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Foto: Eva Montero
MADO MARTÍNEZ Escritora y periodista, debutó en el género fantástico con El Misterio de Nicole Delacroix, a la que siguieron obras de ficción como La Maldición. En el año 2014 se alzó con el prestigioso Premio Ateneo de Sevilla por su novela La Santa. En no ficción, destacó con títulos como La Prueba, entre otros. Es miembro del equipo radiofónico de La Rosa de los Vientos de Onda Cero y escribe para Muy Interesante, QUO e Historia de la Iberia Vieja.
Una fría noche de diciembre, y tras muchos años sin verse, Bárbara, Juan, Tony, Jackson y Marian, deciden reunirse en la antigua estación de ferrocarril de Espuelas. Al filo de la madrugada se suben a un enigmático tren. Durante el diabólico trayecto explorarán miedos sin domar, celos, culpas enraizadas en el alma, y crueldades inusitadas. El tren parece anestesiarles borrando todo su dolor, permitiéndoles ser y hacer lo que nunca se atrevieron, perdonar lo imperdonable, entregarse a sus instintos más ocultos. Todo es posible entre sus vagones, hasta enamorarse de un monstruo. Nadie parece querer apearse de ese paraíso en forma de ferrocarril... Hasta que descubren que están atrapados en sus raíles.
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15. nov
MADO MARTÍNEZ
EL TREN DE LAS ALMAS ALGAIDA NARRATIVA 15,40 x 23,00 cm 344 páginas | Rústica 978-84-9189-039-3 2961284
€ 20,00
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ENTREVISTA CON LA AUTORA ¿De dónde nace la idea de escribir esta novela? Llevaba tiempo fantaseando en mi mente con la idea de un tren. Es todo lo que veía, un tren maldito, de ambientación espectral. No veía nada más. Una noche me puse a escribir y el tren de las almas cobró vida. ¿De qué va El Tren de las Almas? El Tren de las Almas va de un grupo de amigos, Bárbara, Juan, Tony, Marian y Jackson, que se reúnen en la estación abandonada de su pueblo, tras muchos años sin verse, para celebrar el reencuentro. Pero lo hacen la noche de las tres noches, cuando según la leyenda, pasa por allí un tren fantasma, el tren de las almas, porque Bárbara quiere comprobar si la leyenda es cierta. Pasan el rato bebiendo, drogándose, y poniéndose al día. Y lo que sucede es que al filo de la media noche pasa un tren, y lo malo es que se suben, y luego no pueden bajar. Lo interesante va más allá de descubrir si están a bordo del tren de las almas o no, ni qué explicación tiene la experiencia que están viviendo, sino lo que pasa dentro de sus vagones. Ahí es donde empieza el terror psicológico, ahí es donde empiezan a desvelarse sus verdaderos miedos. Los personajes tienen la sensación de que a bordo de ese tren pueden enmendar el pasado, cerrar círculos y borrar culpas, traumas, y atrocidades. Son las trampas del tren, que actúa sobre ellos transformándolos de forma inquietante. Llegamos a conocer hasta el último detalle de sus vidas, su infancia, cómo se hicieron amigos, cómo fue su adolescencia, qué deudas pendientes tienen los unos con los otros. Todos están en torno a los treinta y tantos cuando suben al tren, pero la novela está llena de flasbacks en los que descubrimos la vida de Espuelas y sus habitantes, el pueblo en el que se criaron; y de qué forma acabaron convirtiéndose en unos niños rotos. El Tren de las Almas es una novela de género fantástico, de terror psicológico, íntimo y emocional. ¿Existen los trenes fantasma? Existen las personas que creen que existen. En Albany, Estados Unidos, cada 27 de abril, a medianoche, cientos de personas se reúnen para ver pasar el tren fantasma de Lincoln. El rotativo Albany Evening Times publicaba en 1978 una detallada descripción del legendario suceso. Decía que a medianoche la maquinaría emergía de la oscuridad, moviéndose silenciosamente por las vías con su crespón negro ondeando en los flancos, y emitiendo débilmente sonidos audibles de música fúnebre. El tren fantasma se desplazaba sobre una alfombra negra que parece cubrir las vías, mientras que soldados espectrales vestidos con el uniforme azul de la Unión iban marchando a su lado. Conforme la aparición fantasmal iba avanzando por las vías, se iba desvaneciendo sobre algún horizonte fantasma.
Como sabemos, a Lincoln le dispararon el 14 de abril. Murió al día siguiente. Lo que pasó a continuación con su cadáver no lo habrían podido imaginar ni los mayores locos con sus quimeras. Resulta que lo metieron en un tren fúnebre a bordo del cual recorrió medio país, 2.661 kilómetros, cruzando por varios estados, más de 400 comunidades, y parando en doce ciudades por donde sacaban su ataúd descubierto en procesión fúnebre. Lo tuvieron dos semanas de tour rodante. Tuvieron que embalsamarle dos veces. Se les iba pudriendo por el camino. De hecho, fue necesario adelantar la ceremonia de entierro dos días. El cadáver de Lincoln ya no aguantaba más. Lo que pasó después de aquella odisea, ya con Lincoln bajo tierra, es que la gente de Albany empezó a asegurar que había visto pasar el tren fantasma de Lincoln. Y la leyenda cobró tanta fuerza que a día de hoy todavía acuden muchísimos curiosos de lo paranormal para ver si es cierto. ¿Qué tiene que ver el tren de Lincoln con el tren de Bécquer que mencionas en la novela? Pocos saben que Gustavo Adolfo Bécquer, además de poeta, fue periodista, y escribió muchos artículos, especialmente de trenes. Hacía poco que habían inaugurado las líneas de ferrocarril y a Bécquer le asignaron la tarea de recorrerse España en tren, para ir escribiendo sus impresiones sobre el viaje en ferrocarril, y los pueblos por los que iba pasando, para luego publicar las crónicas de estos viajes en la prensa. Bécquer murió el 22 de diciembre (la noche de las tres noches), el mismo día que se según la leyenda se aparece el tren de las almas en la estación abandonada de Espuelas. Se da el caso de que en el momento de exhalar su último aliento aquel 22 de diciembre de 1870, hubo un eclipse total de sol, como si el día se hubiera puesto de luto por la muerte del poeta. Él ya sabía que iba a morir, y dos días antes de su muerte, le pidió a su amigo Augusto Ferrán, que le acercara un paquetito de cartas envuelto con una cinta azul que había escondido en un lugar de la casa. Nada más dárselo, Bécquer le prendió fuego. Cuando su amigo le preguntó por qué lo había hecho, él contestó: «Porque serían mi deshonra». Un auténtico misterio. Años después de su muerte, exhumaron su cuerpo y trasladaron sus restos de Madrid a Sevilla en un tren fúnebre. Volvía a subir a bordo de un tren, como en sus tiempos de periodista, pero esta vez para recorrer el camino inverso. Sería su último viaje. La calamidad quiso que se desatara una lluvia torrencial a su llegada a Sevilla, el 10 de abril, tiñendo el cielo de una bruma lúgubre, como si el cielo se hubiera puesto de rodillas para llorarle. Así que no pudieron trasladar sus restos, pero tampoco podían dejarlos en la estación. No tuvieron más remedio que mudar sus res-
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tos —un cráneo, la mandíbula y la dentadura a la iglesia de San Vicente, trastocando los planes del cortejo fúnebre de enviarlo directamente a la cripta de la iglesia de la Universidad Literaria, donde llegarían al día siguiente, el 11 de abril. Dicen que Julia Cabrera, esa novia tempranamente abandonada en Sevilla y que algunos dicen que sobrevivía únicamente por su deseo de recordar al amor de su vida, murió el mismo año en el que los restos del poeta volvieron al hogar, y que dijo: «Ya me puedo morir tranquila, pues mi amor por fin volvió a Sevilla.» Todo eso pasó. Me pareció que la historia de Bécquer tenía elementos más atractivos que la de Lincoln para el público lector; también me pareció que era digna de mención y rescate; así que transformé la leyenda del tren de Lincoln en la leyenda del tren de Bécquer, aunque en la novela en ningún momento se dice si el tren de las almas era en realidad el tren fantasma de Bécquer o no, porque eso no es lo que importa. Lo que importa es lo que pasa dentro del tren, y lo que pasa fuera del tren, el delirio de terrores al que se enfrentan los personajes. En la novela hay dos ambientes diferenciados, el tren y Espuelas, el pueblo. Hay partes de la novela que suceden dentro del tren, y hay momentos de la novela que tienen lugar en Espuelas, el pueblo. Ambos están conjugados de forma casi inseparable, porque ambos forman parte el uno del otro. Para la ambientación del tren me documenté muchísimo, leyendo sobre la historia del ferrocarril, aprendiendo cómo eran los primeros trenes, cuál era su funcionamiento y qué se decía sobre ellos en la prensa de la época. El tren actúa además en la novela como un elemento de opresión, un espacio reducido que ahoga todavía más a los personajes, obligándolos a no poder bajarse cuando quieran, pero al mismo tiempo también, obligándolos a no poder huir de sí mismos, porque al final el mayor de todos los peligros es uno mismo, y la novela juega con esa idea muchas veces: ¿cómo se baja uno del vagón de su propia mente? Espuelas es un pequeño pueblo imaginario ubicado en cualquier lugar del mapa; sabemos que no es un pueblo del norte, pero tampoco tenemos claro que si un pueblo del sur, un pueblo manchego, un pueblo del levante español. Podría ser cualquier pueblo, hasta mi propio pueblo, Monforte del Cid. Lo que sí sabemos es que es un lugar lleno de historias interesantes y personajes que guardan más de un secreto. Dices que te documentaste mucho sobre las historias del ferrocarril y leyendas del tren para escribir esta novela. ¿Nos puedes contar alguna que sucediera en nuestro país?
Una de las historias más truculentas de la historia del tren en España fue la que surgió cuando empezaron con la construcción y puesta en funcionamiento de la primera línea de ferrocarril de nuestro país, el trayecto Barcelona-Mataró, a mediados del siglo XIX. La gente decía engrasaban la maquinaria con grasa de niños y bebés. En aquella época de incipiente desarrollo industrial, la gente pensaba que había que engrasar muy bien las ruedas de los molinos, los carros y las máquinas a vapor para que todo fuera sobre ruedas, y que el mejor lubricante era la grasa humana, porque al ser más tierna y menos densa, hacía que el rendimiento fuera óptimo. También existía la creencia de que la grasa de los infantes y las mujeres tenía asombrosas propiedades curativas. De hecho, en el Museo Alemán de Farmacia de Hedelberg, Alemania, tienen unos tarros farmacéuticos de cerámica, fechados entre los siglos XVII y XVIII, con inquietantes inscripciones: GRASA HUMANA. A nivel popular, en España, los Sacamantecas era los proveedores del lubricante que el ferrocarril y otros ingenios mecánicos precisaban para funcionar correctamente. Eran aquellos señores la mar de siniestros que siempre estaban de paso e iban recorriendo los pueblos y ciudades, y a los que uno podía distinguir claramente porque siempre llevaban un saco en el hombro. Por eso también se les conoce con el nombre de «el hombre del saco». Lo triste es que parece que el negocio de la grasa humana era real, y que el psicópata y asesino en serie Manuel Blanco Romasanta, apodado el hombre lobo de Allariz, se dedicaba a eso. Era lo que la gente creía. La leyenda de que el ferrocarril se lubricaba con grasa de niños y bebés fue en aumento al producirse una triste coincidencia: la puesta en marcha de tren en Barcelona coincidió precisamente con la desaparición de varios niños en la ciudad. Si desaparecieron más de lo normal, o si se fijaron en tales desapariciones debido al clima de inquietud que la llegada del ferrocarril había sembrado, no lo sabemos. La cuestión es que los capitalinos vieron o quisieron ver en aquella fatal casualidad una prueba irrefutable de que el ferrocarril era una infraestructura del demonio, y de que los ingenieros, impulsores y señores de las sombras que lo impulsaban estaban detrás de la desaparición de sus hijos. Son historias que me inspiraron muchísimo y que aparecen reflejadas en mi novela El Tren de las Almas, donde los personajes oyen por las noches, como emergiendo de las vías, los llantos, lamentos y gritos de esos niños según decían asesinaron para engrasar la maquinaria. ¿Y era verdad que usaban grasa de niños para engrasar el ferrocarril?
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No, no era verdad. Eran rumores y leyendas. Lo que pasa es que en aquella época el tren era un moderno Frankestein. La gente le tenía verdadero pánico. La oposición al tren no fue únicamente cosa de una panda de iletrados, eso que quede claro. Entre sus detractores, se encontraban personas muy instruidas, intelectuales, y médicos de prestigio. Eso de desplazarse en media hora de Mataró a Barcelona, cuando en carro se tardaban seis horas (contando con una hora de descanso para los caballos) no podía ser bueno. ¡Comer en Barcelona y cenar en Mataró!, se maravillaba la gente. Creían que el humo de la locomotora devastaría los cultivos de maíz a su paso, intoxicándolo todo; que las chispas de las ruedas incendiarían los campos; que morirían los pájaros. Un grupo de médicos llevaba ya unos cuántos años denunciando públicamente los terribles daños para la salud que el viaje en tren podía entrañar, por lo que los ánimos ya estaban más que caldeados para cuando el tren llegó a la península. En 1835, la Academia de Medi-
cina de Lyon había dicho barbaridades tales como que el paso excesivamente rápido de un clima a otro produciría un efecto mortal sobre las vías respiratorias; que el movimiento de trepidación suscitaría enfermedades nerviosas, mientras que la rápida sucesión de imágenes provocaría inflamaciones de retina que el polvo y el humo ocasionarían bronquitis; que provocaría enfermedades cerebrales, y haría que las mujeres abortasen prematuramente. Médicos de renombre como Freud, Oppenheim y Charco estaban convencidos de que viajar en tren era malo para la salud mental. En 1862, The Lancet, la revista médica más importante y prestigiosa de todos los tiempos, todavía publicó una serie de artículos bajo el título de «Los peligros de viajar en tren para la salud pública» («The Influence of Railway Travelling on Public Health») afirmando que el viaje en tren causaba daños físicos y mentales en los pasajeros. Con los años, la gente se fue dando cuenta de que todo aquello eran patrañas.
LOS PROTAGONISTAS BÁRBARA: Bióloga marina, adicta a la aventura, los misterios y las historias de fantasmas. Es una mujer valiente, pero tiene muchos miedos y monstruos interiores. Lleva años atrapada en Espuelas, a pesar de que su sueño habría explorar el mundo a bordo de un barco. Tiene un secreto inconfesable —incluso para el lector—, y alguna que otra fantasía tan tentadora como irrealizable.
JACKSON: Es empresario y el mejor amigo de Bárbara. Son los únicos que han seguido manteniendo contacto a lo largo de los años. Se adoran y quieren como hermanos, y van juntos a todas partes. Es un tipo de mente abierta y liberal, de carácter alegre y positivo; hijo de padres hippies, cree en el amor libre, y se comporta de forma tremendamente generosa y altruista con los demás.
JUAN: Antropólogo. Criado por su tía Elvira. Lleva varios años viviendo en Estados Unidos, donde imparte clases en la Universidad de Yale. Debido a los hechos que marcaron su infancia, siempre ha necesito tratamiento psicológico/psiquiátrico. Es celoso, posesivo, agresivo, egoísta, individualista y sin un ápice de amabilidad. Está secretamente enamorado de Bárbara y tiene más de un horrible secreto que ocultar.
TONY: Es el hijo de los Malverde, la familia más rica de Espuelas. Ama los trenes desde su más tierna infancia
y colecciona impresionantes maquetas de ferrocarril. Tiene serios problemas con las drogas y un terrible complejo de abandono y soledad. Fue el primer amor de Marian.
MARIAN: Es policía local y viuda de un militar. Tiene un carácter muy fuerte y atrevido. Vive con su abuela Refugio, a la que cuida, o quien la cuida, según se mire. Tiene impulsos sexuales que no puede controlar.
MAITE: Formaba parte del grupo de amigos de la infancia, y también llegó a relacionarse con ellos en la adolescencia y primera juventud. Acabó convirtiéndose en una famosa escritora, obsesionada con la leyenda del tren de las almas.
LA TÍA ELVIRA: Es la tía paterna y madre adoptiva de Juan. Llegaron a Espuelas cuando Juan era pequeño y conoce a todos los miembros de la pandilla desde que eran pequeños, pues se reunían para jugar en el patio de su casa, el huerto de los naranjos. Adora a los muchachos.
EL AGENTE ARANDA: Policía local, es el compañero de Marian. Patrullan juntos por las calles de Espuelas, y su único afán en la vida es averiguar qué pasó con los chicos la noche de las tres noches y demostrar que el tren de las almas no existe.
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Si deseas más información y/o entrevistar a la autora: PAULA MARTÍN Comunicación y prensa Algaida (t) 91 393 8785 / 626 365 897 (e) pmartinb@anaya.es
Diseño de cubierta: www.agustinescudero.com. Dosier: proyectos gráficos PGA
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