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Cuento de la “ *+ø”

Los cuentos de Eladio, el escorpión escritor, eran tan bonitos que nuestros amigos tuvieron sueños preciosos aquella noche. A la mañana siguiente, Óscar fue el primero en levantarse. El Jardín olía a flores, una suave brisa movía las hojas de los olmos, los rayos de sol parecían de oro y solo se oía el canto de los pájaros. De pronto, se oyó un fuerte aleteo y una sombra oscureció la hierba. Óscar miró al cielo y vio llegar ocho ocas blancas. Las ocas se posaron junto al estanque y lo saludaron con simpatía:

–¡Hola! Somos primas de Pata y Pato. Hemos venido a vivir en el Jardín.

–¡Hola, ocas! ¡Bienvenidas! –dijo Óscar. Antes de que pudieran seguir hablando, oyeron un gruñido que salía de entre unas flores cercanas. Óscar y las ocas se acercaron al lugar para ver qué pasaba y ¡no vais a creer lo que encontraron! ¿Queréis saber qué era?

Pasado el susto, Óscar explicó a Odín y a Opi que lo que se estaban comiendo no eran roscos, sino letras “o” que Aurelio y Julieta cultivaban para llevar a la fábrica de las palabras. Se podían comer poquito a poco y con cuidado, no dándose un atracón así.

–Pero no os preocupéis. Nosotros os curaremos el dolor de barriga –les prometió Óscar.

Los niños y niñas se fueron a casa y, al cabo de un rato, volvieron acompañados de Pata y Pato. Traían un jarabe de letras preparado por Julieta para curar la barriga del oso y el ogro. A los patitos les alegró mucho volver a ver a sus primas las ocas. –Habrá que buscaros una casa también a vosotras –dijo Pato.

–Pueden quedarse a vivir con Opi y conmigo –propuso Odín–. En la casa del olivar hay mucho sitio y prometemos no comernos más letras del Jardín sin pedir permiso.

A Pata y Pato les pareció una idea estupenda, y también a las ocas que, desde ese día viven felices con el buen ogro Odín y con Opi, el gran oso obediente.

Pero antes de llegar se encontraron con Pili, la paloma, que estaba parada en mitad del camino, con cara de pena y las plumas alborotadas.

–¿Qué te pasa, Pili? ¿Por qué estás aquí parada? –preguntó Pata.

–¡Ay, ay! ¡Qué pena! Es que tengo una pupa en el ala –se quejó la paloma.

–¡Vaya! –exclamó Pato–. ¡Qué mala pata tienen hoy nuestros amigos! No te preocupes, ven con nosotros, seguro que Aurelio y Julieta también te podrán curar.

Así que Pili, Pepa, Pata y Pato siguieron su camino pasito a pasito, muy despacito. Casi habían llegado, cuando oyeron a alguien que se quejaba dentro del estanque. Era su amigo Pipo, el pequeño pez púrpura, que no paraba de hacer “hip, hip”.

–¿Qué te pasa, Pipo? –le preguntó Pata.

–Pu (hip) pu (hip) pues que (hip) tengo (hip) mucho (hip) hipo. ¿Qué p-p-puedo hacer (hip)? –hipó el pececito.

–No te preocupes, Pipo, seguro que Aurelio y Julieta te curan a ti también.

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