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Cuento de la “ Δ¬”

En el Jardín de las Letras cuando alguien aprende a leer, se celebra una gran fiesta. Ese día se celebraba que la lagartija Lola, Lucas el lirón y la lombriz Lali ya sabían leer y escribir solitos. El Jardín estaba precioso: olía a laurel y habían florecido las lilas, los lirios y el limonero. Además, Emilio y sus amigos lo adornaron todo con lazos y guirnaldas de eles. Y, como la fiesta de la lectura era una fiesta de disfraces, todos iban lindísimos: Óscar se disfrazó de lobo; Úrsula de león, con una larga peluca de lana; Ana de lechuza, con una capa de plumas; Inma de leoparda, con una cola muy larga; y Emilio de lagarto. Pata, como puede cambiar de color, se disfrazó de loro con plumas de mil colores y Pato, ¿sabéis de qué?, ¡de hombre invisible! Para comer tomaron ensalada de lechuga, luego lentejas y, de postre, bebieron leche merengada y limonada. Y, por si fuera poco, Julieta y Aurelio les regalaron a todos libros, libretas y lápices.

Aurelio y Julieta llegaron hasta el columpio y vieron lo que había pasado. Julieta sacó de su bolsillo una letra ele que siempre llevaba guardada para estas ocasiones, porque tiene forma de palanca. Con mucho cuidado, utilizó la ele para deshacer el lío de la cola y en un periquete Lola quedo libre para poder seguir jugando con sus amigos. –¡Muchas gracias, Julieta! –dijo la lagartija, dándole un beso.

Desde ese momento, Lola tuvo mucho cuidado para que su cola no se liara con nada más. Y todos siguieron jugando contentos hasta que se hizo de noche. Entonces, miles de luciérnagas encendieron sus lucecitas iluminando el Jardín. A la luz de las pequeñas linternitas, nuestros amigos cantaron alegres:

Lucas, Lila y Lola ya saben leer. Laliló-laliló, laliló-loló. Y ahora la ele ya la lees tú. Laliló-laliló, laliló-lulú.

Aquel día era domingo, pero todos habían acordado que se levantarían pronto para desmontar el decorado y las guirnaldas de la fiesta de la lectura del día anterior. Por eso, cuando Pato se despertó a las diez de la mañana sin oír la campanilla de Dindón se extrañó mucho. Todos sus amigos estaban dormidos todavía, así que fue a despertarles.

–Qué raro –dijo Julieta–. ¿Dónde estará Dindón?

–No lo sé. No nos ha llamado, ¡y no sabemos qué desayunar! –dijo Pato preocupado.

Entonces, Julieta repartió a todos batidos y dulces dátiles y, después de desayunar, se fueron juntos a buscar al duendecillo. Lo encontraron dentro de la despensa de la casa grande: ¡lo estaba desordenando todo!

–¿Qué te pasa, Dindón? ¡Deja de desordenar la despensa!

¿Qué buscas? –le dijo Julieta, con cariño, pero señalando con el dedo todo lo que Dindón había descolocado.

Dindón dijo, triste y decaído:

–¡Jo! ¡Es que he perdido mi dado y mi campanilla! ¡No los encuentro por ninguna parte!

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