el gobierno de Raúl Alfonsín se abrió la posibilidad de desarrollar los institutos terciarios. Hasta entonces, y desde el fondo de la historia, la forma-

ción de profesores de educación física tenía una fuerte impronta militar. El EFIS entraba en escena con una propuesta acorde a las necesidades del nuevo tiempo que comenzaba a vivir nuestro país. Además del conocimiento específico, relacionado con el entrenamiento y el deporte, los profesionales que se formaban tenían una visión de la educación física como herramienta de integración social, en el marco de un espacio comunitario. “Habíamos fundado al EFIS para dárselo a la comunidad, ese era el objetivo. Y tuvimos la suerte de convocar a un excepcional grupo de voluntarios y profesionales de primer nivel para llevar a cabo la idea, entre ellos el Dr. Jacinto Inbar, que venía de una interesantísima experiencia en la Universidad Hebrea de Jerusalem y el Instituto Wingate”. Influido por su experiencia en el deporte, Mauricio Rubins se caracterizó por ejercer un liderazgo basado en la conformación de equipos. “Sin falsa modestia, creo que tuve uno de los mejores equipos de trabajo en la historia de la Institución. En la secretaría, Armando Gravibker, que ahora es camarista, y al recordado Rogelio Cichowolski; Vicepresidente, Mario Aizenzon; Tesorero, Jaime Berlinerblau, un tipo muy inteligente con quien hicimos un trabajo extraordinario; Mario Goijman, Secretario de Deportes; Capitán Willy Balaban y Sub Capitán Natalio Herszcowicz, un viejo remero del Club. Nuestra asesora letrada era Meneca Danziger. También estaban Alejandro Filarent en la Comisión de Secretaría, Chiche Gersberg como Secretario de Cultura, Mario Kaminsky como Secretario de Comunicaciones y Juan Ofman como Secretario de Club de Campo. Un verdadero lujo. Hablaba con cada uno y los dejaba hacer, porque ellos sabían en su materia mucho más que yo. Aparte era gente decente y capaz. En cuanto a la estructura profesional, también fue una época de cambios. Ingresó Enrique Burbinski como Gerente General, luego de la excelente gestión que durante más de cuarenta años había llevado adelante José Jerusalinsky, acompañado por su hermano Daniel”. A sus ochenta años, Mauricio Rubins no se conforma viviendo de recuerdos. Como siempre, tiene la mirada puesta al futuro. “Hace un año y medio me llamó Adolfo Mogilevsky y me propuso reflotar el proyecto del EFIS. Yo le dije que sí y que debemos llamar a la gente que trabajó conmigo, aunque estuviese retirada de la vida comunitaria. A eso queremos volver, porque es un proyecto para la comunidad, como formador de profesionales para dirigir instituciones como la nuestra”. Quién sabe, tal vez pronto pueda agregar una página más a su ya frondoso curriculum vitae. 53


MARGARITA wAIS con su RaQueta de sQuash, uno de los sÍMBolos de su paso poR nuestRo cluB. “Mi pasión poR el peRiodisMo depoRtivo nació en hacoaJ”.

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UN CLUB HERMOSO a ex campeona argentina y sudamericana de Squash, Margarita Wais, es una pionera entre las mujeres periodistas especializadas en deportes. Y, según ella misma afirma, esa pasión por el deporte y el periodismo nació en Hacoaj impulsada por “la locura” competitiva por parte de su familia. Sin embargo, su primer recuerdo de Hacoaj no tiene que ver con el deporte. “Me acuerdo de los grupos; esperaba con gran alegría los encuentros de los viernes en la Sede Capital para verme con mis amigos”. A los 7 años, en paralelo a las actividades sociales, comenzó asistir a las escuelitas deportivas de cestoball, tenis y hockey. Pero poco a poco se fue volcando a los deportes individuales que, según Margarita, “Fueron mi perdición”. Sus comienzos en el squash fueron un poco de casualidad. Cuando Margarita cumplió 15 años, en 1985, se jugaban las Macabeadas. Sin dudarlo, ella pensaba asistir como representante de tenis, al igual que sus padres. Pero un siempre inoportuno sarampión se apoderó de su cuerpo y tuvo casi un mes de reposo. Claramente su inquietud por los deportes continuaba aún estando enferma. Así que, una vez recuperada, preguntó en el Club: “¿hay gente que vaya a jugar al squash?” No había chicas, entonces comenzó a practicar. “Me puse a jugar tres meses, se armó una clasificación y viajé a las Macabeadas como representante de mujeres, cuando volví estaba fascinada con el deporte”, cuenta emocionada. Por aquellos años, Margarita se hacia tiempo para jugar Tenis y Squash, hasta que los entrenadores la obligaron a elegir. “Me decidí por el Squash”. En esa época, el deporte era muy poco conocido y Margarita fue pionera en la alta

competencia. “Muchas veces me preguntaban ¿Qué es el Squash? ¿Es como Padel?... Y yo me enojaba”. Una vez que terminó sus estudios, a los 22 años, se dedicó de lleno al squash. Se fue a vivir a Inglaterra para jugar el circuito mundial y se alejó temprano del Club. De todos modos, recuerda con mucha felicidad que “Hacoaj es parte de mi infancia, de mi primera adolescencia, de mi primera independencia, y a lo largo de mi carrera deportiva, confirmé -después de haber estado en el club donde se juega el British Open de Squash, en Key Biscayne en tenis y en estadios importantísimos de distintos deportes- que Hacoaj es uno de los clubes más hermosos del mundo”. Llegó a estar 60ª en el ranking mundial y alcanzó el campeonato sudamericano en 2003 y 2005. También jugó en categoría de hombres, porque en la de mujeres ya había ganado durante seis años consecutivos. Además, el Squash le abrió las puertas al periodismo deportivo, oportunidad que le permitió desarrollar su carrera profesional. Sin embargo, si Margarita tuviera que elegir un momento de satisfacción, no serían ni las medallas ni los premios: “Volvería a los días de fin de semana en el Club, sobre todo en verano, por la libertad y la independencia que mis padres me daban. Era llegar a la mañana e ir a almorzar con amigos o en familia”, cuenta con los ojos llenos de lágrimas. Actualmente está retirada de la actividad deportiva, hace yoga y un poco de gimnasia. Sus padres siguen en Hacoaj y tienen su casa en el Club de Campo. “Hacoaj tiene tal solidez que da la sensación de que tuviera mucho más que 75 años. Muchas veces me pasa que, cuando digo que me inicié en el Náutico Hacoaj, muchos me dicen: ¡Qué bien! Y es en este sentido que haber pertenecido, pertenecer hoy sin competir y haber crecido un poco con el Club me genera un gran orgullo”, asegura con la voz casi quebrada.

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CHACO JAROSLAVSKY uno de sus Más gRatos RecueRdos. la visita del pRiMeR MinistRo de isRael, itzJaK RaBin z”l, con Quien coMpaRtió un paRtido de tenis, en 1980.

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DEPORTISTA Y DIRIGENTE n Hacoaj nadie conoce a Jorge por su nombre, porque el día en que llegó lo recibieron regalándole un apodo que duraría toda la vida: “Chaco”. Si bien nació en Entre Ríos, a los 11 años se fue a vivir a la provincia a la que debe su sobrenombre. Cuando terminó la secundaria decidió estudiar en La Plata, y tenía arreglada una beca con el club Estudiantes que le permitiría jugar al basquet e ir a la facultad. Pero un tío le propuso ir a conocer el club del cual formaba parte, el Náutico Hacoaj. Jorge aceptó y se fue al Tigre, a jugar en la cancha de polvo de ladrillo que por aquel entonces tenía el Club. Sus compañeros de equipo le preguntaron el nombre y como Jaroslavsky resultaba demasiado complicado para pronunciar en medio de un partido, le inventaron el apodo. Corría el año 1952 y así nació Chaco. Decir que nació no es casual, porque su vida fue otra desde ese día, una vida que transcurrió en Hacoaj. Con su característica sonrisa, esa que mantiene durante toda la charla, las anécdotas aparecen casi sin esfuerzo. Chaco reflexiona una vez más sobre lo que Hacoaj significa para él: “Cuando se dice que el club es tu segunda casa, en muchos casos es pour la galerie, una forma de decir. Pero en mi caso no es una exageración, porque yo vine del interior y la gente que fui conociendo fue toda de Hacoaj: mis amigos, mi mujer y después toda mi familia”. Aunque llegó y fue fichado por su performance como pivot, su papel en el Club fue mucho más allá de las líneas blancas de la cancha. Su trayectoria como dirigente es extensa: comenzó como integrante de la Comisión Basquet, después fue secretario de ese deporte, integrante de la Comisión de Deportes, Secretario General de Deportes, Tesorero y finalmente Vicepresidente. Al combinar tantos cargos representativos y una facilidad extraordinaria para hacer amistades, Chaco fue protagonista de varios momentos memorables de la historia del Club. Uno muy especial fue la visita del Primer Ministro Itzhak Rabin al Náutico Hacoaj. Los ojos todavía le brillan cuando la recuerda. Fue en 1980 y Chaco, como Secretario de Deportes, era uno de los designados para acompañarlo. Se sorprendió cuando, después de un discurso en el gimnasio de la Sede Capital a tribuna repleta, Rabin le dijo que quería jugar al tenis. Sin dudarlo, organizaron un partido para el día siguiente. “Cuando uno tiene una relación, como la que yo tuve con gente como Rabin, aprende a valorar ciertas cosas que quizás no veía.

Aprende de su grandeza. Y es al día de hoy que me duele su muerte”, piensa en voz alta Chaco. Todavía alguno le pregunta cuál fue el resultado del mítico partido, pero él ya ni se acuerda de esa parte anecdótica: “De lo único que estoy seguro es que nos divertimos mucho, y que pude conocer una gran persona a través del deporte, que siempre facilita establecer vínculos”. Precisamente, si hay alguien que sabe hacer amistades en el deporte, ese es Chaco. No deben ser muchos los jugadores, como él, que otros equipos invitaban a sus giras y le pedían que jugase para ellos una vez retirado, como lo hicieron Macabi y Ciudad de Buenos Aires. “Era más una cuestión de afinidad que deportiva. Por eso pensaban en mí cuando necesitaban gente”, asegura. Por más que no haya ganado muchos títulos con el equipo de básquet, recuerda con orgullo un trofeo que considera el más importante. Debían enfrentar a San Andrés pero el técnico del equipo rival se había olvidado los carnés, por lo que los árbitros se negaron a jugar el partido. Sin embargo, en vez de quedarse con los puntos, Hacoaj decidió realizar el encuentro otro día, para que sea más justo. Los de San Andrés estaban tan sorprendidos y agradecidos por la actitud de los de Hacoaj que les prepararon una cena para compartir entre todos después del partido, en la que les entregaron el Trofeo a la Amistad. “Para mí no puede haber un reconocimiento más grande que ese, porque nos valoraron dentro y fuera de la cancha”, sentencia Chaco que, como este, tiene varios ejemplos más en su carrera. Volviendo a su trayectoria como dirigente, también tiene historias para sacar de ese baúl de anécdotas que parece inagotable. En 1979, mientras estaba en el cargo de Secretario de Deportes, el club organizó el Campeonato Argentino de Menores de Tenis, patrocinado por la Asociación Argentina de Tenis: “La comisión de ese deporte tuvo un trabajo excelente porque en unos pocos días alojamos y atendimos a chicos que llegaron de todo el país, y lo hicimos sin todas las comodidades que hay ahora”, reconoce mostrando la satisfacción por un trabajo bien hecho. Pero eso no fue todo sino que puede darse el lujo de afirmar que de ese torneo participó y se destacó corriendo por el polvo de ladrillo de Hacoaj una jugadora que ya pintaba para promesa: ni más ni menos que Gabriela Sabatini. Para tener una idea de lo que significa Hacoaj en la vida de Chaco, y Chaco en la vida de Hacoaj, basta sentarse a conversar unos minutos con él y dejar que los recuerdos fluyan y revivan las viejas épocas. O escuchar que sus hijos se criaron en el club que le dio la bienvenida en la gran ciudad y que dos de sus nietos siguen el mismo camino, que seguramente también marcará sus vidas.

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CLAUDIA LANG la histoRia de claudia es la del cluB. su adolescencia, sus dos años de noviazgo, sus veintitRés de casada, los cuatRo chicos Que cRecieRon aQuÍ… lo Que se dice, todo.

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UN LUGAR PARA DESCUBRIR uando Claudia piensa en el club, lo que le aparece en primera instancia es la cancha de voley. Pero tranquilamente podría ser la nursery, la pista de atletismo, la Quinta Golfeld o incluso los vestuarios. Podría pensar en ella misma, Claudia Lang, o hacerlo en Jorge. O podría, ¿por qué no?, pensar en Vane, Nico, Mati o Ary. Podría pensar en cualquier momento de tantos sábados o domingos, en cualquier lugar del club, porque cada rincón de Hacoaj fue el escenario de una parte importante de su vida en todo momento… y su vida misma transcurre aquí. No es casual entonces, que asegure que su vida transcurre en el club, como una especie de historia paralela, atravesada en todos los ámbitos posibles. El primer cruce con Hacoaj fue a los doce años, cuando su mamá la inscribió (junto con sus dos hermanas) en voley. Más de diez años jugó con la camiseta azul. Y si bien a nivel individual fue una gran experiencia, ésta se enriqueció aún más cuando “el tío Nelson”, que también jugaba al voley, luchó por presentarle a su sobrino Jorge, quien desde entonces iba a complementar su historia en el club. A diferencia de lo que había ocurrido con ellos, Jorge y Claudia decidieron que el camino de sus cuatro hijos empezara en Hacoaj desde el embarazo, para que se empapasen del club todo lo que pudieran. Debe haber un gran porcentaje de socios que conoce a algún Molchadsky, de los grupos, de judo, de canotaje, de softbol, de fútbol o solamente, por habérselos cruzado en los pasillos del club. En el kiosko, por ejemplo, tenían una cuenta especial y cualquiera de los cuatro compraba y le anotaban. Cuenta la leyenda que el día que decidieron cerrar la cuenta, preocupados por la elevada suma, Adriana la kioskera, fue la encargada de explicarle a uno de los hijos la situación. Sin dudarlo, y lleno de ira, él le gritó a todo Tigre “¡Pero yo quiero mi huevito Kinder!”. Claudia se encargaba de llevar a los hijos a la actividad todos los fines de semana, aún los días lluviosos, en los que el estacionamiento se ve desolado, con sólo uno o dos autos. “En el club no había nadie hasta que llegábamos nosotros, sonriendo”. De alguna manera, Claudia decidió que no iba a haber mucha elección: el deporte era

a gusto de cada uno, “pero ir a los grupos era obligatorio ¡pobre del que no iba a la actividad!”, recuerda entre risas. “Yo quería que socialicen desde chicos, porque me acuerdo que a mí me había costado al principio. La diferencia es que ya conocés a todos los chicos y te conoce todo el mundo. Entrás y sos más social, es más natural. Así que yo quería que desde chiquitos tuvieran su lugar en el club”. Hasta ahora, la historia típica de una familia (bastante) numerosa que aprovechaba y disfrutaba todo lo que el club les brindaba. Pero ellos decidieron ir un poco más allá y así fue que los tres hijos varones celebraron su Bar Mitzva en Hacoaj. El primero fue por casualidad. Porque en el trajín de llevar y retirar a cada hijo de cada deporte resultaba más cómodo. Pero también tenía que haber otro motivo, sino no se explica que sus otros hijos también lo hayan hecho en el club. Tenía que tener algo que distinguiera la opción Hacoaj a la de un templo. “Lo distinto era, precisamente, que se trataba de nuestro club. Era un marco más familiar, que conocíamos mucho”. Eso, sumado al enganche que tuvieron rápidamente con los rabinos Alejandro Avruj y Graciela Grynberg, hizo que a la familia entera le encantase la alternativa, especialmente a los chicos, los protagonistas. Así que, a la tradición de cada familia judía del bat y bar mitzvá, los Molchadsky le agregaron otra: la de integrar los valores judíos y tradicionales con la cotidianidad y el espacio que pertenece al socio. La historia de Claudia es la del club. Su adolescencia, sus dos años de noviazgo, sus veintitrés de casada, los cuatro chicos que crecieron aquí… Lo que se dice, todo. Desde que Jorge falleció y los chicos se hicieron más grandes, Claudia no va mucho al club. Pero le satisface saber que les dejó a los suyos todo el amor que sintió siempre por la camiseta y el legado mayor a sus hijos: la pasión por el deporte, la vida social, la vocación, los espacios propios y sobre todo, las ganas de que sigan descubriendo más cosas por su cuenta.

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JUAN OFMAN ex pResidente (1978 - 1980; 1988 - 1990; 1994 - 1998; 2001 - 2005), en una de las canchas de FútBol de la sede tigRe “RoBeRto MaliaR”, con el eMpRendiMiento Jai de Fondo.

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TODO COMENZÓ CON EL FÚTBOL uan y Berta Ofman habían visitado varios clubes en el afán de darles a sus hijos, Marcelo y Osvaldo, una formación deportiva, en un ámbito comunitario judío. Era el año 1968 y conocían Hacoaj sólo por su nombre; su buen nombre, cabría agregar. Cuando llegaron por primera vez al Tigre, algo los atrapó. Les ocurrió lo que a muchos otros, antes y después. Tal vez fue el paisaje, quizás el clima familiar y amistoso, probablemente la sensación de pujanza o la certeza de que en Hacoaj se podían realizar los sueños. Hacoaj era el lugar perfecto para que un emprendedor encontrase terreno fértil para sus inquietudes. Todo comenzó con el fútbol. De joven, Juan había dedicado buena parte de su tiempo y su energía a alimentar su pasión, no sólo dentro de la cancha. El fútbol fue, también, la oportunidad de ejercitar sus dotes de organizador. Los primeros pasos en la formación de equipos infantiles los dio en la Escuela Andrés Ferreyra, del barrio de La Paternal, a la que habían concurrido sus hijos y él mismo. Con esos pergaminos llegó a Hacoaj donde, en ese entonces, el fútbol no tenía competencias internas, ni divisiones inferiores, ni representación organizada. “Era un deporte de cuarta categoría”, resume Juan con su característica contundencia. Naturalmente, Juan se acercó a la única cancha que había en la Sede Tigre, invariablemente acaparada por los veteranos. Allí conoció, entre otros, a Isaías Krochik y a “Cacho” Aizenberg, por quienes guarda un afectuoso recuerdo. Aceptó colaborar en la Sub Comisión con una condición: que lo dejaran organizar el fútbol infantil ya que, para que la actividad creciera fuerte y sólida, había que comenzar desde la base. Durante más de dos años, recorrió el Club incansablemente, cada fin de semana, invitando a los chicos, uno por uno, a jugar al fútbol. Pero los mismos padres que lo alentaban a formar las inferiores, no querían ceder la única cancha disponible. Por eso, el piberío se reunía en el centro de la pista de atletismo. Algunos de esos chicos hicieron carrera. No caben dudas de que la lista sería interminable, pero al preguntarle algunos nombres, Juan cierra los ojos y recuerda: “Brailovsky, los Schor, Slotnik, Mariano Chemaya, Gusi Fiszbajn, Oksengendler, Cuño, Katz, los Rosental… decenas y decenas de chicos. Imposible nombrarlos a todos. Pero lo más importante es que muchísimos de ellos, cuarenta años después, siguen jugando en los equipos de veteranos y, más aún, siguen siendo socios del Club. Ellos y las familias que formaron”. En 1970 Hacoaj organizó una Macabeada para chicos y jóvenes. Se jugó al fútbol en el terreno en el que funcionaba

un estacionamiento: así nació la vieja Cancha 2. A fuerza de convocatoria, el deporte fue ganando más espacio. Aquella Macabeada, y las siguientes en Rosario y Mendoza, son evocadas como el “acta de nacimiento” del fútbol organizado en nuestro Club. El viaje a Rosario fue una prueba de fuego. “Trabajamos mucho para llevar dos equipos, una sexta y una séptima. Los más chiquitos salieron campeones y los grandes perdieron la final por penales”. Al año siguiente, cuando viajamos a Mendoza, ya estábamos consolidados. Por su trabajo en el fútbol, Juan Ofman ganó un espacio en el reconocimiento de la dirigencia del Club, que vio en su figura alguien a ser tenido en cuenta. En 1975 fue nombrado Tesorero, luego de haber actuado en la Cooperativa Futuro, vinculada a Hacoaj. Fue Tesorero por tres años: dos en la presidencia de Roberto Maliar y uno en la gestión de Alberto Smulevich. “En 1978, con sólo diez años de socio, me eligieron Presidente”. En 1980, bajo la presidencia de Mauricio Rubins, Juan fue nombrado Secretario de Club de Campo y un año más tarde, elegido Vicepresidente. El Club estaba inmerso en una etapa de desarrollo, en la que se presentaban grandes desafíos: el surgimiento de los countries y el crecimiento de nuevos deportes como el golf eran realidades que debían ser tenidas en cuenta. Hacoaj debía prepararse para satisfacer estas necesidades. La respuesta de acción fue el lanzamiento de la Operatoria Club de Campo. Para llevarla adelante fue necesario movilizar recursos, entusiasmar a los indecisos, convencer a los escépticos, lidiar con los vaivenes de la imprevisible economía argentina y poner en juego un fuerte compromiso, una gran cuota de imaginación y muchísima visión de futuro. Los resultados, están a la vista: el Club de Campo de Hacoaj es una realidad contundente, con más de quinientas familias residentes (la mitad de ellas en forma permanente), un espacio deportivo de lujo que incluye una de las mejores canchas de golf del circuito de la AAG y, especialmente, un potencial de crecimiento sin techo. Cuando enumera los proyectos institucionales de los que formó parte, y que incluyen el desarrollo de los Bungalows a principios de los ochenta y del Emprendimiento Jai, en esta última década, Juan hace hincapié en un concepto que considera fundamental: estos no fueron los logros de una sola persona, sino de cientos y cientos que creyeron en Hacoaj y que lo apoyaron desde el inicio, cuando no era más que el sueño de algunos visionarios. Y así fue, nomás. Y así será, mientras haya gente como Juan que mantenga viva esa llama, esas ganas de hacer, esa pasión por realizar. 61


ARIEL KIEVSKY encontRó su vocación pRoFesional poR la educación en hacoaJ. “estáBaMos en una vanguaRdia hasta ideológica, en Muchos sentidos: FoRMáBaMos Jóvenes. y tRaBaJáBaMos Muy RiguRosaMente”.

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CAMINOS ABIERTOS lo largo de su historia, Hacoaj fue evolucionando de acuerdo con las exigencias del contexto social, político y económico de la Argentina en general y de la Comunidad Judía en particular. Lejos de ser una isla, el Club se propuso dar respuestas a los cambios -a veces graduales, a veces violentos- que se fueron produciendo en nuestra sociedad. Hoy decimos que los setenta fueron años explosivos, en el sentido más amplio de la palabra. Se vivía un clima de efervescencia política, artística y cultural que buscaba nuevas formas de expresión las que, muchas veces, terminaban como manifestaciones de pura violencia. Al menos en la primera parte de aquella década aún se creía, tal vez con ingenuidad, en las posibilidades de ciertas utopías sociales. Aquel fue un tiempo de idealismos y desafíos para todo lo que se consideraba académico y, por lo tanto, anquilosado… Una época de exploraciones y cuestionamientos que, en la Argentina y en América Latina, terminó abrupta y trágicamente ahogada en la más obscena de las represiones. ¿Cómo vivió Hacoaj aquellos años? Fue una época de crecimiento en la cantidad de socios, infraestructura y actividades. También fue un tiempo de cambios. Hacoaj comenzaba a ampliar su visión con el fortalecimiento de las propuestas educativas y recreativas. “Los setenta fueron años bárbaros, espectaculares, en el club”, afirma con decisión Ariel Kievsky quien, de alguna manera, fue testigo e impulsor de aquel proceso de cambios. Ariel señala a los campamentos en La Cumbre (Córdoba) como una experiencia determinante en su vida. “Tendría unos 11 años y, aunque fue medio duro para mí al principio, me enganché mucho con las actividades que se proponían. A partir de esas experiencias me interesé en las actividades recreativas sociales no deportivas”. Entonces se dio un proceso casi natural en la vida de su generación en Hacoaj: llegó el momento de hacer la Escuela de Madrijim. Luego, el trabajo como madrijim, en el que fueron ascendiendo por los grupos de infantiles y primaria, hasta llegar a juveniles. La hadrajá fue una nueva forma de vincularse con el club: un primer paso en el mundo laboral pero también una decisión que influiría absolutamente en su futuro, a nivel personal y profesional. A través de Hacoaj, y con un grupo de cinco amigos, viajó por un año a capacitarse

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en Israel, en el Majón de Madrijim. “Yo venía de estudiar Ciencias Exactas pero al regresar del majón, ya en la segunda parte de los setenta, me inscribí en Ciencias de la Educación porque ya tenía mi experiencia en la educación no formal. Estábamos en una vanguardia hasta ideológica, en muchos sentidos: formábamos jóvenes. Y trabajábamos muy rigurosamente. Planificábamos, teníamos reuniones de equipo, supervisiones individuales. Se trabajaba muy seriamente, con mucho entusiasmo y además de una forma muy divertida porque, en definitiva, éramos un grupo de amigos. El trabajo, la salida social y la causa de formar, o ayudar a formar jóvenes judíos eran una misma cosa”. La segunda parte de los años setenta, la época más trágicamente oscura de la Argentina, fue un tiempo en que el Club, como ámbito comunitario, era percibido como un espacio más seguro para contener a los chicos y jóvenes. Un espacio que, además, contrastaba seriamente con lo que se podía hacer en otros ámbitos, como la escuela, por ejemplo. “Hubo un poco del afuera, del contexto, que ayudó a ese ‘estar hacia adentro’, pero también creo que fue un momento que el club supo aprovechar. Fue un tiempo muy interesante que se dio entre la creación y el desarrollo del Departamento de Cadetes con la gente que estuvo en ese período. En eso tuvo mucho que ver Rogelio Cichowolski. En una época estuvo también Mario Goijman, con su hermano… Recuerdo también a Hilda Altman”. Tras un nuevo período de capacitación en el exterior por dos o tres años, esta vez en los Estados Unidos, también con el apoyo de Hacoaj, Ariel volvió a la Argentina y a la Institución para organizar el Departamento de Juventud, con el objetivo de retener y hacer volver a los jóvenes universitarios: “Allí trabajamos bajo la dirección de Enrique Burbinski. Entonces nos planteamos varias cosas: tenía que haber actividades convocantes. Inventamos recitales en el club para los jóvenes. Estamos hablando del año ochenta y pico, hacia finales de la dictadura, cuando por ejemplo vino a cantar Víctor Heredia. Y hacíamos esos recitales una vez por mes para convocar a los jóvenes con cosas que tuvieran que ver con ellos. También creamos el Moadón en la Sede Tigre, con la ayuda de Leo Kopelioff y de Sergio Polakiewicz. Para esa época se comenzó a consolidar Guilboa, que también fue una excelente experiencia de creación”.


DANIEL OCHACOVSKY la ReMeRa del hacoaJ Running teaM, un sĂ?MBolo de la peRtenencia al eQuipo, en una actividad Que daniel desaRRolla en hacoaJ.

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EL LÍMITE, SIEMPRE MÁS ALLÁ e chico nunca se hubiese propuesto ser deportista pero la monotonía y la receta del médico lo llevaron a pisar por primera vez una pista de atletismo. Primero trotando unos veinte minutos, luego animándose a unos cuarenta, Daniel Ochacovsky se fue acercando no tan de a poco al deporte que hoy es su actividad preferida: el atletismo. Y si bien el impulso que lo acercó fue más que nada clínico, lo que hoy le da el running, como prefiere llamarlo, es algo totalmente distinto, es “haber encontrado de grande una actividad que puedo sostener, donde juega lo deportivo y lo que tiene que ver con la salud, ya que permite hacer una actividad donde cada uno pone su nivel de exigencia y no hay competencia por delante más allá de la que tenemos con uno mismo, como poder ir mas rápido y hacer mayores distancias”. Daniel comenzó a correr en Hacoaj hace solamente cuatro años, siendo ya adulto, como la mayoría de los socios que participan en el atletismo. Al poco tiempo recibió una llamada de su amigo Sergio Selzer, el mismo que lo había hecho ingresar al grupo, para que se anote en lo que sería su primera carrera de aventuras, una de diez kilómetros. Al principio lo dudó, no sólo porque nunca había corrido en una de estas competencias (en donde se alterna el running con distintas dificultades, como trepar, cruzar algún lago, escalar), sino porque estaba el desafío de no saber con qué se iría a encontrar. “¿Para qué me meto en esto? ¿Quién me manda?”, es lo que varios deben preguntarse antes de empezar a correr. “Y uno se manda. Esto es la adrenalina de querer hacerlo de nuevo, después de haberlo hecho por primera vez. Es inexplicable, porque hay nervios la noche anterior y no dormís como si fuese un examen. Después te levantás temprano con miedo a qué

te vas a encontrar. Una vez que estas ahí, entrás en el clima de la carrera, te encontrás con todo. Y después está el placer de haber cumplido un objetivo, que en definitiva es algo que no manejas hasta vivirlo y ver con qué te topás”. Poco tiempo después, se le vino encima una exigencia aún mayor: una media maratón que organizaba Cilsa, para recaudar fondos con fines benéficos. El desafío era doble, ya que no sólo iba a ser la primera vez que corría veintiún kilómetros sino que era el encargado de convocar en menos de cuatro días a la mayor cantidad de socios que quiera representar al club en esa carrera. Pero no lo dudó y junto con el Tano Bernator, el entrenador de Hacoaj, reunieron más de quince personas con la camiseta del club. Representar al club en eventos tan grandes siempre le genera la misma sensación de satisfacción que hace que no se saque nunca la camiseta de Hacoaj. “En general, las remeras que tenés que usar son las que te provee el que organiza la carrera y te obliga a llevarlas puestas. Pero cuando terminamos nos ponemos la del Club para hacer presencia y que se vea”. La camiseta del Club no la lleva uno, la llevan todos. En este sentido el deporte se torna algo totalmente grupal y se aleja de la idea preconcebida de varios de que el atletismo es individualista. Genera algo de cuidado por el otro que se da naturalmente, sin que nadie se lo proponga. Puede ocurrir que en el medio de una carrera alguien marque con el dedo una raíz, para que otro corredor no se tropiece. Aún en esos momentos donde hasta el aire escasea, se van dando apoyo los unos a los otros. “No creo que haya muchas actividades deportivas que generen esta cosa instintiva de cuidarte a vos y al otro”, asegura. Por los desayunos después de las carreras, por afecto a sus compañeros, por la sensación de vitalidad que lo carga de energía para todo, Daniel está seguro: piensa correr mientras sus rodillas se lo permitan.

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GERARDO HUTNIK el voley y los RiKudiM, son dos de las aFiciones Que geRaRdo desaRRoll贸 en hacoaJ. en esta Foto, con su caMiseta de los a帽os ochenta.

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¡SOY DE HACOAJ!

i primer ensayo en Guilboa me dio mucha verguenza, porque me encontraba totalmente inhibido. No tenía ni idea de qué se trataban los Rikudim. Entonces, marcaba un paso atrás de todos y muy tímidamente iba practicando al costado. Pero después me fui soltando, no era fácil recordar tantas secuencias de pasos; tenía que repetirlas varias veces”, cuenta Gerardo Hutnik, quien tuvo y tiene un gran compromiso social y deportivo con Hacoaj. Es socio desde 1974, participó en la Sub Comisión de Voley, fue secretario de Rikudim, bailarín y representante artístico de Guilboa y actualmente integra el equipo de maxi voley. Gerardo venía de instituciones más pequeñas a las que no había logrado integrarse. Al poco tiempo de conocer Hacoaj todo cambió, rápidamente se encontró practicando en la escuela deportiva de voley y enseguida comenzó con los entrenamientos como federado. No pasaron más de seis meses y llegaron las primeras Macabeadas para menores que se hicieron en el Club. Esa experiencia terminó por afianzar a Gerardo completamente. “Toda la etapa del equipo de voley fue una sucesión de momentos muy lindos para mí, porque ese grupo pasó a ser mi marco social. Todavía tengo amigos de esa época. No sólo íbamos a jugar, también compartíamos salidas. Ese fue el puntapié inicial que me permitió, con el tiempo, un enriquecimiento personal en todos los aspectos”, explica Gerardo emocionado. Su relación con Guilboa surgió de casualidad; un día, iba caminado por el Club, luego de jugar un partido de voley y se encontró con Andrea Ader (que practicaba el mismo deporte) que estaba junto a los hermanos Javier y José Reznik. Ellos le dijeron: “¿Por qué no venís a Rikudim?”. Todavía no existía Guilboa, pero ya había un grupo que se estaba formando. Gerardo confiesa que “se moría de vergüenza” y que “lo último que imaginaba en su vida era que iba a subir a un escenario a bailar”. Si bien era un tipo introvertido y muy tímido, lograron convencerlo. “Un día fui a un ensayo y después seguí yendo hasta que fi-

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nalmente dejé el equipo de voley. Lo peor era que yo sabía que mis compañeros del equipo me iban a cargar, porque en ese momento ir a Rikudim era de maricones”, sonríe Gerardo. Una vez asentado en el baile, tuvo la posibilidad de viajar y conocer muchos escenarios de varios lugares representando al club. Participó del segundo Festival Dalia (un mega encuentro de Rikudim de todas las instituciones de la Argentina y países limítrofes) que se hizo en el Club y de a poco fue logrando una identificación irrestricta con Hacoaj. “Tenía la camiseta puesta, faltaba que alguien hiciera cualquier crítica sobre Hacoaj e inmediatamente saltaba. A lo mejor no tenía mucho argumento pero igual lo defendía porque Hacoaj es como mi segundo hogar”, dice Gerardo conmovido y explica: “Es que Hacoaj me dio la posibilidad de desarrollarme en todos los aspectos, me sentí participante de absolutamente todas las actividades que integré y eso me llevó a lograr esa identificación. De modo que fui juntando cosas para hacerme de Hacoaj. Tengo amigos, practico deportes, mis hijos nacieron bajo este techo, disfruto cada vez que entro a esta casa. ¡Soy de Hacoaj! Y todo esto se lo debo al Club”. Cada uno de los momentos que Gerardo vivió en el Club lo hicieron muy feliz. No podría descartar ninguno. Por eso, si tuviera que elegir una etapa no sería una, sino todas. “Volvería a vivir todo de vuelta. Pero le agregaría más cosas, que a lo mejor no pude hacer porque en su momento me estaba formando, desarrollando mi personalidad y me faltaba experiencia. De todos modos, estoy feliz de haber vivido mi vida como lo hice”. Si bien el Club cambió mucho a lo largo de los años, Gerardo nunca se sacó la camiseta; participó de varias maneras y lo defendió siempre. Últimamente volvió a la Sub Comisión de Rikudim para respaldar el trabajo que se está haciendo en el área. Asegura que es feliz viendo a sus hijos bailar en Guilboa. “Eso es continuidad, estoy orgulloso de ellos. Ariel y Maia tienen, como yo, un amor especial por el Club; aparte de haber integrado los equipos de básquet y cestoball son excelentes madrijim y estoy seguro que transmiten ese sentimiento a sus “janijim”. De alguna manera, están siguiendo mis pasos... Y eso me llena de orgullo.


MARIO GOIJMAN ex pResidente de hacoaJ (1990-1994), con dos de sus pasiones, el golF y el voley, Junto al caRtel Que hoMenaJea la MeMoRia de su papรก, JacoBo, en el hoyo uno, sede cluB de caMpo hacoaJ tigRe.

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MI PAPÁ ME METIÓ A HACOAJ EN LA SANGRE ario Goijman estaba todavía en la panza de su madre, Simona, cuando ya era socio de Hacoaj. A los pocos años de vida, el Club parecía ser el nuevo mundo para él; por eso, uno de sus primeros recuerdos de pequeño se asocia a la vida de fin de semana. Ir al Club era toda una travesía, empezaba con el colectivo hasta la estación del tren, el viaje y luego la larga caminata hasta la puerta. El regreso a casa era mucho peor, todos volvían a la misma hora y el tren se llenaba a más no poder. “Me acuerdo que -mientras sacaban los boletos- mis viejos me pasaban por la ventanilla del tren para que me acostara y ocupase un asiento doble hasta que ellos subiesen…”, relata Mario con su voz cargada de emoción. El arenero de la Sede Tigre es un sector muy recordado por Mario, cuando era chico. En ese entonces todavía no había Escuelas Deportivas y las tardes con amigos, en aquellos juegos, eran eternas. Las colonias de verano, en la época de Nautilandia, eran la principal atracción para todos los chicos, yo actué como líder desde las primeras: “Nos quedábamos a dormir en las habitaciones que estaban en la casilla de los vestuarios de la entrada, que ya no existen. A mano derecha de la puerta de acceso había un vestuario y en la parte de arriba dormitorios. Luego, el segundo dormitorio se hizo arriba de la casa de Rimbaud, el intendente del Club desde los inicios, que estaba en donde hasta hace poco estaba el frontón de tenis y ahora, la cancha principal”. Las actividades de Nautilandia fueron como una iniciación para la generación de los pibes y pibas que hoy tienen entre cuarenta y sesenta años. En Nautilandia se forjó ese vínculo de identidad sólida, ese amor por Hacoaj. Otra de las grandes pasiones que Mario conoció y desarrolló en Hacoaj es el voley. Jacobo, su papá fue Secretario de Voley y Mario un fiel acompañante a los partidos de Primera División. “Cuando era muy chiquito, los partidos se jugaban en las canchas de polvo de ladrillo, los viernes a la noche, en la Sede Tigre. Hacía un frío terrible… Yo era juez de línea y a veces apuntador en el tablero. Finalmente, de tanto acompañar al equipo, me prendí y empecé a ir a los entrenamientos. Se me pegó, quizás demasiado. Nunca más me saqué la marca del voley”, se conmueve Mario. De la mano de este deporte, experimentó su primer viaje a Chile acompañado por Roberto Maliar como presidente

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de la delegación. “Fue el primer viaje internacional en el que ganamos; hasta el día de hoy conservo los recortes del diario El Mercurio que decían: ‘El remachador Goijman se destacó’”. Otro de mis recuerdos imborrables fue el haber jugado en la Primera del Club, cuando ganamos el ascenso a la Primera División, en aquella inolvidable final en que le ganamos a Boca de visitantes. Y luego el viaje a las Macabeadas en Israel. De allí seguí representando a Hacoaj en el voley, ya como dirigente, hasta la Presidencia de la Federación Argentina y del Mundial 2002, pero todo empezó con mi padre llevándome de la mano a los partidos nocturnos en Tigre. El softbol también fue importante en su vida. “En el Club no había sóftbol, entonces formamos un equipo con los chicos más destacados y, finalmente, terminé siendo el primer entrenador, junto con Alejandro Goldfeld”. El Club iba creciendo y por supuesto también Mario, quien en su adolescencia comenzó a activar en lo que luego sería Escuela de Líderes y finalmente Escuela de Madrijim. “Éramos un grupito de quince adolescentes, futuros caudillos, que nos reuníamos en la semana en el Club Oriente y después, los fines de semana, en la Sede Tigre bajo las órdenes de Glauco Caielli y después del Chango Borosky. A partir de ahí empezamos a realizar distintas actividades los fines de semana y también comencé a trabajar como voluntario para el Club”, reseña Mario. Y no puedo dejar de recordar los primeros campamentos de Hacoaj en Córdoba, donde actué como Madrij, llenos de hermosas anécdotas. Desde aquellos inicios de la adolescencia no paró de colaborar con el Club. Es que esa pasión personal estaba alimentada por el ejemplo de su papá, quien no sólo fue dirigente del voley sino que es reconocido, sin lugar a dudas, como uno de los grandes impulsores de la Sede Club de Campo Hacoaj Tigre, donde Mario vive hace diez años y del nacimiento del Golf en Hacoaj. Mario, entre otros cargos directivos fue Secretario de Cadetes, Secretario de Voleibol (12 años) Secretario de Deportes por 8 años, Vicepresidente y Presidente, de 1990 a 1994. Y finalmente “ya adulto” Secretario de Golf. “El día que asumí la presidencia fue imborrable. Poder agradecer públicamente a mi padre, ya como nuevo Presidente, fue muy impactante ya que el fue quien me metió Hacoaj en la sangre”, concluye muy emocionado.


DANIELA FAVELUKES JugadoRa de sóFtBol y RepResentativa del cluB poR Más de veinte años. “adoRo hacoaJ, poRQue es el lugaR donde nacÍ y donde Me encantaRÍa llevaR a Mis hiJos en un FutuRo”.

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EN HACOAJ DI MI PRIMER BESO aniela Favlukes estaba en primero o segundo año del secundario cuando la ORT organizó un intercambio con un colegio de Paraguay. Parte de ese encuentro se realizaba en Hacoaj. “En determinado momento -no recuerdo cómome escapé del evento con uno de los chicos… y bajo ese famoso árbol, al que todos alguna vez nos trepamos -el que está frente al Moadón- di mi primer beso”, cuenta emocionada. Daniela Favelukes es integrante del equipo de sóftbol de Hacoaj desde hace más de 20 años. Cuando Daniela tenía sólo 2 ó 3 años, el arenero de la Sede Tigre parecía ser su misma casa y los chicos del Club, sus mejores amigos. Los cubos y muchos otros juegos que hoy ya no están, fueron su espacio preferido durante todos los fines de semana. A los 6 años, el arenero le quedó chico y rápidamente comenzó a practicar gimnasia deportiva con la profesora Cristina Suárez. Pero a sus 13 años la jornada de tiempo completo del secundario no le permitió continuar, ya que los horarios coincidían con los entrenamientos. Su inquietud por lo deportes era tal que rápidamente se organizó con Daniela Feldman -compañera de gimnasia- y comenzaron a practicar sóftbol con Marilina Mohadeb. “Con ella empecé la Escuelita y a partir de ahí no paré nunca más”. Durante los partidos, el moadón se poblaba de una fuerte hinchada que alentaba de la mejor manera. “Los varones del equipo de sóftbol nos venían a ver a todas las finales y nosotras los íbamos a ver a ellos”, sonríe Dani. Ese fanatismo por el sóftbol fue creciendo cada vez más y aún hoy Daniela no puede vivir sin este deporte. Uno de los

momentos más intensos tiene que ver con las Macabeadas Panamericanas de 2007. “Al día siguiente jugábamos la final, pero teníamos un equipo muy fuerte conformado por la entrenadora Gimena Rossi, Lore Feldman, Daniela Felcman, Valeria Livshitz, Marilina Mohadeb, Laura Burstein, Carolina y Adriana Leibman y Paula Meisozo, entre muchísimas otras. Entonces invité a algunas chicas del equipo a dormir a mi casa como para tener ese espíritu Macabeo. Llegó el gran día, nos levantamos, fuimos para el Tigre y jugamos un partido bastante ajustado que nos dejó en segundo lugar. Más allá de los resultados, fue muy lindo jugar y recibir las medallas en nuestro Club. Es un momento que recuerdo mucho porque fue muy emotivo en tantos años de juego”, se conmueve Daniela. La historia de Daniela con Hacoaj ya lleva un largo camino. Todo comenzó a partir de sus abuelos; él fue un gran remero y ella se lleva, junto a Daniela, los mejores recuerdos en el arenero. Aunque sus abuelos ya estaban grandes cuando Daniela nació, los momentos compartidos en la Isla del Club nunca los olvida. “Hasta recuerdo que el número de carné que tenían era una cifra inferior a 100, por eso eran socios vitalcios”. Pero la historia continúa... sus padres se conocieron en el Club y como no podía ser de otra manera, Daniela se volvió una gran fanática de Hacoaj. “Que el Club cumpla tantos años me parece increíble, es difícil mantener en la Argentina una entidad tan grande durante tanto tiempo”. Por toda esa gran trayectoria familiar, Daniela no puede sentir otra cosa que no sea amor por su club, el de toda la vida, el de siempre. “Adoro Hacoaj, porque es el lugar donde nací y donde me encantaría llevar a mis hijos en un futuro”.

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VICTOR TARASIUK socio de hacoaJ de toda la vida y tenista RepResentativo.

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CON LA CAMISETA PUESTA a mayoría de los socios del club han tenido la posibilidad de subirse a un bote y salir a remar. Hay quienes lo descubrieron de grandes, están los que lo hicieron de muy chicos… e incluso contamos con un grupo muy especial: el que lo hizo desde la panza de su mamá. A éste pertenece Víctor Tarasiuk. Socio desde que nació y fiel al estilo náutico del club, pasó su infancia yendo a remar con su familia por el Tigre. No fue la casualidad la responsable de su acercamiento al deporte sino la familia, ya que todos sus primos jugaban al basquet y Víctor se enganchó muy rápidamente. Pero cuando ellos se fueron a vivir fuera del país, cambió el rumbo por completo y se dedicó de lleno al tenis, deporte que juega hasta el día de hoy y que promete no dejar mientras “no tenga grandes limitaciones físicas perjudiciales para poder seguir jugando”. Atraído porque su papá era tenista, el punto de partida de lo que sería su carrera deportiva en el club se remonta 45 años atrás. La escuelita de tenis, en donde empezó a jugar, es totalmente distinta a lo que es hoy en día: “No había una dinámica de enseñanza como la actual. Cuando yo comencé eran horas y horas de frontón. Recién después se iba a la cancha de tenis y el máximo placer era jugar contra el profesor para mostrarle lo que podías hacer”. Pero la realidad es que por más que los tiempos de un niño sean distintos a los de un adulto y todo sea más divertido en la infancia “tenía que gustarte mucho el deporte y tener mucha disciplina porque, mirándolo desde ahora, era aburrido… pero que en ese momento no me lo planteaba”. Así pasó las primeras horas de entrenamiento, peloteando contra el frontón, que en ese momento era uno sólo. Luego fue de los dos lados y ahora ni siquiera hay frontón. En su lugar se encuentra la cancha central de la Sede Tigre “Roberto Maliar”.

Desde los 11 años que Víctor integra el equipo del club. Con la camiseta puesta jugó decenas de interclubes y torneos y participó de numerosos ascensos, entre ellos el primero en la historia de Hacoaj, hace 25 años, en el equipo que formaban con Daniel Aisemberg, los hermanos Manrud y Toto Cerúndulo. Recuerda ese momento como algo único, por lo que implicaba el mérito de ascender, jugando para el primer club de la colectividad judía en llegar a la Primera A. Dentro del torneo interno del club también tuvo sus retos y desafíos. A los 17 años le tocó jugar la final del campeonato con quien era la primera raqueta del Hacoaj y la más histórica, el ídolo de todos: el Ñato Choclin, que en esa época era el mejor en forma sostenida, y todos lo veían como un Nadal. “Tuve que jugar la final contra quien era mi ídolo. Y si bien uno quiere siempre ganar, aquella vez la sensación era ambivalente. Era querer ganar, pero tenía que destronar a mi ídolo… era como jugar contra mi padre”. Finalmente, y a pesar de la disyuntiva interna, le ganó. “Ahí estaba la ambivalencia: era el campeón pero había vencido a quien era mi ídolo y el de todos”. Si bien fue bajando el ritmo y su participación en los torneos, hoy en día sigue jugando en Veteranos. Y juega cada vez que lo llaman, simplemente porque no piensa dejar de jugar ya que no encuentra otro deporte como el tenis. “Me gusta porque aunque sea individual, al jugar interclubes y al estar siempre con otros jugadores, se hace más divertido. Uno convivió tantos años con gente que, por más que adentro de la cancha era rival, afuera compartimos la amistad” y agrega, justificando su permanencia: “Además, me viene bien para hacer actividad física, lo que es un complemento importantísimo. Mientras no tenga grandes limitaciones físicas que sean perjudiciales, voy a seguir jugando, por ahora me las sigo arreglando”.

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ANDRéS ARAZI uno de los pRincipales ReFeRentes del canotaJe de hacoaJ. ha llevado los coloRes de nuestRo cluB a los RÍos Más Recónditos del Mundo.

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LAS LECCIONES DEL RÍO ubió a un bote por primera vez a los cinco años, alentado por su papá, León. Comenzó a practicar canotaje a los quince porque quería formar parte de ese grupo tan especial: “el de los chicos que reman”. En la rampa del Club conoció a su primer maestro: Oscar González. Desde entonces, el vozarrón de Gonza “¡Más fuerte, mi viejo!” lo viene acompañando, como un aliento, en los miles y miles de kilómetros que recorrrió en su kayak de maratón, por los ríos de Tigre y del mundo. Aún hoy, a los 39 años, Andrés extraña aquella palmada en la espalda -pesada como la de un oso- “con la que nos decía que íbamos a ser invencibles. Era una ilusión hermosa para un chico. Y un par le salieron invencibles de verdad”. Andrés asegura que se recibió de palista el día en que, por primera vez, atravesó la línea de llegada en la regata de los mil kilómetros del Río Negro, la más larga y exigente del mundo. Cuando se pone a evocar aquella experiencia se emociona como si la estuviera viviendo por primera vez. Fue en el verano de 1987 y corrió en un doble con su primo, Sebastián Sucari: “Llevábamos cinco horas y media, en esa última etapa, cuando de repente, al salir de una curva, vimos un puente lleno de gente tirando papelitos… Y lloramos…”. Una mezcla de agotamiento, alegría y dolores varios se apoderó de ellos. Era la coronación de quince días de pala y pala. Andrés corrió esta regata otras seis veces y la emoción al pasar por debajo de aquel puente, siempre fue la misma. Andrés Arazi formó parte de una generación de palistas de Hacoaj que hizo historia y que colmó de copas y medallas las vitrinas de la Capitanía. Un grupo que tuvo como punta de lanza a Abelardo Sztrum y que también conformaron Adrián Charnis, Fernando y Pablo Suaya, Hernán Zimmerman, Sebastián Virkel, Daniel Neer, Bruno y Bernardo Szyferman y Darío Castells, entre otros. “Ninguno de nosotros tenía condiciones sobrenaturales o extraordinarias -afirma categóricamente. Todo lo que logramos fue a fuerza de un entrenamiento metódico intenso y de motivación”. Si bien muy pocas veces corrieron juntos, con Abelardo lo une una profunda amistad. “Abi es tres o cuatro años

menor que yo, estábamos en distintas categorías pero cuando llegó a Senior, de repente se hizo grande. Dejó de ser mi alumno para convertirse en mi maestro. Sin dudas él tenía un nivel muy superior”. A pesar de dedicarse a un deporte de tan alta exigencia, Andrés encontró tiempo para formarse como físico nuclear, con un doctorado en Alemania. ¿Cómo se compatibilizan ambas actividades? La respuesta es simple: durmiendo poco. “En su momento fue difícil, especialmente en época de exámenes. Pero siempre que tenía un ratito libre me escapaba a entrenar. Era conocido por entrenar de noche, a las nueve o diez, en la oscuridad del Tigre”. Los que hicieron su vida deportiva en el remo o el canotaje saben que el río es un gran forjador de amistades. Las anécdotas en este sentido son varias. Andrés recuerda una situación que, en distintas versiones, le ocurrió a lo largo del tiempo. “Pongamos por caso lo que me pasó una vez en el Uruguay. La largada siempre es un momento de gran tensión, en la que se pone mucha polenta. En el amontonamiento de botes choqué con un doble uruguayo; nos fuimos contra la costa, nos enojamos, nos insultamos y salí con un ojo morado por un palazo. En canotaje de maratón se compite en pelotones, como en el ciclismo. Uno va aprovechando la ola del que va adelante. Después de ese choque yo me había acoplado a un pelotón, pero después de tres horas y media, me fui quedando solo. En eso, miré para atrás y vi que venía un doble. Cuando me alcanzaron, advertí que eran con los que me había peleado. Estábamos todos exhaustos. Igualmente, ellos se prendieron en mi ola, después yo en la de ellos… Y así estuvimos intercambiándonos hasta la llegada. Tácitamente fuimos colaborando, después de habernos peleado tanto. Cuando llegamos nos abrazamos los tres. Años después nos volvimos a encontrar y nos reímos. Quedamos amigos del deporte. Lo mismo me pasó en la última regata que corrí en Río Negro. Discutimos con un bote, chocamos, nos peleamos, estábamos enojadísimos pero el hombre después tuvo el gesto de disculparse. Nos dimos las explicaciones y nos amigamos. A los pocos meses falleció mi padre. Él se enteró y me llamó desde Viedma. Ese tipo de cosas tienen mucho valor para mí…”.

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PAULA GUZ en esta Foto, con su actual eQuipo de MaMi hocKey, paula es la teRceRa de pie, contando desde la deRecha.

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HACOAJ, UNA ELECCIÓN DIARIA na de las principales características de Hacoaj es que ofrece una amplísima y variada gama de actividades deportivas, sociales, educativas y recreativas, para todos los gustos, edades e intereses. Lejos de ser un eslogan, esta es una indudable realidad. Cierto es, también, que tanta oferta implica ciertos riesgos: la superposición de horarios y lo que algunos, equivocadamente, interpretan como un contradicción de intereses. Desde esta visión, quienes se inclinan por lo deportivo ignoran el aspecto social, quienes optan por la competencia descartan la recreación y quienes prefieren ir a los grupos, es porque son unos “pataduras”. Podríamos internarnos en larguísimas e inútiles discusiones para demostrar la falsedad de estos argumentos pero preferimos tomar algunos ejemplos reales de socios que han logrado armonizar lo que otros ven como un absoluto incongruente. Tal es el caso de Paula Guz quien fue jugadora de hockey desde la escuelita hasta la primera división y al mismo tiempo (¡y en el mismo club!) participó en los grupos de adolescentes, hizo la Escuela de Madrijim, trabajó como madrijá en la actividad semanal y en varios campamentos, fue mejanejet de la Escuela, asistente de la Dirección de Adolescentes, Directora de Juventud, mamá de dos socios, alumna de la Escuela de Tenis, jugadora representativa de este deporte y miembro del equipo de Mami Hockey. ¿Cómo comenzó todo? A la edad de las escuelas deportivas, luego de probar entre varias (cestoball, sóftbol, vóley, tenis y remo) Paula eligió el hockey, no porque tuviera aptitudes especiales para este deporte sino porque, como ella misma explica: “Se formó un lindo grupo de amigas y, hasta los 14 años, cuando además empecé a ir a las actividades de adolescentes, ese fue mi marco de pertenencia dentro del club”. Es cierto que Paula desarrolló una habilidad para el Hockey, sin la cual difícilmente hubiera llegado a primera. Pero, salvo para algunos pocos tocados por la magia, la destreza deportiva es algo que se adquiere a fuerza de entrenamientos, y para que una chica de siete, diez o trece años tenga ganas de entrenar, es fundamental la contención que le dan sus amigas y sus profesores. Aquí entra el recuerdo de su

entrenador de la quinta división, Marcelo, quien la promovió a la preselección, un empujón que Paula aún reconoce como fundamental: “Marcelo me puso mucha pila”, sintetiza. Entre sus recuerdos más lejanos está el Rancho de Hockey, a los ocho años más o menos. “Era como una colonia deportiva, en la que nos quedábamos diez días a dormir en el club, en los dormitorios que estaban detrás de la pileta. En el hall del edificio central de la Sede Tigre hay una foto de esa época. Muchas de las chicas que estamos en esa foto, seguimos jugando al hockey”. Como capitana de aquel equipo de octava o novena, Paula se tomaba muy en serio su responsabilidad: se sabía de memoria el número de federada y el teléfono de todas sus compañeras. “El deporte en equipo te da experiencias únicas. Me acuerdo de los viajes en micro, de los entrenamientos en Parque Sarmiento en una cancha en la que era imposible frenar la bocha, de las concentraciones antes de jugar los partidos con los que ascendimos de Primera E a Primera D y luego a Primera C, que más que concentraciones parecían un campamento, de los viajes con el equipo…” Cuando comenzó a estudiar en la Facultad de Odontología, Paula dejó de jugar al hockey. Entonces, su vinculación con Hacoaj se centró en su trabajo como madrijá, tarea que “disfrutaba un montón y me divertía mucho. Yo había trabajado en otras instituciones, pero ser madrijá en Hacoaj era volver a mi lugar”. De ese paso recuerda especialmente los campamentos en Bariloche y el viaje a Israel, acompañando a sus alumnos de la Escuela de Madrijim. Al comenzar a trabajar en su profesión dejó de hacerlo en Hacoaj pero jamás dejó de venir al Club. De grande descubrió el tenis pero, durante una fiesta de hockey, a la que asistieron entrenadores históricos como Marcelo, Duré y Jorge, su hija se ganó un palo chiquitito “y para mi eso fue como una señal”. Entonces decidió volver a jugar, como lo hace actualmente, en el equipo de Mami Hockey. “El club es un lugar que elijo y reelijo a diario, es una elección constante, aquí conocí a mis amigas del alma, muchas de las cuales siguen en Hacoaj. Es un lugar de pertenencia importantísimo… Hacoaj es el único marco judaico que tienen mis hijos y esas vivencias que tuve en cada etapa, en cada edad, son las que quiero para ellos”.

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CARLOS F. RUBINSTEIN en sus sesenta y tRes años de socio, caRlos se destacó coMo ReMeRo y taMBién, coMo voluntaRio en las áReas de seguRidad y en inteRioR.

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UNA HISTORIA POLICIAL ntre los socios que ahora tienen más de setenta y tantos años circula una historia de ribetes policiales, que aún hoy es contada en voz baja. Lo hacen tapándose la boca y mirando de reojo, como para cerciorarse de que nadie los escuche, especialmente cuando se menciona el nombre de su protagonista. Como ya han pasado casi cincuenta años, creemos que es hora de decir públicamente lo que muchos saben: el socio en cuestión es Carlos Rubinstein, quien había llegado al Club siendo un chico de 15 años, atraído por el remo, deporte que cultivó con pasión y entrega. A pesar de los matices que adquiere según quien la relate, en líneas generales, la historia es así. Principios de la década del sesenta. La Argentina y el mundo estaban aún conmovidos por la captura del genocida nazi Adolf Eichmann a manos de la inteligencia israelí, el 11 de mayo de 1960, a metros de la casita precaria en la que vivía con su familia, bajo la identidad falsa de Ricardo Klement. Esto ocurrió en San Fernando, casualmente no muy lejos de Hacoaj. Eichmann fue llevado a Israel, donde fue acusado de crímenes contra la humanidad y contra el pueblo judío, juzgado con todas las garantías de la ley, condenado y ejecutado el 1º de junio de 1962. El secuestro de Eichmann produjo tensión diplomática entre la Argentina e Israel, situación que fue rápidamente superada. Pero también fue la excusa para que los grupos filo nazis locales, entre los que se destacaba “Tacuara”, incrementaran sus acciones antisemitas… y vaya si lo hicieron. Los atentados contra instituciones judías, de los que Hacoaj no fue ajeno, se convirtieron en una triste rutina cotidiana. Carlos Rubinstein guarda un preciso registro de los más de cincuenta hechos denunciados entre el 26 de agosto de 1961 y el 17 de julio de 1963. Bombas de alquitrán, pintadas, ataques a personas, profanaciones en cementerios e, incluso, el ametrallamiento de criaturas a la salida del templo de la localidad de Florida… todo amparado por lo que él define como “un gran margen de impunidad con respecto a los delitos cometidos en perjuicio de distintos sectores de la comunidad”. Mientras muestra unos papeles amarillentos, Carlos aclara: “acá tengo un escrito judicial en el que constan más de cincuenta atentados con fecha, lugar y dónde fue radicada cada denuncia. Sabemos qué daños se produjeron, los nombres de los heridos y el lugar donde se hizo la denuncia pertinente. Y, en algunos casos, si el juez atendió después la causa. Pero ninguno de estos hechos fue jamás esclarecido… Jamás se supo nada.” A pesar de esa impunidad, la respuesta comunitaria fue, por un lado, intensificar las denuncias judiciales y por el otro crear las primeras comisiones de “bitajón” (seguridad). Hacoaj se puso a la vanguardia de este movimiento. El primer Secretario de Se-

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guridad (hoy prevención) de la Institución fue Carlos F. Rubinstein. Se organizaron grupos de deportistas que se dedicaban a custodiar escuelas y templos, especialmente durante las festividades. Su función era preventiva y disuasiva, ya que iban armados sólo con sus puños, los que tuvieron que usar en más de una oportunidad. En octubre de 1962, los socios a cargo de la custodia de la Sede Tigre, entre los que se encontraba Carlos, detectaron dentro del Club a dos jóvenes desconocidos en actitud sospechosa, los que fueron detenidos con la ayuda de la policía, trasladado a la comisaría en los automóviles de Carlos y del Gerente Institucional José Jerusalinski. Allí, los intrusos fueron identificados como miembros de Tacuara. Pocos días después, se desató una copiosa campaña periodística en la que se informaba “el descubrimiento de una célula terrorista con vinculaciones internacionales” y la presencia de “armas y bombas de una célula comunista” implicando en estos hechos a Carlos Rubinstein. Ese fue el precio que pagó por haber llevado adelante el procedimiento contra los miembros de Tacuara en Hacoaj. Carlos fue anoticiado de que había una orden de captura en su contra y que la policía se dirigía a su domicilio para detenerlo junto a su esposa. Se lo acusaba de haber ocultado armas de guerra, cachiporras y cuchillos en su automóvil, así como bombas, granadas y panfletos castristas en su casa material todo que, según Carlos explica, le fue “plantado”. Varios de sus amigos de Hacoaj actuaron inmediatamente en su resguardo, ocultándolo primero y ayudándolo a salir del país rumbo al Uruguay. También declararon a su favor ante la justicia. Entre ellos, Carlos menciona especialmente a Billie y Miguel Goldfeld, Jorge Bruetman, José Jerusalinsky y muy especialmente quien era entonces el Presidente de la Institución, Roberto Maliar, quien logró que Carlos fuera defendido por el prestigioso abogado criminalista Prof. Dr. Bernardo Beiderman quien también, por algunos años fue socio de Hacoaj antes de radicarse en Israel. Todos ellos le prestaron apoyo emocional y material, ya que por largo tiempo Carlos y Fortuna debieron ausentarse de su casa (la que fue saqueada a pesar de estar bajo custodia permanente) y dejar de trabajar. Desgraciadamente, nuestras instituciones comunitarias nunca pudieron bajar la guardia. Luego de los tremendos atentados contra la Embajada de Israel, en 1992 y la AMIA, en 1994, las medidas de prevención pasaron a formar parte de la vida diaria. Sin embargo, nuestra principal respuesta fue la más simple y efectiva: seguir creciendo, seguir profundizando la misión de contener la vida judía en la Argentina y la de tender su mano abierta al conjunto de la sociedad. A la violencia, opusimos la creación. Y allí donde buscaron debilitarnos, fue donde más nos fortalecimos.


MARCELO EPSTEIN con la Foto del Bote Que ganó el caMpeonato sudaMeRicano Juvenil, el sudaMeRicano de MayoRes, dos caMpeonatos aRgentinos y los Juegos cRuz del suR. tRipulación: MaRcelo epstein, gustavo salgueRo, ángel MaRtÍnez y daniel zanieR. gustavo y ángel eRan ReMeRos del aMéRica, MaRcelo y daniel, de hacoaJ.

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RECUERDOS MÁGICOS ntre la infinidad de premios que Marcelo Epstein ganó a lo largo en su vida, el primero que viene a su memoria no es la copa del Campeonato Juvenil Sudamericano de Remo en 1981, con la Selección Nacional, o las medallas de plata de la Macabeada Mundial de 1993, cuando regresó a la actividad a los treinta años. A la hora de las evocaciones, el primer lugar lo ocupa un tronquito tallado que dice “Mención Especial”. Lo obtuvo en su primer “Nautilandia”, allá por el año 1969. Marcelo entrecierra los ojos y los recuerdos de su vida en Hacoaj surgen a borbotones empujándose unos con otros, como si hubieran estado esperando en fila para volver a vivir. Allí está con su madre, en la Nursery a cargo de la entrañable Ema. Luego viene un recuerdo muy intenso, el del chiquilín que esperaba con desesperación la llegada del fin de semana para escaparse a Hacoaj, con sus amigos… Están, por supuesto, las primeras salidas al río con su viejo, en aquellas canoas de madera que pesaban como doscientos kilos. Y la llegada a la Isla para fundirse nuevamente con esa inmensidad de árboles y río. “En esos momentos el tiempo no transcurría. Estar en la isla era mágico. Íbamos hasta el fondo y era como internarse en una selva. Me quedaron grabados los regresos, mientras se hacía de noche, en pleno invierno”. Los recuerdos siguen a los nueve años, con las clases de natación a cargo del profesor Pilu y con el adolescente que disfrutaba de sus primeros campamentos en Bariloche, Córdoba o Mendoza… Finalmente, aparece el Marcelo de doce o trece años, que descubrió la pasión por el remo. “Al principio, remaba los fines de semana y más tarde empecé a ir al club a la noche, en colectivo. En mi casa tenía una resistencia absoluta. Vivíamos en Belgrano y eso de ir y volver en el 60 a la noche tarde, con trece años, mucho no les gustaba a mis viejos. Lo recuerdo bien porque ingresé a primer año de la escuela y, cuando llegaba tarde al colegio, el castigo era no ir al club. Y para mí era terrible”. Marcelo empezó entrenado por Arturo Salerno, pero quien lo formó como remero fue Miguel Morillo, por quien guarda un gran afecto. Su primera competencia fue timoneando un ocho clincker en la pista nacional, regata a la que lo llevaron como premio consuelo. Los otros pibes

eran bastante más grandes y le asignaron un bote que, supuestamente, no era candidato, pero para sorpresa de todos, ganaron. Lo que Marcelo no sabía era que había una ceremonia de iniciación: al timonel del ganador se lo tiraba al agua. “De repente, cuando terminó la regata me agarraron entre todos. Pensé que me iban a golpear pero no, me revolearon al agua. Salí llorando, nunca lo voy a olvidar. Con el tiempo, fui aprendiendo lo sacrificada que es la vida del remero y ese recuerdo me fue llenando de orgullo. Primero me dio vergüenza pero luego forjó mi identidad, mi pertenencia; subir a un bote de regata y ponerse la camiseta de competencia de Hacoaj para mí, era como calzarse la celeste y blanca en la selección de fútbol”. Esa pertenencia que menciona Marcelo está poblada de amigos que conserva desde los seis años, cuando se conocieron en Nautilandia, que se suman a los vínculos forjados en el remo y en la misma vida de club: Aldo Lincovsky, Darío Polak, Fabián Reznik, Gustavo y Pablo Bulgach, Gustavo Davidovich… y también las chicas, por supuesto, Beatriz Kleinman, Margarita Wais. Pero de todos estos nombres, Marcelo tiene especial afecto por varios de los empleados de Hacoaj, quienes silenciosamente acompañaron, e incluso apuntalaron, su carrera deportiva y la de tantos y tantos remeros. Cacho Zamudio, capataz de la rampa, que los esperaba con la comida preparada cada noche cuando volvían de entrenar; el marinero Cuello, conocido como “Cuellito”; Pedro Spinaci, actual Director de Remo de Hacoaj al que conoció cuando entrenaba a América; el carpintero de botes Miguel Giunta y, por supuesto, el Cordobés, que sigue allí, firme en la rampa. “Salir a remar a la noche no era algo normal. Lo contaba en el colegio y ni los profesores de gimnasia me creían… Estaba todo oscuro y nos guiábamos por las luces de la costa. Las noches de luna llena, con el río planchado, eran mágicas. Volvía a casa y esperaba el momento de volver a salir al río. Cuando terminé la escuela, empecé a remar a la mañana y ahí la cosa cambió, era un entrenamiento de alto rendimiento, muy competitivo… Pero el río fue mi primer amor y al día de hoy, aún lo mantengo. Sigo siendo socio de Hacoaj y sigo remando. Debo ser uno de los vitalicios más jóvenes, con 46 años, lo que me llena de orgullo”.

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PATO BULGACH ReMeRo de hacoaJ. ganadoR de la pRiMeRa Medalla de oRo panaMeRicana paRa el cluB, en indianápolis 1987. “hacoaJ es Mi casa. JaMás entRó otRa opción en Mi caBeza Que seR de hacoaJ”.

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PRIMER CAMPEÓN PANAMERICANO l remo se incorporó a la vida de Pablo “Pato” Bulgach gracias a Juan Ofman, quien en ese momento era el entrenador de la escuelita de fútbol de Hacoaj. “A mí nunca me ponía en el equipo, era malísimo… Hasta que un día me dijo: ‘Andá a remar. No vuelvas más’… Y me fui a remar. Cada vez que nos vemos con Juan nos matamos de risa”, cuenta Pato. A pesar de ese peculiar comienzo, tuvo una carrera intensa, siempre ascendente, plagada de logros: en 1985 fue Campeón Sudamericano Junior, en 1986 Campeón Argentino y Sudamericano Senior, en los Juegos de Indianápolis 1987 fue primer deportista de Hacoaj en lograr un Campeonato Panamericano, en 1988 ganó una regata internacional en Piediluco y viajó al Mundial, pero no pudo clasificar para los Juegos Olímpicos de Seúl. Al año siguiente tuvo que dejar el remo de alta competencia por una lesión en la cintura que le impedía estar en primer nivel. De todas maneras, encontró otra pasión en Hacoaj: jugar al tenis. “Me encantó y encaré mi vida deportiva por algo no tan sacrificado”. Sin embargo, los mejores recuerdos de Pato recorren aquellas épocas de largos entrenamientos, donde el Club, poco poblado en días de semana, se convertía en un lugar único para él. “Éramos muy pocos, Marcelo Epstein y alguno más… Cuando terminaba la rutina almorzaba con Morillo, Benítez y algunos de los dirigentes”, sonríe Pato. Otro recuerdo inolvidable fue el duro entrenamiento para la Macabeada de 1985. “Dormía en el Club, vivía en el Club… hasta que un día se acercó Roberto Maliar (que era el Presidente) y me contó que cuando él jugaba al Bás-

quet también entrenaba una barbaridad… y sus palabras me dieron una fuerza increíble. La verdad es que los remeros no aguantábamos más la concentración y él, como Presidente y como deportista, se acercó a apoyar al equipo”, se conmueve Pato. No mucho tiempo después se generó una gran amistad entre ambos, lo que llevó a Roberto a convertirse en el padrino de su hijo. Los domingos a la tarde eran los momentos más esperados y placenteros para aquellos que sacrificaban horas de entrenamiento en el río. “Nos íbamos todos a la isla remando en chancha, como cuatro o cinco botes, preparados para jugar carreras… Y si podías, tirabas algún contrincante al agua o les hundíamos las chanchas… era una guerra”, cuenta Pato y enseguida suelta una gran carcajada. Entusiasmado agrega: “Éramos terribles, nadábamos en el Sarmiento como si fuera la pileta de casa. Además, los remeros nos obligaban a tirarnos desde el puente del Tigre, donde están las lanchas colectivas de la estación. Volvíamos los martes a las diez de la noche todos mojados y subíamos por donde podíamos pero era un acto de demostración de pertenencia al remo”. El tiempo ha pasado y Hacoaj le dejó a Pato los recuerdos más lindos de aquellas épocas, que hoy evoca. “Hacoaj es mi casa. Jamás entró otra opción en mi cabeza que ser de Hacoaj. Además, a mis viejos le sacás el Club y se mueren”, se emociona… “Mis viejos alquilaban un departamento en el Club todo el año. Entonces, desde marzo a diciembre, venía todos los fines de semana. Cuando llegaba el verano nos metíamos en la pileta a las doce de la noche, con todos los chicos de los departamentos. El sereno, Juancito, nos buscaba con las linternas; nos escondíamos debajo del agua y no nos podía encontrar. Viví el Club intensamente, fueron momentos y sensaciones increíbles”, concluye Pato con un nudo en la garganta.

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NATALÍ DORESKI JugadoRa de hocKey de hacoaJ. integRante de la selección nacional “las leonas”. Medalla de plata en sidney 2000 y caMpeona Mundial 2002, entRe otRos logRos de pRiMeR nivel inteRnacional. Fue aBandeRada de la delegación aRgentina en las MacaBeadas isRael 2001

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LA MÍSTICA DEL DEPORTE uchos son quienes llevan la bandera de Hacoaj. Los que sienten el orgullo por haber visto el club desde sus inicios y hoy disfrutan el resultado de tantos años de esfuerzo, los encargados de transmitir sus valores esenciales, los que literalmente viven aquí… y cualquiera que en todo su derecho sienta más el escudo que otros, sin exclusiones de ningún tipo. Ahora, ¿existe algún ejemplo más visual, más tangible, que una jugadora besando su camiseta, luchando por su bandera, peleando como leona por defender a su club? De eso se trata la historia de Natalí Doreski. Ingresó al club casi por casualidad, gracias a que unas amigas de la primaria jugaban al hockey y ella tenía ganas de empezar. Fue puramente por azar, porque tenía por delante la opción de ir a jugar a Ciudad de Buenos Aires. Pero aquel club tomaba una especie de “prueba” (había que correr dos vueltas al lago de Palermo) y además entrenaba en Núñez, por lo que a Natalí le pareció más cómoda la idea de entrenar en el Club de Amigos, donde en ese momento practicaba Hacoaj. Claro, no sabía que no mucho tiempo después iba a tener que viajar más de tres veces por semana al Tigre, entre entrenamientos y partidos. Sea como fuere, se decidió por Hacoaj y, desde un comienzo, sintió la buena energía que circulaba dentro del equipo de hockey. Ese, más que la corta distancia, fue el motivo que la impulsó a quedarse y continuar tanto tiempo después. “Mi objetivo al principio era jugar y divertirme, pero la buena onda que se generó hizo que me pudiera desarrollar en el deporte. Hasta el día de hoy soy amiga de muchas de mis compañeras de equipo”, sostiene. Mirando su historia de atrás para adelante, resulta increíble; pero en ese momento el hockey para Natalí era una novedad, ya que recién empezaba conocerlo desde adentro. Y al mismo tiempo que comenzó a fanatizarse con el deporte, lo hizo también con toda su mística: los terceros tiempos, los puntos de encuentro, los grupos. Resulta también increíble que, haciendo el camino inverso, la historia esté detenida ahora en el mismo lugar en que comenzó, en el sabor por esa magia distinta que da este deporte; una magia encontró al principio, en su apogeo cuando jugaba en primera y era conocida nacional e in-

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ternacionalmente, y que sigue encontrando ahora, jugando en la Segunda División. Esa magia “es lo lindo que te da el deporte y el club. Lo mejor es no forzar esto y dejar que se dé naturalmente, porque es nuestra manera de vincularnos y vivir el deporte, es así como nos conocimos, y así como siempre se va dando”. Mientras transcurría el sueño de cualquier deportista, formar parte de la Selección Argentina (estuvo en el equipo de “Las Leonas” desde el 98 hasta el 2006), Natalí siempre siguió luchando por los colores del club y nunca abandonó el deseo que tenían en común todas las jugadoras de Hacoaj: lograr el ascenso. Desde que ingresó, sintió al club como propio; todavía estaban en la C, y el sueño principal era poder llegar a la A, lo que poco a poco fueron construyendo entre muchos y con mucho esfuerzo. Los ascensos llegaron en 1997 y 2001 pudiendo, desde entonces, permanecer en la máxima categoría. Jugando en “Las Leonas”, Natalí era Natalí, y la camiseta decía otra cosa. Pero ella asegura que “dentro de la selección, también representás a un club, porque para que un jugador llegue allí tiene que haber detrás un club que te banca, una familia que te apoya y tu equipo... y terminás llevando una parte del club al seleccionado. En ese máximo nivel necesitas que tu equipo, en el que jugás cada semana, te contenga; porque es muy lindo jugar en la selección pero la exigencia es muy grande”. Contención fue algo que a Natalí nunca le faltó y desde el Tigre siempre sus compañeras y muchísimos socios iban a verla todos los partidos, “con vincha, bandera, gorro”, recuerda entre risas. Entre quienes iban a alentarla, estaba una de sus compañeras más chicas, Giselle Kañevsky, también nacida en Hacoaj. Giselle seguiría los pasos de Natalí en el deporte y Las Leonas, hasta alcanzar el oro olímpico en Pekin 2008 y el Champions Trophy 2010. Nadie sabe qué hubiese sido de Natalí de haber entrado en Muni… es insospechable. Pero hoy en día, con tanta historia en el hockey, con un marido incluso más fanático que ella y un hijo que no se pierde un fin de semana en el Club, Natalí siente el orgullo de haber elegido a Hacoaj y haberlo representado durante tanto tiempo “con la camiseta cien por ciento puesta”.


ALEJANDRO FILARENT ex pResidente (1998 - 2000 y 2004 - 2008), en sus palaBRas y sus acciones, aleJandRo pone especial énFasis en el sostén de la continuidad Que RepResenta el cluB náutico hacoaJ.

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NUESTRO ESPACIO COMUNITARIO e muchas y distintas maneras las instituciones socio deportivas modernas son herederas de una antiquísima tradición comunitaria judía, cuyas raíces se internan en lo profundo de nuestra historia. Si tomamos como un punto de inflexión el inicio de la Diáspora, la dispersión del pueblo judío ocurrida hace dos mil años, podemos rastrear hasta entonces la génesis de esta modalidad de organización social que definimos con la palabra hebrea “Kehilá”, es decir: Comunidad. La Comunidad era desde entonces, y sigue siendo ahora, un marco de referencia y de interacción. Dentro de la Kehilá se educa, se establecen normas de convivencia, se proporciona reparo material y contención espiritual, se dirimen conflictos, se celebraban las alegrías, se llora a los muertos, se honra la memoria, se fomenta la creatividad, se construye la identidad… Y se discute todo porque, según afirma el ex Presidente de Hacoaj Alejandro Filarent: “La capacidad de cuestionamiento, de ir profundizando y abrevando en las fuentes y, a su vez, replicándolas y actualizándolas, forma parte del pensamiento universal judío”. Alejandro Filarent se define a sí mismo como un “aficionado a la historia”. Esta afición se manifiesta en su avidez por saber de dónde venimos. Sin embargo, su pensamiento no está orientado únicamente al pasado. Su búsqueda de los orígenes tiene los pies puestos en el presente y la mirada dirigida al porvenir. Tal vez por eso se emocionó tanto cuando en 2009 Guilboa, el conjunto de rikudim representativo de nuestra Institución, celebró sus treinta años. “Ver en el escenario a decenas de personas que encontraron en Hacoaj la posibilidad de desarrollar su sensibilidad artística potenciándose entre sí, ver a los papás que iniciaron el proyecto, bailando con sus hijos, fue la síntesis perfecta de nuestra misión comunitaria. Y eso me colmó de satisfacción”. El concepto de continuidad cruza como un eje el pensamiento de Alejandro y marcó su accionar desde siempre. Continuidad en la tarea, en la responsabilidad y en el liderazgo, que se manifiesta como un diálogo intergeneracional permanente que mantiene vivos a los espacios comunitarios, a la vez que los conecta con las realidades y las necesidades de su tiempo. “Yo creo que nuestras instituciones tienen que evolucionar haciéndose cargo de aquello que décadas atrás se daba como un mandato en nuestros hogares: la transmisión de la identidad y de las raíces del judaísmo. La Institución debe ocuparse de esta misión”. Un ejemplo cabal, en este sentido es el haber dado fuerte apoyo a la celebración de los Bar y Bat Mitzvá en Hacoaj. “El proyecto había nacido en la presidencia de Mario Goijman y nosotros lo impulsamos. El gran triunfo de las ce-

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remonias de Bar Mitzvá fue que, en la mayoría de los casos, significó el primer contacto de muchos de nuestros chicos, y aún sus familias, con su identidad judía”. Quizás este sentido de continuidad provenga de su papá (nombre), a quien admiró profundamente. Como casi todos los inmigrantes, no pudo completar sus estudios formales, los que suplantó con su avidez de lector. También fue un ferviente sionista y un hombre volcado a su comunidad. Alejandro siguió sus pasos. A los 17 años dirigía un grupo juvenil de su barrio, en el Bialik de Villa Sahores. Ya casado y con hijos, buscó un lugar para que éstos tuvieran la oportunidad de socializar. Primero fue en Macabi. Pero su cuñado les insistió para que se cambiaran de Club. Alejandro admite que tenía una visión estereotipada de Hacoaj. “Eran los cajetillas, los que nos miraban por sobre el hombro. Pero la realidad estaba muy lejos de este prejuicio que, como suele ocurrir, condujo a concepciones erróneas”. Luego de su ingreso no tardó en sumarse al voluntariado. Sus primeras experiencias fueron en la Sub Comisión de Básquetbol. “También se decía que Hacoaj tenía una posición judaica débil, pero en la época en que yo ingresé, a mediados de los setenta, no era así. Más bien todo lo contrario”. Para entonces, la identidad judía de Hacoaj se había consolidado y el Club ganó protagonismo y liderazgo comunitario cuando la Asamblea de Socios decidió por aclamación la afiliación a la Organización Sionista Argentina. Alejandro, que llevaba consigo la impronta del voluntariado comunitario, encontró en Hacoaj una variedad de modelos dirigenciales y humanos de los cuales aprender. De Rogelio Cichowolski, con quien lo unió una profunda amistad, tomó su concepto de trabajo en equipo. De Roberto Maliar admiró su energía inagotable y su sentido de la gratitud. “Roberto estaba siempre en todo, en los grandes temas y en los que son aparentemente pequeños, pero que tienen una importancia fundamental. Por ejemplo, cuando yo era Secretario de Básquet, como es habitual, organizábamos encuentros con otras instituciones a las que invitábamos a Hacoaj. Roberto, que era el Presidente, siempre se acercaba al gimnasio, con esa sonrisa tan grande que tenía y se ocupaba de agradecer específicamente a los padres que habían trabajado en el evento. Para nosotros, no había mejor recompensa.” La lista sigue e incluye a Mauricio Rubins, Oscar Goldberg, Tito Morgenstern, Juan Ofman, su entrañable amigo Coco Waissbein. “Gente con la que muchas veces no estuve de acuerdo y con la que, incluso, tuve discusiones muy fuertes, pero a los que debemos reconocerles su generosidad silenciosa y la infinidad de horas que dedicaron Hacoaj, sin pedir ni recibir nada a cambio, más que la satisfacción de haber trabajado para un proyecto comunitario”.


DANIEL NOSOVITZKY Y RICARDO BLINDER “…la expeRiencia MacaBea pasa poR otRo lado, es Más un teMa social, cultuRal. estaR en isRael, es eMocionante…”.

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AMIGOS DE TODA LA VIDA aniel Nosovitzky y Ricardo Blinder son socios de Hacoaj, amigos de toda la vida y fanáticos del deporte. Aunque actualmente no practican el mismo, comparte un gran recuerdo de su infancia: “son los de la época de los grupos. Era un sistema bárbaro, ya que en ese momento la coordinación estaba a cargo de los profesores que nos binaban la posibilidad de hacer todos los deportes”, dice Ricardo y Dani agrega: “Fue gracias a los grupos que me acerqué al deporte, ya que por ese entonces nos hacían pasar por todos lo que generaba un puente muy común entre lo social y lo deportivo.” Es entonces- a partir de la actividad recreativa- que cada uno comenzó a tomar un camino diferente: Dani entro al equipo de fútbol, al de voley y también al básquetbol, entre tanto juego conocido, terminó optando por el squash, otra historia, que se remite ni más ni menos que al jardín de su casa, donde su padre decidió que la mejor forma de hacer familiar su pasión era poner una cancha (sólo para hacerse una idea, 9,75 x 6,40 es el tamaño oficial). Era un chico cuando empezó a jugar, pero pasados los años siguió aferrado, eligiéndolo no sólo porque lo tenía al alcance de la mano, sino porque comenzó a descubrirle otras cosas que lo hacían distinto al resto: “Es un deporte muy ágil y creativo, y tiene un montón de cosas que lo hacen muy divertido, ya tenía que ver con otras cosas”. Ricardo también se había entusiasmado con el fútbol, pero lo combinó con el sóftbol. “Practicaba bien ambos deportes y no tenía problemas de superposición horaria porque jugaba al sóftbol a la mañana temprano -íbamos sin dormir a los partidos luego de varias noches agitadasy después iba a los partidos de fútbol”. Si bien le gustaban ambos deportes, el sóftbol le abrió las puertas a más oportunidades, ya que era un deporte que recién comenzaba a formarse. “Comencé a viajar, a participar de los torneos y me terminé enganchado de tal manera que dejé el fútbol representativo, pero continué jugando entre amigos”. El sóftbol ya se había incorporado a su vida cuando llegaron las Macabeadas del ’81 en Israel. Viajar con el equipo era todo un logro, pero ganarse una medalla era demasiado. Sin embargo ocurrió lo inesperado: “¡ganamos la medalla dorada!” dice Ricardo con euforia. “Fue una enorme alegría, ya que nos enfrentamos a grandes potencias como Israel, Estados Unidos y Canadá”. Para ese entonces, Hacoaj había logrando conformar un excelente equipo y había logrando unir un grupo de amigos. “Con

mucha voluntad se fue armando un equipo increíble, se había dado una mística muy fuerte y, cuando salimos campeones, ese sentimiento se hizo más profundo”, explica Ricardo con emoción, a pesar de que ya pasaron casi treinta años de aquel logro. El tiempo pasó y la amistad entre ambos siguió intacta. Dani se afianzó cada vez más al squash y Ricardo cambió el sóftbol por Pelota Paleta. Sin embargo, los encuentros entre ambos los fines de semana son intocables. Ricardo recuerda una de sus travesuras, de la que seguro tuvo de testigo a Dani. “Cuando éramos chicos, con algunos amigos más, éramos bastantes traviesos. En esa época estaba Benítez que nos perseguía con una especie de escoba por todo lados…” En su cara se dibuja una sonrisa cuando recuerda un día en particular: “una vez -junto con mis amigos- fuimos al Panorámico, cerramos la puerta con llave y la tiramos. Quedó todo el mundo encerrado. Por supuesto, Benítez nos corrió por todo el Club”. Otro momento inolvidable eran las largas Noches de Estrellas en las todos los chicos se quedaban a dormir en el Club. Ricardo trae al presente a varios personajes de aquellas épocas “como José Goldman, el papá de Armando y Marito, que también nos perseguía y nos retaba”. Pasaron más o menos treinta años desde que Dani y Ricardo se conocieron, y aunque hoy en día no practican el mismo deporte, comparten el mismo amor por el Club y los grandes momentos de felicidad que vivieron juntos “Hacoaj significa más que todo para mi, ya que es la historia de haber vivido muchísimas cosas muy intensas”, confiesa Ricardo, y Dani asegura que Hacoaj, a través del squash, le dio la posibilidad representar al Club en Israel: “La experiencia pasa por otro lado, es más un tema social, cultural, estar en Israel, es emocionante.” Sin embargo, por más distintos que parezcan el deporte y el jugador, ambos tienen lo esencial que tiene cualquier disciplina: la competición. El problema estaba en que luego del furor que tuvo el deporte durante los ochenta y noventa, hubo una caída a nivel general que hizo que se perdiera un volumen grande de gente, por lo que las competencias a nivel local comenzaron a ser más acotadas y, sumado a eso, Hacoaj era el único club de Faccma que lo practicaba. Pese a esto, le era una motivación enorme cada vez que iba a competir al Club Ciudad de Buenos Aires o al Jockey Club de San Isidro (aunque reconoce que cada vez que iban a jugar con socios del club los hacían entrar por el garage, “no sé si al resto también, pero a nosotros si”) y eso le dio ánimos y experiencia para representar al país en las Macabeadas. 89


EDGARDO ABUAF con su vieJa paleta de tenis de Mesa, vaRias veces RepaRada y las Medallas de los panaMeRicanos de venezuela, 1987.

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EL CLUB ME DIO MUCHO o era de Ramos Mejía y con mi familia decidimos mudarnos a un departamento en Belgrano. Casualmente, en el mismo piso había dos hermanos que iban a Hacoaj con sus padres y un día nos invitaron a conocer el Club. Al poco tiempo me hice socio y empecé con las clases en la Escuela de Mini Básquet”, cuenta Edgardo Abuaf, quien durante algunos años representó al Club de la mano del inolvidable profesor Hipólito Cuadro… “Cuadritos” para todo el mundo. Durante su infancia, Edgardo dedicó los fines de semana al Básquet. Sin embargo, se pasaba las tardes de la semana jugando con los hermanos vecinos al ping-pong. “Un día, caminado por el Club, me enteré que había un torneo de tenis de mesa, entonces me anoté y jugué. Cuando terminó me invitaron a federarme, lo hice, jugué mi primer torneo y salí cuarto, lo justo y necesario para clasificar”. En tan sólo dos meses el Tenis de Mesa desplazaría por completo al básquet y Edgardo comenzaría a posicionarse como un gran jugador pasando por todas las categorías. En poco tiempo logró participar en las Macabeadas, en el Torneo Argentino en Río Cuarto y finalmente en 1975 salió Campeón Argentino. Abandonó el deporte a sus treinta, pero hoy se dedica a jugar al fútbol de veteranos de Hacoaj con algunos de sus compañeros de Mini Básquet. Lo que más disfrutaba Edgardo del deporte eran los campamentos que se hacían en mini e infantiles. “Éramos varios: Gerardo “Jerry” FaliK, Dani “El Cubi” Cerecesky, Arturo Kobrisky y Andy Gutman. Recuerdo un campamento de Básquet en el que jugamos al fútbol una noche que lloviznaba. Éramos Arturo, Gerardo, Dani, Marcelo Schneider y algunos más. Ocurrió que Jerry se cayó y se golpeó la cabeza y se levantó sin tener idea de dónde estaba, ni

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quién era. Nadie le prestó mucha atención, todos lo jodimos y el tipo se fue recuperando. Muchos años después, reconoció que nunca se acordó qué le pasó y es al día de hoy que nos reclama que nosotros no le dimos bola”, cuenta Edgardo y suelta una carcajada tentadora. Tras los increíbles campamentos, seguían los días de verano y la pileta era el lugar de encuentro. En ese entornes, había reglas estrictas que cumplir antes de tirarse al agua. “Tenías que entrar bañado porque miraban si estabas mojado o no, además si tenías el pelo un poco más largo de lo común había que ponerse la gorra. Y como cualquier picardía de chico tratábamos de escapar a lo que nos decían a través de una clara estrategia: íbamos corriendo lo más rápido y nos tirábamos antes de que nos pudieran decir algo”, sonríe y recuerda: “También salíamos a comer a Panchosky los domingos después de jugar al fútbol”. Sin embargo su mayor alegría, según afirma: “fue, sin dudas, el haber representado al Club y haber tenido la oportunidad de viajar a competir”. Respira profundamente y dice: “Mi hijo viajó el año pasado a las Macabeadas a jugar al fútbol, veinte años después de las últimas a las que viajé yo. Cuando fui a buscarlo le pregunté cómo se sentía, porque cuando yo volvía de competir tenía un malestar infernal, no me gustaba volver a casa”. Los nervios antes de un partido, las broncas, las alegrías, los juegos, las noches de campamento, los momentos entre amigos y los que comparte hoy con sus hijos, son las vivencias que Edgardo disfrutó y continúa disfrutando en Hacoaj. “El Club me dio mucho, lo siento mío, por eso me gustaría que mis hijos lo vivieran de la misma manera en la que yo lo viví y que conserven a sus amigos como yo mantengo una gran amistad entre mis compañeros de tenis de mesa y de mini básquet”.


QUIQUE FRIDMAN MuestRa una de las tantas plaQuetas RecoRdatoRias de su actuaci贸n coMo diRigente institucional.

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EL ESPÍRITU CONCILIADOR n un espacio en el que conviven miles y miles de personas, los conflictos de interés son inevitables. El sostener puntos de vista antagónicos está en la condición humana. No debemos temer al conflicto, ni mucho menos ocultarlo, sino actuar preventivamente con comprensión para acercar a las partes. Una disputa no resuelta o peor aún, resuelta en forma violenta, no sólo afecta a sus protagonistas. Influye negativamente en todo el tejido social. Hacoaj cuenta con los mecanismos para intervenir en las desavenencias entre sus asociados o cuando éstos tienen discordancias con las decisiones de la Institución. El marco formal es el Tribunal de Conducta Societaria y de acuerdo con la última reforma del Estatuto Social, determinadas situaciones son competencia del Tribunal de Honor. Pero más allá de la letra dura de las normativas, la esencia del funcionamiento de estas instancias está marcada por el espíritu de quienes las integran, consocios de la misma Institución. “La misión del Tribunal de Conducta es fundamentalmente educativa. Su primer objetivo es solucionar los conflictos en forma amigable, conciliando a las partes y buscando la manera de componer lo que se ha lastimado. En esta primera instancia agotamos nuestros mayores esfuerzos. Si no se logra una solución amigable, recién entonces se pasa a la aplicación de sanciones”, explica Elías Fridman, quien en gran parte de sus más de cuarenta y tres años de socio formó parte de la Comisión de Ética Deportiva y del mencionado Tribunal de Conducta, del que fue Presidente. Elías, o mejor dicho “Quique”, como lo conoce todo el mundo, llegó a Hacoaj siendo un muchacho, tras los pasos de una señorita que se había adueñado de sus desvelos. Se llamaba Flora, tenía diecisiete años y remaba lo que, para el joven Quique, aumentaba su atractivo. Siguiendo a Flora y sus encantos, Quique descubrió un espacio comunitario que no tardó en hacer propio. Se asoció y comenzó a practicar deportes: tenis, algo de vóley y especialmente bochas. Al poco tiempo, Flora y Quique trajeron al mundo a Ariel y Marcelo quienes, como tantos chicos de los últimos cincuenta años, hicieron su iniciación deportiva de la mano del querido e inolvidable Cuadritos, en la escuelita de básquet. “Una de las características de Cuadritos era la de poner apodos cariñosos a los chicos. Los míos eran Mono y Monazo”. Ambos tuvieron una larga actuación como madrijim y futbolistas. También siguieron los pasos de su padre como dirigentes voluntarios en Hacoaj. Con una sonrisa algo melancólica Quique recuerda: “En bochas hice grandes amigos como Jorge Jatzkevich, Isaac Alenik, Luis Rubinstein, los hermanos Cohen y Pepe Tolchinsky, entre otros”. Pero aquel que define como su gran paso se dio con un llamado del profesor Glauco Caielli. “Un día alguien me dijo

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que Caielli me andaba buscando, porque quería hablar conmigo. Nosotros teníamos un respeto casi reverencial por Caielli, el que se había ganado por su capacidad de trabajo, su inteligencia y su hombría de bien. Caielli me propuso integrar la Comisión de Ética Deportiva, en reemplazo de uno de sus miembros que había pasado a ocupar otro cargo. Me quedé mudo. Para mí, era un honor inmenso. No sólo sumarme al voluntariado, sino que la invitación proviniera de Caielli”. Podemos decir que ese instante fue decisivo en su vida, no sólo como socio de Hacoaj. Para Quique se abrió la posibilidad de actuar en el ámbito institucional y de forma paralela, en el comunitario. En Hacoaj también fue integrante de la Comisión de Interior y del Consejo Directivo. Su experiencia dirigencial lo llevó a la DAIA, la AMIA, el Hogar Israelita de Burzaco, la B´nai B´rith y la Asociación Amigos de la Universidad de Tel Aviv, entre otras instituciones. Las situaciones en las que tuvo que intervenir son infinitas. Pero, como está dicho, siempre poniendo en primer lugar el sentido amigable y conciliador, cuya primera finalidad es componer vínculos lastimados. Para ejemplificar, bien vale esta anécdota: “En cierta ocasión, se presentan dos socios tremendamente enojados entre sí. Llamaba la atención ver tanta bronca, más aún al conocer el motivo de su pelea: un punto en un partido de tenis. Uno decía que la pelota había picado adentro y el otro afuera… Me pongo a investigar y resulta que ambos socios, el “Mono” Luchansky y José Fascowicz, eran muy amigos, lo que hacía aún más incomprensible la situación. Hablé con uno, hablé con otro y ninguno daba el brazo a torcer. Entonces, los cité en la oficina de la Intendencia de la Sede Tigre, tomé una máquina de escribir y ‘labré un acta’ en la que -con todas las formalidades del caso- los ‘obligaba’ a estrecharse las manos. Cuando les leí lo que había escrito, se dieron cuenta de cuán ridícula era su pelea y terminaron abrazándose emocionados. Además, José Fascowicz se interesó por el trabajo del Tribunal: años más tarde llegó a integrarlo y fue su Presidente”. Dicen los que saben que la verdadera riqueza de un hombre se mide en experiencia y amigos. Quique ha sabido sembrar en ambos terrenos. Además de su familia, uno de sus mayores orgullos es mostrar los cientos de firmas que abarrotan el pergamino que recibió cuando cumplió 71 años. Otra de sus satisfacciones es saber que su palabra y su capacidad conciliadora fue tenida en cuenta por Juan Ofman, Alejandro Filarent y Ricardo Furman quienes han pedido, escuchado y disfrutado de sus consejos, nombrándolo adscripto a la presidencia. Quique es un optimista nato y, por lo tanto, tiene la mirada puesta en el futuro: “Me hace feliz ver cómo sigue desarrollándose nuestra Institución y cómo se acercan nuevos directivos a continuar la tarea que comenzó hace setenta y cinco años. No me cabe duda: Hacoaj tendrá una continuidad de promisorio crecimiento”.


ERNESTO ERDEI eRnesto, en el giMnasio del 4潞 piso de la sede capital, donde entRenan los eQuipos de v贸leiBol.

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LOS PODEROSOS LAZOS DE LA IDENTIDAD ay lazos de amistad que nacen fuertes y se hacen aún más sólidos, gracias a la intensidad de las vivencias compartidas. Por lo general, se trata de chicos y chicas que tienen en común su espacio, sus juegos… y que no necesitan mucho más para construir vínculos que superen el tiempo y las distancias. A lo largo de sus 75 años, cada una de las generaciones que transitó por Hacoaj, construyó una identidad propia, con los códigos y las características de su época pero con una serie de valores en común, que las une a través del tiempo. Desde los primeros chiquilines que ayudaban a arrancar los yuyos de la Quinta Rosa hasta sus bisnietos, que pueden elegir entre veinte deportes, actividades grupales, talleres y clases de rikudim, mucho ha cambiado en el mundo, la Argentina y Hacoaj; pero algo de lo esencial permanece inalterable: los chicos quieren jugar, necesitan jugar… y lo hacen con seriedad, compromiso y entrega mientras aprenden a conocer y a transformar su entorno. Por supuesto, ante todo, juegan porque se divierten. Si hay algo que define a Hacoaj es ser contenedor y disparador de aquellas experiencias de juego y aprendizaje que marcaron la niñez y la adolescencia de miles socios; las que son recordadas y permanentemente valoradas, a lo largo de la vida. Unos años antes de que se pusieran de moda las reuniones de viejos amigos, vía Facebook, Ernesto Erdei impulsó un reencuentro de quienes hace cuarenta y tantos años formaron parte de Nautilandia. La convocatoria fue amplia y la respuesta inmediata: “Fue algo muy emotivo. Para nuestra reunión vinieron especialmente amigos de todos lados: Israel, Londres, Estados Unidos, Brasil, Chile, Uruguay que se sumaron a los que seguimos en Hacoaj y a los que hace muchísimo no pisaban el Club. Nuestros recuerdos se fueron hilvanando a lo largo del tiempo, aunque los de uno no sean necesariamente los de los demás. Pero precisamente en esa unión, en ese intercambio es donde se arma la historia… y eso fue lo que ayudó a que nos juntáramos nuevamente, a que todos disfrutáramos del hecho de poder ver fotos, de cantar viejas canciones y reubicarnos en el tiempo de una manera muy agradable…”. Nautilandia fue el primer proyecto educativo integral que llevó adelante Hacoaj. Se trató de una Colonia de Vacaciones en la que los chicos pasaban por distintas actividades recreativas y deportivas, más allá del deporte que habitualmente practicaban. En el recuerdo de Ernesto “Nautilandia era muy esquemática, sumamente estructu-

rada y a la vez deportiva. Vivíamos en el Tigre; al principio íbamos y volvíamos pero después hubo una época en la que nos quedábamos a dormir por quince días, si no me equivoco. Y hacíamos de todo. Esa era la forma en que todos rotábamos por todos lados. Hacíamos deportes no tradicionales y la verdad es que así fueron forjándose los grupos, las amistades”. Más allá de las descripciones puntuales, Nautilandia significó una fuente de identificación con el ser de Hacoaj. Ya adolescentes, con el mismo espíritu de pertenencia, esos mismos chicos participaron en los primeros campamentos y luego -como parte de un crecimiento natural- se transformaron en los líderes (“Luego madrijim, en afirmación de nuestra identidad judía”, aclara Ernesto) que continuaron el proceso de transmisión de identidad hacia quienes vinieron después, sus hermanos menores, sus hijos y sus nietos. Porque así como aquella generación que hoy tiene entre cuarenta y sesenta vivió Nautilandia continuando con campamentos en Cordoba (granja La Lorna) y Bariloche (Lago Mascardi en Colonia Suiza) las siguientes continuaron con los campamentos en Bariloche y Campartigas (Uruguay), los Ranchos Deportivos, los viajes a Israel como egresados del la Escuela de Madrijim, hasta llegar a las propuestas de vacaciones de invierno y de verano de la actualidad que, como las de antes, son esperadas con ansiedad, vividas con intensidad y recordadas con emoción. Sea quien fuere el acampante, se trate de una experiencia en Córdoba en los años sesenta o en Sierra de la Ventana el último verano, las anécdotas son infinitas. Entre las miles de historias que pudieron ser por Hacoaj, Ernesto elige dos que por algún motivo recóndito, saltaron en su memoria: “cuando empezamos con los campamentos había que ir a armar el terreno donde iban a estar las carpas, hacer los baños y hasta el comedor… a eso se lo llamo “avanzada”. Los campamentos de aquella época tenían una alta cuota de contacto con la naturaleza, la vida en carpas con piso de tierra, las canciones de fogón, o el descubrimiento de los sonidos infinitos de la noche”. Dentro de las actividades estaba la ya famosa Guerra Scoutica (actividad de campamento volante de 24 horas), que generaba estrategias y desarrollos adicionales a las mil dificultades para superar las limitaciones del terreno y el cansancio”. “En todos los campamentos volante se nos repartían tres fósforos con los que había que arreglarse hasta el día siguiente para prender el fuego y cocinar… Con esos tres fósforos Rubén Gawiansky cocinaba en un “horno” y hasta hacía tortas. No sé cómo, pero las preparaba. Uno ahora piensa lo hecho y le resulta imposible… La verdad es que a todos aun nos moviliza el club porque es parte de nuestro ser, porque lo tenemos metido dentro del corazón”. 95


JAIME IUNGMAN toda una vida de RecueRdos y peRManente pResencia, a lo laRgo de todas las ĂŠpocas de hacoaJ.

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CUANDO NOS CONOCÍAMOS ENTRE TODOS n su consultorio de la calle Maipú, el Dr. Isaac Tolchinsky revisa a un muchachito joven, tal vez algo bajito, pero robusto. Lo ausculta, le toma la presión, el pulso y finalmente da su veredicto: “Vos tenés el físico justo para remar”. Setenta años después, aquel muchachito es un hombre ya mayor, que mantiene la misma contextura y vitalidad de aquel entonces. Se llama Jaime Iungman y entre risas y sonrisas sentencia: “Pepe Tolchinisky nos decía lo mismo a todos, seas alto, bajo, gordo o flaco… para él, todos éramos perfectos para remar… En Hacoaj, por supuesto”. Eran los primeros años del Club y el objetivo era sumar socios para sostener y hacer crecer esa idea un poco loca de crear un club judío de remo, en el Tigre. Jaime, como tantos otros, llegó por invitación de su primo Lito Tarasiuk. Era un tiempo en que los socios eran relativamente pocos y todos se trataban de “che”. “Nadie te miraba la pinta, podías venir vestido como quisieras que a nadie le importaba, todos teníamos ropas viejas y así salíamos a remar, porque nos engrasábamos”. El noventa por ciento remaba. Y el remo siempre preservó algunos “rituales” para recibir a los que se quedaban a dormir por primera vez en el Club. Picardías de jovencitos, a veces un poco crueles, que debían engañar la atenta vigilancia que sobre ellos ejercía el huraño Rimbaud, intendente de la Sede. “Era otro club. En aquellos años, si faltaba algún empleado, el mismo presidente agarraba la manguera… Tengo el recuerdo de ver a Juan Vinitzky regando las plantas. Después el Club se fue agrandando, fue creciendo por suerte. Y que Hacoaj haya crecido mucho es algo lógico. Nadie que no tenga ambiciones se puede quedar parado”.

Jaime fue Sub Capitán de Remo en los años cincuenta, apenas Hacoaj había ingresado a la Asociación Argentina de Remeros Aficionados. “Entonces los clubes náuticos creyeron que Hacoaj iba a arrasar con todos en las competencia. Pero nuestro entrenador, Acherbo, nos dijo algo muy sencillo y muy lógico: ‘Ustedes en regatas internas van a andar bien, después no tanto. Porque la mayoría de la colectividad quiere ser profesional o patrón y, para sobresalir, el remo exige mucho esfuerzo, es duro’”. Tal vez el razonamiento de Acherbo tuviera cierta lógica, pero los resultados demostraron que los remeros de Hacoaj estaban para ganar. Jaime recuerda con gran afecto y admiración a muchos de quienes participaron en la conformación de Hacoaj, en aquellos primeros años. El mencionado Acherbo y su sucesor, Bautista, Mario Bendersky, Pablo Mintz, Germán Minuchin y, por supuesto, Roberto Maliar y Tito Morgenstern. “Desde mi punto de vista, a partir de Tito el club comenzó a tener otra fisonomía, mucho más definida, mucho más judía”. Jaime reserva especial consideración para con su tío, el padre de Lito Tarasiuk, no sólo por haber sido quien lo acercó a Hacoaj sino porque reconoce en él a un verdadero líder comunitario de la zona de San Fernando, en los años treinta y cuarenta. Aún hoy tiene palabras de admiración para su prima Fefe, la hermana de Lito, quien junto con su marido Marcos Kopelioff se arriesgaron a hacer aliá ilegalmente, a principios de 1948, antes de la Creación del Estado de Israel. “Mi prima y su marido –que era odontólogo- se fueron a Israel en aquellos años. Acá vivían muy bien pero dejaron todo. Trabajaron muy duro y tuvieron un hijo. Luego, volvieron a la Argentina y a Hacoaj”.

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REGINA SERJAI Juega a las Bochas, depoRte del Que Fue secRetaRia. hacoaJ ocupa un lugaR centRal: el de los Mรกs dulces RecueRdos y el del pResente.

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CORAZÓN DE BOCHÓFILA os noventa jugadores y jugadoras de bochas de Hacoaj conforman la “familia bochófila”. Así les gusta llamarse y que los reconozcan. Una familia amplia, de vínculos intensos y profundas raíces de identidad institucional. Como toda familia, los bochófilos tienen una casa: el Microestadio “Humberto Minces”. Al ingresar uno se pregunta por qué lo habrán llamado “Microestadio” ya que de pequeño no tiene nada. Humberto Minces fue uno de los fundadores de la Institución, de la que fue Presidente, y un gran entusiasta de las bochas. Desde las altas ventanas entra una luz apacible, lo que genera una atmósfera de calidez acogedora. En las paredes cientos de fotos de socios de todos los tiempos, mostrando felices sus trofeos y de algunos ilustres jugadores de Bochas, como el papa Juan Pablo II o los embajadores de Israel que visitaron Hacoaj y se animaron a tirar un par de arrimes. Es la hora de la comida y las cuatro canchas, que minutos antes eran escenario de amables disputas, están ahora vacías. Regina Serjai está sentada a la mesa, muy concentrada en su partida de burako. No sabemos cuál es su estrategia, ya que aún no bajó fichas. Es socia de Hacoaj desde hace muchísimos años. Una socia “de perfil bajo, como toda mi familia” tal como ella se define. Sin embargo fue, y sigue siendo, muy activa. Representó al Club no sólo en bochas sino también como bailarina en el mítico conjunto de Rikudim “Harmónica”, el más antiguo de la Institución. “Mi marido me impulsó a sumarme. Él sabía que a mi me encantaba bailar, aunque nunca había hecho rikudim. Meterme en Harmónica fue todo un descubrimiento: los bailes, los trajes, los ensayos a los que nunca faltaba… y las actuaciones en el Club, en Hebraica, el Auditorio de Belgrano y el Teatro Astral”. El primer recuerdo de Hacoaj, que viene a la mente de Regina, es uno bastante lejano. Los domingos en el Club con su marido Israel, su hermana, su cuñado y los hijos de

ambos matrimonios. Ir a Hacoaj era una cita impostergable, casi una religión. Las tardes transcurrían charlando en el parque de la Sede Tigre, donde ahora está la Menorá. Hasta que un buen día, una de sus amigas la invitó a jugar a las bochas. “Mirá Regina ¿por qué no te acercás? Hay muchas mujeres y la pasamos muy lindo”. Las canchas estaban allí nomás, en el centro mismo de la sede. Regina encontró su lugar de pertenencia y contención. Mientras tanto los hijos jugaban al fútbol, deporte en el que llegaron a destacarse y representar a Hacoaj y a la Argentina en diversas Macabeadas. El permanente crecimiento, la incorporación de más socios y de nuevos deportes, hizo que en determinado momento se replanteara la utilización de espacios. La vieja cancha de bochas pareció peligrar y, sin cancha, se acabaría todo el deporte. Una vez más, la familia bochófila se movilizó y, con el apoyo incondicional de Roberto Maliar y Pepe Tolchisnky, se logró construir un nuevo espacio, con cuatro canchas de conchilla, mucho más amplio y cómodo que el anterior, orgullo de Hacoaj entre los clubes que practican este deporte. “No fue fácil -recuerda Reginapero lo logramos. No nos dejamos estar, hablamos con todo el mundo, concurrimos a las Asambleas, nos movilizamos para tener lo que tenemos”. Desde entonces, los bochófilos no dejaron de aportar lo suyo para dar calidad y confort al lugar: mesas, sillas, calefacción y aire acondicionado. A la hora de recordar Regina -que fue Secretaria de Bochas- le brinda un reconocimiento especial a sus amigos bochófilos, en especial a Jaime Gutman, Isaac Alenik y Aldo Martínez. “Jaime e Israel fueron muy buenos jugadores y, por sobre todo, unos caballeros. Todos en la Asociación de Bochas y en los clubes amigos los reconocían como tales. En cuanto a Aldo, fue un maestro extraordinario”. Para Regina, como para tantos socios, Hacoaj ocupa un lugar central: el de los más dulces recuerdos y el del presente, el de la amistad, la distracción y el del cable a tierra.

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EZEQUIEL STOLAR desde su visión diRigencial, aFiRMa: “podeR veR a los chicos, a los hiJos de Mis aMigos Jugando con la caMiseta del cluB es un plus...”.

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UN ÁMBITO DE CONTENCIÓN eguro que no hacía falta llegar a esa instancia, pero fue ahí cuando cayó en la cuenta de cuán importante y central era el club en su vida. Era el casamiento de Ariel, su hijo mayor, y Ezequiel Stolar notó que, casi en su totalidad, los invitados eran de Hacoaj. No era casual. Cuando uno en su vida traza líneas que de alguna manera lo unan, y logra evitar la desvinculación, suceden cosas como éstas, que se ven reflejadas en la vida cotidiana, como elegir un fin de semana ir al club o salir con los amigos de allí, como así también en las cosas más importantes de la vida como, en este caso, una boda. Porque “Más allá de decir que es mi segundo hogar, es el lugar donde comparto mi vida, amistades, relaciones, preocupaciones, intereses, y mas allá de ir a jugar, tengo el placer de juntarme con un amigo a tomar un café y compartir esos momentos. Hacoaj es un ámbito que me resulta propio”. Entró al club cuando todavía era necesario anotarse en una lista de espera pero aguardar valió la pena, ya que si bien lo deportivo estuvo siempre presente, a través del básquet, Hacoaj lo llenó desde muchos otros aspectos, a lo largo de su vida. El deporte siempre figura entre sus primeros recuerdos: los primeros partidos, algunas peleas, el apodo “Monje” (lo llamaban así porque usaba siempre un buzo con capucha) y los amigos, pero esas no son los únicas memorias que guarda de aquellos tiempos. También vienen a su cabeza momentos importantes, momentos de cambios, que a más de uno sorprendieron, sobre todo en épocas donde los cambios no eran costumbre. Ezequiel recuerda, entre risas y todavía un poco de asombro, el día que vio que el cartel que decía “Colores permitidos: blanco y azul” había sido modificado por “blanco, azul, celeste y rosa”. Para él, ese instante fue único. Como para casi todos los socios, su vida en el club giraba en torno a los dos clásicos ámbitos: el social y el deportivo. Pero también fue por más. Desde chico comenzó a vincularse a la dirigencia del club, ya que su padre traba-

jaba en diversas comisiones, razón por la que Ezequiel conoció de pequeño a Roberto Maliar: “el paradigma del buen dirigente, el tipo que estaba cerca de todas las actividades y que, a lo largo de su vida, sostuvo con firmeza que los socios del club tienen un peso muy importante: mantener viva la llama y dar vida a actividades que sean un ámbito de contención, información y construcción”, sostiene. Si bien hoy en día no ocupa ningún cargo, sigue activando desde otro rol dentro del club y sus ideas siguen latiendo tan fuerte como el amor por Hacoaj y recuerda su paso por la política institucional como un placer donde, a pesar de haber broncas, idas y vueltas, es un ámbito en el que siempre hay algo para hacer. Considera que uno de los principales problemas que hoy por hoy debe enfrentar el club es la “transformación del socio en usuario de servicios”, y las soluciones no radican sólo en los dirigentes sino en el propio socio: desde la dirigencia, el club debería generar el espacio para que el usuario vuelva a tener condiciones de socio, generando identificación mediante actividades, conteniendo a sus hijos, logrando espacios comunes, comunicación e identificación del club con los valores judíos. Pero el socio tiene también que poner su parte e implicarse nuevamente. Ezequiel recuerda: “Antes el socio iba a ver los partidos de lo que sea, aunque no jugasen los hijos, como una forma de marcar presencia. Y a eso se le sumaba que el deporte estaba en una etapa muy poco profesionalizada en la que, para los que jugaban, era como una continuidad y una forma de participar activamente del club”. Es decir que la reactivación de los socios parte de lo que él llama “El espejo en los deportes” y desde los chicos que: “a partir de su identificación familiar y deportiva, tienen que hacer que la gente vuelva a las canchas, que vayan sus familiares. Y para mí, poder ver a los chicos, a los hijos de mis amigos jugando con la camiseta del club es un plus”. Ya sea representando al club desde la dirigencia, colaborando como voluntario o jugando a algún deporte, Ezequiel Stolar no va a sacarse nunca la camiseta y va a llevar la bandera de Hacoaj a donde quiera que vaya.

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MARTHA MINCES DE RICOVER en la oFicina del 7º piso de la sede capital, donde se Reúne haBitualMente la coMisión de cultuRa, uno de los lugaRes del cluB con los Que MaRtha MeJoR se identiFica.

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EL PENSAMIENTO Y LA CREACIÓN ecorrer la vida de muchos de nuestros socios, es recorrer la vida misma de Hacoaj. Tal es el caso de Martha Minces de Ricover. La historia institucional está tan entretejida con la suya propia que sería imposible imaginar una sin la otra. Hacoaj está en el escenario de los recuerdos más lejanos de su infancia, en las amigas entrañables que conoció, en el equipo de pelota al cesto, en la formación de su familia, en las oportunidades que supo aprovechar para materializar su vocación comunitaria, en el orgullo que siente cuando enumera los logros de la Comisión de Cultura… Pero antes que nada, Hacoaj está en la calidez con la que evoca la memoria de su papá, Humberto Minces, socio fundador del Club y uno de sus primeros presidentes. No es casual: el tiempo y la energía que Martha dedica a Hacoaj es la mejor manera de honrar su memoria. “Mi papá era procurador y dejaba de trabajar en su profesión más de lo necesario porque sentía la necesidad imperiosa de trabajar para “su” Club, al que dedicaba todo el tiempo que podía, inclusive el que pertenecía al descanso y a su familia”. Puesta a rememorar, Martha se ve a sí misma muy chiquita, cuando acompañada de su papá, su mamá Sara y su hermano Ismael A. realizó sus primeras incursiones al Tigre. “Entrábamos por un camino flanqueado por altos y añosos árboles que con el tiempo fueron desapareciendo, para dar paso a espacios deportivos. Había dos hermosos edificios antiguos, rodeados de verde, mucho verde… En el lugar donde hoy está la Menorá se inventó un cerco de colores, con una pelota de goma, para que pudiéramos jugar los chicos, esos mismos que hoy trabajamos con amor para este Club que vimos y nos vio crecer”. Los días en el club eran vividos con profunda intensidad. Martha recuerda el regreso a casa, los domingos a la noche “con bronca, porque tenía que irme de Hacoaj y porque al otro día era lunes…”. En su adolescencia y primera juventud se formó su equipo de Pelota al Cesto en el que jugaban, entre otras chicas, algunas que luego serían amigas de toda la vida. “Nunca olvidaré la figura de nuestro entrenador el siempre presente Glauco Caielli, que al principio, a las más chicas nos echaba de la cancha por molestas, hasta que pasamos de molestas a luchar por nuestro equipo. Jugar los torneos en esa época era muy sacrificado porque nos movilizábamos como podíamos. Siempre voy a recordar el día en que fuimos a jugar a Villa Malcolm. Teníamos que ir en tren y llovía. Nosotras sabíamos que las contrarias no se presentarían pero fuimos igual, bien pasadas por agua, porque al presentarnos ganábamos el partido. Ese era el espíritu entusiasta con el que representábamos a nuestro Hacoaj”. Martha conoció a Roberto, su marido, en el Club. Era el

tiempo en que a la tardecita se bailaba. “Me vino a sacar a bailar y ahí empezó todo. Fue durante una de las presidencia de mi papá y seguramente pensó que con eso solucionaría los problemas de su profesión… pero se equivocó, por lo menos en eso, porque los presidentes de nuestra Institución no tenían ventajas. De todos modos, todo salió bien y formamos una hermosa familia de Hacoaj”. Años después, Martha fue invitada a participar en la Comisión de Adultos y Cultura por Juana Fiszbajn, cuando el área estaba bajo la dirección del recordado Sergio Leonardo. Allí encontró su lugar en el mundo. Había mucho por hacer en un club que ya venía haciendo mucho desde su fundación pero que tenía una fuerte impronta deportiva. Se requería sumar actividades de otra característica, para transformarse en un espacio integral, que abarcase todos los aspectos de la vida comunitaria. Desde la Comisión de Cultura (actualmente acompañada por Juanita Fiszbajn, Federico Nachtigall, Rosita Stronguin, Juanita Huberman y muchos otros que pasaron y dejaron su huella, y en los últimos años con la incorporación de Ariel Popper, Ricardo Michan y Mario Cabrosi) se organizaron los prolíficos cursos, talleres y actividades nocturnas y diurnas en Sede Tigre y Capital, que hoy forman parte de la agenda estable de Hacoaj. Ya en los años setenta, mientras el país vivía sus años más oscuros, la Institución se fue transformando en un espacio de expresión de la cultura judía y argentina, para sus socios y para el conjunto de la sociedad. “De entre todas las actividades siento algo especial por los Seder de Pesaj en el Tigre y las celebraciones de Rosh Hashaná que siempre requirieron mucho trabajo y estar en todos los detalles. Aún me pongo nerviosa pensando en el día de su realización ¿vendrán los socios o no tendremos a nadie? Por suerte, durante muchos años tuve a mi lado a Berta Schneiderman y luego a Judith Steren como profesionales del área, por quienes tengo el más grande de los cariños. Para mí trabajar con Berta antes y ahora con Judith es una tranquilidad y una responsabilidad compartida”. El trabajo de la Comisión de Cultura tuvo y tiene que ver con el hecho de que hayan conocido Hacoaj los principales protagonistas del pensamiento y la vida artística y política de nuestro país, en nuestros famosos encuentros al mediodia. La lista de nombres que desfilaron sería interminable, pero podemos mencionar a Nelson Castro, Mario Pergolini, China Zorrilla, Daniel Rabinovich, Irma Roy… Incluso contamos con la presencia de Cristina Fernández de Kirchner, cuando ni ella soñaba que podría ser la Presidenta de la República. En definitiva un conjunto polifacético de voces que intenta representar el más amplio marco del pensamiento, la opinión y la creación. “Hoy miro con orgullo hacia atrás y pienso que ver a Hacoaj como lo veo actualmente, con el esfuerzo compartido por tantos otros que como yo lo aman, es toda la recompensa que necesito”. 103


GRUPO DE TENIS DE LOS MIĂŠRCOLES la aMistad, los oBJetivos coMpaRtidos y la identidad, valoRes Que hacen a la esencia de hacoaJ coMo espacio coMunitaRio.

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CAMARADERÍA, AMISTAD Y SOLIDARIDAD odo comenzó un domingo del invierno del año setenta y pico, que no podemos precisar, en los inicios del tristemente célebre Proceso Militar cuando la mayoría de los argentinos, ajenos al drama que se estaba viviendo en el país, ignoraba los tremendos sucesos que acaecían. Fue por ese entonces que a algunos tenistas del Club se les ocurrió, inocentemente, reunirnos en el Tigre y hacer unos partiditos, como para “cortar” la semana. Al principio costó convencer a los amigos para formar siquiera el “dobles”. Había prejuicios, temor a las críticas de la familia y otros frenos. No obstante los primeros que se “prendieron” fueron dos ingenieros que estaban ociosos, pues en ese momento la construcción se encontraba parada. Los primeros del grupo fueron los ingenieros Miguel Rotman y Elías Faradje y el odontólogo Greideler. Durante unos cuantos miércoles se tuvieron que resignar a pelotear de a tres, porque no conseguían a nadie que ocupase el cuarto lugar para un “dobles”. Más adelante se agregaron Federico y Jorge Groisman. A partir de ahí la propuesta empezó a hacerse conocer y a crecer. Poco a poco llegaron algunos más: Lucho Guks, Jaime Blaum, Lito Gendin, Fernando Lach, Ricardo Chicotzky, Coco Wainstein, Moisés Michan, Lucho Batkis, Isaac Teller, entre otros. “Recién ahí empezamos a funcionar como un verdadero grupo y comenzamos a dictar ciertas reglas, como ser: horarios, duración de los partidos y algunas otras normas aún hoy vigentes”, reseña Natalio Freideles, decano del tenis de los miércoles. El grupo fue mejorando día a día o, mejor dicho, miércoles a miércoles. Cada uno fue aportando sugerencias o nuevas ideas sobre todo en lo que hacía a los refrigerios que consumían después de ducharse y que daban lugar a sabrosas sobremesas con charlas, debates, chistes, etcétera, que le agregaban un encanto especial a esos encuentros. “Aquí entra en escena una cuestión que iba a agregarle al ya nutrido grupo un motivo más de alegría y, sobre todo, satisfacción gastronómica. Estoy hablando de la famosa torta que nunca faltó en la mesa de café de aquéllos miércoles”. Comenzaron obligando a quien cumpliera años a convidar con una. Tuvo tanto éxito la idea que al poco tiempo, y con muy buen humor, se extendió a cualquier acontecimiento grato: casamientos, bar mitzvá de hijos o nietos, el regreso de un viaje, el nacimiento de alguien, una intervención quirúrgica exitosa, la compra de una vivienda, la graduación de los hijos, el cambio del coche, las bodas de plata, en fin, para toda ocasión. “Allí surgió un gran cortador de tortas, con gran sentido de la proporción, el insigne Julio Gandin, que siempre se las ingeniaba para que hubiese un remanente para los que se quedaban a jugar al burako”, rememora Natalio con una sonrisa. “Durante años nos manejamos con las consabidas tortas hasta que un imprevisto miércoles a Jaime Blaum se le ocurrió romper el esquema que nos había venido endulzando tantos años, al traer sorpresivamente una picada idishe, que produjo gran impacto en el grupo, lo cual no evitó que en minutos la devoráramos”. A partir de ahí la clásica torta dejó de ser la vedette, dando paso a otras variantes gastronómicas como ser los clásicas plezales de pastrón y pepino, especialidad de Bernardo Grejniek. Alguna que otra pizza, sándwiches de miga, facturas y demás delicias. “Así llegamos lentamente a lo que más adelante 105

se transformaría en nuestros clásicos almuerzos. Empezamos encargándole un plato al responsable de turno del auto-servicio. La variante fue durante bastante tiempo almorzar en la llamada Recoleta, hasta que desembocamos en el actual Panorámico, donde creo que por fin se terminó nuestro deambular debido a que se combinaron un concesionario aceptable y un lugar inmejorable, ambiente climatizado, uso de micrófono. Un hermoso sitio que se presta a la medida para comer y charlar, la camaradería y la recepción o el agasajo de eventuales invitados”. Otro aspecto digno de destacar de este grupo es su actividad turística veraniega, que realiza anualmente alrededor del 8 de diciembre. “Esto comenzó con nuestro primer viaje a Piriápolis (en el Hotel Argentino). No recuerdo el año pero sí que fue tan exitoso que lo fuimos repitiendo todos los años para la misma fecha, pero con variados destinos, hasta afincarnos desde hace varios años en Pinamar, en el Hotel Terrazas de 5 estrellas. Un detalle: como tenistas que éramos siempre que pudimos tratamos de alternar la estadía con la práctica de nuestro deporte”. Este grupo tan peculiar, entusiasta y solidario está y estará unido en las malas y en las buenas. “Respecto de las malas debimos lamentar en alguna ocasión la partida de algún compañero. Pero la vida es así. Y si bien es cierto que nunca nos olvidaremos de los que se fueron, lo compensamos con la alegría de ir sumando nuevos integrantes a este grupo de tenistas de los días miércoles”. Párrafo aparte merece su modesta contribución a los Comedores Populares Israelitas, impulsada por nuestra querida Luciana y también al Keren Keyemet, en este caso por el batallador Mario Meschengieser. “Todos los integrantes del grupo buscamos contribuir de alguna manera para que el grupo funcione, pero hay que mencionar los nombres de dos personas a quienes agradecemos infinitamente porque con solvencia y capacidad nos solucionan todos los problemas en los que haya que “hacer números”: David y Abraham. Muchas gracias. En otro orden quisiera destacar que nuestro grupo está conformado por distinguidos profesores universitarios, eminentes especialistas, destacados industriales, profesionales y comerciantes, los cuales queremos brindar un ejemplo de sencillez y compañerismo. Ojalá que la llama que mantiene vivo a este grupo no se apague jamás”. Isidoro Abadi, Isaac Abuaf, Jaime Alfie, Alberto Amzel, Luis Batkis, Jacobo Bernztein, Mauricio Brodsky, Enrique Cazachof, Isaac Cohen Falah, Marcos Corenman, Jorge Efron, Marcos Erujimovich, Oreste Fallik, Julio Feldman, Isidoro Feuer, León Fiszbein, Natalio Freideles, Luciano Friedenbach, Raúl Gaivironsky, Julio Gendin, Adolfo Goldsman, Bernardo Grejniec, Julio Hirsch, Beno Katz, Abraham Koniszczer, Jorge Krupnik, Arnoldo Manusovich, Mario Meschengieser, Jaime Meta, Tobías Morgenstern, Federico Nachtigal, Abraham Saban, Isaac Salama, Alberto Schugurenski, Pascual Smolar, Norberto Swarynski, Juan Ulnik, Saúl Urman, Bernardo Wais y David Zimerman.


MIRTA KUPFERMINC su oBRa aRtÍstica, asÍ coMo su pResencia y la de su FaMilia, engalanan al cluB náutico hacoaJ.

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HACOAJ ME HA DADO GRANDES COSAS i Mirta Kupferminc tuviera que contar cómo fue su llegada al Club, diría que fue gracias a un noviecito de tan sólo 13 años... Luego de unos años (unos cuantos), aquel niño terminaría por convertirse en su marido. Luego de enviudar, Mirta encontró en Hacoaj a Kurt Frieder: “Si bien nos conocíamos, te podría decir que en el Club se generó este nuevo amor”… La voz de Mirta se quiebra, respira y continua: “el Club me ha dado grandes cosas”. Entre ellas, una gran amistad con Fito Groisman y con toda su familia, que hasta el día de hoy conserva con inmenso cariño. Otras, tienen que ver justamente con el arte, “claramente mi profesión”, diría ella, especialmente luego de algunas bromas por parte de amigos: “¡Andá a agarrar los pinceles!”, le gritan cuando la ven jugar al tenis en el Club. Pero, en esa relación de ida y vuelta, Mirta también le dio mucho de sí a su Club: “Recuerdo el día que se inauguró la pieza escultórica que hice para Hacoaj, representativa del atentado en la AMIA (que está ubicada en el edificio central de Sede Tigre “Roberto Maliar”). Tengo muy marcado ese momento porque me pasó una cosa rarísima: me agarró un brote de pudor y me fui. No me quedé a la inauguración. Después me contaron que me estuvieron buscando. Pero no toleré mezclar lo profesional con algo que me conmovía especialmente por la situación, por la obra, en un ámbito tan familiar, entonces me fui”, explica sonrojada y agrega que: “El caso de la Menora de la Sede Club de Campo, por el contrario, lo viví muy intensamente y muy orgullosa porque fue la ideología la que me llevó a hacerla como un reflejo de la primera Menora de Hacoaj, que está en la Sede Tigre. Fue una buena interpretación, a través de la plástica, a través de las formas, de lo que significa una Institución que crece. Además, hipotéticamente, si imagináramos que el espacio se aplana, una encajaría perfectamente con la otra. Por eso se llama: “De alma y cuerpo”, habla de la materia y de lo espiritual… ambas instancias están unidas”.

Actualmente no concurre muy seguido al Club ya que los sábados se queda trabajando en su taller de arte. Pero su familia sigue a pleno: su madre Agnes Kupferminc, a los 86 años, es una infaltable jugadora de burako, su hermana Marga Kupferminc Indij, su cuñado Alberto Indij y su sobrino Javier, continúan siendo parte de Hacoaj gracias al esfuerzo que hizo Mirta por convencerlos, ya que -años atrás- toda su familia concurría a CIBA en Banfield. Pero ella siendo muy chica, se cambió de Club. “Era muy loco que la nena de la familia, la menor, decidiera cambiarse de Club, pero lo hice”, cuenta Mirta. Años más tarde, toda su familia se haría socia de Hacoaj. “Los convencí y me siguieron”, afirma con convicción y una gran sonrisa. Como muchos socios, Mirta dice “El” Club al referirse a Hacoaj. Es algo muy peculiar, pero a todos les pasa. Ella explica que hay una razón: “Por mi profesión viajo mucho y es habitual encontrar a alguien que jamás saludé en el Club pero, obviamente, cuando nos cruzamos en el exterior nos saludamos, lo que me genera la sensación de encontrarme con un pariente... pienso y digo ¡este es de “El” Club”. Claramente Hacoaj significa mucho para esta gran artista plástica: “Siento por Hacoaj una pertenencia emocional muy fuerte, por eso fue muy importante el Club para la crianza de mis hijos. Tanto con el nacimiento de Daniel como con el de Tobías. Tengo muy registrados todos los momentos de la nursery. Es hasta el día de hoy que me reencuentro con las mamás con quienes la compartíamos y recordamos perfectamente a Elsa, quien sabía de quién era cada hijo, entonces yo me iba a hacer cualquier actividad y le dejaba a los chicos durmiendo y cuando se despertaban venía, te buscaba y te lo traía: ¡Una maravilla de persona!” Ella recuerda que la primera vez que la invitaron al Club, siendo muy chica, fue a cenar con sus padres al Panorámico y se impresionó por lo enorme y maravillo que era. “Me causó una sensación que aún hoy evoco, es por eso que los 75 años de Hacoaj me emocionan mucho hasta las lágrimas”… Y una gota cae por su mejilla… Y luego, otras más.

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OSCAR ZELIG GOLDBERG ReFeRente hist贸Rico de hacoaJ, activo en la instituci贸n desde 1943 a tRav茅s de su pResencia y la de su FaMilia. en esta Foto, Junto a su esposa, nesi.

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MA TOVU HACOAJ (CUÁN BELLO ERES) as dos palabras iniciales del título, reflejan el optimismo judío de cada día. Son las palabras que pronuncia todo creyente, en la iniciación de sus oraciones cotidianas. Seguramente, el Ing. Mauricio Schverlij y los que lo acompañaron en 1935, en la fundación de Hacoaj, no las tuvieron presentes. Pero vienen a mi memoria, cuando en el Pentateuco relata que Balak, hijo de Tzipor y rey de los Moabitas, contrató a Bilam el sacerdote, para maldecir al pueblo judío, de manera que sus maldiciones impidieran llegar a los liberados de la esclavitud egipcia, a la Tierra Prometida. Los que fuimos testigos, como en mi caso desde 1943 hasta el presente, del desarrollo y evolución del Hacoaj, no podemos dejar pasar este episodio bíblico. Más allá del crecimiento demográfico y patrimonial, el Hacoaj se desarrolló con un Norte, que era servir a la comunidad judía, y al entorno geográfico que contribuyó al desarrollo del Tigre, a orillas del Río Tigre, donde se radicó. Así como en la época bíblica hubo un moabita, Balak, a partir de su fundación el Hacoaj tuvo que vencer muchos obstáculos y reparos, que no aceptaron de buen grado su presencia, ni en la Asociación Argentina de Remeros Aficionados, ni en otras federaciones deportivas. Esto tuvo eco en diferentes notas periodísticas de su época. Recuerdo la nota firmada por Banda Bow, en la revista El Gráfico y también una nota del diario La Nación, el nombre de cuyo autor desconozco, quienes elogiaban la presencia del Hacoaj tanto en el Tigre como en el remo deportivo, y se extrañaban de que el Hacoaj no fuera aceptado en la AARA, sobre todo después del triunfo en la Regata de Río Santiago. La afiliación a la AARA fue rechazada tres veces, por supuesto que anónimamente, ya que el rechazo venía a través de una bolilla negra.

Pero en septiembre del año 1948 se produjo la aceptación. ¡Oh, casualidad!, luego de l a la derrota de los ejércitos nazifascistas en la segunda guerra mundial. Años después, durante la presidencia de Roberto Maliar, vinieron varios presidentes de clubes de remo del Tigre a pedir la intercesión del Hacoaj, en una moratoria y congelamiento de las cuotas de afiliación a la AARA, porque no estaban en condiciones de pagarlas. Son muchos los recuerdos que guardo, pero respetando la brevedad, no quiero extenderme demasiado. Quiero hacer mención que mi esposa Nesi Enriqueta Jidanovsky y yo, tuvimos el reconocimiento, en su oportunidad, de nuestra condición de haber cumplido 50 años como socios de Hacoaj. Así como el orgullo de entregar a nuestros hijos Judith Noemí y Víctor Ariel el reconocimiento similar cuando ellos cumplieron 50 años como socios. Pero quiero recordar también a: Isaac Tolchinsky q.e.p.d., el gran alentador de los equipos representativos. Roberto Maliar q.e.p.d., presidente por varios períodos del Club Náutico Hacoaj. Israel Maliar q.e.p.d., quien leyó el Kidush, en el primer Seder de Pesaj celebrado en nuestra Institución, en 1961. Miguel Goldfeld q.e.p.d. quien fue vicepresidente de la DAIA, llamado a esa responsabilidad por su gravitación institucional desde la vicepresidencia de Hacoaj. Israel Lypszyc q.e.p.d., en su permanente empeño, para que los directivos cumplan con Magbit y Bet Halojem. No puedo olvidar los ramalazos del caso Sirota, el asesinato de Trilnik en el Colegio Nacional Sarmiento, que el Hacoaj observó con atención y aprensión. Son muchos a quienes el Hacoaj les debe su crecimiento y gravitación. Pido perdón, si me olvidé de alguien, vivo o muerto. Son muchos años.

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FITO GOLDSMAN el caMino Que atRaviesa la sede tigRe “RoBeRto MaliaR” lleva el noMBRe “paseo dR. teodoRo heRzl”, poR iniciativa de Fito.

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IDENTIDAD SIONISTA xiste un refrán conocido que dice que hay tantas maneras de ser judío como judíos sobre la tierra. Con Hacoaj pasa algo similar: hay tantas definiciones y tantos significados del club como socios en total. Estas visiones pueden depender de la edad, de la actividad, de la historia o de lo que a uno lo ate al Club; pero cada quien es libre de darle el simbolismo que mejor considere. Fito Goldsman no escasea en términos y cree que Hacoaj, ni más ni menos, un paraíso, “nuestro” paraíso, que lo fortalece día a día y en cada encuentro que tiene. Fito entró por primera vez al club por lo que llamaban el “Camino Real”, cuando el ingreso por la calle Luis García estaba flanqueado por pinos, entre los que estacionaban los pocos autos de los pocos socios. Hoy ese camino ya no existe. Fue reemplazado por el que está flanqueado por las canchas de tenis. El azar hizo que entre aquellos pocos socios estuviese quien pronto sería su mujer. ¿Dónde la hubiese conocido sino en el club? “Yo era muy audaz; la vi con anteojos oscuros, tomando un café con las amigas y me gustó. Le levanté los anteojos y le pregunté por qué escondía esos ojos tan lindos. Así se armó una amistad, que dio lugar a que mis hijos y mis nietos dieran sus primeros pasos en Hacoaj”. De esta manera se comenzó a escribir la historia de toda su generación, la que le siguió y la otra también. Fito eligió a Hacoaj cuando todavía no era un club tan reconocido; encima quedaba lejos y era de difícil acceso. Hoy en día, seis décadas después, lo sigue eligiendo: “He vivido día a día, año a año los sesenta últimos años de nuestro club. Y lo notable y curioso es que ese pequeño grupo de esclarecidos que lo fundaron, necesitados de un lugar donde seguir practicando remo, ya que por motivos conocidos no se lo permitían, no se imaginaron seguramente la proyección que tendría ese Club Israelita de Remo, que seria luego el Club Náutico Hacoaj”. Desde sus comienzos, Fito se encargó de llevar siempre al hombro y bien arriba las banderas del judaísmo y el sionismo porque, tal como él lo ve, son dos caras de la misma moneda: no hay uno sin el otro. Es que Fito, como judío,

ve en Hacoaj un marco de contención y valores que el club le otorga a la comunidad y que logra mantener la proyección de la vida judía. “Nuestro club es una de las columnas básicas de la vida comunitaria en nuestro país y más allá también. Los colores de nuestros remos nos hablan de Israel y de nuestra Argentina”. Fito recuerda todos los momentos en los que Hacoaj, como sostén, tuvo que albergar a todos y cómo se autoconvocaron aquí, entre miedos y conmoción, buscando algún tipo de contención. Uno de esos momentos fue en 1967, durante la Guerra de los Seis Días. “Estábamos tan alarmados que vinimos al Club a encontrarnos con nuestros hermanos, porque aquí estaban todos nuestros pares”. Desgraciadamente no faltaron otras oportunidades de estupor en las que Hacoaj demostró su temple comunitario y su razón de ser como entidad judía: los atentados a la Embajada de Israel en 1992 y a la AMIA en 1994 y el asesinato de Itzhak Rabin en 1995. Además de encontrar la vida comunitaria, Fito siempre participó como activista en todas las comisiones y sub comisiones posibles y fue invitado permanente al Consejo Directivo, experiencia de la que guarda los mejores recuerdos de Roberto Maliar y siente el honor (“y no el orgullo, porque no es lo mismo), de ser amigo de Juan Ofman, de Alejandro Filarent y de Ricardo Furman. Hoy en día Fito tiene la satisfacción de decir que todavía forma parte de la actividad deportiva del club y que junto con sus amigos (“un grupo de jóvenes de edad avanzada”) juegan semanalmente al tenis, desde hace ya muchísimos años. Desde su departamento frente al Club descubre algo distinto cada vez que cruza el puente. Personas, paisajes, momentos. Puertas adentro conserva los recuerdos más lindos de su familia y desea que las generaciones que sigan puedan seguir disfrutando “ese paraíso”. Para Fito, la traducción de Hacoaj, “La Fuerza”, no dice todo lo que Hacoaj significa. “Es mucho más que fuerza, son valores; es el aspecto físico, que es la fuerza, y también es lo espiritual”. Y agrega: “Hace 70 años que vivo activamente en Hacoaj. Un estilo de vida, una forma de ser, de lograr la amistad, la comunicación y la convivencia con el otro, una pasión por lo deportivo y lo comunitario”. Eso es Hacoaj. Eso es Fito.

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SILVIA CICHOwOLSKI uno de los tantos legados de Rogelio cichowolsKi. en esta Foto su esposa silvia posa con sus nietos: MatĂ?as y laRa.

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EL COMPROMISO EN PERSONA o resulta nada fácil retrotraer recuerdos de la memoria y hablar acerca de cualquier ser querido que hemos perdido. Mucho más difícil aún si se trata de una persona de la envergadura de Rogelio Cichowolski, una de esas (pocas) enormes personas que cuanto más grandes son, más fuerte caen… y más se siente su ausencia. Por eso es que le agradecemos infinitamente a Silvia, su esposa, el haber hecho el esfuerzo de narrar algunos de sus recuerdos, para que estas líneas fueran posibles. Rogelio fue una persona importantísima, no sólo para el Club Náutico Hacoaj sino para toda la Comunidad Judía Argentina. Todos aquellos que lo conocieron no dudan en resaltar su labor ejemplar al frente de la comunidad, motivado siempre por un intenso compromiso y contando permanentemente con el apoyo vital de su familia, sin el cual no hubiera podido dar por los demás todo lo que brindaba día a día. Este apoyo implicó un sinfín de cuestiones, desde bancarse las horas en las que Rogelio no estaba en casa con la familia, “que eran muchas”, hasta despertarse todos los días a las 5.45 de la mañana con las dos líneas de teléfono y el celular sonando simultáneamente. “Tenemos una foto muy graciosa que le sacó uno de nuestros hijos, en la que está sentado después de bañarse y con el celular en la mano” recuerda su esposa y agrega: “Así era nuestra vida pero porque él la había elegido y eso no le podía faltar”. Silvia continúa con añoranza: “Le hubiera gustado estar ahora, disfrutando de sus nietos... Murió demasiado joven (tenía 56 años). Mucho no se supera su pérdida porque lo tuve como pareja un tiempo largo y, a pesar de todo, estaba muy presente. Es una persona a quien acompañé y admiré profundamente. Una se alivia y sigue viviendo, por los hijos y los nietos sobre todas las cosas. Pero el agujero es enorme”. Al año de su fallecimiento fue homenajeado con la designación como Socio Honorario de la Institución, además de otorgársele su nombre al Salón de Actos Culturales del Tigre. “Para Rogelio, Hacoaj era parte de su vida, estaba absolutamente compenetrado con la institución”, define categóricamente Silvia. Su actividad como dirigente institucional comenzó cuando tuvo que dejar de jugar al básquet, siendo muy joven, y el presidente del Club Tito Morgenstern, lo invitó a formar parte del Consejo Directivo. De este modo se convirtió en Secretario primero de la Comisión de Básquet y luego de la Comisión de Cadetes, lo que fue su primera responsabilidad y un primer paso en lo que en el futuro sería una larga y exitosa carrera dentro de voluntariado comunitario. Luego de desempeñar esa tarea, se alejó del club durante

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un breve período en el que “tuvo un poquito de tiempo para su vida. En ese momento nos conocimos y nos casamos”, escribió alguna vez Silvia en ocasión del homenaje a su marido al cumplirse un año de habernos dejado. Luego de ese corto, pero sin dudas importantísimo lapso, en el que comenzó a constituir su propia familia, volvió a trabajar en el club tentado por Alberto Smulevich, quien con su mentalidad de empresario llegó a la presidencia de Hacoaj con la idea de realizar una modernización de la organización institucional. Allí desempeñó virtuosamente el cargo de Secretario de Asuntos Legales y, posteriormente, el de Secretario General durante dos períodos. Constituyó la Comisión de Secretaría, que tenía como objetivo “asesorar y apoyar al Consejo Directivo con criterio pluralista y participativo”, según explicó él mismo durante una entrevista que le hicieron. “Él siempre decía y criticaba que por lo urgente se relegaba y se dejaba en segundo plano lo importante, los problemas de fondo” y ya en mediados de los ochenta creó el Proyecto Hacoaj 2000, pensando en estrategias a largo plazo y con un claro horizonte que se asentaba siempre en una mirada hacia el futuro. En ese marco comenzó la integración del Club de Campo en la actividad global de la institución y el trabajo en la promoción de nuevos dirigentes voluntarios. A propósito de esto, Silvia recuerda con agrado que, cuando se inauguró el Club de Campo, comenzaban a dictar clases de golf y junto con Rogelio se les ocurrió ir a aprender. Entonces dejaban a los chicos en la actividad e iban corriendo a practicar una hora de golf, hasta que se dieron cuenta que “estaban locos”, que ese momento era casi su único tiempo de relax y debían aprovecharlo para tal fin. Luego de desempeñar aquellas funciones en el club, Rogelio empezó a trabajar en la DAIA, pero al principio lo hacía como representante de Hacoaj. Al poco tiempo tuvo una charla con quien era titular de la Institución en ese entonces, el Dr. David Goldberg, quien le ofreció la Vicepresidencia. “¿Cómo voy a ser Vicepresidente? si ni siquiera sé lo que es la DAIA”, le comentó al salir de la reunión a su esposa, quien lo había acompañado. Pero, como no podía ser de otra manera, aceptó el desafío y la responsabilidad. Luego fue Tesorero, Secretario y finalmente Presidente, cargo que ocupaba al momento de su muerte. “Hacoaj es una auténtica escuela de dirigentes”, ponderó él mismo alguna vez y, tal vez, tenga razón… De lo que no queda lugar para las dudas, es que, de esa escuela, él fue el mejor maestro.


OSCAR MURMIS la voz de las asaMBleas de hacoaJ. su “pido la palaBRa” suele seR la antesala de un deBate intenso.

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¡SÍ! OFICIALISTA DE HACOAJ a participación comunitaria está sostenida por una fuerte vocación; su finalidad es, ni más ni menos, proponerse mejorar la calidad de vida del conjunto de la sociedad. Esta participación exige involucrarse en los espacios de decisión, estar informado, prepararse para el debate, desarrollar un espíritu de colaboración y una capacidad de análisis crítico que permitan sustentar sólidamente las opiniones. Muchas veces se requiere, incluso, el valor de enfrentar el poder y hacerlo constructivamente, condición necesaria para ser tenido en cuenta. A lo largo de sus sesenta y siete años como socio al Club Náutico Hacoaj, Oscar Murmis tomó parte en todas las asambleas (excepto en la de 1992, cuando falleció su esposa) y en todas las reformas del Estatuto Social. Sus intervenciones fueron siempre muy activas y esperadas por sus consocios. “¿Qué tendrá para decir Murmis al respecto?” fue, y sigue siendo, la gran pregunta antes de una asamblea. Esto no es causal. Oscar supo ganarse un lugar destacado como la voz incisiva y reflexiva a la vez. Siempre se propone profundizar en los motivos de una iniciativa institucional, para que los socios tengan la mejor información posible, antes de decidir. La fórmula es muy simple: “Nunca hablo sin estar bien informado. Si no conozco lo que se va a tratar, me callo”, explica Oscar, aunque difícilmente se encuentre en la situación de no tener nada para decir. Oscar Murmis jamás va a una asamblea sin antes haber hecho los deberes: leer y subrayar toda la Memoria y Balance y solicitar la información complementaria para entender en profundidad lo que está siendo puesto a consideración. Con cierta picardía, reflexiona: “Estos últimos años me he calmado bastante y me porto bien”. No es que antes se haya portado mal sino que su “pido la palabra” suele ser la antesala de un debate intenso, a veces caliente, al que de ninguna manera debemos temer. Buena parte de nuestra tradición judía está sostenida en la discusión y, como bien sabemos, donde hay dos judíos hay tres opiniones. Cabe aclarar que su actuación en Hacoaj no se limitó a las asambleas, pues siempre integró y actuó en distintas sub comisiones. Particularmente cada vez que se estudiaron reformas al Estatuto Social, trabajó intensamente y aportó su experiencia y conocimientos al debate y, en la última reforma, hizo introducir muchas de las nuevas normas. Oscar Murmis se asoció a Hacoaj, junto con sus padres y hermanos, el 29 de abril de 1943, cuando tenía veinte años. “Hasta ese momento yo había pertenecido a Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires. Entonces, como muchos

amigos de origen judío, nos vinimos al Hacoaj”. En aquel tiempo nadie podía predecir el impulso que alcanzaría la Institución que, en los años cuarenta “era simplemente un lugar de esparcimiento, reunión y descanso semanal”. Luego, a medida que fue creciendo, desarrolló una identidad más completa e interesante. La participación comunitaria es una herencia familiar. “Mi padre, Jacobo Murmis, fue un muy importante dirigente comunitario que, entre sus cargos, se destacan: primer presidente del Joint en la Argentina (hasta su fallecimiento en 1968), tesorero de la DAIA, presidente de la organización de ayuda a las víctimas judías de la guerra, de la que también fue socio fundador, y presidente de la Liga Israelita Argentina Contra la Tuberculosis”. Oscar llevó esta vocación más allá. No sólo es un activo participante en las instituciones comunitarias que integra como socio (Hacoaj, la Sociedad Hebraica Argentina y la Congregación Israelita de la República Argentina), sino que llevó esa dedicación a los ámbitos de su profesión, como vocal del Centro Argentino de Ingenieros, secretario del Consejo Profesional de Ingeniería Civil – jurisdicción nacional y a nivel ciudadano, ya que en el período 1963/65 fue Diputado Nacional por la Ciudad de Buenos Aires. Como tantos argentinos, en más de una ocasión se encontró a sí mismo diciendo “¡Qué barbaridad lo que pasa! Si yo fuese Diputado de la Nación…”. Pero a diferencia de otros, lejos de quedarse en la queja vacía, se involucró en primera persona. Para la época de la elección, en 1963, Oscar era Secretario General del Club Náutico Hacoaj, desde 1960, bajo la presidencia del Ing. Civil Isaac Glikman y luego de 1961 a 1963 en la presidencia de Roberto Maliar. Es por ello que, con humor, afirma que tuvo “un pequeño ascenso: de Secretario de Hacoaj a Diputado Nacional”. En aquella elección también fue elegido como Diputado Nacional otro socio de Hacoaj, el Ing. Civil León Patlis. No es posible hablar de la participación de Oscar Murmis en Hacoaj sin hacer referencia a Roberto Maliar. Probablemente no haya habido dos personalidades tan diametralmente opuestas. Ambos compartieron largos años en los que, en más de una oportunidad, estuvieron enfrentados, a veces muy fuertemente, por su visión y su estilo. Pero fue un antagonismo leal, regido por la aspiración de dar lo mejor para el espacio comunitario del que formaban parte: Hacoaj. Así lo reconoció Oscar, que tiene hondas palabras de elogio para quien, más allá de toda diferencia, consideró su amigo. Oscar, el analítico y Roberto, el expansivo… Uno y otro se hicieron falta mutuamente, no sólo a nivel personal sino como representación de una búsqueda permanente del equilibrio, la complementación necesaria entre acción y reflexión que toda sociedad requiere para sostener y cimentar su crecimiento.

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AYELEN MAISLEY en su giMnasio de la sede capital, donde vive laRgas e intensas hoRas de entRenaMiento y aMistad.

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REPRESENTAR AL CLUB: UN MOMENTO ÚNICO yelen Maisley tiene 20 años y desde los siete que representa al Club en gimnasia artística. Su pasión por el deporte vendría mucho tiempo después, ya que todo comenzó con una excusa para acompañar a su hermano que quería jugar al básquetbol. “Cuando empecé la Escuelita de Gimnasia me hicieron probar una clase de nivelación con un grupo y después con otro. Finalmente quedé en el que todas las chicas eran más grandes que yo”, cuenta Ayelen sobre su primera experiencia. Actualmente, entrena cuatro veces por semana en Sede Capital, los fines de semana en Sede Tigre y todos los sábados dicta la clase de gimnasia a las nenas de cuatro y cinco años y a las de primaria. Su vida está en Hacoaj. Como ella misma sintetiza: “No hay uno sólo día que no pise el Club”. Fanática de lo que hace, Ayelen le pone pasión en todo momento: “Más allá de que sea individual, se entrena en equipo y, aunque en un torneo tenga que competir contra mis amigas, me pone feliz que ellas mejoren y se superen día a día”. Y no es para menos. La mayor alegría que le dio Hacoaj tiene que ver sus amigos: “Mi mejor amiga, Magalí Ripetour, comparte todo conmigo desde los siete años. En un viaje a Chile nos hicimos muy amigas, hoy estudiamos juntas el profesorado de Educación Física y trabajamos dando clases en el Club”, asegura Ayelen quien nombra a quienes dieron lo mejor de sí para formarla como deportista: “Andrés Villarreal es mi entrenador de toda la vida, y ahora junto con Gabriel Zaba hacemos un gran equipo. En algún momento, también estuve con Andrea Bromberg, Cristina Suárez, Rolando Fernández López, Luciana Roig y Octavio Scaffuro”. Con gran esfuerzo y puro entrenamiento, Ayelen llegó al

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nivel B2, el más alto y competitivo de Hacoaj, en el que ya lleva varios torneos metropolitanos, panamericanos y nacionales. Ganó seis medallas en el Torneo Panamericano Macabeo de 2007, cinco de oro y una de plata. “Gracias a Hacoaj me di cuenta que esto es lo mío y que disfruto mucho el rol de profesora. Y ese sentimiento tan profundo claramente viene de mi familia”, explica Ayelen. Sus abuelos son vitalicios, sus padres socios de toda la vida y su tía, Clarisa Niks, representó al Club en cestoball y ganó dos Olimpias de Plata por su desempeño. “Es lindo que el Club tenga tanta vida y que se mantenga a lo largo de los años. Conozco a personas que han hecho historia, como mis abuelos que son socios desde hace más de medio siglo y han venido permanentemente. Sé que para ellos es muy importante que nosotros estemos en Hacoaj y continuemos de alguna manera la tradición”. Si bien tuvo muchas propuestas de otros clubes, Ayelen siempre eligió Hacoaj para entrenar. “Me siento cómoda, me gusta el ambiente, tengo a mis amigas, a mi entrenador de toda la vida y es por eso que es como mi segunda casa”. Y como si hicieran falta más argumentos, agrega: “Aquí me siento feliz”. Más allá de que disfrute haciendo gimnasia, el hecho de poder transmitir lo que le gusta, sumado al apoyo del Club, es para ella una gran satisfacción. El año que viene Ayelen se recibe de profesora. Sin dudarlo piensa especializarse en Gimnasia Artística y hacer el curso de entrenadora. Además, ya es jueza metropolitana de la disciplina desde el año pasado. Este título, le permitió ser árbitro del Torneo Metropolitano. “Este año puedo juzgar a muchas de las chicas que hoy están en las divisiones menores de Hacoaj. Ser juez, entrenadora o gimnasta, tiene su particular encanto”, afirma nuestra deportista. “Representar al Club es un momento único. Ahí resumo todo el esfuerzo y el respaldo de la gente que me ayuda, poniendo todo y tratando de hacerlo lo mejor posible”.


JUEGOS SOCIALES espacio de encuentRo peRManente, RepResentaci贸n institucional y apoyo a las acciones solidaRias.

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PARTICIPACIÓN SIN LÍMITES ientos de socios, todos los días, dan vida a este espacio de encuentro permanente, representación institucional y apoyo a las acciones solidarias y comunitarias. Jugar es una de las maneras más interesantes de generar lazos con nuestros pares. Jugamos para conocer e integrar a alguien nuevo en nuestro entorno o para fortalecer los vínculos con quienes hemos compartido buena parte de nuestra vida. El juego, con sus pautas, su organización y su capacidad de divertirnos, es una de las actividades que nos definen como seres sociales; por lo tanto, es un eje central en una institución comunitaria con las características del Club Náutico Hacoaj. La gente juega por naturaleza, espontáneamente. Al hacerlo, están dando un mayor valor a su tiempo libre, a esas horas compartidas con otros amigos, siempre parecidas y siempre diferentes. Sin lugar a dudas, los Juegos Sociales son una de las actividades más difundidas y de mayor convocatoria a nivel institucional. También se cuentan entre las más inclusivas: se practican sin límite de edad, ni de estado físico, en las cuatro sedes y en los horarios más amplios. Quienes forman parte activa de esta propuesta, reconocen al año 1981 como un punto de inflexión. En los comienzos, los juegos preferidos por los socios eran el ajedrez, el dominó y el scrabel. Hasta 1980, la mayoría de los participantes eran hombres. Eran muy pocas las mujeres que se acercaban a los salones de juego, y generalmente se retiraban sin participar. En 1981 se produjo un cambio radical en el área, que adquirió una nueva dinámica integradora y comunitaria, que se profundizaría permanentemente desde entonces.

No sólo se sumaron las mujeres, sino que se gestionó la incorporación de nuevos juegos como el buraco, el truco y el bridge. Este boom fue impulsado por Mario Stolovitsky Colb en el cargo de secretario, secundado por la siempre recordada Virginia Menin, como pro secretaria. Ella fue quien trajo la novedad del Buraco a nuestra Institución y fue una de sus más entusiastas impulsoras. A partir de entonces, Hacoaj participa muy activa y permanentemente en los torneos interinstitucionales, generalmente convocados por Faccma, con excelentes resultados, lo que no solo se traduce en triunfos, sino en una convocatoria creciente. Esta participación permitió una mayor camaradería con amigos de otras instituciones hermanas, como Hebraica, Macabi, CIS, Aciba, Ciso, Cissab. Al mismo tiempo, la actividad de Juegos Sociales adquirió un tono solidario, ya que se transformó en una fuente de recursos para distintos proyectos de acción social comunitaria, en los últimos tiempos en conjunto con Voluntarios en Red Hacoaj. Juegos Sociales es, también, una escuela de formación de dirigentes voluntarios, ya que se distingue por haber aportado activistas a las distintas conducciones. Muchos de nuestros mienbros llegaron a ocupar cargos de la mayor responsabilidad institucional, en varias comisiones, entre ellos: la vicepresidencia de nuestro querido Hacoaj. En la actualidad somos un grupo importante de colaboradores que, junto a la secretaria Ofelia Weiss, trabajamos para nuestros amigos, en veladas muy activas, marcadas por la integración social y comunitaria. La consigna, desde siempre, es encontramos por el solo hecho de estar entre amigos. El juego es una excelente excusa. De esta manera simple, efectiva y valiosa, ayudamos a la construcción y el engrandecimiento de nuestra Institución, al tiempo que sumamos alegría y vitalidad a nuestra existencia.

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GASTÓN VAINER en los playones de BásQuetBol de la sede tigRe “RoBeRto MaliaR”, donde dio sus pRiMeRos pasos en el depoRte.

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ALTO DE HUMILDAD e gustaría, por un rato, volver a hacer esa vida en la que toda mi preocupación era que la pelota entrara en el aro e ir a entrenar al club 4 ó 5 horas todos los días”, confiesa Gastón Vainer y aclara que tuvo que abandonar esa rutina cuando el trabajo y el estudio lo obligaron. Pero no se arrepiente, su mujer y sus hermosas hijas mellizas que irrumpen en el living de su cálido departamento para sentarse a dibujar, lo hacen valer todo, aunque reconoce que le encantaría poder volver a jugar en la Primera de básquet de Hacoaj durante al menos un par de meses. Con esa humildad característica de las grandes personas, Gastón Vainer revela que comenzó a jugar “casi de casualidad, y que al principio era bastante malo”. Tan “malo” que llegó a la primera división del Club Náutico Hacoaj con tan sólo 15 años (cuando la mayoría lo hace a los 19 ó 20 años, si llegan). En 1991 fue campeón del Torneo Oficial de Capital Federal, con ascenso a la Liga Nacional B. De hecho fue convocado al diario Clarín, junto a algunos otros grandes jugadores de ese plantel, para realizar una nota. En ese exitoso equipo estuvo acompañado de figuras que aún hoy lo acompañan en Veteranos, como Mario Scola, capitán de ese equipo y padre de Luis, quien juega actualmente en la Selección Argentina de Básquet y en Houston de la NBA. “Una persona muy importante para mí, pero sobre todo para el básquet del club, es Héctor Luchansky”, su entrenador en primera durante casi todo el período en el que jugó. Héctor fue quien le dio la oportunidad de debutar en la máxima categoría, ocasión que obviamente Gastón supo aprovechar, intentando dar siempre todo lo mejor. También recuerda a otro de sus compañeros: José “Joch” Stolowicz, un tipo muy correcto, que además dejaba todo en cada partido; en otras palabras, un ejemplo dentro y fuera de la cancha. Lleva en su memoria increíbles anécdotas de viajes, como cuando recorrieron más de 600 kilómetros en un micro prestado, de un club del sur, que tenía de un lado asientos normales y del otro colchones para poder descansar. El inconveniente fue que los colchones estaban llenos de pulgas y cuando llegaron Esquel estaban todos rascándose: “No podíamos ni estar parados porque nos picaba todo”. O cuando fueron a jugar a la ciudad sureña de Comodoro Rivadavia y sin siquiera recordar cómo había sa-

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lido el partido (aunque le resuena que había sido “medio nefasto”), pararon a comer en el camino de regreso y dejaron solo al delegado del equipo cerca del micro. La cuestión fue que cuando volvieron lo había mordido un perro, tuvieron que llevarlo al médico y realizar todo el trajín totalmente inoportuno para un viaje tan largo de vuelta a casa. Gastón recuerda además, con naturalidad, las que para cualquier otro serían situaciones extrañas: irse de la cancha con custodia policial luego de ganar un partido en Junín en el que se jugaban el descenso, que lo escupan en algún partido en el interior o hasta que lo quemen con el cigarrillo cuando iba a sacar de costado, además de las piñas de siempre, que nunca se cuentan. “Son cosas que pasan”, comenta y se sonríe. Participó en varias selecciones de Capital Federal y antes en la pre selección juvenil argentina. Allí tuvo la suerte de cruzarse con un jugador de la talla de Fabricio Oberto, que actualmente juega en la NBA, cuando aquél disputaba el Torneo Argentino de Juveniles para Córdoba. Hay muchos otros grandes jugadores que también se atravesaron en su camino y que incluso se fueron a jugar a otros países, pero que tal vez no fueron tan conocidos porque el básquet no tenía tanta trascendencia en aquél entonces. Llegó al club con su familia, cuando tenía más o menos 11 años pero iba más que nada para jugar al básquet. De hecho frecuentaba mucho más la Sede Capital que el Tigre. Su mujer también iba al club por aquél entonces y ahí fue donde se conocieron. Hoy sus hijas “viven en el club”, van a los grupos, a la Sede Capital en la semana y, obviamente, el fin de semana a hacer deporte, a estar con familia y ver a los abuelos. El club es un lugar muy importante para él y su familia, tanto en lo social como en lo deportivo, porque aquí pasan mucho tiempo y realizan actividades familiares y compartidas. “El club fue y es una parte de mi historia, de mi vida, de mi crecimiento, como persona y como deportista, eso impacta en ambos sentidos”, asevera finalmente de manera categórica.


PATRICIA KOHAN JugadoRa de pelota al cesto y tenista. en esta Foto, con su MaMá, MaRÍa ines y sus nietos ignacio y agustina o lo Que ella llaMa “los tRoFeos de su vida”, en ReFeRencia a su FaMilia

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UNA GRAN LUCHADORA uando Patricia Kohan decidió hacerse deportista, sin darse cuenta ya lo era. Hay personas con facilidad para determinados tipos de cosas, que les vienen como innatas. Pero no se trata del conformismo sino de aprovechar esos dones, pudiendo hacer lo que le gusta. No es que el atletismo no le fuese satisfactorio, porque de hecho le gustaba mucho. Patricia recuerda con gran cariño y entusiasmo las competencias de salto en largo, salto en alto y la gran carrera de huevos que tenían que llevarlos de una punta a la otra con una cuchara sin que se les cayeran. Tampoco es que el tenis no la conformase, porque empezó a jugarlo cuando todavía practicaba el atletismo y al día de hoy sigue representando al club raqueta en mano. Pero ella quería algo más, algo distinto y necesitaba saber que el club podía ofrecérselo, aunque siendo mujer en esa época las opciones eran limitadas. Alternando entre los dos deportes, atletismo y tenis, apareció la pelota al cesto. Automáticamente Patricia se incorporó a un grupo con muchas ganas de jugar y entrenar (en ese momento, Hacoaj lo hacía en el Club Oriente). Luego de un tiempo, el histórico Director del Departamento Físico, Glauco Caielli, invitó al Club Obras Sanitarias e hicieron la inauguración de la cancha de cesto con piso de polvo de ladrillo, en la Sede Tigre. Y si bien no jugaron de la mejor forma, Patricia recuerda que tampoco hicieron papelones. Ese fue el comienzo del equipo de las “novicias”. “Para la visión de hoy en día, nuestra ropa deportiva era un disfraz: camisa con voladitos, bomabachudito azul y el escudo como de felpa. Era muy gracioso… jugamos muchos años con eso… nosotras y los equipos que nos siguieron, también”. Patricia fue una gran jugadora de un histórico equipo de Pelota al Cesto. Formó parte del primer conjunto que hizo que el club mirara con atención aquel deporte que empezaba a adquirir popularidad. Además, lograron que perdure muchísimo tiempo (doce años) y que detrás de ellas hubiera una continuidad. Sin embargo, no se las recuerda sólo por aquel logro; además hubo otros, relacionados más bien con victorias y medallas, que fueron alcanzadas gracias a dos motivos importantes: por un lado la tenacidad del equipo, la responsabilidad y el no perderse ningún

partido y, por otro, el hallazgo de la inolvidable entrenadora Sara Closas. Patricia recuerda que “con Sara no podíamos perder, porque no lo teníamos permitido. Si perdíamos, no nos saludaba. Aparte teníamos un excelente vinculo, porque era una persona excelente y su vida era el cesto”. La vida de Patricia Kohan estuvo siempre atravesada por el deporte y lleva más de 50 años representando a Hacoaj. Sólo se “tomó licencia” durante sus embarazos. Pasó por Macabeadas, torneos internos, nacionales y colgó en su pecho medallas de oro, plata y bronce. Como buena deportista, puso las manos (y los pies) no sólo en la cancha sino que por fuera tampoco nunca se aquietó: participó en comisiones y subcomisiones colaborando con ideas y proyectos, por ejemplo, en la fiesta de cestoball de diciembre de 2009, en la que lograron reunir a muchas de las jugadoras de aquel recordado equipo. Después de tantos años en el deporte, Patricia tiene una teoría formada que aprendió en las canchas: “La mejor forma de conocer a alguien es dentro del deporte, que es un reflejo de la vida. Con ver la conducta de alguien en la cancha, uno ya sabe cómo es y es muy difícil equivocarse”. Tal vez por formarse tanto en el deporte o simplemente por su manera de ser, ella siempre fue una gran luchadora. De las épocas del cesto se acuerda que era muy brava y no le gustaba perder. “Una vez jugábamos en Corrientes, era un campeonato argentino. En un momento amagué que iba a tirar la pelota y me caí… De bronca golpeé el piso muy fuerte con las dos manos y cuando me levanté, Sara Closas me miró y me sacó de la cancha. ‘Acá no se protesta, se juega’, me dijo. Y no me volvió a meter en el partido”. El Club es para ella una escuela de vida. Con mucha emoción reconoce a Hacoaj como un lugar de amistad y pertenencia, donde vino con sus padres de chica y trajo a sus hijos de más grande, donde reconoce cada piedrita y cada lugarcito. Hace poco se encontró con alguien que jugaba al basquet en la época que ella jugaba al cesto y la retó: “Te desafío una llave”. Los años parecían no haber pasado, el tiempo eran indistinto… Patricia miró fijo a su viejo amigo, sonrió y sin dudarlo contestó: “Yo también te de-safío… y te voy a volver a ganar”.

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GERARDO FREIDELES con su caMpeRa de tenista, en la zona del natatoRio, donde descuBRi贸 su pRiMeRa pasi贸n depoRtiva.

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RECUERDOS DE LA NATACIÓN erardo lo recuerda todo como pocos podrían hacerlo, y puede dar la sensación de estar hablando de algo que pasó hace no más de diez años. Duda poco, en general nada, y se acuerda sobre todo de los detalles, por más pequeños que estos sean. No vacila ni un segundo cuando asegura que cuando se quedaban a dormir en los dormis de la “Quinta Rosa”, desayunaban submarino con tostadas con mermelada y medialunas, ni mucho menos al nombrar a todos sus entrenadores y personajes varios del club. “El Colo”, como es conocido, nació en el club. Su padre, Natalio, es uno de los primeros socios, el 170 para ser más exactos, y pertenece al grupo que actualmente se junta todos los miércoles en el club a jugar al tenis y a charlar y su madre es de “las rubias que bailaban rikudim”, tal como él la describe. Como la mayoría de los deportistas, sus primeros recuerdos en Hacoaj están ligados al deporte, más que nada a la escuelita de tenis, cuando tenía que ir vestido de azul o blanco, porque así iban todos los chicos, y llevar cosida una inscripción, que variaba el color según la edad, y donde aprendió a jugar de la forma más básica de todas: mástil, fila de media hora y a darle a una pelotita para que vaya y vuelva, vuelva y vaya en lo que duraba la hora de entrenamiento. Igual de nítido es su comienzo en el deporte que lo hizo acreedor de varias medallas, la natación: era un verano en el que Gerardo tenía 6 e iba a la colonia. Un día volvió a su casa entusiasmadísimo y le dijo a su papá: “Me anoté en un torneo”. El detalle, claro, era que no sabía nadar. “Me anoté de ingenuo, no sabía que había que aprender, pensaba que te tirabas y nadabas. Mi viejo me tuvo que enseñar en una semana para poder participar”. A pesar de haber aprendido del modo más intensivo del mundo, el resultado era evidente: último y nadando al mejor estilo perro. Pero llegó y eso fue lo determinante para seguir progresando hasta sumarse al equipo, de la mano de Pilu. De todos modos, estaba en la edad donde uno va probando por todos los deportes, pero Gerardo asegura: “Elegí la natación porque me destacaba natural-

mente. Entré al equipo de varones donde había más o menos 30 personas, de 9 a 18 años”. Una de las cosas menos felices que recuerda, era que durante las vacaciones se quedaba entrenando, y mientras toda su familia se iba, él se tenía que quedar en lo de algún tío. Pero tenía su premio: a modo de “compensación”, en marzo, cuando para varios ya habían terminado las vacaciones, Pilu llevaba de campamento a todo el equipo de natación al “Vivero” de Glauco Caielli, quien era el Director de Deportes y tenía una casa en Valeria del Mar con un predio grande donde los dejaba acampar. La única forma de llegar era tomando unos sulkis que había en la playa. Una vez allí, pasaban diez días de asados y momentos imborrables con amigos. Así fueron varios veranos y, a los 16 años, Gerardo decidió irse con tres amigos del equipo a pasar las vacaciones a Miramar. Cuando llegaron vieron que había una carrera de aguas abiertas y, sin dudarlo, se anotaron en una competencia en la que la mayoría de los participantes era guardavidas. La diferencia mayor era que los tres venían de un entrenamiento de años y un nivel superior y, estando en la mitad de la competencia, en medio del océano decidieron hacer un acto heroico: “Antes de llegar, nos dimos la mano y tocamos el bote de llegada juntos. Al final, la copa la terminamos donando a la Municipalidad General de Alvarado”. Además de viajes y vacaciones, Gerardo cuenta en su haber con varios records, notas en los diarios, medallas de oro, haber integrado el seleccionado de Buenos Aires por varios años y una historia intachable en la natación. Siguió nadando, probó con el water polo y encaró la natación desde el otro lado: fue profesor, guardavidas y hasta tuvo su propia pileta. Finalmente luego de tantos años en el agua, decidió dejar la natación. Una semana después de haber abandonado, le tomó alergia al agua, al punto de no entender cómo la gente jugaba en ella: “Terminé asqueado”. Pero no se quedó quieto ni mucho menos y experimentó varios deportes: padel, fútbol, ping pong y tenis, en el que integra el equipo desde hace 15 años. “Juego más o menos a todo pero no soy bueno en nada, o soy el peor de los buenos. Simplemente me doy maña”.

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NORMA wERTHEIN noRMa con sus nietos, en la casita de hocKey de la sede tigRe “RoBeRto MaliaR”, constRuida en MeMoRia del QueRido y RecoRdado leo weRthein z”l.

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UN SENDERO DE TRES GENERACIONES eo Werthein nació el 17 de diciembre de 1935, exactamente una semana antes de la fundación del Club Náutico Hacoaj. Cuando tenía 13 años, llegó del campo a la ciudad para comenzar sus estudios secundarios como alumno pupilo en el Colegio Ward. Ya que desde chico fue un ferviente entusiasta de los deportes, esperaba los fines de semana con ansiedad. En Hacoaj descubrió un mundo de posibilidades a su disposición. Entre varias disciplinas que practicaba, estaba el remo, pero en el voley encontró el espacio para desarrollar una de sus tantas pasiones. Y lo hizo con una característica entrega total, con la que siempre encaró cada una de las facetas de su vida. Quien nos habla de Leo es Norma, su esposa. En sus manos tiene una fotografía en blanco y negro de un equipo de voley en la que se ve a un grupo de muchachos jóvenes de aspecto vigoroso, formados en línea. Visten una musculosa con la palabra “Argentina” en el pecho. Por detrás de ellos hay un cartel en hebreo en el que se lee “Hamacabia hajamishit”, es decir, la Quinta Macabeada, que tuvo lugar en Israel, 1957. “Leo es el primero de la fila”, señala Norma y sonríe. “Junto a él están algunos de sus amigos de aquel entonces: Pedro Weigbrait y José Kanterevich ‘la mejor primera línea que había en el voley (Leo, José, y Pedro)’, según decían ellos mismos. Esa Macabeada fue una experiencia única y reveladora: tuvieron la oportunidad de conocer el Estado de Israel en sus primeros años, lo que fue clave para forjar su identidad”. Entonces, Norma aún no conocía a Leo, pero recuerda sus relatos de aquella experiencia. “Las comunicaciones no eran fáciles, por eso Sarita, la mujer de José Kanterevich era la encargada de mantener informadas a las novias y las madres de los muchachos aquí en la Argentina”. Para la época en que se pusieron de novios y se casaron, Hacoaj ya era parte indisoluble de la vida de Leo. Norma no conocía mucho acerca del Club, ya que vivía en Quilmes, “pero de entrada él me aclaró: la opción era Hacoaj o Hacoaj”. Leo sostenía que el deporte era una de las mejores formas de educación y que no había un lugar mejor que Hacoaj para criar a sus hijos, cuando llegaran. Y los tres hijos de Norma y Leo se integraron rápidamente al Club. Darío en el equipo de básquet, Judith en el de voley y Cynthia en el de pelota al cesto. Al igual que cuando Leo era chico, los fines de semana eran vividos con expecta-

tiva e intensidad. “Teníamos un departamento en la segunda etapa, en el que nos instalábamos los viernes a la noche, intercalando con la ardua actividad de Leo en el campo. A medida que los chicos iban creciendo, los acompañábamos a sus partidos. Visto a la distancia no se cómo hacíamos para organizarnos, ya que íbamos y veníamos todo el tiempo…. Fue difícil, pero lo hicimos con muchísimo gusto, para acompañarlos… Hoy en día, veo que mis hijos hacen lo mismo con mis nietos. Ellos siguen el mismo camino que les marcamos nosotros. Mis nietos tienen puesta la camiseta de Hacoaj, y eso es muy satisfactorio”. Con orgullo de abuela, Norma habla de la pasión de sus nietas Renata, Francesca, Catalina, y Roberta por el Hockey y de Manuel por el Fútbol. Es, también, una forma de reafirmar que la elección que hicieron ella y Leo tantos años atrás, por el deporte y por Hacoaj, ha rendido sus frutos. Al respecto Norma reflexiona: “Hubo momentos en que tuvimos la oportunidad de optar por otras alternativas, como por ejemplo un country, pero elegimos quedarnos en el Club ya que sin lugar a dudas es un espacio educativo y mucho más constructivo para los chicos. El Club es más pluralista, más diverso, más heterogéneo. En pocas palabras: más conectado a la realidad”. Leo Werthein falleció en 2005. Entre sus múltiples actividades, había sido uno de los fundadores y Presidente de la Fundación Tzedaká. Su hijo mayor, Darío, siguió sus pasos también en este sendero de responsabilidad comunitaria. En 2009, la familia en pleno viajó a Israel para tomar parte en la 18ª Macabeada Mundial, en la que Darío obtuvo una Medalla de Bronce en básquet, y su yerno Andrés Braun, Medalla de Oro en fútbol, ambos en categoría veteranos. Su nieta Roberta participó en Hockey. Fue una experiencia conmovedora y parecida, y a la vez distinta, a la que Leo había vivido en 1957. Podemos imaginar un arco en el tiempo que une ambas Macabeadas, medio siglo después: el deporte, la camaradería, la camiseta argentina, Hacoaj, la posibilidad de crecimiento que se abre en cada viaje, la consolidación de una identidad. Finalmente, la presencia y el compromiso de los hijos, en reafirmación de las enseñanzas de su padre Leo, lo que constituye la mejor manera de honrar y mantener viva su memoria.

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GUSI FISZBAJN “el FútBol Me siRve paRa ManteneRMe Bien FÍsicaMente, es coMo una teRapia. una vez Que Me pongo la Ropa de depoRte, Me caMBia el estado de ániMo..”..

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EN HACOAJ DESDE LA CUNA i historia en el Club es la de toda una vida muy cargada de buenos recuerdos. Pasé muchas etapas en el club, desde que era chiquito hasta ahora”. Gusi Fiszbajn es de esos socios que va a Hacoaj desde que nació y que siempre tuvo la suerte de encontrar su lugar de pertenencia en cada actividad. Desde ir a los grupos con los líderes (como se llamaban los madrijim por ese entonces) cuando el Club era más chico y se conocían todos con todos, hasta cuando empezó su fuerte participación en el mundo del deporte y tuvo que acomodarse a los distintos equipos que se iban formando. Sus recuerdos suelen estar cargados de un tinte positivo y lo que rescata es la suerte que tuvo de formar buenos y lindos grupos de gente, más allá de los resultados que obtuvo (que, dicho sea de paso, también fueron excelentes). La actividad física estuvo siempre presente en su vida, en parte porque donde vivía se la pasaba el día entero jugando a la pelota con sus amigos en la calle y, en parte, porque es de esas personas con facilidad innata para el deporte, que les resulta fácil jugarlo y siempre sobresalen. Así dadas las cosas, su historia estaba escrita: no tardó nada en emprender el deporte de un modo más “formal” en el club. Comenzó con el tenis, que si bien le gustaba y obtenía buenos resultados, en cierto momento se le empezó a exigir más profesionalismo y lo que Gusi más buscaba, aparte del buen desempeño, era estar con sus amigos que jugaban al fútbol y al basquet. “En ese momento no existía el profesionalismo, tanto como ahora. Era la época donde se había armado un revuelo tremendo porque Vilas había dejado de estudiar, así que como en parte me obligaban, me cansé”. Allí partió a enfrentarse a los dos deportes en simultáneo. Entrenaba al Basquet durante la semana, no en la Sede Capital sino en un club que quedaba en la calle Fitz Roy y que tenía un techo de chapa del que no se puede olvidar, no sólo por lo que la pelota naranja implicaba sino porque allí eran también las actividades de los grupos los viernes a la noche. Jugó varios años en la primera división, compartiendo la cancha con jugadores importantísimos del club (por ejemplo, sus primos Mario y Héctor Luchansky).

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Mientras tanto también jugaba al fútbol, que en ese momento estaba en manos de los padres de los jugadores, quienes se encargaban de la organización: llevar a los chicos a los partidos, armar los equipos y dirigir la actividad, ya que el deporte no tenía aún coordinación profesional. En ambos deportes mostraba una habilidad destacable (a pesar de que no era de los más altos para ser jugador de basquet) y se las arreglaba para poder entrenar los dos al mismo tiempo. Por suerte, para su historia y para la del Club, no se quedo sólo con la pelota y la cancha sino que fue mucho más allá. En momentos diferentes, viajó con los dos equipos a las Macabeadas de Israel, donde vivió uno de los momentos más especiales de su vida. Luego por un problema de salud que lo dejó fuera del basquet seis meses, decidió que iba a seguir adelante con el fútbol, y ahí sí se encargó de dejar huellas por todo el camino que hizo. En lo personal se fue a jugar por un año a Israel y, al volver, advirtió que podía tener chances como jugador profesional por lo que se probó en algunos equipos de la Primera A nacional y formó parte del plantel de Platense. Luego, en el club, aparte de seguir jugando en el equipo, fue uno de los primeros que participó en el torneo interno, que en ese momento no tenía ni la mitad de los jugadores que tiene ahora. Con un grupo de amigos formó un equipo histórico que perduró hasta hace algunos años: Dínamo, uno de los más conocidos del torneo. Gusi muestra un dejo sentimental al recordar que muchos de los hijos de los jugadores los iban a alentar y que junto a ellos festejaron ascensos y victorias. Estos mismos chicos llevaron puesta, más adelante, la camiseta naranja y continuaron con el legado. Al fútbol no lo cambia por nada. Al deporte, menos: “Me sirve para mantenerme bien físicamente, es como una terapia. Una vez que me pongo la ropa de deporte, me cambia el estado de ánimo. Si estoy mal por algo me olvido y me dedico a eso. Me funciona muchísimo, inclusive para estar con mis amigos y pasarla bien”. El grupo, la gente amiga, el lugar de pertenencia, los entrenamientos, los partidos, las Macabeadas de veteranos en Gesell o Pinamar, es más que un simple juego. “Lo voy a seguir haciendo siempre. No te digo que espero morirme en una cancha, pero espero poder hacer deporte en Hacoaj hasta que pueda”.


JUAN ULNIK Juan y MaBel ulniK en “un caMino Que tRansitaRon Miles de veces y Que no taRdaRon en haceRlo pRopio desde aQuel dÍa en Que Juntos decidieRon Que hacoaJ seRÍa el lugaR en el Que RealizaR sus sueños”.

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HACOAJ ES PERMANENTE EVOLUCIÓN entado en su banco del Colegio Carlos Pellegrini, Juan Ulnik escucha una vez más a su compañero Enrique Schor hablando con fervor sobre el club al que concurre cada domingo, allá en el Tigre: el Náutico Hacoaj. Le habla de la hermosura del paisaje, de las salidas en bote con los muchos amigos que ya había hecho, de las tardes de baile, de las chicas… Corría el año 1944. Juan y Enrique tenían dieciséis o diecisiete años, la edad óptima para las aventuras. “Porque el mismo viaje era ya una aventura”, evoca Juan Ulnik sesenta y seis años después, a los ochenta y tres, sentado ahora en su oficina de Contador Público, en el centro de la Ciudad de Buenos Aires. “El tren, la caminata desde la estación, llegar a la entrada y ver esa gran avenida arbolada que desembocaba en un chalé de esa época, estar frente al río, salir a remar… Para nosotros, chicos de barrio, todo era una aventura. Todo era nuevo y fascinante. Era como si ahora me invitaran a abordar una nave espacial”. Su amigo Enrique no exageraba. En muy poco tiempo Juan se hizo fanático de Hacoaj, al punto que los domingos en el Club eran esperados con creciente ansiedad, especialmente los bailes al atardecer. “El personal del club armaba un tablado más o menos donde ahora están los playones de básquet y vóley, al lado de la curva del Río Tigre. Los muchachos estábamos de un lado y las chicas del otro, esperando que las sacáramos a bailar… Vivíamos la emoción del primer “flirt”, como decíamos en esa época en la que nadie se tuteaba”. Así, tratándola de usted, poco tiempo después Juan conoció a Mabel y comenzaron a noviar, no sin que antes Mabel aceptara una condición innegociable para avanzar en la relación: debía hacerse socia de Hacoaj, Club al que ya concurrían sus primos de la familia Grus. Uno de los lugares preferidos de Juan en Hacoaj son las canchas de tenis, en las que juega cada fin de semana y los miércoles por la mañana con su grupo de amigos. A pesar de ser un apasionado del deporte, Juan vive con cierta frustración el hecho de no haber logrado representar al Club en el terreno deportivo: “Soy, simplemente, un buen aficionado”. Sin embargo, al menos en su familia, las frustraciones del padre parecen haberse redimido en sus tres hijos, nacidos y criados en Hacoaj: “Irene, mi hija mayor fue representativa en pelota al cesto y en los primeros equipos de sóftbol; Débora, la menor, también jugó al cesto y mi hijo Jorge, el del medio, al vóley, todos con la camiseta del Club. A los tres los trajimos a Hacoaj cuando aún no habían cumplido un mes de vida”. Acompañar a los hijos en sus partidos se convirtió en una de las actividades centrales de Mabel y Juan, como la de tantos otros papás de Hacoaj. “Vivimos toda esa etapa como algo muy gratificante, aunque al costado de la cancha lo sufríamos. Dolía muchísimo cuando los chicos perdían y nos

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alegrábamos muchísimo cuando ganaban”. Impulsado por la sólida identificación que había logrado con Hacoaj Juan, muy joven y recién recibido de la Facultad de Ciencias Económicas, se fue interesando en los aspectos que hacían a la conducción de la Institución. Y, aunque él por modestia no lo diga, los directivos de entonces (y todos los que los siguieron al frente de Hacoaj, en casi seis décadas) disfrutaron de sus conocimientos, experiencia y compromiso. De hecho, conoció a todos los presidentes del Club, excepto el Ing. Mauricio Schverlij quien había fallecido un año antes de que Juan se asociara y trabajó con varios de ellos, a partir de Jaime Abramzon, en 1967. “Puedo decir que recorrí todo el espinel: comencé como miembro de sub comisiones, luego vocal suplente del Tribunal de Cuentas, vocal del Consejo Directivo, pro tesorero, tesorero, finalmente, vicepresidente 1º y luego, nuevamente vocal, hasta hace un par de años”. Esta vastísima experiencia, así como su formación profesional, hizo que conociera al Club en sus aspectos más delicados: los económicos financieros. En tantos años no fueron pocos los momentos en que se vivieron ahogos, problemas presupuestarios, situaciones de las que Hacoaj pudo y supo salir con entereza, gracias a lo que Juan define como una de sus principales fortalezas: “El compromiso de su clase dirigentes, el que se sostuvo y se fue renovando generación tras generación”. Un ejemplo de este compromiso fue el Empréstito 60º Aniversario: “Aquel empréstito fue un gran éxito. Los socios respondieron y con esos fondos se pudieron sanear los pasivos. Después, las condiciones económicas fueron cambiando y se pudo salir adelante”. Pero no todos fueron problemas. La compra y desarrollo de la Sede Capital es uno de los proyectos que Juan recuerda con mayor alegría y subraya especialmente la participación del Ing. Rabinovich, a quien destaca como el gran propulsor de su construcción. Para esa época, a mediados de los setenta, Juan integraba la comisión de la Cooperativa Futuro. “Futuro, que trabajó con honestidad y corrección bajo la conducción de Saúl Naybrif, le prestó una ayuda enorme al Club”. Juan afirma que él y Hacoaj son una misma cosa y no exagera. Es mucho lo que se dieron mutuamente: aquellas vivencias que marcan la memoria de la juventud, una vida de identidad, la oportunidad de volcar la experiencia profesional en la construcción y la consolidación de un espacio comunitario, decenas de amigos y el orgullo de haber colaborado en tantos proyectos que se hicieron realidad. Tal vez en eso piensa Juan cuando tomado de la mano de Mabel, recorre una vez más el camino que los trae a la cancha de tenis o al Salón de Actos Culturales o a la rampa junto al río, desde su departamento en el Jai. Un camino que transitaron miles de veces y que no tardaron en hacerlo propio desde aquel día en que juntos decidieron que Hacoaj sería el lugar en el que realizar sus sueños.


JACKIE LANG en la cancha de tenis de la sede tigRe, uno de sus รกMBitos natuRales, en hacooaJ.

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TODO POR ESOS COLORES Jackie le cuesta explicar la sensación que le produce jugar para Hacoaj. Por más que venga representando al club desde hace más de 30 años, aún no puede ponerle palabras a eso que se asemeja a lo que vivió el día en que llegó. Tenía siete años e iba a GEBA con toda su familia. Y como su hermana mayor estaba en edad de conocer chicos y sus padres querían que se relacionara con “gente de la cole”, decidieron venir a Hacoaj. “El primer día que entré fue muy raro: había ido toda la vida a otro club y sentía como si hubiese estado en Hacoaj desde siempre. Me encontré con amigas de mi colegio, el Tarbut, y ya desde el principio me sentía parte”, recuerda Jackie, aún sin poder nombrar lo que experimentó, lo que significa para ella. Al principio jugaba al tenis y al voley al mismo tiempo, pero cuando cumplió los doce años y los entrenamientos se superponían, se decidió por el deporte en equipo, porque siempre le gustó la idea de compartir. Y si de equipo se trata, rememora con una sonrisa esas “concentraciones” a puro voley en el club, cuando se iban el viernes a la noche a dormir ahí y se pasaban todo el fin de semana entre partidos y entrenamientos. “La pasábamos bárbaro, era como un campamento pero de voley”, resume Jackie, y parece que con cada palabra que pronuncia volviese el tiempo atrás a revivir esos días. Además de los momentos divertidos con sus compañeras, tampoco va a olvidar los entrenamientos en el gimnasio abierto de la Sede Capital, que en invierno se hacían más duros por las inclemencias del clima. Pero igual los disfrutaba y llegaba con todas las ganas, junto con sus hermanas Claudia y Patricia, con quienes llegó a jugar en el mismo equipo. “Teníamos ese espíritu amateur y ese amor al deporte que despierta el voley”, suelta para explicar tanto sacrificio. Ese ímpetu tuvo su recompensa ya que jugó para las selecciones nacionales juveniles y hasta integró la delegación argentina en un torneo sudamericano

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en Chile. Si bien disfrutó mucho y se siente muy orgullosa de representar al país, cree que la participación en las Macabeadas se vive de otra manera: “Ya sean las panamericanas o las de Israel, tienen otra connotación. Es compartir con gente judía de todo el mundo, algo totalmente distinto”, afirma. Por más que el voley era gran parte de su vida, porque entre entrenamientos y partidos le ocupaban cinco días de la semana, tuvo que dejar a los 21 años, cuando quedó embarazada de su primer hijo, Lucas. “Me acuerdo del último partido que jugué. Yo estaba embarazada y en una jugada me tiré al piso a buscar una pelota. Yo me lo tomé naturalmente, porque siempre lo hacía, pero el técnico se asustó y me sacó. Y ya no jugué más”, cuenta esta fanática del deporte. Aunque no pudo seguir con los compromisos del voley, una vez que Lucas había nacido decidió retomar tenis, que le permitía manejar sus tiempos. Ingresó al equipo del club muy fácilmente y empezó a hacer buenas migas con la gente. Su ductilidad para los deportes le permitió vivir nuevamente varias Macabeadas con su nuevo deporte. Y como si fuera poco, hoy sigue compitiendo para el club, tanto en primera, como en +30 y +40. Su pasión por los colores de Hacoaj sigue intacta, pero no solo en ella. Su hija Estefi sigue sus pasos y juega al voley en primera en la misma posición, de levantadora. Y no lo hace nada mal: en 2008 ganó el premio a la Mejor Deportista del club. Cuando Estefi nació, Jackie ya estaba alejada del voley, “Pero se ve que los genes los tenía”, bromea. Además, su hijo mayor, Lucas, viste la camiseta del Náutico todos los fines de semana en el equipo de la primera de fútbol y Franco, el más chico, juega básquet y tenis. Todos sienten a Hacoaj de la misma manera casi inexplicable. Cerca del final de la charla, después de repasar su historia y su trayectoria por el club, Jackie parece encontrar unas palabras que al menos ayudan a entrever eso que le produce representar a Hacoaj y que sus hijos también saben: “No me interesaría hacer deporte jugando para otro club, porque la camiseta de Hacoaj es como mi segunda piel”.


NéSTOR ROSENFELD Junto a “Boxi” la Mascota del Judo de hacoaJ, su otRo yo. “en hacoaJ hay una congRuencia entRe lo Que QuieRe el depoRtista y lo Que le BRinda la institución”.

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DONDE TODO ES POSIBLE tir de Israel 2001 sacamos medalla de bronce por equipo en todas las ediciones, por delante de Estados Unidos, Francia y España, por ejemplo y peleando de igual a igual con Israel, que es una potencia en este deporte. Hace rato que Argentina dejó de ser un rival fácil en el judo macabeo. Ya nadie festeja cuando tiene que luchar contra nosotros”. La mejora constante también se vio reflejada en la cantidad de participantes. Lo normal es que un equipo de judo esté formado por dos o tres deportistas. En la última Macabeada en Israel, Hacoaj presentó veinte. Lograr que todos puedan viajar requiere un gran esfuerzo económico, para ayudar a quienes les resulta difícil, lo que también es resultado del trabajo en equipo. “En este punto es fundamental el liderazgo de Ricardo Furman. No por nada Ricardo se proyectó como directivo desde la Sub Comisión de Judo a la Mesa Directiva y ahora es Presidente de la Institución. Ricardo es, básicamente, un gran laburante, que contagia de energía a todo el mundo”. Otro de los grandes logros del equipo de judo es la organización de la Copa Internacional Hacoaj, desde hace trece años. Néstor recuerda que comenzaron con la idea de hacer un pequeño torneo y que la respuesta fue tan extraordinaria, que todos quedaron sorprendidos y comprometidos a seguir mejorando año tras año. “Es un hermoso torneo que se ganó un lugar de privilegio en el calendario anual. Convoca a cientos de deportistas de todo el país y del Uruguay, Brasil, Chile y Paraguay. Además de la competencia en sí, tiene muchos otros atractivos, como la participación de chicos de escuelas deportivas, cosa que es única en nuestro deporte”. La Copa Hacoaj de Judo tiene su mascota, Boxi, un simpático perro que, en cada edición, trae sorpresas a los chicos e intenta pasar a cinturón amarillo, aunque le está costando un poco. Lo que casi nadie sabe que, por muchos años, Néstor fue quien se calzó el traje de Boxi con el que disfrutó de juegos y revolcones, como un chico más. Las historias que se tejen alrededor de la experiencia deportiva son inacabables: viajes, festejos, amistad… De entre todas, Néstor elige una en particular: un festejo de Pesaj, en su casa, dos años atrás. “Siempre nos juntamos para celebrar las festividades judías y aquella vez vino todo el equipo con sus familias e hijos. Éramos más de sesenta personas en mi casa y el invitado de honor fue el entonces Presidente, Alejandro Filarent. Para mí fue muy importante que viniera, era la confirmación de nuestra pertenencia al Club, era sentir que, por una vez, no era yo quien había venido a Hacoaj, sino que Hacoaj había venido a mi casa”.

ay una antigua polémica no resuelta entre la conveniencia de practicar deportes de equipo o deportes individuales en la que estos últimos parecen llevar todas las de perder. Como en cualquier discusión, se corre el riesgo de llegar a conclusiones equivocadas. Tomemos el caso del judo. Dentro del perímetro del tatami cada luchador está solo y tiene muy pocos segundos para dar lo mejor de sí. Pero para llegar a esa instancia antes vivió cientos de horas de entrenamiento en las que el equipo es imprescindible, tanto que su presencia se siente con fuerza en los momentos decisivos. Así lo explica Néstor “Chita” Rosenfeld, judoca de Hacoaj que, afirma deberle mucho de su vida deportiva al Club. “A principios de los ochenta practicábamos judo en otra institución, junto con Rubén Mechetner, Marcelo Martín, Andrés Shempel, Verlatzky, entre otros, conocíamos a los judocas de Hacoaj, entre ellos Andy Gutman y Alberto Galimidi, entre otros, y siempre admirábamos su capacidad. Nos contaban cómo entrenaban, todo lo que el club les ponía a disposición y no lo podíamos creer. Nosotros estábamos a años luz. En las Macabeadas Panamericanas Buenos Aires 1995, que se disputaron en la Sede Tigre como escenario central, conocimos al sensei Juan Carlos Pérez, que era el entrenador de Hacoaj y del equipo nacional y eso fue definitorio: nos pasamos a Hacoaj”. Néstor no ahorra elogios para describir a Juan Carlos: “Tiene la capacidad de poner objetivos y hacer que todo el mundo trabaje dando lo mejor de sí para lograrlos”. Néstor se quedó fascinado con la forma de trabajar. “Hay una congruencia entre lo que quiere el deportista y lo que le brinda la Institución. Le pedíamos algo a la Directora de Deportes, Patricia Sagorsky y enseguida el tema estaba resuelto. Lo mismo con la gente de intendencia de sedes o con la secretaria administrativa del Departamento de Educación Física, Emi Cusi, a la que nombramos “madrina del judo” por todo lo que nos ayuda”. Esta dinámica hizo que el equipo de judo se propusiera llegar cada vez más lejos. Las Macabeadas son, en este sentido, como una prueba de fuego. Chita es un verdadero experto en este tipo de encuentros. Desde 1983 participó en todas: siete Panamericanas y siete Mundiales en Israel. En la de 1997 fue escolta de la Bandera Argentina. “En nuestra primera participación en Israel, año 85, estábamos contentos sólo con haber llegado, pero no duramos ni cinco segundos en cada pelea. Entonces nos propusimos mejorar. Ya en la Panamericana de 1995 tuvimos una muy buena actuación, así como en la Mundial de 1997. En México 1999 directamente arrasamos con tres medallas de oro de Marcelo Martín y dos de bronce. A par135


ISIDORO RESNIK “hoy… paRece Que todo está ya hecho, peRo no Fue nada Fácil. huBo Que supeRaR Mil contRatieMpos y teneR Mucha eneRgÍa paRa teneR lo Que teneMos”.

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SABER DE DÓNDE VENIMOS… no... dos… ¡Vamos, vamos! Uno… dos… ¡Vamos, vamos!” La voz del profesor Orlando Trujillo reverbera con potencia en el salón del 6º piso de Sede Capital, imponiendo ritmo al movimiento de los treinta o cuarenta muchachos que conforman su clase, todos ellos “veteranos” de Hacoaj. Están recostados en el piso haciendo la bicicleta, con una energía que desmiente su edad. A un costado, la doctora observa atentamente. Frente a ella, un frondoso fichero contiene las historias clínicas. Estamos en la clase de Gimnasia para Cardíacos (o “Grupo Corazón”, como ellos prefieren llamarse), un espacio de actividad física controlada y, tal vez más que ningún otro dentro de la Institución, dedicado a la recuperación y cuidado de la salud. Isidoro “Lolo” Resnik es miembro de este grupo desde hace veinticinco años y socio de Hacoaj desde hace sesenta y tres, tiempo en el cual participó activamente de la vida institucional. Si tuviera que redactar su currículum vitae, debería detallar que fue Secretario de Pelota al Cesto, de Judo y de Bochas, Sub Secretario de Construcciones, miembro de la Mesa de Deportes y del Consejo Directivo. Pero, más allá de cargos y honores, ante todo Lolo es un hincha incondicional de Hacoaj: un socio con la camiseta grabada en la piel. Para certificar tal condición, vale una anécdota: Cuando nació su hijo Alberto Horacio, como buen padre, lo fue a anotar al Club. En la vieja secretaría de la calle Sánchez de Bustamante 74 lo recibió un diligente empleado, Jorge Adonaylo. -Digamé, Isidoro ¿cuántos años tiene su hijo? -No, Jorge, no cumplió años todavía. -¡Ah! ¿Entonces cuántos meses tiene el bebé? -No, tampoco tiene meses… Acaba de nacer hace tres o cuatro horas. Todavía no fui al Registro Civil, primero quiero que sea socio de Hacoaj. Lolo llegó a Hacoaj a los 17 años. El Sr. Jacobo Murmis le

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facilitó el ingreso. “Por eso, cuando cumplí cincuenta años como socio quise que el diploma me lo entregara su hijo, Oscar”. El Club, en esos años ocupaba una lonjita de tierra pero rápidamente comenzó a crecer. Lolo tiene palabras de especial reconocimiento para los directivos que impulsaron el crecimiento de Hacoaj y menciona especialmente a Roberto Maliar, Alberto Smulevich, Mauricio Rubins, Juan Ofman, Tito Morgenstern, Mario Goijman, Boris Burstein, Jorge “Chaco” Jaroslavsky, Salo Boykier, Simón “Cholo” Sandler, Saúl Naybrif, David Abruj, José “Pepe” Mulin y Oscar Murmis, entre otros... “Los días de semana teníamos reuniones en el Club hasta cualquier hora. Fue un lujo compartir tantos emprendimientos con ellos. Hacoaj siempre se caracterizó por la calidad y el compromiso de sus dirigentes, al punto que otras instituciones amigas nos querían “comprar el pase”. Nos tomábamos todo muy a pecho, trabajábamos muy fuerte”. Sentado en una mesa del bar de la Sede Capital, Lolo rememora los tiempos en los que ese predio no era más que un galpón, con un gimnasio bastante precario. El crecimiento deportivo y de las actividades llevó a la necesidad de contar con un espacio más amplio y cómodo en la Ciudad de Buenos Aires. “La inauguración de esta Sede, en 1976, fue un momento muy emocionante. Aún tenía presentes las finales memorables de nuestro equipo de básquet, que nunca podía ser local del todo por no contar con su cancha. Eran partidos muy calientes, por la Copa Dickens, en los que absolutamente todos íbamos a alentar, sin importar de qué deporte éramos… Hoy estamos aquí, tomando un café, y parece que todo está ya hecho, pero no fue nada fácil. Hubo que superar mil contratiempos y tener mucha energía para tener lo que tenemos. La Sede Tigre era un pedacito de tierra, la Sede Capital un galpón, el Club de Campo un pantano inundado y la Isla ni siquiera un sueño…”. Tengamos en cuenta de dónde venimos, para saber apreciar en su justa medida todo lo que Hacoaj es hoy.


JORGE FAINZAIG JoRge MuestRa con oRgullo el plato con el Que su FaMilia Fue distinguida poR seR una de las pRiMeRas en constRuiR su casa en la sede cluB de caMpo hacoaJ tigRe.

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HACOAJ ES CONTINUIDAD uando tenía alrededor de 25 años, Jorge Fainzaig llegó a Hacoaj por invitación de Jaia, su novia de entonces, la misma que poco después se convertiría en su esposa y madre de sus hijos Diego y Hernán. Hacoaj se abría ante sí como un mundo fascinante, pleno de posibilidades, en el que cada quien podía practicar algún deporte o integrarse a una actividad y así, desarrollarse en un marco social judaico. A su preferencia por el básquet, le sumó el tenis; pero como no siempre había una cancha disponible, encontró su espacio en los juegos sociales. Si bien era una alternativa poco común para su joven edad, la pasión se hacia sentir cada fin de semana, en los que dedicaba largas horas al dominó. “Para muchos, el dominó era un juego cuasi-científico y había una gran organización, con distintos niveles de habilidad… A veces, simplemente nos quedábamos mirando porque se armaban unos cruces apasionantes, con jugadores de gran nivel”. Alquilar un departamento en la Sede Tigre, probablemente haya sido una de las decisiones más importantes para la familia Fainzaig. Fue la oportunidad de aprender a vivir la vida en Hacoaj con más intensidad, aprovechando al máximo cada instante de aquel verano inolvidable, en el año setenta y pico. “El departamento era tan pequeño que nuestros hijos debían pasar por arriba de nuestro diváncama para ir al baño. Sin embargo, aquellos fueron mis mejores tres meses en Hacoaj”, rememora Jorge, con el entusiasmo y la convicción a flor de piel. El hecho de vivir en el Club hizo que retomara sus hábitos deportivos, ya que podía llegar temprano y conseguir una cancha sin espera. Por eso, el pequeño departamento fue reemplazado por un bungalow. “Fue una etapa muy importante, ya que estuvimos entre las primeras familias en ocuparlos. Allí vivimos desde 1984 hasta 1988”, reseña Jorge. No mucho tiempo después llegó la oportunidad de construir una casa en el Club de Campo Hacoaj Tigre, que los Fainzaig inauguraron en 1990, justo antes del gran boom de crecimiento de la sede, en la segunda parte de esa década. “Y por ser una de las primeras diez, Juan Ofman, en nombre de Hacoaj, nos entregó un plato a modo de reconocimiento, que todavía conservamos. Los homenajeados fueron Moisés Mayo, Enrique Becker, Rafael Alterson y Natalio Aidembaum, entre otros”. El cambio de vida fue inmediato y notorio. “Seguí jugando al tenis y volví al deporte que amé toda mi vida: el básquet. Lo dejé hace pocos años pero siempre lo jugué en

el Club de Campo”. El viernes a la tarde pasó a ser un momento muy especial: el de “escaparse” al Tigre. Desde entonces Jorge y familia disfrutan todos los fines de semana de su casa en Hacoaj. Sin embargo, la mayor alegría se le llevó su perro, que pasó de vivir en un departamento a correr de lado a lado. “Puedo decir que toda la inversión valió la pena porque el perro disfrutaba de una extensión inmensa…”. El tiempo pasó y la pasión perruna de Jorge siguió con Timoteo, un hermoso collie al que define como “el perro del barrio, ya que todos los chicos vienen a jugar con él”. Pero para Jorge, Hacoaj es mucho más que un lugar en donde tener su casa. Desde su faceta de dirigente comunitario, como Presidente del Hogar LeDor VaDor, su mirada está puesta en la continuidad. Por eso, se pone especialmente feliz cuando ve que “los amigos actuales de mis hijos son los mismos chicos con los que jugaba al básquet en la escuela de Cuadritos, hace como treinta años. Hoy cada uno vuelve con su familia y sus hijos son amigos entre sí”. Desde su análisis, una de las mejores características del Club es que “cuenta con una masa crítica de gente tan importante que cuando vas a una escuelita no tenés cuatro chicos, tenés cuarenta o más. Cien en fútbol, treinta nenas en hockey… todo es masivo, lo cual permite que los chicos interactúen, se nucleen con su propia generación y además, lo que pasa con mi hijo mayor: cuando son grandes y vuelven al club se reencuentran. Eso es maravilloso”. Otro de los valores que Jorge rescata de Hacoaj es el aspecto dirigencial. En este sentido, recuerda con gran afecto a Roberto Maliar: “Un modelo de persona, siempre con una sonrisa o un chiste a flor de labios. Tal vez, muchas de las cosas que empleo como dirigente debo haberlas rescatado de su imagen, de su personalidad, de aquél carisma”. Desde aquel inicio jugando al dominó en el Salón Panorámico pasaron varios años. “Mi historia en Hacoaj ha sido y sigue siendo magnífica”, afirma. “Después de cuarenta años me sigue atrayendo porque es un lugar de características únicas, con alternativas para cada personalidad. Por eso, es muy importante que la gente nueva entienda que Hacoaj tiene su historia y que todos somos parte de ella. Entonces, respetemos y amemos al lugar donde pasamos, seguro, los mejores momentos de nuestra vida, donde criamos a nuestros hijos, y hoy nuestros hijos hacen lo propio con nuestros nietos”.

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JULIO GLOSMAN Mentalidad de eQuipo: “nunca Me gustó tRaBaJaR solo, sino convocaR a la MayoR cantidad de gente posiBle paRa logRaR el oBJetivo...”.

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UNA FAMILIA DE HACOAJ na de las maneras de conocer a una persona es observar con atención qué exhibe en sus paredes. Tal vez no sea la forma más ortodoxa ni la más precisa desde el punto de vista científico, pero tendremos algunas buenas pistas para conocer su historia y aún su pensamiento. En las paredes de su oficina, Julio Glosman muestra cartas y fotografías prolijamente enmarcadas. Fotos de algunos de los equipos que integró y de los amigos más entrañables que supo hacer en Hacoaj: Coly, Cachito Aizemberg, Juan Ofman. Las cartas están cargadas con palabras de afecto, reconocimiento, agradecimiento y emoción. Cuando la familia Glosman ingresó a Hacoaj, en 1978, Julio ya jugaba al fútbol en la categoría veteranos. Por una cuestión de edad no llegó a representar al club en primera pero, de todas formas, en muy poco tiempo encontró su lugar en un pequeño mundo en el que había mucho por hacer. No sólo jugar al fútbol sino comenzar a integrarse a la comunidad, ver crecer a la familia en un ámbito estimulante y desarrollarse como dirigente voluntario. “A los dos años de hacerme socio, empecé a activar como voluntario por iniciativa de Juan Ofman, que detectó que yo tenía ganas de colaborar. Era muy nuevo, había entrado a jugar un poco al fútbol nomás… Y mi historia como representante del Club empieza como delegado en Faccma, que en ese entonces era la FAM. Empezamos con un trabajo de perfil muy bajo, con el objetivo de cambiar la historia del club dentro de Faccma. Nos propusimos que Hacoaj ganase el lugar que merecía, por importancia y por historia”. La experiencia en la Federación fue decisiva para meterse de lleno en la actividad como dirigente, dentro del fútbol. Uno de sus mayores logros en este terreno fue la organización del torneo interno, que llegó a convocar a más de treinta equipos y movilizar unos quinientos socios gracias al que muchísima gente que no podía vestir la camiseta de Hacoaj tuvo la oportunidad de practicar su deporte preferido, en una competencia súper exigente y organizada.

“El modelo a seguir era GEBA, que históricamente tenía el mejor torneo interno de fútbol. Así empezamos, con cinco equipos… Yo jugaba para Catrasca”. Como sabemos en el fútbol, si bien las actuaciones personales desequilibran, a la larga nada se sostiene si no se logra una dinámica de equipo. Con su mentalidad de armador, Julio jugó de igual manera dentro y fuera de la cancha. “Nunca me gustó trabajar solo sino convocar a la mayor cantidad de gente posible para lograr el objetivo, hacer que el fútbol fuera dentro de la institución un deporte bien visto. Lo cual sentí que empezó a ocurrir cuando ganamos por primera vez el premio al Deporte del Año, allá por el ’82”. Hoy en día es imposible pensar al fútbol de Hacoaj sin su espacio propio: la Casita del Futbolista. “Un día, caminando por el club, llegamos a un viejo depósito de materiales que llamábamos “La Chacarita”, al lado había una casa que había sido de la querida Ema, una gran persona, empleada del Club, a la que le teníamos y seguimos teniendo un gran afecto. Tuvimos la suerte de que, luego de plantearlo en el Consejo Directivo, el Club nos diera esa casita que gracias al esfuerzo de varios pudimos transformarla en lo que es hoy: un espacio de encuentro y pertenencia. La casita fue hecha a pulmón, gracias al aporte de decenas de socios que donaron de todo: desde materiales de construcción hasta aparatos de televisión…”. Cuando le preguntamos a Julio cuál fue el hecho más emocionante de su vida institucional, se toma un tiempo para responder. No porque esté pensando (él tiene muy en claro cuál fue ese momento), sino porque la emoción le hace un nudo en la garganta: fue cuando su hija Natalia fue elegida Mejor Deportista, en 2008, galardón que ya había logrado su nuera Natalí Doresky en 2005, ambas jugadoras de Hockey. En muchos sentidos la historia que Julio nos cuenta, puede ser la de tantos y tantos socios que eligieron a Hacoaj como espacio de vida. Un espacio que sin dudas fue transformador y de crecimiento. Tal vez en eso piensa cada Shabat, cuando se reúne a celebrar con su esposa, sus hijos y sus nietos.

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MARTIN MILD socio Joven de hacoaJ donde Fue depoRtista, MadRiJ y docente en la escuela de MadRiJiM. “yo veo a hacoaJ coMo un lugaR de peRtenencia y de identidad”. aQuÍ Junto a su esposa MaRina.

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UN HIJO DEL CLUB o son muchos los socios de Hacoaj que, con poco más de treinta años de edad, ya tienen tantas líneas que los conectan con el Club. Líneas, tangentes, puntos de inflexión o simplemente aristas que pueden ir variando aunque, en definitiva, se trate siempre de la misma persona. Martín Mild es, como tantos socios más, un hijo del Club, de esos que desde chiquitos van a los grupos y no se pierden una actividad. Sus amigos de la infancia seguramente recuerdan esa faceta de Martín: la del janij que no se perdía un campamento, que se consideraba “un enfermo de ellos” y que siempre estaba, ya sea en Córdoba, Mar del Sur o las Noches de Estrellas en el Tigre. Los que pertenecen al ámbito deportivo, y sobre todo a quienes les gusta recordar las “rarezas” o esos deportes distintos que surgen sólo de a momentos, pueden conocerlo como representante de Hacoaj en levantamiento olímpico de pesas, disciplina que duró sólo algunos años y que aunaba a no más de cinco socios. Así y todo, lograron conseguir un entrenador: Renzonet, armar un equipo y llegar a dos campeonatos nacionales. Luego de abandonar esta disciplina (porque en realidad no es un deporte) reafirmó su vínculo con la parte social y se transformó en madrij. Y si bien los janijim en general son generosos con su memoria y se acuerdan de sus madrijim aunque sea un poco, con Marto (porque así lo llamaban todos en los grupos), no es necesario ningún esfuerzo de parte de ellos. No sólo sus janijim directos, sino que casi toda una generación (fue seis años madrij) pueden recordar los personajes que construía y todas las historias que inventaba en torno a ellos. Quienes en esos años fueron de campamento de invierno, seguro que recuerdan a Helen, una niña en camisón que nadie sabía de dónde salía y asustaba a todos los chicos en el fogón. “Así como hay otros madrijim que van más por el deporte, lo que yo intenté hacer fue incluir el teatro porque yo actué toda mi

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vida y traté siempre de meter la actuación en los proyectos”. A pesar de haber dejado de ser madrij, siguió vinculado a Integrales desde la docencia en la Escuela de Madrijim, básicamente como forma de seguir conectado, en este caso dando clases y talleres de creatividad, clown y teatro como herramienta, sumando más personas y generaciones que lo conocen. Hoy en día, su vínculo con el Club está atravesado por una doble tangente: por un lado, marido y padre de dos hijas, Melina y Tatiana, que ya son fanáticas de la actividad (y la más grande incluso de los campamentos), buscando de alguna manera repetir la historia y con la firme idea de que la fuerte unión con Hacoaj siga presente. Por otra parte, además de ejercer su rol de padre de familia, su personalidad artística lo llevó a elegir el Club para exponer sus obras plásticas. Por supuesto que la elección no fue casual, sino que “fue una forma de que se vea lo que hago y que se conozca en el medio en donde yo estuve. Es volver a conectarme con la gente que me conoce”. De hecho, una de las obras la compró un socio que, de puro azar, resultó ser el padre de una amiga de la infancia y, luego de entregársela y llevarse un “Marto original”, recién ahí se dio cuenta. Ser actor es ser multifacético no sólo arriba del escenario. Permite adaptarse a distintos lugares y situaciones, a veces en un rol, a veces en otro, lo que genera que uno se posicione ante el Club desde diversos lugares. “Yo veo a Hacoaj como un lugar de pertenencia y de identidad, en donde hay momentos donde uno está más presente y otros con más distancia, unos con más intensidad y otros con menos pero lo importante es que uno lo elige, uno tiene que elegir desde dónde vincularse, si desde lo social, los amigos, lo deportivo, la dirigencia. Está en uno el elegir y postularse”. La persona es la misma, el Club también. Lo único que cambia es el vínculo que, asegura Martín, “siempre está redefiniéndose desde otros lugares”.


NéSTOR MARKOwICZ diRigente de la coMisión de actividades integRales. “…a pesaR de haBeR tenido Muchos caMBios en la vida, hace 45 años Que vengo al cluB”.

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EL COMPROMISO DEL VOLUNTARIADO l perfil de Néstor Markowicz está marcado prácticamente por lo que es su memoria más antigua en el club. “Lo primero que me viene a la mente es estar en el vestuario con mi viejo. Mientras él se terminaba de cambiar, yo me metía adentro del roperito y daba vueltas para que no me encontrara”. Este es el comienzo de la historia de un socio activo, presente e importante en el club, pero sobre todo la de un socio que ha disfrutado y disfruta cada día que pasa aquí. Porque si bien las etapas en la vida de cada uno siempre están marcadas por un poco de gracias y otro poco de no tantas, un poco de sal y otro de azúcar, Néstor es un optimista nato. Y de cada instancia en el club se lleva consigo algo positivo. Fue janij cuando el micro lo recogía en Canning y Velasco y se iba, ya no con sus padres sino con sus amigos del grupo Hatikva (un nombre no olvidará jamás) al Tigre a pasar el día en la actividad. De esos recuerdos tiene tan presente el nombre de sus madrijim y las canciones que inventaban, como la búsqueda del tesoro que hicieron en el espacio donde hoy es la cancha de hockey y que allá por el setenta era el estacionamiento del club todo cubierto por una arboleda. Durante los veranos se iba de campamento a Córdoba, a los ranchos deportivos, y una vez le tocó la suerte de participar en Nautilandia. No exageramos cuando decimos que tuvo la suerte, porque casi se queda afuera… Sus padres consiguieron el mismo día en que comenzaba la actividad que, quien era el secretario de lo que hoy sería Integrales, Alejandro Goldfeld, lograra que el Club los financiase. “El campa empezaba el domingo y como me anoté ese mismo día, me quede ahí y el lunes me trajeron la ropa”. Se ve que le tuvo tanto apego a su participación en la hadrajá que no dudó en comenzar la Escuela de Madrijim: “Hice la Escuela en el 81 y 82, justo en la época que estábamos saliendo del gobierno militar y el tema de la educación y el cumplimiento de normas era muy fuerte”. Se acuerda que en la Escuela de Madrijim de Hacoaj “teníamos que presentar trabajos y llevábamos tarea para el hogar. La hacíamos los sábados todo el día y teníamos dos o tres materias a la mañana, luego el almuerzo, la menujá, el clásico partido entre los de primero y segundo año y después seguíamos”. Pero se ve que la exigencia

mucho no le molestó, primero porque recuerda ese tiempo como sus mejores años y, segundo, porque en el momento de decidir entre el seguir ese camino o continuar con el del deporte (hasta entonces jugaba al basquet), terminó inclinando la balanza hacia la actividad, porque creía que la parte social era mucho más contenedora. Y “El Oso”, como era conocido por todos, se convirtió en un madrij, hecho y derecho. Fueron varios años y muchos grupos los que pasaron por él, y de todos se acuerda: de los padres, de los chicos, de las actividades que hacía, de animarles los cumpleaños porque les pedían que por favor así fuese y de darse cuenta hoy que, cuando lo ven, lo siguen llamando el Oso, porque en ese momento pocos sabían su verdadero nombre. Luego pasó el impasse de la mayoría, esa edad en donde se viene menos al Club y no nos animamos a borrarnos del todo, pero que es como una cuenta regresiva. Hasta que, cuando parece que tocamos fondo, en verdad es como una cama elástica que nos trae de vuelta y con muchas más ganas. Fue tal la motivación que tuvo Néstor que se acercó a la Comisión de Actividades Integrales queriendo colaborar con el proyecto del club, y terminó tres años más tarde siendo su Secretario. Menos mal que tenía encima la camiseta y la motivación, ya que a los pocos años se vino encima la crisis nacional y la famosa integración con Hebraica, donde puso el pecho y apoyó desde un comienzo el proyecto que emprendía el club. Han pasado los años. Néstor sigue colaborando con la Comisión de Actividades Integrales, continúa apostando por el crecimiento y el bienestar del club. Desea que el amor a la camiseta vuelva a ser lo que era antes, por el compromiso del socio, por la colaboración voluntaria, en donde diez puedan simplificar el trabajo de uno y por la mirada sionista que debe fortalecerse a diario. Pero por sobre todo apuesta por el club, porque es lo que tuvo desde siempre: “Hoy por hoy me doy cuenta de que cambié de colegios, de departamentos, de trabajo y de autos, pero a pesar de haber tenido muchos cambios en la vida, hace 45 años que vengo al club”. Por último, hace su apuesta más fuerte: “Que mis hijos sigan teniendo eso: el basquet, la Escuela de Madrijim, el roperito y todo lo que yo tuve acá”. Ni más ni menos que su identidad.

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MARIO Y ADRIANA LUCHANSKY a la distancia, en isRael, donde viven hace ocho a単os, RecueRdan con intensidad su vida en hacoaJ.

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DE HACOAJ EXTRAÑAMOS TODO driana Urbandt de Luchansky fue socia desde los ocho años hasta que se fue a vivir en Israel en 2002 junto con su esposo Mario, a quien conoció en Hacoaj. Él ya era socio desde antes de nacer. Su padre -David Luchanskysocio Nº 101 y su madre, Belsi, tenían ilusiones de tener hijos y rápidamente su esperanza se hizo realidad. “Comencé a ir al Club cuando todavía era un deseo de mis padres”, sintetiza Mario. Adriana siempre estuvo relacionada con el deporte en forma competitiva. Tan es así que actualmente es entrenadora de sóftbol en Israel. Jugó al tenis representando al Club hasta los 18 años, después al sóftbol, donde también tuvo la posibilidad de representar al país, luego incursionó en el golf y regresó al tenis de veteranos. “De Hacoaj extraño todo. Esto no existe en Israel ya que no hay necesidad de concentrar a la comunidad judía en un Club… Entonces la gente hace otro tipo de vida. No pude reemplazar Hacoaj, tuve que cambiar de hábitos los fines de semana”, explica Adriana. Mario creció en Hacoaj, conoció a sus mejores amigos y, como ya dijimos, a su esposa con la que tuvo dos hijos: Lucia y Martín. Él asegura que no volvería a Hacoaj porque nunca se fue y que todavía hay muchas cosas por las que sigue conectado con el Club: “Me unen la amabilidad de Silvio, en el portón de entrada, al lado de la cancha de fútbol, Blaquier, el encargado del vestuario que luchaba sin lograr que no hiciéramos despelotes, Da Silva y Molina, que a regañadientes nos daban la pelota (y luego nos perseguían a la noche para que se la devolviésemos). Don Fernando, el viejito que era una institución en el cumplimiento estricto del uso de las seis canchas de tenis, los gritos y órdenes del intendente Benítez... totalmente iracundo cuando le pisábamos las flores y el césped recién cortado… El camarero, Don Ceferino, al que podías pedirle lo que se te ocurriera... que siempre iba a volver con los ravioles con tuco. Caielli... sólo su presencia destilaba respeto y autoridad (así era en esa época), el mal humor del viejo Rimbaud, viviendo en la casa que estaba atrás de los frontones de tenis... este es sólo un pequeño homenaje a algunos de los muchos empleados que acompaña-

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ron al crecimiento del Club desde la Quinta Goldfeld a esta realidad imaginada por las primeras camadas de dirigentes que sólo tenían un objetivo: crecer”. Mario no se olvida de todos estos momentos que al nombrarlos se hacen pura emoción. Cuando Adriana entró a Hacoaj se encontró con una segunda familia y con amigos, algunos de ellos hoy dirigentes, que siguen siendo -a través de la distancia- los amigos de toda la vida. Pero fundamentalmente encontró un lugar donde la familia estaba contenida. “La pasábamos bárbaro. Todos teníamos nuestra actividad o pertenencia y al mismo tiempo podíamos compartir el fin de semana”. Si bien los 75 años de Hacoaj los encuentran lejos, ellos saben que esa distancia es corta, ya que el sentimiento y la pasión que sienten por su Club están intactos y muy presentes. “Es un orgullo que Hacoaj cumpla tantos años, por todo el esfuerzo puesto por nuestros padres y socios que nos representaron y nos representan. La continuidad de esta Institución modelo socio deportiva se ganó el respeto de la sociedad argentina”, expresa Adriana. Mario agrega: “Este cumpleaños del Club es un desafío para los nuevos dirigentes, para reencauzar el camino del crecimiento y de la identidad deportiva judía. Pasaron y pasan épocas difíciles, también en el pasado hubo épocas con estas características. En este sentido deseo que las nuevas familias se integren a esta gran historia que es el Club Náutico Hacoaj, que incorporen aquella mística que dio origen e hizo posible lo que hoy tenemos, y que participen en forma activa en las comisiones. Sólo es posible con un staff profesional altamente calificado para desarrollar las ideas de los socios y transformarlas en proyectos en ejecución”. Para ellos Hacoaj es y seguirá siendo -desde la otra punta del mundo- un gran sentimiento. “Mi vida es en gran parte Hacoaj... mis padres, mis hijos, mis amigos. A través del deporte aprendí a ser mejor persona y a luchar en la vida. Gracias a los Maestros Don Glauco Caielli, Cuadrito, Angelito Giúdice, Trotta, Don Casimiro González Trilla, Don Alberto Trama y a los ejemplos que tuve como guías”, cuenta Mario y, como no podía ser de otra manera, Adriana concluye: “Hacoaj es mi segundo hogar”.


TITO PILOSOF en la RaMpa de la sede tigRe, desde donde tantas veces paRti贸 a sus incuRsiones poR el delta y a la sede isla.

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DESDE LA ISLA

esde los primeros días del Club, luego de su inauguración en octubre de 1936, los botes de Hacoaj se hicieron inmediatamente conocidos en toda la geografía del Tigre e incluso más allá. No sólo los de regatas, sino los de paseo, hermosas embarcaciones de dura madera barnizada, pesados, resistentes, perfectamente amalgamados con las aguas doradas de la Cuenca del Plata. A lo largo de estos 75 años, en la rampa sobre el Río Tigre se registraron cientos de miles de salidas destinadas a alcanzar las Tres Bocas, o dar la vuelta por el Carapachay y el Espera, el Rama Negra o el Canal Vinculación con el San Antonio. Los más intrépidos se aventuraron hasta el Paraná y cuando el clima lo permite, se organizan cruces al Uruguay donde el destino más común es Carmelo aunque no falta quien se haya internado en un cruce del Río de la Plata hasta Colonia, incluso en kayak o, al menos (y como si fuera poca cosa) hasta la Isla Martín García. Como una de tantas tradiciones que engalanan y dan valor a nuestra identidad, las travesías en remo son compartidas por amigos y transmitidas de generación en generación. Entre los recuerdos más fuertes y lejanos de muchos de nuestros socios está el de verse a sí mismos muy chiquitos, timoneado un bote mientras papá y mamá se turnaban al remo. Quienes remaron alguna vez representando al Club en competencias, siguieron haciéndolo luego en forma recreativa no sólo para mantener el estado físico (bien sabemos que el remo es un deporte completísimo) sino porque aunque hayan pasado décadas y décadas, cada salida, cada excursión depara nuevos descubrimientos. Bien lo sabe Tito Pilosof que junto a David Jawerbaum, Azriel Mesingier y Natalio Aichenbaum salen cada sábado y domingo, aunque entre los cuatro integrantes del bote sumen más de trescientos años. Tito es, también, un memorioso y trae a esta compilación de recuerdos en forma de libro una historia vinculada a la Isla, a su querida Isla de Hacoaj, sobre el Río Sarmiento, en la Primera Sección de las Islas del Delta. “En determinado momento, hacia finales de los años sesenta o principios de los setenta, se planteó una necesidad entre los tantos remeros de Hacoaj: hacía falta un lugar de destino adecuado para nues-

tras salidas, porque la mayoría iba a parar a los recreos y, por muchos motivos, esa no era la mejor alternativa. El más común era uno llamado “Sifones Drago” que tal vez algunos recuerden… Pero la rampa de ese lugar era un desastre y nuestros botes terminaban todos dañados”. La solución era lógica, aunque no tan simple, pero fue ganando consenso entre los socios: tener una Isla. Tito, que en aquellos años era dirigente de la Capitanía, recuerda que se plantearon varias alternativas hasta que sólo quedaron dos. Sin embargo, la que venía más fuertemente promocionada, objetivamente analizada, no era la mejor: “Alguien vino con la idea de comprar una Isla que pertenecía a otro club, ubicada río arriba, sobre el Sarmiento. La fuimos a ver y quedaba bastante lejos, además requería muchísimo trabajo para dejarla habitable. El tablestacado estaba destruido y construir uno nuevo costaba una millonada… El vendedor trataba de entusiasmar a los socios haciendo excursiones, pero sólo los llevaba los días en que el río estaba bajo… Recuerdo que el tema fue llevado a la Asamblea y por suerte, pudimos convencer a los socios de que comprar aquella isla iba a ser un error. Es más, los mismos dueños decían en su Memoria que esa propiedad les estaba trayendo demasiados problemas…”. La búsqueda de una Isla continuó, hasta que en la presidencia de Tito Morgenstern, tal como él mismo lo cuenta en su relato, se compró la actual Isla de Hacoaj, a no más de media hora de remo, con la alternativa de ir por el Luján y el Sarmiento (cosa de intrépidos hoy en día, con tanta lancha que pasa a toda velocidad) o el bellísimo y mucho más apacible recorrido por el Gambado. Con la incorporación de la Isla, Hacoaj ganó no sólo desde el punto de vista patrimonial. La Isla es una verdadera joya de exhuberancia natural, con esos verdes increíblemente brillantes que la naturaleza tiene reservada para el Tigre. La Isla se transformó de inmediato en el destino natural de nuestros botes y en un espacio en el que el tiempo parece transcurrir a otro ritmo, más lento, más contenido. Y allí llega Tito con sus compañeros de bote, cada fin de semana, para compartir ese rato tan especial, en su Isla, la que eligieron como destino de sus botes, y también ¿por qué no decirlo? de las horas más intensas de sus vidas.

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RICARDO KESTELBOIM “hacoaJ es Mi vida, la de Mis vieJos y la de Mis hiJos”.

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LOS MEJORES AÑOS DE MI VIDA odo comenzó cuando Ricardo Kestelboim fue a la casa de su tía para que lo ayudara hacer la tarea de inglés. Al llegar se encontró con su primo que salía de su casa, Ricardo le preguntó: “¿Adónde vas?”, él contestó: “A jugar al voley, ¿por qué no venís?” A partir de ese día Ricardo encontraría una gran pasión en su vida; “Terminé yendo y desde entonces no paré”, afirma. A los 13 años comenzó a participar de los entrenamientos, que en aquella época se realizaban en lo que era la penitenciaría en Plaza Las Heras. “Cuando entré al equipo, me encontré con los hijos de amigos de mis padres, entre ellos; Hutnik, Lerer, y conocí al profesor Alberto Centenero, que era el personaje de siempre, podría decir que él fue quien me enganchó con el voley”, cuenta Ricardo. Tiempo después los entrenamientos comenzaron a realizarse en la ORT y, más tarde, se inauguró el gimnasio de Sede Capital de manera que -ya con lugar propio- comenzaron a ser más duraderos e intensos. “Recuerdo un momento en particular que fue cuando estábamos jugando una final contra Obras Sanitarias, y en los últimos minutos del partido entró una pelota nuestra y el festejo se hizo oír, habíamos ganado 3 a 2 pero mientras estábamos festejando el juez marcó que habíamos tocado la red, por ende, el partido no había terminado -estaba Luis Lufrano como técnico- y se armó un gran despelote. No hubo trompadas pero sí corridas. Finalmente perdimos”, explica Ricardo con bronca pero rápidamente se le vienen a la mente varios momentos de gran alegría. “Viajé mucho con el vóley de Hacoaj; participé de las Macabeadas en Chile, Perú, México, Brasil y en Israel, pero siempre perdiendo la

final con Brasil. Nos tenían de hijos”. Si bien la satisfacción de ganar un partido genera una alegría inmensa, quedó demostrado, que es todavía más fuerte la amistad que se forjó en el equipo de voley. “Los chicos del equipo de aquella época: Gerardo Hutnik, Daniel Lehrer, Alberto Centenero, Héctor y Mario Luchansky, Norbi Gambarin, Sergio Dubinsky, Edi Barish, Sergio Slaftein y Juan Landsberg son mis amigos de toda la vida. Y hoy en día, seguimos organizando salidas o viajes en forma familiar”, sonríe Ricardo. Estos 75 años de Hacoaj son muy importantes para Ricardo ya que muchos de ellos representan los mejores años de su vida. “Hoy me encuentro en el Club con mucha gente con la que estuve compartiendo los momentos más lindos de mi vida. Y ya más grande y desde otro lado lo disfruto junto a mi esposa, Diana y mis hijos Diego, Mariano y Luciana. Y compartir este aniversario con ellos, en el mismo lugar, con las mismas historias que yo viví, me genera una inmensa alegría”. Actualmente Ricardo disfruta de llevar, traer y ver a sus hijos en el Club. Aunque confiesa que no es nada fácil: “Una juega al hockey, otro al fútbol y el otro al tenis; un día llevo uno a Hurlingham, otro a Mendoza y pasado a Cissab, Hebraica o Macabi. Cada fin de semana es ver cómo nos distribuimos. Pero lo importante es que hay un nexo y un lugar que es el Club. Siempre es volver a estar en el Club, encontrarse y almorzar juntos si se puede”. Tan ligado y tan fuerte es su sentimiento por Hacoaj, que para Ricardo se ha convertido en una necesidad fisiológica. “Es como desayunar o almorzar” dice el ex jugador de voley, quien reafirma: “La mayor alegría que me dio el Club me la sigue dando: porque es mi vida, es la vida de mis viejos y la de mis hijos”.

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TITO SZARFMAN descuBRi贸 su pasi贸n poR el Running en hacoaJ y ahoRa paRticipa en el iRonMan, una de las disciplinas depoRtivas M谩s exigentes del Mundo.

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VOCACIÓN DE HIERRO na de las características en común de la mayoría de los socios que practican deportes es el hecho de haber pasado por varios. Por supuesto que no es condición obligatoria ni mucho menos, pero, ya sea por casualidad o por el simple gusto por la actividad física, un porcentaje altísimo probó dos, tres, cuatro e inclusive cinco deportes distintos. Lo que no siempre sucede es que la pasión y la pertenencia permanezcan en cada elección y se vayan regenerando en cada cambio. Así es el comienzo de la historia en el club de Tito (como lo conocen todos) Szarfman, que empezó por los años setenta jugando al basquet, en los noventa al padel y en el 2000 y pico ingresó en el mundo del atletismo, donde hoy entrena y participa de grandes competencias. En basquet, atravesó todas las categorías menores: pre mini, mini, cadetes… Lo primero que le viene a la mente, en forma automática, es Hipólito Cuadro “Cuadritos”, el entrenador que todos recuerdan con cariño. Inmediatamente después, el primer puesto logrado en el Campeonato Metropolitano de Capital. Seguramente en ese momento no hubiese considerado jamás dejar el basquet, pero por esas cosas de la vida, se despegó bastante del deporte y sus instancias en el club comenzaron a ser más acotadas. Cuando retomó, en los años noventa, ya había otro deporte en su cabeza: el padel. “Cuando jugás en un deporte, en general tenés facilidad para el resto. Jugué como diez años, me anotaba en todos los torneos y hasta estuve ternado para Mejor Deportista”. De pura casualidad ocurrió lo que tenía que ocurrir: en 2001 leyó un aviso en la revista del club que decía que un grupo de socios se estaba preparando para la Maratón de Nueva York. A pesar de no tener idea en qué consistía (ni más ni menos que correr 42 kilómetros), se acercó por primera vez a la pista de atletismo para saber de qué se trataba. Empezó a correr una vez por semana y se enganchó de manera rapidísima, no sólo por lo que el deporte le daba sino porque se había formado un grupo grande, con el que comenzaron a participar en cuanta carrera de aventura surgiese. Con ellos se fue a Tandil, a las Cataratas del Iguazú y, entre tantas otras, lo que más le gusta recordar es el viaje a Pinamar, donde alquilaron una combi y se fueron a correr por entre las dunas. La situación era más que tentadora: “Tenías la posibilidad de hacer el deporte que te gusta y rajarte para hacerlo. Ir a correr a Montevideo puede parecer lo mismo que hacerlo acá, pero allá vas, te podés desenchufar y es una buena excusa”.

El running fue creciendo en el club simultáneamente al enganche de Tito con el deporte. Tres años después de haber visto aquel aviso, le llegó el momento de correr su primera maratón, ahora sí sabiendo cómo venía la mano. Comenzó a enganchar las carreras de aventura con las de calle y, en diciembre de 2003, viajó con un amigo a correr la Maratón de Mar del Plata. Pero no fueron solos: otros diez amigos de toda la vida (entre ellos, ¡la mitad eran los de basquet de su infancia y adolescencia en Hacoaj!), decidieron acompañarlos para darles aliento. Ni se pusieron los cortos ni entrenaron con ellos, pero comieron medialunas en La Boston y los animaban para seguir corriendo. Ahora sí, entrenado y con mucha más experiencia, llegó el momento esperado: la maratón de Nueva York. Acceder a esta competencia dependía ya no de su preparación física sino de un sorteo en donde suelen entrar muy pocos, de acuerdo con un cupo por país. Pero afortunadamente, entre las setenta plazas que había para la Argentina, salieron sorteados Tito y los dos amigos con los que se había anotado: Carlos Kirchuk y Darío Didia. Y allí estaban los tres, en noviembre del 2004, entre los 42 mil corredores en medio de la Gran Manzana, más de tres años después de haber leído por casualidad aquel aviso y viviendo una de las experiencia más importantes de su vida deportiva. Fue allí donde lo alentaron a seguir por más y conocer lo que hoy sería su pasión dentro del atletismo: el triatlón, disciplina que alterna el running, el ciclismo y la natación. Al volver del viaje se anotó en las Macabeadas de Israel de 2005 y se entrenó con todo el esfuerzo que la situación ameritaba. “Era medio loco hacer tres disciplinas. Por ejemplo, yo aprendí a nadar en las colonias del club cuando era mojarrita y jamás lo hice a nivel profesional. De todos modos fui de un modo participativo, no fui a ganar. El que ganó lo hizo con 2 horas 15 minutos y yo lo hice, más o menos, en media hora más”. Lo destacable es que Tito nunca dejó de entrenar en el club, ni siquiera cuando en 2008 se anotó para el Ironman, una disciplina que exige a los atletas casi 4 kilómetros de natación, 180 kilómetros de ciclismo y 42 kilómetros de carrera. Más de diez horas de actividad sin descanso. Porque hoy en día el club no sólo le da un buen nivel de entrenamiento, que lo ayuda a lograr los objetivos que se propone sino porque lo elige como su lugar, Tito desea que el día de mañana sus hijos puedan quererlo de la misma forma que él lo hace.

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CHOLO SANDLER conoce todos los sectoRes del cluB, cada piedRita, cada Recoveco. poR eso, los 75 años de hacoaJ RepResentan paRa él “un pedazo de vida”.

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COMO LA PALMA DE MI MANO s probable que pocos socios conozcan la Sede Tigre, la Sede Capital y la Sede Isla tan al detalle como el Ing. Simón Sandler. Cholo, como lo conoce todo el mundo, ingresó al Club en 1964, junto con su familia. En aquel tiempo hacerlo no era nada fácil. Había que anotarse en una lista y esperar a que se produjera una vacante. El hecho de que existiera un cupo limitado se debía a que el Club no contaba con el espacio, la infraestructura ni las comodidades suficientes para absorber más socios. La actuación de Cholo Sandler como voluntario en la Comisión de Interior, de la que fue Secretario por varios períodos, y en la de Construcciones tuvo mucho que ver con encontrar soluciones reales y concretas a este problema. ¿Cuántos kilómetros habrá recorrido Cholo en Hacoaj, en todos estos años? Quien quiera sacar la cuenta, seguramente se va a quedar corto. “Conozco el Tigre como la palma de mi mano. Una de mis mayores satisfacciones, cuando camino por el Club, es mirar a derecha o izquierda, hacia delante o hacia atrás y darme cuenta de que por todos lados hay construcciones con las que tuve algo que ver, pero no me jacto de ser el único que participó en cada obra. Somos muchos los que trabajamos”. En este sentido, Cholo tiene palabras de especial reconocimiento para los miembros de la Comisión de Interior que conformaron equipos de trabajo absolutamente comprometidos y se emociona cuando menciona a dos amigos a quienes recuerda con especial afecto: Soli Groisman y Cholo Sucari. En cuanto a su infraestructura, Hacoaj cambió mucho a lo largo de los años. Se fue adecuando a las costumbres y necesidades de cada época y el aporte de varios de sus socios, como voluntarios, es uno de los motores de tan extraordinario crecimiento. “Cierro los ojos y por mi cabeza pasan las imágenes de todo lo que hicimos: los tacos de hormigón en el estacionamiento, los caminos que comunican al Edificio Central, el ascensor de ese mismo edificio, el Moadón, los alrededores de la pileta”. Para cada una de estas obras hubo que dedicar mucho trabajo de planificación y sacar muchísimas cuentas, porque el Club siempre hizo valer cada peso invertido. Además, en más de un caso fue necesario adaptarse a los vaivenes de la economía, la escasez de materiales, a los distintos avatares de la Argentina. Cholo continúa con la enumeración: “El camino de entrada, que quedó muy bien y que, con franqueza, era un desastre. Cada vez que llovía, había que colocar tablones para que la gente pudiese salir”. Cholo sigue pensando y de repente se acuerda: “¡Por supuesto, el Salón Terraza! un edificio con el que el Club ganó un espacio espectacular, con una zona abierta y otra cerrada, para la realización de actividades de todo tipo: clases de gimnasia, rikudim y para que los chicos duerman en los campamentos”. Por sus características y objetivos, las Comisiones de Interior y de Construcciones requieren una buena comunicación y coordinación ya que tienen mucho en común. Construcciones se dedica al des-

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arrollo de obras nuevas e Interior al mantenimiento. Cholo actuó y sigue actuando como un nexo entre ambas. “Tuve el orgullo de compartir el trabajo con voluntarios que son un ejemplo de dedicación: el Ing. Mario Aisenson, el Arq. Gabriel Melamud, el Arq. León Churba, el Arq. Alberto Klurfan, el Arq. León Mohadeb, el Arq. Eduardo Schmunis, el Arq. Isidoro Melamud y el Sr. Jorge Regatky, entre tantos otros”. Una de las características de la conducción que ejerció Cholo en Interior fue la de proponer alternativas prácticas para darle una mejor dinámica de trabajo a los recursos existentes. “Para arreglar una canilla que gotea no hace falta contratar a un especialista. Basta con darle una pinza, un destornillador y uno cuantos cueritos al vestuarista para que haga el arreglo él solo y de inmediato. De esta manera se van solucionando muchas cosas pequeñas. Tengamos en cuenta que hay días en los que por nuestras sedes pasan más de cinco mil personas, por lo que siempre hay algo para arreglar”. La enumeración de obras se torna infinita y Cholo, haciendo alarde de su memoria, no quiere dejar ninguna fuera de este recuento: la casita de Hockey, la nursery, la climatización del Salón Panorámico, la instalación de gas natural, la ampliación del natatorio y la parrilla de ese sector y el replanteo de los playones deportivos y el solarium, que permitió un mejor aprovechamiento del espacio. Muchas de estas obras fueron hechas sin costo para la Institución ya que, cuando correspondía, fueron afrontadas por los distintos concesionarios gastronómicos. Con respecto a la Sede Capital menciona: “El mantenimiento eléctrico, la colocación de termotanques. También sacamos las viejas calderas”. La acción de Interior también incluye la Sede Isla. “Cuando construimos el canal aprovechamos para dragar y levantar el nivel del terreno al menos un metro, porque cada vez que había sudestada, se inundaba. De la mano de quienes fueron los históricos encargados de la Isla, el Sr. Carsoglio y su esposa, realizamos una ardua tarea de canalización, para el escurrimiento del agua. Después se hicieron las construcciones: el comedor, la nursery con los vestuarios, la parrilla y todo el espacio deportivo propiamente dicho”. El reconocimiento, en boca de Cholo, se extiende por supuesto, al equipo de Intendencia, comenzando por el Intendente de Sedes, Osvaldo Carena, los capataces, los obreros de los distintos oficios, administrativos y plantel en general. Cholo conoce todos los sectores del Club, cada piedrita, cada recoveco. Por eso, los 75 años de Hacoaj representan para él “un pedazo de vida” cuyo ritmo está marcado por las placas conmemorativas que fue recibiendo cada vez que finalizó un periodo como miembro del Consejo Directivo. Cada uno de éstos parecía ser el último, pero siempre lo volvían a convocar para que ponga a disposición su experiencia, su capacidad y algo irreemplazable: su amor por el trabajo en Hacoaj. Es por eso que concluye con este deseo: “Que los directivos tengan el ímpetu necesario y los socios, la vocación para ser voluntarios y activar”.


TUNY KOLLMANN peRiodista. golFista y diRigente del FútBol en hacoaJ. “hacoaJ es paRte de lo Más Feliz de nuestRas vidas y nuestRa continuidad coMo JudÍos”.

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AMIGOS INSEPARABLES uny tenía alrededor de 20 años cuando conoció Hacoaj por primera vez. Era madrij en ACIBA, lo que hoy es Guesher, el club en el que se agrupaban los judíos llegados de Austria y Alemania después del Holocausto. Aquella vez acompañaba a las chicas de ACIBA a jugar al cesto. Por supuesto que la paliza de Hacoaj fue antológica. Pero para alguien que venía de un club muy chico, Hacoaj era como Disneylandia. Muchos años después, cuando su hijo Alejandro cumplió diez años, pensó que debía vivir la vida de un club judío, ya que su infancia en ACIBA había sido muy feliz. En aquel momento el Director Ejecutivo de Hacoaj era Enrique Burbisnki, a quien Tuny conocía porque era una de las personas más comprometidas con Memoria Activa, una de las agrupaciones que sostuvo la lucha por el pedido de Justicia, luego del atentado a la AMIA. Enrique le consiguió dos pases y hacia allá fue Tuny, junto a su hijo, un diciembre de hace 15 años. Su hijo quería jugar al fútbol, pero el problema era que, a esa altura del año, ya había terminado el campeonato para los más chicos, el Yehuda Macabi. “Vengan en marzo y le van a hacer la prueba para ver si entra a las divisiones inferiores. Tienen que hablar con un entrenador que se llama el Pelado”, cuenta Tuny que le dijeron. Fueron dos meses y medio de nervios: “¿Entraré o no entraré?”, le preguntaba su hijo todo el tiempo. Llegó la primera semana de marzo y los dos fueron otra vez a buscar “al tal Pelado” que, por supuesto, era el coordinador Javier Díaz. Hubo que esperar dos semanas jugando una especie de selectivo, para que al final le confirmaran que sí quedaba en el equipo. “A partir de allí, mi hijo se hizo un montón de amigos que hoy, 15 años más tarde, está claro que le quedarán de por vida”, cuenta Tuny y agrega que: “Yo también me forjé un grupo de amigos inseparables con los que compartimos todo”. Tal es la pasión que tiene por el fútbol que se acuerda perfectamente de los comienzos de su hijo: “En abril de aquel año, mi hijo debutó con la camiseta de Hacoaj. Jugaron el sábado contra Galicia, ganaron 2 a 1 y el do-

mingo contra Hebraica, ganaron 4 a 1. Y entonces mi hijo, que hizo tres goles ese fin de semana sintió que jugaba en el Barcelona y que era Messi. El fin de semana siguiente perdieron 7 a 0 con Caza y Pesca y 6 a 0 con Macabi. Fue un aterrizaje sin paracaídas”. A raíz de la crisis de fines de 2001, a la familia Kollman, como a tantísimas otras, se le cortaron las vacaciones. Fue por eso que un 15 de diciembre de 2002 decidió aprovechar las posibilidades del Club para aprender a jugar al golf. “Comencé con un profesor de Hacoaj y de a poco se armó un grupo magnífico, integrado por los padres de los chicos con los que jugaba mi hijo al fútbol y mi amigo Quique Churba, a quien también conocí por Memoria Activa”, explica. Caminar por el verde, disfrutar del contexto, tratar de mejorar de a poco, compartir con el grupo de amigos, “fueron bichitos que se me metieron hondo… Tan es así que, casi sin darme cuenta, terminé representando a Hacoaj en los torneos de Faccma y en las Macabeadas Panamericanas”. Esta claro que su vida en el Club está unida por las dos vertientes. Desde hace dos años trabaja junto con Juan y Osvaldo Ofman en la Sub Comisión de Fútbol de Hacoaj, mientras que los sábados y domingos a la mañana disfruta de las inevitables rondas de golf con los amigos. “La Sub Comisión de Fútbol pasó a ser una pasión. Es tratar de aportar a algo inmenso: nada menos que mil jugadores, entre representativos y el torneo interno. Es algo que tienen muy pocos clubes en la Argentina. Tantos chicos y grandes, emocionan. Llegar un sábado o un domingo a la zona de las canchas de fútbol es un orgullo. Y ver que conseguimos mejoras, nueva cancha, nueva ropa, nuevas instalaciones, mayor calidad en los entrenamientos, ser el único club de la colectividad que juega en AFA, son satisfacciones enormes”. Tal es la pasión que Tuny tiene por el Club, que si tuviera que sintetizarlo diría: “Todos los socios de Hacoaj quieren que sus nietos crezcan en el Club porque es parte de lo más feliz de nuestras vidas y porque es nuestra continuidad como judíos”.

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ARIEL MELAMUD encontR贸 en hacoaJ un espacio paRa disFRutaR de su tieMpo en FaMilia.

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LA PALMERA MELAMUD riel Melamud tiene 46 años y una trayectoria de toda su vida en el Club. Fue janij, madrij, activó en el Área de Juventud como Pro Secretario y uno de los miembros más jóvenes del Consejo Directivo. También integró la Comisión del Interior y participó en el equipo deportivo de vóley. Apenas finalizó sus estudios en medicina, fue convocado como médico en la Sede Club de Campo Hacoaj Tigres, los fines de semana. “En aquel momento el Club de Campo sólo tenía la cancha de golf, el golf house, nada más. Recién se estaban construyendo las primeras casas. Habré ido durante seis meses, pero no hacía nada, porque nadie se accidentaba. Y pasaba las horas sentado en el restaurante, comiendo y jugando al burako con Carina, mi esposa, que en ese momento era mi novia, a quien conocí en Hacoaj, por supuesto”. Todo comenzó cuando una pareja amiga decidió presentarlos. Todo estaba muy bien organizando. Llevaron Ariel a la Isla del Club, luego a Carina “y... hace 22 años que estamos casados”. Todos guardamos objetos que, por distintas razones, nos resultan significativos. Conservarlos es una manera de guardar un pedazo de nuestra propia historia. En su locker del vestuario de la Sede Tigre, Ariel conserva su carné de pileta del año 1967. “Cuando tenía dos años existían los carnés de pileta con foto. Yo tengo el mío, con las revisaciones médicas que se hacían cada quince días”. La etapa que Ariel recuerda con más intensidad fue su época de madrij. “Fue una de las más lindas que viví en el Club, por el compromiso con que asumíamos nuestro rol y por los amigos de entonces, que me quedaron para toda la vida. Ese grupo de Escuela de Madrijim está hoy casi intacto. Y los hijos de muchos de ellos son amigos de los míos, dice Ariel y recuenta: Alberto Panick, Marcelo Chachhi, Marcelo Chechik, Daniel Waiscopf, Jorge Davidson, Tibu Rajshmir, Fabio Fridman, Sarita Ferdman, Paula Frei, Fabián Naparstek.” Los personajes del Club también forman parte de sus mejores experiencias en Hacoaj. “Como Cuadritos, Benítez, Jorge Adonaylo y Enrique Burbinski. Gente que le dio toda su vida al Club: Roberto Maliar, Juan Ofman, José Raider… Gente para sacarse el sombrero”, se emociona.

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Puesto a reflexionar sobre su vínculo con Hacoaj, Ariel señala como una curiosidad que su compromiso y pertenencia no se haya generado a partir del deporte, sino que a través de la actividad social. “Cuando estaba en el Área de Juventud, a mediados de los ochenta, organizamos varios recitales que fueron un gran éxito. Trajimos a Alejandro Lerner a la Sede Capital y a Patricia Sosa a la Isla del Club. En esos proyectos participaron Marcos Mayo, Gerardo Jenik, Néstor Markowicz y Vicky Ludmer, entre otros”. El lugar de participación de Ariel en Hacoaj tuvo mucho que ver con el ejemplo de sus padres. “Mi papá, Gabriel Melamud, fue Secretario de Construcciones durante muchos años. Hizo mucho en el Club y, en algún momento, estuvimos juntos en el Consejo Directivo. Eso fue muy emocionante. Ahora entiendo mejor a mi viejo, porque a mi me pasa lo mismo que a él cuando veo a mi hija Tatiana como madrijá. Siempre comparto con ella la emoción que me genera verla, porque siento que es el mismo proceso que yo hice y ella continúa”. Si hay algo que quedó grabado en la memoria de Ariel son esos fines de semana en que se pasaba horas viendo a su papá jugar al tenis. “Todos los sábados y domingos mi papá me llevaba a los grupos y se iba a jugar. Apenas me dejaba, yo lo seguía y me sentaba a verlo. Mi papá decía que yo era su gran seguidor. Ahora sigo a mis hijos: Agustín que juega al fútbol y Milena, al Hockey”. Luego de muchos años de rondar por todo el Club, Ariel encontró su lugar preferido: una gran palmera en el sector pileta. “Todo el mundo sabe dónde me siento a leer el diario. Es la palmera de la pileta, que está casi llegando al río, viniendo desde el playón, donde se gira para entrar a la parrilla. Y todos la llaman “la Palmera Melamud” porque siempre estoy ahí. Me paso horas y disfruto del aire libre y la tranquilidad”: Cuántas historias habrá visto esa palmera, cuántos inviernos y cuántos veranos. Por allí han jugado miles de chicos que hoy ya son grandes, y siguen jugando sus hijos y aún sus nietos. Es allí, en ese lugar preciso, debajo de aquel árbol, donde Ariel encontró su espacio desde donde disfruta de Hacoaj.


VÍCTOR VAISMAN diRigente institucional y coMunitaRio, con su RepResentación llevó a hacoaJ a espacios de nivel inteRnacional.

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EN HACOAJ ENCONTRÉ MI LUGAR o es lo mismo venir de una institución cualquiera que de Hacoaj porque, dentro del panorama mundial, Hacoaj representa algo muy importante”. Con la seguridad que brinda la experiencia, Víctor Vaisman no duda al soltar esta afirmación. Y su trayectoria lo habilita con creces para hacerlo: fue presidente de la Federación Argentina de Centros Comunitarios Macabeos (FACCMA), de la Confederación Latinoamericana Macabi (CLAM), Vice Chairman de Macabi Mundial, presidente de la Comisión Internacional de Deportes de Macabi Mundial y, desde hace varios años, conserva su puesto en el Internacional Sport Committee, de esa misma organización. Si hay alguien que sabe cómo es visto el Club desde afuera, sin dudas es él, que además fue Secretario de Deportes de Hacoaj. Según Víctor, hay muchos motivos para que el Club, caracterizado por ser a la vez deporte y educación no formal, sea reconocido de esa manera. Destaca el nivel y la responsabilidad de sus dirigentes en todos los ámbitos y deportes, su participación y compromiso con el mundo comunitario judío y la presencia en casi todas las actividades organizadas. Además, cree que es fundamental el hecho de declararse como club sionista y destaca la vida judía que tiene lugar dentro de Hacoaj. Por ocupar tantos cargos en instituciones internacionales, acumuló un sinfín de viajes y vivencias. Pero recuerda especialmente cuando participó en las Macabeadas de 2001 como Presidente de CLAM y visitó un club de remo de Israel. Un viejo socio le estaba mostrando el lugar y su historia; cuando pasaron por la zona de los botes le contó que las primeras embarcaciones, aquellas que les habían permitido comenzar, habían sido un regalo de Hacoaj muchos años atrás. Por supuesto, estaban profundamente agradecidos. “Me lo contó sin saber que yo era de Hacoaj y eso me llenó de orgullo”, recuerda Víctor. El tono de su voz, entre feliz y melancólico, no deja esconder lo que esta experiencia despertó en él. El primer contacto de Víctor con Hacoaj fue en 1979, en el avión de ida a las Macabeadas de México. Él era el técnico de la selección de fútbol y en ese entonces dirigía a BAMI. Juan Ofman y Jacobo Lehrer se le acercaron y lo intentaron convencer de que viniera al Club, pero estaba con la cabeza en la competición que se acercaba y el asunto quedó ahí. En aquel tiempo, Víctor ya era dirigente en FACCMA y para

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rastrear sus comienzos en esa carrera, hay que retrotraerse a 1973. Ese año fue elegido para ir a las Macabeadas de Israel, sin embargo, por una cuestión económica no pudo viajar. Ese recuerdo lo tiene siempre presente a la hora de desempeñarse. “Sé el dolor que significa quedarse abajo de una Macabeada. Por eso, en todos los equipos que dirigí, ningún jugador se quedó afuera por no tener plata”, asegura. Ese mismo espíritu es el que trata de mantener como dirigente. Tres años después de la charla en el avión, el pase se concretó y Víctor, que tenía 36 años, quedó a cargo del Fútbol de Hacoaj. Cuenta que hicieron un plan, desde las escuelitas deportivas hasta la primera de UAF, para reorganizar a fondo el funcionamiento. Acto seguido, enumera los técnicos elegidos como si fuera la formación de su equipo favorito: “Marcelo Ofman en la cuarta, Osvaldo Ofman en la quinta, Juan Ofman y Benjamín Levit la sexta, Carlos Tifemberg en la tercera, Campana en la primera UAF y yo en la Liga Universitaria”. Confiesa que al principio fue resistido por algunos a causa de su rigurosidad. Tanto que después del primer partido, en el que dejó afuera a muchos de los titulares habituales por llegar tarde, se juntaron firmas para que se fuera. “Por suerte los dirigentes me defendieron y a partir de ahí cambiamos la manera de trabajar”, señala Víctor. A pesar de esos primeros episodios, la identificación con el Club llegó rápido y al día de hoy sigue viniendo todos los fines de semana con su mujer y sus dos hijos. “El día que empecé, no me imaginaba para nada que iba a terminar así, pero desde el primer momento me sentí a gusto y encontré mi lugar”, dice con una sonrisa. Es que no sólo llegó para ser técnico sino que, al mismo tiempo, participaba como jugador de los torneos de veteranos, de los que ganó varios. Recuerda al equipo no sólo por lo futbolístico sino también por el nivel humano. Desde que colgó los botines, juega al tenis sábados y domingos sin falta. “Si no voy al club, me siento como un perro enjaulado”, explica. También tiene muchas amistades, como en la Casita del Futbolista: “Trato de ir poco, porque cuanto menos voy ¡menos como!”, bromea en alusión a sus tradicionales asados. Y así continúa hasta el día de hoy ésta, su historia con el club, que comenzó arriba de un avión rumbo a las Macabeadas de México 1979 y hoy sigue escribiéndose día a día en Hacoaj.


PEDRO IUNGMAN antiguo socio de hacoaJ. autoR de dos liBRos autoBiogRáFicos: “pi, yo pedRo, MeMoRia en el tieMpo” y “vida, pasión y ResuRRección”.

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75 AÑOS DESPUÉS uando pienso que mi “hermano mayor”, Hacoaj, va a cumplir 75 años; yo hermano menor de 63 años de convivencia en la familia, me veo asaltado por infinidad de recuerdos y ¿ensoñaciones? ¿Todo lo que recuerdo es realidad? En mis actuales 82 años de vida ¿no imagino?, ¿no confundo?... Todo eso que desfila ante mí… y… ¿es Hacoaj? Mi hermano fue el primero en asociarse a Hacoaj. Hablaba maravillas. Yo deseaba compartir ese mundo, si es que era real. Y el sueño se cumplió. Escuché anécdotas de su fundación… Escuché a los actores… Viví las escenas con ellos. Aventura, pasión y… Libertad. Libertad. Noción y vivencias de liberación. Yo judío quiero vivir libre, sin ataduras; no cercado por cuestionamientos raciales e invenciones hipotéticas que solo buscan cortar las alas a la alegría de vivir el deporte, la vida al aire libre, las experiencias humanas… Así nace Hacoaj. Por el pensamiento libertario de un grupo pequeño que compra un terrenito, un botecito y hoy somos dueños de manzanas de tierra, de 400 botes, de treinta y una canchas de tenis de… de… de… A los pocos meses de asociarme entro al servicio militar. Por discrepancias “libertarias” con el Jefe de Compañía me mandan del Tiro Federal, donde cumplía el servicio, ¡Preso! a los cuarteles de Palermo. El Jefe, con el que converso, oficial paracaidista de prestigio, con pensamientos aéreos, no terrestres, decide que pase los diez días arrestado en lugar bien oculto, fuera de la vista militar. “¿Tiene el lugar?”, me pregunta… “¡Hacoaj!”, le contesto… Diez días de gloria que me unieron a lo que sería mi segundo y preferido hogar. ¡Qué hermosa manera de adaptarme al club! Poco tiempo después, explosión en los jardines, música, cantos, baile… Independencia de Israel. Apareció una bandera blanca con una Estrella de David celeste arrancada del cielo paseando en nuestra tierra. Los judíos salían en bote por los ríos. Sus palas blancas y celestes clarifican lo negro del río, las gotas que caían del remo cantan canciones de liberación. Algunos no lo pensaron así. Los botes de mujeres fueron atacados con piedras. Tuvimos que salir con botes de varones para protegerlas y con un viejo jeep, vigilar los alrededores. Se inaugura el Salón Comedor. Riguroso pantalón largo. A un costado, un pequeño patiecito ocupado por bailarines, desde los atardeceres hasta el anochecer. ¿Recuerdas Lita cuando poníamos los discos? Llovían los pedidos, teníamos un pequeño número, para un tocadiscos primitivo y cerrábamos la puerta para que no nos molestaran tanto. Así nacieron los casamientos entre los socios. Hacoaj parecía una agencia matrimonial. Hubo una desviación, una hermosa jovencita fue expulsada del Club por ofrecer demasiada camaradería a varios remeros. Se compran tierras. Se fabrican botes en la carpintería del Club. Se corren regatas. Durante trece años el Club solicita adherirse al AARA, Asociación Argentina de Remo, siempre rechazado por una bolilla negra, que ennegrecía la claridad del pedido. Trece años, 1948, nace el Estado de Israel, nace el Club para el AARA. Por fin corremos por primera vez en el Río Luján junto a la Asociación de Remo. Todos lloramos, el Río Luján aumentó su nivel por las lágrimas de los Socios del Club que lloraban y aplaudían, mientras las banderas y las palas acompañaban el inicio de otra etapa social. Teníamos una cancha de Tenis. Surgió la idea de tener una pileta de natación. Remo y agua para armonizar las cosas. La colocaríamos en el lugar de la cancha de Tenis. Se pensó… ¿pero y la plata?... Era mucho… pero éramos entusiastas. Se discutió, peleamos, remo sí, pileta no. Pero triunfo la pileta. Entonces, socios a buscar dinero. Se hicieron bailes, se sortearon donaciones, juntamos nuestros pesos y se hizo la pileta. Otra etapa concluida. 163

Seguimos creciendo, seguimos siendo atacados. Nos incendian la garita de madera a la entrada del Club. Nos tiran piedras desde los puentes. Se habla de armarnos. Viene la calma. Sigamos así. Los venceremos con la voluntad con Hacoaj fuerza. Toda nuestra historia se encuentra cubierta de lucha. Luchamos primero por nacer, luego por crecer, luego por mantenernos… y hoy por gozar de todo lo obtenido. Quinientos socios durante varios días explotan los juegos de La Rural para juntar fondos para el Hospital Israelita. Grupos nacionalistas intentan, la última noche, asaltar la recaudación. Alertados desde el exterior, se recurre a la Comisaría que se encuentra enfrente, y su personal protege nuestra salida. Trescientos jóvenes de Hacoaj protegen la exposición Israelí que se lleva a cabo en el predio Municipal cercano a la Facultad de Derecho. A los 60 años de Hacoaj los socios se unen en una campaña para saldar deudas del Club. Cientos de socios aportan con ese destino y se logra con éxito el fin propuesto. Hacoaj interviene en desfiles comunitarios por las calles de Buenos Aires en defensa de Israel. Los diferentes equipos de Hacoaj comienzan desde el año 1940 a destacarse en el panorama nacional. 1940 Campeón Argentino categoría Cadete. 1941 Pelota al Cesto campeonas y en 1943 Campeonas de Basquet. En 1945 se festeja la victoria sobre la barbarie Nazi y una enorme V de flores blancas se lucio en los jardines del Club. En 1948 dos grandes acontecimientos en la vida Judía y en la de Hacoaj: 15 de mayo nace el Estado de Israel. La AARA afilia al Club. 1951 Inauguración del Edificio Tigre y ascenso de Básquet a Primera División. 1955 nace Nautilandia, Colonia para gente menuda. 1960 Inauguración del natatorio. 1966 Tres equipos de Pelota al Cesto se consagran campeones. Se adquiere la Finca River Side, de 36.800 m2, hoy Quinta Goldfeld. 1968 Se compra el terreno de Estado de Israel. Se inicia la construcción de 102 departamentos. 1976 24 de mayo inauguración Sede Capital. 1981 Nace Club de Campo Hacoaj. Mientras todo esto ocurría, mientras el Club crecía en edificios, tierras y deportes, nuestros equipos obtenían premios nacionales e internacionales. Dentro del Club nacían departamentos para orgullo de la Institución y de la Comunidad. El Departamento de Cultura con Conferencias, Cine, Teatro, Danzas. Enseñanza de Cultura Real con idiomas, Manualidades, Arte en distintos niveles. La aparición de Guilboa, conjunto de baile que representa a nuestro país aquí y en el exterior, nuestros actores con personalidad propia, nuestro… 1998 Resolución de la Secretaria de Cultura de la Nación, se declara de interés Cultural las actividades de Cultura de HACOAJ. Y así seguimos y seguimos HACOAJ deportivo se transforma en cultural con una surtida Biblioteca y benefactora de la Sociedad a través de Voluntarios en Red. La ayuda a colegios de centros comunitarios de la zona lo certifican. La distribución de medicamentos muestra junto con otros departamentos los cientos de asociados que trabajan con y para el Club y la Sociedad toda, en forma totalmente desinteresada. El espíritu siempre joven de sus dirigentes, lleva a la Institución cada vez más allá de los fines primitivos. La maravillosa idea de los Fundadores fue la semilla que origino el milagro. Hoy miles de personas se mueven al compás de Hacoaj. Su nombre es reconocido mundialmente y seguimos creciendo. Hacoaj - Fuerza es lo que hacemos con la Institución.


STAFF PROFESIONAL tRaBaJaR en hacoaJ es, taMBién, coMpaRtiR el pRivilegio de FoRMaR paRte de una pRoFunda tRadición Que cuMple setenta y cinco años.

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EL ORGULLO DE TRABAJAR EN HACOAJ principios de los noventa Ariel Jenik, Director Ejecutivo, culminaba su paso como socio por escuelas deportivas y grupos de actividad para transformarse en madrij. Julia Biman, la Secretaria de Presidencia, entró a Hacoaj hace treinta y cuatro años como cadeta. Pato Sagorsky, Directora de Educación Física y socia, fue una destacadísima jugadora de pelota al cesto (dos veces Olimpia de Plata); su vocación profesional se inició naturalmente en Hacoaj como profesora de los chiquitos de 4 y 5 años. Cuando el Sub Director del mismo Departamento, Leonardo “Pampa” Senderovsky se recibió de profesor de educación física en 1991 en el Efis Hacoaj, hacía dos años que trabajaba con adolescentes y en la escuela de básquet. Gastón “Tato” Lewitán, Director de Actividades Integrales, ya era socio cuando comenzó a transitar su camino como madrij hace casi dos décadas. En 1992 Pedro Spinaci, Director de Remo y Náutica, se sumaba como coordinador de la escuelita de remo y canotaje. Dos años antes Gabriel Rozenzon, Director de Comunicaciones, comenzó a escribir para el boletín semanal como redactor free lance. Liliana Giorgio, Directora de Administración, ingresó en 1987 como cadeta administrativa del Club de Campo. En 1982 Ricardo Panczuch, Director Médico, hizo sus primeras guardias en Hacoaj como traumatólogo. En 1989 lsmael Gervassoni, Sub Intendente de Sedes, fue tomado como control de acceso en la Sede Capital. Pronto se convirtió en la mano derecha del intendente Osvaldo Carena quien luego agregaría a su competencia el Tigre y la Isla. Aún resonaba el dolor por el atentado a la AMIA cuando Gabriel Gartensztern, Director de Prevención, se unió al grupo de protectores. Con ocho años de trayectoria Diego Winik, Director de Actividades en el Club de Campo Hacoaj Tigre, es el más nuevo del Staff Profesional de Hacoaj. Para llegar a la dirección de las áreas institucionales, cada uno de nuestros profesionales recorrió un camino ascendente. Empezar de abajo hizo que todos generaran fuertes vínculos con Hacoaj, lo que no sólo es característico de este equipo. Todo el plantel tiene puesta la camiseta y en su tarea cotidiana entrega mucho más de lo que se espera de una relación laboral. Ariel Jenik explica: “Ser profesional de Hacoaj es participar en la creación y el sostén de un espacio dinámico que contiene a miles de familias y que extiende su acción a toda la comunidad. Aportamos nuestro conocimiento a la permanente recreación de la identidad argentina y judía. Es un desafío cotidiano a nuestra inventiva para la puesta en práctica de ideas y la administración y generación de recursos. Es un gran compromiso que vivimos con alegría y satisfacción”. La función del Staff Profesional es llevar al terreno operativo los lineamientos definidos por el Consejo Directivo y asesorar a la dirigencia desde el conocimiento que da el trato cotidiano con los socios y la capacitación. En una organización basada en el servicio, la calidad y la calidez de los vínculos es esencial. Diego Winik sintetiza: “Nuestro desafío es llevar adelante las propuestas existentes con eficacia y eficiencia y desarrollar nuevas actividades para brindar mayores espacios de participación”. En este equipo profesional prevalece el sentimiento de realización. 165

Julia Biman puntualiza: “Mi mayor satisfacción es haber trabajado con varios Consejos Directivos y haberme ganado su confianza en base a mi experiencia y al conocimiento del funcionamiento del Club”. Pampa Senderovsky resume: “Una de mis mayores satisfacciones es haberme desarrollado profesionalmente en Hacoaj hasta llegar al lugar que tengo hoy”. Liliana Giorgio agrega: “Los proyectos económicos y financieros en los que trabajé fueron muchos y muy variados. En cada uno el desafío fue diferente. No sólo crecí y me profesionalicé junto con Hacoaj: amo lo que hago y me siento realmente orgullosa de trabajar aquí”. El ritmo de Hacoaj está marcado por sus actividades cuya organización nace en la mesa del Staff y continúa en las reuniones de cada equipo, donde se planifican al detalle. Además de las centenas de clases, entrenamientos y talleres están las Macabeadas, los festejos comunitarios, los encuentros deportivos y las celebraciones. Ismael Gervassoni expresa: “Disfruto especialmente los eventos importantes. Organizarlos es un gran desafío y el resultado final siempre es óptimo, lo que da un plus de orgullo personal”. El Staff colabora en el desarrollo de las sedes, en sostener ordenada la estructura administrativa, alcanzar los mayores estándares de seguridad, comunicar y profundizar el contenido de la vida comunitaria. Patricia Sagorsky señala los puntos más emocionantes de su trabajo en Hacoaj: “El primer campamento en la Isla cuando era coordinadora de escuelas deportivas, la Macabeada Israel 1983 como jefa de la delegación junior, las Maratones del Tigre desde hace 25 años, el convenio con CILSA, las Macabeadas Panamericanas 2007...”. “Son todos proyectos y tareas en las que se pone el máximo esfuerzo y la dedicación de mucha gente para poder lograr lo mejor”, completa Tato Lewitán. “Ver las caras de alegría de los chicos cuando vuelven de los campamentos y el reconocimiento de los socios luego de todo el esfuerzo, produce mucha satisfacción”. En las Macabeadas se pone en juego la fortaleza del Staff. Gabriel Gartensztern las vivió como “el proyecto más importante, en el que todo el equipo de Prevención trabajó sin descanso, brindando toda nuestra experiencia para que en materia de seguridad no hubiera problemas”. Ricardo Panczuch opina de manera similar: “El camino iniciado hace muchos años se vio plasmado en las Macabeadas Panamericanas cuando Faccma nos honró para que estuviésemos a cargo del área médica de todas las sedes, deportistas y concurrentes”. En Hacoaj tres pilares interactúan entre sí: el aporte y compromiso de sus socios, dirigentes y personal. En palabras de Pedro Spinaci, trabajar en Hacoaj es “un aprendizaje y un orgullo que valoro permanentemente. Mi vida dentro del Club es como el Club: en continuo cambio y en crecimiento”. Trabajar en Hacoaj es compartir el privilegio de formar parte de una tradición que cumple setenta y cinco años: poner el hombro, aportar creatividad, creer en el crecimiento y defender el nombre que Hacoaj bien se ha ganado, también gracias al aporte invalorable de todos aquellos que aquí han trabajado y siguen trabajando día a día.



HACOAJ Y

e p i l o g o

…la historia continúa, sigue fluyendo, nos envuelve con sus palabras cargadas de significado y emoción, nos hace protagonistas, nos abraza con su legado, nos invita al desafío de seguir creciendo, alimentándonos con las raíces de la memoria y extendiéndonos con nuestra visión y nuestro deseo de porvenir. 75 historias que, en realidad, son cientos o miles, que cada uno de nosotros protagonizamos cada vez que ingresamos a nuestras sedes, nos ponemos la camiseta azul y blanca, hundimos un remo en el río, nos inscribimos en una actividad, nos vamos de campamento o celebramos una festividad. …Y la historia continuará, se multiplicará, nos llevará de la mano por el porvenir, nos volverá a reunir cada día a nosotros, a las generaciones futuras, a todos quienes, de mil maneras distintas, hicieron, hacen y harán su vida en el Club Náutico Hacoaj.



CLUB NÁUTICO HACOAJ 75º ANIVERSARIO 75 AÑOS, 75 HISTORIAS

Supervisión general: Ricardo Furman

Idea y coordinación: Gabriel Rozenzon

Textos: Gabriel Rozenzon, Denise Aleksander, Daniela Presaisen, Nicolás Grossman.

Diseño gráfico y diagramación: Isabel Castillo

Fotografía: Laura Pribluda (tomas y edición), Sergio Koltan (tomas).

Transcripción de entrevistas y corrección: Marcelo Miranda

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HACOAJ agRadeceMos pRoFundaMente a los socios, aMigos, instituciones y eMpResas poR cuya geneRosidad Fue posiBle editaR este liBRo.





JUNTO AL CLUB NÁUTICO HACOAJ EN LA CELEBRACIÓN DE SU 75º ANIVERSARIO.




Felicita al Club Náutico Hacoaj por estos 75 años llenos de logros y éxitos no sólo para sus socios sino para la colectividad toda.

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“No estás obligado a terminar la tarea, pero tampoco eres libre para dejar de emprenderla”... (piRKé aBot)

CONSEJO DIRECTIVO CLUB NÁUTICO HACOAJ





JUNTO A HACOAJ EN SUS 75 AÑOS DE LABOR POR LA IDENTIDAD JUDÍA.






Los seres humanos tenemos la sana costumbre de reunirnos para festejar. Quienes desarrollamos nuestra vida en las instituciones, sabemos lo motivante que es organizar el festejo de un aniversario de vida. Hoy el Club Náutico Hacoaj celebra su cumpleaños número 75 y como Jefe de Gobierno, tengo la oportunidad de acompañar este hecho tan significativo que me produce enorme alegría porque nos permite recuperar en la memoria el aporte que Hacoaj le ha dado al conjunto de la sociedad. El Club Náutico Hacoaj es una institución socio deportiva y, en cumplimiento de esa misión, miles de personas de todas las edades han podido encontrar en él, a lo largo de estas siete décadas y media, resguardo, contención, educación, apoyo y formación. Valores que fueron luego volcados al conjunto de la sociedad, en una integración mezcla interacción en la que ganamos somos todos. Hacoaj ha dado grandes deportistas a la Ciudad y al país, ha brindado calidad de vida fundamentalmente en la provincia de Buenos Aires y ha dado importantes dirigentes que se han desarrollado en otras instituciones y que han trascendido a la propia comunidad judía. En suma, el logro de llegar a 75 años de vida es de un valor innegable y al que todos tenemos que adherir. Creo que celebrar un aniversario impone marcarnos desafíos nuevos de cara al futuro. Renuevo en nombre de todo mi Gobierno el compromiso de trabajar en forma mancomunada junto con la sociedad civil. Ese es el mejor camino para lograr que todos los ciudadanos tengan la calidad de vida que merecen.

Felicidades Hacoaj. Iom Uledet Sameaj. Ing. Mauricio Macri Jefe de Gobierno Ciudad Autónoma de Buenos Aires













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SERGIO NOSOVITZKY Y FAMILIA

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DANIEL SORÍN Y FAMILIA

NATALIO KISILEVSKY Y FAMILIA

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JUAN ULNIK Y FAMILIA

JOSÉ WAIS


Ariel Cohen Sabán y familia Siempre junto al Club Náutico Hacoaj.

Clarita y Hugo Medvedocky y familia, junto a Hacoaj en este festejo.

EL CLUB NÁUTICO HACOAJ SALUDA Y AGRADECE A TODOS QUIENES LO ACOMPAÑAN EN SUS PROYECTOS. ¡LEJAIM! ¡POR LA VIDA!


Impreso en Buenos Aires, Argentina, en agosto de 2010 por Impregraf, editora e impresora, S.R.L. Tirada: 1.000 ejemplares.


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