La invención del viaje. Juliana González-Rivera. Alianza editorial

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DOSIER DE PRENSA

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ENTREVISTA A LA AUTORA ¿Por qué «invención» del viaje? Porque quienes cuentan el mundo son los viajeros. Desde ese primer intrépido que se alejó de la tribu para contar lo que había más allá del terreno conocido, hasta el turista que hoy comparte las fotos de los lugares que visita en las redes sociales, siempre hemos dependido de quienes viajan para conocer a los Otros. «La noticia de la lejanía se le confía al viajero», decía Walter Benjamin, y por eso ellos son responsables de la visión que, en cada época, tienen sus contemporáneos sobre el resto del mundo. Ellos nos han hecho imaginar desiertos, mundos helados, imperios, tierras prometidas. A veces han dicho la verdad, otras no tanto, y son culpables también de numerosos equívocos y clichés, de la fascinación o el rechazo que sentimos por ciertos lugares –la leyenda negra española, por ejemplo, la reforzaron viajeros europeos entre los siglos XVI y XVIII, y nuestra idea de Oriente como tierra de ensueño se la debemos a ellos–. Suya es la verdad o la ficción con la que creemos conocer a los Otros mientras podemos ir a comprobar lo que nos han dicho. Sus relatos han dibujado la tierra, han inventado el mundo para nosotros. ¿Es realmente posible escribir una historia del viaje?

JULIANA GONZÁLEZ-RIVERA. Doctora en Periodismo y especialista en literatura de viaje por la Universidad Complutense de Madrid. Es periodista cultural y profesora de periodismo y escritura, nuevos medios digitales e historia y sociología del arte y la cultura. Durante trece años ha escrito para medios en Europa y América Latina, entre ellos el diario El País (España) y Etiqueta Negra (Perú), Arcadia, El Colombiano, El Mundo, El Malpensante (Colombia), Otra Parte (Argentina) y Altaïr, entre otros. Fue responsable de comunicaciones de la Fundación Carolina. Tiene experiencia en cine y radio. Dicta clases y conferencias en temas de arte, literatura, escritura creativa y comunicación en la era digital. Su biografía nómada la ha llevado a vivir en Madrid, Bogotá, Medellín, Barcelona y Estocolmo. julianagonzalezrivera.com

No existe ninguna alegoría tan poderosa como el viaje: sinónimo de casi todo, es metáfora de la vida, de la muerte, del conocimiento, de la escritura. Su universo es tan vasto que cartografiar su mapa resulta una quimera. Además, cada lugar se ha narrado cientos de veces y hay tantos viajes como viajeros y teóricos. Pero son precisamente los viajeros quienes nos han hecho creer en la utopía de que el mundo es abarcable, legible, que se puede resumir en unos cientos de páginas. La invención del viaje responde a ese espíritu, uno similar al que motivó, por ejemplo, a Julio Verne a escribir en 1878 su Historia de los grandes viajes y los grandes viajeros, o a los autores de las grandes colecciones de viajes que se publicaron por cientos entre los siglos XVII y XVIII. Creo además en los libros como universo, como enseñó Italo Calvino al hablar de multiplicidad en sus Seis propuestas para el próximo milenio, hoy en la línea de El Hambre, de Martín Caparrós, Librerías, de Jorge Carrión o Leviatán de Philip Hoare. Pero soy consciente de que ésta es una historia que nunca puede ser completa. Hay omisiones, elipsis, muchos pendientes. Por eso el libro procura ser, más que un catálogo de viajeros, una radiografía del espíritu del viaje en cada época, aunque eso sea, desde luego, también una quimera. ¿Quién es el viajero? Al viajero lo definen muchas cosas, pero sobre todas ellas, la búsqueda. Viajero es el que busca. No sabe muy bien qué, pero esa carencia lo obliga a moverse, lo impulsa al camino. Es también alguien que se desplaza para ver, no para reconocer lo que otros han visto. Un ser humano libre que se esfuerza por conquistar una mirada propia y eludir los simulacros, todo aquello que convierte el mundo en un parque temático. Es alguien que renuncia a un solo domicilio fijo, a una vida al uso. No tiene banderas para envolverse ni identidades únicas a las que aferrarse. Es un cosmopolita. O, como dijo Kundera, pertenece a una geografía más imaginaria que física, hecha de palabras, letras y escritura. El viajero suele padecer un desarraigo crónico y se siente en casa casi en todo lugar.

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Para él, ir y volver son dos palabras que pierden sentido porque se ha ido tantas veces como ha regresado. Acepta incluso que puede no volver. El trasegar de los viajeros sucede en medio de una gran soledad, pero están dispuestos a pagar el precio. Se saben privilegiados de ser actores de su propio espectáculo, de inventar su guion, decidir los escenarios y hacer de sí mismos el personaje que más les interesa. Por eso en la vida de un viajero hay espacio para varias biografías. Y por lo general son seres que aspiran a vivir en la literatura, en la creación, en la poesía. No se contentan con ver solo un trozo del paisaje y el viaje es su forma de respiración. Pero el viajero es, sobre todo, un escritor, un creador. Es alguien que convierte en obra la geografía que recorre. El viaje es casi siempre una metodología para el entendimiento, de sí mismos y los Otros. Es una actitud y un modo de estar en el mundo. Una condición permanente, no es un estado transitorio. ¿Es mejor ser viajero que turista? Ni mejor ni peor, pero sí distinto. De algún modo, todos somos turistas. Pero sí valoro la experiencia del viaje por encima del espíritu vacacional y recreativo. Al turista le funciona el grupo, el viaje cuidadosamente organizado, sin espacio para el contratiempo o la sorpresa. Compara todo el tiempo con lo propio, viaja con guías y mapas que determinan su mirada y se aloja en hoteles que son idénticos en Shanghái, Barcelona, Nueva Delhi o El Cairo, incluso iguales a los que hay en su propia ciudad. El turista es previsible. Es producto de la sociedad de consumo, de la superficialidad que caracteriza el mundo contemporáneo, y por eso disfruta de los parques temáticos. Viaja para recrear su paso por un lugar y se relaciona con sus iguales, pero casi nunca con aquellos que, en teoría, visita. El viaje es un diálogo –con los locales, con otros viajeros, con quienes han escrito sobre los lugares visitados, con otras culturas– mientras que el turista entabla un monólogo. Se mira en sus fotos más que a aquello que visita, no escucha a los locales porque no se relaciona con ellos, es un espectador que no participa y si habla es para escucharse a sí mismo. Por eso es urgente recuperar el espíritu del viaje por encima del turismo, para combatir la mirada egocéntrica y favorecer el diálogo entre culturas. El viaje es una vía para combatir la xenofobia, las fronteras, la discriminación, el nacionalismo y la falta de solidaridad entre los pueblos del mundo; es un instrumento para entender a los Otros. El viaje activa la imaginación y mantiene viva la curiosidad. El turismo, por el contrario, favorece la exclusión, la visión sesgada e incompleta del mundo, la intolerancia, la mutua incomprensión, la prepotencia cultural y la mutación del mundo en un gran parque temático. ¿Cuál es entonces el papel del viaje en el siglo XXI? El espíritu del viajero representa una de las mejores maneras de estar en el mundo: la obsesión por la libertad, el cosmopolitismo, la conciencia de un mundo abierto pero todavía por descubrir, la hospitalidad, el deseo de aceptar a los Otros en su diferencia –sabiendo, como dijo Descartes, que ellos también son hijos de la razón–, el humanismo y la capacidad de seguir creyendo en la utopía, de seguir buscando, corriendo cada vez más las últimas fronteras. El viajero es necesario porque mira y narra a los Otros para comprender a través del contacto, un deseo muy escaso en el mundo contemporáneo.

El papel del viajero sigue siendo contar el mundo, acercarlo y ensancharlo. Hoy, para un suramericano, Mongolia sigue resultando tan lejana como cuando Marco Polo o Ruy González de Clavijo trajeron las noticias de las tierras del Gran Khan. Pero no a través del relato espejo, descriptivo, de reconocimiento. En tiempos de internet, de la superabundancia de imágenes, de la realidad virtual y aumentada, lo que importa no es el paisaje, sino lo que sugiere, y los viajeros necesarios son esos intérpretes y cronistas capaces de mirar desde la curiosidad y el asombro, que combaten las postales, los simulacros y la homogenización del mundo que son, en buena parte, consecuencia de la banalización del desplazamiento. No es cierto que la globalización haya hecho que el mundo sea hoy más abierto: hay más barreras y visados necesarios, el mundo es más uniforme y al mismo tiempo más segregado. Por eso el viajero está llamado también a combatir las fronteras, el riego de las identidades únicas y el nacionalismo. Pero el viajero debe ser sobre todo un modelo de libertad, de ser humano libre. Con su testimonio, debe invitar a los otros a marcharse, por lo menos una vez, lejos de casa, y al fomentar esa inquietud por la lejanía, activar los resortes de la imaginación y la curiosidad para que otros también puedan descubrir esa sabiduría que provee la ruta. ¿Por qué el viaje para Juliana González-Rivera? Este libro empieza con un epígrafe sacado de ese libro misterioso que es Ciudadela, en el que Saint-Exupéry cuenta cómo «sintió de golpe el viaje» una noche bajo las estrellas del desierto. Cada viajero y viajera que he leído describe ese «sentir de golpe el viaje» en algún punto del camino. Entendí entonces que el viaje no es solo una acción sino una sensación, una emoción, un espíritu, y también una huella. A veces, incluso una herida. De cualquier modo, una experiencia transformadora de la que no se sale ileso. Yo he sentido el viaje no una sino varias veces, y este libro ha sido una forma de entender todas esas sensaciones. No vivo en el camino, pero sí me siento permanentemente en tránsito. Y me gusta esa idea de Rosi Braidoti que explica que ser nómada no es no tener casa, sino la capacidad de recrear tu casa en cualquier lugar. Así lo he hecho en Medellín, Bogotá, Madrid, Barcelona y Estocolmo. No me siento de un solo sitio sino de todas esas ciudades, pueblos y países que he ido sumando a mi biografía. Y espero que sean más. También, después de muchos años viviendo fuera, he vuelto a Medellín, mi punto de partida, para entender, como tantos viajeros antes que yo, que volver es solo otra forma del viaje. Escribí este libro también desde la admiración por todas esas mujeres y hombres viajeros, intrépidos, valientes, trashumantes, curiosos. Soy periodista, profesora y escribo. Y creo que esas tres actividades tienen un elemento común: intentar contagiar la admiración y la emoción que algo te ha provocado. Me dedico a compartir desde esas tres actividades todo eso que me parece importante, que pienso que a otros «les puede gustar, estimular o enriquecer», como decía Jaume Vallcorba. Y porque siento que a través de las biografías de esos viajeros, escritores, artistas y creadores uno aprende sobre todo una cosa: que no hay mayor privilegio que la elección consciente de la propia vida. Que todos podemos aspirar a eso. Y el viaje es una de las múltiples formas de vida elegida.

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Quienes cuentan el mundo son los viajeros. Ellos han escrito el mapa de las cosmovisiones de todas las épocas, sus relatos han hecho imaginar desiertos, mundos helados, imperios y tierras prometidas. El viaje es una vida elegida en la que el único modelo a seguir es el del ser humano libre. Se trata de conquistar una mirada propia y de renunciar a los simulacros. Pero eso implica muchas renuncias: se descarta la posibilidad de un domicilio fijo, de una vida al uso. Ya no habrá banderas para envolverse ni identidades únicas a las que aferrarse. Y se aprende muy rápidamente, por una especie de desarraigo crónico, que deja de existir la posibilidad de sentirse en casa en un único lugar. No hay regreso, no hay llegada. Viaja sólo quien sabe irse, como explicó en un verso Pedro Sorela.

JULIANA GONZÁLEZ-RIVERA

LA INVENCIÓN DEL VIAJE LA HISTORIA DE LOS RELATOS QUE CUENTAN EL MUNDO LIBROS SINGULARES (LS)

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€ 18,00

*HYYEZB|814627] Diseño de cubierta: Elsa Suárez Girard. Foto: © Shutterstock. Dosier: proyectos gráficos PGA

¿Qué es exactamente viajar y de dónde surge la necesidad de movernos? ¿En qué se diferencia un viajero de un turista? ¿Cómo se han contado los viajes a lo largo del tiempo?

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