SA D O S IE R D E P R E N
e t n o r e c o n i r El y el poeta O M IG U E L B A R R E R
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MIGUEL BARRERO (Oviedo, 1980) ha publicado las novelas Espejo (premio Asturias Joven), La vuelta a casa, Los últimos días de Michi Panero (premio Juan Pablo Forner), La existencia de Dios y Camposanto en Collioure (Prix International de Littérature de la Fondation Antonio Machado). También es autor de los ensayos Las tierras del fin del mundo y La tinta del calamar (ganador del premio Rodolfo Walsh). @MiguelBarrero
«Miguel Barrero ha escrito una novela en la que la filología se vuelve, en la expresión de Borges, una rama de la literatura fantástica. El viaje a Lisboa de un profesor especialista en Fernando Pessoa se convierte en un laberinto de invocaciones históricas y en un thriller de conspiradores y fantasmas, sin que llegue a saberse quiénes son los unos y quiénes los otros. Pero quien se dedica profesionalmente a tratar con seres que no existen corre el peligro de contagiarse de su fantasmagoría»
antonio muñoz molina
Una enigmática carta abre el camino hacia uno de los grandes enigmas de la literatura universal. ¿Quién fue realmente Fernando Pessoa, aquel escritor genial que se multiplicó en varias decenas de heterónimos mientras mantenía una existencia rutinaria por las calles de Lisboa? Quizá haya que buscar la respuesta en un complejo entramado donde las glorias marítimas del viejo imperio portugués se funden con la leyenda de Dom Sebastião, el Rey Durmiente, para destilar una rara alquimia en la que las identidades se forjan al compás del aliento inexacto de los sueños.
MIGUEL BARRERO
EL RINOCERONTE Y EL POETA EPIFANÍA DEL QUINTO IMPERIO ALIANZA LITERARIA (AL) 13,50 x 21,00 cm 208 páginas | Rústica 978-84-9104-875-6 3472594
€ 15,50
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EBOOK 978-84-9104-876-3
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ENTREVISTA CON MIGUEL BARRERO ¿Cómo surge la idea de escribir El rinoceronte y el poeta? Este libro nació como consecuencia de un viaje a Portugal en el que sucedieron dos cosas que resultaron determinantes para que me pusiera a escribir. Por un lado, descubrí la historia del rinoceronte que llegó a Lisboa en tiempos del rey Manuel y cuya efigie quedó inmortalizada en un canecillo de la torre de Belém. Por otro, adquirí un ejemplar de Mensagem, el único libro que Fernando Pessoa publicó en vida y que firmó, además, con su propio nombre.
de Pessoa dejó guardados sus papeles han salido obras maestras como el Libro del desasosiego y algunos de los poemas más hermosos de la literatura universal. También correspondencia, relatos cortos, bosquejos de novelas, y eso por no hablar de todos los heterónimos y los textos que, con escrupuloso rigor, se les atribuyen. La cantidad y, sobre todo, la calidad del material hacen que resulte muy tentador preguntarse quién pudo ser aquel hombre que llevaba una existencia aparentemente anodina mientras desarrollaba en silencio una obra excepcional.
A primera vista parecen dos elementos muy distintos, además de muy distantes en el tiempo.
En páginas interiores, la novela lleva un subtítulo: Epifanía del Quinto Imperio. ¿Por qué?
Lo son. De ahí que resultara muy tentadora la posibilidad de unirlos. En el hotel de Lisboa leí el estudio preliminar de Mensagem y encontré claves que desconocía de la historia de Portugal. Aspectos que resultaban muy ilustrativos no sólo de determinados avatares, sino del modo en que las naciones pueden acabar configurando sus señas de identidad. El hecho de que Mensagem sea, además de un poemario, una suerte de manifiesto programático, y de que Pessoa lo hubiese concebido como la punta de lanza de toda su obra, como una carta de presentación previa al resto de sus libros, que no llegó a ver publicados porque falleció de manera prematura al año siguiente, condujeron a que esa vocación de buscar nexos entre ambos elementos cobrase aún más fuerza.
Bueno. Por un lado hay ahí un pequeño guiño privado, porque el nacimiento de la novela tuvo un poco de epifanía. Por otro, también el final del libro camina en ese sentido. La idea del Quinto Imperio ha estado muy presente a lo largo de toda la historia moderna de Portugal, después de que el jesuita António Vieira lo invocase en su Historia del futuro. Esa profecía que habla de un nuevo reino de Dios sobre la Tierra, que sucedería a los imperios egipcio, asirio, persa y romano y que tendría como líder a un príncipe portugués, se encuentra tan arraigado en el imaginario colectivo del país vecino, y resulta tan sugerente, que era imposible orillarlo. Mucho menos si se piensa que es ese anhelo del Quinto Imperio lo que está detrás del impulso que llevó a Pessoa a escribir Mensagem.
Esa palabra, mensagem, cobra una importancia fundamental en la novela. No sólo porque sea el título del primer libro de Pessoa, sino también porque de algún modo es la palabra que lo desencadena todo.
No sólo hay intriga en la novela. Sus páginas están recorridas por una reflexión soterrada, pero constante, acerca del valor de la cultura como elemento definitorio, y también del riesgo de frivolización que acecha cuando se convierte en un mero bien de consumo.
Sí. El protagonista, un profesor español, viaja a Lisboa para atender a la petición de un amigo que le conmina a reunirse con él apelando, precisamente, a esa palabra. El término mensagem (en español, mensaje) es muy polisémico, y resulta serlo mucho más en este caso. El primer libro de Pessoa escondía una suerte de mensaje político o ideológico que era también una declaración de intenciones. El rinoceronte, a su modo, fue también un mensagem que desde el oriente se enviaba a un reino con el que empezaban a despacharse determinados tratos comerciales. Si había un camino a través del cual poner en relación al rinoceronte con el poeta, discurría a partir de esa palabra. Los nexos entre ambos elementos van surgiendo a medida que avanza una narración que tiene mucho de intriga literaria. Porque en el fondo de la narración late un enigma. La de la personalidad de alguien que, pese a morir antes de haber cumplido el medio siglo, legó una obra tan monumental que aún sigue deparando sorpresas. Del famoso baúl don-
La cultura no sólo nos define. También marca la huella que dejamos de nuestro paso por el mundo. Acabamos de referirnos a los antiguos egipcios, los persas, los romanos... Todo lo que sabemos de esas civilizaciones lo sabemos por las manifestaciones culturales que quedaron como vestigio de su existencia. Dentro de tres siglos, lo que se podrá saber de nuestra época se averiguará mediante nuestros libros, nuestros edificios, nuestras películas, nuestra música. Esto no es una observación improvisada: sólo los especialistas saben quién se encargaba de la hacienda pública en tiempos de Carlos IV, pero todos tenemos en la cabeza algún cuadro de Goya. Sin embargo, estamos dolorosamente acostumbrados a ver cómo se banaliza la cultura, a observar cómo muchos la consideran un lujo innecesario o un simple recurso que explotar en busca de una rentabilidad económica. A constatar que hay quien la contempla como los lisboetas del siglo XVI contemplaron a aquel rinoceronte que trajeron desde las Indias para exhibirlo, ponerlo a pelear contra un elefante y devolverlo luego al mar, como la bestia exótica que era, para que sirviera de lucimiento ante más altas instancias.
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